EL FASCISMO ROJO

El 17 de julio de 1918, ocho meses después del triunfo bolchevique, por orden de Lenin fueron fusilados el zar Nicolás II, su esposa, sus cinco hijos, el médico de la familia, el ayuda de cámara, la doncella y el cocinero. Para que muriera el príncipe Alejandro, un niño hemofílico, tuvieron que dispararle varias veces.

Véanse  estos  vídeos, que demuestran que el castrismo es una versión actualizada del fascismo

Véanse los vídeos  con  algunos de los niños asesinados por órdenes de Fidel y Raúl Castro

Véase el quehacer del  Che  Guevara  como  una violenta, selectiva y fría máquina de matar.

Asaltar los cielos (Documental sobre el asesino de Trotsky)

Las dos vidas del asesino de Trotsky

Nuria Amat

21 de febrero de 2014

 

Enigma obsesivo de la literatura y el cine, la figura del español Ramón Mercader, espía y brazo ejecutor de Stalin, es revisitada por la escritora Nuria Amat, emparentada con él y autora de la novela “Amor y guerra”

 

Siempre supe que Ramón Mercader, responsable de haber dado muerte al recordado dirigente de la Revolución Rusa, León Trotsky, era para mí un asesino muy especial. En primer lugar, mi padre estaba emparentado con María Mercader, la esposa de Vittorio de Sica, y en lo que respecta a la familia, Ramón era poco menos que un demonio. Silencio sepulcral al respecto. Y, para añadir más misterio al enigma, la vida de Mercader ha sido uno de los más grandes secretos de la historia del comunismo soviético.

 

Elementos todos que, sumados, se convirtieron un buen día en tentación fulminante para una novelista entregada a descubrir intimidades, desvelar confidencias, atar cabos sueltos a personajes incómodos y poner sobre el tapete la luz reveladora de tanto misterio y manipulación política.

 

¿Cómo un joven catalán de veintisiete años, hijo de la burguesía barcelonesa, consiguió ser uno de los asesinos más conocidos y repulsados de la historia y con ello cambiar el curso de la misma? Para responder a fondo escribí una novela (Amor y guerra) y, posteriormente a su publicación, dediqué tres años más a una investigación sobre la verdadera personalidad del asesino, los motivos del crimen (ordenado, como es sabido, por Stalin) y el entramado de la importantísima red de espionaje soviético en la que Mercader llegó a ser considerado el agente más valorado.

 

Ramón Mercader ha pasado a convertirse en mi fantasma particular. Especialmente cuando el único nieto de Caridad Mercader consiguió comunicarse conmigo pidiéndome que en lo posible siguiera indagando y estableciendo claridad histórica sobre su tío y abuela. No he podido evitar desde entonces buscar la mejor respuesta a los datos ocultos ¿Fue Ramón Mercader el único ejecutor del crimen? ¿En qué consistió la sucesión de órdenes para que fuese un catalán el responsable del asesinato? ¿Por qué con la ayuda de un piolet, objeto primitivo, pudo perpetuar el crimen? ¿Llevaba otras armas mortíferas? ¿Cómo estos elementos, digamos surrealistas y sórdidos consiguen superar las estrategias criminales soviéticas más profesionales? ¿Cómo era Ramón? ¿Qué le indujo a hacer lo qué hizo? ¿Caridad Mercader del Río, madre del protagonista, estuvo realmente loca? ¿Amó a Stalin más que a sí misma? ¿Qué motivos hubo para que no fuera purgada y encarcelada por Stalin como todos los agentes soviéticos participantes del crimen? ¿Cuál era la relación entre madre e hijo antes del asesinato? ¿Por qué se negó Ramón a escapar a Moscú cuando su madre había articulado la estrategia para sacarlo de la prisión de Lecumberri? ¿Por qué concedieron a Mercader el Premio Lenin de la Paz? ¿Por qué “huyó” a Cuba? ¿El asesinato de Trotsky cambió, como dicen, la historia del siglo XX? ¿Fue Mercader asesor de Fidel Castro durante su exilio cubano? ¿Cuáles fueron los motivos de su muerte?

 

Y sobre todo: ¿por qué un silencio tan largo y espeso? Un riguroso silencio de sus protagonistas y de los testigos del hecho que persiste todavía pese a los cambios extraordinarios ocurridos en la antigua Unión Soviética y el mundo. Mercader no es cualquier peón elegido al azar tal y como han querido presentarlo.

 

 

El origen de la leyenda

 

En un mes de febrero gélido de 1913, año en que Stalin se verá por primera vez con Trotsky en Viena, nace en Barcelona Ramón Mercader del Río, el agente especialísimo que asesinará al Jefe de la Revolución Roja, obedeciendo el catalán la orden del tirano soviético. Mercader: el hombre más secreto de la historia reciente, leyenda mundial en hervidero sobre la que especularán voces célebres del arte y de la cultura (Losey y Semprún, entre ellos) pero sin conseguir demostrar la verdad de su vida. Se trata, sin duda, de un asesino muy particular. ¿Sicario? Por supuesto, no. Estalinista hasta los huesos, sí. Producto de un tiempo en el que el oficio de matar era práctica corriente de héroes, idealistas y belicosos. Espía modélico conforme al canon de agentes secretos de la época. Republicano, inteligente, cultivado, marxista, burgués, bien educado, intrépido que, a diferencia de otro agente famoso (alias 007) creado por Ian Fleming, con quien el catalán guarda más de un parecido, trabajará a las órdenes del servicio secreto de Moscú siendo el mismo el agente más valorado de la Unión Soviética.

 

Finales de los años treinta de un siglo que Kafka llamó “la época más nerviosa de la historia”. Una gran crisis económica ha afectado al mundo capitalista y se desatan guerras en diferentes países. Millones de muertos. Poblaciones destruidas. Hitler, Stalin, Mussolini y Franco establecen dictaduras absolutas y mortíferas, hasta terminar en una guerra fría entre dos bloques. El occidental capitalista, liderado por Estados Unidos, y el oriental comunista, liderado por la Unión Soviética.

 

¿Qué papel representa Mercader, hijo de un fabricante textil de Barcelona, en este escenario sombrío? Nadie sabe ni quiere saber. Su vida, su forma de actuar, su formación, la red de espionaje de la que depende su silencio y su gran personalidad (siempre bajo la bota del gran verdugo Stalin) contribuyen a que la fábula en torno al asesino de un solo hombre prevalezca sobre su historia real, sorprenda incluso a la maquinaria espía soviética y pase a transformarse finalmente en mito. Es decir: en una fatal quimera.

 

Los dioses de la guerra tienen su parte de responsabilidad en tamaña vida novelesca. Nacido Ramón para ser industrial, abogado, deportista, historiador, periodista, diplomático, militar o profesor (todo eso llegó a ser entre una cosa y otra) se convierte, como bien contó Javier Rioyo en su película (Asaltar los cielos), en el único asesino español de las enciclopedias universales sobre criminales gloriosos. Solo que en este caso su historia no es como han querido inventarla. Sino increíblemente mejor.

 

Héroe para unos, asesino para otros, el agente secreto Mercader, alias un sinfín de identidades, es conocido en el mundo por ser autor de su obra más significativa. Un 20 de agosto del que ahora se cumplen setenta y tres años, consigue matar al líder de la Revolución rusa con la ayuda de un piolet de niño que clava en la cabeza de su víctima sentada a la mesa de su despacho de la casa en el barrio de Coyoacán (México, D.F.) donde Trotsky vivía fortificado temiendo que su obsesionado enemigo consiguiera liquidarlo.

 

 

La mano que mueve la cuna

 

En el barrio de Sarriá, lugar encantador donde los haya, donde posteriormente se instalarán a vivir los mejores escritores del boom latinoamericano, en la calle de Sant Gervasi de Cassoles, numero 24, en este edificio de pisos distinguidos nace Ramón, hijo de Pau Mercader y Caridad del Río. El padre, fabricante catalán. La madre, de momento: sus labores. Por poco tiempo. Aburrida de parir cinco hijos y soportar un marido que le disgusta (para excitarla sexualmente la lleva a espiar por el ojo de la cerradura escenas vivas de burdeles) se vuelve anarquista y cabecilla de la célula terrorista que hará explotar una bomba en la fábrica de su todavía esposo. El bueno de Pau consigue internarla en el psiquiátrico de Sant Boi. Y no por guerrillera sino por neurasténica, término con el que cierta sociedad distinguía a “excéntricas o desviadas” de la época. Cualidades ambas se dan por igual en el temperamento de la madre del futuro asesino. La morfina campa por las venas de Caridad mezclada a su joven fervor revolucionario. Naturalmente, sus compinches logran sacarla del manicomio y le ayudarán también a cruzar la frontera junto a sus cinco hijos pequeños e instalarse a vivir en el sur de Francia.

 

Caridad Mercader, la mano que mueve la cuna del crimen de su hijo, con una biografía merecedora a su vez de ser contada, descubrirá en Toulouse, Aix y Burdeos las mieles del sexo, la revolución marxista y los tan temidos y admirados agentes secretos de Stalin. Nada menos que a Alexander Orlov, Ernö Gero y Leonid Eitingon, los tres agentes más importantes de la NKVD tristemente conocidos en España, entre otras cosas, por su papel protagonista en el oro de Moscú, la matanza de los republicanos del POUM y la CNT y la desgraciada instalación de las chekas comunistas. Los dos últimos, sin moverse de la bella Languedoc francesa, mantienen amoríos con Caridad mientras, dedican el tiempo a matar rusos blancos huidos de la URSS y a preparar su entrada feliz en la que será la desestabilización final de una España agónica. Nahum Eitingon, también llamado Leonid, será su preferido. La madre de Ramón se enamorará del más atractivo, íntegro y disciplinado de los tres y junto a él ingresará de lleno a comulgar en al altar del dios Stalin donde permanecerá fiel y devota hasta el día de su muerte, en París (1975), con la foto del tirano durmiendo bajo el colchón de su cama, según me ha contado su único nieto. No será extraño entonces que al entierro de Caridad, aparte de escasos familiares, asistiera una delegación soviética que se hizo cargo de las exequias.

 

Ramón, en Francia, va creciendo en sabiduría y gracia del marxismo. Adora a su madre (tiempo tendrá después para odiarla un rato) y se ocupa de salvarla de varios intentos de suicidio clamorosos. ¿Razones? Droga y depresión, tal vez. Sumado a su amor por el mujeriego Eitingon. Amante difícil de soportar para una mujer romántica y apasionada como ella. Ramón, sin embargo, quiere y admira a su padrastro del que aprende tácticas de guerrilla, disciplina comunista y a desenvolverse como futuro agente especialísimo del Kremlim.

 

En fecha indeterminada de 1931, tras la proclamación de la Segunda República española, la familia Mercader del Río regresa a Barcelona. Ramón, instruido para atender y servir mesas en el restaurante francés de Caridad, encuentra trabajo de maitre en el Hotel Ritz. Es un comunista convencido al igual que su madre y hermanos. Forma parte de una peña clandestina que, bajo el nombre afortunado de Miguel de Cervantes, se reúne periódicamente en el barrio del Raval hasta que la noche del 12 de junio de 1935 será detenido, junto a otros participantes, y encarcelado en la prisión Modelo de Valencia. Esta vez, por poco tiempo. El 16 de febrero del siguiente año, el llamado Frente Popular Español (agrupación de los principales partidos de izquierda) consigue ganar las elecciones previas al golpe de estado que ocasionará la Guerra Civil.

 

Época fatídica de la historia, que diría nuevamente Kafka. Amnistía inmediata de los presos, buenos y malos, sin distinción. Mercader, deducimos, pertenece al primer grupo. Ya se habla de él como de un actor americano dado que su valentía no le impide vestir con elegancia y cuidar su aspecto. Se ha educado en Francia. Detalle que no está de más. Enamora a todas las mujeres. Habla varios idiomas a la perfección. Es inteligente y de fuerte temperamento, aunque más controlado que el de su madre. Quiere ser militar pero se le deniega por comunista. Por esas fechas, recuperada la libertad y todavía no iniciada la sublevación de los militares en España, Ramón colabora con su madre en la fundación del Partit Socialista Unificat de Catalunya. Quiere regresar a su trabajo en el Ritz pero no lo admiten por su pedigrí político. Decide, entonces, ganarse la vida como profesor de catalán y dedica su tiempo libre a ser deportista de élite en calidad de capitán del equipo de equitación (reliquias de su educación en el Real Club de Polo). Forma parte, además, del Comité Organizador de las Olimpiadas Populares de Barcelona, creada como protesta a los Juegos Olímpicos de Berlín (ambas en 1936) en las que Hitler quería demostrar la supremacía de la raza aria.

 

“El espíritu olímpico no estará en Berlín, sino en Barcelona”, afirmaba la prensa de izquierdas de la época. El día antes de la inauguración, un 19 de julio de 1936 de todos conocido, los militares sublevados toman las calles y frustran la celebración de esta Olimpiada Popular justo unas horas antes de realizarse. Ramón salta del Estadio Olímpico, donde se celebra el ensayo general, a liderar las calles y se suma de inmediato al movimiento popular que en veinticuatro horas vence la revuelta. En plena plaza de Cataluña consigue robar un cañón a los rebeldes y es aplaudido por su hazaña. Su carrera combatiente sube como la espuma. Se coloca en primera línea de batalla. Pasa de ser capitán de mando, con proezas notables en Cataluña, Aragón y Guadalajara, a ser nombrado Comandante del V Regimiento. La madre y el hijo están luchando en el frente de Tardienta donde, heridos por metralla enemiga, serán trasladados a Lérida por breve tiempo.

 

En fecha aproximada en la que Ramón Mercader es ascendido a comandante, muy lejos de España, en la ciudad de Moscú, el duro Stalin, a quien los íntimos llaman “cariñosamente” Soso, reúne en su despacho a su mano derecha, el verdugo Laurenti Paulovich Beria y al Jefe de Operaciones Especiales de la NKVD, Pavel Sudoplatov. Sin más preámbulos, les da la orden terminante, a vida o muerte, de liquidar a su enemigo del alma León Trotsky. Para tal encargo, que obsesiona al dictador desde hace años, los compromisarios utilizarán a los policías secretos en activo de la guerra española: Erno Gero, Leonid Eitingon y Alexander Orlov responsables directos de asesinatos a mansalva de trotskistas y poumistas. Finalmente, sólo contará con dos de ellos pues Orlov se ha despedido a la francesa de Stalin para fugarse sine die a Estados Unidos. Consigue así salvar su vida chantajeando al Gran Jefe. Una proeza gigante dadas las proclividades diabólicas del amo.

 

 

A matar o morir

 

Se planifican tres estrategias de atentado sirviéndose para todas ellas de agentes rusos en la sombra, además de una selección de los mejores combatientes de la guerra civil a los que han enviado a la URSS a fin de adiestrarlos con rigor soviético. Ramón Mercader será el último. O el primero de la lista, según se mire. El As de la jugada. El único que, por cierto, no visitará el país de Stalin hasta después de haber cometido el asesinato.

 

La protagonista espía de la primera misión, frustrada desde su inicio debido a la traición de Orlov, es una hermosa patrullera española llamada África de las Heras que ha sido infiltrada como secretaria de Trotsky. Los literatos se alegrarán de saber que con identidad camuflada, la agente África llegará a ser la esposa del escritor uruguayo Felisberto Hernández. Una segunda misión tiene como cabeza visible, aunque no real, al pintor mexicano y ex brigadista David Alfaro Siqueiros. El 24 de mayo de 1940, Siqueiros, junto a veinte combatientes más, irrumpirán, todos borrachos, en la fortaleza de Trotsky de Coyoacán, número 45 de la calle de Viena; la casa prestada por Frida Kalo y Diego Rivera a El Viejo, como la pintora mexicana gusta de llamar cariñosamente a su amante-amigo. Es de noche, van armados hasta las cejas, disparan balas con ametralladora incluida pero sin dar en el blanco y ni siquiera rozar el cuerpo de la víctima acurrucada en el suelo de su dormitorio junto a su esposa Natalia Sedova. El dirigente de esta misión es Iosif Grigulievich, otro agente ruso.

 

Queda solo una última oportunidad: la operación activa del llamado por la red de espionaje secreto: Grupo Madre. El nombre resulta de lo más apropiado al trío familiar que conforma la tercera misión de riesgo: Caridad (madre), Eitingon (padrastro) y Mercader (hijo). Sudoplatov, Jefe de la GPU, ha dejado claro a sus acólitos que Eitingon perderá la vida de no lograr, esta vez, el objetivo. Por supuesto, no se trata de un encargo de última hora. El mismo ex jefe de la KGB, en un último lavado de imagen publicará lo siguiente: “Mi misión consistía en movilizar todos los recursos de la NKVD para eliminar a Trotsky, el peor enemigo del pueblo”. De ahí el importante operativo secreto “Madre” en el que Ramón Mercader será la estrella del trabajo.

 

 

Jaques Mornard, el James Bond de Stalin

 

Otro día cualquiera de 1938, cuando los comunistas saben que la Guerra Civil está perdida, Ramón, que se encuentra luchando en Guadalajara, en primera línea de batalla, desaparece de España. Caridad, la madre, ha ido en persona a transmitirle el encargo. Pero, ahora, el hijo no viajará a Moscú como algunos creen. Su destino está en París. Llega a la ciudad resucitado de periodista belga, hijo de diplomático, nacido en Teherán, educado en La Sorbonne y llamado Jacques Mornard. Fachada de joven frívolo, galán discreto, relativamente culto, y millonario. Lo diré en palabras de la escritora Teresa Pàmies, que lo conoció bien: “Las chicas se lo rifaban, y le conocí tantas novias que no podría nombrarlas a todas”.

 

¿Qué se espera del tal Mornard? Un equivalente al James Bond de Stalin. Idéntico cometido que el de un agente supremo de película. Enamorar locamente a una mujer que lo conducirá por ello al escenario del crimen. Sólo que la elegida no es ni de lejos la más guapa. Se llama Silvia Ageloff, es americana, trotskista y hermana de Rita, la secretaria del “enemigo” de Stalin. Otra mujer espía, la periodista americana Ruby Weil, mientras se hace pasar por trotskista cuando, en realidad, trabaja para un funcionario del Komintern, se convierte en amiga de Silvia y hará de celestina intermediaria.

 

(Tómese nota de la fe puesta en Stalin para que sus agentes supremos sean de origen judío, tal vez como él mismo, lo que tampoco privó al antisemita de asesinarlos según su conveniencia)

 

El flechazo de Silvia por el falso Jacques Mornard es inmediato. La historia del encuentro, noviazgo y propuesta de matrimonio, con cartas de amor incluidas, es apasionante y digna de ser visitada con sosiego. En esta película de espías se mueven entre París, México, Nueva York con escenas de crimen al uso, prisión, psicoanálisis, juicio, tretas e intento de suicidio de la enamorada al saberse traicionada e imputada en el asesinato. ¿O atentado? El matiz importa. Durante el noviazgo de Mornard con la engañada Silvia llega incluso a confesarle su necesidad de cambiar de identidad. Puesto que la pareja debe viajar a México, meta de la misión secreta del espía, le pone como excusa que como belga puede ser llamado a filas (estamos ya en 1940, inicio de la Segunda Guerra Mundial) y el triple agente pasa a llamarse ahora Frank Jackson, ingeniero de minas y con pasaporte canadiense.

 

Ni por un momento cabe creer que el agente trabaja en solitario. Una secuencia muy interesante del hombre que supo vivir callado lo impide: se trata de la red de espionaje que lo sostiene y se encarga de todo el operativo soviético en las Américas. Es de una perfección inusitada para los medios primitivos de la época, aunque CIA, la Agencia de Inteligencia Americana, insuperable al parecer en temas de espionaje, irá siguiendo paso a paso todos los movimientos secretos del operativo “liquidar a Trotsky”. La documentación es accesible. “Que se maten entre ellos”, debieron pensar los estadounidenses.

 

El Jefe inestimable de la Red se llama Grigorij Rabinovich (alias Roberts, alias Judío Francés), ha sido enviado a Nueva York y se encarga de la intendencia personal, documentación falsa, mantenimiento económico y vivienda de todos los agentes de la NKVD dispersos por el mundo. Roberts mueve a sus figuras como genial atleta del ajedrez soviético. Organiza una empresa doble de importación y exportación en Brooklyn que actúa de tapadera del operativo “Madre” y para la que dice trabajar Mercader mientras corteja a su futura esposa Silvia Ageloff y pasea en su flamante Buick al matrimonio Trotsky, cuando, en realidad, la supuesta empresa, pantalla de un centro de transmisiones soviéticas es espiada a su vez, como es de esperar, por el espionaje de Estados Unidos.

 

Otro importante agente de la GPU es Iosif Grigulievich, alias “el escritor”, entre otras múltiples máscaras, y dibujante de un mapa de asesinatos que empiezan en Argentina, siguen en España y se extiende a otros lugares del mundo. Dirigió el frustrado Grupo Padre, con las ametralladoras y la pandilla de asaltantes ebrios de Siqueiros dispuestos a asesinar a Trotsky. Fue el agente comisionado por Stalin en 1953 para eliminar a Tito, presidente de Yugoeslavia y responsable, según la opinión del Gran Jefe, de un régimen fascista y trotskista. Una de las tres variantes para liquidarlo consistía en la entrega de “un obsequio que contenía un veneno que actuaría instantáneamente después de un período de tiempo determinado”. La muerte de Stalin detiene el proyecto aunque no la serie infinita de libros publicados por el agente “intelectual” del gran dios. Fue amigo de Pablo Neruda, que conocía sus tretas estalinistas, así como de otros escritores a los que fue engañando sobre su verdadera identidad. Utilizó seudónimos como Grig, Don Pepe, Romualdich pero el nombre de Grigulievich quedará en la literatura como autor de libros sobre las vidas de Bolívar, Che Guevara, Allende, Siqueiros…, entre otros personajes latinoamericanos.

 

El tercer agente, de los cuatro dirigentes intelectuales de los atentados contra Trotsky es un hombre en la sombra que trabaja desde México, actúa bajo los nombres de Carlos Contreras y Enea Sormenti y no es otro que Vittorio Vidali, nacido en 1900 en la ciudad de Trieste, brigadista en la guerra española con cargo de comisario político y comandante del V Regimiento y al que se le atribuyen un sinfín de ejecuciones. Entre las primeras el asesinato de Andreu Nin, cuya eliminación en la operación Nikolai, dirigida por Orlov, se la disputan Grigulievich y este último. De él se decía; “Es más frío que el acero”. Y enamoradizo… como buen italiano. Le imputan la muerte del comunista cubano Julio Mella, esposo de Tina Modotti solo porque Vidali estaba fascinado por la fotógrafa.

 

Más tarde lo responsabilizarán también de la muerte súbita en un taxi de Modotti cuando ésta acababa de abandonar el Partido Comunista. El Kremlin no perdona a sus desertores, y los celos pasionales de sus agentes, aun menos. Trotsky lo definió como uno de los agentes más crueles de la GPU en España. Y cuando Modotti murió en 1942 de un infarto, en un taxi, indispuesta y saliendo de una cena de amigos íntimos, celebrada a manera de despedida de Tina y Vidali, no faltaron las sospechas sobre una posible responsabilidad de Vidali, ya que Modotti sabía muchas cosas y, lo que era peor, empezaba a tener dudas serias sobre el sistema soviético. La GPU empleaba venenos que ocasionaban paros cardiacos sin dejar rastro. El escritor Victor Serge, crítico manifiesto contra el estalinismo, morirá en 1947, en México, según dicta el informe forense, de un ataque cardiaco y dentro de un taxi. La escritora Elena Garro, quien a la sazón frecuentaba los medios estalinistas, cuenta que su amiga Angélica Selke le dijo refiriéndose a Tina: “Yo estoy segura de que Carlos se la cargó…” Vidali es el agente que mejor ha sabido borrar su nombre de la historia de la policía política de la URSS.

 

No tuvo la misma suerte Leonid Eitingon (alias Tom o Kotov), quien culminará con éxito el caprichoso encargo del dictador gracias a la proeza de su hijastro, Ramón Mercader del Río. Voces diversas plantean una disputa en el trío familiar por ver quien de los tres será el autor directo del asesinato de Trotsky. Dicen que Mercader se impuso a su padrastro, pero la preparación del joven republicano comunista para ser agente de élite invalida el argumento de la deliberación de candidatos. Lo que sí se da como cierto es que Caridad fue la impulsora del crimen político por la mano de su hijo predilecto.

 

Dos películas importantes lo relatan el suceso del crimen al detalle, además de libros y múltiples artículos. Mercader-Mornard (interpretado por el mismo Alain Delon) consigue entrar en el despacho de Trotsky. Lleva como armas un piolet, un puñal y una pistola. Opta por la primera y radical opción. Sus padres lo están esperando en la calle al volante de un coche preparado para la fuga. Clava el piolet en la cabeza de la víctima mientras está concentrada en lectura del escrito que el visitante le lleva como cebo. Consigue herirlo mortalmente pero con tiempo a gritar el nombre del asesino. Este es detenido y golpeado por los guardias. Madre y padrastro huyen al aeropuerto. El hijo lleva en el bolsillo una carta escrita por Rabinovich en la que su alter ego Mornard certifica que el “atentado obedece a algo personal ya que conoce en persona a Trotsky y lo ha decepcionado”. Dice más cosas.

 

Pantomima, claro. Una sola verdad: su prometida Silvia no tiene nada que ver con ello. No son palabras vanas las de su defensa aunque leyéndolas parezcan las propias de un estúpido. Así es la imagen del héroe soviético que la URSS quiere dejar para la historia pública. La prioridad de la misión radica en que Stalin no se vea nunca involucrado en algo tan ruin como este asesinato. Nadie se atreverá a mencionar la orden. Ni el autor del crimen ni tampoco los últimos comunistas arrepentidos de la época. Al fin, el mundo entero terminará conociendo al responsable del mandato, pero la sombra de la duda seguirá borrando la verdad histórica y la imagen del ejecutor del homicidio “político” a Trotsky quedará desvaída y falseada hasta ahora.

 

 

La segunda vida de Ramón Mercader

 

Con la detención por asesinato de Jacques Mornard en la prisión de Lecumberri (México, D.F.) comienza la segunda vida de Ramón Mercader. La persona que vivirá en el Palacio Negro y la que, una vez cumplida la condena de veinte años, saldrá de allí será otra distinta a la anterior. ¿Un hombre nuevo? El condenado sufrirá por parte de sus guardianes torturas periódicas durante los primeros seis años de prisión. Los soportará con bravura propia de un agente de su categoría. Pese al dolor infligido no abrirá la boca ni siquiera para quejarse. Al principio, vivirá incomunicado del resto de los presos. El juez de su causa, Raúl Carranza Trujillo, psicoanalista criminológico de tesis avanzadas para la época, somete al condenado a un largo psicoanálisis del que desprende “un activo complejo de Edipo por parte de una madre dominante y de una figura paterna siniestra”. Se refiere a Stalin, por supuesto. Rubén Gallo, en su libro Freud y Stalin en México, incluye los ejercicios de Mornard en respuesta a las pruebas psicoanalíticas y añade la felicitación que Sigmund Freud envía a su colega mexicano, el psicólogo juez Carranza cuándo este le remite el libro de su trabajo con el “desmemoriado”.

 

El hombre sin nombre seguirá protegido por el dictador y sus acólitos. Su silencio vale oro. De ahí que en los veinte años de internamiento una comisión dirigida desde México por el agente secreto Kupper se ocupe de “vigilar” a Mercader, de costear su defensa y de hacerle la vida lo más confortable posible en Lecumberri. El preso especial dedicará su tiempo a la lectura, al estudio y la formación personal. Electrotecnia e historia son sus materias preferidas. Tiene la celda forrada de libros y comparte prisión con el artista Siqueiros, liberado pronto por la intervención de Pablo Neruda, y con los escritores Álvaro Mutis, José Agustín y William Burroughs. En algún sentido sigue permaneciendo mudo pese a las palizas continuas, aunque muy pronto conseguirá fama en la cárcel por una razón esta sí heroica. Se encarga de alfabetizar a más de mil presos de lo que se derivará, en alguna medida, una nueva identidad para el asesino. Recibirá el sobrenombre de El Santo. Así es como los reclusos llaman al oculto agente. Lo dijo la actriz Sara Montiel cuando lo visitó en Lecumberri y supo contarlo: “Mató a Trotsky pero malo no era”. Para un estalinista convencido como Mercader el mote de los presos resultaba irónico. Su hazaña solidaria se extenderá por todo el país y será el mismo presidente de la República mexicana quien entrará en prisión a condecorarlo por su labor humanitaria.

 

En el ecuador de su condena se descubre, al fin, la identidad del preso, para desgracia de su familia catalana que cierra filas ante tan terrible noticia. ¿Un catalán, de buena cuna? Pocos quieren creerlo. Alguno que otro artista e intelectual de izquierda se atreve a visitarlo. Su madre, Caridad Mercader, con un gran sentido de culpabilidad (llora mucho su desgracia en la URSS) se presenta en México y explica al agente Kupper que tiene un plan perfecto para liberar a su hijo. Los agentes no quieren ni oir hablar de ello, pues años antes la red mexicana se ha quitado de encima, entre otros descreídos de la causa estalinista, a Modotti. A Caridad Mercader haciendo de las suyas, en México, los súbditos del Kremlin no la soportan y van a ocasionarle un fortuito accidente de coche del que la buscada víctima sale ilesa, si bien fracasará el proyecto de huida de su hijo. “Marimandona”, le reprochará Ramón, por meter las narices donde no la llaman.

 

Lo que nadie espera de este preso desmemoriado es que estando en el temido Palacio Negro se enamore, esta vez probablemente sin estrategia previa, de una bailaría folklórica llamada Roquelia, hija de aquella cocinera que la red soviético-mexicana ha contratado para ocuparse de su comida. Mercader ya entra y sale de la cárcel con la discreción de un invitado a prisionero. Por supuesto, su silencio no tiene precio. Y cautivo o libre sabe muy bien que es hombre sentenciado pese a ser (lo dijo en secreto) el comunista más leal a Stalin de todos los comunistas conocidos y por conocer.

 

“He cometido un crimen y debo pagar por ello”, es uno de sus dos pensamientos clave. El otro: su convicción de que el atentado contra Trotsky obedeció a un crimen político, un acto de guerra propio de la época que le tocó vivir.

 

Este Mercader reaparecido, caída ya su careta de Mornard, tiene cuarenta y siete años cuando, una vez cumplidos los veinte de condena, sale discretamente de Lecumberri y corre a Moscú junto con su esposa Roquelia. Comienza entonces su prisión dorada. En la Unión Soviética es recibido con todos los honores y condecorado con la más alta distinción de su país de asilo, la de Héroe de la URSS y también la medalla de Stalin. Y pese a que el nombre que le han adjudicado sea otro, el festejo se celebrará, es claro, en la más estricta intimidad y anonimato. Tampoco, allá, en tierra extraña, nadie debe estar al corriente del motivo de tal altísima distinción que permitirá a Mercader moverse por la capital moscovita con todos los privilegios posibles. Todos salvo uno: La libertad de ser él mismo. Hasta el día de su muerte, e incluso años después de ser enterrado se le conocerá como Ramón Paulovich López. Marca de la casa: la que obliga a los agentes a disfrazarse de continuo desde que años atrás, durante la primera visita del joven Stalin a la vieja Europa, cuando llega a Viena con pasaporte griego, decide vestirse de mujer para ejemplo y figura de sus funcionarios especialísimos del futuro.

 

¿Le importaba a Mercader tener que ser siempre otro? No, especialmente. En Moscú lee con voracidad. Escribe páginas y más páginas en los libros de la Historia del Partido Comunista Español y escucha música. Pasa el tiempo. Se aburre. Sueña con escapar. Le duele en el alma, en esos largos años que vivirá en la URSS junto a su mujer e hijos adoptados, la decepción y desencanto del sistema soviético, el tedio que siente Roquelia, el suyo propio, las purgas que padecerán sus colegas espías, incluido su padrastro Eitingon, la formación de los hijos, las traiciones, el desengaño por los presidentes posteriores, Kruchev y Breznev (a éste último lo detesta) y por encima de todo la lejanía del mar de su país de origen: Cataluña.

 

Mercader quiere irse. Una conocida de Roquelia, hija de republicano español y vecina de la casa, va tomando confianza con la familia. La amistad crece. Comparte con Mercader la grisura del sistema y la jaula de oro en la que el héroe vive de sol a sol. Un buen día, ella se informa sobre la llegada de Fidel Castro a la Unión Soviética (27 de abril de 1963). Conocedor de que durante la famosa visita la amiga y vecina va a trabajar como intérprete del Presidente cubano, Ramón se atreve a pedirle: “Trata de decirle a Fidel que quiero ir a vivir a Cuba y que le agradecería como un favor que tuviera la amabilidad de invitarme”. Tampoco parece que esta misión pueda ser viable. Pero el destino vuelve a “ayudarle” y Castro acepta de inmediato la propuesta. Los rusos, por su lado, tampoco se aferran a la idea de mantener a perpetuidad a su asesino extraño. Más bien les molesta tener a este héroe desmemoriado campando por sus fueros. En Moscú fue siempre un personaje a quien no gustaba enseñarlo en público. Lo admiraban y temían al mismo tiempo.

 

Soy una patata caliente para todo el mundo”, dice de sí mismo a la amiga y única apuntadora de confidencias. Nada más cierto. El viaje de Mercader a Cuba requiere ser organizado despacio como es norma de los países del rincón Este de aquel mundo. Roquelia y los hijos viajarán primero. La amiga del matrimonio, los seguirá de inmediato. También ha aceptado un trabajo en La Habana, único paraíso que algunos latinos de la URSS pueden permitirse. Mercader, sin embargo, debe quedarse en Moscú a fin de ultimar trámites de salida y recibir, según fecha sabiamente programada, otro premio honorífico que el 9 de mayo de 1964 sus camaradas de la KGB le hacen como regalo de despedida. El regalo consiste en un reloj de pulsera que Ramón López ata de inmediato a su muñeca, si bien, con tan mala suerte que, unas semanas más tarde, estando todavía solo en Moscú, el agente especial se siente enfermo, y es ingresado con el pulmón obstruido por un derrame. Mercader ha cumplido 51 años. El diagnóstico del resultado de las pruebas en el hospital moscovita no parece del todo claro. Varios especialistas, amigos de la familia, sospechan que es cáncer pero nunca realizan análisis ni biopsia. Su padrastro Eitingon lo visita en el hospital y al salir lanza a Luis Mercader, hermano de Ramón, la lapidaria frase: “Algo le deben haber hecho. ¿No lo habrán envenenado?

 

¿Qué clase de enfermedad? Mercader quiere conocer el nombre pero es difícil responder claramente estas preguntas si el agente está “tocado y hundido”, una patata caliente. Así que cuando viaja a La Habana descenderá del avión herido de muerte. Sospecha la gravedad de su estado pero, terco en su silencio, el hombre sombra se aviene a trabajar como asesor de Fidel Castro. ¿Es creíble? Del trabajo que Mercader hace en Cuba para el Presidente Castro se ignora todo. Posiblemente asesora poca cosa o apenas nada. Mientras lo permite su enfermedad se presenta a diario a un edificio del Gobierno. Por supuesto, va acompañado de un escolta. Se mueve solo. Sin amigos. Y el único extranjero que consiguió estar con él en la isla caribeña fue un sobrino suyo, pariente lejano mío, que viajó ex profeso para visitarlo.

 

El escritor Cabrera Infante cuenta que cuando él y otros intelectuales se enteraron de la presencia Mercader en La Habana fueron a ver a su dirigente para reprocharle tal invitación. Castro les contesto que había dado la autorización “a pedido de una nación amiga” a la que debía “favores”.

 

El cáncer ha ido minando su cuerpo y son semanales las visitas al hospital cubano. La amiga leal, una de las pocas sino la única que nuestro agente puede permitirse, lo acompaña y ayuda en todo lo necesario. También ella ha aprendido a callar pero, por fortuna para la memoria histórica, es más joven que Ramón y calla menos. Y dará su testimonio riguroso, casi clandestino, de la vida cotidiana del héroe soviético durante los quince años de la tercera vida de Mercader, ahora Ramon López, nacido en Moscú.

 

No existe ningún diagnostico exacto de los últimos años de vida de Mercader a pesar de ser atendido en las mejores clínicas moscovitas y por la mejor clínica de La Habana. Corre la sospecha de que Mercader fue envenenado antes de salir de Rusia. El temido veneno colocado, en esta ocasión, en un reloj de pulsera. Nadie quiere ni puede certificarlo. Pero todos dudan. Nadie se atreve a hablar claramente.

 

En 1977, en plena transición española, Ramón Mercader, sentenciado y casi moribundo, el agente secreto más importante de la Unión Soviética, Héroe absoluto declarado por Stalin, solicita a Santiago Carrillo su deseo de morir en Cataluña, en el pueblo de veraneo de su infancia. El Secretario General del Partido Comunista de España, el hombre que también tuvo muchas vidas y mucho que guardar dentro del armario, le da una respuesta malévola, sobre todo viniendo de él. “De acuerdo”, le dice, “te doy permiso si a modo de arrepentimiento escribes una confesión completa de las actividades realizadas a los largo de tu vida y de quién te dio la orden del asesinato”.

 

Agente honorífico como, pese a todo, nuestro héroe sigue siendo, Mercader rechaza categórico la oferta envenenada de su colega respondiéndole que él “nunca traicionará a los suyos”. Considera la propuesta una deslealtad a la organización para la que ha trabajado teniendo en cuenta, además, que muchos agentes de aquella operación siguen vivos en la URSS.

 

La condición del Zorro Rojo clama al cielo. El hombre al que se le reprocha no haber dado nunca una explicación sincera de los hechos desgraciados de Paracuellos (purgas y asesinatos), y cuya responsabilidad está demostrada, exige un mea culpa y la confesión de la verdad al héroe, colega y camarada responsable de un solo asesinato.

 

Abandonar Moscú para regresar a Barcelona “ni que sea barriendo calles”, fue un sueño que sólo consiguió realizar a medias. Ramón morirá en La Habana un 19 de octubre de 1978 sin dejar prueba alguna de arrepentimiento por haber matado a León Trotsky. Sin embargo, sí lo lamentó a su manera. Comentó en más de una ocasión que había sido utilizado. A un amigo que lo conoció bien, en un momento de melancolía le dijo: “Lo de Trotsky fue una acción justa en su tiempo pero jamás volvería a matar a otro hombre pese a que también existieran motivos ideológicos para hacerlo”.

 

El también llamado “brazo armado de Stalin” tenía una personalidad que dará todavía para mucha tinta. Prefiero fiarme de él. Del hombre que supo guardar un secreto a costa de perder su identidad, su vida, su verdad histórica y todo ello para no traicionar a la Bestia que sus camaradas habían alabado durante tanto tiempo. Y a la que, por cierto, Mercader nunca conoció personalmente.

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Nota de Manuel Castro Rodríguez: La autora comete un error: el líder cubano Julio Antonio Mella nunca estuvo casado con la fotógrafa italiana Tina Modotti, con quien sólo tuvo una apasionada relación de cuatro meses. La única esposa de Mella fue la cubana Oliva Zaldívar Freyre, conocida como Olivín, con quien tuvo una hija, Natasha, que acaba de morir en el exilio. La  pensadora  y diplomática cubana Natasha Mella murió el pasado 11 de febrero en Miami, a los 86 años, víctima de cáncer.

 

Hija de Julio Antonio Mella

tras las huellas de su padre

Wilfredo Cancio Isla

11 de enero de 2009

 

Por su estirpe y recia personalidad, Natasha Mella parecía predestinada a triunfar en los escenarios de la vida pública. Descendiente por la rama materna de una familia de ilustres músicos, hija del líder estudiantil Julio Antonio Mella (1903-1929) y formada bajo la égida de un abuelo que le inculcó el amor por la astronomía y las plantas, Natasha mostró desde muy joven talentos excepcionales en las artes, el deporte y el modelaje.

 

Practicó ballet ocho años con maestros rusos y hasta recibió una promesa en Nueva York para integrar la compañía de Mijail Fokine. Esquió en las nevadas montañas de Noruega, modeló con virtuosismo en México y Cuba y cultivó sus habilidades en el dibujo de la mano del pintor húngaro Palco Luckacs. También fue discípula privilegiada del profesor alemán Augusto Thalheimer, quien la introdujo en el conocimiento de la dialéctica.

 

Pero pronto la política comenzó a gravitar sobre la única descendiente del fundador del Partido Comunista de Cuba, asesinado en la capital mexicana el 10 de enero de 1929.

 

“Cuando entré en la Universidad de La Habana, allá por 1943 o 1944, me identificaban totalmente con mi padre, me hacían fotos y querían convertirme en líder estudiantil por la fuerza”, recuerda Natasha. “En medio de esa atmósfera, comenzaron también las presiones de los círculos comunistas acusándome de traidora por no afiliarme al Partido Socialista Popular (PSP)”.

 

Un día llegó llorando a su casa e imploró al padre ausente en busca de una decisión de la que no tuviera que arrepentirse después. Y la halló en un estatuto de la Declaración de Deberes y Derechos del Estudiante que él había redactado y promovido en 1923: el estudiante tiene el deber -expresa el documento- de ser un investigador perenne de la verdad, sin permitir que el criterio del maestro ni del libro sea superior a su razón.

 

“Fue así que sentí el espíritu de la libertad y me libré de una vez de las presiones de los jóvenes comunistas de la universidad”, rememoró. “Ese día mi padre me liberó de la obligación de afiliarme a un partido y me facilitó que yo trabajara en función de mi conciencia… La imagen del padre ausente quedó reemplazada por la del líder siempre presente”.

 

La vida de Natasha ha sido un trayecto cuesta arriba para despojarse de los designios políticos y afirmar su propia identidad. De la educación que recibió en Alemania -entre 1935 y 1939- aprendió a buscar la autenticidad (echtig) como un rasgo esencial de la conducta. Desde esa convicción profunda fue forjando su carácter de mujer rebelde, independiente y renuente a someterse a voluntades ajenas. Por eso no tuvo reparos en romper públicamente con el régimen de Fidel Castro en febrero de 1961, inconforme con la manipulación propagandística de la figura de su padre. Desde entonces vive en Miami, donde estableció su propio negocio de jardinería y tuvo notable éxito como landscape architect durante más de 15 años.

 

A los 81 años, Natasha vive modestamente en un apartamento del suroeste de Miami, dedicada a sus dos pasiones irremplazables: sus plantas y sus gatos. Su figura es esbelta y aún permite entrever los rasgos de la singular belleza que la identificó en sus años jóvenes. Se mueve ágilmente por el pequeño jardín y todavía puede hacer una rápida cuclilla de bailarina para arrancar una mala yerba. Su conversación es fluida y lúcida, salpicada de anécdotas, referencias filosóficas y acotaciones cultas.

 

La música clásica es siempre invitada permanente en su hogar, especialmente las interpretaciones del célebre tenor italiano Tito Schipa (su devoción por Schipa la llevó a organizar un concierto del cantante en La Habana en 1947). Sobre una mesa de la sala reposa la más reciente biografía de Julio Antonio Mella, publicada en el 2004 por la investigadora alemana Chistine Hatzky. Natasha ha recibido por estos días un ejemplar de la edición cubana de ese texto -de 472 páginas- que será presentada en la XVII Feria Internacional del Libro de La Habana el próximo febrero.

 

“De todos los libros que se han escrito sobre mi padre, éste es sin dudas el más documentado y el que más satisfecha me ha dejado”, afirma mientras hojea el volumen.

 

Han transcurrido 80 años de la muerte de Mella, uno de los más estremecedores asesinatos políticos de la historia latinoamericana del siglo XX. Pero el tiempo no ha logrado apartar a Natasha de la indagación histórica sobre su padre y los esfuerzos por esclarecer hechos que -según ella- han sido manipulados o tergiversados por políticos y biógrafos inescrupulosos.

 

Retrato de familia

 

Julio Antonio Mella y Oliva Zaldívar Freyre, conocida como Olivín, se conocieron y se enamoraron al calor de las actividades del movimiento estudiantil en la Universidad de La Habana, donde ambos estudiaban Derecho. La pasión amorosa desembocó en matrimonio, a pesar de la oposición del padre de Olivín, el agrimensor e ingeniero de minas Oscar Zaldívar Peyrellade. Olivín se distanció del hogar paterno en Camagüey y se casó en La Habana el 19 de julio de 1924.

 

“Mi abuelo se opuso al matrimonio diciendo que un hombre de ideas tan avanzadas no iba a hacer feliz a mi madre, pero mi abuela [la pianista Oliva Freyre Cisneros] estuvo a favor porque pensaba que debía respetarse el sentimiento de amor entre ambos”, cuenta Natasha, quien desde su niñez comenzó a recomponer la figura del padre a partir del testimonio de familiares y amigos cercanos.

 

Convertido en figura política de dimensión nacional y expulsado de los predios universitarios, Mella fue arrestado junto a varios activistas sindicales y estudiantiles a finales de 1925. Decidió emprender una huelga de hambre de 18 días para pedir su excarcelación y la de sus compañeros de lucha, desafiando al flamante gobierno de Gerardo Machado (1925-1933). Durante el prolongado ayuno, Oliva estuvo a su lado, sobreponiéndose a las molestias del primer embarazo.

 

El triunfo de la huelga -que lo catapultó como símbolo libertario- no fue recibido del mismo modo por sus colegas del Partido Comunista, quienes lo sometieron a un proceso disciplinario y terminaron expulsándolo de sus filas dos años como castigo a la decisión de ayunar sin la debida autorización partidista.

 

Entonces escapó en secreto a México en enero de 1926. Semanas después, su padre, el sastre Nicanor Mella, acompañó a Oliva, con seis meses de embarazo, a reunirse con su esposo en tierras mexicanas. La situación económica de la pareja era tan precaria que cuando dio a luz una niña muerta tuvieron que depositar el cadáver en una caja de cartón, imposibilitados de costear un entierro decoroso.

 

Pero Oliva estaba dispuesta a respaldar los reclamos políticos de su esposo y participó junto a él en una manifestación frente a la embajada estadounidense en México, pidiendo la liberación de los anarquistas italianos Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. Oliva y Mella fueron arrestados y amenazados con deportarlos a Cuba.

 

Natasha vino al mundo el 19 de agosto de 1927 en momentos en que su padre arreciaba febrilmente el activismo político. La situación se hizo insostenible en el pequeño apartamento que la pareja compartía, pues Mella le permitía pernoctar allí a muchos de sus seguidores procedentes de otros países latinoamericanos. Por entonces la recién nacida dormía en la tapa de una maleta.

 

“Mi abuelo Nicanor se enteró del nacimiento y mandó de regalo un dinero que mi madre quiso utilizar para comprar una cuna, pero mi padre se opuso pues quería destinarlo a editar una publicación”, dice Natasha. “Mi madre montaba en cólera con este cuento, porque cada vez que me lo hacía, yo le daba la razón a mi padre con el argumento de que una recién nacida no sabe si duerme en una cuna o en una maleta, y que la revista era un proyecto más importante en ese momento… Entonces ella me decía: ‘¡Eres igualita a tu padre!’ ”.

 

En octubre de 1927 Oliva regresó con Natasha a la casa de sus padres en Cuba, buscando condiciones más favorables para la crianza de la niña. El panorama quedó despejado para que Mella se enrolara en una apasionada relación de cuatro meses con la fotógrafa italiana Tina Modotti, autora de los mejores retratos del líder comunista.

 

Natasha no tiene ninguna duda de que Modotti fue una enviada del Kremlin con el propósito de espiar a Mella por sus estrategias de lucha nada ortodoxas y sus divergencias con los dictados de la Internacional Comunista. Pero al asumir esa misión, ‘‘no calculó que iba a enamorarse de él”.

 

“Los comunistas y ciertos libros la presentan como ‘la compañera de Mella’, cuando en verdad fue sólo una aventura que concluyó dramáticamente con la muerte de mi padre”, explica. “En las confesiones de Modotti, al final de su vida, está explícito que se arrepiente de haberlo traicionado”.

 

Según Natasha, los intereses del agente machadista José Magriñat y Modotti confluyeron en un mismo punto, por lo que “hay que verlos a ambos como responsables del asesinato de Mella, es decir, tanto a Machado como al comunismo internacional”.

 

El caso de Mella fue reabierto en 1931 a petición de su viuda Oliva, con el respaldo del senador cubano exiliado Aurelio Alvarez. El proceso judicial evidenció que Magriñat había tramado el asesinado en complicidad con dos sicarios a sueldo, José Agustín López Valiñas y Arturo Sarabia.

 

“De mi padre tengo mucho orgullo pues fue un hombre idealista que alcanzó la posición más alta a la que puede llegar una persona en la historia, que es la de mártir”, reflexiona. “Aunque no tuve un apego personal hacia su persona, sí tengo una obligación moral con su legado. Debe entenderse que en esa época el comunismo acababa de surgir en el mundo tras derrotar al zarismo ruso y él lo vio como la representación de un nuevo poder. Por eso justifico a mi padre, aunque ni mi pensamiento ni mi persona tengan nada que ver con el comunismo”.

 

Delirios de poder

 

Fue un amigo y contemporáneo de Mella, Leonardo Fernández Sánchez, quien más ayudó a Natasha a conocer la personalidad de su padre: “Todas las tardes venía a mi casa en el Vedado y se le aguaban los ojos hablándome de Mella”.

 

Fernández Sánchez y Eduardo Chibás lograron convencerla para que se incorporara al Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) cuando ella apenas contaba 17 años. Natasha fue nombrada a la vicepresidencia del Consejo Director Nacional, cuyo presidente era Emilio ‘‘Millo” Ochoa.

 

“Cada vez que me mencionaban en un mítin aquello se venía abajo en aplausos. Por supuesto, los aplausos eran para Julio Antonio Mella, pues yo era entonces una chiquilla que no había hecho nada y que sencillamente no tenía interés ni disposición para la política”, reconoce.

 

Pero sus relaciones con Chibás, que se suicidó de un disparo el 16 de agosto de 1951, no estuvieron exentas de encontronazos y porfías. Lo recuerda como “un hombre egocéntrico, con un delirio de poder muy grande, interesado en su popularidad por encima de todas las cosas”.

 

“Chibás se suicidó porque se vio acosado y estrangulado por el comunismo”, asevera. ‘‘El suicidio fue una forma de liberarse”.

 

De esos días en la militancia ortodoxa provienen sus escasos contactos personales con Fidel Castro.

 

“Después de las reuniones, varios miembros del Partido [Ortodoxo] acostumbrábamos a ir a una cafetería en 23 y 12, en el Vedado. Nos sentábamos casi siempre juntos Leonardo Fernández Sánchez, Luis Orlando Rodríguez, Guillermo Rubiera y yo”, recuerda. A veces, cuando le interesaba algo que estábamos discutiendo, Fidel Castro arrimaba una silla, se sentaba a horquetillas sobre ella y decía en tono conclusivo: ‘Porrrque yo pienso…”, ‘Porrrque yo digo…’ Entre nosotros le pusimos de nombrete ‘Porque…’ que aludía en realidad a otra palabra con su debido sufijo”.

 

Para 1950 Natasha había comenzado a desmarcarse del Partido Ortodoxo. El 20 de diciembre de ese año se casó con Antonio de la Torriente, un hombre que logró conquistarla con singulares gestos de amor y solidaridad. La luna de miel fue en Los Angeles, Estados Unidos, y en México, su tierra natal.

 

“Yo adoro a los mexicanos, con quienes siempre he tenido experiencias magníficas, desde las personas más educadas a las más humildes”, confiesa. “A veces me siento más mexicoalemana que cubana y ya tengo decidido que cuando muera, me cremen y rieguen las cenizas al pie de un lonchocarpus punctatus, un árbol que es conocido como el guamá de México y que florece en octubre”.

 

Adiós a Cuba

 

Cuando triunfa la revolución de Fidel Castro en 1959, Roberto Agramonte, el primer canciller (ministro de Estado) del gobierno revolucionario, le propone irse a Francia como agregada cultural, pero ella decidió quedarse en La Habana y fue asignada al Departamento de Asuntos Asiáticos del Ministerio de Relaciones Exteriores.

 

La posterior designación de Raúl Roa en sustitución de Agramonte marcaría un punto de giro en su desempeño laboral. La primera fricción fue por las opiniones controversiales vertidas por ella en un informe sobre el presidente indonesio Sukarno, solicitado por Fidel Castro.

 

Roa le pidió cambiar el texto sobre Sukarno, pero Natasha se negó. Poco después se produjo su sonada carta de respuesta a las declaraciones del canciller cubano sobre los ideales de Mella. Ninguna publicación accedió a reproducirla en sus páginas, por lo que Natasha se arriesgó a imprimir numerosas copias con la Universidad Católica de Villanueva, gracias a la disposición de Monseñor Eduardo Boza Masvidal, rector de esa institución docente.

 

“Su pensamiento sigue teniendo vigencia hoy si se quiere interpretar debidamente”, afirmaba la misiva, con fecha del 1ro de febrero de 1961. “Si él [Mella] combatió el imperialismo y la dominación extranjera en lo que esto representaba hace 30 años, hoy hay que combatir por igual a todos los imperialismos y dominaciones extranjeras así se llame yanqui, soviético o chino”.

 

Su suerte estaba definitivamente echada. El 20 de febrero de 1961 Natasha tomó el camino del exilio y se estableció con su esposo en Miami. Poco después Oliva, que era diplomática en la legación de Dinamarca, siguió sus pasos. Oliva nunca más se casó y murió en 1982 como viuda legal de Mella.

 

Los nombres de ambas fueron borrados de los libros e ignorados por la historia oficial fabricada en torno a Mella hasta 1999, cuando se les mencionó en una biografía publicada en Cuba por los investigadores Adys Cupull y Froilán González.

 

“No me arrepiento de haberme ido de Cuba y no quisiera regresar”, dice. “Me han invitado a que vaya, pero no me voy a dejar manipular políticamente”.

 

Natasha opina que las ideas de su padre se mantienen vigentes con relación al caso cubano: “Para mi padre lo más importante era alcanzar la soberanía de Cuba y creo que ayudó a despertar la conciencia popular de la nación. El proceso de independencia política de Cuba no se habrá completado mientras la base naval de Guantánamo siga en manos de los americanos. Es como si un vecino te roba un jardín para echarle basura. Mi padre luchó por esa independencia total”.

 

¿Y cómo quisiera que la recordaran?

 

“Como una persona que no dejó mistificar su identidad”.

Véase el quehacer del  Che  Guevara  como una violenta, selectiva y fría máquina de matar.

Leonardo Padura: “Si hubiera habido un asomo de Trotsky en Cuba, hubiera sido el Che”

Horacio Bilbao

7 de mayo de 2013

 

Su novela sobre Trotsky y su asesino, causó impacto en nuestro país. Hablará este sábado en la feria.

 

La última vez que Leonardo Padura estuvo en la Argentina fue en 1994. Todavía hacía ruido la caída de la URSS, el “período especial” arreciaba en Cuba  y aquí nos hacían creer que un peso era igual a un dólar. El cubano apenas había publicado las primeras historias de su detective Mario Conde en La Habana y paseaba por esta feria como un perfecto desconocido. “Yo era otro escritor” dice ahora, en esta entrevista. Gran parte de ese salto a la fama se lo debe a El hombre que amaba a los perros. Publicó ese libro en 2009, y desde allí no para de ganar lectores y premios, en Cuba y en Francia, en México y en España. Pero aquí ha ocurrido algo curioso, la difusión de esa obra se hace de boca en boca. Así, Padura es hoy el autor más vendido de Tusquets en esta feria, superando a Milan Kundera, a Henning Mankell o el mismo Haruki Murakami. Cubano mata japonés, sueco y checo también.
 
En su libro más celebrado, Padura desanda los caminos del asesinato de Trotsky. Indaga este hecho crucial para el siglo XX a través de la víctima y su victimario, Ramón Mercader. Lo hace desde una perspectiva cubana, la suya, un autor que siempre vivió en La Habana. Pero es un libro universal. “Me llevó 5 años escribirlo, con una búsqueda documental intensa y extensa. De Trotsky había abundante información, de Mercader casi nada”, recuerda. ¿Por qué eligió contar esta historia? Padura dice que allí puede haber algo de nostalgia, pero también del resentimiento que le provocó encontrar a los culpables. “De pronto entendí algunas de las razones por las que se pervirtió la utopía. El papel del stalinismo, la herencia de su figura, fue algo terrible”, dice, y lo asume en carne propia. Está hablando de una revolución traicionada cuando cuenta la muerte de Trotsky.


Para motorizar la historia, Padura inventó al escritor Iván Cárdenas Maturell, quien en 1977 conoce a un tal López, un enigmático personaje que pasea por la playa dos hermosos galgos rusos, un hombre dispuesto a confiarle los detalles más profundos de la vida de Ramón Mercader, el verdugo de Trotsky. Trotski tiene perros, Mercader los tiene, también Iván, ¿qué son los perros, Padura? “Recursos que utilizo para ir por encima de las perspectivas históricas y encontrar elementos de permanencia”, dice. Y habla de otras dos novelas suyas, una anterior donde el personaje es el poeta José María Heredia y de Herejes, su nuevo trabajo que verá la luz en septiembre y que está enfocado en Rembrandt, el pintor. “Me identifiqué con Heredia cuando descubrí que le gustaba un plato cubano que también me gusta a mí. La sopa de quimbombó. En el caso de Rembrandt me acercó el hecho que sufriera dolores de muela, de que no tuviera casi dentadura, porque le gustaba comer caramelos en Holanda”. Perros, guisos, dolores de muela. Así se mete en los personajes Padura. Así y con mucha investigación bibliográfica.
 
Mientras investigaba para este libro, iba sumando bronca el cubano. “Encontré un documento que me conmovió. Un editorial de un periódico mexicano comunista de los años 30, stalinista claro, celebraba la muerte de Sandino. Decía que había muerto como un pequeño burgués, y solo como un perro, porque la visión de Sandino violaba los códigos que se querían imponer a través de la Tercera Internacional. Cuando ví esa mezquindad empecé a preocuparme por esas historias perversas”.
 
Esa perversión, es ceguera la refleja Mercader en la historia. Una ceguera que arrasó a figuras como Andreu Nin, el trotskista español que timoneó el POUM, a Erwin Wolf y a los mismísimos hijos de Trotski, entre tantos otros. A través de Iván, el escritor cubano que timonea la historia, Padura busca explicar a Mercader al mismo tiempo que se va acercando a la figura de Trotsky cuya magnitud lo envuelve y enamora a la vez. Liev Davídovich Bronstein, Trotsky.

 
Sostiene Padura que uno de los problemas que tiene la literatura cubana es su falta de universalidad. Esa es su gran preocupación, algo que aprendió de Alejo Carpentier, que a su vez lo había tomado de Miguel de Unamuno. Celebra que en la isla la literatura tenga hoy un espacio mayor que la prensa en Cuba. Pero sufre la falta difusión. “Cuando alguien en el año 2040 lea una de mis novelas y lea un periódico Granma va a pensar que se trata de dos países diferentes. Y creo que el país mío se parece más a la realidad que el del periódico”, advierte. Y suma que ese es un problema que el propio Gobierno cubano critica. “Conozco poco el fenómeno de los blogs, pero allí hay un embrión para hacer un periodismo diferente”, sugiere. Y dice que su independencia como escritor, quizá radique en que  nunca militó en la Juventud Comunista. “Ellos no me quisieron”, aclara y dice que pasó mucho tiempo hasta que notó la importancia de ese hecho. Hoy, Padura tiene mejores condiciones de vida que la mayoría de sus compatriotas. Y celebra algunos de los cambios que se están produciendo, aunque la cambia la cara cuando cuenta que está encerrado en trámites burocráticos para comprarse un auto: “No pueden darse una idea”.

 

¿Hay dos Paduras, un autor de policiales y otro que hace un trabajo más documental y periodístico?

 

No. Mi obra tiene una preocupación fundamental, la búsqueda de los orígenes. En los policiales hay una búsqueda, la de la verdad. Y en novelas como El hombre… también utilizo ciertas estructuras de la novela policial para hacer más marcada esa búsqueda de una verdad que puede ser filosófica, histórica o política.

 

Conde, el detective de sus policiales, e Iván, el escritor que desovilla la historia de Mercader, tienen puntos comunes entonces…

 

Conde es la expresión de mi generación, una figura metafórica, pero Iván es un personaje simbólico, al que le agrego elementos que lo superan como individuo. Tiene una vida tan llena de frustraciones y contradicciones que traspasa lo verosímil. Yo necesitaba esa vuelta de tuerca, para que ese solo personaje significara lo que pudo haber sido la frustración de un pensamiento, de una vocación de las ideas de una persona en Cuba.

 
¿Iván, o Padura, siente compasión por Mercader?

 

Se siente tentado a la compasión. Y es posible que la sienta, pero no estoy seguro. Ese fue un matiz que discutí mucho conmigo mismo y con los amigos que siempre leen mis libros. En el fondo Mercader también fue una víctima, pero fue un hombre que obedeció y en esa obediencia llegó a la perversión ética más elemental. No le sirvió de nada, porque lo destinaron al ostracismo, primero en Moscú y luego en Cuba, viviendo bajo otra identidad. Quizá eso mueva a compasión, pero no tengo la respuesta todavía.
 
Me permito una crítica, los espías rusos, la NKVD, parecen tomados de una película de Hollywood

 

Los espías son parecidos en todo el mundo. Es un trabajo sucio en el que tienes que mentir, utilizar a los demás, esa esencia es común. Pero no niego que pueda haber una influencia de John LeCarré. Sus espías, hombres infelices e incompletos, me fascinan.

 
¿Hubo un Trotsky en la revolución cubana?

 

No lo creo. La culpa del giro político de Cuba, para muchos, la tiene la política norteamericana. En aquéllos años los Estados Unidos estaban acostumbrados a gobernar América latina de una manera, y la revolución les rompió los esquemas. En esa época Che Guevara empieza a hacer desde el poder de sus cargos determinadas lecturas y declaraciones que, vistas en perspectiva, resultaban antisoviéticas. Si hubiera habido un asomo de Trotsky en Cuba, ese hubiera sido el argentino. Se cuenta que el Che tuvo una relación muy cercana con el grupo de trotskistas originales cubanos. A principio de la revolución la proyección socialista del gobierno cubano no estaba definida. Pero sí había allí un grupo de revolucionarios trotskysta con quienes el Che se relacionaba. Llegó un momento en el que el Che salió de Cuba y cuando regresó habían sacado de sus puestos a muchos de estos trotkystas. Y gracias al Che muchos recuperaron sus puestos. Es quiere decir que había un conocimiento y una simpatía hacia el pensamiento trotskysta.

 
La Habana, Cuba, es un imán para el mundo, ¿corre con ventaja escribiendo desde allí?

 

Siempre la cultura cubana ha sido más grande que la geografía de la isla. Escribir desde La Habana es tener cierta ventaja. Como Buenos Aires, tiene una tradición cultural reconocida.

 

¿Qué rescataría de su experiencia para el futuro de la vida socialista?

 

Hay una experiencia que considero fundamental, tanto que a ella le he dedicado mi última novela. Es la de poder realizar su libertad individual. El individuo que no puede ejercitar su propia libertad no puede construir una sociedad libre. Hay que resolver los problemas individuales para luego resolver los colectivos. Uno de los problemas del socialismo es que se hizo al revés. Si a una persona creyente le dices que tiene que dejar de creer ya para esa persona ese mundo no es mejor.

Véanse los vídeos

con algunos de los niños asesinados

por orden de Fidel y Raúl Castro

Véanse los vídeos

con algunas de las mujeres golpeadas

por orden de Fidel y Raúl Castro

El que apoye a un régimen que asesina niños es tan responsable como los que mataron a esos infantes. No hay ‘causas’ ni ‘ideales’ que sirvan para eximirlo de culpa.

¿Quiénes son los fascistas?

Manuel Castro Rodríguez

21 de febrero de 2014

 

Se han documentado múltiples denuncias de asesinatos y atropellos realizados por los militares venezolanos y los paramilitares armados –los llamados ‘colectivos’- que apoyan al Gobierno de Venezuela. Por ejemplo, Juan Manuel Carrasco, un ciudadano español agredido en Venezuela, denuncia: “Los militares me violaron con el cañón de un fusil”.

 

Sin embargo, en internet se puede ver una gran cantidad de artículos y comunicados calificando de ‘fascistas’ a los venezolanos que protestan en las calles. ¿Cómo se explica esto?

 

Gustavo Levon nos dice en su ‘Psicología de las masas’ que las creencias son muy difíciles de adquirir, pero una vez obtenidas es prácticamente imposible eliminarlas. ¿Eso es lo que sucede con los agentes de influenciacastristas que repiten como papagayos la propaganda proveniente de La Habana? ¿O es que son mentirosos compulsivos que necesitan ayuda especializada? ¿O existen otras razones?

 

Los agentes de influencia de los hermanos Castro en Panamá siempre están dispuestos a cumplir con las tareas encomendadas: ¡Pa’lo que sea, Fidel, pa’lo que sea! Por ejemplo, un cable del 19 de febrero de Prensa Latina, la agencia oficial de noticias de los hermanos Castro, expresa: “El candidato presidencial independiente panameño, profesor Juan Jované, comparó hoy la violencia protagonizada por grupos fascistas en Venezuela con la situación en 1973 en el sangriento golpe del exgeneral Augusto Pinochet”.

 

El profesor Jované está tan compenetrado con su papel de divulgador del discurso de La Habana, que ignoró declaraciones hechas dos días antes por Heinz Dieterich, profesor investigador de la UAM Xochimilco y creador de la ficción conocida como Socialismo del siglo XXI, que es en la que se sustenta el Gobierno de Venezuela. Dieterich señaló que las protestas en las calles de Venezuelaes un proceso predecible, por el desempeño de la economía, la inflación, desabastecimiento; se creía que Maduro iba a reaccionar proponiendo un plan comprensivo e integral y no se ha hecho, lo cual genera un panorama muy peligroso, porque la sociedad está dividida en dos partes”.

 

Hace unos ocho años conocí al profesor Jované. Me llamó la atención que fue muy amable y parecía una persona honesta, incapaz de decir una mentira, lo cual se contradecía con las apologías que hacía del castrismo en las entrevistas que le hacían. Aunque en la era de internet ya ningún extranjero puede alegar que está engañado con lo que ocurre en Cuba, le otorgué el beneficio de la duda y empecé a enviarle artículos donde autores marxistas criticaban a la tiranía cubana, así como vídeos sobre la represión castrista. Ni en una sola oportunidad el profesor Jované intentó rebatir algo de lo que se expresaba en esos artículos y vídeos.

 

Cada vez que por casualidad nos encontrábamos, el profesor Jované se mostraba muy atento y en más de una oportunidad me invitó a que fuera a su casa -algo que es muy poco común en Panamá-, pero nunca lo visité. También me llamó la atención que aunque él escribía una columna semanal en el diario Panamá América, jamás condenó ni una sola de las tropelías cometidas por el rector dela Universidad de Panamá, donde Jované es catedrático titular. Además, al haberse graduado en Chile en una buena universidad, el profesor Jované sabe que las universidades panameñas son una caricatura de lo que debe ser un centro de educación superior, pero él guarda silencio cómplice sobre ello.

 

Desde finales del año 2009, diariamente le estuve suministrando información sobre la huelga de hambre de Orlando Zapata Tamayo, incluyendo la resolución de Amnistía Internacional en la que lo declaraba prisionero de conciencia. El profesor Jované nunca me preguntó algo al respecto. Y llegó el 23 de febrero de 2010, cuandomurió el activista de los derechos humanos Orlando Zapata Tamayo, después de 85 días en huelga de hambre, reivindicando su condición de preso de conciencia reconocido por Amnistía Internacional y que se le respetase su integridad física, ya que era torturado y golpeado por sus carceleros.

 

Como escribió Haroldo Dilla Alfonso, académico marxista cubano:

 

A la muerte física de Zapata sucedió un segundo asesinato: una avalancha de difamaciones organizada por el gobierno cubano. Utilizando para ello a algunos intelectuales devaluados del patio y a la red de voceros estalinistas que medran en la izquierda mundial, han dicho que la víctima era un preso común (…)”.

 

El profesor Jované fue uno de los sujetos que participaron de la campaña difamatoria, al firmarel documento calumniador. Le ruego al lector que me disculpe por usar la palabra ‘sujetos’, pero es el término más suave que he encontrado para llamar a quienes apoyan a un régimen que asesina niños y golpea a mujeres pacíficas.

 

Le pido al lector que vea esos vídeos y me diga si el castrismo no es una versión actualizada del fascismo. Todo parece indicar que el chavismo va por el mismo camino. Entonces, ¿quiénes son los fascistas? Los que apoyan al castrismo, ¿no son fascistas rojos, para diferenciarlos de los seguidores de Mussolini que se apropiaron del término?

 

¿Cuál es el ‘delito’ de esas mujeres que son golpeadas? Disentir pacíficamente de la tiranía comunista, la cual ha destruido a la otrora ‘Perla del Caribe’. Le solicito al lector que vea los vídeos que muestran cómo era Cuba en 1958 y la destrucción causada por el castrismo.

 

Otros sujetos que participaron del asesinato de la reputación del mártir Orlando Zapata Tamayo fueron el cubano Julio Manduley –asesor de FRENADESO y bien relacionado con la cúpula castrista, por ser sobrino de la difunta Celia Sánchez Manduley, la persona que más influencia ha ejercido sobre el dictador Fidel Castro-, varios seguidores de la narcodictadura de Noriega y los periodistas Filemón Medina -secretario general del Sindicato de Periodistas de Panamá- y Euclides Fuentes Arroyo. Si desean conocer a todos los ciudadanos panameños que se prestaron a denigrar al mártir Zapata Tamayo, pueden hacerlo aquí.

 

Hace cinco días el Consejo Nacional de Periodismo “manifestó su solidaridad con los medios de comunicación independientes y periodistas venezolanos que en ejercicio de sus funciones son víctimas de persecución y acoso por parte del gobierno venezolano”.

 

Esto provocó que el principal agente de influencia castrista entre los periodistas de Panamá, Filemón Medina, atacara fuertemente al Consejo Nacional de Periodismo, repitiendo el clásico discurso de los hermanos Castro: “El Sindicato no puede avalar condenas a un gobierno enfrentado a la voracidad de una burguesía anti patria que como no tiene líderes, ahora abandera a un agente de la CIA que además salió de la cárcel donde estaba por robar los dineros públicos, gracias a una amnistía que le dio en vida el propio Hugo Chávez”.

 

¡Filemón Medina miente descaradamente! Medina tergiversa la realidad y manipula la información al mejor estilo de Goebbels o Fidel Castro. El líder opositor venezolano Leopoldo López fue alcalde del municipio metropolitano de Chacao por dos períodos (2000-2008). Durante su último año de mandato, el Gobierno de Hugo Chávez lo inhabilitó para ejercer cargos públicos. López apeló a la Comisión y a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH y Corte CIDH) y ambas concluyeron que hubo una violación de sus derechos. Hace dos años y medio, el 16 de septiembre de 2011, la Corte Interamericana de Derechos Humanos le dio la razón al líder opositor venezolano Leopoldo López en su demanda contra el Estado de Venezuela. Sin embargo, el Gobierno de Chávez mantuvo sobre López la prohibición de postularse a cargos de elección popular y truncó así su candidatura a la alcaldía metropolitana de Caracas en 2008, que más tarde ganó -en dos oportunidades- su compañero Antonio Ledezma.

 

Aquí puede leerse un cerro de mentiras dichas por Filemón Medina con respecto a Cuba.

 

La ONG Human Rights Watch emitió un comunicado donde critica los excesos de los equipos antimotines contra los manifestantes y la decisión del presidente Nicolás Maduro decensurar a medios de comunicación.

 

¿Qué están tratando de hacer los opositores venezolanos? Evitar que su patria sea otra Cuba. Ojalá que no sea tarde, porque ya Venezuela está en poder de los hermanos Castro, como se expresa en este vídeo. Puedo dar fe de que es verdad la mayoría de las cuestiones que se denuncian en ese vídeo.

 

El profesor Jované, Julio Manduley, Filemón Medina, Euclides Fuentes Arroyo y otros sujetos que bailan al compás de los Castro saben que Cuba es el único país occidental donde es ilegal ser opositor: marxistas, liberales, socialistas, trotskistas, democristianos y anarquistas sufren difamación, ostracismo, destierro, cárcel, tortura y asesinato. Por eso, el filósofo socialista argentino Oscar del Barco expresó en diciembre de 2005, hace más de ocho años: “Los llamados revolucionarios se convirtieron en asesinos seriales, desde Lenin, Trotzky, Stalin y Mao, hasta Fidel Castro y Ernesto Guevara”.

 

¿Qué credibilidad pueden tener estos agentes de influencia? Por ejemplo, hace unos meses Euclides Fuentes Arroyo publicó un artículo en el que toma como referencia a Edmundo García, uno de los principales agentes mediáticos de los hermanos Castro en Miami. Para que el lector tenga una idea de la baja catadura moral de Edmundo García -una fuente de la que se nutre Euclides Fuentes Arroyo-, le sugiero que lea la carta abierta del cantautor Pablo Milanés a Edmundo García.

 

Además, ¿al lector no le llama la atención que el Ministerio de Relaciones Exteriores de los hermanos Castro publique artículos de Euclides Fuentes Arroyo? Compruébelo aquí y aquí.

 

Repito la pregunta que hice casi al inicio: Los que apoyan a un régimen que asesina niños y golpea a mujeres pacíficas,  ¿no son fascistas?

 

Como me guío por principios, condeno la violación de los DDHH donde quiera que se realicen, sea en Cuba, Panamá, China o Venezuela. Eso es algo que nunca podrá comprender el régimen de los hermanos Castro y mucho menos sus testaferros.

Carta de una venezolana, hija de exiliados uruguayos

 

El músico uruguayo Jorge Drexler publicó en su cuenta de Tumblr una carta de su prima, que vive en Venezuela, en la que relata la situación que atraviesa el país. 

 

“Carta de mi prima venezolana (hija de exiliados políticos de la dictadura uruguaya) en la cual nos explica a la familia la grave situación en Venezuela en estos días.

 

    Solos

 

    Por estos días vi la foto de los presidentes latinoamericanos posando con Raúl Castro en Cuba. Una foto por decir lo menos curiosa, de varios hombres y mujeres que en su mayoría pasaron media vida tratando de convencer a sus conciudadanos de que eran la mejor opción de gobierno en sus países, luchando por sus ideas justas o injustas, ganando con enorme esfuerzo unas elecciones, que sonreían junto al designado heredero de la monarquía cubana. Como siempre que veo una cosa así, me acordé de Yoani Sánchez, me la imaginé en el piso de un carro recibiendo patadas en la cara, aquella vez que se la llevaron por andar escribiendo un blog, y me pregunté si la lluvia de golpes sería tal vez distinta si ella supiera que quien iba a salir mañana a defenderla y a acusar a los esbirros del régimen no era, digamos, la bestia de George Bush. Yo cuando pienso en los cubanos siempre termino diciéndome lo mismo: solos, los dejamos solos.

 

    Eso de la foto fue antes de que empezaran las protestas en Venezuela. Claro que yo no iba a a protestar, no porque no sobren razones, sino porque me parecía que se estaba llamando a tumbar el gobierno. Entonces fue cuando otra vez, otra muchacha de la universidad en el Táchira fue atacada por unos malandros en pleno día, estuvo a punto de convertirse en otra de las decenas de miles de personas asesinadas por año en Venezuela (las cifras son oficiales), y los muchachos dijeron basta. Y salieron, protestaron, se portaron mal, quemaron cauchos, trancaron calles. Agarraron a unos cuantos, y los mandaron, sin proceso alguno, directamente a la cárcel de Coro a mil kilómetros de distancia. En una de esas demostraciones del surrealismo venezolano a las que nos hemos acostumbrado últimamente, los presos hicieron una protesta violenta y dijeron que esos muchachos no podían entrar en la cárcel, aquí solo hay criminales, dijeron, los estudiantes no deben estar aquí.

 

    Así empezó todo, y aquí en Mérida esa misma tarde estaban protestando los estudiantes. Y salió Leopoldo López a llamar a una marcha. Tampoco iba a ir, no me gusta nada Leopoldo López, aunque tengamos enemigos comunes, y pienso que Henrique Capriles tenía mucha razón y mucho valor en llamar a que no se saliera a descargar la frustación sin ton ni son, arriesgando la vida de los estudiantes. Pero resultó que la noche anterior a la marcha salieron con más fuerza que nunca los llamados “colectivos”. En Mérida se llaman Tupamaros. Todos los conocemos. Tienen motos, andan de a dos. El de atrás lleva el arma. Se cubren la cara. La mayoría viven en unos edificios que antes eran residencias de estudiantes, y donde ahora la policía no entra. Tienen también un “brazo civil”, digamos, que participa en las elecciones. Esa tarde salieron, rompieron las puertas de un edificio donde viven varios amigos míos, entraron con las motos. Disparando. Así en varios edificios donde viven estudiantes que salen a protestar siempre. Se pasearon por la ciudad, y las “ballenas” anti disturbios de la policía venían detrás de ellos, apoyando. El patrón se ha repetido en todos estos días de manifestaciones en todo el país: sueltan a los colectivos adelante, con las motos, armados, y la guardia nacional viene atrás. Lo que pasa es que yo vivo aquí en Mérida y eso no lo vi en una foto de twitter: lo vi.

 

    Por eso yo fui a la marcha, vestida de blanco como todos. No porque hay una conspiración del imperio para tumbar a Maduro en la que yo participo, ni porque me convencieron con un folletito de la CIA de dejar de ser la hija de un exiliado político de la dictadura uruguaya para convertirme en una fascista de la ultraderecha, para usar el término con que me llama nuestro presidente. Salí, con miedo eso sí porque las balas no me gustan, a decirles a los criminales de las motos que la ciudad no es de ellos, es nuestra, que podemos caminar por sus calles cuando queremos, que no pueden decirnos con sus motos y sus pistolas adónde no ir. Salí porque si mi padre estuviera vivo, habría salido conmigo del brazo con los estudiantes. Y fue hermoso, y cantamos, y se nos unió toda la ciudad en la manifestación más grande que se había visto hasta entonces. Y entonces vino la noche, y de nuevo salieron las motos. Me llamó una amiga, atrincherada en su apartamento: vienen los “tupas”, y la policía los proteje, y quién nos defiende a nosotros.

 

    Los tupas. No escogieron el nombre por casualidad. Lo escogieron sabiendo que hay muchos, demasiados, tristes intelectuales de la así llamada izquierda latinoamericana, para quienes el discurso y el nombre lo es todo. Usted dice tupamaro, y ellos piensan en los torturados de la dictadura uruguaya, no en los muchachos que salieron ayer mostrando las heridas que la Guardia Nacional Bolivariana les hizo cuando los detuvo. Son el tipo de gente que si usted le dice guerrillero, ellos piensan en un joven buenmozo de barbita con una boina negra y su estrellita blanca, no en un anciano narcotraficante colombiano sin escrúpulos que es capaz de secuestrar niños para llevarlos a pelear a la selva. Son el tipo de gente que piensa que Chávez nacionalizó el petróleo venezolano y nunca se fijaron en la fecha. Son gente a la que usted les dice que los políticos venezolanos de oposición no salen en ninguna televisión venezolana desde hace meses porque está prohibido, y dicen: ah, pero. Y uno sabe que si mañana en su país prohibieran aparecer a los políticos de oposición, se indignarían. Que no estarían contentos si supieran que la tercera parte de los ministros de su país son militares, que oficialmente no hay separación de poderes, que el jefe del ejército juró que la oposición jamás ganaría una elección en este país, que la presidenta del Consejo Nacional Electoral celebra todos los años el aniversario del golpe de estado que quiso dar Chávez, y me paro porque la lista es larga.

 

    En este momento en las calles de Venezuela está ocurriendo una tragedia. No es que hay disturbios y la policía antimotines dispara bombas lacrimógenas y muere alguno, no es eso, que lamentablemente pasa en todo el mundo a cada rato. Es que hay grupos armados financiados por el estado, disparando y matando. Y hay una censura informativa total. Debería bastar que se supiera eso, debería bastar saber que en Táchira cortaron internet y sobrevuelan las ciudades aviones de guerra, que cerraron las emisoras de cable que daban noticias, debería bastar saber que están atacando a los periodistas, que hay estudiantes muertos, para que el intelectual de izquierda levante por fin los ojos de su enésima edición de “Las venas abiertas de América Latina” y mire alrededor, descubra que el siglo es el 21, que el muro de Berlín cayó, que los muchachos de la Sierra Maestra envejecieron y ahora no dejan a sus nietos gobernar, ni escribir un periódico nuevo, ni salir de su país, ni fundar un partido político, ni gritar abajo el gobierno. Que si en Venezuela no hay ni pan ni medicinas ni leche no es porque Obama está conspirando día y noche contra nosotros. Que somos perfectamente capaces de hundir económicamente un país sin ayuda de ninguna transnacional imperialista. La gente aquí piensa que los gobiernos latinoamericanos no dicen nada ante las atrocidades de este momento en Venezuela porque tienen intereses económicos. Yo pienso que no, yo pienso que es por la misma razón por la que se sacaron la foto aquella: porque viven en el siglo pasado.

 

    Sí, Maduro dice que yo soy una fascista violenta de la ultraderecha que esta en una conspiración internacional para tumbar su gobierno. Que lo diga. Yo mañana vuelvo a salir con los muchachos, a exigir al gobierno que desarme a los colectivos, a decir que las calles son nuestras, a recordar a la estudiante que murió con una bala en la nuca, a darle fuerza a la otra que perdió un ojo. Y saldré con el mismísimo exacto orgullo, inocencia y alegría con que salen todos los estudiantes de América Latina a gritar viva la U, viva la Universidad, muera la bo, muera la bota militar. Y no, no les voy a explicar a los izquierdistas nostálgicos lo que pasa, ni les voy a mostrar los videos y a jurarles que es verdad, ni me voy a sentar a discutir con ellos cosas tan elementales como el derecho a la libertad de expresión, porque estoy, estamos, hartos. Está a la vista, mírenlo, mírennos. Estoy segura de que habrá (que hay) muchos que entiendan, y que esos no nos dejarán solos.

Fascismo rojo

Alejandro Armengol

18 de abril de 2013

 

El poschavismo degenera con rapidez y violencia hacia un fascismo rojo. Los que en este momento mandan en Venezuela han decidido acompañar a la estampita, la imagen del fallecido gobernante y esa invocación constante, entre plañidera y soberbia, con la fuerza del matón.

 

Acallar mediante el atropello. Amenazar con encerrar a los que expresan pacíficamente su desacuerdo con un “heredero” que ha llegado despojándose de cualquier disfraz democrático y con la intención de implantar una dictadura total en el menor tiempo posible.

 

El gobierno de Nicolás Maduro no se inicia donde lo dejó Chávez, sino donde lo comenzó Fidel Castro en Cuba: con la amenaza de meter en la cárcel a quien se le opusiera —que la cumplió de inmediato— y una campaña de desinformación destinada a desprestigiar a todo aquel que consideraba un enemigo.

 

Maduro y Diosdado Cabello no han perdido un minuto en dejar en claro que con ellos no hay diálogo y negociación posible: acatar o sufrir las consecuencias. Por supuesto que han recurrido a ese viejo expediente de hablar del peligro de golpe e Estado, incitación al caos y los desórdenes por parte del bando contrario, así como tampoco se han demorado un segundo en lanzar acusaciones de que han sido los opositores pacíficos los responsables de las muertes ocurridas.

 

¿Cuántas veces ocurrieron “sabotajes” en momentos muy precisos en Cuba, la quema de un círculo infantil durante los días del éxodo del Mariel, varias bombas que dieron pie a decretos gubernamentales o a la creación de los órganos de vigilancia en cada cuadra, sin que nunca se supiera quién en realidad había estado tras esas acciones?

 

En ese libreto, que en la actualidad es dictado por La Habana —incluso con más fuerza que durante la época de Chávez— no es de extrañar que ocurran situaciones que de inmediato se utilicen para justificar la represión.

 

En todo ello, no hay originalidad. No lo inventaron los Castro. Existe desde mucho antes, pero nunca se aplicó con tanta eficiencia como durante el fascismo, el gobierno nazi y el comunismo.

 

La acusación por parte de los herederos del régimen de Caracas —próximo a inaugurar oficialmente un nuevo período, pero que ya ha mostrado su cara en la calle— de que son fascistas quienes se limitan a pedir un recuento de la votación, es falsa y torpe.

 

Precisamente lo que está ocurriendo en toda Venezuela es que el régimen —que se continúa y al mismo tiempo se inicia— ya ha dejado bien en claro su disposición de despojarse con rapidez de los aspectos populistas necesarios para ganar en las urnas, y concentrarse en crear e imponer una maquinaria represiva que consolide y perpetúe su presencia.

 

Para Maduro, no habrá elecciones en el futuro, apenas farsas electorales similares a las que por décadas se han celebrado en Cuba.

 

El desastre político que vive Venezuela es un retroceso histórico y social. Si Henrique Capriles prometía dar un paso más allá —y que el superar la etapa neoliberal no fuera una vuelta reaccionaria a la izquierda radical, sino el establecimiento de un gobierno progresista que  uniera la justicia social a un clima de inversiones y desarrollo—, Maduro ha comenzado a retrotraer al país a algo nunca vivido en Venezuela: una dictadura como la cubana.

 

No lo está haciendo ni siquiera guiado por un objetivo ideológico malsano, sino por ambición personal. Pero los fines personales no alteran para nada lo peligrosa que se está tornando la situación en Venezuela.

 

Bastan algunas referencias a lo que significó Mussolini  para Italia y para el mundo, y mencionar como luego el régimen de La Habana ha repetido estas mismas características, para  comprobar la forma en que estas ahora comienzan a perfilarse en Venezuela.

 

Fascismo y Ur-Fascismo

 

El Partido Fascista de Mussolini nació bajo la bandera de que era la fuerza destinada a establecer un nuevo orden social, pero fue financiado por los terratenientes y las capas más conservadoras de la sociedad italiana. En su comienzo, el fascismo fue un movimiento urbano de tendencia republicana, que contaba con un amplio apoyo entre la clase media y que se extendió a las áreas campesinas. El primer gobierno de Mussolini incluyó tanto a ministros liberales como populistas, hasta tener la fuerza suficiente para establecer un régimen totalitario, que subsistió durante 20 años proclamando su lealtad al rey Víctor Manuel III y a la familia real. Sin embargo, cuando el Rey destituyó y encerró a Mussolini, éste reapareció con el apoyo nazi proclamando una nueva república.

 

Mussolini fue en un comienzo un militante ateo que incluso retó a Dios a que lo destruyera como prueba de su existencia, pero no sólo pactó con la Iglesia Católica y reconoció la soberanía del estado vaticano, sino que gobernó con el beneplácito del papa Pío XI, los obispos y la curia romana. A diferencia del nazismo y el comunismo soviético, que no permitieron la menor muestra de disidencia en los terrenos del arte y la cultura, bajo el fascismo italiano fueron toleradas manifestaciones artísticas y literarias que se apartaban del oficial estilo grandilocuente. ¿Quiere esto decir que existió en Italia una mayor tolerancia que en Rusia o en Alemania? Nada de eso, el líder comunista Antonio Gramsci murió en la cárcel, el diputado opositor Giacomo Matteotti fue asesinado por una grupo de rufianes fascistas y el propio Mussolini se responsabilizó del hecho. A su regreso, durante el gobierno establecido en Saló bajo el respaldo alemán, el Duce prometió fusilar a los miembros del Gran Consejo que habían votado en su contra, entre ellos su yerno, el conde Galeazzo Ciano, al que ejecutó por la espalda. Cuando algo realmente amenazaba su poder, el dictador italiano sabía que la mejor manera de resolverlo era por la vía rápida: eliminando al contrario.

 

Desde hace años los cubanos saben cuantas similitudes existen entre el fascismo y el régimen de La Habana. No son simples coincidencias. El gobierno de Fidel Castro siempre ha sido profundamente fascista, sólo que llegó al poder con atraso, en un momento en que tal denominación ya estaba cubierta de ignominia. Umberto Eco enuncia 14 características típicas de la ideología fascista en su artículo Ur-Fascismo . El régimen cubano las cumple a plenitud. Eco dice que es suficiente que una de ellas esté presente para permitir que el fascismo se aglutine a su alrededor. Según el ensayista y novelista italiano, en un sistema fascista no hay lucha por la vida, sino que la vida se vive para la lucha. En tal perspectiva, todo el mundo es educado para convertirse en un héroe. En toda mitología, un héroe es un ser excepcional, pero bajo la ideología del fascismo total, el heroísmo es la norma. Este culto al heroísmo está directamente vinculado al culto de la muerte.

 

Decirle fascistas a los opositores pacíficos venezolanos es un insulto soez. Señalar las similitudes entre el fascismo, el castrismo y ese poschavismo donde la fanfarria, el sainete y el velorio ceden cada vez más el lugar a la fuerza bruta es únicamente advertir de un peligro.

Fascismo en Cuba

Roberto González Echevarría

19 de junio de 2003

 

En una reunión extraordinaria de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, con Fidel Castro en calidad de “invitado especial”, se conminó a los presentes a firmar una declaración en contra del fascismo norteamericano y la guerra de Irak. No creo que se haya mencionado ni menos discutido la ola de represión desatada en Cuba por el régimen contra periodistas, poetas, intelectuales y otros por el delito de expresar su pensamiento, tema mucho más urgente y pertinente para semejante acto. Pero, por supuesto, el propósito de la reunión y el llamado a condenar las acciones de Estados Unidos en el otro lado del mundo era precisamente desviar la atención de los sucesos que están ocurriendo en Cuba misma, y la presencia del comandante en jefe parte de la campaña de terror a que están siendo sometidos los intelectuales cubanos.

 

Lo más llamativo de esa campaña es, precisamente, su desfachatez, el escaso esfuerzo por encubrir sus verdaderos motivos, la falta de pudor de sus desafueros: juicios sumarios, sentencias exageradas, penas de muerte ejecutadas a horas de los fallos, el aparatoso despliegue de fuerzas policiales, inclusive con perros, que ocupan manzanas enteras para arrestar a un pacífico poeta desarmado, o la comparecencia del máximo líder a una reunión de intelectuales para amedrentarlos en persona. A este impudor se suman la obvia triquiñuela de hacer coincidir los actos represivos con la guerra de Irak para esquivar primeras planas, y el patente deseo de obstaculizar, una vez más, que los Estados Unidos levante el embargo.

 

Pero lo que rebasa todos los límites del descaro es la acusación de fascismo contra los americanos, porque, con sus recientes acciones, el régimen de Cuba no ha hecho más que ratificar su carácter fascista, tanto en su conducta como en su misma esencia. A riesgo de dejarme llevar por mi deformación profesional y pecar de excesivamente pedagógico, me atrevo a recordar que el fascismo se basa en la emoción, no en el pensamiento; es más, el fascismo es enemigo del intelecto. Por eso persigue a los intelectuales o los convierte en agentes serviles de propaganda. Un régimen fascista clásico (la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini, la España de Franco) está estructurado alrededor de un líder militar que encarna la patria; por lo tanto es la lealtad, no la adhesión meditada, lo que exige, y ésta debe manifestarse en actos multitudinarios con la mayor cantidad posible de símbolos y emblemas.

 

Junto a este tipo de lealtad y estrechamente vinculada a ella, la otra emoción predominante en el fascismo es el resentimiento, generalmente contra un poder extranjero (los ingleses para Hitler), pero también doméstico (los judíos). La lealtad se fragua en el rechazo de estos enemigos que, al tildarse de ajenos y traidores, sirven para trazar el perímetro que circunscribe la esencia de la nación que el líder representa. Los Estados Unidos, ni que decirlo, desempeñan ese papel de enemigo necesario para el régimen cubano. Aliado a ese resentimiento va el culto fascista a la violencia y a la muerte misma.

 

El slogan más diseminado por el régimen de Fidel Castro, “patria o muerte”, es de estirpe netamente fascista. Derivado del culto de la violencia, el miedo es la otra emoción que el fascismo promueve. Es una emoción de doble filo porque tal vez sea el origen mismo del fascismo, sobre la cual se erige todo su andamiaje bélico, represivo y propagandístico. Porque si por un lado se trata de amedrentar a los enemigos del estado, por otro es el miedo a desaparecer (en el sentido más concreto de la palabra) lo que impulsa ese deseo de aniquilación del otro. El miedo se basa en el ejercicio del poder en estado puro, desprovisto de ideas, como el que se manifiesta actualmente en Cuba. Pero el terror que produce en los que lo perpetran es que el ejercicio irracional del poder por el poder mismo tiende a la autoaniquilación (manifestación política del instinto de muerte que estudiara Freud), a la rebatiña por el mando que conduce a baños de sangre, de lo que no están exentos los suicidios (otra vez, como en el caso de Hitler). Las tragedias de Shakespeare ya lo anunciaban.

 

El indicio más claro de la naturaleza fascista del régimen de La Habana son las tres penas de muerte decretadas y cumplidas de los presuntos secuestradores de la lancha en que trataban de escapar de la isla. Castigo contra enemigos internos, contra el poder extranjero que, siendo traidores, iban a darles refugio y dejarlos impunes, escarmiento al resto de la población, los fusilamientos fueron también alusión al origen violento del régimen, y a los infames paredones sobre los que erigió su poder.

 

Culto desenfrenado a la muerte y a la violencia, esas penas de muerte fueron avaladas por un poeta e intelectual, Roberto Fernández Retamar, miembro del Consejo de Estado, organismo que, según la legislación vigente en Cuba, debe ratificar toda pena de muerte --un solo voto en contra impide la ejecución. Hacer cómplice a Fernández Retamar de estas acciones --no sabremos si por miedo o por convicción propia hasta que éste se declare-- sirve el doble propósito de legitimarlas y simultáneamente aniquilar toda posible oposición intelectual. Cómplice o no, Fernández Retamar es otra víctima del fascismo cubano, porque como poeta e intelectual ha sido aniquilado.

 

Raúl Rivero y Fernández Retamar son los poetas protagonistas del drama actual en Cuba, pero ambos han sido silenciados, el primero por estar en la cárcel, el segundo refugiado en el antro del poder, y éste no habla, sino emite consignas, que es la poesía del fascismo. Ante la reunión de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba debió presentarse Fernández Retamar a justificar su voto. Todavía puede que tenga que hacerlo en un futuro no muy lejano.

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.