LA  REVOLUCIÓN  TRAICIONADA

POR  FIDEL  CASTRO

 

Cuba pasó de la dictadura de Fulgencio Batista

al totalitarismo de Fidel Castro

 

Esta es la página web del profesor Manuel Castro Rodríguez, quien la ha diseñado y es su editor.

 

Las imágenes y artículos que muestran el nombre de su autor han sido tomados de otros sitios de internet. El resto es creación del profesor Manuel Castro Rodríguez, por lo que tiene todos los derechos reservados, estando prohibida su reproducción si no posee su autorización escrita.

 

Correo de contacto (profesorcastrocuba@aol.com)

 

Samuel Farber:

(académico marxista cubano, que durante más de medio siglo ha sido una figura destacada del socialismo internacional)

De hecho, durante 1959 hubo una lucha ideológica dentro del Gobierno revolucionario entre los liberales como Roberto Agramonte y Elena Mederos, los antiimperialistas radicales como David Salvador, Faustino Pérez y Marcelo Fernández, y el ala procomunista encabezada por Ernesto ‘Che’ Guevara y Raúl Castro, aliados en aquel momento con el PSP (Partido Socialista Popular) de los viejos estalinistas cubanos”.

Fidel Castro siempre negó que fuese comunista. Véase aquí:

Martha Frayde Barraqué:

(médica cubana que luchó contra la tiranía de Batista)

Fidel Castro nos engaño a todos, empezando por mí. Los visionarios del primer momento fueron la minoría”.

Canek Sánchez Guevara:

(primer nieto de Ernesto ‘Che’ Guevara)

La primera traición es que no se quería hacer tanto una revolución como recuperar la Constitución de 1940 y llegar a unas elecciones. Luego el proceso revolucionario se radicalizó, pero la propiedad privada pasó toda al Estado, que se convirtió en el nuevo patrón: los ciudadanos trabajan para el Estado, cobran del Estado y acaban gastando en el Estado; es el sueño de todo oligarca”.

Juanita Castro:

(hermana de Fidel y Raúl Castro)

La gran tragedia de Cuba empezó con Batista y siguió con Fidel”.

 


Pedro Luis Díaz Lanz,

el primer comandante disidente

de la Revolución cubana

A los pocos meses de haberse producido el triunfo revolucionario del 1 de enero de 1959, el comandante Pedro Luis Díaz Lanz –jefe de la Fuerza Aérea  Revolucionaria- abandonó Cuba en un barco de vela llegando a Estados Unidos el 4 de julio.

 

Tres meses después, el 21 de octubre de 1959, el comandante Pedro Luis Díaz Lanz, sobrevoló La Habana, arrojando un millón y medio de copias de la Carta Abierta al Pueblo de Cuba -que a continuación reproducimos-, donde denunciaba la infiltración comunista y la incipiente dictadura de Fidel Castro.

 

Carta Abierta al Pueblo de Cuba

 

Cada día que pasa aparece una nueva mentira para calumniar y vejar a quien por amor a la Patria y a la libertad, más que a su propia vida, una vez mas renunció a todo. No creo que el pueblo de Cuba pueda jamás olvidar quiénes fueron Martí, Maceo, Máximo Gómez y todos aquellos gloriosos mambises, especialmente José Martí, ese cubano grande y generoso que predicó siempre amor y benevolencia para con el prójimo, quien ni para sus propios enemigos albergaba en su corazón odios ni rencores, luchando contra éstos en forma que lo enaltecía, con la frente enhiesta, con la verdad en los labios que brotaba de su corazón.

 

Pueblo de Cuba, este humilde cubano que jamás ha hecho otra cosa que defenderte, que luchar sin descanso, velando celosamente por tu libertad, solo quiere hacer llegar a tí unas cuantas verdades que pueden ser puestas en la balanza de tu propio juicio y frente a las mentiras y calumnias de quien tanto esperas y tanto esperaba yo.

 

Debo puntualizarte primero que jamás he atacado a nadie en particular sino que he señalado y repudiado la infiltración y presencia de comunistas en el gobierno. Solo por este hecho se me ha llamado traidor, desertor, cobarde, nepotista y se ha llegado al increíble cinismo de hacerme responsable de los últimos y lamentables accidentes de aviación acontecidos en Cuba. Se me ha tildado de incapacitado, sin embargo, el propio Fidel, el día que me acusó públicamente, reconoció que el 70% de las armas que se llevaron a ambos frentes las llevé yo… y hay ciertas personas que se atreven a publicar que yo renuncié a la jefatura de la FAR porque quería más dinero y porque no tenía méritos revolucionarios. ¿Entonces a quien debemos creer, a Fidel o a esa persona que lo desmiente?

 

Este humilde servidor del pueblo de Cuba, comenzó a trabajar dando pico y pala a la edad de 14 años mientras se costeaba sus estudios de mecánica de aviación; a los 18 años ya era mecánico y piloto y a los 20 años era piloto de una línea aérea. ¡Raúl Castro me ha llamado “pepillito” y yo me pregunto cuándo ese señor se ha ganado el pan con el sudor de su frente! ¿Cuándo ha tenido “callos” en las manos de trabajar? En todo caso él era el “pepillito” que jamás ha mojado la tierra con su sudor.

 

Debo aclararte, pueblo de Cuba, que esas armas que llevé al Segundo Frente Frank País y a la Sierra Maestra, no lo hice por Raúl ni por Fidel. ¡Definitivamente NO! Lo hice por Cuba, lo hice por devolver a mi Patria las libertades perdidas, NO PARA PERPETUAR EL CAUDILLISMO. ¡NO MAS JEFES INDIOS! ¡Hace falta conciencia ciudadana! ¡CADA HOMBRE UN VOTO! Con una Constitución que garantice y restablezca las libertades y los derechos humanos.

 

Pueblo de Cuba, yo no puedo ni podré jamás traicionarte. Yo me honro en ser descendiente directo de un hombre que todo lo dio por tí durante toda su vida, hasta el último segundo: JOSÉ MARTÍ. El tiempo te demostrará que yo soy un cubano bien nacido, que mi madre es una SANTA y mi padre, a quien también han calumniado llamándolo machadista, siendo él uno de los primeros oficiales de honor que se rebelaron contra el dictador Machado y quien en el año 1930 fuera condenado a dos años de prisión que cumplió, quien luchó siempre sin claudicar contra Batista, quien fue honrado y lo demuestra el hecho de que nada tiene hoy en día, excepto una conciencia muy limpia ante los ojos de Dios y una moral muy alta que los batistianos de antes y los seudorrevolucionarios de última hora pretenden mancillar con viles calumnias, es un hombre digno y decente.

 

Muchos se habrán preguntado qué me llevó a tomar la determinación de renunciar a mi cargo. Pues bien Uds. conocen y escuchan sobre las ideas y pensamientos izquierdistas de Fidel, Raúl, Guevara, etc., a través de la Radio y la Televisión. Uds. no han podido, como pude yo, escuchar de los propios labios de Fidel sus intenciones de introducir un sistema como el que existe en Rusia. En mi presencia en un vuelo de regreso de la Sierra Maestra escuché como Fidel conversaba con Núñez Jiménez, Alfredo Guevara y la Srta. Celia Sánchez, diciéndoles que el mantendría engañado al pueblo de Cuba y lo mantendría a su favor mientras ganaba tiempo con el objeto de organizarse militarmente para que cuando el pueblo comprendiera el engaño, poder dominarlo por la fuerza y que entonces mataría, si fuere necesario, no a un grupito sino a mas de cuarenta mil personas para lograr sus propósitos. —Yo juro ante Dios que esto es cierto y el tiempo se encargará de demostrarlo. Fidel se ha convertido en el nuevo dictador de Cuba. Un dictador que hace creer al pueblo que es éste el que manda. Sin embargo, que alguien se atreva a discrepar con su modo de pensar y entonces será tildado de contrarrevolucionario y hasta de batistiano y trujillista.

 

Pueblo de Cuba, ¿quieres comprobar si eres tú quien manda realmente en Cuba? Pídele a Fidel que elimine a todos los comunistas que ocupan cargos importantes en el Gobierno y en las Fuerzas Armadas y que convoque a elecciones. ¿Por que no hacerlo si él puede ganar a través del VOTO casi todas las posiciones en el Gobierno? ¿Sabes por qué Fidel no te aconseja esto? Sencillamente porque él quiere introducir en Cuba un nuevo sistema politico-social que se llama COMUNISMO. ¿Sabes por qué Fidel está destruyendo la Economía Nacional sin importarle un bledo el hambre y la miseria que el pueblo de Cuba pueda pasar? Porque pretende que todo pertenezca al Estado. En otras palabras, quiere implantar el sistema COMUNISTA en Cuba.

 

¡FIDEL MIENTE! sí, miente vilmente y a mí me consta. Muchas veces lo oí en privado decir todo lo contrario de lo que decía al pueblo. Ejemplo: “ARMAS PARA QUÉ”. A espaldas del pueblo mientras pregonaba: “ARMAS PARA QUÉ” compraba en Bélgica más de 50.000 fusiles, 22.000 Garands que llegaron de Italia, barcos de guerra en Alemania y aviones Hawker Hunters que está comprando en Inglaterra, todo lo cual importa más de TREINTA MILLONES DE DOLARES. Hay en Cuba actualmente más de 100.000 fusiles-ametralladoras, los tanques, barcos y cañones que tenía Batista y todavía se está comprando más. ¿”ARMAS PARA QUÉ”, Fidel? Esos TREINTA MILLONES DE DOLARES que son DIVISAS también, extraídos del Tesoro de un país lleno de niños hambrientos, bien pudieron invertirse en mejorar la Economía Nacional, abrir nuevas industrias, colegios, etc.

 

Quizás diga para justificarse que esas armas son para defender la Revolución “verde olivo” y negará que con solo un puñado de armas y hombres nosotros conquistamos la victoria. ¿No le bastaban a Fidel las armas que tenía Batista para mantener su dictadura? Miente Fidel al decir que no hay comunistas en el Gobierno. Esto no lo puede admitir aún pues las milicias juveniles no han sido debidamente adoctrinadas y entrenadas… Fidel no ataca de frente. Ataca como solo los comunistas saben hacerlo. Como “buen camarada” utiliza el conocido sistema de destruir mediante difamaciones la reputación de quienes se le oponen, aunque para ello tenga que descender a utilizar la vil mentira y la calumnia, pues según los comunistas: El fin justifica los medios.

 

Para concluir, solo quiero decirle al pueblo de Cuba que le pida a Dios que Fidel rectifique y que reconozca a tiempo todo el daño que le está haciendo a Cuba. Que dé un paso definitivo hacia adelante, subsanando sus errores y cambiando su política. A ti Fidel, sólo te digo que recapacites. TIENES AÚN LA OPORTUNIDAD de hacerlo y de ser lo que en realidad nuestro pueblo cree ahora que eres. Pon en práctica nuestra Constitución democrática, no te ciegues ni te endioses. No dejes que la adulonería y el servilismo de quienes te rodean te impida ver la verdad. Renuncia a ser un dictador más en Cuba y una nueva decepción en las páginas de nuestra historia. No crees más odios entre los cubanos, respeta la sangre de nuestros mambises y la de nuestros compañeros que te dieron el poder y que no la derramaron para que ahora introduzcas el COMUNISMO en Cuba, conjuntamente con Raúl, el Che, Núñez Jiménez, etc.

 

Con toda la gravedad y responsabilidad del caso te digo que si no te retractas y eliminas el comunismo, comenzaré a combatirte como combatí a Batista, Pedraza, Masferrer y demás camarillas de enemigos de Cuba, porque tú, Fidel Castro Ruz, al igual que ellos, te has virado contra los altos destinos de nuestra Patria y has demostrado, con tu actuación indigna e hipócrita, ser el verdadero TRAIDOR A LA LEGÍTIMA REVOLUCIÓN.

 

21 de octubre de 1959

 

Fdo. Comandante Pedro Luis Díaz Lanz, Ex-Jefe de la FAR

 


Díaz Lanz: la advertencia

Arnaldo M. Fernández

8 de julio de 2010

 

El jefe de la Fuerza Aérea de Castro, Pedro Luis Díaz Lanz, abordó con su esposa una embarcación de vela (junio 29, 1959) y arribó a Miami (julio 4) para dar la alarma que ya había sonado en su carta de renuncia al presidente Manuel Urrutia: «la actitud que permite a los comunistas ocupar posiciones prominentes dentro del Ejército Rebelde y dentro de las dependencias del Gobierno». Díaz Lanz subrayó que una escuela de adoctrinamiento funcionaba en la finca El Cortijo (Autopista del Mediodía y Carretera Central) y precisó: «Todos sabemos bien, señor presidente, quiénes son, dónde están y qué fin persiguen» (Diario de la Marina, julio 2 de 1959).

 

Urrutia tachó enseguida a Díaz Lanz de desertor que buscaba perjudicar al Gobierno Revolucionario con el fantasma de la penetración comunista. Luego de que el director de Inmigración de los EE. UU., Edward Ahrens, anunciara que se había admitido legalmente a Díaz Lanz, Urrutia criticó a la Casa Blanca y formuló queja diplomática (New York Times, julio 14 de 1959), pero antes Díaz Lanz compareció con su esposa ante el subcomité de seguridad interna del Senado para reiterar su advertencia.

 

Entretanto Castro preparó y ejecutó de madrugada (julio 17, 1959) su golpe de Estado contra Urrutia, que dio bajo la cobertura mediática de su propia renuncia. Díaz Lanz acotó de inmediato que la renuncia de Castro era otra triquiñuela (The Time of Havana, julio 18 de 1959). Para octubre 21 sobrevolaba La Habana. La versión oficial de Castro reza: «Un avión procedente de Estados Unidos, tripulado por el traidor Pedro Luis Díaz Lanz, bombardea La Habana, con un saldo de 2 muertos y 42 heridos. Simultáneamente, desde una avioneta se arroja propaganda contrarrevolucionaria».

 

La Cronología de la lucha contra el totalitarismo (2007) recoge la versión de Díaz Lanz: haber lanzado millón y medio de volantes desde su avioneta, y atribuye las víctimas al fuego antiaéreo. Díaz Lanz abundaría en «Por qué fui el primero en romper con Fidel Castro» (Bohemia Libre, febrero 19 de 1961) y tomaría parte en numerosos planes y acciones contra el castrismo. Pobre y decepcionado acabó suicidándose (Miami, junio 26 de 2008) de un balazo en el pecho.

 

 

Huber Matos explica la traición de Fidel Castro

 

 

Manifiesto de la Sierra Maestra

Al pueblo de Cuba

Raúl Chibás, Felipe Pazos y Fidel Castro

Bohemia, 28 de julio de 1957

 

Julio 12 de 1957

 

Desde la Sierra Maestra, donde nos ha reunido el sentido del deber, hacemos este llamamiento a nuestros compatriotas.

 

Ha llegado la hora en que la nación se puede salvar de la tiranía por la inteligencia, el valor y el civismo de sus hijos, por el esfuerzo de todos los que han llegado a sentir en lo hondo el destino de esta tierra donde tenemos derecho a vivir en paz y en libertad.

 

¿Es incapaz la nación cubana para cumplir su alto destino o recae la culpa de su impotencia en la falta de visión de sus conductores públicos? ¿Es que no se le puede ofrendar a la Patria en su hora más difícil el sacrificio de todas las aspiraciones personales, por justas que parezcan, de todas las pasiones subalternas, las rivalidades personales o de grupo, en fin, de cuanto sentimiento mezquino o pequeño han impedido poner en pie, como un solo hombre este formidable pueblo, despierto y heroico que es el cubano? ¿O es que el deseo vanidoso de un aspirante público vale más que toda la sangre que ha costado esta República?

 

Nuestra mayor debilidad ha sido la división, y la tiranía, consciente de ello, la ha promovido por todos los medios, en todos los aspectos. Ofreciendo soluciones a medias, tentando ambiciones unas veces, otra la buena fe o ingenuidad de sus adversarios, dividió los partidos en fracciones antagónicas, dividió la oposición política en líneas disímiles y, cuando más fuerte y amenazadora era la corriente revolucionaria, intentó enfrentar los políticos a los revolucionarios, con el único propósito de batir primero la revolución y burlar a los partidos después.

 

Para nadie era un secreto que si la dictadura lograba derrotar el baluarte rebelde de la Sierra Maestra y aplastar el movimiento clandestino, libre ya del peligro revolucionario, no quedaban las más remotas posibilidades de unos comicios honrados en medio de la amargura y el escepticismo general.

 

Sus intenciones quedaban evidenciadas, tal vez demasiado pronto, a través de la segunda minoría senatorial, aprobada con escarnio de la Constitución y burla de los compromisos contraidos con los propios delegados oposicionistas, tentaba de nuevo la división y preparaba el camino de la brava electoral.

 

Que la Comisión Interparlamentaria fracasó lo reconoce el propio partido que la propuso en el seno del Congreso; lo afirman categóricamente las siete organizaciones oposicionistas que participaron en ella y hoy denuncian que ha sido una burla sangrienta; lo afirman todas las instituciones cívicas; y sobre todo, lo afirman los hechos. Y estaba llamada a fracasar porque se quiso ignorar el empuje de dos fuerzas que han hecho su aparición en la vida pública cubana: la nueva generación revolucionaria y las instituciones cívicas, mucho más poderosas que cualquier capillita. Así, la maniobra interparlamentaria sólo podía prosperar a base del exterminio de los rebeldes. A los combatientes de la Sierra no se les ofrecía otra cosa en esa mezquina solución, que la cárcel, el exilio o la muerte. Jamás debió aceptarse a discutir en esas condiciones.

 

Unir es lo único patriótico en esta hora. Unir en lo que tienen de común todos los sectores políticos, revolucionarios y sociales que combaten la dictadura. ¿Y qué tienen de común todos los partidos políticos de oposición, los sectores revolucionarios y las instituciones cívicas? El deseo de poner fin al régimen de fuerza, las violaciones a los derechos individuales, los crímenes infames y buscar la paz que todos anhelamos por el único camino posible que es el encauzamiento democrático y constitucional del país.

 

¿Es que los rebeldes de la Sierra Maestra no queremos elecciones libres, un régimen democrático, un gobierno constitucional?

 

Porque nos privaron de esos derechos hemos luchado desde el 10 de marzo. Por desearlos más que nadie estamos aquí. Para demostrarlo, ahí están nuestros combatientes muertos en la Sierra y nuestros compañeros asesinados en las calles o recluídos en las mazmorras de las prisiones; luchando por el hermoso ideal de una Cuba libre, democrática y justa. Lo que no hacemos es comulgar con la mentira, la farsa y la componenda.

 

Queremos elecciones, pero con una condición: elecciones verdaderamente libres, democráticas, imparciales.

 

¿Pero es que puede haber elecciones libres, democráticas, imparciales con todo el aparato represivo del estado gravitando como una espada sobre las cabezas de los oposicionistas? ¿Es que el actual equipo gobernante después de tantas burlas al pueblo puede brindar confianza a nadie en unas elecciones libres, democráticas, imparciales?

 

¿No es un contrasentido, un engaño al pueblo que ve lo que está ocurriendo aquí todos los días, afirmar que puede haber elecciones libres, democráticas, imparciales bajo la tiranía, la antidemocracia y la parcialidad?

 

¿De qué vale el voto directo y libre, el conteo inmediato y demás ficticias concesiones si el día de las elecciones no dejan votar a nadie y rellenan las urnas a punta de bayoneta? ¿Acaso sirvió la comisión de sufragios y libertades públicas para impedir las clausuras radiales y las muertes misteriosas que continuaron sucediéndose?

 

¿De qué han servido hasta hoy los reclamos de la opinión pública, las exhortaciones, el llanto de las madres?

 

Con más sangre se quiere poner fin a la rebeldía, con más terror se quiere poner fin al terrorismo, con más opresión se quiere poner fin al ansia de libertad.

 

Las elecciones deben ser presididas por un gobierno provisional neutral, con el respaldo de todos, que sustituya la dictadura para propiciar la paz y conducir al país a la normalidad democrática y constitucional.

 

Esta debe ser la consigna de un gran frente, cívicorevolucionario que comprenda todos los partidos políticos de oposición, todas las instituciones cívicas y todas las fuerzas revolucionarias.

 

En consecuencia, proponemos a todos los partidos políticos oposicionistas, todas las instituciones cívicas y todos los sectores revolucionarios lo siguiente:

 

1) Formación de un Frente Cívico Revolucionario con una estrategia común de lucha.

 

2) Designar desde ahora una figura llamada a presidir el gobierno provisional, cuya elección en prenda de desinterés por parte de los líderes oposicionistas y de imparcialidad por el que resulte señalado, quede a cargo del conjunto de instituciones cívicas.

 

3) Declarar al país que dada la gravedad de los acontecimientos no hay otra solución posible que la renuncia del dictador y entrega del poder a la figura que cuente con la confianza y el respaldo mayoritario de la nación, expresado a través de sus organizaciones representativas.

 

4) Declarar que el Frente Cívico-Revolucionario no invoca ni acepta la mediación o intervención alguna de otra nación en los asuntos internos de Cuba. Que en cambio, respalda las denuncias que por violación de derechos humanos han hecho los emigrados cubanos ante los organismos internacionales y pide al gobierno de los Estados Unidos, que en tanto persista el actual régimen de terror y dictadura, suspenda todos los envíos de armas a Cuba.

 

5) Declarar que el Frente Cívico-Revolucionario, por tradición republicana e independentista no aceptaría que gobernara provisionalmente la República ningún tipo de Junta Militar.

 

6) Declarar que el Frente Cívico-Revolucionario alberga el propósito de apartar al Ejército de la política y garantizar la intangibilidad de los Institutos Armados. Que los militares nada tienen que temer del pueblo cubano y sí de la camarilla corrompida que los envía a la muerte en una lucha fratricida.

 

7) Declarar bajo formal promesa, que el gobierno provisional celebrará eleciones generales para todos los cargos del Estado, las provincias y los municipios en el término de un año bajo las normas de la Constitución del 40 y el Código Electoral del 43 y entregará el poder inmediatamente al candidato que resulte electo.

 

8) Declarar que el gobierno provisional deberá ajustar su misión, al siguiente programa:

 

A) Libertad inmediata para todos los presos políticos, civiles y militares.

 

B) Garantía absoluta a la libertad de información, a la prensa radial y escrita y de todos los derechos individuales y políticos garantizados por la Constitución.

 

C) Designación de alcaldes provisionales en todos los municipios previa consulta con las instituciones cívicas de la localidad.

 

D) Supresión del peculado en todas sus formas y adopción de medidas que tiendan a incrementar la eficiencia de todos los organismos del Estado.

 

E) Establecimiento de la Carrera Administrativa.

 

F) Democratización de la política sindical promoviendo elecciones libres en todos los sindicatos y federaciones de industrias.

 

G) Inicio inmediato de una intensa campaña contra el analfabetismo y de educación cívica, exaltando los deberes y derechos que tiene el ciudadano con la sociedad y con la Patria.

 

H) Sentar las bases para una reforma agraria que tienda a la distribución de las tierras baldías y a convertir en propietarios a todos los colonos, aparceros, arrendatarios y precaristas que posean pequeñas parcelas de tierras, bien sean propiedad del Estado o particulares, previa indemnización a los anteriores propietarios.

 

I) Adopción de una política financiera sana que resguarde la estabilidad de nuestra moneda y tienda a utilizar el crédito de la Nación en obras reproductivas.

 

J) Aceleración del proceso de industrialización y creación de nuevos empleos.

 

En dos puntos de este planteamiento hay que hacer especial insistencia.

 

PRIMERO: La necesidad de que se designe desde ahora la persona llamada a presidir el gobierno de la República, para demostrar ante el mundo que el pueblo cubano es capaz de unirse tras una consigna de libertad y apoyar la persona que reuniendo condiciones de imparcialidad, integridad, capacidad y decencia, pueda encarnar esa consigna. ¡Sobran hombres capaces en Cuba para presidir la República!

 

SEGUNDO: Que esa persona sea designada por el conjunto de instituciones cívicas, por ser apolíticas estas organizaciones, cuyo respaldo libraría al presidente provisional de todo compromiso partidista dando lugar a unas elecciones absolutamente limpias e imparciales.

 

Para integrar este frente no es necesario que los partidos políticos y las instituciones cívicas se declaren insurreccionales y vengan a la Sierra Maestra. Basta que le nieguen todo respaldo a la componenda electorera del régimen y declaren paladinamente ante el país, ante los Institutos Armados y ante la opinión pública internacional, que después de cinco años de inútil esfuerzo, de continuos engaños y de ríos de sangre, en Cuba no hay otra salida que la renuncia de Batista, que ya ha gravitado en dos etapas durante dieciséis años en los destinos del país, y Cuba no está dispuesta a caer en la situación de Nicaragua o Santo Domingo.

 

No es necesario venir a la Sierra a discutir, nosotros podemos estar representados en La Habana, en México o en donde sea necesario.

 

No es necesario decretar la Revolución: organícese el Frente que proponemos y la caída del régimen vendrá por sí sola, tal vez sin que se derrame una gota más de sangre. Hay que estar ciegos para no ver que la dictadura está en sus días postreros, y que este es el minuto en que todos los cubanos deben poner lo mejor de su inteligencia y su esfuerzo.

 

¿Podrá haber otra solución en medio de la guerra civil con un gobierno que no es capaz de garantizar la vida humana, que no controla ya ni la acción de sus propias fuerzas represivas y cuyas continuas burlas y rejuegos han hecho imposible por completo la menor confianza pública?

 

Nadie se llame a engaño sobre la propaganda gubernamental acerca de la situación de la Sierra. La Sierra Maestra es ya un baluarte indestructible de la libertad que ha prendido en el corazón de nuestros compatriotas, y aquí sabremos hacer honor a la fe y a la confianza de nuestro pueblo.

 

Nuestro llamamiento podrá ser desestimado, pero la lucha no se detendrá por ello y la victoria del pueblo aunque mucho más costosa y sangrienta nadie la podrá impedir. Esperamos, sin embargo, que nuestra apelación será oída y que una verdadera solución detenga el derramamiento de sangre cubana y nos traiga una era de paz y libertad.

 

Sierra Maestra, julio 12 de 1957.

Raul Chibás, Felipe Pazos, Fidel Castro.

Felipe Pazos

En 1950, Felipe Pazos Roque fundó el Banco Nacional de Cuba -el banco central-, pero renunció a la presidencia de esa institución tras el golpe de Estado de Fulgencio Batista en 1952. Véase el billete de 1 peso de la primera emisión del Banco Nacional de Cuba en 1949, firmado por Felipe Pazos.

Felipe Pazos subió a la Sierra Maestra, el agreste y recóndito paraje que le servía de refugio a Fidel Castro, donde ya se encontraba su hijo Javier. En febrero de 1957, Felipe Pazos y Javier lograron que Herbert Matthews, corresponsal del New York Times, entrevistara a Fidel Castro, desmintiendo la muerte de éste y dándole publicidad internacional.

 

En 1959, Felipe Pazos volvió a dirigir el banco central cubano; en abril de 1959, Pazos acompañó a Fidel Castro en su visita a Estados Unidos. Cuando en octubre de 1959 Fidel Castro ordenó el encarcelamiento del comandante Huber Matos Benítez -había renunciado a la jefatura militar de la mayor provincia cubana porque el proceso revolucionario se estaba desviando hacia el comunismo, Felipe Pazos renunció a la presidencia del Banco Nacional de Cuba. En enero de 1960, Pazos fue nombrado embajador ante la Comunidad Económica Europea; a los pocos meses se marchó a Puerto Rico. Susúltimas décadas las vivió en Venezuela, donde falleció el 26 de febrero de 2001, a los 88 años.

Raúl Chibás Ribas, comandante del Ejército Rebelde

 

Un año y medio después del triunfo de la Revolución cubana, el 3 de agosto de 1960,el tercer firmante del Manifiesto de la Sierra Maestra,elcomandante del Ejército Rebelde Raúl Chibás Ribas, ysu esposa -Dalia Viñal, con él en la foto- se fueron de Cuba en un catamarán de 17 pies y llegaron a Cayo Hueso, Estados Unidos.

 

Cinco décadas y media han transcurrido desde que se diera a conocer elManifiesto de la Sierra Maestra.Fidel Castro incumplió todos los puntos del mismo; ha demostrado fehacientemente que los documentos que él firma son letra muerta.En lugar de instaurar las bases para un régimen democrático,Fidel Castro estableció la peor tiranía que ha sufrido América, la cual pareciera no tener fin. Como nos dice José Martí: La tiranía es una misma en sus varias formas, aun cuando se vistan algunas de ellas de nombres hermosos y de hechos grandes”.

 

 

La traición a la Revolución cubana

Fidel Castro contra Fidel Castro

Armando Roblán

En esta película de Armando Roblán –el actor cubano que murió el 9 de enero de este año 2013-, Fidel Castro tiene una pesadilla en que el joven demócrata que decía ser cuando encabezó la lucha contra la tiranía de Batista confronta en escena al dictador en que se convirtió desde que se adueñó del poder en 1959, estableciendo la peor tiranía que ha conocido América.

 

 


Fidel Castro pasó

de liberador a opresor de su pueblo,

de luchador por la democracia a asesino serial

Fidel Castro con los comandantes Eloy Gutiérrez Menoyo y William Morgan. Gutiérrez Menoyo pasó 22 años en la cárcel por rebelarse contra Fidel Castro. El comandante William Morgan fue fusilado en 1961, cuando tenía 33 años.  Olga, su viuda –también había luchado contra la tiranía de Batista-, pasó 12 años en las cárceles de los hermanos Castro. En 1980 le permitieron emigrar a Estados Unidos, pero los hermanos Castro todavía no le han permitido llevarse los restos del esposo fusilado.

Testamento del excomandante Gutiérrez Menoyo

Gutiérrez Menoyo: La revolución cubana está agotada

26 de octubre de 2012

 

Eloy Gutiérrez Menoyo, cubano nacido en Madrid en 1934, comandante de la revolución que depuso al dictador Fulgencio Batista, dictó este texto a su hija durante su enfermedad para que fuese publicado a su muerte:

 

El año 1959 registró un acontecimiento que parecía marcado por la poesía: la Revolución Cubana. De aquella Revolución, esparcidos por la isla y por el mundo, quedan hoy restos dolorosos de un naufragio. En el 2003 regresé a Cuba. Enemigo en un tiempo del Estado cubano y percibido así oficialmente, intentaba una actividad pacífica que fecundara a favor de un espacio político. Durante años, desde el exilio en visitas puntuales a Cuba, habíamos dialogado con este gobierno con vista a una apertura política. Con el país hecho añicos, sin el socorro de la desaparecida esfera comunista, no le quedaba a Cuba otra salida que no fuera el cambio.

 

Así se lo manifesté a Fidel Castro en nuestros encuentros que consideré breves pero sustantivos. Sin embargo, desde mi llegada sorpresiva, no se me ha extendido el carnet de identidad ni se me ha otorgado el espacio político que se discutió en un tiempo. Es cierto que se ha tolerado mi presencia pero ello ha ocurrido bajo el ojo orwelliano del Estado que se ha preocupado por observar de cerca a nuestra militancia.

 

En el tiempo que he pasado aquí, he visto también la destitución de sus cargos de algunos de los funcionarios oficiales que compartieron conmigo y otros activistas de Cambio Cubano, no sólo la preocupación por los problemas que asolan a nuestro pueblo, sino también la urgencia de producir la necesaria apertura política. Esa apertura política traería consigo grandes transformaciones que se hacen impostergables y para las cuales no faltó en los momentos de nuestras conversaciones cierto estímulo alentador por parte del más alto liderazgo de este país.

 

Hoy día, sin perder mi fe en el pueblo cubano, denuncio que aquella empresa, llena de generosidad y lirismo, que situaría de nuevo a Cuba a la vanguardia del pensamiento progresista, ha agotado su capacidad de concretarse en un proyecto viable.

 

Comparto esta realidad con los mejores factores del pueblo cubano, estén en el gobierno, en sus depauperadas casas o en el exilio, y asumo la responsabilidad de este tropiezo a la vez que me reafirmo en las ideas que en su inicio suscitaron la admiración de amplios sectores cubanos e internacionales. Hago esta declaración en medio también de un diagnóstico médico en lo que va menguando mi salud personal. Asumo la responsabilidad de esta batalla y no me amedrenta el hecho de que algunos puedan calificarla de fracaso. La voluntad de perpetuarse en el poder de Fidel Castro ha podido en este caso más que la fe en la posible renovación de los mejores proyectos cubanos desde fecha inmemorial. ¿Cuál es la Cuba a la que me enfrento hoy en medio de mi enfermedad? Es una Cuba desolada en la que el carácter ético del proceso de 1959 se ha hecho inexistente. El ciudadano ha ido perdiendo consciencia de sí mismo: se resiste aunque a veces no lo exprese y la juventud se sustrae y convierte el deseo de escapar en una obsesión desmesurada. Grandes sectores de la gente de a pie ya sabe de memoria que esta revolución ya no tiene sentido moral. El cubano ha ido perdiendo su esencia. Sobrevive en la simulación y en ese extraño fenómeno del doble lenguaje. Las estructuras son irracionales. La extranjerización de la economía se monta precariamente sobre una fórmula absurda y desbalanceada que excluye el protagonismo y la iniciativa nacional.

 

El gobierno que pregonó ser del pueblo y para el pueblo no apuesta por la creatividad y la espontaneidad nacional y el sindicalismo brilla por su ausencia.

 

Me ha tocado vivir de cerca la ardua faena de intentar hacer oposición en este país. He sido firme en mi posición independentista y en mi llamado a marcar distancia de cualquier proyecto vinculado a otros gobiernos. Pero el gobierno cubano ha sido tenaz en su minuciosa labor de hacer invisible a la oposición, a la que se coacciona y cohíbe de movilizarse y no se le permite insertarse en las áreas importantes de las comunicaciones o la legislación.

 

¿Cómo indemnizar a un país por 50 años de disparates contra su ciudadanía? ¿Cómo se indemniza a un pueblo de tantos daños directos contra la colectividad y el ciudadano? ¿Cómo se le indemniza de los errores por consecuencia?

 

El gobierno cubano no deja duda de su incapacidad de crear progreso. Como resultado de esta realidad el cubano deambula por sus calles como un ciudadano disminuido, inquieto, triste e insolvente. En la mentalidad de los que se aferran al poder a toda costa ese ciudadano es el modelo y candidato perfecto a la esclavitud. La Constitución no funciona. El sistema jurídico es una broma. La división de poderes no es siquiera una quimera. La sociedad civil es, como el progreso, un sueño pospuesto por medio siglo.

 

¿Burla la justicia la madre desesperada que busca leche para su hijo en la bolsa negra? Hace unos 60 años, Fidel Castro se dirigió a un magistrado, en medio de una dictadura pero con prensa libre como testigo, y explicó que si se le acusaba por uso de fuerza militar revolucionaria, ese agravio, ese desacato a la ley, y aquella querella oficial contra él, debían ser desestimados ya que el gobierno existente era producto ilícito de un golpe de estado. Aquella lógica, inexpugnable y cierta, podría aplicarse hoy día, en nombre de la oposición para decir que el gobierno cubano hace un grosero uso del poder absoluto y que su consolidación a perpetuidad es una intolerable disposición testamentaria. Se usaría bien aquel planteamiento de Fidel ante un magistrado para decir que nadie puede hacerse custodio eterno de un país ni llevar adelante una meticulosa empresa de abolir la realidad y de paralizar el avance. También se me ocurriría preguntar dónde está la dirección originaria del proceso por el que murió mi hermano Carlos o cuándo terminará la desazón de sentir que el futuro está hipotecado. Durante 50 años de destreza política y control policiaco el cubano ha sido un verdadero héroe de la subsistencia dentro de un laberinto dialéctico. Ha manejado el desencanto y el extravío y el desdoblamiento y la fatiga. ¿Qué tiene de nuevo que decirle este gobierno a ese cubano acerca de su destino incierto? Según los médicos, mi diagnostico es irreversible. Voy sintiendo que cada día será más opaco y a la vez más cierto en la brevedad de mi destino. No temo el diagnóstico que parece ser una ruta y la caminaré con calma y con esperanza en el futuro de Cuba, esta tierra de hombres y mujeres inigualables. Quisiera decir que me reitero en las ideas que alentaron en mí y en mis hermanos mis padres generosos; ni tamizo ni renuncio a mi vinculo con la socialdemocracia, una vinculación que es, cada vez más, a partir de la visión incluyente de la historia; las posibilidades de éxito de cualquier visión política se engrandecen o achican a partir de la generosidad y el sentido de compromiso colectivo, la capacidad de acuerdo de sus portadores.

 

Si ofendí a alguien, si los fantasmas de las diferentes contiendas me tentaron a faltarle a la generosidad, pido benevolencia, al igual que olvido a quienes pudieron haberme juzgado de manera apresurada hoy reflexiva. Creo haber servido a Cuba en diferentes etapas por encima de los errores de mi autenticidad, de cualquier falta de visión de mi parte o de cualquier terquedad en el camino. Durante la revolución, creo haber sido una voz de humanismo que se manifestó quizá mejor en el sentido de oponerme a los fusilamientos. Haber vivido en mi infancia la guerra civil española me había preparado para intentar al menos el dominio de las pasiones. No creo haber sido de los que permitieron el reverso del sueño que acabó en convertirse en la peor pesadilla. Alguien podría interpretar este documento como un lamento pesimista. Sin embargo, no es ese su propósito como no va en él ninguna forma de cólera aunque me haga eco de estos duros quebrantos de la familia cubana a la que me uní desde mi niñez al llegar a Cuba como miembro de una familia de exilados españoles republicanos. Mi optimismo se basa en la fuerza telúrica de esta isla; en la ternura infinita de la mujer cubana; en el poder de innovación de su gente más sencilla. La herencia de perdurabilidad de la Nación cubana resistirá todos los ciclones de la Historia y a todos los dictadores. Varela es más que una seña. Maceo es más guía que guerrero admirable. Martí no es una metáfora. La suerte llegará. Cuando el último cubano errante regrese a su isla. Cuando el último joven nacido en Madrid, en Miami o en Puerto Rico se reconozca en la isla. Cuando sanen las heridas y desaparezca el dolor habrá un pueblo que tendrá cautela de celebrar su nueva dicha y de cuidarse de magos iluminados y de proyectos mesiánicos. Porque, no importa cómo, la suerte llegará: delgada, silenciosa y frágil como una mariposa llena de júbilo, como una señal para este pobre pueblo que merece algo mejor. Yo sé que habrá una mariposa que se posará en la sombra. Me habría gustado poderle decir que habría querido dar más; acaso ella habría entendido que sólo pude dar mi vida y que tuve el privilegio de ser parte de esta isla y de este pueblo.

En el centro de la foto, el comandante Humberto Sorí Marínauditor general del Ejército Rebelde y ministro de Agricultura del primer gabinete revolucionario-, que fue detenido el 18 de marzo de 1961 y fusilado en la madrugada del 20 de abril. Cinco días antes de fusilarlo, Fidel Castro llamó por teléfono a la madre del comandante Humberto Sorí Marín y le dijo que no se preocupara, que a Humberto no le iba a pasar nada.

El comandante Félix Pena Díaz, uno de los más destacados opositores a la tiranía de Batista desde el mismo 1952, apareció ‘suicidado’ en abril de 1959, tres meses después del triunfo revolucionario.

En la segunda fila de la foto aparece el comandante Alberto Mora, exministro de Comercio Exterior, que apareció ‘suicidado’ el 13 de septiembre de 1972, por oponerse al encarcelamiento del laureado poeta Heberto Padilla. En la primera fila, entre Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, está otro que apareció ‘suicidado’: Osvaldo Dorticós.


 

La “primogenitura” política de Huber Matos

Dr. Sergio López Rivero

 

Desde cualquier ángulo que se observe, la fuga del Jefe de la Fuerza Aérea Revolucionaria comandante Pedro Luis Díaz Lanz el 29 de junio, la expulsión del poder del Presidente del Gobierno Provisional Manuel Urrutia el 17 de julio y el encarcelamiento del Jefe Militar de la provincia de Camagüey comandante Huber Matos el 21 de octubre de 1959, ofrecen un vuelco a los matices ideológicos de la oposición al régimen de Fidel Castro. A diferencia de los “batistianos” que encabezaron la primera oposición a Fidel Castro, los tres eran miembros prominentes del Movimiento Revolucionario 26 de Julio y ostentaban cargos relevantes en el llamado Gobierno Revolucionario. Malos ejemplos para el revolucionario-tipo. Hombres no-tan-revolucionarios condenados a desaparecer del panteón patriótico, que obligaron a los nuevos mandamases cubanos a buscar un marco cognitivo distinto, para hacer entender las contradicciones en el seno de ese fenómeno histórico conocido como Revolución cubana.

 

 El caso de la renuncia del ex comandante de la Columna 9 “Antonio Guiteras” y ex Jefe Militar de la provincia de Camagüey comandante Huber Matos, parece el más destacado de esta nueva hornada de descontentos cubanos. Recordemos que el pequeño propietario cultivador de arroz y maestro de la ciudad de Manzanillo cuando el régimen de Fulgencio Batista, se había asilado en la Embajada de Costa Rica en La Habana el primero de mayo de 1957, tras haber participado en el traslado del primer refuerzo en hombres y armas que recibió la guerrilla rural de la Sierra Maestra. Y que más adelante aterrizaría en la Sierra Maestra el 20 de marzo de 1958, con el cargamento de armas gestionado en Costa Rica, a través del presidente José Figueres. Sin embargo, a pesar de que a los 4 meses de estancia en la Sierra Maestra ya Fidel Castro lo había ascendido a comandante, en el caso de Huber Matos hemos asistido durante años a la misma definición del arquetipo no-tan-revolucionario. En negativo, como siempre. Por lo que no era, frente a lo que debería ser.

 

Ahora bien, dirigida personalmente el 19 de octubre de 1959 al “Compañero Fidel”, la carta de ruptura de Hubert Matos se parece más a aquella carta fechada el 18 de diciembre de 1957 enviada desde Santiago de Cuba por el jefe de la guerrilla urbana del 26 de Julio René Ramos Latour al comandante Ernesto Guevara en la Sierra Maestra: “Si se quiere que la Revolución triunfe, dígase a donde vamos y cómo vamos, óiganse menos los chismes y las intrigas, y no se tache de reaccionario ni de conjurado al que con criterio honrado plantee estas cosas”. Y en un tono muy parecido al que había utilizado el obrero de la Nickel Processing Corporation destacado en las orientales Minas de Ocujal, que llegaría a morir en combate contra las tropas de Fulgencio Batista en la Sierra Maestra el 30 de julio de 1958, el ex jefe de la columna 9 “Antonio Guiteras” se empeñaba en desarticular la caracterización de Fidel Castro acerca del contrarrevolucionario-tipo, mediante su grado de participación en el enfrentamiento con Fulgencio Batista:

 

También quiero que entiendas que esta determinación, por meditada es irrevocable, por lo que te pido no como el comandante Hubert Matos, sino sencillamente como uno cualquiera de tus compañeros de la Sierra -¿te acuerdas? De los que salían dispuestos a morir cumpliendo tus órdenes-, que accedas a mi solicitud cuanto antes, permitiéndome regresar a mi casa en condición de civil sin que mis hijos tengan que enterarse después, en la calle, que su padre es un desertor o un traidor”.

 

 ¿Qué había cambiado desde entonces? Lo suficiente para que nos encontremos ante dos momentos históricos distintos. Cuando los comandantes guerrilleros rurales Fidel Castro y Ernesto Guevara participaron en las disputas ideológicas con los firmantes del llamado “Pacto de Miami” y el jefe guerrillero urbano René Ramos Latour el 14 de diciembre de 1957, existía una Dirección Nacional del Movimiento Revolucionario 26 de Julio que el 16 de octubre de 1959 ya había desaparecido. Además, los comandantes de la guerrilla rural Raúl Castro y Ernesto Guevara que habían calificado de “derechistas” a los miembros de la guerrilla urbana y de “acto de mariconería” y “prostituta” la actuación de la delegación del 26 de Julio en las negociaciones políticas llevadas a cabo por la oposición violenta a Fulgencio Batista en el sur de la Florida, habían ascendido en el escalafón revolucionario. El joven hermano de Fidel Castro que había militado en las juventudes del Partido Socialista Popular de los comunistas cubanos y el médico argentino que en un strip-tease ideológico avanzó que apostaba por la Unión Soviética en su enfrentamiento con los Estados Unidos en el mundo bipolar de la guerra fría, ahora dirigían el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Banco Nacional de Cuba en el llamado Gobierno Revolucionario.

 

 En consecuencia, cuando el ex comandante Hubert Matos trató de defender sus argumentos anticomunistas durante el juicio celebrado entre los días 11 y 15 de diciembre de 1959, la suerte estaba echada. Por ello, se entiende el enfado de Fidel Castro. Y no nos equivoquemos, las acusaciones de Fidel Castro acerca de que el ex comandante era un desconocido, que se incorporó tarde a la guerrilla, que combatió poco y que no sabía siquiera lo que era una “revolución verdadera”, demuestran la importancia que le dedicó a la crisis política creada por la renuncia de Hubert Matos y catorce oficiales de la provincia de Camagüey. La tercera según su cuenta, precedida por las de Pedro Luis Díaz Lanz y Manuel Urrutia. De hecho, es aquí cuando Fidel Castro esboza una nueva definición de revolucionario-tipo, que lo acompañará durante las más de cinco décadas que ha ocupado el poder en la isla: revolucionarios hasta la muerte.

 

 

Comandante Huber Matos denuncia

la traición de Fidel Castro a la revolución cubana

 

Carta de Hubert Matos a Fidel Castro

 

Camagüey, octubre 19 de 1959

Dr. Fidel Castro Ruz

Primer ministro

La Habana

 

Compañero Fidel:

 

En el día de hoy he enviado al jefe del Estado Mayor, por conducto reglamentario, un radiograma interesando mi licenciamiento del Ejército Rebelde. Por estar seguro que este asunto será elevado a ti para su solución y por estimar que es mi deber informarte de las razones que he tenido para solicitar mi baja del ejército, paso a exponerte las siguientes conclusiones:

 

Primera: no deseo convertirme en obstáculo de la Revolución y creo que teniendo que escoger entre adaptarme o arrinconarme para no hacer daño, lo honrado y lo revolucionario es irse.

 

Segunda: por un elemental pudor debo renunciar a toda responsabilidad dentro de las filas de la Revolución, después de conocer algunos comentarios tuyos de la conversación que tuviste con los compañeros Agramonte y Fernández Vilá, coordinadores provinciales de Camagüey y La Habana, respectivamente: si bien en esta conversación no mencionaste mi nombre, me tuviste presente. Creo igualmente que después de la sustitución de Duque y otros cambios más, todo el que haya tenido la franqueza de hablar contigo del problema comunista debe irse antes de que lo quiten.

 

Tercera: sólo concibo el triunfo de la Revolución contando con un pueblo unido, dispuesto a soportar los mayores sacrificios… porque vienen mil dificultades económicas y políticas… y ese pueblo unido y combativo no se logra ni se sostiene si no es a base de un programa que satisfaga parejamente sus intereses y sentimientos, y de una dirigencia que capte la problemática cubana en su justa dimensión y no como cuestión de tendencia ni lucha de grupos.

 

Si se quiere que la Revolución triunfe, dígase adónde vamos y cómo vamos, óiganse menos los chismes y las intrigas, y no se tache de reaccionario ni de conjurado al que con criterio honrado plantee estas cosas.

 

Por otro lado, recurrir a la insinuación para dejar en entredicho a figuras limpias y desinteresadas que no aparecieron en escena el primero de enero, sino que estuvieron presentes en la hora del sacrificio y están responsabilizados en esta obra por puro idealismo, es además de una deslealtad, una injusticia, y es bueno recordar que los grandes hombres comienzan a declinar cuando dejan de ser justos.

 

Quiero aclararte que nada de esto lleva el propósito de herirte, ni de herir a otras personas: digo lo que siento y lo que pienso con el derecho que me asiste en mi condición de cubano sacrificado por una Cuba mejor. Porque aunque tú silencies mi nombre cuando hablas de los que han luchado y luchan junto a ti, lo cierto es que he hecho por Cuba todo lo que he podido ahora y siempre.

 

Yo no organicé la expedición de Cieneguilla, que fue tan útil en la resistencia de la ofensiva de primavera, para que tú me lo agradecieras, sino por defender los derechos de mi pueblo, y estoy muy contento de haber cumplido la misión que me encomendaste al frente de una de las columnas del Ejército Rebelde que más combates libró. Como estoy muy contento de haber organizado una provincia tal como me mandaste.

 

Creo que he trabajado bastante y esto me satisface porque independientemente del respeto conquistado en los que me han visto de cerca, los hombres que saben dedicar su esfuerzo en la consecución del bien colectivo, disfrutan de la fatiga que proporciona el estar consagrado al servicio del interés común. Y esta obra que he enumerado no es mía en particular, sino producto del esfuerzo de unos cuantos que, como yo, han sabido cumplir con su deber.

 

Pues bien, si después de todo esto se me tiene por un ambicioso o se insinúa que estoy conspirando, hay razones para irse, si no para lamentarse de no haber sido uno de los tantos compañeros que cayeron en el esfuerzo.

 

También quiero que entiendas que esta determinación, por meditada, es irrevocable, por lo que te pido no como el comandante Huber Matos, sino sencillamente como uno cualquiera de tus compañeros de la Sierra -¿te acuerdas? De los que salían dispuestos a morir cumpliendo tus órdenes–, que accedas a mi solicitud cuanto antes, permitiéndome regresar a mi casa en condición de civil sin que mis hijos tengan que enterarse después, en la calle, que su padre es un desertor o un traidor.

 

Deseándote todo género de éxitos para ti en tus proyectos y afanes revolucionarios, y para la patria -agonía y deber de todos- queda como siempre tu compañero,

 

Huber Matos

 

 

Juanita Castro Ruz, hermana de Fidel

y opositora a su tiranía

 

 

El revolucionario Agustín País García,

hermano de los mártires Josué y Frank País

denuncia a la tiranía de los hermanos Castro

‘FIEL’ CASTRO

Documental de Ricardo Vega

Ela O’Farrill
Ela O’Farrill

 

Una canción de Ela O’Farrill refleja la frustración del pueblo cubano por la estafa que sufrió:

 

Adiós, felicidad

casi no te conocí

           pasaste indiferente

           sin querer nada de mí.

 

Esa composición le costó a Ela O’Farrill que le prohibieran la entrada al hotel Saint John -donde cantaba todas las noches-, ser encarcelada en el Departamento de Seguridad del Estado y cuarenta años de exilio.

Manuel Pereira:

Descubrí con una mezcla de dolor y estupor que el estalinismo no era algo que le hubieran impuesto a Fidel Castro en una de las encrucijadas de la guerra fría, sino una forma de gobierno que le venía como anillo al dedo para satisfacer su infinita sed de poder total”.

A los primeros que Fidel Castro traicionó fue a los que lucharon contra la tiranía de Fulgencio Batista con el objetivo de restablecer y hacer cumplir la Constitución de 1940 -la más avanzada de Iberoamérica en aquella época. Fidel Castro los encarceló, fusiló o desterró por denunciar el rumbo dictatorial que él estaba tomando.

Más de ciento quince mil cubanos han muerto

o desaparecido gracias a los hermanos Castro

El castrismo nació

chorreando sangre por todos sus poros

Véase lo ‘demócrata’ que era Vilma Espín

Manuel Castro Rodríguez

Vilma Espín Guillois (1930-2007), la esposa del asesino serial Raúl Castro Ruz, en una de sus visitas a Estados Unidos es entrevistada por un periodista cubano de la cadena Univision.

 

Obsérvese cómo Vilma Espín se niega a responder las preguntas del periodista e intenta arrebatarle la grabación como si estuviese en Cuba, donde durante casi medio siglo hizo y deshizo a su antojo.

 

Vilma Espín no aprendió nada sobre democracia en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), donde estudió Ingeniería Química.

 

¿Qué responsabilidad tuvo Vilma Espín en el asesinato de Frank País, el más destacado de los dirigentes del Movimiento 26 de Julio? Léase El doble asesinato a Frank País, escrito por Alberto Müller:

 

¿Qué puede explicar la indiferencia de Fidel Castro ante los peligros que asediaban a Frank País y la obsesión de Vilma Espín por conocer su paradero?

(…)

Resulta revelador el testimonio de Enrique Canto, el hombre más cercano a Frank País dentro de las filas de la clandestinidad y Tesorero Nacional del M-26 de Julio, que afirma en su libro histórico-autobiográfico, que después de la entrevista de Mathews, a la que Frank y Vilma asistieron por razón de sus respectivas jerarquías, Frank le había ordenado que evitara darle a Vilma Espín información sobre su paradero y sus teléfonos.

(…)

Agustín País, el único hermano sobreviviente de Frank País, nos ha confesado que él no tiene ninguna duda de que Vilma fue la que informó indirectamente a la policía”.

Propaganda y calmantes

para afianzar el modelo totalitario

Una charla con Guillermo Fariñas

El “General Pamela” y el Moncada

Miriam Celaya

5 de agosto de 2013

 

Por estos días decidí indagar en los alrededores de mi barrio, Centro Habana, acerca de la opinión popular sobre el discurso de la víspera, del general-presidente con motivo del aniversario 60 del asalto al Cuartel Moncada.

 

Vecinos, parqueadores, taxistas, carretilleros, cuentapropistas de bisutería, borrachines de portales (que también sus votos cuentan) y conocidos del barrio, individuos todos de varias generaciones, fueron la muestra elegida para pulsar los criterios “desde abajo”. Ellos, los “beneficiarios” de la violencia de hace seis décadas, devenida fuente de legitimación del poder, debían haber sido los más interesados en el dicto oficial.

 

En vano. Ninguno de los preguntados había visto el acto, ni escuchado el discurso. Tampoco habían presenciado la gala artística, y los más guasones solo me dijeron que habían encendido el televisor en mudo en espera de que se acabara la ceremonia completa, por eso habían visto en la pantalla a “Raúl con uniforme y una pamela”. “No me preguntes nada, dime qué te pareció a ti el General Pamela”, me ripostó muy risueño uno de los interpelados. Es admirable el tino que tiene la gente común para descubrir siempre lo más notorio de cualquier evento.

 

Muchos de los miembros de la oposición y del periodismo independiente, en cambio, sí solemos escuchar los discursos oficiales. Es un ejercicio de disciplina o de autoflagelación, según como se vea, en el cual nos entrenamos para leer señales o para interpretar los lenguajes cifrados de los druidas de verde olivo. Ante el secretismo y lo errático de la política oficial no nos quedan muchas otras opciones para al menos especular sobre las intenciones de la cúpula. Sin embargo, esta vez nos quedamos con las ganas: el discurso del “General Pamela” no aportó absolutamente nada.

 

Obviamente, solo los asistentes –invitados o comprometidos–, castigados bajo el fuerte sol santiaguero, y los disidentes acomodados en casa frente a nuestros televisores, tuvimos la infinita paciencia de escuchar otra vez la machacona fábula de lo que en realidad fue el torpe ataque a un cuartel de la República cubana, que volvió a glorificarse como un acto de heroísmo sin par en la ceremonia más deslucida y pobre que se haya organizado para la ocasión.

 

Los discursos de los “amigos” que asistieron al acto, algunos presidentes y otras personalidades representantes de países del área, estuvieron también a la altura de la cita: en el subsuelo. Saltaba a la vista la ignorancia sobre la historia de este país, sobre la realidad que vivimos hoy y sobre las huellas más dolorosas que sufren los cubanos. Por eso no fue de extrañar, por ejemplo, que el Presidente de Santa Lucía tuviese la desafortunada idea de recordarnos la participación (injerencia) del gobierno de Cuba en África durante la guerra de Angola, según él un “ejemplo de solidaridad y de sentimiento de equidad racial” por parte del pueblo cubano. Algunos líderes políticos de la región no entienden que a veces resulta más decente permanecer discretamente callados.

 

En cuanto al discurso de clausura, destacó por lo chato. Sin ningún logro que celebrar, planes que anunciar ni ideas que proponer por parte del gobierno, éste fue, sin dudas, el más anodino de todos los pronunciados en la historia del ritual que consagra la liturgia revolucionaria, celebrado esta vez en un Santiago destruido tras el paso de esos otros ciclones sin uniforme, los naturales, que lo han asolado en los últimos cuatro años, y en medio de la embarazosa crisis diplomática no declarada que se ha suscitado a partir de la retención en Panamá del barco norcoreano que transportaba a dudoso destino armas procedentes de Cuba.

 

Tal vez hubiese sido más propicio delegar nuevamente la incómoda tarea en el delfín Díaz-Canel, en su función de emergente de turno, para disimular con la “frescura” del relevo la decadencia que destiló la conmemoración, pero seguramente la presión de un aniversario cerrado forzó la presencia obligada de uno de los protagonistas de la gesta. “Todavía quedamos algunos…” dijo el propio general-presidente, con cierta justificada melancolía. Y esos “algunos” la tienen difícil, en medio de la perenne oscuridad nacional, para seguir vendiendo el Moncada como alborada luminosa.

 

Así, ante el ocaso que supone la falta de proyectos políticos o económicos, la improductividad crónica del sistema, el fracaso de las reformas y la apatía generalizada, quizás Castro II quiso desviar la atención de la opinión pública estrenando para la ocasión una pamela de sol que contrastaba fuertemente con sus planchadas charreteras de general en uniforme de gala. Un toque de desenfado en medio de tanta memoria estéril, que algo había de hacer para que los allí presentes no se durmieran con el discurso. Lástima que, a juzgar por los comentarios callejeros, el resultado no estuvo a la altura de su esfuerzo.

 

Pero no hay que ser suspicaces. Más allá del ridículo, agradezcámoslo: esa inusitada pamela fue el único toque novedoso de toda la ceremonia de consagración del pasado en una nación cada vez más urgida de un futuro.

Un mensaje para la historia

Huber Matos

29 de julio de 2013

 

Los cubanos eran patriotas y revolucionarios antes de que llegara Fidel Castro

 

Aun con los problemas que había que superar, la Cuba anterior a 1959 era muy superior a la Cuba de hoy. Era más independiente, libre, igualitaria, justa y próspera. Había fe y esperanza en el futuro. Los cubanos jóvenes no arriesgaban su vida para huir de su país. Afirmar lo que era cierto no es pretender volver a la Cuba de ayer, eso es una imposibilidad histórica.

 

Ni tampoco los cubanos nos hemos sacrificado por más de cincuenta años luchando contra el castrismo comunista para restaurar el capitalismo en nuestro país. Aunque ahora nos quieran hacer creer que el castro-capitalismo (reformas sin libertad) es el rumbo prudente y sabio a seguir. El capitalismo no es la solución de los problemas sociales de un pueblo. El capitalismo es una forma de crear riqueza, no de distribuirla o de hacerlo con equidad. Ni es el camino hacia la libertad y la democracia. No lo ha sido para China, Rusia o Vietnam, tampoco lo será para Cuba. El capitalismo sin una constitución democrática daría oxigeno a la dictadura castrista como ha sucedido en otros lugares.

 

Nuestras metas siguen siendo las mismas de los revolucionarios demócratas de la Cuba de ayer, mucho antes de que apareciera en escena Fidel Castro. Antes de Castro nuestra generación continuó con el compromiso de las que nos precedieron: alcanzar justicia social para el pueblo y dar fin a la corrupción y el atropello. Ellos -como nosotros después- luchamos por lograr la libertad y construir una democracia verdadera, sin castas ni grupos marginados. Ellos -como nosotros después- luchamos por una democracia pluripartidista donde se respetaran los derechos humanos, la propiedad y la empresa privada. Una nación sin corruptos ni explotadores.

 

La versión castrista de Cuba

 

Mucha gente, embaucada por la propaganda y por su propia ceguera, ha creído por demasiado tiempo la versión de que cuando Fidel Castro llegó al poder en 1959 Cuba era un desastre. Un lugar donde el analfabetismo, la prostitución, el abuso a los trabajadores y la corrupción eran males endémicos y sin solución, sobre los que no se había hecho nada efectivo. Un país donde mandaba la mafia y el gobierno estadounidense. Cuba no era así. Fidel Castro no enseñó a los cubanos a ser patriotas, ni a ser valientes, ni justos, ni a defender la independencia de nuestra nación de cualquier intromisión extranjera.

 

Antes de 1959 ya Cuba era Cuba

 

Antes que Cuba se independizara de España ya tenía una población emprendedora y orgullosa de su cubanía. Nuestra nacionalidad se forjó en las universidades, en las ciudades y en el campo. Con la música de sus artistas y el canto de sus poetas; en las luchas por la independencia y contra las injusticias sociales y la discriminación racial.

 

El padre de la patria cubana, Carlos Manuel de Céspedes, liberó a sus esclavos y los invitó a sumarse a la guerra por la independencia contra España desde el primer día, el 10 de octubre de 1868. Dos meses después, el 27 de diciembre de 1868, Ignacio Agramonte y Loynaz, miembro de una familia acaudalada de Camagüey, abogado, Comandante de las Fuerza Revolucionarias y delegado a la Asamblea de Guáimaro, redactó la primera ley cubana contra la esclavitud, que fue aprobada.

 

Durante el siglo XIX los cubanos combatieron en tres guerras contra el colonialismo peninsular. En la última (1895–1898), España, en su afán de mantener a la isla bajo control a cualquier costo, envió un ejército de 200,000 soldados. En esta contienda una tercera parte de la población campesina de la Isla murió, y la economía cubana quedó desbastada.

 

En toda esa larga epopeya que se peleó a caballo y luchando contra un ejército superiormente armado, el pueblo aprendió a admirar con devoción a sus héroes. El 26 de octubre de 1868 en Pinos de Baire cuarenta mambises se lanzaron por primera vez a la carga al machete contra más de 200 soldados españoles. José Martí, el escritor, poeta y arquitecto de la independencia, murió en combate; también el más bravo de sus jefes militares, el General Antonio Maceo.

 

La intervención de los Estados Unidos en esa última guerra logró la rápida derrota de España, pero una serie de injustas condiciones impuestas por el gobierno de Washington a la constitución de Cuba creó una profunda molestia en una población nacionalista e inteligente. Desde esa independencia lastimada en 1902, cada generación tomó como suya alcanzar la patria soñada por José Martí. Una nación con todos y para el bien de todos.

 

La enmienda Platt fue derogada en 1934 debido a las protestas de los cubanos por la intromisión de los Estados Unidos en los asuntos de Cuba. En las negociaciones que condujeron a la derogacion se acordó, entre otros aspectos, la permanencia de la base naval de Guantánamo.

 

Cuba era Cuba antes de que Fidel Castro naciera, y los cubanos sabían lo que querían y lo que había que rechazar y cambiar en su sociedad.

 

Por lazos históricos, el comercio y la geografía, la influencia de los Estados Unidos estuvo presente en la vida política de la isla. Pero Cuba no era una colonia de los Estados Unidos. Ni la prostitución era una institución de supervivencia para miles de hombres y mujeres como lo es hoy en la Cuba castrista.

 

Cuando los cubanos empezaron a huir como exiliados a Miami en 1959 no llegaron con complejos de inferioridad. En la Cuba de antes de 1959 ya habían construido un país y habían demostrado que podían competir con los estadounidenses y superarlos.

 

La Constitución social-demócrata de 1940 fue una muestra del compromiso moral y social martiano que vivía intensamente en el corazón de los cubanos.

 

De 1902 a 1959 Cuba avanzó económica y socialmente hasta convertirse en uno de los países más prósperos de Latinoamérica. Problemas por superar había, esperanza, organización y energía también.

 

La leyenda castrista

 

Fue el golpe de estado de Fulgencio Batista, el 10 de marzo de 1952, lo que impidió que se celebraran las elecciones de junio de ese mismo año, en la que el Partido “Ortodoxo” de tendencia social demócrata seguramente habría triunfado por el amplio apoyo popular con el que contaba.

 

Un año después, el 26 de julio de 1953 un grupo de cubanos opuestos a la dictadura de Fulgencio Batista trató de tomar el Cuartel Moncada en la ciudad de Santiago de Cuba. Fue una improvisada y desastrosa escaramuza militar. Su jefe, Fidel Castro, como luego demostraría con frecuencia en la Sierra Maestra, actuó ese día con suficiente prudencia y huyó a tiempo mientras sus compañeros arriesgaron la vida con temeridad.

 

Castro fue descubierto en su escondite y detenido. No fue torturado y asesinado con crueldad por los esbirros batistianos como muchos de sus compañeros de asalto. En un juicio en el que tuvo todas las garantías, Fidel Castro expuso su programa de cambios dentro de la democracia. Su discurso fue ampliamente difundido al pueblo por los medios de prensa.

 

A Fidel Castro se le condenó a 15 años de prisión. Gracias a una amnistía del dictador Fulgencio Batista solo cumplió 22 meses en la cárcel, y con un trato preferencial. Quien era un desconocido en el país y un fracasado aspirante a algún puesto de dirigente en el partido Ortodoxo se convirtió de la noche a la mañana en un personaje en Cuba. Ya en libertad, Castro viajó a los Estados Unidos y luego a México, país en el que organizó un grupo de 85 hombres con los que salió en un yate hacia Cuba.

 

Los expedicionarios no desembarcan en el lugar ni en la fecha apropiada. Para apoyarlos el día 30 de noviembre se produjo un levantamiento en la ciudad de Santiago de Cuba al mando de un aguerrido joven de la ciudad, Frank País, pero Fidel y sus compañeros llegaron a un lugar remoto de la costa sur de la provincia de Oriente. Solo un pequeño grupo que logró mantenerse unido se internó en la Sierra Maestra, donde comenzó la lucha en las montañas y las ciudades de Cuba.


Durante la lucha guerrillera en más de una oportunidad su testarudez y arrogancia casi cambian el rumbo de la guerra a favor de la dictadura; creía saberlo todo, y con frecuencia daba órdenes absurdas, insultaba a sus subordinados, y se mantenía a distancia de los combates. Quienes luchábamos a su lado conocíamos esos defectos porque eran evidentes, pero jamás imaginábamos que Fidel aspirara a una dictadura de por vida.  

Los sucesos del Moncada, la posterior expedición que partió desde México, y la guerra de guerrillas en las montañas estuvieron marcados por el mismo patrón: audacia, desorden, improvisación, suerte, y buena publicidad. En todos estos casos un grupo de cubanos generalmente jóvenes, sacrificados, valientes e idealistas, se lanzaron sin temor al combate contra la dictadura.  

La campaña publicitaria a su favor, potenciada por Herbert Mathew en el New York Times y por la revista Bohemia en Cuba, elevó su figura a niveles épicos.  Así nació el mito de un individuo con indiscutibles dotes de actor, una oratoria combativa, un astuto oportunismo, absoluta crueldad para tratar a quien creía le hacía sombra y una persuasiva capacidad de manipulación. 

La traición a la revolución y al pueblo


El 1 de enero de 1959 los revolucionarios llegamos al poder. Fidel Castro, el Movimiento 26 de Julio y el Ejército Rebelde tenían el compromiso público con el pueblo cubano de iniciar una época de transformaciones respetando la libertad y la democracia.  Una revolución como la que José Figueres había hecho en Costa Rica.  Fidel Castro tenía otros planes, quería mantenerse en el poder de por vida y en un sistema democrático no habría podido lograrlo.


En un régimen democrático sus defectos habrían sido expuestos y criticados. Habría tenido que rendir cuentas del manejo de la economía del país, del resultado de sus decisiones equivocadas, y corregirlas o su popularidad habría empezado a desaparecer. 

 

Fue entonces cuando Cuba cayó en el abismo. Cuando Fidel Castro traicionó los postulados de la revolución democrática.  Cuando quiso dirigir la república como se manda a un campamento.  Peligro del que José Martí había advertido al jefe insurrecto Máximo Gómez el 20 de octubre de 1884, expresándole: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”.  

 

En su afán de establecer una dictadura comunista en Cuba sobre la que pudiera gobernar hasta su muerte, Fidel Castro provocó a los estadounidenses. No quería un arreglo inteligente con el principal socio comercial de Cuba, quería un rompimiento total para poder justificar su giro hacia el comunismo. También atacó y confiscó a los propios empresarios cubanos que habían financiado su guerra en las montañas y a los campesinos que fueron sus más leales colaboradores. Castro destruyó la pujante economía cubana que había heredado intacta cuando llegó al poder en 1959.  Las repuestas de los Estados Unidos siempre fueron parciales, débiles y mal organizadas. Esto fortaleció y consolidó su poder en Cuba.


La dictadura castrista durante más de medio siglo se ha mantenido a base del terror totalitario que copió de la KGB soviética. Con el mismo arrojo de los antepasados mambises los cubanos demócratas se lanzaron a luchar contra el totalitarismo castro comunista.  Miles fueron fusilados, miles pasaron una buen parte de su vida en prisión. En toda la historia de las luchas contra las dictaduras y por la democracia en Latinoamérica, no ha habido un solo pueblo que haya pagado tan alto el precio de su afán libertario. Hasta el día de hoy los crímenes y los abusos no han cesado.


Durante toda su permanencia en el poder el castrismo ha sido un régimen económicamente improductivo.  Todos los supuestos y aplaudidos logros de la revolución en medicina, salud, deporte y otros, fueron pagados con recursos enviados a Cuba por la URSS.  Quienes en el mundo aplaudieron esos logros se dejaron engañar y ayudaron a engañar a otros.


El régimen ha evitado el colapso económico total por las subvenciones extraordinarias que le dio la URSS durante tres décadas y por la de Venezuela hasta el día de hoy.  La Unión Europea ha facilitado también su supervivencia. Cuba le debe $31.681 millones al Club de París, que no puede pagarle porque el país ni produce ni exporta.

El embargo de los Estados Unidos se ha podido mantener por la insistente presión de los políticos cubanoamericanos en el Congreso; esta medida nunca pudo ser efectiva por las subvenciones mencionadas y porque Europa la neutralizó, vendiendo y supliendo al castrismo todo tipo de equipo, mercadería y materia prima que ha querido comprar.  A pesar de todo esto, el embargo se ha convertido en la pieza de negociación que puede obligar a los herederos del castrismo a una transición democrática en Cuba.


La lucha continúa


Hoy el castrismo enfrenta a una población desconfiada, agotada y frustrada. Una deuda externa que es la mayor de Latinoamérica, una infraestructura obsoleta y semidestruida.  El pueblo cubano quiere un cambio real, un cambio hacia la libertad y la democracia, un cambio de gobierno, y un cambio de retórica.


Los cubanos lo lograrán, porque en la lucha por la libertad no conocen claudicaciones ni temen el sacrificio. No tememos a los estadounidenses, tenemos suficiente capacidad y dignidad para sostener una relación respetuosa con los Estados Unidos. No tenemos que acusarlos de enemigos para justificar nuestras carencias y una demagogia populista que rechazamos.


Esperamos que los miembros de las Fuerzas Armadas cubanas sepan que su enemigo no es el pueblo sino la cúpula desacreditada y corrupta que lo explota. Que cuando llegue el momento unan su voluntad a la de los cubanos y ayuden a rescatar a la nación de esta demasiado larga y oscura noche totalitaria. Que no faciliten el escape de Raúl Castro y los responsables de esta tragedia, para que sean ellos y nadie más, quienes tengan que enfrentarse a los tribunales de una Cuba democrática.

¡Patria, Pueblo y Libertad, el pueblo de Cuba resiste y vencerá!

Comandante Huber Matos B.

Change by Attrition: The Revolution Dies Hard

Antonio G. Rodiles

July/August 2013

 

Five years ago, hopes were high among Cuba watchers when Raúl Castro officially succeeded Fidel. There was particularly intense speculation about who would be named the next first vice president of the Council of State. Bets focused on two candidates: Carlos Lage Dávila, a bureaucrat in his late fifties, and José Ramón Machado Ventura, an apparatchik in his late seventies who had been a captain in the guerrilla war that brought the revolution to power in 1958. Which of the two men was chosen, observers theorized, would suggest Raúl Castro’s orientation over the next five years and give a clue about whether Cuba’s course would be Raulista (reformist) or Fidelista (status quo).

 

The answer came when Lage and his friend Felipe Pérez Roque were ousted along with other senior officials. Despite his substantial portfolio—he had initiated a series of reforms that gave standing to small private businesses and had negotiated a supply of subsidized oil from Venezuela—Lage was stigmatized for deviation from communist principles and especially for trying to consolidate a base of personal power. It later emerged that on several occasions he and Roque had mocked the Castros as dinosaurs of a prior age.

 

In 2008, the international context was different from what it is today. Raúl Castro was attempting a modest rebranding of the Cuban government with the signing of the United Nations human rights covenants in New York. Hugo Chávez had become an inexhaustible source of resources and support for the disastrous economy Fidel had bequeathed to his brother. Barack Obama was emerging as the probable next president of the United States whose election would, according to Raúl’s calculations, increase the chances of ending, or at least relaxing, bilateral differences with the US without requiring that too much would have to be given up. The stakes were raised that same year when three hurricanes lashed the Cuban island, depressing its precarious economy even further.

 

Still, despite diplomatic encouragement by the new US administration, the Cuban government gave little evidence that it actually wanted a new dynamic. Clinging to a society totally controlled by State Security and a huge army of informers, the Raulistas instead sent a signal of their own in 2009 by arresting American Alan Gross, a subcontractor for the US Agency for International Development, for allegedly passing satellite phones and computers to members of Cuba’s Jewish community.

 

As the status quo regained its critical mass, Cuba’s democratic opposition increased its activities. Guillermo Fariñas’s hunger strike, activism by the photogenic Ladies in White, and the death of Orlando Zapata Tamayo after his own prolonged hunger strike all combined to create strong internal and external pressure on Raúl’s regime on the issue of political prisoners. A recognition that the situation must be dealt with led the government to enlist the intervention of the Catholic Church as liaison between the regime and the pro-democracy forces.

 

All during these crises, the government maintained that its “reforms of the economic model,” supported by Venezuelan subsidies, would bring about neo-Castroism at an “adequate” pace, without creating social tensions or breaking continuity with the founding principles of the revolution.

 

However, the much-publicized transformations of the economy never happened. Foreign investors have not queued up to invest in the Cuban future. First abject economic dependence on Venezuela (an echo of an earlier dependence on the USSR) and then the death of Hugo Chávez, “the brother from the Bolivarian country,” have upset all the nomenklatura’s rosy scenarios for transition without change.

 

 As it confronts what is likely to be a bleak future without the support of Venezuela, which must now turn inward to deal with its own soaring inflation and the legitimacy crisis of Chávez’s successor, Nicolás Maduro, Cuba needs to look once again and more realistically to the US and to what it would take to get a relaxation of economic sanctions. The release of Alan Gross would be a sign of weakness, but it would at least remove one key obstacle in the way of dialogue.

 

But the regime’s room for effective maneuvers—maneuvers that would give hope for recovery without causing a crisis of legitimacy for the Communists—has narrowed. As all the early expectations created by Raúl Castro fade to black, the government looks for steps it might take to allow Cubans to breathe a little more freely and lower their demands. Relaxing the controls of the iron-fisted travel and migration policy, in hopes of easing the growing shortages suffered by Cubans, is one of the “audacious” steps the regime has taken.

 

It is also naming “new” figures to fill the senior government posts who are actually part of the ancien régime. One of these, Esteban Lazo, was named president of the National Assembly. Symbolizing everything about the system that is old and unworkable, he will take the reins of an assembly that has never had a contested vote, not even on the very trivial issues which that body is allowed to discuss. Lazo is part of a retaining wall to block any initiative that might arise or come to this governing body.

 

Substituting Miguel Díaz-Canel for José Ramón Machado Ventura —as first vice president, and presumptive heir— is an attempt to provide a Potemkin succession. Díaz-Canel, younger, obedient, lacking in charisma, and without his own power base, will depend entirely on the consent of an entrenched military apparatus to keep his post. As in the case of Lazo, his appointment is another indication that the old dynamic has not been discarded but merely given a face-lift. Both men will improve the image of the ruling elite but in no way diminish its power or control.

 

Given the likely governmental schizophrenia that lies ahead —trying to create a narrow opening to the US while also making sure that any change in the upper echelons of government is only cosmetic— the opposition inside Cuba could begin to play a more crucial role. The collaboration among different opposition groups is more cohesive than in the past. The emphasis in recent months has been woven into a campaign called “For Another Cuba,” which demands the ratification and implementation of the United Nations covenants on human rights as the first step in a transition to democracy.

 

How the opposition plays its cards could influence the form the government’s Plan B ultimately takes when all else fails, as it certainly will. In the near term, however, it can be assumed that the government, looking ahead to the end of the Castros, will continue to assign key positions to its most reliable cadres, people who will guarantee that “neo-Castroism” is the only alternative. It will also try to create the illusion that the faces it presents to the world as its new government are not actually Castroistas in sheep’s clothing.

 

This narrative of rejuvenation will, however, require an economy that can afford it. And that is the sticking point: How can a completely disjointed and broken economy be repaired without fundamental change? It is hard to see how such a rescue operation could take place without a huge injection of capital, an injection that today could come only from Cuba’s northern neighbor.

 

The US embargo and the EU’s Common Position are key pieces in the political chess game now taking place behind closed doors in Havana. If the government manages to pull off the magic act of getting the embargo dropped and securing an infusion of resources without first installing the basic reforms that would in effect toss the old regime on the ash heap of history, it would be able to keep its repressive apparatus intact —and we could say goodbye to any dreams of democracy. When I hear several pro-democracy figures advocate an immediate and unconditional end to the US embargo, therefore, I wonder at their naïveté.

 

If on the other hand the international democratic community signals to the totalitarians in Cuba that ratification and implementation of the fundamental rights set out in the UN covenants is the only path to solving the Cuban dilemma, and if it conditions any measure relaxing the economic sanctions on the fulfillment of those international agreements, it will not take long to see results.

 

The Cuban government has not been and is not reckless, despite the provocative behavior it engaged in when it sheltered under the Soviet umbrella. The elite want to maintain power, but not a brief, après moi le déluge power that lasts only for their own lifetime, with family and close friends inheriting a wasteland.

 

The vast majority of the opposition, for its part, continues to hold the line by promoting peaceful change that transitions to a true democracy with the full and absolute respect of individual liberties and that will stand as a moral and political measurement of whatever status quo the government settles on in a desperate attempt to maintain its power.

 

One subtle sign that this change is on the way, even if there is not immediate economic reform or political liberalization, will be the disappearance of the metaphors of combat as Cuba’s lingua franca: “heroic territorial militias,” “socialism or death,” “impregnable bastions,” etc. These clichés represent the necrosis of Castroism; their disappearance will mean that the head has finally gotten the message that the body of Cuban communism is dead.

 

Antonio G. Rodiles, a Ph.D. candidate in physics, is a Cuban activist and founder of Havana’s Estado de Sats project.

El espía que llegó de Artemisa

Carlos Cabrera Pérez

5 de julio de 2013

 

Más que confirmar la caída en desgracia de Ricardo Alarcón de Quesada, los recientes cambios en la cúpula comunista cubana vienen a refrendar que el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez conserva su poder intacto en el régimen, pese a los errores clamorosos en la gestión de las telecomunicaciones y los constantes rumores sobre un supuesto patrimonio que habría atesorado en los años dedicados a la ¿computación?

 

En el plano histórico, Ramiro Valdés fue el líder local -junto a José “Pepe” Suárez- que más combatientes aportó al asalto del Cuartel Moncada (1953), gracias a sus relaciones y trabajo en Artemisa, donde era bodeguero y masón. Padeció cárcel, se exilió en México, viajó en el Granma, sobrevivió a Alegría de Pío (1956), formó parte del núcleo duro de la Sierra Maestra y luego fue el segundo jefe de la columna del Che Guevara en la invasión de Oriente a Occidente.

 

Aunque las versiones discrepan, nunca ha ofrecido testimonio de su etapa junto al guerrillero argentino; unas fuentes aseguran que ha escrito sus recuerdos para dejar su testimonio, y otros aseguran que para Valdés es un tema incómodo, porque no querría contar cómo Fidel Castro bajó la ventanilla al Che, y lo abandonó en el Congo y Bolivia tras su sonada bronca por la salida de tono de Guevara en Argel contra los soviéticos.

 

Incondicional de Fidel Castro

 

“Ramiro sabe que el argentino era un tipo complicado, difícil, nada pragmático, y ha tenido que elegir entre su cariño al Che y su lealtad incondicional a Fidel [Castro]. Pero toda elección es dolorosa”, me dijo recientemente en Madrid un excolaborador de Valdés. “Yo ya cerré esa página -se justifica, mientras paladea una cerveza helada en un bar- pero si Ramiro contara lo que nos hicieron Machado Ventura y Raúl [Castro] cuando nos sacaron del Ministerio [del Interior], muchos se asombrarían”.

 

Hombre de carácter hosco, “un pesao”, como se diría en buen cubano, pese a no tener estudios superiores descubrió muy pronto las ventajas de controlar los entresijos de la Seguridad del Estado, a lo que se ha dedicado en cuerpo y alma desde que asumió por vez primera la cartera de Interior.

 

Su otra obsesión es hacer ejercicio físico para combatir el envejecimiento. Muchos habaneros recuerdan sus carreras diarias entre la Plaza de la Revolución y Santa Fe (oeste de La Habana, donde vive en un casoplón junto al mar), lo que llevó al defenestrado Carlos Aldana a decir una vez: “Este cabrón se está preparando para sobrevivirnos, se lo tengo que contar a Raúl [Castro]”.

 

Y vaya si le sobrevivió, Aldana murió políticamente de un infarto masivo made in VISA, tarjeta que habría aceptado de un amigo que supuestamente trabajaba para la CIA, según se filtró. Y alguien contó que acabó llorando en el despacho del entonces Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), quien había sido su mentor y padrino.

 

Dos mandatos en el MININT

 

Durante sus dos mandatos en el Ministerio del Interior (MININT), Ramiro Valdés maniobró con habilidad para evitar que el Partido Comunista tuviera peso específico dentro de la institución, actitud que le granjeó la enemistad manifiesta de José Ramón Machado Ventura. Fiel a Raúl Castro desde el II Frente Oriental Frank País, Machado Ventura fue depositando en Fidel Castro quejas varias sobre Valdés para ir minando su posición.

 

Pero como sus méritos históricos y largos años de trabajo en la sombra impedían apartarlo totalmente, una vez que Raúl Castro consiguió echarle del MININT y poner a José Abrantes -con ningún poder propio para establecer equilibrios con los raulistas, pues solo dependía de la simpatía de Fidel Castro-, los Castro decidieron encomendarle una nueva tarea: el desarrollo de la Informática y las Telecomunicaciones.

 

Craso error. Estaban premiando a un pirómano con gasolina y fósforos abundantes; es decir, estaban poniendo en manos de un espía juguetes tecnológicos que le permitirían acopiar aún más información sobre compañeros, amigos, rivales y enemigos.

 

Al parecer Ramiro Valdés, ahora con 81 años, tiene su propio Registro Secreto, al margen del Registro Secreto Oficial del MININT.

 

Misión en Venezuela

 

Algunos atribuyeron su vuelta al poder real a su papel en las grabaciones que el Departamento KJ del MININT hizo de las fiestas de Carlos Lage y Felipe Pérez Roque en la finca matancera de Conrado Hernández, quien representaba en Cuba a empresarios vascos, pero ese trabajo lo dirigió y coordinó el coronel Alejandro Castro Espín y sus hombres de confianza y amigos de la infancia, Casas y Segura.

 

Por si fuera poco, en 2010 apareció en Venezuela para coordinar una campaña energética, según explicó el fallecido Hugo Chávez cuando se filtró la presencia en Caracas del Dzerzhinsky caribeño. O sea, que a estas alturas, Ramiro Valdés también tiene secretos venezolanos y no sería descartable que fuera el muñidor de la medida activa de la Seguridad cubana, quemando a Mario Silva, un ayatolá chavista, y sirviendo su cabeza en bandeja de plata a Diosdado Cabello.

 

La noticia, aunque es noticia, no es la anunciada muerte política de Alarcón, sino que Ramiro Valdés sigue cerca de Raúl Castro en esa sala de la que se entra y se sale “no por demérito alguno”, y donde el espía que llegó de Artemisa parece sembrado.

 

Aunque nada es eterno, al menos hasta que siga conservando sus juguetes preferidos en Santa Fe o quizá en la finca de Pijirigua, donde vivió y murió su amigo y compañero Fidel Labrador Ruiz, tuerto y medio muengo desde el ataque al Moncada, del que Ramiro Valdés Menéndez salió ileso, como ahora.

Castro y Mandela

Miriam Leiva

16 de junio de 2013

 

Fidel Castro pensó entrar en la historia entre los grandes hombres de la humanidad. Pero cada vez parece más evidente que la historia lo situará entre los personajes más nefastos, porque pasó más de cinco décadas apegado al poder absoluto, dejando como herencia un país destrozado en todos los aspectos posibles y un pueblo temeroso de su interferencia, o retorno a los primeros planos de mando.

 

La única seguridad que tendremos de que Fidel estaría dispuesto a dejar de disfrutar del totalitarismo, vendrá cuando no pueda prolongar más la vida. En ocasiones, durante los últimos seis años, se ha especulado sobre su salud y despedida definitiva. Contrario a lo sucedido en décadas atrás, al escucharlo, la mayoría de los cubanos se ha sentido aliviada, a la espera de que quienes detentan el poder comiencen realmente los cambios.

 

Indudablemente, resulta arduo desmontar el sistema caprichoso y fracasado que erigió Fidel Castro. Tal vez por eso, a lo más que han llegado sus seguidores es a poner parches mediante la llamada “actualización”, con lo que continúan perdiendo el tiempo, empeñados en garantizar la transición de los ancianos a sus herederos.

 

Nelson Mandela, en cambio, ya está absuelto por la historia en momentos en que el pueblo de Sudáfrica y el mundo se han mantenido expectantes, desde el sábado 8 de junio, debido a su nuevo ingreso en un hospital de Pretoria, por una recurrente infección pulmonar, secuela de la tuberculosis descubierta en 1988.

 

El Madiba, como lo llaman con admiración y respeto, es el padre de la independencia de la población negra, el artífice del desmontaje del apartheid. Primero, mediante la lucha armada, y luego, por la negociación, hasta alcanzar la vía de la reconciliación entre los sudafricanos de todos los colores y clases sociales.

 

Mandela era el preso 466\64, en Roben Island, por haber sido condenado a cadena perpetua, al encabezar las acciones del Congreso Nacional Africano (ANC). Nacido el 18 de julio de 1918, en Trasnekei, estaba destinado a jefe del clan de los Temblu, pero el joven abogado escogió el arduo camino de todos los pueblos de su patria.

 

En 1990 fue liberado, luego de 27 años en prisión, gracias a la lucha interna y la presión internacional sobre el régimen del apartheid. En 1991, el parlamento derogó la ley sobre la segregación racial. En ese propio año resultó nombrado presidente del ANC. Y en 1993, recibió el Premio Nobel de la Paz (al igual que el presidente Frederick de Klerk).

 

Cuando, el 26 de abril de 1994, se realizaron las primeras elecciones libres en Sudáfrica, 20 millones de ciudadanos ejercieron por primera vez el derecho al voto para terminar con 300 años de dominio blanco racista, confiriendo a Mandela el 62,6% de los sufragios.

 

El 11 de noviembre de 1994, juró como presidente, pero en diciembre de 1997 realizó una de sus acciones más encomiables: anunció su retirada del ANC y de la política, lo cual consumó en marzo de 1999, al despedirse en el parlamento, dando paso a Thabo Mbeki como nuevo presidente.

 

Su grandeza se confirma por la humildad de renunciar al ejercicio de un poder tan merecido. Ese inmenso paso respondió a su afán de propiciar el ascenso de otros políticos, más allá del cáncer de próstata que padecía y que superó con adecuados tratamientos. No obstante, posteriormente, cuando se le solicitaba como uno de los padres o sabios de África, coadyuvó con recomendaciones y negociaciones a la solución de los acontecimientos primordiales de su país y el mundo. Y a través de su fundación, se esforzó por la investigación y combate contra el VIH\SIDA.

 

Los libros Larga Marcha hacia la Libertad y Conversaciones Conmigo Mismo, resultan muy instructivos para los cubanos en esta encrucijada, cuando se deben tomar decisiones de cambios cruciales, asentados en la reconciliación entre todos, para no actuar con odio, sino con pasión, de modo que sea posible escuchar y obedecer, ante todo, la voz de nuestro pueblo.

 

La marcha definitiva del Madiba es inevitable. Sin embargo, cuando está próximo a cumplir 95 años, se añora preservarlo físicamente, aunque ya es inmortal en el recuento de lo mejor ocurrido en la historia de la humanidad.

El impúdico mañana

Jorge Ferrer 

13 de junio de 2013

 

La alegre impudicia con que los vástagos de la familia Castro se han asomado al paisaje del postcastrismo no niega la existencia –algún lector preferirá que escriba “la inminencia”– de este. En cierto modo la confirma, en tanto la dota de una dimensión insospechada hace una década. A saber, la de un mañana en el que los viejos Castro permanecerán como memoria y referencia, sea por exclusión o reafirmación para los agentes sociales que vendrán –eso ya lo sabíamos–, pero en el que también los nuevos Castro sean actores encaramados a los titulares, porque partícipes, beneficiarios y, en cierto modo, tal vez también agentes de la transición.

 

Se asoman ya hoy, sea en paisajes tan distintos de esa Cuba emergente como la reivindicación de los derechos de los homosexuales que ha hecho célebre a Mariela Castro y le ha granjeado no escasas simpatías, o sentando cátedra en los predios del béisbol –la vicepresidencia de la Federación Internacional de Béisbol (IBAF) que ostenta no es precisamente una bicoca– y el golf, como Antonio Castro, hijo de Fidel y Dalia Soto del Valle. El trofeo que el último ganó hoyo a hoyo en Varadero antes de que los estanquillos de La Rampa o Cuatro Caminos cuenten con versiones locales de revistas que nos cuenten sus hazañas en papel couché no es más que un avance de lo que vendrá. Que vendrá. La fotografía que el hoy jubilado Benedicto XVI se hizo rodeado de Fidel Castro, Dalia Soto del Valle y tres de sus hijos fue, tal vez, la expresión más conspicua de ese outing.

 

Con todo, y aun siendo los primos Mariela y Antonio Castro los dos rostros más visibles de esa segunda generación, mucho más relevantes, por obscenos, son los roles ejercidos por Luis Alberto Rodríguez López-Calleja y Raúl Rodríguez Castro. El primero, casado con Deborah Castro y según algunas fuentes en trámites de divorcio, es quien controla el holding empresarial GAESA, lo que equivale a dominar el núcleo de la economía cubana del hoy y el mañana; el segundo, nieto que no se aparta de las cámaras que enfocan a Raúl y hasta apareció sentado entre los presidentes invitados al funeral de Hugo Chávez como un cargo electo más –nieto, por cierto, cuyas luces se dicen más escasas que las que alumbraban La Habana a principios de los noventa. Ahí asoma también Alejandro Castro Espín, autor de un libro cuya presentación me sorprendió hace unos meses en una librería de Moscú mientras buscaba, vaya paradoja, las cartas de Vasili Grossman en sus años más tristes. La misma ciudad donde he conocido a tantos que se apearon del coche oficial del “partido” o la KGB para subirse enseguida al Mercedes-Benz de la prosperidad postcomunista.

 

No era así en el pasado, ¿lo recuerdan? Antes corrían anécdotas de quienes compartían escuela con los vástagos de los Castro, de quienes decían haber visto a las hijas de Raúl viajando en guaguas empujón a empujón y dejando el níquel en la ranura de la alcancía. Antes era evidente que gozaban de privilegios mayúsculos en medio de una población empobrecida, pero sus vidas, piscinas y comidas servidas por solícitas criadas, transcurrían bajo la opacidad de un régimen sin herederos de sangre. Eran hijos, sobrinos y nietos invisibles para los ojos y la historia. Antes los Castro presumían de una vida espartana y una ausencia de vocación hereditaria que los alejaba de otras dinastías. Lo suyo iba a acabarse con ellos, creíamos. Pero, ay, también eso era mentira.

 

Ahora, parafraseando a Cicerón, otros son los tiempos y otras las costumbres.

 

No ha de sorprender a nadie que así sea. El retorno de la Cuba de la anormalidad a la condición de paisito normal presupone también que la sobrevivencia de las elites sea la regla. Y los Castro que nunca dejaron escapar a la Cuba miserable, menos la dejarán escapar  cuando  dé  los  réditos, políticos o económicos, que ya se anuncian.

 

Una Cuba que abandone su excepcionalidad será también una Cuba en la que nos toque convivir con esta impudicia.

El castrismo como bien a heredar

Alejandro Armengol

27 de mayo de 2013

 

Los hijos de los dictadores son diferentes. El poder heredado les brinda la facultad de hacer lo que estuvo vedado, o incluso despreciado por sus progenitores. En el caso cubano, llama la atención que eso que en otra época pudo haber sido considerado un acto de herejía, sirva ahora a los objetivos del régimen.

 

Ni Fidel ni Raúl Castro han podido librarse de la condena, o incluso el reproche, por la represión homosexual. No importan las declaraciones, los premios repartidos a escritores –que recuerdan el pasado y convenientemente olvidan el presente– o los recorridos internacionales otorgados a ciertas víctimas.

 

Mariela Castro Espín se ha destacado como defensora de la libertad de orientación sexual. Desde su puesto de directora del Centro Nacional de Educación Sexual de Cuba (CENESEX) y de la revista Sexología y Sociedad ha sido una activista constante de los derechos de los homosexuales y promotora de la efectiva prevención del sida.

 

No deja de resultar paradójico, por no decir irónico, el interés que desde hace años viene demostrando Castro Espín en la defensa de los homosexuales. Su labor en este terreno ha resultado destacada, si se tiene en cuenta no sólo el historial represivo del régimen hacia el homosexualismo, superado en gran parte, sino también el machismo de la sociedad cubana, todavía imperante en buena medida.

 

Tampoco hay que pasar por alto una diferencia fundamental: el régimen practicó una represión política contra ciertos homosexuales –al tiempo que admitía y premiaba a otros–, mientras que el rechazo machista fue y es generalizado. La labor de Castro Espín tiene que ver con esta última forma de discriminación, al tiempo que elude la primera.

 

Sin embargo, este empeño no se ha visto libre de la sospecha de dedicarse a una labor desde una posición única –privilegiada por su nacimiento– y a partir de un momento en que hubo un cambio de política por parte del gobierno. Si bien su edad la salva del reproche de no dedicarse antes a esta tarea, no por ello ha dejado de aprovecharse de la ventaja de llevar a cabo una función en momentos en que ésta resulta plenamente aceptada por el Estado.

 

Sería injusto acusar a Castro Espín de buscar el satisfacer un capricho propio de “hija rebelde de papá”, pero tampoco es ajena al hecho de cumplir un objetivo que desde hace años interesa al poder castrista: presentar al exterior el “rostro humanitario, liberal y progresista”, tanto del proceso revolucionario como de su familia.

 

Cuando se inició el proceso de sucesión de mando, de Fidel Castro a su hermano Raúl, surgió la pregunta de si a partir de ese momento Castro Espín tendría la posibilidad de comenzar a desempeñar un papel más destacado dentro del gobierno, y si se convertiría en una impulsora de las reformas necesarias.

 

Ello no ha ocurrido, la directora del CENESEX es más pompa que circunstancia. Más que una verdadera reformista, su labor se limita a presentar en el exterior la versión light de la familia Castro.

 

Antonio Castro no reivindica el golf como juego, más allá de la imagen burguesa, sino busca convencer que la isla es un lugar ideal para practicarlo, si se cuenta con el dinero suficiente.

 

En ambos casos el objetivo es el mismo: no son hijos rebeldes sino que obedecen a nuevas rutas. A diferencia de Corea del Norte, la sucesión no se traza a través del rumbo partidista o la carrera funcionaria. No se trata de un camino único. El coronel Alejandro Castro Espín representa la vía tradicional. El tiempo dirá si este sendero que se bifurca, y que de momento cumple un objetivo común, arribará a un resultado idéntico.

 

Las vías para destacarse que han optado algunos miembros de la familia Castro parecen responder no sólo a la circunstancia cubana sino a la actualidad internacional.

 

En un guión que se repetía casi sin modificaciones, los herederos tenían como único objetivo prolongar las dictaduras paternas Así ocurre aún en Corea del Norte, pero en otros casos, como sucedió con Gadafi y sus hijos, el mecanismo dejó de funcionar.

 

Tras largos años de poder absoluto, gobiernos totalitarios que parecían eternos se desmoronan en semanas, días, incluso horas. Las plazas en que por décadas se realizaron discursos en que se ensalzaba al dictador caen en manos de los opositores y son rebautizadas de inmediatos; los cientos, miles de carteles con la imagen del hasta entonces poderoso jefe de Estado son pisoteadas, escupidas, desechas en minutos.

 

De pronto el futuro se ha tornado frágil para los hijos de los dictadores. Es un fenómeno nuevo que los debe tener sorprendidos.

 

Podrá demorarse más o menos, pero en la vida de muchos de estos dictadores llega el momento en que, como que se les agota la cuerda. No hay sucesión segura. Es más, se impone que los herederos piensen sobre la testarudez paterna, cuando aún es tiempo, y dediquen un momento a hacer las maletas.

Carta abierta a Fidel Castro y compañía

 

¿Quiénes son los verdaderos anticubanos?

Antonio G. Rodiles

8 de marzo de 2012

 

Una vez más la Seguridad del Estado usa la vieja táctica de intentar desprestigiar ante su incapacidad de ir a un debate público de argumentos e ideas. Debate que tendría un final muy esperado, pues absolutamente nadie puede esconder la ruina a la que han llevado a la nación cubana. La han arrasado e intentan seguirla arrasando. En esta ocasión los ataques se han dirigido al proyecto Estado de SATS y directamente hacia mi persona.

 

Siento la necesidad de contextualizar esta réplica pues de lo contrario perderíamos la verdadera perspectiva de lo que está ocurriendo. No resulta casual que toda esta andanada de tergiversaciones y elucubraciones provenga de Cuba Debate la página de Fidel Castro y sus empleados.

 

Para comenzar aclaro que por mi historia familiar (ojo, no hablo del General de División Samuel Rodiles Planas, hablo exclusivamente de Manuel G. Rodiles Planas, mi padre) tengo una versión directa de nuestra historia reciente un tanto diferente de la oficial. Es por eso que puedo entender perfectamente cuál es la raíz de esa despreciable táctica de atacar en lo personal al que disiente, de donde nace el uso de la mentira, la manipulación, el desprecio por el otro, como herramientas indispensables y esenciales.

 

La raíz tiene un nombre Fidel Castro Ruz y compañía.

 

Hay varios cuestionamientos que deseo compartir públicamente y créanme que todavía quedan algunos más. Me pregunto:

 

¿Quiénes realmente han estafado al pueblo cubano?

 

¿Quiénes han despreciado nuestros derechos?

 

¿Quiénes son los verdaderos traidores?

 

Es hora de recorrer un poco la historia y preguntarles directamente a Fidel Castro y compañía, aunque se nieguen a respondernos, como han hecho siempre.

 

¿Quién o quiénes engañaron a aquel grupo de pilotos y ofendió hasta la saciedad a una persona de la calidad de Félix Pena obligándolo al suicidio? ¿Quién aplastó la independencia del poder judicial unos días después de enero del 59?

 

¿Quién mintió una y otra vez, frente a todo un pueblo, diciendo que no era comunista y que la revolución era verde como las palmas?

 

¿Quién o quiénes condenaron a Huber Matos a 20 años de prisión, acusado de calumniar a la revolución por decir que se imponía el comunismo?

 

¿Quién o quiénes manipularon al pueblo cubano declarando, “Elecciones, ¿para qué?”, con el objetivo de perpetuarse en el poder?

 

¿Quién o quiénes son los responsables del fusilamiento de decenas y decenas de cubanos?

 

¿Quién o quiénes han engañado a un pueblo haciéndoles creer que Fidel Castro participó del combate el día 19 de abril en Playa Girón, cuando realmente no estuvo ahí presente?

 

¿Quién o quiénes dejaron morir en huelga de hambre al extraordinario joven Pedro Luis Boitel?

 

¿Quién o quiénes han sometido a miles de presos políticos y comunes a condiciones infrahumanas y tratos vejatorios?

 

¿Quién o quiénes despojaron del fruto de su trabajo a miles de familias cubanas prometiendo una prosperidad que nunca ha llegado?

 

¿Quién o quiénes enviaron, para satisfacer delirios de grandeza, a morir a miles de jóvenes cubanos en África?

 

¿Quién o quiénes autorizaron y fomentaron el ultraje a miles de cubanos que deseaban abandonar el país, apedreando sus casas y provocando la violencia y ahora se aprovecha de las remesas de ellos a sus familias para sostener su delirante e ineficiente sistema?

 

¿Quién o quiénes han impuesto a todo un pueblo a vivir en condiciones de penuria durante tantos años?

 

¿Quiénes son los principales responsables de la destrucción de toda la industria, infraestructura, agricultura, vivienda? ¿Quién o quiénes gobiernan el país a base de decisiones y caprichos que sólo muestran una gran ignorancia y prepotencia?

 

¿Quién o quiénes autorizaron el hundimiento del remolcador 13 de marzo donde murieron alrededor de cuarenta personas, principalmente niños y mujeres? Todavía recuerdo el cinismo de Fidel Castro frente a las cámaras de televisión diciendo que había sido un accidente.

 

¿Quién ordenó pulverizar a dos avionetas desarmadas en pleno vuelo y acabar sin escrúpulos con la vida de cuatro seres humanos?

 

¿Quién o quiénes son los máximos responsables del fusilamiento, en un juicio sumarísimo, de tres jóvenes en el año 2003?

 

¿Quién o quiénes ordenaron las brutales penas a 75 disidentes políticos, por el sólo hecho de ser hombres libres?

 

¿Quién o quiénes ordenaron y ordenan humillar con violencia a un grupo de mujeres indefensas que piden la libertad de sus esposos y de todos los cubanos?

 

¿Quién o quiénes son los responsables de la muerte del joven Orlando Zapata Tamayo que sólo pedía que no se le ultrajara con más golpizas?

 

¿Quién o quiénes ordenaron la muerte de Wilman Villar Mendoza? ¿Quién o quiénes ordenaron llevarlo al hospital sólo cuando ya no había posibilidades de salvarlo?

 

¿Quién o quienes han usado la violencia, el terror y la muerte como formas de escarmiento? Práctica que comenzó desde los tiempos de la Sierra Maestra y que siempre se ha maquillado en un teatro de legalidad.

 

¿Cuántos muertos pesan sobre ustedes, cuántos?

 

¿Quién responde por la estampida de cubanos que buscan a toda costa dejar atrás una situación que los agobia? ¿Quién responde por los muertos en el estrecho de la Florida? ¿Quién responde por tantas familias separadas?

 

Esos responsables sí son los verdaderos traidores, son los verdaderos anticubanos, son los que sienten pánico cuando se habla de una Cuba donde todos tengan voz. Todos sus argumentos son palabras huecas que intentan desviar el dedo que los acusa como los principales responsables de nuestra tragedia nacional.

 

A nosotros nos queda poco que perder, ustedes han logrado, durante 53 largos años, arruinar nuestra nación, han logrado que impere la miseria. Muestren al menos algo de vergüenza en sus finales.

 

Por más que se aferren se les acaba el tiempo, los cubanos estamos hartos de sus desmanes. El futuro, donde no cabrán el odio y la desidia, está tocando nuestras puertas.

Cuba: El fracaso de su revolución de 50 años

Este documento está suscrito

por todos los firmantes que aparecen al final

5 de enero de 2009

 

En enero se cumplen 50 años del triunfo de una revolución que se propuso cambiar Cuba. El Movimiento 26 de julio de Fidel Castro derrocó la dictadura de Fulgencio Batista, porque deseaba construir “una nación más democrática, más próspera, más independiente y más justa”.

 

En estos años la sociedad cubana ha atravesado por cambios de gran trascendencia. Tras medio siglo en el poder hoy Cuba es gobernada por un régimen que ha remplazado al autoritario Batista, por uno totalitario; es decir, de partido único, ideología comunista y economía estatizada, donde se reprime a quien piensa distinto y se impide la autonomía de la sociedad civil.

 

Esta vez, las celebraciones estarán encabezadas por Raúl Castro, confirmado como Jefe de Estado y de Ministros el 24 de febrero de 2008, tras la enfermedad de su hermano a fines de julio de 2006. Algunos analistas pensaron que con su llegada al poder podría iniciarse una época de cambios económicos en la atribulada sociedad cubana. Ese criterio se basaba en el pragmatismo del menor de los Castro, así como en la calamitosa situación social en que recibió el país.

 

Sin embargo, ¿Se puede hablar de cambios en Cuba cuando todavía hay prisioneros políticos? ¿Se puede hablar de cambio si nadie ha hablado de transformar ni un solo aspecto relacionado con los derechos civiles y políticos?

 

La conmemoración de los 50 años de la revolución es una buena fecha para hacer un balance de las consecuencias de la revolución cubana, no obstante, lo difícil que es acceder a información confiable sobre Cuba. El presente documento suscrito por los intelectuales e instituciones que abajo firman busca realizar de manera objetiva y rigurosa ese balance. Para hacerlo nos hemos basado en investigaciones publicadas en revistas con consejos editoriales o estudios realizados por instituciones de reconocido prestigio.

 

La Constitución de la República de Cuba (1992 y 2002) señala en su artículo 1º que:

 

   “Cuba es un Estado socialista de trabajadores, independiente y soberano, organizado por todos, como república unitaria y democrática, para el disfrute de la libertad política, la justicia social, el bienestar individual y colectivo y la solidaridad humana”.

 

Comparando estos ideales de libertad política, justicia social, y bienestar individual y colectivo establecido por la propia revolución con la realidad que viven los cubanos, realizaremos esta evaluación.

 

Libertad Política

 

Hoy no existe en Cuba libertad política. Se ha instaurado una dictadura totalitaria con un Estado que controla todo y una sociedad civil muy débil. El gobierno cubano erradicó o neutralizó instituciones que fueron determinantes para la transición a la democracia en Europa del Este. Además de barrer con la oposición, desde el comienzo el modelo castrista encubrió bajo fórmulas de "respuestas populares revolucionarias" la represión de opositores. Se atravesó la sociedad con una red de control integrada de organizaciones afines al gobierno1 que se extiende verticalmente: desde un nivel nacional a uno municipal y son responsables ante la dirección suprema del Partido Comunista.

 

Durante casi cinco décadas, Cuba ha restringido prácticamente todas las vías de oposición política. Los ciudadanos cubanos se han visto sistemáticamente impedidos de ejercer sus derechos fundamentales de libertad de expresión, privacidad, asociación, reunión, circulación y debido proceso legal. Entre las diferentes tácticas empleadas para imponer la voluntad del régimen se encuentran las amenazas policiales, la persecución penal, la vigilancia, las detenciones temporales, las restricciones para viajar y el despido laboral por razones políticas (Human Right Watch, 18 de febrero 2008).

 

Amnistía Internacional ha mostrado también gran preocupación por los casos recientes de "actos de repudio", en los que grupos de partidarios del Gobierno insultan, intimidan y a veces ofenden físicamente a quienes consideran "contrarrevolucionarios"2. Estos actos suelen realizarse en convivencia con las fuerzas de seguridad, y en ocasiones participan en ellos los Comités de Defensa de la Revolución o los Destacamentos Populares de Respuesta Rápida (Amnistía internacional, 17 de marzo de 2006).

 

Durante el régimen cubano miles de personas han sido ejecutadas y otras miles sometidas arbitrariamente a juicios y sumarios sin acceso a recursos legales apropiados por no existir un Poder Judicial independiente ni Estado de Derecho.

 

Cuba tiene las tasas más altas de encarcelamiento por ofensas políticas que cualquier otro país en el mundo. Según Freedom House (2000-2001) hay varios miles de prisioneros políticos, la mayoría en celdas con criminales peligrosos y muchos convictos con cargos poco claros como: “diseminación de propaganda enemiga” o “peligrosidad”. Hay reportes confiables de tortura de disidentes en prisión y en instituciones psiquiátricas, donde se encuentra una cantidad de arrestados en los años recientes.

 

Cuba también es el líder en el hemisferio occidental en la práctica de la pena capital, sólo sobrepasado en el mundo por Irán y la República Democrática de El Congo. Según la “Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional”, la cifra de personas condenadas a muerte desde 1959 oscilaría entre los 5.000 y 6.000, esto a pesar de que durante los últimos años se redujeron sustancialmente. Desde el año 2000 funcionó una moratoria de hecho que se rompió en el 2003 (Ravsberg, 2004).

 

Según el “Proyecto Verdad y Memoria” ha habido aproximadamente 4.038 ejecuciones, 1.292 asesinatos extrajudiciales, 1.219 balseros muertos o desaparecidos y, según el Miami Herald (23/04/06) 13.403 cubanos fallecidos en misiones internacionales, sobre todo durante los 15 años de guerras africanas en Etiopía y Angola. Lo que van a dejar los hermanos Castro es un legado de sangre e injusticia.

 

El régimen de Fulgencio Batista era autoritario, había surgido de un golpe violento, sin embargo existían suficientes libertades públicas como para que circularan más de 120 publicaciones, para que existieran partidos legales de oposición, estaciones de radio y canales de televisión independientes del Estado, y para que los ciudadanos pudieran entrar y salir libremente (Rojas, 2008).

 

Cincuenta años después, Cuba es otra. Como señala el Informe de Freedom House (2008), Cuba se convirtió en la mayor cárcel para periodistas de la región y el único país del continente que prohíbe expresamente el libre ejercicio del periodismo.

 

A partir del índice de Libertad de Prensa que publica anualmente Freedom House3, Venezuela y Cuba son los únicos países de América Latina "sin libertad de prensa", situándose a un nivel más bajo que Irak.

 

La única libertad de expresión que no se reprime es la que coincide con el Partido Comunista. Poco después del ascenso de Castro al poder, todos los medios de difusión masiva fueron confiscados y puestos al servicio del Partido y del Gobierno. La radio, la televisión, los periódicos, las revistas y el cine, tienen como función única la divulgación de la ideología comunista.

 

A los cubanos también les está prohibido ver la televisión extranjera o escuchar la radio de onda corta. A su vez, para el acceso a Internet, la posesión de máquinas de fax y de computadoras, deben dar una “razón válida” y firmar un contrato de utilización, con cláusulas restrictivas. Igual que para conseguir la instalación de un teléfono, se evalúa los méritos del demandante.

 

En Cuba la Constitución reconoce el derecho de los ciudadanos de profesar y practicar cualquier credo religioso dentro del marco del respeto a la ley. Sin embargo, en la ley y en la práctica el gobierno ha puesto restricciones a la libertad de religión.

 

Por lo general, los grupos religiosos que no están inscritos siguieron experimentando la interferencia, el hostigamiento y la represión oficiales en grados diversos. Sigue sin cambios la política del gobierno cubano de permitir que las actividades religiosas apolíticas tengan lugar en lugares autorizados por el gobierno.

 

En Cuba no existen derechos políticos. El Partido Comunista, único permitido, ejerce el monopolio de todas las actividades políticas de la isla asistido por las llamadas "organizaciones de masas". Y la población está prácticamente obligada a pertenecer a una o varias de estas organizaciones políticas, o resignarse a quedar marginada de empleos, oportunidades de estudiar y hasta de obtener artículos de consumo (Martel, 2005).

 

En Cuba no hay elecciones libres. Además, están prohibidas todo tipo de organizaciones políticas fuera del partido único (Freedom House, 2001-2002). Por lo tanto, no se puede ser un disidente, de ahí la alta tasa de Presos políticos —entre ellos, 48 jóvenes por recoger firmas para un referéndum, 23 periodistas por escribir artículos contra el régimen y 18 bibliotecarios por prestar libros prohibidos— (Montaner, 2007).

 

Según el índice Freedom in the world, Cuba es el único país que se ha clasificado como no libre de América Latina. Para llegar a esa conclusión, se analizan los derechos políticos y las libertades civiles, al igual que en el resto de los países:

 

II Justicia Social

 

Frecuentemente los defensores del régimen castrista argumentan el modelo cubano destacando sus logros sociales (Ciem, 1999; González, 1999). Ellos señalan que “los indicadores sociales han permitido alcanzar un grado de equidad mediante la aplicación de la planificación económica centralizada y la intervención estatal en todos los sectores relacionados con la política social” (Ciem, 1999: 54). Destacando que las tasas de esperanza de vida, de mortalidad infantil así como la de desempleo están a la cabeza de América latina.

 

Sin embargo, se debe tener cuidado al extraer conclusiones con respecto a las bondades del modelo. Los indicadores sociales muestran que Cuba en 1958 era una de las sociedades más prósperas e igualitarias de América. De acuerdo con los indicadores sociodemográficos sólo era superada por Argentina y Uruguay. Mientras que los indicadores sociales y económicos se asemejaban de manera notable a las de los países menos desarrollados de Europa en ese entonces, como España y Portugal (Noriega, 2007).

 

Entre 122 países analizados Cuba ocupaba el rango 22 en materia sanitaria, con 128,6 médicos y dentistas por 100.000 habitantes, por delante de países como Francia, Reino Unido y Bélgica. Además la tasa de mortalidad de Cuba era de las más reducidas del mundo (5,8 anuales por 1.000 habitantes; Estados Unidos 9,5) y el nivel de alfabetización de la Isla era del 80%, semejante al de Chile y Costa Rica, y superior al de Portugal.

 

En tal sentido, resulta equivocado pensar que Cuba antes de la revolución era un país de fuertes contrastes y de bajo nivel de desarrollo, sino que en la década de las cincuenta era una nación con índices crecientes de progreso económico y social: ocupando lugares de avanzada dentro del concierto latinoamericano, junto a Argentina, Chile, Uruguay y Venezuela.

 

Es así como las condiciones previas a la revolución eran propicias para un avance sostenido en materia social. Ello no ocurrió como se puede apreciar en el siguiente cuadro:

 

Los indicadores demuestran cambios tras cinco décadas de revolución. La baja tasa de desempleo se ha logrado con empleo artificial en el gobierno. En tanto los salarios y las pensiones han disminuido.

 

El salario real en 2007 estaba 76% por debajo del nivel de 1989 (Mesa-Lago, 2008: 18). Raúl Castro reconoció en su discurso del 26 de julio que “el salario es claramente insuficiente para satisfacer las necesidades” y prácticamente ha dejado de cumplir su papel de asegurar el principio socialista de que cada cual aporta según su capacidad y reciba según su trabajo, por lo tanto, abogó por un mejor ajuste de los salarios a los precios.

 

Desde 1962, mediante decreto, se asigna una cuota mensual fija de productos alimentarios de la canasta. Cada cubano recibe una canasta que contiene comida (excluyendo carnes rojas), útiles de aseo y limpieza, pero que sólo les alcanza para unos 15 días del mes. Para lo cual deben comprar en el mercado negro, porque en el mercado subvencionado no podrán adquirir nada suplementario, porque además de asistido, es racionado y no venden productos adicionales.

 

Entre los resultados favorables destaca la disminución de la mortalidad infantil, que es la más baja del hemisferios después de Canadá. Pero ese logro hay que clarificarlo, ya que esa tasa ya era muy baja en 1958 cuando alcanzaba a 40,0 por cada mil niños nacidos vivos. En este año poseía índices en este indicador superiores a Francia (41,9), Japón (48,9), e Italia (52,8). Sin embargo, en 2007, Cuba había reducido este indicador a 5,3. Siendo superior a las registradas por esas mismas naciones (Francia 4,2; Japón 3,2 e Italia 5,0).

 

Aún cuando es positivo, requiere la asignación cuantiosa de recursos muy escasos a un problema ya resuelto, mientras que hay necesidades mucho más urgentes y severas, como mejorar la infraestructura de agua potable, la alimentación, las bajas pensiones y la vivienda (Mesa-Lago, 2005: 197).

 

Esta última es una de las realidades más dramáticas. Mientras que la población se duplicó entre 1959-2007, el número de viviendas construidas fue menor que las destruidas por falta de reparaciones y mantenimiento. La edificación no ha compensado estas pérdidas y las producidas por cinco huracanes y tormentas en los últimos años (Mesa-Lago, 2008:19-20). Así las viviendas por 1.000 habitantes cayeron en 25 por ciento entre 1989 y 2007.

 

Por otra parte, el proceso de nivelación social que ha sido utilizado como bandera de lucha por la dirigencia castrista, en la práctica tampoco se ha cumplido. No hay estadísticas oficiales de distribución del ingreso, pero estimaciones cubanas y extranjeras indican que esa distribución se ha vuelto más desigual (Noguera, 2005; Mesa-Lago, 2005; Espina, 2008). Los mercados segmentados y la recepción de remesas por parte de la población han ayudado a aumentar la desigualdad.

 

Como se indica en el cuadro, la desigualdad subsistió y se ha ido acentuando con el transcurso del tiempo. El coeficiente de Gini aumentó de 0,22 en 1986 a 0,407 en 1999 y que la razón entre el quintil más rico y el quintil más pobre de ingreso creció de 3,8 a 13,5 en 1989-1999. Mientras que en ese mismo periodo en América latina la razón entre el quintil más rico y el quintil más pobre de ingreso creció de 11,90 a 19,91.

 

En la práctica, el índice no es muy diferente del existente en el resto de América Latina. Sin embargo, entre 1986-1999, en Cuba la razón entre el quintil más rico y el quintil más pobre creció 3,85 veces, mientras que América latina lo hizo 1,67 veces.4

 

Finalmente, otra elocuente demostración de la vulnerable situación que sufren los cubanos es la emigración. Según la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE), Cuba cerró el año 2006 con 3.000 habitantes menos que el año precedente. Las dos causas citadas por los demógrafos para explicar ese fenómeno son la baja tasa de natalidad y la emigración.

 

Como señala Montaner (1999:16) desde el inicio de la República en 1902, y hasta la llegada al poder de Castro, Cuba fue una tierra receptora de trabajadores del mundo entero —especialmente de España—, pero a partir de la mítica revolución el fenómeno se ha invertido: más de un millón de cubanos ha escapado de ese país por cualquier medio disponible, mientras prácticamente nadie —ni siquiera los más fervientes nostálgicos del comunismo avecindados en Europa Oriental y Rusia— se anima a instalarse en la Isla.

 

III Bienestar individual y colectivo

 

En pos del desarrollo bajo una concepción socialista Cuba puso en práctica un modelo de economía altamente centralizado, en donde el Estado es el propietario de prácticamente todos los medios de producción y dirige el proceso productivo y de distribución en forma centralmente planificada.

 

Cuba se fue transformando gradualmente en una economía totalmente dependiente de la Unión Soviética y basada en la monoproducción de azúcar. El fracaso y colapso de la URSS la obligó a buscar una mayor diversificación de su economía pero las ineficiencias de su modelo, que desconoce el derecho de propiedad privada y las bondades en una economía de mercado libre y abierta no le han permitido el progreso. El siguiente cuadro muestra indicadores más recientes5 y confiables sobre la economía cubana:

 

Como se puede apreciar el PIB de Cuba aumentó entre 1981-1989 a una tasa anual de 2,9%. Sin embargo, el crecimiento disminuyó en el periodo 1991-20036 donde estimó una tasa media anual de –0,5%. El bajo crecimiento ha provocado que el PIB por habitante en el 2003 estaba 17% por debajo del nivel de 1989 (Mesa-Lago, 2005: 186).

 

Desde una perspectiva de más largo plazo se puede comprobar el fracaso del modelo cubano para producir bienestar, al ver el cuadro 6. Este muestra la posición relativa del ingreso por habitante de 7 países: Cuba, Venezuela, Argentina, España, Portugal, México y Chile. Cuba era el tercer país de este ranking en 1957 y cayó al último lugar el año pasado.

 

Las modestas reformas orientadas al mercado en 1993-1996 lograron una recuperación parcial, pero luego se paralizaron y se han revertido a partir del 2003. Los indicadores sociales mejoraron después de 1994, pero en 2003 varios de ellos no recuperaban aún el nivel de 1989 y la pobreza y la desigualdad habían aumentado (Mesa-Lago, 2005).

 

Hoy en día, la balanza comercial cubana es una de las más desfavorables del planeta. El pobre desempeño agrícola ha requerido importaciones masivas de alimentos que junto a los combustibles y medicamentos han mantenido una participación mayor al 60% en el total de las importaciones y toman el 80% de los ingresos en divisas, sin posibilidad en el corto plazo de cambiar esta situación.

 

Estas cifras ratifican la debilidad de la economía cubana, especialmente cuando ya no recibe los préstamos a largo plazo y con bajísimo interés que la URSS le otorgaba automáticamente para cubrir el déficit comercial anual. Cuba ha incumplido pagos con África del Sur, Bélgica, Canadá, Chile, España, Francia, Japón, México, el Reino Unido y otros. A fines de 2007, la deuda externa total de Cuba se estimó en 37.905 millones de dólares, equivalente a 3.410 dólares por habitante, tres veces el promedio latinoamericano de 1.173 dólares (Mesa-Lago, 2008:14).

 

Como señala Oppenheimer (2008), el Gobierno cubano culpa de sus problemas económicos al embargo comercial de Estados Unidos. Sin embargo, tiene tantos agujeros que difícilmente se le puede culpar por el bajo nivel de vida en la isla. Estados Unidos es ya el principal exportador de productos alimenticios a la isla y muchos otros productos estadounidenses entran a Cuba a través de terceros países.

 

Conclusión

 

La revolución deseaba una Cuba democrática, donde los ciudadanos disfrutaran de libertad política, justicia social, y bienestar individual y colectivo tal como lo afirman en el art.1 de la Constitución de 1992 y posteriormente en 2002.

 

Cincuenta años después del triunfo del Movimiento 26 de julio queda en evidencia el fracaso de ese objetivo. El precio que han pagado los cubanos en libertades básicas perdidas es enorme, el Gobierno decide lo que van a estudiar, donde pueden trabajar, donde pueden comprar hasta si pueden viajar al exterior. En Cuba no hay libertad política ni de expresión. En Cuba, no hay justicia social, sino que el estándar de vida de la población ha empeorado visiblemente. No pueden seguir viviendo con una canasta —si bien subvencionada— que dura como máximo dos semanas. Cuba es hoy un país cada vez más pobre, dependiente de la ayuda exterior y menos libre.

 

En 50 años, la que era la cuarta economía de América Latina ha descendido a los últimos lugares en la región. Esta nación otrora receptora de migrantes europeos durante la primera mitad del siglo XX, hoy se ha convertido en una comunidad con un potencial migratorio de medio millón de habitantes.

Con la asunción al poder de Raúl Castro se esperaban cambios a un modelo que es insostenible. Sin embargo, tras dos años, se ha aferrado en el poder y ha mostrado pequeños signos de reforma, que siguen siendo insuficientes. Raúl Castro que no posee el carisma de su hermano, ha debido enfrentar una creciente desafección de la población en general y la juventud en particular. Los resultados de una encuesta recientemente publicada indican que la mitad de los cubanos perciben la situación de su país como “mala” o “muy mala”.7 Los cubanos afirmaron que se sienten personalmente afectados por el alto costo de la vida y la falta de vivienda. El nivel de servicio público tampoco cumple con las expectativas del pueblo. Sin embargo, a pesar de las penurias que tienen que enfrentar, los cubanos declaran que el área prioritaria de mejoramiento para ellos es la organización de elecciones libres.

 

Los cambios económicos que aparentemente se vienen efectuando son necesarios, pero están lejos de ser suficientes para garantizar el crecimiento económico y el bienestar social. Adicionalmente, hacen falta cambios en las leyes que garantizan las libertades fundamentales que rigen en una sociedad libre y democrática. Es necesario que el pueblo cubano pueda expresar libremente sus ideas sin necesidad de que un presidente le diga que pueda hablar sin temor a represalias, especialmente cuando han esperado décadas para ello.

 

Al régimen revolucionario cubano se atribuye grandes avances en la salud pública y la educación, así como en el auspicio de la cultura y los deportes, especialmente en la etapa en que duró su relación con la Unión Soviética. Sin embargo, ese desarrollo tiene como base los logros alcanzados por la República pre-castrista, visible en estadísticas de la ONU, la Organización Mundial de la Salud y la Organización Internacional del Trabajo. Por otra parte, el precio que Cuba ha tenido que pagar en materia de represión política, violaciones de los derechos humanos, ausencia de libertades fundamentales y sometimiento de la soberanía cubana a los intereses del bloque soviético, así como el hecho de que alrededor del 20% de la población cubana vive fuera de Cuba, es demasiado alto como para creer que la revolución de los hermanos Castro se ha justificado.

 

Esta es la verdad del momento cubano. Si el objetivo sigue siendo alcanzar la libertad política, la justicia social, y el bienestar individual y colectivo ¿cuál es la mejor receta? La democracia y el libre mercado.

 

Notas

 

1. Hay en la red cubana órganos de vanguardia (el Partido Comunista), organizaciones de masas (Comités de Defensa de la Revolución, Federación de Mujeres Cubanas, Asociación Nacional de Agricultores Pequeños, etc.), agencias gubernamentales (Ministerios e institutos paraministeriales); sistema de educación, difusión y reafirmación de la cosmovisión oficial (escuelas, universidades y medios de comunicación) y tribunales de justicia.

 

2. Los lectores que desconocen la naturaleza de estos hechos pueden consultar en: http://www.cubademocraciayvida.org/web/article.asp?artID=1375, donde aparece un artículo de Eloy A. González titulado “¿Qué es un acto de repudio?”.

 

3. Annual Survey of Press Freedom 2002, elaborado por The Freedom House, es una encuesta que abarca 187 países y se viene realizando desde 1979. "El grado en el que cada país permite el flujo libre de información determina la clasificación de sus medios con Libre, Parcialmente Libre, No Libre". En este caso los países con puntajes del 0 al 30 son calificados como Libres en términos de libertad de prensa, los que reciben entre 31 y 60 puntos son Parcialmente Libres y los que reciben más de 61 puntos son no Libres.

 

4. El promedio de distribución del ingreso en América Latina, la razón entre el quintil más rico y el quintil más pobre año 1986, fue elaborado en base a Argentina, Bolivia, Costa Rica, Honduras, Perú y República Dominicana; para el año 1999, en base a Bolivia, Brazil, Colombia, Honduras, Jamaica y Paraguay, únicos países disponibles. Fuente CEPAL (2007).

 

5. La tabla comprende los años 1989, 1993 y 2003 dado que los datos para estos años son los más completos. Tabla obtenida de Mesa-Lago (2005: 185).

 

6. Un serio obstáculo para evaluar la evolución del PIB en 1989-2003 es el cambio en 2001 del año base para el cálculo a precios constantes: de precios de 1981 a precios de 1997. La nueva serie de la Oficina Nacional de Estadística (ONE, 2002 y 2003) sólo muestra el período 1996-2003 y, cuando es comparada con los mismos años de la serie anterior (ONE, 1998 y 2001), resulta en un incremento anual sistemático de 60% en el valor del PIB, sin que las autoridades hayan dado una explicación de esta anomalía. Como la nueva serie no se retrotrae a 1989, es imposible comparar el PIB en las dos series en 1989-1995 (Mesa-Lago y Pérez-López, 2005).

 

7. Encuesta Voz de La Habana, realizada a finales de 2007, incluyó a 150 ciudadanos de Cuba en la Capital de La Habana. Encuesta cuantitativa en la que participaron residentes de 15 municipalidades de La Habana y donde contestaron casi 100 preguntas acerca de variados temas (infraestructura del Estado, derechos humanos, efectividad del Gobierno, corrupción, salud y educación) (Van de Aar et al 2008: 8-9).

 

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Oppenheimer, Andrés (2008). “Cincuenta años después, Cuba no tiene mucho que mostrar”; MiamiHerald 13 de diciembre, 2008.

 

Ravsberg, Fernando (2004): “Cuba y la pena de muerte”; BBC 05 de noviembre de 2004, La Habana.

 

Reporteros sin Fronteras (2007). Informe anual de Cuba.

 

Rojas, Rafael (2008): Diario El Mercurio 03/08/08, Chile.

 

The Freedom House (2001, 2002, 2004, 2005, 2006, 2007 y 2008): “Freedom in the World. The annual survey of Political Right and Civil Liberties”.

 

Sánchez, Jorge Mario & Triana, Juan (2008): “Un panorama actual de la economía cubana, las transformaciones en curso y sus retos perspectivos”.

 

Documento de Trabajo Nº 31/2008, Real Instituto Elcano.

 

Van de Aar, Max; Nicola Sanches y C.H. Zola (2008): “Situación “muy mala”… según la encuesta”. En Diálogos Cuba-Europa, Vol.3 (8).

 

Vidal Alejandro, Pavel (2007): “La Inflación y el Salario Real”, Economic Press Service, La Habana, 20 (marzo): 18-20.

 

United Nations Statistics Division (2008). Obtenido electrónicamente en: http://unstats.un.org/unsd/default.htm.

 

Firmantes:

 

Carlos Alberto Montaner (Cuba)

Internacional Liberal

 

Álvaro Vargas Llosa (EE.UU.)

Independent Institute

 

Enrique Ghersi (Perú)

CITEL

 

Ian Vásquez (EE.UU.)

Fundación Internacional para la Libertad

 

Carlos Ball (Venezuela)

AIPE

 

Lorenzo Bernaldo de Quirós (España)

Freemarket

 

Gerardo Bongiovanni (Argentina)

Fundación Libertad

 

Rocío Guijarro (Venezuela)

CEDICE

 

Cristián Larroulet (Chile)

Libertad y Desarrollo

 

Dora de Ampuero (Ecuador)

Instituto de Economía Política

A Cuba le espera el ‘modelo Putin’

Jon Lee Anderson: “Los sucesores de Chávez y Fidel son hombres grises”

Rocío Montes

20 de abril de 2013

 

El reportero de guerra de The New Yorker y biógrafo del Che Guevara, ha perfilado a importantes personajes políticos de Latinoamérica y sostiene que la izquierda de la región está entrando en una “época menos mística”. “Los nuevos líderes no son exactamente los revolucionarios de antaño (...). No son los que inventaron la llanta, sino los que la parchan”. El periodista mañana llega a Chile.

 

El periodista Jon Lee Anderson nació en Estados Unidos, pasó parte de su infancia en Corea, Taiwán e Indonesia, y desde la revista The New Yorker ha cubierto por casi 15 años algunos de los principales conflictos armados mundiales: Afganistán, Angola, Líbano e Irak. El norteamericano también es un buen conocedor de América Latina: biógrafo de Ernesto Che Guevara, en sus reportajes ha descrito las singularidades del paisaje político de la región y retratado a personajes como Fidel Castro y Hugo Chávez.

 

La última vez que estuvo en Chile fue hace diez años, en 2003. Antes, en 1998, llegó a Santiago para entrevistarse con Pinochet, su círculo y sus detractores para un perfil que tituló “El dictador”.

 

Anderson regresará mañana para ver amigos, sostener conversaciones y participar de la entrega de unos premios de periodismo de la Universidad Alberto Hurtado (UAH). “Chile es un país donde todos siguen las reglas. Una vez, en una zona residencial de Santiago, caminé en la calle en lugar de la vereda. Escuché silbatos, y era un policía que me indicaba insistentemente la acera con el dedo. Fue revelador. Nunca me había pasado eso en otro país, y me imaginaba que algo así podía ocurrir en Suiza, Alemania, pero no en América Latina”, recuerda por vía telefónica desde su casa en Dorset, Inglaterra, en un perfecto español con tono anglosajón, que intercala con palabras locales como “chévere” y “ni modo”. Anderson aprendió castellano en otro de los países donde vivió siendo un niño: Colombia.

 

El periodista conoció de cerca a Chávez en 2001 y se reunió durante varias jornadas con él, cuando trabajaba en el perfil “El revolucionario”. “Chávez es un político en campaña continua, y en cierto modo es así”, escribió para The New Yorker. La última vez que se vieron fue en 2008, cuando Anderson lo acompañó durante varios días e, incluso, pudo realizar viajes aéreos junto al presidente. “Bolívar es la musa política de Chávez (...). Más significativo es que haya hecho de Fidel Castro su modelo contemporáneo y del socialismo su ideal político, y que a los 15 años del hundimiento de la Unión Soviética se haya puesto al frente de la revitalización del izquierdismo que recorre toda Latinoamérica”, escribió en el reportaje “El heredero de Fidel”.

 

En noviembre pasado llegó a Caracas e hizo gestiones para verlo: “Me dijeron que estaba muy cansado por la campaña. Naturalmente estaba muy cansado: casi agonizante”, señala Anderson.

 

¿Cómo se veía a sí mismo?

 

Chávez tenía una noción casi mística de sí mismo y no creía que era mortal. No quiero decir que se endiosó solo porque, hasta cierto punto, eso le ocurre a la gente cuando lo único que ve son hordas alabándole. Es inevitable. Recuerdo su cara cuando le descubrieron el cáncer. El no creía que era posible y tenía un terror a la muerte. Chávez no quería morir y esos dos años fueron terribles para él, porque era un hombre que realmente necesitó más de la vida. No quiso creer que iba a morir...

 

Usted, que conoció bien a Chávez, ¿qué opinión tiene del liderazgo de Nicolás Maduro?

 

En estos últimos meses, sabiendo que Maduro iba a ser el sucesor, pensé: “Van a hacer todo lo posible para no entregar el poder, punto”. Creo que está claro que eso está sucediendo. Maduro es un hombre con cierto carisma y cierta calle, es canchero, aunque dudo que llegue a la talla de Chávez, pero tampoco yo preveía que sería tan volátil y tan poco diplomático en estos últimos días. Maduro ha crispado mucho más el ambiente y no está comportándose como estadista, sino como alguien muy inseguro.

 

Por negarse a recontar los votos.

 

Si fuera cierto que ya es presidente por los pelos, lo quiere volver a comprobar, Maduro debería proceder a un reconteo. Debe hacerlo si quiere apaciguar los ánimos de Venezuela, dejar bien claro a todos que él ganó y echarse al país al bolsillo. Por último, si triunfó por los pelos, debe demostrar que es legal y legítimo, y hacer un esfuerzo mayor para reconciliar a Venezuela. Pero ha hecho todo lo contrario y eso está envileciendo el ambiente aún más. Creo que vamos a ver mayor enfrentamiento y desorden social, y esto va a terminar francamente mal.

 

Da la impresión, por todo este escenario, de que a Chávez no le resultó bien su plan de sucesión.

 

El mismo Chávez intentó decir que el proceso no estaba centrado en su figura; que era la revolución, los bolivarianos, no sé qué... Pero, en realidad, era demasiado carismático y opacaba a todos a su alrededor. En su entorno no había ni un solo hombre con personalidad propia. Con Fidel y otros líderes, hasta cierto punto, sucedía lo mismo. Pero Chávez era aplastante, arrollador. Entonces, Maduro era un tipo fiable y más o menos tenía calle, lo que no tiene Cabello. Pero Chávez trataba al resto, incluso a sus ministros de renombre, como: “Oye, tráeme esa silla”, “oye, has engordado, qué te pasa”. Y enfrente de todo el país. Aplastaba a todos. Era Chávez y después los demás. La conexión entre él y la turba y la muchedumbre era directa.

 

¿En qué situación queda la izquierda latinoamericana sin Fidel ni Chávez?

 

La izquierda latinoamericana entra en una época menos mística, menos mesiánica, de los sucesores y las siguientes generaciones. Nicolás Maduro, obviamente, no es Chávez. Raúl no es Fidel. Tampoco Miguel Díaz-Canel, que lo va a suplantar, supuestamente, en cinco años, tiene el mismo liderazgo que los hermanos Castro. Entramos en una etapa en que los sucesores, de Chávez y de Fidel, por ejemplo, son hombres grises, del gremio. Los nuevos líderes salen de la maquinaria política de estos procesos que han llegado a una especie de institucionalización y no son exactamente los revolucionarios de antaño. Los sustitutos saben reproducir la retórica pero, realmente, son hombres de mantenimiento. Son los recauchadores. No son los que inventaron la llanta, sino los que la parchan. ¡Mire a Putin en Rusia!

 

¿Algún parecido con Latinoamérica?

 

Los nuevos líderes, sabemos, no son demócratas y no han creado sociedades demócratas. En todo lo que fue la URSS, con muy pocas excepciones, se han creado sistemas poco transparentes, dictatoriales, en los que se les votan cada cuatro, cinco años, pero están saqueando los recursos naturales y siguen teniendo países de seguridad. Lamentablemente, es la nueva pauta, y muchos esperan seguir utilizando el lenguaje del socialismo y el antiimperialismo. Es el modelo Putin, y Chávez hizo lo suyo, pero, hasta cierto punto, es un reflejo latinoamericano de lo mismo: recrear alguno de los aspectos del régimen autoritario utilizando las debilidades de la democracia. Entonces, uno depende de la buena fe y de la personalidad del líder que logra imponerse de esa forma para que países se conviertan en lugares sanos y no en lugares pervertidos.

 

¿La muerte de Chávez acelera los contactos de Cuba con Estados Unidos para el poscastrismo?

 

Posiblemente. Hace unos días leí un análisis, que me pareció bien, que decía que, como Cuba no puede depender otra vez en un país que a lo mejor mañana se cae de la manga, el declive de Chávez acelera la necesidad de la isla de abrirse económicamente. Imagino que ellos podrían aprovechar este último período de Obama para intentar emprender una mayor distensión con Estados Unidos, pero todo depende de cómo lo analizan desde la isla. Y si Raúl piensa todavía que debería jugar con los chinos, con los rusos, como para ir manteniendo a Estados Unidos a una distancia, abrirá hasta cierto punto, pero no a la inversión norteamericana y a relaciones plenas.

 

El lunes, el diario oficial cubano, Granma, publicó una inusual entrevista al cónsul de Estados Unidos.

 

Hay señales interesantes y, a la vez, hay más de lo mismo. Si yo fuera Raúl, estaría más interesado en sanear de una vez la relación con Estados Unidos, porque después de Chávez no hay nadie. Lo de los chinos son sólo préstamos con intereses.

 

Usted estuvo en 2008 con Raúl Castro y Chávez. ¿Cuál era su relación?

 

Me dio la impresión de que no era tan buena al principio. Cuando yo los vi juntos, yo vi a Raúl bastante parco con él. Después, en años posteriores, en que Raúl se fue asentando en el cargo de presidente de Cuba, al menos en apariciones públicas hicieron mucho alarde de su simpatía. Pero es famoso, e incluso había un video, que muestra a Raúl en Venezuela y Chávez le arengaba a que subiera a un escenario. Y era obvio que Raúl no quería subir, y cuando subió al micrófono, dijo unas cosas que eran un poco cortantes con Chávez: “Bueno, que no sé qué, ustedes saben cómo es Chávez”. Y trascendió que Chávez no era santo de la devoción de Raúl, sino que de su hermano Fidel, y creo que fue así.

 

Raúl Castro heredó a Chávez.

 

Raúl heredó a Chávez y reconoció, obviamente, la importancia de tenerlo como amigo, ya que era tan regalón con el petróleo. Pero, en realidad, la relación entre Fidel y Chávez era casi como un amor de padre-hijo, esta cosa más mística. A Raúl no le gusta el alarde y a los venezolanos les gusta el alarde.

 

¿Alguna vez habló con Chávez sobre Raúl Castro?

 

No, pero la última vez que estuve con Chávez, en 2008, él me presentó a Raúl. Fue después de que Chávez casi va a la guerra con Alvaro Uribe y me llevó a República Dominicana, donde hizo un show de todo un día con otros mandatarios de América Latina. Acto seguido, volvimos al avión y, con un pie dentro, dijo: “Vamos a Cuba”. Y volamos. Raúl estaba esperando en el aeropuerto junto a Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, los famosos discípulos que luego terminaron tronados.

 

¿Cómo recuerda al cubano?

 

Chávez inmediatamente me presentó. Raúl Castro era como conocer a Yoda, a una esfinge. No revelaba sus emociones y era muy parco y cauto. Chávez era el chico, el jodedor, el gritón, y rápidamente entendí que a Raúl no le gustaba mucho eso. Yo me hice el parco también, el cortés, y después los dos desaparecieron. Yo me fui con el resto del séquito a un lugar donde tenían a los demás. Se supone que íbamos a vernos todos al día siguiente, pero no sucedió. Y nunca supe por qué.

 

¿No piensa escribir una biografía de Chávez?

 

No, de momento no.

 

¿Cuál es su diagnóstico después de las primeras presidenciales sin Chávez?

 

Ha habido una elección reñida, con una diferencia tan cercana entre Nicolás Maduro y Henrique Capriles, que todo hace pensar que podría haber errores. La situación de Venezuela luce desastrosa. La oposición está en vilo desde hace meses, por la forma en que se ha comportado el oficialismo desde la elección de noviembre, en que Chávez decía estar sano, se hizo de candidato y ganó. Por primera vez la oposición había puesto a un candidato competitivo y, acto seguido, Chávez anunció que tenía que volver a Cuba y el cáncer, finalmente, lo mató. Durante mes y medio tuvimos de interlocutores entre el presidente moribundo y el mundo entero a gente como Maduro, que decía lo que se supone que Chávez pensaba y creía, y daban a conocer su voluntad. Luego está el Congreso: ha tomado decisiones en torno a la misma transición insistiendo en que el sucesor fuera Maduro, aunque, constitucionalmente, debería haber sido el presidente del Parlamento, Diosdado Cabello. La Corte Suprema ahora rehúsa la posibilidad de recontar los votos, creando más duda en torno a la transparencia del proceso. Naturalmente, todo esto no es una situación normal y deja el ambiente lleno de suspicacias.

 

Las instituciones, en definitiva, no están funcionando.

 

El país está muy crispado por la muerte de un mandatario muy carismático, una sensación por parte de la mitad del electorado de que sus sucesores están robando la elección, y una percepción de que las instituciones no se comportan con neutralidad. La situación de Venezuela es color de hormiga y va a ir a peor.

La transición castrista

Pedro Corzo

28 de marzo de 2013

 

Hay que tener presente a funcionarios como Felipe Pérez Roque, del que se dijo era quien mejor interpretaba el pensamiento del Comandante en Jefe.

 

Sin dudas que el proceso de Sucesión en Cuba ha culminado exitosamente para el régimen y en consecuencia los Castro, los amos del juego, han determinado que es mandatorio iniciar un proceso de transición que les garantice a ellos y a toda la nomenclatura, la impunidad de sus crímenes y la conservación de las riquezas adquiridas.

 

La transición que procuran no está orientada a cambios políticos o ideológicos en el liderazgo del país, por lo que no es de esperar que conduzca al establecimiento de un gobierno democrático y respetuoso de los derechos humanos.

 

No hay semejanza con lo que ocurrió en España o bajo las dictaduras militares latinoamericanas de los ochenta, porque el propio Raúl Castro, la máxima representación del antiguo régimen, se ha auto conferido cinco años más de gobierno, tiempo suficiente para atar, al menos por unos años más, a los herederos designados, que inexorablemente se irán distanciando de las ideas y postulados de los mentores que los condujeron al gobierno.

 

La gerontocracia cubana intenta realizarse una cura en salud. Están conscientes que la biología se impone y desde hace cierto tiempo aspiran a blindarse dejando en el poder a dirigentes jóvenes en edad, pero caducos en pensamiento como sus mentores, aunque en realidad la práctica ha demostrado que los elegidos eran genuinos representantes de la obra más acabada del régimen, “individuos con doble moral”.

 

La decisión en la última reunión de la ilegítima Asamblea Nacional de Cuba de designar un segundo jefe de gobierno mucho más joven que la cúpula en el poder, es una estrategia que está prevista desde hace cierto tiempo, porque desde hace muchos años los Castro vienen situando en lugares claves a potenciales herederos, que aunque inflexibles e intolerantes como sus jefes, ocultaban muy bien sus propias ambiciones y planes en lo que respecta al poder, y en consecuencia como conducir la nación cuando arribaran al poder real.

 

Hay que tener presente a funcionarios como Felipe Pérez Roque, del que se dijo era quien mejor interpretaba el pensamiento del Comandante en Jefe.

 

Pérez Roque, como su par, Roberto Robaina y el más encumbrado Carlos Lage, entre otros defenestrado con anterioridad, llegaron a creerse que habían ascendido a las altas esferas por méritos propios, que tenían autoridad para tomar decisiones, hacer propuestas y pensar con independencia, ilusión que pagaron con creces.

 

La realidad es que la ingeniería social del castrismo ha sido otro fracaso más entre los muchos empeños de la dictadura.

 

La convicción de la nomenclatura de que las nuevas generaciones, en particular los que ocupan posiciones claves en las instituciones del estado compartan su visión e intereses, ha sido frustrada en numerosas ocasiones sin embargo no tienen otra alternativa que seguir procurando, en el marco del Gobierno y del Partido, encontrar el imprescindible relevo que les garantice en alguna medida la prolongación del proyecto.

 

En Cuba no se han producido cambios estructurales que permitan avizorar un proceso genuino de transición. El poder continúa en manos de los moncadistas, los generales y doctores que asumieron la conducción de la República hace más de cinco décadas, siguen controlando de forma absoluta el poder.

 

El nombramiento de Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, como primer vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministro reviste importancia, pero la designación por sí misma no permite pensar que el país se orienta a un cambio genuino, porque la posición que ha pasado a ocupar es por su lealtad al Proyecto, no porque haya mostrado disposición a cambiar la situación del país.

 

Por otra parte el poder en Cuba esta centralizado en el Partido Comunista, una corporación mafiosa más que ideológica-política, que según la constitución “es la vanguardia organizada de la nación cubana”, y en consecuencia la institución que determina el curso del gobierno y el estado, aunque en realidad las decisiones fundamentales no la toma el pleno de los lideres de esa institución, sino un pequeño círculo de altos dirigentes, en particular los que integran el Buró Político.

 

Hay que tener presente que Fidel Castro dejó la jefatura de gobierno antes de renunciar a la dirección del Partido y que el segundo secretario del Partido continúa siendo José Ramón Machado Ventura.

 

Diaz-Canel es un alto funcionario gubernamental como lo fue Carlos Lage, pero su eventual acceso, si no se produce un imponderable a las primeras posiciones del país, solo puede ocurrir si junto al cargo gubernamental va escalando posiciones claves en el Buró Político del PCC al que pertenece.

 

Al menos en lo que al Poder respecta Raúl Castro ha copiado el modelo chino. Desde la década del 90 en el país asiático el liderazgo del Partido y del Gobierno, ambos bien atados, se relevan cada diez años como ha determinado para Cuba el Sucesor en Jefe.

¿Quiénes mandan de verdad en Cuba?

Roberto Álvarez Quiñones

1 de marzo de 2013

 

Un reducido grupo de militares constituye una junta militar invisible para la comunidad internacional y para la mayoría del propio pueblo cubano.

 

Es positivo que Miguel Díaz-Canel, un civil que nació ya con los Castro en el poder y no forma parte de la gerontocracia militar de los “históricos”, haya sido elevado a primer vicepresidente del Consejo de Estado en sustitución de José Ramón Machado Ventura, uno de los pilares de la línea dura estalinista.

 

Como dijo Yoani Sánchez en La Habana, antes de emprender su actual gira internacional, tener en Cuba un vicepresidente con menos de 80 años ya es algo.

 

Sin embargo, aunque es lógico que el nombramiento de Díaz-Canel suscite cierto optimismo y aliente las esperanzas de algunos de que pueda convertirse en el Gorbachov cubano, no conviene hacerse ilusiones. La única relevancia de esta designación —que no elección—radica en que él podría ser el nuevo jefe de Estado si Raúl muriese o quedase incapacitado para el cargo antes de 2018, cuando se vence su último período presidencial.

 

Por lo demás, todo es aparente, no real. El primer vicepresidente del Consejo de Estado no tiene la fuerza política que sugiere el nombre de su cargo. La razón es simple, no forma parte de la élite militar que en verdad ostenta el poder en el país.

 

La ascensión de Díaz-Canel no significa el inicio del postcastrismo (al menos con Raúl vivo), ni él es el “número dos” del régimen. Es el segundo de a bordo del aparato estatal, que no es lo mismo. Además, ni siquiera se le ubica en el ala “liberal” de la nomenklatura, sino como un ortodoxo algo más moderno.

 

Pero la clave aquí es que la Constitución castrista establece que institucionalmente la máxima instancia de poder en Cuba país no es el Gobierno, sino el Partido Comunista (PCC), encabezado por un Primer Secretario (Raúl Castro) y un Segundo Secretario, que es Machado Ventura, y un Buró Político sometido a la voluntad del dictador y la cúpula militar.

 

La comunidad internacional no acaba de procesar que el general Castro es el “número uno” de Cuba, no por ser presidente del Consejo de Estado, sino porque es el Primer Secretario del PCC, y que Machado Ventura es el segundo al mando de la nación porque es el vicejefe de dicha organización. “Machadito” (como le llaman los Castro) sigue siendo el jefe de Díaz-Canel, y no a la inversa.

 

No obstante, hay aquí una incongruencia no prevista por Castro cuando se proclamó en 1976 la actual Constitución. Esta señala que el presidente del Consejo de Estado es el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Así lo concibió el comandante cuando era un “mozuelo” de 50 años de edad y su hermano tenía 45. Ambos tenían décadas por delante como presidente y primer Vicepresidente.

 

Y así fue. Pero ya estamos en 2013 y si Raúl Castro no llega a 2018, Díaz-Canel sería el nuevo jefe de Estado. ¿Aceptarían a un civil como jefe supremo de las FAR las decenas de generales de tres y dos estrellas, y los restantes, así como los cientos de coroneles y demás altos jefes militares? Es poco probable.

 

En términos constitucionales el derecho a elegir al núcleo institucional de poder en Cuba, es privilegio de una versión moderna de patriciado romano al que pertenece sólo el 7% de la población, es decir, los 800.000 militantes del PCC. Los millones de adultos restantes no tienen ese derecho. Constituyen la plebe, son ciudadanos de segunda clase.

 

O sea, en la Isla el poder no emana de la voluntad del pueblo soberano, como lo llamaba Jean-Jacques Rousseau. Podrá ser muy constitucional, pero legítimo no es. Los cubanos no eligen a sus gobernantes desde 1948, cuando se celebraron las últimas elecciones democráticas. Fulgencio Batista dio un golpe de Estado en marzo de 1952, tres meses antes de los siguientes comicios, y luego fue derrocado por Fidel Castro. Desde entonces, durante 61 años, Cuba ha tenido solo tres gobernantes, y militares los tres (récord absoluto en Occidente).

 

‘Creme de la creme’ del poder

 

Pero hay más, el máximo poder realmente no radica en el Buró Político del PCC como reza la Constitución, sino en un reducido grupo de militares, algunos de los cuales no integran el Buró Político. Constituyen de hecho una junta militar invisible para la comunidad internacional y para la mayoría del propio pueblo cubano, pues opera tras bambalinas y ningún medio habla del asunto. Díaz-Canel no pertenece a esa “creme de la creme” que controla el país, y que tiene 14 miembros.

 

Encabezada por los hermanos Castro y por el comandante (hoy equivalente al grado de general) Machado Ventura, el selecto grupo lo conforman además los cuatro generales más poderosos de la Isla: Leopoldo Cintras Frías, ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR); Abelardo Colomé, ministro del Interior; Álvaro López Miera, viceministro primero de las FAR y Jefe del Estado Mayor; y Ramón Espinosa, viceministro de las FAR; así como el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés, y el coronel de inteligencia Marino Murillo, vicepresidente del gobierno a cargo de la “actualización” del socialismo. Todos integran el Buró Político.

 

Los no miembros del Buró Político son el general José Amado Ricardo, secretario ejecutivo del Consejo de Ministros (primer ministro en funciones, cargo que ejercía Carlos Lage; general Carlos Fernández Gondín, viceministro primero del Interior; general Joaquín Quintas Solá, viceministro de las FAR; y el coronel Alejandro Castro Espín, hijo del dictador y jefe de Coordinación e Información de los Servicios de lnteligencia y Contrainteligencia de las FAR y el Ministerio del Interior. El otro integrante ha sido hasta ahora el coronel Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, ex yerno de Raúl, a cargo de la actividad empresarial de las FAR. Pero al divorciarse recientemente de Deborah Castro Espín, no se sabe si continuará en tan privilegiada posición.

 

Estos son los 14 hombres más poderosos de Cuba y que, junto a los Castro, toman las decisiones más importantes. Ese fue el estilo de poder paralelo impuesto por Fidel, quien creó el todopoderoso Grupo de Coordinación y Apoyo del Comandante en Jefe que durante décadas fue el verdadero gobierno ejecutivo de la nación, por encima del Consejo de Ministros, el Estado, y el propio PCC.

 

Por otra parte, 8 de los 15 miembros del Buró Político son militares (la mayoría), y 4 de los 7 vicepresidentes del Consejo de Ministros son también militares.

 

En fin, Cuba es el único país del mundo que teniendo una cúpula de poder militar la presenta como civil, y así es aceptada. Si un general es presidente de una nación sin haber sido elegido nunca en unos comicios democráticos, y gobierna rodeado de generales, eso se conoce como dictadura militar, excepto si se trata de Cuba, que ahora incluso preside la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).

 

En cuanto a Díaz-Canel, más allá de insuflar algún “aire fresco” a la vetusta cúspide totalitaria, no es de esperarse que inicie una transición en la dirección aperturista que necesita la nación. En todo caso, todo indica que él es la primera ficha importante del “raulismo” para transitar hacia una dictadura con mejor imagen, mientras los descendientes de los Castro, el generalato y sus familiares consolidan su posicionamiento económico y echan las bases del postcastrismo.

 

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Nota de Manuel Castro Rodríguez: La situación es mucho peor a la descrita por el autor, ya que el derecho a elegir a la máxima instancia del poder ni tan siquiera les corresponde a los 800.000 militantes del Partido Comunista, los cuales solamente eligen a los delegados al Congreso –se realiza cuándo los hermanos Castro quieran, por ejemplo, entre el V y el VI Congreso transcurrieron trece años–, pero esos delegados no deciden absolutamente nada, dado que ellos solamente pueden votar la candidatura al Comité Central del Partido Comunista que les propone el Buró Político. Una vez que es elegido el nuevo Comité Central, se marchan los delegados no electos y se vota automáticamente la candidatura al Buró Político que les propone la propia cúpula. Además que el Congreso se realiza a puertas cerradas, la dirección del Partido Comunista no renuncia previamente, como sería de rigor; por ejemplo, desde 1975 cuando se realizó el primer congreso del Partido Comunista –o sea, desde hace 38 años, ni por un segundo Raúl Castro ha dejado de ser dirigente del Partido Comunista de Cuba. ¿Alguien duda que estamos ante un sistema totalitario muy bien organizado?

Raudel Eskuadron Patriota - Decadencia

Delfín en un vaso de agua

Raúl Rivero

1 de marzo de 2013

 

La creación de una alianza de líderes opositores de todo el país, ex-presos políticos y veteranos de la disidencia con más de 20 años de experiencia, es la respuesta más coherente y sabia a la decisión de Raúl Castro de continuar otros cinco años en el poder. Quienes están de frente a la dictadura y conocen sus resabios y obsesiones no esperan una transformación democrática promovida por una Asamblea de Diputados que sesionaba a la misma hora que el Gobierno ordenaba el arresto de 59 Damas de Blanco.

 

Mientras los expertos con instrucciones, ingenuos o profesionales honestos con talento para especular, se centraban en el nombramiento de Miguel Díaz-Canel como vicepresidente y nuevo delfín de la familia, la oposición se fusionaba en la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU) dirigida por los presos de la Primavera Negra José Daniel Ferrer y Félix Navarro y por Guillermo Fariñas, premio Sajarov del Parlamento Europeo en 2010.

 

La coalición aspira a convertirse en una organización de masas en la que los ciudadanos puedan actuar con efectividad fuera de las campañas aperturistas que el régimen prepara para el exterior.

 

La designación de Díaz-Canel, de 52 años, es un gesto teatral. No es la edad lo que determina la vocación liberadora de un político y, si la tuviera, el espacio que le han dado para realizar sus piruetas es mínimo rodeado como está de los carcamales que se cambian de sillas y con siete militares de alto rango entre los 31 integrantes del Consejo de Estado.

 

Su aparición en la cúpula ha hecho que los cubanos recuerden levemente a otros dos delfines espabilados, Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, que fueron del Mercedes Benz a lo que allí llaman el plan pijama, es decir, a la casa a ver cómo pasa la vida.

 

Hay una intención decorativa también en la investidura de Esteban Lazo como presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular. La presencia de Lazo, un jovenzuelo de 70 años, de la raza negra, en ese cargo tiene el propósito de rebajar la tensión en los graves problemas raciales que hay en el país que se solucionan con educación y no con leyes revolucionarias.

 

Propaganda y calmantes para afianzar el modelo totalitario. La alianza opositora responde con un llamado a la unidad porque cree que los cambios reales llegarán desde las bases de la sociedad.

Gobierno, poder y “hombre fuerte” en Cuba

Eugenio Yánez

28 de febrero de 2013

 

Ser el número dos en el gobierno no implica ser el número dos en el poder.

 

El nombramiento de Miguel Díaz-Canel Bermúdez como primer vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros de Cuba es una de esas situaciones en que no está claro si es más conveniente felicitarlo o darle el pésame. Porque si bien es cierto que el promovido se acerca mucho más a las mieles del poder, también lo es que a partir del domingo ha entrado en el vórtice de un peligroso huracán.

 

Muchas agencias de prensa no cubanas comenzaron de inmediato a llamarlo “el nuevo número dos” de la jerarquía cubana, como hicieron anteriormente con Carlos Lage, como si siempre necesitaran poder identificar un “delfín” para tratar de entender la forma en que funcionan los mecanismos del poder en Cuba.

 

Sin embargo, cosas que debían tener perfectamente claras ante sus ojos las ven borrosas, simplemente porque pretenden analizar las realidades de la finca de los hermanos Castro, conocida también como República de Cuba, con los conceptos, esquemas y mecanismos de análisis de las democracias desarrolladas del planeta, con lo cual garantizan no entender casi nunca nada.

 

Hace casi ochenta años, el 4 de septiembre de 1933, un grupo de sargentos del ejército se hizo del poder en Cuba, y uno de ellos, Fulgencio Batista, precipitadamente ascendido a Coronel, se convirtió, incluso tal vez a pesar de él mismo, en el hombre fuerte de Cuba, el caudillo, la encarnación del poder real en el país.

 

Desde ese 4 de septiembre de 1933 hasta el 10 de octubre de 1940 Batista encarnó el poder real en Cuba, con independencia de los nombres de los presidentes del país en ese lapso, algunos que duraron solamente horas y otros hasta casi cuatro años: Carlos Hevia de los Reyes, Carlos Manuel Márquez Sterling, Carlos Mendieta Montefur, José Agripino Barnet Vinajeras, Miguel Mariano Gómez Arias, y Federico Laredo Brú. Muchos de los cubanos más jóvenes, tanto en Cuba como en el exilio, no han escuchado nunca algunos de estos nombres.

 

Durante el período constitucional 1940-1952 fueron presidentes electos Fulgencio Batista, Ramón Grau San Martín, y Carlos Prío Socarrás. Del 10 de marzo de 1952 hasta el 31 de diciembre de 1958 Batista fue de nuevo el hombre fuerte, fuera oficialmente el presidente o no. Después de 1959 la historia se repitió, ahora entre los “revolucionarios”. Entre enero de 1959 y diciembre de 1976 Fidel Castro fue siempre la encarnación del poder absoluto en Cuba, a pesar de la existencia de dos presidentes del país en ese lapso: Manuel Urrutia Lleó, desde enero 3 hasta julio 17 de 1959, y Osvaldo Dorticós Torrado, desde julio 18 de 1959 hasta el 2 de diciembre de 1976. Ninguno de ellos fue considerado nunca “el número dos” de Fidel Castro, y si Dorticós se mantuvo en el cargo durante diecisiete años fue precisamente por entender perfectamente que él no era, ni podría ser, tal “número dos”.

 

El dos de diciembre de 1976 se eliminaron los formalismos y Fidel Castro asumió plenos poderes como Presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros, basado en una constitución diseñada específicamente a su gusto y medida, que también lo reconocía como Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, cargo que no necesitaba en su condición autodesignada de Comandante en Jefe desde muchos años antes. A la vez, mantuvo el cargo de Primer Secretario del Partido Comunista. El poder absoluto.

 

Como “número dos” oficialmente designado —ya lo era de facto desde 1959— Raúl Castro asumió como Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, a la vez que se mantenía como Segundo Secretario del Partido Comunista, y en su condición de militar de mayor grado y ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias resultaba de hecho el segundo del Comandante en Jefe.

 

Todo lo demás alrededor de los hermanos Castro siempre fue paisaje y escenografía, a pesar de las fantasías de la prensa extranjera y determinados dicen que expertos, que “identificaban” sucesores, delfines, “arquitectos de las reformas” y todas esas tonterías, siempre para darse de narices, más tarde o más temprano, con las realidades.

 

Cuando Raúl Castro —el actual hombre fuerte cubano— asumió oficialmente todo el poder en 2008, nombró a José Ramón Machado Ventura como primer vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros, y más tarde lo elevaría a Segundo Secretario del Partido Comunista. Sin embargo, Machado no tenía poder real sobre los aparatos militares y de seguridad, y él lo sabía perfectamente.

 

La prensa extranjera ignoró esas realidades y siguió creyendo el cuento de Carlos Lage y Felipe Pérez Roque como “sucesores” —ya antes había sido Roberto Robaina el “delfín”—, hasta que ambos fueron defenestrados en 2009. Se produjeron también otros “truenes” menos escandalosos, pero igual de radicales, entre ellos los casos de Otto Rivero, Carlos Valenciaga, Hassan Pérez, Conrado Hernández y Fernando Remírez de Estenoz, y se brindaron salidas más “elegantes” a otros fidelistas no tan jóvenes, como “Chomy” Miyar Barruecos y ahora Ricardo Alarcón.

 

De esa escabechina del neocastrismo raulista solamente sobrevivió Díaz-Canel, de la misma generación de los “delfines” del Comandante, pero pastoreado por Raúl Castro y Machado Ventura durante muchos años y promovido poco a poco, en vez de haber sido catapultado precipitadamente al estrellato por Fidel Castro.

 

Nacido en 1960, ingeniero eléctrico, tras graduarse pasó el servicio militar como oficial en una unidad militar, y después fue profesor de su especialidad en la Universidad Central de Las Villas, donde pasó a ser un “cuadro profesional” de la Unión de Jóvenes Comunistas. Cumplió “misión internacionalista” en Nicaragua, y llegó hasta Primer Secretario del Partido en la provincia de Villaclara, y después en la de Holguín. Promovido al Comité Central del Partido en el cuarto Congreso (1991), en 2003, a propuesta de Raúl Castro, pasó a ser el más joven de los miembros del Buró Político del Partido. En 2009, con evidentes miras futuras, Raúl Castro lo sacó del trabajo partidista tras dieciséis años de experiencia como Primer Secretario del partido en provincias y lo designó ministro de Educación Superior, y posteriormente en el 2012 le hizo vicepresidente del Consejo de Ministros a cargo de Educación, Ciencia, Cultura y Deportes, cargo que ocupó hasta el pasado domingo.

 

La mejor demostración del carácter “democrático” de su designación estriba en que aparentemente ni el Comité Central del Partido conocía de las intenciones de Raúl Castro, por lo que hubo que celebrar a la carrera un Pleno del Comité Central temprano en la mañana del domingo, antes de las nueve de la mañana, en que comenzaría la sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular que debía “elegirlo” como Primer Vicepresidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros.

 

Díaz-Canel recibió los atributos formales de segundo al mando en el Gobierno y el Estado, y de su desempeño futuro y su habilidad para navegar en las aguas tormentosas que deberá atravesar dependerán sus perspectivas reales, durante un período que al culminar, en 2018, no deberá tener entre sus filas a la generación “histórica” del totalitarismo cubano, sea por imperativos de la biología o por retiro voluntario “a lo chino”.

 

Raúl Castro deberá apoyar fuertemente en su tarea a Díaz-Canel para que sea aceptado como poder real y no solamente formal, lo que deberá ser relativamente sencillo de lograr entre muchos ministros y funcionarios de alto nivel. Y apoyarlo para que pueda lograr algún día, quien sabe cuando, un “aterrizaje suave” ante situaciones más complejas que deberá enfrentar en sus relaciones con otros personajes del Gobierno y el Estado.

 

El flamante primer vicepresidente no podrá olvidar que José Ramón Machado Ventura sigue siendo Segundo Secretario del Partido, organización que desempeña el “papel rector” en la sociedad cubana, y que en la práctica está jerárquicamente por encima del primer vicepresidente. Tampoco que, a pesar de que Machado Ventura y Abelardo Colomé (“Furry”) pusieron a disposición sus cargos de vicepresidentes del Consejo de Estado para dar cabida a “sangre joven”, el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés no lo hizo, y no vamos ahora a especular por qué, lo que podría ser motivo de un análisis diferente a éste. Ni tampoco deberá olvidar que debe ser muy cuidadoso en sus relaciones con dos Generales de Cuerpo de Ejército (tres estrellas) y miembros del Buró Político del Partido, como son el Ministro de las Fuerzas Armadas (“Polo” Cintras Frías) y el del Interior (“Furry”), y algunos generales vicepresidentes del Consejo de Ministros, porque todos los mencionados ya eran Comandantes antes de que él hubiera nacido.

 

¿Qué sucedería si fallece Raúl Castro y Díaz-Canel ascendiera a Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, y a la vez Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, en un país con tradición de gobernantes que fueron y son generales o doctores? ¿Cómo trataría con cinco generales de cuerpo (tres estrellas), una veintena de generales de división (dos estrellas) y varias decenas de generales de brigada (una estrella), todos los cuales acumulan en sus expedientes acciones combativas en diversas partes del mundo? Para quién piense que eso sería fácil en Cuba sería bueno pedirle que recuerde cómo José Martí, sin historia combativa, debió manejar las relaciones con Antonio Maceo y Máximo Gómez, la famosa reunión entre ellos tres en la finca La Mejorana, y la inmolación del Apóstol poco tiempo después.

 

¿Está asegurado el fracaso de Miguel Díaz-Canel en sus nuevas responsabilidades? Naturalmente que no. ¿Está garantizado su éxito? Por supuesto que tampoco. Lo que debe quedar claro es que todavía, y durante mucho tiempo, está lejos de ser el hombre fuerte cubano en un país donde las instituciones valen menos que los caudillos, y las políticas menos que las voluntades de los líderes. Todo dependerá de cómo se manejen las relaciones de poder, de la actuación de la biología sobre los “históricos” o sobre el mismo Díaz-Canel en los próximos años, de las relaciones internacionales, de su propio talento, de los imponderables, y de muchos otros factores.

 

¿Representa Díaz-Canel el inicio de la era post-castrista y el camino hacia la democracia cubana en estos momentos, como aseguran algunos que, en el fondo, responden a La Habana? Claro que no. Representa el camino hacia un modelo de dictadura “light” que pretende el neocastrismo: menos totalitaria, bien maquillada, y con los militares controlando la economía, pero dictadura al fin y al cabo.

 

Sin embargo, estas realidades, válidas con los “históricos” todavía respirando, no tienen que ser necesariamente absolutas en situaciones diferentes. ¿Entonces, sin los “históricos”, Díaz-Canel sería un Gorbachev cubano? Es irresponsable afirmar eso. ¿Es imposible que lo sea? Sería idiota afirmarlo. No tiene sentido especular sobre variables más allá de nuestro alcance.

 

Está claro que hoy Miguel Díaz-Canel Bermúdez está muy lejos de ser el “hombre fuerte” que rija los destinos de Cuba. Lo que no significa que no pueda llegar a serlo. Ahora es solamente “el número dos” del Gobierno y el Estado, pero no el “número dos” del poder en Cuba.

 

Que son cosas muy diferentes.

¿Nuevos dirigentes en Cuba?

Miriam Leiva

26 de febrero de 2013

 

La aparición sorpresiva de Fidel Castro en la sesión constitutiva de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el 24 de febrero, originó en los cubanos la preocupación de que se dispusiera a retomar la presidencia del Consejo de Estado, al transmitirse en el noticiero del mediodía de la televisión, aunque pocos habían conocido la broma lanzada a los periodistas días antes por Raúl Castro de que podría renunciar. En la tarde se disiparon los sobresaltos, cuando la transmisión en vivo presentó al presidente ratificado realizando el discurso de clausura.

 

El retiro de Ricardo Alarcón de Quesada, seguramente involuntario, se preveía desde que no fue nominado como diputado en las elecciones de enero. Se comentaba que lo sustituiría Esteban Lazo. Resultó una despedida lúgubre, a pesar de que él trató de aparecer en cámaras con una sonrisa. En realidad, sus actuaciones solo se distinguieron por destacarse en las campañas de Fidel Castro dedicadas al retorno del niño Elián González y luego la campaña de liberación de los 5 cubanos condenados en Estados Unidos. Para mitigar la omisión, en el resumen sobre el desarrollo de la Asamblea, el periódico Granma al día siguiente señaló en el último párrafo que, en una intervención en el transcurso de la sesión, Raúl se refirió a la labor de Alarcón –pero no aparecen calificativos- y especialmente a la tarea de defensa de los 5 espías, que continuará realizando. Con ello garantiza sus gustados viajes al exterior y público para sus catilinarias.

 

No obstante el revuelo en la prensa internacional sobre el anuncio de Raúl Castro de que este sería su último mandato, no se trataba de una novedad, ya que la Conferencia del Partido Comunista efectuada en 2012 anunció que los altos dirigentes “solo” podrían permanecer dos períodos de 5 años, y el actual constituye el segundo del general, que concluirá con 86 años de edad. Una “innovación” será esa modificación en la Constitución de la República, acompañada de edad límite para los altos cargos, mencionada por él en esta ocasión, pero ya no afectará a los dirigentes históricos que habían garantizado escaños en el poder casi de por vida.

 

Aunque existía la incógnita sobre la permanencia de José Ramón Machado Ventura como primer vicepresidente, su relevo por Miguel Díaz Canel ha sido el resultado más llamativo de la composición del Consejo de Estado. Raúl Castro en su discurso de clausura encumbró a Machado, con el obvio fin de despejar dudas sobre una democión y recalcar que se mantendría como vicepresidente, lo cual creó la impresión de que se trataba de una verdadera caída, que situaba a Canel como un eventual sustituto del mandatario. Pero no puede soslayarse que el poder dimana del presidente, rodeado de la dirección del Partido Comunista. Téngase en cuenta que horas antes de iniciarse la sesión de la Asamblea Nacional, se efectuó el VI Pleno del Comité Central del Partido, en el que su primer secretario, Raúl Castro, informó sobre las propuestas para integrar el nuevo Consejo de Estado, y enfatizó que “si bien el Partido no postula, tampoco puede desentenderse de la elección de los máximos dirigentes del gobierno”, según el diario Granma. Previsiblemente, como su segundo secretario, Machado continuará los recorridos y reuniones por el país, no solo en el chequeo de los asuntos económico-productivos como hasta el presente, sino también relacionados con los próximos congresos de otras organizaciones, como la Central de Trabajadores de Cuba (CTC). No puede omitirse que es una persona estrechamente vinculada con ambos hermanos Castro desde la lucha

guerrillera.

 

En cuanto a Díaz Canel, su sostenido ascenso y las recientes representaciones de Raúl Castro en relevantes actividades internacionales nutrían los comentarios de ser el dirigente joven (52 años) en auge. Pero no parece posible que reciba un poder real ni exprese sus propios criterios, teniendo en cuenta lo acontecido tradicionalmente con los jóvenes vistos como eventuales sustitutos o reformadores –Luis Orlando, Roberto Robaina, Felipe Pérez Roque y Carlos Lage-, a pesar de que en su discurso Raúl Castro expresó que “esta decisión reviste particular trascendencia histórica porque representa un paso definitorio en la configuración de la dirección futura del país, mediante la transferencia paulatina y ordenada a las nuevas generaciones de los principales cargos, proceso que debemos concretar en un quinquenio y actuar en lo adelante de manera intencionada y previsora, a fin de evitar que se nos repita la situación de no contar oportunamente con suficiente reserva de cuadros preparados para ocupar los puestos superiores del país y asegurar que el relevo de los dirigentes constituya un proceso natural y sistemático”.

 

Posiblemente, las dificultades en Venezuela por la súbita enfermedad del presidente Hugo Chávez hayan contribuido a acelerar ese propósito; en este caso tener disponible un primer vicepresidente o vicepresidente ejecutivo, formado con proximidad al actual presidente. Pero en lo inmediato, más allá de la esfera cultural, educativa y de propaganda atendida como vicepresidente del Consejo de Ministros, el nuevo cargo lo situaría como representante del presidente en las actividades internacionales como la presidencia pro tempore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y las bilaterales, aunque la ejecución de la política exterior, las negociaciones y otras actividades afines continuarán realizándose por el canciller Bruno Rodríguez, recientemente promovido a miembro del Buró Político y ahora a vicepresidente del Consejo de Estado –a pesar de estar muy cercano a Raúl Castro, carece del desempeño relevante en el Partido.

 

Muy importante será la aceptación de los militares del auge de dirigentes ajenos a sus filas. Hasta 2006, las fuerzas armadas diseñadas por Raúl Castro constituían el soporte del poder, concentrado en Fidel Castro, pero no lo ejercían. Desde 1989, al iniciarse el Período Especial, poco a poco se habían diseminado en sectores fundamentales de la economía, debido a la creación de empresas de turismo y tiendas de venta en divisas. Con la presidencia, el General los situó sin prisa pero sin pausa en todos los puestos claves. La llamada actualización del modelo económico está en sus manos, a través del vicepresidente Marino Murillo y otros dirigentes. También podría haber reacción solapada del entorno de Fidel Castro, otros dirigentes históricos e incluso de la burocracia partidista enquistada en sus comodidades decenales. Posiblemente por esos motivos, el presidente esté conformando la idea de su despedida a corto plazo (5 años) y se propone que el “relevo de los dirigentes constituya un proceso natural y sistemático”.

 

Solamente se obvia que los procesos naturales no se dictan desde el poder, y los dirigentes deben ganarse el respeto y el apoyo de los ciudadanos, que los elijan libremente. Indudablemente en Cuba se atraviesa un curso histórico de cambio desde hace varios años, pero no debe determinarse por enfermedades súbitas ni el agotamiento del ciclo vital. La crisis económica dura casi 25 años, y, al agravarse, ha devastado el país, mientras las miserias materiales han abierto las mentes y los corazones de los cubanos. En ese tránsito suave a que se aspira, la represión no puede continuar, debe haber apertura a las opiniones diversas y la participación ciudadana en la toma de decisiones, y renuncia a las herencias políticas. Debe haber verdadera voluntad de reconciliación y el reconocimiento de que Cuba es la patria de todos sus hijos, donde quiera que se encuentren.

La ingrata tarea

de un delfín

Yoani Sánchez

25 de febrero de 2013

 

Saber leer entre líneas es condición indispensable para entender la política cubana. El entramado del poder en la Isla resulta parco en detalles, de manera que se deben interpretar los silencios y también aquellos datos al parecer intrascendentes. La ascensión de Miguel Díaz-Canel (52 años) al cargo de primer vicepresidente del Consejo de Estado ha seguido un guión conocido, fácil de detectar por analistas y curiosos desde hacía meses. El aumento de su presencia en los medios de prensa nacionales y el haber acompañado a Raúl Castro a la reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), ya auguraban su ascenso al segundo puesto de la élite cubana.

 

Díaz-Canel posee características que sin lugar a dudas influyeron en su designación. Hombre con muy poco brillo propio, al que no se le recuerda ni una sola frase de sus monótonos discursos, con una proyección de fidelidad a toda prueba, una buena presencia física y esa dosis de juventud (a sus 52 años) que tanto necesita Raúl Castro para mostrar que su gobierno se renueva generacionalmente. Comedido en público y de aspecto sobrio, parece conocer que el carisma sólo trae problemas cuando se está tan cerca de la nomenclatura histórica. Ha sorteado hábilmente todas las pruebas de lealtad y mansedumbre que le ha puesto en el camino el General Presidente, antes de dejarlo sentar en la silla del número dos.

 

Aunque el poder real sigue estando en manos de octogenarios, el reloj biológico ha forzado al régimen cubano a señalar públicamente quién es el delfín. Lo ha hecho de entre quienes han sobrevivido a las sucesivas purgas de años pasados, la última de las cuales terminó con la trayectoria del vicepresidente Carlos Lage y del entonces canciller Felipe Pérez Roque. La élite cubana ha elegido su sucesor espoleada más por el imperativo biológico que por los reales deseos de renovación o reforma. El tiempo apremiaba y ya no alcanzaba para moldear nuevos candidatos entre quienes seleccionar.

 

La escalada hacia la cima de Díaz-Canel ha sido breve, comenzó en las fuerzas armadas cubanas y después pasó a ser dirigente de la Unión de Jóvenes Comunistas. Se desenvolvió como primer secretario del Partido Comunista en la provincia de Holguín y también ocupó el cargo de ministro de Educación Superior. Su carta de triunfo ha sido la obediencia, esa habilidad para hacerle saber a sus superiores que en él tienen un hombre de continuidad y no de ruptura. Claro, esa podría ser también la estrategia del camaleón que prefiere mimetizarse con el entorno hasta llegar a colocarse en una verdadera posición de poder. Habrá que ver cómo se comporta cuando la mirada de Raúl Castro ya no esté sobre él.

 

Por lo pronto, a Miguel Díaz-Canel le aguarda un camino incierto y plagado de trampas. No sería la primera vez que algún delfín se creyó imprescindible y terminó acusado por sus propios creadores de hacerse adicto a las “mieles del poder”. Así que deberá ser cauteloso, solícito a cada orden y paciente.

¿Cuánto durará el nuevo delfín?

Alejandro Armengol

25 de febrero de 2013

 

Los delfines elegidos por Fidel Castro tuvieron un ascenso meteórico y una corta duración. Raúl Castro se ha caracterizado por esperar más tiempo, a la hora de seleccionar, y por una mayor constancia con sus favoritos

 

De todos los pasos predecibles dados por la Asamblea Nacional del Poder Popular en Cuba, el nombramiento como vicepresidente primero de Miguel Díaz-Canel Bermúdez, de 52 años, es el que más comentarios desatará en la prensa. No porque tenga algo de novedoso —desde que acompañó a Raúl Castro a la cumbre CELAC-UE en Chile, y antes presidió la delegación cubana de apoyo a Chávez en Venezuela, quedó claro que sería el designado— sino porque representa la respuesta del gobernante cubano frente al inicio de la imprescindible sucesión de mando que el domingo acaba de arrancar en Cuba.

 

No hay que restarle importancia al hecho. La presencia de Fidel Castro en la sesión parlamentaria no fue solo un espaldarazo a los cambios económicos que intenta llevar a cabo su hermano, sino también el cuño de aprobación a este —otro más— proceso sucesorio. Quizá también un mensaje de despedida. Pero más allá de señalar el inicio de esta sucesión, poco puede agregarse. Díaz-Canel no es un misterio ni un enigma, sino simplemente un desconocido, y lo seguirá siendo en un futuro inmediato. No quiere decir esto que su figura no haya sido mencionada cada vez con mayor relieve, y lo será más a partir de ahora. Lo que se desconoce es lo que haría si en algún momento lograra llegar al poder verdadero en Cuba, a la sombra de los hermanos Castro pero sin la presencia de estos.

 

Algo quedó claro el domingo. Si bien la elite histórica de la revolución continúa manteniendo una cuota elevadísima de poder, queda fuera de la transición. Tanto la biología como la legitimización de origen termina en los Castro. Ni imaginar un gobierno con Ramiro Valdés como sucesor, para poner simplemente un ejemplo. El plan no es nuevo y ahora es evidente que era lo que tenía en mente Raúl Castro al seleccionar una figura tan oscura como José Ramón Machado Ventura para vicepresidente primero durante su mandato inicial. Ante la opacidad de Machado Ventura, no hay que dudar que muchos analistas, inclinados o no a favor del régimen cubano, saludarán con vítores o benevolencia al nuevo designado.

 

Así que los pretextos para la alabanza en el exterior están garantizados y las especulaciones sobre si Díaz-Canel representa el nuevo rostro del castrismo no se harán esperar.

 

Más allá de entretenimiento y justificación, las conjeturas serán anticipadas —por supuesto que este artículo no está libre de ese pecado— y los resultados del nombramiento poco predecibles.

 

Se puede decir que hay algunos aspectos en la biografía de Díaz-Canel que justifican la preferencia de Raúl: no es habanero, estuvo en las fuerzas armadas cubanas, fue dirigente de la Unión de Jóvenes Comunistas y primer secretario del Partido Comunista en la oriental provincia de Holguín y ministro de Educación Superior. Tiene lo que en Cuba se llamaría “una buena presencia”, claro está, para los estándares de la Isla. Es además graduado de ingeniería electrónica. Su falta de carisma y pobre oratoria parecen haber jugado a su favor y no en contra, durante los 30 años que le tomó su ascenso al primer círculo del poder en Cuba. Pero si todos estos datos identifican un perfil de miembro de un aparato político y administrativo, en el cual ha ascendido en buena medida gracias a la obediencia, poco dicen sobre la persona. El ser destacado y al mismo tiempo no destacarse que constituye la carta de triunfo de quienes danzan ese difícil equilibrio, como son el canciller Bruno Rodríguez y Díaz-Canel.

 

A través de los años, los delfines elegidos por Fidel Castro tuvieron un ascenso meteórico y una corta duración. Raúl Castro se ha caracterizado por esperar más tiempo, a la hora de seleccionar, y por una mayor constancia con sus favoritos.

 

Precisamente es el tiempo quien ahora juega a favor del nuevo vicepresidente, pero no se trata solo de una paciente espera sino de un país sumido en perennes dificultades.

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Nota de Manuel Castro Rodríguez: En dos líneas el autor expresa lo que siempre Fidel Castro Ruz les ha exigido a los que han gravitado alrededor de su poder omnipotente: “El ser destacado y al mismo tiempo no destacarse que constituye la carta de triunfo de quienes danzan ese difícil equilibrio”. Raúl Castro, el dictador designado por su hermano, continúa guiándose por esta enseñanza aprendida del tirano mayor.

Tal parece que el autor considera que los hermanos Castro trabajarán por una transición cuando expresa: “Si bien la elite histórica de la revolución continúa manteniendo una cuota elevadísima de poder, queda fuera de la transición”. Discrepo totalmente de él en ese sentido, Fidel y Raúl Castro aspiran a una sucesión, de ahí que hayan colocado a dos hijos –Mariela y Alejandro- del dictador designado en cargos de donde serán promovidos a la cúpula del poder. Los hermanos Castro aspiran a que continúe la dinastía, algo similar a lo ocurrido en Corea del Norte. Cuba es un país al servicio de una familia que tiene un único objetivo: conservar el poder a toda costa y a todo costo, aunque tenga que volver a derramar ríos de sangre.

Con la designación del próximo Carlos Lage

se reafirma la farsa electoral estalinista

Manuel Castro Rodríguez

25 de febrero de 2013

¿Cuán conocido en Cuba es Miguel Díaz-Canel Bermúdez, a quien los hermanos Castro designaron como vicepresidente primero del país?

 

El ungido Miguel Díaz-Canel fue uno de los principales ayudantes de Roberto Robaina a principios de la década del noventa, cuando éste presidía la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). Robaina fue defenestrado en 1999; se le imputó “deslealtad” con Fidel Castro, relaciones estrechas con empresarios extranjeros, promocionarse como figura política para una era postcastrista y revelar información oficial. Tres años después, Robaina fue expulsado del Partido Comunista de Cuba, el único partido legal.

 

En su momento los ungidos fueron Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, aunque eran mucho más conocidos por el pueblo cubano que ahora lo es Miguel Díaz-Canel Bermúdez. Los hermanos Castro aprovecharon a Lage y Pérez Roque para dar una imagen de renovación en la cúpula gobernante: Lage era el secretario del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros y vicepresidente del Consejo de Estado –se le consideraba la tercera figura del régimen- y Pérez Roque era el ministro de Relaciones Exteriores. Súbitamente, en una amplia purga realizada hace cuatro años, Lage y Pérez Roque fueron defenestrados y vilipendiados públicamente por Fidel Castro en su columna de opinión Reflexiones en el diario Granma: La miel del poder por el cual no conocieron sacrificio alguno, despertó en ellos ambiciones que los condujeron a un papel indigno”. ¿Cuándo será defenestrado Miguel Díaz-Canel Bermúdez?

 

En 1987, se registraron dos casos notables de defenestración política: el del presidente del Instituto de Aeronáutica Civil, Luis Orlando Domínguez y el del presidente de la Junta Central de Planificación –actual Ministerio de Economía y Planificación-, Humberto Pérez.

 

Luis Orlando Domínguez fue detenido cuando intentaba abandonar Cuba con su familia. Fue acusado de “uso de privilegios” y condenado a veinte años de cárcel; su pena fue reducida y después fue puesto en libertad, permaneciendo en un total ostracismo.

 

Humberto Pérez fue excluido del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y de su cargo en el Gobierno por “concepciones erróneas”, sin darse mayores explicaciones. Vive y trabaja en Cuba, permaneciendo también en un total ostracismo.

 

En 1992, cinco años después de la defenestración de Luis Orlando Domínguez y Humberto Pérez, le llegó el turno a Carlos Aldana, jefe del poderoso Departamento de Orientación Revolucionaria del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.

 

En el verano de 2002, en un vídeo que solamente le fue proyectado a militantes comunistas, Raúl Castro estableció un paralelismo entre Aldana y Robaina: “Aldana ambicionaba convertirse en el Gorbachov de Cuba. Yo lo sabía y un día, delante de él, dije que si en Cuba salía un Gorbachov había que colgarlo de una guásima. Se puso pálido. Cuando después lo llamé a mi oficina y lo apreté, se desplomó. Lloró y lo contó todo”.

 

Como señala el portavoz de la ilegal Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional (CCDHRN), el izquierdista Elizardo Sánchez, “no estamos en presencia de nada espectacular, sino de más de lo mismo”. “Simplemente se ha formalizado la reproducción del modelo totalitario de Gobierno que domina en Cuba desde hace décadas”, señaló Sánchez, quien considera que el país “necesita verdaderas reformas  para superar la situación de pobreza y la falta de respeto de los derechos fundamentales”.

 

En un artículo publicado en el diario mexicano La Jornada el 30 de agosto de 2009, el profesor marxista Guillermo Almeyra desenmascaró las ‘elecciones’ en Cuba: “En Bulgaria las votaciones llegaban a 99 por ciento (formalmente no había enfermos, ni opositores, ni nada), ¿pero representaban un buen termómetro social? La participación en Cuba de 96.89 por ciento en las elecciones ¿quiere decir que todos esos votantes están totalmente de acuerdo con todo? Hubo 14 mil 500 asambleas para postular a los candidatos a puestos representativos, pero ¿no hubo una preselección previa de ninguno por el partido y cualquiera puede presentarse como candidato? Los diputados, es cierto, pueden ser revocados por sus mandantes: ¿alguno acaso lo fue? ¿Lage y otros dirigentes fueron revocados por sus electores o por sus pares, o por la crítica de Fidel, que no tiene ningún cargo en el Estado?

La gerontocracia estalinista continúa en el poder

 

En un discurso pronunciado por Fidel Castro Ruz el 13 de marzo de 1966, o sea, hace cuarenta y siete (47) años, el mayor asesino en serie nacido en Cuba expresó:

 

“ (…) a los votos que hacía porque todos nosotros los hombres de esta Revolución, cuando por una ley biológica vayamos siendo incapaces de dirigir este país, sepamos dejar nuestro sitio a otros hombres capaces de hacerlo mejor. Preferible es organizar un Consejo de Ancianos donde a los ancianos se les escuche por sus experiencias adquiridas, se les oiga, pero de ninguna manera permitir que lleven adelante sus caprichos cuando la chochería se haya apoderado de ellos.

 

Alguien me preguntaba, me decía: ¿Por qué tú crees que ese señor haga estas cosas con las cosas buenas que había hecho en el pasado? Y yo le dije: ¿No has leído la Dialéctica de la Naturaleza de Engels?, pues Engels dice que con el transcurso de los años hasta el sol se apagará. Qué tiene de importancia que la brillantez, la lucidez, la luz de un mortal se apague con los años”.

 

Sin embargo, Raúl Castro pronto cumplirá ochenta y dos años, y hoy comenzó un nuevo período como dictador por cinco años. Por su parte, el tirano mayor pronto cumplirá ochenta y siete años, y hoy comenzó un nuevo período como diputado por cinco años.

Foto tomada a los humanoides Castro

el 24 de febrero de 2013

El término ‘humanoide’ se refiere a cualquier ser cuya estructura corporal se asemeja a la de un humano. Las principales características de los humanoides Fidel y Raúl Castro es el odio que sienten por el pueblo cubano, y su amor por el poder. Estas características los lleva a estar siempre intrigando, negociando entre ellos, fabricando mentiras y sin mirar a la cara. Esta foto es un fiel reflejo de ello. Obsérvense los ojos de sicópata del tirano mayor en las dos fotos.

Raúl Castro, el dictador II,

anunció que dejará el poder en 2018

Hace unos días, el dictador II, durante un acto junto al primer ministro ruso, Dmitri Medvédev, de visita oficial en Cuba, bromeó con un grupo de periodistas sobre su posible salida del poder: “Voy a renunciar. Ya voy a cumplir 82 años y tengo derecho a retirarme, ¿no creen?”. Todo se quedó en una nueva burla, otra de las tantas burlas de los hermanos Castro al pueblo cubano.

¿Cómo ha sido posible que en Cuba

exista un régimen totalitario

desde hace cincuenta y cuatro años?

Cómo y por qué la historia de Cuba desembocó en la revolución de 1959
Cómo fue posible que un personaje como Fidel Castro, tan comprobadamente peligroso por su violento pasado vinculado a hechos de sangre que deberían asustar a cualquier ciudadano amante de la ley, se apoderó de un país que marchaba a la vanguardia de Iberoamérica en cuanto a desarrollo socioeconómico.
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El castrismo cultural (Primera parte)

Manuel Cuesta Morúa

20 de julio de 2012

 

¿Qué es el castrismo cultural? El castrismo cultural lo defino como la matriz de  rasgos de comportamiento, mentalidad, visión y estilos de vida que, conectados con su origen en la Galicia rural, entra como uno de los torrentes formativos de la nacionalidad cubana, se reestructura con elementos de la tradición hispánica medieval y se petrifica, sin fluir, en medio del proceso mismo de formación de nuestra nacionalidad.

 

La historiografía cubana es vasta en todos los campos tradicionales del quehacer y pensar históricos. Sus debilidades están centradas, sin embargo, en la historia social, en la historia de las mentalidades y en los estudios culturales.  Esto no es casual.  Dado el peso que tuvo en Cuba la tradición estatista en el flujo social y cultural, a diferencia de otros lugares, la nación y la nacionalidad han sido miradas siempre desde los puntos de vista de la guerra, la política y el Estado. También desde la economía. No obstante, la idea de que sin azúcar no había país refleja más bien la visión de una clase que sabía que su poder de inserción mundial dependía de la economía, que la de una visión y una conciencia de lo que podía ser la nación.

 

Esta se intenta construir desde la política y desde el Estado, a ratos desde la estética poética, en contraposición estructural con el país de la economía. Pero el elemento fundamental desde el cual se estructura una nación: el elemento cultural, nunca ha sido objeto de análisis de rango. En ese sentido la historiografía cubana ha seguido el curso de la narrativa del poder y no se ha proyectado a una imaginación estratégica sobre la nación. Algo que no puede hacerse descontando los valores culturales. Como se sabe hoy con mayor claridad, y como lo demuestra la existencia misma del castrismo, la cultura es lo que importa en términos de qué pautas estructuran una sociedad.

 

Sin embargo, si es cierto que sin economía no hay país, es más exacto todavía el axioma de que sin cultura compartida no hay nación. Entendiendo, claro está, que país y nación no son la misma cosa. Y el castrismo cultural es exactamente la hegemonía de uno de los torrentes culturales de la nación, no precisamente el más actualizado ni dinámico, pero sí el más agresivo, sobre el resto de los torrentes o componentes que venían dando entidad a la nacionalidad cultural de Cuba. Diría más: el castrismo cultural  —como resumen de una tradición—  estaba a punto de diluirse justo en el momento en el que logra detener ese difícil proceso de conformación de la Cuba cultural. La síntesis de ese proceso en el ámbito literario la expresaba muy bien Virgilio Piñera. Pero el triunfo del castrismo cultural tiene su correlato, a pesar de las contradicciones, en el triunfo de otro movimiento literario: el origenismo ―con su preeminencia católica―,  en la versión “revolucionaria” de Cintio Vitier.

 

En la década del 50 del siglo pasado, cuando este proceso de la nación cultural está a punto de cuajar, e incluso cuando ya la burguesía cubana se da cuenta que es importante ser nacionalista, aparece con fuerza hegemónica el castrismo cultural: la versión menos cubana de la hispanidad gallega.

 

De hecho y en rigor antropológico, el castrismo no es cubano. Quien lee detenidamente el libro Todo el tiempo de los cedros, esa mezcla de hagiografía y patrística sobre Fidel Castro escrita por la periodista cubana Katiuska Blanco, tendrá la excelente ocasión de analizar un típico texto de antropología involuntaria. Lancara, la unidad territorial de la Galicia interior que da inicio a la saga, está más cercana a ciertos espacios de Birán en el oriente cubano, de lo que podría estar Birán de Santiago de Cuba en términos culturales.

 

Ciertamente haber nacido en Cuba en la década del 20 del siglo pasado, y haberse formado en los contextos culturales propios de los años 30 y 40 no garantiza la nacionalidad cubana entendida como cultura. Sin duda alguna se es francés o alemán si se nace en la misma época en los respectivos países, pero no se es cubano necesariamente —reitero: entendida la cubanidad como cultura—  si se nace en Cuba en 1926.  El flujo de inmigración a Cuba de la época retarda el proceso endógeno de cimentación cultural y pasma abruptamente el ajiaco del que mucho escribió el etnólogo cubano Fernando Ortiz.

 

De modo que el castrismo cultural triunfa en 1959 y tiene que hacerlo de manera hegemónica y arrolladora para sobrevivir. Y su hegemonía provoca un desplazamiento histórico sin precedentes en el núcleo cultural diverso sobre el que Cuba viene conformando trabajosamente su nacionalidad.

 

¿Cuáles son los rasgos del castrismo cultural? Sin orden de importancia voy a resumir los que me parecen fundamentales, en contraste con el proceso de formación de la nación cubana. Estos rasgos, algunos simbólicos, otros estructurales, merecen un estudio más exhaustivo. De modo que lo que aquí expondré debe pasar por el tamiz de un mayor rigor sociológico, antropológico y de teoría de los símbolos.

 

Empiezo por la concepción burocrático-militar del Estado y su concepto y conducta marciales. Esto es típicamente hispánico y se conecta con la idea de imperio y dominio que el castrismo cultural introduce en la idea y realidad de Cuba. Los orígenes guerreros del modelo, contrario a los orígenes cívicos del proyecto de nación, para el cual la guerra es una imposición de la realidad, no parte del rito fundacional, facilitan este desarrollo. Pero la cultura política cubana tiende, por su origen fundacional y su permanente definición contra la España imperial, al republicanismo, al ciudadano y a lo cívico. El militarismo es una consecuencia de la prolongada guerra por la independencia, pero no entra en la concepción de ninguno de los que idearon la noción de una Cuba que rompe su cordón umbilical. La facilidad con la que se disuelve el ejército en 1901 es algo más que una ingenuidad política: da la medida exacta de que el modelo burocrático-militar es ajeno al proyecto de nación, aunque no extraño en Cuba.

 

Otro rasgo es el de la visión rentista del Estado y de la sociedad. Desde Félix Varela hasta 1959, la crítica esencial a los sectores pudientes en Cuba tiene que ver con su afán productivista y economicista. La mentalidad misma de que sin azúcar no había país es un reflejo de que Cuba estaba siendo pensada y concebida como una unidad económica de primer orden, lo que se alimenta de, y determina los rasgos pragmáticos de la cultura, la flexibilidad como paradigma del comportamiento, el sentido de independencia social y la capacidad de contraste con su propia realidad  —la corrupción en Cuba hoy tiene mucho que ver con la tensión entre la estructura represiva del Estado y esa planta flexible del modelo cultural. El hecho de parasitar unidades económicas externas, —la ex Unión Soviética, China, Venezuela, Estados Unidos, etc.—  tal como hizo la España imperial con sus colonias, fomentando así una mentalidad insegura y dependiente, es también ajena al núcleo cultural de Cuba.

 

Un tercer rasgo es el de la estrechez en la visión del mundo. En esto tiene mucho que ver la educación jesuítica de la época, una educación de elite y desconectada de la diversidad de componentes de la Cuba cultural, pero más con la estrechez de mundo del espacio rural infinito, poco poblado y sin confines claros. Se ha dicho y se dice que el castrismo es intolerante. Puede ser verdad como frase tópica, pero bien visto, estamos frente a algo anterior a la naturaleza de la intolerancia. La intolerancia aparece cuando se convive con otros mundos que no admitimos, no se asimilan y se rechazan.

 

En cierto sentido el intolerante sabe que aquellos existen pero no los reconoce. Pero el castrismo cultural es la creencia de que no existen esos otros mundos porque no los concibe. Esto es algo más primario y de algún modo peor que la intolerancia. Condiciona por tanto la actitud de negación de otros horizontes como corresponde a sus orígenes típicamente rurales. Y esto explica muy bien la violencia administrativa, pública y racionalizada que el castrismo cultural despliega contra las ideas pacíficamente expresadas. Ya esto no es cubano. En la Cuba cultural la pluralidad de ideas puede generar intolerancia, distanciamiento y choteo pero no visión estrecha del mundo.

 

El cuarto de los rasgos es el antinacionalismo. Dicho a estas alturas resultará raro y escandaloso pero el castrismo es antinorteamericanismo, no nacionalismo. En este sentido es muy cierto que en alguna medida Fidel Castro Ruz es el último español decimonónico de la Cuba cultural y política, pasado por la escuela jesuita, la de la Civilta Cattolica, que enseñaba que los hombres elegidos despliegan su misión en el mundo, no atados a valores estrictamente nacionales.

 

Como el último español, Fidel Castro niega a José Martí en dos puntos esenciales: el republicanismo cívico y el rechazo a los militares. Lo aprovecha bien, no obstante, y exagerándolo, en la vena crítica de Martí hacia el expansionismo norteamericano y en la apropiación romántica que este último hace del concepto total y abstracto de humanidad como plataforma para la acción política. Hasta aquí. La conclusión lógica de todo nacionalismo, la que le da contenido positivo una vez que se define frente a potencias externas, nada tiene que ver con el castrismo cultural. Y esta conclusión lógica es la exaltación y defensa de los nacionales, independientemente de sus diferencias, por encima de cualquier otro sujeto externo. Los nacionalismos tienen algo de mala literatura justamente porque ponen la propia etnia por encima de otras etnias políticas. Todo nacionalista auténtico se acerca para decirnos: yo y lo mío primeros.

 

El castrismo cultural es la corrección disminuida de cualquier vena nacionalista por defecto. No equilibra el nacionalismo a través del concepto total de humanidad, en cuyo caso extranjeros y cubanos seríamos iguales en Cuba y frente al poder, sino que desciende lo cubano y a los cubanos a una escala inferior, gestionando la nación en tres direcciones: la de dominio sobre los seres humanos posibles: los cubanos, la de imperio desde el centro territorial posible: Cuba, y la de imagen “perfecta” frente a toda la humanidad. Esta última dirección explica por qué el castrismo se desvive por satisfacer a los extranjeros en detrimento de los cubanos y por qué priva a los nacionales hasta de lo más elemental para preservar su imagen y compromiso con los de afuera.  Y es verdad que muchos cubanos se sienten a gusto con esta distorsión. Pero el nacionalista no hace esperar a los suyos, por el contrario, siempre hace esperar a los demás, y en los peores casos les hace sufrir para contentar a su propia gente.

 

El nacionalismo nunca permitiría entender, entre otras cosas, los misiles rusos, el tipo de gestión a la crisis de estos misiles en 1962, las tempranas guerrillas en América Latina, Asia, Medio Oriente y África, las campañas militares en este último continente, la pleitesía rendida a otro país en la primera versión de la Carta Magna revolucionaria (1976), el turismo para extranjeros, las dos monedas, la gestión capitalista externa que conforma y estructura una clase media alta residente, formada solo por extranjeros; los dos sistemas de salud y de educación; las donaciones, de lo que se recibe precisamente como donación, a los ciudadanos de otros países en detrimento de los suyos; la tolerancia del uso de la bandera para acompañar otros símbolos que nada tienen que ver con la formación de la nacionalidad, como es el caso de Ernesto Guevara de la Serna, o para satisfacer las banalidades aparentemente iconoclastas del reguetón; mucho menos la idea-traición que alguna vez se puso en marcha de unir Cuba a un proceso político externo, representado por el chavismo. Tampoco, la preeminencia de la voz de los extranjeros por encima de la voz de los nacionales. Ahora bien, esto sí se puede entender desde los dos conceptos básicos que estructuran el castrismo cultural: el dominio y el imperio. El hecho de que la estructura burocrático-militar cubana esté copando las instancias de poder en Venezuela es un ejemplo claro de esta vieja idea de imperio que no descansa.

 

El antinorteamericanismo, que les ha parecido a muchos un nacionalismo, corresponde a esta doble lógica cultural: el odio imperial a los Estados Unidos, heredado de la vieja España, y la actualización del concepto de imperio desde la última de sus colonias: Cuba. La conexión cultural es indiscutible y permite entender lo que de otro modo parecería ridículo: Cuba estableciendo un pulso mundial con los Estados Unidos en otras tierras del mundo. Esto no tiene ni tradición ni antecedentes en el proyecto de Cuba como nación.  Sí en la España del imperio.

 

 

El castrismo cultural (Segunda parte)

Manuel Cuesta Morúa

24 de julio de 2012

 

El castrismo cultural prosigue con otros rasgos. El quinto de ellos es este: la libertad aristocrática y su origen rural, al que ya hacíamos referencia. Esta libertad aristocrática explica y une a Hernán Cortés con el castrismo. Y lleva a la aventura, al gozo único y excéntrico, a la ruptura de los límites, a la fundación de imperios que no se pueden sostener, que en el fondo no sirven para nada y que, en el caso de Cuba, no se conectan con la dimensión de los cubanos políticamente poco expansivos. Cuando digo aristocracia rural no lo asocio con campesino. La aristocracia rural tiene que ver con la hacienda en medio del espacio vacío, la imaginación destructiva, la productividad de los otros y la frontera difusa. El campesino es el hombre rural atrapado por su propia productividad, la imaginación simpática, las fronteras y la comunidad. Otra vida, otras costumbres. Y de la aventura aristocrática a la dominación solo hay un paso: el de lanzarse para alcanzar el dominio. Esto pertenecía a la España imperial, no a Cuba.  Cuba se funda a partir de la libertad republicana, que es la libertad cívica de los iguales. Y la libertad aristocrática tiende a despreciar esa libertad de los iguales porque necesita súbditos y guerreros leales. De ahí su militarización natural.

 

¿Por qué entonces el castrismo es mirado como un nacionalismo? Porque contra Estados Unidos todo gesto parece auténtico. Y el patriotismo tal y como se ha vivido en los últimos 50 años luce auténtico, denso y coherente por su dimensión puramente teatral. Un teatro patriótico con víctimas reales pero que no expresa los peligros ciertos de pérdida de la patria-nación. Por una razón de época: el imperialismo moderno representado por los Estados Unidos no necesita construir territorios coloniales como sí requirieron los viejos imperios construidos en la época medieval. Son estos los que dan sentido a los conceptos patrióticos. Al imperialismo moderno le estorban los territorios ajenos. ¿Por qué se entrega Cuba en 1902?

 

La teatralidad patriótica, sentida con más entusiasmo por los lunetarios que por los guionistas, enmascara y explica la incompatibilidad de un nacionalismo vivido desde sus propios fundamentos con el acelerado proceso actual de desnacionalización que se observa por doquier, debilitando los sentidos de pertenencia, la base cultural de los valores, y festejando, casi, la pérdida total de Cuba como unidad económica. Un sentido de grandeza nacional, no de gloria personal, está detrás de cualquier nacionalismo. Curioso e irónico. La autenticidad de Cuba, en términos de valores y fundamentos, aparece en el acelerado rescate del patrimonio múltiple de su cultura estética: es decir, la que no es creada por el castrismo cultural. Una auténtica obra de recuperación que se detiene en las fachadas arquitectónicas, la música y alguna literatura.

 

Sexto rasgo. La estética del poder asociada a la libertad aristocrática. En una república, el poder se viste con las mismas prendas. La distinción existe, pero pasa por una combinación entre el estilo propio, el garbo personal y el tejido. La distinción nunca depende del tipo de vestimenta. Lo raro impresiona y atrae. Exotiza  la mirada y fascina, incluso, a los contrarios, pero sigue siendo raro. En una república moderna la corbata y el traje, la guayabera y el sombrero jipijapa, o a lo sumo la soltura del traje sin corbata, la camisa con mangas al codo o las camisas Mandela son los índices de la libertad de los iguales y de la democratización del poder a través de la estética. En este rango, todos los juegos del vestir son posibles. Pero no el único traje, sea el militar o la sotana. Esta distinción calculada solo se puede hacer desde la proyección de dominio sobre los otros que no pueden acceder a mi estética. Ni que decir que en materia de estética del poder esto fue bastante efectivo en tanto se aleja de la cultura cubana.

 

Y la estética aristocrática del poder se vincula estrechamente con otros rasgos del castrismo cultural. El séptimo de los cuales asocio con lacultura oral. La palabra está estrechamente conectada con el poder. La retórica es una realidad sin la cual no se explica el ascenso y la caída de gobiernos y líderes. Pero lo oral como poder es distinto a la retórica. Lo oral significa la repetición sempiterna y cíclica de motivos, oraciones, términos y tópicos para explicar y justificar el propio lugar en el orden de la sociedad y del mundo. Por eso la tradición oral, que se parece a la retórica, es parte del mito —¿y no es la Revolución Cubana un mito?— sin conexión necesaria con la realidad.  Por inscribirse en la tradición oral de las historias míticas, el castrismo cultural no puede culminar en una doctrina. ¿Por qué no hay un texto fundamental escrito desde el castrismo cultural con toda su pretensión fundadora?  La Historia me absolverá no es más que una potente denuncia circunstancial sin fundamento propio ni apertura doctrinal. Medio siglo después falta el opúsculo que atesore el legado intelectual del castrismo y en el cual puedan beber los seguidores milenarios. Pero claro. La palabra como tradición oral hace imposible el texto doctrinal. Este, que limita la acción, codifica el pensamiento y permite el contraste de los discursos, solo nace de la palabra razonada que es la propia de la buena retórica: la exposición elegante de una lógica cadena argumental. El ejercicio de la palabra razonada puede culminar casi siempre en una buena doctrina escrita para quien hace de la retórica el sustento de su poder. El castrismo cultural sigue siendo aristocrático hasta cuando usa la palabra. Y no exactamente por los modales.

 

De aquí un octavo rasgo: el control por encantamiento para destruir al ciudadano. ¿En qué termina este?  En el súbdito. La cultura política en Cuba persuade y convence, y en sus extremos más detestables se hace politiquera es decir, promete demagógicamente para manipular e incumplir. Pero al encantar por la palabra destruye esa dimensión cívica de la república donde el ciudadano confronta, es persuadido o convencido, para atarlo entonces, súbditamente, a las determinaciones del poder. Y encantado, el súbdito actualiza el viva Fernando VII en el viva Fidel.

 

Cuba regresa así al siglo XIX para destruir las estructuras de la política moderna y reproducir el esquema medieval de soberano y vasallo. Es interesante ver cómo el regreso al modelo antropológico medieval de la política determina la sociología política de la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad. La relación directa entre el hombre divinizado y el “pueblo”; la transferencia de la culpa hacia la burocracia intermedia por las consecuencias indeseadas en la gestión pública  ―lo que disuelve la responsabilidad del poder y fortalece indirecta e involuntariamente la fusión entre soberanía y propiedad sobre la nación de una persona―; la conversión del derecho en concesión y de la exigencia en queja son todas ellas consecuencias estructurales de la disolución de la política moderna por efecto del castrismo cultural. Hiela escuchar diariamente la frase simbolizada en la mentalidad del súbdito cubano en desesperación: “esto Fidel no lo sabe”.  Nada distinto al “Rey no lo sabe” del siglo XIX.

 

Esta legitimación desde-abajo-de-la-nación-como-propiedad-del-de-arriba tendrá una consecuencia para Cuba peor que para la España del imperio. Los súbditos de la España imperial podían exclamar: Viva el Rey, Muera Fernando VII en época de mucho malestar, sin que la exclamación implicara para ellos, simbólica y mentalmente, la disolución del reino. Ello porque Fernando VII no encarnaba su eternidad, solo constituía su venerable representación temporal. En Cuba, donde nación y persona se confunden encarnizadamente sería imposible clamar por la vida y la muerte de Fidel Castro al mismo tiempo: la nación, entendida como control “dinástico” de la soberanía, corre el peligro de seguir o terminar con él. Por lo que se hace necesario remontar la nación a sus propios orígenes, cosa perfectamente posible, para establecer un continuo en nuestro proyecto de nación. De paso, nos libraríamos de otra consecuencia del castrismo cultural: la de asociar el éxito o fracaso de un proyecto a la vida o muerte, real o simbólica, de alguna persona o entidad social.

 

Y ese súbdito en el que se convirtió al cubano no forma parte de la masa. Los fenómenos de masa en Cuba responden a los espacios de la cultura, no a la política: la mayoría escuchando la misma música, utilizando las mismas modas y reproduciendo el mismo lenguaje estandarizados. La asociación entre política y masa en Cuba habría existido si el partido comunista hubiera logrado estandarizar su control simbólico e ideológico sobre el resto de los cubanos ―una ambición histórica bloqueada precisamente por el caudillo, justo cuando más cerca y en mejor posición estaba el partido comunista para concretarla.

 

De este modo la masa, que según el filósofo español Fernando Savater debería ser asunto de la física o de la panadería, respondería a criterios impersonales como corresponde a la naturaleza de las masas en cualquiera de sus sentidos, incluyendo el cultural y el político. Pero esto es un fenómeno propio de la modernidad política de la que Cuba fue desconectada. Al regresar al siglo XIX retornamos, si se quiere, a una categoría más auténtica: la de pueblo, pero en su acepción aristocráticamente peyorativa: la de plebe. Una plebe que se muestra típicamente a través de tres de sus elementos más naturales: la identificación encarnada con la figura emblemática del poder (distinto de la identidad con el carisma), la legitimación pública del lenguaje vulgar y la legitimación natural de que los de arriba deben comer mejor y distinto. Las masas políticas de la modernidad no se ajustan a ninguna de estas tres características.

 

 

El castrismo cultural (Tercera parte)

Manuel Cuesta Morúa

30 de julio de 2012

 

El tipo, el concepto y la concepción de la familia es el noveno de los rasgos que diferencian al castrismo cultural de la identidad que iba cuajando en Cuba. La familia extendida, casi ampliada, que aleja a determinada generación de hijos del centro aglutinador a favor del mayorazgo (del hijo mayor), se distingue claramente del tipo de familia nuclear afectiva que surge tanto del barracón, como de la comunidad campesina y de las ciudades aburguesadas, de clase media y obreras que se edifican en Cuba.

 

En la familia rural extendida lo útil sustituye a los afectos, mientras que el mayorazgo garantiza la reproducción permanente de los viejos patrones patriarcales. Pero la familia nuclear afectiva funciona con otros criterios: el afecto va sustituyendo a lo útil ―la transición que en este sentido se va produciendo en la familia campesina, humanizándola, es clara―  yla familia se abre al futuro de los hijos, en muchos casos diseñado por los padres pero con entera responsabilidad, casi siempre, por parte de los mismos hijos.

 

Las consecuencias de cada uno de los tipos y concepciones son evidentes y marcan un retorno cultural impresionante. Para empezar, el modelo patriarcal y de mayorazgo va contrario a la historia política de Cuba, según la cual son los padres los que siguen a los hijos adultos y no al revés.  De hecho rompe con la figura occidental del héroe, que siempre refleja a un joven audaz y vigoroso rebelándose contra el padre. Que la Revolución cubana haya sido hecha por jóvenes no garantiza, a partir de este análisis cultural, que haya sido hecha desde la modernidad. En segundo lugar, la formación de valores no empieza en la familia nuclear afectiva por la utilidad del hijo para algo o para alguien, como sí ocurre en el tipo patriarcal, sino por la concepción y tradición de la familia respecto a lo que considera mejor tanto para el mantenimiento de ciertos valores familiares como para el hijo.

 

Por último, aunque no finalmente, la naturaleza afectiva de la familia, basada en las distintas concepciones cristianas, evita o vive como una tensión contranatural las fracturas por razones extrafamiliares de los afectos basados en la sangre. En la  familia patriarcal no. Como la familia extendida se estructura en torno a la utilidad más que alrededor de los afectos, y sobre valores dados y no elegidos, no se entienden como fractura las rupturas de la familia. No se asume como contradicción de afectos en el nivel psicológico de la personalidad. Al imponerse el castrismo cultural, se produce una dislocación en el sentido de la familia nuclear que dañará la base de la identidad cultural en niveles y dimensiones generales que son fundamentales en el proyecto de nación cubana.

 

Si la familia coincide con la sociedad  ―por eso es extendida―  en el concepto patriarcal de Estado, las cuestiones importantes tienen sentido en función de dos valores típicos de las aristocracias patriarcales: la fuerza y el poco sentido de la vida fuera de los dominios señoriales. Recordemos que estos son los valores primordiales del guerrero. ¿Qué es un cubano fuera del territorio del castrismo cultural? Nada. A lo sumo un instrumento útil en momentos de extrema necesidad. Precisamente el uso totémico del gusano como figuración para estigmatizar a quienes escapan o se niegan a vivir en los predios del castrismo cultural refleja, no solo la relación habitual que establece toda aristocracia rural con la naturaleza, sino el rebajamiento y el desprecio del resto de los seres humanos.

 

Semejante rebajamiento no es cubano. Los cubanos heredamos del humor hispánico medieval el mal gusto por la burla de los defectos humanos, fundamentalmente físicos. El humor de situaciones no es lo nuestro. Pero tampoco lo es el establecimiento de metáforas animales para identificar tipos humanos. Un hombre se puede comparar con un gallo o una rata, pero sigue siendo un hombre. Sin embargo, del símil (el hombre como) a la metáfora (el hombre es) va un importante trayecto cultural que marca la diferencia entre la vida y la muerte. El castrismo cultural sustituye el símil por la metáfora y recupera la pena de muerte como castigo civil, cuando esta había estado ausente del contrato republicano inicial como distinción humanística frente a las prácticas jurídicas de la España del imperio. Recuperación labrada por el previo rebajamiento animal del homo civicus.

 

Esta, la negación absoluta del  hombre cívico, es el eje del décimo rasgo del castrismo cultural que me detengo a analizar en sus perfiles más bastos: la combinación de pesimismo y metafísica. Una metafísica de la acción, no del pensamiento. Bebiendo en las enseñanzas jesuíticas, el castrismo cultural es la expresión nacional del pesimismo cristiano sobre el hombre después de La Caída. Librado a su albedrío y a su voluntad el hombre es autodestructivo, nos dice esta visión, y busca más la satisfacción de sus placeres y el encuentro con lo mundano que propiamente lo que le debe interesar para su salvación. Recuperarle es posible, nos sigue diciendo esta visión pesimista, pero solo mediante la guía certera de una elite bien formada, preparada e instruida en los adecuados instrumentos de salvación, que están solo disponibles, eso sí, para unos pocos elegidos. Y el hombre cívico está en contradicción radical con esa pretensión de que un grupo de autoelegidos le lleve por el camino del bien. Por eso el hombre cívico es aquel que elige.

 

Los jesuitas siguen siendo de este modo pesimistas respectos a los demás, pero recuperan el optimismo de los hombres para unos pocos de entre los suyos. Y, ¿qué es la salvación? El núcleo duro de esa metafísica que se coloca fuera de las experiencias corrientes, construidas por las pruebas de tanteo y error, y acumuladas creativamente, para ofrecer entonces un nuevo lugar de elevación humana para toda la vida. Metafísica significa más allá de la física es decir, más allá de la experiencia humana. Y es verdad que si ese utópico y beatífico lugar es alcanzable, solo puede serlo de la mano de alguien. Los jesuitas, ya no hoy por supuesto, organizaron auténticos ejércitos misioneros para implicarse con los hombres-criatura en cualquier parte del mundo  ―más allá de las naciones―, ayudándoles a elevarse.

 

El castrismo cultural es la expresión en Cuba de esa combinación entre pesimismo y metafísica que se actualiza en una visión particular del concepto de Revolución, que montó su específico ejército revolucionario para desplegar en todas las zonas del mundo y que se molesta profundamente porque el resto de los hombres no se deja conducir hacia esas cotas más elevadas de posibilidades humanas con el fin, se nos remacha, de cerrar definitivamente el perverso ciclo iniciado con La Caída. Desde la psicología profunda, estas pretensiones nos pueden resultar hoy una solemne tontería sublimada, pero estamos frente a una experiencia mística que explica, por otra parte, la constante tensión histórica entre los jesuitas y el Vaticano. Entre el castrismo y toda autoridad comunista suprema.

 

Este pesimismo metafísico está desconectado completamente de la cultura cubana. El de revolución es, más bien era, un concepto tangible en la tradición política y social cubana. En nada distinto a los significados en el resto del mundo occidental, desde las revoluciones estadounidense y francesa: cambios radicales con sentidos más o menos sociales y libertarios, enfilados contra todas las cadenas que distanciaban naturalmente al hombre del poder que ejercían  los demás, y del poder sobre sí mismo; fueran estas cadenas divinas, u originadas en la tradición o en la fuerza.

 

Lo cual significa que todas las revoluciones son contrastables por el simple hecho de que abren el proceso social al análisis de la razón y lo hacen accesible a los ciudadanos. Sin estos dos requisitos, que al mismo tiempo son resultados, no se podría hablar de una genuina revolución social o política. Una revolución que tiene como contenido semántico a la propia revolución, que no se puede descifrar racionalmente, que no se puede contrastar empíricamente y que no es accesible para los ciudadanos, no es exactamente una revolución tal y como era entendida hasta 1959. Sin embargo, es la Revolución tal y como se instituyó en Cuba después de esa fecha.

 

Este es el punto de partida para entender por qué la Revolución Cubana desnacionaliza la política, desnacionalizándose, para dar carta natural de revolucionarios dizque cubanos a todo extranjero que, sin saber nada de Cuba, viene a sentar cátedra política en el territorio nacional, hablando de y por los cubanos, en lo que constituye una nueva forma de representación política global sin base en la nación. Tal y como sucedió con la internacionalización de la aristocracia europea del siglo XVIII con sus alianzas supranacionales sin fundamento en sus propios pueblos. Y es el punto de partida, por otra parte, para recuperar la práctica del destierro de los cubanos desafectos, una práctica de la España imperial, desprotegiéndoles en el mundo. Un proceso político nacionalista comienza por proteger a todo ciudadano, independientemente de su condición y elección políticas.

 

Alejada, tras cada minuto que pasaba, de sus propios orígenes culturales, que determinaban sus propios objetivos, la Revolución Cubana iba asumiendo así su carácter metafísico ―más allá de toda experiencia― para estabilizarse como el concepto taumatúrgico en boca y en manos, no de una elite directora, sino de Fidel Castro, el único al que se le reconoce el derecho al libre despliegue de su optimismo: una de las epifanías de la voluntad.

 

De ahí derivaba su fuerza la Revolución Cubana: de la aceptación mundial de una visión pesimista del hombre, con cuarteles generales en muchas capitales,  ―después de haber disfrutado irresponsablemente del vicio y de la prostitución durante los 50 años de “pseudo república”, se dice, los cubanos debíamos ser redimidos―   y de la legitimación de que ese hombre caídopodía ser salvado por un hombre más o menos lúcido, que atesora una opinión exageradamente positiva de sí mismo. Pero, ¿qué enmascara (ba) este concepto de revolución, psicológicamente primario e intelectualmente pobre? Un dato muy importante para entender al castrismo cultural: el pensamiento, heredado de la vieja España catolizante, que tiende a proyectarse a través de la eternidad. Sub specie aeternitatis se escribe en latín. Y la eternidad, como es sabido, no tiene territorio cultural específico.

 

¿Qué tiene esto que ver con Cuba? Absolutamente nada. Para los cubanos el tiempo es concreto; no está hecho para que se pierda en asuntos metafísicos. Y si no se le puede apropiar para la creación, debe ser empleado concretamente para el gozo. Las dificultades de los intelectuales orgánicos de la revolución para convertirse en elite directora del proceso ―afortunadamente― tienen mucho que ver con su incapacidad para hacerla comprensible al resto de sus compatriotas en su pretendida dimensión eterna. Y no solo por falta de entrenamiento metafísico o por la carencia de una previa doctrina intelectual: algo así como un Libro Verde o una idea Zuche cubanos; también porque nuestros intelectuales son hombres y mujeres mundanos, amantes de la riqueza, y de las cosas comunes y corrientes que identifican pilares bien arraigados de una cubanía muy visible y poco narrada. Son, a fin de cuentas, unos cubanos más en toda su radicalidad moderna, para los que el tiempo concreto cuenta.

 

Camino de salvación para la eternidad es el alimento primordial, digamos que el maná, para vivir la grandeza por sí misma de la revolución y del “socialismo”, con plena independencia de las realidades concretas. Así con la revolución y el “socialismo” cubanos sucede lo que con el futuro: son empíricamente indemostrables, pero existen. Y marcan las posibilidades. La única diferencia es que el futuro nunca llega antes de tiempo. Sin embargo, revolución y “socialismo”, que sí han ocurridos, se niegan a medirse con la realidad: lo que los hace grandiosos y metafísicos. Esa es la grandeza medieval: la que se afirma por su propia existencia y contra su propia negación. La que provoca ese sentimiento de gloria por el mero hecho de haber resistido para sobrevivir. ¿No se confirma la gesta gloriosa en el obstáculo que vence, antes de los restantes obstáculos por venir? Ella no vive del éxito sino del fracaso al que se ha llegado con determinación. Por eso la gesta, la gloria que no cabe en un grano de maíz, se ve a sí misma como rozando la eternidad. Y tiene que perdurar.

 

Toda esta incursión medieval en la que nos metió el castrismo tiene que aparentar modernidad, desde luego. Y para ello “eterniza” el socialismo. ¿De qué modo? A través de la constitución, para seguir siendo modernos. Lo que provoca una ligera sonrisa académica. Porque los teóricos y los pobres que se autorespetan reconocen que el socialismo no existe. El mismo Fidel Castro dijo en 1986 que en ese justo momento sí iba a empezar la construcción del socialismo; 28 años después de proclamado. De manera que algo que no existe se instituye 16 años más tarde como fundamento constitucional del Estado y la sociedad.

 

¿Es qué en ese corto y convulso tiempo se construyó el socialismo; precisamente en el momento en el que Cuba reinicia desde el Estado sus aventuras con el capital?  ¿Cómo una petición de principio, algo que necesita ser demostrado después de anunciarse, se puede erigir en base constitucional del Estado? Un falso supuesto se institucionaliza como principio constitucional para regular la existencia de los cubanos perpetuos. Pero semejante aberración lógica, transformada en aberración jurídica, se explica por aquel fenómeno de pensar como eternidad, que subvierte el proceso de la cultura y bloquea el flujo de una matriz de mentalidad compleja nacida de una diversidad extremadamente rica de prácticas y de culturas.

 

Todo aquello es, pese a su medio siglo, bien extraño a Cuba, y ha tenido como consecuencia grave un cambio, reparable sin duda, en nuestro imaginario: asociar el destino de la nación con un individuo. Nunca antes, ni siquiera en nuestra época colonial, se había producido semejante desarrollo.

 

 

El castrismo cultural (Cuarta parte y final)

Manuel Cuesta Morúa

3 de agosto de 2012

 

Termino esta saga, que espero no haya resultado aburrida, relacionando otros rasgos interesantes del castrismo cultural que merecen ser explicados en relación con nuestra identidad en formación. El castrismo cultural es refractario a la pluralidad, no le gusta la música ni le interesa el baile, y quiso imponer, contra todas las evidencias de la vida cotidiana y nocturna, la idea del sacrificio como estilo de vida en una cultura apabullantemente hedonista. De ahí que me haga dos preguntas relacionadas: ¿por qué Cuba se seca como fuente de ritmos musicales a partir de los impactos culturales que retornan con el castrismo?; y, ¿por qué la Esparta tropical no pudo destruir una mentalidad gozadora? Es bueno saber que el danzón surge en Cuba, es reconocido como el baile nacional, pero pertenece más en México. Es útil también conocer que el primer trasvesti de que se tiene noticia en el hemisferio occidental fue un cubano matancero del siglo XIX. ¿Cómo entender esto? Otra pregunta abierta en términos de identidades profundas.

 

Sigue en pie, por esto, la siguiente certeza: la cubanía ha molestado profundamente al castrismo cultural. A pesar de las ficciones identitarias. La historia ejemplar, el folklore, la restauración de monumentos, la literatura de los muertos, el ballet clásico y la música sensual dan la impresión de que se vive un resurgimiento sin precedentes de lo cubano. ¿Pero dónde quedan el pensamiento, los valores, la mentalidad, el concepto profundo de la nación en el sentido de los sacramentos: el signo visible de algo invisible? Entre historia de los grandes acontecimientos, cultura inerte y cultura corporal, estamos frente a ese tipo de realidad en la apariencia que engaña. Sobre todo a los organismos de las Naciones Unidas.

 

Esa cultura que hoy se rescata, solo parcialmente, fue en su momento la viva expresión del proceso profundo de las pautas culturales en el sentido de los valores, estilos de vida, filosofía, mentalidad y pensamiento. De hecho la misma necesidad del rescate indica el debilitamiento o la muerte de las corrientes subyacentes que fueron y son constantemente negadas por el castrismo cultural. ¿Por qué este no ha producido nada estéticamente serio como expresión de sus propios valores? ¿Hay estética perdurable sin pensamiento?

 

Estas preguntas nos devuelven a un punto básico en la forzada invención histórica del último medio siglo: la aristocratización impuesta a la vida política cubana. Negación completa de todos los esfuerzos históricos para crear una propia civilización cubana con base en el republicanismo, la pluralidad cívica, la diversidad cultural y el sentido de riqueza creada.

 

La aristocracia cubana, que podía reclamar una continuidad histórica con España y que compró títulos en algunas capitales europeas, se suicidó conscientemente como clase cuando apoyo la Constitución de Güaimaro: la primera de nuestras constituciones republicanas. Ella abandonó gradualmente los títulos y conservó los modales. A partir de ese acto fundacional, la aristocracia como grupo se hace cada vez más extraña al cuerpo cultural de la nación, que lo rechaza sin muchos miramientos. El escritor cubano Jorge Mañach se conmovió ante el choteo creciente de los cubanos, sobre todo frente a la solemnidad y artificialidad de los títulos. Incluso, este choteo alcanza a los buenos modales cuando estos se muestran rígidos y engolados. Y desde otra perspectiva, la historia de la arquitectura cubana testifica este proceso.

 

Por esa razón, el regreso de la aristocracia en Cuba tenía un solo camino para establecerse: la guerra como esencia y fundamento de la sociedad. Pero esta nueva aristocracia confronta tres problemas: la ausencia de tradición, su incompatibilidad con la nación cultural y la falta de guerras concretas. Mientras estas últimas fueron posibles ―recordemos que nuestra aristocracia guerrera se comprometió en el siglo pasado a liberar a todo el mundo conocido hasta entonces― se pudo alimentar y casi legitimar esta aristocracia en la medida en que los cubanos participaron de esta grandeza de imperio. Pero las guerras cubanas por el mundo, a pesar de que nunca tuvieron un real sentido, hoy ya no tienen posibilidades. Y entonces nos encontramos frente a una aristocracia guerrera que no tiene justificación, sentido ni viabilidad en el proyecto de nación.

 

Esto pone más de relieve su incompatibilidad de fondo con la nación cultural. Si nuestra aristocracia guerrera no puede reproducirse como clase en su interior, si su gestión y capacidades no sirven a la gestión moderna de una sociedad que exige cada vez más dispositivos flexibles y de naturaleza civil y cívica, y si su gestualidad sin funciones concretas invitan a la indiferencia de una sociedad cada vez más informal y posmoderna, ¿qué legitima la existencia superflua de una aristocracia militar? Parece que la amenaza de una guerra con los Estados Unidos. Sin embargo, ni siquiera esto la legitima. Para ello, esta amenaza debería ser una posibilidad de guerra perpetua. Algo que se nos ha vendido, por cierto, como la realidad intrínseca a nuestra condición nacional. Pero, más allá de esta necesidad acariciada de guerra perpetua, la aristocracia guerrera se agota en su primera condición: la reproducción de su biopoder. Excepto en la familia dinástica.

 

E interesante, la familia dinástica de los Castro es la única, la primera y la última que intenta dar cuerpo a la aristocracia en una dirección distinta a sus orígenes guerreros. Es decir, la única, la primera y la última que otorga títulos, beneficios, lugar y poder, todo al mismo tiempo, por el mero hecho del nacimiento. Y como en toda buena aristocracia, todas estas licencias se dan con independencia de méritos, función y capacidades.

 

Este desplazamiento de orígenes está muy conectado con otro fenómeno sociológico creciente: una elite de nuevos ricos en el mundo intelectual y artístico, necesaria como cortesana de esta aristocracia. Algo impensable con la aristocracia militar. La nueva elite practica ya la filantropía es decir, el desprecio positivo; mientras que la aristocracia se da el lujo del regaño, considerando como ingratos a los cubanos de las clases menesterosas que suelen expresar su malestar. Es decir, practican el desprecio negativo.

 

Pero con el desplazamiento de orígenes aparece el primero de aquellos tres problemas: la ausencia de tradición. Retomar sus antecedentes hispánicos no parece suficiente como legitimación. De hecho, algunas de las prácticas coloniales reanimadas: la concentración física de desafectos al proceso político, la carta de racionamiento, todo el pliego de medidas administrativas que parecen calcadas de las Ordenanzas de Cáceres ―que en nuestra era colonial regulaban al mínimo detalle lo que cada habitante del cabildo podía tener en su casa―; el destierro de los enemigos; la pena de muerte; la irresponsabilidad divina del poder; la crueldad medieval, que intenta y logra en no pocos casos reducir espiritualmente al hombre a través del sufrimiento físico y mental; el uso de la ley y del poder basado en ella como venganzas, que rompe su lógica cultural e histórica ―recordemos que la ley surge como sustituta de la venganza para hacer posible la civilización― y un largo etcétera, parecen jugar estructuralmente en contra de la legitimación de esta aristocracia. Y todo por un solo hecho: su falta de ascendencia. No hay línea genealógica a la que esta familia se pueda agarrar para justificar su captura permanente del Estado y para introducir social y culturalmente unas prácticas y modales de convivencia en el resto de la sociedad. Sé que es una comparación exagerada, pero la aristocracia británica sobrevive porque lograr transmitir a toda la sociedad el conjunto ritual de comportamientos, estilos y actitudes que les caracteriza, incluido el té de las cinco de la tarde.

 

Esta incapacidad de la familia dinástica de convertir a toda una nación cultural a sus modales y comportamientos, me lleva a la pregunta de si en ausencia de una fuerte tradición es posible inventar los gestos, las figuras, los tropos y los símbolos de una nueva aristocracia. No puedo responder satisfactoriamente esta pregunta en un sentido u otro. Y a juzgar por el castrismo cultural, me inclinaría a pensar que la tradición es fundamental en toda pretensión aristocrática.

 

Parece que, independientemente de los tipos y la diversidad, la aristocracia debe tener un sentido claro del honor, del respeto de las propias reglas, de los límites, del valor de la palabra y de los compromisos. Como la aristocracia vive más según códigos no escritos, y transmitidos de generación en generación a través de la enseñanza y la imitación, está más obligada que ningún otro sector a protegerse con el autocontrol. Ha sido el autocontrol el que ha forjado civilizaciones a lo largo de la historia en todas las culturas y continentes. Y este es, digamos, el mejor aporte quizá involuntario de las aristocracias que han sido. La familia dinástica cubana carece de estos límites que le habrían permitido fundamentar y legitimar a futuro, a través de los códigos y símbolos apropiados, su pretensión aristocrática.

 

En mis tiempos universitarios, en el primer lustro de los 80s del pasado siglo, escuché de un profesor un comentario que entonces no calibré en toda su significación. Dijo él que la Revolución Cubana moriría de su propio ímpetu y de su energía desbordada. Razonaba que esa tensa estabilización social conseguida a base de discursos, jornadas, metas y castigos no era sostenible a la larga por ninguna sociedad. Saludaba como su mejor logro, no la alfabetización, sino su institucionalidad constitucional, para mostrarse al final escéptico por el hecho de que la Revolución Cubana no podía desembarazarse de su pecado de origen: la permanente violación de sus propias reglas del juego. Y el profesor abandonó el paraíso.

 

El castrismo cultural se agota asimismo porque pretendiendo animar una aristocracia desde la ruptura con las tradiciones cubanas, perdió su propio control. Burló todas las reglas establecidas, e irrespeta constantemente la misma constitución limitada que le dio al cuerpo social creado. Esto tiene consecuencias, sin dudas, para las referencias políticas del futuro por su efecto de vacío en el repertorio simbólico e instrumental del poder. Un peligro cierto. Pero merece un análisis que no incluyo aquí. Y si la liquidación del castrismo cultural como aristocracia es algo que no interesa mucho, lo que merece plena atención son las consecuencias de su pretensión de dominio permanente sobre Cuba, vista esta como entidad social, como espacio físico, como posibilidad cultural y como imaginario.

 

El castrismo cultural ha supuesto de este modo la destrucción de Cuba en cuatro dimensiones básicas para todo proyecto de nación: como unidad económica, como espacio fluido de valores, como lugar para la integración de culturas y como república política de iguales. Hemos dejado de ser para no ser lo que nos dijeron que éramos. Esto es tanto un crimen de lesa cultura como un horror moral.

 

De ahí la necesidad de un nuevo contrato en la que recuperemos todo el optimismo de nuestra condición moderna como un medio para recuperar nuestra voluntad. Democratizándola.

 

¿Cuáles podrían ser las bases de este nuevo contrato? Estas solo deben ser definidas por los ciudadanos. Cualquiera de nosotros puede y debe tener lo que cree son buenas ideas para su país, pero lo más importante debe ser entrar a la plaza pública de definiciones con lo que John Rawls, un teórico estadounidense de la política, definió como el velo de ignorancia. Que, simplificadamente, no es más que un intento de evitar el razonamiento preconcebido con su clara tendencia al autoritarismo. No es que se puedan evitar con este procedimiento las propias ideas, sino que se participa desde la escucha y evitando el principio de autoridad que es contrario a la preeminencia del ciudadano y de la diversidad cultural para la legitimidad del Estado y las políticas públicas. Sí creo necesario el diálogo —una especie de democracia como la ve el teórico alemán Jurgüen Habermas— como fundamento del ejercicio compartido de ese velo de ignorancia. El diálogo como concepto, como instrumento y como estrategia.

 

Y esto es imprescindible en Cuba. Aquí se ha arraigado una concepción premoderna, pero anclada en la modernidad, que hace brotar la fuente de legitimidad no del ciudadano sino de las autodenominadas vanguardias. Ello ha trabado la modernización de la plaza pública de discusión política. En Cuba esta modernización no llega y seguimos confrontando el problema de la pretensión de esas vanguardias, con su concepto de que una clase de iluminados tiene el deber y el derecho de conducir a la masa por el camino correcto. El despotismo ilustrado en marcha. El dilema de los clérigos (y de la épica) en la sociedad que muy bien describió el pensador francés Julien Benda. Sin embargo, ¿qué derecho le asiste a alguien que haya guerreado o estudiado toda su vida, que haya desarrollado una disciplina cualquiera en una academia cualquiera, prestigiosa si se quiere, para determinar lo que otro ciudadano menos ilustrado o más cobarde ―o ilustrado y valiente de otro modo― debe tener, hacer o decir? Realmente ninguno. Los conocimientos y la capacidad hormonal para matar y morir pueden tener y tienen valor para la sociedad, desde luego, pero no otorgan poder vicario por encima y en representación del resto de los ciudadanos. Esa es la razón por la que la autoridad intelectual y política en sociedades políticamente modernas y formadas por ciudadanos y ciudadanas maduros se alcanza como crítica del poder. Cuando se trata de construir la convivencia, el intelectual y el guerrero son iguales al resto de los ciudadanos. Ni más ni menos.

 

El día en que sustituyamos el Nosotros, el pueblo ―un error sintáctico que desplaza el poder y la legitimidad hacia arriba― por el Nosotros, los ciudadanos habríamos triunfado como sociedad y nación.

 

Esa meta histórica en Cuba hace tanto más necesaria aquella modernización cuanto que la vanidad de los intelectuales y de los guapos es inmensa, precisamente en un país de despotismo ilustrado donde, históricamente, los intelectuales y los hombres de la guerra han sido incapaces de definir un proyecto más o menos satisfactorio de nación. Para empezar, toda su epistemología, la que les marca el saber posible, y sus prácticas de ordeno y mando han estado divorciadas de la planta cultural cubana. De manera que desde este fracaso histórico y cultural se puede erigir la nueva plaza pública de discusión y definición sobre el fundamento más legítimo: el ciudadano en toda su diversidad y pluralidad. El modo de desplazar el poder y la legitimidad hacia abajo.

 

Cuba, la revolución perdida 

 

Antonio Elorza

31 de diciembre de 2008

 

Se cumple el 50º aniversario de la revolución castrista. Lo que fue un experimento político, económico y social de gran atractivo es hoy una dictadura en la que una tela de araña policial garantiza el conformismo

 

La situación política de Cuba resulta comparable a la que hubiera sufrido España en los 70, de haber permanecido durante años Franco imposibilitado de ejercer el poder, pero en vida, con Carrero Blanco en el timón del Estado. Ninguna otra hipótesis hubiera sido tan favorable para la continuidad de la dictadura, del mismo modo que tampoco cabe imaginar ninguna combinación mejor que la vigente de factores propicios para la perpetuación del castrismo, con Fidel en plan de oráculo y Raúl de gestor, algo más pragmático, pero sin olvidar su encallecida vocación de represor. Casi ayer el presidente de la Asamblea Popular, Ricardo Alarcón, conmemoraba los derechos humanos “sin selectividad, manipulación ni discriminación”, al mismo tiempo que la policía efectúa una redada encarcelando a un centenar de demócratas, para abortar toda celebración reivindicativa. Lo de siempre, con más cinismo.

 

La UE cree erróneamente que la luz verde al castrismo favorecerá el trato a los opositores

 

El país soñado por Martí cedió paso a la pesadilla sufrida por Reinaldo Arenas

 

También como en el caso del franquismo, la continuidad encuentra apoyo en intereses exteriores. Para España se trató del respaldo abierto de Washington. Para Cuba, fue primero la URSS y ahora Chávez que a cambio de tratar a Raúl de “monaguillo” en Caracas, ha logrado incluso introducir a Cuba en el Club de Río. Un gran salto adelante para la continuidad. Y la benévola que entonces asumieran las chancillerías cómplices del Spain is different, corresponde ahora a la Unión Europea, desviada de la defensa de la democracia por la iniciativa española, al creer erróneamente que la luz verde al castrismo favorecerá un trato mejor a los opositores y de paso satisface a los votantes apegados al mito de la Revolución Cubana. Resultado: nulo para los cubanos, triunfal para el búnker habanero, amén de incapacidad en el futuro para la Unión Europea de presionar eficazmente por la democracia, perdida la credibilidad de sus sanciones. Logro de Moratinos.

 

Fue sin embargo la revolución más hermosa del siglo XX, la que en un primer momento hizo escribir a Vargas Llosa que “ha reducido a una proporción humana las diferencias sociales” y “ha demostrado que el socialismo no estaba reñido con la libertad de creación”. Nos lo recuerda la supervivencia del mito del Che, recuperado por la estupenda hagiografía filmada de Soderberg. Un país próspero, pero atenazado por la dependencia de Estados Unidos, la corrupción y una dictadura criminal, se encontraba ante un “amanecer de libertad”, cargado de promesas de democracia y de justicia social, conseguido por la lucha heroica de unos cientos de guerrilleros, eficazmente secundados por los activistas de las ciudades. Había saltado el cerrojo impuesto por Washington en Latinoamérica a todo intento de cambio social. El frustrado acceso a la independencia en 1898 dejaba paso a una experiencia plenamente autónoma de la cual podían extraer enseñanzas todos los pueblos oprimidos del continente. Era una revolución por el poder político, y también por la educación y la mejora de las condiciones de vida, haciendo realidad el sueño de José Martí: “con todos y por el bien de todos”. Lejos en principio del comunismo soviético. La tarea además no parecía difícil si atendemos a la descripción de ese país cargado de vitalidad política hasta el golpe de Batista, de que habla Fidel en La historia me absolverá. Más las gotas de utopía en rojo y negro, consistentes en pensar que una vez triunfante la revolución, ni siquiera serían necesarios los policías reguladores del tráfico: bastarán los boy scouts. Y de hecho así se ensayó, antes de que muy pronto la sociedad cubana quedara envuelta en la tela de araña policial que hasta hoy garantiza su conformismo.

 

Hay un gobierno de hombres jóvenes y honrados, el país tiene fe en ellos, va a haber unas elecciones”, anunció Fidel apenas entrado en La Habana. Muy pronto, el 7 de febrero, las reformas a la Constitución de 1940 en sentido antiparlamentario, marcaron el viraje hacia la dictadura. A lo largo de 1959, las ejecuciones (“el paredón”) y las larguísimas penas de prisión acabaron alcanzando a los propios revolucionarios disconformes (caso Huber Matos). El partido comunista infiltró el Estado, a costa eso sí de su ulterior domesticación por Fidel. A lo largo de los 60, fue suprimida primero la prensa libre, finalmente la autonomía de los propios intelectuales revolucionarios (de Lunes de Revolución a Padilla).

 

La Cuba soñada de Martí, democrática e igualitaria, cedió paso a la de Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas. Un régimen además sumamente ineficaz en lo económico. En 1958 Cuba no era Haití, doblaba la renta por habitante española y estaba al nivel de Japón. ¿Dónde se encuentra hoy, y no sólo por el embargo USA, compensado durante décadas por la ayuda soviética? De la economía a la política. “El verdadero orden es el que se basa en la libertad, en el respeto y en la justicia, pero sin fuerza”, declaraba Fidel en enero del 59. Pronto quedó en cambio establecido un cesarismo populista, asentado sobre la represión permanente, con el ejército de “columna vertebral del régimen” y el partido comunista convertido en correa de transmisión de la dictadura personal del “Comandante”. Medio siglo después de la entrada de los barbudos en La Habana, ahí seguimos.

 

La personalidad autoritaria de Fidel Castro, forjada sobre la de su padre, su calidad excepcional como demagogo, la obtusa política contrarrevolucionaria de Washington, son factores que singularizan la experiencia revolucionaria cubana. Pero en cuanto a la inversión de las expectativas de emancipación y libertad, el caso cubano se inscribe en una larga serie de frustraciones que incluso alcanza a la Revolución francesa, la revolución por excelencia, que a pesar de su reguero de sangre dejó como legado unas exigencias de democracia y derechos humanos de validez universal. Algo que no llegaron a alcanzar en el siglo XX las revoluciones imitadoras del patrón leninista. El precio pagado fue en todo caso muy alto, así como la tensión entre las palabras, henchidas de libertad, y los hechos, portadores tantas veces de destrucción.

 

Nos lo recuerda el texto prácticamente desconocido de un revolucionario, Graco Baboeuf, sobre la terrible represión jacobina sobre la Vendée en 1793-94. En el opúsculo ahora recuperado por Reynald Secher bajo el título de La guerra de la Vendée y el sistema de despoblamiento, el futuro conspirador trata de las causas y del alcance de la política de exterminio practicada sobre los contrarrevolucionarios, a la cual calificaba de “nacionicida” (sic). Baboeuf apunta a dos causas políticas de esa degeneración del proyecto revolucionario hacia el terror, y ambas pueden ser aplicadas a revoluciones posteriores, de la soviética a la de los jemeres rojos en Camboya. La primera es el establecimiento de unos poderes ilimitados para defender la Revolución, con lo cual esta se separa inexorablemente de la senda democrática. Será la objeción de Rosa Luxemburg a Lenin. La segunda, la sustitución de un objetivo de acción contra la desigualdad económica, por la vía brutal de la expropiación de los poderosos mediante su eliminación, como clase primero, individual inevitablemente luego. Por la muerte (de Robespierre a Pol Pot) o por la expulsión (principio de Arquímedes aplicado por el Che a las revoluciones para contrastar su validez). A esa deriva destructora del mundo puesto cabeza abajo acompañó además casi siempre el hundimiento de la economía, visible en la Rusia de Lenin y en Cuba, como antes en la insurrección precursora de los esclavos de Haití.

 

La injusticia y la desigualdad seguirán dando lugar a revueltas sociales y a revoluciones. El “fin de la historia” llegará en todo caso por la autodestrucción del planeta, no por el dominio sosegado del capitalismo liberal en el marco de la globalización. No obstante, cabe exigir de los proyectos de transformación radical reconocer que la razón, insuficientemente aplicada, ha producido ya en los dos últimos siglos demasiados monstruos. Conviene recuperar el verdadero sentido del grabado de Goya: cuando la razón duerme, los monstruos se apoderan inevitablemente de la escena, o siguen gobernándola desde la irracionalidad.

 

Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.

¿El demagogo Fidel Castro engañó a todos

o todos fueron cómplices del engaño?

Manifiesto de la Sierra Maestra

Fidel Castro, Felipe Pazos y Raúl Chibás firmaron el Manifiesto de la Sierra Maestra el 12 de julio de 1957, el cual fue publicado en la revista Bohemia el 28 de julio de 1957. Observen que el Manifiesto de la Sierra Maestra proclamaba la vocación democrática de la Revolución y anunciaba la realización de elecciones libres luego del triunfo, que Fidel Castro nunca realizó. Los otros dos firmantes del Manifiesto Manifiesto de la Sierra Maestra -Felipe Pazos y Raúl Chibás- tuvieron que exilarse al año siguiente de haber triunfado la Revolución Cubana.

        AL PUEBLO DE CUBA               

Julio 12 de 1957

 

Desde la Sierra Maestra, donde nos ha reunido el sentido del deber, hacemos este llamamiento a nuestros compatriotas.

   Ha llegado la hora en que la nación se puede salvar de la tiranía por la inteligencia, el valor y el civismo de sus hijos, por el esfuerzo de todos los que han llegado a sentir en lo hondo el destino de esta tierra donde tenemos derecho a vivir en paz y en libertad.

   ¿Es incapaz la nación cubana para cumplir su alto destino o recae la culpa de su impotencia en la falta de visión de sus conductores públicos? ¿Es que no se le puede ofrendar a la Patria en su hora más difícil el sacrificio de todas las aspiraciones personales, por justas que parezcan, de todas las pasiones subalternas, las rivalidades personales o de grupo, en fin, de cuanto sentimiento mezquino o pequeño han impedido poner en pie, como un solo hombre este formidable pueblo, despierto y heroico que es el cubano? ¿O es que el deseo vanidoso de un aspirante público vale más que toda la sangre que ha costado esta República?

   Nuestra mayor debilidad ha sido la división, y la tiranía, consciente de ello, la ha promovido por todos los medios, en todos los aspectos. Ofreciendo soluciones a medias, tentando ambiciones unas veces, otra la buena fe o ingenuidad de sus adversarios, dividió los partidos en fracciones antagónicas, dividió la oposición política en líneas disímiles y, cuando más fuerte y amenazadora era la corriente revolucionaria, intentó enfrentar los políticos a los revolucionarios, con el único propósito de batir primero la revolución y burlar a los partidos después.

   Para nadie era un secreto que si la dictadura lograba derrotar el baluarte rebelde de la Sierra Maestra y aplastar el movimiento clandestino, libre ya del peligro revolucionario, no quedaban las más remotas posibilidades de unos comicios honrados en medio de la amargura y el escepticismo general.

   Sus intenciones quedaban evidenciadas, tal vez demasiado pronto, a través de la segunda minoría senatorial, aprobada con escarnio de la Constitución y burla de los compromisos contraídos con los propios delegados oposicionistas, tentaba de nuevo la división y preparaba el camino de la brava electoral.

   Que la Comisión Interparlamentaria fracasó lo reconoce el propio partido que la propuso en el seno del Congreso; lo afirman categóricamente las siete organizaciones oposicionistas que participaron en ella y hoy denuncian que ha sido una burla sangrienta; lo afirman todas las instituciones cívicas; y sobre todo, lo afirman los hechos. Y estaba llamada a fracasar porque se quiso ignorar el empuje de dos fuerzas que han hecho su aparición en la vida pública cubana: la nueva generación revolucionaria y las instituciones cívicas, mucho más poderosas que cualquier capillita. Así, la maniobra interparlamentaria sólo podía prosperar a base del exterminio de los rebeldes. A los combatientes de la Sierra no se les ofrecía otra cosa en esa mezquina solución, que la cárcel, el exilio o la muerte. Jamás debió aceptarse a discutir en esas condiciones.

   Unir es lo único patriótico en esta hora. Unir en lo que tienen de común todos los sectores políticos, revolucionarios y sociales que combaten la dictadura. ¿Y qué tienen de común todos los partidos políticos de oposición, los sectores revolucionarios y las instituciones cívicas? El deseo de poner fin al régimen de fuerza, las violaciones a los derechos individuales, los crímenes infames y buscar la paz que todos anhelamos por el único camino posible que es el encauzamiento democrático y constitucional del país.

   ¿Es que los rebeldes de la Sierra Maestra no queremos elecciones libres, un régimen democrático, un gobierno constitucional?

   Porque nos privaron de esos derechos hemos luchado desde el 10 de marzo. Por desearlos más que nadie estamos aquí. Para demostrarlo, ahí están nuestros combatientes muertos en la Sierra y nuestros compañeros asesinados en las calles o recluidos en las mazmorras de las prisiones; luchando por el hermoso ideal de una Cuba libre, democrática y justa. Lo que no hacemos es comulgar con la mentira, la farsa y la componenda.

   Queremos elecciones, pero con una condición: elecciones verdaderamente libres, democráticas, imparciales.

   ¿Pero es que puede haber elecciones libres, democráticas, imparciales con todo el aparato represivo del estado gravitando como una espada sobre las cabezas de los oposicionistas? ¿Es que el actual equipo gobernante después de tantas burlas al pueblo puede brindar confianza a nadie en unas elecciones libres, democráticas, imparciales?

   ¿No es un contrasentido, un engaño al pueblo que ve lo que está ocurriendo aquí todos los días, afirmar que puede haber elecciones libres, democráticas, imparciales bajo la tiranía, la antidemocracia y la parcialidad?

   ¿De qué vale el voto directo y libre, el conteo inmediato y demás ficticias concesiones si el día de las elecciones no dejan votar a nadie y rellenan las urnas a punta de bayoneta? ¿Acaso sirvió la comisión de sufragios y libertades públicas para impedir las clausuras radiales y las muertes misteriosas que continuaron sucediéndose?

   ¿De qué han servido hasta hoy los reclamos de la opinión pública, las exhortaciones, el llanto de las madres?

   Con más sangre se quiere poner fin a la rebeldía, con más terror se quiere poner fin al terrorismo, con más opresión se quiere poner fin al ansia de libertad.

   Las elecciones deben ser presididas por un gobierno provisional neutral, con el respaldo de todos, que sustituya la dictadura para propiciar la paz y conducir al país a la normalidad democrática y constitucional.

   Esta debe ser la consigna de un gran frente, cívico-revolucionario que comprenda todos los partidos políticos de oposición, todas las instituciones cívicas y todas las fuerzas revolucionarias.

   En consecuencia, proponemos a todos los partidos políticos oposicionistas, todas las instituciones cívicas y todos los sectores revolucionarios lo siguiente:

   1) Formación de un Frente Cívico Revolucionario con una estrategia común de lucha.

   2) Designar desde ahora una figura llamada a presidir el gobierno provisional, cuya elección en prenda de desinterés por parte de los líderes oposicionistas y de imparcialidad por el que resulte señalado, quede a cargo del conjunto de instituciones cívicas.

3) Declarar al país que dada la gravedad de los acontecimientos no hay otra solución posible que la renuncia del dictador y entrega del poder a la figura que cuente con la confianza y el respaldo mayoritario de la nación, expresado a través de sus organizaciones representativas.

   4) Declarar que el Frente Cívico-Revolucionario no invoca ni acepta la mediación o intervención alguna de otra nación en los asuntos internos de Cuba. Que en cambio, respalda las denuncias que por violación de derechos humanos han hecho los emigrados cubanos ante los organismos internacionales y pide al gobierno de los Estados Unidos, que en tanto persista el actual régimen de terror y dictadura, suspenda todos los envíos de armas a Cuba.

   5) Declarar que el Frente Cívico-Revolucionario, por tradición republicana e independentista no aceptaría que gobernara provisionalmente la República ningún tipo de Junta Militar.

   6) Declarar que el Frente Cívico-Revolucionario alberga el propósito de apartar al Ejército de la política y garantizar la intangibilidad de los Institutos Armados. Que los militares nada tienen que temer del pueblo cubano y sí de la camarilla corrompida que los envía a la muerte en una lucha fratricida.

   7) Declarar bajo formal promesa, que el gobierno provisional celebrará elecciones generales para todos los cargos del Estado, las provincias y los municipios en el término de un año bajo las normas de la Constitución del 40 y el Código Electoral del 43 y entregará el poder inmediatamente al candidato que resulte electo.

   8) Declarar que el gobierno provisional deberá ajustar su misión, al siguiente programa:

   A) Libertad inmediata para todos los presos políticos, civiles y militares.

   B) Garantía absoluta a la libertad de información, a la prensa radial y escrita y de todos los derechos individuales y políticos garantizados por la Constitución.

   C) Designación de alcaldes provisionales en todos los municipios previa consulta con las instituciones cívicas de la localidad.

   D) Supresión del peculado en todas sus formas y adopción de medidas que tiendan a incrementar la eficiencia de todos los organismos del Estado.

   E) Establecimiento de la Carrera Administrativa.

   F) Democratización de la política sindical promoviendo elecciones libres en todos los sindicatos y federaciones de industrias.

   G) Inicio inmediato de una intensa campaña contra el analfabetismo y de educación cívica, exaltando los deberes y derechos que tiene el ciudadano con la sociedad y con la Patria.

   H) Sentar las bases para una reforma agraria que tienda a la distribución de las tierras baldías y a convertir en propietarios a todos los colonos, aparceros, arrendatarios y precaristas que posean pequeñas parcelas de tierras, bien sean propiedad del Estado o particulares, previa indemnización a los anteriores propietarios.

   I) Adopción de una política financiera sana que resguarde la estabilidad de nuestra moneda y tienda a utilizar el crédito de la Nación en obras reproductivas.

   J) Aceleración del proceso de industrialización y creación de nuevos empleos.

   En dos puntos de este planteamiento hay que hacer especial insistencia.

   PRIMERO: La necesidad de que se designe desde ahora la persona llamada a presidir el gobierno de la República, para demostrar ante el mundo que el pueblo cubano es capaz de unirse tras una consigna de libertad y apoyar la persona que reuniendo condiciones de imparcialidad, integridad, capacidad y decencia, pueda encarnar esa consigna. ¡Sobran hombres capaces en Cuba para presidir la República!

   SEGUNDO: Que esa persona sea designada por el conjunto de instituciones cívicas, por ser apolíticas estas organizaciones, cuyo respaldo libraría al presidente provisional de todo compromiso partidista dando lugar a unas elecciones absolutamente limpias e imparciales.

   Para integrar este frente no es necesario que los partidos políticos y las instituciones cívicas se declaren insurreccionales y vengan a la Sierra Maestra. Basta que le nieguen todo respaldo a la componenda electorera del régimen y declaren paladinamente ante el país, ante los Institutos Armados y ante la opinión pública internacional, que después de cinco años de inútil esfuerzo, de continuos engaños y de ríos de sangre, en Cuba no hay otra salida que la renuncia de Batista, que ya ha gravitado en dos etapas durante dieciséis años en los destinos del país, y Cuba no está dispuesta a caer en la situación de Nicaragua o Santo Domingo.

   No es necesario venir a la Sierra a discutir, nosotros podemos estar representados en La Habana, en México o en donde sea necesario.

   No es necesario decretar la Revolución: organícese el Frente que proponemos y la caída del régimen vendrá por sí sola, tal vez sin que se derrame una gota más de sangre. Hay que estar ciegos para no ver que la dictadura está en sus días postreros, y que este es el minuto en que todos los cubanos deben poner lo mejor de su inteligencia y su esfuerzo.

   ¿Podrá haber otra solución en medio de la guerra civil con un gobierno que no es capaz de garantizar la vida humana, que no controla ya ni la acción de sus propias fuerzas represivas y cuyas continuas burlas y rejuegos han hecho imposible por completo la menor confianza pública?

   Nadie se llame a engaño sobre la propaganda gubernamental acerca de la situación de la Sierra. La Sierra Maestra es ya un baluarte indestructible de la libertad que ha prendido en el corazón de nuestros compatriotas, y aquí sabremos hacer honor a la fe y a la confianza de nuestro pueblo.

   Nuestro llamamiento podrá ser desestimado, pero la lucha no se detendrá por ello y la victoria del pueblo aunque mucho más costosa y sangrienta nadie la podrá impedir. Esperamos, sin embargo, que nuestra apelación será oída y que una verdadera solución detenga el derramamiento de sangre cubana y nos traiga una era de paz y libertad.

   Sierra Maestra, julio 12 de 1957.

   Raúl Chibás, Felipe Pazos, Fidel Castro.

Bohemia

La revista cubana Bohemia -fundada en 1908- salía a la calle los viernes. Bohemia era la primera publicación latinoamericana por la cantidad de ejemplares y la calidad de sus artículos, escritos por los principales intelectuales cubanos, por ejemplo: Alfonso Hernández Catá, Francisco Ichaso, Enrique Labrador Ruiz, Jorge Mañach, Miguel de Marcos, Carlos Montenegro, Lino Novás Calvo, Fernando Ortiz, Herminio Portel Vilá, Raúl Roa, Emilio Roig de Leuchsenring, Eladio Secades y Jacinto Torras.

Bohemia se distribuía en Estados Unidos y en la mayoría de los países de América Latina.

Bohemia era un baluarte en la defensa de la democracia; denunciaba a todas las dictaduras y al totalitarismo comunista. Por ello, a nadie le asombró que Miguel Ángel Quevedo de la Lastra, hijo del fundador de la revista Bohemia, pusiera la publicación al servicio de la Revolución y de Fidel Castro desde que éste estaba cumpliendo condena en el Presidio Modelo de Isla de Pinos.

Cuando triunfó la Revolución cubana el 1 de enero de 1959, se produjo un cambio radical en Bohemia, perdiendo toda objetividad periodística, propiciando el culto a la personalidad de Fidel Castro y convirtiéndose en una propagandista a ultranza de sus acciones, llegándose a publicar reportajes falsos como el de “Más de veinte mil muertos arroja el trágico balance del régimen de Batista”.

Miguel Ángel Quevedo de la Lastra escribiría diez años después: Bohemia no era más que un eco de la calle. Aquella calle contaminada por el odio que aplaudió a Bohemia cuando ésta inventó los veinte mil muertos, invención diabólica del dipsómano Enriquito de la Osa”.

La cuenta de los muertos

Rafael Rojas

En las últimas treinta páginas del primer número de Bohemia, en enero de 1959, se reprodujo una cronología de las muertes políticas producidas entre marzo de 1952 y diciembre de 1958 en Cuba. El artículo se titulaba “Más de veinte mil muertos arroja el trágico balance del régimen de Batista”, pero si se cuentan, uno a uno, los muertos mencionados, no pasan de 600. Las víctimas registradas en el macabro inventario no pertenecían, únicamente, al bando revolucionario, sino, también, al ejército y la policía, las instituciones del gobierno y la ciudadanía cubana.

Seiscientos muertos en seis años y, sobre todo, en los dos últimos de la dictadura, son una cifra perturbadora. Según aquella cronología, entre 1957 y 1958, no pasaban tres días sin que apareciera un revolucionario o un policía asesinado en las calles y campos de la isla. El espectro social de las víctimas era muy amplio: trabajadores, estudiantes, campesinos y empleados; niños, jóvenes, mujeres y ancianos. Entre los nombres más conocidos estaban Rubén Batista, William Soler y los hermanos Saíz Montes de Oca, pero también había otros, borrados de la historia, como los policías Boris Kalmanovich, Lino Pantoja y Cándido Cardoso.

La composición política de los muertos también era diversa. En la lista de Bohemia aparecían el líder ortodoxo Pelayo Cuervo Navarro, cuyo cadáver fue hallado en el laguito del Country Club, el concejal auténtico de Guanabacoa, Angel Hernández Chirino, encontrado en la esquina de 29 y Paseo, el líder del Directorio Revolucionario, José Antonio Echeverría, y el del 26 de Julio, Frank País. Pero también estaban los “asesinos asesinados” Antonio Blanco Rico, jefe del SIM, ejecutado en el cabaret Montmartre, el general Rafael Salas Cañizares, baleado en la embajada de Haití, el coronel Fermín Cowley Gallegos, muerto en un atentado revolucionario en Holguín, y Tata Pedraza, el hijo del general, ultimado cuando viajaba de Manacas a Santa Clara.

Según las autopsias referidas en Bohemia, muchos cadáveres estaban marcados por torturas y vejaciones de la policía. A la joven estudiante de derecho y ciencias sociales de la Universidad de la Habana, Enélida González Hernández, la obligaron a tomarse un pomo de palmacristi y en las vísceras del cuerpo de un revolucionario de Güines encontraron aserrín. Pero la justicia rebelde también era implacable: a Daniel Sánchez Wood, empleado del colegio La Salle, en Santiago de Cuba, le dieron diez balazos, y al joven de 23 años Alcides Pino, de Cueto, dos tiros en la cabeza, por haber desertado de las filas revolucionarias. Ambos cadáveres tenían colgado un cartel que decía “por traidor al Movimiento 26 de Julio”.

Hubo ciudadanos que murieron, accidentalmente, en tiroteos callejeros o que fueron arrestados sin que hubiera evidencia contra ellos. Pero muchas bombas de los revolucionarios estallaron en lugares públicos, como el teatro América, el cine Rodi, el cabaret Tropicana, el hotel Comodoro o el edificio de Salubridad, donde murieron decenas de personas inocentes. La joven Eusebia Díaz Páez, de Guanabacoa, alumna de bachillerato en el Instituto de La Habana, murió destrozada por una bomba que los revolucionarios colocaron en el baño del teatro América. La violencia, en la Cuba de 1957 y 1958, se había generalizado por la confrontación de dos terrores: el de la dictadura y el de la revolución.

En aquella misma lista de 600 muertos de Bohemia se incluían los asaltantes de Palacio, los cuatro de Humboldt y los cincuenta que murieron en el levantamiento del 5 de septiembre en Cienfuegos. Sin embargo, quedaban fuera los centenares de muertos de la guerra que, felizmente, contabilizó el fallecido Armando M. Lago y Giberga. Según los cálculos de Lago, en la guerra rural murieron 646 revolucionarios y 595 batistianos, mientras que en la guerra urbana murieron 1.170 revolucionarios y 330 batistianos -el llano costó más sangre que la sierra. El total de muertes provocadas por el choque entre dictadura y revolución fue, según la única investigación que existe sobre el tema, de 2.741 cubanos.

De manera que el artículo de Bohemia multiplicaba por diez las muertes del conflicto, aunque reconocía por igual a las víctimas de ambos lados. La cifra de Bohemia halló carta de naturalización, durante varias décadas, en los discursos de Fidel Castro y en el relato histórico oficial. No sólo eso, también en algunas corrientes del exilio se arraigó el mito de los 20.000 muertos, ligado desde entonces a la idea de una “revolución traicionada”. En el libro Marchas de guerra y cantos de presidio (1963), de Manuel Artime, por ejemplo, se incluía el texto “¡Traición! Claman 20,000 cubanos”, consigna de los brigadistas de Bahía de Cochinos.

El que la cifra de los muertos sea 2.741 no altera la percepción de los años 57 y 58 como un momento de violencia generalizada en la historia cubana. La consagración de la violencia como método político alcanzó, entonces, una amplia legitimidad dentro del gobierno y de la oposición. Los muertos de aquellos años no pueden atribuirse, únicamente, al régimen de Fulgencio Batista: la revolución, como se ha visto, también hizo su parte. Desde el poder, los revolucionarios continuaron esa tradición y muy pronto sus opositores, salidos mayoritariamente de las filas antibatistianas, recurrirían, una vez más, a la violencia para tratar de impedir el avance del comunismo en Cuba.

Bohemia le dedicó tres números consecutivos al triunfo revolucionario, que denominó Edición de la Libertad, donde también se muestra la visita que varios dirigentes revolucionarios –entre ellos, Ernesto Che Guevara- hicieron a la redacción de Bohemia, donde abrazaron a Miguel Ángel Quevedo de la Lastra en señal de agradecimiento.

A continuación puede verse la portada del primer número que constó de un millón de ejemplares, con una imagen de Fidel Castro semejando la figura de Cristo y con el título Gloria al Héroe Nacional.

Portada de la revista Bohemia

del 11 de enero de 1959

Mensaje autógrafo que Fidel Castro le dedicó a Bohemia el 4 de enero de 1959

A la Revista Bohemia, mi primer saludo después de la victoria porque fue nuestro más firme baluarte. Espero que nos ayude en la paz como nos ayudó en estos largos años de lucha, porque ahora comienza nuestra tarea más difícil y dura”.

Miguel Ángel Quevedo y Fidel Castro

en 1959, cuando eran amigos

La revista Readers Digest (Selecciones) de enero de 1959 presenta a Fidel Castro como un joven de formación católica. Fidel Castro exhibe orgullosamente su collar con la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, la Patrona de Cuba. Del cuello de la mayoría de los integrantes del Ejército Rebelde cuelgan collares e imágenes de Santa Bárbara y la Caridad del Cobre. El sacerdote católico Guillermo Sardiñas es el capellán del Ejército Rebelde y Fidel Castro su Comandante en Jefe.

Selecciones refutaba en enero de 1959 los rumores sobre una posible infiltración comunista en las filas del Ejército Rebelde. Fidel Castro también desmentía la influencia comunista. 

Por ejemplo, en la entrevista que Ed Sullivan le hizo el 11 de enero de 1959

Ed Sullivan interviews Fidel Castro

on January 11, 1959

Fidel Castro ratificó el 15 de enero de 1959: “yo no soy comunista; estoy diciendo la verdad 

http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1959/esp/f150159e.html

 

Fidel Castro volvió a ratificar el 8 de mayo de 1959: “nuestra revolución no es comunistahttp://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1959/esp/f080559e.html

Fidel Castro ratificó “No somos comunistas”

El 17 de julio de 1960, año y medio después del triunfo del movimiento democrático que provocó la huida del tirano Fulgencio Batista, Miguel Ángel Quevedo de la Lastra reunió a periodistas y empleados en la redacción  de  Bohemia y anunció que se marchaba al exilio. Diez años y medio después del triunfo de la Revolución, el 12 de agosto de 1969, Miguel Ángel Quevedo de la Lastra se suicidaba en Caracas, Venezuela

El juicio a Huber Matos.

Fragmento de ‘Cómo llegó la noche’

        Huber Matos

 

El compañero de Fidel Castro cuenta cómo fue condenado a 20 años de cárcel, que cumplió íntegramente

 

Aquí, en la soledad de mi calabozo, quisiera demoler a golpes los muros y las rejas, para poder salir a la calle y alertar al pueblo cubano sobre la terrible noche que le acecha. Quisiera decirle la verdad de lo que está pasando y también poder refutar las calumnias que el líder de la Revolución lanza contra mí. Pagaría gustoso con mi vida por esa oportunidad. Pero el pueblo está fanatizado. Las multitudes entusiastas van hundiéndose en la oscuridad y yo no tengo fuerzas para romper los barrotes.

 

¿Qué puedo hacer en estas condiciones para esclarecer la verdad ante la gente? ¿Cómo desenmascarar tanta impudicia, despertar tanta conciencia adormecida por el asedio publicitario y la pasión? ¿Con qué armas combatir la hipnosis política que enajena a los cubanos?

 

Pienso en mi familia; especialmente en lo que mi esposa me ha contado sobre nuestro hijo mayor, Huber, de sólo quince años, que al ver ultrajado a su padre, reducido a la condición de reo por traición, y a la familia atacada y perseguida por el poder, se ha apartado de sus inquietudes de adolescente, asumiendo la actitud de un adulto valiente frente a la adversidad. Nuestro abogado ha logrado que él, María Luisa y mi padre puedan asistir al juicio. Mi viejo, con firmeza y serenidad, ayuda a los demás miembros de la familia a soportar este angustioso momento. María Luisa enfrenta la situación con singular aplomo y ha hecho cuantas gestiones están a su alcance para defender mi vida y favorecer mi defensa.

 

La familia está firme a pesar de saber que me encuentro en la antesala de una condena a muerte. El apoyo de ellos me reconforta.

 

Me llegan noticias de que dirigentes pensantes y honestos de la Revolución están descontentos con el espectáculo escenificado en Camagüey y la campaña nacional contra mí. Los avances de la Revolución en Camagüey tampoco son ignorados entre esta gente. Conozco, sin saber todos los detalles, de una discusión muy tensa ocurrida en el palacio presidencial entre Fidel y varios ministros a quienes les requirió apoyo en su decisión de fusilarme. El enfrentamiento principal fue con el doctor Faustino Pérez, ministro de Recuperación de Bienes Malversados, y con el ingeniero Manuel Ray, ministro de la Construcción.

 

Voy a juicio con muchas desventajas: la primera, el haber sido prácticamente condenado a pena de muerte, cinco días después de mi arresto, por una multitud de cientos de miles de personas, arengada y dirigida por el Máximo Líder.

 

Fidel, que primero ensayó infructuosamente mi ablandamiento, debe estar consumido por su soberbia y también por su temor. Yo lo conozco, es un hombre de teatro y corto de pantalones. Raúl, impulsado por su radicalismo jacobino y por su naturaleza rencorosa, tratará de sacarme físicamente de en medio.

 

Fidel tiene el monopolio completo del juicio. Me juzgará un tribunal militar seleccionado por él mismo en el que todos sus miembros le son incondicionales. También escogió al fiscal y a los funcionarios a cargo de las tareas auxiliares. Tribunal, testigos, lugar y público. Pero él será el verdadero fiscal y también se reserva el papel de testigo acusador. Él ordenará la sentencia al tribunal para que la comunique públicamente.

 

Pero llevo mis ventajas: estoy preparado para el peor escenario; no me hago ilusiones, creo que me van a fusilar. Voy a decir la verdad y me van a tener que escuchar. Vivo soy un problema para ellos; muerto también. Así que, me lleven a la cárcel o al paredón, ellos pierden.

 

Es el día 11 de diciembre de 1959.

 

En un autobús militar, con una custodia numerosa, nos trasladan desde El Morro hasta el lugar donde se montará el espectáculo. Mis compañeros y yo aprovechamos la oportunidad de estar juntos para intercambiar ideas sobre la mejor manera de encarar esta difícil coyuntura.

 

La caravana entra al Campamento Columbia, sede del Estado Mayor, y se detiene frente al cine-teatro. Ante el edificio se encuentran reunidos unos trescientos o cuatrocientos oficiales y soldados. Trato de identificar alguna cara conocida pero todo es demasiado rápido, cambiante.

 

Cuando bajamos del vehículo y recorremos los pasos que separan el estacionamiento y la entrada del edificio, muchos nos reciben con aplausos. Descubrimos algunos rostros de la tropa de Camagüey. Otros pertenecen a la guarnición regular del campamento y aplauden por contagio, o porque no creen que sus compañeros de la Sierra Maestra se han convertido en traidores. La sorpresa es muy grata; nos hace pensar que el juicio se inicia con buen signo.

 

Callados, entramos en el cine-teatro. Fidel ha dispuesto que el juicio sea presenciado por una gran parte de la oficialidad de las fuerzas armadas, es decir, del ejército, de la marina y de la fuerza aérea. Las lunetas, quizás unas mil quinientas, están ocupadas. Los han traído para que experimenten un escarmiento, es el teatro de los Castro. Quien se les enfrente correrá la misma suerte. Hay en el ambiente un clima de expectativa y temor.

 

Observo el tribunal, constituido por cinco comandantes. Preside Sergio del Valle, oficial a cargo de la Dirección de Operaciones del Estado Mayor, un hombre que no se destacó en la lucha ni después de ella, sino uno de esos personajes del régimen que Fidel coloca donde más le conviene. Otro es Universo Sánchez, jefe con poca historia y utilizable al máximo por quien todo lo dispone. Veo a Derminio Escalona, actual jefe del Distrito Militar de Pinar del Río, aquel teniente de guerrilla que conocí al arribar a la sierra cuando era agredido verbalmente por Fidel, sin capacidad de reacción ni caudal moral para defenderse. Hay un caso distinto en el tribunal, el de Guillermo García, un comandante competente y valiente, al que respeto mucho desde los días de la guerra pero que también se encuentra bajo la presión de los Castro. Completa este tribunal de incondicionales Orlando Rodríguez Puerta, jefe de la escolta de Fidel. El fiscal es Jorge Serguera, más conocido como Papito, un oportunista sin otros méritos que ser un cortesano en la piñata de Raúl Castro. Actuará como acusador en un juicio contra hombres honrados que han tenido una participación decisiva en las luchas contra la dictadura.

 

En medio de la expectación general, y luego de algunos preámbulos para cumplir las formalidades, me llaman a prestar declaración. Siento toda la atención sobre mí. Sé que lo que voy a exponer decidirá mi destino en la vida o en la muerte. Me concentro para que la verdad aflore en mi mente.

 

Antes de que intenten limitarme el derecho a hablar, expongo en una introducción, que vale como declaración de principios, algunas cosas que deben estar claras desde el comienzo del juicio.

 

Digo que ante la evidencia de que el tribunal está integrado por viejos compañeros de armas, no tengo interés en que éstos me miren con espíritu compasivo. Agrego, en tono firme y claro, que me considero con capacidad de afrontar todas las consecuencias de los hechos que se han de ventilar. Del mismo modo que he sabido enfrentar situaciones riesgosas en los tiempos de la lucha insurreccional, y asumir plenamente mis funciones militares y gubernamentales, aquí me mantendré en la misma posición de responsabilidad, aunque las circunstancias sean desfavorables. Lo que me interesa es que se ventilen todos los cargos que se me imputan, especialmente las acusaciones y difamaciones de Fidel Castro contra mi persona. Quiero responder a todo eso. Si a los miembros del tribunal no les interesa el problema de la calumnia, a mí sí. Voy a demostrar mi trayectoria transparente como ciudadano, como revolucionario y como hombre en función de gobierno o en la actividad militar.

 

Como sé de antemano que durante las sesiones tanto el presidente del tribunal como el fiscal van a interferirme con sus constantes argumentaciones técnicas —«a usted no se le ha preguntado eso» o «el acusado debe esperar su tumo para hablar»—, me adelanto a estas restricciones. Después de todo, en Cuba, como en cualquier país del mundo, al acusado debe considerársele inocente hasta que se demuestre lo contrarío.

 

Cuando me preguntan:

 

— ¿Jura decir la verdad?

 

Respondo, ante la sorpresa del presidente y demás miembros del tribunal:

 

— Sí, como no. Es a lo que he venido, a decir la verdad. No solamente como acusado sino también como individuo que ha sido difamado por representantes del Estado cubano. Sí, me interesa decir la verdad más de lo que ustedes creen.

 

— Usted va a responder a las preguntas que se le hagan.

 

— Por supuesto; pero también a expresar todo lo que tengo derecho a decir. He venido aquí después de que se me ha hecho un juicio público, sin mi presencia, ante cientos de miles de compatriotas que han sido compelidos demagógicamente a levantar el brazo condenándome a muerte. No he podido defenderme porque estaba en un calabozo, sin poder hablar con la prensa ni con nadie. Ahora que estoy delante del tribunal voy a ejercer mi derecho a decir la verdad. El presidente del tribunal intenta callarme diciendo que me atenga a las preguntas. No le hago caso.

 

Explico a continuación y con detalle lo sucedido en Camagüey, circunstancia que han tratado de utilizar para señalarme como traidor. Desmenuzo mi razonamiento y pregunto de qué traición se habla, porque yo a mi patria le he entregado una lealtad irreversible, constante y notoria. «¿A quién he traicionado entonces, si no ha sido a Cuba? ¿Acaso me he vendido a algún enemigo? No; soy cubano, siento como cubano, defiendo los intereses cubanos y he podido morir mil veces aferrado a mi cubanía. Al decir Cuba, digo también pueblo, civilidad. Entonces, ¿qué es esto de la traición de Huber Matos?»

 

Sé que debo guardar argumentos para mi defensa final, pero no puedo dejar de aprovechar este momento inicial del juicio para fijar mi posición.

 

Afirmo ante el tribunal y ante el público que mi posición es diáfana; que en la etapa revolucionaria estuve, desde el comienzo, donde las circunstancias lo exigieron para dar fin a un gobierno como el de Batista. Con el respaldo de todo el pueblo, asumimos la obligación de restablecer la libertad en el país; fue así como los rebeldes logramos liberar a Cuba de aquel poder despótico y corrupto, llevando la Revolución a etapas transformadoras fundamentales para impregnarla de humanismo y democracia. Pero puesta en marcha la que suponíamos nuestra revolución, ha tomado otro rumbo. Afirmo que hay engaño a las esperanzas populares; cito las páginas leídas en el periódico del ejército, Verde Olivo, y señalo las designaciones que el Estado Mayor ha hecho en mi provincia, que evidencian la penetración comunista. ¿Para qué se hizo la Revolución desde la sierra Maestra y en todas las calles de los pueblos de Cuba? Por el triunfo de la libertad, la independencia y la justicia social; para crear escuelas; para darle tierra a los campesinos; para hacer valer los derechos del cubano… Y ahora resulta que todo eso a lo que contribuí de corazón se va transformando en un proceso diferente: en algo perjudicial y desleal para el pueblo de Cuba. Como no me pareció procedente ponerme a conspirar o sublevarme en los cuarteles con los hombres que me hubieran seguido, consideré lo más honesto enviarle una carta privada a Fidel Castro, en la que le digo que si tengo que plegarme a directrices que van en contra del rumbo original de la Revolución, lo consecuente es que no respalde esa situación con mi presencia y me vaya para mi casa. No quiero responsabilizarme, ni ante mi conciencia ni ante el pueblo cubano, con el rumbo que va tomando la Revolución.

 

En el cuartel no ha sucedido nada. Las renuncias de los oficiales, presentadas en este juicio, son casi todas posteriores a mi arresto. Además, son producto del escándalo que el gobierno y Fidel Castro han provocado en tomo a mi solicitud de licenciamiento. Sólo pedí retirarme formalmente del ejército y de mis responsabilidades como dirigente de la Revolución. Si la respuesta a mi solicitud se hubiera manejado de otra forma, no hubieran tenido que arrestar a nadie, ni se hubiera montado toda esta farsa, todo este sainete grotesco.

 

¿Qué sedición pudo haber existido en Camagüey? Esperé a Camilo Cienfuegos en mi casa, él me avisó que iba a llegar y mandé a recogerlo al aeropuerto con un oficial de mi mayor confianza. No hubo actitudes de rebeldía, ningún intento de sublevación. No se disparó un tiro, nadie desenfundó un arma, no se acudió a violencia alguna. Quienes crearon el desorden en el cuartel fueron los representantes de Fidel Castro; es el propio Fidel Castro quien discute con los oficiales y, como no puede convencerlos con sus mentiras, éstos terminan presos.

 

Se dice que he estado frenando la reforma agraria. Es del conocimiento público que la reforma agraria en Camagüey es la más avanzada en todo el país. Mucho antes de que se aprobara la ley existía ya en la provincia una oficina de la reforma agraria y un mecanismo provisional que permitió poner a producir terrenos inactivos, o de antiguos propietarios que huyeron de Cuba por su vinculación con la dictadura de Batista. El Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados puso esas propiedades en nuestras manos y las empresas que allí establecimos duplicaron su producción, como es el caso de la cooperativa de arroz Ignacio Agramonte.

 

Me acusan de haber escondido tractores en el Campamento Agramonte para sabotear las tareas agrícolas del proceso revolucionario. Aclaro ante el tribunal que fueron los organismos que debían distribuir esos equipos los que me pidieron, por razones de seguridad, que les permitiera depositarlos en el área militar antes de ser entregados a las cooperativas que se irían constituyendo, o a campesinos particulares. Tengo testigos y pruebas irrefutables que avalan esta aseveración.

 

Me interrumpen varias veces para decirme: —Al acusado no se le han hecho preguntas. Sigo exponiendo y relato las distintas conversaciones que tuve con Fidel sobre lo que considero el camino equivocado que sigue la Revolución.

 

He hablado larga y pausadamente. Pero falta aún la conclusión y ésta la expreso en forma precisa y con la mayor serenidad:

 

— Esta ha sido mi actuación en la Revolución Cubana y esta verdad está avalada por los hechos, a pesar de las inculpaciones que se me hacen. No obstante, si la Revolución o sus representantes entienden que para que se cumpla el programa nuestro, todo lo que prometimos, que la libertad sea un derecho en plena vigencia y que no se persiga a nadie por sus ideas; que los campesinos reciban en propiedad la tierra a través de la reforma agraria; que los niños puedan asistir a escuelas donde se preparen para la vida y se capaciten como ciudadanos libres; que nuestra nación disfrute y ejerza su independencia y su soberanía, sin mengua y sin ataduras con ninguna metrópoli; que los trabajadores gocen de sus derechos como corresponde en un Estado donde las leyes se basan en principios de equidad y justicia social; que nuestro pueblo disfrute de condiciones de vida aceptables, como el verdadero dueño de su destino, si para que todas estas promesas revolucionarias se plasmen en realidades hace falta que yo entregue mi vida, ¡bendita sea mi muerte!

 

La audiencia, formada en su amplia mayoría por militares que integran lo más selecto de la oficialidad cubana, responde con un aplauso cerrado.

 

Los miembros del tribunal se sorprenden por la reacción.

 

Llaman a declarar a otros acusados para contrarrestar la impresión favorable que se genera hacia nosotros entre la oficialidad, pero sólo consiguen reafirmarla. Con el propósito de diluir el efecto, sólo tienen la alternativa de dilatar el juicio.

 

Fidel y Raúl siguen los acontecimientos desde fuera de la sala del tribunal. Sabemos que Fidel está aquí en el campamento; que ha reunido en una barraca al personal militar que nos aplaudió cuando llegamos, para insultarlos con las peores palabras, y que ha ordenado su licenciamiento.

 

Uno de los acusados tiene un papel muy relevante en el rechazo de los cargos: es el teniente Dionisio Suárez, que esgrime el argumento de la lealtad a los postulados de la Revolución con objetividad y elocuencia. En general, mis compañeros no sólo rechazan los cargos, sino que demuestran, con los datos que aportan, la inexistencia de hechos concretos de traición o sedición; que la conspiración de Camagüey es una burda patraña. Que éste es un juicio político con el doble propósito de destruir a quienes se niegan a seguir el camino de la traición y de invalidar la denuncia de que la Revolución está virtualmente en manos de los comunistas, ya que en las instancias más altas de su liderazgo se promueve una entrega a la Unión Soviética.

 

Han pasado doce horas desde que nos trajeron al Campamento Columbia.

 

A la media noche nos conducen de regreso al Castillo de El Morro y me encierran de nuevo en el calabozo.

 

Me siento cansado pero, a la vez, como si me hubiera liberado de un peso agobiante, sin sospechar siquiera por lo que habré de pasar en el futuro…

 

Día 12 de diciembre de 1959.

 

Con el nuevo día, y otra vez en el banquillo de los acusados, viene el desfile de los testigos de cargo. Mis acusadores procuran que el juicio mantenga el rótulo de «conspiración». Por eso es que acusan a tantos de mis oficiales. Necesitan crear las condiciones que permitan fabricar esta «conspiración». La dilación del juicio les permite inflar su enorme globo, colocar suspicacias, intrigas, mentiras y, sobre todo, ficción.

 

Uno de los comandantes que me acusa abiertamente es Juan Almeida, peón de Fidel Castro. Habla y dice, entre otras cosas, que yo me había empeñado en los días de la guerra en crear una situación de independencia, en desacuerdo con las normas del Ejército Rebelde. Almeida señala que mi supuesta intención quedó al descubierto cuando se formalizó el Tercer Frente, del cual era él jefe; según él, yo deseaba actuar de forma autónoma.

 

Lo interrumpo varias veces recordándole, con palabras textuales, cómo le pedí instrucciones antes de comenzar mi campaña en el área, a lo que él había respondido desentendiéndose del asunto y augurándome el fracaso en la ejecución del plan de operaciones que Fidel me había asignado. No quiero decirle que fue su total incompetencia lo que me obligó a salir adelante en mi campaña sin esperar sus directrices o sugerencias, que en definitiva siempre rehuyó. Almeida no se atreve a mirarme a la cara mientras lo fustigo.

 

Debo soportar, pero a la vez contradecir con entera firmeza, las declaraciones que hace como testigo de cargo el comandante René de los Santos. Lo mismo sucede con el comandante Samuel Rodiles, hombre de Raúl Castro, que relata una historia absurda relacionada con una ametralladora capturada al ejército en los días del cerco a Santiago de Cuba. Algo que, en el contexto de la causa, no pasa de ser una anécdota sin importancia. Mis oficiales lo desmienten con argumentos que lo ponen en ridículo.

 

Llevan a otras personas a sostener acusaciones inconsistentes. Sé que muchos hombres con jerarquía dentro de la Revolución y el gobierno se han negado a participar en esta farsa. Uno de ellos, el comandante Castiñeira, jefe de la marina, se muestra sorprendido al ser invitado como testigo de cargo. Según conozco los hechos, Castiñeira dice al emisario de Raúl Castro:

 

— ¿Acusar yo a Huber Matos?…  ¿De qué?

 

Está también el caso de un ex jefe de policía de Camagüey, el comandante Carlos Hernández, quien podría tener motivos para sentirse agraviado, porque tuve que actuar en su contra por errores cometidos en el desempeño de su cargo en la provincia. Sé que ha manifestado a los emisarios de los Castro que no le parece correcto ir a señalarme ante el tribunal sin tener un verdadero motivo.

 

Día 13 de diciembre de 1959.

 

Finalmente aparece Raúl Castro. Viene decidido a neutralizar el ambiente favorable que tenemos entre la oficialidad presente y el poco significado que han tenido las acusaciones de otros testigos de cargo. Todos esperan de él una acusación por lo menos coherente.

 

Acudiendo a un recurso pueril, Raúl ataca a mi abogado defensor, el doctor Francisco Lorié Bertot, un profesional experimentado que no muestra temor alguno ante sus ataques. El trasnochado argumento de Raúl se basa en que el abogado fue agregado de la embajada de Cuba en México en los tiempos de Batista. Muestra unos papeles sin trascendencia para probar su afirmación. Dice que el defensor no tiene ninguna autoridad para participar en un proceso que se ventila en el Consejo Superior de las fuerzas armadas.

 

— Comandante Raúl Castro, el acusado es el comandante Huber Matos, a quien yo vengo a defender. El ataque contra mi persona no es lo que venimos a discutir aquí. Usted desvía la cuestión medular de este juicio porque no tiene argumentos válidos contra el acusado.

 

Lorié maneja con habilidad y talento las torpezas de Raúl, que, de pronto, se encuentra en medio de un careo con el defensor. Este lo toma un poco en broma, lo que irrita al comandante que ha pretendido, sin éxito, impactar a la concurrencia.

 

Raúl se ve en aprietos por la ironía del abogado, que le dice:

 

— Disculpe, comandante Castro, pero a mí me extraña que usted venga aquí de esta manera y me señale como lo está haciendo, porque aparte de que aprecio la obra de la Revolución, he sido y soy un admirador suyo.

 

Raúl pretende ser indiferente ante el halago. El defensor insiste:

 

— Comandante, le reitero que soy un hombre que lo valora y lo respeta.

 

— ¡Eso a mí no me importa! —responde abruptamente Raúl—. Lo que yo digo es que usted ha servido al dictador Batista.

 

El defensor, por tercera vez, habla positivamente de la personalidad de Raúl y éste responde en la misma forma que antes. Por fin el abogado, con expresión de aparente cansancio, pero con mordaz ironía, dice:

 

— Está bien, comandante Raúl Castro, está bien. La próxima vez dedicaré mi admiración a algo más fecundo.

 

Una risa general corea la respuesta del abogado.

 

Otra de las ocurrencias que el público festeja se produce cuando el abogado defensor se dirige al presidente del tribunal, Sergio del Valle, y le dice:

 

— Señor presidente: éste es un juicio de golpes bajos.

 

Del Valle no demuestra emoción alguna ante este argumento; pero al ser repetida una y otra vez por el abogado, le contesta:

 

— Bueno, está bien, éste es un juicio de golpes bajos si a usted le parece así. Otra vez el público ríe.

 

Raúl tiene los ojos encendidos de odio, la habilidad de mi abogado es más de lo que puede soportar. En un momento de su poco coherente exposición levanta un saco de nylon transparente con muchos papeles adentro. Lo agita ante el tribunal y ante el público y grita que tiene mucho que decir contra Huber Matos, que lo que le sobra son testigos y pruebas contra mí.

 

— Aquí traigo unos cheques firmados por Matos, que por su importancia como elementos probatorios de la conducta del acusado presento como pruebas en este juicio…

 

Como sé bien que si pido la palabra para refutarlo no se me concederá, me pongo súbitamente de pie y trato de imponer mi voz sobre la suya, mientras él termina diciendo en medio de mi protesta:

 

— … porque, señores del tribunal, aquí hay cosas fuera de orden…

 

— Lo único fuera de orden —le grito— son las alteraciones que ustedes pueden haber hecho; las falsificaciones que ustedes hayan introducido para hacerme daño. Guardo copias de todos los cheques firmados por mí y otras pruebas de mi limpio proceder. ¡Ustedes harán lo que les dé la gana! ¡Los datos que yo poseo sobre mi actuación son más convincentes que todas esas mentiras suyas!

 

Mis aclaraciones en voz alta ponen frenético y pálido a Raúl, que, con un rencor incontenible, me ataca diciendo que yo, en una oportunidad en que se celebraba una reunión del Estado Mayor, quise discutir las bases doctrinales de la Revolución, pero que el asunto aquella vez se pospuso. Él considera que este es el momento para que yo retome el tema y ponga sobre la mesa los puntos críticos que veo en los principios de nuestra causa. Es una trampa para desviar el debate hacia un tema en el que cree que le será fácil lucirse, apelando a su retórica demagógica.

 

No le doy tiempo para que se adentre más en el asunto, ni oportunidad para obligarme a ir adonde él quiere.

 

— Comandante Raúl Castro: cuando estábamos más o menos en igualdad de condiciones en las fuerzas armadas, yo planteé la necesidad de discutir esas cosas y usted rehusó hacerlo. Ahora que estoy arrestado, ahora que usan la fuerza contra mí, usted pretende discutir estos asuntos en un lugar y en un momento que no vienen al caso. Esto revela su concepto del valor personal: cuando estuvimos en condiciones de equidad, yo cuestioné algo y usted lo interpretó como un reto al debate y lo esquivó. Ahora que me tienen preso y quieren triturarme, viene a proponer ese debate. Sin duda alguna tiene usted una pobre idea de eso que se llama hombría.

 

Raúl irrumpe en exabruptos alejados de toda compostura y particularmente de la circunstancia que se está viviendo en este recinto. Aprovecho y le recuerdo que alguna gente de nuestro pueblo lo conoce como el «hombre odio». Raúl demuestra un desconocimiento absoluto de las formalidades que, como alto jefe militar, debe mantener ante sus subordinados; más aún en un juicio. No se da cuenta de que su comportamiento en el juicio lo delata como un sujeto resentido y acomplejado.

 

A pesar de la intimidación contra los testigos de la defensa que mi abogado llama a declarar —algunos de los cuales han sido amenazados por los emisarios de los Castro—, éstos concurren ante el tribunal.

 

El doctor Joaquín Agramonte, coordinador provincial del Movimiento 26 de Julio en Camagüey, quien renunció al cargo como protesta por mi arresto, me defiende respondiendo con precisión y firmeza al fiscal, que trata de subestimarlo.

 

La señora Olga Menéndez, líder sindical y dirigente del Movimiento 26 de Julio en Camagüey, prestó declaración sobre los hechos del 21 de octubre, y sobre mi trabajo en favor de la Revolución durante todo el tiempo en que estuve al frente de aquella provincia.

 

Dos hermanos de la fraternidad masónica, Manuel Bermúdez Oliver y Rafael Conde, ambos miembros de la Logia Manzanillo, de esa ciudad, declaran también ante el tribunal como testigos que acreditan mi conducta como ciudadano y educador.

 

El padre Rafael Escala, sacerdote de la catedral de Santiago de Cuba, y ex alumno mío en la Escuela Primaria Superior de Manzanillo, concurrió a declarar y dijo unas palabras de incuestionable elogio y reconocimiento para su antiguo maestro.

 

El profesor Aníbal Machirán, de Santiago de Cuba, que acreditó mi condición moral puesta en transparencia en las aulas y en el Colegio Nacional de Maestros.

 

El doctor Mario Casanellas, pastor bautista de gran prestigio y director de los Colegios Internacionales de El Cristo, en Santiago de Cuba, testifica dejando constancia del respeto que a través de los años ha ganado en él mi comportamiento.

 

Comparece también el doctor Miguelino Socarrás de Guzmán, capitán rebelde y ex director de la Clínica Militar del Segundo Distrito, la persona que me fue a buscar el 21 de octubre en la mañana para convencerme de que me marchara en su compañía fuera del país. El doctor Socarrás se enfrenta con el fiscal Serguera, que se atreve a cuestionar los antecedentes revolucionarios del testigo. Socarrás lo silencia con una concisa respuesta:

 

Soy revolucionario desde antes de que usted hubiera nacido y además me alcé para servir como médico del Ejército Rebelde.

 

¿Qué sucede con Fidel a estas alturas? Se prepara para venir a rescatar lo que queda de un juicio que, tal como va, lo tiene perdido. Seguramente pensó que sería cosa rápida y del todo negativa para mí, pero ahora sabe que la partida anda mal. El comentario es que viene mañana. El tiempo para los testigos de cargo ha quedado atrás, pero a él nada le importa. Es el dueño del juicio, y sus reglas son las únicas que valen.

 

Día 14 de diciembre de 1959.

 

Todas las noches, tarde, nos llevan de regreso al Castillo de El Morro, nos separan y me llevan directo al calabozo. Al día siguiente, al mediodía, nos traen al edificio en que se nos juzga.

 

Estamos ya en el cuarto día del juicio, en medio de su todavía poco definido curso. Los cargos contra mí han sido débiles y mal organizados, formulados por testigos intrascendentes que han venido al juicio presionados por los Castro o haciendo méritos con éstos. Prefiero ignorar los nombres de algunas de estas personas, mas no a Jorge Enrique Mendoza Reboredo y a Orestes Valera, quienes en la madrugada del 21 de octubre nos insultaron por la radio de Camagüey con los adjetivos de «traidores», «hijos de perra* y otras cosas por el estilo, provocándonos persistentemente para crear una situación de violencia en la ciudad, que proporcionara evidencia de subversión. Los dos sujetos canallescos han venido a repetir sus acusaciones.

 

Avanza la tarde. La sesión lleva varias horas de trabajo. Hay indicios de que Fidel se dispone a arribar a la sala del tribunal de un momento a otro. Instalan un micrófono para la red nacional de emisoras cubanas y se nota la presencia de algunos de sus escoltas. Las cosas han llegado a un punto delicado para el gobierno y es necesario que venga Fidel a impresionar. Entra con sus guardaespaldas, no mira para donde estoy y comienza una extensísima perorata de varias horas.

 

Con poses olímpicas, y sabiendo que nadie se atreverá a contradecirlo, cuenta la historia de mi actuación en el Ejército Rebelde, refrescando las disputas que tuvimos en la Sierra Maestra y presentándome como un hombre oportunista, irresponsable e ingrato. Luego trae a colación una serie de argumentaciones sobre la Revolución y afirma que “la nuestra no es una revolución comunista. En Rusia habrán hecho una revolución comunista. Nosotros estamos haciendo nuestra revolución y nuestra revolución es una revolución humanista, profunda y radical”.

 

Las mentiras que dice ante la audiencia que colma el salón del tribunal me hacen salirle al paso. Su cinismo deforma los hechos. Cuenta a su manera algunos de los problemas que tuvimos en la sierra y relata el episodio de la ametralladora que Duque tenía que devolverle y que él creyó que yo había tomado para la Columna 9, pero lo describe falseando la verdad, silenciando datos y palabras; va añadiendo o inventando a su conveniencia para suplantar la verdad y exhibirme como un hombre carente de principios e inclinado por mi propia naturaleza a la traición. Me enfrento a él y a sus mentiras. En un momento afirma con el mayor descaro:

 

— Huber Matos tuvo que retractarse.

 

A lo que respondo:

 

— ¿Y por qué no prueba eso que acaba de decir presentando mi carta de respuesta? Usted ha venido con unos cuantos papeles.

 

— No, esa carta no la traje, creo que se ha extraviado; no sé.

 

— Es de lamentar que no la haya traído para respaldar su afirmación; no la trajo porque evidenciaría mi condición de hombre honesto y de principios, todo lo contrario de lo que usted está diciendo.

 

Fidel se molesta con mis interrupciones y reclama al presidente del tribunal que se le respete el uso de la palabra. Pero no puede impedir que yo, durante su interminable diatriba, me ponga de pie una y otra vez y lo refute, pues más que la magnitud del castigo que me impongan, me interesa que quede clara la verdad.

 

En su argumentación, que transmiten al pueblo cubano por radio, insiste en presentarme como un individuo que se sumó a las fuerzas revolucionarias, donde todo le resultó muy fácil. Que soy más un aventurero que un hombre de formación ideológica. Argumenta que es una mentira infamante insinuar que la Revolución va hacia el comunismo. Le resta valor a mi posición mostrándome como un calumniador, como un sujeto que está dándole un rótulo de marxista a la Revolución, “cuando es cubanísima como las palmas”.

 

En el curso de su exposición, Fidel involuntariamente pone al trasluz la farsa que es este juicio. Llama de entre el público al comandante Félix Duque, quien ya ha prestado declaración, para que haga otra diferente.

 

Félix Duque fue segundo en la tropa mía y conoce bien lo sucedido en Camagüey, por haber estado allí un día antes de mi arresto. Su primer testimonio ante el tribunal corresponde a la verdad de los hechos; no encontró conspiración ni sedición. Fidel lo ha presionado para que lo cambie y lo presenta de nuevo en el juicio en forma totalmente arbitraria. Duque comienza con tantas mentiras que, sin hacer caso de los custodios, me paro y subo al estrado, voy hasta donde está Duque, le quito el micrófono. Quedo a pocos pasos de Fidel, que con un micrófono en la mano se queda sin habla. Afirmo al público que se falsea la verdad con el mayor descaro. Analizo una a una las mentiras de Duque, que me observa asustado. Es fácil poner en evidencia sus contradicciones. Fidel, sorprendido, reacciona con temor.

 

El tribunal, al alterar las reglas de procedimiento, permitiendo que Fidel haga subir a Félix Duque con esta nueva declaración, pierde por el momento el control del juicio. Apelo a los presentes para que entiendan que ésta es una patraña colosal en la que se quiere destruir a un hombre con el artificio de una acción legal viciada por la inmoralidad y por el abuso de poder. ¿No es Fidel Castro quien ha escogido el tribunal, me acusa como testigo y, además, se da el lujo de llamar a declarar a quien él quiere? ¿Cómo puede un testigo, en el mismo juicio, hacer dos declaraciones tan marcadamente opuestas? Algo inadmisible.

 

Siguen los testimonios arbitrarios e ilegales. Hasta Armando Hart, quien en los primeros meses de la Revolución en el poder me pidió que le ayudara a resolver su situación con los Castro, que le habían dado la espalda, viene de atrás del auditorio, donde están los tramoyistas. Habla ante el tribunal sin que nadie lo haya autorizado a prestar declaración. Me acusa sin ser testigo del caso. También, sin ser testigo, irrumpe en la sala el capitán Suárez Gayol, a decir necedades ante el tribunal. El juicio se vuelve un espectáculo de circo romano. Es el jefe del gobierno quien ha provocado este desorden.

 

Fidel retoma la palabra y habla hasta muy tarde de la noche. Le interrumpo más de cincuenta veces para poner las cosas en su lugar cada vez que dice una mentira o presenta un asunto de manera tergiversada o capciosa, con su acostumbrado cinismo. Está molesto; no me importa. Me importa la verdad a cualquier precio.

 

Con su séquito, Fidel abandona el salón. La oficialidad que conforma el público cree que la sesión ha terminado y que continuará al día siguiente. Los miembros del tribunal toman parte en el juego porque se retiran de la sala, dando también la impresión que la vista ha concluido y que continuará al día siguiente. No dicen nada y el público se va. El recinto queda prácticamente vacío. Permanecemos en él los acusados, los hombres de la seguridad militar que nos vigilan y nuestros familiares, que por lo general no se retiran hasta que nos llevan de regreso al Castillo de El Morro.

 

Después de unas dos horas, como a la una y media de la mañana, vuelve el tribunal. El juicio va a continuar. El ardid les sale bien a los Castro. Indudablemente la oportunidad de hablar antes de que se dicte la sentencia la voy a tener ante un salón desierto. Expondré mi defensa una vez que el fiscal termine con su exposición, que resumirá con la petición de la pena de muerte.

 

El fiscal habla durante dos horas alargando de forma deliberada su exposición. Una forma más de irnos agotando física y psíquicamente. Estamos sentados desde las doce del mediodía de ayer y hemos pasado más de catorce horas continuas y agobiadoras, que en el banquillo de los acusados son unas cuantas.

 

Hace uso de la palabra mi abogado. Con precisión de jurista experimentado emplea menos de una hora en reducir a nada la pomposa retórica del fiscal Serguera. Analiza los cargos y deja al descubierto su inconsistencia y la carencia total de fundamentación.

 

— El tribunal puede pensar lo que quiera. Lo cierto es que no se ha podido demostrar ninguna de las dos acusaciones, ni traición ni sedición. Mucha hojarasca retórica y ninguna prueba concreta, ¡ninguna!

 

Termina diciendo:

 

— En el curso de este juicio se ha hecho evidente que mi defendido es inocente. Solicito del tribunal el veredicto absolutorio que en justicia le corresponde.

 

Hablan a continuación los otros dos abogados que tienen a su cargo la defensa de mis compañeros de causa. Uno de ellos es oficial de las fuerzas armadas y actúa como abogado de oficio. Contrario a lo que pensábamos, hace un papel brillante y corajudo, enfrentándose al fiscal con argumentos irrebatibles y entera valentía. Nos impresiona su valor, y comentamos: «Inevitablemente lo despiden, y suerte si no lo meten preso». A las cinco de la mañana, el presidente del tribunal dice que se va a dictar sentencia y pregunta si alguno de los acusados tiene algo que decir.

 

A las cinco de la mañana, el presidente del tribunal dice que se va a dictar sentencia y pregunta si alguno de los acusados tiene algo que decir.

 

Tengo mucho que decir. Dirijo una mirada a mis familiares, cuyos rostros expresan claramente su cansancio, aunque en ellos hay una admirable entereza. Reconstruyo los hechos tratando de ser lo más fiel posible a la realidad. Uno a uno desmenuzo los cargos que se me imputan, con autenticidad y respeto a la verdad.

 

Puntualizo las conclusiones:

 

— No hay traición. He sido y soy fiel a mi patria. He servido lealmente a la Revolución y es mi lealtad a la Revolución y el amor a mi patria lo que me llevan a reclamar, persuasivamente primero, y por último con mi renuncia, que no se suplante el programa democrático y humanista de la Revolución.

 

No hay sedición, pues no se ha hecho ningún planteamiento para subvertir el orden, ni existe un propósito ni un hecho para crear violencia. La provocación a la violencia vino de la parte oficial, de manera muy notoria. Además, este juicio es ilegal porque Fidel Castro, en su función de primer ministro y comandante en jefe, tiene de su parte al tribunal y concurre como testigo acusador. ¿Qué tipo de justicia es ésta? Hay algo más que señalar como violación flagrante que invalida este proceso judicial desde su inicio. Cinco días después de mi arresto y encontrándome incomunicado en un miserable calabozo, Fidel Castro, usando su autoridad de gobernante y su enorme influencia, me hizo condenar a muerte en un acto público, en el que cientos de miles de cubanos, a instancias suyas, levantaron el brazo aprobando mi fusilamiento sin tomar en cuenta mi derecho a ser escuchado. Este juicio es una farsa inmoral desde el comienzo y deploro que mis compañeros de armas que integran el tribunal se vean comprometidos en el desempeño de una función que no conlleva ni orgullo ni honra.

 

Acabo señalando lo que ya había reiterado en mis declaraciones previas: si es necesario entregar mi vida para que se concreten en hechos todas esas cosas hermosas que la Revolución ha prometido, estoy dispuesto a darla en bien de mi patria y de mi pueblo. «Estoy convencido de que en el sacrificio de los hombres está el camino que conduce a los pueblos a la victoria.»

 

El teniente Dionisio Suárez habla en representación de mis compañeros y lo hace muy bien, con nitidez y elocuencia.

 

Termina la sesión a las siete de la mañana, sin que se dicte la sentencia. Nos sacan del edificio y cuando vamos a tomar los vehículos que nos llevarán al Castillo de El Morro, una claque de diez o más militares grita: «¡Paredón! ¡Paredón! ¡Paredón!»… Un estribillo trágico que repiten y repiten para romperle los nervios a los acusados. Otra agresión de las tantas que han puesto en función los hermanos Castro.

 

A estas alturas poco me importan el rencor o las pasiones personales. Soy un hombre en el momento más crucial de su existencia. Paso frente a ese grupo hostil y los miro con total indiferencia. Los que no claudican han de estar siempre preparados para pagar el precio que las circunstancias demanden.

 

Nos llevan de regreso a El Morro. Llegamos como a las nueve de la mañana. Hemos pasado veinte horas ante el tribunal y necesitamos reponemos un poco para regresar esta tarde y escuchar la sentencia.

 

Todo lo que tenía que decir está dicho. He analizado previamente la perspectiva del fusilamiento y me siento preparado para esa eventualidad, aun cuando estoy consciente de que hemos ganado el juicio. Aunque sé que esto no significa mucho.

 

Día 15 de diciembre de 1959.

 

A las cuatro de la tarde nos regresan al tribunal. En los momentos previos a esta última sesión hablo con mi esposa, que se acerca tan llena de dolor como de secreta esperanza. Ella presenció, en horas de la mañana, aquel insistente: “¡Paredón! ¡Paredón! ¡Paredón!…”, que un pequeño grupo profirió ante las puertas del edificio donde nos encontrábamos. Eso la quebró un poco, pero ha tenido la capacidad de reponerse.

 

— Huber, te van a fusilar porque te has portado como el hombre íntegro que eres.

 

— Sí, quieren fusilarme, pero Fidel debe de tener sus dudas. Acuérdate de que detrás de toda su pantalla es un cobarde, y las cosas no le han salido como esperaba. Sé lo que está pensando. Sabe que hay mucha gente en el ejército que me apoya y, si me fusila, alguno puede tratar de cobrárselo. Él le tiene horror a un atentado; es su obsesión.

 

— Pero él no puede perdonar que lo hayas descalificado delante de todo el ejército; Raúl estaba fuera de sí. Tú sabes que si te condenan a muerte ésta será la última vez que nos veremos, de aquí te llevarán directo al paredón.

 

— Lo sé, tú y yo hemos estado juntos en todo esto, me has respaldado siempre. Lo más importante son nuestros hijos y tú los podrás sacar adelante. Allá, yo te seguiré queriendo y después de esta vida nos volveremos a ver. Te esperaré.

 

Pendemos de un hilo sobre el abismo. Minutos después abren la sesión en la que se dictará sentencia. Los Castro, poseídos por una pasión enfermiza, quieren verme caer ante el pelotón de fusilamiento y terminar para siempre conmigo.

 

— Pónganse de pie los acusados, el tribunal va a dictar sentencia.

 

Escucho estas palabras y me levanto del banquillo. Por mi mente pasa la idea de que cuando enfrente el pelotón de fusilamiento les voy a dar a mis enemigos un último ejemplo de lealtad a mis convicciones.

 

— Huber Matos: veinte años de cárcel.

 

En este momento, cuando sé cuál es mi condena, siento la inefable sensación del individuo que cree en su muerte inmediata y se entera de que seguirá viviendo. Esto, indudablemente, es bien recibido por la naturaleza humana, que en todos los casos quiere sobrevivir. Intercambio miradas de comprensión y solidaridad con mis compañeros de causa. Atravieso por un sinfín de estados emocionales, imaginándome a la vez la alegría que cubre interiormente a los míos. Vuelvo mi rostro hacia mi esposa, mi padre y mi hijo. Nos miramos, reconociendo en nuestras pupilas un brillo que señala una inesperada puerta al futuro, aun en la condición de prisionero por largos años en que me encontraré a partir de ahora.

 

Se leen a continuación las demás sentencias:

 

— Capitanes Miguel Ruiz Maceira, Rosendo Lugo y Roberto Cruz, siete años; capitanes José López Legón y Napoleón Béquer, tres años; tenientes Edgardo Bonet Rosell, José Martí Ballester, Vicente Rodríguez Camejo, Alberto Covas Álvarez, Miguel Crespo García, Rodosbaldo Llauradó Ramos, Elvio Rivera Limonta, Jesús Torres Calunga, José Pérez Alamo, Willian Lobaina Galdós, Carlos Álvarez Ramírez, Dionisio Suárez Esquivel, Manuel Esquivel Ramos, Manuel Nieto y Nieto, Mario Santana Basulto y capitán Raúl Barandela, dos años.

 

Junto con la condena, se ordena que me degraden. Tienen que arrancarme los grados deshonrosamente ahora. Ninguno de los oficiales aquí presentes, ni Fidel ni Raúl, se atreverían a hacerlo. Seguiré siendo exactamente lo que soy. Ningún tribunal del mundo, por mezquino que sea, podrá despojarme del grado que he ganado luchando por la libertad de mi pueblo.

 

Regresamos al Castillo de El Morro con nuestras familias siguiéndonos en otros vehículos. Muchos nos esperan en la puerta de la prisión. Hay abrazos, besos, efusiones propias del momento. Los míos desbordan de alegría. Caminamos de un lado a otro fuera de la prisión, saludándonos y comentando lo sucedido. Podría intentar escaparme, aprovechando la algarabía y confusión del momento, pero no puedo abandonar a mis compañeros, ni tampoco permitir que el alerta que he dado al pueblo cubano se diluya en una fuga, que el régimen manipularía publicitariamente a su favor. Mi prisión será una condena para la dictadura.

***

Cómo llegó la noche. Memorias de Huber Matos
Editores TusQuets. 2003.

 

 

 

La Gran Estafa
Juan Antonio Blanco

29 de diciembre de 2008

El mayor estafador de estos tiempos no es el financiero Bernard Madoff. Ha sido Fidel Castro por más de cincuenta años.

 

Es cierto que todo proceso político convoca a una mezcla de genuinos creyentes con elementos oportunistas e inescrupulosos. Sin olvidar el modo en que contribuyeron las circunstancias históricas de la época, sería inapropiado menospreciar el papel jugado por las habilidades de este personaje para atraer personas o multitudes colmadas de buenas intenciones. Muchos todavía no se han enterado, o no tienen siquiera idea, de la magnitud del engaño del que han sido víctimas. Otros no desean enterarse. Es duro llegar a la vejez habiendo extraviado el sentido de la existencia y perdido el tiempo de vida en pos de una farsa. Se requiere lucidez y coraje para admitir el error y ser leal a valores humanistas permanentes en lugar de a aquellas instituciones, líderes y consignas que se apropiaron de ellos.

 

Aun cuando otras muy graves acciones se le imputan al todavía Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba, es pertinente, en el cincuenta aniversario de su ascenso al poder absoluto, repasar su récord como estafador de primera línea.

Entre los timados se encuentran:

 

Aquellos luchadores contra el dictador Fulgencio Batista que no siendo comunistas creyeron arriesgar su vida para restablecer y hacer cumplir a plenitud la Constitución de 1940 -socialmente la más avanzada de la región en aquel tiempo- siendo después de 1959 brutalmente encarcelados, fusilados o desterrados, cuando denunciaron el nuevo rumbo que se imprimía al proceso.

 

Los religiosos, a los que persiguió y discriminó a pesar de que él ostentó crucifijos y rosarios en la Sierra Maestra y asistió a misa de acción de gracias en los primeros días de enero de 1959.

 

Los que lo siguieron apoyando, aun después de declararse marxista leninista en 1961, creyendo que implantaría un socialismo “diferente” y libertario, siendo luego reprimidos, políticamente excluidos o socialmente marginados.

 

Los nacionalistas cubanos, a quienes se presentó como paladín de la soberanía frente a la ideología anexionista –simbolizada, al nacer la República, por la aceptación de la Enmienda Platt y la instalación de la Base Naval de Guantánamo- para luego ceder el uso del territorio nacional a diversas bases militares soviéticas desde 1962 hasta el 2002 e imponer la cláusula constitucional de 1976 que obligaba a la eterna alianza con la URSS.

 

El pueblo, al que prometió “libertad con pan y pan sin terror”, fórmula de la que hasta hoy sólo garantizó el último componente después de tres reformas agrarias, la creación del Cordón de La Habana, la Brigada Invasora Che Guevara, el Cordón Lechero, las UBPC, los organopónicos urbanos y los experimentos con Ubre Blanca.

 

La familia cubana, a la que prometió que no se vería dividida nunca más por la necesidad de emigrar, para luego escindirla y enfrentarla por motivos ideológicos, lo que en una sociedad sin libertades y signada por la escasez crónica alentó sucesivas olas migratorias a las que impuso el destierro mediante la “salida definitiva del país”.

 

Los países y empresas -socialistas y capitalistas- a los que solicitó créditos y recursos, que nunca tuvo la intención de pagar, por un monto similar o superior al estafado por Madoff.

 

Los funcionarios, académicos e intelectuales cubanos que creyeron- cuando se transformó la geopolítica mundial al caer la URSS- en su disposición a reorientar el país hacia un socialismo democrático, participativo y eficiente, siendo luego anatematizados por sus propuestas aperturistas al rebasarse lo peor de la crisis.

 

Los organismos multilaterales, a los que nutre de estadísticas manipuladas que ocultan los actuales niveles de pobreza, retraso y desigualdad existentes en Cuba así como el actual desastre de la educación y salud pública en la isla.

 

La opinión pública latinoamericana, a la que sigue presentándose como líder de la “heroica resistencia al feroz bloqueo yanqui” cuando el “país enemigo” es hoy su quinto socio comercial y principal suministrador de alimentos a la isla, que hoy importa alrededor del 80% de sus necesidades en ese campo.

 

Los liberales norteamericanos, a los que ha hecho creer que el embargo se ha mantenido sólo por las gestiones políticas del exilio, cuando él, para asegurar su vigencia, ha saboteado en varias ocasiones y de forma deliberada diversas posibilidades reales de distensión con Washington.

 

Los académicos, periodistas, políticos, artistas y escritores de cualquier latitud geográfica o ideológica, a quienes ha hecho creer que todavía existe una Revolución Cubana, próxima a cumplir 50 años de edad, cuando el proceso que triunfó en 1959 fue sustituido hace varias décadas por una sociedad posrevolucionaria y totalitaria.

 

El país que despertó aquel primero de enero de 1959 funcionaba, prosperaba, expandía sus clases medias, y ocupaba un lugar cimero en la región por sus índices de urbanización y consumo, así como por tener avanzadas tecnologías de comunicaciones y una amplia infraestructura y transporte. También contaba con una sociedad civil compleja y vibrante. Incluso algunos de los significativos problemas sociales existentes (desigualdad de oportunidades, índices de analfabetismo y mortalidad infantil, racismo, elevado desempleo, corrupción administrativa) eran en aquel momento de menor magnitud a los que entonces mostraban muchos otros países latinoamericanos y del Caribe. Los desafíos estructurales –excesiva dependencia de Estados Unidos para el comercio, inversiones y tecnologías- requerían nuevas políticas de diversificación económica enmarcadas en un plan de desarrollo nacional, en un país donde el capital nativo había crecido hasta el punto de que ya comenzaba a ser exportado.

 

Lo que esperaba el pueblo no era que una camarilla de supuestos iluminados destruyera los mecanismos de creación de riquezas, centralizara todo el poder y suprimiese el pluralismo y la democracia. Se creía haber luchado para que el proceso revolucionario, tras poner fin a la dictadura batistiana, hiciera valer la soberanía nacional entendida como la libérrima expresión de la voluntad popular. En cambio, Fidel Castro trajo a Cuba la variante totalitaria del socialismo de Estado no por razones dogmáticas ni con el afán de equilibrar la balanza frente a Estados Unidos, sino por ambiciones y egoísmo personales que sólo pueden ser satisfechos con el disfrute de un poder totalmente centralizado y omnímodo. Fue por ello que sustituyó la soberanía popular por su poder absoluto y el pluralismo por el imperio de sus caprichos personales.

 

No hay que esperar por la Historia para juzgar el legado de Fidel Castro. Las nuevas generaciones de cubanos – incluidos los hijos de muchos de los dirigentes históricos del proceso de 1959- han emitido ya su voto con los pies. No se marchan sólo porque el presente es insoportable sino porque no creen que la isla tenga porvenir bajo el sistema actual. No ven la viabilidad del país después de sacrificios innombrables e incontables pagados puntualmente por sus padres y abuelos. Quieren, simplemente, escapar del paraíso prometido a sus antecesores hace cincuenta años. Desean vivir en libertad y disfrutar las oportunidades que ofrece una sociedad moderna que refleje el cambio de época que hoy experimenta la humanidad. Su proyecto personal no es vegetar hasta hacerse viejos en una burbuja de totalitarismo y retraso en medio del siglo XXI.

 

Fidel Castro se apropió -para servir sus propios fines- de los legítimos sueños, sacrificios y esperanzas de millones de personas que alguna vez depositaron su fe en él. Estafa y robo de tal magnitud es imperdonable y no admite comparaciones. No sólo ha arruinado por medio siglo al país, sino que todavía representa hoy el principal obstáculo a cualquier cambio, sea humanitario o sustantivo, para abrir las verjas del futuro.

 

A todos los afectados de uno u otro modo por este personaje, les deseo un feliz 2009.

 

 

La Otra Cuba (1984) de Orlando Jiménez Leal

 

Este documental de Orlando Jiménez Leal fue estrenado en 1985. Fue uno de los primeros en mostrarle al mundo la tiranía que sufre el pueblo cubano desde hace 54 años, impuesta mediante el engaño y mantenida mediante el terror. Los cubanos que no han podido salir de la patria, no han podido verlo, debido a la censura impuesta por los hermanos Castro desde hace más de medio siglo.

 

Vea las denuncias realizadas por cubanos de a pie y de destacados protagonistas de la Revolución cubana, así como por relevantes intelectuales cubanos.

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.