BEBO VALDÉS

Ganador de nueve Grammy,

cuatro Premios de la Música

y cinco Premios Amigo

Bebo Valdés:

¡Que se vayan al carajo todos los dictadores!

Otra gloria de Cuba que fallece

sin ver libre a su patria

Falleció en su exilio sueco

el pianista y compositor Bebo Valdés,

a los 94 años de edad

22 de marzo de 2013

Panegírico de Bebo Valdés

 

Bebo de Cuba, Rey del Piano

Paquito D'Rivera

25 de marzo de 2013

 

Bebo Valdés representó, artística y humanamente, la elegancia del músico cubano de una época desafortunadamente perdida en el tiempo y el espacio.

 

En 1997, Guillermo Cabrera Infante venía a Madrid a recibir su bien merecido premio Cervantes de manos del mismísimo Rey Don Juan Carlos de Borbón. Para celebrar la ocasión, el productor de espectáculos Javier Estrella organizó un recital en el pequeño y acogedor teatro del Círculo de Bellas Artes, sobre el que rememorando recientemente escribió: —“Desde el primer momento supe que el mejor concierto posible para dedicarle a Cabrera Infante era llamar a sus dos grandes y queridos amigos, Bebo y Paquito, y que le llevaran con su música a dar un paseo por su añorada Habana, aquella en la que los tres habían dejado unos tristes tigres”. Y razón tenía Estrella, pues hoy aún recuerdo con nostalgia aquella memorable velada con dos de mis héroes favoritos, “Caín” y “El Caballón”, que es como llamábamos cariñosamente a los célebres compatriotas.

 

Recuerdo que la tarde anterior habíamos llegado de Estocolmo y Nueva York respectivamente, y al Bebo le habían desviado su equipaje a quién sabe qué punto distante del planeta, dejándolo con lo que llevaba puesto solamente. Suerte que el pianista siempre andaba preparado para cualquier eventualidad, y venía —como de costumbre— impecablemente vestido de cuello, corbata y su inseparable blazer azul marino, que más que un pianista caribeño, le hacían lucir como un aristócrata italiano demasiado tostado al sol.

 

Como a las 8 o las 9 de la noche nos dimos cita en el hermoso apartamento con vista al Parque del Retiro donde mi buen amigo Carlos Alberto Montaner y su encantadora esposa Linda nos habían invitado a cenar en la grata compañía de Patricia y Álvaro, esposa e hijo de Mario Vargas Llosa. Los Montaner reciben con frecuencia personajes ilustres en su hogar, y aunque la comida estuvo deliciosa y la conversación muy animada, la que se robó el show aquella noche fue la nietecita de Linda y Carlos, quien con esa mezcla de ingenuidad y aplastante lógica que tienen los niños, tímidamente le preguntó a su abuelo si el señor Bebo era un rey africano.

 

Todos reímos de la ocurrencia de la niñita y hoy ya nadie se acordará de la respuesta que le habrá inventado el escritor, pero lo cierto es que “El Caballón” —que por algo le pusieron el sobrenombre—, erguido sobre sus seis pies y pico de altura, tenía realmente una presencia impresionante y majestuosa, y da para pensar que aquella niña no estaba tan lejos de la verdad cuando creyó ver un símbolo de nobleza en la esbelta figura del músico.

 

Hoy que ya no está entre nosotros y volviendo la vista atrás, veo que entre las tantas cosas valiosas que heredé de mi padre, estuvo la tierna amistad de este hombre inmenso de cuerpo y alma, verdadero Rey de corazones, sabio, afectuoso, mítico y sencillísimo a la vez. También puedo decir con sano orgullo, que uno de los momentos más felices y acertados de mi carrera fue cuando en 1994 convencí a los de la empresa alemana Messidor de producirle un disco a “El Caballón”, después de más de tres décadas alejado de los estudios. Y es que sin duda alguna, el Bebo Valdés fue —artística y humanamente— una personalidad única que epitomiza la elegancia del músico cubano de una época desafortunadamente perdida en el tiempo y el espacio, completamente incompatible con la epidémica vulgaridad que ha infestado nuestro gremio por más de cincuenta largos años.

OLD MAN BEBO - Movie trailer

Bebo Valdés se fue de Cuba el 26 de octubre de 1960, hace más de cincuenta y tres años. “Habíamos salido de Batista, que era un dictador de derechas, y caímos en el de izquierdas, que también oprime al pueblo. ¡Que se vayan al carajo todos los dictadores!”, exclamó. “Le dije a mi padre que pensaba volver en enero y me contestó llorando ‘nosotros no nos vemos más’. Me dolió en el alma. Toda mi vida he tenido ganas de regresar a Cuba, pero le juré a mamaíta, ella me lo pidió antes de morir, que nunca volvería mientras dure este sistema”.

Bebo –que se consideraba un asilado político en Suecia, un país que es triste y aburrido, pero con buenas leyes-, le dijo en una ocasión al diario argentino La Nación: “Fíjese que el artículo primero de la Constitución cubana dice que todos los cubanos son iguales ante la ley, pero el gobierno no la cumple. ¡Cómo van a perseguir a los hombres honrados!”, exclamó Bebo, que fue perdiendo sus lugares de trabajo a causa del choque entre su repertorio y las disposiciones del castrismo.

 

Imagínate, se acabó la libertad hasta para hacer música. Una noche se me acercó un tipo con un carné para preguntarme por qué tocaba esa música. Le dije que a él no le incumbía y me respondió altanero que él trabajaba en el gobierno para controlarme y respondí que estaba perdiendo el tiempo conmigo, que a mí no me decían qué tenía que tocar. Me echaron. Era un comisario político”, narró Bebo.

El verdadero nombre de Bebo era Dionisio Ramón Emilio Valdés Amaro y nació el 9 de octubre de 1918 en Quivicán, un pequeño pueblo de tierras rojas a 40 minutos de La Habana. Antes de salir de Quivicán fundó con un amigo de la infancia su primera banda, la Orquesta Valdés-Hernández, y desde entonces compaginó el piano con su vocación de arreglista y compositor.

 

En los años cuarenta, estando ya en la orquesta de Julio Cueva, compuso uno de sus primeros mambos, La rareza del siglo, en momentos en que la música popular cubana se modernizaba a toda velocidad.

 

A partir de 1948 y hasta 1957 trabajó en Tropicana, donde acompañó e hizo arreglos para la vedete Rita Montaner. Su orquesta, Sabor de Cuba, y la de Armando Romeu actuaban cada noche en el show del famoso cabaret, donde compartieron escenario con grandes artistas norteamericanos, incluido Nat King Cole, con quien llegó a grabar.

 

Por aquella época el jazz arrasaba en Estados Unidos y los músicos norteamericanos viajaban a Cuba para descargar con sus colegas cubanos. Bebo participó en no pocas de aquellas legendarias jam session, que tenían como animador principal al percusionista Guillermo Barreto. En medio de aquel hervidero, el 8 de junio de 1952, con una banda de veinte músicos dio a conocer en los estudios de RHC Cadena Azul su nuevo ritmo, la batanga. Entre los tres cantantes que integraban aquella orquesta estaba el gran Benny Moré.

 

A finales de los cincuenta, Bebo colaboró con Lucho Gatica, en México. Su vida artística cambió con el exilio de Cuba en 1960. Después de un tiempo en México y un paso fugaz por España, Bebo llegó a Suecia como parte de una gira de Los Lecouna Boys. Se enamoró de la joven modelo Rose Marie, de 18 años -él tenía más de cuarenta-, con quien se casó –ella falleció el verano pasado- y se quedó a trabajar como pianista en hoteles de Estocolmo durante más de tres décadas. En 1994 lo llamó Paquito D´Rivera y lo invitó a grabar un nuevo disco, Bebo Rides Again, una colección de clásicos cubanos junto a temas originales de Bebo.

 

En 2000 el cineasta Fernando Trueba lo invitó a participar en su película Calle 54. Bebo se reencontró entonces en un escenario con su hijo Chucho y también con sus viejos amigos Israel López ‘Cachao’ y Patato Valdés. Tras terminar el documental, Trueba les grabó a los tres el disco El arte del sabor, que obtuvo el Grammy al Mejor Album Tropical Tradicional en 2001.

 

Poco después triunfó nuevamente con Lágrimas negras, un álbum de temas cubanos con alma gitana realizado con el cantaor Diego el Cigala, con el cual obtiene otro Grammy y tres discos de platino en España. Con Trueba hizo ocho discos y se convirtió en el protagonista de su documental El milagro de Candeal, rodado en la favela del mismo nombre en Salvador de Bahía con Carlinhos Brown. También hizo la música y sirvió de inspiración para Chico y Rita, la película de animación dibujada por Javier Mariscal que fue nominada al Oscar en 2012.

 

Cuando Bebo Valdés salió de Cuba en 1960 con el cantante Rolando Laserie, la vida de su hijo Chucho dio un vuelco: por sorpresa y con sólo 19 años pasaba a ser el cabeza de familia y daba comienzo a una larga y amarga separación. Fueron 18 años en que padre e hijo, ambos pianistas y compositores, no se hablaron. El reencuentro musical lo brindó el rodaje de Calle 54, el largometraje de Fernando Trueba, y la reconciliación definitiva quedó documentada en Juntos para siempre.

 

Alguna vez pensé que no volveríamos a vernos, y ahora tenemos la oportunidad de estar juntos y poder grabar lo que hacíamos en casa. Quizá sea una recompensa a todos aquellos años de incertidumbre”, manifestó Bebo Valdés.

 

Su último disco fue Bebo y Chucho Valdés, Juntos para siempre, un homenaje en el que padre e hijo repasaron juntos el repertorio y los ritmos de la música cubana. Chucho Valdés, que siempre ha sido complaciente con la tiranía castrista, denunció en diciembre de 2009 el ninguneo oficial del régimen a la obra de su padre. La televisión cubana entrevistó a Chucho para hablar del disco, pero la noticia salió editada -como es habitual en la Cuba de los hermanos Castro- y se ocultó el nombre de su padre. “Estoy indignado”, dijo Chucho. “Siento una gran frustración. No entiendo cómo se puede omitir un nombre que ha dado tanta gloria a Cuba. Y además es mi papá... No lo voy a tolerar”.

 

La muerte de Bebo fue recibida por Mariscal con dolor pero a la vez con el recuerdo azul de su alegría y sobre todo de su elegancia. “Bebo era la esencia de lo mejor de Cuba: todo en él era especial, su forma de tocar, su manera de caminar, su risa, su elegancia para todo”. El diseñador recordó las charlas y momentos musicales que pasaron juntos con Trueba durante la preparación de Chico y Rita y cómo, a través de los recuerdos de Bebo, él descubrió de nuevo Cuba. “Yo estaba enamorado de Cuba desde pequeño, y conocía el país y sus gentes, pero redescubrirla a través de los ojos y de la sensibilidad de Bebo fue algo especial”, afirma. “Bebo representaba la esencia de Cuba y de lo mejor de su música”.

 

El músico de Quivicán fue una de las inspiraciones del personaje protagonista de Chico y Rita, un pianista de la época de oro de la música cubana atrapado por el amor de una mulata y aquella Habana mágica. Mariscal, que piensa en imágenes, asegura que Bebo tocaba como “si de pequeño hubiera metido en una lavadora todas las partituras de Lecuona y de los mejores compositores de la música cubana”, atrapando fragmentos deshilachados y notas de cada uno e “incorporándolos a su espíritu”.

 

El contrabajista Javier Colina, que en 2007 ganó un Grammy con Valdés por Live in Vllage Vanguard, disco que grabaron a cuatro manos durante una semana en el mítico club de Nueva York, asegura que “aquella semana fue “la más feliz de su vida”. “Bebo no tenía igual”, aseguró.

 

Bebo había pasado los últimos años de su vida en la localidad española de Benalmádena (Málaga), enfermo de Alzheimer. Hace dos semanas se había trasladado a Suecia, donde viven algunos de sus hijos, debido a un empeoramiento de su estado de salud. Chucho Valdés, que se mudó a Benalmádena a pasar junto a su padre los últimos años de su vida, se refirió de su padre como el “más grande”.

La comparsa / Bebo y Chucho Valdés / Calle 54

En una entrevista en 2005 con el periódico Dagens Nyheter, Bebo Valdés declaró que no volvería a Cuba porque no soportaba “las dictaduras”, pero la circunstancia de que su abuela viviera 109 años le permitía “soñar un poco todavía y hacer más música”.

Cristóbal Díaz Ayala, su esposa Marisa y Bebo Valdés. Benalmádena, 2012.

Mis recuerdos de Bebo Valdés

Cristobal Díaz Ayala

25 de marzo de 2013

 

Si tuviera que definir a Bebo Valdés con una sola palabra, sería elegancia. Su música, su manera de tocar, tienen clase, son diferentes.

 

Para fines de los años setenta, estaba tratando de encontrar información para mi libro Música cubana: Del areyto a la nueva trova. Historia de la música cubana, que saldría en 1981. Especialmente me interesaban los artistas que habían salido de Cuba a principios de la revolución, y situados la mayoría de ellos en La Florida y otros países caribeños. Pero uno, del que sabía que era pianista, compositor y arreglista destacado, que además había creado un nuevo género musical, el batanga, estaba nada menos que en Suecia. Era Bebo Valdés. Consigné esos datos en el libro, pero me quedó la curiosidad de saber algo más sobre él.

 

Gracias a Rosendo Rossell, conseguí su dirección y comencé a cartearme con él. En el verano de 1983, emprendí un crucero por el Báltico con mi familia, de esos en que cada día se llega a un puerto, se desembarca a ver la ciudad y al atardecer se regresa al barco. Así llegamos a Estocolmo. Al desembarcar, en una mañana nublada y fría, pese a ser en junio, vi en el muelle a un hombre alto, enfundado en un abrigo, que me esperaba. Era Bebo Valdés. Mi familia siguió con el resto de los turistas a visitar la ciudad, pero yo me pasé el día conversando con Bebo.

 

Para aquel entonces, había entrevistado muchos músicos y artistas cubanos en el exilio, tanto en Puerto Rico donde vivo, como en Estados Unidos y otros lugares del Caribe; ninguno más modesto que Bebo, al que casi se le dificultaba hablar de él, y ninguno con la mirada más triste, cuando se mencionaba a Cuba. Tal parece que ya sabía que no regresaria jamás a ella.

 

Entre otras muchas cosas, hablamos de su esposa sueca, Rose Marie, 21 años más joven que él, y de sus dos hijos suecos, Raymond y Rickard, de sus trabajos y luchas desde su salida de Cuba, de sus pasos en Europa hasta establecerse en Suecia. Parecía un hombre resignado a su destino, a morir sin que pasara nada importante en su vida, en esa bonita pero fría ciudad.

 

Seguimos carteándonos. En enero de 1987, me contaba: “Estuve hospitalizado 10 semanas… perdí el equilibrio y ni caminar podía debido a la inflamación de una vértebra de la espina dorsal… debido a eso se me quedó la mano izquierda un poco afectada para tocar el piano…”

 

Por ese tiempo Bebo estaba pensando en retirarse. Pasaba largas horas tocando el piano en hoteles, lo que probablemente le había causado aquel daño. Así me lo decía en una carta, comentando que Chucho su hijo le recomendaba que no lo hiciera y diciéndole que parecía mentira que mientras pianistas blancos como Claudio Arrau y Alexander Brailovsky tocaron casi hasta su muerte, un mulato fuerte como él estuviera pensando en retirarse…

 

La vida de Bebo ha sido narrada en una biografía escrita por el sueco Mats Lundahl. En Bebo de Cuba. Bebo Valdés y su mundo (RBA Libros, Barcelona, 2008), Mats narra minuciosamente su vida, desde su nacimiento en Quivicán en 1917, hasta su retiro. Sus éxitos cubanos, sus tempranos viajes a Haití donde hizo una fecunda labor (y se informó de la rica música de ese país e hizo amigos para toda la vida), su regreso a Cuba, su carrera musical vertiginosa. Pues hubo un momento, a fines de los años 50, en que Bebo era uno de los más destacados músicos de Cuba tanto como pianista, director, arreglista y compositor: un caso único.

 

El libro cuenta también su salida de Cuba, junto a Rolando Laserie, en 1960. Su estancia en España, donde también se destaca, arreglando y dirigiendo la orquesta que acompañaba a la cantante chilena Monna Bell en varias grabaciones. Su ingreso en la orquesta Lecuona Cuban Boys como pianista y arreglista de la misma (la posición más importante en dicha agrupación), y sus giras por Europa hasta que Cupido le lanza uno de sus dardos, con el nombre de Rose Marie, y se une a ella y comienza su larga etapa sueca.

 

Cuenta Lundahl que en una entrevista que le hiciera en agosto de 1989 el sociólogo norteamericano Vernon Boggs, Bebo le comentó: “Llevo veintiséis años tocando el piano en hoteles… pero eso se acabó. Ya no actúo en hoteles, pero pienso seguir escribiendo música hasta que muera”. La profecía fue cierta solo en parte. Bebo hizo después algunas grabaciones que no trascendieron en Suecia. En su correspondencia me hablaba de la suite que hacía tiempo estaba escribiendo, de música cubana.

 

Grabaciones, películas, premios

 

Pero a Bebo estaban a punto de sucederle cosas importantes. Visitó Nueva York en 1991 y allí lo entrevistó Max Salazar, quien le recordó que había sido él, Bebo, quien realizara las primeras grabaciones de Cuban jazz en La Habana, en 1952, con el número “Con poco coco” como primicia de este género. Algo que Bebo, por pura modestia, había olvidado completamente.

 

Ya por 1991 Paquito D'Rivera estaba pensando en hacer grabaciones con Bebo. Pero esto no llegaría a cumplirse hasta tres años después, cuando en un ciudad alemana, Ludwigsburg, al conjuro de Paquito se unieron (posiblemente por primera vez después de 1958) músicos cubanos que vivían dentro y fuera de Cuba. De la Isla llegaban Carlos Emilio Morales (guitarra eléctrica) y Amadito Valdés (timbales), y de fuera, Paquito (saxo), Juan Pablo Torres (trombón), Patato Valdés (tumbadoras) y otros. La estrella, sin embargo, era Bebo Valdés, y sus composiciones y arreglos. Muy propiamente, el título del disco fue Bebo rides again.

 

En las notas de ese disco, yo escribí: “Como pianista, Bebo es tan elegante como Lecuona, tan rítmico como los grandes maestros danzoneros, Antonio María Romeu y Cheo Belén Puig, tan inspirado y fiero tocando montunos como Anselmo Sacasas y Lily Martínez, y tan innovador como su hijo, Chucho Valdés, o Gonzalo Rubalcaba. Bebo es el gran maestro del piano”.

 

Creo que aquel disco debió merecer un premio Grammy, pero la firma editora, Messidor, no tenía al parecer experiencia suficiente para manejar la publicidad y dar a conocer efectivamente el disco entre los miembros votantes.

 

A todas estas, Nat Chediak, el cineasta cubano que había puesto a Miami en el mapa de las ciudades que hacían grandes festivales de cine, conocedor también del jazz latino (como lo demuestra su Diccionario de Jazz Latino, único libro en su clase), había comentado conmigo varias veces su interés en grabar a Bebo. Ese interés era compartido por el director español Fernando Trueba, otro fanático del jazz, que conocía de la obra de Bebo por su amigo Nat. De manera que invitaron a Bebo a que formara parte del elenco del documental que filmaron en Nueva York —Calle 54—, con todo un elenco de estrellas del jazz y de la salsa, incluyendo como las grandes atracciones a Bebo y su hijo Chucho, y a Cachao, contemporáneo de Bebo y como éste, la figura máxima en su instrumento.

 

Con ambos, Cachao y Chucho, hace Bebo dúos. La película, terminada en 2000, fue un éxito rotundo. Como acertadamente Nat definiera a Bebo, usando el título de una famosa novela de Jonh Le Carré, “El hombre que vino del frío” vino a calentar el ambiente musical del mundo entero. Y recuerdo que cuando se pasó la película en el Festival de Cine de Miami de 2001 el teatro estaba a reventar. Históricamente, en ese festival no se repetían las películas, solamente se pasaban una vez, pero hubo que hacer una excepción con Calle 54. Tal fue la conmoción que creó, y tuve la suerte de compartir aquella experiencia.

 

Con una visión tremenda, Trueba aprovechó la reunión de esos tres monstruos, Bebo, Cachao y Patato, y terminada la grabación de Calle 54, hizo con ellos otro disco, El arte del sabor, lanzado en 2001. Después, seguiría el descubrimiento fabuloso de la conjunción Bebo Valdés-El Cigala, grabado en parte en Miami —Lágrimas negras—, a los que le siguieron otros discos: Suite cubana y El solar de Bebo (estos dos reunidos en Bebo en Cuba), We could make such beautiful together (con el violinista Federico Britos), Bebo, Live at The Village Vanguard, y Juntos para siempre, con Chucho. Bebo ganó un puñado de Grammys y otros premios con ellos, todos grabados con más de 80 año de edad. Y vinieron otras películas además de Calle 54: El milagro de Candeal, Blanco y Negro y Bebo y Cigala en vivo. Más su colaboración especial en Chico y Rita.

 

Bebo nunca regresó a Cuba, pero paulatinamente fue reencontrándose con sus hijos, empezando por Chucho y sus hijas Mayra Caridad, y Miriam. Sin embargo, le faltaron hijos, nietos y biznietos por conocer o volver a ver. Los años empezaron a hacerse sentir, y Bebo fue retirándose, hasta que el artero mal de Alzheimer le atacara, agudizándose con la pérdida de su esposa, veinte años más joven que él, sucedida hace unos meses.

 

La última vez que lo vimos mi esposa y yo fue el verano del año pasado, en su apartamento en Benalmádena, Málaga. El alzheimer hacía mella en él, y no me reconoció de entrada; fue después que le mostré la portada de uno de sus discos de vinilo que le llevaba de obsequio, que me reconoció a través de la música. Al poco rato, fue al piano que tenía a pocos pasos, y comenzó a tocar, con la ayuda de su hijo Rickard que le proporcionaba partituras de los números. Pensé que no podía andar tan mal una mente que era capaz de darle, a cada segundo, órdenes diferentes a cada uno de sus dedos, y no pude contener algunas lágrimas. Así tocó por largo rato.

 

Pero el tiempo, el implacable, se fue imponiendo. Me contó luego Ludahl que en visita que le había hecho recientemente, ya no podía tocar tan bien el piano. Y llegamos al final de su vida terrenal, porque su presencia en la historia musical de Cuba, del mundo, será eterna.

 

Si tuviera que definir a Bebo Valdés con una sola palabra, sería elegancia. Su música, su manera de tocar, tienen clase, son diferentes. No hay estridencias, hay intrincadas combinaciones, cambios inusitados, pero todo hecho con la gracia de un prestidigitador que mezcla y cambia acordes, ritmos y compases sin que nos demos cuenta. Es música relajada, que nos hace sentir en un tiempo feliz e infinito, que no acaba.

Bebo y Chucho Valdés

en Vitoria-Gasteiz Jazz Festival

16 de julio de 2008

El Pabellón de Mendizorrotza se llenó hasta la bandera para vivir la noche más latina de la 32º Edición, gracias a las actuaciones de Javier Limón y los pianistas cubanos, hijo y padre, Chucho y Bebo Valdés.

El Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz vivió su noche más caliente en la que los aires cubanos trasladaron a los asistentes al mismo mar Caribe de donde procedían los ritmos. Con un pabellón casi a rebosar, los músicos que se presentaron en Mendizorrotza no defraudaron.

Los cubanos Bebo y Chucho Valdés regresaban a Vitoria esta vez juntos, mano a mano, con un predecesor bien conocido por ambos: Javier Limón, quien tenía como artista invitada a la mallorquina con orígenes guineanos, Concha Buika.

Limón, más conocido por su faceta como productor (cuenta con cinco premios Grammy y es el responsable de álbumes de gran éxito como Lágrimas negras de Bebo y El Cigala o Cositas Ricas, del guitarrista Paco de Lucía) demostró que también sabe hacer música. Arropado por su banda Limón, formada por jóvenes cubanos, y la colaboración especial del batería Horacio El Negro Hernández y la invitada Concha Buika, desplegó un repertorio formado por canciones de jazz, con mucha improvisación y ritmos flamencos.

Con el público ya entusiasmado, subió al escenario, asumiendo el peso de la actuación Chucho Valdés, para su padre y para muchos, el mejor pianista del mundo. Durante más de una hora demostró que es uno de los pianistas cubanos más importantes de los últimos tiempos. A la fiesta del mambo, el danzón, el son y la percusión se sumó también Mayra, hermana de Chucho quien puso voz, gracia y movimiento de caderas a temas tan populares y aclamados por la grada como Bésame mucho.

Chucho Valdés junto con Lázaro Rivero al bajo, Yaroldy Abreu en la percusión y Juan Carlos Rojas en la batería embelesaron y convencieron a todo Mendizorrotza de que quizás sean ciertas las palabras de su padre.

El momento más esperado y emotivo de la noche fue cuando llegó Bebo Valdés, presentado por su hijo como el tres veces maestro: maestro como padre, como músico y maestro en la vida.

Maravillado por la hermosura del País Vasco, que contempló desde la ventana del coche que le trasladó a su llegada desde el aeropuerto de Loiu a Vitoria, comenzó su recital de maestría con una versión de La paloma del compositor alavés Manuel Iradier.

Con un público totalmente entregado y de pie, Bebo Valdés demostró a los asistentes porque es una leyenda viva del jazz. Aunque ahora resida en Estocolmo, lleva a la espalda, casi 90 años de música cubana.

El broche final llegó cuando Chucho Valdés invitó a la banda de Javier Limón a subir al escenario. Limón conoce muy bien a padre e hijo, con Bebo Valdés ha grabado hasta doce discos y con Chucho ha participado en la producción de sus tres últimos trabajos. El resultado, una preciosa improvisación de la canción Lágrimas negras, donde Mayra y Concha Buika unieron sus voces para ofrecer al público el mejor de los regalos.

El músico que nunca existió

Roberto Madrigal

27 de marzo de 2013

 

Pertenezco a una generación que creció en medio de una reescritura de la historia para la cual no faltaron amanuenses bien dispuestos, quienes no sólo enarbolaban la pluma sino también el borrador. Se nos educó para pensar que la historia cubana antes de 1959 había sido un accidente desastroso o la de una nación manipulada por fuerzas malévolas que nada bueno pudieron aportar. Debíamos sentir culpa por nuestro pasado y ser revolucionario era la única forma de ser y de definir la cubanidad. Se nos preparaba para entonces recibir la versión de los triunfadores. No se nos enseñaban hechos, se nos daba una visión, una opinión y una relación editada de la historia. A pesar de haberme pasado la adolescencia y algo más luchando contra las limitaciones de mi educación, algo quedó. De eso me di cuenta mucho más tarde, ya en el exilio. Esa fue quizá una de las razones por las cuales nunca supe quién fue Bebo Valdés, o sea, hasta que todo el mundo supo, gracias a Paquito D’Rivera, quién fue Bebo Valdés.

 

No soy músico ni especialista en música, pero sí soy un musicófilo y estoy seguro que conozco mucho más que la persona promedio. El jazz, en todas sus variantes, siempre me ha interesado sobremanera. Aunque nunca participé de círculos culturales oficiales, sí tuve una relación distante, episódica, más tangencial que marginal, con algunos de quienes a ellos pertenecían, incluyendo a pianistas como el propio Chucho Valdés y a Emiliano Salvador, entre otros. Conocí también a músicos que fueron tempranamente marginados, como Mike Porcel y Sergio García-Marruz, este último no solo un extraordinario guitarrista, sino un gran conocedor de la historia su arte. También tuve muchos amigos que no llegaron a ser músicos, pero si eran grandes aficionados y la música era prácticamente su vida. Sin embargo, en Cuba, jamás oí hablar de Bebo Valdés. Se hablaba y se conocía la trayectoria de muchos que estaban prohibidos por ser enemigos de la revolución, pero que seguían sonando por el extranjero. De todos se tejían interminable leyendas. Hasta de Los Sobrinos del Juez oí hablar y pude escuchar, pero de Bebo Valdés nada.

 

Quizás otra de las razones de su desaparición de la memoria nacional fue su propia actitud, ya que optó por disfrutar la intimidad que un cálido amor le ofreció en la gélida Escandinavia. Lo supongo, no lo sé, porque es difícil interpretar a quien no se conoce. Aparte de su valor musical, Bebo Valdés se erige en síntoma y símbolo del poder de la censura, del resentimiento social y de las frustraciones artísticas cuando estas se ligan al poder.

 

Muchas generaciones de músicos crecieron y se educaron sin tener la menor idea de su importancia en nuestra historia musical. Durante ese lapso de tiempo no es solamente que haya sido olvidado, sino que fue como si nunca hubiera existido. No es el único, Cándido Camero es otro que me viene a la mente, pero en estos momentos es el más destacado. Por suerte lo pude disfrutar una vez rescatado, pero siempre me he preguntado cuántos otros hay en otros sectores del arte y de la ciencia. Puede que la ignorancia sea una bendición, pero nunca si viene acompañada de la mano de la censura. Con su muerte, Bebo Valdés se despide, pero esta vez va camino de la memoria. Muere y por tanto existe.

Bebo Valdés no existe en Cuba

Sigfredo Ariel

23 de marzo de 2013

 

El periodista cubano recuerda que el compositor fue extirpado de la memoria musical tras su marcha

 

Bebo Valdés es hoy extrañamente desconocido en Cuba. Su nombre y su obra se disolvieron en el imaginario colectivo de la isla a partir del éxodo compulsivo de músicos y artistas, a inicios de los años sesenta, cuando desapareció, por decreto, el ambiente musical nocturno, cabaretero, casinero,que imperaba en una Habana despreocupada, desentendida de todo otro asunto que no fuera girar sobre su propio ombligo.

 

Después, Bebo Valdés, como tantos otros, fue extirpado de diccionarios y manuales de música popular cubana, como si nunca hubiese existido. En la radio, su nombre fue acallado, como arreglista, como compositor, como director de orquesta. Su más reciente resurrección, la colaboración exitosa, planetaria, con Diego El Cigala fue sorteada con incomodidad a la hora de anunciar sus grabaciones: Bebo Valdés no existe en Cuba.

 

El gran Bebo, el Caballón, durante décadas subsistió en la memoria de la gente de la música de antes, en los memoriosos, no en su público natural, que ingratamente lo olvidó. No pocos fueron los intérpretes que le debieron su notoriedad: desde Celeste Mendoza —la reina del guaguancó— a Pío Leyva, a Pacho Alonso, rival de Benny Moré en los primeros años sesenta.

 

Bebo Valdés pudo haber sido un gran —tal vez inmenso, imaginativo— pianista de latin jazz, pero la premura del día a día lo obligó a dirigir su orquesta acompañante, a trabajar en discos de poca monta y en espectáculos cotidianos, del Coney Island de la playa de Marianao. Sus mejores ideas quedaron en el aire. Arregló para cuerdas, bandas de jazz y conjuntos; impulsó la carrera de cantantes mediocres y se prodigó en empresas de poca monta.

 

Paquito D’Rivera lo descubrió cuando parecía que había bajado el telón. Cuando apareció el disco Bebo Rides Again, el Caballón fue redescubierto inesperadamente: el resto es historia conocida.

 

A partir de su experiencia con Diego El Cigala, Bebo Valdés penetró en un espacio y un tiempo sin memoria, una especie de isla sin bordes, en la cual no existe la memoria ni hay antecedentes fidedignos de ella: se trata de tocar y cantar las mismas canciones de siempre cantadas y tocadas por gente sin historia —ninguna otra anécdota más que la sentimental, la propia, la verdadera—, y ese fue precisamente el secreto que escondía Bebo Valdés, el de su profunda emoción, el de su feeling, una impresión contenida, que a través de ningún arreglo orquestal ni composición podría revelarse.

 

La suya es la sabiduría del pianista de restaurante, pleno de recursos técnicos, artísticos, puestos en función de lo que antes se llamaba “sentimiento”. Esa fue su última muestra de humildad, después de haber reinado en las bandas y en las orquestas de cuerdas: fue su tributo a la memoria y a la desmemoria de los suyos, es su lección, y tal vez, también su drama.

Lejos del paraíso

Diego Manrique

22 de marzo de 2013

 

En el frenesí de las giras, Bebo demostró su alta calidad humana. Parecía carecer de todo tipo de divismo: acompañaba a triviales cantantes de música ligera pero también a boleristas de nivel.

 

Bebo Valdés sufrió el sino de tantos músicos cubanos. Tierra fabulosamente fértil en ritmos y melodías, sus artistas se ven obligados a emigrar, por conmociones políticas o, más frecuentemente, por la pura necesidad de ganarse un sustento decente, algo a veces imposible en un mercado tan áspero como el de Cuba.

 

Así nos encontramos con biografías guadianescas, pasmosas, como la de Bebo. Figura esencial de la explosión de la música habanera durante los rutilantes años cuarenta y cincuenta, funcionó como pianista, compositor, arreglador y líder de bandas. Habitual del Tropicana, fue convocado cuando llegó Nat King Cole para grabar en español.

 

Como tantos otros instrumentistas de su generación, andaba fascinado por las posibilidades del jazz, desarrollando su versión de las jam sessions con las descargas. También intentó dar la respuesta al mambo que popularizó Pérez Prado, con su batanga. Pero, insisto, no se pierdan los exuberantes discos de populares artistas de aquella era dorada que llevan sus huellas digitales.

 

De repente, el tajo de la Revolución y la primera oleada del exilio. Bebo dejó a su numerosa familia en La Habana y se buscó la vida en México, con el espléndido Rolando Laserie. Hubo luego estancias en Estados Unidos y España.

 

Parecía carecer de todo tipo de divismo: acompañaba a triviales cantantes de música ligera pero también a boleristas de nivel como Lucho Gatica. Había trabajo para alguien de sus habilidades pero pocas posibilidades para expresarse creativamente.

 

Más aún, cuando los azares del corazón le llevaron a Estocolmo, donde ejerció de pianista de hotel, siempre sonriente y dispuesto a complacer peticiones. Pero Bebo no se había perdido. Le podían borrar de los registros históricos del castrismo pero estaba localizado en la red global de músicos cubanos dispersos por Europa y América.

 

A principios de los noventa, cuando la discográfica alemana Messidor, decidió apostar por el jazz afrocubano, a Paquito D'Rivera no le costó convencerlo que protagonizara el disco Bebo rides again (1994), preparado y elaborado en pocos días. Nadie lo diría escuchando la finura de los arreglos, la energía de las composiciones y el deleite con que tocaban unidos exiliados y músicos residentes en Cuba.

 

Tenía 76 años y se le despertó toda la música que tenía adormecida. El proyecto de Messidor no prosperó pero entonces aparecieron Fernando Trueba y Nat Chediak, entusiastas que le embarcaron en discos y documentales que demostraban sus variados recursos.

 

El público se enamoraba de aquel saber estar, de los dedos esqueléticos que iluminaban las imágenes de Calle 54 (2000) y El milagro de Candeal (2004). Su trayectoria vital inspiró Chico y Rita (2010), la película de dibujos animados de Trueba y Mariscal. Pero la realidad fue más asombrosa que cualquier guión cinematográfico: un octogenario Bebo se convirtió en estrella internacional gracias a su primorosa labor en Lagrimas negras (2002), la colaboración con el cantaor Diego El Cigala.

 

En el frenesí de las giras, Bebo demostró su alta calidad humana. Y sí, terminó reencontrarse con el más famoso de sus hijos, también pianista gigante: Chucho Valdés. Las vidas cubanas, ya saben, son atípicas.

Tres palabras / Bebo y Chucho Valdés

Retrato del pianista en el exilio

Alejandro Armengol

 

Si existiera otra isla y estuviera desierta, y pudiera olvidar la tensión política, imaginaría por un momento la ilusión pueril de responder a la pregunta tonta de qué incluir en el equipaje de viaje a ese lugar extraño, y sin dudar por un momento a cuál disco echar mano respondería: Bebo, el álbum de un pianista legendario sin otro auxilio que su instrumento para abarcar la historia musical y la cultura de un país demasiado perdido en la política. Bebo Valdés y su piano en solitario: nada más hace falta para olvidar a Castro y recordar a Cuba. Bebo acaba de fallecer en Estocolmo. Tenía 94 años y padecía de Alzheimer’s. Cristóbal Díaz Ayala, que lo visitó el verano pasado, cuenta que al principio no lo reconoció, pero que todavía era capaz de sentarse al piano y tocar por una hora.

 

Todo pianista que se precie, al decir de Fernando Trueba, tiene que hacer un disco de piano solo, al menos una vez. Con este álbum Bebo no se dedica simplemente a cumplir este encargo de virtuosismo. En 17 composiciones recorre el quehacer de la música de la isla, desde sus orígenes hasta nuestros días, sin eludir las piezas que cualquier otro artista hubiera desestimado por otras más aptas para mostrar sus habilidades, pero también sin dejar a un lado los ejemplos fundamentales que permiten hablar de una pianística cubana: de Manuel Saumell e Ignacio Cervantes a Ignacio Cervantes y Moisés Simón hay para todos los gustos.

 

Este es un disco que sacrifica una parte de los méritos artísticos que han hecho famoso a Bebo Valdés —el arreglista y director, y en buena parte también el compositor— para destacar el oficio de ejecutar temas clásicos, y en muchos casos abusados en interpretaciones estereotipadas, con un aire nuevo donde lo innovador no depende de arreglos espectaculares sino de un aire, un ritmo y una picardía que aprovecha y transforma la melodía con un afán creativo que supera —o, mejor sería decir, destaca— la modestia del artista que puede prescindir de adornos llamativos y alardes de interpretación.

 

Pocas veces logra reunirse en un solo disco una muestra tan amplia de ejemplos —dos siglos: de principios del XIX a mediados del XX— de una forma tan compacta, que al mismo tiempo elude la monotonía de marcar un sólo estilo interpretativo para multiplicarse en formas disímiles, las cuales buscan aprovecharse de un instrumento tan completo como el piano para brindar una amplitud de registros imposibles de captar sin esa sabiduría antigua y esencial que caracteriza a un maestro no sólo en pleno dominio de su oficio —eso Bebo hace muchos años que no tiene que demostrarlo— sino dueño de un conocimiento profundo de toda la música cubana, sin distinción de épocas y etiquetas.

 

Hubiera sido fácil para Bebo limitarse a la interpretación de danzas, contradanzas y danzones; lanzar al mercado un disco depurado y digno de elogios: la obra de un pianista de primera. Aquí estamos en presencia de algo que trasciende la habilidad frente al teclado. ¿Cómo suena un son que prescinde de las voces y la sección rítmica? ¿Dónde están la trompeta, el contrabajo, las claves y las tumbadoras? ¿Qué ritmo puede darse el lujo de echar a un lado el bongó? Aquí se saca al piano de la sala familiar e incluso del escenario teatral para ponerlo en medio del solar y ponerlo a sonar usurpando el lugar del septeto y el espacio del grupo de guaguancó. No sólo es que el ritmo lo pone el propio pianista, sino que la melodía puede obviar la necesidad del violín para reinar soberana sobre las teclas.

 

Bebo es no sólo un muestrario de la mejor música cubana. También es evocación y añoranza. Música del recuerdo y el recuerdo hecho música. Un disco desde el exilio que canta y llora y no se limita a la nostalgia porque llega al corazón de cualquier cubano —y de cualquier oyente dispuesto a captar su arte— sin necesidad a apelar al patriotismo fácil o la estampa costumbrista pueblerina. De hecho, hay más de una melodía aquí que podría aspirar a la categoría de paradigma musical de la república sin necesidad de retreta de parque. ¿O qué otra cosa son La Bayamesa de Sindo Garay, Los Tres Golpes de Ignacio Cervantes, Tres Lindas Cubanas de Guillermo Castillo y Antonio María Romeu, La Comparsa de Ernesto Lecuona y Echale Salsita de Ignacio Piñeiro que variaciones sobre un mismo tema: el himno nacional? No por gusto el disco está dedicado a Guillermo Cabrera Infante in memorian, habanero ilustre.

 

No sé si al final todavía ahí estará Cuba, después del último castrista y el último anticastrista y el primer indio y el primer español y el primer africano, pero sí puedo afirmar que quedará la música cubana, sobreviviendo a todos los naufragios, bella, imperecedera, eterna y el piano de Bebo escuchándose en la distancia para contar la historia de esa triste, infeliz y larga isla.

El Gigante reposa y recuerda

Cristóbal Díaz-Ayala

5 de octubre de 2012

 

Una visita a uno de los mejores intérpretes de la música cubana de todos los tiempos, el hombre que en Marbella continúa siendo una estrella

 

El verano se siente muy a gusto en esta Marbella playera de España, y ha decidido no marcharse, aunque estamos a mediados de septiembre. Y para que no se quede solo el pobrecito, los veraneantes han decidido quedarse también. La ciudad está atestada de gente, coches, y vendedores de todo.

 

Mi amigo Ruber Iglesias y su adorable esposa Heli, generosamente nos llevan en su coche a mi consorte Marisa y a mí a visitar a mi amigo El Gigante. Logramos abrirnos paso y estacionar en la elegante zona en que estamos. Nos recibe Rickard, uno de los hijos de nuestro amigo, a la puerta del espacioso apartamento en que viven. Nos sentamos en un salón frente a una mesa y muy cerca está un piano. Al fondo se ve una amplia terraza, que debe ser deliciosa cuando se vaya este molesto verano.

 

Mi amigo llega con un andador, ayudado por una bella joven que lo cuida, después sabremos que se llama Liliana y es evidente que ya quiere a este gigante que se hace querer. Lo saludo, me responde muy amablemente, aunque es evidente que no recuerda quien soy; no me sitúa. Pero llevo algo que va abrir la línea de comunicación: la cubierta de uno de sus lp’s. La cara se le ilumina, recorre con la vista y toca la bella rumbera que aparece en la misma; voltea la cubierta, y mira y repite con satisfacción su nombre, y otros datos; saca el disco y hace lo mismo con el contenido, con un poco de esfuerzo de su vista.

 

Liliana le invita a que tome el refresco que tiene servido, pero El Gigante tiene otra cosa en mente; lentamente se levanta, y se sienta frente al piano: tiene delante una pequeña hoja de papel de música, que al parecer solo tiene la introducción del número, su clave y los primeros compases. Eso le basta, y en la mayoría de las piezas que va a interpretar, lo hará de memoria. Así va a estar tocando ininterrumpidamente por una hora; su hijo muy cariñosamente le pedirá varias veces que descanse, pero El Gigante seguirá hasta que decide parar. Yo, a la primera pieza, no pude detener unas lágrimas...

 

De sus manos maravillosas salieron perlas de su repertorio, como Lágrimas negras, Tres lindas cubanas, Priqutín pon, Para Vigo me voy, Marta, y curiosamente, un buen número de canciones jazzeadas americanas, como Guilty, Wonderful, Old man river, Louise. A veces se equivoca, y retoma cuidadosamente la canción hasta dominarla. Desde una de las primeras piezas que tocó, su hijo, excelente percusionista, se le unió con un discreto acompañamiento de cajón. Se están comunicando en el mejor lenguaje que ambos conocen, la música.

 

Yo me pregunto cómo su cerebro puede funcionar tan maravillosamente a los 94 años, para darle cada segundo una orden diferente a cada uno de los diez dedos de sus manos y a sus dos piernas, para accionar el teclado y los pedales del piano… Es, en definitiva, el mejor concierto de piano que he escuchado en mi vida…

 

Indiscutiblemente es El Gigante. Ahora luce raro que para los años cuarenta era frecuente usar la palabra “caballo” para indicar que alguien era especialmente diestro en determinada cuestión.

 

Y si era extraordinariamente destacado, usábamos el aumentativo: y en Cuba, este señor era “El Caballón” de la música; era excelente como compositor, director, arreglista y pianista. Todos los cantantes querían grabar con él; un disco con su acompañamiento y sus arreglos era la clave al triunfo.

 

El Gigante —yo prefiero llamarle así, porque “El Caballo” le dijeron también a cierta persona que no quiero recordar—, fue parte de nuestra diáspora muy temprano: trabajó en México, España, gran parte de Europa, hasta establecerse y casarse en Suecia. Vivió largos años en aquel país y aparentemente, nadie recordaba al Gigante, hasta que una serie de eventos, y personas como Paquito D’Rivera, Nat Chediak y Fernando Trueba hacen que resurja del olvido, y comience después de los ochenta años una extraordinaria carrera internacional, con innumerables premios, entre ellos varios Grammy.

 

Pero todo esto lo ha contado muy bien su biógrafo, Mats Lundahl en su libro Bebo de Cuba.

 

Ese es mi amigo, El Gigante Bebo Valdés, que está descansando acompañado de su hijo, y además tiene frecuentes visitas de Chucho y de sus otros hijos, familiares y amigos; pero le gustaría de vez en cuando recibir mensajes de sus amigos y admiradores de todo el mundo, quizás copias de fotos, o mejor aún, algún disco. Quien esté interesado en hacerlo, me puede escribir y yo le daré la dirección a donde pueden hacerle el envío. No lo hago ahora, porque de pronto Bebo recibiría un aluvión de mensajes, y después silencio; es preferible que vayan llegándole poco a poco. Perdonen que asuma este papel de policía de tránsito, pero creo es mejor así.

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.