LA PERENNE INQUISICIÓN CASTRISTA

La censura castrista a los periodistas

Eduardo del Llano:

(cineasta marxista cubano)

Se celebró el Día Internacional de los Derechos Humanos, y hubo un montón de opositores encarcelados por unas horas. Ocurre todos los años: se va haciendo parte del folklore.Lo sé por las noticias que me llegan por correo, pues para la prensa oficial esas cosas simplemente no ocurren. Sigo considerando absurdo y violatorio, precisamente, de los derechos humanos de todos nosotros que acosen y saquen de la circulación, aunque sea por un ratico, a gente pacífica que sale a pedir Libertad y derechos, no que legalicen el KKK. Y que tengamos que enterarnos por rebotes de la prensa extranjera.  Ningún periodista cubano  debería dormir tranquilo mientras no pueda salir a la calle y reportar hechos como esos sin esperar a que de arriba le espolvoreen el pienso ideológico correcto”.

 

 

Guillermo Almeyra:

(profesor marxista argentino)

casi toda la prensa cubana (…) niega a los ciudadanos la posibilidad de informarse, pensar y reflexionar(…) y paraliza las iniciativas sociales”.

Varios periodistas extranjeros han sido reprimidos por la tiranía castrista; el último fue el periodista español Mauricio Vicent, corresponsal en Cuba durante veinte años del diario español El País, a quien hace más de dos años, septiembre de 2011, el régimen de La Habana le retiró la acreditación y le prohibió publicar más informaciones desde Cuba.

 

Hace siete años, en febrero de 2007, el régimen militar cubano le retiró sus credenciales a Stephen Gibbs (BBC, Reino Unido), César González-Calero (El Universal, México) y Gary Marx (Chicago Tribune, EEUU).

Envueltos en la historia oficial

Wendy Guerra

23 de febrero de 2014

 

A mi madre

 

Recuerdo perfectamente a mi madre discutiendo afligida en los pasillos de Radio Ciudad del Mar en la ciudad de Cienfuegos, su disgusto obedecía entonces al hecho de que le permitieran  NO trasmitir  aquella terrible nota de prensa que, sin fundamento alguno, describía esta épica y dramática secuencia: Todos los cubanos que se encontraban en Granada durante los sucesos de 1983 se envolvían juntos en la bandera cubana y se inmolaban por la patria.

 

¿Cuántos cubanos caben dentro de una bandera, de qué tamaño era la bandera y quién vio y permitió aquello sin hacer nada, sin avisar a nadie, con tiempo para redactar un texto en teletipo y enviarlo a La Habana mientras, en la construcción dramatúrgica redactada para informar al pueblo era realmente creíble que todas aquellas personas morían de este operático modo? Recordemos que se trataba de 784 cubanos laborando en un contingente obrero (junto a un grupo de militares) los obreros construían el nuevo aeropuerto cuando los americanos anuncian la toma del aeropuerto de Saint Georges dentro de la Operación Urgent Fury. Ese era el contexto que derivó en Granada a la destitución de Maurice Bishop el 12 de octubre de 1983 y el día 26 de ese mismo mes la 82.ª División aerotransportada de los Estados Unidos tomaba la isla.

 

Mi madre se negaba una y otra vez a trasmitir algo que ninguna agencia de prensa había firmado. La nota simplemente “venía de arriba” y ella estaba obligada a trasmitirla tal cual, punto. Pero no, eso no era profesional y ella pensaba en todos esos nombres y apellidos de la lista, qué sentirían sus familias al escuchar en Cuba sobre la supuesta inmolación, llorarían una muerte que, tal vez, no había sucedido.

 

Mi madre no cedió y fue retirada de su puesto de trabajo. Meses después vimos regresar a muchos de los que aparecían en la lista, especialmente no olvido la imagen del coronel Tortoló en su retorno “triunfal”. La cifra real de la resistencia cubana en Granada fue la siguiente: 24 cubanos muertos y 59 heridos. Pero todo eso se supo luego y la noticia “apócrifa” sí fue trasmitida.

 

A partir de entonces se hicieron famosos en el medio los estigmas “ideológicos” de mi madre, una periodista de provincia que jamás volvió al mundo noticioso, aunque sí le permitieron seguir en la dirección de los programas musicales mientras buscaba trabajo y casa en La Habana.

 

Cuando comenzó este último tramo de la agudización del proceso venezolano yo me encontraba en la ciudad de Barranquilla. Desde allí pude ver varios puntos de vista de esta crisis, dependiendo de las televisoras a las que accediera. Al llegar a Cuba solo tuve un punto de vista, aquel donde (alejadamente)  los “fascistas, antichavistas y oligarcas” quieren cambiar las cosas en Venezuela. No hay matices. Supe que CNN perdió y recuperó la autorización para trasmitir desde Venezuela los hechos en tiempo real.

 

Al hablar en La Habana con algunos colegas de mi madre, compañeros periodistas de la vieja guardia algunos ya retirados, otros no, comprendí que ellos no tenían ninguna duda de que lo que ocurría era un golpe bajo a Maduro, a la izquierda venezolana, al pueblo bolivariano, y vi con claridad que ni en sueños  se plantean la posibilidad contraria o matizada a la historia que oficialmente se nos comunica aquí desde TeleSUR o en los canales de la Televisión Cubana.  

 

Entre los manifestantes en Venezuela existen varias versiones del problema global, puntos muy complejos que dañan a un país hoy fragmentado que atraviesa por este duro enfrentamiento; pero en Cuba, ahora, existe solo una interpretación: La oficial.

 

Me pregunto si luego de 50 años los trabajadores de la prensa cubana están verdaderamente convencidos por no tener otro modo de información, ellos han sido instalados en esta zona de confort sin confort y de ahí no hay quien los mueva. ¿Para qué buscar más allá si se supone que tenemos siempre la razón?

 

Meses sin sueldo, separación del puesto de trabajo, manchas en tu expediente laboral y ninguna posibilidad de movimiento hacia un puesto más confortable es lo que espera si, trabajando en un medio masivo de difusión nacional nos atrevemos a irle a la contraria a la historia oficial.

 

Nadie en este mundo tiene la verdad, es cierto, cada televisora, canal, estación de radio o periódico responde a intereses de un partido, de un patrocinador, de un dueño; pero todos en este mundo debemos aspirar a la posibilidad de pensar por nosotros mismos viajando a uno u otro lado de la verdad, incluso para defender un ángulo que pueda parecer confuso inicialmente, contrario a nuestras convicciones o formaciones.

 

La realidad no depende de nosotros, se destapa ella misma a partir de referentes históricos independientes e inesperados.

 

¿Qué canal no nos manipula? ¿Qué servicio noticioso no responde a intereses particulares que inciden en los ratings y en las subvenciones? El problema es que nuestros canales no tienen espacio para la pluralidad de criterios. Un periodista que en Cuba no esté de acuerdo con el enfoque de las noticias no tiene para dónde irse a defender lo contrario.

 

Un país donde no existen posiciones diversas, informaciones diversas, puntos democráticos divergentes sobre los sucesos internacionales, primordialmente sobre sus propios acontecimientos,  sobre nuestras propias ideas no puede tener una prensa sana, fecunda, verosímil.

 

¿Podemos o debemos, estamos obligados a creer en una sola arista de la historia?

 

¿Le creen a la televisión cubana en el resto del mundo? ¿Por qué muchos cubanos han dejado atrás el ritual de sentarse a leer o ver las noticias en familia? ¿Cómo explicar a tus hijos o nietos la diferencia que hay entre realidad y noticia?

 

¿Será esta una de tantas razones que tienen tantos jóvenes para salir hoy a las calles a exigir un protagonismo más allá de la historia oficial venezolana?

 

Si estoy equivocada ha de ser porque no tengo toda la información aquí conmigo, y ese es un buen ejemplo de lo que nos ocurre en este lado del mundo.

 

En marzo se cumplen 10 años de la muerte de mi madre, el tiempo pasa velozmente, pero aun la prensa cubana sigue envuelta en aquella bandera imaginaria en una inmolación perpetua.

Poca leche y mucha censura

Orlando Delgado

3 de marzo de 2014

 

La periodista Rosa Miriam Elizalde aboga por mantener la plaza sitiada: los medios de comunicación han de estar en manos del Estado.

 

Rosa Miriam Elizalde es una de las niñas mimadas del periodismo oficial. Su historial es la envidia de muchos que hace años dedican sus mejores horas a alabar a los Castro. Después de prestarle un inestimable servicio a la Seguridad del Estado con su obra Los disidentes, en colaboración con Luis Báez —el escribano encargado de ensalzar la decrépita figura de Fidel Castro—, desde hace algunos años dirige la página web por excelencia del castrismo, Cubadebate, sitio que dice combatir el terrorismo mediático pero cuya misión es la única posible bajo una dictadura: contrarrestar la influencia de la prensa independiente.

 

Elizalde ha reconocido recientemente lo que desde hace medio siglo todo el mundo sabe de sobra, que en los medios de comunicación de la Isla hay censura. Dicha declaración, por supuesto, no fue hecha en una de las aburridas mesas redondas de la TV cubana, sino en un blog español. Desde allí justificó tan deplorable situación porque de existir libertad de prensa “supondría la pérdida de leche para los niños”.

 

Bien sabe la periodista que semejante argumento es totalmente risible. No podría sostenerlo ante ningún cubano, y mucho menos desde un medio oficial. Por eso dice tamaña barbaridad a través de internet, una plataforma inalcanzable para la mayoría de sus compatriotas.

 

Si en Cuba, como por arte de magia, se restableciera la libertad de prensa, Cubadebate sería de los primeros sitios en cerrar por falta de seguidores y lectores. Su credibilidad bajaría tanto que la Elizalde terminaría por dedicarse a otras tareas ante la imposibilidad de poder cambiar su lenguaje, tan permeado ya de lugares comunes. En el hipotético caso de que algún campesino se enterara de la más reciente declaración de la periodista, no podría comprender qué relación guardan sus escuálidas vacas con la censura de prensa. Tal vez la noticia le estimule a producir más para aspirar algún día a estar mejor informado.

 

Pero no se puede menospreciar la inteligencia de Elizalde. Cuando comprendió las posibilidades que abría el libre acceso a internet, se entusiasmó con el periodismo online y hoy dedica todo su potencial a tratar de difundir la jurásica propaganda de la dictadura cubana en la web. No está sola, cuenta en su empeño con  plumíferos como Enrique Ubieta e Iroel Sánchez, quienes compiten entre sí por ver cuál profiere más insultos ya sea a intelectuales y miembros del exilio, a personalidades de ideologías ajenas a la comunista o sencillamente a críticos del régimen.

 

Los trabajos periodísticos de Rosa Miriam Elizalde sobre la prostitución en Cuba, publicados en la década del 90 —una de las etapas más negras del régimen—, hicieron pensar a más de uno que podría dar el salto a un periodismo menos comprometido con el oficialismo y más con la realidad.

Nada de eso.

 

La Elizalde se dedica ahora a teorizar estérilmente sobre la necesidad de modificar los medios de comunicación cubanos. Dice que hay que cambiar sin cambiar lo fundamental, que es el monopolio del Estado sobre los medios de comunicación. Y ya el supuesto cambio muere sin haber nacido. La Elizalde nació bajo la “plaza sitiada” de los Castro y no ha podido salirse de ella. Tal vez cuando lo haga sea demasiado tarde, sus mejores años habrán pasado y con ella la posibilidad de enaltecer la siempre difícil misión de un periodista: informar de manera veraz e independiente.

 

 

 

Cuba y los corresponsables” extranjeros

Hernán Alberro

31 de enero de 2014

 

Los miembros del movimiento cívico cubano llaman “corresponsables” extranjeros a los periodistas acreditados ante el gobierno de Cuba, porque rara vez cubren noticias que estén fuera del ámbito oficial. Este mote siempre me pareció demasiado fuerte, pero en vista de la cobertura realizada por la prensa argentina, y en buena parte también la latinoamericana, acreditada ante la Cumbre de la CELAC en La Habana, vale la pena analizarlo un poco mejor.

 

El profesor de la Universidad Austral, Fernando Ruiz, suele decir que el periodismo es una de las dos profesiones evidentemente democráticas, en el sentido de que ni el periodismo ni la abogacía pueden ejercerse bajo una dictadura. Por supuesto, no voy a entrar aquí en el rol de los abogados, pero sí me interesa analizar el de los periodistas.

 

Está claro que donde no existe libertad de expresión no puede existir periodismo, ya que esta profesión por naturaleza debe ejercerse en un marco de libertad y debe tener siempre presentes al menos dos claves: está para servir a la ciudadanía y siempre debe ser un perro guardián del poder. Estas dos claves son en realidad una misma cosa, ya que al vigilar al poder (político, económico, social) cuida los intereses de los ciudadanos a los que busca informar. Y es por estos motivos que jamás el periodismo puede conformarse con lo que informa una sola voz, en especial cuando esta voz es precisamente la de quien detenta el poder.

 

En los últimos días en Cuba se realizó la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) con la participación de casi la totalidad de los jefes de estado de la región. Consiguientemente, participaron más de 400 periodistas acreditados, varios de ellos enviados desde la Argentina. Estos últimos enviados especiales tenían el objetivo de cubrir las actividades de la CELAC con un especial interés en los temas que incumben a nuestro país y las actividades de nuestra Presidente. ¿Pero allí terminaban sus obligaciones? ¿Puede un periodista de un país democrático llegar a una dictadura e irse sin informar sobre nada de lo que sucede en dicho país?

 

En los días previos al comienzo de la cumbre y aún hasta el momento actual, cuando ya casi todos los mandatarios extranjeros han regresado a sus países, los miembros del movimiento cívico cubano sufrieron una muy fuerte represión por parte del régimen de los hermanos Castro. Esto llevó a organizaciones internacionales como Amnistía Internacional a lanzar un comunicado de alerta exigiendo que “las autoridades cubanas deben detener su campaña de represión contra opositores y disidentes y permitir la celebración de actividades pacíficas durante la segunda Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeño (CELAC)”.

 

Al momento de lanzar este comunicado, el lunes 27 de enero, se habían registrado 43 casos de personas detenidas y al menos 18 advertidas de no viajar a la capital cubana. En la mayoría de los casos se trataba de personas que habían confirmado públicamente su participación en el II Foro Democrático de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos, organizado por el Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina con sede en Buenos Aires, junto a instituciones locales que son permanentemente perseguidas por el régimen castrista. Entre otros, el objetivo de este Foro era dar voz a estos cubanos que permanentemente son asediados y que jamás tienen espacio en los medios de prensa locales (todos dependientes del Partido Comunista Cubano).

 

Todos los medios argentinos acreditados ante la CELAC recibieron la información del acoso del cual eran víctimas los activistas pacíficos, ya sea a través de CADAL, Amnistía Internacional o incluso de algunas agencias de noticias internacionales que se dignaron a cubrir estos hechos. Sin embargo, ninguno de los medios argentinos acreditados ante la CELAC, ninguno de los periodistas enviados especialmente a Cuba, dedicó ni una línea a este atropello a los derechos humanos.

 

Podemos criticar a nuestro gobierno por no haberse reunido con miembros de la oposición pacífica cubana, como sí lo hicieron el gobierno de Costa Rica y el de Chile. Podemos criticar a nuestro Canciller por haber hecho un cambio tan radical de ser un férreo defensor de la democracia a pasar a ser un “cómplice de dictaduras” que él mismo criticaba. Claro que, para poder hacer esa crítica, como ciudadanos necesitamos de la información que deberían habernos brindando los periodistas acreditados en Cuba.

 

Si nuestros periodistas consideran su trabajo cumplido simplemente por haber cubierto el evento al cual fueron y no haber ido un poco más allá, no haberse solidarizado con los sufrimientos de sus colegas en la isla, entonces de algo podemos estar seguros: nuestra democracia está más frágil que nunca, y los cubanos los seguirán considerando “corresponsables”.

 

¿Se prohíbe la crítica económica?

Fernando Ravsberg

19 de enero de 2014 

 

La censura en la prensa cubana parece volver a tomar fuerza, dos importantes comentaristas económicos fueron sorpresivamente “sacados del aire”. Al colega Ariel Terrero se le apagó la cámara de la TV en el mismo momento en que realizaba una profunda crítica a los resultados económicos del pasado año. Y, poniéndose en la misma sintonía, la radio eliminó el programa semanal del economista Juan Triana, un investigador que recorre el país dando conferencias sobre los cambios que impulsan el gobierno. ¿Será una simple coincidencia o los Defensores de la Fe arremeten con nuevos bríos?

 

 

Se asila exjefa de la sección internacional

del diario Granma

17 de enero de 2014

 

Durante décadas el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, Granma, se ha esforzado por presentar  a Cuba como un país de esfuerzos monumentales, del tipo David contra Goliat; de estar cerca del bienestar utópico y dispuesto a compartir su progreso con otras naciones.

 

Al mismo tiempo ha pintado al resto del mundo sumido en desigualdades, tragedias y  pobreza, en especial su archirrival, EEUU, constantemente descrito como virtual infierno en la Tierra, con un deseo interminable de apoderarse de Cuba.

 

Granma se especializa en ofrecer una imagen del planeta en blanco y negro, con la filosofía del Bien y el Mal, donde los gobiernos aliados del régimen militar cubano no pueden hacer ningún mal y sus enemigos ningún bien.

 

Una de las periodistas encargadas de presentar el resto del mundo a los cubanos fue Aida Calviac Mora, una mujer de 29 años de edad, quien salió de Granma en 2012, donde dirigió su sección internacional por unos 4 años.

 

Calviac dijo que los dirigentes de Cuba y los responsables de los medios de comunicación siguen atrapados en una mentalidad de “fortaleza sitiada”, que va en contra de cualquier intento de periodismo profesional.

 

En su primera comparecencia pública tras arribar a territorio estadounidense, Calviac, de 29 años, fue entrevistada la noche del jueves en el programa El Espejo, que conduce Juan Manuel Cao por America TeVe, en Miami.


La periodista lanzó duras críticas contra el monopolio estatal de los medios de comunicacion en Cuba, y dijo haberse sentido frustrada cuando intentaba proponer coberturas informativas desde una perspectiva propia.
“Uno viene con ideas de abordar temas diferentes y críticos, pero los directores de los medios te dicen que no es conveniente, porque el enemigo puede usarlos en tu contra”, relató la entrevistada.


Atrapados en el pasado


Calviac señaló que los dirigentes del país y de los medios de prensa siguen atrapados en la mentalidad de “fortaleza sitiada” que impide cualquier desempeño profesional, a pesar de los recientes llamados del gobernante Raúl Castro y del vicepresidente primero Miguel Díaz Canel a romper el secretismo y la autocensura informativa.
“Los periodistas hemos tenido que convertir las redes sociales [Facebook y Twitter] en espacios de catarsis para tratar de decir lo que los medios donde trabajamos no nos permiten”, expresó.


Interrogada sobre Lázaro Barredo, destituido el pasado octubre como director de Granma tras ocho años en el cargo, Calviac dijo que “reproducía en el periódico lo mismo que pasaba a nivel de país: el verticalismo y el ordeno-y-mando”.


Calviac dijo que rompió con Granma luego que solicitara un permiso de salida temporal del país y no se lo otorgaran, debido a su responsabilidad en el diario. No precisó la vía de su llegada a Miami, a fines de noviembre, pero todo indica que arribó a través de la frontera mexicana.


Fotos recientes en su perfil de Facebook la muestran en la Ciudad de México, adonde viajó con motivos profesionales.


Fuga incontrolable


Durante su presentación en El Espejo estuvo acompañada por su esposo, el también periodista Abel González Veranes, quien la antecedió en su llegada a Estados Unidos en ocho meses. González Veranes se desempeñaba en Cuba como reportero de la emisora Radio Rebelde. El matrimonio estaba cumpliendo este jueves cuatro años de casados.


La presencia de ambos en Estados Unidos se suma a una larga lista de deserciones, fugas hacia el exterior de jóvenes periodistas de los medios oficiales durante los últimos años.


Calviac cursó estudios preuniversitarios en la Escuela Vocacional Lenin de La Habana. Se graduó de Periodismo por la Universidad de la Habana en 2007 y fue asignada a laborar en Granma, órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y principal periódico del país.


En la plantilla de Granma coincidió con su compañera de graduación, Mairelys Cuevas, quien fue jefa de edición de la publicación hasta septiembre de 2012. Cuevas viajó a México invitada a un evento, pero tomó el camino de la frontera para solicitar asilo a las autoridades estadounidenses y desde entonces reside en Miami.

El segundo desembarco del Granma

Eugenio Yánez

16 de enero de 2014

 

La solución correcta al problema equivocado

 

El yate Granma en 1956, más que desembarcar en Las Coloradas, naufragó, aunque la propaganda edulcoró la aventura para convertir el delirio en epopeya.

 

Ahora, en el 2014, otro Granma, órgano oficial del Partido Comunista cubano, tras un absurdo periplo de más de 48 años por el limbo conceptual, pretende desembarcar en la realidad económica cubana y lanzarse contra la ineficiencia, haciendo énfasis nada menos que en la agricultura. Dice el periódico:

 

“Como diría el célebre Sherlock Holmes: ¡Elemental, amigo Watson! Ningún negocio, establecimiento, entidad o timbiriche se crea para generar pérdidas. De ser así, su dueño no dudaría un segundo en cerrarlo o en transformar el perfil productivo o comercial para buscar la imprescindible solvencia económica. A pesar de constituir tal aseveración una verdad irrebatible, clara y evidente, ha costado mucho trabajo hacerla parte consustancial de la gestión empresarial, enmarañada en viejas prácticas con resultados casi siempre cuestionables en materia de eficiencia y rentabilidad”.

 

Naturalmente, siempre es mejor tarde que nunca, pero Granma no ha radicado en Saturno o Júpiter en las últimas décadas para “desembarcar” ahora en La Habana, y ha sido cómplice de quienes impusieron esas “viejas prácticas con resultados casi siempre cuestionables”. No pueden desconocerse las oportunidades sobre ese tema que el diario desperdició durante casi medio siglo al servicio del poder y no de la información: en la década de los sesenta, ante la polémica entre autofinanciamiento y financiamiento presupuestario, apoyó “el espíritu del Che” y pisoteó la eficiencia en la economía. En la de los setenta, cuando el primer congreso del Partido llamó a un nuevo sistema de dirección de la economía, Granma apoyó la retranca encabezada por Fidel Castro, que terminó en el llamado proceso de rectificación de errores y la antológica frase fidelista, casi 30 años después de haber comenzado, de que “ahora si vamos a construir el socialismo”.

 

¿A qué Granma creer? Uno de ellos, en diciembre de 1986, destacaba estas “visionarias” palabras de Fidel Castro a militantes del Partido: “Si no hay la competencia, si es imposible la motivación que tiene el propietario en la sociedad capitalista para defender sus intereses personales, ¿qué es lo que puede sustituir eso? Únicamente el sentido de la responsabilidad del cuadro, de los hombres, no solo ya del colectivo, por el papel que desempeñan los cuadros; ese hombre que está allí tiene que ser un comunista”.

 

O quizás sería mejor creer a otro Granma, el de enero del 2014 que señala: “Se trata de vincular los ingresos a los resultados que se obtengan, elevar la productividad, diversificar la producción y los servicios, incrementar los rendimientos, y buscar nuevas alternativas y variantes para desplegar al máximo las potencialidades de cada entidad”.

 

Naturalmente, quienes analizan estos asuntos con profundidad se dan cuenta que se está produciendo una transformación sustancial del paradigma “revolucionario” con esas posiciones que asume ahora el periódico del Partido, no porque desee hacerlo sino porque ha recibido la orden para ello, como parte del montaje del post-castrismo que se lleva a cabo para garantizar la tranquilidad de los sucesores. Por su parte, los abundantes camaleones ideológicos dirán que las aparentes diferencias de políticas de un momento histórico a otro solamente expresan la aplicación creativa de la dialéctica marxista, mientras que los ignorantes, como siempre, continuarán rebuznando.

 

Granma no ofrece periodismo profesional, sino la más pedestre y aburrida propaganda política, y sus periodistas no son tal, sino simples funcionarios del aparato partidista, de quienes no se espera que piensen ni escriban brillantemente, sino que contribuyan diariamente a la “educación política” de los cubanos, es decir, a su embrutecimiento sistemático. Así nació, así ha sido su existencia, y así será hasta el día que, afortunadamente, ya no circule más.

 

En los temas económicos, como en todos los demás, Granma siempre ha vivido de espaldas a la realidad y como apologista de las causas más espurias al servicio de la tiranía, tanto en temas nacionales como internacionales. Aunque no mienta escandalosamente, su presentación parcializada, tendenciosa e incompleta de las realidades confunde a sus lectores, transmitiéndoles continuamente información distorsionada. Puede apostarse, por ejemplo, contra los defensores de cifras e índices para todo, que Granma no dirá nunca que Cuba acaba de quedar en el penúltimo lugar mundial del Índice de Libertad Económica 2014, solamente por encima de Corea del Norte. Y en el poco probable caso que el periódico hiciera referencia al tema, lo haría descalificando a la institución que realizó la clasificación.

 

Para que algún día se pueda ver una supuesta diferencia de las posiciones y la conducta actual del periódico con su ignominioso currículum de casi medio siglo, hace falta mucho más que una solitaria golondrina pretendiendo hacer verano con un artículo de 586 palabras, escrito por encargo, como el que apareció en ese diario el lunes, bajo el título de “El pesado lastre de las pérdidas económicas”.

 

Porque el verdadero lastre, y muy pesado, más que las pérdidas económicas que se mencionan ahora, aunque existían desde hace más de medio siglo mientras Granma las ignoraba olímpicamente, radica en la tendencia distorsionadora de la realidad que caracteriza al órgano del partido comunista y a toda la prensa oficialista cubana, magnífico ejemplo de lo que es la prensa cuando existe un Ministerio de La Verdad orwelliano, que en Cuba se llama Departamento Ideológico del Partido.

 

De manera que, con este segundo desembarco del Granma, pretendiendo adivinar en el campo de la economía la respuesta correcta para el problema equivocado, no puede esperarse otra cosa que otro naufragio en Las Coloradas, agravado con el subsiguiente desastre de Alegría de Pío y la desenfrenada carrera de Fidel Castro —una vez más— abandonando a los suyos para salvar el pellejo.

 

 

Cuando el Granma regurgita

Haroldo Dilla Alfonso

18 de noviembre de 2013

 

Aplaudido por algunos, un artículo reciente de Granma no implica novedad sustancial ni en lo que dice, ni en como lo dice

 

Yo estoy entre quienes quisieran ver en mi país pasos positivos que permitan a la sociedad cubana rebasar el agujero en que se encuentra, y disminuyan los sufrimientos cotidianos de los cubanos comunes. Y creo que, aunque muy tímidos y no menos fragmentados, hay acciones que merecen considerarse, y sobre todo no-acciones (es decir omisiones de políticas) que también indican el final de una época. Y todo eso es, de alguna manera, bueno.

 

Pero francamente me aturden los analistas que hurgan entre los escombros de la política cubana a ver si descubren finalmente un indicio de transición que les permita palmotear hasta el agotamiento. Y esto acaba de pasar con un artículo de Granma —firmado por su subdirector— que explica las razones de la prohibición de los cines caseros y los timbiriches de venta de ropas. Y en el que los “transitólogos” criollos han ido descubriendo saltos hacia adelante, hechos insólitos y una muestra innegable que, como decía Galileo, a pesar de todo, se mueve.

 

En realidad el artículo de Granma solo es llamativo cuando lo comparamos con el registro histórico de este periódico —uno de los más soporíferos del mundo— pero no hay en él nada sustancialmente nuevo. Por un lado, reafirma la decisión de cerrar los cines y los timbiriches. Por otro, usa una información que nadie sabe de donde salió para mostrar una opinión pública que en lo básico aprueba la medida y solo discute matices de aplicación. Luego, con el estilo empalagoso de los artículos de Granma (¿por qué todos los artículos tienen el mismo estilo de damas ofendidas pero comedidas?) reafirma que no hubo equivocación, pero que la Revolución —magnánima— pudiera reconsiderar algunas cosas. Y finalmente deja claro que lo más importante es “el interés superior de toda la ciudadanía en preservar la legalidad y el orden” (sic).

 

Realmente el problema principal que aquí se discute es cual será el rol de la actividad privada nacional, cuya primera dificultad es que sus actividades aparecen autorizadas una a una. Todo un problema para una sociedad donde hay tantas necesidades productivas y de servicios, y donde al mismo tiempo hay tanta imaginación y energías en una población deseosa de salir del estado de postración en que se encuentra. Y aunque lo razonable hubiera sido sencillamente prohibir lo inaceptable y dejar el resto del campo libre a las iniciativas, ello hubiera ido a contrapelo de como se regula el sistema cubano, prohibiendo todo lo que no está expresamente autorizado. Esa es la clave de la ley y el orden que el articulista reclama como “interés superior”.

 

Cuando esta contradicción entre lo que el mercado reclama y lo que se puede hacer se resuelve a pequeña escala y en temas inocuos, se dejan pasar las transgresiones, y solo implican algunas moneditas para los inspectores estatales. Pero cuando no es así, llegan los conflictos sonados, las algarabías sobre la disciplina social, las regurgitaciones del Granma y los aplausos de quienes gustan saludar las maromas antes de que el maromero las haga.

 

Ello ha pasado, por ejemplo, en el caso de las ventas de ropa, y en particular de ropa usada. Ese es un negocio multimillonario en nuestro continente. En RD, por ejemplo, existen maquilas dedicadas a importar las pacas de tejidos de segunda mano, reorganizarlas y revenderlas. No son, como se imaginan algunos, panaceas comunitarias, sino negocios donde corre mucho dinero, pero que tiene dos virtudes: emplean a mucha gente, sobre todo mujeres, y abaratan los costos de la canasta familiar.

 

Pero este negocio sustrae una extensa clientela a las tiendas estatales en divisas —caras y regularmente con pésimas ofertas— y con ello limita una de las áreas en las que la burguesía verde olivo cubana está haciendo su acumulación. Y ese es un límite entendible de la vocación aperturista de la élite. Un supuesto comentario de un lector, reproducido por Granma, se explica por sí solo:

 

“¿cuántos millones de dólares se fugan del país por esas compras que después no se revierten en la población, porque de dónde salen los dólares para comprar en el exterior. Cambian aquí CUC por USD y se los llevan a otro país para comprar, o sea, eso es fuga de capitales”.

 

Y por supuesto que pueden ser millones. Pero lo que el supuesto lector de Granma olvida es que ese dinero no pertenece al Estado cubano, sino a otras personas, que seguramente lo proviene de Miami, que repercute positivamente en términos de empleos e ingresos, y que no se fuga como valor, porque regresa en tejidos, aunque con toda seguridad sí se fuga de los bolsillos de los aguerridos burócratas-haciéndose-burguesía. Reconocer que hay dinero legítimo que pertenece a otros y circula por canales diferentes a los del estado, es una cuestión cardinal para que cualquier reforma de mercado funcione.

 

El tema de los cines particulares es otro. El subdirector de Granma lo explicaba muy claramente: “impedir la promoción de códigos ajenos a nuestros principios y valores como sociedad”. Y como sabemos que la televisión cubana está llena de películas con lo peor de la producción hollywoodense —bombazos, zombis, carreras de carros, asesinos descuartizadores, violencia, consumismo— entonces habría que concluir que los códigos no están referidos a la inmensidad de lo ético, sino a los pasillos estrechos de la política. Pues si peligrosos para el sistema son los hábiles comerciantes compitiendo con las faraónicas TRDs, no lo es menos la proliferación de salas de cine en libertad para exhibir ideologías adversas.

 

En resumen, quien sea feliz aplaudiendo, que lo haga. Pero me parece que el artículo de Granma no implica novedad sustancial ni en lo que dice, ni en como lo dice: dice poco y dice mal. Al menos que creamos que eso de vomitar en público el resultado de las malas digestiones políticas, sea un signo de renovación.

 

 

Fuga de capitales, cuando conviene…

René Gómez Manzano

18 de noviembre de 2013

 

El pasado lunes 11 de noviembre, el periodiquito Granma, órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, publicó, bajo la firma de Oscar Sánchez Serra, un artículo que aborda las últimas medidas del régimen que han afectado a distintos trabajadores por cuenta propia. Su título: “Preservar la legalidad y el orden: un interés de todos”.

 

Nuestro fin no es discrepar a ultranza del objetivo que enuncia el nombre que acabo de citar. En un plano hipotético, ¿alguien será capaz de impugnar la conveniencia de respetar la ley y mantener el orden? El problema radica en qué contenido concreto se le asigna a ese enunciado teórico por los escribidores castristas; en este caso específico, por Sánchez Serra.

 

Al comienzo de su trabajo, el colega arremete contra “quienes piensan que la nuestra es una sociedad acrítica, que no opina”. Según él, el sistema totalitario —al que él llama “la Revolución”— “nos ha convocado a ejercer el criterio para, entre todos, encontrar las mejores soluciones”.

 

El articulista de Granma emplea su optimismo incombustible para referirse al tema de las medidas adoptadas por el régimen castrista contra determinados trabajadores por cuenta propia, al cual dediqué mi artículo El beso de la muerte, publicado por CubaNet hace una semana. En particular, el colega ataca a los dueños de salas de exhibición y de videojuegos, así como contra los vendedores de confecciones extranjeras y de “artículos varios de uso en el hogar”.

 

Sánchez Serra ridiculiza en este contexto el concepto de “unanimidad”. “Ni asomo de eso hay en el abanico social sobre este tema”, ironiza. Lástima que, unas líneas después, afirme de modo tajante: “Tampoco asoman contradicciones antagónicas”.

 

¡Menos mal que el pudor le aconsejó reconocer la ausencia de opiniones unánimes sobre el tema! ¡Resulta difícil imaginar una contradicción mayor que la existente entre alguien que ha desembolsado miles de dólares para acondicionar una sala de exhibición y los burócratas que, al prohibirle continuar su actividad, lo condenan a perder todo lo invertido!

 

El escribidor castrista se entrega a disquisiciones acerca de si las licencias en las que se amparaban los cuentapropistas afectados contemplaban o no las actividades que venían realizando. Lo que en modo alguno se cuestiona es la retorcida concepción misma que ha primado en este asunto. Ésta consiste no en admitir todas las actividades particulares (quizás con alguna excepción específica), sino —por el contrario— tolerar sólo aquellas que estén previstas de manera expresa en una lista limitada y casuística.

 

Sánchez Serra elogia la “sabiduría inmensa” de uno de los que se pronunció sobre el tema de las ventas de confecciones extranjeras. El opinante se pregunta: “¿Se han puesto a pensar cuántos millones de dólares se fugan del país por esas compras que después no se revierten en la población”.

 

Según las peculiares ideas económicas de ese señor (con las que Sánchez Serra se identifica de lleno), esos comerciantes “cambian aquí CUC por USD y se los llevan a otro país para comprar”. Acto seguido, sentencia de modo terminante: “Eso es fuga de capitales”.

 

Parece que tanto el opinante en cuestión, como el plumífero castrista, no tienen presente algo obvio: ¡Comprar con dólares en el extranjero es justamente lo mismo que hace el régimen cubano cada vez que su Ministerio del Comercio Exterior adquiere artículos en otro país!… ¿Se atreverán a acusarlo también de “fuga de capitales”!

 

Con respecto a las exhibiciones cinematográficas, se refleja que algunos “abogan por la regulación de esos espacios a partir de la política cultural del país” y apoyan “una fiscalización de ellos para impedir la promoción de códigos ajenos a nuestros principios y valores como sociedad”. Aunque impugnan el despojo, respaldan —pues— el establecimiento de una nueva especie de Index Librorum Prohibitorum, sólo que ya no en los tiempos oscurantistas del Medioevo, ¡sino en pleno Siglo XXI!

 

 

Misión imposible: eliminar el secretismo

en la prensa cubana

Eugenio Yánez

7 de noviembre de 2013

 

Los periodistas en Cuba no son profesionales de la información, sino soldados de la orientación revolucionaria y la educación política

 

Una vez más, el vicepresidente Miguel Díaz-Canel tiene que hacer el ridículo llamando a la prensa oficial a una misión imposible: terminar con el “secretismo” que la caracteriza.

 

El segundo al mando en el Estado y gobierno cubano, a cargo de las cosas menos importantes en el país, dice que en los medios del régimen “debe prevalecer el equilibrio entre lo positivo y lo que no se hace bien, de forma que la prensa pueda contribuir con sus análisis e investigaciones a impulsar la solución del mayor número de problemas”.

 

Correcto solo en la superficie lo que señala el vicepresidente, que no menciona las causas de ese secretismo que impide solucionar problemas. Dijo que ocurre porque “en determinados sectores (…) sus directivos se oponen a dar informaciones de diversos temas”. Como si no hablara de Cuba, sino del planeta Júpiter o de la isla de Tonga.

 

Porque es válido preguntar: si esos directivos, que no son entes abstractos, sino “cuadros” del Estado, gobierno y partido, se oponen a dar información, ¿qué hacen el Estado y el gobierno, de los cuales Díaz-Canel es primer vicepresidente?, ¿qué hace el partido comunista, del cual es miembro de su buró político?

 

¿Cuántos dirigentes del Estado, gobierno o partido han sido “tronados”, demovidos o sancionados por no brindar información oportuna, veraz y completa a la prensa?

 

Como eso nunca ha ocurrido en más de medio siglo, el discurso del vicepresidente queda en pura demagogia: “el debate, el intercambio y la polémica deben estar presentes en la labor cotidiana de cada periodista”. Sin embargo ¿cómo podrían los periodistas debatir, intercambiar o polemizar si no existe información clara y abierta?

 

Si situaciones como esas hubieran ocurrido en la antigua Grecia, jamás hubiéramos sabido de Platón, Aristóteles y Sócrates. Problemas reales requieren soluciones reales, no discursos abstractos ni palabras vacías. Soluciones que no hay, aunque algunos ilusos creyeron que con el congreso de la Unión de Periodistas las cosas cambiarían. Pero la vida sigue igual. O peor.

 

Es significativo algo que la misma prensa que debería luchar contra los malos hábitos que se le señalan no demuestra asimilar: dijo el vicepresidente que “los medios provinciales, fundamentalmente, tienen un trabajo más consolidado en el tratamiento con enfoques críticos del acontecer de sus respectivos territorios”.

 

Interesante. Aunque nadie se pregunta por qué. Simplemente, se acepta que es así porque así lo declaró el orador, y todos felices como lombrices. Y nadie se plantea, por ejemplo, cuál es la responsabilidad del Departamento Ideológico del Partido en esta realidad.

 

Se dice que debe haber debate, intercambio y polémica en la actividad cotidiana de los periodistas. Sin embargo, ante la aplastante realidad de que los medios provinciales y locales, con muchos menos recursos que los nacionales, están más a tono con las realidades de sus territorios que lo que lo están los nacionales con las del país, ningún periodista se pregunta por qué, y mucho menos se atreve a comentar sobre ese tema.

 

Para ser honesto, pienso que nada se resuelve crucificando periodistas oficialistas. Tal vez ni hasta al propio orador, que perdió una maravillosa oportunidad de haberse quedado callado, pero no tuvo más remedio que hablar en Holguín: ese es el precio de una vicepresidencia adjudicada, porque no fueron los votantes cubanos quienes le eligieron.

 

Los periodistas en Cuba no son profesionales de la información, sino soldados de la orientación revolucionaria y la educación política. La prensa de los Castro no existe para informar, opinar o debatir libremente, sino para “educar” a la población de acuerdo a los intereses del partido, sean los famosos lineamientos, los cinco espías, o el “criminal bloqueo”, como actualmente, o como fue en otros tiempos la ofensiva revolucionaria, la zafra de los diez millones, la cantaleta de que la deuda externa era impagable, Ubre Blanca, las microbrigadas, los contingentes, la escuela en el campo, lo de “ahora si vamos a construir el socialismo”, el plátano Microjet, la revolución energética, o cualquier otra cosa que inventaran.

 

Ahora en estos días el partido impone destacar la supuesta aplicación perfecta de los lineamientos surgidos del sexto congreso, las ventajas de la Zona Especial de Desarrollo del Mariel, la lucha contra la carencia de valores morales y cívicos en la sociedad, o la eliminación del secretismo en la prensa. Hasta que surja un nuevo tema. Ya casi no se habla del fraude escolar, que semanas atrás parecía lo único que interesaba destacar. Pero ya pasó el embullo con esa consigna.

 

Para la prensa del régimen siempre harán falta nuevos temas y alborotos. Porque no puede hablar del buque norcoreano capturado en Panamá con armamento procedente de Cuba, del cólera y el dengue, de los bajos salarios, de la corrupción, de los abusivos precios estatales, de las indisciplinas, del aniversario del ridículo militar en Grenada, del mal estado de millones de viviendas, de las arbitrariedades del gobierno, de la represión, del estancamiento de la agricultura, de la falta de productividad, de las arcas vacías del gobierno, de la deuda externa, o de que los cuentapropistas son siempre mucho más efectivos y eficientes que las empresas estatales, en cualquier actividad que compitan.

 

Entonces, si no se puede hablar de temas verdaderamente importantes y trascendentes para el país y para los cubanos, lo más conveniente resulta hablar de otros secundarios y que no le interesan a nadie, como ahora este de pedir públicamente, por enésima vez, terminar con el secretismo en la prensa.

 

Aunque, en privado y en voz baja, se “oriente” que no se vayan a tomar demasiado en serio la consigna, porque si de verdad se hiciera la prensa “revolucionaria” no podría existir.

 

Así que tampoco hay que exagerar.

Marta Rojas y la mala memoria

Arnaldo M. Fernández

21 de octubre de 2013

 

Rojas cubría el juicio para la revista Bohemia, que publicaría otra conclusión del alegato: “El silencio de hoy no importa. La historia definitivamente lo dirá todo”

 

Por el aniversario 60 años del Moncada vienen reciclándose materiales de la periodista Marta Rojas y la semana pasada tenía que caer su testimonio de la sesión del juicio, el 16 de octubre de 1953, que ella y otros cinco periodistas cubrieron para diversos medios y en la cual Fidel Castro fue condenado a 15 años.

 

La televisión cubana recicló un vídeo en que Rojas describe cómo concluyó el alegato de autodefensa: “Da así en la mesa, con las manos, y dice: ‘¡Condenadme, no importa, la historia me absolverá!’. Eso es lo que dice Fidel. Todo el personal se queda a la expectativa, se quedan inmóviles, y entonces él, de pie, vuelve a hacer así y dice: ‘Bueno, ya terminé’.”

 

Rojas añade que, al ser conducido fuera de la sala improvisada del tribunal, Castro pasó por delante de ella y le dijo: “¿Tomaste nota?” Y ella respondió que sí.

 

El tiempo es el diablo

 

Rojas cubría el juicio para la revista Bohemia, que publicaría otra conclusión del alegato: “El silencio de hoy no importa. La historia definitivamente lo dirá todo”. (“Julio: La guerra civil”, sección En Cuba, 27 de diciembre de 1953, página 70).

 

En The Moncada Attack (Editora de la Universidad de Carolina del Sur, 2007), el historiador cubano-americano Rafael Antonio de la Cova señala que así mismo terminaba en las notas tomadas por Rojas, las cuales se transcribieron en manuscrito de 179 páginas mecanografiadas (página 231).

 

Tras el triunfo de la revolución de Castro, Rojas se excusó con que el último párrafo se modificó por los censores batistianos, pero las garantías constitucionales suspendidas desde el 26 de julio, entre ellas la libertad de prensa, se restablecieron dos meses antes del precitado reportaje en Bohemia (“Cabinet Restores Guaranteees; News Censorship Lifted”, Havana Post, 25 de octubre de 1953, página 1), justo al día siguiente de concluir la última sesión del juicio del Moncada con la condena a 10 años de Gustavo Arcos Bergnes, quien compareció en silla de ruedas por haber recibido un balazo en la espina dorsal.

 

En su libro El juicio del Moncada (Editorial Ciencias Sociales, 1988), Rojas sacó la última página —sin numerar— del manuscrito que mecanografió a partir de sus notas y la última frase aparece tachada. La corrección a pluma reza: “La historia me absolverá.” No parece lógico que si Rojas anotó la frase de cierre del alegato de Castro, se equivocara al mecanografiarla.

 

Coda

 

La sesión de octubre 16 de 1953 del juicio del Moncada duró seis horas y, además de Castro, comparecieron otro asaltante al cuartel: Abelardo Crespo, herido en el pulmón por friendly fire, y un trabajador ferroviario de Santa Clara: Gerardo Poll Cabrera, acusado falsamente por otro. En algún lugar Castro afirmó haber largado un discurso de tres horas ante los jueces, pero el presidente del tribunal, Adolfo Nieto, asegura que fueron dos.

 

En todo caso no hay tiempo para pronunciar una pieza oratoria tan larga como La historia me absolverá. Tampoco hay razón para encubrir que el panfleto impreso es versión aumentada y revisada del alegato, que incluye mejor cierre. Nada cambiaría.

Tímida apertura en la prensa de Cuba,

pero más periodistas detenidos

Maye Primera

16 de octubre de 2013

 

Los medios del Estado pretenden entrar en sintonía con la nueva reforma del Gobierno de los Castro y acabar con el “secretismo”

 

Los titulares de la prensa oficial cubana siguen retratando las mismas buenas noticias aunque el nuevo propósito público del Gobierno es dejar colar algunas críticas. Los diarios Granma y Juventud Rebelde - con nuevos directores desde hace menos de una semana - celebran en sus páginas el debut triunfal del peso ligero cubano Yasniel Toledo en el Mundial de Boxeo y el próximo comienzo de la zafra 2013-2014. Mientras, en el noticiero de la televisión nacional se ha estrenado el espacio Cuba dice para denunciar lo que no funciona en Cuba y así entrar en sintonía con la nueva reforma promovida por el Gobierno de Raúl Castro: el fin del “secretismo” en los medios del Estado. Esta tímida apertura tiene lugar, sin embargo, en medio de una nueva oleada de cortas detenciones a periodistas independientes dedicados también desde hace mucho a denunciar lo que no anda bien en la isla. 

 

“La voluntad del Partido es que no haya secretismo. Percibimos que hay un movimiento en ese sentido. El país necesita eso y necesita equilibrio”, dijo Rolando Alfonso Borges, jefe del Departamento Ideológico del comité central del Partido Comunista. Pronunció estas palabras ante la jerarquía de la Unión de Periodistas de Cuba, reunida en un pleno extraordinario este sábado 12 de octubre en La Habana. Ya en julio pasado, Miguel Díaz-Canel - primer vicepresidente de Cuba y propuesto por Raúl Castro - había dado esa misma línea a los periodistas que trabajan en medios del Estado. Les invitaba a hablar de lo que todos hablan en Cuba, a informar a tiempo de lo que ocurre pero sin dar demasiados detalles, la de participar en todos los debates para exponer los argumentos y las verdades de la revolución. “A esa prensa –dijo entonces Díaz-Canel- nuestro General de Ejército le ha pedido, le ha orientado, que debe ser capaz de reflejar la realidad cubana en toda su diversidad, informar de manera oportuna y objetiva, sistemática y transparente la obra de la Revolución, suprimiendo los vacíos informativos, las manifestaciones de secretismo y tomando en cuenta las necesidades e intereses de la población”. 

 

Desde entonces, el Gobierno cubano trabaja en los ajustes para llevar a la práctica la palabra de los Castro. La prensa oficial ha comenzado a referirse de forma crítica a pequeños problemas de indisciplina social, económica, política y moral en el funcionamiento del Estado, temas que ya han sido mencionados por Raúl Castro en sus discursos: la suciedad de las calles, el alcoholismo, algunos fallos en el funcionamiento de las escuelas.

 

La jerarquía del partido también decidió el pasado 9 de octubre remozar los cuadros directos de los dos principales diarios oficiales, Granma y Juventud Rebelde. El periodista Pelayo Terry Cuervo, hasta entonces director de Juventud Rebelde, fue nombrado director de Granma en sustitución de Lázaro Barredo Medina, en el cargo durante los últimos ocho años. Mientras, la periodista Marina Menéndez Quintero, hasta entonces subdirectora de Juventud Rebelde, fue promovida a directora del mismo diario.

 

La disidencia interna, sin embargo, tiene pocas expectativas de que estos anuncios y enroques generen cambios importantes en la línea editorial de los medios oficiales o conduzcan a un escenario de mayor apertura para ejercer las libertades de prensa y de expresión. Solo durante los últimos cuatro días han sido detenidos cinco periodistas de pequeños medios independientes. El día 10 fue arrestado el corresponsal del sitio web Misceláneas de Cuba, Mario Echevarría Driggs, cuando cubría una protesta en los alrededores del Palacio Nacional en La Habana. Al día siguiente fueron detenidos el director de la Agencia Social de Periodistas Independientes (Aspi), David Águila Montero, y uno de los corresponsales de la agencia Hablemos Press, William Cácer Díaz. Otros dos reporteros de esta misma agencia –Denis Noa Martínez y Pablo Morales Marchán—fueron arrestados el día 13. Todos ellos salieron en libertad este lunes 14.

 

La ONG Reporteros Sin Fronteras criticó este lunes la racha de detenciones a periodistas. “No es posible debatir y reformar si al mismo tiempo se continúa recurriendo a la censura, la brutalidad y la arbitrariedad”, declaró la organización a través de un comunicado difundido este lunes, poco antes de que se produjeran las liberaciones. La organización recordó que el 20 de septiembre las autoridades de La Habana rechazaron las recomendaciones del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas para la Libertad de Opinión y Expresión. “Desgraciadamente, esta negativa adquiere mayores dimensiones con estos actos de represión selectiva. Esta actitud es, por demás, incomprensible, dado que el debate sobre la información moviliza cada vez más a la sociedad civil y, en la actualidad, a los medios de comunicación oficiales”, señala la ONG en el documento.

 

Otros dos periodistas aún se encuentran en prisión pagando sentencias dudosas. Ángel Santiesteban-Prats, escritor y autor del blog Los hijos que nadie quiso, fue encarcelado el 28 de febrero y condenado meses más tarde a cinco años de prisión por cargos de supuesta violencia doméstica durante un oscuro juicio. En abril fue trasladado a una celda de aislamiento en la cárcel de San Miguel de Padrón, en La Habana, y allí comenzó una huelga de hambre. Santiesteban-Prats ya había sido detenido antes por su férrea crítica al régimen y en septiembre de este año recibió el Premio Internacional Franz Kafka de Novelas de Gaveta por su obra sobre balseros cubanos titulada El verano en que dios dormía.

 

En julio de 2011, el corresponsal del diario Granma en la ciudad oriental de Santiago de Cuba, José Antonio Torres, también fue condenado a pagar 14 años de cárcel por cargos de supuesto “espionaje”. Torres fue acusado de dejar información confidencial en el buzón de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana, poco después de que escribiera para Granma un reportaje sobre irregularidades en la construcción de un acueducto en su provincia.

 

La investigación de José Torres fue publicada en Granma en julio de 2010. Cuando Raúl Castro la leyó, se deshizo en halagos públicos. “Este es el espíritu que debe caracterizar a la prensa del Partido (Comunista) en sus exámenes, ser transparentes, críticos y autocríticos”, dijo el presidente cubano entonces. Ya parecía estar barajando la idea de dar “la batalla contra el secretismo”, que ahora sus lugartenientes dicen promover.

 


La jauría de los iguales

Héctor Antón

14 de octubre de 2013

 

Borrando el nombre de atletas, demonizando el profesionalismo, gritando consignas… Fiel al régimen, la prensa deportiva cubana posterior a 1959 ha sido un arma política

 

Grande es la verdad, pero todavía mayor,

desde un punto de vista práctico,

es el silencio de la verdad

Aldous Huxley

 

La prensa deportiva posterior a 1959 ha sido cautelosa por exceso y abrumadora por defecto. Consignas iniciales como “Listos para vencer” y “El deporte, derecho del pueblo”, logran mantener la esencia de una gesta verbal en clase épica. La crónica roja del régimen prerrevolucionario dio paso a la sangre numerosa de la insurrección triunfante. Ya era hora que el deporte amateur barriera con el espectáculo de puños y piernas rentadas, la discriminación racial y el sensacionalismo. Divulgación y propaganda serían la espada y escudo de los periodistas que decidieron permanecer en su tierra y subirse al tren de la esperanza.

 

Sin la malicia herética y formación cultural de otros colegas, los reporteros de la esfera atlética se alistan a la “causa justa” con espíritu redentor. Su tarea de choque es la de ser traductores eufóricos del lenguaje hegemónico. Un teórico francés de la disciplina-bloqueo dijo que “el teatro es la indignidad de hablar por otro”. De modo paradójico, el diagnóstico sintetiza la dignidad mayor de la prensa deportiva insular.

 

A pesar de contar en su trayectoria con abandonos y deserciones, el grueso de sus impostados actores se ha plegado a la maquinaria estatal con el mismo rigor que exige conservar bien alto el honor de la patria. El giro emergente hacia una especie de semi-profesionalismo contemplará un cambio de tono, bajo la salvedad de continuar atentos a las órdenes de arriba que será preciso cumplir.

 

En el nombre del padre

 

El protagonismo tiránico de Eddy Martin (1929-2006) y Héctor Rodríguez (1946-2012) en la narración televisiva, sentó las bases de una escuela concentrada en demostrar que los muñecos del ventrílocuo único también pueden aspirar al sueño de la permanencia. Gracias a la perseverancia y lealtad de sus malabares vocales, Héctor y Eddy fundieron técnica y táctica para reinar durante más de treinta años en una carrera sin relevos que solo interrumpió la muerte.

 

Adorar la verdad foránea tanto como la mentira autóctona. Estallar con el triunfo y enmudecer ante la derrota. Culpar de una victoria en el bolsillo al sujeto o situación conveniente. Demonizar al profesionalismo abierto y los yanquis de entonces. Borrar de la memoria a los atletas fugados o caídos en desgracia. Enamorarse de un pelotero hasta llegar al mimo sospechoso. Ser apéndices de la Comisión Nacional de Béisbol. Cambiar de tema en plena efervescencia popular, debido a sanciones injustas contra figuras encumbradas por ellos mismos.

 

Lo anterior es parte del legado que nos deparó aquel binomio cuadrado perfecto, como “ejemplo a seguir para los que hoy comienzan”.

 

Alguien curtido en la sátira política sostiene que “tontos y pícaros coinciden siempre en la desinformación”. Dicho axioma sintetiza el dilema entre masa y poder latente en el ámbito social y deportivo insular. La batalla simbólica entre los chismes de aldea y esos loros de turno reñidos con una mínima transparencia ante cámaras y micrófonos.

 

Demagogia y populismo es una redundancia en comentaristas saciados de internet y publicaciones especializadas. Tal parece que “complacer a la afición” estriba en vociferar logros racionados, en lugar de analizar críticamente el ocaso del movimiento deportivo.

 

El televidente agradece cuando las trasmisiones de cadenas hispanas conservan a sus narradores originales. Sucede que los artífices del patio menos especializados se dedican a brindar fichas biográficas y cronologías históricas, sin emitir criterios personales de lo que acontece en el escenario atlético. ¿Se imaginan un duelo entre las tenistas punteras del ranking mundial femenino Serena Williams (EEUU) y Victoria Azarenka (Bielorrusia) comentado por una dupla nuestra?

 

Hacer de tripas corazón

 

¿Qué justifica la ausencia de velocistas y fondistas durante el Mundial de Atletismo Moscú-2013? ¿Debemos aceptar que un impredecible Víctor Mesa siga al mando del team Cuba, a pesar de su abuso de poder, grosería y método irracional de conducir hombres? ¿Será crucial el precedente de haber sido el pelotero favorito de Vilma Espín? ¿El despotismo de un carismático Gran Timonel podría rescatar a los tripulantes de un barco a la deriva? ¿Dónde estará metido el exrematador de la selección cubana de voleibol Wilfredo El Bebé León en su nuevo estatus de no-persona? ¿Qué significa en el argot de la nomenclatura “violar el código de ética revolucionario”?

 

Atrapar un raquítico periódico Granma o Juventud Rebelde, encender la radio o sintonizar TeleRebelde (El Canal de los Deportes en Cuba) deviene un absurdo más. Allí no conseguiremos despejar ninguna interrogante. La jauría de los iguales silencia este tipo de confesiones. El triunfalismo del presente se impone a la suma de injusticias y fracasos. En Cuba se sabe muy poco de Cuba, según los medios de comunicación masiva.

 

Ni siquiera se abre un espacio para el negocio de la nostalgia. Nadie habló del reencuentro en La Florida de los exjugadores de equipos capitalinos de béisbol Rey Vicente Anglada y Bárbaro Garbey, al cabo de treinta y tres años de sobrevida, incomunicación y espera. Tampoco se mencionaron las visitas a Cuba de José Ariel Contreras o Rey Ordoñez, quienes regresaron dispuestos a vencer el miedo a un supuesto rechazo de la afición o de sus antiguos compañeros.

 

Otros se limitaron a retornar prácticamente de incógnitos, como los baloncestistas Roberto Carlos y Ruperto Herrera Jr., quienes volaron a La Habana procedentes de Buenos Aires y Miami. Todo un secreto a voces a nivel de amigos y familiares cercanos. La Reforma Migratoria trajo el alivio de abrazos pendientes.

 

Tampoco el furor de la inmediatez satisface el interés de los aficionados. Un partido de la liga española de fútbol es más importante que el derby de jonrones conquistado por Yoenis Céspedes en la más reciente temporada de las Grandes Ligas. Un posible fichaje millonario requiere un seguimiento que no merecen las lecciones boxísticas de Guillermo El Chacal Rigondeaux. Todo se puede resolver con un largo y tedioso resumen de la Bundesliga alemana. ¡Qué pasaría si “la liga mejor organizada” (según dijo uno de acá lejos de allá) estuviera poblada de futbolistas cubanos titulares en sus respectivos clubes!

 

¿Masa vs. multitudes?

 

Cómo es posible recuperar el interés masivo por el béisbol, si el fútbol como “deporte de las multitudes” disfruta de una cobertura televisiva superior a la pelota como “deporte nacional”. Incluso, las trasmisiones de Grandes Ligas ofrecen la impresión de que ningún cubano se alista en las novenas regulares de los equipos élites. La selección de partidos que se brindan ante la teleaudiencia insular requiere de un detector de cubanología.

 

El complejo de Mesa Redonda, donde todos los panelistas simulan “estar de acuerdo”, también matiza la prensa deportiva. Se torna difícil presenciar una confrontación en un programa supuestamente destinado al debate como “Al duro y sin guante”. Al frente de este consenso premeditado, encontramos a Rodolfo García Lozano, rancio sustituto del “titán de la locución cubana”, Eddy Martin.

 

Sentado en su tribuna de vidrio, éste camaleón histriónico induce a sus invitados por la senda de un optimismo ramplón. A la sombra de su mesura sonora, los enfoques y recuentos obsesivamente enciclopédicos de Renier González, así como la precaución del refinado Sergio Ortega sucumben al monólogo del obeso ideológico.

 

Desviar la atención de problemas locales con tramas globales es una vieja artimaña política. Un periodismo “ameno, militante y creador” tiene la misión histórica de reivindicar esta opción estratégica. El escamoteo como mentira piadosa convierte al engaño en virtud. La melancolía de los conejos entusiastas se transforma en una cacería de leones fajados por destripar presas exóticas. Es decir, el compromiso de estudiar y promover el no-compromiso.

 

“No hay cosa que mate a un hombre más rápido que obligarlo a representar a su país” (Julio Cortázar). Frase lapidaria que lastra por igual al deporte cubano y sus fieles reporteros. Vaciados de instinto de rebelión, unos y otros le entregan su alma y cuerpo al diablo por un viaje al extranjero, para endurecer el nudo de su envilecimiento.

 

Obediencia y solemnidad no riman en el imaginario de multitudes despiertas. Rejuego político y frescura competitiva no pueden ser las dos caras de una misma moneda. El patrioterismo hereditario de la prensa oficial rechaza el desacato y sentido del humor genuinos de la sensibilidad popular.

 

Los voceros del puritanismo amateur se niegan a reconocer la mediación publicitaria y especulación financiera dominante en el contexto deportivo universal. Una vasta región donde principios como nación, Estado o fidelidad a los grandes hermanos ya no cuentan. El nuevo sistema de pago a los atletas y entrenadores será un tema postergado, hasta que ya sea imposible remendar la máscara de “regalarle al pueblo el alegrón que se merece”.

 

Mientras el deporte nacional emigra, tropieza y se autodestruye, los habitantes confinados en el archipiélago de corcho (víctima y verdugo del acoso imprescindible) inventan, carean y blasfeman en las ruidosas y vigiladas peñas callejeras, clamando por el diluvio de una catarsis informativa que nunca llega.

 

 

Reseñas y olvidos voluntarios

Raúl Rivero

13 de octubre de 2013

 

Las golpizas a las Damas de Blanco, los arrestos masivos de opositores pacíficos, los asaltos a viviendas, los mítines de repudio y la represión generalizada contra los demócratas cubanos, se han integrado de una manera vejatoria y terrible al paisaje cotidiano de la vida de la sociedad en la isla.

 

Esos episodios violentos y denigrantes, organizados con severidad, disciplina y constancia por la dictadura, son, desde luego, silenciados por los panfletos oficiales del gobierno. Y no caben en los encuadres de las cámaras de los corresponsales extranjeros, ni tiene espacios en las notas escritas por quienes, según establecen los códigos elementales de la profesión periodística, están acreditados en una territorio para cubrir las noticias y los acontecimientos relevantes del país. De todo el país.

 

Así las cosas, las palizas, las persecuciones, escándalos, insultos y acosos que se producen todos los domingos en las puertas de la iglesias, lo mismo en La Habana, Matanzas que en Santiago de Cuba, es materia única y exclusiva del periodismo independiente y de la habilidad de las víctimas de los ataques policiales que consiguen hacer algunas fotos o envían mensaje al exterior con leves reseñas de los hechos.

 

Una situación similar se produce con los opositores cuando son apresados (un promedio de 400 al mes) y conducidos por los agentes a los calabozos o a lugares retirados, lejos de los centros urbanos, para sacarlos de circulación y alejarlos de los puntos de protestas o de manifestaciones públicas.

 

Sólo los corresponsales libres y personas allegadas dan cuenta de esas detenciones que, a juicio de algunos líderes de la oposición, se producen cada día –por orden directa de altas esferas del gobierno– con mayor agresividad y mayor uso de fuerza por parte de la policía y sus ayudantías paramilitares.

 

El relato de la represión, las escenas violentas con hombres y mujeres heridos, hallan espacios entonces, con algunas excepciones, sólo en las páginas de los grupos de exiliados y las de amigos verdaderos que siguen con atención y sensibilidad el día a día de lo que pasa en Cuba.

 

Es más excitante reportar que, gracias a la condescendencia estatal, ya los dueños de timbiriches privados podrán vender marejadas de años y mojitos que contar como le partieron la cabeza a un activista en Santa Clara o relatar cuántos policías metieron a empujones y trastazos en un carro a una Dama de Blanco.

 

La mayoría de los medios que se interesan en el tema cubano pasan por alto el trabajo de la oposición, el del periodismo sin mandato y la represión que se ejerce sobre ellos todos los días. Esas escenas son ya una parte, la más espantosa y oscura, del esquema de la normalidad de la existencia bajo un régimen totalitario.

 

 

¿Qué nos dice Cuba?

Yusimí Rodríguez López

11 de octubre de 2013

 

Un nuevo segmento del Noticiero Nacional de Televisión, supuestamente participativo, oculta más de lo que expone

 

Un par de semanas atrás, un amigo me habló de un nuevo espacio dentro del Noticiero Nacional de Televisión: “Cuba Dice”. Lo primero que me pregunté fue qué Cuba es la que dice. Estoy acostumbrada a los titulares de la prensa oficial, en los que Cuba es el Gobierno, pero en esta ocasión, según aclaró mi amigo, Cuba es el pueblo, la gente común.

 

¿Y qué dice Cuba?, fue mi siguiente pregunta. Mi amigo explicó que en el espacio se reflejan opiniones de los cubanos sobre “temas cruciales” de la realidad nacional. El candente asunto de la vivienda estuvo sobre el tapete, por ejemplo.

 

El martes 24 de septiembre, el programa estaba dedicado a las nuevas medidas migratorias y el “efecto” que han tenido en la población.

 

Los entrevistados se expresaron en términos muy positivos sobre la atención que han recibido al acudir a las oficinas a solicitar su pasaporte, y la rapidez con que se han realizado los trámites. Todos afirmaron que no hay obstáculos ni demoras innecesarias por la parte cubana. Quienes regresan de una estancia en Estados Unidos, aclaran que no han tenido ninguna dificultad con el Gobierno cubano, como vaticinaban los familiares que visitaron en aquel país.

 

“Los obstáculos los ponen las embajadas de los países de destino”, afirmó un entrevistado, y las historias que aparecieron a continuación le dieron la razón. “Cuba Dice” mostró entonces personas que acaban de salir de la Oficina de Intereses de Estados Unidos, donde les había sido denegada la visa.

 

Un matrimonio de personas mayores relató que al hombre le había sido concedida la visa, mientras que a su esposa no, a pesar de que ya había viajado a ese país dos o tres años antes, para una estancia de tres meses. No recibieron explicación por la negativa; ninguno de los entrevistados a quienes había sido denegada la visa recibió explicación.

 

Quienes esperan ante la Embajada de México contaron que ahora los trámites se han hecho más engorrosos, y se conceden menos visas.

 

Un funcionario de emigración afirmó que, aunque el número de cubanos que viajan fuera del país se ha incrementado tras la puesta en vigor de las nuevas medidas, no se ha producido una salida en masa de ciudadanos, como se especulaba.

 

Pero “Cuba Dice” no se detuvo en esas historias. Llegó con sus cámaras hasta aquellos que, desesperados por la demora de un “parole” o la negativa de una visa para entrar a Estados Unidos, se lanzan al mar. Sus esfuerzos por alcanzar las costas norteamericanas han sido frustrados por los guardafronteras. Ninguno es disidente ni opositor, dicen.

 

“Mi problema es económico”, afirma uno. Cuando les preguntan si están dispuestos a lanzarse al mar y poner sus vidas en riesgo otra vez, no pueden dar una respuesta definitiva. Sus caras dicen claramente que, a pesar del peligro, no descartan la vía ilegal.

 

No miente, pero omite

 

“Cuba Dice” no miente. Omite.

 

Omite que antes de las nuevas medidas migratorias, el pueblo cubano, o sea la Cuba que habla en el espacio, requería de un permiso del Gobierno para viajar, y que ese Gobierno podía negarlo, sin dar explicaciones, de la misma forma que las embajadas de otros países.

 

El gobierno de su país natal, donde es usted un ciudadano libre, ¿tiene más derecho a decidir si usted viaja o no que el de un país donde usted no nació ni ha adquirido ningún derecho?

 

¿No habría sido interesante escuchar a la bloguera Yoani Sánchez, que también forma parte del pueblo de Cuba, y por tanto también “dice”, hablar sobre su experiencia como ciudadana que viaja fuera libremente, sin tener que solicitar un permiso, y regresar? Quizás soy demasiado optimista, pero estoy casi segura de que también habría apreciado la atención que recibió al solicitar su pasaporte.

 

Claro que, tal vez, habría sido necesario explicar quién es y sobre todo cuál fue el obstáculo para que no pudiera viajar fuera en veinte ocasiones anteriores, cuando contaba con visa para entrar a otros países. ¿Pero para qué? ¿Para qué hablar del pasado, cuando lo importante es el presente?

 

Pasado y presente

 

Justo el día después de ver “Cuba Dice”, una conocida me contó que después de permanecer en una cola en la oficina de ETECSA, para pagar el teléfono, y ver la indolencia de las empleadas, empezó a quejarse de la falta de respeto al cliente que existe en el país. Un hombre de la cola (calzado con tenis Reebok, describe ella) le echó en cara “la miseria que había en Cuba antes de 1959”, como argumento para que dejara de quejarse.

 

Es maravilloso ver cómo seguimos recurriendo, después de 54 años, a los males (reales o exagerados) de la sociedad pre-revolucionaria, en la que, por cierto, los ciudadanos no necesitaban solicitar permiso para salir del país.

 

A la vez, borramos las barbaridades del pasado reciente. Se entregan licencias para abrir negocios privados, sin mencionar la atrocidad de la Ofensiva Revolucionaria de 1968. Se intenta promover, desde los medios, el respeto a orientaciones sexuales diferentes, sin hablar de quienes fueron expulsados de centros laborales o estudiantiles por su homosexualidad o de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), adonde fueron enviados, entre otros, los homosexuales. Se regresa lentamente al deporte profesional (no creo que vuelva a usarse nunca la palabra amateur para describir a nuestros deportistas), sin reconocer que fue una barbaridad eliminarlo.

 

Se permite el hospedaje de cubanos en los hoteles, sin decir que durante años, carecimos del derecho a hospedarse en las instalaciones del propio país. Y esto no era ley escrita, por lo que hablar de ello sería admitir que se estuvo violando un derecho reconocido en la Constitución.

 

Pero no importan los derechos que nos fueron violados antes, sino los que (casi) nos son reconocidos ahora. Digo casi, porque “Cuba Dice” también omite que, aunque no es necesario ahora solicitar permiso de salida, existe el artículo 25, que regula el traspaso de la frontera, que por motivos de utilidad pública también le puede ser negado a un ciudadano. La ley no habla de la capacidad de apelación del ciudadano ante una negativa del permiso.

 

La Cubadel noticiero dice que el número de ciudadanos que viajan al extranjero no es tan alto como se esperaba, pero omite que para viajar salir del país no se requiere solo un pasaporte y una visa. Si así fuera, yo habría viajado a Estados Unidos en diciembre de 2012. Solo me faltaba un pequeño detalle: el dinero.

 

Sin futuro

 

¿Cuáles son las posibilidades de un ciudadano, cuyo sueldo promedio es de 400 pesos cubanos mensuales (menos de veinte dólares) de hacerse un pasaporte, pagar por una visa que puede serle denegada, y luego, si la obtiene, disponer de dinero para viajar, hospedarse, alimentarse y regresar o permanecer en otro país?

 

“Cuba Dice” muestra las consecuencias de la política norteamericana, que, según ellos, por un lado niega visas y por el otro alienta a embarcarse en travesías que terminan de forma trágica, la mayor parte de las veces. Uno de los balseros se preguntó “si hay que poner una bomba para que Estados Unidos te reciba”. Pero sucede que él no es un terrorista, ni siquiera es un opositor ni un disidente. Su problema es económico.

 

Lo que el Noticiero no muestra es ese problema económico. ¿Hasta qué punto ha llegado la situación de ese hombre y de los otros que intentan abandonar el país de forma ilegal, para arriesgar sus vidas una y otra vez?

 

“Cuba Dice” no explica cómo estos cubanos han llegado a convencerse de que no tienen futuro en la Isla.

 

 

Cuba muda

Alejandro Rodríguez Rodríguez

9 de octubre de 2013

 

El post Cuba berrea, publicado por Rafael Escalona en su blog El Microwave, me anima a escribir sobre la más reciente sección del NTV, Cuba dice, en la que sale la población quejándose de sus desgracias patrimoniales y también jefes administrativos justificándolo todo o sacudiéndose las culpas. La sección, a pesar de ser el mismo caramelo envuelto en un papelito más brillante, ha sido bien acogida por la audiencia, lo cual es entendible: todo el mundo sabe que aquí un peso MN no vale el metal con que se fabrica, y sin embargo un mendigo te agradece cuando se lo das en la calle de modo que Cuba dice, como yo lo veo, afirma nuestro desamparo periodístico, nuestra incultura del debate, y también la sinapsis atrofiada de un sistema nervioso mayor.

 

No exagera el dueño de El Microwave cuando desestima el valor de un periodismo incómodo que solo lo es los 15 minutos que dura un reportaje, ni cuando se percata de lo lejos que está el periodismo del periodismo. Sin embargo sí creo que exagera al concluir pidiendo peras de un olmo: lo que se dice resolver, el espacio en cuestión no resuelve un carajo, termina Rafael. La sección, por no resolver, no resuelve ni un embrión de carajito, pero tampoco le corresponde a la prensa resolver nada. Ella puede montar la carpa, armar el show y dejar que la bola corra: su función esencial consiste en crear opinión, influir en su estado, sensibilizar a la gente o bien lo contrario por omisión.

 

¿Cuál es el conflicto entonces? Que en Cuba la opinión pública que es a quién le correspondería pinchar a los portadores de soluciones para que despierten y actúen tiene el empuje de una pistolita de globos plásticos. Pongo un ejemplo: en Camagüey un programa de televisión abordó durante aproximadamente 2 horas el tema de la calidad de la mortadella y otros productos de la canasta básica. Estaban presentes todos los implicados en el proceso, desde la fábrica hasta la tienda, y todos fueron cuestionados por los periodistas, y tras saberse que los recursos estaban, no pudieron sino prometer que lo harían mejor, incluso frente a la máxima autoridad del Partido provincial. Hoy, una pila de meses después, el trozo de mortadella que tengo en mi nevera es un pedazo asqueroso de harina entintada en sangre animal, que ni mi perro Patricio se atreve a meterle el diente. ¿Qué pasó entonces, si el programa logró impactar en la opinión de los camagüeyanos? Nada, nunca pasa nada; o sí, que la prensa local fue ridiculizada por administrativos que, presumo, tienen carne real en sus neveras.

 

Son innegables algunos valores en Cuba dice: por primera vez en la TV los reportajes de investigación duran más o menos lo que deben durar, y una concesión de tiempo aquí tiene que significar algo; recuérdese que estamos en un país con 2 periódicos de 8 páginas y menos de 3 horas de noticias nacionales en formato audiovisual al día. Además se hace trabajo en equipo,aunque siempre sea el mismo equipo, no puedo verlo sino como un elemento positivo. Desconozco si los temas surgen de manera espontánea, o si son orientados por los arquitectos de la comunicación en Cuba, pero sospecho lo último. Según me contó un amigo periodista, en una reunión le habían dicho que ya se podía criticar a los sectores vitales, o sea, Salud y Educación, pero igual le aclararon que la cosa tenía su límite, que debían primero documentarse muy pero que muy bien, consultar a las autoridades pertinentes y demás peros de siempre ¡y con semejantes truenos quién se baña en ese aguacero!

 

A mí Cuba dice me parece cosa artificial por razones que superan su imposibilidad para solucionar los problemas que punzan a diario en las vidas cubanas, y también su notable gusto por la cáscara. Un solo Noticiero Nacional de Televisión, con un solo proyecto de periodismo crítico, acometido por un solo equipo de reporteros estrellas apoyados por otros que, desde las provincias, de vez en cuando logran colarse en un concepto de prensa que privilegia a los issues capitalinos, no puede ser la respuesta al drama existencial de la prensa cubana. Granma igual critica en su página 8 desde hace tiempo, con similares estrategias: el tema del maltrato a los contenedores plásticos de basura, por ejemplo, no merece espacio importante en ningún medio nacional porque solo hay colectores de ese tipo en La Habana y Varadero, que yo sepa; y sin embargo ha sido amplia la matraquilla de los contenedores de basura: ¡a ver si ponen algunos en Camagüey para que la gente pueda maltratarlos y ya luego sentirse parte de los reportajes del Granma!

 

Yo quisiera que Cuba dice acaso el único experimento de discurso crítico al cual ahora mismo tienen acceso todos los cubanos, trascendiera el quejido canino por un boniato del agromercado y la vieja tángana por la cola en el Registro Civil. Que llegaran profundo en ese anhelo de todos que es tener acceso irrestricto a la información, al Internet, y otros quereres de naturaleza espiritual. Que investigaran sobre la telefonía móvil prohibida para el bolsillo del trabajador en pleno 2013; que hablaran del salario, de la doble moneda, de los precios de las TRD, y de las otras dificultades mayúsculas de esta nación, que por espinosas la prensa suele evitar. Que el agua les llegue al pecho si es que van a hablar de un bache, y si van a protestar porque los afectados del ciclón Flora aún no tienen la vivienda prometida, pues que lo hagan con el filo necesario para encontrar la dinámica fallida, el discurso mentiroso, o como pide Rafael, ponerle nombres a sus responsables y no soltar prenda hasta verlos caer. Se habla de asuntos muy serios, y hacerlo de mentiritas es faltar al respeto que merece la gente de este país, muy cansada ya de las tangentes.

 

No va a importar que una Cuba diga, chille, berree o patalee, mucho o poco, mal o bien, en el Noticiero de las 8:00 pm, mientras haya otra que se quede muda, ciega y sorda, con la tranquilidad del desahuciado ante los roles de la prensa.

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Cuba berrea

Rafael Escalona

5 de octubre de 2013

 

La insistencia de los amigos me llevó a dedicarle unos minutos al noticiero de televisión ayer en la noche –lo confieso, mi frugalidad televisiva llega a niveles alarmantes–. “Tienes que mirar ‘Cuba dice’, para que veas el último intento del periodismo cubano”. Y ahí estaba yo, plato en mano frente al televisor, listo para la embestida del periodismo crítico made in Cuba.

 

No me defraudó en lo más mínimo: muchas intervenciones de gente de pueblo hablando del bache del barrio, dirigentes con explicaciones ininteligibles y discursos retóricos de nuestros periodistas más inquisitivos y mediáticos. Mi saco de temores y prejuicios es infinito, así que no sufrí por el espacio televisivo. Sufrí cuando me puse a pensar en esa señora que se cayó por culpa de la calle mal asfaltada y que cuando se vea en la pantalla pensará en lo valiente que son esos periodistas, sufrí cuando caí en cuenta de que se juega a arañar la superficie del fenómeno con un puño enguantado, sufrí cuando comprendí lo lejos que está el periodismo del periodismo.

 

Hablar de un asunto, por escabroso que sea, es apenas atisbar un problema. Los micrófonos abiertos y las declaraciones de ciudadanos enfurecidos están bien, pero mostrar la realidad e inquirir sobre ella es bastante más que eso. ‘Cuba dice’ puede existir solo en un país como Cuba, en el que la sociedad apenas tiene acceso a tecnologías de la información y a la información misma. Si existieran Twitter, Facebook y los blogs para todos los cubanos cualquier persona pondría a la vista de millones una foto del hueco de la esquina, o un video del tráfico de frutas y vegetales en los agromercados; si existiera Internet quedaría en evidencia el pobrísimo papel que está cumpliendo ese programa que ahora presentan como el abanderado del periodismo nacional.

 

No creo en el valor de un periodismo incómodo que solo lo es los 15 minutos que dura un reportaje, no creo en el valor de un periodismo incómodo cuya hondura no sobrepasa la del charco del que habla. El periodismo, ‘Cuba dice’, es otra cosa, el periodismo es llegar a la raíz (y para llegar a la raíz hay que recorrer las ramas y el tronco), valorar la multicausalidad de un problema, ponerle nombres a sus responsables y no soltar prenda hasta verlos caer. Lo otro es la amplificación del dolor, y eso, resolver, lo que se dice resolver, no resuelve un carajo. 

 

Y surgió el Granma…

René Gómez Manzano

8 de octubre de 2013

 

El pasado viernes, pese a no tratarse de un aniversario cerrado, el diario Granma recordó su surgimiento. Fue el 4 de octubre de 1965 cuando, tras decretar el cierre de Revolución y Noticias de Hoy, el régimen castrista creó el nuevo periódico, en calidad de órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.

 

El rotativo evocó el asunto en primera plana y en un artículo de Jorge Oller. En esos materiales se narran incidencias de la noche que precedió al lanzamiento y se rememoran las principales noticias de aquella edición. También se recuerda al primer director, cuyo nombre, de múltiples implicaciones escatológicas, más que el de una persona de carne y hueso parece la creación de un escritor imaginativo y malévolo: Isidoro Malmierca Peoli.

 

Por encima de las anécdotas sobre el trabajo desplegado por los distintos colegas del recién nacido Granma, se destaca el hecho cierto de que el surgimiento del nuevo periódico, tras la desaparición de sus dos predecesores, representó el culmen del proceso de domesticación de la prensa nacional, iniciado con el triunfo mismo de la Revolución.

 

En su artículo, Oller plantea en son de triunfo que el número de ejemplares de la primera edición —casi medio millón— fue mayor que “la tirada de la veintena de diarios capitalinos juntos antes de 1959”.  Como era de esperar, no aparece allí ni una sola palabra sobre la pérdida de la diversidad ni sobre la entronización de la grisura que implicó la existencia de un solo periódico nacional.

 

Entre las noticias que hallaron cabida en aquel primer número, se destacan la constitución, con su nuevo nombre, del partido único, la presentación de su Comité Central, Secretariado y Buró Político, así como la publicación de la carta dirigida por Ernesto Guevara a Fidel Castro, anunciándole la actividad subversiva que se disponía a realizar en “otras tierras del mundo”.

 

Por supuesto, sobre este último punto los colegas del Granma se limitan a recordar la lectura del documento por parte del entonces Máximo Líder. Por ende, se abstienen de valorar la difusión de esa información como una maniobra de este último para obligar al sedicioso rosarino a permanecer fuera de Cuba, sin regresar públicamente a La Habana, tal vez como castigo por su descalabro en el Congo.

 

Por haber sido viernes, el número del pasado 4 de octubre contiene cartas de lectores. Ellas ofrecen una panorámica elocuente: alcoholismo, pésimo estado del transporte público, insensibilidad del personal hospitalario, mal trabajo en el mantenimiento de viales, ínfima calidad de mercancías vendidas, y conversión de una de las mayores ciudades del país —Santa Clara— en “un hipódromo” plagado de deyecciones caballares. También, “la manera lacerante con que se trata a algunos discapacitados”.

 

La simple enumeración de los temas abordados brinda una imagen certera e irrebatible de la magnitud del descalabro en el que ha sumido a Cuba el régimen castrista. Atrás quedaron los sueños de 1965 —el año del surgimiento del periódico—, cuando se suponía que, al institucionalizarse el partido único, comenzaría la solución de los múltiples problemas.

 

El Granma del siguiente día —sábado 5— refleja también la práctica viciosa de conceder grandes espacios de primera plana a “informaciones” (de algún modo hay que llamarlas) que poseen una antigüedad de decenios. En este caso, se trata de una que data de 37 años: El derribo de un avión cubano en Barbados.

 

Bajo el encabezamiento que, sin prueba alguna, atribuye el hecho al “terrorismo de estado de los Estados Unidos contra Cuba”, aparece, en calidad de titular, una conocida frase de Fidel Castro: “¡Cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla!” Los comunistas cubanos siguen sin aceptar que calificar de “viril” a un pueblo integrado en más de su mitad por mujeres, constituye una gran muestra de machismo y una inmensa falta de respeto hacia todas las cubanas.

 

 

Rumores

Eduardo del Llano

25 de septiembre de 2013

 

Donde la prensa es antipática proliferan los rumores

 

En Cuba no existe la prensa amarilla, ergo hay bolas y chismes. Y claro, las bolas crecen con cada transmisor, y una discusión verbal se convierte en una reyerta sangrienta.

 

Alguna vez he sido testigo de la contrariedad de quienes propalan los rumores cuando consigues demostrarles que son falsos. Los comprendo: la vida es más interesante con crímenes del corazón, fugas, declaraciones a la prensa extranjera, robos sensacionales. Quienes deciden decidieron que no tenemos que enterarnos de eso, así que lo sabemos por otras vías, o simplemente lo inventamos.

 

Las bolas están en mi vida desde que me recuerdo. Que si este actor está muriendo o ya murió, que si fulanita se fue, sí, muchacha, si un amigo de mi prima la vio en Miami la semana pasada, que si la que trabajaba en la novela mató al marido a puñalás y luego regó los trozos por ahí, que si Beatriz Valdés se había casado con Chávez, en serio, yo vi las fotos y todo… Luego sale el interesado en la televisión desmintiendo el rumor, pero ni por esas, la gente siempre piensa Si tiene que explicarlo tanto, algo habrá de cierto. La realidad es incómoda, la bola es poesía.

 

La prensa amarilla, por supuesto, acarrea consecuencias negativas: los paparazzi y la invasión de la intimidad, las verdades a medias y las calumnias cabales, la prostitución del oficio. Pero digo yo que si no amarilla, puede haber al menos una prensa verde limón que ponga a nuestro alcance no sólo noticias sociales de razonable impacto, sino estadísticas tan esenciales como las tasas de criminalidad urbana, las cifras de afectados por brotes epidémicos…

 

Con las cadenas de emails el rumor, en apariencia, se objetiviza. En realidad no hay nada de eso: las cartas, los testimonios y las réplicas son a menudo fruto de conclusiones aceleradas o tomados de fuentes dudosas. Y, en cualquier caso, sólo te llegan algunos, y no necesariamente en el orden correcto. Lejos de acallar los rumores, las cadenas de emails generan rumores nuevos.

 

Y ya que hablo de esto, mi apoyo y aplauso absolutos para Robertico Carcassés y su derecho –que es el nuestro- a decir lo que piensa. Es cierto que unos lugares son más pertinentes que otros, pero esa formulación sólo tiene sentido si esos otros lugares efectivamente existen.

 

 

Diez años del expolio

del Centro Cultural en La Habana

Luis Ayllón

11 de septiembre de 2013

 

Entre los aniversarios que se cumplen el 11 de septiembre, hay que contar el de la incautación del Centro Cultural de España en La Habana por las autoridades castrista. Hace diez años, los funcionarios españoles que trabajaban en él se vieron obligados a abandonarlo, después de que tres meses antes, Fidel Castro decidiera su cierre, alarmado por el éxito que las actividades que en él se desarrollaban tenían entre la población cubana menos afecta al castrismo e incluso entre algunos cargos del régimen, que podían mantener algunas tímidas posiciones críticas.

 

En realidad, la medida de Fidel Castro fue una consecuencia del deterioro de las relaciones entre España y Cuba, después de que la Unión Europea adoptara una serie de medidas sancionadoras contra La Habana, a raíz del fusilamiento de tres secuestradores y de la detención de 75 disidentes en la llamada Primavera Negra. Castro consideraba que el principal impulsor de esas medidas -que incluían la invitación a disidentes a las fiestas nacionales de las Embajadas europeas- era el entonces presidente del Gobierno español, José María Aznar. Algunas fuentes hablan de que incluso llegó a plantearse la ruptura de relaciones diplomáticas con España. Finalmente, no se decidió a hacerlo, pero buscó una manera de expresar su malestar a Aznar.

 

El entonces presidente cubano argumentó que en el Centro Cultural de España se llevaba a cabo “un programa de actividades no relacionadas con su función original, en abierto desafío a las leyes e instituciones cubanas”. Sin expresar casos concretos, el régimen acusaba al Centro de “injerencia” en los asuntos de Cuba y de haberse desviado de su función original que –entendían- era la de promover la cultura española y no la cubana.

 

El Ejecutivo español rechazó siempre esas acusaciones y en una nota verbal de protesta entregada a Cuba, lamentaba que se tratara de “impedir a los propios intelectuales y artistas cubanos el acceso a un espacio plural de encuentro cultural”. A lo largo de algo más de ocho años de funcionamiento habían pasado por allí numerosos intelectuales, pintores, músicos y otros artistas cubanos y españoles. Entre otros, participaron en sus actividades Joaquín Ruiz Jiménez, Pedro Almodóvar o Hugo Thomas, por ejemplo.

 

De nada sirvieron las protestas de España. El personal del Centro tuvo que abandonar las instalaciones, ubicadas en el Palacio de las Cariátides, un edificio situado en el malecón de La Habana, y que había quedado embellecido tras la rehabilitación llevada a cabo, con una inversión cercana  los cuatro millones de dólares. Diez años después, el edificio, con un cierto grado de deterioro, alberga el Centro Hispanoamericano de Cultura, plenamente controlado por las autoridades cubanas.

 

España, que entonces dijo reservarse el derecho a emprender acciones legales por la incautación, no ha recibido ningún tipo de indemnización por parte de Cuba. Seis meses después, el PSOE ganó las elecciones generales y el nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, emprendió una política de acercamiento al régimen castrista, que, sin embargo, no sirvió para lograr la devolución del centro.

 

El actual Gobierno tiene entre sus objetivos lograr esa devolución de las instalaciones y también lo ha reclamado, pero los avatares de las relaciones, incluido el “caso Carromero”, no ha propiciado el mejor escenario para abordar el asunto.

 

 

Aquellos que renuncian a una libertad esencial

Yusimí Rodríguez López

22 de agosto de 2013

 

¿Qué tienen en común quienes denuncian las violaciones de los derechos humanos por parte del gobierno de EEUU, y los disidentes que acusan al régimen cubano?

 

Hace casi cuatro años, cuando comencé a escribir para havanatimes.org y se lo contaba a ciertas amistades, me aconsejaban que tuviera cuidado, “no sea que te acusen de disidente”. Yo respondía que solo ejercía el derecho elemental a expresar mis opiniones. Más tarde, me descubrí aclarando mi posición ante otras personas, especialmente ante quienes pretendía entrevistar: yo no era una disidente, sobre todo, no tenía nada que ver con “los blogueros”, denominación que me sonaba incluso a mala palabra. Y es que aquí, una no sabe a ciencia cierta si la disidencia es un delito del que pueden acusarnos, pero hemos creado una reacción condicionada que nos hace saltar ante el término.

 

Así de negativa es la connotación que tiene entre nosotros el calificativo de disidente, y así de aterrador es. Una no se detiene a preguntarse: ¿Y qué si soy disidente? ¿Qué si me opongo al Gobierno? ¿No tengo derecho a estar en contra? Para muchos de mis compatriotas la respuesta a esa pregunta es no. Otra buena cantidad, ni siquiera se cuestiona. Lo que está claro es que nadie quiere ser calificado de disidente.

 

Por eso, cuando el viernes 16 de agosto vi el titular Los disidentes en el periódico, estaba segura de que leería alguna nueva “hazaña” de la disidencia interna, que contribuiría a desacreditarla, y a reforzar nuestra convicción de que no debemos permitir que nos confundan con ellos.

 

El artículo no fue escrito por ningún periodista de nuestros medios oficiales, sino por David Brooks (periodista mexicano), y publicado originalmente en La Jornada. No tiene nada que ver con los disidentes cubanos, ni con Cuba, sino con los casos de ciudadanos norteamericanos que han sido o están siendo acusados por el gobierno de Barak Obama según la Ley de Espionaje, o por divulgar secretos oficiales. Los dos más conocidos son el analista Edward Snowden y el soldado Bradley Manning.

 

“Casi todos (arranca el texto) hablan de cómo creían en la retórica oficial de su país, en la misión de Estados Unidos como guardián mundial de la democracia, como faro de esperanza libertador, como ejemplo para la humanidad.

 

“Casi todos recuerdan que por eso se sumaron a las filas de agencias de inteligencia, a las fuerzas armadas, al Departamento de Estado o al FBI…”.

 

Casi todos los disidentes que he entrevistado (ninguno se describe con este término, así es que me disculpo por intentar agruparlos bajo la denominación empleada por la oficialidad) hablan de cómo creían en la retórica oficial de nuestro país, de cómo creyeron en la revolución y sus líderes, de cómo gritaron consignas hasta perder la voz.

 

Casi todos recuerdan que por eso se sumaron a las filas de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba o cumplieron misión internacionalista.

 

Pero repito que el artículo en cuestión, Los disidentes, no tiene nada que ver con Cuba, ni con la disidencia interna del país, sino con valientes ciudadanos norteamericanos, cuya actitud es ponderada incluso en el discurso oficial de nuestro país. Aunque no sé si se trata tanto de ponderar su actitud, como de criticar la del gobierno de los Estados Unidos. 

 

Sin embargo, al leer el título encontré inevitable la comparación entre los disidentes cubanos, que en el imaginario popular tienen un estatus que roza el de los criminales (¿por qué será?), y los disidentes del artículo de David Brooks, que pagan las consecuencias de enfrentarse al poder en su país, para intentar defender los derechos humanos de sus compatriotas o mostrar al mundo lo que en su opinión es la verdad sobre las invasiones norteamericanas a Afganistán e Iraq. Muchas personas en su país y en el mundo los ven como héroes. 

 

El autor afirma que “aunque las autoridades (norteamericanas) insisten en que solo están aplicando la ley, los críticos sospechan que más bien se trata de suprimir las libertades de expresión y de prensa, y sobre todo la disidencia entre las filas oficiales”.

 

Estoy segura de que para muchos será casi una herejía que yo vea alguna similitud entre los protagonistas del artículo de David Brooks y la llamada disidencia interna cubana.  ¿Qué pueden tener en común quienes denuncian las violaciones de los derechos humanos por parte del gobierno de Estados Unidos, y quienes denuncian las violaciones de derechos por parte del gobierno cubano? Solo pueden existir diferencias, y la principal es que mientras el soldado Bradley Manning (quien acaba de declarar su deseo de vivir como mujer y ha pedido que se le llame Chelsea E. Manning) tuvo la oportunidad de recibir un juicio justo, los disidentes cubanos carecen del más elemental derecho a réplica cuando el Gobierno los acusa de mercenarios pagados por EEUU.

 

A aquellos se les juzga según una Ley de Espionaje; a los cubanos (como al escritor Raúl Rivero) se les puede encausar por escribir contra el Gobierno.

 

David Brooks termina con una frase de Benjamín Franklin: “Aquellos que pueden ceder una libertad esencial para obtener un poco de seguridad temporal, no merecen ni libertad ni seguridad”.

 

Leí este artículo hace poco más de una semana y no he logrado dejar de preguntarme cómo es posible que el periódico Granma publicara ese texto, con semejante título y semejantes ideas. ¿Somos tan poco inteligentes los cubanos, que la dirección del Partido (el Granma es su órgano oficial) no considera la posibilidad de que nos cuestionemos las libertades a que hemos renunciado, por la tan recurrida necesidad de seguridad contra ese eterno enemigo que nos acecha?

 

Recuerdo las palabras del Miembro del Buró Político y Primer Vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel, en su discurso de clausura del noveno Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba: “estamos en un mundo lleno de mitos e hipocresía, en el que se habla de democracia, libertad de prensa, y nada de eso tiene sentido en un mundo de hegemonismo, de espionaje, de amenazas de guerra, de hambre, de analfabetismo”. ¿Se equivocaba entonces el señor Benjamín Franklin, o la libertad de prensa no es una libertad esencial? 

 

¿Será que en el afán de mostrar la doble moral de los gobiernos norteamericanos, defensores de las libertades ajenas y capaces de cercenarlas a sus propios compatriotas cuando lo creen necesario, los encargados de la prensa oficial en nuestro país terminan por dar la razón a los cubanos que exigen libertades de prensa, de expresión y asociación? ¿Estarán aplicando la lógica de que bien vale la pena perder un ojo para dejar ciego al enemigo?

 

¿Estarán mostrando a los disidentes cubanos lo que les podría suceder en una “democracia”, para que concluyan que disentir trae problemas en cualquier parte, y que nuestras autoridades solo les dan el tratamiento normal?

 

O quizás, los encargados de nuestra prensa oficial se solidarizan con la disidencia y el enfrentamiento al poder, siempre que no se trate del poder del gobierno cubano ni, por supuesto, de aquellos con los que hace causa común.

 

Dudo que nuestra prensa publique algún artículo que presente como héroes, o como víctimas, a los que murieron en la Plaza de Tiannamen, ni a quienes se enfrentan al poder en Corea del Norte o Irán, para exigir libertades esenciales. 

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Nota de Manuel Castro Rodríguez: Fidel Castro Ruz declaró el 4 de enero de 1959:

 El pueblo solo necesita que le informen los hechos, las conclusiones las saca él, porque para eso es lo suficientemente inteligente nuestro pueblo cubano. Por algo las dictaduras no quieren libertad de prensa, por algo nos tuvieron censurados y amordazados durante tantos meses

 

 

ECURED: los fieles y los difuntos

Haroldo Dilla Alfonso

12 de agosto de 2013

 

ECURED no solamente peca por omisión, sino también por comisión

 

Es usual que aparezcan portales virtuales con aspiraciones a convertirse en enciclopedias. En ocasiones funcionan como archivos documentales de altísima calidad. Por eso no es extraño que también suceda en nuestra Isla, y aparezca, por ejemplo, ECURED. Y con esa pasión irrefrenable que tienen los cubanos a sonar como José Martí y a vivir cada pedacito de la vida con ínfulas trascendentales, ECURED se anuncia como “un espacio de conocimientos con todos y para todos, desde Cuba y con el mundo”. Y modestamente remite su nombre a la noción de ecúmene.

 

Y creo que puede fundamentalmente hacerlo cuando trata con temas o personas que por sus contenidos y formas de actuación públicas pueden guardar distancias de los escabrosos temas políticos. Pero ECURED, por su contenido y por sus procedimientos, se enreda en sus propósitos cuando entra en el campo en que las ideas barruntan la contemporaneidad, y por tanto cobra un sentido político. Se inserta en esa práctica de contiendas binarias que caracteriza a la política cubana, y no puede asumir la noción que proclama de totalidad ecuménica, ni siquiera de campear imparcialmente en nuestra sociedad transnacional. Y por eso su administrador se ocupó en cierta ocasión de revalidar su dimensión militante —anticolonial, dijo— lo que ha llevado al portal a ser otro momento de la exclusión y del enfrentamiento maniqueo. ECURED no es un puente, sino una trinchera. No es parte de la solución, sino del problema.

 

Como no soy experto en tecnologías informáticas, menos aun en diseños de portales, no me detengo en estos temas más que para decir que se trata de una página extremadamente lenta, precaria y muy poco atractiva. Aún con una buena velocidad de banda ancha, hay que esperar para que aparezca en pantalla o pase a otra página interna. Su página principal es un batiburrillo de consejos para la vida, alabanzas a Hugo Chávez, noticias diversas, y curiosidades para adolescentes poco avispados. Sus textos parecen sacados de aburridos currículos académicos, y sus artículos están tan mal redactados que provocan rechazos espontáneos.

 

No sé hasta donde estas oquedades formales son culpa del “bloqueo imperialista” o de la incapacidad de sus artífices, pero presumo que siendo esto un proyecto absolutamente gubernamental —no sería posible de otra manera en Cuba aunque su administrador se rasgue las vestiduras diciendo que es colaborativo y descentralizado— la Isla merecía una vitrina un poco más sofisticada. Y si sus sostenedores quieren seguir creyendo que hacen algo alternativo, deben al menos hacerlo con más gracia, siquiera para que los lectores puedan imaginar de mejor manera al mundo prometido.

 

Pero si fuera solamente una página fea y lenta, pero estuviera realmente guiada por una motivación ecuménica, yo pasaría por alto los inconvenientes y aplaudiría sus contenidos. Solo que, como decía antes, ECURED es un remanente de esa “batalla de ideas” que los tecnócratas cubanos han dejado al puñado de funcionarios más o menos letrados que viven en —y de— la ideología.

 

Los pensadores sociales que aparecen en ECURED son de dos tipos: difuntos y fieles. Con los primeros es más permisiva, y los difuntos, paulatinamente se van ganando el derecho a ser considerados como parte de la ecúmene de ECURED. Figuras anatematizadas por la política cultural oficial —sea porque en algún momento mantuvieron algún perfil crítico o cultivaron alguna “ideología burguesa”— tienen ahora su espacio en ECURED. Pero solo tras subordinarlos, tamizarlos, hasta hacerlos digeribles. Foucault diría disciplinarlos.

 

Mi amigo Lichi Diego parece un novelista de fantasías, cuando en realidad fue un crítico político de primer orden y mayores quilates. Jorge Mañach no tuvo mejor suerte y su último muy fecundo año en Río Piedras solo lo pasó, según ECURED, dando conferencias sin mencionar una obra de tan altos vuelos como Teoría de la Frontera. Al gran Moreno Fraginals le despojaron hasta del buen humor. La vida creativa de Jesus Díaz llega hasta 1987 cuando publicó “las iniciales de la tierra”, pues tras eso, “en sus últimos años, se convirtió en un activo colaborador de la maquinaria propagandística contra Cuba a través de la revista Encuentro de la Cultura Cubana, sostenida con fondos del gobierno norteamericano”.

 

Pero el principal problema está con los vivos.

 

Siempre refiriéndome a los cientistas sociales más apegados a la contemporaneidad, la primera cualidad que ECURED impone es que estas personas vivan en la Isla. Los científicos sociales exiliados-emigrados que tengan la suerte de seguir vivos deben conformarse con ello y no aspirar a aparecer en ECURED. Digamos, para hurgar solo en la parte más consagrada, que no aparecen personalidades como Carmelo Mesa Lago, Alejandro Portes, Silvia Pedraza, Marifeli Perez Stable o Eusebio Mujal, cubanos y cubanas cuyas obras llenan anaqueles. Pero tampoco la miríada de pensadores que de esa misma generación o más jóvenes, incursionan espacios privilegiados de la creación cultural y académica en los dos mundos, el viejo y el nuevo.

 

Solo vi un nombre de un cientista social vivo y emigrado: Rafael Rojas. Pero no fue incluido sin más —como Rafael lo merece por su obra consolidada— sino para sostenerlo por las bridas mientras lo llenan de los más vulgares insultos que indican que ECURED no solamente peca por omisión, sino también por comisión. Y que de paso carece de las sutilezas necesarias que hacen evitable la blasfemia.

 

Pero son también trágicas las omisiones de pensadores “insulares” que se ubican en un espacio que va desde críticos estrictamente académicos que mantienen una adscripción fundamental al sistema hasta toda la pléyade de figuras intelectuales que se ubican en el activismo político opositor.

 

En el primer caso es notable la ausencia —para citar un ejemplo— del sociólogo Juan Valdés Paz. Se trata de un agudo pensador social cubano que reside en La Habana, un auténtico erudito, autor de varios y renombrados libros y cuya lealtad política al sistema cubano no se discute. Solo que Valdés Paz ha ejercido su adhesión desde posturas críticas muy agudas y dignas. Un caso que nos sirve para entender la debilidad de un poder político que es incapaz hasta de asumir en su regazo a quienes ven en él una virtud que debe ser mejorada.

 

Otros nombres —Cuesta Morúa, Reinaldo Escobar, Dagoberto Valdés, Dimas Castellanos, Miriam Celaya o Espinosa Chepe, entre otros— no aparecen a pesar de tratarse de personas ampliamente conocidas en el mundo interesado en los temas cubanos. Y no solo por sus activismos opositores, sino también por sus análisis de la realidad nacional desde los ángulos diferentes de sus disciplinas. De ese campo solo aparece Yoani Sánchez, pero más cubierta de improperios que Lucifer en una misa dominical.

 

Y si Valdés Paz y Cuesta Morúa no aparecen no es porque no tengan méritos de sobra, sino porque en este campo que nos ocupa ECURED solo admite a los muy fieles. De manera que es la fidelidad, y no la cualidad intelectual, el criterio decisivo para estar dentro o fuera. Lo que explica, que ECURED desestime el tremendo caudal de producción académica e intelectual producida en la diáspora cuando tiene el menor sello crítico (e incluso cuando no lo tiene) y consagre a los cortesanos ideológicos que revolotean en torno al gobierno cubano. Basta revisar las páginas de ECURED para comprobar que en los espacios dedicados a la sociología, la politología y el pensamiento filosófico predominan personas que carecen de aportes significativos al pensamiento social cubano. E incluso que arrastran pedigrís represivos contra personas e instituciones intelectuales, como son los casos de Eliades Acosta, Thalía Fung, Isabel Monal, Miguel Limia, y Enrique Ubieta. Además de prominentes figuras del clan Castro como son Alex y Mariela —el linaje obliga— el primero presentado nada más y nada menos que como un reputado camarógrafo y fotógrafo.

 

No sé si la inclusión tan poco envidiable de Rafael Rojas en ECURED fue anterior o posterior a un artículo que este escribió en El País quejándose de las omisiones y desviaciones del portal. Le denominó algo así como policías del recuerdo, y según Rojas ECURED era una página web parcializada y partidarizada. Creo que Rojas tenía razón. Y lo que es peor, la sigue teniendo.

 

Lamento mucho que mi amigo Rafael haya acertado. Y creo que él también lo lamenta. Ojalá se hubiera equivocado, y que ECURED fuese un puente entre todos los espacios que componen hoy la sociedad transnacional cubana. Un puente no exento de debates, pues no somos iguales, pero puente al fin y al cabo, y no la trinchera que es. Eso la hubiera hecho efectivamente alternativa, si de alternatividad a la exclusión y a la intolerancia se tratara. Pero ECURED ha apostado por seguir siendo parte del mismo problema. Y continuar digiriendo su pesada carga de fieles irrelevantes y difuntos disciplinados.

 

Solo a manera de chiste final, quiero recordar a los lectores que si desean leer algo sobre Ángel Castro, el papá de Fidel y Raúl, pueden ver su entrada en ECURED. Les cito una oración tan reñida con el decoro como con la sintaxis castellana: “un gran hombre —dice ECURED— de cualidades con carácter fuerte e impulsor de las grandes ideas de su Galicia querida con grandes y buenos triunfos para su desarrollo en la tierra donde nacieron sus grandes hijos” (sic).

 

¿Algo les recordó a Pyongyang?

 

 

Periodismo a la carta totalitaria

Los delirios del señor Ernesto Vera

Orlando Freire Santana

10 de agosto de 2013

 

¡Dios te salve, Comisario!

 

El IX Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), así como el 50 cumpleaños de esa propia organización que agrupa a los periodistas oficialistas de la isla, fueron acontecimientos en los que no podía pasar inadvertida la figura de Ernesto Vera.

 

A los más jóvenes podemos decirles que este señor es un viejo lobo de la prensa castrista, que durante muchos años dirigió la UPEC, y también la denominada Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP), una entidad que aglutina a los trabajadores de la prensa de la más rancia izquierda de la región.

 

El Sr. Vera ya está jubilado, pero ello no es óbice para que, de vez en cuando, haga una de las suyas en el ámbito de la letra impresa.

 

Aunque tomó la palabra en más de una ocasión durante las sesiones del Congreso, fue precisamente un artículo que escribió para el diario Granma el que nos lo retrata de cuerpo entero. Se trata del texto “La UPEC y su cumpleaños 50″, aparecido el pasado 11 de julio, dos días antes de que comenzara la magna cita de los periodistas.

 

De dicho artículo escogemos el siguiente párrafo:

 

“Hoy podemos proclamar que nuestro periodismo y nuestros periodistas son los que marcan la dirección correcta que seguirán muchos colegas, especialmente en América Latina y el Caribe. Aunque insatisfechos por no haber alcanzado la plenitud de las exigencias inviolables del periodismo revolucionario, podemos afirmar que en nuestro país no se usa ese poder para mentir o para engañar, que la ética está y estará presente sin excepción en estos aspectos”.

 

Realmente, el párrafo no tiene desperdicio. A pesar del estado calamitoso en que se halla la prensa oficialista cubana, y que se reflejó en los múltiples reclamos que emergieron en todo el proceso previo de este IX Congreso, por medio de los cuales los periodistas solicitaban mayor acceso a las fuentes de información, así como la eliminación del tutelaje gubernamental sobre los medios, el señor Vera se atreve a colocar a la prensa cubana en un lugar de vanguardia en nuestro continente.

 

Y no solo eso, sino que cree ver en los muchachones de la UPEC un ejemplo a seguir para sus colegas del área.

 

Sin hablar de la libertad de prensa, que de por sí representa un abismo entre lo que escriben o emiten los medios castristas y lo que publica buena parte de la prensa libre de la región, existen otros elementos que echan por tierra la febril aseveración de Vera. Por ejemplo, no habría más que acceder al canal Telesur –no obstante sus limitaciones de contenido al erigirse en un bastión del chavismo- para apreciar un dinamismo y una inmediatez informativa que ni por asomo encontramos en sus homólogos cubanos.

 

En cuanto a “la insatisfacción por no haber alcanzado la plenitud de las exigencias inviolables del periodismo revolucionario”, Vera se refiere al secretismo que aún lastra el trabajo de los medios adscriptos a la UPEC, y que ha sido objeto de críticas en todos los congresos de esta organización.

 

Pues bien, apenas unos días después de concluido el cónclave periodístico, y en el contexto del llamado de Raúl Castro para erradicar el secretismo en los medios de prensa, un hecho reciente confirma que esa práctica se mantiene firmemente.

 

Sí, porque en momentos en que la opinión pública mundial comenta acerca de la detención en Panamá de un barco norcoreano, cargado con armas procedentes de Cuba, aquí en la isla no se habla del asunto. Después que el gobierno emitió una declaración oficial fijando su posición al respecto, ninguno de los periodistas “que marcan la dirección correcta” se ha dignado a mencionar ese episodio.

 

Este secretismo o autocensura –más lacerante aún que la propia censura- difícilmente puedan comulgar con la ética de la que se ufana el señor Ernesto Vera. Bueno, habría sido conveniente averiguar su temperatura corporal cuando redactó semejante artículo.

 

 

Nota de Manuel Castro Rodríguez: Aunque este artículo no aborda la problemática cubana, debe servirnos para evitar que algo similar ocurra en una Cuba democrática.

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‘The Washington Amazon’

Zoé Valdés

7 de agosto de 2013

 

Lo de la compra del diario The Washington Post por el dueño de Amazon, sea cubano o de otra nacionalidad, salvará sin duda alguna la institución, el nombre, la marca, pero como podrán suponer no salvará al periodismo; el periodismo no será lo que era antes nunca más, como no lo será tampoco la literatura desde que Amazon compitiera deslealmente con las librerías y con los libros y sus autores. The Washington Post dejará de ser un periódico para convertirse en un blog de lujo redactado por cualquiera desde su Twitter –como advierte un amigo mío-, otro blog más, ojalá que no, pero no lo veo de otra forma, y no soy la única.

 

Al respecto, y es como mejor he podido entender el fenómeno, me acabo de leer un libro coescrito por Jean-François Fogel y Bruno Patino que se titula La condición numérica, jugando con el título La condición humana, de André Malraux; los mismos autores coescribieron otro libro titulado La prensa sin Gutenberg. En ambos libros los autores se muestran optimistas pese al desastre que anuncian y que ya está sucediendo. Es cierto que la humanidad siempre ha renacido invicta de los peores desastres, porque sólo se moviliza cuando el advenimiento ya no puede detenerse, cuando ya es irreversible.

 

La cosa va de lo siguiente: la noticia la posee ya cualquiera y la puede dar a su libre albedrío, y no precisamente contará el análisis de los periodistas, a los cuales, como a los libreros, se les considera ya obsoletos. No es una sociedad de pensamiento y análisis en la que vivimos, es una sociedad de sucesos efectistas, sin razonamiento, que derivarán en consecuencias profundas, en experiencias que enriquecerían la mente humana sensiblemente. Lo sensible, la poesía, no cuentan, lo que cuenta es lo numérico. Somos números, sin alma, y dentro de poco sin ideas. En cualquier momento eliminarán la carrera de Periodismo de las facultades universitarias, así como ya están eliminando algunas de Humanidades, las que tienen que ver con la crítica literaria, por ejemplo.

 

Respeto profundamente a la prensa, a la profesión –como siempre se le ha llamado– y a los periodistas, así como a los libreros, a los que considero los médicos del espíritu. Aunque es cierto que muchos de ellos se dedicaron más a querer sanar con ideología y a vender más a la izquierda que al pensamiento libre, tal como me recuerda una amiga; con todo y eso eran un elemento importante, imprescindible en la sociedad. Cada vez que una librería desaparece en París, es una herida sin posible cicatrización de ningún tipo que se le abre a esta ciudad, cuya marca de identidad, entre otras, y casi al mismo nivel que su cocina y sus museos y monumentos, son las librerías.

 

Algunos libreros eran dueños de pequeñas empresas, incluso familiares, que no le hacían daño a nadie, todo lo contrario; empresas que sus hijos heredaban contentos, porque constituían además instituciones de prestigio, ligadas con la cultura, con el saber, con el conocimiento. Cuando cierra una librería en París, en su lugar invariablemente abre un chino vendedor de ropa baratucha o un Zara, Mango, H&M, o cualquiera de esas marcas que nos visten a todos por igual, que nos uniforman. Lamentable y obsceno.

 

Amazon no es el único que tiene la culpa del cierre de muchas librerías, pero ha contribuido muchísimo a ello. Además, con todo ese poder, no ha reinventado nada para salvarle la vida, porque de eso se trata, a los libreros y a sus familiares, gente que se ha ido a la quiebra y directamente a la pobreza.

 

No estoy convencida de que Jeff Bezos, que como un niño con un juguete dice ahora que reinventará The Washington Post, sea capaz de hacerlo salvaguardando los mejores valores tradicionales, ni creo que respete a pie juntillas los puestos de todos los profesionales, al contrario, los licenciará probablemente, ojalá no sea sin piedad, les pagará, claro, quizá unos quilos comparado con los millones que atesora, los pondrá en la calle, y hará un periodismo ciudadano, del rápido y pésimo, del que no se paga, o a través del que sólo cobran las estrellas inventadas al vuelo efímero de la fama.

 

No me quedan ya muchas esperanzas acerca del futuro de la prensa tal como la conocimos, es probable que tampoco a ustedes. Debiéramos movilizar sin embargo aunque sea algo dentro de nosotros, para que alguna cosa más o menos equilibrada quede en pie y no sea reemplazada por el aburrido mundo de los muy ricos o el solitario y triste de los muy pobres, por el amplio y trágico distanciamiento entre de los millonarios y los indigentes. No quiero ese mundo indigente o arrogante para mi hija, no puedo soportar esa idea.

 

Que Jeff Bezos sea hijo de cubano, de un Peter Pan, resulta muy halagador para el exilio, aunque no ignoramos que con el éxito y el poder los cubanos no han llegado más lejos que su ambición y enriquecimiento propios; no es totalmente injusto, eso al fin y al cabo es el capitalismo, y lo reconozco, aunque no lo aplaudo del todo. Porque la mayor prueba del triunfo del capitalismo actual, del salvaje, sean los hijos de los Castro, campeones de golf, presidentes de ONG (qué desprestigio tan grande para las ONG), managers deportivos, informáticos millonarios. Tan podridos en plata como el mejor de los capitalistas, bañados en oro como el peor de los reyes, y todos riéndose y burlándose del pueblo, cada día más pobre.

 

Atención, no estoy comparando, desde luego que no, al triunfador Jeff Bezos con los hijos de los tiranos. Sólo estoy diciendo que el mundo es cada vez más horrendo y uniforme, aun cuando los orígenes sean diferentes, incluso cuando nos separen valores tan grandes como la libertad y la democracia. Amazon tiene eso, es libre y democrático, cada cual escoge el libro que quiere, y no el que le imponga nadie con su ideología o religión; lo que no le da, por supuesto, ningún derecho a la ceguera humana frente a, por ejemplo, los verdaderos escritores. Quienes en cualquier momento desaparecerán también.

 

Pero, volviendo a la proposición que les hice, no sé si esa movilización interior tenga siquiera ya algún sentido, porque cuando la gente está ciega, mejor dejar que se dé con el canto de la puerta y regrese con el chichón en la cabeza reconociendo cuánta razón nos asistía. Tal vez cuando eso ocurra sea ya demasiado tarde.

Re-consagración de la censura

Miriam Celaya

29 de julio de 2013

 

Recién concluyó el 9no. Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) del cual Miguel Diaz-Canel, Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, tuvo a su cargo la clausura, en una clara demostración de que, más allá de la muy cacareada “actualización del modelo” al estilo raulista, la prensa oficial permanecerá secuestrada por la ideología en el poder.

 

De hecho, la dirección del gobierno no consideró a los aguerridos y revolucionarios periodistas participantes en el congreso suficientemente capaces para elaborar lo que el señor Díaz-Canel definió como “el diseño de una política comunicacional del Estado y del Gobierno, incluidos los medios de comunicación”. En su lugar, dicha tarea recayó sobre un grupo de trabajo creado por la “Comisión del Buró Político que atiende la implementación y el desarrollo de los Lineamientos de la Política Económica y Social”, es decir, los propios Inquisidores, con la obediente aquiescencia de los profesionales del ramo… O quizás deberíamos decir “del amo”.

 

Otro punto del discurso de clausura que reafirma el control del PCC sobre los medios de prensa fue la insistencia en mantener “la vigencia de los Objetivos de Trabajo aprobados durante la Primera Conferencia Nacional del Partido y la resolución aprobada en el 2007 por el Buró Político para evaluar la eficiencia informativa de los medios de prensa”. En resumen, la subordinación absoluta del periodismo a la dirección del PCC y la re-consagración de la censura de prensa.

 

Si bien durante las sesiones hubo algunas intervenciones interesantes y moderadamente críticas, sobre todo por parte de algunos de los más jóvenes periodistas, las palabras de clausura resultaron un portazo a cualquier aspiración de apertura que pudieran abrigar los más optimistas. Todo indica que la misión de “lograr el perfeccionamiento de la prensa acorde con las actuales exigencias de la sociedad”, que deberán enfrentar los periodistas del gobierno, será otra encomienda imposible al persistir la ausencia de libertades. Se impuso así nuevamente la retórica del pasado totalitario definida en aquel demoledor principio de inspiración leninista-estalinista, Dentro de la revolución, todo; contra la revolución nada, una sentencia inverosímil para aplicar en los tiempos actuales.

 

Fue éste, en realidad, un sub-congreso del PCC, en el cual los delegados fueron instruidos sobre cómo ser más útiles a la cúpula gobernante en el complejo escenario actual, cuando las nuevas tecnologías han hecho literalmente imposible el control y monopolio absoluto de la información, de la difusión y de la propia prensa, hasta ahora detentado por el gobierno.

 

Paradójicamente, en el transcurso del congreso la única alusión a la libertad de prensa, esencia vital del periodismo, estaba contenida en una parrafada inextricable del encargado de la clausura: “Estamos en un mundo lleno de mitos e hipocresía, en el que se habla de democracia, de libertad de prensa, y nada de eso tiene sentido en un mundo de hegemonismo, de espionaje, de amenazas de guerra, de hambre, de analfabetismo”. (Subrayado de la autora). Lo cual es coherente con el sistema, porque la libertad de prensa, por su definición y naturaleza, es continente y garante de todas las libertades cívicas de las que hemos carecido por más de medio siglo los cubanos, y en consecuencia resulta el espectro más temido por los totalitarismos.

 

Lo incongruente del congreso de la UPEC realizado en plena era de la informática y las comunicaciones es que se autodefina como representante del periodismo cubano y enumere “aportes” al presente y al futuro de Cuba ignorando los espacios informativos, críticos, de denuncia y de opinión que desde hace muchos años ha venido abriendo el periodismo independiente en la Isla y, desde hace más de un quinquenio la blogósfera alternativa como periodismo ciudadano en el más puro ejercicio de la libertad de expresión y de opinión, sin censuras ni mecenazgos.

 

Un verdadero congreso de periodistas cubanos en ejercicio de sus libertades hubiese incluido este periodismo espontáneo, propio de esta época y de la realidad que vivimos, surgido a despecho del gobierno, y que incluye tanto espacios demonizados como algunos oficialmente tolerados, pero que en su conjunto ofrece multiplicidad de enfoques que conviven en una visión más objetiva y real de la Cuba actual. Son espacios polémicos y novedosos que reflejan las expectativas y propuestas de grupos de los más variados sectores de la población, con amplia diversidad de temáticas e intereses. Ellos representan hoy por hoy lo mejor del periodismo cubano. Baste mencionar varios, como las revistas Convivencia, Voces, Palabra Nueva, Espacio Laical, el Boletín del Observatorio Crítico, el Boletín del Movimiento Cristiano de Liberación, Primavera de Cuba, la plataforma blogger Voces Cubanas, entre muchos más, y varias decenas de blogs y otras webs independientes, que cubren todo lo que oculta y deja de relatar, analizar o informar el periodismo oficial.

 

El 9no Congreso de la UPEC, excluyente, elitista, servil y sectario, ha sido quizás el canto de cisne de ese vergonzoso monumento al pasado, la prensa del totalitarismo. Una maquinaria al servicio de la anacrónica autocracia, y así, como el propio poder y el sistema que la sustentan, está condenada a desaparecer.

 

 

Mienten cuando dicen que dejarán de mentir

Leonardo Calvo Cárdenas

29 de julio de 2013

 

Solo basta algún que otro hecho de relevancia nacional para que los golpes de pecho, y enardecidos reclamos y promesas de transparencia, objetividad y crítica abierta que escuchamos en el recién concluido IX Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), se conviertan en letra muerta e inconsecuentes monsergas.

 

Los propios gobernantes, como si hubieran llegado al poder la semana pasada y con el cinismo y la enajenación de la realidad que los caracteriza, han reprochado a comunicadores oficialistas su falta de profesionalismo y su incapacidad para incidir con informaciones y comentarios certeros sobre la realidad nacional y los muchos problemas que la complican. Ni cortos ni perezosos, en su cónclave quinquenal, los periodistas volvieron a danzar al compás del ritmo hegemonista al que sirven ciegamente y, al menos verbalmente, se comprometieron a no seguir siendo apóstoles de la omisión y la manipulación informativa, vehículo de la mentira institucionalizada y meros propagandistas del discurso y los diseños oficiales.

 

Es justo aclarar que tantas décadas de engaños, fraudes y estafas con que las autoridades agreden permanentemente la sensibilidad y la confianza de los ciudadanos, han generado total desprecio y desatención de la mayoría de los cubanos por el discurso y las argumentaciones del alto liderazgo y sus voceros. Nadie puede explicarse cómo es posible hacer votos de veracidad y transparencia para seguir defendiendo la revolución que constituye precisamente la negación de esos valores.

 

Para confirmar la institucionalizada inconsecuencia, en el momento en que, de palabra, los delegados juraban fidelidad a la verdad y la transparencia, los gobernantes ponían en práctica la “brillante” idea de enviar nada menos que hacia Corea del Norte, a través del Canal de Panamá, un buque cargado con diez mil toneladas de azúcar y bastante material bélico pesado con misiles convencionales y aviones caza bombarderos incluidos.

 

En un alarde de irresponsabilidad, Raúl Castro envía un cargamento de armas ocultas y sin declarar al otro totalitarismo sobreviviente, que para más señas está sometido a un embargo de armas por parte de la comunidad internacional.

 

Al ser descubierto el buque, la prensa oficialista -“comprometida con la transparencia y la verdad” - solo repite la versión oficial que asegura que el “dulce” material bélico iba a ser reparado en Corea.

 

El examen de los expertos de la ONU determinará la verdadera naturaleza de la carga; a nadie debe extrañar que los gobernantes cubanos persistan en el trasiego de armas o que violen acuerdos y leyes internacionales con la desfachatez que le caracteriza.

 

Aunque el hecho continúa generando diariamente páginas de revelaciones y nuevos elementos en los medios informativos internacionales, la prensa oficial -que hace unos días juró conexión activa y consecuente con la verdad y se pronunció contra el secretismo-, no ha vuelto a hacer un solo comentario sobre el particular. Según la prensa oficial parece que el barco norcoreano pasó por el Triángulo de las Bermudas en lugar de entrar al Canal de Panamá.

 

Se me ocurre que los miembros de la UPEC muy bien podrían inaugurar su nueva y cacareada “objetividad y transparencia” preguntándole a sus empleadores: ¿ Quién es, dónde está y cuál es el programa del Vicepresidente encargado de la problemática racial, cuya designación anunciara el canciller cubano durante el Examen Periódico Universal del Comité de Derechos Humanos? Los periodistas oficialistas fortalecerían su prestigio profesional y credibilidad si se atrevieran a cuestionar al alto liderazgo por anunciar la mencionada designación en Ginebra sin haberla informado al pueblo cubano.

 

Al apreciar las represalias sufridas por el académico Esteban Morales, con una larga trayectoria de fidelidad al régimen, cuando se atrevió a denunciar los actos de corrupción de un personaje muy cercano al presidente Raúl Castro y la inquisición mediática que cayó sobre el destacado intelectual Roberto Zurbano a causa de la publicación de un artículo en The New York Times sobre la problemática racial, resulta muy difícil creer en la posibilidad de informar sobre lo que sucede en Cuba con objetividad y sin riesgos.

 

Los periodistas oficialistas conocen muy bien sus espacios y límites. Hacen el ridículo de prometer una y otra vez lo que saben que no podrán cumplir.

 

Montesinos3788@gmail.com

 

 

El problema de la información

Haroldo Dilla Alfonso

29 de julio de 2013

 

Tras el asunto de la prensa se esconde otro problema más acuciante: la circulación de información en un sistema que tendrá que ser inevitablemente más abierto

 

En un artículo anterior me he referido a los problemas insolubles que enfrentan los dirigentes cubanos cuando tratan de “actualizar” el sistema totalitario e ineficiente y que ahora debe dar paso a un capitalismo tercermundista en beneficio de unos pocos ganadores, entre ellos, ellos mismos y sus descendencias.

 

Para hacerlo, es lo que argumentaba antes, deben mover una serie de piezas que han sido pivotes claves de la gobernabilidad de la Isla, o al menos resultados inevitables de ellas: la corrupción generalizada en un mundo donde los salarios no alcanzan para sobrevivir, el cinismo político para afrontar el encuadramiento forzoso y la doble moral y los juramentos de lealtad (desfiles multitudinarios incluidos) mientras se espera por la visa que permite ensayar una nueva vida —o al menos disfrutar un pedazo de ella— en los predios del “enemigo histórico”. Una serie de prácticas técnicamente anómicas que delatan la extensión de una resistencia popular fragmentada, de corto plazo pero tenaz.

 

El recientemente concluido congreso de la Unión de Periodistas de Cuba es un ejemplo de ello. Todos los analistas coinciden —incluso los adictos al ditirambo— en que se trata en lo fundamental de lo mismo, parafraseando al borracho del cuento, lo mismitico del congreso pasado: arengas por una prensa más combativa y critica, pero que al mismo tiempo debe seguir siendo un baluarte leal de una revolución que hace medio siglo expiró y de un socialismo que nunca existió. La exaltación de la prensa como un fiel instrumento del Partido Comunista —un organismo auxiliar de la élite postrevolucionaria para perpetuar su poder inapelable— y al servicio del pueblo, un significante flotante que se rellena periódicamente según los intereses en juego.

 

Y como ha sido habitual por cinco decenios, la exposición a la crítica periodística de una serie de temas que han incluido los autobuses que no se detienen en las paradas, los cronogramas incumplidos de los ferrocarriles, las croquetas a medio freir, el robo de harina en las panaderías, los borrachos que orinan en las calles y las rupturas de ese gran sofisma que se llama la cadena puerto-transporte-economía interna.

 

Creo, sin embargo, que hay algo que varía y que vale la pena tomar en cuenta. Tras el asunto de la prensa se esconde otro problema más acuciante: la circulación de información en un sistema que tendrá que ser inevitablemente más abierto. Pues, aun cuando los dirigentes cubanos —ancianos y menos ancianos, militares y civiles— no han contemplado la democracia como opción, sí pueden entender (al menos los que aún poseen alguna capacidad para entender la vida) que un sistema de economía más abierto y de inevitable mayor permisividad, implica otros actores autónomos, y estos actores necesitan información. Y la información en un sistema autoritario con dosis crecientes de mercado, y que al mismo tiempo va renunciando a sus compromisos con el acceso universal al bienestar, no puede ser administrada como lo fue en el sistema de planificación centralizada precedente. Si los nuevos actores necesitan información para tomar decisiones, hay que brindarles de alguna manera esa información.

 

Y en tal contexto, como anotó un conferencista al congreso al referirse a lo que eufemísticamente llamaba “las regulaciones externas a la prensa”, el mensaje periodístico deviene más formal y menos creíble “…lo que complica el accionar de la prensa, pero también la credibilidad del Estado, del Gobierno, de las autoridades, y de la propia Revolución”.

 

Es a esto a lo que se refería el vicepresidente Díaz-Canel cuando en un par de ocasiones se refirió al tema, a lo que agregaba otro factor de primera importancia: el arribo inevitable de Internet, a partir de lo cual los blogs independientes dejarán de ser simples temas de analistas foráneos. Y el hecho de que nuestra sociedad transnacional tiene otras fuentes de información allende los mares. Y sea porque es más joven, o más instruido, o ambas cosas, el segundo-al-mando logra entender que el mundo al que aspira a gobernar no está incluido en el corto plazo atiborrado que vislumbran —desde sus infecundas ancianidades— los contertulios de José Ramón Machado Ventura.

 

Pero de cualquier manera, nada induce a creer que en sus conclusiones del Congreso el vicepresidente Díaz-Canel llegara a plantear algo diferente, si exceptuamos el anuncio de una oscura comisión que trabaja para reformular políticas al respecto. No hay en su discurso el menor asomo —como tampoco en los alegatos más críticos en el Congreso— al delicado y controvertido tema de la libertad de prensa.

 

Y ha sido así porque el delfín de la gerontocracia sabe que cualquier manejo independiente de información es subversivo para un sistema que sigue pretendiendo —de manera cada vez más irreal e ineficiente— un manejo totalitario de la sociedad. El sistema y sus administradores se debaten entre la necesidad de agilizar lo suficiente la información para que la economía de mercado funcione, y nunca hacerlo más allá de ciertos límites funcionales al sistema de dominación sociopolítica. Y entre uno y otro imperativo hay un umbral que reclama un mínimo de credibilidad, que es justamente lo que reclaman los maltrechos intelectuales orgánicos del sistema.

 

Obviamente, algún lector podrá advertirme que los chinos y los vietnamitas han logrado resolver este problema sin afectar los pilares del control político autoritario. Y es cierto, al menos por el momento. Pero chinos y vietnamitas han tenido a su favor dos variables que no existen en Cuba. La primera es una dinámica económica que facilita la inclusión al mercado —aun de manera subordinada— a un ritmo superior al crecimiento del descontento, lo que genera expectativas superiores a las frustraciones. La segunda que unos y otros son animados por una cultura de largo plazo donde la obediencia a la autoridad es un principio irrenunciable.

 

Y en Cuba no contamos ni con una, ni con otra condición. Y con lo que sí contamos es con plazos muy cortos para poder recomponer todo lo que se ha descompuesto en los últimos cincuenta años. Y entre ese todo, el asunto de la información restringida que hace al mundo que describe, decía un conferencista, menos y menos y creíble.

 

 

Barquito de papel, mi amigo infiel

Fernando Dámaso Fernández

26 de julio de 2013

 

El follón del barco norcoreano, cargado en Cuba con armamento obsoleto para reparar, escondido bajo algunas toneladas de sacos de azúcar, aderezado con los intentos de suicidio del capitán y la huelga de hambre de la tripulación, todos lunáticos de Kim Il Sung y sus descendientes, sigue acaparando la atención mediática internacional. Sin embargo, para los cubanos, después de la escueta nota informativa inicial, se mantiene el más absoluto silencio y secretismo, pretendiendo dar la sensación de que no ocurre nada, basándose en aquello de que si no sale en el Noticiero de TV ni aparece en Granma es porque no existe.

 

Llama la atención que esto suceda inmediatamente de terminado el 9no. Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) donde, entre lo poco interesante que se planteó, algunos periodistas solicitaron (no exigieron) que se les permitiera tener acceso a las informaciones. Parece que, aunque de palabra fue en la practica es no, comenzando por el ocultamiento, el mismo día de la clausura (l4 de julio), de la composición del equipo de béisbol, que participaría en un tope con uno conformado por universitarios norteamericanos en ciudades de ese país, del cual se enteraron los cronistas deportivos, cuándo éste ya se encontraba en Estados Unidos (l5 de julio), por la tarde, en el horario de la insufrible Mesa Redonda, y continuando, casi inmediatamente, con el follón del barco.

 

Lo de la prensa oficialista y el secretismo que la acompaña parece no tener remedio: es algo inherente al modelo, que no puede subsistir en un clima de libertad de información, ni siquiera bajo el control del partido a través de la UPEC, su cascarón burocrático.

 

Lo del barco es otra cosa: nadie entiende esta chapucería política, como no sea que haya sido orquestada con el objetivo de torpedear los posibles contactos, dirigidos a la paulatina normalización de las relaciones entre los gobiernos de Cuba y de los Estados Unidos. Como era de esperar, en el acto por el 60 aniversario del 26 de julio, después de la longaniza de discursos babosos de ocasión de los invitados, no se dijo absolutamente nada del espinoso asunto. Parece que éste pica y se extiende hasta agosto. ¡Tiempo al tiempo!

 

 

Prensa oficial sigue escondiendo noticias de Panamá

Miriam Celaya

24 de julio de 2013

 

El episodio del buque norcoreano no puede resultar más desacertado para el gobierno de Castro II. Ha sido ocasión propicia para que aflore una característica del general-presidente y que aquí llamaré “sentido de la inoportunidad”.

 

Declino, entonces, comentar la pueril y precipitada declaración oficial de la parte cubana, con la increíblemente ridícula versión de que se trata de un armamento obsoleto destinado a ser reparado en Corea del Norte para después ser devuelto a la Isla, algo que porta en sí material suficiente para componer una opereta. Prefiero en esta ocasión centrarme en ciertas circunstancias que rodean el incidente en el peor momento posible: justo cuando La Habana necesita continuar dando pasos de avance en sus negociaciones con Washington y mostrar a dicho gobierno y al resto del mundo un rostro más amable y pacifista para ponerse a tono con las naciones democráticas.

 

Existen tres factores particulares en este momento que agravan esta nueva travesura del castrismo y atentan con mayor fuerza contra la ya endeble autoridad moral del gobierno cubano, acentuando su desprestigio ante el mundo democrático y ante aquellas instituciones internacionales de las cuales Cuba es signataria.

 

Uno de ellos es que el hecho se produce poco tiempo después de que el castrismo, sus aliados y sus eternos simpatizantes de vocerío arremetieran contra la Casa Blanca por la insoportable injusticia de volver a incluir a Cuba en la lista de los países que apoyan el terrorismo. Resulta, sin embargo, que el gobierno cubano, por más que pretenda justificar las razones y propósitos que tuvo para hacerlo, entregó armas –sean éstas “obsoletas” o “defectuosas”– al gobierno de Corea del Norte, el mismo que hace apenas unas semanas mantuvo al mundo en vilo ante la amenaza de una conflagración nuclear de magnitud incalculable y que fuera sancionado por la ONU, organización de la cual Cuba es miembro desde su misma fundación en 1945.

 

Otro factor coincidente es la muy publicitada saga del joven Snowden, desertor de la CIA, cuyas acciones de hacer públicos ciertos documentos y ofrecer testimonios sobre el sistema de espionaje de su país han puesto en el ojo del huracán al gobierno estadounidense convirtiéndolo en el peor villano del momento, como si fuera noticia la existencia de algo casi tan viejo como la humanidad misma, como si el espionaje no hubiese nacido desde que se inventó la política y como si ningún otro país espiara a todos los gobiernos, instituciones o individuos que resulten de su interés político, económico, militar, estratégico, financiero o de otro tipo.

 

Lo relevante en todo caso sería la utilización de las nuevas tecnologías de la informática y las comunicaciones, que han permitido refinar las herramientas y artilugios de espionaje de ese país, perfeccionándolos exponencialmente, de manera que –como siempre ha sucedido– en realidad no se trata de que algún gobierno esté libre del pecado de espiar a otros, sino de que las potencias con mayor desarrollo disponen de los medios más sofisticados y eficientes para hacerlo, nos guste o no. No hay espionaje bueno y espionaje malo, solo espionaje.

 

Eso explica que algunos países ricos poseen, para tales fines, satélites, redes digitales y, de vez en vez, desertores con sed de protagonismo, con espíritu justiciero, o quizás con otras ambiciones que desconocemos; mientras algunos de los países más pobres en tecnología disponen fundamentalmente de “héroes” que en ocasiones caen presos, no precisamente por espiar, sino “por luchar contra el terrorismo”. Pero, con independencia de los matices y las técnicas utilizadas, el objetivo de todos es el mismo: escudriñar sin permiso en el patio del vecino.

 

Y he aquí que justamente gracias a la refinada tecnología de un malvado satélite espía estadounidense fue detectado el trasiego de armamento de Cuba a Corea del Norte. Cargamento tan “inocente” que, curiosamente, estaba oculto bajo la dulzura de muchos sacos de azúcar, y que de alguna misteriosa manera el capitán del navío omitió declarar a su llegada al Canal de Panamá, cuando estaba obligado a hacerlo.

 

La tercera circunstancia agravante para el general-presidente tiene más que ver con la explicación que nos debería ofrecer a los cubanos, habida cuenta que hace apenas unos días fue clausurado el 9no. Congreso de la UPEC, evento éste en que los periodistas de los medios oficiales, y en especial el Primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel, se hicieron eco de la expresa voluntad del gobierno de acabar de una vez por todas con el secretismo en la prensa.

 

Cabría preguntar a este gobierno, entonces, por qué los cubanos estamos informados sobre los supuestos trapicheos armamentistas del “violento” opositor venezolano Henrique Capriles, de quien se dice compró un número significativo de aviones militares a unidades aéreas estadounidenses y con ellos piensa derrocar al gobierno venezolano; en cambio, no se nos informó nunca que se mandarían “a reparar” algunos viejos armamentos cubanos en Corea del Norte, quizás en virtud de algún tipo de callado acuerdo refrendado entre nuestro presidente y el alto representante del gobierno de ese país que nos visitara recientemente y con el cual tuvo a bien reunirse.

 

En fin, que a Castro II no le quedan más que dos caminos: o bien cantinflear algunas explicaciones al mundo mientras entre bambalinas pide disculpas por el desliz a los poderosos vecinos; o bien lanzar la más usual y torpe de sus estrategias, orquestando un circo con el resto del coro de payasos latinoamericanos –el médium Maduro, el vilipendiado Evo y el vocinglero Correa, entre ellos– para esgrimir como escudo la infinita maldad del Imperio más poderoso de la Tierra y el soberano derecho de Cuba a burlarse de todas las normas internacionales y de los acuerdos que suscribe.

 

En cualquiera de estos casos y más allá de los acontecimientos que se deriven, esta vez el gobierno cubano no podrá despojarse del pecado de haber sido políticamente muy inoportuno.

 

 

Lo que manden los jefes

René Gómez Manzano

24 de julio de 2013

 

Recién concluido el IX Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), el diario gobiernista Granma del pasado martes dedicó al tema un artículo del colega Alberto Alvariño Atiénzar, que ocupó una página completa. Resulta obvio que ese texto, publicado en el órgano del Comité Central del partido único, pretende hacer el resumen autorizado del evento. ¿Qué pone de manifiesto ese documento?

 

Tras una sesgada introducción de carácter histórico, lo primero que hace el informador oficialista es señalar con toda claridad por dónde vienen los tiros: La prensa cubana —dice— “se fundamenta en los preceptos de la Constitución de la República y la política trazada por el Partido en su condición de fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado”.

 

De inmediato, Alvariño Atiénzar sale del ámbito nacional para pasar al tema de la perestroika y la glasnost de la era de Gorbachov en la extinta Unión Soviética. Según él, en el gran país eurasiático “los medios de comunicación masiva… apuntaron contra los planes principales de aquella sociedad, el Partido, la historia, las fuerzas armadas y las instituciones del Estado”.

 

Conforme a lo que argumenta el autor, lo anterior se hizo de tal forma que “prestaron un servicio a la ideología y los objetivos enemigos, a las actividades oportunistas y traidoras”. Es decir, que la determinación de si lo que informaban esos órganos de prensa era verdad o mentira no se toma en consideración. Lo único importante es si se ayudaba o no al mantenimiento del statu quo. Esto parece ser un excelente indicio para saber qué se pretende ahora de los medios oficialistas de nuestro Archipiélago.

 

Aunque en los documentos emanados del Congreso de la UPEC se habla de la información como “un derecho ciudadano”, el verdadero sentido de este enfoque se ha puesto de manifiesto con el reciente escándalo provocado por la intercepción en Panamá de un buque de Corea del Norte que de manera oculta transportaba armas desde Cuba hacia el referido país asiático.

 

Los flamantes “órganos de prensa” cubanos se han limitado a reproducir la Declaración emitida al respecto por el Ministerio de Relaciones Exteriores de la Isla. No han añadido absolutamente nada a esa versión oficial de los hechos; ni siquiera algunas imágenes que complementen e ilustren lo expresado en palabras.

 

Hasta ahí llegan los propósitos exteriorizados en el Congreso (de los que se hace eco Alvariño) acerca del fin de “reflejar la realidad cubana en toda su diversidad”, así como de “informar de manera oportuna, objetiva, sistemática y transparente la política del Partido y los problemas, dificultades, insuficiencias y adversidades que enfrentamos”.

 

Unas líneas después, el autor define el alcance de sus conceptos: “En los pronunciamientos y orientaciones de Fidel y Raúl y los órganos de dirección del Partido están planteadas con riqueza las líneas presentes y futuras para nuestro periodismo”. Y agrega: “De lo que se trata ahora es de ser consecuentes con esas definiciones”. ¿Qué es lo que no procede?: “Desconocer lo que está claramente delineado, que es voluntad y mandatos supremos”.

 

Esto mismo pudiera expresarse de manera mucho más simple: Hay que hacer lo que manden los jefes. En ese contexto, ¿cuál es el papel de los medios?: “Actuar de modo enérgico con la autoridad conferida, en aras de cumplir su función social, sin cortapisa, y desplegar en toda su extensión su posibilidad informativa, educativa, compulsiva y moralizadora ilimitada”.

 

Después de tanta palabrería, la llamada “prensa cubana” (la oficialista, claro está) seguirá constituyendo una masa incolora, sometida al funesto Departamento Ideológico del partido único. Ella deberá callar la mayor parte del tiempo, aplaudir siempre al gobierno y criticar al “enemigo yanqui” y su “criminal bloqueo”. Se tratará —pues— de “una prensa a la altura de la Revolución”.

 

En resumidas cuentas, cabe citar el refrán: Para ese viaje no hacían falta tantas alforjas. Por suerte, los medios informativos de nuestra patria no se limitan a los que cuentan con la anuencia del sistema totalitario. Existe también la aguerrida prensa independiente, la cual, aunque por ahora sigue careciendo de medios para llegar al conjunto de la población, goza, por fortuna, de excelente salud.

 

 

Lo que el Congreso de la UPEC nos dejó

Yusimí Rodríguez López

21 de julio de 2013

 

La autora, periodista independiente, reflexiona sobre el periodismo y la prensa nacional

 

La Unión de Periodistas de Cuba acaba de celebrar su noveno congreso. Me alegró que la televisión transmitiera momentos del evento en la Mesa Redonda y que hubiese artículos dedicados a él en el periódico Granma, para tener idea del periodismo que se avecina, ese que informa al cubano de a pie, carente de otras opciones informativas. (Perdón, ahora contamos además con Telesur, e internet, a 4,50 la hora.)

 

Las primeras palabras de uno de los participantes en el congreso me llegaron el domingo, transmitidas durante el noticiero, mientras almorzaba. Afirmó que el periodismo en nuestro país no podía seguir siendo oficialista.

 

Mi madre se entusiasmó. “Viste, me dijo, los tiempos cambian”. Me habría contagiado su entusiasmo, si el periodista no hubiese afirmado que necesitamos un periodismo acorde con la actualización de nuestro socialismo.

 

No puedo recordar el nombre de este periodista ni sus palabras textuales, pero justo ahora tengo ante mí el artículo El Congreso de quienes nos ven, nos escuchan y leen, del periodista Oscar Sánchez Serra, publicado en Granma el lunes 15 de julio. El autor cita a José Alejandro Rodríguez, de Juventud Rebelde, quién definió al periodista como “un constructor del socialismo”.

 

¿Un periodista es un constructor del socialismo, de un sistema socioeconómico determinado, o un profesional de la información, comprometido, en primer lugar, con la verdad?

 

¿Qué posibilidades tiene el periodismo de nuestro país de no ser oficialista, cuando los profesionales se definen como constructores del socialismo?

 

Tengo claro que cada periodista, cada profesional, tiene derecho a profesar cualquier ideología (no sé si lo tienen claro nuestros dirigentes), ¿pero qué confianza podría tener en las informaciones y los análisis de alguien cuya misión es contribuir a la actualización del socialismo? Tanta como en un constructor del capitalismo; tanta como en un periodista cuyo objetivo sea derrocar al Gobierno: ninguna. No puedo confiar en un periodismo encaminado a algo que no sea la búsqueda de la verdad, a cualquier precio.

 

¿Pueden los periodistas cubanos no ser oficialistas cuando el discurso de clausura de su Congreso fue pronunciado por el miembro del Buró Político y Primer Vicepresidente del Consejo de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel?

 

Durante su discurso, según la síntesis realizada por Fidel Rendón Matienzo para la portada del Granma del lunes 15 de julio, Díaz-Canel felicitó a la nueva dirección de la UPEC, que tiene la retadora y necesaria misión de lograr el perfeccionamiento de una prensa acorde con las actuales exigencias de la sociedad, del pueblo, para así contribuir al logro de un socialismo próspero y sostenible.

 

¿Pero cuáles son esas exigencias actuales de la sociedad y del pueblo? ¿Son esas las que en realidad espera que tengan en cuenta los periodistas, o las del Gobierno y del Partido (¿o estoy siendo redundante?) para mantenerse en el poder?

 

Cuando leo las palabras de Oscar Sánchez Serra (he admirado sus artículos sobre béisbol) afirmando que este fue “un Congreso de la unidad, entre los periodistas…; y entre la prensa y el Partido, sí, porque no nos concebimos sin él…”, me asusto.

 

Recuerdo mi época como traductora de la página web del semanario Tribuna de La Habana, cuando fui miembro de la UPEC, como personal periodístico, y asistía a las reuniones semanales del periódico, en las que se informaba a los periodistas sobre los temas que al Partido le interesaba que fueran tratados en las siguientes ediciones.

 

Aquello me parecía aberrante, pero ahora le encuentro cierta lógica, si tenemos en cuenta de que aquel era órgano oficial del Partido en Ciudad de La Habana. También tiene lógica que suceda en el Granma, órgano oficial del Partido en el país. ¿Pero el Partido orienta el trabajo de los periodistas a nivel nacional? Quizás la respuesta esté en el artículo 5to de nuestra Constitución: “El Partido Comunista de Cuba, martiano y marxista-leninista, vanguardia organizada de la nación cubana, es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista”.

 

No puedo negar, sin embargo, que nuestra prensa es hoy algo distinta a la de quince o veinte años atrás. Incluso el periodista independiente Reinaldo Escobar reconoció, cuando lo entrevisté en febrero de este año, avances como la Sesión Cartas a la Dirección en el Granma. Aunque posteriormente me relató que una carta enviada por él a dicha sesión jamás fue publicada ni respondida.

 

Vi a la doctora Zenaida Costales en televisión, cuando habló de aquel pintor de brocha gorda que se mostraba tan orgulloso de su trabajo luego de haber pintado una cenefa en la Calzada de Diez de Octubre, y se refirió a la necesidad de contar las historias del pueblo. Tuve ganas de aplaudirla. Esas son también las historias que quiero leer, las que me gustaría escribir. Pero me pregunto si la doctora y el resto de los periodistas, agrupados en la UPEC, estarían dispuestos a reflejar la realidad de esa señora con ambas piernas amputadas, que entrevisté a finales del 2012, para Havana Times.

 

Supongo que sí, porque a pesar de que su pensión no le alcanza y una muchacha la lleva con su silla de ruedas a La Habana Vieja varias veces en la semana a ver qué pueden darle los turistas (nunca usó la palabra mendigar), afirmó que este Gobierno se preocupa por la gente.

 

La pregunta en realidad es si la doctora Costales y el resto de los periodistas reflejarían la historia de ese otro impedido físico que me vio luego en la calle Mercaderes y quiso contarme su versión de los hechos, o la de ese otro inválido que vi en la calle Obispo cuando se lo llevaba un policía, por pedir dinero, justo el día en que se celebraban las elecciones de los diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular.

 

Cuando escuché a aquel periodista decir que no podían seguir siendo oficialistas, llegué a imaginar que en algún momento leería en nuestra prensa cuestionamientos sobre la falta de libertad de prensa y de expresión en nuestro país; que algún periodista cuestionaría la falta de derecho de los cubanos a asociarse en un partido diferente al Partido. Ahora, sé que eso no va a suceder.

 

En su discurso de clausura, Díaz-Canel dijo que “estamos en un mundo lleno de mitos e hipocresía, en el que se habla de democracia, libertad de prensa, y nada de eso tiene sentido en un mundo de hegemonismo, de espionaje, de amenazas de guerra, de hambre, de analfabetismo”. En otras palabras, es necesario establecer el hegemonismo sobre los medios de comunicación, para salvarnos del otro hegemonismo, y de paso del espionaje y todas las otras amenazas.

 

Cuando leo que los periodistas son constructores del socialismo, me pregunto si serán periodistas o propagandistas del socialismo; si estarán simplemente admitiendo de una vez y por todas que son voceros del Partido, del sistema. Ni siquiera los estoy criticando; para hacerlo, tendríamos que comenzar por cuestionar una Constitución que condiciona las libertades de expresión y de prensa a los fines del socialismo. Algunos podrían decirme que la libertad de prensa es una falacia, que no existe en ninguna parte del mundo; que a los ciudadanos solo se les hace pensar que hay libertad de expresión y de prensa. Puede ser. Aquí por lo menos hay sinceridad en ese aspecto y la Constitución lo deja claro.

 

Pero en realidad, todos los planteamientos de los periodistas fueron coherentes; tal vez el problema está en el nombre de la organización que los agrupa. No debería llamarse Unión de Periodistas de Cuba, porque no agrupa a todos los periodistas de este país, decididamente no agrupa a todos los que intentan informar sobre la realidad de este país; sino Unión de Periodistas (oficialistas, o no disidentes) de Cuba. No me atreveré a sugerir Unión de Periodistas Pro Socialismo de Cuba, porque para muchos socialistas, lo que ha habido y lo que se pretende actualizar en nuestro país, no es socialismo.

 

¿Qué me dejó el Congreso de la UPEC? Nada. Si tuve algún vestigio de esperanza en el periodismo que se hace desde los medios oficiales de este país, el Congreso la barrió. Lo más triste es que sé que en el futuro podrán aparecer algunos artículos que algunos lectores encontrarán atrevidos, y los harán creer que el periodismo cubano, el que conocen, evoluciona, que las cosas cambian. Pero lo que tengo claro es que en el fondo, nada va a cambiar.

 

 

La UPECy la libertad de prensa

Dimas Castellanos

19 de julio de 2013

 

Es imposible explicar ningún acontecimiento de nuestra historia sin tener presente el papel de la libertad de prensa. Hoy, la UPEC responde a un partido y a una ideología

 

Las pocas expectativas generadas por el IX Congreso de la Unión de Periodistas y Escritores de Cuba (UPEC), celebrado el pasado fin de semana, terminaron en la frustración. Los cambios que demanda el periodismo para desempeñar un papel efectivo en las transformaciones sociales brillaron por su ausencia. El cónclave pasó por alto el tema de la libertad de prensa, un asunto vital para hurgar en las causas de la crisis actual y sugerir posibles soluciones, a pesar de que Cuba cuenta con una rica historia en esa materia.

 

El prócer camagüeyano Ignacio Agramonte, en la defensa de su tesis de licenciatura en Derecho, expresó: “Al derecho de pensar libremente le corresponde la libertad de examen, de duda, de opinión, como fases o direcciones de aquel”.

 

La prensa en Cuba se inauguró con el Papel Periódico de La Habana en 1790; se diseminó con los acuerdos emanados del Pacto del Zanjón de 1878, gracias a los cuales Juan Gualberto Gómez ganó un proceso jurídico contra las autoridades coloniales que permitió divulgar públicamente las ideas independentistas; se multiplicó durante la República: Diario de La Marina, Bohemia, El País, El Mundo, Alerta, Noticias de Hoy, La Calle, Prensa Libre, Carteles y Vanidades, por solo citar diez de ellos; las estaciones de radio en 1930 alcanzaron la cifra de 61, una cantidad que ubicó a Cuba en cuarto lugar a nivel mundial; y en cuanto a la televisión, en 1950, casi inmediatamente después de Estados Unidos, se inauguró Unión Radio Televisión Canal 4, la tercera planta televisiva de América Latina, seguida ese mismo año del canal 6.

 

Gracias a esos medios, desde la colonia hasta la República, el debate de ideas alcanzó una importancia tal que resulta imposible explicar ningún acontecimiento de nuestra historia sin tener presente el papel de la libertad de prensa. La mejor prueba fue el alegato del Dr. Fidel Castro, conocido como La historia me absolverá, en el cual expresó: “Os voy a referir una historia. Había una vez una república. Tenía su constitución, sus leyes, sus libertades; Presidente, Congreso, tribunales; todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El gobierno no satisfacía al pueblo, pero el pueblo podía cambiarlo… Existía una opinión pública respetada y acatada y todos los problemas de interés colectivo eran discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de radio, programas polémicos de televisión, actos públicos…”.

 

El historiador, sociólogo y político ruso Pavel Miliukov, en un artículo titulado En defensa de la palabra, definió a la prensa como la forma “más fina y perfecta de las formas de interacción sociopsicológica”; explicaba que “las normas de relaciones entre el hombre y la sociedad constituyen la médula de los derechos humanos y que la libertad de prensa es la única de las libertades civiles capaz de garantizar todas las demás”.

 

Si a partir de las ideas expuestas aceptamos que la libertad de prensa constituye un factor ineludible para el desarrollo social, cualquier acción encaminada a excluir su uso, no puede calificarse sino como un acto contra el desarrollo del país y contra la dignidad de las personas.

 

Sí la nación realmente es de todos, comunistas o no, revolucionarios o no, intelectuales o no, tienen el derecho de pensar, expresar y difundir libremente sus ideas como sujetos activos en los problemas nacionales. Lo contrario es exclusión, totalitarismo o apartheid. Por tanto en la era de las novísimas tecnologías de la información y las comunicaciones, resulta inadmisible cualquier restricción a la libertad de prensa en un país con tan rica tradición libertaria. Baste recordar que en años difíciles como 1947, 1950 y un día después del asalto al cuartel Moncada, en 1953, Noticias de Hoy, órgano del entonces Partido Comunista (Partido Socialista Popular) fue clausurado. Sin embargo, una y otra vez, gracias a la llamada libertad de prensa “burguesa”, los comunistas, apoyados por una buena parte de la prensa existente, exigieron su reapertura y lo lograron, a pesar de que Noticias de Hoy propugnaba la lucha de clases para derribar el sistema imperante.

 

Sin embargo, el miembro del Buró Político del PCC, Miguel Díaz-Canel, en la clausura del congreso de la UPEC, consideró que lo que falta para alimentar el deseo de mejorar la prensa y hacerla más virtuosa es el diálogo. Es decir, la prensa oficial es virtuosa y esas virtudes, según sus palabras, están en haber denunciado las campañas imperialistas de los enemigos internos y externos, por lo cual está en condiciones y tiene por misión contribuir al logro de un socialismo próspero y sostenible. “Tenemos que apoyarnos —dijo Díaz-Canel— en un grupo de principios de la prensa cubana, extraídos del pensamiento martiano y de Fidel”.

 

La pregunta a Díaz-Canel es si lo expresado por Fidel Castro sobre la sociedad civil y las libertades ciudadanas durante el juicio del Moncada conserva su valor, y respecto a Martí es bueno recordarle la idea central que expuso en el Tercer Aniversario del Partido Revolucionario Cubano: “Un pueblo es composición de muchas voluntades, viles o puras, francas o torvas, impedidas por la timidez o precipitadas por la ignorancia”.

 

Varios periodistas de la prensa oficial elogiaron la subordinación de la prensa a los fines del PCC, como es el caso de Oscar Sánchez Serra, en el artículo El Congreso de quienes nos ven, nos escuchan y leen, publicado en Granma, el lunes 15 de julio, quien planteó que “el periodista es un constructor del socialismo”. Pero quien con mayor nitidez resumió las loas a la subordinación de la prensa oficial al PCC fue Víctor Joaquín Ortega, quien en un artículo de corte editorial, aparecido en el semanario Tribuna de La Habana, el domingo 14 de julio, escribió: “Somos arma del Partido Comunista de Cuba, el único que necesitamos para la brega, hijo de la dignidad y la línea creadora del Partido Revolucionario Cubano fundado y liderado por el Apóstol”.

 

Estos y otros planteamientos similares demuestran que el periodismo de la UPEC es el periodismo de un partido político y de una ideología específica, por lo cual no puede autodefinirse como representante de la prensa cubana en general, cuya naturaleza plural desborda las ideas comunistas.

 

La prensa oficial se sostiene sobre la base de la restricciones a la libertad de prensa, no es —como bien expresó Jorge Barata en el dossier sobre este tema publicado en Espacio Laical— “plural ni abierta”, por lo cual está impedida de hablar en nombre de la sociedad cubana en su conjunto. Su política la define el PCC, basado en los límites establecidos en el Congreso de Cultura de 1961: “Dentro de la revolución todo. Contra la revolución nada”, un límite que debería comenzar por definir qué es una revolución y después demostrar que existe una revolución en Cuba.

 

La exclusión no solo es injusta e inadmisible, sino irreal, pues las nuevas tecnologías lo impiden. De forma paralela a la prensa oficial ha surgido y coexiste otra prensa. Espacio Laical, Convivencia, Observatorio Crítico, Voces, el Boletín SPD, Primavera de Cuba y decenas de blogs y sitios webs que no responden al PCC, cuya importancia radica en la decisión de participar —sin permiso— desde visiones diferentes en los problemas de la nación. Un periodismo alternativo, independiente, ciudadano y participativo, que refleja realidades ignoradas por la prensa oficial y que cumple con los requisitos del periodismo tradicional e incorpora otros que son posibles con las nuevas tecnologías, a pesar de los obstáculos que significa la ausencia de libertad de prensa.

 

La Novena Sinfoníade la UPEC

Orlando Delgado

19 de julio de 2013

 

Viejos y sucios estanquillos perennemente vacíos en los cuales solo se ven colas de ancianos: que sea este el público lector de la prensa oficial da la medida de la credibilidad de esos diarios

 

El periodismo oficialista celebró su IX Congreso. Al descubierto quedaron, a pesar de los editados reportes oficiales, las inmensas grietas de los medios de comunicación al servicio de la maquinaria propagandística de los hermanos Castro. Al menos esa fue la impresión de lo que trascendió públicamente sobre este insulso cónclave. En él, los periodistas “revolucionarios” aprovecharon la cita para mostrar un pliego de demandas a los más altos jerarcas del Partido Comunista en la nueva figura de Miguel Díaz-Canel.

 

Periodistas y fotorreporteros hablaron de la insuficiencia del salario para poder vestirse adecuadamente y la obsolescencia del parque tecnológico de casi todos los medios, dotados en su mayoría de viejas computadoras, antiquísimas impresoras de cinta y una lenta conexión a internet. Reclamaron, ante todo, revertir esa situación que los coloca en una situación muy desfavorable de cara a la “batalla” que deben dar frente a “los medios de comunicación occidentales” en su sempiterna “guerra contra el terrorismo mediático”.

 

En la nueva era digital, las redes sociales, el llamado periodismo ciudadano y la activa blogosfera alternativa le ponen a los medios oficiales de comunicación la tarea cuesta arriba, muy a pesar de nuestra escasa conexión a la web, debido a que los medios oficiales muestran un pobre desarrollo tecnológico y un rezagado posicionamiento en internet, en ello mucho tiene que ver su lenguaje meramente propagandístico, dedicado exclusivamente a tratar de maquillar el desastre económico en que nos ha sumido el castrismo en su más de medio siglo de existencia.

 

Quien se tome el trabajo de revisar y leer las actas de los ocho congresos anteriores notará que los temas se repiten una y otra vez, son como una vieja ropa desempolvada cíclicamente de congreso en congreso. Uno de los periodistas de Granma hubo de reconocerlo: “Y salió el tema de que llevamos discutiendo los mismos asuntos en cada congreso, sin resolverse, y que la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) debería dejar claras sus líneas de trabajo presentadas ante el plenario”.

 

No hay ni habrá casualidades, entre el primero y el último evento del oficialismo hay muy pocas diferencias, porque el caduco sistema de prensa se mantiene incólume, por lo cual cualquier sugerencia para hacer más fresca y ágil la prensa cubana está viciado por una mordaza insuperable: debe concebirse “dentro de la Revolución” y como la “Revolución” murió hace mucho tiempo, todas las demandas o sugerencias del eufemísticamente llamado “periodismo revolucionario” caerán eternamente en saco roto.

 

Del derecho más importante que tiene un periodista —la libertad de expresión— no se habló en el congreso de la UPEC, totalmente controlado por el oscurantista Departamento Ideológico del Partido Comunista y a quien le debe fidelidad absoluta, no al pueblo, como proclama cínicamente en su portada dominical Juventud Rebelde.

 

El castrismo ha sumido en un descrédito muy difícil de revertir a una arriesgada y apasionante profesión en un país con una tradición de grandes periodistas y que poseía antes de 1959 una variedad de diarios dotados de las más modernas tecnologías para la época. Si el régimen de Batista impuso en varias ocasiones la censura y clausuró alguno que otro periódico abiertamente antibatistiano, con la llegada de Castro al poder y la imposición de una dictadura comunista se pasó de la censura autocrática a la censura totalitaria y la eliminación de toda prensa independiente, uno de los elementos básicos de cualquier sistema democrático.

 

Hoy la prensa cubana se enfrenta al triste espectáculo de viejos y sucios estanquillos perennemente vacíos, en los cuales solo se ve una pequeña cola de ancianos para comprar la exigua prensa oficial. Que sea este el público lector de Granma o Juventud Rebelde es un fiel reflejo de la credibilidad de esos diarios, es de esa manera que el buen lector le hace plena justicia poética a su contenido.

 

Como era de esperar, en la sesión final los periodistas ratificaron su total adhesión al régimen, a insistir en la libertad de los espías presos y a seguir “combatiendo” al “imperialismo”. En el discurso de clausura Miguel Díaz-Canel, la nueva cara de la dictadura, convocó, en el colmo del cinismo, a seguir “denunciando los mitos e hipocresía de la democracia y la libertad de prensa”, con lo cual sepultó cualquier esperanza de cambio y ratificó que el neocastrismo aspira a transmutarse en su mediocre figura.

 

Ante tanta afrenta el periodismo independiente debe continuar su labor para que germine la siempre fértil semilla de la libertad en nuestra tierra y termine, más temprano que tarde, nuestra tragedia nacional.

 

 

Por una prensa revolucionaria, leal y militante

Eugenio Yánez

18 de julio de 2013

 

Aunque no informe ni sirva para nada

 

Ha terminado el congreso de la Unión de Periodistas de Cuba con las mismas promesas y absurdos del primer conclave hace medio siglo, cuando se constituyó la organización.

 

Tal vez lo más creativo de aquella reunión inicial fue el acuerdo de llamar a la nueva organización por las siglas de UPEC, porque si la identificaban como UPC podría confundirse con la Unión de Pioneros de Cuba, y claro, los periodistas revolucionarios deberían ser un poco más maduros que los niños. ¿O no?

 

Sin embargo, después de cinco décadas de abúlica existencia informativa la prensa oficialista sigue tan rancia, cobarde, falta de transparencia y aburrida como entonces, sólo que ahora ya puede proclamar que acumula cincuenta años de experiencia.

 

¿Cuántas veces en este medio siglo hemos oído plantear que la prensa revolucionaria debe ser crítica, ajena al secretismo, veraz, profunda, comprometida y quien sabe cuantas cosas más? Pero de las palabras vacías y las consignas huecas nunca ha pasado, y quienes intentaron hacer un periodismo verdaderamente profesional y serio en la Cuba de los Castro, más temprano que tarde perdieron sus trabajos, su libertad, o tuvieron que partir al exilio que ahora el régimen quiere llamar emigración económica.

 

El idiota que tiene la tarea de comentar continuamente todo lo que se escribe en Cubaencuentro para tratar de desviar los comentarios (aunque es tan torpe que a veces me pregunto si no será un idiota por cuenta propia), podrá decir que en Cuba no aparecen periodistas asesinados (lo cual es cierto), o se podrá referir a la falta de libertad de prensa en Estados Unidos o Dinamarca, el hambre en Baluchistán, el coeficiente de boberías por palabras que él mismo escribe, o la inmortalidad del cangrejo (su gran especialidad), pero nada de eso hará a la prensa del régimen más veraz, más responsable, más informativa, más atractiva, más seria, ni más entretenida.

 

Desde la oposición, diarios comunistas como “L’Humanité” en Francia y “L’Unitá” en Italia eran respetables. “Noticias de Hoy”, órgano del Partido Socialista Popular en Cuba, fue un periódico presentable. Todos esos periódicos comunistas tenían que competir en el mercado con otros periódicos. Sin embargo, la densidad, falta de veracidad, aburrimiento y rechazo de la población a la prensa de los comunistas en el poder no es privilegio exclusivo de “Granma”. Ninguna prensa comunista en el socialismo real sirvió mucho en ningún lugar, especialmente los órganos oficiales de los partidos comunistas: “Pravda” en la Unión Soviética, “Renmin Ribao” en China, “Rodong Sinmun” en Corea del Norte, “Rude Pravo” en Checoslovaquia, “Nhan Dan” en Vietnam, “Neues Deutschland” en Alemania Oriental, y todos los demás, nunca impresionaron a los lectores de a pie.

 

Cuando más interesaron las publicaciones soviéticas a los cubanos fue en tiempos de la “glasnot” de Gorbachev, cuando se agotaban de inmediato “Sputnik” y “Novedades de Moscú” en los estanquillos, porque contaban la realidad y no lo que quería el partido comunista. No por gusto el régimen cubano prohibió su venta en el país.

 

Es un problema intrínseco del comunismo. No se trata de que no existan buenos periodistas cubanos. He conocido muchos de primerísimo nivel profesional, desde los del núcleo inicial que en 1963 participó en la creación de la UPEC, pasando por otros que fueron excelentes estudiantes en la Escuela de Periodismo y que, a pesar de los pesares, mantienen dignidad profesional en sus trabajos en la prensa oficialista, hasta los que fuera de Cuba se desempeñan muy profesionalmente en diversos medios. Y también otros que, lamentablemente, por una razón u otra, en las nada fáciles condiciones del exilio encaminaron sus vidas en otras actividades profesionales.

 

El problema de la prensa en Cuba no está en los periodistas, sino en los dueños de los medios de prensa, o más exactamente, en el único dueño, porque todos son propiedad del Estado totalitario. Y para ese Estado dictatorial y contrarrevolucionario el periodismo no es la profesión de informar veraz y responsablemente, sino la actividad de adoctrinar a “las masas” en las “verdades” que convienen a quienes detentan el poder.

 

Consiguientemente, los periodistas en Cuba no pueden ser profesionales de la palabra porque tienen que ser comisarios, trabajadores ideológicos, militantes que deben subordinar su pluma (o su computadora) a los intereses y objetivos del partido. Sus propias ideas y convicciones podrán expresarlas en la intimidad de sus familias o a sus amigos de confianza, pero no cuentan para nada en el trabajo, donde lo que impera son las instrucciones del jerifalte de turno del Departamento Ideológico del Partido.

 

Ese entorno totalitario y represivo ha sido durante más de medio siglo, y sigue siendo, excelente caldo de cultivo para oportunistas, ineptos, lamebotas, trepadores, escoria, lo más miserable de la profesión y de la vida misma, incapaces de brillar por su talento y su propio esfuerzo, que desde posiciones protegidas por sinecuras ideológicas o el cómodo anonimato “revolucionario”, ofenden, mienten, difaman, insultan, falsifican, amenazan, tergiversan y esconden información, bajo el manto de enfoques “políticos” e “intereses de la revolución”.

 

Ese infame grupo se extiende desde algunos que pueden mostrar un nivel profesional respetable, hasta cafres de la más baja estofa y condición humana, que por un plato de chícharos (de lentejas, nada), un viajecito al extranjero o una palmadita en la espalda, son capaces de vender hasta a su propia madre envuelta para regalo. La casi totalidad de esta sub-capa de miserables disfrazados de mediocres periodistas-comisarios sería incapaz de sostener un debate digno y respetuoso durante más de cinco minutos con muchos cubanos preparados, periodistas independientes, o simplemente cubanos de a pie.

 

Ahora es Miguel Díaz-Canel quien desde el poder llamó a la prensa cubana a la carga al machete contra todos los males que se puedan mencionar, y tal vez los más jóvenes piensen que esta vez será distinto. Pero deberían saber, antes de creer en Los Reyes Magos, que antes llamaron a lo mismo, con más o menos las mismas palabras, “cuadros políticos” que en su momento estuvieron en el tope del hit-parade del régimen y hoy ya no los recuerda casi nadie. ¿Por qué ahora debería ser diferente, si lo único que ha cambiado son algunos personajes, no las opresivas condiciones en que se desarrollaron los periodistas y los acontecimientos?

 

Allá quienes quieran creer en cuentos de hadas. Los cubanos de a pie, esos que no escriben en los periódicos ni salen en la televisión, conocen perfectamente el mejor uso que le pueden dar a los periódicos oficialistas. Tanto a “Granma” como a “Juventud Rebelde”, “Trabajadores” y a todos los órganos provinciales.

 

Y lo hacen continuamente.

 

 

Adiós congresito de la UPEC

Alfredo Fernández

18 de julio de 2013

 

Ha concluido el 9no congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), las reacciones en los medios extraoficiales ha sido unánime, todos concuerdan que el periodismo oficial en Cuba seguirá siendo un vocero acrítico del régimen.

 

La prensa cubana se ubica justo en la descripción de las cuatros categorías de los regímenes totalitarios del filósofo francés Jean Francois Revel:

 

- Ignorancia voluntaria de los hechos.

 

- Capacidad para vivir inmerso en la contradicción respeto a sus propios principios.

 

- Negativa a analizar los propios fracasos.

 

- Rechazo al progreso.

 

Desde hace más de cincuenta años el periodismo cubano es un estricto cumplidor de estos postulados muy afines a la censura.

 

El supuesto Mea Culpa del Vicepresidente Miguel Díaz Canel, de que “la máxima responsabilidad del secretismo de la prensa en Cuba es del partido”, si bien no deja de ser verdad, tampoco es exacto.

 

El 30 de junio de 1961 en la Biblioteca Nacional “José Martí”, en la clausura de una serie de discursos conocidos como “Palabras a los intelectuales”, la ciudad letrada cubana se dejaba coactar su derecho a la libre expresión. Una vez conquistada esta por Fidel Castro, entonces devenido guía político y espiritual de la nación, toda posibilidad de disentir quedó excluida del proyecto revolucionario.

 

La intelectualidad cubana al dejarse secuestrar su principal materia prima, “la libertad de pensamiento”, también postergaba su posibilidad de plena acción justo hasta el instante de la desaparición del sistema ante el cual optó callar.

 

El periodismo en Cuba no tendrá lugar sino en una sociedad democrática, así de simple, mientras este permanezca bajo la saya del partido, que nadie se haga ilusiones con que se refleje la realidad en las noticias.

 

De ahí que lo único bueno con respeto al 9no Congreso de la UPEC, sea que este haya concluido. Ahora las esperanzas de algún pseudocambio, se postergan hasta el discurso de Raúl Castro el próximo 26 de julio.

 

Adiós congresito de la UPEC, que te vaya bien.

 

alfredolahabana@gmail.com

 

 

Cincuenta años de complacencia

Fernando Dámaso

16 de julio de 2013

 

El recién finalizado Congreso de la oficial Unión de Periodistas de Cuba enmascara el pasado y deja en evidencia su incapacidad de renovarse

 

Como otras organizaciones similares, creadas para controlar los diferentes sectores de la sociedad cubana en función del nuevo poder establecido, la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) —que siempre ha sido y continúa siendo una organización gubernamental— se creó en los primeros años del proceso revolucionario, el 15 de julio de 1963. Acaba, pues, de cumplir 50 años.

 

Hablar de periodismo en este medio siglo transcurrido es complejo, pues en realidad se ha hecho muy poco, salvo contadas excepciones, y mucha (tal vez demasiada) propaganda política e ideológica, dedicada a validar el “modelo”, ocultando sus defectos y exagerando sus virtudes.

 

En verdad no ha existido un periodismo libre. Esto lo conocen, más que nadie, los mismos periodistas, quienes han tenido que escribir y hablar sobre lo que las autoridades han querido o autorizado en cada momento, convirtiéndose en simples repetidores de textos, redactados a veces por otros, permitiendo a los periodistas incorporar solamente sus firmas y voces. Quienes no lo han aceptado, han tenido que cambiar de profesión, en unos casos por voluntad propia, en otros por descalificación y separación o expulsión del gremio.

 

Las raíces de la UPEC, que oficialmente se han querido situar de manera exclusiva en la prensa clandestina de los dos o tres años anteriores al triunfo insurreccional, obviando la prensa legal opositora que existió durante los años de la dictadura batistiana, y después, durante los primeros meses de 1960 en la aplicación de las denominadas “coletillas” (verdadera falta de ética profesional de quienes llegaban, cuestionando o rechazando las opiniones de los establecidos con insultantes notas agregadas a sus escritos, planteando no estar de acuerdo con lo que en ellos se decía), mostraron desde sus inicios lo que sería el futuro: una camisa de fuerza para impedir el ejercicio de un periodismo crítico y veraz, ajeno a los intereses del Gobierno.

 

La UPEC, que se vanagloria de haber cumplido siempre al pie de la letra la política del Partido Comunista sobre la prensa, “abordando de manera analítica los problemas existentes en la sociedad, destacando sus aspectos positivos y también los negativos y señalando la responsabilidad de quienes lo han hecho bien o mal”, lo cual no es verdad, se despoja de su responsabilidad, planteando que el no haberlo logrado totalmente se debe al hecho de que esto estaba en manos de las direcciones de los medios y de los periodistas, y no de la Unión, pues ella “no intervino ni interviene en su aplicación y realización”. Sin lugar a dudas constituye una salida cómoda y poco seria.

 

En éste, su cincuenta cumpleaños, y en el IX Congreso que acaba de efectuar, la UPEC, si pretende hacerse creíble, debiera haber realizado un profundo análisis de su actitud complaciente y triunfalista, y de su pasividad ante el “modelo” y sus graves problemas, así como de su responsabilidad y la de la mayoría de sus miembros, por la manipulación de la información y de los ciudadanos durante estos años, fomentando la apatía social y la aceptación de las desgracias y dificultades nacionales, causadas principalmente por los graves errores económicos, políticos y sociales cometidos por las autoridades.

 

Parece, por lo publicado hasta ahora, que no ha sido así y que, una vez más, la mayoría de los acuerdos tomados tienen un carácter general, repitiendo lo mismo de siempre, y que a pesar de las palabras, continuaremos con un periodismo oficial repetitivo, panfletario y aburrido, teniendo que acudir, si queremos tener verdadera información, a la prensa extranjera y a los periodistas, blogueros y twiteros independientes, ninguno de los cuales, por suerte, forma parte de la UPEC.

 

 

Misiles de azúcar

Yoani Sánchez

17 de julio de 2013

 

El Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) acaba de ser desmentido. A sólo pocos días de esa cita de informadores oficiales, la realidad los ha puesto a prueba… y han fallado. Ayer, la noticia de que a un buque con bandera de Corea del Norte, proveniente de La Habana, le habían encontrado misiles y demás material bélico en sus bodegas, saltaba a las primeras planas de muchos diarios internacionales. En Panamá, lugar donde se detectaron las armas, hasta el propio presidente del país envío vía Twitter el reporte de lo sucedido. A sabiendas de que en estos tiempos que corren ya es casi imposible censurar –para el público nacional- un hecho de semejantes dimensiones, hoy nos hemos despertado con una escueta nota del Ministerio de Relaciones Exteriores. En tono autoritario explica que tal armamento “obsoleto” —pero funcional— iba con destino a la península coreana para ser reparado. No aclara, sin embargo, el por qué para ello era necesario esconderlo en un cargamento de azúcar.

 

En un momento en que los periódicos dan lecciones de que los gobiernos no se pueden salir con la suya en cuanto al secretismo, es penoso –cuando menos- el papel conformista de la prensa oficial cubana. Mientras en España varios diarios han puesto en jaque al partido gobernante al publicar las declaraciones de su ex tesorero; en Estados Unidos el caso Snowden llena portadas y se le piden explicaciones a la Casa Blanca sobre la invasión de la privacidad de tantos ciudadanos. Resulta inconcebible que esta mañana, el ministerio de las Fuerzas Armadas en Cuba y su homólogo de Exteriores no estén siendo interpelados por los reporteros y compulsados a rendir cuentas. ¿Dónde están los periodistas? ¿Dónde están esos profesionales de la noticia y la palabra, que deben obligar a los gobernantes a declarar, a los políticos a no engañarnos, a los militares a no comportarse ante los ciudadanos como si fueran niños a los que se les puede mentir constantemente?

 

Dónde quedaron los acuerdos del Congreso de la UPEC, con sus llamados a quitar trabas, abolir silencios y hacer una labor informativa más pegada a la realidad. Una nota breve y a todas luces plagada de falsedades, no es suficiente para explicar el acto de mandar —a escondidas— armas a un país que las propias Naciones Unidas han advertido de no ayudar con tecnología para la guerra. No van a convencernos de su inocencia con los años de antigüedad del armamento, las cosas que producen horror nunca caducan del todo. Pero, como periodistas, la lección más importante a sacar de toda esta “crisis de los mísiles de azúcar” es que no podemos conformarnos con que las instituciones se expliquen a golpe de breves notas, que no pueden ser cuestionadas. Tienen que hablar, tienen que explicar… y mucho.

 

 

En Cuba: Tener o no tener… hijos

Verónica Vega

12 de julio de 2013

 

Un reciente artículo del periódico Granma aborda la crisis de natalidad que enfrenta nuestro país y expone las medidas implementadas en este sentido por el Ministerio de Salud Pública.

 

Medidas tales como proveer de mayor información a la población fértil, especialmente a la adolescente, sobre la viabilidad de planificar los embarazos y no usar el aborto como método anticonceptivo, causa fundamental de infertilidad en años posteriores.

 

Pautar la concepción mediante contraceptivos confiables, preferiblemente orales o inyectables (más seguros que los dispositivos intrauterinos). El texto también enfatiza la urgencia de que los adolescentes tengan una actitud responsable ante la sexualidad, que incluye el uso de condón para prevenir las infecciones de Transmisión Sexual.

 

Por supuesto que en tales medidas no hay nada reprochable. Lo que me pregunto es cómo podrían adolescentes o personas fértiles en general planificar gestaciones en un panorama económico inmutable.

 

Cómo fructificarán esas disposiciones en un país cuya juventud no puede planificar un salario que no sea simbólico, una vivienda después del matrimonio, un espacio propio para criar sus hijos.

 

Como si la situación demográfica actual no fuese resultado más que de la inconsciencia. Nunca de la decepción, de la imposibilidad. Como si la abrumadora mayoría de los adolescentes no tuviera fijos sus ojos en esa delgada línea sobre el mar y el promisorio “más allá”.

 

No dudo que pueda inocularse la fe desde una consulta de fertilidad, pero una vez que la pareja salga de ella necesitará mucho más para cimentar el futuro de ese niño.

 

Si además se considera el detrimento plausible de nuestras escuelas y las borrosas perspectivas que garantiza la educación (con o sin una carrera universitaria), me temo que una actitud realmente responsable en las parejas reduciría aún más la natalidad en la isla.

 

La que se mantiene es justa porque el cubano es en general imprudente, soñador y confía en su eterna facultad de improvisación. Muchos de los embarazos accidentales que por una u otra razón terminan en nacimiento tienen que ver con esa ingenuidad.

 

Recuerdo ahora una niña que conocí, quien al ser preguntada sobre qué quería estudiar, sorprendió a sus padres con esta respuesta: “Yo quiero estudiar extranjera”. Es decir, quería graduarse de extranjera, pues a sus escasos cuatro años había observado la diferencia entre los turistas y los cubanos.

 

Qué triste conclusión (por demás irrefutable), en un ser que recién comienza a percibir su entorno.

 

No es un secreto que un alto por ciento de los matrimonios se separan por conflictos que provoca la convivencia forzada, el hacinamiento, y el prolongado espejismo de empleos que no pueden sostener un hogar. Cuando la miseria entra por la puerta- reza una sentencia popular- el amor salta por la ventana.

 

Como me pasa siempre con la televisión cubana, el artículo de Granma casi logra convencerme de que estoy en otro sitio. En un país donde las condiciones económicas y sociales son idóneas para la reproducción. Solo falta que la gente acabe de darse cuenta.

 

 

Delirios bien publicitados

René Gómez Manzano

4 de julio de 2013

 

Acabo de terminar la lectura de un libro interesantísimo: Fidel y Raúl: Delirios y fantasías. Se trata de un trabajo del prestigioso periodista Pablo Alfonso, publicado en abril del presente año por la Editorial Hispano Cubana, de Madrid, en su colección Ensayo.

 

Aunque algo se plantea en esa obra sobre el actual General-Presidente, en realidad los pasajes consagrados a su persona son escasos y secundarios. Por ejemplo, el capítulo “Raúl no es Fidel, pero es igual”, está dedicado a las similitudes de los hermanos en el empleo de la mano dura; no a hipotéticas quimeras del menor, de quien el autor no cita ni una sola. Los delirios y las fantasías parecen ser monopolio del Hermano Mayor.

 

Pienso que Don Pablo bien habría podido prescindir de esos fragmentos consagrados a Raúl Castro, aunque resulta evidente que, en ese caso, el libro y su título, al versar sólo sobre el hombre que cesó en el desempeño del mando supremo hace ya más de un lustro, habría perdido buena parte de actualidad.

 

No obstante, el defecto no es grave. Aunque se tocan algunos temas de la política cubana de hoy, el plato fuerte del colega lo constituyen las ocurrencias del Máximo Líder, que éste puso en práctica durante los decenios en que ejerció facultades omnímodas al frente del Estado Cubano, el Partido Único y las Fuerzas Armadas.

 

Es probable que esas situaciones resulten sorprendentes para nuestros compatriotas jóvenes, pero quienes peinamos canas las experimentamos durante la mayor parte de nuestras vidas de adultos. A los más viejos nos correspondió sufrir, en nuestros propios pellejos, las peregrinas invenciones que recapitula el libro.

 

Por sus páginas desfilan el experimento comunista en San Andrés de Caiguanabo, los planes de siembra de frutas europeas, la fiebre de la inseminación artificial (¡hasta a los manjuaríes!), la Brigada Invasora Che Guevara, el Cordón de La Habana, la Zafra de los Diez Millones y la actuación de bestias epónimas como Ubre Blanca y Rosafé Signet.

 

También se recuerdan la paulatina extinción del dinero, la fabricación de tierra, el debate de Castro con un genetista británico sobre los cruces de vacunos, la desecación de la Ciénaga de Zapata, la conversión de la Bahía de Nipe en un gran lago de agua dulce. El clásico cierre con broche de oro es una nota actual: la moringa.

 

El gran mérito de la obra radica en que no sólo menciona todos aquellos empeños frustrados, sino que lo hace en forma harto documentada. Las páginas del periódico oficialista Granma, en las que se entonan loas a cada campaña de turno del Compañero Fidel o se publican sus discursos, desfilan a todo lo largo del trabajo. De cada pronunciamiento se señala el día, mes y año en que fue publicado.

 

Alfonso emplea en sus comentarios un tono —distendido y socarrón— que se ajusta de maravillas a la índole del tema abordado. Un botón de muestra son las líneas consagradas al toro Rosafé Signet, comprado ya vejancón en Canadá por 27 mil dólares, y “que fue sometido luego a tantas masturbaciones, que murió eyaculando, convertido en todo un mártir de la revolución inseminadora”.

 

El libro no está exento de alguna pequeña incongruencia: por ejemplo, habla de la Conferencia del Partido Comunista de Cuba, celebrada en enero del pasado año, en términos de futuro. Pero eso no es lo más importante. Fidel y Raúl… es digno de ser leído. Sirve no sólo para rememorar los muchos esfuerzos baldíos del pasado, sino también para recordar cómo la obsecuente prensa castrista, lejos de ensayar alguna modesta crítica, se dedicó siempre a exaltarlos y loarlos.

¿Se mueve algo en la prensa oficial?

Luis Cino

2 de julio de 2013

 

El castrismo, preparándose para sobrevivir a los Castro, mueve sus fichas en una jugada putesca, el putinismo del que hablan en el generalato, las escuelas del Partido y otros círculos de la nomenklatura.

 

Dicen que el régimen considera la posibilidad de aceptar –o más bien fabricar- una oposición que según sus parámetros sea moderada, responsable y patriótica, y que sirva para simular que la apertura está en marcha.

 

Como parte de la jugada y a juzgar por los llamados oficiales, presiento que se avecina una prensa de amago y simulacro, menos triunfalista, complaciente y almidonada, pero dentro de la revolución (quiero decir, eso que todavía llaman así).

 

Recuerden las recientes declaraciones del vicepresidente Miguel Díaz-Canel sobre la “quimera imposible” que resulta bloquear la información en tiempos de Internet, la foto que se tomó el vice con los blogueros de La Joven Cuba, y la entrevista que les concedió el viceministro de Cultura, Fernando Rojas, quien afirmó que “los blogueros son el embrión de la prensa alternativa que necesitamos”.

Sumen a todo esto la inusual reunión en el Parque Villalón de los participantes en el Twithab –incluidos Conrad Tribble, jefe adjunto de la Sección de Intereses Norteamericana en La Habana, y el agente de la Seguridad del Estado Manuel David Orrio, que dice ahora en la prensa oficial un poco menos de lo que decía hasta hace 10 años en Cubanet- y ya tendrá el café…ligado con esa cosa que llaman sucedáneo.

 

Para su nueva movida, la prensa oficial necesita periodistas que resulten creíbles, no los incondicionales del teque y el disco rayado de Granma, el NTV y la Mesa Redonda.

 

Hablo de periodistas que aunque respondan al sistema, sean críticos, y que por varias de cal, en sus loas a los dirigentes históricos, y sus diatribas contra el bloqueo yanqui, la mafia de Miami y por la libertad de los Cuatro –ya no son Cinco- pongan alguna de arena, que tenga que ver con la realidad.

 

Eso si quieren que sean medianamente creíbles, para disimular el truco, porque no lo son ni un poquito los chicos de La Joven Cuba, que luego de la foto con Díaz- Canel y la entrevista a Fernando Rojas, viraron palo pa` rumba y reclamaron mano dura contra blogueros y periodistas independientes…

 

El caso es que los periodistas críticos que precisa la prensa oficial para retocar el capullo y que asome solo un poquito la crisálida, no aparecen por ninguna parte. Y de tan amedrentados que están, ni esperar que asomen sus narices en el Noveno Congreso de la UPEC que se celebrará en julio y que será otro show circense.

 

Aseguran que hay movimiento en el bull pen, pero lo que se nota es confusión. El blog del seguroso Yohandry no se sabe si cierra por reformas o por derribo. Y M. Lagarde, oficial empistolado de la Contrainteligencia, en la primera línea del enfrentamiento a los ciberdisidentes, dicen que sigue preso, sabrá Dios y sus jefes por qué.

  

Orrio, por muy crítico que sea, no hay modo de que la gente pase por alto el hecho de que fue -¿es?- el agente Miguel de la Seguridad del Estado. Solo queda cargar con Enrique Ubieta, soltarles las riendas a José Alejandro Rodríguez y otros periodistas de los mejorcitos. O inventar –si es que ya no los tienen preparados- a un puñado de blogueros que jugarán a la prensa alternativa, a discrepar con moderación, y que serán presentados por el oficialismo matrero como los únicos periodistas verdaderamente independientes en Cuba, porque los demás, los disidentes, somos…ya usted sabe qué.

 

En definitiva, sería más fácil que la llamada “prensa revolucionaria”, en vez de esforzarse por ser “más audaz y creativa”, dejara de ser mera propaganda partidista de la más mala para ser simplemente periodismo. Sin apellidos ni etiquetas. Pero, soberbios como son los mandarines verde olivo, dispuestos siempre a ir por el camino más largo para llegar a ningún lugar, eso sería pedirles demasiado.

 

luicino2012@gmail.com

 

 

Más mentiras y menos atención dental

Susana Teresa Más Iglesias

29 de junio de 2013

 

En un reportaje emitido en el espacio estelar del noticiero nacional de televisión el día 7 de junio se trató el tema de la salud dental de los cubanos y de las consecuencias que puede acarrear el descuido a la atención de la misma.

 

Se expresó que más del cuarenta y siete por ciento de la población cubana presenta problemas en tan importante aspecto. Se argumentó también sobre la ausencia parcial o total de incisivos y molares en las personas, tanto jóvenes como adultas, y el incremento del cáncer bucal, que gana terreno ante el descuido de la atención estomatológica.

 

Esta edición no sólo se dedicó a subrayar el descuido por parte de las personas y la acción del mal hábito de fumar que atenta contra la salud dental, sino que adornó el trabajo periodístico con escenas de pacientes que recibían atención especializada, en instalaciones confortables, con excelente iluminación, ventilación y pulcritud, claro está, con la previa preparación del instrumental, herramientas y locales higiénicos.

 

El reportaje olvidóexpresar las verdaderas causas del por qué la población pierde el interés de mantener su salud bucal con la perfección que necesita y desea.

 

Por ejemplo, el reportaje no se refirió a que en la mayoría de las clínicas dentales cuando no escasea el algodón, algo imprescindible para cualquier operación médica, falta el agua o el fluido eléctrico, y no se puede hacer nada a pesar de que el turno fue programado con varias semanas de antelación; o bien dicen al paciente que no se puede trabajar por falta de material estéril, o simplemente porque no hay papel para envolver los instrumentos esterilizados, experiencia que viví en carne propia hace unos 6 años, en el Policlínico de la Calzada de Monte y Romay.

 

Así pasan días, semanas, meses años y un águila por el mar, hasta que las personas se cansan: unos de pedir permiso en el trabajo, para al final retornar con una explicación de lo sucedido, que nunca es creíble, y otros que pierden la paciencia y es ahí cuando crece el desaliento, se desmorona la ilusión de acudir al dentista, y se cae en el descuido bucal.

 

Con un poco de buena suerte se pudiera lograr una extracción, pero tal vez sea un riesgo doloroso a correr, pues la anestesia, en la mayoría de los casos, nunca llega a surtir el efecto esperado.

 

Tampoco la reportera explicóque uno de los aspectos principales para mantener una buena salud bucal también depende de la alimentación de la persona, lo que es primordial para que no se produzcan malformaciones en la dentadura. La carencia de leche en la niñez incide en ello, al igual que la variedad alimentaria, la ingestión de frutas, carnes, viandas y vegetales, los cuales cada vez son más altos sus precios.

 

Categóricamente el pueblo sabe que la palabra leche es una ilusión para el que no tiene divisa, igual que la carne de res, que algunos no conocen y ni siquiera se imaginan su sabor y valor nutritivo. Decir pescado es remover una añoranza pasada en un país que rodeado de mar carece de todas y cada una de las especies sin poder siquiera tener acceso a una de ellas.

 

Esa periodista tal vez está dentro del grupo de los privilegiadosque pueden darles un vaso de leche diario a sus hijos mayores de siete años, o a su anciana abuelita que no tiene dieta por enfermedad.

 

No es consecuente que se editen trabajos televisivos de esa índole: todos los que lo ven, saben que está confeccionado con mentiras y ficciones.

 

Los periodistas deben ser los portadores del sentir de los pueblos, de sus carencias, penurias y dificultades. Están para decir la verdad y denunciar los errores de los gobiernos para tratar de resolver sus problemas; no para asumir la posición de cuenteros que para justificar el salario que perciben con falsedades, mucho menos ubicarse del lado que más les convenga para mantener su trabajo y cierto estatus social.

 

Solo hay que salir a caminar por las calles y barrios que no llegan a ser marginales, y dedicarse a mirar las bocas de la gente para darse cuenta que existe gran cantidad de personas que no han podido tener acceso a una atención dental adecuada, producto de la incompetencia que ronda la mayoría de esos centros asistenciales.

 

susana.mas24@yahoo.com

Ahora sí vamos a hacer un Congreso de la UPEC

Reinaldo Escobar

28 de junio de 2013

 

Los lemas que de edición en edición han tenido los Congresos de la Unión de Periodistas de Cuba pudieran confundirse tanto en su redacción como en su inefectividad e incumplimiento posterior. Recuerdo aquello de “Por un periodismo crítico, militante y creador” y otros que la higiene me impide reproducir.

 

Una vez más los profesionales de la prensa se ven enrolados en la realización de otro congreso. Obviamente no invitarán a ningún periodista independiente ni a ningún bloguero. De todas formas aquí, en el título de este post les regalo una consigna. a lo mejor hasta la usan.

 

 

Espacio Laical o El Caimán Barbudo

Raúl León

27 de junio de 2013

 

El Caimán Barbudo de la Diócesis. Así titulé a la revista Espacio laical cuando sacaron un número en cuya portada principal aparecía la foto de Fidel Castro y otros barbudos entrando a La Habana en la “caravana de la libertad”. Así lo dije en voz alta en la portería del Arzobispado y algunos sacerdotes y empleados compartieron el escándalo al ver hasta qué punto había llegado la politización de una publicación que había sufrido cambios radicales con la expulsión de su director, Joaquín Bello, y el resto del Consejo de Redacción, “por meterse en política”.

 

Claro, Joaquín Bello y los otros siquitrillados hablaban de la política que molestaba al gobierno. Ahora Robertico Veiga and Co. hablan de la política que contenta al gobierno. Por lo tanto, hay política conveniente y política inconveniente.

 

Cuando lo hice ver esta parcialización a algún miembro del consejo de Espacio Laical, me mencionaron algún que otro texto o frase que señalaba otras tendencias. Por eso me tomé el trabajo de estudiar varias ediciones y pude comprobar que más del 85 % de los artículos enaltecían la figura de Raúl Castro y estaban dirigidos a lograr el apoyo de los lectores a los cambios emprendidos.

 

En el otro 15 % aparecían artículos que no apoyaban, pero tampoco molestaban a las autoridades.

 

Aunque no es órgano del Consejo de Laicos, la revista sigue nombrándose laical, por lo que se entiende que está bajo la sombrilla de la iglesia institucional, y se sigue editando e imprimiendo en las imprentas eclesiales. Sin embargo, está violando la imparcialidad política que le exigieron a Joaquín Bello and Co. y que define claramente el Consejo Pontificio para las Comunicaciones.

 

Oswaldo Payáno podíapararse en las puertas de las iglesias habaneras a repartir prensa pidiendo un cambio de gobiernoporque eso era “utilizar a la Iglesia para hacer campaña política”. Entonces, ¿por qué ahora Roberto Veiga and Co. pueden repartir prensa pidiendo apoyo al gobierno? Saque usted sus propias conclusiones.

 

 

Aprensión con la prensa

Regina Coyula

26 de junio de 2013

 

Todo debe ser cambiado, ¿pero algo cambiará? El periodismo oficial prepara Congreso

 

Sigo las noticias, me enfermo con los periódicos nacionales, despotrico del noticiero de televisión, y más que desprecio, siento conmiseración por lo que se ha convertido Radio Reloj.  Es pertinente mi introducción pues la prensa cubana se encuentra en los preparativos del congreso de la organización de periodistas, UPEC, una de esas ONGO que el gobierno gusta de creer que representan a la sociedad civil.

 

Si en algún sector no se visibiliza el cumplimiento interno del llamado proceso de Actualización del modelo y de los numerados “Lineamientos”, si en algún sector es desoído el llamado del General-Presidente al cambio de mentalidad y a la frase de moda sin prisa pero sin pausa; si en algún sector nada parece cambiar, es en la prensa.  No cambian los directivos, no cambian las políticas.  El secretismo, el triunfalismo, la superficialidad, el lenguaje “culto” —o peor, poético— para no decir nada, configuran un panorama del que el periodismo cubano no quiere, no sabe, o no puede salir.

 

Hasta cuándo el “bloqueo” y la “amenaza Imperialista”, esa nefasta sensación inoculada a toda la sociedad de encontrarnos bajo perenne peligro, para “no dar armas al enemigo”, o el también socorrido pretexto de no ser el lugar y el momento, o no ser la forma adecuada. La prensa ha reforzado la paranoia nacional de que nuestro trabajo, la familia, la vida y la isla misma podrían desaparecer en solo un segundo. Ese sentimiento de precariedad para mantenernos en estado de guerra es una de las innumerables ideas atribuidas a Fidel Castro. Pavlovianamente, los periodistas cubanos se acostumbraron a no rozar temas escabrosos, a no realizar encuestas críticas, a detenerse en seco ante el primer no. Se acostumbraron a realizar los reportajes y artículos que agradaran al jefe, o mejor, a realizar los reportajes que “orientara” el jefe, una manera infalible de agradar al jefe del jefe.

 

No puede culparse a la prensa de la enfermedad social que nos aqueja, pero sí de no asumir compromisos con la sociedad que dice defender, pues de haber existido una prensa atenta, se hubiera podido hacer un diagnóstico temprano, y quizás, solo quizás, encontrar soluciones.

 

Por eso es necesaria una prensa independiente del Gobierno, no esgrimir el pretexto cada vez más desfasado de que no existe prensa libre, pues donde cada órgano de prensa refleja los intereses de sus directivos existe más libertad que donde todos son el mismo y del mismo dueño. Desfasado también porque ese muro ha sido debilitado por la tecnología, que de forma creciente, indetenible y muchas veces instantánea pone al alcance del individuo la información de su interés.

 

Es lamentable y para nada casual cómo desde la propia formación de los futuros profesionales se cercena la creatividad, la curiosidad y el espíritu iconoclasta. No hablo de historia antigua.  Ahora mismo, en la discusión de la tesis de graduación de la Facultad de Periodismo, el estudiante Lázaro Carrasco, con un tema inédito, ha sido irrespetado durante la exposición de su trabajo, por parte de una oponente inquisitorial (fíjense que no digo inquisitiva) y un tribunal cómplice, o cuando menos, indolente.

 

No es la pureza ideológica quien mueve este tipo de actitud, ni siquiera en este puntual caso el móvil es una homofobia trasnochada. Sí debe haber pesado una carta de Carrasco al escritor Reinaldo Arenas, donde confiesa que “en una facultad de Periodismo no te dejan imaginar demasiado”. Demasiado anfibológico para el gusto de los directivos de la Facultad.

 

Si de verdad se creen el concepto de revolución que puede leerse en cualquier esquina, una revolución acontecerá en el próximo congreso de la UPEC, porque si en algún lugar se debe cambiar todo lo que debe ser cambiado —y en este caso se trata de cambiar todo—, ese lugar es la prensa.

La cara oculta de la Facultad de Comunicación

Carlos Manuel Álvarez

20 de junio de 2013

 

El tratamiento ofrecido a Lázaro Carrasco, quien incluyó en su tesis una carta a Reinaldo Arenas, muestra cómo opera en La Habana el más alto centro de formación de periodistas

 

En su tesis de licenciatura, Lázaro Carrasco, estudiante de quinto año de periodismo, escribe gratuitamente, sin guía metodológica alguna que lo exija, una carta a Reinaldo Arenas donde revela, entre otras cosas, que en la Facultad de Comunicación (FCOM) del 2013 no dejan imaginar demasiado.

 

Como respuesta, su tribunal esgrimió el pasado martes 11 de junio, durante el ejercicio de defensa, un argumento que parecía irrebatible. Meses antes, el estudiante había propuesto su tema, la comisión pertinente lo había aprobado, y finalmente iba a graduarse con una serie de productos comunicativos bastante controversiales: crónicas y entrevistas sobre el cruising. Esto es: los sitios de La Habana donde los gays —con su tradición subversiva y periférica— practican el sexo abiertamente. Carrasco no tenía entonces por qué acusar a la institución, magnánima y tolerante, de literal y ortodoxa.

 

Que la Facultad de Comunicación aceptara semejante atrevimiento, y no censurase un ejercicio de búsqueda en zonas moralmente heréticas y políticamente incorrectas, era ya un privilegio insospechado que él debía tener en cuenta, y, por tanto, no portarse demasiado mal. El tribunal nunca lo dijo, pero le reprochó su ingratitud e inconsciencia. Carrasco no debía olvidar que por cosas menores Arenas había ido a prisión, y que él estuviese allí, defendiendo su tesis, treinta y tantos años después, era una evidencia innegable de progreso.

 

Sin embargo, pagó demasiado caro el tema. Es preferible que la Facultad se siga reconociendo como lo que es, un escenario poco conflictivo, antes que fomente el riesgo y lo deje correr, para luego —pacata y prejuiciada— perpetrar en la hora final un acto de vejación francamente imperdonable. Si la confesión de Carrasco a Arenas no parecía a priori más que un mea culpa imposible de sostener con pruebas físicas, concluido su acto de defensa resultaba todo lo contrario: una dolorosa premonición. Al estudiante le otorgarían cuatro puntos justamente porque se había largado a imaginar, porque había metido las manos en lo sucio, y estaba en el sitio equivocado para ello.

 

Cuatro puntos no parecerá una nota muy alarmante para alguien que desconozca los mecanismos internos de FCOM, donde, al menos en periodismo, solo las tesis extremadamente defectuosas no terminan con la máxima calificación. Cada año, decenas de estudiantes reciben cinco puntos, casi porque sí, sin mucho preámbulo ni brete, con temas infames, temas inventados, investigaciones sin vida real, análisis de asuntos que no merecen un mínimo acercamiento por una sencilla razón: no existen.

 

Cada año, además, otra decena de estudiantes toma sus títulos, incluso con sellos de oro, solo por haberse adentrado en temáticas dóciles, o políticamente incentivadas, no sé, la cobertura de AP durante la Crisis de los Misiles, la campaña mediática de El País contra La Habana, el uso del lead en las noticias de agricultura, y nunca, por ningún lugar, el papel reaccionario del periódico Granma, o del Noticiero Nacional de Televisión dentro de la sociedad cubana, no digamos ya la subordinación total de la prensa al Estado y al Partido. Nadie ve eso nunca (salvo Julio García Luis). La Facultad se lava sus manos y acumula en su biblioteca tesis que solo serán referentes de otras tesis, y estas, a su vez, de otras tesis, sin aplicaciones de los resultados; simplemente estudios de la academia y para la academia, la seudo-teoría por la seudo-teoría, así hasta el infinito o hasta que venga el orden y mande a detener semejante cadáver.

 

Obviamente, si esta es la norma de los cinco puntos, resulta indiscutible que algunas malas notas suponen más mérito que cualquier congratulación. Como me dijera hace poco un maestro que ya se ha ido: “en mis tiempos era casi glorioso recibir cuatro puntos por una tesis dizque disidente”.

 

De ahí que el problema no sea la calificación final otorgada a Lázaro Carrasco. Su nota es más digna que cualquier cinco de mi año (incluido el mío, que, perdónenme, es un cinco muy digno). La verdadera injuria, desde mi punto de vista, fueron los métodos de la oponencia y la posición del tribunal.

 

No hagamos el cuento largo. Carrasco había asomado la cabeza en un sitio peligroso, donde no la asoma ninguno de los estudiantes ni de los periodistas cubanos de hoy. Había una intención y esa intención, que supera todos nuestros provincianos límites, merecía por sí sola cinco puntos, un reconocimiento al esfuerzo. Por si fuera poco, Carrasco escribió con arte, logró testimonios impactantes, husmeó, importunó, partió de cero y regresó con una trama, con una historia.*

 

No había un referente, un método o una experiencia anterior a la que pudiera asirse. En Cuba no existe el periodismo contrahegemónico, no hay nadie que lo haga, podemos pasar lista en nuestras redacciones y el resultado será nulo, todos acumularán una larga experiencia en coberturas protocolares. Carrasco improvisó, salió a flote, trajo algo para mostrar, y si hubo tal mención por parte de sus jueces, entre tantos errores metodológicos señalados, fue tan insignificante que seguramente ninguno de los presentes en su defensa la recordará.

 

Tras varios cambios inconcebibles, le designaron un oponente experto en sexualidad, pero sin mínima idea de periodismo literario. Seguimos creyendo que el contenido es una cosa y la forma otra. Seguimos creyendo que la forma es secundaria, por eso no tenemos contenido. Las negligencias y la injusticia fueron tantas que terminaron reprochándole cuestiones ridículas. Digamos: no devolverle a los entrevistados las grabaciones. Yo quisiera saber qué tradición periodística exige eso, porque ni siquiera la tradición de la Facultad.

 

Casi al final, Carrasco se arrebujó en su silla y respondió, asustado, sin fuerzas, las preguntas inquisidoras del oponente. La oponencia exigía que respondiera sí o no, con monosílabos, e iba mencionando leyes (¿cuántas leyes, me pregunto, habrá violado Gunter Walraff?**), una tras otra, casi imparablemente. Por un momento llegamos a pensar que Carrasco iría preso. Era mucho el tema, y es mucho el prejuicio de los que se reconocen desprejuiciados.

 

No asistieron, al acto de defensa, los contumaces blogueros de la Facultad, no tenían por qué estar allí. Sin embargo, la noticia, el chisme, se ha regado como pólvora por los pasillos de Bohemia. Ojalá me equivoque, pero ninguno de los estudiantes hablará, ninguno buscará a fondo e intentará reconocer las claves del incidente más allá del morbo. Ninguno describirá los rostros indignos que puede mostrar FCOM. Andan demasiado entretenidos con la ocupación en Siria, o con los post mal escritos de Yoani Sánchez. Hablan de vejación y no reconocen la vejación y el engaño delante de sus narices.

 

Pero no me alarma: mi principal problema con Cuba, lo inconcebible, no es que no me entienda con sus mayores, sino que no me entiendo un carajo con la gente de mi generación. Yo ya me gradué, en semanas me largo, y durante cinco años no hice casi nada por cambiar el sino de la Facultad. Me alejé de ella, la di por perdida, sus problemas me parecieron menores, pero este no ha sido un problema menor, y he creído imprescindible mencionarlo. Le entrego, con gusto, mi cinco, mi título y mis elogios a Lázaro Carrasco, todo a cambio de su cuatro, y seguro salgo ganando.

 

En la Facultad hay grandes profesores, hay grandes seres humanos, pero no hay una articulación determinante de sus fuerzas. Hay estudiantes que quieren decir, pero primero, antes de ganarse cualquier nombre, antes de contar los comentarios y las visitas a sus blogs, antes de creerse que están cambiando la realidad cubana, deberán denunciar los pequeños atracos de los cuales son víctimas sus colegas de oficio y generación. Yo he llegado a pensar, tristemente, que la inmensa mayoría de los estudiantes o los recién graduados de periodismo escriben para mirarse el ombligo, o para caerle en gracia a alguien.

 

Hay más que una Copa de Cultura o unos Juegos Caribe en la universidad. No se puede estar todo el tiempo mirando hacia los lados, distraídos con la floritura. Si la Facultad no redimiese lo sucedido el pasado 11 de junio, si sus profesores o sus dirigentes no llamasen a Lázaro Carrasco y revisasen el tema, si los estudiantes no se agruparan y protestaran, todos, absolutamente todos, nos habremos hundido un poco más. Decenas de graduados seguirán abandonando los periódicos, y los profesores valiosos —bien que los conozco— acabarán un tanto más frustrados.

 

Los reductos de luz que sobreviven en Bohemia, no debieran permitir que les arrebaten de sus manos las pocas tesis valiosas, ni que el atrevimiento parezca un pecado. Deberán, con arte y sutileza, luchar contra esa otra zona y reducirla, un cónclave poblado de personas que no saben siquiera que lo pueblan, los conciliadores en su peor versión: el conservadurismo que se cree revolucionario. Yo, con el perdón de mis amigos, o más bien en nombre de mis amigos, en nombre de los profesores que se quedan, y que se baten únicamente con fe, no puedo hacer otra cosa que desearles suerte para que ganen el pulso. Al menos desde septiembre de 2008, hasta junio de 2013, la ortodoxia fue la maza, y fue el poder.

 

* Lo acompañó en el trayecto, justo señalarlo, su tutor Jesús Arencibia.

 

** El bien de social de las investigaciones de Wallraff, bien lo dijo el sabio de Daniel Salas en las clases de periodismo investigativo, era mucho mayor que el mal de las violaciones legales, por lo que sus encubrimientos son, quién lo duda, éticamente permisibles e irreprochables.

 

 

Espías buenos y negritos malos

René Gómez Manzano

20 de junio de 2013

 

Se han cumplido sesenta años de la ejecución de los esposos Julius y Ethel Rosenberg, condenados a muerte en Estados Unidos por espiar para la Unión Soviética. La propaganda castrista recordó la fecha; el diario Granma publicó un artículo de Dalia González Delgado, en el cual califica el ajusticiamiento como un “asesinato legal”.

 

Los agitadores de pluma suelta del régimen actúan como si todavía estuviéramos en 1953, cuando los partidarios del comunismo internacional —algunos tal vez de buena fe— denunciaban la detención y el enjuiciamiento de la pareja de judíos neoyorquinos como una clamorosa injusticia.

 

Los que erigieron el monumento a los Rosenberg en la esquina habanera de Paseo y Zapata, al igual que quienes al cabo de seis decenios siguen defendiendo la actuación del matrimonio, parecen no haberse enterado de los muchos elementos probatorios que han ido aflorando y que indican la responsabilidad de ambos, sobre todo del marido.

 

¿Desconocen esas personas que Nikita Jruschov, en sus memorias, expresó no poder precisar en qué consistió el apoyo específico brindado por ellos a la URSS, pero reconoció que, por conducto de Stalin y Mólotov, supo que el matrimonio “había prestado una importante ayuda para acelerar la fabricación de nuestra bomba atómica”?

 

¿Ignoran que los criptógrafos del proyecto americano-británico VENONA descifraron materiales —desclasificados ahora desde hace años— que demuestran que Julius Rosenberg era un espía y reclutador al servicio del Kremlin? Aunque parece que la importancia de los secretos nucleares que reveló no fue tan grande como se creyó en su momento, la información que suministró en otros campos fue amplísima.

 

Con el paso del tiempo, algunos de sus compinches, que lo negaron todo durante años, han reconocido su participación. ¿Habrán sentido arrepentimiento por traicionar a su Patria en provecho de una potencia criminal y feroz? ¿Por ayudar nada menos que a la Rusia de Stalin? Morton Sobell, quien purgó 18 años de encierro por la misma causa que los Rosenberg, reconoció en 2008 que conspiró para entregar a los soviéticos información industrial y militar clasificada.

 

Alexánder Feklísov, el oficial que actuó como contacto entre el espía y sus jefes de Moscú, sostuvo no menos de cincuenta encuentros con el primero. El ruso planteó en un libro que el señor Rosenberg no dominaba el tema atómico y que, por ende, no pudo prestar mucha ayuda en este asunto. No obstante, reconoce que sí suministró datos de inmensa utilidad sobre los sistemas electrónicos de los Estados Unidos.

 

En cuanto a Ethel, las nuevas informaciones no confirman su plena responsabilidad, aunque sí indican que por lo menos conocía los malos pasos de su marido y colaboró de modo consciente con él. En el caso de ella, los datos suministrados por VENONA resultan más ambiguos.

 

En resumidas cuentas, lo que a estas alturas puede ser objeto de dudas no es si fue justo o no sancionar a los esposos como espías al servicio de la Unión Soviética, sino si sus actividades ameritaban la pena de muerte. Esto último resulta particularmente cierto en el caso de la mujer.

 

Picasso, Sartre, Brecht, Rivera, Kahlo y otros rojitos

 

Por supuesto, ya se sabe que, en su tiempo, el rojerío internacional no anduvo con tales exquisiteces. Las acusaciones contra el “criminal imperialismo yanqui” llovían sin descanso. El inefable Jean-Paul Sartre calificó el caso como “un linchamiento legal que mancha de sangre a toda una nación”. Pablo Picasso aludió a un “crimen contra la humanidad” (frase que el Granma repite ahora gustoso). En general, los franceses se dedicaron a hablar del “affaire Dreyfus americano”.

 

Pero debemos reconocer que esos personajes, al igual que muchos otros de ideas afines —Bertold Brecht, Dashiell Hammett, Diego Rivera, Frida Kahlo— actuaban al calor de los acontecimientos, y no conocían —ni podían conocer— las revelaciones y confesiones que sólo se hicieron públicas con el paso de los lustros.

 

No obstante, resulta obvio que esa justificación no puede alcanzar a quienes — ¡a estas alturas!— insisten en los mismos temas gastados de la obsoleta propaganda bolchevique. Ni siquiera aunque se utilice como ingrediente fundamental —como se hace en el artículo del Granma— la sensiblería lacrimosa.

 

Dalia González señala compungida: “Cuando Ethel caminaba hacia la silla eléctrica sabía que su esposo ya había sido ejecutado. ¿Cómo imaginar los últimos minutos de dolor de esa mujer? Pensaría acaso en los años felices, en los dos niños pequeños que dejaban”.

 

Como la colega escribe en la prensa oficialista cubana, debo confesar que su misericordia hacia los espías extranjeros me resultaría más creíble si hubiera mostrado igual compasión por los tres jóvenes compatriotas nuestros (por sólo citar el caso más reciente) que en menos de una semana fueron fusilados en 2003 por intentar secuestrar una embarcación, un hecho que duró unas pocas horas y no ocasionó desgracias personales.

El periodismo que sacude conciencias

Rosario G. Gómez / Rocío García

29 de mayo de 2013

 

Los premios Ortega y Gasset reconocen la labor de los profesionales que dan voz a quienes nunca se oye

 

Un trabajo tan reconfortante como ingrato. Así se refirió ayer la bloguera cubana Yoani Sánchez al periodismo que sacude conciencias, ese que golpea sólidas paredes blindadas para despertar y sacar del letargo y del desconocimiento a los habitantes de este planeta. Este periodismo fue el que reunió ayer a los galardonados con los premios Ortega y Gasset, que en su trigésima edición reconoció a profesionales que ejercen un oficio pegado a la calle. Como la historia de ese niño colombiano de 13 años que camina cinco horas diarias para acudir a la escuela y que retrató Alberto Salcedo Ramos en el reportaje La travesía de Wikdi. O como Mireia, una dependienta de un comercio de Barcelona que asistió con pavor a los efectos de los piquetes violentos durante una huelga general y que el fotógrafo Emilio Morenatti captó con su cámara. También al pánico que muchos ciudadanos vivieron en el interior de la estación de Atocha, de Madrid, acorralados por una policía que hizo un uso desproporcionado de la fuerza y que, gracias a las imágenes captadas por el estudiante Juan Ramón Robles, saltaron a periódicos y televisiones. Este periodismo es el mismo que ha defendido siempre el maestro Jesús de la Serna, galardonado con el premio a la trayectoria profesional, y que, por razones de salud, fue el único que no acudió al acto de entrega, celebrado en el Caixa Forum de Madrid, y que congregó a personalidades del mundo de la política, la empresa y la cultura.

 

Fue una hipotética casa de hierro, sin puertas ni ventanas, prácticamente indestructible, donde habían quedado encerradas varias personas, dibujada por un escritor chino, la que sirvió a Yoani Sánchez para hilvanar un discurso en el que hizo una cerrada defensa del periodismo y de esas personas que se dedican a golpear el grueso muro de la desinformación y la apatía. “Los galardonados de hoy reúnen la especial condición de haber estado tanto dentro como fuera de esa casa de hierro”, aseguró la bloguera cubana, para quien el periodismo atraviesa un periodo de profunda crisis no solo por los monopolios ideológicos y económicos que “lo restringen y condicionan, sino también por el fin de los modelos tradicionales de creación y consumo de contenidos y noticias”.

 

Yoani Sánchez, que hoy tras un viaje de más de dos meses regresará a Cuba —“estoy nerviosa con mi vuelta, es complicado pero es el lugar donde siento que debo de estar”— animó a los lectores a arremeter contra los “sólidos y a veces confortables muros entre los cuales tantos periodistas se han quedado dormidos” y que “espabilen y les señalen la grieta por la que se puedan atisbar soluciones para los tremendos retos del mundo actual”.

 

El acto, al que asistieron en primera fila el expresidente del Gobierno, Felipe González, el secretario general del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, y la portavoz parlamentaria, Soraya Rodríguez, fue un homenaje al periodismo de calidad y planteó algunos de los retos a los que se enfrenta la profesión ante los cambios tecnológicos y la crisis económica. Javier Moreno, director de EL PAÍS, lamentó el riesgo en el que viven en la actualidad tanto el periodismo como la democracia —“la democracia y el periodismo se deshilachan como un traje que se hubiera usado durante mucho tiempo”— y lanzó una pregunta al aire: “¿Qué podemos hacer los periodistas?”. La respuesta, dijo, es muy humilde: “Dar testimonio de lo que les sucede a otros”. También de periodismo habló el presidente del Grupo PRISA, Juan Luis Cebrián que, tras haber ejercido durante 50 años, aseguró que corren malos vientos y se preguntó si el futuro de la prensa en papel y la crisis por la que atraviesa es coyuntural o responde a un cambio más profundo, como así parece ser. “No me preocupa tanto el futuro de los periódicos como el de los periodistas. El primero está en entredicho, pero el de los periodistas es más prometedor y brillante que nunca”, aseguró Cebrián, para advertir a continuación que los periódicos tendrán que adaptarse a los nuevos comportamientos de los usuarios. Cebrián recordó a Manuel Aznar, abuelo del expresidente Jose María Aznar, y aseguró: “Hubo buenos periodistas durante la dictadura y malos gobernantes durante la democracia”. “Será imposible que las democracias pervivan si no existen profesionales capaces de criticar al poder sin tapujos”.

 

De eso sabe mucho Jesús de la Serna, cuya intervención a través de un vídeo grabado en su casa, —su mujer, Pura Ramos, lo vio en primera fila— marcó el momento emotivo de la noche. A pesar de que la periodista y miembro del jurado Pepa Bueno nunca trabajó con él, recabó testimonios de amigos y profesionales para descubrir para ella misma y compartir con los congregados la humildad del premiado y el rechazo al ego en la profesión. “El ego para De la Serna es una de las grandes lacras del periodismo de hoy”, dijo la directora de Hoy por hoy, de la cadena SER.

 

 

Alerta para televidentes de Telesur

Rafael Ferro Salas

22 de mayo de 2013

 

Creo que vale la pena llenarse un poco de ilusiones en estos tiempos de cambios. Hace unos días, vi en TELESUR una entrevista concedida por Mariela Castro al espacio Cruce de Palabras. En su cruzada contra la homofobia, ella explicaba sobre los avances del programa que dirige.

 

Desde finales de los setenta, dijo la entrevistada, en la Isla se realizaban complejas operaciones de cambio de sexo. Quizás lo dicho por ella sea una verdad tan grande como una casa, pero de lo que no hay dudas es de que la casa nunca se vio. Dijo también que desde esa misma época había comenzado en Cuba el programa para el trato y respeto a los homosexuales, con interés de Estado para su cumplimiento.

 

¿Qué edad tendría Mariela en el año 1980, en pleno éxodo desde el puerto Mariel, cuando se cometieron todo tipo de violaciones y maltratos contra homosexuales, orientadas por las autoridades? Incluso, quien no participaba en los mítines homofóbicos era considerado contrario al régimen.

En esta ciudad de mi infancia vi más de un caso. Personas que eran sacadas de sus casas por las turbas, bombardeadas con todo tipo de inmundicias, obligadas, por el simple hecho de ser homosexuales, a marchar al exilio. Tiempos verdaderamente duros y que ahora intentan borrar de golpe y porrazo.

 

Con el don de la palabra en réplica amordazada, los cubanos nos vemos obligados a contemplar cómo de la noche a la mañana nuestros gobernantes perpetuos hacen y deshacen leyes, decretos y toda clase de invento abusivo, para después mostrarle al mundo supuestos y bien ensayados lavados de imagen, sin ningún tipo de resarcimiento material o moral para las víctimas de las violaciones.

 

Como telón de fondo para la entrevista de marras, colocaron imágenes de un gran desfile habanero contra la intolerancia, encabezado por la propia Mariela, seguida por una gran multitud de homosexuales y travestidos. En ambiente de libertad y fiesta, desfilaron los liberados del momento.

 

No critico eso, todo lo contrario, bato palmas cuando en cada rincón de este mundo se abre una grieta al muro de la imposición y la marginalidad, pero, a manera de SOS desesperado, alerto a los televidentes de Tele Sur y otras cadenas: En Cuba siguen apartados muchos “diferentes”, y bajo la lupa de ese apartheid insólito están los opositores políticos, periodistas independientes y disidentes.

 

 

¿Qué nos quiere decir Granma?

Tania Díaz Castro

13 de mayo de 2013

 

Por estos días, Granma, órgano oficial del régimen castrista, nos quiere decir cosas que llaman la atención a todo aquel que gusta de leer entre línea.

 

Por ejemplo, el día 8 de mayo publicó una información de Save the Children, organización no gubernamental con sede en Londres, la cual afirma que Cuba es el país latinoamericano donde existen mejores condiciones para ser madre.

 

Al siguiente día, en la página 2 del mismo periódico, uno de los periodistas más destacados, José A. de la Osa, dio a conocer que, según datos emanados del Sistema de Vigilancia del Instituto de Nutrición e Higiene de los Alimentos, del Ministerio de Salud Pública, en 2010, la obesidad y el sobrepeso en las mujeres embarazadas era de 30,4%.

 

Es de todos conocidos que esta enfermedad comporta serias complicaciones materno-infantiles: diabetes estacional, hipertensión arterial, mayor número de cesáreas, e incremento de la mortalidad materna y perinatal.

 

Una de las causas principales de la obesidad radica en los hábitos alimentarios, en los que predominan los carbohidratos, grasas, y la poca actividad física. Basta conocer la paupérrima y escasísima dieta que reciben las embarazadas, para encontrar la razón de este problema. Y ni hablar de los problemas nutricionales que provocan los salarios cubanos, considerados los más bajos del continente.

 

Ante la evidencia de situaciones semejantes, una se pregunta si Granma no estará queriendo desmentir a Save the Children.

 

Otro de los asuntos dignos de mención y que Granma trató en los primeros días de mayo, es el de la basura en las calles. El día 9, en la página 2, aparece una foto titulada Paisaje, sobre el súper conocido caso de la esquina de San Joaquín y Estévez, en el Cerro, La Habana. El texto aclara que nuestra capital se ha convertido en algo desagradable a la vista y dañino para la salud de la comunidad, ya que en sus calles se concentran desperdicios sólidos de todo tipo.

 

¿Acaso esta foto trata de sugerir algo a la nomenclatura política del gobierno, especialmente a Raúl Castro, sucesor de la dinastía familiar?

 

El día anterior, en el mismo periódico Granma, se divulgó que Noruega, país con el que Cuba mantiene excelentes relaciones diplomáticas y comerciales, necesita basura, la cual le sobra a Cuba, así que bien pudiera exportarla, en vista de que tiene grandes dificultades para producir todo lo que cincuenta años antes producía con facilidad: azúcar, café, cacao, minerales, bebidas alcohólicas, etc.

 

Dice Granma que los noruegos y los suecos son tan eficientes en su gestión de residuos, que están sufriendo una gran escasez de basura. Todo porque en los países escandinavos han proliferado las plantas mecánicas que convierten la basura en electricidad y calefacción.

 

Los cubanos de la Isla, que llevamos más de medio siglo viviendo entre la basura y los escombros de las calles, nos preguntamos por qué no se le ocurrió al sabio Fidel Castro, entre tantas y tantas invenciones, montar una de esas plantas. Nos hubiéramos evitado la fama de “hijos bobos” de la difunta URSS y ahora de la conflictiva Venezuela.

Libertad de prensa a lo castrista

Orlando Freire Santana

9 de mayo de 2013

 

En el contexto del Día Mundial de la Libertad de Prensa, proclamado por la Asamblea General de Naciones Unidas (el 3 de mayo), el señor Ernesto Vera Méndez ha mantenido una inusual actividad. El señor Vera es un viejo lobo de la prensa oficialista cubana. Durante muchos años dirigió la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), y ahora, ya jubilado, ostenta la presidencia de honor de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP), una organización que agrupa a los profesionales de la prensa de la más rancia izquierda en la región.

 

El veterano periodista participó en un panel temático entre profesionales del sector que tuvo lugar en el habanero Instituto Internacional de Periodismo “José Martí”. Además, escribió un largo artículo sobre la libertad de prensa, que apareció en la edición del 1ro. de mayo del periódico Granma. En ambas ocasiones, el señor Vera arremetió contra la situación de la prensa en las que denomina peyorativamente “sociedades capitalistas”. Allí, según él, los dueños de los medios han secuestrado la verdad, y hasta el propio concepto de la libertad de prensa, y a los receptores de la información solo les queda la posibilidad de optar por uno u otro órgano de prensa, pero siguen leyendo o escuchando lo mismo.

 

El señor Vera, con esa visión absolutizadora que tiende a desconocer los matices--- tan propia de los adeptos a la ideología comunista---, pretende ocultar que en esas sociedades tan criticadas por él, aun si la derecha controlara la mayoría de los medios de prensa, siempre se le permite a la izquierda el mantenimiento legal de periódicos, revistas y hasta estaciones de radio y televisión. En Cuba, por ejemplo, el periódico Hoy, de activa presencia en la etapa republicana, era el portavoz de la ideas marxista-leninistas que profesaban los miembros del Partido Socialista Popular.

 

Un análisis más cercano a la realidad cubana, sin embargo, podría convencernos de que las intenciones de Vera iban más allá de la conmemoración del Día Mundial de la Libertad de Prensa. El mismo día en que apareció el referido artículo de Granma, el canciller Bruno Rodríguez Parrilla presentó en Ginebra un informe sobre el estado de los derechos humanos en Cuba. En el informe, por supuesto, se expresa que en Cuba se respetan todos esos derechos, incluida la libertad de prensa.

 

Después de la intervención del Ministro cubano, y como era de esperarse, numerosos delegados hicieron uso de la palabra para cuestionar algunos de los planteamientos del señor Rodríguez Parrilla. Y el tema de la supuesta libertad de prensa existente en Cuba fue uno de los blancos principales de las discrepancias. Entonces el artículo de Ernesto Vera habría actuado como el clásico “poner el parche antes de que salga el grano”.

 

Con respecto a la defensa del representante del gobierno cubano frente a los señalamientos de otras delegaciones, el canciller llegó a decir que “la mayor garantía de Cuba para la libertad de prensa es que los medios son de propiedad social, y por tanto no obedecen a intereses específicos de la propiedad privada”. Y no conforme con haber expuesto semejante “solución” para el caso cubano, el ministro Bruno se atrevió a hacerles una sugerencia parecida a los presentes: “El derecho a la información libre y veraz debiera ser garantizado por los Estados”.

 

Curiosa manera esta que tienen los castristas para definir la nefasta concentración de la información. Para ellos, la información que proveen los disímiles propietarios de los medios está más monopolizada que la que ofrece el Estado como único actor. Imaginamos que la propuesta de Bruno no haya tenido muchos oídos receptivos allá en Ginebra. Que lo compre el que no lo conozca.

La alianza entre Pyongyang y la prensa cubana

se mantiene a pesar de la crisis nuclear

Orlando Delgado

19 de abril de 2013

 

Para los cubanos, Corea del Norte está muy lejos. Y como son escasos los que aquí han visitado ese país, se sabe de él apenas lo que cuentan los medios oficiales, que no es mucho y está en extremo parcializado. El enfoque de la decadente prensa oficialista cubana hacia ese régimen comunista hace que muchos crean que la actual escalada de tensiones en la península asiática es obra y gracia de Estados Unidos y su aliado surcoreano.

 

Para los comentaristas oficiales de la televisión cubana, “los medios occidentales se dedican a satanizar a la República Popular Democrática de Corea”. Nada hablan los medios sobre la vida cotidiana en Pyongyang y sus alrededores, sobre las grandes hambrunas y la escasez de automóviles y luz eléctrica; nada de un país que posee el mayor ejército del mundo en relación a su población y donde la fascista ideología Juche cercena irremediablemente la capacidad neuronal de los ciudadanos.

 

La causa de tan elaborado silenciamiento de la realidad norcoreana radica en la alianza de la cúpula gerontocrática-militar cubana y los jerarcas de Pyonyang, con una maquinaria totalitaria similar en el orden interno y en lo externo una común retórica antinorteamericana.

 

A raíz de la muerte del segundo de la dinastía Kim, el gobierno cubano decretó tres días de duelo nacional. Por otra parte, hay escuelas en la Isla que llevan el nombre de Kim IL Sung, con biografías muy bien maquilladas de tan siniestro personaje, y en las bibliotecas la bibliografía sobre la mitad norte de la península coreana se reduce a una compilación de los discursos de Kim IL Sung, similares a las seniles reflexiones de Fidel Castro.

 

Curiosa resulta la diferencia de terminología entre el canal Telesur y la Televisión oficial cubana; mientras el primero llama al país de los Kim por su nombre más periodístico, Corea del Norte, nuestros medios nacionales están obligados a decir el nombre oficial, cansón y burdamente falso.

 

En una de las mesas redondas que transmite Telesur desde La Habana, dedicada a analizar el conflicto coreano, uno de los panelistas tuvo que admitir que el discurso de Pyonyang en la actual escalada de tensión “es fuerte”: fue la única alusión a la parte norcoreana que dejaba traslucir el lenguaje fascista de la dinastía comunista. Pocos cubanos saben de las reiteradas condenas de las Naciones Unidas y los organismos internacionales a las violaciones de los derechos humanos en ese país y los campos de concentración que existen para los que intentan revelarse contra el sistema.

 

La agobiante vida diaria cubana deja poco espacio para calibrar lo desinformada que está la población. En las páginas centrales de cualquier edición del Granma se puede encontrar una defensa del régimen sirio de Bashar Al-Assad, del fundamentalismo iraní o de cualquier dictadura africana que proclame su admiración a la “revolución cubana”. Pero nada de Corea del Norte. Y es que dicho país es el peor aliado del régimen cubano, pues nada le puede dar, salvo una pésima imagen en el concierto de naciones democráticas.

 

Muy lejos están los tiempos en que Cuba estaba dispuesta a enviar sus tropas cuando estalló la guerra de Corea, a principios de la década del cincuenta. La guerra fría despegaba con una fuerza inusitada y el gobierno de Carlos Prío era un aliado de Estados Unidos. El golpe de Estado de Batista abortó esa posibilidad. Si estallara hoy una guerra en la península coreana el gobierno cubano no podría aventurarse a mandar efectivos militares a su aliado. No cuenta ni con la capacidad ni con el deseo, solo le brindará un apoyo retórico total contra el “imperio norteamericano”.

 

Tal vez los cubanos presenciemos el conflicto a través de Telesur, aunque el deseo de cualquier persona sensata sea que las tensiones disminuyan y la cooperación intercoreana se restablezca y aumente hasta la total unión de la península. Pero la paz definitiva en esa región no se vislumbra a corto ni mediano plazo. Mientras tanto, la mayoría de los cubanos seguiremos los acontecimientos a través de la tendenciosa prensa oficial, que dice poco y obliga a buscar otras vías para informarse de ese conflicto que mantiene en vilo a buena parte del mundo.

 

 

Venezuela partida en dos mitades

Yoani Sánchez

17 de abril de 2013

 

Cuando se oculta y distorsiona sistemáticamente la información, puede ocurrir que cierto suceso deje al descubierto la tan prolongada manipulación noticiosa. Justamente es lo que ha pasado con las elecciones venezolanas y el tratamiento que de estas habían dado los medios de prensa oficiales en Cuba. Fallecido Hugo Chávez y comenzada la campaña presidencial, tanto la televisión como la prensa escrita de la Isla se volcaron en la tarea de demostrar cuán poca popularidad tenía el candidato opositor Henrique Capriles. Cada día, desde bien comenzada la mañana, la televisión nacional aseguraba que Nicolás Maduro arrasaría en las urnas. Una victoria contundente, nos vaticinaban por todos lados.

 

De manera que el domingo pasado en la noche, cuando finalmente se dieron a conocer los resultados electorales, la mayor parte de la audiencia cubana no entendió qué había pasado. La poca diferencia de votos entre Maduro y Capriles dejó confundidos a muchos que le habían creído al periódico Granma cuando alardeaba del inmenso apoyo popular con el que contaba el “presidente sustituto”. Sin embargo, la pequeña diferencia entre los dos candidatos, menos de un cuarto de millón de votos, no se correspondió con los pronósticos hechos por el oficialismo cubano. La realidad es que las urnas demostraron una Venezuela prácticamente dividida en dos, polarizada y donde tanto el gobierno como sus opositores tienen millones de ciudadanos que los apoyan. Una nación partida a la mitad, en la que el el enfrentamiento idoológico se exacerba y que parece abocada a una crisis de grandes proporciones.

 

A partir de ahora para la prensa cubana será más difícil hablar de Venezuela como un país de un solo color, de un solo partido. Ya hemos escuchado a las urnas y lo que han dicho dista mucho de la unanimidad -que nos quisieron hacer creer- y del apoyo total a Nicolás Maduro.

 

 

Tu cárcel cubana es alegre y bonita

Jorge Ferrer

10 de abril de 2013

 

Con vistas a la venidera sesión de la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra, donde el gobierno de Cuba será sometido al llamado Examen Periódico Universal, un grupo de periodistas nacionales y extranjeros fueron invitados a pasearse este martes por algunos de los centros penitenciarios de la isla de los centros penitenciarios.

 

Una jugada inteligente, claro, porque cuando uno prepara con esmero una visita siempre acaba ganándose comentarios halagüeños. ¿Quién no ha escondido la… —bueno, no voy a dar ejemplos, pero ya saben—, cuando viene la suegra a comer o a pasar un mes en casa?

 

Pero tampoco hay que exagerar, digo yo. Y lo practico, cosa de no exponerme a esa extensión insufrible de la visita que en Cuba llamamos “perromuerto”.

 

Y ahí es donde me parece que los muñidores de esta excursión por las cárceles cubanas se han pasado de la raya. Sobre todo, cuando el cable de la castrista Prensa Latina se cuela en los periódicos que leen los cubanos. Trabajadores, por cierto, que dicho sea en un aparte, se ha convertido de un tiempo acá en el más interesante de todos los periódicos cubanos.

 

Léase lo que dicen los presos cubanos en la edición de hoy de ese diario:

 

“…nos garantizan la alimentación, la atención médica y condiciones decentes de vida, más allá de algún problema”, señaló Emelina González. (…)
“Soy diabética y para tratarme tengo los medicamentos, glucómetro y una dieta de leche, además me permiten la entrada de frutas y un clínico sigue mi caso cada 15 días, por tanto me siento bien atendida”, ilustró. (…)
“Damos instrucción escolar y capacitación en oficios, con cursos de idioma, culinaria, muñequería, computación, secretaria ejecutiva, apreciación de las artes plásticas, tejido y bordado, en los que nos desarrollamos como monitoras”, precisó.


Por su parte, el habanero de 20 años Ernesto Camacho explicó (…): “Hay muchas actividades y mucho por aprender; aquí me hice soldador y ahora estoy en cursos de albañilería y cocina, además de la Facultad Obrero Campesina para alcanzar el preuniversitario” agregó. (…)
Respecto a las condiciones del centro, destacó el trato que recibe, el sistema de pases, las frecuentes visitas familiares y el apoyo de los militares a cargo de la penitenciaría.


“Los oficiales se ponen a la par de nosotros (¡¡¡sic!!!), y siempre están allí cada vez que los necesitamos; eso nos hace sentir bien, aunque nada como la casa”, dijo.
Morejón añadió que recibe un buen trato y “no hay quejas por la atención médica, el contacto con la familia y las condiciones de la instalación”, la cual no tiene rejas.

 

No se fijen en lo de la «muñequería», que sabe Dios a qué se refiere la reclusa. ¡Y no se me pongan tiernos ni tiernas, malpensadas y malpensados!

 

Más me alarma que llegadas estas animosas nuevas a los estanquillos, decenas de miles de cubanos de entre los que viven en la miseria de los barrios periféricos o los solares de La Habana se pongan a delinquir (más) para ganar ese paraíso donde el gobierno les garantiza la alimentación, los militares los miman tratándolos como a iguales, los glucómetros no les llegan de Hialeah ni Madrid y se reciben cursos de apreciación artística en los que, ¡paradoja!, serán los únicos lugares de la isla donde uno no vea rejas por todas partes.

 

De contra:

 

Leo ahora que Elizardo Sánchez viajará a Ginebra para asistir a la sesión de marras. ¡Firme ahí, veterano! ¡Gánese una medalla!

 

 

Libertinaje de prensa

Miriam Celaya

8 de abril de 2013  

 

Nota preliminar a los lectores: Por motivos muy ajenos a mi voluntad no tuve la posibilidad de actualizar el blog por muchos días. La página desdecuba.com estuvo nuevamente hackeada por dos veces y debió ser reparada por Yoani Sánchez y otros amigos, que todavía hoy trabajan en ello. Aquí les dejo un nuevo post y espero se restablezca pronto el servicio completo, gracias a los amigos y un abrazo.

 

Cierto que en Cuba no existe libertad de prensa. En cambio, en su lugar se ha desarrollado, fecundo como el marabú y tan espinoso como éste, el libertinaje de prensa. Se trata de una peculiar manera de “informar” que, por disparatada que resulte (o precisamente por ello), es muy coherente con el sistema.

 

La prensa es uno de los indicadores que con mayor acento evidencia el signo de las transformaciones, una constante que incide incluso en las sociedades como la nuestra, donde rige el secretismo. Los más memoriosos lectores recordarán que durante el período de Castro I asistimos a un periodismo absolutamente triunfalista: todos los hitos económicos de las tres primeras décadas de revolución eran positivos, la producción agrícola y pecuaria crecía cada año; los indicadores de salud, educación, deporte y cultura marcaban una línea ascendente indetenible; las zafras eran mayúsculas; y así ocurría con todos los renglones que anunciaban un esplendor económico siempre tocando a las puertas de cada uno de nosotros, sin que acabara de entrar a nuestras vidas.

 

Ni siquiera la crisis de los años 90’ pudo destruir el espíritu vibrante de un optimismo completamente enajenado; así que la prensa repitió cada frase inspirada y encendida del Magno Orate, y no tuvimos alimentos, ni ropa, ni calzado, ni combustible…, pero sí “dignidad”. También tuvimos la celebérrima batalla por Elián, una de las más resonantes victorias pírricas que registra la Historia de Cuba en la que se emplearon cuantiosísimos recursos mientras la gente se moría del hambre, y poco después tuvimos “Cinco Héroes”… que algún día “volverán”, surgieron las tribunas abiertas de cada sábado por distintos municipios de toda Cuba, dilapidando lo que no teníamos, y se instauraron las aberrantes Mesas Redondas. La prensa tenía la misión de inflar los globos que fundamentaran el indestructible éxito y la indiscutible superioridad del sistema socialista tropical, pese al desplome de la URSS y la brusca desaparición de los subsidios.

 

Pero ha sido bajo el período de Castro II que el libertinaje de prensa ha alcanzado su clímax, sobre todo al calor de la “apertura” marcada por las llamadas reformas del gobierno, donde los parámetros económicos signan el pleno apogeo de una novedosa manera de “informar” en virtud de la cual las cosas no son lo que parecen, sino algo completamente diferente.

 

Eso explica que, por ejemplo, las cifras oficiales reportaban a finales del año 2012 un discreto crecimiento del PIB, y paradójicamente, apenas finalizado el primer trimestre de 2013, sesionó una Reunión Ampliada del Consejo de Ministros en la que se reconocieron males antes inconfesables en la economía cubana: improductividad, ineficiencia, impagos, falta de organización, indisciplina, entre otros, que impidieron el cumplimiento de los planes. Nadie se encargó de explicar esta rara forma de “crecer” siendo improductivos.

 

Recientemente fueron publicados los indicadores de la marcha de la zafra y la producción azucarera, con resultados paupérrimos, e igualmente se ha reportado un decrecimiento en la llegada de turistas extranjeros en el mes de febrero de 2013 (plena temporada pico del alza turística), en comparación con igual período del año anterior. No obstante, la prensa asegura que se mantiene el plan de inversiones en ese “sector priorizado” y que se espera un aumento de los ingresos por ese importante renglón económico.

 

La planta niquelífera de Moa cesó su producción, sin embargo, el General-Presidente insiste en “la necesidad de trabajar para garantizar los ingresos externos seguros”, entre ellos los que se derivan de la exportación de níquel y de azúcar, a pesar de que hace años el país se ve obligado a importar azúcar incluso para cubrir la demanda interna. Según sus propias palabras, “avanzamos a buen ritmo a pesar de los obstáculos”. Con tales noticias parece estar claro hacia dónde es el avance, pero no hay dudas de que ese aquelarre informativo dando bandazos entre el caos y el optimismo es el reflejo exacto de la realidad nacional.

 

En resumen, que la prensa resulta más libertina cuanto más representativa de la “transparencia” al estilo Castro II. Pero no hay de qué extrañarse, según el diccionario de la lengua española algunos sinónimos del vocablo “libertinaje” son: impudicia, obscenidad, indecencia, deshonestidad, desvergüenza, entre otros. Supongo que, conocidos los términos, nadie negará que en Cuba el libertinaje de prensa goza de perfecta salud.

 

 

La ineficiencia como virtud

de la prensa oficial cubana

Alejandro Armengol

29 de marzo de 2013

 

Por principio, y desde la época leninista, se estableció que la prensa en un país que avanzaba hacia el comunismo tenía que orientar y cumplir una función ideológica

 

La prensa oficial en Cuba no cumple la función de informar, es más bien un órgano de orientación. Solo que a la hora de desempeñar la función orientativa lo hace mal, tarde y por omisión.

 

No se aparta de otros ejemplos que existieron mientras duró la Unión Soviética y el campo socialista. Es por ello que luce tan anacrónica. Pero lo peor es que resulta inútil salvo por un aspecto: ocupa un lugar. No es que logre ocultar una carencia. Se trata de algo más simple: su ineficiencia contribuye a mantener el statu quo, y en ese sentido su desempeño es perfecto.

 

Desde hace algún tiempo se habla en Cuba de incrementar las denuncias de lo mal hecho, así como publicar y dar a conocer ineficiencias, sobre todo en el campo económico y administrativo. Si bien este esfuerzo —de llegar a producirse realmente— resultaría beneficioso, en el mejoramiento de algunas deficiencias administrativas locales y hasta nacionales, no deja de eludir el problema fundamental. La noticia tiene un valor jerárquico en sí misma, dada por su importancia, las condiciones en que se produce, su singularidad, procedencia y otros factores. La lista podría ser larga, pero hay algo común en todos los elementos: el valor noticioso es intrínseco al hecho y no debe estar determinado o adulterado por factores externos. Para decirlo de forma más simple: la noticia surge o se descubre, pero no se fabrica. Al incurrir en esto último se cae en la tergiversación y el engaño. En el mejor de los casos, se entra en el dominio de la publicidad y la propaganda, pero casi siempre se acaba en el fraude.

 

Distinciones de este tipo tienen un carácter político, y de inmediato puede surgir una contraparte que argumente que en los países democráticos, y en general en el capitalismo —desde las grandes cadenas noticiosas hasta los periódicos de provincias— sobran ejemplos de ocultamiento de informaciones, desplazamiento de noticias importantes a los lugares menos visibles y simple alteración de contenidos. También puede afirmarse que la llamada “objetividad” periodística y el balance informativo se han visto reducidos en los últimos años, en particular por la crisis que impera en la prensa escrita. Es cierto, pero lo que constituye un defecto o una limitación no crea una norma o precepto.

 

Por principio, y desde la época leninista, se estableció que la prensa en un país socialista, que avanzaba hacia el comunismo, tenía que orientar y cumplir una función ideológica. De ahí la asignación de grandes recursos a los periódicos partidistas. Como ocurre en muchos otros aspectos en Cuba, el despilfarro ha sido enorme y los resultados de miseria. La prensa permitida en la Isla —un país con un sistema que a estas alturas no es ni un remedo de socialismo— permanece condenada al lastre de limitar la información a sus ciudadanos, de una forma torpe y con el mayor desprecio. Ni siquiera ha sido capaz de desempeñar esa labor orientadora que siempre ha asumido públicamente.

 

Salvo la divulgación de leyes y algunos discursos del gobernante, poco más de importancia dan a conocer los dos principales periódicos cubanos. Por otra parte, hablar de la función informativa de la radio y la televisión es un ejercicio estéril.

 

En un periódico de limitadas páginas como Granma, buena parte del contenido informativo no tiene actualidad y otra buena parte está referida a noticias baladíes —en que la intrascendencia del hecho pasa a un segundo plano frente a la conveniencia política de darlo a conocer— e informes que carecen de sustentación, simple repetición de datos ofrecidos por determinada instancia o funcionarios, a los que nunca se les cuestiona o se verifica si lo que dicen es cierto.

 

A esto se añade una carga de documentos y recopilaciones de lo ocurrido en los largos años del proceso revolucionario, o el relativo corto tiempo que necesitó Fidel Castro para derrotar militarmente al gobierno de Fulgencio Batista, que mejor tendrían cabida en una publicación especializada en temas históricos.

 

En este sentido, Granma actúa como biblioteca y mausoleo anticipado, no como un contenido noticioso. La fuente de información que brindan sus páginas —sin entrar ahora en un cuestionamiento de su calidad y exactitud— es en gran medida del tipo de las que se encuentran en museos y bibliotecas, y su ubicación siempre presente en el sitio en internet de la publicación remite a una reafirmación de poder, que aspira a la eternidad y no al momento. De esta forma, asume una característica que se sitúa en las antípodas del periodismo, especialmente en la época digital, donde el sentido de actualidad se acorta cada vez más.

 

La prensa de hoy, en todos sus formatos, es prensa del instante. Sin embargo, en buena medida, Granma no le dice al lector lo que está ocurriendo, sino le reafirma lo que pasó: es prensa del recuerdo.

 

Junto a la rememoración constante de lo ocurrido en torno al triunfo de Fidel Castro, y una selección de acontecimientos posteriores, con demasiada frecuencia aparecen informaciones que de forma sistemática se refieren a celebraciones, seminarios y actividades bélicas que se realizan en toda la Isla. Por momentos, el más importante diario cubano parece una publicación militar, empeñada en recordarle a los ciudadanos cuánto le deben y dependen de los hombres de uniforme.

 

Tal esfuerzo de propaganda no es nuevo en una nación con un gobierno surgido de una guerra civil, que se ha dedicado a engrandecer las instituciones militares y cuyo gobernante por décadas fue identificado primero como “Comandante en Jefe” y luego como presidente o jefe de Estado; un dictador que dedicaba su tiempo tanto a ordenar expediciones militares lejanas como a explicar el procedimiento mejor para cocinar el arroz, de forma más nutritiva y económica. Este absolutismo de la información dio como resultado que los cubanos estuvieran condenados a ser regidos por un “reportero en jefe”, que por supuesto se consideraba mejor que cualquier periódico. Fue García Márquez quien primero vio esa condición de “reportero” en Fidel Castro, lo único que con adulación y servilismo.

 

Desde el uso del lenguaje de los cuarteles, al hablar de los planes cotidianos del Gobierno y los problemas del país, a la recordación constante de la gesta independentista del siglo XIX, el régimen castrista ha apelado al discurso militar para justificar y fundamentarse ideológicamente. Este marco referencial caduco marca una estrechez de propósitos que ha contribuido a la supervivencia del sistema, pero también a su inoperancia y marasmo. La jerga del soldado convertida en instrumento represivo.

 

Por décadas Granma ha establecido una forma de obtener y brindar un tipo de información restringida, que va de la inercia a una lectura entre líneas y por omisión: lo que no aparece cuenta más que lo que se publica.

 

Para citar un ejemplo actual, en estos dos últimos días la prensa cubana no ha informado sobre la tensión creciente entre ambas Coreas y la amenaza de guerra en la zona. La noticia de que el gobernante norcoreano, Kim Jong Un, ha ordenado a su artillería que se prepare para disparar contra bases estadounidenses en Corea del Sur y en el Pacífico no ha aparecido hasta el momento en la prensa.

 

Para explicar esa omisión solo cabe especular. Lo más posible es que los periodistas estén esperando conocer la posición del régimen cubano en la disputa, que por supuesto será de apoyo a Corea del Norte. Prefieren o están obligados a esperar la información oficial, y no van a afrontar el riesgo de lanzar una posición oficiosa. Y mientras tanto guardan silencio y no publican la noticia. Saben que por años Pionyang ha utilizado sus amenazas como instrumento negociador y quizá también conozcan que pese a la escalada en la crisis, Seúl continúa brindando ayuda humanitaria a Norcorea.

 

Sin embargo, hay una diferencia entre, por una parte, asumir una posición —no solo en un gobierno sino también en un órgano de prensa— y por la otra decir lo que está ocurriendo. Todo en este artículo se refiere al periodismo informativo, no al de opinión (salvo, por supuesto, este propio texto). Y aquí radica el principal problema de la prensa oficial cubana: cuando se convierte a todo lo que ocurre en un argumento ideológico, no se informa sino se interpreta.

 

Este uso de la prensa, establecido desde el inicio por el “reportero en jefe” es no solo perjudicial, sino anti-periodístico en su esencia. De esa forma, se contribuye no solo a que el lector esté poco informado, sino que se le limita su capacidad de análisis.

 

Se puede argumentar también que con los problemas cotidianos que enfrentan los cubanos —desde la falta de agua hasta la búsqueda diaria de algo que llevar a la mesa— el conocer de otra crisis más entre las dos Coreas queda fuera de su interés, y agregar que en la mayoría de los países capitalistas la población no solo desconoce sino que tampoco le llama la atención este tipo conflicto, por lo menos hasta el momento en que comienzan a caer las bombas. Es cierto, pero entre ese adocenamiento por el consumo, la inercia y hasta la crisis mundial, y la imposición de la estulticia hay más de una diferencia.

 

Ser cultos no necesariamente nos hace libres, en más de un sentido, pero sí ser libres nos posibilita estar mejor informados. Es cierto que en el mundo actual las limitaciones para ser libres son muchas, pero no por ello hay que aceptar la condena que representa tener a Granma como el órgano oficial de la prensa en Cuba.

Así se engaña a los cubanos

Pablo Alfonso

30 de enero de 2013

 

Desde hace 54 años los cubanos están sometidos a una campaña de desinformación diaria y sistemática.

 

No es cosa de juego eso de vivir en una isla, encerrados dentro de la visión del mundo que dibuja, o mejor dicho, desdibuja, la dictadura castrista.

 

Es enajenante vivir cada día sin conocer y comparar cuán semejante o diferente es el mundo al que nos asomamos a través de la prensa que leemos, la radio que escuchamos o la televisión que vemos.

 

Esta pareja de párrafos introductorios se me escaparon de entre los dedos, cuando esta mañana leí el titular de Granma: Llegó Raúl a la Patria. Dicho así, con el estilo patriotero de una consigna, el titular recordaba otras oportunidades en que el jefe del gobierno regresaba al país luego de un viaje al exterior. Sólo cambiaba el nombre. Entonces era Fidel.

 

El órgano oficial del Partido Comunista elogió la presencia del general presidente en Santiago de Chile en la Cumbre de la CELAC, y le dijo a sus lectores: “Durante estas jornadas, Raúl mantuvo intercambios con casi todos los mandatarios de América Latina y el Caribe, así como con algunos representantes de países europeos”.

 

Falso. Falso de toda falsedad. En la Cumbre de la CELAC participaron 33 mandatarios latinoamericanos y caribeños. Raúl Castro sostuvo encuentros bilaterales con los presidentes de Chile, Sebastián Piñera; de México, Enrique Peña Nieto; de República Dominicana, Danilo Medina; de Colombia, Juan Manuel Santos y de Costa Rica, Laura Chinchilla.

 

Una docena de jefes de estado de Europa asistieron a la cumbre Unión Europea-CELAC. Raúl Castro sólo tuvo un encuentro bilateral con el mandatario de Serbia, Tomislav Nikolic y con el director general de la FAO, José Graziano da Silva.

 

Esas informaciones están en la prensa internacional que cubrió el evento de Santiago de Chile, pero los cubanos no tienen acceso a una información abierta y libre. A ellos Granma los engaña y les dice que Raúl fue recibido casi como un héroe legendario en Chile.

 

Al engaño contribuyó, con un rostro de consumado jugador de póker profesional el canciller Bruno Rodríguez de la Parrilla.

 

El ministro cubano de Relaciones Exteriores le contó a Telesur y a la televisión cubana que la reunión de Raúl con el presidente de Chile Sebastián Piñera duró casi una hora y su tema central fue la transferencia de la Presidencia Pro Témpore de la CELAC a Cuba.

 

“Para mí, dijo Rodríguez de la Parrilla, la reunión fue fascinante porque se dedicó mucho tiempo a hablar de la etapa insurreccional de la Revolución Cubana, de los sucesos del Moncada, del desembarco del yate Granma, de la lucha en la Sierra Maestra, sobre lo cual nuestros interlocutores mostraron un conocimiento sorprendente”.

 

Así, con toda tranquilidad Rodríguez de la Parrilla le cuenta a los cubanos que el presidente de Chile y su canciller, están interesados en los tiroteos de hace más de medio siglo, ocurridos en las montañas cubanas, y convertidos en gestas militares heroicas por obra y gracia de la propaganda castrista.

 

¿Verdad que hay que tener la cara especial para contar semejante bobería?

Bajo la prensa

Eduardo del Llano

26 de diciembre de 2012

 

La prensa sigue ofreciéndonos una Cuba disfrazada.

 

Empecemos por los medios oficiales. Si Raúl Castro buscaba en serio una transformación de la prensa cubana (y quiero creer que sí, ha insistido en el tema) estará bastante decepcionado con los resultados al día de hoy. De acuerdo, puede no ser un proceso rápido, mentes abiertas no se consiguen por decreto, pero ya es hora de que notáramos algo, ¿no? Uno se sigue enterando de lo que pasa por otras vías, y qué curioso, se trata más o menos del mismo tipo de sucesos a que nuestra prensa siempre dio esquinazo: prosperidad externa, disturbios internos (como la agresión de reguetoneros a trovadores el pasado diez de noviembre en Ciego de Ávila), asesinatos, robos, corrupción, ideas y actividades de los opositores (y represión consecuente), etc. Una cosa es dar un bandazo hacia la prensa amarilla, sensacionalista, y otra meter la cabeza en la arena ante eventos que, de todos modos, acaban por saberse.

 

Que sea el gobierno quien insista en la necesidad de una prensa más abierta, menos doctrinaria, y los interesados remoloneen y no parezcan eso, interesados, tendría el cariz de una paradoja si no fuera porque la actitud de los segundos es lamentable secuela de la intolerancia, por tantos años, de los primeros. Aun ahora se hace trinchera del criterio de una verdad buena para todos, cuando tanto la filosofía como los avances tecnológicos de hoy apuestan por la diferencia, el individuo, el espacio personal. Nos guste o no, el ciudadano moderno tiene canales para el consumo y análisis privado de la información. Por eso no seremos ciudadanos modernos bajo una prensa unificadora. No puede existir una prensa diferente si la gente sigue viviendo del mismo modo. No se puede escribir sobre temas realmente medulares si las relaciones de poder, los mecanismos de control y la vulnerabilidad del individuo permanecen prácticamente intactos.

 

Si los medios oficiales no se atreven a lanzar la primera piedra –todo lo más, una tímida tiza- la prensa independiente, opositora, peca del mismo problema en el espejo: ve negro cuanto aquellos postulan blanco. Su filosofía parece ser qué rico que a esta gente le salgan mal las cosas; dicho de otro modo, lo bueno de esto es lo malo que se está poniendo. Es cierto que puede esgrimir una buena razón, a saber, nunca antes tuvimos algo así, y ahora tampoco es ni mucho menos un oficio exento de peligros: sigue siendo ilegal y, en buena medida, perseguida. Por ello es comprensible que no haya pasado aún (salvo fugaces excepciones) de la catártica embriaguez, el júbilo por la denuncia misma, el gozo de meterse con todo y achacarlo a las más sórdidas motivaciones posibles. En el fondo, apuestan a la misma arma que los medios oficiales: la dificultad para confrontar lo que se dice con otras fuentes verificables.

 

Como ocurre bajo los colores oficiales, en las noticias y análisis independientes que me llegan a menudo hay desde ensayos razonados que merecen estudio hasta alegatos en pro de lo indefendible, pataletas y tonterías. Improvisados y rabiosos suelen enfocar un montón de problemas como el resultado exclusivo de la represión comunista; odiarían reconocer que la policía espía y reprime en todas partes, que dondequiera hay control en los medios sobre lo vulgar, lo inapropiado, obsceno (yo no creo que desterrar el reguetón duro de los circuitos de distribución solucione nada, el reguetón no es causa sino consecuencia, pero suponer que se trata de un nuevo repunte de prohibiciones similares a las que sufrimos en los años sesenta y setenta es ridículo), que los malabares de la retórica oficial para no admitir públicamente el brote y extensión de determinadas enfermedades constituyen estrategia recurrente en todas partes del mundo: ustedes sean limpios, lávense las manos y fíjense en lo que comen, que nosotros nos ocupamos de todo. Lo mismo si hay una erupción volcánica o un tiburón en la playa: que no cunda el pánico, o será peor.

 

Necesitamos prensa opositora. La necesitamos libre y legal. Insisto, no es lujo, sino necesidad. Resultaría beneficioso incluso para los oficialistas, que se esforzarían más, escribirían mejor. Entretanto, Cuba sigue escapándose a los esfuerzos por describirla. Y es que dos mentiras a medias no hacen una verdad.

El filtro noticioso de los Castro

Mary Anastasia O’Grady

30 de enero de 2012

 

Abundan las notas sobre las reformas, pero casi nadie dice nada sobre la muerte de un disidente cubano

 

Por ley, las compañías de inversión que ofrecen análisis del mercado están obligadas a revelar posibles conflictos de intereses que podrían influir en sus informes. Imaginemos si los medios de comunicación se vieran obligados a hacer lo mismo con las notas presentadas desde el interior de la dictadura militar de Cuba. Su advertencia aclaratoria podría decir lo siguiente: “Este informe fue preparado bajo coacción psicológica, amenazas de la pérdida de credenciales periodísticas, el encarcelamiento o la expulsión del país, y mientras era espiado durante las 24 horas del día, los siete días de la semana”.

 

El turismo, también conocido como “intercambio cultural”, desde Estados Unidos a la isla está en aumento, lo que lleva a algunos observadores a concluir que la dictadura es más amable y gentil que antes. Sin embargo, todos los visitantes, y aquellos con los que mantienen contactos en Cuba, son cuidadosamente vigilados como lo fueron durante los primeros días de la revolución. En el mundo de las noticias, los periodistas no están autorizados a viajar libremente por el país y está prohibido dañar la imagen del gobierno de Castro. Los castigos podrían ser severos.

 

Esta realidad salió a colación la semana pasada cuando nos enteramos de la muerte de otro disidente a manos del régimen. Wilman Villar Mendoza, de 31 años, que fue arrestado en noviembre, había estado en huelga de hambre por al menos 50 días. Su encarcelamiento había sido parte de una ola de represión estatal más amplia que el gobierno había llevado a cabo por más de un año, en medio de un creciente número de manifestaciones públicas, realizadas en particular por los jóvenes.

 

Sin embargo, aunque los anuncios de Raúl Castro sobre la “reforma” acapararon los titulares de los diarios y la televisión de todo el mundo, apenas oímos hablar de Villar Mendoza o del movimiento de resistencia al que pertenecía.

 

Los apologistas del status quo dirían que el movimiento democrático de Cuba no es noticia, porque el número de cubanos que se rebelarían si fueran alentados a hacerlo es insignificante. Pero si Cuba es una isla de conformidad, ¿por qué los hermanos Castro van a tales extremos para hacer de los disidentes como Villar Mendoza un ejemplo y presionar a oficinas locales de noticias a que ignoren la represión? Hay una razón por la que los periodistas que quieren permanecer en el país saben que es mejor encontrar otra cosa de la cual escribir.

 

El caso de Villar Mendoza era especialmente difícil de difundir porque vivía en la provincia oriental de Santiago de Cuba. Oriente es una de las zonas donde hay más represión, tal vez porque es donde históricamente se han originado los levantamientos en Cuba. Ahora, a pesar del estricto control, vuelve a convertirse en el foco de las protestas antigubernamentales, unidas por la coalición conocida como Alianza Democrática Oriental. Pero dado que allí no hay embajadas y los periodistas no pueden salir de La Habana sin permiso, la magnitud de la rebelión no es reconocida en el exterior.

 

La historia ha salido a la luz gracias a la labor de los periodistas independientes y los defensores de los derechos humanos de Cuba, que operan con muy pocos recursos y con gran riesgo personal. Cuando pueden pasar por debajo del radar, utilizan teléfonos celulares y en ocasiones computadoras. Ellos informaron que Villar Mendoza fue golpeado y arrestado el 14 de noviembre, por su participación en una marcha pacífica en su ciudad natal de Contramaestre. Diez días después, en un juicio sumario, fue condenado a cuatro años de prisión. Cuando se le negó una apelación, de nuevo sin el debido proceso, el joven inició una huelga de hambre. Sus carceleros en la prisión de Aguadores respondieron desnudándolo, enviándolo a una celda de aislamiento y negándole el agua. Villar Mendoza contrajo neumonía y murió de sepsis.

 

Dada la historia, esta versión suena plausible y cobra credibilidad tras los intensos esfuerzos del régimen por controlar los daños. Los Castro dicen que Villar Mendoza era un delincuente común. Este es un procedimiento típico: de hecho, el régimen afirma que en las cárceles de Cuba no hay presos políticos, tan sólo criminales.

 

Vicente Botín, un ex corresponsal en Cuba para la televisión española, describe lo difícil que es informar la verdad desde la isla en su libro “Funerales de Castro”, publicado en 2009. Recuerda a los lectores que en 1997 Fidel Castro expulsó a un periodista francés por escribir que las gallinas cubanas no cumplían las cuotas de huevos impuestas por el gobierno. En 2007, el régimen retiró las credenciales a tres corresponsales extranjeros, del periódico Chicago Tribune, la BBCde Londres y el diario mexicano El Universal, por falta de “objetividad”. “Los tres periodistas fueron elegidos como chivo expiatorio para advertir a sus colegas de la prensa extranjera de los peligros que corren si su ‘objetividad’ no coincide con la del gobierno”, señala Botín.

 

A Sebastián Martínez Ferraté no le fue tan bien. En 2008 utilizaba una cámara oculta para documentar la epidemia de la prostitución infantil en Cuba y el programa se emitió en España. Cuando regresó a la isla, en 2010, fue arrestado y condenado a 17 años de prisión. España sólo recientemente negoció su liberación.

 

Como explica Botín, el régimen tiene su manera de asegurarse de que los periodistas sepan que están siendo vigilados y ninguno se hace ilusiones respecto a la libertad de prensa en Cuba. Sin embargo, es probable que cuando los extranjeros ven las “noticias” sobre la isla, por mera costumbre, depositen su confianza en el mensajero. Tal vez, las organizaciones periodísticas deberían comenzar a colocar la advertencia aclaratoria.

¿Quién es Reinaldo Escobar?

Iván García

11 de diciembre de 2009

 

A los 20 años, Reinaldo Escobar subió lleno de ilusiones los noventa peldaños de la escalinata universitaria. Corrían los años finales de la década del 60. Escobar, un mestizo provinciano, delgado y de pelo ensortijado, miraba con sus ojos pardos las amplias columnas dóricas de la Universidad de la Habana.

 

Había nacido una madrugada tibia y húmeda del 10 de julio de 1947, en la conservadora provincia de Camagüey, a 600 kilómetros al este de la capital. Su padre, un maestro de escuela severo y culto, y Raquel Casas, su madre, junto a su hermana lo educaron en una estricta disciplina sin posible apelación.

 

Como muchos de su generación, Reinaldo tenía una fe firme, aunque no ciega, en la Revolución de Fidel Castro. Con 14 años enseñó a leer a campesinos analfabetos y a los 16 se acogió al llamado del comandante único, de incorporarse al ejército para adiestrarse en el manejo del moderno armamento suministrado por la URSS.

 

Entre extensas guardias nocturnas y las cansinas marchas de preparación castrense, Escobar decidió, que al culminar su servicio militar sería periodista. Aptitudes tenía. Desde niño leía cuanto papel impreso caía en sus manos. En la soledad de su habitación componía poemas imitando a Gustavo Adolfo Bécquer.

 

Inconforme hasta el cansancio, con una capacidad a prueba de bombas atómicas para polemizar y ponerlo todo en duda, lo convirtieron a los 20 años en un sofista incorregible y experto en la esgrima verbal. Incluso, antes de intentar ser periodista, deseaba ser un orador inflamado y contundente. En un televisor en blanco y negro, en esos primeros años de Revolución, veía cuanto discurso pronunciara Castro.

 

Ya se sabe de lo extenso de su oratoria. Esa insufrible manía de hablar durante horas, terminó por hastiar a Reinaldo y lo convenció de que su futuro era detrás de una máquina de escribir y no desde una tribuna. Los cinco años de carrera de periodismo fueron azarosos y cargados de historias.

 

Era 1970, el año de la zafra de los 10 millones. Una quimérica campaña personal de Castro, de producir diez millones de toneladas de azúcar y que terminaría en un sonado fracaso. Escobar fue designado por la Universidad a un campamento cañero en Camagüey, su provincia natal, a redactar boletines estadísticos sobre la marcha de la zafra.

 

Durante esa contienda dio su primer paso disidente. Seguro de que no se iba cumplir la meta de Castro, ingenuo y confiado de que con ese paso ayudaba a la Revolución, analizó a fondo e intentó demostrar a los jerarcas del partido local la imposibilidad de que se realizara la proeza. Ardió Troya. Un tipo del partido lo miró de arriba abajo como si fuese un bicho raro y desafiante, amenazándole como si su dedo pulgar fuese una pistola le gritó: “Yo estoy convencido de que las metas se van a cumplir”.

 

Reinaldo volvió a las aulas universitarias

 

No se cumplieron. Y Reinaldo volvió a las aulas universitarias. En su grupo había tensiones. Eran dos bandos. Uno, los oficiales, intolerantes, que no aceptaban la más mínima sospecha o duda sobre los proyectos o figuras revolucionarias. Otro, los libre pensadores, amantes de la poesía, la literatura y de validar los criterios sólo cuando se estudiaran a fondo.

 

Tener juicios propios tuvo su costo para Reinaldo Escobar. Una tarde, Fidel Castro visitó la Universidad. Un grupo de estudiantes que lo esperaba a la salida del rectorado, lo abordó al verlo. El comandante respondió preguntas de los estudiantes. Un alumno de tercer año de la carrera de Biología, le preguntó por qué la prensa no reflejaba la destitución de decenas de funcionarios del Partido y el Gobierno, a raíz del fracaso de la zafra de los 10 millones.

 

Castro respondió que el gran problema era la escasez de papel para los periódicos, porque en cuatro páginas no podía decirse todo. Reinaldo dejó escuchar el claro timbre de su voz de barítono. “Yo no estoy de acuerdo con usted”. Fue como si el tiempo se hubiera detenido. El silencio fue aterrador. Parecía que los alumnos habían dejado de respirar.

 

El máximo líder volteó la cabeza y a medio metro de un Escobar, pálido, demudado, estupefacto, tras interrogarlo y ante la tozudez del estudiante de periodismo, Castro inquirió:

 

-¿Tu quieres oírme decir en público que yo no sé gobernar? Pues mira te voy a complacer -y subiendo el tono de la voz, dos veces repitió- yo no sé gobernar.

 

Todavía en los años 70, Escobar creía en Fidel Castro. Pero tenía muchas preguntas sin respuestas. Luego de purgar dos años en un campamento cañero de una brigada del ejército juvenil del trabajo, en Camagüey, donde era el responsable de una revista de poca monta que hacía apologías a granel sobre los éxitos de los cortadores de caña, Escobar terminó recalando de nuevo en La Habana, esta vez para trabajar como redactor en la revista Cuba Internacional.

 

En su etapa en la revista, una publicación dirigida al exterior, donde todo lo que se publicaba era color de rosa, Reinaldo Escobar no hizo periodismo: solamente propaganda. Eso lo hacía sentirse un miserable.

 

Además, llevaba una existencia de gitano. No tenía casa propia y dormía todas las noches en una balsa de playa, debajo de una mesa de comer de la estrecha vivienda de un amigo. El nacimiento de Luzbel, su primera hija, una noche de lluvia, durante una guardia junto a imponentes cohetes antiaéreos rusos, a raíz de ser movilizado por 45 días como reservista militar, le hizo interiorizar si estaba conforme con su vida.

 

Se cuestionó su labor de amanuense oficial y su vida sentimental. Y rompió con ese lastre. Fue un proceso lento y gradual. Después de un encontronazo con el aparato de censura estatal, debido a una entrevista con la cantante lírica Alina Sánchez, Escobar recaló en el diario Juventud Rebelde, además de escribir para la revista Somos Jóvenes.

 

Un artículo firmado por Escobar, titulado “30 años después: ¿De qué se quejan los jóvenes en Cuba?” fue el detonante final en la cadena de incomprensiones y tropiezos que tuvo Reinaldo en su vida como periodista oficial. A las nueve de la mañana del 19 de diciembre de 1988 salió de su casa, para ir a pie hasta la redacción del periódico Juventud Rebelde. Varias personas con un humor de perros lo esperaban en una oficina.

 

Era el final, presintió Reinaldo. Y lo fue. En el salón se encontraban varios personajes de la unión de periodistas cubanos (UPEC), de la unión de jóvenes comunistas y el director del diario. Con voz fúnebre el director le dijo

 

-Reinaldo Escobar, lo hemos citado para informarle que a partir de este momento usted deja de ser periodista de nuestro órgano de prensa.

 

Escobar no se inmutó. Estaba esperando esa declaración. Sacó su carnet de periodista y lo colocó en la mesa. Brevemente, el director le dijo los motivos de su expulsión. Sus delitos eran, entre otros, reunirse con jóvenes intelectuales en su casa, donde -según el director- tenían informes confiables que se formulaban críticas a Fidel Castro.

 

Para ganarse la vida, Escobar ha tenido un periplo sinuoso. Trabajó en la Biblioteca Nacional, fue mecánico de ascensores y guía de turistas. Ha dado clases de alemán y escrito como periodista independiente. Nunca se arrepintió de haber redactado aquel artículo.

 

A principios de los años 90 conoció a una joven filóloga delgada y tímida. “Este va ser mi bastón, la mujer para el resto de mi vida”, pensó al verla una noche a la salida de una cuartería en la barriada de Cayo Hueso, dónde la muchacha vivía. Era Yoani Sánchez. La misma que desde 2007 hace historia con su blog Generación Y. En la actualidad es su esposa y madre de su segundo hijo, Teo, de 14 años.

 

Ya cumplió los 62, pero a Reinaldo Escobar le bullen tantas ideas como ganas de llevarlas a cabo. A veces cree que no le alcanzará el tiempo.

 

Coleccionista de diccionarios y amante del cine. Dialéctico y divertido. Orgulloso de sí mismo, agudo y con frases para enmárcalas con letras góticas, Escobar es conocido entre sus amigos con el apodo de Macho Rico. Para quienes no lo son, prefiere que lo llamen Reinaldo a secas.

 

 

Lucía Newman:

la vivencia de nueve años en La Habana

Wilfredo Cancio Isla

 19 de junio de 2006

 

Lucía Newman, la ex corresponsal de la cadena CNN en La Habana, termina su estancia profesional de nueve años en Cuba con la certeza de que el país caribeño retorna a los tiempos de la centralización, el portazo a la apertura económica y el silenciamiento de las expresiones críticas que antes podían oírse en plena calle.

 

Cuando llegó a Cuba en 1997, en la cresta de la crisis económica conocida como período especial, el gobierno de Fidel Castro había permitido el trabajo por cuenta propia, las inversiones extranjeras marcaban un paso ascendente en el turismo y la industria, y las manifestaciones de inconformidad cobraban resonancia pública con creciente frecuencia.

 

“Eso ya no existe”, comentó Newman durante una entrevista con El Nuevo Herald. “Hay un retorno a la parte más. . . es que no quiero decir fundamentalista. . . cerrada, a las concepciones originarias del sistema socialista”.

 

Newman, de 54 años, viajó desde Argentina para participar en un panel sobre la cobertura de temas latinoamericanos en la 24ta. Convención Anual de Periodistas Hispanos, que sesionó esta semana en el Centro de Convenciones de Fort Lauderdale. Ha comenzado ya a instalarse en Buenos Aires para su nuevo reto profesional: corresponsal de la cadena árabe Al Jazeera International (AJI) en América Latina.

 

Lucía Newman reportando desde La Habana

 

Tras veinte años como reportera a tiempo completo para CNN, sintió que había llegado la hora del cambio. Y en pocas semanas piensa echar a andar la oficina de Buenos Aires, con la intención de dar la cobertura informativa que reclama un continente en franca ebullición política y social, y que ella conoce como pocos periodistas acreditados en la región.

 

En Cuba, asegura que entregó lo mejor de sí en una labor profesional sometida al fuego cruzado de partidarios y antagonistas del gobierno. Cubrió grandes momentos en el decursar de la isla como la visita del Papa Juan Pablo II, el intrincado caso del niño balsero Elián González y el discurso del ex presidente estadounidense Jimmy Carter en el Aula Magna de la Universidad de la Habana. Y tuvo también que encarar historias cotidianas de fuerte dramatismo y tensión, desde una manifestación de repudio a un disidente hasta el desalojo de una familia por órdenes gubernamentales.

 

¿Qué lecciones profesionales y humanas le dejan estos años en Cuba?

 

Como profesional fue una experiencia fascinante, aunque difícil. Todo el mundo sabe que es muy difícil, por muchas razones. El acceso a la información es una verdadera odisea. Mucha gente no quiere hablar porque representas un medio estadounidense. Los temas tienden a ser monotemáticos con el problema entre Cuba y Estados Unidos.

 

El reto era poder hablar de otras cosas y creo que lo logré. En lo personal, fue duro estar en medio de los dos fuegos, La Habana y Miami, porque no trabajo para Castro ni para la comunidad cubana de Miami, y eso a veces suele ser conflictivo. Pero lo más conmovedor para mí ocurrió cuando me iba y muchos cubanos se acercaron para decirme: “Por favor no te vayas, tú eres nuestra voz, tú puedes decir las cosas que nosotros no hemos podido decir”.

 

Cuando CNN estableció su oficina en Cuba usted afirmó que trabajaría allí “sin pedir ni aceptar condiciones, con el único compromiso de cumplir las normas del periodismo profesional”. Pero la realidad es que entre ejercer de corresponsal en países como México, Panamá, Chile o Nicaragua y hacerlo en Cuba hay diferencias bien claras. ¿Sí o no?

 

Como entre el día y la noche, o el cielo y la tierra. Es mucho más abierto, más fácil hacer periodismo en otro país que no sea Cuba. El menú es más amplio, el sistema es más permeable a la información. Hay que decir que los cubanos son la gente más franca que he conocido en mi vida, hablando de cualquier cosa menos de política. Lo que implica que no siempre pueden decir lo que quieren o piensan, y eso establece limitaciones a la hora de reportar en un país donde las coordenadas noticiosas tienen un alto matiz político.

 

Para muchas organizaciones periodísticas, cadenas televisivas y corresponsales extranjeros radicados en Cuba, mantenerse allí es estratégico para el “día de la gran noticia” que todo el mundo espera. ¿No siente perderse ese momento?

 

[Se ríe] No. Eso va a suceder cuando tenga que suceder. Y a lo mejor iré en ese momento. O si puedo iré antes de visita, porque dejé a muchos amigos en Cuba. Es un país que amo, que se convirtió casi en una segunda patria. Le tengo mucho cariño a su pueblo. El sistema político es otra cosa. Es un sistema muy duro y vivir dentro de él tantos años, cuesta. La gran noticia no sé cuándo va a ser, pero te aseguro que muchos periodistas la cubrirán. Tal vez tenga que ir, no sé; si no, la leeré tranquila.

 

¿Cómo ve la situación del país, nueve años después de su llegada?

 

Cuando llegué a Cuba había una especie de primavera de cambios, se pronosticaba que vendrían pronto muchos cambios, un movimiento hacia una apertura no política, pero sí económica. Eso ya no existe. El país se ha cerrado nuevamente, como si fuera una vuelta a los orígenes del proceso: mayor centralización, menos crítica interna o autocrítica de lo que se oía antes por todos lados, personas como el ex canciller Roberto Robaina [destituido en 1999] ya no están en el gobierno. . . No quiero decir que Robaina era el gran liberador, pero tenía un espíritu de transformación en algunas cosas. Se creía entonces que Cuba marchaba hacia una pequeña apertura. Eso no se ve ahora. Otra vez se regresa a la idea del gran aliado salvador de la revolución. Como antes lo fue la Unión Soviética, ahora lo es Venezuela, con simpatías hacia China.

 

Sus últimos reportajes sobre las Navidades dolarizadas o la situación de la vivienda, hicieron pensar que había decidido ser más incisiva sobre la realidad cubana, incluso a riesgo de que la expulsaran del país. ¿Es así?
 

Para nada, no quería que me botaran. Me hubiera dolido mucho. Lo que pasa es que eran cosas que había que decir de una realidad que resulta muy cruda para la población. Lo cierto es que cada vez se me hacía más difícil hacer reportajes con buenas noticias de Cuba.

 

¿Qué personajes de la nomenclatura cubana le resultaron de más difícil acceso, además de Fidel Castro?

 

No puedo decir que eran inaccesibles. Cuando estás allí por mucho tiempo, obviamente que logras tener contacto con ellos, conocerlos y que te conozcan a ti. En esos nueve años tuve oportunidades de hablar con Fidel Castro, con Raúl Castro, con Carlos Lage y Ricardo Alarcón, con casi todos. No es que me querían mucho, ni tampoco que me odiaban: simplemente me toleraban.

 

¿Alguna vez la censuraron o amenazaron con expulsarla por una cobertura periodística incómoda para el gobierno?

 

Nunca me amenazaron, no me censuraron, pero fue muy arduo trabajar allí. Sé que hay sectores de la comunidad cubana de Miami que está en desacuerdo con algunas de mis coberturas, porque que sólo se reporte la podredumbre, la destrucción, la mierda que hay en Cuba. Eso sería ofrecer una visión parcializada, porque Cuba sigue teniendo cosas bellas como país. Y no todo es desastroso.

 

Entonces, ¿por qué decide irse a Al Jazeera International? ¿Por beneficio económico o interés personal?

 

No, beneficio económico para nada. Lo que sí quería definitivamente era un cambio. No quería seguir ahí. Ya era suficiente. Lo que me interesa ahora es cubrir todos los cambios económicos, sociales y políticos que están ocurriendo en el continente. Cuba no es el único país que importa en el mundo.

 

¿Qué historias le quedaron por hacer?

 

A lo mejor hubiera sido el reportaje por el cual me hubieran botado, pero no tuve tiempo para hacerlo, se me acabó el tiempo. Por ejemplo, quería realizar un reportaje sobre los problemas de los cubanos para entrar y salir del país. Hice alusión varias veces sobre ello, pero me hubiera gustado hacer un documental sobre los temas que los periodistas manejamos mucho y que son, en esencia, historias de denuncias, muy difíciles de hacer en Cuba. Cuesta hallar gente con la disposición de poner su cara y su nombre para decir cosas que todos sabemos que suceden.

 

¿Cuál es para usted el problema fundamental de Cuba?

 

[Risas] No, no lo voy a decir. Que lo diga otra persona.

 

De todas las coberturas, ¿cuál fue la que más humanamente le impactó?

 

Dos reportajes que hice sobre la vivienda, porque tenían que ver con asuntos de injusticia y de la imposibilidad de la gente de acudir a un lugar donde escuchen sus reclamos. Me conmovió tremendamente y me costó un mundo hacer uno de mis últimos reportajes, dedicado al derrumbe de unas viviendas familiares en Guanabo [al este de La Habana]. Eran casitas construidas con el esfuerzo de sus habitantes encima de una loma, ni siquiera estaban cerca de la playa, y que estaban siendo demolidas por orden del Instituto de la Vivienda.

 

Una demolición por orden gubernamental en un país donde se supone que no existe el desalojo desde que triunfó la revolución en 1959. Fuimos al lugar con una cámara secreta e hicimos un reportaje que resultó superimpactante. La policía inmediatamente cerró el acceso a esa parte de Guanabo para evitar otras filmaciones. Alguien me preguntó qué sentido tenía hacer ese reportaje que a nadie le importaba en el mundo. “Lo hice para que ustedes lo vieran”, le respondí.

 

 

Investigación de Reporteros sin Fronteras

Los corresponsales extranjeros estrechamente vigilados

Investigación de: Martine Jacot

25 de junio de 2003

 

¿Cómo informar según las reglas de la ética y del rigor periodístico cuando se está destinado en Cuba? Según la investigación que Reporteros sin Fronteras ha efectuado con una docena de corresponsales de agencias y de órganos de prensa, que han vivido la experiencia, la empresa es a menudo una apuesta. Conseguir la información oficial más simple y más banal se convierte en muchos casos en un “recorrido de combatiente”, hasta tal punto imperan el culto del secreto y la desconfianza en un régimen particularmente preocupado por controlar, lo más de cerca posible, la información destinada a sus ciudadanos y al extranjero. Y apoyarse, después de atar muchos cabos, en terceras fuentes, expone al periodista al peligro de una manipulación, o a poner en peligro a las personas que aceptan dar su testimonio, aunque sea anónimamente.

 

Invariablemente es doble el balance que hacen los periodistas entrevistados: siete de agencias francesas y británicas; cuatro de diarios franceses, británicos y españoles, y el corresponsal de la televisión española TVE (1). En el plano profesional, casi siempre juzgan que la experiencia es “estimulante”: exaltación de la búsqueda de informaciones en condiciones particularmente difíciles, sensación de trabajar en “el país más interesante de América Latina, en el plano político”, bajo un régimen que se ha convertido en “único en el mundo”. Un régimen considerado “fascinante” de observar, por su longevidad y por la personalidad de Fidel Castro.

 

Sin embargo, en el plano personal, la estancia en Cuba la describen, por lo menos, como “agotadora”: el régimen castrista, muy preocupado por su imagen en el extranjero, utiliza un arsenal de presiones psicológicas constantes y sabiamente graduadas, desde la observación amablemente crítica sobre tal o cual escrito o reportaje, hasta la denuncia en la prensa oficial cubana, pasando por la citación ante las autoridades. La expulsión del territorio cubano, medida extrema, se ha hecho más rara en estos últimos años, desde que la adopción de una política más restrictiva de visados la hace menos necesaria. Sobre todo la vigilancia policial constante, si bien relativamente discreta, ejercida sobre todos los corresponsales extranjeros, alcanza hasta su vida privada. Lo que invariablemente lleva a cualquiera, incluido el mejor armado psicológicamente, a las riberas angustiosas de la esquizofrenia y la paranoia.

 

Los corresponsales en La Habana -en particular los de las agencias de prensa-, para cumplir con su deber informativo dentro de las reglas de la deontología tienen que dedicarse a “jugar al ratón y el gato”, en unos límites de contornos variables, según el nivel de tolerancia del régimen en tal o cual momento, la coyuntura internacional e incluso criterios no siempre discernibles. Sin embargo, existen grandes constantes en esos límites, como lo demuestran las experiencias de todos, en diferentes períodos.

 

Restricciones de visados

 

Oficialmente, ningún extranjero puede ejercer ninguna actividad periodística en la isla, puntualmente o durante más tiempo, si no dispone de un visado especial, que tiene que solicitar en la embajada cubana de su propio país. Cada vez más vigilantes a este respecto, las autoridades cubanas procedieron, a principios de febrero de 2003, a la detención secreta de un periodista argentino que entró en Cuba con un simple visado de turista. Se incautaron de su material, sus notas y sus agendas, lo mismo que ocurrió en el caso de una periodista francesa, en octubre de 2002.

 

Esta política, reforzada tras la adopción, en febrero de 1999, de la ley 88, que establece hasta ocho años de cárcel para cualquier cubano que colabore con medios de comunicación extranjeros, permite un “filtrado” real de los periodistas, e incluso de los medios. Así, y como “castigo”, nunca se concede un nuevo visado a los enviados especiales que han escrito artículos considerados demasiado críticos sobre el país, o que contenían informaciones molestas.

 

Los corresponsales permanentes, excepto los de los países de la Europa del Este antes de la caída del Muro de Berlín, fueron relativamente poco numerosos en la isla tras la expulsión, en 1962, al principio de la revolución, de todos los periodistas norteamericanos, que volvieron a ser aceptados al cabo de algunos años con cuentagotas: uno de CNN, otro de la agencia Associated Press (AP) y luego, en 2001, otros dos del grupo de prensa Tribune Co. y del diario Dallas Morning News. Igualmente, se podían contar con los dedos de una mano los representantes occidentales: un corresponsal de la Agencia France Presse (AFP), uno de la agencia británica Reuters, uno de la agencia española EFE y uno de la agencia alemana DPA, así como algunos corresponsales de diarios. Hasta finales de 1997 no se autorizó a la televisión pública española TVE a abrir una oficina permanente en La Habana, pocos meses antes de la visita del Papa a Cuba, en enero de 1998.

 

Tanto para las agencias de prensa como para los enviados especiales, transcurren al menos dos meses entre la demanda del visado y su obtención. Las embajadas concernidas se encargan de recoger el máximo de informaciones sobre el demandante, los puestos que ha ocupado anteriormente en su país o en el extranjero, los artículos que ha escrito e incluso sus compromisos políticos y sindicales. Uno de los records lo tiene sin duda Bertrand Rosenthal. En 1987, este periodista de la AFP, que anteriormente fue enviado especial permanente en la Europa del Este, esperó su visado durante seis meses en París. Sin duda, le “conocían” bien los servicios policiales cubanos: en 1977, en tanto que responsable en el movimiento de la juventud comunista, participó en la preparación de un festival mundial de la juventud de La Habana. Durante la huelga de 1986 en la AFP, fue un dirigente sindical de la CGT. Todo ello no parece que inspirara ninguna benevolencia. Sus cuatro predecesores en la oficina de La Habana fueron bien expulsados, bien declarados persona non grata.

 

Una vez que el corresponsal está debidamente acreditado tiene que renovar su visado cada año en La Habana, en el Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX) cubano. Una simple “formalidad”, salvo para los periodistas considerados indeseables. Olivier Languepin, corresponsal de los diarios franceses La Tribune y Les Echos, y del semanario Evènement du Jeudi, así como Rosy Hayes, corresponsal de una radio canadiense, por mencionar solamente dos, en 1998 pagaron el precio de su cobertura “no amiga”, al haber recibido grandes reproches.

 

Así, esta espada de Damocles se cierne cada año sobre cualquier corresponsal, en función del “balance” de su trabajo anual, que se evalúa en las alturas. “Es una forma de chantaje, estima Corinne Cumerlato, corresponsal del diario francés La Croix de 1996 a 1999. Cada periodista extranjero está perpetuamente en suspenso”

 

Lacónicas fuentes oficiales

 

A mediados de los años 90, el MINREX inauguró, en el corazón de La Habana, un Centro de Prensa Internacional (CPI), para gestionar las demandas de información o de entrevistas de los corresponsales extranjeros, que ritualmente se lamentaban del poco caso que se hacía a sus peticiones y de la imposibilidad de conseguir confirmación, o información oficial, de cualquier información. El vocero, al que rápidamente se apodó “voz cero”, organiza allí una conferencia de prensa, en principio semanal, los jueves por la mañana. En Cuba, el control de la información es tal que son rarísimas las personas oficiales que se aventuran a comentar cualquier hecho o acontecimiento, sin el nihil obstat supremo. “Es un muro de silencio, resume un corresponsal anglófono, que se fue de Cuba tras una misión de cuatro años. Un muro impenetrable y sin grietas, en el marco de una disciplina impecable. Si, por casualidad, llega a nuestros oídos una fuga, hay que ser muy recelosos: hay muchas probabilidades de que se trate de una manipulación gubernamental”.

 

El mutismo gubernamental puede variar, según los períodos. “Por lo que se refiere a las fuentes oficiales, la situación ha mejorado a causa de la imperiosa necesidad que tiene Cuba de abrirse al exterior, especialmente a Europa, para no verse asfixiada tras la dislocación de la URSS y del comunismo internacional, constata Antonio Raluy, que estuvo allí para la AFP, entre junio de 1992 y agosto de 1996. Roberto Robaina, entonces Ministro de Relaciones Exteriores, frecuentemente “estereotipado” pero bastante accesible para los corresponsales extranjeros, fue el principal artesano de esta nueva orientación”. A Robaina, en el cargo desde marzo de 1993, le agradecieron escuetamente sus servicios en mayo de 1999, año de crispación del régimen.

 

Nuevo “interés” en los corresponsales

 

Hasta el “período especial en tiempo de paz”, inaugurado al principio de los años 90, tras el final del cambio de azúcar por petróleo con la ex Unión Soviética que mantenía la economía cubana con generosas transfusiones, al margen de sus escritos los corresponsales extranjeros en la isla interesaban bastante poco a Fidel Castro. “Les consideraba unos estorbos”, estima Antonio Raluy. Aunque leía y lee siempre con la mayor atención, por la noche y la mañana, los artículos relativos a Cuba (transmitidos por las embajadas cubanas de todo el mundo), y sobre todo los despachos de las agencias a las que está abonado, se mostraba poco dispuesto a conceder, a los periodistas que estaban en La Habana, entrevistas que no fueran informales, reservando las pocas que daba “para algunos medios muy específicos, principalmente periódicos comunistas aunque también -se ha dado el caso- a enviados especiales de CNN y CBS”, añade.

 

Se produjo un auténtico cambio con motivo de la visita del Papa Juan Pablo II en enero de 1998 y luego, tras un período de seria crispación, después de la Cumbre Iberoamericana organizada en La Habana, al año siguiente; es decir, en los momentos en que el régimen tuvo una gran necesidad, diplomática y materialmente, de cuidar sus relaciones con el exterior. De ahí, la manera diferente de contemplar a los corresponsales extranjeros, cuyas reacciones se consideraron dignas de interés por ser representativas de las opiniones públicas de sus países de origen.

 

Tanto que, desde 1998, la televisión cubana graba las conferencias de prensa importantes que tienen lugar en el CPI. Los especialistas del CPI, y también los otros órganos de decisión del poder, “[analizan] las preguntas, lac actitudes y los reportajes de los corresponsales”, estima Vicenç Sanclemente, primer corresponsal permanente de la televisión pública española TVE en Cuba (de 1997 a 2000). La otra utilidad -más perniciosa- de esas imágenes, piensa, es poder comprometer “la responsabilidad de los corresponsales ante el pueblo cubano”, emitiendo si se cree necesario extractos de las conferencias de prensa en la televisión nacional cubana, enteramente controlada.

 

Desde hace algunos años, los periodistas extranjeros interesan tanto a las autoridades cubanas que intentaron “reclutar” a un periodista de una agencia de prensa internacional, entre otros, para estar mejor informadas del ánimo de sus colegas occidentales, incluso de sus hechos y gestos.

 

Advertencias inmediatas y “explicación de los textos”

 

“Inmediatamente se comprende, o se te hace comprender, desde el primer momento en que te instalas, que tu trabajo va a ser seguido y analizado minuciosamente. Se te hace saber que cualquier información no conforme a la propaganda oficial lo único que conseguirá será cortarte las fuentes oficiales, lo que no deja de tener gracia cuando se sabe hasta qué punto son mudas las fuentes en cuestión”, recuerda Noël Lorthiois, corresponsal de la AFP, llegado en octubre de 1985 y expulsado exactamente un año después. “En Cuba no hay censura previa de la información, precisa Bertrand Rosenthal, su sucesor. Jamás me impidieron hacer una investigación, ni entrevistarme con X o Y, ni escribir sobre lo que fuera, ni hacer lo que quería hacer. Si hay sanción, se produce tras la publicación del trabajo”. Sus colegas lo confirman.

 

Antes de la primera “reprimenda”, y para “prevenirla”, los corresponsales extranjeros se ven “advertidos”, de alguna manera, por colegas locales o periodistas extranjeros instalados desde mucho tiempo atrás en la isla. “Había dos periodistas cubanos que mantenían especialmente estas relaciones: Gabriel Molina, que trabajaba para la edición dominical de Granma, el diario oficial cubano, y Luis Báez, el gran reportero de la agencia cubana Prensa Latina, que siempre estaba invitado a seguir a Fidel Castro, allá donde se desplazara. Pasaban a la oficina, discutíamos”, cuenta André Birukoff, al que la AFP envió a La Habana en julio de 1984, y fue expulsado en junio de 1985.

 

Su colega Noël Lorthiois abunda: “Esos periodistas actuaban un poco como carabinas de la prensa extranjera. Siempre presentes en todas partes y salidos de ningún sitio, generalmente muy amistosos, nunca rechazaban un mojito (cóctel cubano) o un cigarro, estaban encargados de informar al régimen sobre el estado de ánimo de los corresponsales extranjeros, de darles informaciones digamos “seguras”; es decir, las que el régimen quería ver publicadas sin tener forzosamente que endosarlas públicamente, de dejar deslizar algunos consejos “de amigo o de colega” sobre la forma de trabajar en Cuba. También, alguno de esos periodistas comentaba aquella misma noche cualquier despacho, en tal o cual cóctel de embajada- en La Habana los hay casi todas las noches y esas recepciones son el lugar de paso obligado, para estar al día de los rumores que agitan el microcosmos-, bien delante de mi, o de manera suficientemente pública como para que yo estuviera informado del “mensaje”.

 

“Las primeras observaciones se referían a la forma de interpretar lo que yo escribía, añade André Birukoff. Había una especie de explicación del texto después y, para empezar, a mí aquello me parecía penoso. Se puede interpretar todo, cada palabra, cada frase”. Bertrand Rosenthal explica: “Existe toda una serie de gente encargada de influir en el periodista, y eventualmente de darle miedo. La Habana es un mundo pequeño, con sus cerca de cuarenta y cinco embajadas. Los escasos corresponsales que hay tienen un estatuto casi diplomático, y sus escritos revisten una gran importancia: la única información que sale de la isla hacia el extranjero pasa por ellos”. Hay que destacar que los coches de servicio de los corresponsales están identificados con una placa especial, que también facilita encontrarles.

 

No parece que, con el paso del tiempo, las cosas hayan cambiado verdaderamente. Así, durante su primera estancia en La Habana, Vicenç Sanclemente fue inmediatamente “instruido” por el ya célebre Luis Báez, quien le advirtió : “Puedes jugar todo lo que quieras con la cadena, pero no con el mono [Fidel Castro].” “Una afirmación de la que se desprende claramente cual es el límite en la isla del ejercicio de la libertad de prensa”, comenta el periodista. La misma “máxima” se la habían enunciado, entre otros, a Bertrand Rosenthal, diez años antes: no hay que atacar nunca en los escritos, de una manera u otra, a la personalidad del Líder Máximo, so pena de franquear la línea roja...

 

Otras fuentes que hay que proteger

 

¿Cómo trabajar entonces, cuando las informaciones oficiales son escasas, las confirmaciones de rumores escasísimas, y los límites de la “libertad” están claramente fijados? Denis Rousseau, enviado por la AFP entre 1996 y 1999, lo resume: “Hay otras fuentes oficiales que son los periódicos, que siempre hay que saber leer entre líneas, la radio, la televisión, las agencias cubanas, que son Prensa Latina y AIN (Agencia de Información Nacional), los discursos del Líder Máximo, los contactos establecidos al azar de los encuentros con cubanos, los contactos con la disidencia, con el clero y los militantes católicos, con las pocas ONG que trabajan de forma independiente en Cuba. Están, finalmente, los contactos personales, y en ocasiones un poco clandestinos, con funcionarios, profesores universitarios, dirigentes de empresas públicas cubanas, y también empresarios extranjeros”. “A mi entender, la mejor fuente sigue siendo el boca-a-boca, llamado “Radio Bamba” o “La Bola”, la gente de la calle” estima, por su parte, un periodista anglófono, que quiere conservar el anonimato.

 

Para Bertrand Rosenthal, “el periodismo en Cuba es ciertamente un arte minimalista, pero en esa sociedad de cháchara caribeña, todos hablan. Como en todas partes, las relaciones humanas llevan su tiempo. Una vez que se tiene confianza, que los cubanos ven que eres como todo el mundo, que eres alguien a quien le gusta comer bien, beber y vivir, se establecen relaciones que hacen que sea posible el debate, y también la información. Pero su utilización choca siempre con la necesidad absoluta de proteger a los informadores. Un ejemplo: en 1989, me enteré de que algunos jóvenes marginales se inoculaban voluntariamente el sida para ir a vivir en los sidatorios, donde se estaba mejor que en la calle. Solo tres personas lo sabían: Fidel, el médico jefe del sidatorio y mi fuente. Imposible sacar esa información que, sin embargo, era extraordinaria; no podía explicar su origen y, por tanto, me arriesgaba a que me expulsaran. Solo un año más tarde obtuve una confirmación del viceministro de la Salud, y publiqué esa información que había guardado durante todo aquel tiempo”.

 

Por tanto, todas las fuentes posibles pero con un axioma de base, resume el mismo Bertrand Rosenthal, lo mismo que la gran mayoría de sus colegas: “Cualquier persona con la que me entrevistara en Cuba iba a ser interrogada por la policía, para saber qué quería y de qué le había hablado. Aunque eso no ocurriera sistemáticamente, había que partir de ese postulado”.

 

Vigilancia “a la japonesa”

 

Tanto en la vida profesional como en la privada, la vigilancia es constante. Para ilustrarlo concretamente, Noël Lorthiois cuenta el siguiente episodio: “Mi mujer y yo habíamos simpatizado con una pareja de jóvenes cubanos. El escribía canciones y poesías, tenían un niño. Una noche fuimos a verles a su casa, sin escondernos, para beber una copa entre amigos, y sin ninguna especie de trasfondo profesional. Una semana más tarde, cuando ya era de noche, yo regresaba a mi casa cuando la joven salió de detrás de uno de los framboyanes que bordeaban la calle, a lo largo de nuestra casa. Solo pude apercibir su rostro, verde de terror, cuando se inclinó sobre la ventanilla del coche, un minuto, para gritarme, vociferarme debería decir: “Te lo suplico, no vengáis más, no vengáis nunca más, porque si no, perderemos todo”...Nunca he podido olvidar su rostro deformado por el miedo”.

 

“Normalmente, la vigilancia se ejerce de manera discreta, estima Denis Rousseau. No se pone de manifiesto más que por alguna torpeza, o se hace voluntariamente visible cuando el poder quiere intimidar a su “blanco”. Es lo que los agentes cubanos llaman “vigilancia a la japonesa”.

 

A Vicenç Sanclemente sin duda le “aplicaron” ese régimen. “Un día, dice, me saludó un especialista que dijo ser el analista de mis piezas de television en el Consejo de Estado, es decir, en el Gobierno”. El periodista también conoció a la persona encargada de vigilar sus conversaciones telefónicas, un tal “Doncel” quien, durante una recepción al final de la Cumbre Iberoamericana de 1999, le preguntó sin ambages: “Oye, Vicenç, como es que en esta cumbre has usado tan poco el celular ?” En Cuba, cualquier periodista acreditado sabe que se escuchan sus conversaciones telefónicas, tanto si las efectúa desde un aparato fijo como desde un móvil.

 

En la misma época, el corresponsal de TVE estaba preocupado porque no recibía correos electrónicos en el ordenador de su oficina, cuando esperaba un mensaje importante de uno de sus colegas de la República Dominicana. Creyendo que se trataba de un problema técnico, se dirigió al técnico del Ministerio de Comunicaciones que le había abierto su cuenta en Internet. El encargado le respondió: “Hace días que no abres el computer de tu casa. Allí tienes los tres correos de República Dominicana, y también el de Montse y el de Margaret desde Barcelona”. Ningún mensaje electrónico escapa a la vigilancia de la policía cubana desde que Internet penetró en la isla, con numerosas restricciones.

 

Olivier Languepin, a la vista de las dificultades para conseguir un apartamento “legal” optó por alojarse “en negro”, en una época (1998) en que los habaneros no se arriesgaban todavía a una multa de 1.500 dólares por albergar ilegalmente a extranjeros. Tres días después de su discreto acomodo en un apartamento “no oficial”, recibió una llamada telefónica del CPI informándole, como si fuera lo más normal, de la organización de una conferencia de prensa, en la jornada. Una manera de darle a entender claramente que las autoridades cubanas no ignoraban nada sobre su traslado.

 

“Estaban también aquellos tipos que encontraba muy a menudo en mi camino, prosigue Olivier Languepin, como el robo con violencia en mi domicilio mientras dormía, y en el que desaparecieron mi ordenador portátil, con sus disquettes, y alguna ropa: uno terminaba volviéndose paranoico. Y estaban finalmente esas super chicas cubanas, que caían del cielo en las recepciones y en las veladas culturales”. Otros corresponsales extranjeros y enviados especiales mencionan también esos “encuentros”, que no debían nada a la casualidad. Aunque los periodistas solteros eran los primeros en “beneficiarse” de ellos, también les ocurría a los casados, cuando sus mujeres se iban de vacaciones. En las recepciones de las embajadas, unas chicas “soberbias” les preguntan si podían acompañarles a sus casas.

 

Según Bertrand Rosenthal, “allí existe una importante estructura de seguridad, para vigilar a los corresponsales”, en particular a los de las agencias de prensa, por la propia rapidez de la difusión de sus informaciones a través del mundo. Según las confidencias recogidas por este periodista, tras su salida de la isla, entre cubanos que mientras tanto han abandonado su país, esa vigilancia implica a una treintena de personas para un corresponsal de agencia, y a veces incluso más en período “caliente”. ¿Cómo soportarlo? “Hay que hacer como si no existiera, vivir normalmente, estima. Ese tipo de vigilancia es típico del estalinismo. Cuando se necesita desembarazarse de alguien, no se ataca a sus ideas o sus escritos, sino a su persona: si es alcohólico se puede organizar, montar y grabar una borrachera, para utilizarla en su contra. En los años 70, un periodista fue expulsado de Cuba por haber participado en algunos ballets azules y rosas: las autoridades sabían, desde hacía tiempo, que de vez en cuando se dedicaba a eso. Lo utilizaron como pretexto el día que escribió algo que realmente les disgustó. El proceso está perfectamente descrito en la película “Dossier 51”. En mi caso, nunca utilizaron el eventual dossier que pudieran tener. Saquearon cuatro veces mi domicilio, sin que pudiera ver en ello móviles políticos: no tocaron ni mi ordenador, ni los disquettes en los que había salvado una parte del libro que publiqué tras mi salida de La Habana, en 1993, junto con Jean-François Fogel”.

 

“Insulto a la Nación cubana”

 

En el plano profesional, después de las observaciones de los “colegas cubanos” llegan las “llamadas al orden”, en general a cargo del portavoz del CPI. Así, a finales de 1996, pocos meses después de su llegada a Cuba, a Denis Rousseau le reprocharon vivamente un despacho sobre la escasez de huevos en La Habana, titulado “Los pollos cubanos no respetan el plan quinquenal de producción” (ver el despacho en “Anexos”). Daba a entender que estaban “estresados” por el “período especial”. “¡No me bromee con esas cosas!”, le asestaron. Igualmente, André Birukoff se llevó una “reprimenda” por escribir un artículo sobre el mercado negro, y luego sobre Cayo Largo, la estación balnearia que las autoridades construían para los turistas extranjeros, y que solo podían frecuentar los cubanos empleados en sus instalaciones. No gustó que revelara esa incongruencia, aunque en aquella ocasión no le hicieron ninguna amenaza ni advertencia.

 

Fue otro artículo el que motivó su expulsión en junio de 1985, once meses después de su llegada. El scoop, que necesitó de una larga y difícil investigación, se refería a la existencia en Cuba de un organismo (Interconsul) que facilitaba, mediante pago, los matrimonios entre extranjeros y cubanos o cubanas, que querían marcharse de la isla, a los que conseguía un pasaporte. “El artículo salió en vísperas de una conferencia internacional de mujeres en Nairobi, a la que debía asistir la esposa de Raúl Castro, Vilma Espín, líder del sindicato de mujeres cubanas”. Pocas horas después de su publicación, el portavoz del MINREX leyó a André Birukoff, al que había citado en su despacho, una corta declaración: “Su último artículo es un insulto a la Nación, y a la mujer cubana. Está expulsado. Tiene tres horas para salir del país”. Le acompañaron manu militari al aeropuerto.

 

Citado “cada tres meses, de media, por el MINREX”, para “explicar los textos de sus escritos”, durante su estancia de cuatro años a finales de los 90, un periodista anglófono confía: “Al principio, yo argumentaba punto por punto, reaccionaba con reflejos a todas las críticas, que me parecían incongruentes. Me reprochaban, por ejemplo, utilizar la expresión “país comunista” con una connotación negativa. Después, decidí escuchar muy atentamente sus argumentos, para entender mejor lo que les hacía reaccionar y por qué se ofuscaban con una formulación y no con otra. Era un ejercicio muy interesante para descifrar su visión de las cosas, y del mundo”. Con menos flema, uno de sus colegas anglosajones también tuvo “que defender cada palabra” de su prosa económica en los años 90, en el momento en que Cuba intentaba atraer, y luego conservar, inversiones extranjeras en el marco de empresas conjuntas, en las que el Estado cubano detentaba el 51% de las partes.

 

La disidencia no tiene buena prensa

 

Tanto para unos como para otros, el tono se volvió realmente conminatorio después de la difusión de artículos o reportajes sobre uno de los dos temas tabúes: las actividades de la disidencia y, sobre todo, cualquier cosa que afecte de cerca o de lejos a Fidel Castro.

 

En octubre de 1986 fueron expulsados sin preaviso dos corresponsales, uno de Reuters y el otro de la AFP, Noël Lorthiois. Por primera vez, un disidente cubano habló con ellos, sin esconder su identidad. Elizardo Sánchez Santa Cruz confirmaba, en nombre de su organización (la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional, CCDHRN), la existencia de campos de trabajo, y daba una evaluación del número de presos políticos en la isla, otra exclusiva (ver el despacho en “Anexos”). “Mi artículo estaba contrastado con otras fuentes, porque yo había hecho un largo y laborioso trabajo de aproximación a los medios disidentes durante varios meses, indica Noël Lorthiois. Tuve contactos con dos de ellos, y fue Elizardo Sánchez quien vino a verme una mañana, manifestándose decidido a asumir el riesgo de dar su nombre. Me pidió que llamara a mis colegas de otras dos agencias: lo que intenté hacer, pero mi colega de EFE, la agencia española, se encontraba de vacaciones fuera de la isla”. Después de la publicación del despacho, Noël Lorthiois recibió una citación del MINREX, donde le informaron de su expulsión por haber dado la palabra a unos “bandidos asociales”, y haberse convertido en “cómplice de los enemigos de la Revolución”. A pesar de sus protestas, las autoridades cubanas retuvieron a su mujer en la isla durante una semana, “para algunas formalidades”. “Yo pienso que el régimen quería obligarme al silencio, mientras mi esposa se encontrara aún en Cuba”, comenta.

 

A su sucesor, le citaron tres veces en cinco años, siempre sobre el tema de la disidencia que mientras tanto se había estimulado. “Mi primera cita, cuenta, se produjo en los seis primeros meses. Pienso que eso forma parte del método: demostrar que las autoridades están allí, y que leen lo que haces. El objeto era un despacho sobre la detención de cuatro disidentes, que pretendían depositar un ramo al pie de una de las estatuas de José Martí, el héroe de la independencia cubana, hacia las 20 horas, cuando ya era de noche. Me habían avisado, y yo estaba allí. Los policías se los llevaron en el momento en que iban a dejar el ramo. A los funcionarios del MINREX que me citaron, les respondí que había contado algo de lo que había sido testigo. No cuestionaron los hechos, pero me reprocharon que daba demasiada importancia a la disidencia. Respondí que eso era falso, los despachos de la AFP demostraban que nos ocupábamos de muchos otros asuntos. Añadí: “Hablo de la disidencia cuando creo que merece hablarse de ella, y soy el único juez”. Citado después por el mismo tema, a propósito del disidente Ricardo Bofill (fundador, en 1976, en la cárcel, del Comité Cubano de Derechos Humanos), aunque sin ser expulsado, Bertrand Rosenthal añade: “Estábamos sumergidos en comunicados de no sé cuanta gente, de todas las pequeñas organizaciones, más o menos representativas. La cuestión era saber qué parte concederles. Cuando se les concedía una parte importante, las autoridades cubanas reaccionaban”.

 

Poner “demasiado énfasis en los disidentes” sigue siendo un reproche frecuentemente dirigido a los periodistas extranjeros, cualquiera que sea su nacionalidad. Siempre se les amonesta, incluso se les amenaza. Vicenç Sanclemente confiesa que le pidieron que no cubriera las eventuales manifestaciones de disidentes, antes de la Cumbre Iberoamericana de noviembre de 1999. Sin embargo, raramente se les expulsa. Por una parte, no renovarles el visado es más eficaz y menos notorio; por otra, tras esa Cumbre Iberoamericana, a las figuras más constantes de la disidencia cada vez las reciben más personalidades extranjeras, ministros y primeros ministros, de visita en Cuba. Lo que, decentemente, la prensa internacional no puede callar.

 

El gran tabú: la salud de Fidel Castro

 

“Fidel es el gran problema de la cobertura cubana para un periodista ¿Qué se puede decir de él, y como decirlo?”, subraya Bertrand Rosenthal. Se atrevió, sin que le dijeran nada, con un artículo titulado “Castronomía”. En él describía las dificultades alimenticias de los cubanos en su vida cotidiana, a partir de las recetas culinarias que proponía el jefe del Estado cubano en tiempos de penuria. Aunque los periodistas de agencia evitan en general cualquier calificativo o sustantivo fuera de cita, que pueda parecer un juicio de valor, en general los que trabajan para diarios tienen más libertad. Por haber escrito “el caudillo que envejece” en uno de sus artículos económicos, a Olivier Languepin le regañaron severamente: “¿Cómo puede usted hablar así de nuestro Comandante?”. “Yo hago mi trabajo de forma honesta, respondió, y estoy dispuesto a rectificar si es inexacto lo que he escrito”. Sin duda, su visado habría expirado mucho antes si hubiera utilizado el término “dictador”.

 

La salud del Líder Máximo, que en agosto de 2003 cumplirá 77 años, está entre los temas peligrosos de abordar, susceptibles de provocar una citación del jefe del Estado en persona, en su oficina. Aunque a veces el presidente cubano desaparece completamente de la escena pública, en períodos más o menos largos, resulta de mal gusto preguntarse por esas ausencias. Los corresponsales de agencias presentes en Cuba lo entendieron, a su costa, en julio de 1998. El diario Nuevo Herald de Miami publicó el domingo 21 de julio, un artículo en el que un médico afirmaba que Fidel Castro sufrió, en octubre de 1997, una intervención quirúrgica, por una grave enfermedad cerebral (encefalopatía hipertensiva). Los corresponsales en La Habana de Reuters y de la AFP, cada uno por su lado, miraron en sus archivos y constataron que, en el período mencionado por el diario de Miami, Fidel Castro mantuvo una entrevista oficial en La Habana, con un enviado del Vaticano. La presidencia cubana desmintió formalmente la operación, los corresponsales dieron cuenta del desmentido y añadieron el resultado de la búsqueda en sus archivos.

 

Sin embargo, el martes 22 de julio, Fidel Castro, al inaugurar la sesión ordinaria de la Asamblea Popular Cubana, criticó con virulencia a la prensa extranjera, acusándola de “desacreditar el socialismo, desmoralizar a la revolución y combatirla con mentiras e intrigas de toda clase”. Tras lo cual, invitó a los periodistas y a los invitados acreditados a abandonar el recinto del Parlamento, para que los diputados pudieran “discutir con total libertad y para que ninguna de las palabras pronunciadas, críticas o autocríticas, sirvieran de combustible a las infamantes campañas puestas en marcha contra el país”. Denis Rousseau, de la AFP, relató esos acontecimientos, citó esas manifestaciones y añadió en su despacho: “Sin embargo, Fidel Castro no hizo ninguna mención de las informaciones publicadas el domingo en un diario norteamericano (...), desmentidas el lunes por el gobierno cubano, calificándolas de “infamia”.

 

Citado, como sus colegas de Reuters y EFE, por Fidel Castro en persona en su oficina presidencial, alrededor de la media noche, Denis Rousseau tuvo que justificar su despacho, analizado palabra por palabra, hasta las 5 de la mañana. La acusación más grave se refería a la utilización de la expresión “sin embargo”, un adverbio que, para Fidel Castro, “relanzaba de manera insidiosa y deliberada los rumores más falsos sobre su estado de salud” (el Nuevo Herald desmintió ulteriormente esa intervención quirúrgica y las palabras del médico que, finalmente, no era nadie). El periodista cuenta que, en un momento dado, el líder cubano “explotó literalmente”: “Pero ¿qué se cree usted? Sabemos leer, no somos imbéciles, ¡usted nos toma por imbéciles!”. La respuesta de Denis Rousseau (“Jamás he pensado tal cosa de usted”) calmó inmediatamente el intercambio ante testigos, pero el corresponsal tuvo la impresión “de haberme vuelto indeseable, a partir de aquel momento”.

 

El clima general se endureció considerablemente en Cuba a finales de 1998 y sobre todo al año siguiente, antes de la Cumbre Iberoamericana de noviembre, contra los disidentes, las prostitutas y los periodistas, entre otros. La “ley 88”, rápidamente bautizada como “ley mordaza”, promulgada en febrero de 1999, va dirigida contra cualquier persona que “colabore, cualquiera que sea el medio utilizado, con programas de radio o televisión, revistas y otros medios de comunicación extranjeros” o “proporcione informaciones” consideradas susceptibles de servir a la política norteamericana. Las penas a que se arriesgan son muy graves: hasta veinte años de cárcel, la confiscación de todos los bienes personales y multas que alcanzan los 100.000 pesos (cerca de 4.800 euros).

 

Los ataques contra la prensa extranjera se hicieron cada vez más violentos. El 4 de marzo de 1999, el diario oficial Granma escribía que “algunos periodistas acreditados en nuestro país y determinadas agencias de prensa tienen la misión de remitir al exterior cuantas intrigas, calumnias e impudicias de Cuba, lanzan los agentes asalariados” del imperialismo norteamericano. En el semanario Trabajadores (órgano de los sindicatos oficiales), el periodista y diputado Lázaro Barredo Medina atacaba entre otros a Denis Rousseau y Pascal Fletcher, corresponsal en Cuba del diario económico Financial Times, después de haberlo sido de Reuters. Les reprochaba a ambos su “infamante manera de utilizar la profesión”. Luego les acusaba de “[cumplir] algún servicio de la agencia de información de Estados Unidos”, y finalmente de “[constituir] deliberadamente el soporte fundamental de la propaganda hacia el exterior sobre la llamada disidencia” (ver el artículo en “Anexos”).

 

Esta escalada en los ataques estuvo acompañada de una vigilancia más visible, y de un cierto ostracismo. “Primero descubrimos a algunos policías ostensiblemente apostados delante de nuestras casas, cuenta Corinne Cumerlato, corresponsal del diario francés La Croix y esposa de Denis Rousseau. Siempre había uno, porque vivíamos cerca de la embajada de Libia; pero, de pronto, hay tres que pasan y vuelven a pasar. Tras los ataques nominales en la prensa cubana, ya no nos miraban las personas que frecuentábamos habitualmente, los colegas, los diplomáticos nos dijeron: “Ah, bueno, ¿todavía estáis aquí?”. Los del aparato cubano bromeaban enormemente”. La paranoia fue aumentando hasta que un día se aflojaron los frenos del coche de Denis Rousseau, después de que le hubiera ocurrido lo mismo al freno de mano...Finalmente, la pareja se marchó en julio de 1999, cuando Denis Rousseau optó, con éxito, por otro puesto en Francia. Pocos días antes de su partida, el responsable del CPI hizo saber a un diplomático francés que el periodista se había convertido en “indeseable”.

 

Aunque los periodistas anglosajones mencionados más arriba han podido regresar a Cuba como turistas, a Bertrand Rosenthal le rechazaron, en el aeropuerto de La Habana, a pesar de que estaba en posesión del mismo visado de turista, junto con Jean-François Fogel, seis meses después de la publicación de su libro, en junio de 1993, titulado “Fin de siglo en La Habana, los secretos del poder cubano”. Ya habían vuelto una vez a la isla, antes de la publicación. “Más tarde supe que Fidel ordenó personalmente que se nos prohibiera entrar, tras la salida del libro. Se dice que me consideran un traidor”, cuenta Bertrand Rosenthal.

 

Regreso al pasado

 

El control de la información por el régimen castrista no es reciente. Se puso en marcha desde el comienzo de la revolución cubana. Jean Huteau, el primer corresponsal permanente de la AFP, que abrió la oficina en julio de 1960, atestigua, con la misma indignación que entonces, la manipulación de sus “telegramas” (todavía no se hablaba de “despachos”), un hecho raro en los anales de la libertad de información. La URSS, bajo Stalin, había llegado hasta “completar” los textos que los corresponsales extranjeros enviaban desde Moscú. ¿Fidel Castro se inspiró en esto?

 

En Cuba, al comienzo de los años 60, los telex se enviaban a través de Western Union, una compañía norteamericana de comunicación, rápidamente nacionalizada por los “barbudos”. Esa sociedad se encargaba pues de dirigir el telex desde La Habana a Nueva York, a falta de líneas directas con París. La copia del corresponsal se mandaba después a Francia. Jean Huteau cuenta: “Cuatro o cinco meses después del fracaso de Bahía de Cochinos, el desembarco anticastrista de abril de 1961, el régimen decidió organizar la manifestación de las manifestaciones, para reunir a dos millones de personas en la Plaza de la Revolución donde sólo caben, como máximo, 400.000 personas. Y yo evalué la participación en alrededor de 200.000 personas. Por la noche, una radio mexicana, que todavía se podía escuchar en La Habana, indicó: “Según la AFP, los manifestantes eran un millón”... Llamé a la oficina de la AFP de Nueva York, pidiéndoles que me leyeran mi telegrama. Debajo de mi firma había un millón de personas. Peor aún, me di cuenta de que cada vez que escribía, los cubanos de Western Union corregían, sin que yo lo supiera, antes de enviar el telex a Nueva York. Cuando yo escribía “los invasores anticastristas de Bahía de Cochinos”, ellos lo cambiaban por “los mercenarios de Bahía de Cochinos”.

 

El primer corresponsal de la AFP intentó elucidar el asunto, aunque difícilmente, “por medio de alguien que conocía a alguien que conocía a uno que conocía a una de las telegrafistas de Western Union”. “Esa chica acabó confesándome que allí había censores, prosigue. Y que mis telegramas los leía la única persona que entendía francés, una profesora que no estaba contratada a tiempo completo, y que venía cuando podía. Lo que de repente me explicó los retrasos entre el momento en que enviaba una crónica y el momento en que se recibía en París y se difundía. Porque cuando ella no estaba allí, se bloqueaban mis telegramas. A veces hubo retrasos de seis y diez horas. París me decía que me ganaba la competencia, y yo creía que se trataba de problemas técnicos. Lo entendí todo gracias a esa chica, que se arriesgaba a perder su trabajo si yo lo contaba. ¿Qué debía hacer? En todo caso, protesté en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en la sección de prensa. Me dijeron:

 

-  ¿Qué es eso? Ya sabes que no hay censura...

Sí hay, yo lo se.

¿Y como lo sabrías?

Alguien me lo ha dicho.

Tráenoslo. Y si es cierto, intervendremos”

 

Sobre todo, Jean Huteau no quería comprometer a su fuente. “Entonces decidí transmitir todos los telegramas en español. Entonces ya no tendrían que ir a buscar al censor, no habría retrasos, y yo podría comparar mejor. Al cabo de un mes, envié a París, por valija diplomática, copia de un mes de mis telegramas, tal y como los había enviado. Compararon palabra por palabra toda mi producción con la que habían recibido vía Western Union. Hicieron un cuaderno, del que enviaron una copia. La censura había continuado. Por ejemplo, Blas Roca, el secretario del viejo PC cubano, padre del disidente Vladimiro Roca, hizo un discurso diciendo en sustancia. “Va a ser necesario hacer un esfuerzo, porque lo fastidioso es que esta revolución va tan rápida que la conciencia popular no sigue el ritmo de la Revolución”. Se había convertido en: “la conciencia popular va aun más deprisa que el ritmo de la revolución”. Eso ni siquiera significaba nada. Las 2.000 toneladas de la producción de café se convirtieron en 25.000 toneladas. A los “mercenarios de Bahía de Cochinos” se les añadía, “a sueldo de la CIA”. Y todo en esa proporción. Yo estaba furioso. Y estupefacto de que mis colegas parisinos hubieran podido pensar, por un segundo, que yo había escrito aquello”.

 

Jean Huteau decidió entonces protestar al más alto nivel; en aquella época Fidel Castro era su propio portavoz. “La primera conferencia de prensa de Castro que se organizó, más de un año después de mi llegada, tenía como objetivo anunciar un acuerdo con los norteamericanos, sobre el intercambio de sus prisioneros, después de lo de Bahía de Cochinos, por tractores norteamericanos. Llegó una veintena de enviados especiales norteamericanos. Castro, en gran forma, respondió a todo. Junto con mi colega de Reuters, que también tenía telegramas corregidos, aprovechamos para lanzar: “Comandante, ¿para cuando podemos esperar el fin de la censura de prensa?”. Nos miró intensamente. “No existe censura”. Yo insistí: “Sí, lo he verificado y tengo un documento”. “Házmelo llegar, eso me interesa, y si existe censura la suprimiré”. La respuesta me llegó a través del Ministerio de Relaciones Exteriores. En sustancia: “Es cierto, hubo correcciones, pedimos excusas. Pero los operadores telegrafistas son revolucionarios que se indignan con lo que escribe la prensa capitalista, y corrigen. Hay que entenderles...”.

 

Para enviar sus “scoops”, entre ellos la llegada a treinta kilómetros de Cuba de unos supuestos “técnicos agrícolas”- de hecho, militares soviéticos llegados para instalar misiles-, a partir de entonces Jean Huteau utilizó “palomas”; a saber viajeros, frecuentemente diplomáticos, que llevaban o enviaban su prosa a la oficina de Nueva York. Después, el MINREX estableció nuevos carnets de prensa, únicamente válidos en La Habana. Desde entonces, para salir se necesitó una autorización especial.

 

Consignas previas y gestión de crisis

 

En general, las agencias, lo mismo que los demás órganos de prensa, dan pocas consignas a sus corresponsales antes de salir hacia La Habana. Les recomiendan, como para cualquier otro destino, que trabajen lo mejor que puedan, en el respeto a las reglas deontológicas y el rigor de la información específica a las agencias, y a veces insisten en el deber de la prudencia. A lo sumo a las agencias, siempre más expuestas que los restantes órganos de prensa en Cuba, les piden que eviten las “provocaciones”, capaces de motivar una rápida expulsión.

 

De hecho, la gran mayoría de los periodistas concernidos dice haber llegado a Cuba determinado a trabajar allí como en todas partes, sin autocensura y con “transparencia”, a pesar de la vigilancia policial de la que todos se saben blanco. Pero frecuentemente llega un momento en que, como reconoce Vicenç Sanclemente, se hace difícil “no perder el Norte”, entre observaciones críticas, visitas incongruentes, advertencias claras y conferencias de prensa con los corresponsales extranjeros, transmitidas por la televisión cubana.

 

El clima se hace insoportable cuando se intensifican los ataques del régimen cubano, hasta hacer nominales. Denis Rousseau estima que esas presiones sitúan entonces al corresponsal extranjero “frente a una alternativa, en la que ninguna opción es verdaderamente satisfactoria. Tanto bajar el tono, y no comportarse más como un profesional de la información, lo que puede ser considerado por su dirección como una falta profesional; como el intento de continuar trabajando normalmente, y entonces las autoridades denunciarán todo lo que escriba como insultante, deformado y agresivo”.

 

Denis Rousseau es de los que en esos casos deploran la falta de una verdadera estrategia de “gestión de crisis”, adoptada de buen grado en los medios de comunicación anglosajones cuando la situación se hace demasiado tensa: estudio de los precedentes, apoyo psicológico, firme apoyo de la jerarquía desplazada al lugar, etc.

 

¿Autocensura?

 

De su experiencia, Bertrand Rosenthal extrae la siguiente metáfora, en cuanto al campo de la información de los corresponsales extranjeros en Cuba: “Es como un campo de fútbol en el que cambiaran los límites. Durante determinados períodos se encogen, mientras que en otros se amplían. Hay que permanecer a la escucha, para comprender cuales son los temas delicados del momento. Yo escribí ciertas cosas sobre temas delicados, cuando yo mismo fui testigo de los hechos relatados, o cuando me sentía “de hormigón”. Así, durante la primera guerra del Golfo, di por casualidad con un petrolero iraquí, fondeado a 200 metros de la costa cubana, cerca de La Habana. Saqué fotos. Escribí que un petrolero iraquí hacía un descanso en Cuba, cuando estaba prohibido. Los oficiales cubanos mantuvieron, duros como el hierro, que aquello no era cierto. Y entonces saqué mis fotos...Si eres capaz de probar lo que has escrito, ellos son buenos jugadores y no van más lejos. Aunque te hacen notar que esa no es una “actitud simpática”.

 

Denis Rousseau y Corinne Cumerlato no están de acuerdo con esta aproximación: “Comprometer a los periodistas hasta el final y, sobre todo, dejar que piensen que tienen que “adivinar” cuales son los límites del día, es “condicionarles” a ir por delante de los deseos del poder, y contribuir a desinhibirle”, dicen. “Nosotros elegimos deliberadamente no movernos, cuando el régimen se endureció. Se puede objetar que esa actitud no era buena, porque tuvo la culpa de nuestros problemas. Pero, sin embargo, persistimos: si esa postura estuviera más generalizada en la comunidad de los corresponsales extranjeros, sin duda sería más eficaz mantenerla”, añaden.

 

“Por ejemplo, ¿retener una información en un momento delicado no equivale a autocensurarse?, se preguntan algunos. El corresponsal de un órgano de prensa europeo, que reside en otro país latinoamericano pero efectúa frecuentes reportajes en Cuba, estima que “en Cuba, todos los periodistas se autocensuran”, lo admitan o no, tanto si residen en La Habana como si son enviados especiales, sometidos al chantaje del visado. “A través de ese chantaje con el visado, y de las presiones ejercidas sobre los periodistas extranjeros, el régimen cubano consigue hacer que se oculte parcialmente la extensión de la represión en la isla”, añade.

 

Expulsados, privados temporal o definitivamente del visado, readmitidos o habiendo terminado “normalmente” su mandato en la isla, todos los periodistas preguntados insisten en un punto: lo que han vivido en Cuba, arriesgando todo lo más que les expulsaran, no es nada en comparación con los que viven diariamente los cubanos desde hace más de cuarenta años, amordazados de facto, sometidos al miedo cotidiano, y corriendo el peligro de perder su trabajo e incluso ir a parar a la cárcel.

 

(1)Aunque los ex corresponsales de la AFP en la Habana han querido testimoniar con su nombre, lo mismo que algunos corresponsales de periódicos franceses que estuvieron en la isla y el corresponsal de TVE, la mayor parte de los periodistas anglosajones e hispano solo han aceptado hacerlo amparándose en el anonimato más estricto. Una periodista europea prefirió no manifestarse del todo, a causa de su perdurable relación afectiva con una persona del aparato cubano. Por otra parte, no hemos preguntado a los corresponsales que actualmente trabajan en Cuba, para no complicar su situación.

 

Anexos

 

AFP - General - 24 de septiembre de 1986

(Traducción Reporteros sin Fronteras©)

 

Detenidos dos miembros del “Comité Cubano de Derechos Humanos”.

 

Por Noël Lorthiois - La Habana 24 de sept (600 palabras)

 

Dos miembros del “Comité Cubano de Derechos Humanos” permanecieron detenidos “durante unos días”, antes de que Ricardo Bofill Pages se refugiara en la embajada de Francia el pasado 27 de agosto, afirmó Elizardo Sánchez Santa Cruz, vicepresidente del Comité.

Las autoridades cubanas, preguntadas, confirmaron las detenciones pero indicaron que esas personas “no representan los derechos humanos” y que su detención, cuyo motivo no han precisado, no guardaba ninguna relación con los derechos humanos. ““Se trata de unos terroristas locales que actúan contra el Estado cubano”, indicó un portavoz.

En una entrevista con los corresponsales de las agencias Reuter y AFP, Elizardo Sánchez, de 46 años, precisó que las dos personas, Domingo Jorge Delgado Castro, “consejero jurídico” del “Comité”, y José Luis Alvaro, estuvieron internadas en la cárcel de Combinado del Este (La Habana).

Sánchez declaró ser miembro fundador del “Comité de Derechos Humanos”, y haber pasado seis años en las cárceles cubanas. Salió en libertad el 29 de diciembre de 1985.

Por otra parte, Sánchez afirmó que los locales del “Comité” sufrieron un registro el 28 de agosto, es decir al día siguiente de que Ricardo Bofill, presidente del “Comité” y del que se sigue sin noticias, se refugiara en los locales de la embajada de Francia.

En el registro, la policía se incautó de 950 ejemplares de la Declaración Universal de Derechos Humanos, tinta, un mimeógrafo, un stock de papel y dos maletas de archivos del “Comité”, precisó Sánchez. Preguntadas, las autoridades cubanas no han hecho ningún comentario oficial inmediato sobre este punto.

Por otra parte, Sánchez indicó que el “Comité” estima en 1.500 el número de presos políticos en Cuba. Esta cifra, dijo, se elevaría a 15.000 si se tienen en cuenta las personas encarceladas por objeción de conciencia, motivos religiosos o negativa a hacer el servicio militar en Angola.

Fuentes eclesiásticas cubanas, consultadas al respecto por AFP, estiman en 78 el número de los presos políticos llamados “históricos” (es decir, encarcelados antes de 1976) que todavía permanecen detenidos. Las mismas fuentes indican que no pueden decir con certeza quién es preso político, y quién no lo es, a partir de esa fecha.

La iglesia cubana, en colaboración con la iglesia norteamericana y diversas organizaciones internacionales, promovió la liberación y la emigración a Estados Unidos, el pasado 15 de septiembre, de 68 presos políticos y 43 familiares.

Por otra parte, Sánchez estimó en cien mil personas, o sea un uno por ciento de la población, el número total de detenidos en Cuba, tanto políticos como comunes, precisando que existen entre 120 y 130 cárceles y campos de trabajo en todo el país. Las autoridades cubanas, preguntadas sobre el conjunto de estas cifras, no han facilitado ninguna respuesta inmediata.

Finalmente, Sánchez afirmó que el “Comité” desea actuar a cara descubierta, pero que en varias ocasiones el Estado cubano se ha negado a inscribirle como asociación.

Para terminar, hizo la siguiente declaración: “No hacemos nada ilegal, no violamos las leyes cubanas, y aun menos las leyes internacionales, y no conspiramos contra el Estado cubano. Nuestro Comité aspira a que cada vez se respeten más los derechos humanos, tanto por parte del gobierno cubano como de otros gobiernos, como Sudáfrica, Chile o Paraguay”.

 

AFP - General - 25 de septiembre de 1986

(Traducción Reporteros sin Fronteras©)

 

Cuba- expulsiones

Protesta de la Agencia France-Presse por la expulsión de su corresponsal en Cuba

 

París, 25 de sept. (AFP) - La dirección de la Agencia France-Presse protestó enérgicamente el jueves por la expulsión de su corresponsal en Cuba, Noël Lorthiois, decidida esa misma mañana por el gobierno cubano.

En un telegrama dirigido al Ministro de Relaciones Exteriores cubano, Isidoro Malmierca Peoli, el presidente-director general de AFP, Henri Pigeat, afirmó que la decisión es “totalmente arbitraria e injustificada”. “Constituye una flagrante violación de los principios más elementales de la libertad de informar”, añadió.

AFP ha dirigido otro telegrama al director del Instituto Internacional de Prensa, Peter Galliner, para alertarle sobre la expulsión.

Noël Lorthiois, de 37 años, director desde octubre de 1985 de la oficina de La Habana, en la que sustituyó a André Birukoff, que también fue expulsado en junio de 1985, fue expulsado lo mismo que el director de la oficina de la Agencia Reuter, Robert Powell, tras haber sido convocados ambos, en plena noche, en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Según el corresponsal de AFP, un funcionario les leyó un texto, acusándoles de “mentiras, falsificación de informaciones y campaña hostil a Cuba”.

Noël Lorthiois y Robert Powell transmitieron el miércoles unos despachos citando algunas declaraciones de Elizardo Sánchez Santa Cruz, un ex detenido cubano que se presentó como el vicepresidente del “Comité Cubano de Derechos Humanos”, que para las autoridades cubanas no tiene existencia legal. En sus declaraciones afirmaba que dos miembros del comité estuvieron detenidos durante unos días, antes de que Ricardo Bofill Pages se refugiara en la embajada de Francia.

Las autoridades cubanas confirmaron las detenciones, pero declararon que no guardan relación con los derechos humanos.

Personas cercanas a Sánchez Santa Cruz afirmaron el jueves, en La Habana, que le habían detenido pocas horas después de la expulsión de los periodistas. Su mujer, Margarita Sánchez, que reside en Miami (Estados Unidos), confirmó esta detención y afirmó que con él han detenido a otros dos miembros del Comité.

 

AFP - Martes 14 de Enero de 1997

(Traducción Reporteros sin Fronteras©)

 

Los gallinas cubanas no cumplieron su plan de producción 1996

 

Por Denis ROUSSEAU

 

LA HABANa, 14 ene (AFP) -

 

Víctimas de la penuria del “periodo especial”, subalimentadas y agotadas, las gallinas ponedoras cubanas no consiguieron el año pasado cumplir los objetivos del plan de producción de huevos, ha revelado la Agencia de Información Nacional (AIN, oficial) cubana.

La avicultura, que sin embargo es “uno de los sectores mejor organizados y gestionados de la agricultura cubana”, fue víctima de la carencia de alimentos compuestos para aves, cuyas materias primas se importan. Hasta el principio de la década se las proporcionaba el campo socialista europeo, que subvencionaba la economía de la isla.

Los elementos del problema, expuestos el lunes por la agencia oficial, son muy simples: la carga de un barco de alimentos para aves cuesta entre 4 y 5 millones de dólares norteamericanos, una suma faraónica para la economía cubana. Pero, “si se da otra alimentación al animal, empieza a adelgazar, pierde parte de su plumaje y cada vez tiene menos energía para producir”, explica la agencia.

En razón de esas “causas objetivas”, la producción de huevos fue uno de los pocos productos agrícolas que no experimentó un crecimiento el año pasado, deplora la AIN.

Antes del “período especial” (régimen de penuria instituido tras el hundimiento del campo socialista), el país disponía de 11 millones de gallinas ponedoras (es decir, una por habitante) que producían más de 2,7 millardos de huevos al año. Hoy, esta producción ha caído a la mitad, y las ponedoras ni siquiera pueden contar con una alimentación regular, revela la agencia oficial.

La población de La Habana (unos 2 millones de habitantes) sufre particularmente el déficit crónico de la producción de huevos en su territorio. La situación es crítica, sobre todo desde el último trimestre de 1996.

Al principio del pasado mes de noviembre, más de la mitad de los habitantes de la capital seguían esperando los siete huevos de la ración de octubre (después la ración pasó a seis unidades). El déficit, para La Habana, se establecía entonces entre tres y cuatro millones de huevos al día, frente a los 800.000 recogidos diariamente, precisó la AIN. Para arreglarlo todo, reveló la agencia, el 70% de esos huevos no salieron al mercado, para permitir la renovación de la población de gallinas ponedoras.

Pero los cubanos parecen ver la salvación sobre todo en la llegada de una “nueva gallina”, nacida del cruce entre aves occidentales y razas locales.

Más de 33.000 gallinas “semi-rústicas” se han distribuido entre los habitantes de La Habana, indicó el domingo el semanario local Tribuna de La Habana.

Esas gallinas, tienen la ventaja de que pueden alimentarse con otras cosas que los alimentos compuestos, y las indispensables aportaciones de vitaminas y minerales pueden estar garantizadas por los residuos alimenticios de la casa y del jardín, aseguró al semanario el Dr. Manuel Pampin, subdirector del Instituto de Investigaciones Avícolas.

Esas aves parece que cumplen sus promesas porque, según un estudio efectuado en un barrio experimental en el que se habían distribuido 3.000 gallinas, “solo el 5% murieron, mientras que se alcanzó una producción aceptable de huevos”.

La capital cubana ya está provista de miles de gallineros privados, instalados en los jardines, e incluso en las terrazas o los balcones de los apartamentos, lo que le da a la noche habanera un ambiente agreste, salpicado por los cantos de gallos perturbados por las luces de la ciudad.

 

Trabajadores - 22 de marzo de 1999

 

¿Qué quieren? ¿Una patente de corso para sus provocaciones?

Por Lázaro Barredo Medina

 

Tratando de encontrar una explicación a la actividad que en los últimos días ha venido desplegando el corresponsal de la AFP en la Habana para confabular a otros colegas y crear cierta atmósfera dentro del cuerpo diplomático, un amigo me decía que el problema es que Denis Rousseau sufría el “mareo” del dogma del cuarto poder” (cuando en realidad es un simple agente), y quizás sea eso lo que lo lleve a actuar bajo la falsa creencia de que obtendrá impunidad con la intimidación.

 

Esa puede ser también, aunque en menor medida, la razón por la cual haya encontrado un acompañante en el corresponsal Pascal Fletcher, quien utiliza a la agencia Reuters.

 

Como periodista no puedo menos que reaccionar indignado al leer las calumnias y falsedades que estas personas están publicando para denigrar a Cuba ante el mundo y me siento con pleno derecho para denunciarlo desde este espacio, donde acostumbro a escribir.

 

Con motivo de la alusión del editorial de Granma sobre ciertas agencias y su apoyo a los llamados disidentes y presos de conciencia, así como del anterior artículo que publiqué hace dos lunes para denunciar lo que consideré “Una infamante manera de utilizar la profesión”, estas personas se sintieron “víctimas” de la “reacción oficial”, sostuvieron reuniones para trazar “estrategias” y solicitaron entrevistas a embajadores.

 

¿Qué quieren? ¿Una patente de corso que ampare sus provocaciones? ¿Que nos crucemos de brazos como espectadores mientras ellos hacen aquello de la fábula del felino de María Ramos que tira la piedra y esconde la mano?

 

No es mi intención ser gratuito en el análisis que quiero presentar ante la opinión pública, como tampoco resulta una simple confrontación en el plano profesional.

 

Nada más alejado de eso, porque lo que está de por medio es un serio problema de ética.

 

Sobran los ejemplos en los despachos emitidos por estos dos profesionales de la prensa extranjera a lo largo de meses y meses para probar fehacientemente que en sus informaciones priman los juicios de valor y que en el papel de “creadores de noticias” no tienen en cuenta para nada el apego a plasmar la realidad, a la que debieran estar obligados, en el contenido de lo que están transmitiendo.

 

Concedo a la prensa extanjera una extraordinaria importancia. Hasta la década de los 80, los servicios de la AFP se recibían en 147 países y se transmitían en cuatro idiomas, mientras los despachos de la agencia Reuters llegaban a 153 naciones, utilizando seis idiomas.

 

Por eso, lo lamentable no es sólo el daño que puedan estar haciéndole a Cuba, sino el deterioro en la credibilidad que pueden estarles reportando a sus respectivas agencias.

 

Francamente, al leer la cantidad de manipulaciones y prejuicios políticos que estos señores propalan para atizar la campaña anticubana, uno no sabe, a veces, si de veras responden a los intereses de las agencias que representan o cumplen con algún servicio de la Agencia de Información de los Estados Unidos (USIA).

 

Es “voz populi” dentro de los medios de prensa en la Habana que estos corresponsales (y no los critico por eso) tienen un estrechísimo contacto con los funcionarios de la Sección de Intereses de Estados Unidos (SINA), posiblemente más que con sus respectivas embajadas, y esa influencia tiene una concreción: se puede probar en cientos de despachos cablegráficos que Reuters y AFP han sostenido deliberadamente el soporte fundamental de la propaganda hacia el exterior sobre la llamada disidencia, en la misma línea informativa proyectada por la propaganda norteamericana.

 

No censuro tampoco que quieran servir a los intereses yanquis ni que de una manera u otra conviertan en analistas profesionales usados por la SINA.

 

Lo difícil de digerir es apreciar la pose que asumen de superdotados del periodismo y ver después que lo característico de sus despachos es la marcada intencionalidad del sensacionalismo, la distorsión, la simplificación y el ocultamiento de la verdad.

 

Veamos dos despachos cablegráficos como muestra de lo que estoy afirmando:

Por Pascal Fletcher

La Habana, mar 7 (Reuters). - Los medios de comunicación estatales de Cuba mantuvieron el domingo su campaña de difamación contra cuatro líderes disidentes que esperan una sentencia judicial, calificándoles de marionetas políticas controladas por Estados Unidos.

 

¿Campaña de difamación? ¿Ese calificativo rio es un juicio de valor, una apasionada defensa? ¿No se expresa una posición ofensiva y se denigra con ello a la prensa cubana, y se ofrece una imagen como si estuviera envuelta en una “cacería de brujas”?

 

Régimen cubano confirma su rechazo a cualquier forma de opposición

Por Denis Rousseau

La Habana, mar 15 (AFP). - El régimen cubano confirmó este lunes su rechazo a cualquier forma de oposición al condenar a varios años de prisión a los cuatro disidentes más célebres de la isla y al promulgar una nueva ley que amenaza con duras penas a disidentes y “periodistas independientes”.

Con estas medidas represivas, el régimen cubano pone fin brutalmente a la relativa tolerancia frente a la disidencia que siguió a la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba en enero de 1998, sin dudar poner en peligro los espectaculares éxitos diplomáticos conseguidos tras la visita papal. (...)

El gobierno estadounidense y los medios de exiliados anticastristas de Miami (Florida) también denunciaron la “injusta condena” que cayó sobre los cuatro disidentes. (...)

 

Simultáneamente a la proclamación del veredicto, una nueva legislación represiva - denominada “Ley Mordaza” por varias organizaciones de defensa de los derechos humanos y de la libertad de prensa - entró en vigor al ser publicada este lunes por la Gaceta Oficial.

 

La “Ley de Protección de la Independencia Nacional y la Economía de Cuba” prevé penas de hasta 20 años de cárcel, duras multas y la confiscación de los bienes de aquellos cuyas actividades sean consideradas favorables a la política estadounidense contra Cuba.

 

Sobre este despacho cablegráfico no hace falta comentarios.

 

Me remito una vez más al fondo ético del asunto, porque conozco que muchos corresponsales extranjeros, ante la lógica competencia, se han visto envueltos en medio de situaciones difíciles con sus casas matrices, porque es normal que haya reclamos cuando dos de las principales agencias del mundo difunden tantas barbaridades.

 

He hablado con muchas personas conocedoras de los medios de comunicación nacionales y extranjeros - y con muchos colegas -, y con diversos matices por supuesto, casi todos coinciden en la idea que Denis Rousseau evidentemente quiere crear un problema.

 

Tengo que decir que en cierta medida las autoridades cubanas han sido culpables, porque este corresponsal ha estado escalando, de manera desafiante, en su actitud irrespetuosa, sin que ha tenido el llamado de atención como es práctica habitual en el mundo. Y al parecer, se ha creído su cuento de que es infalible. Su cuento, no el nuestro.

 

 

Ser periodista (libre) en Cuba

Cesar Leante

13 de mayo de 2003

 

En 1997, el quizá más alto escritor del periodismo independiente cubano, Raúl Rivero -fundador y director de la agencia CubaPress-, fue víctima de las Brigadas Castristas de Respuesta Rápida -porra paramilitar que el régimen de Castro utiliza para cometer hechos vandálicos que no le conviene confiar a sus fuerzas armadas-, que sitiaron su casa en uno de los llamados “actos de repudio”.

 

Raúl Rivero llamó “orwelliana” a la agresión, que le hacía “temer seriamente por nuestra integridad física y la de nuestra familia”. Calificaba así, con el apellido del célebre autor de la novela 1984, a la represión castrista porque delirantemente sus denostadores lo acusaban de ser “un periodista batistiano”. “Yo, que sólo tenía siete años cuando cayó Batista”, fue el irónico comentario de Rivero, nacido en 1952.

 

No fue entonces él la única diana de aquella “locura”, sino que, como ahora, en abril de 2003, en que fue condenado a 20 años de prisión junto con alrededor de 70 otros periodistas y opositores, cuyas sentencias suman en total más de mil años de cárcel; pero esta vez ejecutada por “brigadistas” que se supone que representan a la justicia. Seis años atrás lo acompañaron en la vesania más de una decena de colegas en el periodismo, como Lázaro Lazo, director del Buró de Periodistas Independientes; Joaquín Torres, codirector de Habana Press, y Jorge Olivera, al que expulsaron de su casa. Igual suerte corrieron Ana Luisa López y Tania Quintero, de CubaPress; Víctor Rolando, a quien encarcelaron en la notoria prisión de Kilo 5, así como a Rafael Solano, que hoy vive en Madrid, y otro Rivero, José, narrador y también poeta, como el primer Rivero. Y bastantes más.

 

Las pequeñas (en verdad, minúsculas) agencias de prensa independiente se dan a conocer (es casi una metáfora) en la última década del recién pasado siglo, sobre todo hacia 1995, y podríamos decir que son un corolario de los también pequeños movimientos de disidencia y en pro del respeto a los derechos humanos dentro de la isla. Esa germinal oposición al sistema necesitaba una expresión y ellos -periodistas y “agencias”-, en cierta forma, pasaron a ser su voz. Aunque hay que aclarar que ni los unos ni las otras pretenden ser políticos, sino servidores públicos, informando a los ciudadanos cubanos especialmente de lo que sucede en su país. Paradójicamente, para conseguir ese propósito tienen que emplear los canales internacionales, especialmente las emisoras de radio que funcionan en Miami y cuyas señales llegan a Cuba, pues la prensa oficial -escrita, radial y televisiva- les cierra a cal y canto sus espacios. Pero también periódicos como El Nuevo Herald y Diario Las Américas, los dos de Miami.

 

Sobra decir que trabajan en condiciones materiales paupérrimas, sin equipamiento técnico alguno: quizás un escritorio, algunas hojas de papel, un bolígrafo o un lápiz son sus instrumentos de labor, que alcanza su máxima fortuna en una vieja máquina de escribir. El teléfono es posiblemente su vehículo de transmisión privilegiado, ya que es el aparato que los pone en relación con el mundo exterior. Sin él, su aislamiento sería total.

 

Pero más precarias que las condiciones en que trabajan son las circunstancias que entornan sus vidas, sus personas, pues no reciben salario alguno por su dedicación profesional, subsistiendo de las ayudas que les brindan medios de comunicación u organizaciones de periodistas en el extranjero (Reporteros sin Fronteras, verbigracia), al igual que mediante el premio que les otorgara la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP): Pluma de Oro de la Libertad. Y, por supuesto, de los derechos de autor que reciben cuando sus artículos y reportajes son publicados fuera.

 

Inconcebiblemente, la Unión de Periodistas de Cuba, que, aunque oficial, debía ser una organización corporativa que los amparase, se une a los rufianes de las brigadas tildándolos de “traidores”, “vendepatrias” y “anexionistas de nuevo cuño”.

 

El periodista norteamericano Elise Ackerman, que visitó a Rivero en 1995, describe así su “oficina” de prensa: “Desde su apartamento en Centro Habana [una de las zonas más ruinosas de la capital], Rivero dirige a un puñado de reporteros y a alrededor de una docena de corresponsales en el resto de la isla. (...) Es difícil considerar el desolado apartamento de Rivero como una sala de redacción. Las paredes están descacaradas, la habitación desierta y sólo hay unos sillones, una mesa y un refrigerador. Tras dejar su trabajo en la prensa oficial en 1989, Rivero ha ido vendiendo sus enseres para subsistir. Se refiere a su agencia como ‘una abstracción’, pese a los cientos de despachos que ha distribuido el último año”.

 

Quizá todo esto -quiero decir la clausura de la prensa libre y la actual persecución al periodismo independiente- comenzó al año de instaurarse la revolución en el poder. Para 1960 ya no existía prensa independiente. Uno tras otro todos los periódicos fueron cayendo a lo largo de 1959 y comienzos del 60, de Alerta -diario sin duda batistiano que fue tomado casi el célebre 1 de enero- al Diario de la Marina -conservador-, pasando por El País, El Mundo, Prensa Libre, hasta sumar en torno a una decena de informativos nacionales -los provinciales corrieron igual suerte-. La decapitación más aparatosa fue la de La Marina, al ser festejada como todo un acontecimiento. Siguiendo una práctica que ya había sido ensayada en ciudades del interior, fue “enterrada”. Su “entierro” tuvo lugar en la Universidad de La Habana. Allí, en la histórica colina, fue instalado el sarcófago y “velado” después de haber sido paseado por las calles de La Habana al son de maracas, trompetas y tambores, cual si de una comparsa se tratara.

 

Al día siguiente, el subdirector de Prensa Libre -el más popular diario vespertino, y que no tardaría en “caer” también-, Humberto Medrano, escribiría en un editorial: “Es doloroso ver enterrar a la libertad de pensamiento en un centro de cultura. Es como ver enterrar un código en un tribunal de justicia. Porque lo que se enterró anoche en la Colina no fue un periódico determinado. Se enterró simbólicamente la libertad de pensar y decir lo que se piensa”.

 

Lo curioso es que tan sólo unos meses atrás, en julio de 1959, Fidel Castro había declarado en una comparecencia televisiva: “Nosotros hemos proclamado el derecho que tiene todo el mundo a escribir lo que piensa, desde el Diario de la Marina hasta el periódico Hoy (comunista). Eso es la democracia”.

 

Cuando aún podía ser entrevistado por la prensa extranjera, y sus magníficos artículos eran publicados también en el extranjero, Raúl Rivero le hizo esta lúcida observación al mencionado periodista Ackerman: “Es muy difícil aprender a ser libre y a pensar por uno mismo. Adquirir el lenguaje y el estilo de un hombre libre es un proceso complejo. No ha sido fácil para nosotros [los periodistas independientes]”.

 

En fin, lo que Raúl Rivero temía se ha producido: las rejas de la cárcel se cierran tras él por 20 años. Su indoblegable reclamo a pensar libremente y a expresar con idéntica libertad lo que piensa le ha granjeado este tributo. Mas con el sacrificio suyo, sin duda doloroso, terrible, responde con un sí estremecedor a la demanda de Quevedo: “¿...Nunca se ha de decir lo que se siente?”.

 

César Leante es un escritor cubano que en la década del cincuenta militó en la Juventud Socialista y luego en el Partido Socialista Popular (comunista). En octubre de 1981 solicitó asilo político en España.

  

 

Una transición confiscada,

experiencia de dos corresponsales europeos

Anne Marie Mergier

14 de mayo de 2000

 

Implacable es el análisis de la situación cubana que presentan Denis Rousseau y Corinne Cumerlato en La isla del doctor Castro, una transición confiscada. Publicado hace sólo tres semanas en Francia, ya tiene bastante eco en la prensa francesa y despierta un interés creciente.

 

A lo largo de 300 páginas y 11 capítulos, los dos periodistas franceses radiografían en forma rigurosa y sin complacencia todas las facetas del “crepuscular” socialismo caribeño.

 

Describen minuciosamente la “maquinaria totalitaria del sistema Castro”, las purgas en la cúpula política y en las fuerzas armadas, la caótica economía, el papel de las religiones, la evolución del exilio cubano, sus numerosas y peligrosas contradicciones, la obtusa y a menudo indescifrable política estadounidense hacia la isla, el aumento de la represión después de la visita de Juan Pablo II.

 

Reseñan el creciente desasosiego de una sociedad que sigue padeciendo un control severo del régimen y que se enfrenta hoy a males que habían disminuido en las últimas décadas: delincuencia, consumo de drogas, prostitución, aumento del alcoholismo y del índice de suicidios...

 

Ese trabajo es el fruto de una experiencia de tres años en Cuba, donde Denis Rousseau encabezó la oficina de la Agencia France Presse, y Corinne Cumerlato fue la corresponsal del diario La Croix y del semanario L’Express.

 

Una experiencia “densa, apasionante, a menudo desgarradora y, al final, realmente muy tensa”, que parece haber dejado huellas profundas en ambos reporteros.

 

Ante la amenaza de expulsión lanzada por el gobierno, Rousseau optó por adelantar un año su salida de la isla. Hoy es jefe de información de la oficina de la AFP en Estrasburgo, ciudad del este de Francia que alberga importantes instituciones de la Unión Europea.

 

Entre septiembre de 1996 y julio de 1999, Cuba fue casi el único centro de interés profesional y personal de los dos periodistas. Recorrieron el país a lo largo y a lo ancho, recogieron miles de voces: las de los enigmáticos funcionarios cubanos, de los disidentes hostigados por el sistema, del hombre de la calle, de los universitarios, escritores, periodistas independientes, jóvenes, de los diplomáticos y hombres de negocios europeos y estadunidenses... La del comandante mismo...

 

Estas voces, al lado de datos concretos, cifras, estadísticas oficiales y oficiosas, nutren su libro, que se lee como una novela. Una extraña novela que sería muy negra si no estuviera salpicada por los numerosos chistes que inventan los cubanos para desahogarse...

 

En entrevista, Denis Rousseau dice a la corresponsal: “A lo largo de tres años hemos escrito muchas notas sobre Cuba. De regreso a Francia, nos pareció importante dar una visión global de la situación que hoy prevalece en la isla. Es una situación muy grave que la opinión pública de nuestro país desconoce y que la clase política no ve o no quiere ver”.

 

Corinne Cumerlato precisa: “Nuestro libro es un testimonio sombrío, pero la realidad de esa dictadura en agonía es así de sombría. En Europa se sigue mostrando bastante complacencia hacia Fidel Castro. Muchos lo consideran un ‘buen dictador’, depositario de nuestras utopías, uno de los últimos bastiones de resistencia contra el imperialismo norteamericano. Además de ser falso, ese mito es peligroso, porque opaca la realidad terrible y humillante que enfrentan diariamente 11 millones de cubanos e impide a los políticos europeos inventar soluciones para crear lazos con ese pueblo sin ayudar a la dictadura a mantenerse en el poder”.

 

—Fidel Castro dista de salir engrandecido en su libro. Inclusive, ustedes expresan serias dudas sobre su salud mental...

 

Contesta Denis Rousseau: “Es cierto, pero no somos los únicos en hacerlo ni mucho menos. A pesar de todos los esfuerzos del régimen para negarlo, se sabe que Castro sufrió un ataque cerebral en 1997. Los diplomáticos, hombres de negocios o visitantes extranjeros que pasaron largos momentos con él nos confirmaron, además, que en ocasiones se le va la onda en medio de una conversación. En el libro citamos las confidencias de un diplomático que tuvo la impresión de que Castro estaba como drogado: ‘Lo vi derrumbarse como si las drogas ya no estuvieran surtiendo efecto’, nos aseguró”.

 

Rousseau reflexiona unos segundos antes de agregar:

 

“Experimenté personalmente una especie de crisis de paranoia de Fidel Castro. Fue en julio de 1998. Una noche, a las 2 de la mañana, Castro nos convocó a cuatro representantes de agencias noticiosas: EFE, Reuter, Notimex y AFP. Nos habló durante cuatro horas. Tuve el dudoso privilegio de ser el blanco de una diatriba casi alucinante que duró una hora.

 

“Castro me reprochó que hubiera utilizado la locución sin embargo en una nota en la que había reseñado sus ataques crecientes a la prensa extranjera. En ese texto señalaba estos ataques y precisaba que, sin embargo, el líder máximo se guardaba de hablar de lo que lo había enfurecido: los rumores persistentes sobre la grave enfermedad que había padecido en 1997.”

 

—¿Castro le habló realmente una hora de ese sin embargo?

 

—Una hora completa. Esa locución se había convertido para él en una autentica obsesión y eso me impresionó. Esa experiencia fue determinante para mí. ¡Fue tan absurdo y desproporcionado que en plena noche un jefe de Estado perdiera tanto tiempo para regañar a un simple periodista por una mera locución...! Salí de ese encuentro convencido de que Castro no andaba muy bien.

 

Ese episodio le confirmó, además, que estaba en la mira de Fidel.

 

La visita papal

 

Rousseau y Cumerlato insisten en que el régimen controla todos los medios de comunicación cubanos, incluyendo Internet, y presiona a los medios extranjeros. Explican que hay una veintena de agencias de prensa independientes que intentan existir en la isla, en las que trabajan en condiciones precarias un centenar de periodistas, atacados por la prensa oficial, vigilados y perseguidos por las autoridades, a veces enjuiciados y encarcelados.

 

Recuerda Cumerlato: “Cuando llegamos a Cuba, en septiembre de 1996, se estaba tramitando el viaje del Papa. En ese contexto, el régimen autorizó una ligera apertura que fue inmediatamente aprovechada, entre otros, por los periodistas independientes. A nosotros también, como corresponsales extranjeros, ese espacio de libertad, aunque mínimo, nos sirvió mucho en nuestro oficio.

 

“Por supuesto, todos estábamos bajo estricta vigilancia. Teléfonos y faxes intervenidos... Inclusive nuestra computadora personal fue ‘modificada’ sin que lo supiéramos, lo que limitó nuestro acceso a ciertos bancos de datos... Los funcionarios se daban el lujo de ‘aconsejarnos’ que dejáramos de tratar ciertos temas o de bajar el tono de algunos títulos... Consejos que, por supuesto, no seguimos nunca... A veces lo hacían en forma amable, a veces en forma más autoritaria. Pero mal que bien se podía trabajar.”

 

Interviene Denis Rousseau: “Todo cambió después de la visita de Juan Pablo II, que se realizó a finales de enero de 1998. El régimen midió las consecuencias que podía tener para su propia sobrevivencia el hecho de otorgar más libertades a los cubanos. Se sintió tambalear y empezó a desatar una represión muy dura contra los disidentes y la prensa independiente, agudizando al mismo tiempo sus presiones sobre la extranjera”.

 

Cumerlato y Rousseau reseñaron esa represión en sus notas y reportajes e intentaron ser impermeables a las presiones. Se complicó su situación en Cuba. Rousseau empezó a ser objeto de ataques en la prensa cubana, sufrió medidas de intimidación.

 

Su situación empeoró en el primer trimestre de 1999, a raíz de dos acontecimientos graves: la promulgación de la Ley 88 de Protección de la Independencia y de la Economía de Cuba y el juicio de cuatro disidentes emblemáticos.

 

Esa ley prevé un castigo que puede llegar a 20 años de cárcel para quien “perturbe el orden público” o “entregue informaciones” susceptibles de favorecer la política estadounidense contra Cuba.

 

Explica Denis Rousseau: “El objetivo de esa ley era claro: amordazar a la disidencia y a los periodistas independientes cubanos, pero también a los extranjeros. Por supuesto, los corresponsales nos rebelamos”.

 

Rousseau recuerda conferencias de prensa bastante agitadas, primero con Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional, y luego con Alejandro González, vocero oficial del gobierno, apodado Voz Cero por los corresponsales:

 

“González explicó que la Ley 88 no había sido elaborada contra los corresponsales, pero precisó que todos los extranjeros radicados en Cuba tenían la obligación de respetar la legislación del país. Luego agregó, mirándome a los ojos: ‘De todas maneras, antes de buscar la aplicación de la ley, las autoridades cubanas expulsarán al periodista que la viole...’. El mensaje era claro.”

 

La cobertura que la AFP hizo de toda la polémica suscitada por esa ley no gustó en las más altas esferas. Menos aún la cobertura, en marzo de 1999, del juicio contra Martha Beatriz Roque, René Gómez Manzano, Félix Antonio Bonne Carcassés y Vladimiro Roca Antúnez, fundadores del “Grupo de trabajo de la disidencia interna para el estudio socioeconómico de la situación cubana”.

 

“A pesar de todos los esfuerzos de las autoridades para impedir a la prensa y al cuerpo diplomático asistir a ese juicio, el equipo de la AFP trabajó intensamente el tema. Supe que nuestras notas fueron ampliamente reproducidas por los medios de comunicación internacionales. En ese campo, debo decir que dejamos atrás a nuestros competidores...”, enfatiza Rousseau.

 

Agrega: “El hecho no escapó a Castro, quien es un lector fanático de las notas de las agencias. Lee sistemáticamente todas las relacionadas con Cuba. Además, lee todas las notas de prensa que le mandan sus embajadores. Me enteré de que Castro había entendido el daño que había hecho a la imagen internacional de Cuba nuestra cobertura del juicio de los cuatro”.

 

Entonces, la estadía de Cumerlato y Rousseau en Cuba se volvió realmente muy difícil. Sabían que corrían el riesgo de ser expulsados en cualquier momento. Se los confirmaban fuentes diplomáticas. Rousseau fue denunciado como agente de la CIA, con nombre y apellido, en órganos de la prensa oficial. Policías montaban guardia ante su casa y en las calles adyacentes. En los cocteles del cuerpo diplomático, los invitados se asombraban por “verlo todavía en Cuba”...

 

Los dos reporteros pudieron medir la amplitud del ostracismo desatado en su contra cuando el selecto club de empresarios franceses en La Habana les cerró sus puertas.

 

Finalmente, en julio de 1999 Rousseau decidió regresar a Francia. Su contrato en Cuba era de cuatro años. Cumplió tres.

 

Hoy explica que sirvió de chivo expiatorio y que, mediante la persecución de que fue objeto, el régimen buscó intimidar a sus colegas extranjeros.

 

“Trabajé en Cuba como trabajé en mis puestos anteriores, en Madrid o Marsella. Pero en el contexto del endurecimiento del régimen, que se inició a mediados de 1998, ser simplemente profesional era subversivo...”

 

Miedo a todo

 

En su libro, Cumerlato y Rousseau insisten también mucho en el miedo que paraliza a la isla e impide, en gran parte, la preparación seria de una transición poscastrista.

 

Según los reporteros, los cubanos temen seguir careciendo de todo, a “los policías, los soplones, los presidentes de los CDR; temen a sus vecinos, sus responsables sindicales y sus jefes en el trabajo”. Temen que la situación siga estancada durante años más con su cortejo de “opresión, propaganda, escasez, tiempo parado, doble lenguaje, doble moral, doble moneda y las salidas de sus amigos al exilio”. Pero también temen cambios que les arranquen lo poco que tienen y desemboquen en el caos.

 

Los miembros del aparato político tiemblan por su porvenir. Saben, más que nadie, que Castro es mortal y que es difícil prever lo que desatará su desaparición. De igual forma tiembla la minoría que se enriqueció con el régimen.

 

En la Casa Blanca también crece la preocupación. Afirman los periodistas: “En Washington no se descarta la idea de alguna locura de Castro. Al principio de este año, alarmado por el comportamiento extraño del líder cubano, el Departamento de Estado pidió a la CIA actualizar el perfil psicológico de Castro. Los estadounidenses aluden a un ‘síndrome de hiperactividad geriátrica’ y recuerdan que Mao lanzó su revolución cultural cuando tenía 73 años. Castro tiene la misma edad”.

 

El comandante no escapa al miedo, afirman Cumerlato y Rousseau. Por el contrario, el miedo sería el eje central de su política.

 

“Castro teme perder el control. Para él la palabra ‘transición’ es tabú. Con la caída del muro de Berlín su mundo se derrumbó. Desde entonces ‘remienda’. Abre por un lado para evitar la bancarrota, cierra por otro para reprimir todo pensamiento libre y, por lo tanto, subversivo.

 

“Además, teme sufrir el destino de su colega en dictadura, Augusto Pinochet. Por eso no fue a Seattle, en noviembre de 1999, para denunciar la globalización de la economía. El líder cubano sabe que hay demandas judiciales en su contra en Estados Unidos.

 

“Su manejo del caso Elián quedará probablemente en la historia como el sobresalto más espectacular de ese régimen moribundo, con su derroche de movilizaciones de corte nacionalista, su logomaquia llena de odio y su estrategia delirante.”

 

—En su libro se refieren a menudo al caso Elián...

 

—A pesar de que esa historia empezó después de nuestra salida de Cuba, la destacamos porque es muy ilustrativa de lo que buscamos demostrar en nuestro libro: con tal de mantenerse en el poder, Castro está dispuesto a llegar a cualquier extremo —explica Rousseau.

 

Precisa Cumerlato: “La cumbre iberoamericana que se llevó a cabo a finales de 1999, en La Habana, fue una gran derrota para Fidel, que no pudo impedir que líderes de España y América Latina se reunieran con los disidentes. El caso de Elián le permitió demostrar que todavía tiene la capacidad de controlar, galvanizar y movilizar a ‘su’ pueblo. Además, las manifestaciones multitudinarias que organizó le sirvieron de cortina de humo para incrementar la represión”.

 

Insiste Rousseau: “El manejo del caso Elián tiene dos consecuencias directas en Estados Unidos: aisló a la comunidad cubana de Miami del resto de la sociedad y de la clase política estadounidenses y, por lo tanto, obligará a los políticos norteamericanos a reconquistar a esa comunidad, que tiene un peso económico y político muy importante. Para lograrlo tendrán que endurecer su actitud hacia Cuba. Es exactamente lo que busca Castro, quien, a pesar de todos sus discursos apasionados contra el imperialismo norteamericano, necesita el bloqueo para justificar el estrepitoso fracaso de su régimen”.

 

Seis hipótesis

 

En el último capitulo de La isla del doctor Castro, Rousseau y Cumerlato exponen seis hipótesis sobre la transición hacia el poscastrismo.

 

Según la primera, que los periodistas llaman guión pinochetista y en la que sueñan el Papa, las diplomacias latinoamericanas y europeas y la disidencia moderada, Castro en persona debería emprender, cuanto antes, un proceso real de cambio democrático, lo que le permitiría salvar su leyenda revolucionaria y el porvenir de quienes lo rodean.

 

La segunda, llamada guión tunecino, alude a la “revolución de palacio” que se produjo en Túnez en 1987: considerado “senil”, el presidente Habib Burguiba fue destituido por su primer ministro Zin El Abidin Ben Ali, actual presidente, tan déspota como su antecesor. Ben Ali es general y empezó su carrera en los servicios de seguridad. Castro tomaría en serio esa hipótesis, lo que justificaría las purgas sucesivas en las Fuerzas Armadas cubanas. El Departamento de Estado, la CIA y parte del exilio cubano no consideran esa eventualidad como descabellada.

 

Tercera posibilidad: el guión haitiano, es decir, el caos que seguiría a la muerte natural de Fidel. Es la más temida por todos, dentro y fuera de Cuba. Los más pesimistas prevén arreglos de cuentas sangrientos, una guerra de sucesión que desencadenaría una guerra civil y el éxodo masivo de cubanos hacia Estados Unidos, y, por supuesto, una intervención militar estadounidense realizada por marines y exiliados sedientos de revancha...

 

Los defensores del guión constitucional afirman que, después de la muerte natural de Castro, su hermano Raúl asumiría la Presidencia interina, para confiar después el poder a los tecnócratas, dejándoles emprender las reformas que se imponen. ¿Quién podría encabezar al Estado cubano? Se habla de Ricardo Alarcón, actual presidente de la Asamblea Nacional; Carlos Lage, vicepresidente; Marcos Portal de León, responsable del sector industrial; José Luis Rodríguez, ministro de Economía, o Francisco Soberón, presidente del banco central.

 

El guión español prevé, después del fallecimiento de Castro, la negociación de un pacto de reconciliación nacional para evitar la guerra civil. La Iglesia cubana aboga por esa posibilidad y se dice dispuesta a actuar como mediadora. El ala más radical del exilio cubano rechaza esa hipótesis.

 

Finalmente, está el guión político-militar, que imagina un gobierno provisional asumido por una junta integrada por tecnócratas civiles, encabezados por Lage y Alarcón, y representantes de las Fuerzas Armadas, como los generales Ulises Rosales del Toro y Álvaro López Miera, respectivamente ex y actual jefe del Estado Mayor.

 

La presencia de militares en el gobierno permitiría mantener el orden y preservaría los intereses del “complejo económico-militar”, que se fue consolidando en los últimos años. Para obtener el reconocimiento internacional, esa junta debería tomar rápidamente medidas “positivas”: amnistía para presos políticos, libertad de prensa y asociación y regreso de los exilados...

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.