Represión e intolerancia

Efrén Córdova

 

Raíces de la represión y la violencia

 

La represión ha sido consubstancial a la revolución y ha estado presente en forma directa o indirecta en todas las etapas de su existencia. No podía ser de otro modo dadas sus raíces marxistas y autoritarias, los rasgos principales de la personalidad de Castro y la índole de la resistencia cívica suscitada por la implantación de un régimen de estirpe totalitaria.

 

Que el comunismo ha estado siempre asociado con la aplicación de medios violentos, es fácil de documentar. Desde sus primeros textos, Marx y Engels proclamaron abiertamente que los objetivos del comunismo sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente».1 Lenin a su vez pondría más tarde de relieve la importancia de imprimirle un carácter violento a la que él llamaba la inevitable revolución socialista2 y aún más afirmaría sin titubeos que los comunistas no habían renunciado nunca, ni podían renunciar al terror, forma de acción que era a su juicio «completamente útil y hasta indispensable».3 La propia fórmula de la dictadura del proletariado entraña por su parte autoritarismo y concentración absoluta de poderes.

 

El movimiento revolucionario que llegó al poder en 1959, no podía escapar al influjo de esas prédicas. Su objetivo era efectuar un cambio total de estructuras independientemente de los deseos del pueblo y sin excluir para ello el uso de la violencia. El régimen que sus jefes instauraron es al propio tiempo sucesor y beneficiario de las experiencias totalitarias vividas en este siglo; de ellas heredó el propósito de absorción de todos los poderes por la élite revolucionaria que se hizo cargo del gobierno. Los bolcheviques afirmaron esa pretensión con el lema de «todo el poder para los soviets». Mussolini definió ese rasgo totalitario y excluyente postulando que «todo debía estar dentro del Estado, nada fuera de él». Hitler enfatizó la subordinación del individuo al Estado y la obediencia de las masas al Fuhrer.

 

Fidel Castro accedió al poder con todas esas influencias en su mente. Su ascensión al liderazgo de la revolución no fue accidental ni fortuita sino el resultado de circunstancias propicias y acciones planeadas y ejecutadas en consonancia con sus ambiciones, sus lecturas y el apoyo de colaboradores de extracción marxista. Retener a toda costa el poder ya conquistado ha sido el leit motiv ulterior de todas sus políticas. Todo cuanto ha ocurrido en Cuba después -su adhesión al campo socialista, su antiamericanismo sistemático y sus medidas autoritarias- corresponden a su propósito de detentar un poder absoluto, personal y de duración indefinida. Ese propósito lo impulsó en primer lugar a la dictadura, la cual provocó a su vez la resistencia cívica y ésta generó un nuevo ciclo de represión.

 

Llevar a cabo esa represión en forma drástica e implacable correspondía al propio tiempo a la personalidad de Fidel Castro. Tal como se explica en otro capítulo de este libro, el Fidel Castro anterior a 1959 fue mostrando sus inclinaciones en una serie de hechos significativos: su participación en el Bogotazo y la expedición de Cayo Confites, su intervención en las agitadas y a veces violentas luchas estudiantiles y su adhesión al grupo terrorista Unión Insurreccional Revolucionaria. Aunque Castro no llegó a ser figura principal de esta organización, su pertenencia a la misma tiene particular importancia. Dirigida por Emilio Tro, un veterano de la II Guerra Mundial que probablemente sufría de psicosis de guerra, UIR era «una organización que creía febrilmente en la violencia como método».4 No tenía un programa conocido pero sí un lema perentorio: «la justicia tarda pero llega». Curiosamente se enfrentaba a otro grupo de acción llamado Movimiento Socialista Revolucionario, dirigido por Rolando Masferrer, veterano de la Guerra Civil española. Uno y otro grupo estaban integrados por gente impulsiva, ambiciosa y sin escrúpulos que aspiraba a llegar al poder político sin reparar en los medios y es en ese ambiente de violencia delirante y justicia expeditiva donde hay que ir a buscar las raíces más hondas de la vocación por la violencia y la represión de Castro.5 Cuando Batista llevó a cabo en 1952 su malhadado golpe militar, a Castro se le abrieron los cielos. Advirtió enseguida las posibilidades de alcanzar las más altas posiciones por la vía de la acción directa. El antiguo pandillero, dotado por lo demás de gran inteligencia, se tornó guerrillero. Sus inclinaciones y experiencias bélicas se prolongarían entonces con móviles más nobles en el asalto al Cuartel Moncada y en la lucha de guerrillas de la Sierra Maestra y esas vivencias contribuirían a arraigar en su psiquis una buena dosis de caudillismo y autoritarismo.

 

Con esas características personales llegó Castro al poder en 1959. Pocos sabían entonces que había llegado también con el designio de utilizar la revolución nacionalista y democrática que había dado al traste con la dictadura de Batista para establecer en su propio beneficio una dictadura del proletariado. Para la gran mayoría de los cubanos que sintieron en 1959 un renacer de la democracia y la esperanza de un mejor destino nacional, el propósito de Castro era inaceptable y sabía a traición. Se inicia así la reacción anticastrista que lleva ya 40 años de actividad y se hizo pronto claro que Castro sólo podía realizar su designio personal a costa de convertir a Cuba en un país emasculado y sometido.

 

Las primeras manifestaciones del ciclo de acciones y reacciones que conforman estos 40 años de revolución no tardarían en producirse.

 

El paredón de fusilamiento

 

El 10 de enero de 1959, 72 oficiales y soldados del Cuartel Moncada en Santiago de Cuba fueron fusilados por orden de Raúl Castro. El tribunal que los condenó a muerte estuvo presidido por el Comandante Manuel Piñeiro quien más tarde ocuparía altos cargos en la revolución. Otros fusilamientos de militares y civiles tuvieron lugar en varias ciudades de la isla. En La Cabaña, por ejemplo, Ernesto Guevara dispuso la ejecución de 55 personas; los juicios duraban apenas unas horas y la decisión final la tomaba casi siempre el propio Guevara.6

 

Así empezó la ola de terror con que se estrenó el Gobierno Revolucionario dirigido por Fidel Castro. En medio de la gran alegría popular que siguió a la caída de Batista, la revolución estaba sentando un ejemplo y enviando un mensaje. En un caso famoso, el del Coronel Jesús Sosa Blanco, el juicio llevado a efecto en el Palacio de los Deportes tuvo las características de un circo romano. El proceso se trasmitió por televisión a todo el país y el inculpado que en todo momento alegó que era un militar que cumplía órdenes superiores, fue por supuesto fusilado. En Santa Clara, el Coronel García Olayón fue fusilado ante las cámaras de cine y televisión y en igual forma pereció el Coronel Cornelio Rojas. Junto a los militares fueron ejecutados algunos funcionarios civiles, no pocos informantes y alguna que otra víctima de venganzas personales o arreglos de cuenta.

 

No hay cifras exactas sobre el número total de fusilados en esa primera etapa de la revolución. Duarte Oropesa habla de fusilamientos masivos y de ola de fusilamientos.7 Hugh Thomas afirma que más de 200 personas fueron fusiladas entre el 1 y el 20 de enero.8 Juán Clark cita 485 fusilados durante 1959 y otros 146 más condenadas a muerte pero no ejecutados.9 Samuel Farber alude a varios centenares.10 Rafael Fermoselle11 y Enrique Encinosa12 dicen que en las primeras tres semanas de enero se llevaron a cabo no menos de 288 fusilamientos. Un solo fiscal, Carlos Amat, fue responsable de la ejecución de unas 100 personas. En esas primeras semanas de revolución muchos fueron los ajusticiados que se enterraron en forma colectiva en zanjas abiertas con motoniveladoras.

 

No había razón militar alguna para ese baño de sangre. El ejército de Batista había depuesto las armas en todas partes; no había foco alguno de resistencia y el país vivía momentos de intensa alegría. La justificación se trató de encontrar en el mito de las 20.000 víctimas del régimen de Batista y el rótulo de criminales de guerra que se endilgó a todos los fusilados. La leyenda de los 20.000 muertos fue uno de los primeros productos de la propaganda castrista ayudada en este caso por la revista Bohemia que no se cansó de publicar reportajes de crímenes atroces y fotografías de cadáveres abandonados. Quienes investigaron a fondo la cuestión descubrieron, sin embargo, que en los archivos de Bohemia no pasaban de 700 las denuncias de asesinatos y que el número total de personas que perdieron la vida en forma violenta (incluidas las bajas de la Sierra Maestra) era de 1,703.13 Algunos de los ajusticiados habían sido asesinos y torturadores pero eran los menos. No es posible olvidar que ninguno de los fusilados ocupaba una alta posición en el régimen de Batista; los grandes responsables de ese nefasto régimen se asilaron o escaparon en los primeros días de enero.

 

Sí existían, en cambio, poderosas razones políticas que explican las ejecuciones. Castro quería distanciar la revolución desde su inicio de la Cuba de ayer. Deseaba enfatizar el carácter drástico e implacable de la Segunda República e identificar al pueblo con sus propósitos radicales. Aunque fueron varios los comandantes rebeldes que se distinguieron por su revanchismo, quienes inspiraron la ola de fusilamientos fueron los hermanos Castro y los motivos que tuvieron para ello se relacionan con sus planes de largo plazo. La mejor prueba de ello se tiene en la anulación que contra todos los principios jurídicos, Fidel Castro decretó en el juicio seguido contra los 43 aviadores acusados de bombardear la población civil. Absueltos por un tribunal revolucionario, un Castro iracundo dispuso que se les juzgara una segunda vez y por supuesto se les condenara a largos años de prisión.

 

La prensa extranjera reaccionó con horror ante las fotos y películas de los fusilamientos y fue para ripostar a esas críticas que Castro convocó al pueblo a la gran concentración del 22 de enero de 1959. Ese día Castro advirtió que su oratoria ejercía «extraños poderes de coerción emocional»14 sobre una gran parte del pueblo; ese día se forjó una alianza entre Castro y esa parte de la sociedad que algunos acostumbran llamar plebe. Centenares de miles de cubanos lanzaron ese día el siniestro grito de ¡paredón! en apoyo de los fusilamientos y Castro supo desde entonces que podía contar con ellos para su empresa de odio y enfrentamiento. Había cobrado fuerza el culto a la idea de revolución, se había materializado la concepción radical, violenta y delirante de la vida social y política15 y de repente comenzaron a proliferar por todas partes los nuevos «sans-culottes». Si el Máximo Líder convirtió ese día al pueblo cubano en cómplice de la muerte de centenares de compatriotas, sin duda que podía contar con ellos a la hora de las expropiaciones, las destituciones y los encarcelamientos. La fórmula consistiría simplemente en hacer creer al pueblo que era agente activo del proceso revolucionario. Ya Castro había estado utilizando con habilidad su mensaje de odio al poderoso y ahora su primer ensayo de «democracia directa» le indicaba que el terreno era propicio para seguir adelante. Lector ávido de Lenin recordaría sin duda su apología de la violencia y su elogio de la agitación general y sistemática.

 

Aplicación ulterior de la pena de muerte

 

Los fusilamientos no terminaron con la racha sangrienta de 1959 ni tampoco se limitaron sólo a los partidarios del régimen de Batista. La pena capital se ha seguido invocando después a lo largo de estos 40 años y se ha aplicado a cuantos se han atrevido a retar y poner en peligro el poder omnímodo de Castro. Prácticamente abolida en Cuba en la Constitución de 1940 y escasamente utilizada en la república, la pena de muerte se convirtió en rutina judicial. Entre el 1 de enero de 1959 y el 29 de noviembre de 1961, el régimen de Castro decretó la pena de muerte con respecto a 29 figuras delictivas, casi todas relacionadas con actividades contrarrevolucionarias.

 

Tras la ejecución de los elementos ligados a la dictadura de Batista, los fusilados en el decenio de 1960-70 fueron principalmente los que desde el exterior o en el interior de la isla tuvieron el coraje de enfrentarse a la nueva dictadura. Figuran entre ellos los dirigentes de los grupos y facciones que habían luchado por un retorno a la democracia y se sentían traicionados por el giro autoritario y marxista que Castro estaba imprimiendo a la revolución. Cuantos cubanos participaron en acciones clandestinas de infiltración, alijo de armas o desembarco de pertrechos arriesgaron también sus vidas y algunos fueron en efecto ejecutados. No escaparon al pelotón de fusilamiento altos oficiales, clases y soldados del Ejército Rebelde acusados de conspirar. En agosto y octubre de 1962 sólo en La Cabaña el gobierno fusiló a docenas de ellos. Tampoco salvaron sus vidas los tres sindicalistas empleados de la Compañía Cubana de Electricidad implicados en el sabotaje de la calle Suárez en 1961.

 

Los procesos criminales que conducían a la ejecución carecían de garantía alguna de imparcialidad. No la había en la naturaleza misma del órgano encargado de decidir sobre la vida o muerte del inculpado. Esos órganos fueron primero los tribunales militares o revolucionarios, incapacitados por su propia índole para juzgar con objetividad, y más tarde los tribunales populares, dependientes del Consejo de Estado y la Asamblea Nacional, y renuentes por ello a apartarse de las instrucciones tácitas o explícitas que recibían. Quienes más se destacaron en los primeros años como fiscales, presidentes de tribunales o incluso interrogadores de la Seguridad del Estado fueron recompensados con las más altas posiciones. Manuel Piñeiro llegó a ser Vice Ministro del Interior, Carlos Amat Ministro de Justicia, el interrogador Isidoro Malmierca Ministro de Relaciones Exteriores y Augusto Martínez Sánchez, fiscal del segundo juicio de los aviadores, Ministro de Defensa y de Trabajo. Quienes del lado contrario se distinguían por el vigor y fogosidad de sus defensas podían ser después encarcelados como le sucedió a los abogados Aramís Taboada y Lázaro Ginebra.

 

Tampoco eran adecuados los procedimientos que se seguían. Los acusados de delitos contrarrevolucionarios no tenían derecho al recurso de habeas corpus ni podían invocar las otras garantías procesales que se reconocen en otros países. Los juicios se tramitaban en forma sumaria o sumarísima y las apelaciones se hacían al principio ante el mismo tribunal que dictaba la condena. En la mayor parte de los casos las sentencias se basaban exclusivamente en los alegatos del fiscal o en los informes que posteriormente rendían los órganos de la Seguridad del Estado. Todavía hoy la Constitución reformada en 1992 permite que las leyes penales tengan efecto retroactivo «cuando así lo dispongan por razón de interés social o utilidad pública»16

 

Condenando así en forma despiadada y expeditiva, la revolución fue sofocando alzamientos, infiltraciones, sabotajes y otras manifestaciones de resistencia. Leyes especiales y reformas de los códigos penal y militar fueron previendo la pena capital para una nueva gama de delitos, incluyendo incendio de cañaverales, sabotajes a fábricas e instalaciones y varios tipos de sedición. Los hermanos Castro fueron así haciendo claro que la revolución que ellos dirigían iba a instaurar una suerte de terror permanente, una revolución sin Termidor. La pena de muerte o su simple amenaza servirían para hacer el vacío a su alrededor. Si para perpetuarlos en el poder era necesario sacrificar incluso la vida de un antiguo comunista como fue el caso de Marcos Rodríguez en 1963, Castro y su hermano no vacilaban en autorizar el fusilamiento.

 

El Comandante en Jefe no ha tenido nunca escrúpulos en suprimir vidas, incluso de sus compañeros de armas, si bien a veces revestía sus actos de la mayor hipocresía. A la madre y los hermanos de Humberto Sorí Marín les aseguró que éste no sería ejecutado y lo mismo hizo muchos años más tarde con los familiares de Arnaldo Ochoa y Tony La Guardia. Su dureza y falta absoluta de valores morales eran vicios transmisibles que contagiaban por ejemplo a los que se ofrecían para integrar pelotones de fusilamiento.

 

Los fusilamientos reales eran ejercicios macabros que seguían un mismo guión. He aquí cómo describe los fusilamientos de La Cabaña quien los conoció de cerca por ser figura importante de la revolución:

 

«Las noches de fusilamiento estaban cargadas de un creciente clima de terror. Alrededor de las 11 de la noche encendían un potente reflector que iluminaba el palo enterrado en que amarraban a los condenados a muerte. Media hora después comenzaban a llegar los espectadores que se regaban por los alrededores. No se podía dormir en las galeras donde reinaba la tensión. Pocos minutos antes del fusilamiento se oía perfectamente el ruido del motor del carro celular que iba a buscar a los condenados a las capillas que estaban al otro lado de la prisión. Se escuchaban luego los ruidos de la puerta trasera por donde sacaban al condenado; la sensación de impotencia y desesperación era verdaderamente insoportable. No hay nada más desgarrador que la profunda sensación de horror que producían los fusilamientos en La Cabaña. La descarga mortal y el tiro o los tiros de gracia eran como un alivio para todos. Los gritos de ¡Viva Cuba libre! y ¡Viva Cristo Rey! que lanzaban los condenados aumentaban la tensión colectiva acumulada en las galeras. Y como casi siempre había varios fusilamientos programados pronto empezaba de nuevo el siniestro rito».17

 

Las secuelas de Playa Girón

 

La acción represiva llegó al clímax con ocasión de la frustrada invasión de Bahía de Cochinos. La forma irresponsable como se planeó y ejecutó la operación permitió al régimen arrestar, detener y en algunos casos ejecutar a muchos conocidos anticastristas. El G2 como era entonces conocido el órgano encargado de abortar la creciente marea oposicionista tuvo oportunidad de desarticular a tiempo a los grupos subversivos que actuaban en las ciudades. Entre el 17 y el 20 de abril quince de los principales líderes de la resistencia fueron fusilados en La Cabaña.18 Otros fusilamientos tuvieron lugar en ciudades del interior. El operativo policial produjo así el desplome del llamado «frente interno» que se suponía iba a abrirse en concomitancia con la invasión. Cubanos del exterior que habían desembarcado en los días que precedieron a la invasión así como sus agentes y enlaces en la isla fueron encarcelados y algunos de sus líderes como Rafael Díaz, Manuel Puig y Eufemio Fernández fueron también fusilados.

 

Tan pronto como ocurrió el preludio de la invasión que fueron los ataques aéreos del 15 y 16 de abril se produjo la gran redada de cuantos a los ojos del régimen pudieran serle desafectos. No se trataba sólo de arrestar a los sospechosos ni de vigilar de cerca a quienes se habían manifestado en contra del rumbo totalitario que Castro había dado a la revolución. Se procedió por el contrario a colocar bajo custodia a cuantos por su origen social, lugar de residencia e incluso profesión podían considerarse contrarios potenciales a la República Socialista que por esos mismos días había sido proclamada. Cientos de miles de cubanos fueron así internados en stadiums deportivos, teatros y edificios públicos. En el teatro Blanquita en Marianao por ejemplo, unos 3.000 ciudadanos fueron concentrados durante 7 días y similares internamientos tuvieron lugar en estaciones de policía, centros escolares y casas particulares. El G2 habilitó varias casas vecinas en Miramar para la retención de quienes por cualquier motivo podían estimarse contrarios al régimen. En una de ellas, 300 personas permanecieron hacinadas durante varios días sin alimentos adecuados ni facilidades higiénicas, durmiendo en el suelo y privados de comunicación con el exterior.

 

La infausta invasión se saldaba con un doble fracaso: el de la Brigada de Asalto que apenas pudo luchar tres días y el de la liquidación de los grupos clandestinos que tanta fuerza estaban adquiriendo. Quedará sin duda en la historia como una de las operaciones más desatinadas que se hayan concebido jamás. Ciento catorce miembros de la Brigada murieron en la operación; cinco brigadistas hechos prisioneros en Bahía de Cochinos fueron más tarde ejecutados; nueve murieron asfixiados en la rastra que los conducía a La Habana y otros perecieron de inanición en las frágiles embarcaciones en que lograron escapar. Hubo también desde luego, un elevado número de bajas del lado de las fuerzas del gobierno. Así se saldaba en un baño de sangre la aciaga operación que un Informe posterior del Inspector General de la CIA reconoció con gran benevolencia que «estuvo mal organizada» y cuyo efecto sobre la moral del exilio fue devastador. El control norteamericano de la invasión serviría también para engrandecer la figura de Castro y proporcionar nuevos faustos al calendario revolucionario.19

 

Entre Playa Girón y la crisis de los cohetes de 1962 se sucedieron conspiraciones, alzamientos, luchas guerrilleras e intentos de subversión. Apareció un Frente Anticomunista de Liberación que junto a otros grupos revolucionarios contó con el apoyo de oficiales del Ejército Rebelde y tuvo amplio respaldo ciudadano. Fueron frecuentes los sabotajes, las infiltraciones, los ataques de tipo comando y se intentó incluso la eliminación física de Castro. Todo se estrelló frente al muro cada vez más infranqueable del sistema represivo castrista. Enrique Ross sostiene que esos actos de rebeldía costaron la vida de más de 500 cubanos.20 A sangre y fuego Castro fue también aniquilando las guerrillas campesinas del Escambray y a modo de escarmiento dispuso luego el traslado y destierro en el Occidente de Cuba de cientos de familias campesinas que residían en la zona del conflicto, «despojándolos de las tierras que cultivaban, confiscándoles cuanto poseían y lanzándolos despiadadamente a la miseria y la desesperación».21

 

Al margen de la represión organizada están las masacres y otras manifestaciones anómicas de brutalidad policíaca. En Cuba el régimen prefiere olvidarlas pero la memoria histórica del exilio las tiene presente. Son manchas de la revolución que no se pueden borrar: los asesinatos de Barlovento en enero de 1962, la ejecución de 40 integrantes de las guerrillas anticastristas del Escambray en 1963-64, la masacre de Río Canímar de julio de 1980 y más recientemente el vil exterminio de 41 hombres, mujeres y niños ahogados en la embestida del remolcador 13 de marzo en 1994.22 Hechos de esa naturaleza hacen recordar las palabras del Che Guevara: «El odio implacable hacia el enemigo nos impulsa por encima y más allá de las limitaciones naturales del hombre y nos transforma en efectivas, violentas, selectivas y frías máquinas de matar».23

 

Algunos fusilamientos ocurridos durante esos años eran ampliamente publicitados para que sirvieran de escarmiento. Otros se mantenían en secreto si se estimaba que su número creciente podía generar juicios adversos. Se explica así la dificultad de ofrecer un cómputo más o menos confiable del total de cubanos ejecutados por el régimen de Castro. Tal vez el recuento más exacto es el de Esteban Beruvides quien fija en 5.000 el número de cubanos fusilados, asesinados o ahogados en el Canal de la Florida y ofrece nombres, fecha y lugar del fallecimiento. Dicho autor se apresura, sin embargo, a declarar que su cómputo representa no más del 15 al 17 por ciento de los muertos en la lucha contra Castro o la huida del país.24 Por su parte la Fundación de Derechos Humanos en Cuba estima en 18.000 el número de víctimas del régimen de Castro.

 

Pasados algunos años, la represión directa cedió el paso a otros métodos que si bien eran menos draconianos, también tenían un alcance más generalizado, tales como los encarcelamientos indiscriminados, el perfeccionamiento del sistema de vigilancia, la privación del empleo y las presiones sociales y psicológicas.

 

El presidio político

 

Tampoco hubo en Cuba antes de la revolución tradición de encarcelamientos masivos de opositores al gobierno. Hubo arrestos arbitrarios, penas de privación de libertad y crímenes en la época de Machado y de Batista, pero no se colmaron las cárceles. Esta situación cambió, sin embargo, radicalmente en 1959. La revolución mostró una temprana inclinación para enviar a prisión a cuantos se mostraban contrarios a Castro o se limitaban a discrepar de sus planes.

 

Los encarcelamientos fueron aumentando a medida que se hacía patente la orientación totalitaria del régimen castrista y se tomaba conciencia de la traición que representaba con respecto al movimiento de liberación democrática que había derrocado a Batista. Pronto comenzaron a hacinarse las cárceles de presos políticos que el gobierno invariablemente calificaba de gusanos y contrarrevolucionarios. Ya no bastaban las viejas cárceles de Isla de Pinos, La Cabaña y El Príncipe; hubo necesidad de construir 200 nuevas prisiones que puntearon la geografía de la isla de un extremo al otro. No tardaron en adquirir triste notoriedad los nombres de Boniato, Combinado del Este, Combinado del Sur, Kilómetro 7, Kilómetro 5½ y Manto Negro, esta última destinada sólo para mujeres como era antes la de Guanajay.25 En algunas cárceles se construyeron calabozos subterráneos o tapiados como fueron los del tenebroso Rectángulo de la Muerte en el Combinado del Este. A las prisiones vinieron a sumarse los campos de concentración como el de Manacas y los de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP).

 

En 1967 cuando se cerró el antes llamado Presidio Modelo de Isla de Pinos sus registros indicaban que desde 1959 más de 13.000 cubanos habían estado recluidos allí. En La Cabaña, en cuyos patios resonaba el eco de las descargas que segaron tantas vidas, la cifra se elevaba por esa época a 3,000 y otros tantos fueron internados en El Príncipe. Todavía en los años 80 la población penal de la prisión de Ariza en Cienfuegos oscilaba entre 2.000 y 2.500. A fines del decenio de 1960 la cifra de los prisioneros políticos pasó a 60.000 reclusos.26 La Comisión de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional calculaba que la población carcelaria total del país se elevaba en 1991 a 100.000 personas.27

 

El número de presos políticos disminuyó en años posteriores debido a varios factores: la expulsión del país, el destierro voluntario, la fuga en balsas y la sensación de impotencia ante el Estado omnímodo. Cuando el Papa visitó la isla en enero de 1998 aún quedaba un gran número de presos políticos. El Sumo Pontífice pidió clemencia para unos 500 de ellos de los cuales el gobierno liberó aproximadamente a la mitad; la mayoría de los liberados fueron luego forzados a salir del país. No incluidos entre los indultados estaban los cuatro firmantes del manifiesto «La patria es de todos» ni otros connotados opositores de conciencia defendidos por Amnesty International.

 

El sistema penitenciario ha cumplido en el castrismo varias funciones importantes. Es ante todo un medio de quebrar el espíritu de resistencia de los opositores, atemorizar a los disidentes y poner de relieve el precio a pagar por los inconformes. Tiene asimismo un fin expiatorio y retribucionista que hunde sus raíces en la prédica de odio y lucha de clases que Castro supo instilar desde el comienzo. Cuando en una oportunidad los presos en la cárcel de Guanajay se quejaron del mal trato que recibían, el director del centro les respondió: «Ustedes no tienen razón; ustedes vienen aquí a sufrir». El objetivo de reforma se aplicaba sólo a quienes accedían a ser reeducados y adoctrinados en la filosofía marxista del régimen. A éstos se les trasladaba a una granja de rehabilitación en la que la asistencia a las charlas de enseñanza marxista-leninista se combinaba con diez horas diarias de labores agrícolas. A los «plantados» que se negaban a ser adoctrinados se les restringían las raciones, se les negaban ciertas facilidades y se les infligían diversos castigos.

 

Las penas de privación de libertad se distribuían primero a discreción por los tribunales revolucionarios hasta que fueron después institucionalizadas con generosidad en los códigos y las leyes. No eran raras las condenas de 20 y 30 años y sucedió a ocasiones que cuando estaba cercana la fecha de extinción de la pena se buscaba la manera de imponer un castigo adicional por otra alegada infracción. Fue así que los sindicalistas Mario Chanes de Armas y Ernesto Díaz Rodríguez permanecieron en prisión 31 y 17 años respectivamente. Aún más grave fue la enormidad jurídica consistente en condenar a los acusados por acciones presumibles o de posible comisión y penalizarlas al amparo del llamado estado de peligrosidad.

El régimen generalizó además otro tipo de encarcelamiento estrictamente limitado por cierto en otros países: el de la prisión preventiva de duración indefinida. A los inculpados se les detenía sin fianza desde el comienzo del proceso inquisitivo y sin que mediara orden judicial alguna. Podían permanecer en ese estado sin que se celebrara juicio por largo tiempo. En 1962 Castro reconoció que se habían practicado arrestos innecesarios y que muchas personas habían estado semanas enteras sin juicio. Treinta y seis años más tarde, Vladimiro Roca y tres colegas firmantes del precitado manifiesto «La patria es de todos» fueron detenidos sin juicio en Villa Marista y otras prisiones y 20 meses después, cuando estas líneas se escriben, seguían encarcelados sin que se hubiera celebrado juicio alguno.

 

Los procesos que daban lugar a prisión por motivos políticos adolecían de los mismos o aún mayores defectos que los que originaban ejecuciones. Ni siquiera después de haberse institucionalizado el enjuiciamiento criminal en los años 70 se han respetado las garantías procesales y sustantivas que caracterizan los juicios criminales en otros países. Como se pone de relieve en el capítulo XIII ni siquiera se aplican en la práctica las pocas disposiciones protectoras del individuo que aparecen en los artículos 58 a 62 de la Constitución en vigor. Frente al Estado-Leviatán el ciudadano yace inerme y desamparado.

 

Todavía más censurable es el trato que se ha venido dando a los presos políticos durante estos 40 años.28 El sistema carcelario de la Cuba castrista es la negación de todos los adelantos logrados por el derecho penal y penitenciario en los últimos tiempos. En términos generales se le puede calificar de vengativo, arbitrario y librado a la crueldad o criterio del carcelero de turno. A los presos políticos se les recluyó durante ciertos períodos con los presos comunes, a quienes se les pedía que hicieran la vida aún más penosa a los presos de conciencia.

 

Era frecuente que se aplicaran castigos corporales a los que se negaban a realizar trabajos. A éstos se les obligaba a usar uniformes amarillos que con el tiempo se convirtieron en marca de orgullo para los que lo portaban. Existían también celdas de castigo tapiadas y angostas destinadas a encerrar a los rebeldes.

 

Independientemente del comportamiento o las categorías regía para todos los reclusos una política de malos tratos y humillación. Ante cualquier manifestación de protesta o en momentos determinados del acontecer político nacional se propinaban golpizas y bayonetazos. Eran frecuentes las requisas dirigidas a privar a los reclusos de piezas de vestir, alimentos u objetos remitidos por los familiares. Se dificultaban las visitas y en algunas cárceles se desnudaba antes a los visitantes y al preso. En las galeras de La Cabaña se hacinaban a veces 300 individuos en donde se suponía fueran internados sólo 40.

 

Las condiciones higiénicas eran deplorables. En algunas cárceles más de 200 personas disponían de un solo servicio sanitario. En las cárceles de Guantánamo y El Príncipe se formularon denuncias por el suministro de agua contaminada, lo que ocasionó disentería y hepatitis. El suministro de alimentos era insuficiente o mínimo y su calidad pésima. En algunas épocas los recluidos desayunaban sólo borras de café o agua con azúcar prieta. El menú de la comida principal consistía a veces en agua con pedazos de macarrones y pan duro; era notoria y tal vez deliberada la falta de proteínas, de leche y otros nutrientes básicos. Los presos macilentos eran espectáculo corriente en todos los centros penitenciarios. La atención médica era inadecuada o inexistente; por falta de ella murieron en prisión el líder obrero Francisco Aguirre y el líder estudiantil Pedro Luis Boitel.

 

El cuadro inhumano que a grandes pinceladas acaba de describirse creaba situaciones de desesperación en los presos y llevó a muchos al suicidio. Al sadismo de muchos carceleros se unía la política misma de la dictadura que llegó al extremo de dinamitar los sótanos de la prisión de Isla de Pinos a fin de explotarla en caso de acercarse el fin de la dictadura. En 1978 un manifiesto suscripto por los presos políticos hacía referencia al «saldo de mártires, inválidos, enloquecidos y mutilados, envejecidos en la cárcel, pero firmes en sus principios frente a las palizas y al largo confinamiento».29

 

Se han publicado muchos relatos de presos políticos, pero aún no se ha escrito la historia completa del Gulag cubano.30 El día que eso ocurra se tendrá una idea de la vergüenza que para Cuba como país civilizado representa el presidio histórico de estos 40 años. Se verá entonces que de ese oprobio y de esa crueldad son ante todo responsables los hermanos Castro, pero también tienen su parte alícuota de culpa cuantos cubanos les secundaron en esa ignominia.

 

El ancho manto de la represión

 

En las dictaduras clásicas latinoamericanas la represión la lleva a cabo el gobierno utilizando a la policía y otros agentes represivos constituidos al efecto. No es ese el caso de la dictadura castrista en la que la represión es un fenómeno multiforme que tiene varias dimensiones y se enlaza estrechamente con la naturaleza totalitaria del régimen. De una manera u otra todas las estructuras del Estado totalitario cubano tienen como objeto primordial la preservación de la existencia y fines del Estado Socialista y a contrario sensu ninguna institución, práctica o libertad, puede establecerse en contra de la organización política en vigor. Tal es la premisa que impregna y rige la sociedad cubana y de la que se deriva la función de represión que en la práctica se ejerce en el orden político, social, militar y hasta psicológico.

 

La dimensión política

 

El proceso revolucionario ha tenido siempre una lógica política irreductible. Se procedió primero a eliminar los otros posibles contendientes de estirpe revolucionaria y enseguida fue tomando cuerpo el partido único que Castro tenía previsto constituir. A medida que adquiría después sus contornos definitivos el Estado totalitario se fue estratificando la sociedad cubana alrededor de las organizaciones de masas, a las que en una forma u otra tenían que pertenecer todos los cubanos bajo la dirección de una nueva clase político-militar sometida a su vez al poder omnímodo de quien figuraba como líder de la revolución.

 

En los años 70 esta situación fue institucionalizándose en consonancia con el carácter de dictadura del proletariado que Castro utilizaba para imprimir mayor autoritarismo a su gobierno. La Constitución de 1976 dispuso que correspondía al PCC la condición de «fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado» y «vanguardia organizada de la nación».31 Tanto el partido como su hermano menor, la Unión de Jóvenes Comunistas, han sido diseñados sobre los principios leninistas de la selectividad de sus miembros, su definición clasista y su disciplina programática.32 A ellos les incumbe actuar en forma militante y agresiva contra quienes amenacen su razón de ser y pongan en peligro lo que el artículo 1 de la Constitución define como un Estado Socialista de trabajadores; en la filosofía castrista la patria se identifica así con el socialismo y éste con una clase social.

De estas constataciones resulta que quienes se oponen al socialismo son considerados como traidores a la patria, siendo así que la propia Constitución dice que la traición a la patria «es el más grave de los crímenes y quien la comete está sujeto a las más severas sanciones».33 Todo lo cual significa que las fuentes formales y reales del carácter represivo del régimen emanan de su propio sistema político, de su propia esencia autocrática. En su afán de conservar a toda costa el poder, Castro incrustó de ese modo a la represión en lo más íntimo de su régimen y le imprimió la más vasta proyección. Al servicio del propósito represivo se hallan en consecuencia los diversos órganos estatales: la Asamblea del Poder Popular, el Consejo de Estado, el Consejo de Ministros, la burocracia oficial (que incluye más de 200 viceministros), los institutos armados y los tribunales populares. Todos y cada uno de ellos diseñados a la luz del modelo soviético y de conformidad con los deseos de Castro con vista a reprimir sus opositores. Téngase en cuenta, por otra parte, que el PCC cuenta con 60.000 funcionarios profesionales y una membresía de unas 750.000 personas y la UJC dispone de 40.000 secretarios-activistas, unidos todos por el deseo de seguir disfrutando el poder pero vigilados desde adentro por los jefes de cuadros (comisarios políticos) y desde afuera por la Seguridad del Estado.

 

Las organizaciones de masas

 

Castro no se contentó, sin embargo, con el carácter monolítico de la estructura de poder y extendió al resto de la sociedad su versión del Estado Totalitario. Dispuso para ello la constitución o reconocimiento de las denominadas organizaciones de masas y sociales a fin de encasillar a todos los cubanos en una o varias de las siete principales: la Confederación de Trabajadores de Cuba, la Federación de Mujeres Cubanas, la Federación Estudiantil Universitaria, la Federación de Estudiantes de Enseñanza Media, la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños, la Unión de Pioneros de Cuba y los Comités de Defensa de la Revolución. A ellas la propia Constitución les asigna la misión de agrupar en su seno a los distintos sectores de la población e «incorporarlos a las tareas de la edificación, consolidación y defensa de la sociedad socialista».34 Tal incorporación implica desde luego un intenso trabajo previo de movilización y adoctrinamiento.

 

Una de las más numerosas y antiguas de las organizaciones de masas creadas por la revolución35 es la constituida por el conjunto de los Comités de Defensa de la Revolución a su vez formados por vecinos escogidos en una determinada jurisdicción territorial. Fueron creados en septiembre de 1960 y tres años después existían más de 90.000 comités; actualmente agrupan alrededor de siete millones de habitantes. Aunque se constituyeron para defender la revolución de sus enemigos, entonces identificados como contrarrevolucionarios, sus funciones se extendieron pronto a la vigilancia de todos los residentes en el barrio o manzana de que se trate. Era una especie de órgano auxiliar de la policía y la Seguridad del Estado encargado de ejercer una función preventiva de espionaje y delación. De ese horizonte inicial los CDR pasaron luego a ocuparse de otras tareas menos criticables: organizar las donaciones de sangre, ayudar en la alfabetización y vacunación, cooperar en el ahorro de agua y electricidad y promover el trabajo voluntario. Castro ha tenido siempre la sagacidad de combinar las actividades opresivas con las benéficas, los propósitos innobles con los de interés comunitario. En 1998 el congreso nacional de los CDR discutió la manera de enfrentar el delito, la vagancia, la prostitución y la mendicidad.36

 

Mas por encima de esas funciones accesorias, los CDR han seguido siendo fieles a su vocación primaria de fisgones, es decir de informar sobre cualquier actividad sospechosa de que tuvieren conocimiento. Se pudo contar para ello con una buena porción del pueblo cuyos bajos instintos fueron estimulados por Castro. Astutamente se procedió después a consagrar en la Constitución y magnificar lo que el Máximo Líder calificó de participación popular en defensa de la patria. Hacia los años 90 los CDR se habían ramificado en otros órganos de apoyo incluyendo 1,600 Destacamentos de Vigilancia.37

 

Tanto los CDR como las demás organizaciones de masas tienen una estructura unitaria y se ajustan en su funcionamiento a las pautas que les vienen dadas por los altos jerarcas del régimen. Los CDR en particular están por añadidura bajo la dirección de un general de las fuerzas armadas. Así, los que en 1960 integraban los comités creyendo que «hacían revolución», hoy actúan como simples tuercas de la gran maquinaria del totalitarismo.

 

De factura más reciente pero indicativa de un tono más agresivo es la Asociación de Combatientes por la Revolución fundada en 1993; en un plano menos abarcador se sitúan la Unión Nacional de Escritores y Artistas encargada de preservar la ortodoxia castrista en las filas de los intelectuales, la Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores, copia exacta de la que existía en la Unión Soviética y desde luego la vasta red de organizaciones sindicales. Todas ellas desempeñan el papel de trasmisoras de las decisiones de los órganos políticos, amén de ejercer funciones disciplinarias con respecto a sus miembros. La expulsión de cualquiera de ellas entraña la pérdida de oportunidades de empleo y conduce a una forma de ostracismo social.

 

La dimensión militar

 

Las Fuerzas Armadas Revolucionarias no han tenido una participación activa frecuente en la represión del pueblo cubano. Sólo en dos oportunidades han sido utilizadas para reprimir manifestaciones de rebeldía: en 1962 cuando el gobierno empleó los tanques para sofocar la protesta de Cárdenas y en 1996 cuando la Fuerza Aérea abatió los aviones de Hermanos al Rescate que volaban cerca de las costas de Cuba. Aclaro que no incluyo aquí en las FAR a la Policía Nacional Revolucionaria cuyo papel represivo se menciona en otras partes de este capítulo. Es indudable, sin embargo, que Castro ha convertido al ejército de institución profesional al servicio de la nación en cuerpo armado al servicio de los fines políticos suyos y del PCC.

 

En tal carácter aun sin haberse empleado a menudo contra la población, las FAR constituyen un elemento disuasorio de primer orden que contribuye a solidificar la represión. Su mero tamaño ejerce una gran influencia psicológica en desalentar los intentos de rebelión o conspiración. Téngase en cuenta que en Cuba el término Fuerzas Armadas Revolucionarias comprende tres ejércitos de tierra: Oriental, Central y Occidental (así divididos para evitar un alzamiento generalizado), la Fuerza Aérea, la Marina de Guerra, la Guardia Fronteriza, las Tropas Coheteriles Antiaéreas y los varios cuerpos paramilitares que están bajo el control del Ministerio de las Fuerzas Armadas dirigido por Raúl Castro: las Milicias de Tropas Territoriales (que comprenden 1,2 millones de personas entrenadas militarmente), el Ejército Juvenil del Trabajo y las Brigadas de Producción y Defensa (organizadas en los 169 municipios). Con razón Hugh Thomas pudo afirmar en 1982 que Castro convirtió toda la nación cubana en un gran campamento militar.38

 

Considérese ahora el peso específico que es dable atribuir al poderío militar y potencia de fuego de las FAR. En una entrevista concedida a un periodista mexicano en 1993, Raúl Castro reveló que el valor de los armamentos dados por la Unión Soviética podía calcularse en diez mil millones de dólares.39 Incluidos en esa estimación estaban 240 aviones de combate (un MIG 29 costaba entonces 20 millones de dólares), que sin duda forman la fuerza aérea más poderosa de América Latina, más los submarinos, fragatas, barreminas, tanques, helicópteros, equipos y armamentos de todo tipo. Sólo en la guerra de Angola participaron 300.000 cubanos y la mayoría de los oficiales que los dirigieron habían sido formados en la Academia Militar de Frunze en la Unión Soviética.

 

No hay que olvidar, por último, que además de las armas, los cohetes y la formación en academias rusas, la URSS mantuvo en Cuba hasta 1993 una Brigada de Infantería Motorizada con 2.800 soldados, 2.500 técnicos destacados en el centro de inteligencia de Lourdes, 1.500 asesores militares y 800 técnicos civiles (un total de 7.600 personas).

 

El poder de la Seguridad del Estado

 

Aunque el régimen de Castro ha sido organizado en su conjunto en función de su objetivo de mantenerse en el poder y reprimir la oposición, existen dentro del mismo órganos específicamente encargados de las actividades de inteligencia y represión. El origen de estos órganos se remonta a la etapa guerrillera de la revolución cuando a mediados de 1958 Castro encomendó al Capitán Ramiro Valdés la creación de una pequeña organización secreta dentro del Ejército Rebelde. Este núcleo originario se expandió en los primeros años de la revolución y luego, en junio de 1961, Castro dispuso la creación del Ministerio del Interior (MININT) que incluye al Departamento de Seguridad del Estado.40

 

La Seguridad del Estado se benefició desde el comienzo de la experiencia de la KGB soviética y la STASI alemana, contando además con el favor y atención preferente del Máximo Líder. Una de las funciones principales de la SE es por cierto cuidar de la seguridad personal de Fidel Castro y los familiares que él designe, además de preservar la integridad del Estado Revolucionario y defender y propagar la doctrina marxista-leninista. No es de extrañar en esas condiciones que el MININT absorba una buena parte de los dineros que Castro ha sustraído al pueblo trabajador o recibido por vía de subsidios de los países socialistas. Dotada de la más avanzada tecnología y disponiendo de un numeroso personal (se calcula que el Minint tiene en su nómina más de 100.000 personas),41 la Seguridad del Estado de Castro ha llegado a figurar entre las más eficientes del mundo. Quienes trabajan para ella han sido cuidadosamente reclutados e indoctrinados, gozan de ciertos privilegios y presumen de su profesionalismo. En términos relativos, la Seguridad Cubana emplea más personal y dispone de más recursos que las demás agencias de espionaje, inteligencia y contrainteligencia existentes en otros países.

 

El Minint funciona bajo la dirección de un Ministro, un Primer Vice Ministro y ocho Viceministros responsables de los siguientes departamentos: Estado Mayor, Inteligencia y Contrainteligencia, Orden Público y Prevención del Crimen (Policía Nacional), Tropas Especiales, Tropas Guardafronteras, Técnico de Investigaciones, Tareas Políticas y Retaguardia. En ese primer nivel de la burocracia castrocomunista el Minint es sólo superado por el Minfar que tiene 14 Viceministros.

 

Un segundo nivel del personal del Minint-SE comprende a los altos oficiales del Centro Principal en La Habana y las Delegaciones Provinciales y los oficiales operativos (unos 3.000 en todo el país). Luego viene la red de agentes encargados de realizar los trabajos de espionaje bajo la supervisión de un alto oficial operativo. Se podrá tener una idea de lo amplia que es la red cubana de agentes considerando que además de la distinción entre agentes principales y auxiliares, activos y «dormidos», la clasificación del Minint incluye las siguientes categorías: agentes de penetración, agentes «sembrados», agentes de posición, agentes de enlace, agentes «buzón» y agentes doble. Esta enumeración se completa, por último, con los informantes, pagados o espontáneos.

 

En términos cualitativos tanto los altos jefes del Minint como los oficiales, agentes y subagentes reciben un adiestramiento esmerado, cursan estudios básicos y avanzados en academias especializadas,42 utilizan técnicas modernas y disponen de los medios informativos más avanzados. La eficacia operativa de la Seguridad del Estado aprovecha además de la falta absoluta de ética que caracteriza su funcionamiento en consonancia con la ideología del régimen. La vieja fórmula de el fin justifica los medios, incluyendo la mala fe, enunciada por Maquiavelo y adoptada por el comunismo, es sin duda uno de los principios directrices del modus operandi de la Seguridad del Estado. Esa filosofía le permite utilizar los métodos más reprobables, como el chantaje, la difamación, la desinformación, el fomento de la delación y la fabricación o simulación de accidentes.

 

No solamente ha sido así capaz de frustrar cuantas conspiraciones se han ido fraguando a lo largo de 40 años sino que le ha sido posible también impedir que llegaran a cristalizar los intentos de integración política de los grupos de oposición. En sus redes fueron cayendo en efecto opositores declarados, simples disidentes, defensores de los derechos humanos y hasta antiguos aliados y correligionarios que discrepaban de ciertas tácticas, se atrevían a susurrar críticas o simplemente se apartaban del culto a la personalidad de Castro. Unas veces encarcelados, otras desterrados o confinados a sus domicilios, el régimen ha ido así silenciando cualquier manifestación de protesta.

 

Para alcanzar ese objetivo nuevas formas de difundir el miedo y sojuzgar al pueblo han sido utilizadas, como son el acceso al contenido y el control de los expedientes escolar y laboral, los interrogatorios en Villa Marista y los confinamientos en esa siniestra sede de la Seguridad. No se limitó además a la represión directa sino que estableció lazos de asesoramiento y cooperación con los cuerpos auxiliares que el régimen ha ido creando: las Brigadas de Respuesta Rápida, las Brigadas de Respuesta Lenta, las llamadas Avispas Negras, los cederistas, las tropas especiales y las células del PCC organizadas en los centros de trabajo. Algunos de esos cuerpos son dirigidos abiertamente por el Ministerio del Interior, otros son supervisados u orientados por el mismo. Muchos actos de repudio y las mismas movilizaciones del vecindario para aislar o estigmatizar a opositores y disidentes se originan en realidad en las oficinas del Minint. A través de la amenaza y la presión, pero sobre todo del refinamiento del terror se desarticulan sindicatos independientes, organizaciones no oficiales de profesionales y cualquier otro movimiento de la sociedad civil no autorizado por el régimen. La trama del llamado Ministerio Informal del Miedo penetra hasta el interior de las residencias privadas y se acerca cada vez más a los omnipresentes tentáculos del Big Brother vislumbrado por George Orwell.

 

Combatiendo la disidencia

 

Tras la caída del muro de Berlín, la represión se intensificó de manera indiscriminada para toda la población y de manera especial contra tres grupos: los seguidores y simpatizantes del General Ochoa, los que aguijoneados por la miseria trataban desesperadamente de salir del país y los disidentes.

 

A Ochoa se le enjuició y condenó por tráfico ilícito de drogas pero esa acusación era falsa. Lo que el condecorado Héroe de la República estaba en realidad haciendo era conspirar para introducir en Cuba reformas del tipo perestroika y glasnost. La mejor prueba de ello se tiene en el alcance de la ola de persecuciones que siguió a la conclusión del juicio. Ochoa, La Guardia y otros dos encartados fueron fusilados y otros muchos fueron condenados a penas diversas. Hubo una purga política en el Minint, purga que costó la vida de su Ministro José Abrantes, y ella fue acompañada por la condena del Ministro de Transporte, Diocles Torralba, la destitución de otros muchos funcionarios y el subsiguiente encarcelamiento de más de 150 personas.43

 

En 1994 ocurrió la masacre del remolcador 13 de Marzo; seguida por la masiva manifestación de protesta del malecón de La Habana y otros episodios de desorden público que reflejaban el malestar causado por el llamado período especial. El régimen reaccionó frente a cada uno de esos hechos acentuando la represión. Se abrieron nuevas prisiones para albergar balseros frustrados y gente que huía hacia la base naval de Guantánamo. Se agravaron las penas y se alentó la formación de porras gubernamentales. El desastre económico de los años 90 fue inmenso; hasta los más obtusos pudieron ver la magnitud del engaño y el quebranto. Cada vez eran más los opositores del régimen pero Castro pudo contar con la cooperación de aquella parte de la población que más receptiva había sido a su prédica de odio.

 

Y fue en medio de esa degradación que cobró fuerza el fenómeno de la disidencia interna. Aunque sus antecedentes se remontan a los primeros años de la revolución, su integración en un movimiento cívico se originó con las comisiones de derechos humanos que aparecen a principios del decenio de 1980. Alrededor de esas comisiones fueron agrupándose intelectuales de extracción marxista decepcionados con el curso de la revolución y otros antiguos revolucionarios que se apartaban del coro de abyectas alabanzas al Comandante en Jefe. Con el tiempo fueron sumándose muchos adversarios del régimen convencidos de la inutilidad de la lucha armada. La disidencia vino así a combinar oposicionistas pacíficos con defensores de los derechos humanos por el estilo de Andrei Sakharov en Rusia y Vaclav Havel en Checoslovaquia. Junto a ellos comenzaron a florecer agrupaciones cívicas de distinta índole, profesionales independientes, corrientes democráticas socialistas, partidarios de la reconciliación y la amnistía, grupos pacifistas y asociaciones patrióticas. Parecía que sobre la miseria y el marasmo de la vida oficial estaba emergiendo una sociedad civil nueva, capaz de mostrar cierta pujanza y enfrentar de distinta manera al régimen.44

 

Ya eran muchos, sin embargo, los años de que el régimen había podido disponer para refinar la represión y superar eventualidades. Lo que en este caso hizo fue simplemente enfrascarse en una escalada represiva menos ostensible para el mundo exterior pero capaz de utilizar todos los recursos a su disposición. Había que desarticular cualquier intento de unificación de la disidencia y ello se hizo encarcelando a los que en 1996-97 promovieron la creación de la organización de cúpula Concilio Cubano. Había también que impedir la progresión de voces críticas que se escuchaban aun dentro del régimen y ello se logró enviando a prisión a cuantos firmaban manifiestos críticos. Se intensificaron al propio tiempo los registros, los actos de repudio, las golpizas, el cierre o confiscación de locales, la quema de libros, la reclusión en hospitales psiquiátricos, la pérdida del derecho a ejercer su profesión, las detenciones y las amenazas. A la poetisa María Elena Cruz Varela se le obligaba a tragar sus papeles. A Gustavo Arcos, líder histórico de la disidencia se le asediaba de modo constante. Al ingeniero Roberto Bahamonde que se atrevió a postularse como candidato independiente se le sometía sin razón a tratamientos de electroshock.45 Sicarios y turbas vociferantes no se daban descanso.

 

Aunque disminuyeron en estos últimos años, las ejecuciones dispuestas por los tribunales populares, aumentaron en cambio los crímenes cometidos por agentes que abusan de su autoridad o actúan arbitrariamente por su cuenta (pero tienen siempre el respaldo del régimen).

 

Más allá del totalitarismo

 

No era sólo la implantación de un régimen político totalitario y policiaco lo que Castro quería para Cuba, sino también el servil sometimiento de todos a su persona y el moldeamiento a su gusto de la sociedad cubana. Concentrar la totalidad de los poderes estatales en sus manos era desde luego el primer paso y para ello era imprescindible doblegar opositores y también desprenderse de cuantos antiguos aliados fueran un obstáculo a sus planes. Primero en ser marginado fue el Directorio Estudiantil Revolucionario, la organización que por haber protagonizado la acción más heroica de la lucha contra Batista (el asalto al Palacio Presidencial), podía competir con la guerrilla en el reclamo del poder. A seguidas le tocó el turno al Movimiento 26 de Julio que habiéndole servido como fachada para alcanzar el liderazgo le pareció después una especie de lastre pequeño-burgués que era necesario liquidar. Pocos años después y cuando ya se había declarado marxista-leninista, fueron comunistas de pura cepa los que pusieron en cuestión su autoridad. Castro procedió entonces sin demora a destruir al grupo que despectivamente llamó la microfacción comunista. Así fue deshaciéndose de rivales y opositores hasta que 25 años después cayeron ante el pelotón de fusilamiento el general más famoso de las guerras de Africa, Arnaldo Ochoa, y sus más cercanos colaboradores.

 

También fueron eliminadas cuantas personalidades osaron criticar el curso que seguía la revolución o de alguna manera rozaron simplemente su ego, desde el Comandante Huber Matos en 1959 hasta el ideólogo del PCC Carlos Aldana en 1992. A estos hay que añadir los desaparecidos misteriosamente, lista que encabeza Camilo Cienfuegos y cierra el antiguo jefe de su escolta personal José Abrantes. En algunos casos la vindicta de Castro se limitó a privar de sus puestos a los afectados (caso de su hijo Fidel), a asignarles funciones subalternas como le sucedió a Baudilio Castellanos, Regino Boti y Faure Chomón, o a condenar al destierro como le aconteció a incontables cubanos. No han faltado los ejemplos de degradantes autoinculpaciones, serie que se inicia con el escritor Heberto Padilla en 1971. Las tinieblas se proyectan también sobre los que optaron por el suicidio: el expresidente Osvaldo Dorticós, la combatiente del Moncada Haydée Santa María, el Ministro del Trabajo Augusto Martínez Sánchez, el embajador en México Joaquín Hernández, el Comandante Félix Pena y otros muchos.

 

La vida política se fue tornando así en un monólogo absorbente. No solamente se prohibieron los partidos políticos y se extinguieron los grupos de intereses, sino que se impidió toda expresión del pensamiento que no estuviera conforme con la línea fijada por Castro. La prensa se degradó al punto de convertirse en una patética y constante repetición de lo que el régimen quería difundir. Las casas editoriales publicaban sobre todo aquellos estudios que contribuían a justificar la interpretación marxista de la historia o a denostar la Cuba anterior a 1959. La iglesia quedó arrinconada y los sindicatos se sumieron en un profundo sopor. Sólo la voz del Comandante en Jefe resonaba por todos los rincones de la isla acompañada de los ecos ditirámbicos de sus corifeos.

 

Junto a la voz del dictador fue el culto a la palabra revolución y a la ideología marxista-leninista lo único que se escuchaba en todas partes. Una estructura institucional rígida se instaló sobre una sociedad civil embotada y mortecina. Se utilizaron a fondo los medios de difusión y se contó, triste es decirlo con la anuencia o colaboración de muchos malos cubanos. El mensaje de odio que Castro supo instilar caló profundo en grandes sectores del pueblo.

Desaparecida la discrepancia e impedido el diálogo, se distorsionó el discurrir y se dio paso al discurso rastrero. El silencio se hizo cada vez más profundo, sólo alterado por los grupos disidentes y las emisoras del extranjero que no eran interceptadas. Ya no era la consagración plena del modelo totalitario alumbrado por Mussolini, Hitler y Stalin. Castro ha ido más allá de las estructuras de gobierno para imponer la sociedad uniforme, unisonante y unívoca. En el pueblo no podía haber diversidad ideológica, ni cultural, ni económica, ni laboral. Cuba debía ser una sociedad homogénea forjada a su gusto: sin opositores ni disidentes, sin desacuerdo ni contestación, sin gente que pudiera valerse a sí misma. Decidido a ir hasta el final de su delirio paranoico, Castro pretendía extinguir toda señal de pluralismo y convertir a once millones de cubanos en sonámbulos o vasallos.

 

Se ha mantenido en el poder al precio de miles de cubanos muertos ante el paredón, en las cárceles o en los mares circundantes, docenas de miles de presos políticos y cerca de dos millones de desterrados. La historia le reconocerá asimismo el haberle dado nuevos contornos sombríos al Estado Totalitario.

 

NOTAS

 

1 Ultimo párrafo del Manifiesto Comunista. Marx hablaría después de la violencia como «la partera de toda vieja sociedad».

 

2 V.I. Lenin, «La extinción del Estado y la revolución violenta» en Obras escogidas (Moscú: Editorial Progreso, s.f.), pag. 282.

 

3 V.I. Lenin, Obras completas (Moscú: Editorial Progreso, s.f.), tomo 5, pags. 11 y 12.

 

4 Luis Ortega, «Las raíces del castrismo» en Diez años de revolución (San Juán, P.R.: Editorial San Juán, 1970), pag. 160.

 

5 Ibid, pag. 161. Sobre las actividades de Castro antes de 1959 véase el capítulo XIV y Mario Llerena, The Unsuspected Revolution (Ithaca, N.Y.: Cornell University Press, 1978).

 

6Jon Lee Anderson, Che Guevara: A Revolutionary Life (New York: Grove Press, 1998), pag. 383.

 

7 José Duarte Oropesa, Historiología Cubana (Miami: Ediciones Universal, 1993), tomo IV, pag. 18.

 

8 Hugh Thomas, Historia contemporánea de Cuba (Barcelona, Buenos Aires, México: Ediciones Grijalbo, 1982), pag. 254.

 

9 Juán Clark, Cuba, mito y realidad , op.cit., 2ª edición, pag. 62.

 

10Samuel Farber, Revolution and Reaction in Cuba, 1933-1960 (Middletown, Conn: Wesleyan University Press, 1976), pag. 203.

 

11Rafael Fermoselle, The Evolution of Cuban Military, 1492-1986 (Miami: Ediciones Universal, 1986), pag. 265.

 

12Enrique Encinosa, Cuba en guerra (Miami: The Endowment of Cuban American Studies, 1994), pag. 14.

 

13 Lázaro Torres Hernández, El paraíso invisible (Hialeah: Editorial Libertad, 1990), pags. 114 y 116.

 

14 Georgie Anne Geyer, El patriarca de las guerrillas (San José, Costa Rica: Kosmos Editorial, S.A., 1991), pag. 180.

 

15 Julián B. Sorel, Nacionalismo y revolución en Cuba, op. cit., passim.

 

16 Artículo 61 de la Constitución.

 

17 Carlos Franqui, Vida, aventuras y desastres de un hombre llamado Fidel Castro (Barcelona: Editorial Planeta, 1988), pag. 340. Véase también Juan Clark, op. cit., pag. 151.

 

18 Encinosa, op. cit., pags. 93 y 94.

 

19 Clark, op. cit., pag. 99.

 

20 Enrique Ross, De Girón a la crisis de los cohetes (Miami: Ediciones Universal, 1995), pag. 189.

 

21 Mario Villar, «Una década de agrarismo» en Diez años de revolución, op. cit., pag. 18.

 

22 Véase Alberto Fibla, Barbarie (Miami: Rodes Printing, 1996).

 

23E. Guevara, Guerrilla Warfare (New York: Monthly Labor Review, 1961), pags.17 y 18.

 

24 Esteban Beruvides, Cuba y sus mártires (Coral Gables, edición del autor, 1993).

 

25 Sobre el presidio político de las mujeres puede verse: Mignon Medrano, Todo lo dieron por Cuba (Miami: Fundación Nacional Cubanoamericana, 1995).

 

26 Juan Clark, op. cit., pag. 164.

 

27 Véase Andrés Oppenheimer, La hora final de Castro, op. cit., pag. 125.

 

28 El autor ha basado esta parte del capítulo en el relato de sus cuñados Sergio Sanjenís y Jorge S. Villalba que sufrieron condenas de 10 y 15 años de prisión respectivamente. También obtuvo valiosas informaciones del poeta Ángel Cuadra.

 

29 Manifiesto de los presos políticos al pueblo de Cuba de 10 de octubre de 1978. (Reproducido en Hugh Thomas, op. cit., pag. 530).

 

30 El libro más conocido y que mayor impacto ha tenido es el de Armando Valladares, Contra toda esperanza traducido a varias lenguas. Pueden consultarse además: Pierre Golendorf, Siete años en Cuba, 38 meses en las prisiones de Castro (Barcelona: Plaza y Janes, 1977); Reinaldo Medina, El Evangelio tras las rejas (Miami: J. Flores Publications s.f.); Esteban Beruvides, Cuba y su presidio político (Coral Gables, 1993); Francisco Navarrete, Convicto (Miami: Ediciones Universal, 1991); Manuel Pozo y Manuel Regueira, eds., Memorias del Primer Congreso del Presidio Político Cubano (Miami: Ediciones Universal, 1994); Roberto Paredes, Como vivir muriendo (Miami: Ediciones Universal, 1998); Nerín Sánchez, Mis 6,440 días de prisión en Cuba (Miami, Fl. 1981); Odilo Alonso, Prisionero de Fidel Castro (Madrid: Editorial Nolsis, 1998); Mario Pombo Matamoros, Conversando con un mártir cubano (Miami: Ediciones Universal, 1997) El presidio político en Cuba comunista. Testimonio (Caracas: ICOSOCV Ediciones, 1982); y Miguel Ángel Loredo, Después del silencio (Miami: Ediciones Universal, 1989).

 

31 Artículo 5 de la Constitución.

 

32 Juán Valdés, «Nota sobre el sistema político cubano» en Diez años de revolución cubana, op. cit., pag. 99.

 

33 Artículo 65.

 

34 Artículo 7.

 

35 La CTC y la FEU existían desde antes de la revolución.

 

36 Granma, 3 de julio de 1998, pag. 2.

 

37 Granma, 7 de febrero de 1998, pag. 3.

 

38 Thomas, op. cit., pag. 526.

 

39 Bohemia No. 20, Mayo de 1993, pag. B 18.

 

40 Juán Antonio Rodríguez Menier, Cuba por dentro. El MININT (Miami: Ediciones Universal, 1994), pags. 34-39.

 

41 Rodríguez Menier, op. cit., pag. 51.

 

42 Ibid, pag. 57. Hasta 1990 los funcionarios de cierta categoría eran enviados a seguir cursos en la URSS o la Alemania del Este.

 

43 Melvin Mañon y Juan Benemelis, Juicio a Fidel (Santo Domingo: Editora Taller, 1990), pag. 201.

 

44 Ariel Hidalgo, Disidencia. ¿Segunda revolución cubana? (Miami: Ediciones Universal, 1994), passim.

 

45 Ibid, pag. 166.

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.