ARTISTAS CUBANOS

CÓMPLICES DE LA TIRANÍA CASTRISTA

Tradición y símil

Regina Coyula

1 de diciembre de 2013

 

Ya en 1984 un grupo de bailarines protagonizó un conato de protesta. Alicia Alonso ha gobernado el ballet como Castro hizo con el resto del país

 

Dejé de tener contacto oficial con el Ballet Nacional de Cuba (BNC) hace casi treinta años. Algunas hermandades, mucho cariño y los infaltables odios me dejó aquella experiencia. Pero al leer Los bailarines del BNC revelan una vieja tradición, he regresado al orwelliano 1984 en que un grupo de bailarines —los jóvenes de entonces— protagonizaron un conato de protesta. 

 

Básicamente lo mismo de la carta de ahora: malas condiciones de alojamiento, transporte y dietas durante las giras internacionales. Además los de entonces, que ya no somos los mismos, agregaban el favoritismo con que se organizaban los elencos de gira. Era época de amistad con Nicaragua, pero todos preferían practicar el internacionalismo en Europa. Y los roles. Los papeles principales también estaban bajo fuego, pues muchas veces se adjudicaban por simpatía y no por calidad.

 

Dentro de aquellos inconformes había excelentes profesionales dirigentes además dentro de la UJC, gente con arrastre y prestigio que “puso malo” el BNC. Fue un momento caldeado dentro de los salones de clase, en los vestuarios, entre bambalinas. Todos fueron neutralizados con amenazas o prebendas, lo cual explica el anonimato del reclamo actual.

 

Es cierto que nuestros bailarines viven mejor que la mayoría de los cubanos, pero si los comparamos con sus pares de una compañía de nivel mundial, liga en la que se mantiene el BNC, se alimentan mal, se saben explotados, entran en trapicheos; todo para estirar el estipendio y mejorar las condiciones de vida. A pesar de que durante muchos años los bailarines y maitres pudieron contratarse en cualquier esquina del mundo sin tener que entregar una sustanciosa parte de lo ganado al Ministerio de Cultura --dádiva que deben a su Prima Ballerina Assoluta—, en el BNC se ha abierto un trillo hacia el exilio.

 

Nada parece haber cambiado ni creo que cambie (hasta la “tradición” del contenedor), pero deseo de corazón que esos jóvenes de la carta de este 2013 puedan luchar por sus derechos artísticos y laborales sin necesidad del anonimato.

 

Conocer por dentro el BNC permite un símil entre Alicia Alonso y Fidel Castro. Ambos han dirigido a capricho como en una corte, rodeados de incondicionales prestos a adular, y hasta a ser bufones; algunos por convicción, otros por conveniencia, los subordinados se han mantenido en una ambivalencia amor-odio con esa figura materno-patriarcal. ¡Pero ay de quien ose discutir una decisión, cuestionar el liderazgo! Daba bochorno ver cómo luego de una función desastrosa, muchos de los burlones entre bastidores, desfilaban por el camerino de la diva, o al día siguiente por su oficina, para asegurarle que había estado regia, divina (“perra” no, muy vulgar). Todavía por aquellas fechas su partenaire era Jorge Esquivel, con Orlando Salgado aquello fue para peor.

 

Mi relación personal con Alicia fue buena hasta una recepción que ofreció Fidel Castro al BNC luego de una exitosa gira internacional. Bruzón, uno de los escoltas personales de Castro, se me acercó para decirme que Fidel quería conocer y conversar con bailarines jóvenes, así que reuní a varios, entre los que inevitablemente se encontraban los incómodos, y los conduje a un local más pequeño. Castro conversaba con Alicia, su esposo, Sonia Calero y Alberto Alonso cuando irrumpí precedida por Bruzón con aquella tropa de atrevidos. Por indicación del escolta, los fui presentando uno por uno a Fidel, que se dedicó a hacerles preguntas. En ese momento, la uña rosaperlada del pulgar de Alicia se hundió en mi hombro. Aquel gesto presagiaba problemas. “Él ya los conoce”, me dijo con una voz parecida al dedo en mi hombro.

 

Al día siguiente, mi jefe era citado a la oficina de Carlos Aldana, ¿se acuerdan? Era por entonces el presunto sucesor y “atendía” la esfera ideológica. Cosas del Partido, para los que no entiendan. Alicia le había llamado para exigir mi destitución. Aldana se daba cuenta de que aquello era una perreta, mi jefe conocía todo lo que había que saber y me apoyaba, pero ante el escollo con “la vieja”, yo no podía seguir atendiendo el Ballet. Casi todos los sediciosos de entonces viven fuera de Cuba y no me dejarán mentir.

 

Para algún despistado que siga sin entender, de la misma manera que Aldana atendía la esfera ideológica, yo “atendía” el movimiento danzario del país. Cosas del G2.

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Nota de Manuel Castro Rodríguez: En la neolengua del castrismo, el término ‘atender’ significa vigilar, controlar y manipular.

 


Patética súplica a una autócrata

Eugenio Yánez

28 de noviembre de 2013

 

Integrantes del Ballet Nacional de Cuba imploran migajas a Alicia Alonso

 

Me costó trabajo leer hasta el final la súplica que miembros del Ballet Nacional de Cuba de gira por España dirigieron anónimamente a Alicia Alonso.

 

No por la estulticia y miseria que puede albergar el alma humana, sino por ver hasta dónde se pueden degradar algunos cubanos por una paella, dos blúmers o un litro de aceite vegetal, equivalentes contemporáneos del plato de lentejas bíblico.

 

Muy triste para todos los cubanos, vivan donde vivan, que bailarines profesionales de una compañía de ballet que merecidamente ha ganado reconocimiento mundial a lo largo de los años, después de una gira de casi tres meses por España, mendiguen 50 euros (menos de 68 dólares) para cada integrante del conjunto, para comprar pacotilla y llevar de regreso a Cuba algunas monedas con que obtener muslos de pollo o leche en polvo.

 

Hay quienes cuestionan si ese correo electrónico que circula en medios intelectuales y artísticos en La Habana es real o falso. No tiene importancia: es creíble, y eso es lo peor. Porque refleja, lamentablemente, el nivel de humillación e indigencia moral en que pueden caer algunos razonando dentro de esquemas mentales creados por el totalitarismo para denigrar la condición humana y hacer más fácil ejercer la dictadura.

 

Además de lastimosa, la comunicación es incoherente y no podrá entenderla quien no sepa cómo se vive en Cuba. Decir que el dinero de la dieta no alcanza para “comer, comprar y ahorrar” es risible: las dietas (viáticos) son una subvención a quienes tienen que viajar por motivos de su trabajo, no una dádiva para “comer, comprar y ahorrar”, lo que se supone que haría cada persona con su salario (en un país normal, claro).

 

La comunicación es patética: se dirigen a Alicia Alonso como siervos de la gleba a los feudales o esclavos a sus mayorales. Casi abochornados por molestar a la Primerísima Ballerina Obsoleta con insignificancias tales como derechos laborales y humanos, y justificando no firmar el lloroso reclamo por “sentido común y conservar la seguridad de los bienes que nos reportan las giras”, es decir, para cuidar las migajas.

 

Pretenden que la bailarina en jefe haga mohines a su esbirro de turno por no comprar en “el Mercadillo” o pasearse por España con su esposa durante siete semanas, mientras los siervos viajan solos en ómnibus “espantosamente incómodos” (¿peores que los de Cuba?) y se alimentan “Dios sabe de qué mala manera” (¿quizás bistec de cáscaras de toronja, pasta de oca, picadillo extendido o café mezclado con chícharos?).

 

Es lamentable que para reclamar derechos haya personas que planteen que no saben ni les interesa que “cada quien que se defienda como pueda”, mientras los que reclaman tengan acceso al “regalo” que consideran les corresponde, no por talento o esfuerzo, sino por sumisión y mansedumbre.

 

La mentalidad feudal no es nueva en el Ballet de Cuba. Conocidas son las veleidades de la bailarina en jefe durante más de medio siglo, su prepotencia, intolerancia, envidia, complicidad con el poder, maltratos, favoritismos, soberbia y estilo de vida aristocrático.

 

Muy rápidamente viene a la mente la tentación de decir que los que reclaman tan patéticamente tienen lo que se merecen. Pero no nos degrademos a nosotros mismos: ningún ser humano merece ese pantano moral donde la tiranía ha sumido a los cubanos para avasallarlos y explotarlos, al extremo de hacer creer a bailarines profesionales que merecen 50 euros de regalo si los ruegan humilde y temerosamente, y si se han portado “bien” soportando abusos y humillaciones.

 

Tal vez no suceda nada, o quienes lloran reciban parte de “sus” 50 euros, o hasta toda esa suma, si la camarilla decide evitar escándalos ahora y pasar la cuenta después. Creer que la rebeldía de porcelana de quienes no llegarán nunca a cimarrones quedará sin consecuencias es de una candidez extrema. Imposible hacer el amor y ser virgen a la vez.

 

Mucho mejor como seres humanos les iría a esos pedigüeños si fueran capaces de renunciar al “regalo” y a la plañidera conducta que muestran en su carta y estuvieran dispuestos a vivir sin “la seguridad de los bienes que nos reportan las giras”, pero en condiciones mucho más dignas y honorables, en Cuba o donde fuera. A fin de cuentas, los integrantes del Ballet cubano son reconocidos en todo el mundo y podrían trabajar en muchos países por salarios decorosos sin tener que mendigar 50 euros a una autócrata antediluviana, por excelsa que haya sido como bailarina, o a su mayoral en la gira, colocado en ese cargo por ella misma.

 

Es cierto que las precarias condiciones de vida de los cubanos bajo la tiranía obligan a todos, dirigentes, médicos, profesores, ingenieros, científicos, artistas, deportistas, intelectuales, empresarios, técnicos medios, obreros calificados, militares, a ver el viaje al exterior como vía para resolver perentorias necesidades personales y de su familia, y en consecuencia considerar una conducta ovina como la vía más recomendable para lograr sus objetivos, trocando dignidad o solidez moral por acceso a electrodomésticos, ropa, equipos electrónicos, muebles, colchones, juguetes, privilegios o dinero.

 

Dejemos la doble moral a un lado aunque sea esta vez: ¿quién no ha caído en la tentación, unos más y otros menos, en algún momento de su vida, pensando en obtener una buena cena, una computadora, una muñeca para la hija o un abrigo para su mamá? ¡Quien esté libre de pacotilla que lance la primera piedra!

 

No crucifiquemos demasiado a esos infelices, sí, infelices, del Ballet Nacional de Cuba, que imploran por 50 euros. Otros cubanos han hecho cosas peores por mucho menos.

 

Como participar en un mitin de repudio por una cajita con congrí y pescado.

 

Hablas como si me conocieras (Ballet Teatro, 1987)

Irene Kuchilán y Tomás Gutiérrez Alea

«No hice ‘Giselle’ por ser negra»

Armando López

2 de julio de 2009

 

Caridad Martínez, la primera mulata que hizo carrera en el Ballet Nacional, habla sobre su vida, la danza y los ‘sentimientos encontrados’ hacia Alicia Alonso

 

Caridad Martínez, la primera mulata que hizo carrera en el Ballet Nacional de Cuba (BNC), la bailarina para quien los coreógrafos Brian Mac Donald y Alberto Méndez crearan a su medida, no aparece en el Museo del Ballet Nacional. Como tantos cubanos en el exterior, ha sido borrada de la memoria de la revolución.

 

A la hija de René, el percusionista de Arcaño y sus Maravillas, no le perdonan sus protestas a los métodos de dirección de Alicia Alonso, su deserción del Ballet Nacional, ni que arrastrara a Rosario Suárez y a Jorge Esquivel en la creación del experimental Ballet Teatro de La Habana.

 

No le perdonan que el Ballet Teatro mezclara el ballet, la danza, la actuación, la pintura y la música, y desbordara el Teatro Mella con un público que aplaudía a rabiar las burlas a cisnes y príncipes desvaídos. Y muchos menos que se atreviera a ser libre y hoy sea la flamante directora de la Escuela de Ballet de Brooklyn.

 

Para entender a Caridad, hay que decir que nació en el bullanguero barrio habanero de Cayo Hueso, que se la pasaba repiqueteando las tumbadoras de su padre; que cayó en el ballet porque Obdulia, su madre, además de cantar bolerones, tenía su “lado fino”. La llevó ver bailar a Maya Plisétskaya La muerte del cisne. Esa tarde, Alicia, ¡cómo olvidarlo! bailó La fille mal gardée.

 

Desde entonces, Caridad Martínez despertaba en puntas. El pasillo, la sala, hasta la calle, eran su escenario. Su padre, sus tíos, sus abuelos (convivían en la casona con barbacoas) gozaban. Obdulia hacía planes. A ella no la dejaron ser artista. Pero la pequeña Caridad, aún de trenzas y lazos, ya había pegado una estrella de colores, con su nombre, en la puerta de su cuarto.

 

Su primera audición se la tomó Josefina Méndez, en la sede del Ballet Nacional. Le subió las piernas, la dobló para el cambré, la volteó para el turn-out. Pero la recepcionista, que era negra, le advirtió a Obdulia: “que no se embulle, nunca he visto aquí bailarinas solistas negras”. La madre, volada como una cafetera, le respondió: “Pues estás viendo a la primera”.

 

Caridad recuerda a estudiantes llorando en las aulas de la Escuela Nacional de Arte. Los habían expulsado por homosexuales. Un compañero les había “tendido una cama”. Tenía diez años y ya tropezaba con el rostro oscuro de la revolución. Pero aprendió a callar. Quería que su estrella brillara en los escenarios.

 

Para una bailarina, ¿es doloroso envejecer?

 

Me enorgullece. Me mantengo en forma. Entreno diariamente. Hago pilates, boxeo, pesas, entreno ballet dos veces por semana, pero ya no bailo. Me dedico a la enseñanza. En Brooklyn tengo alumnos de todas las edades y procedencias. Impartimos ballet clásico y contemporáneo, y también jazz y hip-hop.

 

¿Enseñas por la metodología cubana?

 

Soy formada en Cuba. Fernando y Alicia Alonso, Joaquín Vanegas, Ramona de Saa, Josefina Méndez, Azari Plisétski fueron mis maestros. Tenían una manera muy particular de enseñar. Sus alumnos logramos un nivel técnico y artístico que no hubiéramos alcanzado de ser entrenados por otros métodos. Tomaron de las escuelas italiana y rusa de Vaganova, pero le agregaron la pasión del Caribe.

 

Alicia fue tu mentora en el BNC, ¿tuviste algún encontronazo con ella?

 

Sobre Alicia tengo sentimientos encontrados. La admiraba como bailarina. Me parecía muy divertida. Disfrutaba la manera en que enseñaba. Pero al mismo tiempo, era tan injusta, tan egoísta. Fue la fundadora, sí, pero cometió un gran error. Impuso un molde rígido, donde te asignaban tu lugar para siempre.

 

¿Sacrificaba al individuo?

 

El individuo no importaba, todo estaba en función de la compañía. Pero sucedió lo inevitable. La escuela de danza generó tantos bailarines, cada uno con sus propias potencialidades, que demandaban diferentes compañías con diferentes estilos. Pero eso nunca se dio. Iba en contra del monopolio de Alicia. Y el Ministerio de Cultura era su cómplice.

 

A las bailarinas principales de tu generación —Rosario Suárez, Ofelia Gonzalez, Amparo Brito, tú misma—, Alicia les impuso los personajes románticos que ella bailaba. ¿Tenían que ver contigo?

 

Me gustaban los ballets románticos, pero teníamos que interpretarlos al calco de Alicia. Eran camisas de fuerza. Un día, Menia Martínez pasó por mi ensayo de Sílfides y me enseñó unas variaciones de brazos que hacían en el Kirov de Leningrado y que se adaptaban a mi personalidad, y Alicia casi me mata. Estábamos presas en una manera ajena de bailar. No podíamos ser nosotras mismas.

 

¿Te sentiste discriminada en la compañía por ser mulata?

 

Más que eso. Me dijeron que yo tenía unos rasgos muy duros para hacer Giselle, que no podía dar la fragilidad de una willi o la escena de la locura con mi pelo duro. Fue humillante, frustrante. Tenía la técnica para bailarlo todo, pero por negra nunca me dieron el papel de Giselle. De Bella durmiente sólo me permitieron hacer el Pas de Deux del segundo acto. Tampoco bailé un Lago de los cisnes completo.

 

Pero protagonizaste Plásmasis, primer premio de coreografía en Varna; Alberto Méndez creó para ti Muñecos; Mac Donald te hizo Tiempo fuera de la mente y bailaste una rumba en punta con tambores batás, en el Festival de Ballet de La Habana, que paró al Teatro García Lorca. ¿No fue Alicia quien aprobó esos proyectos?

 

También fue ella la que tronchó mi carrera. En Varna, unos ingleses me propusieron contratarme para el Ballet de Londres, y Alicia me dijo que no hablara con ellos, que eran agentes de la CIA. Y la rumba que recuerdas, Al tercer día de lluvia, coreografía de Humberto González, sobre un cuento de García Márquez, fue debut y despedida. Nunca la repuso. Alicia quería un repertorio de cisnes, princesas melancólicas y hadas. Y yo era una mulata con tambores sonando dentro, no lo olvides. Como me dijo una vez la asistente de Alicia, de manera burlona: “Tú eres la étnica de la compañía”.

 

¿No podías liberarte del Ballet Nacional?

 

¿Y dónde iba a bailar? En Cuba, o pertenecías al BNC, al de Camagüey, o no bailabas. Hasta pensé en irme a Danza Nacional, donde coreografiaban temas de nuestro folklore, pero no me atreví. Había crecido en la compañía. Tenía una técnica conformada para el ballet. Sería comenzar de nuevo.

 

Pero escapaste y fundaste el Ballet Teatro de La Habana.

 

En 1985, Rosario Suárez, Amparo Brito, Mirtha García y yo le escribimos una carta de protesta a Alicia, donde planteábamos que no teníamos ninguna decisión artística sobre nosotras mismas. Ya Jorge Esquivel se había marchado, cansado de ser el eterno partenaire de la prima ballerina assoluta.

 

Cuando sucedió la Perestroika en la Unión Soviética, pareció abrirse una ranura de libertad en Cuba. Las firmantes de la protesta (con excepción de Amparo Brito), decidimos renunciar al BNC y fundar el Ballet Teatro. Queríamos hacer el ballet que correspondía a nuestra generación.

 

¿Qué respondió la Alonso? ¿El Ministerio de Cultura las apoyó?

 

Alicia nos acusó de resentidas, de creernos más de lo que éramos. Y claro, el Ministerio de Cultura la respaldó incondicionalmente. Del Comité Central nos acusaron de estar en contubernios con la CIA. Nos suspendieron los salarios hasta que los fanáticos del ballet recabaron dinero para pagarnos. Fue tal el escándalo, que nos devolvieron nuestros sueldecitos.

 

Pero autorizarnos un nuevo grupo, de eso nada. Pasaron meses, hasta que poco a poco aparecieron voces de apoyo. Nisia Agüero y Angela Grau nos defendieron. Miguel Iglesias nos prestó su estudio. Se nos unieron el teatrista Carlos Díaz, los actores Adolfo Llauradó, Raúl Durán, Cary Ravelo, Pedro Sicard, Selma Soregui, Cristóbal González, Maribel Diardez. Por último, Sergio Vitier nos ofreció el Teatro Mella.

 

Surgió el grupo Ballet Teatro, del que fui directora. Debutamos (1987) con Hallazgos y Hablas como si me conocieras (filmado por Irene Kuchilán y Tomás Gutiérrez Alea), donde la ironía y la crítica al centralismo jugaron un papel fundamental. Con Eppure si muove logramos el premio de la UNEAC a la mejor puesta. Cuando Esquivel salió a escena con dos enormes patos en sus hombros, burlándose de El Lago de los cisnes, el teatro se vino abajo.

 

El Ballet Teatro sólo duró cinco años. ¿Por qué?

 

Todo iba viento en popa, pero vino el período especial y más represión. Raquel Revuelta, entonces presidenta de Artes Escénicas, nos dijo que los contratos que teníamos para la Feria de Sevilla había que cancelarlos, que yo no podía viajar, que pondrían a otra persona al frente de la compañía. Argumentó que venía un período muy difícil para la revolución y había obras mías que no se podían poner más, porque eran muy críticas. No nos quedó otra que matar el proyecto.

 

Y con el barco que se hunde, en el Ballet Nacional vino el “sálvese el que pueda”, la estampida de bailarines, maestros y coreógrafos hacia Madrid, Nueva York, Londres. Unos fueron exportados en busca de dólares, otros escaparon, como yo. Cuando me ofrecieron dirigir el Ballet de Veracruz, comuniqué a Cuba que no regresaba. Me amenazaron. Me dijeron que me convertiría en una disidente. Les respondí que ya era una mujer libre.

 

¿Cómo te radicas en Nueva York?

 

El pintor y cineasta Julián Schnabel llegó a Veracruz para filmar Antes que anochezca, sobre la autobiografía de Reinaldo Arenas. Bailé en la película, hice la coreografía y le ayudé con los ambientes cubanos del filme. Me embulló a venir a Nueva York. Una ciudad muy dura, pero exuberante, fabulosa, llena de posibilidades. Dirigir la escuela de Ballet de Brooklyn ha sido una de ellas.

 

En esta época de juegos de videos, ¿cómo ves el futuro del ballet?

 

No soy pitonisa, pero todo indica que habrá obsesión por el virtuosismo. El nivel técnico se desarrolla por día. Los críticos quieren estilo, pero el público exige acrobacias. Ahora cualquier bailarina abre los treinta y dos fuetés con cuatro piruetas y termina con seis. En mi tiempo eso era algo extraordinario.

 

En medio de una crisis galopante en Cuba y la ancianidad de Alicia, ¿consideras que el Ballet Nacional sigue siendo una compañía de primer nivel?

 

Los fui a ver cuando se presentaron en Nueva York, y sentí pena. La técnica de sus bailarines sigue siendo excelente, pero en sus puestas se ve la miseria por la que está pasando Cuba. La textura y el color del vestuario no corresponden con la época en que se desarrolla la obra, toda la factura es de muy mal gusto. Y lo peor, el mismo repertorio de hace cincuenta años.

 

¿No montan nuevas coreografías?

 

No deben ser buenas, cuando tienen que presentarse en Nueva York con la misma Fille mal gardée de hace medio siglo. Si al menos repusieran los clásicos de Alberto Alonso: La rebambaramba, El güije, El solar, que son exponentes de un verdadero ballet nacional… He hablado con bailarinas jóvenes, sienten lo mismo que sentíamos Charín y yo: se sienten frustradas.

 

Bailarines, maestros y coreógrafos cubanos integran las grandes compañías internacionales. ¿Eso habla bien o mal del Ballet Nacional de Cuba?

 

Habla bien de la escuela, pero no de la compañía, donde las opciones al desarrollo artístico y la diversidad de estilos no existen. Los jóvenes bailarines cubanos aprovechan una gira del BNC para cruzar fronteras, pedir asilo, quedarse en terceros países. Buscan nuevos horizontes para desarrollarse, como tuve que hacer yo. Tres generaciones de bailarines cubanos dispersas por el mundo. El individuo no importa todavía.

¿Felicitamos a Silvio Rodríguez?

Haroldo Dilla Alfonso

22 de septiembre de 2013

 

Como era de esperar de un hecho tan sonado como el uso de un acto multitudinario para pedir cambios políticos en Cuba, Roberto Carcassés (RC) ha pasado de ser lo que realmente es, un artista brillante e innovador, a un test case de las militancias políticas.

 

Por supuesto que los primeros en salir a la palestra fueron los cancerberos del sistema apoyando las sanciones administrativas contra RC. Ello incluyó artistas compelidos –por convicción o por conveniencia- a apoyar todo lo que el régimen hace y a los cada vez más estériles e intrascendentes blogueros mal-pagados. Pero entre ellos hubo un sector que me llamó la atención: el bolsón procastrista de Miami.

 

El primero fue un locutor de radio que animaba en Cuba un programa de enlatados de musicales cultos y ahora milita con pleno derecho en una franja de difamación y chanchullos que cobija a varias tendencias políticas aparentemente enemigas, en realidad mutuamente imprescindibles.

 

Y luego Max Lesnik, a quien menciono y cito solamente para mostrar el atraso y la decadencia ideológica del procastrismo. Pues para Lesnik el principal problema de RC es que pidió la legalización de la mariguana, “…para fumarla, dijo, en plena gozadera de vicio y corrupción, que por supuesto que tal cosa no significa libertad. Y en eso de la Mariguana por ‘la libre’ no estoy de acuerdo yo”.

 

Es decir, que Lesnik habla muy mal de sí mismo cuando despacha con tal procacidad un ramillete de temas tan complejos como el planteado por RC. Que incluye el candente asunto de la legalización del uso de las drogas, un debate muy serio a nivel mundial que este analista político (todo en minúsculas) diluye en “gozaderas” y libertinajes.

 

Debo aclarar que cuando escribí mi artículo sobre el tema la pasada semana yo no sabía lo que significaba María. Ahora que lo sé, yo, que tengo otras maneras de diversión que no pasan por el uso de las drogas, encuentro en ello otro motivo para felicitar a RC.

 

Luego, los apoyos, que dentro de Cuba se han limitado fundamentalmente a una solidaridad gremial, es decir al derecho o no de un artista a usar una tribuna. Y que en casi todos los casos han coincidido en regañar a RC por usar la liturgia de los cinco-héroes-prisioneros-del-imperio para un fin diferente.

 

Son dos presuposiciones equívocas y de bajos vuelos.

 

Por un lado, creo que hay que defender el derecho de los artistas a expresarse como les venga en gana –con un discurso o con una canción- pero también de todos los ciudadanos. RC lo hizo y cuenta a su favor con una fama bien ganada por su talento y trabajo que de alguna manera lo inmuniza.

 

Otras personas son apaleadas cuando intentan hacerlo, o tienen que abandonar el país, o les pasan la factura en alguna comisaría. La única posición democrática, justa y patriótica sería defender el derecho a la expresión de todos los ciudadanos(as), incluyendo aquí a prominentes intelectuales  como son, entre otros, Cuesta Morúa, Yoani Sánchez, Miriam Celaya, Regina Coyula y  Antonio Rodiles, que no pueden acceder a las tribunas.

 

Por otro lado, creo que hay que desacralizar todo lo público, refiérase al tema que se refiera. Pues lo que es sagrado para unos, no lo es para otros, y todos somos cubanos. Y tras el tema de los agentes presos –cuyas liberaciones también yo apoyo- hay todo un andamiaje de manipulación patriotera que merece ser develado, incluso en beneficio de nuestros compatriotas encarcelados.

 

La figura más visible del apoyo mediatizado, que antes explicaba, ha sido Silvio Rodríguez. En lo fundamental lo que ha dicho el viejo trovador es que RC fue torpe al usar esta tribuna para ese fin, pero que el castigo que le querían propinar era también torpe.

 

Es decir, dos torpezas sobre las cuales se erguía olímpicamente el propio Silvio, proponiendo que RC lo acompañara en unos recitales barriales y gestionando otra reunión donde se dice levantaron las sanciones.

 

Esto último es bueno, pero no creo que sea lo más importante. Al final RC es joven, conocido y talentoso, y podrá superar cualquier sanción mezquina, que sería finalmente muy costosa para el gobierno.

 

Lo más importante es que si hacemos una lectura benigna de lo que ha dicho Silvio Rodríguez, se pudiera concluir que esta figura paradigmática de la cultura cubana posrevolucionaria está moviéndose hacia posiciones de mayor tolerancia y pluralismo. De lo cual ha carecido en su pasado conocido. Y si es así, lo felicito.

 

Silvio ha dicho, por ejemplo, que él apoya la idea de que los artistas expresen sus criticas por diferentes vías, aunque no en un acto por los cinco, que es, dijo “sagrado”. Ha planteado su desacuerdo “con la sanción desmedida de prohibirle a un músico realizar su función social”.

 

Si corremos el tema solamente unas pulgadas y aplicamos pura lógica, entonces Silvio Rodríguez tendría que reconocer que se opone a que médicos, profesores, sociólogos, antropólogos, periodistas, etc., sean separados también de su “función social” cuando son expulsados de sus trabajos, o sometidos a hostigamientos que hacen imposibles sus permanencias.

 

Si está de acuerdo con condenar “sanciones desmedidas”, entonces ya está listo para condenar los atropellos contra los activistas opositores, incluso contra las personas que ejercen la crítica sin pretender cambiar al gobierno, como ocurre con trágica frecuencia.

 

Más aún, imagino, cuando se trate de las celebraciones que hacen los disidentes el día mundial de los derechos humanos, que para ellos –y son cubanos- es sagrado.

 

Por supuesto que algunos lectores van a considerar que estoy soñando. Pero yo quiero creer que no. Y por eso quiero ver como Silvio Rodríguez se coloca por encima de sus propias torpezas –como ahora sobre las torpezas de los otros- y se retracta de haber firmado hace solo diez años un documento justificando el fusilamiento sin garantías legales mínimas y por hechos menores, de tres jóvenes pobres y negros.

 

Obsérvese que no digo que se retracte de sus posiciones políticas, ni de sus preferencias por Fidel, Raúl o Machado Ventura. Posiciones como esas son parte de nuestro presente y lo serán de un futuro pluralista donde todas las posiciones políticas deben caber.

 

Lo que sugiero a Silvio Rodríguez es que se separe de un hecho criminal, para que podamos creerle definitivamente y para que otro hecho como ese no vuelva a suceder.  Pues si bien es cierto que los tres jóvenes negros y pobres no eran artistas, sí eran, Silvio Rodriguez debe saberlo, tan personas y compatriotas como Carcassés y los cinco héroes.

Otra vez el necio

Alejandro Armengol

26 de abril de 2013

 

Existe una terca costumbre en hallar valores personales y éticos en quienes poseen la capacidad de crear obras de arte. No siempre es así

 

Durante un concierto reciente en Lima, el cantautor cubano Silvio Rodríguez dedicó la interpretación de una de sus canciones, El Necio, al presidente impuesto de Venezuela, Nicolás Maduro. Se podría pensar que nunca se ha aplicado a Maduro un mejor título, pero sería hacerse una ilusión vana: desde hace años Silvio desterró la ironía.

 

Durante la década de los 60 del pasado siglo Silvio Rodríguez representó una pequeña posibilidad contestaria dentro del sistema y lo que es más importante, de individualidad creadora. Más que un rebelde, siempre fue un individualista, y los jóvenes de entonces lo admiraron —y también envidiaron— por ello.

 

Sin embargo, en el fondo y a flor de piel, siempre ha sido un débil, no sólo de voz. Alfredo Guevara, que fue un malvado inteligente, se dio cuenta de ello. Haydee Santamaría, que era una mujer bruta, insensible y pueblerina, debió encontrar algo atractivo en amparar aquellos muchachos trovadores, quizá una forma de reafirmar sus poderes o un nuevo intento de compensar su incultura.

 

En ambos casos, más que el interés personal de los funcionarios, lo importante fue la utilización del joven como instrumento de propaganda, sobre todo hacia el exterior. A los dos le debe Silvio parte de su carrera artística. También a los jóvenes de Cuba, y luego de Latinoamérica y España, que admiraron y aún admiran sus canciones. En ambos casos, supo pagar sus cuentas: a los funcionarios, con obediencia; a los otros con un repertorio donde hay para diversos gustos y se encuentran temas valiosos. A todo esto se añade una influencia indiscutible —casi siempre malsana— en los miles de imitadores que lo han seguido hasta hoy.

 

Existe una terca costumbre en hallar valores personales y éticos en quienes poseen la capacidad de crear obras de arte. No siempre es así. Como ser humano, Silvio ha dado muestras de conducta despreciable. No es el único Pero en este caso no estamos exclusivamente ante un artista, sino ante alguien que desde el inicio ha explotado las circunstancias que le permitieron no solo convertirse en un mito para la juventud cubana, sino en un símbolo internacional.

 

Al mismo tiempo, en múltiples ocasiones Silvio Rodríguez ha traspasado la infamia y caído en la ignominia, con necedad y empeño. Las dos o tres frases sinceras que también ha pronunciado no lo libran de culpa.

 

Más allá de su cobardía y acomodamiento, lo peor en Silvio es su falta de pudor. Ya no es un trovador de jeans gastados y guitarra al hombro, sino un empresario y cantante famoso. Paradójicamente, esto lo lleva a aferrarse a un régimen que sabe en ruinas, pero con el que está comprometido moral y materialmente, y al que piensa sobrevivir con dos o tres declaraciones plañideras cuando llegue el caso, y tres o cuatro canciones oportunas que desde hace años deben estar bien resguardadas.

Silvio se queda solo

Alejandro Armengol

3 de marzo de 2014

 

Hace unos días el cantautor Silvio Rodríguez publicó en su blog un “Comunicado de la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad”. El primer problema de dicho “comunicado” es con el título. ¿Por qué estos viejos comunistas se siguen aferrando a esas parrafadas, de cuando el gasto de papel no importaba, la tinta era gratis y se apretaba una tecla y no salía una letra sino toda una consigna? Comprendo que en la época gloriosa para ellos de la guerra fría los costos no importaban, no existía internet y una imagen —trucada como las recién divulgadas fotos de Fidel Castro— le valían más recompensas que cien palabras, aunque ellos no dudaban en gastar mil para repetir consignas.

 

Pero señores, todo eso ya pasó. Se impone la síntesis y hasta un rap, el hip hop y otros géneros efímeros son ahora más efectivos que esas peroratas de Silvio rasgueando (mal) una guitarra. Entonces Fidel Castro hablaba interminablemente durante ocho horas y leía cables de las agencias de prensa uno tras otro. Qué cantidad de información maneja esta hombre, podría pensar uno ingenuamente. Sin embargo, hoy en cualquier servicio de mensajes por internet de entrada el usuario se encuentra con más información —útil, frívola, intrascendente, necesaria— que aquellos datos torcidos con los que el Comandante en Jefe pretendía embaucar a una audiencia cautiva.

 

Resabios del pasado los que padece Silvio Rodríguez. Vive en un mundo encantado en que aún se cree que repetir mentiras lo salva de la verdad. Porque lo que aparece en el “comunicado” no es más que una sarta de mentiras. Hay que decirlo a las claras, sin temor a perder con estas palabras la supuesta objetividad periodística y sin miedo a ser catalogado falsamente de “fascista”, que es el término recurrente y facilitón que el presidente venezolano Nicolás Maduro repite a diario, como un loro amaestrado o un muñeco con la cuerda trabada: “fascista, fascista, fascista” y no sale de ahí, como un reloj con las manecillas trabadas o un viejo disco rayado que la aguja desgasta incesantemente.

 

Eso y alguna frase hipócrita y de ocasión, lamento de vieja socarrona o de bodeguero de esquina que quiere justificar la oferta de fruta podrida.

 

Silvio Rodríguez no es más que eso, un lamentable muñeco de resorte que de vez en cuando sale de la caja e intenta sorprender con un gesto cansado.

 

El “comunicado” —las comillas repetitivas sólo buscan enfatizar que no se comunica nada— recoge las firmas de ocasión de los complacientes de siempre, aquellos que una y otra vez acuden solícitos a prestar su nombre ante cualquier infamia en la que creen que por un instante reverdecen las glorias marchistas de una izquierda que agotó su discurso: No vale la pena señalarlos, porque uno ni siquiera se los imagina: sabe que estarán ahí, marchitos en su empeño de proseguir al lado del pasado.

 

No hay por lo tanto sorpresa en los nombres extranjeros, de quienes viven fuera de Cuba y Venezuela y se afanan por figurar como defensores de un sistema que en realidad ni siquiera defienden y solo se amparan a su sombra a la espera de algún beneficio tardío.

 

La sorpresa no está en los firmantes sino en los ausentes. Y aquí sí el documento encierra un pequeño mérito que vale la pena destacar. Salvo algún conocido y más que predecible firmante, las ausencias son notables. En otro momento —por compulsión, miedo o conveniencia— el documento habría estado lleno de escritores, músicos, artistas en general y hasta titiriteros de ocasión. Ahora no.

Hay que reconocer que esto es un mérito del “comunicado” y hasta en un rapto de debilidad felicitar a Silvio Rodríguez por dar a conocer que pocos creadores en Cuba se han sumado a esta farsa, que los mas jóvenes lo ignoran y los más viejos se refugian en el silencio o no han abierto la puerta al mensajero que reclamaba su nombre.

 

Entonces se puede decir que algo ha cambiado en Cuba, que no todo huele a podrido en La Habana y que el decoro no está ausente por completo en la sociedad.

 

Porque al final se justifica que el poder en Cuba salga en defensa de Maduro, que el gobernante Raúl Castro clame en defensa de su benefactor y que cualquiera que tenga un cargo político o administrativo en la isla se calle y una vez más y grite contra los jóvenes que son reprimidos a diario en las calles de Caracas y de cualquier ciudad venezolana. Se justifica dentro de la lógica malsana de que busca a toda costa conservar sus privilegios. Lo que no tiene perdón es que quienes escriben, pintan o componen se sumen a esa comparsa, como han hecho o han tenido que hacer en otras ocasiones. Hoy no, hoy los corifeos están más aislados que nunca y Silvio se ha quedado solo.

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.