LA OTRA CUBA EN LA QUE VIVEN
LOS EXTRANJEROS QUE DEFIENDEN
A LA TIRANÍA DE LOS HERMANOS CASTRO
Casa de Protocolo en El Laguito
Casa de Protocolo número 6, conocida como ‘la casa de Gabo’, o sea, del escritor Gabriel García Márquez
De derecha a izquierda: Vilma Espín, mujer de Raúl Castro; Alcibiades Hidalgo, jefe del Despacho Político de Raúl Castro; la editora catalana Carmen Balcells; el cineasta brasileño Rui Guerra,; Armando Hart, ministro de Cultura de Cuba; Carlos Aldana, secretario ideológico del Partido Comunista de Cuba; y el escritor cubano Norberto Fuentes.
Anualmente, la ex dama de hierro de la Alemania comunista, Margot Honecker, vive un mes en Cuba. Gratuitamente, recibe atención médica en un centro para extranjeros, así como hospedaje y alimentación en una casa de protocolo como esta de la foto, situada en una idílica zona residencial del Oeste de La Habana, donde vivía la alta burguesía cubana antes que los hermanos Castro se adueñasen del poder hace más de medio siglo.
En las casas de protocolo -unas 120 construidas alrededor de un lago- se han alojado intelectuales extranjeros como el escritor colombiano Gabriel García Márquez, el politólogo argentino Atilio Borón, el teólogo brasileño Frei Betto, el sociólogo brasileño Pedro Ribeiro de Oliveira, el periodista español Ignacio Ramonet, el sociólogo belga Francois Houtart y el teólogo italiano Giulio Girardi.
Los intelectuales extranjeros defensores de la tiranía castrista son hospedados y alimentados como reyes, sin que tengan que pagar un centavo, mientras la mayoría del pueblo cubano sobrevive en la miseria. Si realmente estos intelectuales son progresistas, ¿por qué no viven como el cubano de a pie?
Frei Betto escribió el libro Fidel y la Religión, que se basa en la entrevista que le hiciera el teólogo brasileño al dictador cubano. Fue publicado en Cuba en 1986. En ese libro, Frei Betto dice que lamenta haber demorado en enviarle a Fidel Castro el aceite de dendé, que es un ingrediente esencial en la elaboración de ese plato. Fidel Castro comenta: “Hice tu receta de los camarones. Quedaron buenos, pero no puedo decir que óptimos, porque faltaba el dendé. Después me llegó el famoso aceite. Además, hice algunas modificaciones que luego quiero comentar contigo”. Más adelante, Fidel Castro añade: “Lo mejor es no cocer ni los camarones ni la langosta, pues el hervor del agua reduce sustancia y sabor, y endurece un poco la carne. Prefiero asarlos en el horno, o en un pincho. La langosta once minutos si es al horno, seis minutos al pincho sobre la brasa. De aliño, sólo mantequilla, ajo y limón. La buena comida es una comida sencilla”. No es necesario señalar que el cubano de a pie jamás ha probado el camarón o la langosta.
La voz independiente de Susan Sontag fue de las primeras en censurar el viraje hacia el autoritarismo de la revolución cubana. La autora de Contra la interpretación, fallecida en 2004, luchó desde la izquierda contra todos los totalitarismos. Poco después del fusilamiento de los tres cubanos que habían secuestrado una embarcación de pasajeros para llegar a EE.UU., Sontag asistió a la Feria del Libro de Bogotá, en abril de 2003. Fue allí donde la norteamericana exigió públicamente que Gabriel García Márquez explicara su adhesión al régimen cubano. Gabo le contestó por medio de una declaración en el diario El Tiempo: “Estoy en contra de la pena de muerte en cualquier lugar, motivo o circunstancia”, se excusó. Y agregó: “Yo mismo no podría calcular la cantidad de presos, de disidentes y de conspiradores que he ayudado en absoluto silencio a salir de la cárcel o a emigrar de Cuba en no menos de veinte años”. Unos meses más tarde, Sontag declararía al diario El País que la respuesta de Gabo le había parecido “lamentable”: “¿Es ése un régimen que merezca ser defendido? ¿Un régimen en el que tienes que ayudar a que la gente escape?”. La admiración confesa de Sontag hacia García Márquez no le impidió reprocharle su silencio ante los atropellos del régimen: “No puede seguir siendo amigo de Castro y a la vez calificarse a sí mismo de periodista”. A la gran ensayista norteamericana le irritaba que algunos sectores de la izquierda se abstuvieran de criticar al régimen cubano bajo el pretexto de no darle munición a Washington. “Me opongo a que se utilice la crítica al imperialismo americano, muy justificada, para defender una dictadura horrenda”, solía decir.
Los visitantes que prefiero
Fernando Dámaso Fernández
9 de agosto de 2013
Si algo siempre me ha molestado, es la mala costumbre que tienen la mayoría de los visitantes políticos, científicos, culturales, deportivos, etcétera, invitados al país por las autoridades, de decirnos a los cubanos lo bien que estamos, lo felices que somos, los magníficos sistemas de salud y de educación que disfrutamos, lo productiva y desarrollada que es nuestra agricultura, nuestros logros en la cultura y el deporte y otras tonterías por el estilo. Esto de venir a bailar en casa del trompo, con desconocimiento absoluto de la realidad del país, repitiendo como loritos amaestrados la propaganda oficialista, los deja bastante mal parados.
De tanto repetirse por unos y otros, parece haberse convertido en una pandemia global, pues el contagio alcanza por igual a latinoamericanos, caribeños, norteamericanos, europeos, asiáticos, árabes y otros más.
A veces pienso que también constituye un comodín diplomático para caer bien al poder, con el objetivo de asegurar nuevas invitaciones y apoyo futuro, por eso de que hoy por ti y mañana por mi.
Si se dieran cuenta de sus meteduras de pata con estas simplonas e irresponsables declaraciones, que inmediatamente son reproducidas y repetidas por los medios oficialistas, como parte de su continua y sistemática propaganda ideológica sobre la población, y de lo mal que caen entre los ciudadanos que sufren el modelo que ellos alaban, tal vez actuarían de otra forma pero, eso sería como pedirle peras al olmo: precisamente por ser y actuar así es que son invitados habituales y se encuentran relacionados en la lista de los amigos, amigos del gobierno y no realmente del pueblo cubano, al cual desconocen.
Prefiero a los visitantes simples que, mochila a la espalda, sudados, desandan nuestra ciudad sucia y en ruinas, se mezclan con los cubanos de a pie y les hacen preguntas, comen pizzas de diez pesos moneda nacional sentados en cualquier contén de cualquier calle, llevan el agua en botellitas plásticas, sabiendo el peligro de beber las del acueducto, y se trasladan en el ineficiente transporte público. ¡Esos sí que nos conocen y pueden decir cómo somos y cómo vivimos!
Gran estafa transnacional castrista
Miriam Celaya
10 de junio de 2013
Que la fenecida revolución de 1959 ha devenido una gigantesca estafa transnacional resulta una verdad de Perogrullo. Atareados como estamos por enfrentar y tratar de superar los casi infinitos obstáculos a la libertad de derechos; inmersos además en una realidad signada por los imperativos de la supervivencia, pocas veces nos detenemos a pensar en los efectos del formidable mecanismo que el gobierno cubano ha sembrado durante décadas en el mundo y en especial en el imaginario de los pueblos tercermundistas. Más allá de quienes son servidores conscientes del sistema cubano, se desconoce el número aproximado de víctimas de la propaganda castrista que colaboran involuntariamente con el totalitarismo al hacerse eco de la mayor falacia que ha producido la política en esta región.
Es cierto que a ese tenor se ha formado toda una pléyade de hipócritas oportunistas que, en pago a sus servicios como defensores foráneos de los intereses de la más larga dictadura de este hemisferio, disfrutan de las oportunidades y privilegios que no puede gozar la mayoría de los cubanos.
Es una experiencia que hemos sufrido. Recuerdo con particular claridad a una mujer argentina en plan de regreso a su país en compañía de su familia, con la que coincidí en un vuelo Habana-Panamá de Copa Airlines (finales de abril de 1999), cuando me dirigía a Perú la primera vez que salí de Cuba. Dicha señora ocupaba un asiento justo detrás del mío y de repente, al detectar a una amiga y paisana, se puso de pie y a puro grito le espetó: “¡Cora, Cora!, qué sorpresa!, ¿dónde estuviste vos esta vez?”. La amiga mencionó un balneario cubano, no recuerdo exactamente cuál, a lo que mi vecina de atrás le respondió, “¡Fantástico!, yo estuve también en ese el año pasado, cuando vine por lo del Primero de Mayo con los otros. Está buenísimo, ¿no? Esta vez estuvimos en Varadero y me traje a los chicos, pero no me puedo quedar hasta el día primero. El año pasado hasta estuvimos con Fidel. La verdad que es grande la revolución y el pueblo cubano. ¡Cuba va!, ¡Patria o Muerte!”. Tan ridícula como eso.
Me tomó por sorpresa, yo no esperaba encontrar en un avión extranjero semejante ataque de sarampión ideológico. Aquella mujer era, a todas luces, una más de los miles de parásitos que se nutren del sufrimiento de los cubanos, una de tantos “sindicalistas de izquierda radical” que acuden a La Habana cada año a agitar banderitas en las epifanías revolucionarias con lo cual pagan el disfrute de instalaciones turísticas de las que la mayoría de los cubanos apenas conoce. Seguramente ella no se habría detenido en averiguar cuántos obreros cubanos estarían hospedados en su hotel.
Sin embargo, lo más sorprendente es la persistencia de la epidemia.
Recientemente, en Estocolmo, volví a recibir otra ducha de solidaridad izquierdoso-castrista. Un sujeto muy trajeado, que se identificó como hondureño, se acercó a nosotras –dos amigas cubanas disidentes que conversábamos tranquilamente– y pasados unos breves minutos se cuestionó nuestra insistencia, obviamente superflua, en reclamar libertad de internet, de expresión, de prensa y de asociación. Sacó a colación el tema de los derechos humanos en Cuba y los comparó con los de su país, donde asegura que “en las calles amanecen 20 muertos todos los días” mientras los cubanos tenemos la educación y la salud gratuitas y garantizadas, así como derecho al trabajo. Sin dudas, el sujeto está bastante desactualizado, pese a que, muy ufano, se declaró un conocedor de Cuba ya que ha estado cinco veces en la Isla. Daba más pena que coraje el pobre necio.
Para entonces nos habían rodeado varios interlocutores de Argentina, Chile y España, que se habían acercado al reconocer a mi amiga, y no pudieron menos que reír cuando le respondí al hombre que a pesar de que lamentaba mucho la muerte de los hondureños su país no era exactamente el modelo a que aspiramos los cubanos, que sus cinco visitas a Cuba no podían competir con mis casi 54 años como cubana viviendo en la Isla, que sus 20 muertos diarios no me consolaban del más de medio siglo de dictadura –sin contar que nuestros muertos, en número indeterminado, son difíciles de ver porque han sucumbido en las cárceles y en especial yacen en el Estrecho de La Florida–, y que la educación y la salud, generalmente de cuestionable calidad, se pagaba con los misérrimos salarios y con una vida condenada a un ciclo cerrado de pobreza. “Ningún extranjero tiene autoridad moral alguna para decirnos a los cubanos cómo debemos vivir y qué clase de sistema político queremos para Cuba. Haz lo tuyo en Honduras, que por cierto, no es un paradigma de democracia para nadie”.
Después supe que otro cubano también lo puso en su lugar, con palabras bastante más fuertes que las mías. No es de extrañar que durante el panel sobre libertad de expresión en Latinoamérica aquel hombre estuviera escondiéndose en la última fila del auditorio y poco después se escurriera hacia la salida tratando de no ser visto.
Pero lo dicho. Alguna vez, espero que a corto plazo, sabremos con mayor exactitud la verdadera magnitud de la estafa transnacional castrista y conoceremos la nómina de sus alabarderos. Quizás para entonces muchos ingenuos defensores del sistema, que hoy quiebran lanzas por un gobierno que de seguro no tolerarían en sus países, sucumban ante la realidad de los hechos que se conocerán, y sientan vergüenza. Otros muchos, mediocres y vagos, acostumbrados a medrar a la sombra de caudillos generosos, saldrán a la caza de nuevos empleadores. No les deseo suerte.