LA  LENTA  AGONÍA  DE  LOS  DICTADORES

Fidel Castro Ruz
Fidel Castro Ruz

La lenta agonía de los líderes

JUAN CRUZ 

11 MAY 1980

http://elpais.com/diario/1980/05/11/internacional/326844001_850215.html

 

La muerte de Tito se produjo cuatro meses después de que empezara a ser esperada. Con Franco ocurrió lo mismo. En iguales circunstancias de minuciosa preparación para la muerte se desarrolló la lenta agonía de Bumedian. Los líderes, sobre todo cuando éstos tienen estatura de dictadores, de amos absolutos de los destinos de sus pueblos, se mueren de forma dificil, prolongada y lenta. Entre ellos hay similitudes que pasan por encima del contenido de sus ideologías.

 

Todo el mundo se muere igual, pero para los líderes la agonía es más lenta. El periodo agónico de los que han mandado de modo omnipotente se extiende hasta que quienes contemplan la posibilidad de la muerte como un desastre nacional, desean que este desenlace se produzca cuanto antes.

 

Esto no ocurre porque los que asisten en primera fila a la lenta y prolongada agonía del líder hayan perdido la fidelidad que han jurado al moribundo cuando éste se hallaba en pleno uso de sus facultades, físicas y políticas. Pasa porque se ha cerrado un cielo vital previsto -atado y bien atado- y todo ha-quedado dispuesto, mientras duraba la agonía, para que el relevo se efectúe sin Fisuras.

 

La agonía prolongadísima de Franco -una prolongación a la que hasta su familia llegó a oponerse- es un paradigma no porque sea la más conocida por nosotros, los españoles, sino porque de algún modo resumió todas las restantes agonías, desde la que padeció -los líderes las padecen; los que están a su lado las alimentan creyendo que las alivian- Mao Zedong a la que sufrió Bumedian. La de Josip Broz Tito, que duró cuatro-ineses, con altibajos que agigantaron la figura del héroe, ha sido hasta ahora la más espectacular, porque estableció el ejemplo contemporáneo de lo que el Cid fue para la leyenda.

 

En el caso de Franco, como han contado los más recientes biógrafos de su muerte, hubo una tal costumbre a su agonía que, al final, cuando ésta hizo crisis y sobrevino la muerte, la emoción de los que rodeaban al difunto era tan inerte que siguieron cuidando al que, fue enfermo como si en él estuviera todavía latiendo la vida. Vicente Pozuelo Escudero, médico del dictador, que estaba a los pies de su cama, relató las características de esa frontera final. «Se establece la seguridad de la muerte a las 5.25» (del 20 de noviembre de 1975). « ... ) No hablamos. Tenemos un nudo en la garganta y cada uno gasta su emoción intentando colaborar en algo. Una vez limpio se dispuso el cadáver, cerrándole los ojos, arreglándole la cara y la boca como se hace habitualmente, pero con muchísimo cariño, por parte de las enfermeras de servicio, Juanito, Zamorano y yo».

 

Una agonía autárquica

 

La muerte de Franco fue, a diferencia de los fallecimientos de otros colegas suyos de mando omnipotente, como la vida política del dictador español: le precedió una agonía autárquica. A Mao Zedong le fue a visitar un facultativo austriaco; a Tito le enviaron médicos norteamericanos, que prolongaron su vida hasta que ésta se acabó sin remedio, y a Bumedian le facilitaron toda una tecnología médica sin distinción de fronteras y alineamientos: la mayor parte de los médicos que le asistieron en sus cuarenta días de agonía eran militares estadounidenses traídos de las fuerzas que EE UU tiene en la República Federal de Alemania de este último país eran los scanners que se utilizaron para recorrer el proceso canceroso que dominó al recio líder argelino. A Franco lo rodeaban españoles.

 

Cuando agonizaba Mao Zedong, los chinos también ocultaban celosamente la gravedad del trance, aunque hallaron una fórmula para ir advirtiendo a aquel inmenso país de que se avecinaba el, final definitivo del mítico líder Usaron la enseñanza de un viejo proverbio -«una imagen vale más que mil palabras»- para señalar la irresistible decadencia del organizador de la larga marcha. Una simple fotografía, en la que Mao aparece conversando, en mayo de 1976, con uno de los políticos que le visitaban, dio la pauta: el dirigente chino se hallaba recostado en un sillón, dando muestras, como escribía un periodista francés, «de una debilidad creciente». Tres años antes el propio Mao había sido más explícito cuando le dijo al presidente francés Georges Pompidou, al que habría de sobrevivir: «Pues bien, yo estoy completamente acabado (foutu). Me encuentro acribillado por las enfermedades».

 

Los argelinos copiaron la técnica china de la imagen para preparar, en silencio, la transición que automáticamente se operó en Argelia tras la muerte de Bumedián. El líder revolucionario padecía el síndrome al que dio nombre el doctor sueco Waldestrom y tenía escasas posibilidades de prolongar su vida mucho tiempo. En este estado preagónico regresó de un último viaje médico a Moscú.

 

La última imagen de Bumedian data de tres meses antes de su muerte y fue tomada nada más descender del avión que le traía de la URSS. La televisión argelina ofreció esa imagen, que muestra a un Bumedián cansado, haciendo vagos gestos con las manos –Mao se quedó, al final, con el limitado uso de su mano izquierda, hasta que ésta también murió- y señalando involuntariamente que decía adiós a sus súbditos. Nunca le permitieron después aparecer en público, aunque siguió haciendo declaraciones, enviando solidaridades y gobernando el país. Eran otros, sin embargo, los que hacían estas funciones por él: el Consejo de la Revolución y el Ejército de Argelia hacían lo posible -y lo lograron con éxito- para que aquel Cid que había logrado la liberación de su país siguiera sobre su caballo como un héroe invicto, incluso frente a un cáncer incurable.

 

Mientras esto ocurría, Bumedian perdía el pelo, la voz y cualquier clase de poder. La lenta agonía a que fue sometido por la prolongación tecnológica de la vida que le quedaba no fue puntuada, al revés de lo que ocurrió en España cuando moría Franco, por chistespopulares de cualquier signo: Manuel Ostos, corresponsal de EL PAIS en Argel, que vivió de cerca, aquella dramática transición, no recuerda ninguna broma que naciera de la situación que estaba sucediendo entre scanners y facultativos de las más variadas nacionalidades. Con Mao tampoco sucedió esta reacción nerviosa del pueblo ante una situación dramática, y con Tito los chistes no tuvieron, que se sepa, un contenido personal, sino que aludían a las características políticas de Yugoslavia. «¿Enviamos invitación a los rusos para que vengan al funeral?», cuentan que dice un chiste yugoslavo. «No. No hace falta, Los rusos vendrán sin que les invitemos».

 

En todos los casos de prolongación, médica o natural, de estas agonías de los líderes, se produce un cuadro casi clínico de las reacciones de la gente: al principio -ocurrió en España, pasó en Argelia y acaba de suceder en Yugoslavia- se produce un estupor entre los que asisten al primer proceso público de la enfermedad del líder; durante uñas semanas, o unos meses, la gente comienza a estimar que la desaparición puede aliviarse, y, al fin, la tragedia humana a la que se ve sometido el líder agónico hace preferir su muerte antes que una artificial prolongación de su vida.

 

Estos líderes, cuyas fórmulas de dictadura difieren, guardan entre una única relación: mantienen su poder hasta el final, y porque lo detentan con más seguridad que otros, son conservados cuidadosamente, hasta que la transmisión de este poder, queda garantizada. A veces, son ellos mismos los que quieren la prolongación de ese Poder -«Tráigamne el traje», le dijo Franco a una enfermera cuando sus médicos le aconsejaban que no presidiera su último Consejo de Ministros- y hacen con él lo que se les antoja.

 

La muerte del líder nunca tuvo tan crispada descripción como la que la hija de Stalin, Svedana, hizo del agonizante dictador ruso: «La muerte de mi padre fue espantosa, difícil... Se asfixiaba a la vista de todos. Hubo un instante, por lo visto, ya en el último momento, en que abrió de súbito los ojos y recorrió con la mirada a cuantos nos hallábamos a su lado. Fue aquella una mirada horrible, una mirada de locura, de cólera tal vez, y de pavor ante la muerte y ante los desconocidos rostros de los médicos que se inclinaban sobre él». En la trastienda del escenario de la muerte, la tranquilidad domina, porque la sucesión está implacablemente preparada por quienes ven en la agonía del Patriarca un simple resumen de la vida de quien abandona y deja el sitio...

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.