CUBA Y COREA DEL NORTE,

LAS DOS MONARQUÍAS COMUNISTAS

Cuba sufre un régimen totalitario en el que el poder pasa de un Castro a otro

 

Corea del Norte sufre un régimen totalitario en el que el poder pasa de un Kim a otro

La sangrienta purga política en Corea del Norte

14  de diciembre de 2013

Excentricidades del dictador Kim Jong Il

 

Cuando Kenji Fujimoto llegó a Corea del Norte en 1988, Kim Jong Il le recibió con dos mercedes y un sueldo de 50.000 euros. Durante los siguientes 11 años fue su chef personal. Aunque su único cometido era preparar sushi fresco para ‘padre de la patria’, con el paso del tiempo Fujimoto se convirtió también en su amigo y confesor.

 

Viajaban siempre juntos. Iban a cazar, a montar a caballo o a practicar esquí acuático. Kim Jong Il vio por primera vez un partido de la NBA o una película de Clint Eastwood gracias a su cocinero japonés, que durante más de una década guardó celosamente los secretos las excentricidades del líder de la nación más hermética del planeta.

 

Sin embargo, en 2000, y después de dos intentos de asesinato por parte del dictador norcoreano –que sospechaba que su cocinero le había traicionado–, Fujimoto escapó de vuelta a Japón, donde vive del dinero que ha recaudado con su libro sobre las intimidades del Kim Jong Il, que no son precisamente pocas.

 

El periodista y escritor Adam Johnson, ganador de un premio Pullitzer, ha entrevistado al chef para el último número de la revista GQ, en el que cuenta algunas de las mayores locuras del dictador. Estas son las más jugosas:

 

1.- Un ejército de esclavas sexuales

 

Bajo el curioso nombre de ‘Joy Division’ –el mismo que el de la banda británica de los 70– se escondía uno de los más escabrosos secretos de Kim Jong Il. Se trataba de una brigada de jóvenes norcoreanas a las que se separaba de sus familias a la temprana edad de 16 años para adoctrinarlas en el arte de cumplir los deseos sexuales del ‘padre de la patria’.

 

Según cuenta Kenji Fujimoto, “dependiendo de su humor, el ‘querido líder’ las ordenaba que le cantaran canciones románticas, que bailaran música disco, que hicieran un striptease o que improvisasen un combate de boxeo”.

 

2.- Vuelos chárter para comprar en el McDonald’s

 

A lo largo de 11 años Fujimoto hizo cientos de viajes para cumplir con los caprichos culinarios del dictador. Kim Jong Il fletaba vuelos chárter para que su chef comprase comida en un McDonald’s de Pekín. Además, viajaba asiduamente a Irán en busca de caviar, a Tokio a comprar pescado fresco o a Dinamarca, a por cerveza. 

 

Fujimoto también voló a Francia en numerosas ocasiones para satisfacer el gusto de su jefe por el buen coñac, una bebida en la que se gastaba más de medio millón de euros al año.

 

3.- Pasión por Arnold Schwarzenegger

 

El cocinero japonés confiesa en GQ que él fue quien abrió los ojos del fallecido dictador al cine de ‘made in Hollywood’. En vida, Kim Jong Il llegó a coleccionar hasta 30.000 cintas VHS con películas estadounidenses. Su actor preferido era Arnold Schwarzenegger. Kim y Fujimoto veían juntos sus películas mientras veían vino de Burdeos.


Fujimoto presume de haber sido él quien introdujo en el hijo del dictador –el actual presidente del país, Kim Jong Un– la pasión por el baloncesto de la NBA. Al parecer introducía en Corea del Norte cintas con los partidos de los Bulls de Michael Jordan cada vez que volvía de uno de sus viajes. Además, también le traía videojuegos o coches de control remoto.

 

4.- Cambió su seguridad por una película de Clint Eastwood

 

El chef recuerda en su entrevista con GQ cómo en 1993, mientras veían la secuencia de ‘En la línea de fuego’ en la que Clint Eastwood corría junto al coche del presidente, el dictador norcoreano se levantó y gritó “esta es la mejor escena de la película”. Acto seguido,  se dirigió a sus guardaespaldas y les dijo “así es como quiero que me protejáis a partir de ahora, como lo hacen los agentes del Servicio Secreto de las películas.

 

5.- Cada grano de arroz, inspeccionado

 

Obsesionado con su juventud, y temeroso de un posible envenenamiento urdido por sus enemigos, Kim Jong Il obligaba a inspeccionar a mano cada grano que se iba a cocinar para él. Un equipo de 200 personas vigilaba que ningún grano tuviese grietas o defectos.

 

Además, según recuerda Fujimoto, el arroz tenía que cocinarse con el fuego de una hoguera hecha con leña traída del monte Paektu, una de las montañas sagradas de Corea del Norte y donde, según la versión oficial, había nacido el propio Kim Jong Il, debajo de un doble arcoíris.

 

6.- Una piscina con los azulejos de oro

 

El dictador norcoreano disfrutaba de una piscina olímpica subterránea a prueba de bombardeos forrada con azulejos de oro sobre los que estaba dibujada su propia imagen. Además, como no le gustaba hacer ejercicio, ordeno que le construyeran una tabla de surf flotante y motorizada para poder moverse como pez en el agua.

 

7.- Nadie puede pronunciar su nombre

 

Cuando llegó a Corea del Norte a finales de los 80, Fujimoto no conocía a quién iba a servir. No se dio cuenta hasta que vio una foto de Kim Jong Il en un periódico. La razón era simple: nadie en el país podía pronunciar su nombre en público.  Casi todo el mundo se refería al mandatario como ‘Jang-gun-nim’, que significa algo así como ‘querido general’.

 

8.- Se cogía unas sonoras borracheras

 

El chef japonés cuenta que los concursos etílicos entre Kim Jong Il y su sucesor, Kim Jong Un, eran habituales. Las fiestas organizadas por padre e hijo podían durar hasta cuatro días y en ellas se sucedían las bromas pesadas –al dictador le encantaba afeitar la cabeza a sus colaboradores mientras estaban borrachos– y los peligrosos juegos con armas de fuego.

A state of mind

Un Estado y su control mental

Carlos Espinosa Domínguez

14 de diciembre de 2013

 

Un documental realizado por la BBC sigue la vida cotidiana de dos adolescentes de Corea del Norte y muestra imágenes en casas, escuelas y parques que nunca antes el régimen había permitido filmar

 

En El libro negro del comunismo, exhaustivo balance hecho por un equipo de historiadores e investigadores universitarios, los autores admiten las limitaciones con las que redactaron el capítulo correspondiente a Corea del Norte. Señalan que tuvieron que contentarse “con ecos oficiales, interpretar o descifrar testimonios de tránsfugas (…) y con los datos recogidos por los servicios de información de los países vecinos”. Eso se debe a que inmediatamente después de su creación en 1948, Corea del Norte se reveló como “el Estado comunista más cerrado del mundo. Las autoridades comunistas no tardaron en prohibir de hecho el acceso al norte a cualquier representante de la comunidad internacional”.

 

Esa situación se agravó con la guerra contra Corea del Sur (1950-1953), aunque no es esa la única causa: “la naturaleza intrínseca del régimen comunista norcoreano, replegado sobre sí mismo, incluso en el seno del mundo comunista (en efecto, durante el conflicto chino-soviético andará siempre con rodeos sin vincularse totalmente ni por mucho tiempo a un campo o al otro), pero también su temor, un poco al modo de los comunistas albaneses o camboyanos, al ver cómo las influencias del mundo exterior corrompen la «unidad ideológica del pueblo y el partido», explican que el Estado norcoreano merezca perfectamente el nombre de «reino eremita» que a veces se le da. Este repliegue sobre sí mismo ha sido teorizado incluso con la llamada ideología del Djuché, es decir, del dominio de sí mismo, de la independencia, e incluso de la autosuficiencia, ideología que se asienta oficialmente en los estatutos del Partido del Trabajo Coreano”.

 

Por todo ello, no resulta fácil comprender las razones que llevaron a Corea del Norte a autorizar a la BBC para realizar el documental A State of Mind (2004). Nunca antes se había permitido a un equipo de otro país a filmar en casas, escuelas, parques. No solo eso, sino que un régimen tan celoso en cuanto a autorizar el acceso a los extranjeros garantizó al equipo “acceso sin restricciones”. El propio director y guionista, Daniel Gordon, lo confirmó y declaró que aunque en todo momento tuvieron traductores y guías, nunca fueron censurados ni controlados. Por supuesto, a nadie le puede caber la menor duda de que previamente las autoridades se aseguraron de que nada inconveniente o controversial pudiera ser revelado durante la realización del filme.

 

También es oportuno señalar que el permiso se logró después de largas negociaciones. Daniel Gordon además tenía a su favor el haber realizado en Corea del Norte un documental anterior, The Game of their Lives (2002). Se trata de una crónica sobre el equipo norcoreano de fútbol que participó en la Copa Mundial de 1966. En aquel evento lograron llegar, para sorpresa de todos, a los cuartos de finales tras derrotar a Italia. Las autoridades norcoreanas autorizaron a Gordon para que entrevistara a los siete jugadores que aún vivían. El tono políticamente neutral con que fue tratado el tema hizo que The Game of their Lives se transmitiera diez veces por la televisión norcoreana. Eso actuó a favor del cineasta británico, para que le autorizaran a rodar A State of Mind. Una vez terminado, es evidente que el filme satisfizo a las autoridades: en el Festival Internacional de Cine de Pyongyang recibió dos premios.

 

La idea de la cual parte el filme es seguir a dos chicas norcoreanas, Pak Hyon Sun, de trece años, y Kim Song Yon, de once, desde febrero hasta septiembre del 2003. Durante esos ocho meses, las guapas y encantadoras adolescentes se prepararon para participar en los Arirang, los Juegos Masivos. Estos se celebran en Pyongyang desde el año 2002 y constituyen el espectáculo coreográfico masivo más grande el mundo. Por sus gigantescas proporciones, se puede comparar al acto inaugural de los Juegos Olímpicos, aunque en otros aspectos los aventaja. Se ofrece durante varios días y es transmitido repetidamente a través del único canal de televisión que existe en el país.

 

A State of Mind celebra la disciplina, voluntad y espíritu con que las dos adolescentes se dedican a prepararse para los Juegos Masivos, así como el apoyo que reciben de sus familias. Parte del documental recoge las jornadas de entrenamiento. Para ellas, no hay tiempo para juegos. La participación en los Juegos Masivos es una obsesión que domina sus vidas. Es la oportunidad de demostrar con orgullo su amor al Querido General (así llaman los norcoreanos a Kim Jong Il). Por eso ensayan hasta la extenuación sobre un piso de cemento. Dos meses antes de la apertura del evento, pasan a practicar desde las 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde. En una escena, Pak Hyon Sun confiesa sentirse agotada con esa estricta rutina diaria. Es una de las pocas ocasiones en que se desvía de la ideología oficial, un detalle que le da autenticidad al filme.

 

La cámara sigue además a las adolescentes en su existencia cotidiana. Eso hace de A State of Mind una fascinante muestra de cinéma vérité y ensayo cinematográfico. Vemos así su pereza para levantarse por la mañana, cómo juegan con el perro, cómo estudian bajo un retrato del Gran Líder (nombre que los norcoreanos dan a Kim Il Sung). También se aprecia el genuino placer con que disfrutan las pequeñas cosas: un picnic, un descanso en los ensayos, un paseo con la familia. Asimismo el filme recoge su excursión al Monte Paekdu, para ellas un sitio sagrado de la revolución. Allí fue donde el Gran líder llevó a cabo la lucha contra los japoneses, y donde además nació el General. La visita al Monte Paekdu es una peregrinación que se espera todo norcoreano haga en algún momento de su vida.

 

Daniel Gordon respeta las reglas establecidas por el régimen y a lo largo del filme se mantiene cuidadosamente imparcial. Se centra en la preparación de las dos adolescentes para lo que el narrador califica como una real socialism extravaganza. La imagen de los norcoreanos que se da trasluce simpatía y respeto. El testimonio sobre la vida de las dos familias está humanizado. El padre de Kim Song Yo es muy estricto con sus tres hijas. La madre, en cambio, consiente a la chica y esta, a su vez, le confía sus secretos. Entre ambas existe una relación de complicidad. Más allá de la ideología, en la pantalla se muestra a personas reales que parecen ser felices en su reglamentada existencia. Son capaces, disciplinados y tratan de vivir lo mejor que pueden bajo ese régimen totalitario.

 

¡Malditos americanos! Es culpa de ellos

 

Ahora bien, A State of Mind dista de ser una obra de propaganda (pueden comprobarlo quienes vean el filme en sitios de la red como YouTube). Y aunque no es un documental político, el director no puede evitar que ciertos aspectos de esa sociedad se pongan en evidencia. Ante todo, resulta obvio el lavado de cerebro y el adoctrinamiento a los que la población ha sido sometida durante décadas. Eso se pone de manifiesto a lo largo del filme, que muy bien pudo titularse A State of Mind Control. La madre de una de las adolescentes habla sobre las dificultades que pasaron durante la Marcha Ardua (es la primera ciudadana de Corea del Norte que habló a un extranjero sobre ese tema, expresa el narrador).

 

Ese fue el nombre que el gobierno dio a la gran hambruna que vivió el país entre 1995 y 1997. En 2001 el gobierno admitió la muerte de 250 mil personas. De acuerdo a estimaciones internacionales, los muertos alcanzaron los 2 millones, cifra que representa el 2 por ciento de la población total. La explicación que da esta señora es que eso se debió a las condiciones climáticas anormales y a las agresiones imperialistas. La misma justificación da cuando por la noche se produce un apagón en su apartamento, situado en pleno centro de la capital: “¡Malditos americanos! Es culpa de ellos”. Como aclara el narrador, esos apagones son frecuentes.

 

En otra parte del documental, antes de dirigirse a las aulas, los escolares, guiados por el que presumiblemente es el director del colegio, declaran su compromiso de mantener la fidelidad al socialismo y al generalísimo Kim Jong Il, no importa cuán adversas sean las circunstancias. En una clase de Historia Revolucionaria, la maestra utiliza un gráfico para explicar a los niños las tres grandezas del Gran Líder: grandeza de ideología, grandeza de liderazgo, grandeza de aura. Ni siquiera las clases de inglés escapan al adoctrinamiento. Un estudiante tiene abierto el libro de texto en una página en la cual se lee: “My Dream: Everyone of us has something to do in the future. Most of us will join the Korean People´s Army. Some of us will work on co-op farms. Some of us will work in factories. Some will work in research institutes. Some will go to the space to study it”.

 

Asimismo otros datos que proporciona el narrador a manera de simple información, contribuyen a tener una idea de las restricciones con las que los norcoreanos. La familia de una de las chicas aprovecha los dos días feriados con los que se celebra el cumpleaños de Kim Il Sung, para visitar a un amigo del padre que vive fuera de Pyongyang. Ambos estuvieron juntos en el ejército, pero no se ven desde hace diez años. No se especifica la razón, pero se dice que para viajar a otra ciudad los norcoreanos necesitan tener un permiso.

 

En otra de las escenas, la familia de Kim Song Yon mira el televisor. Fue un regalo del Estado por la participación de Kim Song Yon en los Juegos Masivos de 2002. En Corea del Norte funciona un solo canal, que diariamente tiene cinco horas de programación. En todos los apartamentos de ese bloque hay también una radio, colocada en la pared de la cocina. Está permitido bajar el volumen, pero no se puede apagar. En otras imágenes, se ve a la madre de una de las adolescentes mientras prepara la comida. En Corea del Norte, precisa el narrador, cada persona recibe al mes un pollo y seis huevos. Sin embargo y como también se aclara, el nivel de vida de la capital es superior al del resto del país. Los dos millones de personas que residen allí lo consideran un privilegio.

 

Pak Hyon Sun y Kim Song Yon, lo apunté antes, son simpáticas, bonitas, y no se diferencian de muchas de las chicas de su edad que uno conoce. Son unas adolescentes normales que crecen en unas circunstancias anormales. Al igual que ellas, muchas chicas practican gimnasia, pero no lo hacen durante cinco horas sobre el concreto. Al igual que ellas, muchas otras cantan karaoke, pero no canciones cuyos estribillos expresan “nuestro Partido es el mejor, el comunismo es lo mejor”. Al igual que ellas, muchas cenan con su familia, pero no lo hacen a oscuras, alumbrándose con una vela. Al igual que ellas, muchas otras asisten a la escuela, pero allí no las enseñan a odiar a los norteamericanos y a combatirlos hasta el final.

 

El último segmento del documental recoge la inauguración de los Juegos Masivos. A través de esas imágenes, se puede apreciar el resultado de los varios meses dedicados a su preparación. Un total de 120 mil personas, entre bailarines, gimnastas y karatecas, realizan unas coreografías perfectamente concebidas y ejecutadas con una sincronizada precisión. Visualmente, los números y danzas son muy hermosos y algunos, son físicamente muy difíciles. Es un espectáculo de un esplendor y una perfección sorprendentes, que A State of Mind capta en secuencias impresionantes. Pero como ocurre con otros aspectos, la cámara captura algunos detalles inconvenientes. Se ve así a un grupo de burócratas militares que parecen estar aburridos. Incluso uno de ellos mira con impaciencia el reloj.

 

Lo cierto es que los Juegos Masivos constituyen un evento que enmascara la pobreza de un país que, además, posee uno de los peores records mundiales de respeto a los derechos humanos y las libertades. Son como un oasis engañoso en medio del desierto. El gobierno los utiliza como una herramienta de propaganda y se realizan a costa del entrenamiento rígido y la disciplina de los participantes. Asimismo su tema es siempre la glorificación de sus líderes (hay que hablar en plural, puesto que se trata de un régimen totalitario en el que el poder pasa de padre a hijos). En ese sentido, los Juegos Masivos poseen una iconografía fija: la salida del sol, así como las flores púrpuras, aluden al Gran Líder; el color rojo simboliza la clase trabajadora; una montaña nevada representa el Monte Paekdu. Y así.

 

A State of Mind finaliza con un texto, en el cual se dice que Pak Hyon Sun y Kim Song Yon actuaron dos veces diariamente durante veinte días. Kim Jong Il no pudo asistir a ninguna de las representaciones. Los comentarios están de más.

Sueño de verano en Pyongyang

Mikel López Iturriaga

20 de junio de 2013

 

Lo que tienen estos regímenes tan dados a las hambrunas es que, salvo que seas dirigente del Partido, mantienes la línea. O te mueres.

 

Este verano quiero ir de vacaciones a Corea del Norte. Una impagable publicidad de Destinia.com en este periódico me ha abierto los ojos: déjame de playas y quítame de monumentos, porque lo que necesito es pasar una semana en la dictadura comunista más enrollada del mundo. ¿Quién puede resistirse a los reclamos del anuncio, que avisa de que no podrás utilizar ni móvil ni internet, y además vivirás “restricciones de vestimenta”? Yo, desde luego, no.

 

Allí podría disfrutar los desfiles y los misiles, de la estética naïf de pueblo feliz bajo el socialismo y, sobre todo, de esa arquitectura mastodóntica que transforma al ser humano en una hormiga sin conciencia individual. Hace poco estuve en Bucarest y vi el palacio que construyó Ceaucescu tras una inspiradora visita a Pyongyang, y desde entonces fantaseo con emprender una loca Ruta de los Tiranos que incluya los edificios más demenciales erigidos por sátrapas del siglo XX.

 

Además, si me hiciera un #norcoreanamente podría admirar el rastro dejado por el gran Kim Jong Il. Este pequeño gordezuelo con gafotas Telefunken, pelo cardado y trajes de tergal me robó el corazón hace años, y las recientes revelaciones sobre su figura publicadas por la revista GQ no han hecho más que aumentar el hechizo. Según un chef japonés que trabajó para él 10 años, el Querido Líder se gastó 700.000 dólares en coñac y mantuvo una surtida bodega de 100.000 botellas mientras dirigía los destinos de un país con el PIB de una rata famélica. El cocinero, cuyo pseudónimo -Kenji Fujimoto- sospecho sacado de un episodio de Mazinger Z, viajaba por todo el mundo para complacer los antojos de Jong Il: caviar iraní, pescado fresco japonés, cerveza danesa, Big Macs de Pekín o vídeos de Iron chef, programa culinario del que el déspota era fan. Mi Kim también tenía un batallón de 200 personas trabajando en un “instituto para la longevidad”, en el que se revisaban uno por uno los granos de arroz que comía para que no tuvieran el más mínimo defecto. ¿No es adorable?

 

Temo, eso sí, que la gastronomía de Corea de Arriba no resulte demasiado atractiva, porque allí comer, lo que se dice comer, la gente no come mucho. Es lo que tienen estos regímenes tan dados a las hambrunas: salvo que seas dirigente del Partido, mantienes la línea. O te mueres. Pero quién sabe, quizá el hijísimo Kim Jong Un se entere de mi presencia y me adopte como su Fujimoto particular. Ustedes perderían un columnista, pero yo viviría como un rojo rajá.

Corea del Norte, acceso al terror

Corea, donde nadie quiere la guerra

Jesús A. Núñez

19 de abril de 2013

 

La reciente escalada retórica militarista impulsada por Pyongyang podría hacer pensar que la guerra está a la vuelta de la esquina. Sin embargo, y a pesar de las dudas que siempre plantea un régimen tan opaco, sigue siendo evidente que nadie quiere traspasar la línea roja que conduzca a una confrontación militar en la que todos los actores implicados saldrían perdiendo.

 

Aunque el estado de guerra se mantiene en teoría desde el armisticio de 1953- dado que nunca se llegó a firmar un acuerdo de paz entre las dos Coreas-, hace mucho que Seúl ha desechado cualquier ataque contra territorio norcoreano. Y esto es así, en términos puramente militares, porque no podría soportar la represalia norcoreana sobre Seúl, al alcance de los más de 10.000 cohetes, misiles y piezas de artillería que Pyongyang ha ido desplegando a lo largo de los años como principal instrumento de castigo si ve en peligro la supervivencia del núcleo duro del régimen. Ese comportamiento responde a una pauta- que nos retrotrae a marzo de 2010, cuando los norcoreanos hundieron una corbeta surcoreana- que le concede a Kim Jong-un una ventaja añadida en el juego de apariencias que se desarrolla actualmente en la península coreana.

 

Por lo que respecta a Estados Unidos, nada indica que Obama desee aventurarse militarmente en una apuesta de ese tipo. Es evidente que disfruta de una abrumadora superioridad militar frente al sátrapa norcoreano, y que la victoria final sería suya si se produjera un choque frontal. Pero el coste sería hoy por hoy inaceptable, no solo por los imponderables que todo conflicto violento supone, sino también porque la activación de la maquinaria militar estadounidense en la zona facilitaría a China defender la necesidad de incrementar su ya visible rearme en una región que aumenta día a día su importancia geoeconómica.

 

Eso no quita para que Washington siga el guión obligado con su aliado, incluso realizando más ejercicios militares conjuntos (al tiempo que ha renunciado a probar un nuevo misil intercontinental, como señal de que no quiere alimentar la tensión) y declarándose dispuesto a defenderlo ante cualquier contingencia. Ayuda a actuar de ese modo el convencimiento de que Pyongyang no dispone todavía de la capacidad para lanzar un ataque nuclear y las dudas sobre la verdadera operatividad de sus nuevos misiles (sea el KN-08- con un alcance estimado en 10.000 kilómetros- o el Musudan- de unos 4.000-, que nunca han sido lanzados desde una plataforma móvil). Tampoco asustan en demasía los más de un millón de soldados que Corea del Norte dice tener preparados para la guerra, conscientes de que tanto su grado de efectividad como el estado del armamento que puedan manejar son muy cuestionables.

 

En cuanto a China, la guerra en la península coreana también sería una muy mala noticia. Por una parte, porque si estalla la interpretación dominante sería que Pekín no ha logrado controlar a su teórico aliado, lo que afectaría a su pretensión de ser percibido como un actor de envergadura mundial. Y, además, porque teme ver materializada una de sus pesadillas locales: una oleada de ciudadanos norcoreanos tratando de entrar en territorio chino. Por último, no cabe olvidar que esa hipotética confrontación militar alimentaría un rearme regional que supondría un mayor desafío para la economía china en un momento en el que su modelo económico necesita ingentes recursos para frenar las dinámicas desestabilizadoras que ya son visibles en su propio seno.

 

Pero es que, finalmente, tampoco Pyongyang obtendría ventaja alguna de un estallido bélico. Dado que el régimen no se caracteriza precisamente por su afán suicida- sino, más bien, por su interés es sobrevivir en un entorno hostil- sabe que una guerra sería una segura apuesta por su destrucción. No tiene medios suficientes (ni militares, ni económicos) para sostener el empeño contra enemigos claramente superiores. No puede contar tampoco con el apoyo militar directo de Pekín y ningún otro gobierno cabe imaginar que se alinee con Pyongyang. En resumen, si se le ocurre desencadenar un ataque en toda regla habrá perdido el efecto disuasorio que le ha servido hasta ahora para preservar al régimen- jugando con una mezcla de gestos atrevidos que le hacen pasar por impredecible- y para obtener ciertos favores (sea ayuda alimentaria o productos energéticos). Con sabias dosis de agresión controlada y de manejo de sus propias debilidades- que hacen pensar a cualquier posible enemigo que basta con esperar a su colapso en lugar de aventurarse a un ataque militar- Pyongyang ha logrado tener una presencia internacional muy superior a su propio peso.

 

Visto así, y precisamente en clave de mantenimiento del régimen, Kim Jong-un necesita promover algunas reformas de un modelo insostenible en los parámetros actuales. Para ello, sin olvidarse de jugar la carta militarista, busca sobre todo neutralizar las amenazas de su entorno regional, con la pretensión de implicar directamente a Washington en la firma de la paz con Seúl, y que se levanten las sanciones de la ONU. Aunque para hacerlo elija un camino inquietante.

Kim Jong-un atacaría a EEUU

para “festejar” el cumpleaños de su abuelo


El ataque nuclear de Corea del Norte sería el 15 de abril, fecha de nacimiento de Kim Il-sung. En 2012 lanzaron su primer satélite

 

“El 15 de abril es el cumpleaños del fundador de Corea del Norte, Kim Il-sung, y el año pasado Pyongyang conmemoró esa fecha realizando el lanzamiento de su primer satélite”, explicó el corresponsal de Rusia Today Joseph Kim.  

 

“Al igual que muchos expertos, creo que algo va a hacer Corea del Norte el próximo 15 de abril, y esto bien podría ser un ataque”, afirmó Kim. 

 

En tanto, un alto oficial de la Inteligencia de Estados Unidos también advirtió que Pyongyang podría estar planeando lanzar un proyectil balístico móvil en los próximos días o semanas, según informó la cadena CNN

 

“Comunicaciones interceptadas recientemente indican que Corea del Norte planea el lanzamiento del misil balístico en los próximos días o semanas”, declaró el alto funcionario. 

 

Según Mark Fitzpatrick, director del Programa de No Proliferación y Desarme en el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres, se trataría de un proyectil de medio alcance. En concreto mencionó el Musudan, un misil que el país nunca ha probado y que, según Fitzpatrick, podría alcanzar Japón pero no Guam

North Korea Missile Launch?

South Korea Increases Monitoring,

Asks China And Russia To Help.

Daum Kim and Phil Stewart

 

April 10 (Reuters) - South Korea said on Wednesday there was “very high” probability that North Korea, engaged in weeks of threats of war, would launch a medium-range missile at any time as a show of strength despite diplomatic efforts to soften its position.

 

Foreign Minister Yun Byung-se said South Korea had asked China and Russia to intercede with the North to ease tension that has mounted since the U.N. Security Council slapped fresh sanctions on Pyongyang after a new nuclear arms test in February.

 

But all was calm in the South Korean capital, Seoul, long used to North Korean invective under its 30-year-old leader Kim Jong-un. Offices worked normally and customers crowded into city-centre cafes.

 

Seoulstocks edged up 0.77 percent from a four-and-a-half-month low hit earlier this week, though trading was light with threats from the North still clouding the picture. The won currency gained 0.3 percent.

 

Other officials in Seoul said surveillance of North Korean activity had been enhanced. Missile transporters had been spotted in South Hamgyong province along North Korea's east coast - possible sites for a launch.

 

North Korea observes several anniversaries in the next few days and they could be pretexts for military displays of strength. These include the first anniversary of Kim's formal ascent to power, the 20th anniversary of rule by his father Kim Jong-il, who died in 2011, and the birth date next Monday of his grandfather, state founder Kim Il-Sung.

 

The near-daily threats to South Korea and the United States of recent weeks were muted in state media on Wednesday, with the focus largely on the festivities lying ahead.

 

A report by the KCNA news agency said North Koreans were “doing their best to decorate cities”. Another dispatch related a “production upsurge” in the coal, steel, iron and timber industries, with figures showing that the quarterly plan set by authorities had been “overfulfilled”.

 

In Washington, Admiral Samuel Locklear, the commander of U.S. forces in the Pacific region, also said the U.S. military believed North Korea had moved an unspecified number of Musudan missiles to its east coast.

 

The Musudan can reach targets at a distance of 3,500 km (2,100 miles) or more, according to South Korea, which would put Japan within range and may even threaten Guam, home to U.S. bases. South Korea can be reached by the North's short-range Scud missiles.

 

MISSILE LAUNCH POSSIBLE “AT ANY TIME”

 

Foreign Minister Yun told a parliamentary hearing: “According to intelligence obtained by our side and the U.S., the possibility of a missile launch by North Korea is very high.”

 

North Korea, he said, could launch a Musudan missile “at any time from now”.

 

The U.S.-South Korea Combined Forces Command in Seoul raised its “Watchcon 3” status, a normal condition, by one level to boost monitoring and increase the number of intelligence staff, a senior military official told the South's Yonhap news agency.

 

Yun said he was coordinating with China and Russia “to make efforts to persuade North Korea to change its attitude”.

 

China is North Korea's sole major ally, although its influence over Pyongyang is open to question and Beijing has, in any event, backed the new sanctions. Moscow backed North Korea in Soviet times, though its influence has waned unquestionably.

 

A Chinese Foreign Ministry spokesman issued a fresh appeal for restraint on the Korean peninsula and said nothing about any possible effort to bring about a change in the North's policy.

 

Patricia Lewis, Research Director at the London-based think tank Chatham House, said that strictly on the basis of the North's vast conventional forces, caution was required.

 

“The conventional military capabilities of North Korea are all too real and all too close to Seoul,” she wrote in a paper. “Any incursion could escalate involving the U.S. and Japan, China, perhaps Russia and others.”

 

Pyongyang has tested short-range Scud missiles. The longer-range Musudan and Nodong missiles are an unknown quantity.

 

“If the missile was in defence of the homeland, I would certainly recommend that action (of intercepting it). And if it was defence of our allies, I would recommend that action,” Locklear told a Senate hearing in Washington.

 

Pyongyang has threatened a nuclear strike on the United States - something it does not have the capacity to carry out - and “war” with “puppet” South Korea - threats that appear to be aimed at least in part at boosting internal support for Kim.

 

WEEKS OF EXERCISES

 

The North is also angry at weeks of joint South Korean-U.S. nuclear exercises. About 28,000 U.S. forces are permanently based in South Korea.

 

U.S. Secretary of State John Kerry visits Seoul this week.

 

On Tuesday, the North told foreigners in South Korea to leave to avoid being dragged into a “thermonuclear war”. It previously warned diplomats in Pyongyang to prepare to leave.

 

The North closed a money-spinning industrial park it operates with South Korean companies this week, putting at risk a venture that is one of its few sources of hard cash.

 

Officials said 292 South Koreans remained in the complex just inside the North Korean border, apparently waiting for clarification over Pyongyang's plans.

 

In China's northeast region of Dandong, tour operators said they had been told by local authorities to halt overland tourism to North Korea and some tourists were turned away. Other tours, including those involving air travel, were operating as usual.

 

Chinese figures showed exports to North Korea fell 13.8 percent in the first quarter of the year compared to last year, with total trade pegged at $1.3 billion, a decline of 7.2 percent, though such figures are notoriously unreliable and the customs authorities would not say why the numbers dipped. (Additional reporting by Christine Kim and by Ben Blanchard in Beijing and Max Duncan in Dandong; Writing by Ron Popeski; Editing by Raju Gopalakrishnan and Nick Macfie)

Un paraíso sin minusválidos ni luz

Jerónimo Andreu

7 de abril de 2013

 

¿Cómo es la vida real de los norcoreanos? EL PAÍS ha buscado los testimonios de los pocos extranjeros que han residido en el país para retratar el día a día de los súbditos de Kim Jong-un


Ni los campos de castigo, ni la gran bomba yanqui. Hay una amenaza más directa para los habitantes de Pyongyang: el aburrimiento de los actos políticos. Lo descubrió el embajador británico John Everard cuando sirvió en el país. Siempre le preguntaba a los norcoreanos sobre qué hablaban los mítines y las sesiones de adoctrinamiento a las que debían acudir semanalmente. “No lo sé”, le contestaban, y él pensaba que era por discreción. Hasta que se dio cuenta de que no: de que al escuchar las letanías sobre las bondades del régimen, los norcoreanos desenchufaban y quedaban en estado catatónico, soñando despiertos con que ojalá hubiera un poco de carne para la cena.

 

Corea del Norte es un misterio. ¿Hasta qué punto aplauden sus habitantes el discurso de Kim Jong-un? ¿Puede ser que las presiones internas estén espoleando las bravuconadas bélicas contra Corea del Sur y EEUU? Difícil de contestar cuando ni siquiera se conocen los aspectos más banales de la vida en el país. Recientemente la agencia de noticias AP abrió la primera oficina internacional en Pyongyang y la comunidad internacional lo celebró como un paso hacia la transparencia, hasta que se reveló que los dos periodistas contratados habían sido elegidos de una lista propuesta por el régimen. Como vía alternativa de conocimiento quedan los refugiados huidos y los escasos occidentales que han vivido en el país, un colectivo poco parlanchín compuesto por miembros de embajadas, ONG y organismos internacionales conscientes de que violar la confidencialidad les crearía problemas. El embajador británico entre 2006 y 2008, John Everard, escribió sus experiencias en Only beautiful please (Shorenstein Asia-Pacific Research Center, 2012) tras dejar la carrera diplomática, y su editor —la Universidad de Stanford— no ha respondido a las peticiones de entrevista. La embajada española en Seúl, que se ocupa de cubrir Pyongyang, también ha declinado expresarse. Solo una fuente diplomática ha relatado sus experiencias en Pyongyang (tres millones de habitantes) a condición de no revelar ni siquiera su país de origen. Este diplomático describe una vida gris, hermética y jerarquizada. “Con todas sus limitaciones, Pyongyang es una especie de paraíso proletario. Vivir allí es un premio porque no hay hambrunas y tienes más oportunidades, así que al que deja de merecerlo le meten las cosas en un camión y se lo llevan al campo. Esa amenaza genera cierta paranoia agravada por detalles como el control de las visitas en casas. Una reunión de más de uno es una conspiración. En los sitios públicos se puede hablar, pero nada más”, explica. Su experiencia no fue especialmente entrañable. “Nada de tomarse una cerveza después del trabajo”, dice con fastidio. “No querían intimar”. El diplomático pide que no se especifique el año en que trabajó allí: “Tampoco importa. La rutina no cambia mucho ni en 3 años ni en 40”.

 

Hay una única cadena de televisión y emite solo media hora a la semana de información internacional

 

Everard no percibió que los norcoreanos tuvieran tantos problemas para hablar (una vez esquivado el control gubernamental), y opina que al final se acaba imponiendo sobre la tremenda timidez asiática la pasión por charlar y acumular cotilleos. Se podían establecer conversaciones de una relativa intimidad en las que abordar temas como la infidelidad conyugal o la conflictiva relación con los mayores que impone el confucianismo. Incluso le sorprendió hallar cierta candidez en sus interlocutores. Por ejemplo, al alertarles de que podía haber micrófonos cerca de su conversación, estos se reían y apuntaban que, siendo aquello Corea del Norte, seguro que estarían estropeados.

 

El embajador decidió recoger sus experiencias cansado de la alegría con que en el lado occidental se repetían los clichés sobre norcoreanos bajitos desfilando sumisos. Más precisamente, el embajador se fijó un enemigo: los analistas que por televisión acostumbraban a debatir sobre el lavado de cerebro norcoreano sin poner un pie en el país. Los peinados de los Kim son divertidos, de acuerdo; el culto a su persona estridente y las canciones que le dedican, de un patetismo cómico: nadie lo duda. Lo que Everard pide es no reducir a los norcoreanos a sujetos de una enorme broma. “Es un país real, donde vive gente real, cuyas vidas no giran alrededor de la política nuclear, sino de sus familias, sus colegas y las preocupaciones cotidianas”.

 

El resultado es un relato revelador: en el país hay grandes diferencias sociales, y a los que no pertenecen a la casta superior les ofenden los bolsos caros que lucen las mujeres de los cuadros del partido o que los misteriosos coches de lujo bendecidos con la matrícula “2.16” (en referencia a la fecha de nacimiento de Kim Jong-il, 16-02-1941) puedan saltarse las señales de tráfico. Incluso los funcionarios de clase media con los que trata el embajador viven en pisos atestados en los que es necesario desayunar por turnos. Su dieta es mala, compuesta casi exclusivamente por arroz, y tienen una desmesurada afición por el tabaco y el alcohol. Everard detecta que la omnipresente propaganda ha perdido influencia y que los ciudadanos compran solo una parte de la misma. “No se creen que las montañas bailaran de alegría cuando nació Kim Il-sung, pero les parecía de mal gusto que les preguntara por esas cosas”, cuenta. Su obra está salpicada de consejos, como que no es muy divertido ir al karaoke, donde todas las canciones versan sobre los poderes del Gran Líder. También de anécdotas reveladoras; por ejemplo, cuando es invitado a sembrar arroz en una granja colectiva. “¿No les molestan las visitas?”, preguntó a un campesino. “Qué va: cuando vienen ustedes nos dejan sacar el tractor”, respondió.

 

La oscuridad derivada de la falta de combustible es lo primero que sorprende. Tanto que las viñetas del cómic Pyongyang (Astiberri, 2005), del canadiense Guy Delisle, se llenan de siluetas negras en cuanto cae el sol: fantasmas que andan por una ciudad en la que solo brillan como faros para ánimas las estatuas de los líderes de la revolución. Guy Delisle, que también ha rechazado hablar para este reportaje, describe carreteras de cuatro carriles sin coches y guías que se niegan a responder a sus preguntas (bastante impertinentes, por cierto) o que lo hacen de forma escalofriante. Por ejemplo, cuando le inquirió a su traductor por qué no se veían minusválidos en la capital, este respondió: “Porque todos los norcoreanos nacen fuertes, inteligentes y saludables”. El ex embajador británico asegura que escuchó otra explicación: los disminuidos son enviados fuera de la capital por motivos de imagen.

 

El caso del canadiense es particular. Llegó al país porque la empresa francesa de animación para la que trabajaba había deslocalizado la producción de sus dibujos animados. Delisle tiene la misión de supervisar la calidad, y no se le olvida el cinismo que representa que su empleador pague sueldos miserables a los norcoreanos por crear entretenimiento infantil. Sus apuntes sobre el mundo laboral son enriquecedores. Aunque el mercado es nominalmente libre y la gente puede cambiar de empleo, el canadiense refleja que cuando un dibujante era malo, desaparecía y lo sustituía uno venido de provincias. Los norcoreanos son trabajadores devotos, con ganas de que su país funcione. Eso no quita que la mayoría aspire a un trabajo en el comercio que les dé acceso a divisas y productos extranjeros. “No conocí a nadie cuya ambición fuera servir en la jerarquía del partido”, cuenta Everard. Trabajan seis días a la semana. El ocio no es una prioridad del régimen, pero los norcoreanos buscan huecos para divertirse, casi siempre en grupo mediante paseos comunitarios, bailes en la calle o juegos.

 

Y luego está el placer de charlar. La falta de información convierte el cotilleo en una actividad fundamental, lo cual explica el valor que dan los norcoreanos a tener amigos de total confianza, normalmente conocidos en la escuela. Aparte de ese esencial medio de comunicación, no hay Internet, cuentan con una única cadena de televisión y solo media hora a la semana de información internacional. Los norcoreanos no conocen nada sobre su Gobierno: ni el nombre de los ministerios, ni que los líderes tienen familia. Menos aún, el revuelo que se organizó cuando uno de los hijos de Kim Jong-il fue interceptado yendo a Disneyland. Aun así, las influencias se cuelan mediante teléfonos chinos o los DVD de telenovelas surcoreanas llegados de contrabando. Visionar una de estas fantasías opulentas implica prisión, pero las familias tapan las ventanas para poder verlas tranquilamente en casa.

 

La militarización de la vida es angustiosa en un país que técnicamente sigue en guerra desde 1953 y en el que el servicio militar dura 10 años. Que el suburbano esté sepultado a 90 metros para servir de refugio nuclear no transmite confianza. Los trayectos en escaleras mecánicas son tan largos que a menudo los viajeros se sientan en los escalones a leer. En cualquier caso, a trabajar hay que ir con tiempo por si hay cortes de energía en el transporte.

 

Porque tener problemas en el trabajo no es aconsejable. “El racionamiento de la comida es otra forma de control”, explica la fuente diplomática anónima. “Al obrero le dan un sueldo bajo y lo completan con alimentos que garantiza cada centro de trabajo. Así que si no trabajas en algo aprobado por el Estado, no comes”. Los grandes almacenes, con pocos productos y muy anticuados, han encontrado la competencia del mercado negro: “El Estado no puede proveer, y cada vez más necesidades se satisfacen fuera”. Estas transacciones privadas han dado lugar en los últimos años a pequeños actos de desobediencia civil, como mercadillos ilegales de alimentos y productos venidos de China que la policía disuelve y se vuelven a formar a unos cuantos metros, igual que los top manta en España.

 

Más detalles sobre la escasez. Casi nadie tiene ducha en casa. ¿Quiere decir eso que no son demasiado aficionados a la experiencia? Probablemente, y no se les puede culpar después de saber que en el país es imposible darse una ducha caliente, incluso cuando la temperatura en invierno llega hasta los 20 grados bajo cero.

 

La escasez de información lleva a recurrir a fuentes tan improbables como el documental holandés Corea del Norte: Un día en la vida (Pieter Fleury, 2004), producido por el Ministerio de Cultura de Corea del Norte. Lo que se supone que debía de ser un glorioso retrato de la rutina revolucionaria resulta más bien inquietante. Por ejemplo, las fanfarrias que reciben a unas trabajadoras al llegar a su fábrica textil, en cuya puerta una voluntaria les arenga: “Aquí sois las protagonistas de la lucha. Esta mañana de nuevo marcháis hacia el campo de batalla de vuestro destino”. Durante todo el día coserán abrigos entre música patriótica y concursos para elegir a la obrera más hacendosa.

 

Otro recurso valioso es la obra de Barbara Demick, Querido Líder: vida cotidiana en Corea del Norte (Turner, 2011). La periodista de Los Angeles Times fue corresponsal en Seúl y, gracias a los testimonios de huidos por la frontera china, reconstruyó la vida en la vecina del Norte. Los testimonios de seis oriundos de la tercera ciudad de Corea del Norte, Chonghin, ofrecen una imagen contundente de las privaciones en unas provincias casi feudales: operaciones sin anestesia, niños que durante la hambruna de los noventa pasaban días sin comer... Los lamentos de Mi-ran para que su madre le compre papel con que responder a las cartas de amor de su novio emocionarían a una estatua de bronce de Kim Jong-il.

 

La principal sensación que se rescata del libro vuelve a ser la de la oscuridad, mental y física. En arranques poéticos, los refugiados recuerdan lo tranquilo y natural que resulta su país frente a la masificada Seúl, y evocan el cielo más limpio de Asia, sin un ápice de contaminación lumínica. Esta imagen lírica sabría retorcerla el exsecretario de Defensa estadounidense Donald Rumsfeld, que en sus comparecencias de prensa disfrutaba enseñando una foto por satélite de las dos Coreas de noche: la del Sur se veía próspera e iluminada; la del Norte era una mancha negra que se fundía con el mar. Bajo esta gráfica jaculatoria del capitalismo, se puede imaginar a los norcoreanos en sus casas, en silencio y con los ojos abiertos, a la espera de que llegue el sueño, sin poder leer ni encender una bombilla.

 

Una dictadura en viñetas. En estos extractos del cómic autobiográfico Pyongyang, el canadiense Guy Delisle muestra varios aspectos de la realidad norcoreana que le resultaron chocantes en los dos meses en los que vivió allí: el metro-búnker, los niños prodigio entrenados por el régimen, la escasez energética y el extremado pudor de las mujeres.

Corea, entre la mentira y la provocación

Abel Veiga Copo

6 de abril de 2013

 

Las amenazas son parte del espectáculo de la gerontocracia norcoreana para afianzar a un líder débil

 

El tacticismo ha comenzado. Tensión de nuevo en la península coreana, tensión en el paralelo 38 el más militarizado del planeta. Música insonora de una partitura pentagrameada a la perfección. La escalada verbal y estratégica se ha instalado en el régimen comunista coreano. Corea del Sur se toma en serio la amenaza. No tiene por qué no hacerlo. Estados Unidos también. Aguardan el siguiente movimiento en una ya larga y cansina partida de ajedrez.

 

Entre paralelos, cada uno mueve sus peones. Hace sólo unos días norteamericanos y coreanos del sur llevaban a cabo ejercicios militares conjuntos, incluidos bombarderos nucleares estadounidenses. En el norte, hundido en el abismo de la miseria tanto humana como material, las pruebas nucleares y algunos ensayos más animan in crescendo las pretensiones simplistas de un joven inexperto y aupado sucesoriamente al poder y que necesita, rehén de la gerontocracia militar y del partido, afianzar aquel y demostrar al mundo el ímpetu y la bravuconada belicista como antaño hicieron su padre y su abuelo. Siempre el mismo juego, la amenaza, la provocación, la disuasión, la escalada verbal en una tensión permanente. Acusaciones, y tensiones entre simulacros y juegos de guerra en una región donde el alto el fuego dura seis décadas tras el armisticio que puso fin a la guerra de Corea y su bipartición.

 

El régimen aguantará hasta que dejen de apuntalarlo rusos y chinos, auxiliadores de un totalitarismo ciego

 

Pyongyang amaga, amenaza, angosta y trata de arrastrar. Pero ahora mismo, tanto Moscú como Pekín, los dos únicos sostenedores del régimen, prefieren mostrar un tono conciliador y minimalista de lo que entienden como una escalada estratégica, oportunista y calculada. Saben todos que una guerra es una locura, que un ataque a Corea del Sur, lejos de reabrir el conflicto de los años cincuenta sería el hundimiento y colapso total del vecino del Norte. Algo que no interesa a China, que está cómoda con esta situación y mueve sus hilos e intereses en la península coreana y aviva un foco inestable hacia Japón e indirectamente, aunque ya no tanto, hacia Estados Unidos. El juego sigue, continuará. Podrá haber alguna que otra escaramuza, pero nada más. Corea del Norte quiere obtener algo, busca algo en una enquistada negociación —por llamar negociación— nuclear que se atasca y se rompe por momentos. Kim Jong-un necesita reafirmarse, o quien mueve los hilos entre bastidores y muñe los discursos así lo hace y así lo quiere. Eligen el momento y los comunicados. Tensan una cuerda que saben única.

 

La presión y la ofensiva verbal siempre han sido santo y seña de regímenes totalitarios y vacíos, deshumanizados y míseros. La historia no se cansa de repetirnos sus ejemplos, también el final de los mismos. El régimen comunista juega con lo único que tiene, la presión nuclear y de la guerra, mientras inflige el castigo del silencio y la miseria moral a todo un pueblo atenazado y humillado. Acción reacción, estímulo provocación, siempre la sempiterna estrategia. A cualquier endurecimiento de sanciones de una ONU cada vez más irrelevante y sin capacidad, una estrategia oportuna y tacticista de presión, chantaje, miedo y tensión. Siempre lo mismo, cansinamente.

 

El régimen norcoreano es una gran farsa, la última aberración de las monarquías comunistas, perpetuada en tres generaciones distintas y bajo un manto militar que aplasta la libertad, la pluralidad y la dignidad del hombre. Los norcoreanos no tienen derechos, no tienen conciencia de libertad ni de democracia. No les han dejado. El régimen es hermético, implacable, silenciador.

 

Nada nuevo desde la península norcoreana. Es parte de un guion y una partitura vista demasiadas veces, interpretada monocordemente. Órdagos y tensiones al milímetro calculadas. Consumo interno para un régimen apocalíptico y cerrado sobre sí mismo. Todo forma parte del espectáculo de la gerontocracia militar y política norcoreana. El régimen aguantará hasta que dejen de apuntalarlo rusos y chinos, los verdaderos muñidores y auxiliadores de un totalitarismo ciego y sin alma. Y el mundo ni siquiera es capaz de fingir preocupación. Los Estados canallas, o rogue state en la concepción chomskiana, siguen en su empeño de poner en jaque un orden internacional cambiante y basculante. Sólo estamos ante un fingido tono hostil, vacuo y absurdo, pero con la intención de reafirmar un liderato débil y bisoño.

El payaso de Pyongyang

Eugenio Yánez

4 de abril de 2013

 

El territorio de Corea del Sur es menor que el de Corea del Norte, pero el Producto Interno Bruto (PIB) del Sur es 40 veces mayor que el del Norte. A nivel mundial, el PIB per cápita del sur ocupa el lugar número 40; el del norte, el 197. En Corea del Sur se celebran elecciones multipartidistas periódicamente, en Corea del Norte la misma dinastía de los Kim (abuelo, hijo, nieto) gobierna desde hace más de sesenta años. ¿Hay que decir algo más para entender por qué esas diferencias entre el Norte y el Sur?

 

El payaso de Pyongyang es un inexperto jovenzuelo muy conocido en su casa a la hora del almuerzo, que dicen que pasó por escuelas suizas, aunque las escuelas suizas no pasaron por él, “fan” de Walt Disney y del basket profesional americano (donde apareció otro payaso que materializó el clásico refrán francés de que “un tonto siempre encuentra a uno más tonto que lo admira”). Un día, por obra y gracia de la brutal tiranía que impera en su país, fue ascendido a general de cuatro estrellas sin haber disparado un solo tiro, y proclamado líder supremo, aunque aparentemente todavía no controla por sí mismo todos los resortes del poder. Y cree que puede jugar con armas nucleares y misiles como si se tratara de un Nintendo.

 

Sin tener legitimidad otorgada por las urnas o por un historial combativo, y frente a las sanciones que las naciones serias le imponen a su gobierno por su irresponsabilidad y temeridad, necesita desesperadamente conseguir ayudas alimenticias internacionales, que ni siquiera agradece, y presentarse ante su hambreado y sufrido pueblo como duro e indomable, para ganar protagonismo y reconocimiento. Entonces, recurriendo a la tradición chantajista de la dinastía Kim, lo único que se le ocurre es amenazar a Estados Unidos y Corea del Sur con ataques nucleares, idiotez que ni siquiera en los peores momentos de la Guerra Fría les pasó por la cabeza a los jerarcas comunistas. Solamente Fidel Castro lo intentó, sibilinamente, a través de los soviéticos durante la Crisis de Octubre de 1962, lo que sólo se conoció muchos años después, con la publicación de las memorias de Nikita Jrushov.

 

El payaso de Pyongyang ignora cuestiones elementales, como el hecho de que lanzar un ataque nuclear contra Estados Unidos o Corea del Sur lo menos que puede esperar es un nivel de represalia aplastante que borraría del mapa al agresor. Hasta los soviéticos, a pesar de su impresionante poderío nuclear, sabían eso.

 

Para que un misil nuclear de largo alcance constituya amenaza efectiva contra Estados Unidos son imprescindibles por lo menos cinco condiciones: disponer de silos de lanzamiento que no puedan ser destruidos por el enemigo antes del disparo; alcance de los misiles para llegar hasta los blancos pre-determinados; absoluta confiabilidad de que el misil disparado mantendrá su rumbo sin caer en la cabeza de los propios atacantes por fallos de funcionamiento; posibilidad realista de neutralizar los sistemas antimisiles del país-objetivo del ataque nuclear; y efectiva capacidad de miniaturización de las ojivas nucleares.

 

La obsoleta tecnología norcoreana no cumple ni medianamente ninguna de estas cinco condiciones señaladas, en un país dónde la inteligencia occidental duda seriamente si su fuerza aérea dispone de combustible suficiente para que puedan volar sus aviones de combate. A pesar de eso, en su más reciente reunión partidista se propugnó la carrera nuclear sobre la indispensable alimentación y subsistencia de la población.

 

Sin embargo, el payaso podría ordenar ataques con armas convencionales y misiles tácticos contra Corea del Sur, y provocar grandes daños en Seúl y sus alrededores, donde viven 25 millones de personas y se emplazan más de 28,000 militares estadounidenses. Ya Washington y Seúl dijeron claramente que se toman “muy en serio” la situación. Suponer que no habría una respuesta demoledora de ambas naciones contra los agresores del norte es una quimera.

 

Es de esperar que los mandos militares norcoreanos de nivel superior, con calificación y experiencia para comprender que las cantaletas del payaso de Pyongyang son solamente eso, y que en ninguna circunstancia podrían ir más allá de malacrianzas de niño majadero pataleando y escandalizando, impidan que sus locuras de mariscal de play-station se materialicen, a no ser que todos esos mandos militares hubieran perdido la razón. ¿Sería posible? Si recordamos la ceguera y fanatismo de muchos calificados mariscales y generales alemanes bajo Hitler, la conclusión podría ser sobrecogedora.

 

Por otra parte, aunque no se hayan detectado hasta el momento movimientos bélicos inusuales en el norte que sugieran una posible agresión en preparación, no puede desecharse que, en medio de tantas escaladas, tensiones, lenguaje belicoso, y demasiado armamento en máxima alerta en aire, mar y tierra, un disparo accidental, desde cualquier parte, pudiera ser el tétrico detonante de un enfrentamiento de incalculables consecuencias, no solamente para la península coreana, sino para toda la humanidad.

 

El payaso de Pyongyang cree que poseer una fuerza nuclear “permite disuadir y garantizar y proteger nuestra soberanía”. En la propaganda para consumo interno norcoreano será tolerable ese disparate, pero para la realpolitik y los análisis serios de correlación de fuerzas militares, esa declaración no sobrepasa el pataleo de ahorcados.

 

La camarilla que dirige Corea del Norte, y que disfruta la vida como si fueran monarcas feudales europeos, de espaldas a las miserias de su pueblo, debería mantener la sensatez suficiente para evitar auto-aniquilarse en un infierno nuclear o convencional, recordándole al payaso de Pyongyang que la función termina temprano y que, como no hay electricidad suficiente en el país, hay que acostarse a dormir.

Corea, la divinidad y los medios

Adolfo Sánchez Rebolledo

4 de abril de 2013

 

La imagen es la misma, sólo que la enorme y disciplinada multitud que atesta la plaza está integrada únicamente por soldados, es decir, por ciudadanos vestidos de uniforme con rostros demacrados por la emoción que los altavoces alientan. Todo es rítmico, eléctrico. Los puños en alto se alzan como ráfagas exactas mientras las marchas acompasan las consignas lanzadas con tonos agudos, increpantes al paso de las armas por la avenida. Desde la cuadrícula de esa tribuna espaciosa, donde se ubican conforme a rigurosas jerarquías los invitados y la plana mayor, observé a Kim Il-sung desplazándose despacio en una suerte de paseo ritual para ser visto y adorado por la multitud en éxtasis. Pasó tan cerca que logré ver el bulto que le crecía en el cuello, bajo la nuca, invisible en las icónicas imágenes del culto oficial. Un himno melancólico y combativo a la vez resonaba interpretado por una gigantesca orquesta sinfónica. Cerrado por los edificios emblemáticos del Estado, el escenario, la plaza, es el universo permanente donde se escenifican los grandes mitos del poder, se exalta al líder y se renueva la presencia omnímoda de las masas.

 

De eso hace ya casi 30 años y, sin embargo, salvo la figura que encarna al objeto de culto, nada parece haber cambiado. Murió Kim Il-sung el padre fundador; murió Kim Jong-il, el “querido dirigente”, y ahora brilla Kim Jong-un, el heredero, tan parecido a su abuelo retratado en una antigua postal de los tiempos heroicos. Nada ha cambiado. El poder es el mismo, la dinastía se conserva y la parafernalia permanece intacta, sin fisuras, la forma es el fondo como en los viejos despotismos orientales, reciclado en Pyongyang en el nombre de la emancipación del proletariado. Traigo a colación estos recuerdos no porque crea que ellos me autorizan para hablar sobre un país que es un misterio aun para los expertos, sino, justamente, para reclamar en voz alta la falta de seriedad, la desidia y, en definitiva, la deliberada confusión que acompaña a las informaciones “occidentales” al tratar los asuntos relacionados con la llamada Corea del Norte.

 

Sin duda hay una escalada norcoreana, pero las señales de alarma no se corresponden con las dudas que los medios expresan. El diario El País, por ejemplo, asume que “sus amenazas (del líder coreano) son sólo palabras vacías, dirigidas básicamente al consumo interno, preludio a lo sumo de alguna acción menor”. Alexándr Vorontsov, jefe del Departamento de Estudios sobre Corea y Mongolia del Instituto de Orientalística de la Academia Rusa de Ciencias, está de acuerdo en “que el anuncio no debe ser interpretado como una declaración de guerra real”. Más bien, indica que Pyongyang considera que se han roto los acuerdos de tregua. “No se habla de la intención de emprender acciones bélicas, sino de la determinación de comenzarlas como respuesta a posibles provocaciones”, asegura en Rusia hoy.

 

Tales opiniones se justifican por la prudencia del presidente Obama y la voluntad de Rusia y China de no inflar el desafío, toda vez que el pasto en la región está demasiado seco y una sola chispa podría desatar la tragedia. ¿En qué se fundan esas interpretaciones? ¿Qué saben los adversarios del régimen norcoreano que nosotros, los consumidores de información en el mundo, ignoramos? No es un secreto que ese país atípico tiene una larga frontera con China, y una de apenas 17 kilómetros con Rusia, situación geopolítica estratégica vital para los intereses en pugna que buscan establecer su hegemonía en el Pacífico, la cual será clave para gobernar al mundo en este siglo. Pero si queremos saber qué hay detrás de esta ofensiva norcoreana, los informadores nos devuelven a los perfiles sicológicos elaborados por la CIA para desentrañar la personalidad del nuevo líder o a las vagas generalidades que desde tiempos ya lejanos han llenado con fantasías las páginas de los diarios y hoy pasan por verdades indiscutibles. Una y otra vez se repite la noción de chantaje concebida como una maniobra venal para sacar ventajas de una situación que podría caracterizarse como desesperada, pues Norcorea sería incapaz de superar por sí misma las “hambrunas” que la azotan, según la gráfica expresión usada como cliché, pero cuya comprensión exigiría un análisis más riguroso.

 

Me pregunto si los editores de la prensa global están en condiciones de confirmar que una de las causas de la crisis es que “su inexperto y jovencísimo líder, Kim Jong-un, necesita afianzarse entre sus sometidos compatriotas y ganar credibilidad ante los viejos generales que dominan el formidable aparato militar.” ¿Afianzarse entre sus sometidos compatriotas? ¿No será, más bien, que los viejos generales necesitan darle credibilidad al heredero de Kim Il-sung, inexistente hasta su nombramiento como sucesor, haciéndolo pasar por un estratega militar de altos vuelos, dispuesto a todo, incluso a la guerra nuclear, cuando a lo mejor a él sólo le interesa coleccionar autos de lujo, como se propaló en algún momento de la sucesión. ¿No es hora de saber quién manda realmente en la República Popular Democrática, cuál es la fuente del poder y cómo se legitima a partir del culto a la divinidad, encarnada en la figura del líder? El desaseo informativo de las grandes agencias es tal que no hay crónica con pretensiones que no se tropiece en cada frase con la palabra “totalitario”, pero es increíble que a la hora de buscar cómo funciona el régimen norcoreano, la prensa internacional se conforme por toda explicación con encasquetarle el adjetivo estalinista, sin molestarse siquiera por subrayar algún rasgo distintivo de ese régimen.

 

A estas alturas, es difícil de creer que tanta opacidad derive sólo del carácter aislado e inexpugnable de Corea, del amurallamiento medieval de un Estado que puede fabricar armas nucleares, cuando todo indica que Estados Unidos sigue al detalle por vía satelital los más pequeños movimientos militares y recibe con regularidad las filtraciones de numerosos disidentes, entre ellos algunos muy importantes, que se han pasado al otro lado del paralelo 38. Se entiende que el presidente Fox ofreciera “mediar” entre las dos Coreas para alcanzar la paz, desconociendo toda la historia, pero descontando tan lamentables excesos de ignorancia, ¿no es hora de abandonar la propaganda para informar en serio y a fondo sobre un problema que entre bromas y veras puede desatar un conflicto nuclear? ¿O de qué se trata?

Korean War Games

Bruce Cumings*

April 3, 2013

 

North Korea greeted 2013 with a bang (or several of them), not the dying whimper that Beltway officials and pundits had hoped for—and have been predicting ever since the fall of the Berlin Wall. In December, Pyongyang launched a long-range missile that, after many failures dating to 1998, got the country’s first satellite rotating around the earth. A couple of months later, North Korea detonated its third atomic bomb. Then, as the annual US–South Korean war games got going and a new president took office in Seoul, the North let loose a farrago of mind-bending rhetoric, bellowing that events were inching toward war, renouncing the Korean War armistice of 1953, and threatening to hit either the United States or South Korea with a pre-emptive nuclear attack. In between, Chicago Bulls great Dennis Rodman brought his stainless-steel-studded, tattooed and multi-hued six-foot-eight frame to sit beside “young lad” (as the vice chair of the US Joint Chiefs of Staff described the North’s new leader) Kim Jong-un at a basketball game in Pyongyang. As the saying goes, you can’t make this stuff up.

 

The Republic of Korea, one of the most advanced industrial states in the world, was, according to Pyongyang, a “puppet of the US imperialists” led by a “rat” named Lee Myung-bak; if he was on the way out, the incoming president, Park Geun-hye, brought something new, a “venomous swish of skirt,” to the Blue House in Seoul. As if the North weren’t hated enough (it ranked fourth in a 2007 global index of unpopularity, albeit behind Israel, Iran and the United States), it added blatant sexism to its repertoire—in Korean, this phrase is used to taunt women deemed too aggressive.

 

If the North’s heated rhetoric set some kind of record, the approach was hardly new. Nothing is more characteristic of this regime than its preening, posturing, overweening desire for the world to pay it attention, while simultaneously threatening destruction in all directions and assuring through draconian repression that its people know next to nothing about that same world. Twenty years ago, when the Clinton administration brought maximum pressure on the North to open its plutonium facility to special inspections, the North railed on about war breaking out at any minute; that 1993–94 episode likewise sought to shape the policies of an incoming South Korean president, Kim Young-sam. Almost forty years ago, when Jimmy Carter was president, North Korea shouted itself hoarse about the peninsula being “at the brink of war.” The difference is that, in past decades, specialists read this stuff in Korean Central News Agency reports that arrived weeks late, by snail mail; today, it gets instant Internet coverage, which the North is exploiting to the utmost (while the masses still have no Internet access). The daunting part, of course, is that the North relies on the good sense of its adversaries not to take its incessant warmongering racket seriously.

 

Today, the rhetoric is designed to do three things: to confront President Park with a choice of continuing the hard line of her predecessor or returning to engagement with the North; to raise the stakes of Obama’s stance of “strategic patience” (which has not been a strategy but has certainly been patient, as the North has launched three long-range missiles and tested two nuclear bombs since Obama’s 2009 inauguration); and to present China, which for the first time worked with the United States to craft the most recent UN sanctions against the North, with a choice—enforce the sanctions at the risk of events spinning out of control, or return to its usual posture of voting for sanctions and then looking the other way when the North violates them.

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It can hardly be said that Pyongyang’s patented antics are disturbing amicable regional relations. Sitting now as prime minister in Tokyo is Shinzo Abe, whose grandfather Nobusuke Kishi ran the munitions industry in 1930s Manchukuo, the region of northeast China occupied by Imperial Japan after its 1931 invasion. This was the same time that Kim Il-sung and his fellow guerrillas combated Japanese militarists there, and that Park’s father, Park Chung-hee (who was South Korea’s ruthless military dictator for eighteen years), was an officer in the Japanese Army and the happy recipient of a gold watch for his loyalty to puppet Emperor Puyi. Famous for his brain-dead insensitivity to his neighbors’ historic grievances against Japan earlier in his career and in his election campaign, Abe said at a public forum on his state visit to Washington in February: “I met [President-elect Park Geun-hye] twice…and my grandfather was best friends with her father, President Park Chung-hee…. so President Park Chung-hee was someone who was very close with Japan, obviously.” Abe probably thought this was a compliment.

 

Meanwhile, China has besmirched a decade of careful diplomacy with its neighbors by instigating ever more serious confrontations with Japan and Southeast Asian nations over islands (most of them uninhabited rock piles) that it covets, called the Senkakus/Diaoyus, Spratlys and Paracels; barely a week goes by without Chinese naval ships intruding on islands claimed by Japan, counting on Tokyo—whose navy is far superior toChina’s—not to escalate the conflict. South Korea has a similarly insoluble dispute with Japan over yet another set of windswept rocks, Dokdo/Takeshima, which could also get out of hand.

* * *

Now comes Barack Obama with his “pivot to Asia,” bringing new US bases and force projections to the task of containing China—while denying any such purpose. Surely many in Washington enjoy the spectacle of China, the world’s second-largest economy, at the throat of Japan, the third-largest, with their relations arguably at the lowest ebb since they exchanged ambassadors in 1972. North Korea’s relations with China may also be at their worst ever, now that Beijing is working hand in glove with Washington on sanctions. China is apoplectic because the North’s missiles and A-bombs just might push Japan and South Korea to go nuclear. They certainly elicited a quick US response: in mid-March, President Obama decided on a $1 billion acceleration of the US ballistic missile interceptor program, adding fourteen new batteries in California and Alaska (calling them interceptors is a bit of a misnomer; in fifteen tests of these systems under ideal conditions, only eight worked). As luck would have it, such anti-missile forces are also useful against China’s antiquated ICBMs. The truth is that Pyongyang ought to be paid by Pentagon hard-liners and military contractors for its provocations; the North Koreans are the perfect stalking horse for America’s stealth containment of China—and for keeping military spending high.

 

At the end of March, Obama upped the ante by sending B-52 and B-2 Stealth bombers soaring over South Korea to drop dummy bombs. It was a needless and provocative re-enactment of “the empire strikes back”; more than sixty years ago, Washington initiated its nuclear blackmail of the North when it launched B-29s on simulated Hiroshima/Nagasaki bombing missions over North Korea in the fall of 1951. Operation Hudson Harbor dropped dummy A-bombs or heavy TNT bombs in a mission that called for “actual functioning of all activities which would be involved in an atomic strike, including weapons assembly and testing.” Ever since, nuclear weapons have been part of our war plans against the North; they were not used during the Korean War only because the US Air Force was able to raze every city in the North with conventional incendiaries. Hardly any Americans know about this, but every North Korean does; no wonder they have built some 15,000 underground facilities related to their national security. However provocative the North appears, we are reaping the whirlwind of our past nuclear bullying.

 

Washington’s injudicious patience and Seoul’s hard line have gotten nothing from the North but the ever-growing reliability of its A-bombs and missiles. They really have no choice but to talk to Pyongyang—most likely along the lines of former Los Alamos head Siegfried Hecker’s suggestion that the programs be capped through the “Three No’s.” “No more nukes, No better nukes, No proliferation.” Given the North’s labyrinthine subterranean complexes, spies can never be sure to have pinpointed every bomb anyway, and a handful of nukes will provide security and deterrence for an insecure leadership with much to be insecure about. Otherwise, they are useless.

 

Last year, Defense Secretary Leon Panetta said we have been “within an inch of war almost every day” with the North. Today, it looks more like millimeters. What a terrible commentary on seven decades of failed American policies toward Pyongyang.

 

*Bruce Cumings is chair of the history department at the University of Chicago

El rey de la consola juega a la guerra

Georgina Higueras

3 de abril de 2013

 

Kim Jong-un, aficionado a los videojuegos, busca el respeto de la gerontocracia

 

Aficionado a los videojuegos, nadie sabe muy bien hasta donde piensa llevar el joven Kim Jong-un el simulacro de guerra en que se ha embarcado. Autonombrado mariscal, máximo cargo del Ejército, en julio pasado tras la extraña destitución (“por motivos de salud”) y desaparición del hasta entonces jefe del Alto Estado Mayor de la Defensa vicemariscal Ri Yong-ho, el líder norcoreano combina desde su ascenso al poder, en diciembre de 2011, gestos aperturistas con una retórica belicista que pone nerviosos a sus vecinos.

 

El tercer monarca de la única dinastía comunista de la historia nació, al parecer, el 8 de enero de 1984, pero cuando su padre, Kim Jong-il, lo designó heredero, en septiembre de 2010, se adelantó oficialmente su fecha de nacimiento a 1982. La grave apoplejía que sufrió en 2008 el llamado Querido Líder precipitó la búsqueda de un delfín, ya que el primogénito Kim Jong-nam , había quedado excluido después de que en 2001 fuese expulsado de Japón por entrar con un pasaporte falso para ir, según declaró, al Disneyworld de Tokio.

 

La pasión por la consola y los dibujos animados, en especial el ratón Mickey, es lo que han destacado los compañeros del estudiante norcoreano que se hacía pasar en Suiza por hijo de un diplomático y resultó ser Kim Jong-un. A su vuelta a Pyongyang, en el año 2000, estudió en la Universidad de la Academia Militar, aunque no se enroló en las filas del Ejército. Esta falta de experiencia militar podría ser el detonante, según los expertos, de sus actuales bravuconadas con las que intentaría hacerse con el mando de la poderosa gerontocracia castrense.

 

Conocedor de la inexperiencia de su hijo menor, el Querido Líder elevó a las más altas esferas del poder a su hermana Kim Kyong-hui, a la que ascendió a general, y a su cuñado Jang Song-taek, a quien nombró vicepresidente de la Comisión Militar Central, para que tutelaran a Kim Jong-un mientras él se reponía. Su súbita muerte, en diciembre de 2011, convirtió al tío Jang en el auténtico poder en la sombra de Corea del Norte.

 

Pekín, el gran aliado de este aislado país y el menos interesado en la caída del régimen que arrojaría a millones de norcoreanos a buscar un refugio en China, mostró de inmediato su apoyo al nuevo dirigente. China lleva años intentando que Pyongyang emprenda reformas que mejoren la vida de la población y faciliten la apertura del régimen, de manera que el país vuelva a la mesa de negociaciones para frenar su programa nuclear a cambio de una cuantiosa ayuda económica.

 

La comunicación, en julio pasado, de la agencia estatal norcoreana KCNA de que Kim Jong-un está casado con Ri Sol-ju, la joven cuya forma de vestir casi occidental ha revolucionado la monotonía de la moda del país más recluido del planeta, fue vista como un paso en la buena dirección, según Chosun.com, la principal web de asuntos norcoreanos, situada en Corea del Sur. Ri se ha atrevido a salir sin la insignia de Kim Il-sung, el fundador de la dinastía y del Estado norcoreano en 1948, que llevan todos sus conciudadanos en la solapa.

 

En diciembre pasado, Kim Jong-un, cuyo físico recuerda mucho a su abuelo —nombrado Presidente Eterno tras su muerte en 1994— pronunció un discurso de Año Nuevo, al igual que hacía aquel, en el que brindó una rama de olivo a sus vecinos del Sur al hacer un llamamiento a la reconciliación de todos los coreanos. El nuevo dirigente, arropado por el éxito del lanzamiento días antes de un misil de largo alcance, también destacó la necesidad de emprender reformas agrícolas e industriales. “Todas las tareas económicas para este año deben estar orientadas a impulsar un incremento radical en la producción y a estabilizar y mejorar el nivel de vida del pueblo”, dijo a su castigada población.

 

La decisión unánime del Consejo de Seguridad de la ONU —incluida China, lo que fue considerado como una traición— de imponer nuevas sanciones económicas a Pyongyang por el lanzamiento del misil enrabietó al régimen, que poco después realizaba su tercera prueba nuclear. Kim Jong-un ha ido desde entonces elevando el nivel de su juego bélico, que las maniobras militares de Corea del Sur y EE UU han llevado al paroxismo. Pero si ocurre un accidente o la gerontocracia le tiende una trampa, tal vez el Brillante Camarada, como le llama la prensa oficial, comprenda demasiado tarde la diferencia entre la consola y la realidad.

 

 

¿Escalada de amenazas o farol retórico?

José Reinoso

2 de abril de 2013

 

Este julio se cumple el 60º aniversario del armisticio que puso fin a la guerra

 

Ruptura del armisticio de la guerra de Corea (1950-1953); amenaza de ataques nucleares y con misiles; corte de las líneas de comunicación con Seúl; declaración de estar en “estado de guerra”; puesta en marcha de las instalaciones nucleares. La sucesión de acciones, represalias y pronunciamientos bélicos efectuados en las últimas semanas casi a diario por Pyongyang, en respuesta a las sanciones de la ONU por su prueba nuclear en febrero pasado y a las maniobras militares que llevan a cabo Corea del Sur y Estados Unidos en el Sur, parece no tener límite.


Pero, ¿por qué este crescendo de retórica y amenazas?, y, ¿hasta dónde irá Pyongyang? Las conversaciones para el desmantelamiento del programa atómico norcoreano están suspendidas desde 2009, y Corea del Norte parece tener poco interés en su reanudación. Los expertos creen, más bien, que el régimen del Norte está intentando mantener la tensión y la crisis vivas en la península coreana para llamar la atención de la comunidad internacional, ante unas futuras negociaciones con Estados Unidos, al tiempo que prueba de qué madera está hecha la nueva presidenta de Corea del Sur, Park Geung-hye, y refuerza la lealtad del pueblo norcoreano hacia su joven líder, Kim Jong-un, con un aura de poderío militar del cual carece, dadas su juventud —ronda los 30 años— y su inexperiencia.

 

Este año es especialmente importante para la península coreana, ya que el 27 julio se cumple el 60º aniversario de la firma del armisticio que puso fin a la guerra de Corea (1950-1953), y, según expertos como Huh Moon-young, del Instituto de Corea para la Unificación Nacional, Pyongyang intentará cambiar el armisticio por un tratado de paz. De ahí que el Norte esté intentando forzar la máquina para normalizar las relaciones con Estados Unidos, que, escarmentado de experiencias pasadas y lo que considera la falta de compromiso claro de Pyongyang para poner fin a su programa de armamento nuclear, ha adoptado una política de mostrar músculo militar y esperar.

 

Los surcoreanos están familiarizados con las provocaciones de su vecino, pero el nivel de retórica agresiva de las últimas semanas ha originado preocupación. Tanto Washington como Seúl han asegurado que se toman “muy en serio” las amenazas y están alerta ante la posibilidad de un ataque, pero al mismo tiempo han destacado que no han detectado movilizaciones militares o reposicionamiento de fuerzas en el Norte.

 

Los expertos consideran que es poco probable que Pyongyang se embarque en un conflicto a gran escala porque sería un suicido para el régimen, pero temen que puedan estallar escaramuzas e incidentes, como el bombardeo en noviembre de 2010 de la isla surcoreana de Yeonpyeong, en el que murieron dos soldados y dos civiles surcoreanos, o el hundimiento de un buque de guerra surcoreano en marzo del mismo año, en el que fallecieron 46 marineros, y que, según una comisión de investigación internacional, fue provocado por un torpedo norcoreano, algo que Pyongyang ha negado.

 

El discurso pronunciado el domingo pasado por Kim Jong-un en una reunión del Comité Central del Partido de los Trabajadores, y que ha sido publicado este martes por la agencia oficial KCNA, parece alejar las posibilidades de un enfrentamiento directo con Estados Unidos, gracias a su arsenal atómico y el interés por avanzar las reformas económicas. “Nuestra fuerza nuclear es un elemento disuasorio fiable y una garantía para proteger nuestra soberanía”, dijo Kim. “La paz, la prosperidad y la felicidad de la gente pueden existir sobre la base de un fuerte poder nuclear”.

 

 

Corea del Norte reanudará la actividad

en todas sus instalaciones nucleares

José Reinoso

2 de abril de 2013

 

Entre las plantas que volverán a funcionar está el reactor nuclear de Yongbyon, cerrado en 2007

 

El despliegue, el lunes, de un destructor estadounidense capaz de interceptar misiles frente a la costa occidental surcoreana ha recibido una respuesta inmediata de Corea del Norte. Pyongyang ha asegurado este martes que va a volver a poner en marcha todas sus instalaciones nucleares, incluido el reactor de la central de Yongbyon, que lleva cerrado desde 2007, según ha informado la agencia oficial KCNA. El anuncio sube un grado más la temperatura de la crisis que atraviesa la península coreana desde el lanzamiento en diciembre pasado de un cohete por parte del Norte, que, según Washington y sus aliados, fue la prueba de un misil balístico –algo que Pyongyang niega–, y la prueba nuclear que ejecutó el 12 de febrero pasado.

 

Un portavoz del Departamento General de Energía Atómica norcoreano ha afirmado que la decisión incluye “el reajuste y el arranque” de todas las instalaciones en el complejo de Yongbyon, entre ellas, la planta de enriquecimiento de uranio y un reactor de grafito de cinco megavatios, la única fuente conocida de plutonio para su programa de armas atómicas. No está claro cuánto tiempo podría tardar en reactivar el reactor, aunque los expertos estiman entre tres meses y un año. Las bombas nucleares pueden ser fabricadas con plutonio o con uranio muy enriquecido.

 

El portavoz norcoreano, que no ha sido identificado, ha asegurado que la decisión forma parte de los esfuerzos destinados a paliar la falta de energía del país, pero también está destinada a “incrementar la fuerza armada nuclear tanto en calidad como en cantidad”. El anuncio ha sido recibido con tibieza por China, cuyo portavoz de Exteriores, Hong Lei, se ha limitado a decir que Pekín lamenta la decisión de su vecino.

 

El Norte clausuró el reactor de plutonio de Yongbyon en 2007 a cambio de ayuda, en el marco de las negociaciones internacionales para el desmantelamiento de su programa de armamento nuclear, y el verano siguiente destruyó la torre de refrigeración. El reactor era la única fuente de plutonio del programa de armas atómicas, aunque se estima que el país tiene unas existencias de 24 a 42 kilogramos, suficientes para fabricar de cuatro a ocho bombas similares a la utilizada por Estados Unidos en Nagasaki en la II Guerra Mundial.

 

Pyongyang reveló que tenía un programa de enriquecimiento de uranio en 2010, cuando permitió a un grupo de expertos extranjeros visitar las instalaciones de centrifugado. Entonces, aseguró que el enriquecimiento era únicamente de bajo nivel para producir energía. Pero la utilización de la palabra “reajuste” por el portavoz norcoreano levantará sospechas sobre la posible intención de Pyongyang de transformar la instalación para producir uranio de uso militar, si es que no ha sido hecho ya. Muchos analistas creen que Corea del Norte lleva años produciendo en secreto uranio muy enriquecido, y que la prueba atómica que llevó a cabo en febrero pasado –la tercera de su historia– pudo haber sido de una bomba de uranio. Los dos ensayos anteriores –en 2006 y 2009– fueron de dispositivos de plutonio.

 

La existencia de un programa de enriquecimiento de uranio preocupa a los expertos porque la tecnología necesaria para fabricar con él bombas atómicas es más fácil de esconder que las grandes instalaciones necesarias para el plutonio, aunque este es considerado más adecuado para la fabricación de cabezas nucleares lo suficientemente pequeñas para ser transportadas en misiles. Los expertos creen que el Norte no domina aún esta tecnología de miniaturización.

 

La península coreana se encuentra inmersa en una espiral de tensión. La prueba atómica en febrero fue seguida de la imposición de nuevas sanciones por parte de la ONU, que provocaron la ira del régimen norcoreano y condujeron a un torrente de represalias y retórica bélica. Pyongyang ha roto el armisticio de la guerra de Corea (1950-1953) y ha amenazado a Estados Unidos y Corea del Sur con ataques de misiles y nucleares. El sábado pasado, se declaró en “estado de guerra” con el Sur. Además, está furioso por las maniobras militares conjuntas que están llevando a cabo, como cada año, Seúl y Washington en la zona, y que han incluido un despliegue de maquinaria bélica mayor que en otras ocasiones, incluidos bombarderos con capacidad nuclear B-52 y B-2 –estos últimos, furtivos- y aviones de combate también furtivos F-22. Corea del Norte considera estas maniobras un ensayo para invadir su territorio.

 

En los últimos días, el régimen de Kim Jong-un ha dejado claro, por si quedaba alguna duda, que considera la posesión de armas atómicas vitales para su supervivencia, y que no son negociables. “La modernización de la industria nuclear es clave para desarrollar la tecnología que permita producir armas atómicas más ligeras miniaturizadas”, dijo Kim Jong-un el domingo en una reunión del Comité Central del Partido de los Trabajadores, según KCNA. En ella, los dirigentes norcoreanos afirmaron que el programa de armas nucleares es “la vida de la nación”, un componente importante de su defensa y un activo que no puede ser negociado ni por “miles de millones de dólares”.

 

El parlamento norcoreano aprobó el lunes el nombramiento de un nuevo primer ministro considerado un reformista económico. Pak Pon-ju vuelve al cargo que ocupó entre 2003 y 2007 y del cual fue expulsado porque intentó implantar algunas prácticas consideradas demasiado próximas al capitalismo estadounidense, como el salario a la hora, según informó entonces el periódico japonés Mainichi Shimbun. Su designación es vista como un intento de Kim Jong-un de impulsar el desarrollo de la depauperada economía norcoreana.

 

La carrera nuclear norcoreana

 

1994 - Canje de compromisos

En 1994, Corea del Norte y EE UU llegan a un acuerdo por el que Pyongyang se compromete a parar la producción de plutonio en la planta de Yongbyon. EE UU ofrece a cambio ayudas para la construcción de dos centrales nucleares para la producción de energía eléctrica.

 

2002 - Planes secretos

En octubre de 2002 se confirma que Corea del Norte tiene un programa secreto de enriquecimiento de uranio. El régimen anuncia que retomará las actividades del reactor de Yongbyon y expulsa a los inspectores del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).

 

2003 - Diálogo a seis

Corea del Norte acepta sentarse a la mesa de negociaciones con EE UU, Corea del Sur, Japón, China y Rusia para discutir un programa de desarme. En septiembre de 2005, pacta un plan de desarme a cambio de ayudas. Un día después, se retracta.

 

2006 - Primera prueba nuclear

En octubre, Corea del Norte realiza su primera prueba nuclear desatando la alarma internacional.

 

2007 - Vuelta a la negociación

En febrero, Corea del Norte acepta otra vez paralizar su programa nuclear a cambio de ayudas.

 

2008 - Nueva marcha atrás

En junio de 2008, Pyongyang anuncia el desmantelamiento de sus instalaciones nucleares y vuela la torre de refrigeración del reactor de Yongbyon. Pero revoca la decisión dos meses después. En mayo de 2009, Pyongyang lleva a cabo su segunda prueba nuclear.

 

2010 - Pyongyang desata la alarma internacional

Los progresos atómicos de Corea del Norte incrementan la tensión regional. En noviembre, obuses norcoreanos impactan en una isla de Corea del Sur y Seúl activa el máximo nivel de alerta en tiempos de paz.

La dictadura norcoreana difunde un vídeo

de una ciudad estadounidense envuelta en llamas

Ricardo Alarcón al centro de la foto tomada

durante la clausura del XV Festival del Habano 2013

La ‘high society’ verde olivo

Iván García

16 de junio de 2013

 

Tienen poco que envidiarle a sus homólogos del capitalismo. La diferencia es de discursos y de tratados filosóficos. Estos anticapitalistas isleños estudiaron manuales de marxismo y hablan en nombre de los pobres.

 

Pero muchos viven a todo trapo. En horario laboral visten calurosos uniformes diseñados por algún sádico sastre de la desaparecida Unión Soviética. Hace 25 años se movían en Ladas de factura rusa con gomas y equipos de música capitalistas. Se hacían notar.

 

Los altos cargos eran intocables. Los militares colocaban sus gorras en la parte trasera del vehículo, para que la policía de tránsito no los detuviera si cometían una infracción. Cumplir las leyes era un asunto de los otros.

 

Los únicos que podían destituirlos, castigarlos, encarcelarlos (o fusilarlos) eran los Castro. Vivían en las antiguas residencias de la burguesía y clase media habanera, en Siboney, Miramar, Nuevo Vedado, Fontanar o Casino Deportivo.

 

Tenían más de un auto y la casa con muebles Ikea, cocinas eléctricas, refrigerador made in USA, televisores Sony, aire acondicionado de Corea del Sur y grabadoras Philips.

 

Hacían tres comidas suculentas al día y una vez a la semana leían reportes de la prensa occidental, condensados para los dirigentes por el departamento de orientación revolucionaria del partido comunista. En las vacaciones iban como turistas a una república báltica en la URSS o caminaban despreocupados por la Plaza Wenceslao de Praga. Y a Varadero cada vez que se les antojaba.

 

Tomaban cerveza checa y whisky gringo. Fumaban habanos de exportación y en su billetera portaban dólares estadounidenses, en esa época prohibidos. A los ministros y jerarcas militares les gustaba vestirse como los ‘pijos’ de Madrid o la jet set de Nueva York, con jean Levi’s 501 y gafas polarizadas Ray-Ban.

 

En los años duros del ‘período especial’, mientras la plebe que los aplaudía pasaba hambre, enfermaba por desnutrición, sufría apagones de 12 horas y andaba en bicicleta, la burguesía revolucionaria mantuvo su alto nivel de vida. Tenían plantas eléctricas en sus domicilios, hacían sonadas fiestas y nunca probaron la bazofia creada por Fidel Castro para el cubano de a pie, como el picadillo de soya, la masa cárnica o el cerelac.

 

En el siglo 21 son empresarios de éxito. Los diversos ‘business’ montados con socios capitalistas se nutren de miembros de las fuerzas armadas y el ministerio del interior. Igual que la ‘industria’ nacida a partir del incremento de las remesas familiares enviadas del exterior.

 

Ese mercado absurdo y cautivo surgido en Cuba, que provoca que los cubanos tengamos que pagar con otra moneda desde una botella de aceite a un ventilador, lo maneja un holding de empresas creadas por militares.

 

Hace rato han disminuido las maniobras para enfrentar una supuesta invasión yanqui. Las añejas armas rusas se oxidan en búnkeres subterráneos construidos en los 80, cuando el gobierno movilizaba a la población por la ‘inminencia de una agresión del enemigo’.

 

La nueva burguesía criolla apuesta hoy por el mundo de los negocios. Asesorar a los camaradas venezolanos y conseguir cargos en embajadas europeas. Ya los Ladas ruso no están de moda. Ahora se presume con un Audi o jeep Hummer. El béisbol nacional les aburre.

 

Por la antena satelital prefieren ver en vivo juegos de las Grandes Ligas, partidos de fútbol de la Champions o play-offs de la NBA. Jugar golf o cazar torcazas en un coto exclusivo. Cenan como si vivieran en Londres o París. Tienen internet en casa y por Skype hacen videoconferencias de trabajo o charlan con sus hijos en La Florida.

 

Vástagos de estos nuevos ricos han estudiado o estudian en universidades de Estados Unidos o Europa. Otros, más parecidos a su tiempo que a sus padres, prefieren vivir en el exilio.

 

De noche, la élite burguesa se mueve por los restaurantes donde mejor se come en La Habana y por las discotecas de pegada. Visten ropa de marca, tal vez facturada en lúgubres maquilas de Bangladesh. Usan perfumes franceses y relojes suizos. De día participan en actos revolucionarios con guayaberas blancas.

 

Exigen productividad y sacrificio. Hablan de un socialismo próspero y sustentable. Condenan al imperialismo yanqui. Y piden al pueblo que colabore para acabar con la corrupción galopante. A la nueva burguesía cubana le encanta hacer revolución desde las tribunas.

 

Foto: Cena y espectáculo de clausura del XV Festival del Habano 2013, que recaudó más de un millón de dólares. Los Festivales del Habano se realizan en la capital cubana desde 1994 y reúnen a cientos de famosos, especialistas y amantes del tabaco en todo el mundo. En estos eventos lujosos y exclusivos no suelen faltar padres e hijos pertenecientes a la ‘high society’ verde olivo.

La alianza entre Pyongyang y la prensa cubana

se mantiene a pesar de la crisis nuclear

Orlando Delgado

19 de abril de 2013

 

Para los cubanos, Corea del Norte está muy lejos. Y como son escasos los que aquí han visitado ese país, se sabe de él apenas lo que cuentan los medios oficiales, que no es mucho y está en extremo parcializado. El enfoque de la decadente prensa oficialista cubana hacia ese régimen comunista hace que muchos crean que la actual escalada de tensiones en la península asiática es obra y gracia de Estados Unidos y su aliado surcoreano.

 

Para los comentaristas oficiales de la televisión cubana, “los medios occidentales se dedican a satanizar a la República Popular Democrática de Corea”. Nada hablan los medios sobre la vida cotidiana en Pyongyang y sus alrededores, sobre las grandes hambrunas y la escasez de automóviles y luz eléctrica; nada de un país que posee el mayor ejército del mundo en relación a su población y donde la fascista ideología Juche cercena irremediablemente la capacidad neuronal de los ciudadanos.

 

La causa de tan elaborado silenciamiento de la realidad norcoreana radica en la alianza de la cúpula gerontocrática-militar cubana y los jerarcas de Pyonyang, con una maquinaria totalitaria similar en el orden interno y en lo externo una común retórica antinorteamericana.

 

A raíz de la muerte del segundo de la dinastía Kim, el gobierno cubano decretó tres días de duelo nacional. Por otra parte, hay escuelas en la Isla que llevan el nombre de Kim IL Sung, con biografías muy bien maquilladas de tan siniestro personaje, y en las bibliotecas la bibliografía sobre la mitad norte de la península coreana se reduce a una compilación de los discursos de Kim IL Sung, similares a las seniles reflexiones de Fidel Castro.

 

Curiosa resulta la diferencia de terminología entre el canal Telesur y la Televisión oficial cubana; mientras el primero llama al país de los Kim por su nombre más periodístico, Corea del Norte, nuestros medios nacionales están obligados a decir el nombre oficial, cansón y burdamente falso.

 

En una de las mesas redondas que transmite Telesur desde La Habana, dedicada a analizar el conflicto coreano, uno de los panelistas tuvo que admitir que el discurso de Pyonyang en la actual escalada de tensión “es fuerte”: fue la única alusión a la parte norcoreana que dejaba traslucir el lenguaje fascista de la dinastía comunista. Pocos cubanos saben de las reiteradas condenas de las Naciones Unidas y los organismos internacionales a las violaciones de los derechos humanos en ese país y los campos de concentración que existen para los que intentan revelarse contra el sistema.

 

La agobiante vida diaria cubana deja poco espacio para calibrar lo desinformada que está la población. En las páginas centrales de cualquier edición del Granma se puede encontrar una defensa del régimen sirio de Bashar Al-Assad, del fundamentalismo iraní o de cualquier dictadura africana que proclame su admiración a la “revolución cubana”. Pero nada de Corea del Norte. Y es que dicho país es el peor aliado del régimen cubano, pues nada le puede dar, salvo una pésima imagen en el concierto de naciones democráticas.

 

Muy lejos están los tiempos en que Cuba estaba dispuesta a enviar sus tropas cuando estalló la guerra de Corea, a principios de la década del cincuenta. La guerra fría despegaba con una fuerza inusitada y el gobierno de Carlos Prío era un aliado de Estados Unidos. El golpe de Estado de Batista abortó esa posibilidad. Si estallara hoy una guerra en la península coreana el gobierno cubano no podría aventurarse a mandar efectivos militares a su aliado. No cuenta ni con la capacidad ni con el deseo, solo le brindará un apoyo retórico total contra el “imperio norteamericano”.

 

Tal vez los cubanos presenciemos el conflicto a través de Telesur, aunque el deseo de cualquier persona sensata sea que las tensiones disminuyan y la cooperación intercoreana se restablezca y aumente hasta la total unión de la península. Pero la paz definitiva en esa región no se vislumbra a corto ni mediano plazo. Mientras tanto, la mayoría de los cubanos seguiremos los acontecimientos a través de la tendenciosa prensa oficial, que dice poco y obliga a buscar otras vías para informarse de ese conflicto que mantiene en vilo a buena parte del mundo.

Alejandro Castro: construyendo el clan familiar

Haroldo Dilla Alfonso

5 de noviembre de 2012

 

Lo que nos ofrece Alejandro Castro es la misma retórica gastada y defensiva de una clase política monocorde y poco imaginativa

 

La semana pasada Alejandro Castro Espín, único hijo varón del General/Presidente y coordinador de sus servicios de inteligencia y contrainteligencia, fue noticia. No lo es con frecuencia. Al menos no con la frecuencia de su hermana Mariela, quien entre marchas gays, inocencias políticas y sonrisas fáciles, siempre tiene la prensa a su favor.

 

Alejandro es más discreto. Pero tan o más relevante que su fotogénica hermana. En realidad todos son relevantes, yerno López Callejas incluido, pues ellos conforman lo que será en el futuro un poder fáctico: el clan familiar Castro. Un fenómeno sociológico que hubiera sido impensable con Fidel Castro, quien nunca tuvo sentido de lo que es una familia, pero si con su hermano Raúl, quien tiene fama de hombre apegado a su descendencia, que adora hijos y nietos, y de paso los emplea.

 

El clan Castro es un dato de la política cubana y lo va a seguir siendo. Si se consigue una transición hacia la democracia, ellos serán un componente del sistema político, posiblemente afincado en algún partido nacionalista de derecha y con una buena base económica. Si no se consigue la transición, seguirán siendo crudamente el poder.

 

Y obviamente la descendencia ha aprovechado esta suerte de haber nacido en cunas verde oliva.

 

Mientras Mariela se proyecta como la relacionista pública del clan y López Callejas saca cuentas, Alejandro prepara su futuro tratando de pulir una faceta de intelectual mediante algunos artículos y promoviendo un libro cuyo título siempre me recuerda la saga interminable de la Guerra de las Galaxias: El Imperio del Terror. Ahora, con fuertes apoyos —sea de la embajada o de algunos nostálgicos—, ha presentado en Moscú su libro traducido al ruso y ha dado una conferencia de prensa, tras lo cual, dícese, se reunió con un selecto grupo de empresarios moscovitas deseosos de invertir en la otrora Isla de la Libertad.

 

Leí algunos pedazos del libro hace un par de años, cuando me lo enseñó un buen amigo dominicano de los que aún cultivan el mito revolucionario, y me pareció algo con tanta densidad intelectual como una película de Chuck Norris. Y por eso no me sentí nunca motivado a leerlo. Y confieso que si hubiera estado tentado a hacerlo, después de oír la entrevista concedida por el heredero a un periodista en Moscú, hubiera desistido en el acto.

 

No se trata de que Alejandro Castro (AC) diga cosas diferentes a las que yo pienso. Es lógico que así sea pues estamos en dos antípodas políticas: él en el poder manejando la cosa pública, y yo desterrado escribiendo artículos en CUBAENCUENTRO. El problema es que lo que nos ofrece AC en su presentación es la misma retórica gastada y defensiva de una clase política monocorde y poco imaginativa, aderezada con algunos disparates compatibles con esa intención castrista de colocar al mundo contemporáneo en la coctelera binaria.

 

Me sorprende, por ejemplo, que una persona que supuestamente debe mostrar al mundo la renovación post-fidelista, siga arrastrando la cantaleta de que nada ha cambiado en los últimos 50 años, pues todo es —y aquí resalto una palabra que repite hasta el cansancio— “esencialmente” lo mismo. Es decir que para este supuesto investigador social cubano (tal y como lo presentó la amistosa revista rusa) Kennedy y Carter son lo mismo que Reagan y los Bush, de igual manera que “esencialmente” los activistas del Tea Party son lo mismo que los liberales novoingleses. O que Obama es lo mismo que Romney. Todo lo cual no permite explicarme por qué Clinton no bombardeó La Habana en marzo de 1996, lo que con seguridad hubiera hecho el disléxico que le sucedió en la Casa Blanca.

 

No menos asombroso es que, con el desenfado que solo se permite la ignorancia y tolera un periodista obligado a no hacerle daño, según AC las revueltas populares en Libia estuvieron ligadas a las políticas del FMI y el BM, que terminaron desestabilizando a un gobierno legítimo y democrático. Pues hay democracia —dice más seguro de sí que Rambo machacando vietnamitas— cuando se cumplen las normas que los pueblos aceptan, de lo cual, supongo, el gobierno de Khadafi, con su libro verde y sus amazonas guerreras, fue un ejemplo durante muchos años. Como el cubano en el último medio siglo.

 

Ningún lector se sorprenderá —y algunos iluminados me llenarán de feos epítetos— cuando afirmo que soy absolutamente antiembargo/bloqueo, que estoy en contra de cualquier intento de Estados Unidos para actuar como actor interno de la política cubana y que me ofuscan los jingoísmos baratos de las facciones fundamentalistas de los emigrados.

 

Pero creo que nadie se sorprenderá cuando digo que es inaceptable que el Gobierno cubano siga justificando sus acciones contra la población cubana alegando motivaciones antiimperialistas y patrióticas.

 

En nombre de ese antiimperialismo, se ha desterrado a dos millones de personas, y a expensas de la misma invocación se ha reprimido y fusilado. Los cubanos no pueden expresar libremente sus opiniones por el mismo pretexto, ni organizarse políticamente, ni ejercer autonomía social alguna más allá de breves espacios íntimos. La pena de muerte sigue en pie porque somos un bastión soberano. Y ahora resulta que nuestros profesionales no podrán viajar libremente porque el imperialismo practica el robo de cerebros. Y varios miles de cubanos murieron en África —y varios miles de padres perdieron sus hijos, de mujeres quedaron viudas y niños quedaron huérfanos— porque nos convertimos en punta de lanza contra el imperialismo librando guerras en beneficio de élites corruptas y despiadadas.

 

Como Dios —en aquella escena inolvidable que nos regaló Saramago sobre el mar de Galilea— los dirigentes cubanos no pueden vivir sin su diablo, es decir sin el bloqueo, sin las injerencias, sin los exiliados maximalistas y sin cuanto incidente bilateral pueda ser convertido en argumento para justificar la represión y la incapacidad.

 

Y eso lo sabe perfectamente Alejandro Castro. Y por eso todo su discurso es el mismo que busca justificar la aplicación a la política interna cubana de un criterio de fortaleza sitiada, en que cada disidente es un traidor.

 

Y que sigue sirviendo de leitmotiv no solo para represión y la coacción social que sufre la sociedad cubana, sino también para los apoyos desconsiderados y anticubanos de una parte de los círculos liberales y de izquierda a nivel internacional.

Entrevista a Alejandro Castro Espín

(Hijo del dictador Raúl Castro Ruz)

Alejandro Castro Espín es entrevistado por la multinacional noticiosa Russia Today con motivo de su viaje a Moscú para presentar un libro. Algunos analistas de la realidad cubana han coincidido en que Castro Espín estuvo tan poco original como exacto, lo que le presenta ante los círculos políticos internacionales, pero sobre todo ante la línea continuista cubana, como un cuadro responsable, “confiable” y ajeno –por ejemplo- a la exuberancia mediática de Mariela Castro o a la obviedad de Fidel Castro Díaz-Balart. Siendo Russia Today un medio muy complaciente con La Habana, merece elogio la respetuosa e inquisitiva entrevista del periodista Francisco Guaita.

Alejandro Castro Espín,

el galán que ordena los interrogatorios

Juan Juan Almeida

20 de noviembre de 2011

 

Según su pataquín yoruba, la vida de este personaje no es más que el raíl de línea por donde corre su propio tren.

 

Demonizar o idealizar, es cometer el mismo error de perpetuar a un personaje del que luego nos avergonzamos. Este de hoy tiene características depredadoras. Un chico a quien el poder se le subió a la cabeza y no tuvo la precaución de cambiarse el sombrero, un joven algo circunspecto con discreción de silbato, cuarentón de alma gótica que adora ponderar su modestia mientras envía personas a salas de interrogatorio. Alejandro Castro Espín.

 

Nos conocimos hace tiempo, mucho antes de nacer. Nuestros padres fueron amigos; nuestros abuelos, enemigos. Según la psicología, un método bastante efectivo dice que ser único varón, y el menor de los hermanos, tiene muchísimo que ver con la personalidad adulta de cada individuo.

 

Ese es el caso de Alejandro, nació un 29 de julio de 1965. Leo, en astrología occidental; serpiente, por el horóscopo chino. Una mezcla que describe a quienes, sin importar costo alguno, intentan mantenerse un paso delante del resto. Pero, según su pataquín yoruba, la vida de este personaje no es más que el raíl de línea por donde corre su propio tren.

 

Sus estudios comenzaron en su barrio, Nuevo Vedado. En la escuela primaria “Gustavo y Joaquín Ferrer”, allí cursó hasta el 6to grado. Un niño alegre, de impresionante autoestima, despreocupado y nada complicado; para entonces sus padres estaban duchos en el arte de hacer hijos.

 

El pequeño y viril Alejandro, un niño saludable, únicamente padecía de una extraña enfermedad que con los años descubrí se llama ira. Eran muy frecuentes las perretas en mi querido amiguito; pataletas de niño malcriado, aseguraban sus doctores. Recuerdo con verdadero espanto una de ellas contra un bonito perro poodle que tenía entonces, lo agarró por el rabo y lo arremetió contra la pared, quedando del intrépido cachorro solo amasijo. Pero claro, aquello fue un simple incidente, Alejandro ama a los niños, los animales, y adora la naturaleza.

 

Con casi 6 pies de estatura, y capaz de rivalizar con los más apuestos galanes de televisión, su ego comienza a inflamarse cuando entró en la secundaria “Josué País”, también en el Nuevo Vedado. La constante adulación, unido al exceso de consentimientos, más el temor de sus maestros, le hicieron adoptar la condición de ciudadano modelo y fingía con absoluto dominio ser un adulto, responsable, inflexible, pragmático y poco espontáneo. Error fatal a esa edad.

 

Hizo el pre-universitario en el Vedado, en la escuela Antonio Guiteras, lugar donde lo recuerdan como un muchacho altanero de pocos amigos. Terminando esta enseñanza matricula en el IPSJAE (Instituto Politécnico José Antonio Echevarría), y apenas dos años después, abandona su vida de estudiante de ingeniería en refrigeración, por una menos exigente pero más prometedora carrera militar. Bastante entendible, luego de saber que un gran trauma familiar cruzó las fronteras de ser un Secreto de Estado para convertirse en chiste internacional. Entonces se radicaliza creando su propio pedazo de cielo, y escogiendo a sus seres queridos por categoría social, ideológica y racial.

 

Una boda elegante y discreta lo une con Marieta. El matrimonio es una institución social con disposiciones jurídicas, es la unión de personas con la intención de formar familia, de crear un vínculo conyugal con derechos, deberes, y respetar obligaciones dependiendo de la religión o la codificación legal. Es fácil de entender, difícil de practicar. No todos admiten vivir respetando esos espacios. Quizás por eso se divorciaron; pero antes, Alejandro y su joven esposa desearon tener hijos. Con el tiempo, y mucha ayuda, lo lograron. El tan deseado primer embarazo no tuvo un final feliz, la circular del cordón no lo permitió. Era una niña. Alejandro reaccionó de una manera bastante fuera de control y buscando un culpable desapareció de la vida pública por un dilatado período al ginecólogo que atendió su caso. Pasó el tiempo, la pareja sobrevivió, y la vida los premió con unos hijos hermosos. Luego, por problemas de índole delicada, terminaron en divorcio. Este señor, como castigo adicional, separó por una larga temporada a Marieta de sus hijos.

 

La paz es la única guerra en la que me gusta luchar; pero algunos, fieles a la imagen del héroe, y perturbados por los versos de La Ilíada, cambiaron Troya por Angola y decidieron formar parte en una invasión inexplicable. Vergonzoso episodio en la historia de mi país.

 

El entonces teniente Castro Espín quiso visitar la contienda y, en su primer entrenamiento, sin salir de Luanda, le explotó un RPG7 (arma de origen soviético). Así perdió la visión de un ojo. Agotado, nervioso y con ojo operado, regresó a su frenética vida con una nueva historia inventada, esta vez, adornada como mérito ensalzado, la famosa y nada despreciable “herida” en combate. La guerra para él terminó antes de comenzar.

 

El calor de África es horrible; y el horror de la guerra, impensable. Previo al accidente, cuentan que un día cualquiera, Alejandro llegó a una candonga angolana rodeado de un grupo de amigos; y un nativo con malas mañas, creyéndose comerciante, le vendió a quién ya se perfilaba príncipe, una caja de cervezas donde había algunas botellas rellenas con agua. Los acompañantes lo hicieron objeto de burlas, y pasó lo inconcebible, quien opta por la venganza nunca estructura igualar sino superar el agravio. Las sonrisas terminaron cuando una bala de Browning atravesó la cabeza del vendedor fraudulento.

 

Podría escribir horas, pero no, porque como versa el dicho, nadie mejor que un marino para saber usar su ancla. Por ahora aquí termino, asqueado, recordando a este sujeto despreciable, arrogante, mojigato, abusador, iracundo, rencoroso, acomplejado y, a falta de mejores frases, emocionalmente inaccesible y temperamentalmente inadecuado.

Alejandro Castro Espín: un fin de raza

Ignacio Peyró

18 de julio de 2010

 

Es el heredero de un régimen que prolonga su agonía. Coronel del Ejército cubano, perdió un ojo en Angola (En un accidente). Corrobora que el carisma de los Castro se acabó con Fidel.

 

Fidel Castro es un espectro que camina en chándal y Raúl Castro acumula demasiadas décadas de whisky escocés como para que la dictadura cubana tenga de sí misma una visión a largo plazo.


Para tramitar la sucesión de lo que quede del castrismo, el régimen de Cuba tampoco tiene demasiados espejos donde mirarse, de modo que parece haberse inspirado en la adaptación vernácula del comunismo de Corea del Norte, es decir, el comunismo dinástico.

 

Hoy es Alejandro Castro Espín, hijo de Raúl Castro y Vilma Espín, quien tiene las mayores posibilidades de heredar el poder en un régimen que prolonga su agonía como un ocaso interminable.

 

Menor de 50

 

Con menos de 50 años de edad, Alejandro Castro es algo así como un refresco, una juventud o una primavera de ortodoxia frente a la longevidad de mala hierba de la que goza la gerontocracia del régimen castrista.

 

Alejandro Castro tiene, además, varias ventajas en su haber: por política, es un continuista según el canon revolucionario más estricto; por origen, es en Cuba el equivalente nobiliario a un par de Francia; por trayectoria, ha sido lo suficientemente discreto –aunque otros dirían que perezoso o inútil– como para no haber hecho nada que se le pueda reprochar.

 

A lo largo, en efecto, de sus cinco décadas de vida, Alejandro Castro ha tenido un desempeño militar quizá poco sanguinario pero sin duda poco glorioso, y una carrera intelectual como experto en relaciones internacionales que sólo ha tenido un libro –El Imperio del Terror, un rapto antiyanqui– como fruto, además de ocasionales deposiciones periodísticas.

 

Con todo, incluso como intelectual de guardia de la revolución, hay dudas para establecer la solvencia de las cogitaciones del baby Castro: sus libros los edita el Estado, sus artículos los publica la prensa del Estado y en todo el Estado cubano no hay quien pueda ponerle una coma de más o de menos a alguien que lleve su apellido, ni negarle la cobertura televisiva pertinente.

 

Coronel del Ejército cubano, Alejandro Castro tomó parte de aquellas expediciones guerrilleras a África –él, en concreto, estuvo en Angola– para expandir el comunismo, pero no hace falta ser muy crítico para decir, a la cubana, que “no le tiró ni un hollejo a un chino”.

 

Perdió un ojo, eso sí, en la aventura de Luanda. Desde entonces, la disidencia de la isla lo conoce por el sobrenombre de el tuerto. Esto contribuye a meter aún más miedo.

 

A Alejandro Castro le tocó ser el único hijo varón en la familia que encarnó el poder femenino del castrismo. Es hermano de Mariela Castro, privilegiada del régimen y encargada de revertir la homofobia en sangre de la dictadura hacia medidas tan extremas como pagar gratis el cambio de sexo a los cubanos mientras los demás compatriotas pasan –estrictamente– hambre.

 

Pero, sobre todo, Alejandro es hijo de Vilma Espín, por tradición –y por voluntarismo revolucionario– considerada primera dama del castrismo, y mujer que transitó de un paisaje vital burgués, con estudios en Ingeniería Química en Boston, a mudarse a la Sierra Maestra y hacer méritos hasta alcanzar el Premio Lenin.

 

Sin el ardor de su madre Vilma ni la fría inteligencia criminal de su padre Raúl, Alejandro sólo heredó de éste cierta borrosidad de perfil, una falta de carisma que corrobora que, precisamente, el carisma de los Castro se agotó con el reaparecido Fidel.

 

Asistente de su padre, el presidente y miembro del Consejo de Estado cubano, Alejandro Castro es el residuo de un castrismo que –según el diario Granma– quiso hacer de la transición una continuidad, pero ni siquiera para los estándares más puros de la revolución es lo mismo la legitimidad dinástica que la legitimidad histórica.

 

Lectura melancólica

 

Al cabo, el ascenso de Alejandro Castro tiene una lectura melancólica para una dictadura que logró el paso pacífico de Fidel a Raúl para, finalmente, perecer ante la opinión pública de la comunidad internacional por el valor de una disidencia en huelga de hambre.

 

Con o sin Alejandro Castro, ahora el castrismo ha de terminar como se extirpa un tumor. El propio Alejandro tiene cara ya de fin de raza.

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.