LA MILITARIZACIÓN

DE LA CUBA DE FIDEL CASTRO

¡Felicidades, papá coronel!

Isbel Díaz Torres

4 de julio de 2013

 

Si tu papá es coronel de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) de Cuba, de seguro pasó un delicioso Día de los Padres. Lo digo porque el esposo de una vecina, con esos altos grados, recibió por esas fechas algunos de los habituales privilegios que dan a las élites militares en nuestra isla.

 

La FAR le regaló al señor oficial una caja de cerveza totalmente gratis (unos $576,00), le vendió en solo $50,00 una botella del exquisito ron Habana Club Añejo (en dependencia del añejo, entre $120,00 y 240,00), más una reservación en el restaurante Los Doce Apóstoles, ubicado en el centro turístico La Cabaña.

 

Realmente no estoy seguro si la cena de Los Doce Apóstoles era por el Día de los Padres, porque el Coronel y su familia van con bastante asiduidad a este caro restaurant, donde consumen con precios subsidiados.

 

En fin, todas las condiciones para premiar sus sacrificadas vidas.

 

Por supuesto, estos detalles se suman a una extensa lista de privilegios. Por ejemplo:

 

- Le regalan viajes al carísimo balneario de Varadero todos los años, durante 15 días.

 

- Cuando tiene problemas de salud, lo envían a recuperarse a un lujoso hotel enel paradisíaco Topes de Collantes, en las zonas montañosas al centro de la isla.

 

- Como regla, recibe mensualmente víveres, entre los que se destacan un cartón de huevos, pollo, y cada dos meses un galón de aceite de cocina.

 

- Dos veces al mes tiene la posibilidad de salir a cenar a la Casa Central de las FAR, a un reservado para oficiales.

 

- Cada año le otorgan equipos electrodomésticos o muebles para la casa, a precios subsidiados hasta la obscenidad.

 

- De manera irregular le venden perfumes “de marca”, costosos maletines, mochilas, colchas, etc… siempre a precios simbólicos.

 

Mi vecino coronel vive en una casa que le dio las FAR, totalmente amueblada. No obstante, en caso de que su familia creciera más, tiene derecho a cambiarla por una más grande, independientemente de los millones de cubanos con necesidad de vivienda.

 

En estos días el coronel ha estado un poco afligido. En la última entrega de electrodomésticos de su trabajo, no pidió otro televisor para su casa, porque está esperando que entren los modernos televisores de pantalla plana (LCD) que anunciaron.

 

Espero que no demore mucho la solución de ese grave problema. No olvidemos que un oficial afligido pudiera poner en riesgo la seguridad nacional.

Fidel Castro: cómo tomar el poder

César Leante

9 de enero de 2003

 

El 8 de enero de 1959 Fidel Castro entraría en La Habana. Desde el primero de mes se le esperaba. Pero él, deliberadamente, retrasaba su llegada. Antes de hacer su entrada en la capital quiso hacer un recorrido triunfal por la isla. Partiendo de Santiago -ciudad a la que incluso había designado como capital del país por conveniencias estratégicas y para halagar a los orientales-, fue recogiendo el tributo de las cinco provincias que quedaban al este de La Habana. Era algo así como las bodas con el interior. Se puede decir que tanto Camagüey como Santa Clara y Matanzas aceptaron desposarse con él o le concedieron el derecho de pernada. Y Fidel, el gran macho, el sultán de este singular harén, se garantizaba así el dominio sobre la nación y la fidelidad (nunca más apropiada esta palabra) de sus cónyuges.

 

Fue una muestra precoz de la habilidad política de Fidel. En tanto que otros grupos revolucionarios se habían dado prisa por llegar a La Habana e instalarse en las sedes del gobierno derribado, él, Castro, se dedicaba antes a ganarse el respaldo de la casi totalidad de la población cubana. No otro objetivo tenía el largo y lento, pero arrollador trayecto. De ese modo era un hecho que donde estaba él estaba el poder. Y Castro era absolutamente consciente de ello.

 

Únicamente había mandado a La Habana, como avanzadas suyas, a Camilo Cienfuegos y al Che Guevara. Pero la entrada de estos dos guerreros en la ciudad se produjo casi silenciosamente. Muy pocos se habían enterado de su llegada y de que habían tomado -simbólicamente, pues no hubo ni la menor resistencia- los cuarteles de Columbia y La Cabaña. Una cosa sabía Fidel de muy antiguo (o su instinto de guerrero se lo indicaba): que quien tiene las armas tiene el poder.

 

Toda la gloria del recibimiento sus lugartenientes se la reservaban a él. Por eso habían cumplido sus órdenes en el anonimato, casi en secreto. Mientras toda la atención se focalizaba en el avance de Fidel, ellos respaldaban su marcha, la consolidaban controlando a los ex soldados de Batista, haciéndose con su armamento. Como si una vez derrotado el ejército de Batista no hicieran falta las armas, las demás fuerzas revolucionarias, en contrario, se habían desentendido del ejército vencido y habían concentrado su meta en apoderarse de edificios gubernamentales, especialmente el palacio presidencial. Equivocadamente creían que el poder estaba ahí, en las instalaciones desde donde tradicionalmente se había gobernado Cuba. Pensaban que el poder era ahora civil. Fidel Castro sabía que no, que el real mando no estaba en sus símbolos, sino en la fuerza efectiva de las armas. Cualquier discrepancia, enfrentamiento entre los grupos revolucionarios -que no había que descartar, sino, por contra, tener muy en cuenta, pues había sido secuela de todas las revoluciones universales-, se solventaría con las armas. De manera que quien las poseyese sería el virtual gobernante. Y el depositario del nada despreciable armamento del ejército de Batista era él. Suya era la fuerza entonces.

 

Y he aquí que ha llegado el 8 de enero, y con él la culminación del itinerario fidelista, cual el de un Ulises que regresa a Ítaca. Día ansiado no sólo por los habaneros -que recibirían su porción de gloria-, sino también por todos los cubanos, que saben que la presencia de Fidel en La Habana cierra una etapa en la historia de Cuba e inicia otra. No es un acontecimiento político más, como el triunfo de un candidato en unas elecciones presidenciales (que ya ha sido vivido por generaciones de cubanos), sino un acto distinto, crucial, de inmedible repercusión. Habrá un antes y un después de este día, pues se asiste al nacimiento de una nueva era. Cierto que este ayer y este mañana han tenido su línea divisoria en la noche de San Silvestre, en la madrugada del 1 de enero de 1959, con la fuga de Batista de Cuba; pero se concretiza en este día, se hace realidad irrevocable con la toma de La Habana por Fidel. La tan anhelada Revolución está aquí por fin. Éste es un momento estelar de la historia de Cuba y aun el más simple cubano lo siente así.

 

Es un día radiante. Hasta atmosféricamente lo es, pues lo auspicia un cielo transparente, de sol, de luz, de aire de cristal. Desde horas tempranas, los habaneros están despiertos y en masa se desplazan hacia la carretera central, por donde entrará la Columna 1 con Castro al frente. Viene encima de un tanque en cuyo cañón flamea una bandera del 26 de Julio, y ahora sí sus más destacados compañeros de armas, como el Che, Camilo y Húber Matos, lo escoltan. Los himnos cubano y del veintiséis impregnan el aire de una marcialidad estentóreamente bélica. Y es que en este momento cada ciudadano se siente un combatiente de la patria.

 

Para el periodista norteamericano Tad Szulc, en su libro Fidel Castro: un retrato crítico, su entrada en La Habana fue “una apoteosis maravillosamente montada”. Redoblan las campanas de las iglesias y suenan las sirenas de las fábricas mientras su columna marcha hacia el Palacio Presidencial, que ocupa ahora Manuel Urrutia (después de haber sido desalojado discretamente por el Directorio Estudiantil Revolucionario), en el corazón de La Habana y en el corazón del poder cívico, a quien Fidel Castro se propone “visitar”. Pero antes hace un alto en el puerto de La Habana para subir al yate Granma (en el que navegó desde México cuando “invadió” Cuba con 83 hombres), llevado allí días antes y atracado al muelle del Club Náutico Internacional. Y cuando Fidel Castro sube a bordo, las baterías de La Cabaña saludan aquel hecho con atronadoras salvas de cañones en tanto los barcos anclados en la bahía hacen aullar sus silbatos. Ningún detalle escapa a esta espectacular puesta en escena.

 

Una pradera de cabezas tapiza el equivalente cubano de la Casa Blanca, especialmente la ancha avenida de las Misiones. Es una multitud tan compacta que nadie puede dar un paso entre ella. Y con esa multitud se tropieza Castro cuando, orillando el mar, avanzando por la avenida del Puerto, llega a las proximidades de palacio. ¿Cómo hará para acceder a su nueva morada? La columna no puede continuar, está paralizada por un real bosque humano. Es como un islote en un mar de gentes cuyas cabezas simulan un oleaje. Hay que seguir a pie, pero ello es igualmente imposible. Fidel tiene entonces una idea en la que va a poner a prueba su dominio sobre la muchedumbre. Pero está seguro de salir airoso. Agarra una bocina eléctrica, se la lleva a la boca y, dirigiéndose a la multitud, como si le estuviera hablando personalmente a cada uno de sus componentes, exclama con familiaridad: “Los cubanos tenemos fama de ser indisciplinados; pero eso no es cierto. Yo creo que uno de los pueblos más disciplinados del mundo es el cubano. Y ahora mismo lo vamos a demostrar. Nosotros tenemos que llegar a palacio para desde allí hablarles a ustedes. Pero si ustedes no abren un camino, no podremos llegar nunca. Así que yo les pido que se aparten, que abran un camino para que mis compañeros y yo podamos pasar. Yo sé que no tendré que repetir esta orden, sino que será cumplida por ustedes inmediatamente”.

 

Sus últimas palabras tenían un acento militar, pero Fidel Castro lo empleó ex profeso. El pueblo de Cuba debía ser como un ejército obediente que cumpliera sus órdenes. Ésta era una buena ocasión para empezar a moldearlo en ese nuevo espíritu, para ensayar los planes que tenía en mente poner en práctica más adelante. Y le dio resultado. Apenas hubo terminado de hablar, un sendero se abrió desde el tanque donde él estaba encaramado hasta las puertas de palacio. Fue como si las aguas de un nuevo mar Rojo se abriesen para dejar paso a otro Moisés, que caminó con paso largo y marcial hacia el umbral del poder. Y mientras marchaba teatralmente con seguridad iba pensando que de igual modo que ahora aquella masa acataba su orden de apartarse, en el futuro la misma, convertida en ejército, se sometería a sus dictados, haría lo que él le mandase. Ya no era sólo el comandante en jefe del minúsculo Ejército Rebelde, sino el jefe castrense del pueblo cubano. Tenía el ejército más numeroso que hubiera soñado militar alguno: siete millones de soldados.

 

La militarización de Cuba había comenzado.

 

César Leante es un escritor cubano que en la década del cincuenta militó en la Juventud Socialista y luego en el Partido Socialista Popular (comunista). En octubre de 1981 solicitó asilo político en España.

Seleccione idioma

José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.