LA HABANA,

UNA CIUDAD DESTRUIDA POR EL CASTRISMO

Un edificio de lujo hecho desastre

Irina Pino

22 de noviembre de 2013

 

Como una gran mole que intenta desafiar los fuertes vientos y las borrascas marinas, se alza el edificio Riomar, situado en la calle 1era entre Cero y A, del reparto Miramar. Una construcción que data de los 50s del pasado siglo. Actualmente es ocupado por unas pocas familias cubanas, entre ellas, la vecina Elsa Torres Camacho.

 

HT: Quienes lo construyeron y en qué fecha. ¿Cómo se llamaban los dueños originales?

 

Elsa Torres: El propietario era la Compañía Mercantil “Propiedad Horizontal Miramar S.A.” El proyecto fue realizado por el Arq. Cristóbal Martínez Márquez.  La primera etapa de la obra se terminó en 1957.

 

HT: ¿Fue desde el comienzo un Apart-hotel?

 

ET: No, era un edificio de propiedad horizontal. Gran parte de los apartamentos ya tenían dueños desde que se inició la obra y por ese motivo la distribución de los locales, el equipamiento y los materiales de terminación empleados en cada apartamento responden al gusto, posibilidades económicas y requerimientos de cada propietario.

 

HT: ¿Desde cuándo ha vivido en este edificio?

 

ET: Desde 1960. Creo que soy la persona que lleva más tiempo “viviendo” (si es que a esto le podemos llamar vida) en este edificio.

 

HT: ¿Cuál era su apartamento originalmente.

 

ET: El 852

 

HT: Hábleme un poco de las condiciones que tenía en aquellos momentos el inmueble.

 

ET: En 1960 Riomar era un edificio elegante. Además de los 11 pisos de apartamentos, contaba en la planta baja con vestíbulo, carpeta y casilleros para la correspondencia; pizarra telefónica con teléfonos intercomunicadores en cada apartamento para comunicación interna y con salida a la calle; sala de estar-recibidor (donde hoy está la farmacia); tres salones de fiestas (los que están entre el vestíbulo y el área exterior de las piscinas); dos piscinas (para niños y adultos) con sombrillas, tumbonas, duchas en las áreas exteriores, servicios sanitarios para hombres y mujeres, máquinas expedidoras de refrescos, confituras, etc.; 6 ascensores (4 de público, 1 de la piscina y 1 de carga); una plaza de parqueo en el sótano para cada apartamento; áreas de tender cerradas con puertas y celosías en la azotea para cada apartamento; chutes de basura en cada piso con incinerador en el sótano.

 

Los vecinos pagábamos una cantidad mensual para el mantenimiento de los apartamentos que cubría todos los gastos de cualquier arreglo (inmediato) de plomería, electricidad, carpintería, etc. Había un grupo de camareras que limpiaban diariamente los pasillos de todos los pisos y todas las áreas comunes del edificio. También había empleados que se encargaban de la limpieza de la piscina y las áreas exteriores.

 

HT: ¿Exactamente cuántos apartamentos tiene?

 

ET: Tiene 201.

 

HT: ¿En qué año vinieron y cuando se marcharon los técnicos extranjeros que habitaban en los apartamentos? ¿Cuándo los ocuparon los cubanos? O convivían juntos cubanos y extranjeros, explícame esto.

 

ET: Los técnicos extranjeros comenzaron a venir alrededor de 1960. Al principio había muchos latinoamericanos, principalmente chilenos. También había algunos americanos, pero la mayoría eran del campo socialista, principalmente rusos, aunque también había alemanes, búlgaros, checos, etc. Los trajeron a ocupar los apartamentos que iban quedando vacíos de los propietarios cubanos que se iban del país. También trajeron para el edificio algunos profesionales cubanos de prestigio que vivían en el interior y debían venir a realizar sus labores en La Habana y cubanos repatriados. Son 4 de las familias que aún viven aquí.

 

HT: Después que se fueron los técnicos extranjeros y empezaron a vivir cubanos, ¿sabe si los apartamentos se los asignaban a cualquier persona sin vivienda o si debían tener ciertos requisitos, los ocuparon todos?

 

ET: No, aquí no vino más nadie nuevo, al contrario, los que estábamos aquí, siempre hemos estado locos por salir de este lugar,  y en estos 20 años los vecinos no hemos dejado de escribir cartas a TODOS los niveles solicitando que nos saquen de aquí y hemos adjuntado informes de ingenieros estructurales alertando sobre la necesidad de realizar acciones urgentes de reparación y mantenimiento de la estructura y no nos han hecho caso. Solo en una ocasión nos escucharon y repararon una columna del sótano. Yo conservo las copias de todas las cartas e informes que hemos escrito.

 

Los apartamentos que quedaron vacíos cuando sacaron a los extranjeros, siguen vacíos. Son 187 buenos apartamentos los que están vacíos desde hace más de 20 años (201 en total - 14 habitados =187). ¿No crees que habría sido ya el colmo de la discriminación con los cubanos si los hubieran traído después de sacar a los extranjeros porque no había condiciones para vivir aquí? ¡Que nos dejaran a nosotros que ya estábamos aquí no se notaba tanto! ¿Verdad?

 

Cuando la tormenta del siglo (1993) éramos 16 las familias cubanas, pero una logró que les dieran una casa en el Náutico y otra se fue del país. Las 14 familias que quedamos somos propietarios por alguna de estas vías:

 

- Son herederos (de alguna forma) de los propietarios originales.

 

- Vivían aquí en un apartamento alquilado cuando la ley de reforma urbana (de principios de los 60) y en virtud de esa ley les entregaron la propiedad.

 

- Son profesionales del interior que los trajeron para La Habana y les dieron vivienda aquí al principio de los 60.

 

- Son repatriados que les dieron vivienda aquí al principio de los 60.

 

¿Suficiente? ¿Aclarada tu duda?

 

HT: ¿Cuánto tiempo duró la época dorada del edificio?

 

ET: ¿“Dorada”? Bueno, podemos considerarla así mientras hubo piscina. Eso fue como hasta alrededor de 1980.

 

HT: ¿El deterioro del edificio fue gradual, por falta de reparaciones regulares o existieron otras condiciones para que esto se produjera?

 

ET: Sí, también hubo deterioro gradual del edificio, como todo edificio al que no se le da mantenimiento durante décadas, y peor aún si es un edificio junto al mar. Por eso cuando penetró el mar pudo hacer “zafra” con él.

 

HT: Con el tiempo algunas empresas o firmas asumieron la reparación del edificio, pero luego esto cambió. ¿Por qué no siguieron con el proyecto?

 

ET: La única empresa que asumió algo aquí fue Cubalse (la dueña del edificio) que no tuvo dinero para el monto de esta inversión. En 2001 plantearon que había dinero para hacer la reparación total del edificio y por eso acondicionaron y nos mudaron hacia los apartamentos del bloque central del edificio, pues los trabajos iban a comenzar por los otros 4 bloques, que es donde está la mayor parte de nuestros apartamentos originales. Luego de la mudada, no hubo más dinero.

 

HT: Entonces de los cinco bloques, solo el bloque central está activo. ¿No tiene información de algún ingeniero civil o arquitecto, si este podría ser afectado por los edificios colindantes en un futuro, debido al creciente deterioro de estos?

 

ET: Claro que sí. Además de los bloques que conforman el edificio, los dos más deteriorados y con mayor amenaza de derrumbe son precisamente los que no se ven desde la calle, los que están junto al mar.

 

HT: ¿Cuántas familias viven ahora?

 

ET: Solo 14 familias.

 

HT: ¿Le ofrecieron alguna vez a Ud. o a los demás vecinos otros lugares para establecer su residencia?

 

ET: No, a pesar de las innumerables gestiones que hemos hecho “a todos los niveles” y siempre sin recibir respuesta.

 

HT: ¿Y en la actualidad, se ha hecho alguna gestión con alguna institución del estado ante el desmoronamiento de este inmueble?

 

ET: INNUMERABLES. Llevamos 20 años escribiendo cartas a todos los Presidentes de Cubalse, de Palco y hasta de la República.

 

HT: ¿Cree que la gente que habita este edificio se ha acostumbrado de alguna manera a esta situación, conoce de algunos que planean mudarse o buscar otras alternativas? ¿Y Ud. que hará en el futuro?

 

ET: Bueno, permutar no podemos por razones obvias, además la mayoría somos propietarios de otros apartamentos que no son los que ocupamos hoy y ni siquiera nos legalizan ni nos entregan estas propiedades a cambio de las nuestras.

 

El rostro de Elsa muestra signos de cansancio. Me abstengo de hacerle más preguntas.

 

HT: Gracias por su colaboración y buena suerte.

 

La espera de Elsa y los otros vecinos se ha convertido en una resignación.  Todavía habrá quienes aún se aferren a la esperanza de haya alguien que tome cartas del asunto en la reparación de este edificio, que en sus mejores tiempos tuvo todas las condiciones para vivir.  Pero esta reparación, costaría millones y quizás ya no tenga salvación por su estado actual, pero la pregunta queda suspendida: ¿qué empresa arriesgaría un presupuesto tan grande para un edificio de vivienda que no revertirá algún tipo de ganancia económica a largo plazo?

La Habana, hoy

Uva de Aragón

20 de noviembre de 2013

 

Las desigualdades son evidentes. Hay dinero en Cuba, pero hay una pobreza que encoge el corazón

 

Acabo de regresar de un viaje de 12 días a Cuba. El año pasado fui en abril muy brevemente para asistir a un evento convocado por Palabra Nueva, y apenas vi La Habana, de modo que estas primeras impresiones se basan en lo que he observado distinto desde mi visita en el 2009. Hay más tráfico, más movimiento en las calles. Los “almendrones” (carros americanos de hace más de 50 años) tienen motores y pintura nueva. Ya no transitan con lentitud y ruidos. Continúan circulando los viejos Ladas, Cocotaxis, bicitaxis, motonetas. Hay mucha gente caminando, casi siempre con prisas y bolsas en las manos. Me comentaron que algunas son personas de provincias que van a la capital a comprar y vender las mercancías más diversas.

 

Abundan las carretillas con frutas y vegetales que se obtienen en moneda nacional. En muchos portales se ven “pequeños negocios” -por llamarlos de alguna forma- con venta de artesanía, carteras, ropas, bisutería, piezas tejidas a mano. Había gran descontento porque el Gobierno acababa de cerrar una serie de salas privadas de cine en 3D, al igual que lugares donde se vendía ropa traída de afuera. O sea, que no era obtenida a través del Gobierno. El tira y encoje en la apertura a nivel de la microeconomía incomoda mucho a la población. Es más, estos cierres han generado un debate nacional sin precedentes.

 

Gran número de personas han mejorado sus viviendas para alquilar habitaciones o pisos completos de sus casas. Algunas lo hacen a extranjeros por noches o semanas, lo cual a menudo implica entra y sale de jineteras. Otras prefieren hacerlo a cubanos, con contratos por estancias mucho más largas. Ganan menos dinero, pero tienen más tranquilidad y seguridad. Los cubanos que arriendan pueden pagar en CUC (moneda convertible) porque trabajan en sectores de turismo, tienen paladares, u otras entradas. No suele ser dinero de remesas, porque éstas no darían para tanto. Un apartamento puede alquilarse entre $250 y $400 CUC al mes, dependiendo del tamaño y el barrio.

 

Abundan las personas que confeccionan quesos, yogur, mantequilla, pan, dulces, embutidos, y los llevan a las casas o los venden en sus hogares. Una familia en un pequeño garaje hace pizzas y las entrega a domicilio.

 

Se escuchan pregones por los barrios con ofertas que incluyen reparador de colchones, perfumes de marca y ambientadores, espejuelos bifocales, y la compra de pedacitos de oro y plata. También hay personas que van a las casas a limpiar, planchar o hacer una manicura y pedicura.

 

Nadie me supo explicar bien el sistema de pagos al fisco, pero todos concuerdan que es arbitrario y excesivo. Un hombre bastante mayor, que echaba aire a las gomas en un garaje, me aseguró que debía pagar una cantidad exorbitante en moneda nacional por el uso de la bomba, lo que le dejaba poco margen de ganancias. Las calles no pueden tener más baches. La broma más común es que la noche anterior los ingleses bombardearon la ciudad. Con humor se disfrazan a menudo verdades incómodas.

 

Las desigualdades son evidentes. Hay dinero en Cuba. Se están vendiendo casas por cantidades que van desde $5.000 por un apartamento en Los Pinos, hasta $400.000 por una casona en La Víbora. Pero hay una pobreza que encoge el corazón.

 

Me asombraron los cambios en la televisión.

 

Hay ahora cinco canales nacionales, y en La Habana al menos, otro local, de la ciudad. La famosa “Mesa redonda”, antes utilizada principalmente para temas internacionales, con una fuerte carga ideológica y de crítica a los “enemigos”, discute dos o tres veces a la semana asuntos nacionales tales como la marginalidad, la vejez, la necesidad de que maestros y estudiantes mejoren la ortografía. Otro programa, “El triángulo de la confianza” aborda por igual cuestiones antes silenciadas. En el que vi, se discutía “la espera”. Uno de los invitados opinaba que debía ser dinámica, activa. Otro, que con rebeldía. En el noticiero, los locutores son más profesionales y visten mejor. Un segmento titulado “Cuba dice” trata temas como el mercado negro de fármacos. Entrevistan a expertos y a ciudadanos de a pie, y casi todos expresan fuertes críticas. Los escépticos, que son muchos, bromean que “Cuba dice” pero “Cuba no hace”.

 

Tal vez lo que más me sorprendió fue un anuncio de servicio público en la TV, en el que se ve a un funcionario sentado tras un buró, y una cola de personas con rostros sin bocas esperando inmóviles. Entra un hombre que sí se mueve y habla. Ve que otro llega, ignora a los de la cola y va directamente al funcionario en el buró. El hombre que habla pregunta por qué nadie se queja; les pinta bocas a las figuras hasta entonces calladas, y todas comienzan a protestar. Luego aparece el lema: “El silencio es también cómplice.”

La Habana, entre gritos y silencios

Ernesto Pérez Chang

3 de marzo de 2014

 

La Habana es una ciudad de gritones. Apenas ha salido el sol y, antes de que comiencen a cantar los gallos, los gritos se imponen sobre cualquier otro ruido. Las voces del vecino que despierta a quien no tiene reloj despertador. Las voces de agitación de las madres levantando a los hijos para que vayan a la escuela. Los pregones del panadero y los alaridos de una señora para que alguien que pasa por la acera apague el motor del agua.

 

Una mujer corre por la calle lanzando palabrotas al chofer del autobús que ha pasado antes de hora y ha decidido no esperar. La gente que viaja dentro, amontonada, protesta por la incomodidad, por los malos olores, por el estado del tiempo que, por el tono de furia que emplean, tan absurdo, a veces pienso que es una manera enmascarada de criticar el estado deplorable de las cosas.

 

Según pasan las horas la gritería aumenta como en una competencia descontrolada donde cada cual ensaya su nota más alta. Los vendedores ambulantes sueltan los pulmones en los gritos. También los compradores de oro, los de botellas vacías.

 

Según pasan las horas la gritería aumenta como en una competencia descontrolada donde cada cual ensaya su nota más alta. Los vendedores ambulantes sueltan los pulmones en los gritos. También los compradores de oro, los de botellas vacías.

 

Se suman al coro los que reparan colchones o máquinas de coser. Los que no venden ni compran pero que mandan recados o saludos a viva voz desde los balcones. La empleada que anuncia que se acabaron los turnos de alguna fila entre las tantas que estamos obligados a hacer. Los que avisan que ha llegado el pollo de la dieta o los cinco huevos del mes. Los cobradores del agua, el fumigador, los niños que salen de la escuela voceando consignas patrióticas que les han enseñado los maestros. El altoparlante que recorre las calles anunciando un acto político en la plaza o que explica, con muy elaborados galimatías, por qué nuestras elecciones de un solo partido son las más democráticas del universo.

 

Por la noche, los gritos y las formas de emitirlos son otros. Siguen siendo intensos pero si uno los escucha con atención puede llegar a sentir el cansancio en las voces, las frustraciones del día a día, el silencio que hay tras ellos.

 

Gritos por el niño que, jugando en la escuela, ha roto los zapatos nuevos, irremplazables. Gritos porque en la guardería han anunciado que estarán cerrados la próxima semana por falta de agua. Gritos de las madres porque saben que esos días de ausencia serán descontados del salario.

 

Las altas horas de la tarde, la oscuridad que asiste a las desnudeces, son el momento de los estallidos. La angustia contenida se exterioriza en peleas de todo tipo: gritos por la comida que está sin hacer porque no hay dinero para comprar el cilindro de gas. Gritos por la electricidad que cortaron o han de cortar por la falta de pago.

 

A pesar de la intensidad y la persistencia, uno sabe que esas voces casi en los extremos del sonido, rozando sus límites, no son otra cosa que el más estricto y controlado silencio.

 

Gritos porque se acabó el arroz. Gritos porque un padre de familia ha quedado sin empleo. Gritos porque la televisión anuncia que habrá lluvias intensas y ya los techos no aguantan más humedad. Gritos porque otra vez han pedido dinero en la escuela para hacerle un regalo al profesor que suele tornarse muy severo al calificar los exámenes.

 

Gritos porque los papeles de algún trámite no saldrán si no se paga un soborno. Gritos porque el más honesto de los vecinos, un militar que todos los años vacaciona en Varadero, ha denunciado a la pobre anciana que vive de tostar y vender maní en la esquina, sin licencia.

 

Gritos de dos madres desesperadas porque nadie interviene en una sangrienta bronca de pandillas donde están involucrados sus hijos. Gritos de indiferencia de la policía porque el asunto de la anciana vendedora es mucho más peligroso para la seguridad de la nación.

 

Gritos extraños, demasiado humanos, que escucho apagarse después de unos disparos. Gritos que se amontonan en mis oídos y que, con el tiempo, he aprendido a no escuchar porque no deseo terminar parado en la azotea de mi edificio gritando sin control, con los brazos atados por una camisa de fuerza.

 

En La Habana todos gritan a toda hora, lo hacen con una energía tan descomunal que uno puede escuchar las voces aun cuando está lejos, más allá de las aguas que bordean la isla. Sin embargo, a pesar de la intensidad y la persistencia, uno sabe que esas voces casi en los extremos del sonido, rozando sus límites, no son otra cosa que el más estricto y controlado silencio.

De cierta manera: La Habana

Juan Antonio Madrazo Luna

23 de agosto de 2013

 

Otra vez he tenido la paciencia de acercarme a De cierta manera (1974), el filme de la cineasta cubana y afrofeminista Sara Gómez. Es un filme maldito que desnuda demasiadas cosas a la vez, continúa siendo un espacio de la memoria que constantemente nos recuerda la marginalidad que habita la sociedad cubana y el precio de la desigualdad que aun con la Revolución están pagando muchas personas.

 

39 años han pasado y el filme nos alerta que todavía los negros y mestizos en su mayoría continuamos con desventaja social, que aun la herida de la desigualdad es un tatuaje que nos marca y la humedad del látigo no ha dejado de filtrarnos los huesos.

 

La Habana no ha dejado de ser la gran incubadora de la marginalidad y lo primero que violenta, al ver el filme, es un cartel que reza: “La Revolución ha terminado con la marginalidad”.

 

Hoy la Habana suele ser más insegura que cuando se exhibió esta joya de la antropología audiovisual. Ni la marginalidad ni las ciudadelas o barrios insalubres, como Las Yaguas, desaparecieron. Hoy Las Yaguas es una gran maqueta que se reproduce en los más íntimos escenarios de esta ciudad.

 

Mientras el Plan Maestro, de la Oficina del Historiador de la Ciudad, que dirige Eusebio Leal Spengler, está empeñado en la restauración de la Habana Borbónica e impone en su franja de acción económica mediante boutiques con precios del primer mundo, las ciudadelas y las cuarterías crecen hacia adentro, siempre distantes de la geografía donde están las oportunidades.

 

La Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) solo reconoce la existencia de 60 barrios marginales y 114 focos insalubres, pero son cifras que no responden a la realidad. Desde hace mucho tiempo, la Habana está sintiendo que sus músculos están fatigados, la Habana no aguanta más y los asentamientos son juegos de cinturas que flotan sobre sus ruinas.

 

En esta ciudad, solo basta con asomarse a lugares como La Isla del Polvo, Alturas del Diezmero, El Tropical, Ruta 11, Indaya, Los Pocitos, Carraguao, El Canal, El Plátano, Las Cañas, Atarés, El Casino, Los Bloques y un sinnúmero de asentamientos que se dibujan sobre un mapa de muchísimo silencio para darse cuenta como los seres humanos viven hacinados en cuarterías, como cucarachas, y se reproducen como conejos, mientras la Dirección Provincial de Vivienda cuenta con un fondo habitacional envidiable echándose a perder por más de 20 años.

 

Los asentamientos son lugares sin brillo, donde la administración del Poder Popular siempre tiene garantizada la pipa de ron o de cerveza, para anestesiar el alma de quienes habitan estos sótanos en los que, ni la pedagogía revolucionaria, ni los llamados Talleres de Transformación Integral del Barrio, han logrado modificar el paisaje, pues la guapería es una carta de triunfo. Son paisajes donde el precio de la desigualdad naturaliza las enfermedades psíquicas, el consumo de drogas y la violencia intrafamiliar.

 

Estos son algunos de los demonios que habitan nuestra ecología social, demonios alimentados por la ortodoxia revolucionaria que también apuntaló la marginalidad, al poner fuera del juego a figuras como el cineasta Nicolás Guillen Landrián, a la artista de la plástica Clara Morera, a los escritores Reinaldo Arenas, Lidia Cabrera y Carlos Victoria, a los investigadores Walterio Carbonell y Carlos Moore, al escultor Agustín Cárdenas, a Ediciones el Puente; reprimió las sexualidades disidentes, desmanteló la narrativa discursiva del hip hop para imponer el reggaetón, y hoy continúa penalizando la ecología política.

 

De cierta manera, Barrio Cuba, del desaparecido Humberto Solás, y Buscándote Havana, de la joven realizadora Alina Rodríguez, son algunos de los testimonios audiovisuales que incomodan al poder, pues le dan voz a la otra ciudadanía; desnudan su naturaleza pornográfica y descubren sus límites apenas interrogados por la sociología revolucionaria. Mientras tanto, La Habana no deja de besar sus propias heridas y de enseñar sus partes más escandalosas.

 

madrazoluna@gmail.com

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.