EL ‘PARAÍSO’ COMUNISTA EN TRES CONTINENTES

 

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Cuba, Corea del Norte, China y Vietnam son los únicos regímenes comunistas que han logrado sobrevivir a la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989, hace veinticinco años.

El Muro de Berlín

Los muros se levantan para que no entren los de fuera. El de Berlín fue el único que se levantó para evitar que la gente pudiera escapar del comunismo. Al menos 136 alemanes perdieron la vida tratando de cruzar el Muro para ganar la libertad; más de mil si se tiene en cuenta los que intentaron atravesar los 156 kilómetros de frontera estrechamente vigilada entre la Alemania Federal y la Alemania comunista. Los regímenes comunistas asesinan en nombre del marxismo.

Jóvenes lanzan objetos a un tanque soviético

 

durante la Primavera de Praga, 1968

Fascismo y comunismo,

las dos caras de una misma moneda

Hannah Arendt:

Puede ser erróneo suponer que la inconstancia y el olvido de las masas significa que se hallan curadas de la ilusión totalitaria, ocasionalmente identificada con el culto a Hitler o a Stalin; lo cierto puede ser todo lo contrario”.

Oscar del Barco:

(filósofo socialista argentino)

 “Creo que parte del fracaso de los movimientos ‘revolucionarios’ que produjeron cientos de millones de muertos en Rusia, Rumania, Yugoeslavia, China, Corea, Cuba etc., se debió principalmente al crimen. Los llamados revolucionarios se convirtieron en asesinos seriales, desde Lenin, Trotzky, Stalin y Mao, hasta Fidel Castro y Ernesto Guevara”.

Campos de concentración, torturas, hambrunas, asesinatos, deportaciones, represión sistemática... El libro negro del comunismo es un catálogo extenso de los actos criminales llevados a cabo por los distintos estados comunistas en todo el mundo: Unión Soviética, Polonia, China, Corea del Norte, Camboya, Cuba…

 

La dirigencia comunista le exige al pueblo el sacrificio constante en beneficio de las futuras generaciones, privando a la población de un nivel de vida aceptable, mientras que la cúpula gobernante disfruta de los mayores privilegios.

El comunismo es un régimen inhumano del que escapa todo el que puede. Por ello, en la última década nacieron cubanos en 138 países. Los cubanos continuamos votando con los pies. Unos 77.000 cubanos han muerto tratando de escapar del castrismo.

 

Casi todo el mundo conoce algo

de Himmler o de Eichmann,

pero ¿quiénes conocen algo de

Ramiro Valdés Menéndez, el Dzerzhinsky caribeño?

8.012 arrestos políticos en Cuba

 

durante los primeros diez meses de 2014

Basta ya de elogiar éxitos inexistentes

 y de ignorar crímenes que están a la vista de todos

 

 

 

El hundimiento del paraíso comunista

Antonio Elorza

5 de noviembre de 2014

·                                 La Carta a Weidemeyer establecía la dictadura del proletariado como el gobierno de futuro

·                                 La debilidad del poder bolchevique en 1917 provoca el terror en el gobierno de Lenin

·                                 En 1989 Tian an Men y el Muro de Berlín muestran el desplome del régimen socialista

 

Los procesos históricos son complejos, pero rara vez resultan misteriosos. El inesperado hundimiento del socialismo real entre 1989 y 1991 viene a probarlo. En principio, el sistema soviético se presentaba ante el observador con visos de eternidad. Era el “socialismo realmente existente”, había abolido definitivamente el capitalismo, y aun cuando ya pocos siguieran creyendo en que representaba un futuro venturoso para la humanidad, tuvo sobradas ocasiones para demostrar que toda alternativa sería aplastada de modo implacable. En particular, Budapest, 1956, y Praga, 1968, para la URSS, y en el mismo año Tian an Men para China eran la prueba de que, si bien los regímenes comunistas distaban de generar consenso entre quienes habitaban en sus sociedades, disponían derecursos suficientes para acabar con los movimientos de cambiomejor estructurados, incluso cuando al frente de los mismos se encontraba un partido comunista, como en la Primavera de Praga.

 

Las raíces del totalitarismo

 

El pensamiento de  Marx  y de  Engels  contenía sólo fragmentos inconexos acerca del orden que había de seguir al triunfo de la revolución. La Carta a Weidemeyer, de 1852, sentaba los cimientos del futuro, al designar la dictadura del proletariado como futura forma de gobierno y al partido obrero como instrumento para la conquista de un poder, con la Comuna de París por único referente concreto. Pero al mismo tiempo cabía pensar en línea con Saint-Simon que, guiado por un criterio de racionalidad y una vez eliminada la explotación, el gobierno de los hombres cedería paso a la administración de las cosas. Incluso en sus últimos años, Engels legitima la vía socialdemócrata al prever la llegada del socialismo, no por la insurrección, sino por la voluntad de la mayoría.

 

La herencia sansimoniana se encuentra presente, asimismo, en El Estado y la revolución de Lenin, pero no influye en la cohesión de su doctrina revolucionaria, poco dada a los acentos libertarios.

 

Aunque europeísta y enfrentado a la asiaticidad de la Rusia zarista, su concepción política parte de asumir las condiciones radicalmente distintas en que allí ha de desenvolverse la socialdemocracia. El partido de masas cedía paso a una organización dispuesta para la clandestinidad, con una organización jerarquizada de tipo militar, que restringe la democracia interna al momento del Congreso.

 

El partido-vanguardia

 

No cabe tampoco confiar en la propensión natural del proletariado, que se orienta hacia el reformismo: es preciso “ir al proletariado”, al modo populista, para llevarle al cauce revolucionario, tal es la función del partido como partido-vanguardia. Nueva muestra de esaconcepción militar que se ve confirmada por la experiencia de la Gran Guerra, útil, asimismo para confiar en la planificación de la economía: la lucha de clases se convierte en guerra de clases que sólo puede terminar con la destrucción del enemigo.

 

La democracia pierde sentido, salvo como estadio en que han de resolverse cuestiones tales como la nacional y la agraria. Por su contenido político, es equivalente a la dictadura. Su rechazo será la seña de identidad que justifique el cambio de denominación del  partido bolchevique en marzo de 1919, de socialdemócrata a comunista.

 

La debilidad del poder bolchevique en octubre de 1917 y la voluntad de aplastamiento convergen en fin para situar la llegada lógica del terror en el gobierno de Lenin, con particular intensidad en la guerra civil; Stalin llevará ese rasgo esencial, de instrumento a núcleo de la acción de gobierno. La brutalidad sin límites de los medios se justificaba por la sacralización de la dimensión teleológica, consistente en dar vida a un ser humano nuevo en la metahistoria de una sociedad sin clases.

 

Una construcción utópica que hacía imprescindible la violencia, como todos sus antecedentes basados en el esquema de the world upside-down. Todo paraíso necesita la espada del arcángel san Miguel. “El paraíso surge a la sombra de la espada”, confirma la sentencia de Mahoma.

 

Los hundidos

 

De ahí que resulte posible entender cómo un proyecto de emancipación, que prometía una humanidad libre e igual, desembocó en un régimen totalitario que, a cambio de promover un desarrollo económico en los términos de la Segunda Revolución industrial, instauró un régimen de represión continuada  que, de modo recurrente, desembocó en las formas más brutales de terror.

 

Su dimensión teleológica, eficazmente instrumentalizada desde los primeros pasos de la Revolución y llevada al paroxismo a partir de Stalin, lo convirtió en una religión secular que explica el grado de entrega y sacrificio de quienes la hicieron suya. Víctimas luego convertidas con frecuencia en verdugos. Sólo que, a diferencia de las religiones clásicas, el paraíso comunista era falsable; no sólo su inexistencia, sino la distancia entre la imagen oficial y la realidad, podían ser comprobadas por cualquier habitante de los países del socialismo real.

 

En las llamadas democracias populares, no hace falta en consecuencia ahondar en las causas del desplome de los regímenes comunistas.

 

Desde muy pronto quedó de manifiesto un descontento muy extendido de los ciudadanos ante la socialización, dando lugar a sucesivos estallidos en la Alemania Oriental, primero, y más tarde en Polonia y en Hungría. Todo ello a pesar del inmediato establecimiento de estrictos controles mediante la policía y redes de delatores. Además, las sucesivas experiencias de rebeldía mostraron también la voluntad y la capacidad de represión, llegado el caso puesta en práctica desde la URSS (Budapest, 1956).

 

El esquema es bien simple: el malestar latente registra la incidencia de un acontecimiento, casi siempre de orden económico, que suscita una protesta popular, cuyo incremento se traduce en manifestaciones en otras localidades, dirigidas ya contra organismos del Gobierno. Sigue el tiempo de las concesiones, habitualmente gestionadas por sectores marginados de los partidos comunistas locales y, de fallar el restablecimiento de la “normalidad”, la represión militar entra en juego.

 

El hecho de que el proceso de cambio fuera protagonizado por el gobierno comunista, caso de Checoslovaquia en 1968, no altera los elementos básicos de esta dinámica y, sobre todo, la decisión final de Moscú en el sentido de aplastar la disidencia si la misma representaba un riesgo para su control del bloque socialista.

 

A la inversa, como sucederá en 1989, en ausencia de esta decisión final de aplastamiento, tiene lugar el desplome del régimen socialista. Todo de una gran sencillez: Tian an Men y el Muro de Berlín explican la diferencia.

 

Tras la muerte de Stalin

 

El camino seguido por la URSS fue diferente, en la medida que no existía la variable externa representada por el centro de poder dominante, localizado en Moscú para las democracias populares, y por la ausencia de antecedentes de pluralismo político. Una vez resuelta la guerra civil contra los blancos y establecido un férreo control de la población, el conflicto se desarrolla en el vértice del poder, especialmente después de la muerte de Stalin. La disidencia sirve sólo para poner de manifiesto la falacia del triunfalista discurso oficial.

 

Los fundamentos de la crisis serán endógenos. Primero afectaron a la voluntad de mantener la hegemonía soviética  alcanzada con la Tercera Internacional sobre el resto de los movimientos comunistas: la alternativa del maoísmo fue la principal manifestación, pero con el tiempo el distanciamiento alcanzó a los antes dóciles partidos comunistas occidentales (euro comunismo).

 

Más tarde, en los años setenta, empezó a ser evidente el fracaso de las expectativas económicas. Kruschov preveía que en poco más de dos décadas la URSS alcanzaría el nivel de desarrollo económicooccidental y al aparecer la crisis de los setenta los teóricos del marxismo-leninismo confirmaron el diagnóstico de superioridad. Fue todo lo contrario.

 

La reestructuración capitalista fue acompañada por una  revolución tecnológica que dejó definitivamente atrás a las economías socialistas. Para la URSS, este desfase significó dificultades crecientes en la competencia militar con Occidente, culminadas tras la catastrófica invasión de Afganistán y con el reto de la guerra de las galaxias planteado por Reagan.

 

Para democracias populares como Polonia, el intento de mantener el nivel de vida llevó al endeudamiento y a auténticas crisis de subsistencia que agudizaron el rechazo de la población al régimen. En el aspecto esencial, el paraíso se revelaba un fiasco. En el caso de la URSS, era el momento para que volviese a la escena un factor casi olvidado, las  reivindicaciones de las nacionalidades oprimidas por el federalismo de la URSS, de hecho sometido a la autocracia del Partido Comunista de la Unión Soviética.

 

Renovar la democracia popular

 

A mediados de los años ochenta, la exigencia de abordar una renovación era evidente, primero en la URSS, pero, asimismo, en las democracias populares, más conflictivas y/o afectadas por la situación económica desfavorable (Polonia en primer término). Llegados a este punto de inflexión, cuyo momento emblemático sería el acceso al poder de Gorbachov, los obstáculos surgían del propio sistema de poder. El centralismo burocrático, degeneración del centralismo democrático leninista al fundirse partido y Estado, funcionaba antes por criterios de lealtad y ciega subordinación al superior que por eficacia.

 

El propio Gorbachov sirvió de ejemplo, al manejar hábilmente lo que Daniels llamó el flujo circular del poder, la designación de cargos inferiores que garantizasen la seguridad de su pree minencia; sólo que como pudo apreciarse en la crisis de 1991 y en sus antecedentes, tales apoyos se encontraban más apegados a la supervivencia del sistema que a la gestión del cambio.

 

Por otra parte, el anuncio de un espíritu de cambio (perestroika) y de transparencia en la administración (glasnost) no eran capaces de modificar los comportamientos de los gestores comunistas, y menos de obtener un  consenso activo  del cual los sistemas posestalinistas carecían por entero. Menos cabía esperar éxito de una reintroducción parcial de elementos capitalistas, inspirados en una imagen mítica de la NEP.

 

El fracaso económico, la apertura democrática como indicador de malestar, la resistencia de la nomenclatura y el despertar de los nacionalismos, fueron todos factores que convergieron en el fracaso inevitable de la experiencia reformadora y en el hundimiento del socialismo real.

 

El gran mérito de Gorbachov, con el apoyo de alguno de sus colaboradores más próximos, como Shevarnadze para la política exterior, consistió en rechazar la solución de fuerza, tanto para la URSS misma como para lo que con precisión el franquismo designó como “países satélites”.

 

Cuando se produce el putsch de 19 de agosto de 1991, Gorbachov está políticamente agotado, abocado a ejercicios de arbitrismo como el proyecto de Unión de Estados Soberanos que mediante un Tratado de la Unión, que sólo tuvo por efectos desencadenar el golpe primero, y la disgregación de la URSS tras su fracaso. La vía de salida del sistema se encontraba ya en marcha en Polonia y en Hungría, y será contagiada a la aparentemente invulnerable RDA cuando el 23 de agosto de 1989 el gobierno húngaro permita la escapatoria de los alemanes orientales por su frontera en dirección a Austria.

 

Al rechazar desde este momento Gorbachov la solución practicada por Deng Xiaoping en Tian an Men, la suerte de las democracias populares estaba echada. La caída del Muro de Berlín fue sólo su momento emblemático. Sólo mediante la represión militar y policial habían sido contenidos ensayos anteriores de rebeldía. En ausencia de ambas, la utopía soviética carecía de posibilidades para mantenerse.

 

Los supervivientes

 

Al terminar el año 1989, y en particular tras el espectacular fin de Ceaucescu, la desaparición de los demás regímenes comunistas se presentaba como inminente. Era el momento de la muerte de la consigna marxista “Proletarier aller Welt, vereignigt euch!”, “¡Proletarios de todo el mundo, uníos!”, sustituida en el grafitti germano-oriental de 1990 por “Proletarier aller Welt, verzeihen uns!”, “¡Proletarios de todo el mundo, perdonadnos!”.

 

La atención mundial se volvió sobre Cuba, donde el fin de la URSS, con la suspensión de la ayuda económica, hacía presentir el fin del castrismo, en plena catástrofe económica. Y no faltaron las expresiones de malestar y desesperación, como el maleconazo de 1994 en la sima del “período especial” con el que el régimen intentó sobrellevar una caída del 40 por ciento en el PIB. Sólo que Cuba era una sociedad militarizada, regida por la dialéctica de enfrentamiento permanente al enemigo norteamericano, y al frente de la misma se encontraba un dictador, Fidel Castro, de quien nadie dudaba de que en caso de encontrarse ante un movimiento de oposición masivo, haría disparar hasta su total aplastamiento. Una posición comparable a la de Kim Il Sung en Corea, quien además contaba con el respaldo de China.

 

La intensidad de la represión silenciosa a partir de Tian an Men nos ha sido revelada por las memorias del secretario general del PCCh, Zhao Ziyang, opuesto a la represión y desde entonces sometido a detención domiciliaria hasta su muerte, sin que llegara a enterarse de cómo había sido depuesto de su cargo formalmente supremo por el grupo dirigente encabezado por Deng, en principio al margen del mismo. Nunca hubo mejor prueba de que en el centralismo burocrático, las estructuras de poder real se encontraban por encima de las registradas en los estatutos del partido comunista.

 

Ni Marx ni Lenin podían haber previsto: la coexistencia del comunismo como régimen y el capitalismo como modelo económico.

 

En este escenario, el antecedente confuciano garantizaba una ética generalizada de subordinación al poder, y como en el caso ruso faltaba el factor existente en la Europa de las democracias populares de un pluralismo político en el pasado. El comunismo logró así sobrevivir venturosamente en tanto que sistema de poder político dictatorial, sacralización ritual de Mao incluida, en tanto que se desarrollaba un capitalismo con dos cifras en el índice de crecimiento anual y un alto grado de explotación de la mano de obra. En el círculo de influencia china, los regímenes comunistas de Vietnam y Laos registraron procesos de adaptación similares. Algo que ni Marx ni Lenin podían haber previsto: la coexistencia del comunismo como régimen y el capitalismo como modelo económico.

 

Más allá de las supervivencias, no faltaron las continuidades. La más significativa tuvo lugar en la antigua URSS, donde varias repúblicas se limitaron a reemplazar la autocracia comunista dirigida desde el centro por autocracias locales, incluso después de breves primaveras pluralistas (Bielorrusia). En los nuevos Estados asiáticos como Uzbekistán, todo cambió para que todo siguiera igual, sólo que donde antes se alzaba la estatua de Lenin ahora se encuentra la de Tamerlan.

 

La solución de Putin

 

La continuidad más relevante se localiza en el núcleo de la antigua URSS, lo que es hoy la Federación Rusa. Una vez disipado pronto el espejismo del mundo feliz occidental, ya en la década de los noventa, en plena crisis de la mentalidad soviética, las preferencias en las encuestas de opinión se inclinaban por una solución específicamente rusa, ligada al mantenimiento como gran potencia y al margen de todo supuesto exceso de libertad.

 

Aún hoy, Rusia es el país europeo donde la valoración de la democracia es más baja, poco por encima del 60 por ciento, mientras en los demás se encuentra más de veinte puntos por encima de esa cifra. Ello significa que pervive la vieja actitud eslavófila de considerar que la solución pasa, no por la división de poderes, sino por el fortalecimiento del poder para evitar la anarquía. 

 

Sin duda, Vladimir Putin viene a satisfacer esa demanda, así como la nostalgia por el Imperio perdido, de cuyo ocaso él mismo fue doliente testigo desde su puesto en la KGB al producirse la caída del Muro de Berlín. Stalin declaró sin ambages que su política era continuadora de la zarista en cuanto al mantenimiento del gran Imperio ruso. Vladimir Putin encaja sin reserva alguna en esa tradición. No hay ya utopía alguna. Únicamente política de poder.

Coincidencias entre comunismo y fascismo

Hannah Arendt: Los mayores males del mundo

son los males cometidos por don nadies

Hannah Arendt fue una pensadora clave del siglo XX, que pasó las vicisitudes del exilio y que pudo dar testimonio de aquello que marcó profundamente ese siglo, vivido por ella como el tiempo de las persecuciones, los campos de concentración y la experiencia totalitaria. Un siglo XX cruzado y atormentado por sistemas políticos que nacidos en la noche de la historia, se desplegaron como modelos dominantes. Hannah Arendt no solamente fue testigo de esa realidad, sino que comenzó a desarrollar parte de su indagación y su reflexión en torno a esos nuevos sistemas políticos.

 

Adolf Eichmann, un importante jefe de las SS alemanas durante el régimen de Hitler, fue localizado por los nokmin –los “vengadores”, un cuerpo de élite de los servicios secretos israelíes– en Argentina. Eichmann había escapado de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial, pero el Mossad no creía que hubiera muerto. El 11 de mayo de 1960 el nazi fue apresado en el Gran Buenos Aires, donde vivía con el nombre de Ricardo Klement, y trasladado a Jerusalén para ser sometido a juicio.

 

Hannah Arendt, entonces ya una influyente pensadora e intelectual, se ofreció a la revista The New Yorker para asistir al proceso como corresponsal y publicar una serie de crónicas del mismo, que años después se convertirían en un libro, Eichmann en Jersusalén. Un informe sobre la banalidad del mal. Siendo judía y víctima, todo el mundo esperaba de ella que se ensañase con Eichmann y lo retratase como un genocida, un asesino inhumano al que no cabe perdonar y cuyo único destino posible es la horca. Arendt lo hizo, pero nadie, o casi nadie, lo comprendió.

 

En sus crónicas la filósofa habló de Eichmann como un hombre apocado, mediocre y gris, un absoluto don nadie sin rastro de singularidad al que la burocracia nazi y el sistema habían situado en su posición en los engranaje del exterminio, y acuñó la expresión “banalidad del mal” para referir la noción de la que Eichmann era el vivo ejemplo: la de que no son necesariamente los genios o las grandes personalidades quienes son capaces de ejecutar el peor mal imaginable –organizar el exterminio sistemático de millones de inocentes–, sino cualquiera. El hecho de que el Holocausto fuese perpetrado por personas como él –para quienes la devoción al sistema estaba por encima de la propia capacidad de raciocinio y el propio código moral– explicaba la naturaleza misma del totalitarismo y del mal en la condición humana.

 

Los mayores males del mundo son los males cometidos por don nadies”. Así, de forma tan concisa y clara como pudo, fue como la pensadora alemana Hannah Arendt resumió ante sus alumnos el fenómeno que ella llamó “la banalidad del mal” cuando compareció ante ellos en una clase en la Universidad de Princeton en 1962.

Los orígenes del totalitarismo. Capítulo XIII
En Los orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt desentraña las corrientes subterráneas en la historia europea que prepararon el advenimiento del fenómeno totalitario y caracteriza las instituciones, la ideología y la práctica de los regímenes estalinista y hitleriano. La primera parte —Antisemitismo— está dedicada al ascenso y expansión a lo largo del siglo XIX de una ideología que terminaría por convertirse en catalizador del movimiento nazi, mientras que la segunda —Imperialismo— analiza la génesis y los rasgos del imperialismo europeo desde finales del siglo XIX hasta la Gran Guerra de 1914, y la tercera —Totalitarismo— está dedicada al análisis de los totalitarismos nazi y soviético no como “una exacerbación de los regímenes dictatoriales anteriores”, sino en términos de su “radical novedad histórica”.
Los orígenes del totalitarismo. Capítulo
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El fascismo eterno

Umberto Eco

 

   El fascismo no poseía ninguna quintaesencia, y ni tan siquiera una sola esencia. El fascismo era un totalitarismo difuso. No era una ideología monolítica, sino, más bien, un collage de diferentes ideas políticas y filosóficas, una colmena de contradicciones”.

 

El fascismo fue, sin lugar a dudas, una dictadura, pero no era cabalmente   totalitario, no tanto por su tibieza, como por la debilidad filosófica de su ideología. Al contrario de lo que se puede pensar, el fascismo italiano no tenía una filosofía propia: tenía sólo una retórica.

 

La prioridad histórica no me parece una razón suficiente para explicar por qué la palabra «fascismo» se convirtió en una sinécdoque, en una denominación pars pro toto para movimientos totalitarios diferentes. No vale decir que el fascismo contenía en sí todos los elementos de los totalitarismos sucesivos, digamos que «en estado quintaesencial». Al contrario, el fascismo no poseía ninguna quintaesencia, y ni tan siquiera una sola esencia. El fascismo era un totalitarismo difuso. No era una ideología monolítica, sino, más bien, un collage de diferentes ideas políticas y filosóficas, una colmena de contradicciones.

 

El término fascismo se adapta a todo porque es posible eliminar de un régimen fascista uno o más aspectos, y siempre podremos reconocerlo como fascista. A pesar de esta confusión, considero que es posible indicar una lista de características típicas de lo que me gustaría denominar Ur-Fascismo, o fascismo eterno. Tales características no pueden quedar encuadradas en un sistema; muchas se contradicen mutuamente, y son típicas de otras formas de despotismo o fanatismo, pero basta con que una de ellas esté presente para hacer coagular una nebulosa fascista.

 

1. Culto de la tradición, de los saberes arcaicos, de la revelación recibida en el alba de la historia humana encomendada a los jeroglíficos egipcios, a las runas de los celtas, a los textos sagrados, aún desconocidos, de algunas religiones asiáticas.

 

Cultura sincrética, que debe tolerar todas las contradicciones. Es suficiente mirar la cartilla de cualquier movimiento fascista para encontrar a los principales pensadores tradicionalistas. La gnosis nazi se alimentaba de elementos tradicionalistas, sincretistas, ocultos. La fuente teórica más importante de la nueva derecha italiana, Julius Evola, mezclaba el Grial con los Protocolos de los Ancianos de Sión, la alquimia con el Sacro Imperio Romano. Si curiosean ustedes en los estantes que en las librerías americanas llevan la indicación New Age, encontrarán incluso a San Agustín, el cual, por lo que me parece, no era fascista. Pero el hecho mismo de juntar a San Agustín con Stonehenge, esto es un síntoma de UrFascismo.

 

2. Rechazo del modernismo. La Ilustración, la edad de la Razón, se ven como el principio de la depravación moderna. En este sentido, el Ur-Fascismo puede definirse como irracionalismo.

 

3. Culto de la acción por la acción. Pensar es una forma de castración. Por eso la cultura es sospechosa en la medida en que se la identifica con actitudes críticas.

 

4. Rechazo del pensamiento crítico. El espíritu crítico opera distinciones, y distinguir es señal de modernidad. Para el Ur-Fascismo, el desacuerdo es traición.

 

5. Miedo a la diferencia. El primer llamamiento de un movimiento fascista, o prematuramente fascista, es contra los intrusos. El Ur-Fascismo es, pues, racista por definición.

 

6. Llamamiento a las clases medias frustradas. En nuestra época el fascismo encontrará su público en esta nueva mayoría.

 

7. Nacionalismo y xenofobia. Obsesión por el complot.

 

8. Envidia y miedo al “enemigo”.

 

9. Principio de guerra permanente, antipacifismo.

 

10. Elitismo, desprecio por los débiles.

 

11. Heroismo, culto a la muerte.

 

12. Transferencia de la voluntad de poder a cuestiones sexuales. Machismo, odio al sexo no conformista. Transferencia del sexo al juego de las armas.

 

13. Populismo cualitativo, oposición a los podridos gobiernos parlamentarios. Cada vez que un político arroja dudas sobre la legitimidad del parlamento porque no representa ya la voz del pueblo, podemos percibir olor de Ur-Fascismo.

 

14. Neolengua. Todos los textos escolares nazis o fascistas se basaban en un léxico pobre y en una sintaxis elemental, con la finalidad de limitar los instrumentos para el razonamiento complejo y crítico. Pero debemos estar preparados para identificar otras formas de neolengua, incluso cuando adoptan la forma inocente de un popular reality-show.

 

El Ur-Fascismo puede volver todavía con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus formas nuevas, cada día, en cada parte del mundo.

Los totalitarismos se parecen

Orlando Freire Santana

20 de junio de 2013

 

Todos los sistemas políticos de corte totalitario, bien sean de uno u otro signo político, tienen rasgos comunes. Entre esas características destacan la supresión de las libertades individuales, la fabricación de un enemigo externo, la descalificación de los opositores, así como la presencia de un partido único. Subsiste, además, otra peculiaridad, tal vez no tan visible como las anteriores, pero que identifica igualmente a estos regímenes antidemocráticos: el esfuerzo de los gobernantes por borrar sus desmanes de la memoria colectiva.

 

En días pasados, al leer algunos medios de prensa extranjeros, constaté las maniobras de las autoridades chinas para evadir el recuerdo de los sucesos de la Plaza Tiananmen aquel 4 de junio de 1989. Ese día, aterrorizados por la marea reformista que amenazaba con liquidar el comunismo en la Unión Soviética y Europa oriental, los jerarcas del gigante asiático masacraron a cientos de estudiantes que se lanzaron a ese céntrico sitio de Beijing para reclamar libertades políticas.

 

Ahora, 24 años después de aquel genocidio, la policía china bloqueó el acceso a un cementerio donde reposan los restos de muchas de las víctimas de aquella violenta represión. En especial se cuidaron de que hubiese corresponsales extranjeros por los alrededores. La prensa oficialista china, por su parte, mantiene un silencio total sobre lo ocurrido en Tiananmen, al tiempo que las autoridades bloquearon por estos días cualquier búsqueda en internet que relacionara términos como “Tiananmen” o “4 de junio”. Además de impedir que las familias de los estudiantes asesinados, o los ciudadanos que hoy alcanzan la adultez, conmemoren aquel hecho, los gobernantes chinos han conseguido que la mayoría de los jóvenes nacidos después de 1989, o que eran muy pequeños en ese entonces, ignoren los detalles de aquella matanza.

 

Semejante actitud de los discípulos de Xi Jinping es una copia al papel carbón de la que, por ejemplo, practican los gobernantes cubanos con respecto al hundimiento del remolcador “13 de marzo”. Un hecho acaecido el 13 de julio de 1994, cuando las autoridades hundieron una embarcación ocupada por ciudadanos que pretendían escapar de la isla y arribar a Estados Unidos. En el lamentable suceso perecieron más de 20 personas, muchas de ellas menores de edad. A partir de ese momento, y cada vez que se acerca un aniversario de la tragedia, el castrismo moviliza a los militantes del Partido Comunista y a los miembros de las brigadas de respuesta rápida para que ocupen posiciones en el malecón habanero, y así impedir que cualquier persona lance al mar un ramo de flores en homenaje a las víctimas.

 

El oficialismo cubano ha pretendido también sumir en el olvido los degradantes mítines de repudio que sufrieron los marielitos en 1980. La maquinaria castrista quiere que los actuales jóvenes cubanos nunca se enteren del salvajismo que presenciaron por aquellos días las calles de nuestro país, y que contó con el visto bueno de las autoridades. Además, esa es la prueba más fehaciente de quién ha sido el máximo manipulador político del tema migratorio. Porque aquellos que siempre han acusado al gobierno norteamericano de politizar las relaciones migratorias con Cuba, no tuvieron el menor reparo en otorgarle una connotación política--- con golpes y palizas incluidos--- al accionar de personas que solo deseaban huir del “paraíso” comunista.

 

Algún día los pueblos de China y Cuba sabrán toda la verdad acerca de su historia, y no únicamente los capítulos que les convengan mostrar a las autoridades. Entonces las personas tendrán el consuelo de poder llorar públicamente a los muertos sacrificados por el totalitarismo.

La Alemania comunista

El Muro de Berlín

dDemasiado tarde

Juan Orlando Pérez

16 de agosto de 2013

 

No había muchos chistes sobre Egon Krenz en la República Democrática Alemana. Había cientos sobre Erich Honecker, sobre Leonid Brezhnev, sobre el odiado fundador de aquella entelequia, Walter Ulbricht, y, abundantemente, sobre las feroces diferencias entre las dos partes de Alemania.   Pero no sobre Krenz. Algunos se burlaban de él llamándolo “el joven de profesión”, porque, ya entrado en los cuarenta, seguía siendo secretario general de la Juventud Libre Alemana. En general, Krenz se las había apañado para no atraer demasiado la atención y que las malas lenguas del populacho lo dejaran más o menos en paz. “Uno debe tener una opinión clara acerca de alguien, para poder hacer chistes sobre él. De Krenz no sabemos qué pensar”, le dijo una mujer al Wall Street Journal cuando, después de expulsar rudamente al decrépito Honecker del poder en un golpe palaciego, Krenz se convirtió en Secretario General del Partido Socialista Unificado de Alemania, y presidente del Consejo de Estado de la RDA.

  

Krenz tenía entonces, en el otoño de 1989, 52 años. Había tenido una velocísima carrera política. Honecker lo había elevado al Buró Político y lo había ungido como sucesor seis años antes, después de permitirle, finalmente, dejar su puesto en las juventudes comunistas, cuando ya empezaban a salirle canas. Más tarde, Krenz trataría de explicar por qué había traicionado al hombre que lo había tratado como un hijo. “Tratamos de cambiar al liderazgo del Partido, para hacer arriba los cambios que nos pedían los de abajo”, diría en una entrevista. Los de abajo, sin embargo, querían más cambios, y más grandes, de los que Krenz estaba dispuesto a hacer. Su presidencia duró, exactamente, cincuenta días, hasta el 6 de diciembre de 1989. El país que Krenz quería salvar virtualmente desapareció bajo sus pies. Hacia el final, habían aparecido numerosos chistes sobre él. “¿Cuál es la diferencia entre Erich Honecker y Egon Krenz?” “Krenz todavía tiene vejiga”.

 

Krenz está vivo, a la provecta edad de 76 años, y todavía lamenta que no le hayan dado tiempo de introducir reformas democráticas en su pequeña república comunista, y que su caída haya abierto las puertas a lo que él califica como la anexión de la Alemania oriental por la del Oeste. “Nosotros, en el liderazgo del partido, actuamos muy tarde”. El 18 de octubre de 1989, cuando se convirtió en líder supremo, Krenz insinuó la necesidad de introducir hondos cambios en el país. “Está claro que en meses recientes no hemos analizado realistamente la naturaleza de los acontecimientos que están ocurriendo en nuestro país y no hemos sacado a tiempo conclusiones correctas”, le dijo al Comité Central del Partido. La RDA, les explicó Krenz a sus atónitos colegas, está en un “punto de cambio”. Junto con Honecker, habían caído Günter Mittag, supervisor de la economía y sumo sacerdote de la planificación estatal, y Joachim Herrmann, que desde la Oficina de Prensa del Consejo de Ministros controlaba cada palabra publicada en los periódicos del país o dicha en la radio y la televisión. Ese mismo día, Krenz había recibido un reporte meticulosamente honesto de la situación económica del país, que Honecker y Mittag le habían ocultado incluso a él. La RDA, se enteró Krenz, había acumulado una deuda tan grande, y un déficit tan abultado en su presupuesto, que estaba cerca de declararse insolvente. Sin la ayuda soviética, le confesaría unos días más tarde a Mijaíl Gorbachov, el país habría colapsado. Pero como la URSS, ella misma en apuros, no podía seguir ayudando al país que consideraba como “un hijo”, Berlín Oriental había despachado una delegación a Bonn, para suplicar a sus archienemigos del oeste que extendieran las líneas de crédito que, a esas alturas, mantenían a flote la Alemania comunista. El 62% de los ingresos del país en moneda libremente convertible estaban siendo dedicados a pagar intereses de la deuda con acreedores de occidente. El nivel de vida de los ciudadanos de la RDA tendría que haber sido reducido en un 30% para ajustarlo aproximadamente al valor de la producción nacional.

 

Gorbachov le dijo a Krenz que él tampoco había conocido el deplorable estado de la economía soviética antes de convertirse en Secretario General del Partido Comunista, y le aconsejó que hiciera lo que él había hecho, decir la verdad a su pueblo. Krenz le informó a Gorbachov que planeaba ejecutar “radicales” reformas políticas y económicas, las primeras para “desarrollar la democracia socialista”, y las segundas, igualmente, “basadas en el socialismo, no en el libre mercado”. En el memorando de aquel encuentro entre Gorbachov y Krenz, en Moscú, el 1 de noviembre de 1989, aparecen detalladas las reformas que el líder comunista alemán se proponía llevar a cabo, que incluían una nueva ley electoral, límites a los períodos de mandato del Secretario General del Partido y otros altos funcionarios del Estado, más autonomía para los medios de comunicación, y una reforma migratoria, que permitiría a casi todos los ciudadanos de la RDA viajar al extranjero, con la única excepción, por “razones de seguridad”, de unos muy contados casos. Lamentablemente, le dijo Krenz a Gorbachov, sería imposible proporcionar moneda libremente convertible a los centenares de miles de personas que aprovecharían la oportunidad de salir a conocer el vasto, extraño mundo.   Gorbachov le sugirió a su colega que comenzara el proceso para hacer convertible al marco de Alemania Oriental, “lo que será un incentivo para que los trabajadores se esfuercen por alcanzar mayor productividad y calidad”.

  

La reforma migratoria, sin embargo, tuvo consecuencias fatales para Krenz. Quizás, en el último momento, Krenz tuvo una premonición, intuyó que había cometido un error irremediable. A las 4 de la tarde del 9 de noviembre de 1989, Krenz leyó el proyecto de reforma a los miembros del Comité Central del Partido. El proyecto había sido ya aprobado por Moscú, por el Buró Político alemán, y por los ministerios del Interior, de Exteriores y de Seguridad del Estado, aunque no, todavía, por el Consejo de Ministros. No era una reforma particularmente generosa, pero en Alemania, un país del que la gente trataba de escapar por cualquier medio, en el maletero de un auto, en globo, a nado, saltando de noche por encima del Muro que partía a Europa en dos, cualquier relajación de las férreas restricciones impuestas a la libertad y el movimiento de las personas era una escandalosa novedad. Los ciudadanos podrían viajar al extranjero, después de solicitar y obtener pasaporte y visa, por un máximo de treinta días cada año, y podrían adquirir 15 marcos de Alemania occidental por 15 marcos de los propios. “¡Vamos a darle la vuelta al mundo en treinta días, sin dinero!”, se burlaban los manifestantes en Berlín y otras ciudades, cuando los detalles de la reforma se filtraron. El proyecto que Krenz leyó al Comité Central no contemplaba ni permitía que los ciudadanos de la RDA pudieran viajar libremente, y mucho menos que pudieran hacerlo de inmediato. “No importa lo que hagamos en esta situación, nos vamos a equivocar”, le dijo Krenz al Comité Central, melancólicamente.

 

Unos minutos después, le dio el proyecto de reforma a Günther Schabowski, el miembro del Buró Político que actuaba como vocero del partido ese día, y le dijo que anunciara la decisión del Comité Central durante la conferencia de prensa que tendría lugar a las seis de la tarde. Fue otro error, los oficiales del Ministerio del Interior y de la Seguridad del Estado habían previsto difundir la noticia justo antes del amanecer del día siguiente, el 10, cuando el país dormía, para que no causara una inmediata conmoción, y los oficiales de la frontera tuvieran tiempo de prepararse para un más que probable éxodo. Lo que ocurrió a continuación es sobradamente conocido, una historia a la vez cómica y conmovedora. Schabowski no había estado presente en la reunión del Buró Político ni en la del Comité Central, no conocía los detalles de la reforma y no estaba preparado para presentarla a los periodistas. Tomó el papel que le dio Krenz, y lo puso entre otros que iba a leer en la conferencia de prensa. En vivo, en la televisión, Schabowski declaró que los ciudadanos podían solicitar salida definitiva o temporal del país, sin necesidad de cumplir los requerimientos impuestos a tales solicitudes hasta ese momento. Las autoridades, dijo, responderían esas solicitudes en breve tiempo. Los periodistas preguntaron cuándo esas nuevas regulaciones entrarían en vigor. Schabowski, que no tenía la menor idea de la respuesta, escudriñó el papel que Krenz le había dado. Vio, en la introducción del documento, la palabra “inmediatamente”. Aquel “inmediatamente” no se refería a la entrada en vigor de la ley, sino a otra disposición, pero Schabowski lo repitió, en voz alta, y con esa palabra, una sola, puso fin a la partición de Europa y a la Guerra Fría: “Inmediatamente, sin demora”. La noticia de que la RDA había abierto sus fronteras encabezó los noticieros de la noche en las dos partes de Alemania. Pocas horas después, miles de personas cruzaban hacia el oeste, el Muro caía.

 

Egon Krenz gobernaría Alemania Oriental, ya sin control sobre los acontecimientos que se sucedían imparablemente, unas pocas semanas más.   En el futuro, se atribuiría cierto crédito, y justificadamente, por la relativa paz con que la transición alemana, tan rápida y peligrosa, fue completada. A Gorbachov, en la reunión de Moscú a inicios de noviembre, le había prometido que las manifestaciones antigubernamentales que tenían lugar constantemente en todas las ciudades de la RDA no serían reprimidas violentamente por la policía. Fue ese un cambio asombroso de tono y opinión en un hombre que solo unos meses antes había descrito la masacre de Tiananmen como “una regulación normal de los asuntos internos de China”. El 9 de octubre, cuando cien mil personas salieron a las calles de Leipzig gritando “¡Somos el pueblo!”, las fuerzas de seguridad y el ejército, que estaban listos para disparar, no lo hicieron, presuntamente porque Krenz convenció a Honecker de que no debía permitirse que la manifestación terminara en matanza. Krenz iría a la cárcel años después, condenado por su responsabilidad en la decisión de disparar a matar contra los ciudadanos de la RDA que intentaban cruzar el Muro. Alrededor de mil personas murieron o fueron ejecutadas tratando de escapar al oeste durante los cuarenta años de existencia de la RDA, pero Krenz fue condenado como responsable de solo cuatro de esas muertes, y cumplió cuatro años de prisión.

 

Entrevistado por El País en el 2009, veinte años después de la caída del Muro, Krenz declaró que su condena había sido injusta, y, por haber sido hecha bajo las leyes de un Estado sin autoridad para juzgar crímenes presuntamente cometidos en otro, también ilegal. “La historia me absolverá”, se ufanó.

 

Probablemente, Krenz, que se ha negado rotundamente a abjurar de la RDA y del ideal comunista, se pregunte, hasta el último, oscuro momento, si hubieran sido diferentes la historia y sus consecuencias si él u otro hubiera intentado antes reformar aquel ruinoso estado carcelario, si Honecker hubiera sido destituido meses, años antes, si se hubiera dado a la gente una pizca más de libertad, una más de placer, una más de pan, si se hubiera matado solo un hombre o una mujer menos de los que trataban de escapar, saltando, volando por encima del Muro. Es difícil imaginar que la RDA pudiera haber tenido otro destino que desaparecer, ser abolida con contundencia, desmantelada minuciosamente por sus propios ciudadanos, ladrillo a ladrillo, abuso por abuso, mentira por mentira, pero a Egon Krenz, inevitablemente, le quedarán siempre terribles, amargas dudas. ¿Cuál fue el momento en que ya nada podía ser salvado, cuándo ya no hubo remedio, cuándo ya no se pudo impedir que todo se viniera abajo?

 

Zapatero: “Hay otros muros

en el mundo que deben caer”

Miguel González

10 de noviembre de 2009

 

El presidente del Gobierno participa en las conmemoraciones de Berlín

 

“No debemos perder de vista que hay otros muros en el mundo que también deben caer”, advirtió José Luis Rodríguez Zapatero en Polonia, donde asistió a una cumbre bilateral, antes de viajar a Berlín para participar en la conmemoración del 20º aniversario de la caída del Muro. Aunque no precisó el objeto de su alusión, sus palabras se interpretaron como una referencia al muro que separa a israelíes y palestinos, que tuvo ocasión de contemplar durante su reciente gira por Oriente Próximo.

 

El presidente español inició la jornada en el balneario polaco de Sopot, muy próximo a Gdansk, en cuyos astilleros nació a principios de los ochenta el sindicato Solidaridad, punta de lanza del movimiento democrático que socavó los cimientos de los regímenes comunistas en Europa del Este. Acompañado por el primer ministro polaco, Donald Tusk, Zapatero reconoció la “decisiva contribución” de Polonia a la recuperación de la libertad y rememoró su vivencia personal de aquellos acontecimientos, que le sorprendieron con 29 años. “Parecía difícil imaginar que un imperio tan poderoso se derrumbara en tan poco tiempo y de manera tan pacífica”, admitió.

 

“Nosotros también habíamos tenido una caída reciente del muro propio que tuvimos durante 40 años, una losa muy dura para nuestra historia”, agregó, comparando la dominación comunista con el franquismo, desaparecido tras la muerte del dictador en 1975. “Sabíamos lo que significaba la libertad, lo teníamos muy vivo en la carne”, agregó. Tusk, por su parte, recordó que el Gobierno democrático polaco fue uno de los primeros en apoyar la reunificación de Alemania, a pesar de que su país tenía sobrados motivos históricos para recelar de ella.

 

Europa celebra la caída del Muro

con la gran fiesta por la libertad

Juan Gómez

9 de noviembre de 2009

 

Merkel: “La libertad no surge sola, hay que luchar. Juntos pudimos tirar el Muro”.- Sarkozy, Medvédev, Brown y Clinton se dirigieron a la multitud entre ovaciones

 

A las ocho y media de la tarde de este lunes, el líder del movimiento Solidaridad y posterior presidente de Polonia, Lech Walesa, empujó junto a Miklos Nemeth, primer ministro húngaro en 1989, la primera pieza del dominó gigante que simbolizaba el antiguo muro de Berlín. Fue el momento álgido de la gran fiesta de la libertad que celebraba su caída 20 años atrás. Los aplausos ante la Puerta de Brandeburgo, símbolo de la partición de la ciudad, eran entusiastas. Decenas de miles de personas aguantaban con impermeables y paraguas la fuerte lluvia y temperaturas bajo cero de la capital alemana.

 

Invitados de 30 países participaron en la conmemoración, entre ellos los representantes de las potencias aliadas que ocuparon Berlín tras la II Guerra Mundial: el presidente ruso, Dmitri Medvédev; el de Francia, Nicolas Sarkozy; el primer ministro británico, Gordon Brown, y la secretaria de Estado de EE UU, Hillary Clinton.

 

La canciller Angela Merkel presidió la ceremonia. Tampoco faltaron protagonistas de la época, como el jefe de Estado de la desaparecida Unión Soviética Mijaíl Gorbachov, sentado en la tribuna junto al entonces ministro alemán de Asuntos Exteriores, Hans-Dietrich Genscher. El presidente alemán, Horst Köhler, se refirió al 9 de noviembre de 1989 como la fecha de “un cambio de época hacia la libertad y la democracia”. El mundo, en eso coincidieron todos, “cambió aquel día”.

 

La fiesta de la libertad comenzó en Berlín a las siete de la tarde. El centro de la ciudad estaba adornado por el falso muro de más mil fichas de dominó hechas de corcho blanco, de dos metros y medio de altura, cada una pintada de forma diferente. Sobre las piezas primaban los mensajes de reconciliación y de alegría, pero también había algún logotipo publicitario de empresas patrocinadoras.

 

Es el recordatorio de la victoria del sistema capitalista, que tuvo lugar este mismo día hace 20 años. Además, los discursos de Angela Merkel y del alcalde-gobernador de Berlín, Klaus Wowereit, así como las palabras del director de la Staatskapelle, la orquesta de la ópera estatal de Berlín, Daniel Barenboim, recordaron el suceso luctuoso cuyo aniversario se conmemoraba también: el pogromo antisemita conocido como Noche de los cristales rotos, de 1938, cuando la turba nazi comenzó una espiral de violencia que culminaría en el Holocausto. La Staatskapelle tocó para recordarlo Un superviviente de Varsovia, del compositor judío austriaco Arnold Schoenberg. “La libertad”, dijo Merkel, “no surge sola, hay que luchar por ella”. Merkel, que creció en la antigua República Democrática Alemana (RDA) bajo “la dictadura del proletariado”, agradeció a las personas que “lucharon hace 20 años” por la apertura del Muro, en Berlín y en otros países de la órbita soviética como Polonia y la antigua Checoslovaquia. “Juntos pudimos tirar el Muro”, concluyó, “ahora está en nuestra mano superar las fronteras de nuestro tiempo; si cremos en ello podemos lograrlo”. Merkel concluyó: “Para mí, fue uno de los días más felices de mi vida”.

 

Barenboim había abierto la fiesta con piezas de Wagner, Schoenberg, Beethoven y Friedrich Gold, y anunció una sorpresa: Plácido Domingo cantó la tonada Berliner Luft (El aire berlinés) del compositor de Berlín Paul Lincke, una especie de himno popular de la ciudad. El público compartió la alegría con la tribuna, donde Merkel, Genscher y los demás invitados demostraron su alegría batiendo palmas. A Plácido Domingo le pidió el público un bis, que concedió junto a la Staatskapelle. La satisfacción de los berlineses era palpable.

 

Antes de que lo hiciera Merkel, hablaron Dmitri Medvédev, Nicolas Sarkozy, Gordon Brown y Hillary Clinton, que presentó una felicitación grabada en vídeo del presidente Barack Obama. Obtuvo una gran ovación.

 

El distrito político de la capital alemana estaba tomado. El Muro era de cartón piedra y pintado, pero los cientos de policías eran de verdad. A las seis y media de la tarde, las comitivas oficiales impedían el paso de los ciudadanos. Entre divertidos y curiosos, miles de berlineses especulaban en las aceras sobre quién podía ocupar cada vehículo. “Ahí va el ruso, ¿cómo se llama?”, se preguntaba Christiane, berlinesa del Oeste. El desfile impresionaba. Cuando la caravana se detuvo, un grupo de personas permanecía aún junto a un furgón con dos tiradores de élite de la policía, con los ojos puestos en las miras telescópicas. “Serán de visión nocturna”, le decía un hombre a su boquiabierto hijo. No muy lejos, en la Luisenstrasse, Marius y Catarina, nacidos en 1991, celebraban la caída del Muro refugiados con una botella de sidra. Viven en Potsdam, en el antiguo Berlín Este. Ella es del Oeste; él, del Este. ¿Diferencias? “Alguna habrá, pero es cosa de nuestros padres”. El Muro sólo lo conocen a través de los libros de la escuela.

 

Entrevista: Egon Krenz

Juan Gómez

8 de noviembre de 2009

 

Último presidente de la Alemania comunista: “Evitamos una guerra civil”

 

Egon Krenz es, para muchos alemanes, la incorregible reliquia de la división del país y del muro que la encarnó durante 40 años. El que era jefe de Estado de la República Democrática Alemana (RDA) el 9 de noviembre de 1989 vive hoy a la orilla del Báltico, a 50 metros de una playa de arena blanca por donde pasean gaviotas. Los más jóvenes no lo recuerdan, como la camarera del bar cercano a su pequeña casa en Dierhagen (este de Alemania), que desconoce que su vecino es el sucesor de Erich Honecker y que fue, durante 50 días, la máxima autoridad de un Estado a punto de extinguirse. El último líder del partido único SED. El jefe del Politburó.

 

Entre el rechazo tajante y la beata ignorancia, Krenz también recibe algún homenaje. Así sucedió hace dos semanas en Petershagen (cerca de Berlín) para escándalo y protesta de su alcalde. Pasó cuatro de sus 72 años en prisión, condenado por su responsabilidad en las muertes del muro de Berlín. Ahora rechaza dar entrevistas de aniversario. Tras las gestiones inútiles con su editorial y una infructuosa conversación telefónica, valió en cambio pedírselo personalmente en Dierhagen. “Hágase cargo”, decía sonriente Krenz el pasado miércoles ante el porche de su casa, “de que tengo invitados y ya ve que no hay mucho espacio”. La vivienda tiene tejado de carrizo, paredes blancas y un jardín. Un Audi ocupa el corto sendero. La cerca de madera, con el buzón, “E. Krenz”, estaba abierta de par en par, la llave en la cerradura. Krenz sigue siendo un hombre alto de voz firme. Su sonrisa al encontrarse a un inesperado extraño en mitad de su jardín demuestra que no es desconfiado. Accedió a charlar un momento en el frío otoñal, bajo la lluvia leve que precedió a una nevada. Al final se avino: “Deje sus preguntas y le responderé por escrito”.

 

Pregunta. En la carta que ha enviado al presidente federal, Horst Köhler, pide una interpretación objetiva de la Historia.

 

Respuesta. Él dijo en un discurso el 9 de octubre, en el 20º aniversario de la manifestación de Leipzig: “En las afueras de la ciudad había tanques y la policía tenía instrucciones de disparar sin miramientos cuando llegara la orden”. Yo puedo jurar que eso no es verdad. Ni había tanques ni hubo intenciones de usar la violencia. Ni el 9 de octubre ni el 9 de noviembre de 1989. Si el jefe del Estado convierte meros rumores en hechos, la memoria se resiente. En 1990 había dos Estados alemanes. Ahora se dice que la República Federal de Alemania (RFA) fue una especie de paraíso terrenal y la RDA, el correspondiente infierno.

 

P. ¿Contribuyó el muro de Berlín a evitar que la guerra fría se calentara?

 

R. Es lamentable que los líderes de opinión reduzcan la RDA al alambre de espino, el muro y la falta de libertad. Es obvio que el muro no cayó del cielo. En 1961, Kennedy dijo que “no es una solución especialmente agradable pero es, maldita sea, mejor que una guerra”. No era sólo la frontera entre las dos Alemanias. Era algo único: la frontera entre el sistema capitalista y el socialista, el bloque de la OTAN y el del Pacto de Varsovia. Quien no lo tenga en cuenta banaliza el encono de la guerra fría entre 1946 y 1989. Yo siempre lamenté profundamente los muertos y los heridos de la frontera. Cada uno de ellos es demasiado. Pero no sería sincero si negara que, durante el enfrentamiento entre los bloques, la RDA no habría podido cambiar esa frontera unilateralmente.

 

P. ¿Cómo valora su condena a seis años y medio de prisión? ¿Reconoce alguna culpa?

 

R. He escrito todo un libro sobre eso. La RFA tiene que hacer frente por sí misma al hecho de haber llevado a los tribunales, contra la legalidad de la RDA, a los dirigentes de un Estado reconocido por más de 130 países. Pero soy lo suficientemente optimista para estar convencido: la Historia me absolverá.

 

P. ¿Se pensó en reprimir las protestas?

 

R. ¡No! Si bien la sentencia condenatoria me parece equivocada, ésta se refiere a los hechos de 1989 y reconoce que hicimos lo posible para evitar una guerra civil. Esta realidad no debe ser barrida por la actual difamación de la RDA. También es falso que los líderes de la RDA quisieran reprimirlas violentamente y que lo impidieran las órdenes de Gorbachov. Militares rusos de alto rango me han asegurado que no hubo tales órdenes. Tampoco está documentado.

 

P. Usted dijo que Gorbachov es un traidor. ¿Por qué?

 

R. No soy capaz de pensar con la simpleza que me achacan algunos. Yo confiaba en Gorbachov. Incluso después de su doble juego a nuestras espaldas respecto de la unidad alemana, en 1989. Tuve en él la esperanza de un socialismo renovado. Pero desde que dijo que su meta en la vida fue vencer al comunismo, yo respondo: no me lo creo. Es una excusa que se le ocurrió después de 1991. Sólo recuerda lo que le conviene. Lo que le salió mal lo convierte en sus supuestas intenciones políticas. Me parece falsario. Putin describió el hundimiento de la Unión Soviética como una catástrofe geopolítica del siglo XX. Gorbachov no es inocente de esa catástrofe.

 

P. ¿Cómo es su recuerdo personal de aquel día?

 

R. Ambivalente. Fue una fecha importante de la Historia. Los dirigentes de la RDA decidieron permitir la salida del país a partir del 10 de noviembre. Una información errónea de mi camarada del Politburó Günter Schabowski hizo que muchos fueran a la frontera el mismo día 9. No para romper el muro, como se insiste ahora, sino para pasar tranquilamente. Creían que estaba permitido. Las tropas fronterizas no tenían instrucciones de dejar pasar a nadie, lo que provocó una situación muy tensa. Era la frontera exterior del Pacto de Varsovia. ¿Dejábamos que las cosas siguieran su curso o restaurábamos la seguridad fronteriza legal usando la fuerza armada? Podría haber significado una guerra civil. Incluso había peligro de que las potencias, que insistían en la división de Berlín en cuatro zonas de ocupación, se vieran arrastradas. En la mañana del 10 me dijeron desde Moscú que la RDA carecía de justificación para haber abierto la frontera. Que el 9 de noviembre corriera el champán y no la sangre es, en primer lugar, mérito de los órganos de seguridad de la RDA. Ahora son despreciados, marginados y socialmente discriminados.

 

P. ¿Era usted consciente de la fuerza simbólica que adquiriría el 9 de noviembre?

 

R. No hubo un asalto masivo dirigido a desmontar las fronteras. Eso se ha dicho después. Cuando hablé por teléfono con Helmut Kohl el 11 de noviembre, me agradeció “la apertura de la frontera” y no “la caída del muro”. Los alemanes y los europeos escaparon del riesgo de que dos Estados libraran una guerra intestina. Pero el mundo no es ni más seguro ni más justo desde 1990.

 

P. ¿Qué sería diferente si se hubieran conservado los dos Estados?

 

R. Sólo se puede especular. No critico la unidad alemana, sino la manera en que se hizo. Que no fuera de igual a igual. Muchos alemanes del Este se sienten ciudadanos de segunda o de tercera. En lugar de aquel “nosotros somos el pueblo” de 1989, muchos sienten hoy que “nosotros éramos el pueblo”.

 

El triunfo de la libertad

Helmut Kohl

8 de noviembre de 2009

 

El ex canciller, figura clave en la unificación de Alemania, cuenta en este texto los pasos dados para lograr la unidad de su país, un camino que siempre vio en paralelo al de la unidad europea

 

El 9 de noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín. Habían pasado más de cuatro decenios desde del comienzo de la guerra fría y 28 años desde el momento de su construcción.

 

Durante décadas, el muro de Berlín no sólo desgarró familias, una ciudad y un país en dos partes, lo que ya es bastante malo. También era un símbolo de la guerra fría. Representaba la división de Berlín, de nuestro país, de Europa y del mundo en una parte libre y en una no libre.

 

Finalmente, el muro cayó de forma completamente pacífica, sin un tiro, sin derramamiento de sangre. Fue como un milagro. La protesta pacífica de las personas de la República Democrática Alemana (RDA) había ido cobrando impulso de forma lenta, pero continuada, a lo largo de los meses; y finalmente, era ya incontenible. El obstinado régimen del Partido Socialista Unificado (SED) de la RDA, que hasta el último momento había rechazado reformas fundamentales, fracasó por la voluntad de libertad de las personas, tal como Konrad Adenauer, el primer canciller de la República Federal de Alemania (RFA), había pronosticado hacía 40 años.

 

Después de la caída del muro, en noviembre de 1989, no iba a transcurrir ni siquiera un año hasta que alcanzáramos la reunificación en paz y libertad, con la aprobación de nuestros socios y aliados en el mundo. El 3 de octubre de 1990 pudimos celebrar el día de la unidad alemana. Fue un triunfo de la libertad.

 

Por tanto, el 20º aniversario de la caída del muro es para nosotros, los alemanes, sobre todo un día de gran alegría y gratitud. Al mismo tiempo, también representa para nosotros una fecha importante para tomar conciencia del contexto histórico en el que cayó el muro y en el que posteriormente se produjo la unidad alemana. Porque ni la caída del muro ni la reunificación son acontecimientos inevitables de la historia, que se dieron de ese modo, sin más.

 

Antes bien, la caída del muro y la reunificación son el resultado de un permanente y difícil acto de equilibrio político que se remontaba a 1945-1949 y que siempre fue extremadamente discutido. Era el constante equilibrio entre el distanciamiento y el acercamiento. Por un lado, se trataba de mantener abierta la cuestión alemana. Por otro, se trataba de construir, en la medida de lo posible y sin renunciar a las propias posiciones fundamentales, unas “relaciones normales” entre la República Federal de Alemania y la RDA, de facilitar la vida a las personas de la parte oriental de nuestro país y de contrarrestar el extrañamiento entre los alemanes del Este y del Oeste.

 

Yo jamás dudé de que el muro caería en algún momento y de que Alemania volvería a unirse. Pero siempre fue una pregunta abierta cómo y cuándo ocurriría esto. Durante largo tiempo ni siquiera supe si esto sucedería mientras viviera. Siempre estuvo claro que para que eso ocurriera debían concurrir muchas cosas; tal como sucedió durante los años 1989 y 1990. No sólo la voluntad de libertad de las personas de la RDA; no sólo la glásnost y la perestroika; no sólo la política de distensión entre Oriente y Occidente; no sólo el presidente de EE UU, George Bush; no sólo el secretario general soviético, Mijaíl Gorbachov; no sólo el canciller alemán: nadie se habría bastado por sí solo para llevar a cabo la caída del muro y la reunificación. Se requería más bien una feliz -me gustaría decir histórica- constelación de personas y acontecimientos.

 

También forma parte de la conciencia histórica saber que con la caída del muro aún no se había conquistado la unidad. Al contrario, nada estaba aún decidido el 9 de noviembre de 1989. Es cierto que se había abierto una rendija en una puerta, pero nada estaba decidido todavía en el día en que cayó el muro. La reunificación de nuestro país era más bien una lucha de poder político en torno al statu quo europeo y a los intereses de seguridad en el Este y el Oeste. Hasta el último momento, fue un acto de equilibrio en el campo de tensión de la guerra fría.

 

Para describir la situación en la que yo me encontraba entonces me gusta citar a Otto von Bismarck, porque no hay una imagen mejor: “Cuando el manto de Dios pasa por la historia, hay que saltar y agarrarse a él”.

 

Para eso tienen que darse tres requisitos: en primer lugar, hay que tener la visión de que se trata del manto de Dios. En segundo lugar, debe sentirse el momento histórico; y en tercer lugar, hay que saltar y (querer) agarrarse a él. Para esto no sólo se requiere valor. Se trata más bien de valor e inteligencia. Porque en la política no se puede actuar como el general Zieten, que decidió batallas a favor de Federico el Grande de Prusia irrumpiendo desde el bosque y arrollando al enemigo en un ataque por sorpresa; eso no es ningún modelo para la política.

 

La política requiere sentido de lo factible, y también sentido para saber lo que es tolerable para los demás. Esto se aplicaba en especial a la cuestión alemana, y de forma muy singular a la época posterior a la caída del muro. El proceso de unificación política era sensible en extremo, porque nosotros, los alemanes, no estábamos solos en el mundo. En el momento en que la unificación parecía al alcance de la mano, hablar en defensa de la unidad alemana o embarcarse en discursos nacionalistas hubiera sido perjudicial en alto grado para la causa de los alemanes. Interiormente yo estaba, especialmente tras la caída del muro, mucho más adentrado en el camino de la unidad de lo que podía manifestar externamente.

 

Un ejemplo especialmente pertinente de lo que digo es mi programa de diez puntos, que presenté en solitario -es decir, sin someterlo a consulta alguna en el ámbito de la política nacional o internacional- en el Bundestag dos semanas y media después de la caída del muro, el 28 de noviembre de 1989. Como objetivo, en el punto décimo mencionaba expresamente la recuperación de la unidad estatal de Alemania, pero renunciaba conscientemente a fijar sus plazos. Con la hoja de ruta expuesta en diez puntos tomé la iniciativa en el camino hacia la unidad alemana y marqué inequívocamente la dirección. Esto era entonces lo máximo a lo que podía atreverme. Las reacciones lo volvieron a dejar claro.

 

(...) Yo siempre había trabajado en el sentido de una reunificación de mi país. Mi más profunda convicción era que teníamos que dejar abierta la cuestión alemana hasta que llegara el momento. A este respecto siempre me he visto en la continuidad de Konrad Adenauer. El primer canciller de la República Federal de Alemania marcó los cambios de aguja decisivos en la cuestión alemana. Desde el principio, Adenauer tenía un rumbo claro. Tras la Segunda Guerra Mundial, quería devolver a Alemania a la comunidad de los pueblos libres, quería una Europa libre y unida con una Alemania libre y unida. Estaba claramente al lado del Occidente libre, no deambulaba entre Occidente y Oriente. Para él, la integración de la República Federal en el Occidente libre y la vinculación a EE UU eran inequívocamente prioritarias a la reunificación alemana, que jamás perdió de vista tampoco.

 

Así, el 5 de mayo de 1955, día en el que las potencias occidentales declararon la soberanía de la República Federal, en el que la República Federal entró en la Unión Europea Occidental y en el que fue aceptada en la OTAN, Konrad Adenauer proclamó: “Vosotros nos pertenecéis, nosotros os pertenecemos. Siempre podéis confiar en nosotros, porque junto con el mundo libre no tendremos descanso ni pausa hasta que también vosotros hayáis reconquistado los derechos humanos y estéis pacíficamente unidos con nosotros en el mismo Estado”.

 

También defendió obstinadamente que se reservara en exclusiva a la República Federal el derecho de representación de Alemania. Hoy hay a quien esto le parece una obviedad; pero en los inestables años posteriores a la Segunda Guerra Mundial era extremadamente incierto.

 

(...) La brutal represión del levantamiento popular de la RDA el 17 de junio de 1953 por las tropas soviéticas reafirmó a Konrad Adenauer en la idea de que no había una alternativa responsable a la integración en Occidente. Fue correcto que, en respuesta a la Nota de Stalin de marzo de 1952, los aliados occidentales, de acuerdo con el canciller federal, exigieran elecciones libres en toda Alemania como requisito para dar pasos ulteriores, pues la condición de Stalin era una Alemania neutral. Adenauer partía, con razón, de que una Alemania neutral crearía un vacío de poder en Europa que llenaría la Unión Soviética. El hecho de que durante su periodo de gobierno lograra, a pesar de todo, que en 1955 los últimos prisioneros de guerra alemanes retornaran de la Unión Soviética, subraya que para él la vinculación a Occidente no era un dogma que obstaculizara la salvaguardia de los intereses nacionales en el Este.

 

Desde mi punto de vista, las convicciones de Adenauer nunca habían perdido actualidad: una reunificación sin una firme integración en las alianzas occidentales hubiera llevado a nuestro país a la neutralidad. La consecuencia hubiera sido en última instancia una Alemania no libre en el ámbito de poder de la Unión Soviética. Por consiguiente, la caída del muro del 9 de noviembre de 1989 y la reunificación alemana del 3 de octubre de 1990 son, no en último término, la impresionante confirmación tardía del consecuente rumbo de Adenauer de vinculación a Occidente con la reserva de la reunificación, rumbo al que nos hemos mantenido firmes a lo largo de los años.

 

Es también cierto que mantener la firmeza en la cuestión alemana se fue haciendo más y más difícil, porque el espíritu de la época se oponía a ello cada vez con mayor fuerza. Cuanto más duraba la división, mayor era en la República Federal el grupo de quienes, cuando menos, se acomodaban a los dos Estados y querían aceptar la división de Alemania como realidad. Ya en los años setenta, la unidad era asunto primordial sólo para unos pocos en nuestra nación. No la mayoría de la gente, pero sin duda una mayoría de la clase política de nuestro país había renunciado hacía tiempo a la idea de la unidad. Esta postura era común a todos los partidos; la diferencia entre ellos estribaba en dónde estaba la mayoría del partido y dónde sus líderes.

 

Quien defendiera entonces la unidad era considerado o trasnochado o agitador de la guerra. Aún me acuerdo muy bien de aquella época en la que llegué a Bonn como líder de la oposición, en 1976. Como yo era uno de los pocos que aún creían en la unidad alemana, me gané la fama de ser un halcón. Cuando tomé posesión como canciller en 1982, mis adversarios políticos dentro de Alemania atizaron de inmediato los temores a que conmigo como jefe de Gobierno se iniciaría una supuesta “nueva edad del hielo” entre el Este y el Oeste. Mis adversarios se equivocaron, porque ocurrió lo contrario: bajo mi liderazgo político se fijaron los cambios de agujas esenciales en el camino hacia la unidad. Impulsé el proceso de integración europeo en tándem con el presidente francés, François Mitterrand. Me esforcé en lograr mejoras muy concretas de las condiciones de vida de los habitantes de la RDA, intenté no dar ningún motivo para las tensiones entre el Este y el Oeste, también mostré disposición al diálogo con la Unión Soviética, abrí posibilidades de cooperación y me mantuve firme, sin embargo, en mis posiciones básicas respecto a la política sobre la unificación alemana.

 

Con mi política seguí la lógica de Adenauer: la unificación europea y la unidad alemana son las dos caras de la misma moneda. Al principio de mi etapa como canciller, el proceso de unificación europea pasaba por una de sus horas más bajas. Muchos habían dejado de creer en la idea de Europa como casa común. (...) Cuando en 1989 la reunificación pasó a la agenda política, quedaban muchas cosas por hacer, pero con mi participación se habían logrado progresos esenciales: en los años ochenta habíamos firmado el Acta Única Europea con la que, entre otras cosas, se completaba el mercado único europeo. Ya desde mediados de los años ochenta, junto con el presidente francés, Mitterrand, habíamos marcado el camino para la introducción de una moneda común europea.

 

En cuanto a la política sobre la unificación alemana, al acceder a la cancillería dispuse que se ampliara el informe anual sobre el estado de la nación y que al título se le añadiera “en la Alemania dividida”. Consideraba que se enviaba así una señal importante, tanto hacia el interior como hacia el exterior. Con el crédito de miles de millones a la RDA, gestionado principalmente por Franz Josef Strauss -con mi cobertu-ra-, retomamos las conversaciones con la RDA y logramos como contraprestación considerables mejoras humanitarias, como el desmantelamiento de las minas antipersona en la frontera entre las dos Alemanias, así como facilidades para la reunificación familiar y los intercambios comerciales mínimos.

 

La decisión de todas las decisiones en el camino hacia la unidad alemana fue el doble acuerdo de la OTAN [oferta a los países del Pacto de Varsovia de un acuerdo para limitar los misiles de alcance medio, combinada con la amenaza de desplegar armas nucleares de alcance medio en territorio europeo en caso de no llegar a un compromiso] que mi predecesor, Helmut Schmidt, impulsó contra la voluntad de su partido y que yo impuse en nuestro país frente a todas las resistencias. Hoy sigo tan convencido del acierto de esa decisión, como de lo difícil que fue tomarla en su momento. Fue una decisión muy solitaria. Todavía hoy tengo ante los ojos la imagen de los cientos de miles de manifestantes que salieron a la calle contra el doble acuerdo de la OTAN. Todavía me acuerdo del gesto gélido de los socialdemócratas cuando el socialista Mitterrand, en un discurso ante el Bundestag, se puso incondicionalmente de nuestra parte, incluso en contra de sus correligionarios alemanes... que con su rechazo estaban completamente aislados en Europa occidental.

 

Estoy convencido en lo más hondo de que sin el doble acuerdo de la OTAN el muro no habría caído en 1989 y de que en 1990 no habríamos alcanzado la reunificación. El mundo habría tomado un curso completamente distinto. El riesgo era evidente. Sin el doble acuerdo de la OTAN [el estacionamiento de nuevos misiles nucleares en territorio de la RFA, que fue considerado una señal fuerte de alianza con Occidente], la amenaza era un masivo desplazamiento del poder en Europa a favor de la Unión Soviética. La OTAN, con los estadounidenses, se habría retirado paso a paso de Europa central. La consecuencia habría sido que al menos la República Federal de Alemania, Austria y la RDA, y tal vez los países del Benelux e Italia, se hubieran convertido en las denominadas “zonas libres de armas nucleares y desmilitarizadas”, mientras que la Unión Soviética habría extendido su ámbito de influencia y, sobre todo, se habría beneficiado de la potencia económica de la República Federal. (...)

 

Mi Gobierno también defendió las posiciones fundamentales de nuestra política sobre la unidad de Alemania. Entre ellas se contaba, sobre todo, la cuestión sobre la nacionalidad alemana. Me acuerdo muy bien del encendido debate que se desarrollaba precisamente en la época en la que accedí a la cancillería. El reconocimiento de la nacionalidad de la RDA sería, a lo largo de los años, una de las exigencias más tozudas de Honecker al Gobierno de la RFA. Yo tenía buenas razones para mi rotundo rechazo. Al renunciar a una sola nacionalidad alemana, habríamos renunciado de forma simultánea a la idea de una sola nación alemana, y habríamos disuelto con ello el lazo decisivo de comunidad entre las personas de ambas partes de Alemania y habríamos privado a las personas de la RDA una protección esencialísima y una buena medida de esperanza. Entre las consecuencias prácticas, habría estado que en 1989 Hungría no habría tenido base alguna en el derecho internacional para posibilitar de forma “legal” a nuestros conciudadanos el camino hacia la libertad. Y las personas de la RDA tendrían que haber solicitado asilo entre nosotros, como extranjeros.

 

Mantuve la invitación de mi predecesor Helmut Schmidt a Erich Honecker cuando accedí a la cancillería. Era necesario mantener el diálogo con la otra parte de Alemania. Cuando el secretario general del SED visitó finalmente Bonn en 1987, ligué la visita a la condición de que nuestros discursos en la zona oficial fueran emitidos en directo en la parte occidental y, sobre todo, en la parte oriental de nuestro país. Millones de personas de la RDA miraron aquella noche a través del telón de acero y pudieron ver en el televisor cómo le dije a Honecker: “La conciencia de la unidad de la nación está tan viva como siempre, y es inquebrantable la voluntad de mantenerla. En lo que respecta al Gobierno federal repito: el preámbulo de nuestra Ley Fundamental no es negociable porque responde a nuestra convicción. Ésta quiere una Europa unida, y llama a todo el pueblo alemán a completar la unidad y libertad de Alemania en libre autodeterminación”.

 

(...) Como la CDU, también los socialdemócratas se sintieron siempre obligados a la cuestión alemana. Sin embargo, la diferencia entre ellos y nosotros consistía en que el SPD tenía una orientación cada vez más acusadamente nacional, y nunca aceptó la prioridad de la integración en Occidente con todas sus consecuencias. Mientras que la CDU, en su acto de equilibrio entre el acercamiento y la distancia, mantuvo siempre un claro distanciamiento, el SPD más bien mantuvo un curso de acercamiento al SED. (...) Naturalmente, también había entre las filas de la CDU, conforme al espíritu de los tiempos, defensores de un mayor acercamiento a la RDA y al régimen del SED, pero fueron marginales, nunca mayoritarios.

 

(...) Los aliados decisivos en nuestro camino fueron los estadounidenses. Una vez más, mostraron ser más una potencia protectora que una potencia ocupante, y se acreditaron como amigos de los alemanes. Desde el punto de vista del contenido, el discurso más importante de un presidente estadounidense respecto a la relación germano-estadounidense fue el que sostuvo George Bush a finales de mayo de 1989 en Maguncia, pocos meses después de ser elegido presidente de Estados Unidos. Fue una proclamación muy consciente, dirigida también a nuestros socios europeos y a la Unión Soviética, cuando Bush, en el contexto de las transformaciones geopolíticas, llamó a Estados Unidos y Alemania “partners in leadership” [socios en el liderazgo]. Durante la totalidad del proceso de unificación, siempre pude confiar personalmente en mi amigo George Bush, con quien durante todo el tiempo me concerté de forma estrecha. (...)

 

Muy similares eran las cosas con Mijaíl Gorbachov en lo referente a la confianza personal, aunque muy distintas en lo que tocaba a la cuestión alemana. El jefe de Estado de la Unión Soviética en un principio no quería la unidad alemana. (...) Con las palabras glásnost y perestroika abrió el camino a las transformaciones de todo el bloque oriental. Igualmente, y eso he podido constatarlo una y otra vez en mis conversaciones, no quería pensar hasta el final las consecuencias de su rumbo reformista. Quería la apertura del bloque del Este, pero no quería ver o darse cuenta del final que se derivaría necesariamente de él, también para la Unión Soviética. Su gran mérito sigue siendo que amoldó una y otra vez su política a las necesidades. Sobre todo, muestra de esto es que en los agitados días de la caída del muro de Berlín mantuvo los tanques soviéticos en los cuarteles y no hizo reprimir sangrientamente la rebelión. Durante todo el proceso de unificación mantuvo la línea pacífica. Nosotros, los alemanes, jamás podremos estarle lo bastante agradecidos por su valor. Con esto también él se expuso a un gran riesgo personal. En 1989 y 1990, Mijaíl Gorbachov tuvo que vivir bajo el temor constante de ser apartado mediante un golpe de Estado por los enemigos de las reformas en la Unión Soviética. Para nosotros esto habría significado que de la noche al día se volvieran a levantar sobre la frontera el muro y las alambradas, y que la cuestión de la unidad alemana quedara aplazada durante años.

 

Mijaíl Gorbachov pagó un alto precio por su línea pacífica. Me acuerdo bien de cómo Gorbachov, en su visita de junio de 1989 a Bonn, bajo la impresión de la gorbimanía en la RFA, me dijo que en su visita a la Markplatz de Bonn se había sentido como en la plaza Roja de Moscú. Cuando años más tarde, a finales de los años noventa, después del desmembramiento de la Unión Soviética, crucé con Mijaíl Gorbachov la plaza Roja de Moscú, la gente se apartaba de él.

 

Nuestros vecinos y socios europeos vivieron la caída del muro y la perspectiva de la reunificación alemana como una conmoción. Muchos contaban con que la unidad alemana llegaría, pero no mientras vivieran, ni desde luego en aquel momento. Por tanto, la caída del muro fue levemente inoportuna para la mayoría de ellos. (...) De entre nuestros aliados europeos, sólo uno estuvo desde el principio firmemente a nuestro lado: el presidente del Gobierno español, Felipe González, que ni un solo minuto permitió que surgiera la duda de dónde estaba su lugar. Margaret Thatcher fue la más franca entre los adversarios de la unidad y afirmó: “Prefiero dos Alemanias a una”. También dijo: “¡Hemos derrotado dos veces a los alemanes, y aquí están otra vez!”. La jefa del Gobierno británico, que finalmente, comprendiendo la inevitabilidad del proceso, dejó de cerrarse a la reunificación de nuestro país, había apostado equivocadamente por que Gorbachov jamás aceptaría la pertenencia a la OTAN de una Alemania unida. En esto, al menos en un principio, estuvo de acuerdo con François Mitterrand.

 

También del presidente de la Grande Nation vino alguna palabra poco amistosa antes de que finalmente se decantara por una posición clara y favorable a los alemanes. El cambio de Mitterrand, desde una postura inicialmente crítica hacia la reunificación hasta la aprobación, sin duda se basó de forma fundamental en que una vez más pude convencerle de esto: la unidad alemana y la unidad europea eran para mí las dos caras de la misma moneda.

El fin de los zares rusos y la caída del muro

Ericka Montaño Garfias

16 de abril de 2008

 

Principio y fin del bloque comunista. Con el asesinato del zar Nicolás II terminó la dinastía de los Romanov como gobernantes de Rusia y comenzó así el régimen bolchevique, encabezado por Vladimir Ilich Ulianov, mejor conocido como Lenin; esa revolución dividió al mundo y así surgió la guerra fría, que tuvo su mayor símbolo con el Muro que dividió Berlín durante 28 años. La caída del muro marcó el inicio de la debacle del socialismo en los países del este europeo.

 

De estos dos episodios de la historia se ocupa el sexto dvd de la colección Días que marcaron al mundo, que se encuentra ya disponible en las librerías de La Jornada.

 

En la narración del asesinato de la familia Romanov –el zar, su esposa Alejandra, sus hijas Olga, Tatiana, María, Anastasia y su hijo Alexei– se presentan extractos del diario de Yakov Yurovsky, quien hizo los preparativos para cumplir las órdenes del régimen bolchevique que impidió que el zar fuera bandera de pelea para los opositores.

 

Así, con engaños, Yurovsky trasladó a la familia real al sótano de la residencia Ypatiev, elegida porque las paredes eran de yeso y así las balas no rebotarían. En dos sillas se sentaron la zarina y Alexei, debilitado por la hemofilia, y atrás el zar con sus cuatro hijas. Todos fueron fusilados, y quienes quedaron heridos recibieron el tiro de gracia. Luego sus cuerpos fueron incinerados y enterrados en una mina cercana.

 

Consolidado el socialismo en Rusia, luego del triunfo de la revolución de 1917 se abrió paso en distintos países de Europa, después de la Segunda Guerra Mundial.

 

En 1989, 71 años después de la caída de los zares, el bloque socialista europeo estaba listo para los cambios. Rusia también, apenas unos años antes se habían realizado las reformas promovidas por Mijail Gorbachov, la perestroika y la glasnost. Así, en Berlín, dividido por un muro durante 28 años, la noche del 9 de noviembre se dio a conocer una noticia en televisión nacional: la apertura de las fronteras.

 

Con anuncio tan inesperado miles de berlineses del este acudieron a los puntos fronterizos. En pocas horas, y sin un solo disparo, cayó el Muro de Berlín.

 

El muro chileno

Cada año el concurso ETECOM LATAM, promovido por Telefónica, busca reconocer y destacar la calidad de los mejores trabajos universitarios relacionados con la comunicación y la difusión informativa en América Latina. Este año el premio ha sido para María Paz Salas y Mathias Meier, dos jóvenes alumnos de la Universidad del Desarrollo de Santiago de Chile, y su documental El muro chileno.

 

Para poder titularnos en Chile tenemos que hacer un trabajo de fin carrera. Tanto mi compañero Mathias como yo”, comenta Paz Salas, “queríamos hacer un trabajo audiovisual, así que nos decantamos por hacer un documental con carácter internacional pero que tuviese relación con la historia de nuestro país”.

 

Meier, hijo y nieto de alemanes exiliados en Chile, cuenta el origen del trabajo. “Surgió cuando estaba en tercero de carrera, cuando una profesora me invitó a trabajar con ella sobre una historia poco contada en Chile, la de los 3.000 exiliados que huyeron del golpe de Estado de 1971 y la dictadura de Pinochet a la República Democrática Alemana”.

 

Meier viajó junto a su maestra a Berlín en 2009. Su trabajo, durante tres semanas, fue investigar las listas de datos personales que la Stasi (servicios de inteligencia de la RDA) tenía sobre los chilenos que vivieron durante años en la capital comunista. “Mi asombro llegó cuando vi que muchas de las fichas no solo eran de ciudadanos normales y corrientes, sino que había nombres de exministros, diputados y exsenadores del Gobierno de Allende, que habían sido investigados por los servicios secretos de la RDA”.

 

El espíritu periodístico de este joven le llevó a proponer a su compañera de clase, María Paz Salas, a seguir tirando del hilo. Así se embarcaron en esta historia y se pusieron a buscar a esas personas que aparecían en las listas de la Stasi y las razones que las empujaron a huir deun régimen dictatorial a otro totalitario, pero con otro nombre y otras caras”, cuenta Meier.

 

El resultado de este documental, cuentan ambos premiados, “no ha sido solo rescatar parte de la historia chilena”, sino contar cómo todavía algunos de los exiliados, como es el caso de la madre de la expresidente chilena Michelle Bachelet, que huyó de la represión militar, “siguen manteniendo esa idea romántica y nostálgica de una miserable RDA”. “Algunos chilenos siguen viviendo con la idea de una tierra que se solidarizó con su causa y los adoptó como ciudadanos, cuando la realidad es que salieron de una prisión para meterse en otra”, subraya Meier.

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Nota de Manuel Castro Rodríguez: Este documental muestra como los chilenos honestos se percataron de la gran estafa que es el comunismo, mientras que otros –como la madre de la expresidenta Michelle Bachelet Jeria- disfrutaron de esa sociedad sumamente represiva.

En Panamá he comprobado la doble moral de los comunistas chilenos -tenaces defensores del castrismo-, que utilizan la misma diatriba de “gusanos” y “mafia de Miami”. Defienden los derechos humanos para Chile, pero se los niegan a Cuba. El que lo dude solo tiene que ver el comportamiento de Camila Vallejo.

La paranoia totalitaria

Carlos Espinosa Domínguez

15 de marzo de 2013

 

La escritora australiana Anna Funder ha escrito un excelente libro, en el que, a través de entrevistas a antiguos miembros de la Stasi y a algunas de sus víctimas, ofrece una visión espeluznante de una sociedad en la que la policía secreta superó numéricamente al propio ejército

 

Hasta la caída del muro de Berlín, la República Democrática Alemana era presentada como una sociedad modélica. El desarrollo industrial y el nivel de vida que había alcanzado, relativamente mejores que los de los otros miembros del Bloque del Este, hacían de aquel país una suerte de vitrina del comunismo ante el mundo. Asimismo se vendió la imagen de que allí no existía la más mínima oposición al régimen, pues a diferencia de polacos, checos y húngaros, los alemanes eran un pueblo disciplinado y educado para obedecer y cumplir órdenes. Sin embargo, muchos ignorábamos que durante casi cuarenta años los ciudadanos de la RDA estuvieron bajo un sistema de vigilancia total. De ello se responsabilizaba el Ministerium für Staatssicherheit (Ministerio para la Seguridad del Estado), la Stasi para los amigos.

 

La Stasifue creada el 8 de febrero de 1950, con la misión de apoyar “la integridad moral y física de nuestros queridos conciudadanos”. En la práctica, funcionó como un implacable servicio secreto que operaba dentro y fuera de la RDA, y que tenía una subordinación incondicional al Partido Socialista Unificado de Alemania (SED). El régimen comunista estaba obsesionado con la amenaza que representaban sus propios ciudadanos. Eso dio lugar a un sistema totalitario basado en la paranoia y la desconfianza como normas de sobrevivencia. A consecuencia de ello, sus dirigentes saturaron el país con un enorme ejército de espías pagados y no pagados.

 

En relación con su número total de habitantes, la Stasi fue la mayor policía secreta de la historia de la humanidad. A continuación, doy algunos datos numéricos para que se pueda comparar. La Gestapo nazi utilizaba 1 oficial por cada 2 mil habitantes. En la Unión Soviética, la KGB empleó a tiempo completo a unos 480 mil agentes para controlar a 280 millones de ciudadanos. Eso significa 1 oficial por cada 5.830 personas. En la RDA, la proporción era 1 oficial por cada 166 personas. Pero si a eso se añaden los informantes regulares, entonces es de 1 espía por cada 66 ciudadanos.

 

El arma principal de la Stasi fue la inmensa red de colaboradores no oficiales. Estos se dedicaban a informar de todos los aspectos de los ciudadanos. Lo mismo informaban de sus compañeros de trabajo, sus amigos. Incluso era típico informar sobre la propia familia. No se sabe el número exacto de personas que sirvieron de informantes. Unos afirman que la Stasi tuvo a su servicio 91 mil espías, además de 300 mil informantes civiles, que se encargaba de vigilar cada uno de los movimientos de los sospechosos de no simpatizar con el régimen. En cualquier caso, se sabe que en 1989 la cifra de los llamados “camaradas de primer orden” era entre 170 mil y 190 mil.

 

Las razones que llevaban a las personas a informar iban de las convicciones ideológicas al miedo a la represión. Lo cierto es que en aquella sociedad cualquier intento de tener éxito implicaba forzosamente aceptar un pacto con el diablo. Al igual que Fausto, los ciudadanos pagaban con su alma el derecho a poder estudiar en la universidad, conseguir un mejor puesto en el trabajo u obtener el permiso para casarse con un extranjero. A aquellos que no estaban dispuestos a pagar el precio exigido por el régimen, solo les quedaban como opciones la emigración interna o la renuncia a cualquier deseo de ambición.

 

Según datos, 1 de cada 50 adultos colaboró con la Stasi. Asimismo unos 10 mil menores de edad fueron utilizados como informantes. De los 16 millones de habitantes que tenía la RDA, 6 millones fueron espiados y se elaboraron informes detallados sobre ellos. Aunque cueste creerlo, hasta el mismísimo Erich Honecker tenía abierto un expediente. Un dato que ilustra la obsesión y el celo con que la Stasi realizaba su trabajo, es el hecho de que si los expedientes que hoy se conservan se pusieran uno encima del otro, alcanzarían una altura de ciento y tantos kilómetros.

 

Se controlaban 20 mil llamadas a la vez

 

Como parte de ese complejo sistema de vigilancia, se pincharon teléfonos y se llenaron los hogares de micrófonos. Se podían controlar 20 mil llamadas a la vez y se leían 2 mil cartas y telegramas al día. Había miles de apartamentos destinados al espionaje de empresas y universidades que estaban cerca. Se instalaron cámaras que enfocaban lugares claves. Había además otras colocadas en sitios tan inimaginables como las puertas de los autos, que podían grabar con rayos infrarrojos, algo que entonces era indetectable. En las instalaciones de la Stasi se encontraron unos frascos de vidrio con un contenido sui generis: ropa interior perteneciente a disidentes. Eso se conservaba en el caso de que estos se escabulleran, pues de ese modo se podía rastrear su paradero dándole a oler esas prendas a los perros.

 

Solo por el simple hecho de presentar una solicitud para vivir fuera del país, la persona pasaba a la lista negra de la Stasi. De igual modo, a cualquier visitante que cambiara dinero de su país por los inservibles marcos de la RDA se le abría cautelarmente un expediente. Entre los métodos más comúnmente usados estaban los arrestos, muchas veces arbitrarios, para forzar confesiones. Asimismo existía una red de centros de detención, campos de aislamiento, búnkeres ocultos y un sitio para ejecuciones secretas.

 

Funcionaban 18 prisiones preventivas, la más famosa de las cuales era la de Hohenschönhausen, cuyas celdas se hallaban en el sótano. A los detenidos se les sometía a una destrucción sicológica: no se les permitía dormir, se mantenía la luz prendida todo el tiempo, se les hacían las mismas preguntas durante meses, se les aislaba de manera total. Está recogido el caso de un preso relativamente joven, que fue expuesto a radiaciones. Como consecuencia de ello, falleció después a causa de una extraña variante de leucemia.

 

La Stasiademás contaba entre sus divisiones con una, la Administración de Inteligencia Principal, cuya misión era operar en la República Federal de Alemania. Logró introducir espías en instituciones públicas, partidos políticos e incluso puestos del gobierno de aquel país. Eso también le permitió manejar información sobre compañías y empresas. Tras la reunificación, han salido a la luz los nombres de algunos parlamentarios que colaboraban con la Stasi. Asimismo hoy se sigue destapando la faceta de espías de conocidos artistas, intelectuales y deportistas de la antigua RDA.

 

El servicio secreto operó hasta fines de 1989. Tras la caída del muro de Berlín, muchos miembros permanecieron en sus oficinas, para tratar de desaparecer aquellos documentos que podían llevarlos a la cárcel o exponer a los espías de otros países. Pero se encontraron con el problema de que la Stasi era muy puntillosa y guardaba absolutamente todos los papeles. Para destruirlos, solo contaban con trituradoras de papel de mala calidad, que constantemente se malograban. No les quedó otra opción que acometer a toda prisa ese trabajo a mano. Los pedazos se metían en bolsas, que más tarde pensaban reducir a cenizas. Pero debido a la celeridad con que se desarrollaron los hechos, la Stasi decidió desintegrarse, sin resistirse ni emplear la violencia.

 

Cuando se produjo la reunificación, la nueva autoridad federal heredó esos archivos. Parte de los mismos consistían en 15.500 cajas que contenían entre 4 y 6 millones de trozos de papel, algunos no más grandes que una uña. Un equipo de personas asumió la tarea de reconstruir a mano ese gigantesco rompecabezas. Al cabo de un tiempo, se dieron cuenta de que para terminarla, harían falta varias décadas. Se pasó entonces a usar computadoras y escáneres. El archivo, el mayor que existe en todo el mundo sobre una dictadura, está abierto a los ciudadanos. Cualquier alemán tiene derecho a consultar si hay información sobre él o ella. Unos cuantos así lo han hecho, con el propósito de buscar explicación para sucesos oscuros de su vida en el pasado totalitario y tratar de comprender lo que sucedió en la RDA en aquellos años.

 

Un libro sobre la conciencia humana

 

En 1987, la australiana Anna Funder (Melbourne, 1966) llegó a Berlín, como becaria del Servicio Alemán de Intercambio Académico. Quedó tan fascinada con la ciudad, que tras la caída del muro volvió en dos ocasiones. Antes de viajar por primera vez, ya había aprendido alemán en el colegio, y más tarde estudió derecho y filología alemana. A mediados de los años 90, trabajó como productora en un canal de televisión en programas para extranjeros.

 

Algunos televidentes enviaban cartas donde expresaban el alto precio que habían pagado por la ansiada reunificación. Fue entonces cuando Anna Funder se interesó por investigar en persona aquellas circunstancias, para saber qué había ocurrido en la RDA. Habló con algunas personas y escuchó historias que ya no la soltaron. Visitó además lugares de gran valor simbólico, como la antigua cárcel de Hohenschönhausen y los archivos de la radio.

 

Puso entonces un anuncio en la prensa: “Busco antiguos oficiales de la Stasi para entrevistarlos”. Por extraño que parezca, recibió varias llamadas de personas que probablemente deseaban librarse de su pasado. No solo entrevistó a los espías y colaboracionistas, sino también a los otros implicados, las víctimas, aquellos que sufrieron espionaje y represión. A partir de ese material de carácter testimonial escribió su primer libro, Stasiland. Historias del otro lado del muro de Berlín, que publicó en 2003. Definido por su autora como “un libro sobre la conciencia humana”, la edición en inglés recibió excelentes críticas (fue elogiado, entre otros, por el novelista sudafricano J. M. Cotezee) y le reportó varios premios. El primero fue el Samuel Johnson, el más cuantioso que se da en Inglaterra (30 mil libras esterlinas, unos 54.000 dólares).

 

El jurado reconoció en el libro de Funder “maravillosos fogonazos de humor, a pesar de la naturaleza trágica del asunto a tratar”. Asimismo destacó “la originalidad y frescura de un relato que cuenta lo que le sucede a la gente cuando vive en la atmósfera corrosiva de un estado totalitario”. Y añadió: “Este es un retrato intimista, conmovedor y divertido, una historia de supervivientes atrapados por su deseo de olvidar y la necesidad de recordar”. Stasiland fue además finalista en el Age Book of the Year para obras de no ficción, el Queensland Premier´s Literary Award, el Guardian First Book Award, el South Australian Festival Awards for Literature, el Index Freedom of Expression y el W. H. Heinemann Award.

 

Tras el notable éxito internacional que tuvo su libro, Funder pasó a colaborar en periódicos como The Guardian y Corrieri della Sera. En 2011 publicó su primera novela, Todo lo que soy, que al año siguiente recibió el premio al Mejor Libro de Australia. Está ambientada en la Alemania nacionalsocialista, y de acuerdo a la escritora “es, como en Stasiland, una historia sobre el coraje y la conciencia durante un período de terror”. De ambos títulos existen traducciones al español. La de Stasiland (Roca) apareció en 2009 y la de Todo lo que soy (Lumen), el año pasado. A propósito, algunas de las historias que aparecen en el primero de esos títulos fueron utilizadas en la película La vida de los otros.

 

Al inicio de Stasiland, Funder escribe: “La Stasi era el ejército interno mediante el cual ejercía el control el gobierno. Su función era saberlo todo sobre todo el mundo, valiéndose para ello de cualquier medio. Sabía quién venía a visitarte, sabía a quién llamabas por teléfono y sabía si tu esposa se acostaba con alguien. Era la metástasis de la burocracia en la sociedad de la RDA: abierta o veladamente, siempre había alguien informando a la Stasi sobre sus colegas y amigos, en cada escuela, en cada fábrica, en cada bloque de pisos, en cada bar. Obsesionada como estaba por el detalle, la Stasi no fue capaz de predecir en ningún momento el fin del comunismo ni, por ende, el fin del país. Entre 1989 y 1990 todo quedó patas arriba: un día, unidad de espionaje estalinista; al siguiente, museo. En sus cuarenta años, «la Compañía» generó el equivalente a todos los archivos históricos de Alemania desde la Edad Media. Si los pusiéramos en vertical, uno detrás de otro, los expedientes que la Stasi recopiló sobre sus conciudadanos y conciudadanas formarían una línea recta de 180 kilómetros de largo”.

 

La primera historia que conocemos es la de Miriam, y evidentemente es la que más impresionó a Funder. A los 16 años fue encarcelada por repartir octavillas y después, por intentar escapar a Berlín Occidental. Su marido también fue enviado a prisión, donde falleció. Cuando ella quiso saber las causas, primero le dijeron que se había ahorcado con los calzoncillos y luego que lo había hecho con una sábana. “¿Unos calzoncillos o una sábana? Por lo menos podrían ustedes ponerse de acuerdo con la historia”, les plantó cara ella. Y le comenta a Fender: “Conozco esas celdas y las tuberías no están a la vista. Todo va por dentro. Ni siquiera hay barrotes en las ventanas, son demasiado pequeñas”.

 

Nada de perseguir a la Stasi

 

Años después, cuando la escritora la visita de nuevo no ha logrado aclarar las circunstancias de la muerte de su esposo. Le comenta que la oficina del fiscal del distrito quiere echar tierra sobre todo lo que pasó, nada de perseguir a la Stasi. “Todavía hay mucha gente que trabaja para ellos y que era de la Compañía, ¡son sus compañeros!”. Por ejemplo, el juez que firmó la orden para el arresto de su esposo sigue en la judicatura.

 

Otra de las personas cuyo testimonio se recoge en Stasiland es Julia. Sus padres eran unas personas normales y corrientes, que nunca tuvieron ningún roce con el régimen. Su madre era una mujer práctica: “ni esperaba gran cosa del Estado ni arrimaba el hombro para cambiarlo”. Su padre era profesor, y como muchos colegas a los que se animó a hacerlo, se afilió al Partido. “Todos los miércoles antes de las reuniones del Partido papá estaba de un humor de perros”, recuerda Julia. Los problemas de la joven comenzaron cuando se enamoró de un italiano. “No importaba cuándo saliésemos de casa, o dónde fuésemos, siempre había alguien que nos paraba. Si le decíamos que íbamos al cine, se largaba un buen rato con mi documento de identidad y el pasaporte de él para que perdiésemos el principio de la película”. Cuenta que cuando llamaba a su novio por teléfono, le decía buenas noches y luego “buenas noches a todos” al resto de los que escuchaban.

 

Como insistió en continuar sus relaciones con el italiano, optaron por cerrarle todas las puertas. Julia era una estudiante de notas sobresalientes. Hablaba inglés, ruso, francés y un poco de húngaro. Pero por más entrevistas que tenía, no conseguía empleo. Hay una escena kafkiana que ella cuenta y que me parece interesante reproducir. Un día estaba en la oficina de empleo y preguntó a un hombre que aguardaba ser atendido cuánto tiempo llevaba en paro. Antes de que el señor pudiese contestar, “una funcionaria, una mujer fornida en uniforme, salió de detrás de una columna.

 

“— Señorita, usted no está en paro —ladró.

 

“— Claro que estoy en paro —dijo Julia—. Si no, ¿por qué iba a estar aquí?

 

“— Esto es la oficina de empleo, no la oficina del paro. No está en paro, está buscando empleo.

 

“Julia no se amilanó.

 

“— Estoy buscando empleo porque estoy en paro.

 

“La mujer empezó a gritar de tal forma de la cola se agazapó, intimidada.

 

“— ¡He dicho que no está en paro! ¡Está buscando trabajo! —Y luego, ya casi histérica—: ¡En la República Democrática Alemana no hay paro!”.

 

Funder recoge otras historias. Está, por ejemplo, la de Sigrid Paul, quien al inicio de la entrevista expresa: “El Muro me partió el corazón en dos”. Tuvo a su primer hijo en 1961. El parto fue difícil. El bebé venía de nalgas. Eso coincidió con un cambio de guardia y demoraron en atenderla. Le hicieron una cesárea de emergencia. A los pocos días, el recién nacido escupió sangre. Tampoco podía comer nada. En ningún hospital sabían qué le pasaba. Los padres lo llevaron entonces al sector occidental y allí le diagnosticaron que durante el parto se le desgarró el diafragma y además tenía dañados el estómago y el esófago. Su estado era grave y lo operaron de inmediato. Una vez que construyeron el muro, frau Paul pudo obtener permiso para ir a visitarlo, pero después no se lo volvieron a dar. Por otro lado, su hijo debía permanecer al otro lado, pues de traerlo a la RDA corría el riesgo de morir. No lo pudo recuperar hasta los cinco años. Cuando lo tomó en sus brazos la primera vez, el niño estaba asustado. “Convirtieron a nuestro hijo en un extraño”, le comenta a la autora de Stasiland.

 

Muy interesante es también el capítulo dedicado al músico Klaus Renft, el chico malo del rock germanoriental. Estaba al frente del Klaus Renft Combo, que se había convertido en la banda más popular entre los jóvenes. Tenían una actitud rebelde y tomaron las “cosas sagradas” de la RDA (el ejército, el Muro) y cantaron sobre ellas, porque querían “arañar a la RDA hasta el tuétano”. Eran demasiado famosos para arrestarlos, así que la Stasi recurrió a otra salida. El grupo necesitaba una licencia para poder trabajar. En 1975 los citaron para que fueran a tocar en Leipzig, ante una comisión del Ministerio de Cultura. De se modo, podían obtener la renovación de la licencia.

 

Antes de que empezaran a tocar, les pidieron que se acercasen a la mesa. Ahí les informaron que no los iban a escuchar, porque “las letras no tienen nada que ver con nuestra realidad socialista… se insulta a la clase trabajadora y se difama al Estado y a las organizaciones de defensa”. Y les informaron: “Estamos aquí hoy para informarles que han dejado de existir”. Uno de los miembros del grupo preguntó: “¿Significa eso que estamos vetados?”. Recibió una respuesta certera y contundente: “No hemos dicho que están vetados. Hemos dicho que no existen”. Klaus replicó: “Pero si seguimos aquí”. Y escuchó: “Como grupo ya no existís”. A partir de ese momento, sus discos desaparecieron de las tiendas. En la prensa dejaron de mencionarlos y la radio dejó de poner sus discos. Además la compañía discográfica Amiga volvió a imprimir su catálogo, con el único propósito de que Klaus Renft Combo no constase en él. Eso lleva a Klaus a comentarle a Funder: “Al final era como nos habían dicho: ya no existíamos. Era así, como en Orwell”.

 

Funder dedica además un capítulo a narrar su visita a la oficina de Documentación de la Stasi, a las afueras de Nuremberg. Allí trabajan las “mujeres puzle”, quienes tienen a su cargo la difícil tarea de reconstruir los documentos destruidos. Una de ellas comenta a la autora de Stasiland: “En realidad se parece mucho a hacer un puzle en casa. Empiezas por las esquinas y vas rellenando a mano los huecos fijándote en las formas de los bordes. Y luego, aparte, el tipo de papel, la fuente, la caligrafía y esas cosas nos dan pistas”. Finder habla con un señor que le parece la persona con más experiencia, y que le dice: “En ocasiones la satisfacción está en saber que cuando la gente averigua lo que pasó encuentra cierta serenidad: por qué no consiguió un puesto en la universidad, o qué le pasó al tío que desapareció o lo que sea. Supone una oportunidad para los afectados de comprender sus vidas”. Cuando por irse, el director de la Oficina entrega a Funder una copia de un memorando que redactó. Es un cálculo del tiempo que necesitarán para reconstruir todos los expedientes: 375 años. Y le aclara: “Estos son cálculos con cuarenta operarios. Como verá, solo contamos con treinta y uno”.

 

Funder ha escrito un excelente libro, que da cuenta de la vida de una sociedad férreamente controlada. Pero sus méritos no son únicamente documentales. Su autora ha partido de un material oral, al que ha dado un tratamiento claramente literario, que lo convierte en una novela de no ficción. La propia Funder aparece como un personaje importante. Narra cómo contacta a los entrevistados, cómo se relaciona con ello, en qué circunstancias tienen lugar los encuentros. Incluso hay casos en los cuales no respeta las fronteras entre la entrevistadora y los testimoniantes, y se implica con ellos. Eso hace que las entrevistas no sean frías, sino que destilen emoción y frescura. Esos y otros sólidos valores no hacen suponer que Stasiland sea la opera prima de Anna Funder.

Museo del Comunismo

Yoani Sánchez

11 de marzo de 2013

Se me helaban las orejas en Praga y desde la ventanilla del tranvía 14 alcancé a ver el cartel con un osito Misha portando una Kaláshnikov. Recordé inmediatamente aquel ícono de los Juegos Olímpicos de Moscú 1980 y toda la secuencia de dibujos animados que protagonizó después. Eran los tiempos en que los niños cubanos sabíamos más de la tundra rusa que de los campos de nuestro país, más de lobos que de jutías, de manzanas que de naranjas. La época en que el Kremlin hacía acto de presencia constante en nuestras vidas, con sus soldados, sus técnicos enviados desde miles de kilómetros de distancia y un subsidio tan abultado que permitió algunas antológicos despilfarros por parte de Fidel Castro. Todo eso pasó por mi mente en un segundo mientras leía el anuncio de aquella peculiar muestra que prometía un viaje al pasado a través de la estética promovida por la URSS.

 

Con el tiempo ajustado, como cada día que pasé en la República Checa, me fui hasta la calle Na Prikope 10 para echarle una ojeada al museo. La primera sorpresa fue en la entrada cuando la mujer que vendía los tickets tuvo la cortesía de dejarme pasar gratis, debido a que –según me explicó- yo venía de Cuba. Dada la cercanía de los objetos de aquellas salas con mi realidad, podía disfrutar de un recorrido sin costos, pues en fin de cuentas aquello se presentaba como un periplo por mi propia cotidianidad. ¿Por qué iba a pagar por lo habitual, por lo acostumbrado? Y exactamente así fue. Mientras percibía asombro y risitas en otros visitantes, yo miraba aquellas banderas rojas, escuchaba el himno de la Internacional y repasaba las estatuas en poses gloriosas, con una familiaridad a prueba de asombros. Era como asistir a una exposición de los enseres que tengo en mi cocina o de la ropa interior que guardo en la gaveta. O sea, nada de aquello tenía carácter museable para mí, en tanto habito un escenario donde cada uno de esos objetos o maneras de decir y presentar una imagen siguen vigentes. Un viaje a lo mismo, una excursión hacia lo conocido y tantas veces experimentado. Un museo del pasado, para esta viajera proveniente del mismo tiempo remoto.

 

Sin embargo, la cercanía no siempre es sinónimo de comodidad. De manera que a medida que avanzaba en las salas, una sensación de asfixia me surgía. Las medallas, el campesino de puño alzado y las feas latas de conservas con etiquetas sin colores. Todo fue contribuyendo a que un picor me empezara en la cara y se trasladara a todo el cuerpo debajo del abrigo. Apenas dos semanas después de salir de Cuba, ya percibía una marcada alergia a todo aquello. Allí estaban los uniformes militares con su gorra “de plato” que nuestros oficiales calcaron por décadas. Las insignias para trabajadores destacados y soldados muertos en la guerra, tan idénticas a las que se entregaban en nuestro país, que debía volverlas observar una y otra vez para percatarme que no decían “República de Cuba” sino “URSS” o “RDA”.

 

Así, avanzando entre carteles al peor estilo del realismo socialista llegué a la reproducción de una oficina de la KGB. El teléfono tosco, los archivos metálicos con cada cajón etiquetado con una letra y allí las fichas. Pequeñas cartulinas manchadas por el tiempo con los nombres de los vigilados. Aquel era el catálogo de los ciudadanos incómodos, de los críticos y de quienes alguna vez fueron objetivo de la policía política. Tuve la tentación de buscar la “Y” y hurgar en las fichas en busca de un nombre. Pero en ese momento la asfixia que me producía aquel Museo del Comunismo llegó a un punto insoportable y salí corriendo hacia la calle, a tomar una bocanada del aire frío y libre de Praga.

Fidel Castro apoya la ocupación militar de Checoslovaquia (I)

Manuel Castro Rodríguez

30 de agosto de 2010

 

Próximo a la medianoche del 20 de agosto de 1968, comandos rusos vestidos de civil se apoderaron del aeropuerto de Ruzyne. En la madrugada, mientras los rusos desembarcaban soldados, transportes blindados y cañones en Ruzyne, las tropas del Pacto de Varsovia cruzaban la frontera checoslovaca y sus tanques penetraban hasta el centro de Praga. Comenzaba la Operación Danubio: un cuarto de millón de soldados y unos cinco mil tanques -la mayor operación militar llevada a cabo en Europa después de la segunda guerra mundial. Los rusos detuvieron a los principales dirigentes del gobierno checoslovaco e impusieron a Gustav Husak.

 

Con ello se le daba sepultura al intento de construir un “socialismo con rostro humano”. También se demostraba que era letra muerta el fundamento jurídico del Pacto de Varsovia, que expresaba en su artículo primero: “Las Partes Contratantes se comprometen, conforme a la Carta de las Naciones Unidas, a abstenerse en sus relaciones internacionales de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza y a arreglar sus controversias internacionales por medios pacíficos, de tal manera que no se pongan en peligro la paz y la seguridad internacionales”.

 

La invasión militar de Checoslovaquia por las tropas de la Unión Soviética, Alemania Oriental, Polonia, Bulgaria y Hungría fue repudiada por los partidos comunistas más importantes de Occidente, como el francés y el italiano. Causó la decepción de izquierdistas como Jean-Paul Sartre, Ernst Mandel, Ernst Fisher, Bertrand Russell, Rossana Rossanda, Tariq Alí, Jaroslav Seifert, Christopher Hitchens, Régis Debray, Noé Jitrik, Kiva Maidanik, Roque Dalton, Roger Garaudy y Teodoro Petkoff.

 

Manuel Sacristán -dirigente del Partido Comunista de España en esa época-, expresó en 1969: “El gran error de Fidel Castro consistió, en mi opinión, en no darse cuenta de que para decir verdades de a puño cogía, precisamente, la ocasión en la cual acaso se iba a abrir un portillo para que empezara de nuevo una dialéctica política interna al socialismo. Y ello le obligó a cometer el pecado de diplomacia consistente en callar que la República Socialista de Checoslovaquia era el país socialista menos degenerado políticamente de toda Europa central”.

 

¿Error? ¿Pecado? ¡No! Haciendo uso de la demagogia y la carencia de principios que lo caracterizan, Fidel declaró en la comparecencia transmitida por radio y televisión el 23 de agosto de 1968: “Estamos aquí esta noche para analizar la situación en Checoslovaquia. (…) Lo que no puede negarse es que la soberanía del estado checoslovaco ha sido violada. Desde un punto de vista legal, esto no tiene justificación. No hubo ni el más mínimo rastro de legalidad”. A pesar de que admitía que Moscú había violado el derecho internacional, Fidel apoyó al imperialismo ruso; cuando cuatro décadas después Ignacio Ramonet le preguntó a Fidel: “¿Lamenta usted, por ejemplo, su aprobación de la entrada de los tanques del Pacto de Varsovia en Praga en agosto de 1968 que tanta sorpresa causó entre los admiradores de la Revolución Cubana?”, Fidel le respondió que “(…) nosotros aceptamos la amarga necesidad del envío de fuerzas a Checoslovaquia y no condenamos a los países socialistas que tomaron esa decisión

http://www.embacubasiria.com/cienhorascap26.html

 

Continuará.

 

 

Fidel Castro apoya la ocupación militar de Checoslovaquia (II)

Manuel Castro Rodríguez

6 de septiembre de 2010

 

Aunque Checoslovaquia dependía menos de la Unión Soviética que otros países del llamado ‘socialismo real’, durante la década del sesenta aumentó el descontento popular. En el IV Congreso de Escritores realizado en junio de 1967 fue fuertemente criticada la cúpula del Partido Comunista, encabezada por el estalinista Antonín Novotný. Cuatro meses después, en el pleno del Comité Central del Partido Comunista de Eslovaquia, Alexander Dubcex acusó a Novotný de actuar como un dictador. Leonid Ilyich Brezhnev, el máximo dirigente de la Unión Soviética, fue a Praga en diciembre invitado por Novotný.

 

El 5 de enero de 1968 un pleno del Comité Central del Partido Comunista de Checoslovaquia aprobó separar los cargos de Primer Secretario del Partido Comunista de Checoslovaquia y Jefe de Estado; Alexander Dubcex fue elegido Primer Secretario. Comenzaba la Primavera de Praga.

 

En febrero se destapó un gran escándalo de corrupción protagonizado por el general Jan Sejna -favorito de Antonín Novotný-, que pudo huir. En abril de 1968, el Comité Central del Partido Comunista de Checoslovaquia afirma que las transformaciones emprendidas se basan en el marxismo y da a conocer su Programa de Acción, que incluye: ratificar el papel dirigente del Partido Comunista, democratización de sus métodos de trabajo, libre autonomía de las empresas en su gestión, reivindicación del derecho de las minorías nacionales (judíos, eslovacos), derecho a viajar al extranjero y un sistema educativo menos ideologizado.

 

El aniquilamiento de la Primavera de Praga fue repudiada por los partidos comunistas más importantes de Occidente y causó la decepción de amplios sectores de la izquierda. Narciso Isa Conde, del Partido Comunista de República Dominicana, expresa: “En 1968 respaldamos la denominada ‘Primavera de Praga’ y en agosto de ese mismo año criticamos en profundidad la intervención militar de la URSS y de los países del Pacto de Varsovia”.

 

La política soviética alcanzó tal nivel de desprestigio que Teresa Pàmies -una comunista española exiliada en Checoslovaquia-, escribió en su ‘Testamento en Praga’ que si bien se justificaba la invasión de la Unión Soviética en Hungría en 1956 no se podía decir lo mismo de la intervención soviética en Checoslovaquia.

 

La invasión soviética provocó que el izquierdista Carlos Franqui -uno de los principales colaboradores de Fidel Castro durante una década-, rompiera definitivamente con Fidel. Desde muy joven, Franqui participó en luchas estudiantiles y obreras; combatió a la tiranía de Batista; y fue director de Radio Rebelde –emisora creada en la Sierra Maestra durante la lucha insurreccional- y del periódico Revolución –órgano oficial del Movimiento 26 de Julio-. Franqui llevó a Cuba el Salón de Mayo de París en 1967.

 

La Primavera de Praga fue protagonizada por estudiantes y obreros checoslovacos, que sólo solicitaban implementar ciertas normas democráticas, pero no se cuestionaban el socialismo, todo lo contrario, como resumiría Alexander Dubcek en su libro ‘La vía checoslovaca al socialismo’: “volvamos a los orígenes, volvamos a 1945, cuando el pueblo estaba mayoritariamente con nosotros y con nuestra intención de construir el socialismo”. Entonces ¿por qué Fidel Castro apoya la invasión soviética que malogró la posibilidad de construir un “socialismo con rostro humano”? Continuará.

 

 

 

Fidel Castro apoya la ocupación militar de Checoslovaquia (Final)

Manuel Castro Rodríguez

13 de septiembre de 2010

 

Fidel Castro reconoce el fracaso del sistema estalinista creado a su imagen y semejanza: “El modelo cubano ya no funciona ni para nosotros”, le respondió Fidel al periodista norteamericano Jeffrey Goldberg cuando éste le preguntó sobre la vigencia del modelo castrista y su validez para otros países

 

¡No, Fidel, el ‘modelo’ nunca ha funcionado para el pueblo, ni cuando tu régimen era subvencionado por la Unión Soviética!

 

Cuando Fidel obtuvo el poder el 1 de enero de 1959, la Revolución cubana era humanista (Ver Panamá América, 16 de agosto de 2010), nada tenía que ver con el socialismo que dos años después él proclamaría, dando comienzo al proceso de sovietización de Cuba.

 

En 1958 el ingreso per cápita cubano casi duplicaba el español y Cuba estaba entre los treinta y un países más desarrollados del mundo. El marxista James Petras lo reconoce: “Mientras que la mayoría de los países asiáticos y latinoamericanos iban a la zaga de Cuba en la década de 1960, hoy han superado a Cuba en la diversificación de sus economías, el desarrollo de sectores competitivos de fabricación para la exportación y la disminución de su dependencia de un grupo limitado de productos de exportación”.

 

Fidel declaró el 16 de febrero de 1959: “con la ventaja de contar con un país rico, donde se puede sembrar todo el tiempo en el año (…) lograremos un estándar de vida mayor que ningún otro país en el mundo”. Sin embargo, con Fidel se instauró el síndrome del desabastecimiento y se generalizó la pobreza. Un litro de leche entera cuesta más de tres dólares, precio prohibitivo cuando el salario mensual de un médico es de unos veinte dólares. Para poder tomar leche, el pueblo cubano depende de los más de mil millones de dólares que anualmente enviamos los emigrados.

 

Hace cuarenta años el castrismo decía: “El presente es de lucha, el futuro es nuestro”. Eso es típico del sistema: exige el sacrificio constante en beneficio de las futuras generaciones, privando a la población de un nivel de vida aceptable, mientras que la cúpula gobernante disfruta de los mayores privilegios. ¿Cuántas generaciones pueden aceptar un ‘modelo’ que les prorroga indefinidamente la legítima compensación por sus esfuerzos?

 

Hace dos años, Pedro Campos y otros militantes del Partido Comunista señalaron que “Cuba necesita un socialismo participativo y democrático”, ya que “Cuba vive una continuada crisis económica, política y social”, lo cual tiene cierta similitud con las denuncias realizadas por los comunistas checoslovacos en 1967 y 1968.

 

Miguel Arencibia Daupés -militante comunista durante más de 33 años-, fue expulsado de su trabajo y sancionado en el Partido por usar una computadora de la empresa donde trabajaba para publicar sus artículos en Kaos en la Red, dado lo prohibitivo económicamente que resulta el Internet en Cuba: una hora cuesta casi la mitad del salario mensual de un médico.

 

Checoslovaquia renació entre marzo y agosto de 1968, cuando se escucharon miles de voces hasta entonces acalladas por la censura. Fidel apoya la invasión soviética a Checoslovaquia porque él nunca permitirá el menor disenso, mucho menos la libertad de expresión que promovía la Primavera de Praga para democratizar el socialismo.

Último discurso del

dictador comunista Nicolae Ceauşescu

21 de diciembre de 1989

La ejecución del dictador comunista Nicolae Ceauşescu

Nicolae Ceausescu, the King of Communism

Rumanía abre una grieta en el pasado

Silvia Blanco (Enviada especial)

30 de octubre de 2013

 

Tras años de silencio, la fiscalía investiga por genocidio a dos jefes de prisiones comunistas En los centros penitenciarios se torturaba a presos políticos durante la década de los cincuenta

 

La última vez que hubo un proceso por genocidio en Rumanía fue el día de Navidad de 1989. Duró un par de horas y terminó con Nicolae y Elena Ceausescu fusilados, desmadejados en el patio del cuartel militar de Targoviste, a 79 kilómetros de Bucarest. Medio mundo ha visto el vídeo del juicio sumario y parte de la ejecución de quienes solo cinco días antes dirigían una de las dictaduras comunistas más desquiciadas de Europa. El lugar en el que ocurrió es hoy un tosco museo con agujeros de bala en la pared y dos siluetas dibujadas en el suelo para señalar dónde cayeron.

 

El museo municipal abrió hace casi dos meses. Ese 3 de septiembre, en Bucarest, la fiscalía general anunciaba una investigación por genocidio (un delito que no prescribe) contra Alexandru Visinescu, el director de una cárcel donde las palizas, el hambre y el frío extremo se empleaban para machacar a cualquiera que oliera a disidente. Es la primera vez que se formula una acusación así en 24 años. Esa decisión supone perforar en toneladas de tiempo y oscuridad: las que se edificaron sobre los 600.000 presos políticos de la época del terror de corte estalinista que precedió a Ceausescu, entre 1945 y 1964. Es una grieta pequeña, en primer lugar porque el acusado tiene 88 años y es poco probable que se le llegue a juzgar. Pero una grieta, porque Rumanía apenas ha empezado a volver la vista sobre los crímenes cometidos en 44 años de dictaduras comunistas.

 

Alexandru Visinescu dirigió la prisión de Ramnicu Sarat entre 1956 y 1963. Allí fueron a parar los líderes de la élite política anterior. Era conocida como la cárcel del silencio, con celdas individuales para aislar por completo al preso, que no podía hacer el menor ruido ni comunicarse con nadie. A un paralítico le llegaron a dar una paliza en la cama. A los enfermos no se les proporcionaba tratamiento médico. No podían tumbarse en la cama en todo el día. Varios murieron.

 

“Yo conocí a Alexandru Visinescu”, afirma Aurora Dumitrescu, de 82 años. Tenía 20 cuando fue encarcelada por estar vinculada a una organización de la resistencia anticomunista. Enseña su ficha de la Securitate, el brutal servicio secreto: foto de perfil y frontal. En el apartado “características individuales” se lee: “parlanchina, astuta y mentirosa”. Le cayeron seis años, después de interrogatorios con insultos, un foco en la cara y palizas en las que le ponían unas gafas de metal para que no supiera dónde estaba. Las dos veces que se cruzó con Visinescu terminó en la negra, la celda de castigo. Una fue en la penitenciaría de Jilava, un lugar con el techo tan bajo que nunca se podía estar totalmente erguido. “Él entró y me preguntó: ¿cuántos años tienes? Yo le dije que 20, pero él se refería a la condena. Empezó a insultarme. Enseguida le aclaré que la pena era de seis años. ‘Piensas que van a venir los americanos a salvarte, ¿no?’. Y yo le respondí que eso debía ser lo que él temía”. Inmediatamente la metieron en la negra: “Siempre había agua en el suelo, no tenía casi ropa y solo daban comida cada tres días”.

 

Dumitrescu es una mujer enérgica capaz de intercalar la risa en el relato de esos años de horror. Ahora Visinescu está acusado de genocidio. “Ya no me compensa. Nadie me devolverá la juventud”, dice con amargura mientras plantea que, más que la batalla de la justicia tardía, vale la pena dar la de la memoria: “Mi objetivo no es que lo condenen a él o a cualquier otro, sino que los rumanos sepan lo que ha pasado. Me saca de quicio que digan que no existían las negras. Ahora [en la fiscalía] han cogido un cabo de la cuerda y espero que empiecen a tirar. Eso servirá para que se conozca el pasado”.

 

A Rumanía le ha costado décadas iniciar siquiera ese gesto. La maraña de la que tirar es gigantesca y brutal. Incluso los casos más cercanos en el tiempo, como el de la mayoría de los 1.200 muertos que hubo durante la revolución de 1989, siguen impunes. Por eso Teodor Maries, el presidente de una asociación de víctimas de la represión de los últimos días del comunismo llamada 21 de Diciembre de 1989 considera que la investigación sobre Visinescu “es una excepción, es como un defecto bueno del sistema. La opinión pública ha reaccionado por la presión de la prensa y nosotros seguimos con nuestra lucha”.

 

El miedo sigue vivo para algunos de los torturados en los cincuenta. “Me atemorizaría encontrarme con Visinescu por la calle”, admite Aurora Dumitrescu. Durante todo este tiempo, el carcelero Visinescu ha vivido en su piso de Bucarest junto al parque Cismigiu, uno de los más bonitos de la ciudad, con sus barcas y lleno de gente paseando en estos días soleados de otoño. Sin embargo, quizá solo ahora ha sentido algo parecido al miedo. Cuando un instituto que investiga los crímenes comunistas puso a la Fiscalía sobre la pista de Visinescu, la prensa y las televisiones se lanzaron a informar sobre él. Reaccionó con agresividad. Se siente acorralado.

 

No contesta al interfono, pero aparece en el rellano de su piso. Está a punto de coger el renqueante ascensor del edificio para ir a la calle. Al preguntar por él se queda desconcertado. Usa sombrero y corbata. Le tiembla la mano derecha y gesticula mucho. Apenas acaba las frases. Trata de explicarse: “¡Estoy tan torturado por la gente! No quiero hablar con nadie porque me siento acabado... Todo este calvario público. He denunciado a los que me han puesto en esta situación. ¡La prisión cerró en 1963!”.

 

El piso del viejo carcelero es muy pequeño. En el pasillo hay tres puertas: un armario, el baño con ropa colgada en la bañera y una cocinilla del tamaño de una lavadora. No tiene nevera. La cama está en el salón. En la cabecera se ve un retrato de él de joven, orgulloso con su uniforme. Al lado, una radio muy antigua junto a un radiocasete ochentero. Visinescu se quita el sombrero y se sienta en uno de los taburetes forrados de flores que hacen juego con el sofá. En una esquina, junto a la terraza donde crecen geranios, tiene una tele encima de otra. El móvil, que suena varias veces, es el único objeto aquí con menos de 30 años. Todo tiene un orden particular: las corbatas cuelgan del marco de un espejo, los sombreros alineados sobre el armario.

 

“Yo soy inocente. Que los culpables sean juzgados, pero ¿por qué a mí? Si voy a un juicio y me declaran culpable, entonces sí podrán decir lo que quieran, pero ahora no puedo ir a ninguna parte, a donde voy me acusan de criminal asesino. En el tranvía, en la calle, dicen '¡este es el que ha torturado!'. No me preocupa ir a juicio, sino este escándalo”. Luego rebusca en el armario de la ropa unos documentos. Son misivas que él asegura que se las mandaban por iniciativa propia presos comunes —”los políticos no tenían derecho a escribir cartas”, aclara—. También tiene extractos copiados en un folio. En uno se lee: “Ha sido como un padre para mí”.

 

Poco a poco se calma. Empieza a divagar sobre la historia y asevera: “He sido militar y he tenido que estar en esa cárcel [Ramnicu Sarat]. No era voluntario, era mi trabajo”. Niega que él torturara jamás: “No le he puesto un dedo encima a nadie”. Rechaza que bajo sus órdenes se torturara: “De ninguna manera”. No reconoce la falta de comida y ni el frío —”tenían calefacción”, suelta—. Varias veces coge el brazo de su interlocutora para enfatizar lo que dice. “En la lista de presos políticos estaban Coposu y Diaconescu [dos famosos líderes anticomunistas]. ¿Por qué no me han buscado después, por qué cuando eran libres no hablaron de mí? Yo vivo aquí y nunca ha pasado nada”.

 

Nunca le ha pasado nada. Eso es cierto. Ni a él ni a otros como él. Después de rechazar durante años varias denuncias con el argumento de que habían prescrito los delitos, la fiscalía anunció el jueves pasado que también investiga por genocidio a otro octogenario, Ion Ficior (85), un antiguo comandante del campo de trabajos forzados de Periprava, en el delta del Danubio, entre 1958 y 1963. Se le considera responsable de la muerte de 103 personas. Detrás de estas acusaciones está el trabajo de años del Instituto para la Investigación de los Crímenes Comunistas y la Memoria del Exilio Rumano (IICCMER), un organismo gubernamental que ha estado recabando pruebas e indagando en archivos. “Las leyes no han cambiado”, explica Andrei Muraru, director del IICCMER. Entonces, ¿por qué ahora? “Porque Visinescu y Ficior ya no constituyen una amenaza para el sistema”, responde. Quizá porque ya no pueden implicar a ningún dirigente comunista vivo.

 

La falta de voluntad política para investigar tiene que ver con las conexiones con el pasado de las élites en democracia. “En las instituciones hay bloqueos porque los hijos de los antiguos fiscales comunistas son fiscales. Los hijos de los de la Securitate están en los servicios secretos, los hijos de los políticos comunistas están en el Parlamento y en la Administración igual”, señala el historiador Marius Oprea, que añade: “Vivimos en un país que ha condenado el comunismo pero solo de fachada [el presidente, Traian Basescu, lo hizo en 2006], y ha creado este instituto en el que trabajo, pero no tenemos acceso a toda la información que necesitamos. En el caso Visinescu, la justicia llega tarde como siempre, pero es un principio”.

 

La sede de la asociación de antiguos presos políticos es una castigada mansión con vidrieras. Los tres hombres que han venido a la cita con sus libros de memorias, sus fotos y sus recortes de periódico, que llevan corbata y que saludan a las mujeres besándoles la mano, no esperan nada de la justicia. Los tres se ríen cuando se les pregunta si creen que llegarán a juicio los casos que se investigan. “¡No! Es una mascarada”, dicen. El presidente, Octav Bjoza, es el más joven. Tiene 75 años. “Me transformaron en la cárcel. Mi sufrimiento no acabó cuando salí, y no ha terminado aún. Pude aguantar todo eso porque un compañero me enseñó que se podía sufrir con dignidad”, explica. Antes de hablar de sí mismo quiere relatar los horrores que vivieron miles de personas en cárceles y campos de trabajos forzados. Quiere decir que en Pitesti obligaban a los presos a comerse los excrementos de otros. Quiere que se sepa que en ese lugar se convertía a algunos reclusos en torturadores a cambio de comida o de dormir solo en el camastro. Al rato, coge aire y empieza a contar. “En Periprava el hambre era terrible. Ficior llevaba la unidad central. Un día nos hicieron plantar cebollas pequeñas, pero no podíamos más y nos las comimos. Nos guardamos un kilo cada uno en la ropa para los viejos de la cárcel. Un militar nos vio. Nos pusieron de rodillas, nos quitaron la ropa y encontraron las cebollas. 'Ahora os lo vais a comer todo', nos dijo el guardia. Dos de nosotros lo conseguimos y nos destrozó el intestino. Uno no pudo y en ese momento llegó Ficior. Preguntó qué pasaba y el que no fue capaz de acabar recibió un puñetazo en la sien y patadas solo en la cabeza hasta que quedó inconsciente”. Dice que llevan años reclamando, incluso al Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Pero no han tenido respuesta o les dicen que todo ha prescrito. Para él, que acusen ahora a Visinescu y a Ficior “no significa nada”, porque “lo único que ha hecho la justicia rumana es proteger a criminales, y son sus hijos los que ocupan la judicatura”.

 

En Bucarest no hay nada parecido a un museo de verdad sobre el periodo comunista. Y otros, como el de Targoviste, donde ejecutaron a Ceausescu, la interpretación y la memoria no pintan nada. “Rumanía está rezagada respecto a otros países de la región. El que más ha avanzado es Polonia”, compara Muraru, director del IICMER. “Los casos de Visinescu y Ficior marcan un punto de inflexión, pero no es irreversible. Es un proceso frágil”, explica. Catalina Tudorache, de 26 años, está sentada en un banco de la plaza de la Revolución, al lado de donde huyeron en helicóptero los Ceausescu. “De él sí se habla más, pero no de los crímenes comunistas ni de los años cincuenta. Somos un poco pasivos y olvidamos con facilidad en Rumanía”. En el bachillerato solo hay una asignatura, optativa, sobre esos 44 años.

 

Ion Radu, de 82 años y antiguo profesor de inglés, también estuvo en Periprava. Pero no es tan pesimista como sus compañeros y piensa que es importante que se investigue lo que pasó para que lo sepan los jóvenes. “Aunque sea muy despacio, creo que nos enfrentaremos al pasado. Es imposible que esto quede en el olvido para siempre. Yo quiero luchar”.

 

“Quiero saber quién mató a mi padre”

 

Maria Bendorfean tiene 53 años. Quedó viuda con tres hijos cuando su marido murió tiroteado en la puerta del hotel Intercontinental, en el centro de Bucarest. Las fuerzas de seguridad dispararon sobre los manifestantes que protestaban contra la dictadura. Fue el 21 de diciembre de 1989, cuatro días antes de la ejecución de los Ceausescu. “Nadie me ha ayudado con casi nada. Al principio el Estado nos dio paquetes de comida. Pensábamos que se haría justicia después de la revolución, pero no se ha hecho nada”, se queja Bendorfean. Su hija Alexandra tenía entonces un año. Ahora tiene 25 y quiere saber quién mató a su padre. “Solo quiero ponerle cara a los que lo hicieron. El 21 de diciembre es una fecha simbólica, sale en la tele, pero pasa ese día y ya no le importa a nadie. Además, casi ningún abogado quiere trabajar en estos casos”. Su madre se enteró por la televisión de que la Asociación 21 de Diciembre de 1989 había logrado en 2011 que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos censurara la falta de una investigación real en Rumanía sobre uno de esos casos. El presidente de la asociación subraya que supuso un precedente para que más familias acudieran a Estrasburgo. La lucha de esta organización para documentar los expedientes y se investigaran es muy enrevesada, llena de interrupciones y batallas legales. Sin embargo, 24 años después, “está todo bloqueado”, afirma Ioana Sfiraiala, una de sus abogadas. “El sistema está corrupto desde dentro, los herederos del régimen comunista tienen cargos importantes en la justicia”, denuncia.

The Lost World of Communism

La verdadera historia del comunismo

Revolución húngara de 1956

 

Durante las décadas del cincuenta y sesenta del pasado siglo, se produjeron varias protestas de la población de los países sometidos a la ocupación soviética: Alemania comunista en 1953 y 1954, Polonia 1954 y 1957, y principalmente en Hungría en 1956.


El 4 de noviembre de 1956, el ejército ruso invadió Budapest y otras regiones de Hungría, causando la muerte de más de 2.500 húngaros y aplastando en una semana el alzamiento de la población húngara en contra del Gobierno comunista.

Hungary 1956

Part 1

Hungary 1956

Part 2

Hungarian Revolution crushed by Soviets

Hungarian independence in 1956

Arms at the ready - Hungary 1956

Stalin, el terror rojo

Stalin, el tirano rojo

El informe secreto de Jruschov

Tania Díaz Castro

10 de septiembre de 2007

 

Leer el informe secreto contra José Stalin, escrito y leído por Nikita Jruschov el 25 de febrero de 1956 ante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) pone los pelos de punta a cualquiera. Jruschov puso al descubierto ante los marxistas-leninistas del mundo las víctimas que ocasionó Stalin mediante el sistema de terror que implantó en su país.

 

Aún así, los guerrilleros al mando del gobierno cubano, a partir de 1959, hicieron oídos sordos a tan lúgubre y espantosa historia y proclamaron a la Isla fiel seguidora de las ideas y el ejemplo soviéticos.

 

El Informe de Jruschov no fue tan secreto, aunque le diera lectura en sesión cerrada y no formara parte de las resoluciones emitidas por los congresistas en aquella ocasión. Numerosas copias fueron distribuidas a los niveles intermedios del PCUS y otras enviadas a numerosos gobiernos extranjeros, incluyendo Washington. Sin embargo, el texto íntegro del informe fue conocido por los ciudadanos soviéticos en 1988.

 

El informe revela con lujo de detalles las persecuciones en masa, los métodos crueles utilizados contra los llamados “enemigos del pueblo”, cuya única prueba de culpabilidad era la confesión, obtenida por medio de torturas físicas y psicológicas.

 

Señala el informe cómo Stalin descartó el método de lucha ideológica, e implantó el sistema de violencia administrativa, las detenciones y deportaciones de miles de personas, las ejecuciones sin previo juicio y sin una investigación formal, sobre todo contra miembros del Comité Central, ocasionando la muerte de mucha gente inocente. Los estimados difieren, los más conservadores le atribuyen a Stalin alrededor de veinte millones de víctimas y los más altos, alrededor de 60, incluyendo las muertes por hambrunas innecesarias, en campos de concentración, ejecuciones por motivos políticos, etc.

 

Cuando la viuda de León Trotski supo del famoso informe, declaró a la prensa europea en junio de 1956: “Como Jruschov y Bulganin acusan a Stalin de ser un asesino, se están acusando a sí mismos, puesto que fueron sus cómplices”.

 

Y era cierto. Nikita Jruschov fue organizador del Partido Comunista en 1921, miembro del Comité Central en 1934, primer secretario del Comité de Moscú en 1935, miembro pleno destinado al Soviet Supremo en 1939 y primer secretario del Comité Central y jefe de gobierno desde 1953 hasta 1964. Desde todos esos cargos participó en las purgas estalinistas y contempló en silencio sus crímenes.

 

Igual que José Stalin, Jruschov practicó el culto a la personalidad y cometió graves errores económicos y políticos, tales como la desorganización económica de la antigua URSS, razones por las que fue acusado en 1964 y expulsado en 1966 del Partido Comunista. En sus últimos años de mandato mantuvo muy buenas relaciones de amistad con Fidel Castro. Se encontraron por primera vez en el hotel Theresa, en Harlem, New York, en 1960, y más tarde en Moscú, donde el líder guerrillero permaneció más de un mes, compartiendo cenas, cacerías y paseos en compañía del soviético, quien le ofreció jugosos créditos al régimen de la Isla.

 

Junto a José Stalin, Nikita Jruschov fue, sin duda, fuente de inspiración para el régimen castrista.

Poemas inspirados en Stalin

 

Rusia

Miguel Hernández

 

En trenes poseídos de una pasión errante

por el carbón y el hierro que los provoca y mueve,

y en tensos aeroplanos de plumaje tajante

recorro la nación del trabajo y la nieve.

 

De la extensión de Rusia, de sus tiernas ventanas,

sale una voz profunda de máquinas y manos,

que indica entre mujeres: Aquí están tus hermanas,

y prorrumpe entre hombres: Estos son tus hermanos.

 

Basta mirar: se cubre de verdad la mirada.

Basta escuchar: retumba la sangre en las orejas.

De cada aliento sale la ardiente bocanada

de tantos corazones unidos por parejas.

 

Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos

has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente,

y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos,

como a un inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente.

 

De unos hombres que apenas a vivir se atrevían

con la boca amarrada y el sueño esclavizado:

de unos cuerpos que andaban, vacilaban, crujían,

una masa de férreo volumen has forjado.

 

Has forjado una especie de mineral sencillo,

que observa la conducta del metal más valioso,

perfecciona el motor, y señala el martillo,

la hélice, la salud, con un dedo orgulloso.

 

Polvo para los zares, los reales bandidos:

Rusia nevada de hambre, dolor y cautiverios.

Ayer sus hijos iban a la muerte vencidos,

hoy proclaman la vida y hunden los cementerios.

 

Ayer iban sus ríos derritiendo los hielos,

quemados por la sangre de los trabajadores.

Hoy descubren industrias, maquinarias, anhelos,

y cantan rodeados de fábricas y flores.

 

Y los ancianos lentos que llevan una huella

de zar sobre sus hombros, interrumpen el paso,

por desplumar alegres su alta barba de estrella

ante el fulgor que remoza su ocaso.

 

Las chozas se convierten en casas de granito.

El corazón se queda desnudo entre verdades.

Y como una visión real de lo inaudito,

brotan sobre la nada bandadas de ciudades.

 

La juventud de Rusia se esgrime y se agiganta

como un arma afilada por los rinocerontes.

La metalurgia suena dichosa de garganta,

y vibran los martillos de pie sobre los montes.

 

Con las inagotables vacas de oro yacente

que ordeñan los mineros de los montes Urales,

Rusia edifica un mundo feliz y trasparente

para los hombres llenos de impulsos fraternales.

 

Hoy que contra mi patria clavan sus bayonetas

legiones malparidas por una torpe entraña,

los girasoles rusos, como ciegos planetas,

hacen girar su rostro de rayos hacia España.

 

Aquí está Rusia entera vestida de soldado,

protegiendo a los niños que anhela la trilita

de Italia y de Alemania bajo el sueño sagrado,

y que del vientre mismo de la madre los quita.

 

Dormitorios de niños españoles: zarpazos

de inocencia que arrojan de Madrid, de Valencia,

a Mussolini, a Hitler, los dos mariconazos,

la vida que destruyen manchados de inocencia.

 

Frágiles dormitorios al sol de la luz clara,

sangrienta de repente y erizada de astillas.

¡Si tanto dormitorio deshecho se arrojara

sobre las dos cabezas y las cuatro mejillas!

 

Se arrojará, me advierte desde su tumba viva

Lenin, con pie de mármol y voz de bronce quieto,

mientras contempla inmóvil el agua constructiva

que fluye en forma humana detrás de su esqueleto.

 

Rusia y España, unidas como fuerzas hermanas,

fuerza serán que cierre las fauces de la guerra.

Y sólo se verá tractores y manzanas,

panes y juventud sobre la tierra.

 

 

Stalin Capitán

Nicolás Guillén

 

“A la salud de Stalin” Picasso

Stalin, Capitán,

a quien Changó proteja y a quien resguarde Ochun

A tu lado, cantando, los hombres libres van:

el chino, que respira con pulmón de volcán,

el negro, de ojos blancos y barbas de betún,

el blanco, de ojos verdes y barbas de azafrán.

Stalin, Capitán.

Tiembla Europa en su mapa de piedra y de cartón.

Mil siglos se desploman rodando sin contén.

Cañón del Austro al Septentrión.

Cabezas y cabezas cortadas a cercén.

El mar arde lo mismo que un charco de alquitrán.

Bocas que ayer cantaban a la Verdad y el Bien

Hoy bajo cuatro metros de amargo sueño están…

Stalin, Capitán.

Pero el futuro afinca, levanta su ilusión

allá en tu roja tierra donde es feliz el pan,

y altos pechos armados de una misma canción

las plumas de los buitres detienen, detendrán,

allá en tu helado cielo de llama y explosión,

Stalin, Capitán.

El jarro de magnolias, el floreal corazón

de Buda, despereza su extático ademán;

gravita un continente sobre el Mar del Japón:

rudo bloque de sangre de Siberia a Ceylán

y de Esmirna a Cantón…

Stalin, Capitán.

Tambores africanos con resonante son

sobre selva y desierto su vivo alerta dan,

más fiero que el metal con que ruge el león;

y alzando hasta el Pichincha la tormentosa sien

América convoca su puma y su caimán,

pero además engrasa su motor y su tren.

Odio por dondequiera verá el ciego alemán

la paloma, el avión,

el pico del tucán,

el zoológico río de vasta indignación,

las flechas venenosas que en pleno blanco dan,

y aun el viento, impulsando sus ruedas de ciclón…

Stalin, Capitán, a quien Changó proteja y a quien resguarde Ochún…

A tu lado, cantando, los hombres libres van:

el chino, que respira con pulmón de volcán,

el negro, de ojos blancos y barbas de betún,

el blanco, de ojos verdes y barbas de azafrán…

¡Stalin, Capitán,

los pueblos que despierten junto a ti marcharán!

 

 

Redoble lento por la muerte de Stalin

Rafael Alberti

I

Por encima del mar, sobre las cordilleras,

a través de los valles, los bosques y los ríos,

por sobre los oasis y arenales desérticos,

por sobre los callados horizontes sin límites

y las deshabitadas regiones de las nieves

va pasando la voz, nos va llegando

tristemente la voz que nos lo anuncia.

José Stalin ha muerto.

A través de las calles y las plazas de los

grandes poblados,

por los anchos caminos generales y

perdidos senderos,

por sobre las atónitas aldeas, asombradas campiñas,

planicies solitarias, subterráneos

corredores mineros, olvidadas

islas y golpeados litorales desnudos

va pasando la voz, nos va llegando

tristemente la voz que nos lo anuncia.

José Stalin ha muerto.

Va cruzando las horas oscuras de la

noche,

la madrugada, el día, los extensos

crepúsculos,

todo lo austral y nórdico que

comprende la tierra,

y no hay razas, no hay pueblos, no hay rincones,

no hay partículas mínimas del mundo

en donde no penetre la voz que va llegando,

la voz que tristemente nos lo anuncia.

José Stalin ha muerto.

II

(A dos voces)

1. Padre y maestro y camarada:

quiero llorar, quiero cantar.

Que el agua clara me ilumine,

que tu alma clara me ilumine

en esta noche en que te vas.

2. Se ha detenido un corazón.

Se ha detenido un pensamiento.

Un árbol grande se ha doblado.

Un árbol grande se ha callado.

Mas ya se escucha en el silencio.

1. Padre y maestro y camarada:

solo parece que está el mar.

Pero las olas se levantan,

pero en las olas te levantas

y riges ya en la inmensidad.

2. Cerró los ojos la firmeza,

la hoja más limpia del acero.

Sobre su tierra se ha dormido.

Sobre la Tierra se ha dormido.

Mas ya se yergue en el silencio.

1. Padre y maestro y camarada:

vuela en lo oscuro un gavilán.

Pero en tu barca una paloma,

pero en tu mano una paloma

se abre a los cielos de la paz.

2. Callan los yunques y martillos.

el campo calla y calla el viento.

Mudo su pueblo le da vela.

Mudos sus pueblos le dan vela.

Mas ya camina en el silencio.

1. Padre y maestro y camarada:

fuertes nos dejas, Mariscal.

como en las puntas de la estrella,

como en las puntas de tu estrella

arde en nosotros la unidad.

2. Vence el amor en este día.

El odio ladra prisionero.

La oscuridad cierra los brazos.

La eternidad abre los brazos.

Y escribe un nombre en el silencio.

III

No ha muerto Stalin. No has muerto.

Que cada lágrima cante

tu recuerdo.

Que cada gemido cante

tu recuerdo.

Tu pueblo tiene tu forma,

su voz tu viril acento.

No has muerto.

Hablan por ti sus talleres,

el hombre y la mujer nuevos.

No has muerto.

Sus piedras llevan tu nombre,

sus construcciones tu sueño.

No has muerto.

No hay mares donde no habites,

ríos donde no estés dentro.

No has muerto.

Campos en donde tus manos

abiertas no se hayan puesto.

No has muerto.

Cielos por donde no cruce

como un sol tu pensamiento.

No has muerto.

No hay ciudad que no recuerde

tu nombre cuando era fuego.

No has muerto.

Laureles de Stalingrado

siempre dirán que no has muerto.

No has muerto.

Los niños en sus canciones

te cantarán que no has muerto.

Los niños pobres del mundo,

que no has muerto.

Y en las cárceles de España

y en sus más perdidos pueblos

dirán que no has muerto.

Y los esclavos hundidos,

los amarillos, los negros,

los más olvidados tristes,

los más rotos sin consuelo,

dirán que no has muerto.

La Tierra toda girando,

que no has muerto.

Lenin, junto a ti dormido,

también dirá que no has muerto.

 

 

Oda a Stalin

Pablo Neruda

 

Camarada Stalin, yo estaba junto al mar en la Isla Negra,

descansando de luchas y de viajes,

cuando la noticia de tu muerte llegó como un golpe de océano.

Fue primero el silencio, el estupor de las cosas, y luego llegó del mar una

ola grande.

De algas, metales y hombres, piedras, espuma y lágrimas estaba hecha esta

ola.

De historia, espacio y tiempo recogió su materia

y se elevó llorando sobre el mundo

hasta que frente a mí vino a golpear la costa

y derribó a mis puertas su mensaje de luto

con un grito gigante

como si de repente se quebrara la tierra.

Era en 1914.

En las fábricas se acumulaban basuras y dolores.

Los ricos del nuevo siglo

se repartían a dentelladas el petróleo y las islas, el cobre y los canales.

Ni una sola bandera levantó sus colores

sin las salpicaduras de la sangre.

Desde Hong Kong a Chicago la policía

buscaba documentos y ensayaba

las ametralladoras en la carne del pueblo.

Las marchas militares desde el alba

mandaban soldaditos a morir.

Frenético era el baile de los gringos

en las boîtes de París llenas de humo.

Se desangraba el hombre.

Una lluvia de sangre

caía del planeta,

manchaba las estrellas.

La muerte estrenó entonces armaduras de acero.

El hambre

en los caminos de Europa

fue como un viento helado aventando hojas secas y quebrantando huesos.

El otoño soplaba los harapos.

La guerra había erizado los caminos.

Olor a invierno y sangre

emanaba de Europa

como de un matadero abandonado.

Mientras tanto los dueños

del carbón,

del hierro,

del acero,

del humo,

de los bancos,

del gas,

del oro,

de la harina,

del salitre,

del diario El Mercurio,

los dueños de burdeles,

los senadores norteamericanos,

los filibusteros

cargados de oro y sangre

de todos los países,

eran también los dueños

de la Historia.

Allí estaban sentados

de frac, ocupadísimos

en dispensar condecoraciones,

en regalarse cheques a la entrada

y robárselos a la salida,

en regalarse acciones de la carnicería

y repartirse a dentelladas

trozos de pueblo y de geografía.

Entonces con modesto

vestido y gorra obrera,

entró el viento,

entró el viento del pueblo.

Era Lenin.

Cambió la tierra, el hombre, la vida.

El aire libre revolucionario

trastornó los papeles

manchados. Nació una patria

que no ha dejado de crecer.

Es grande como el mundo, pero cabe

hasta en el corazón del más

pequeño

trabajador de usina o de oficina,

de agricultura o barco.

Era la Unión Soviética.

Junto a Lenin

Stalin avanzaba

y así, con blusa blanca,

con gorra gris de obrero,

Stalin,

con su paso tranquilo,

entró en la Historia acompañado

de Lenin y del viento.

Stalin desde entonces

fue construyendo. Todo

hacía falta. Lenin recibió de los zares

telarañas y harapos.

Lenin dejó una herencia

de patria libre y ancha.

Stalin la pobló

con escuelas y harina,

imprentas y manzanas.

Stalin desde el Volga

hasta la nieve

del Norte inaccesible

puso su mano y en su mano un hombre

comenzó a construir.

Las ciudades nacieron.

Los desiertos cantaron

por primera vez con la voz del agua.

Los minerales

acudieron,

salieron

de sus sueños oscuros,

se levantaron,

se hicieron rieles, ruedas,

locomotoras, hilos

que llevaron las sílabas eléctricas

por toda la extensión y la distancia.

Stalin

construía.

Nacieron

de sus manos

cereales,

tractores,

enseñanzas,

caminos,

y él allí,

sencillo como tú y como yo,

si tú y yo consiguiéramos

ser sencillos como él.

Pero lo aprenderemos.

Su sencillez y su sabiduría,

su estructura

de bondadoso pan y de acero inflexible

nos ayuda a ser hombres cada día,

cada día nos ayuda a ser hombres.

¡Ser hombres! ¡Es ésta

la ley staliniana!

Ser comunista es difícil.

Hay que aprender a serlo.

Ser hombres comunistas

es aún más difícil,

y hay que aprender de Stalin

su intensidad serena,

su claridad concreta,

su desprecio

al oropel vacío,

a la hueca abstracción editorial.

Él fue directamente

desentrañando el nudo

y mostrando la recta

claridad de la línea,

entrando en los problemas

sin las frases que ocultan

el vacío,

derecho al centro débil

que en nuestra lucha rectificaremos

podando los follajes

y mostrando el designio de los frutos.

Stalin es el mediodía,

la madurez del hombre y de los pueblos.

En la guerra lo vieron

las ciudades quebradas

extraer del escombro

la esperanza,

refundirla de nuevo,

hacerla acero,

y atacar con sus rayos

destruyendo

la fortificación de las tinieblas.

Pero también ayudó a los manzanos

de Siberia

a dar sus frutas bajo la tormenta.

Enseñó a todos

a crecer, a crecer,

a plantas y metales,

a criaturas y ríos

les enseñó a crecer,

a dar frutos y fuego.

Les enseñó la Paz

y así detuvo

con su pecho extendido

los lobos de la guerra.

Frente al mar de la Isla Negra, en la mañana,

icé a media asta la bandera de Chile.

Estaba solitaria la costa y una niebla de plata

se mezclaba a la espuma solemne del océano.

A mitad de su mástil, en el campo de azul,

la estrella solitaria de mi patria

parecía una lágrima entre el cielo y la tierra.

Pasó un hombre del pueblo, saludó comprendiendo,

y se sacó el sombrero.

Vino un muchacho y me estrechó la mano.

Más tarde el pescador de erizos, el viejo buzo

y poeta,

Gonzalito, se acercó a acompañarme bajo la bandera.

«Era más sabio que todos los hombres juntos», me dijo

mirando el mar con sus viejos ojos, con los viejos

ojos del pueblo.

Y luego por largo rato no dijimos nada.

Una ola

estremeció las piedras de la orilla.

«Pero Malenkov ahora continuará su obra», prosiguió

levantándose el pobre pescador de chaqueta raída.

Yo lo miré sorprendido pensando: ¿Cómo, cómo lo sabe?

¿De dónde, en esta costa solitaria?

Y comprendí que el mar se lo había enseñado.

Y allí velamos juntos, un poeta,

un pescador y el mar

al Capitán lejano que al entrar en la muerte

dejó a todos los pueblos, como herencia, su vida.

Los comunistas chinos prefieren Ferrari

José Ignacio Torreblanca

23 de enero de 2014

 

En una entrada anterior en este blog (“Las teocracias prefieren Porsche”) publicada justo ahora hace un año reflexioné sobre el espectacular aumento de las ventas de vehículos Porsche en una teocracia supuestamente igualitaria que cuenta con un estado policial sin igual para detectar a los opositores (no así, parecía, a los corruptos).

 

Ahora, al calor de las revelaciones sobre la corrupción en la élite china (Chinaleaks), retomo para hacer una secuela de aquel post la noticia que leímos hace unos meses acerca de que el ejército chino (el muy poderoso y temido ELP) había hecho pública una lista de vehículos que no podrían llevar matrícula militar. La lista incluía marcas como Bentley, Audi y Porsche (vean la historia en Guardian Reuters, WSJ, Washington Post o NYT).

 

Pero sin duda que Ferrari se lleva el protagonismo entre los hijos de papá comunista chino.  Lean esta noticia (“El escándalo del Ferrari sacude al liderazgo chino”), que nos cuenta el escándalo más famoso de los últimos años en China, que forzó a dimitir a Ling Jihua, mano derecha del entonces presidente Hu, al conocerse que su hijo había fallecido al volante de un Ferrari en un accidente de tráfico y que había sido incinerado en secreto para tapar el escándalo (además, se bloquearon las palabras Ferrari y accidente en la red social Weibo, que tiene 800 millones de seguidores). ¿Es lo del Ferrari una casualidad? No lo parece. El hijo del defenestrado Bo Xilai, Bo Guagua, de 24 años, también conducía un Ferrari antes de que su padre y madre fueran detenidos por el asesinato del empresario británico Neil Heywood.

 

El escándalo de la proliferación de matriculas de las Fuerzas Armadas, que implicaban privilegios varios a la hora de circular (no pagar peajes) y aparcar en zonas prohibidas a los demás, así como (presuntamente) cometer infracciones de tráfico y no rendir cuentas por ellas, vino a raíz de la circulación en la red social china, Weibo, de fotografías de vehículos de lujo con placas (blancas con dos letras rojas) del ejército de liberación popular. En una de ellas, aparecía el popular actor Jackie Chan con un Audi con matrícula del ejército popular (vean este historia en Zaichina.net para todos los detalles del caso).

 

Compartirán conmigo la sorpresa de que un ejército tan disciplinado y tan temible, que quiere plantar cara a todos sus vecinos por cualquier islote o pedrusco de territorio, desde Rusia hasta Vietnam pasando por el Tíbet y Asia Central, tuviera tan poco control sobre el enriquecimiento de sus mandos, bien porque se han enriquecido hasta el punto de poder comprar con sus sueldos de oficiales dichos vehículos bien porque tienen impunidad total para vender matrículas militares a civiles sin pensar que su delito, pese a cometerse a la vista de todo el mundo y quedar registrado en la placa del vehículo, no iba a ser sancionado.

 

Pues aquí tienen, en parte una explicación de estos hechos (“Hijísimos del poder”). Mañana, en mi columna en la edición impresa, una reflexión más amplia sobre la corrupción en China y la campaña puesta en marcha por Xi Jinping que supuestamente quería “cazar tantos tigres como moscas”. Mientras, les dejo con este video en el que un transeúnte afea a unos militares el poseer vehículos de lujo.

La élite comunista de China oculta empresas en paraísos fiscales

Jan Martínez Ahrens / Fernando Gualdoni

/ Jesús Sérvulo González / Andrea Rizzi

21 de enero de 2014

 

Una investigación revela la actividad en refugios opacos de familiares de la élite

 

En la base de datos a la que ha tenido acceso EL PAIS figuran magnates y compañías estatales

 

El cuñado del presidente e hijos de exprimeros ministros y otros altos dirigentes, implicados

 

 

China vive la mayor y más veloz transformación que ha experimentado un país en las últimas décadas. El proceso de apertura y reforma ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza, pero la brecha social ha alcanzado un nivel peligroso. El enriquecimiento acelerado de las élites ha erosionado la credibilidad de los mandatarios comunistas, cuyas promesas de acabar con la desigualdad y la corrupción se enfrentan ahora a un nuevo escándalo: el uso masivo de paraísos fiscales por parte de sus familiares directos. EL PAÍS, junto con otros medios internacionales como The Guardian, BBC, Le Monde, Süddeutsche Zeitung o Asahi Shimbun, ha tenido acceso a una base documental obtenida por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) que revela que al menos 13 parientes de máximos dirigentes del régimen —incluidos el actual presidente, Xi Jinping, y los ex primeros ministros Wen Jiabao y Li Peng—, así como 15 grandes empresarios y grandes compañías estatales han mantenido gran actividad en refugios fiscales.

 

Los registros de estas sociedades opacas, analizados en colaboración con dicho consorcio, proceden de una filtración de más de dos millones de archivos de dos gestoras (Portcullis TrustNet y Commonwealth Trust) que operan en las Islas Vírgenes Británicas. La elección de este archipiélago del Caribe por parte de la élite china no es extraña: el territorio británico de ultramar era el segundo inversor directo en China en 2010 —año hasta el que figuran registros en la base de datos filtrada—, solo por detrás de Hong Kong. Con apenas 27.000 habitantes, tiene inscritas más de un millón de sociedades, el 40% procedente de China, Hong Kong y Singapur.

 

El examen de los datos evidencia cómo numerosos integrantes de la élite comunista han abierto sociedades offshore después de haber labrado enormes fortunas a la sombra del régimen. Esta práctica corrobora una de las debilidades sistémicas chinas: que las tres décadas transcurridas desde que Deng Xiaoping abandonó la economía central planificada y saltó al capitalismo bajo el gobierno único del Partido Comunista Chino (PCCh) han enriquecido de forma desmesurada a un sector privilegiado de la población, gracias a su cercanía al poder.

 

Los documentos, que llegan hasta principios de 2010, permiten constatar cómo estas tramas familiares, pertenecientes a los más altos linajes comunistas, se han aprovechado de la opacidad de las Islas Vírgenes Británicas para enviar el dinero fuera de los circuitos habituales a través de empresas creadas por ellos mismos o de su participación en otras ya constituidas. Esto facilita ocultar bienes y dinero del control oficial (China limita el movimiento de capital al extranjero a 50.000 dólares por habitante y año) e incluso beneficiarse de los privilegios fiscales de Pekín a inversores extranjeros.

 

más información

 

En los datos analizados figuran al menos 13 miembros de la denominada nobleza roja, es decir, parientes de los dirigentes de la cúpula comunista en activo, jubilados o fallecidos (ver gráficos de las páginas 4 y 5). Entre ellos, destacan el cuñado de Xi Jinping; el hijo y el yerno del anterior primer ministro, Wen Jiabao; la hija de su antecesor, Li Peng; un yerno del fallecido Deng Xiaoping, o el nieto del legendario comandante de la revolución Su Yu. Estas 13 personas aparecen vinculadas al menos a 25 sociedades en calidad de accionistas o directores.

 

El caso de Deng Jiagui, marido de Qi Qiaoqiao, hermana mayor del actual presidente chino, es emblemático de la nueva China: construyó junto a su pareja un imperio inmobiliario en Hong Kong y Shenzhen en apenas 20 años. Wen Yunsong, hijo del ex primer ministro Wen Jiabao, creó en un paraíso fiscal la empresa Trend Gold Consultants. Una investigación de The New York Times publicada en 2012 cifra la fortuna de la familia de Wen Jiabao en 2.700 millones de dólares.

 

Otra aristócrata que ha operado en refugios fiscales es Li Xiaolin, la hija del ex primer ministro Li Peng, quien reprimió sangrientamente las manifestaciones democráticas de Tiannanmen. La hija es conocida en su país como Power Queen (Reina de la Energía) porque controla uno de los monopolios eléctricos chinos, y porque ostenta su riqueza e influencia sin ningún pudor.

 

Gran parte de la actividad offshore desarrollada por la nobleza roja corresponde a la época en que su parentela ejercía el poder. Así ocurre, por ejemplo, con el hijo y el yerno del exprimer ministro Wen Jiabao, fundadores de una empresa en las Islas Vírgenes Británicas en pleno mandato del padre (2003-2013). En el caso del actual presidente, Xi Jinping —él mismo un príncipe, nombre con el que son conocidos los descendientes de los altos líderes y exlíderes del PCCh—, la constitución de la sociedad offshore coincide con su etapa como vicepresidente (2008-2013), aunque la creación de la inmobiliaria copropiedad de su cuñado Deng Jiagui fue anterior a su llegada a la presidencia en marzo del año pasado. En la base de datos no figuran el presidente ni el ex primer ministro.

 

También constan en los registros al menos una quincena de magnates empresariales. Muchos son protagonistas de la vertiginosa efervescencia económica experimentada por China en las dos últimas décadas. Es el caso de Ma Huateng, fundador de Tencent, el coloso de la mensajería digital, con una fortuna estimada en 10.100 millones de dólares (7.400 millones de euros).

 

EL PAÍS ha mantenido contacto directo con autoridades diplomáticas del país asiático para contrastar la información concerniente a los familiares de los mandatarios chinos. El Gobierno de Pekín, como ha sido su práctica habitual ante otras revelaciones periodísticas de este tipo, ha declinado dar respuesta. Los casos que se publican a partir de la investigación han sido comprobados documentalmente y este periódico dispone de los registros correspondientes.

 

Fuentes próximas al Gobierno chino sostienen que la apertura de sociedades en paraísos fiscales no está vinculada a un fenómeno de corrupción o delictivo e insisten en que se trata de una práctica mercantil común entre empresarios chinos para competir con firmas extranjeras que invierten en China y que el Gobierno favorece con exenciones de impuestos. Para obtener las mismas condiciones, siempre según estas fuentes, los magnates locales abren sociedades en la Islas Vírgenes Británicas, desde allí reenvían el dinero al país asiático y, reconvertido en capital extranjero, reciben beneficios fiscales. Esta práctica se ha reducido notablemente, según las mismas fuentes, que alegan que ninguno de los documentos implica directamente a mandatarios chinos, sino solo a familiares que son empresarios. En esta línea, sugieren que la salida a la luz de los datos perjudica a los líderes que luchan contra la corrupción en China.

 

Las gestoras Portcullis TrustNet y Commonwealth Trust han declinado dar su opinión a este periódico sobre la filtración.

 

Investigaciones anteriores —como la de The New York Times u otra de la agencia de noticias estadounidense Bloomberg— sobre la acumulación de bienes de la élite comunista han acarreado la imposición de barreras al trabajo periodístico de dichos medios y el bloqueo de sus ediciones digitales en China. En el último año, el régimen chino ha emprendido una cruzada contra la corrupción, el despilfarro y el enriquecimiento ilícito de sus clases política y empresarial.

 

La filtración saca a la luz la colaboración de importantes entidades financieras, como UBS y Credit Suisse, en el flujo de dinero hacia los paraísos fiscales. Pero sobre todo revela el desdoblamiento ideológico del sistema chino, que en el interior del país actúa como guardián de una férrea disciplina económica, pero en el exterior se convierte en un usuario compulsivo de los servicios y privilegios que facilita la opacidad de los paraísos fiscales.

 

Los cables de Wikileaks publicados en 2010 por este diario y otras cuatro cabeceras internacionales ya daban algunas pistas sobre el sospechoso enriquecimiento de las familias de los máximos dirigentes chinos. Un informe secreto enviado a Washington desde el consulado de Shanghái en 2007 recoge declaraciones de una fuente que señala que “la familia de Wen es un notable dolor de cabeza político para el [entonces] primer ministro” y el “disgusto” del mismo con los negocios de sus allegados.

 

En otro cable, un viejo amigo del actual presidente sostiene que Xi Jinping “no es corrupto y no está para nada interesado en el dinero”, pero podría “ser corrompido por el poder”. La fuente describe a Xi Yuanping —hermano del dirigente— como “muy rico” y destaca su costumbre de “exhibir joyas y ropa de diseño”.

 

Uno de los sectores chinos más activos en la creación de firmas en los paraísos fiscales es el petrolero, según los documentos filtrados. La trinidad energética —Petrochina, Sinopec y China National Offshore Oil Corporation (CNOOC)— es la punta de lanza y el sustento de la pujanza económica del país, y sus dirigentes están entre los más influyentes dentro de la élite local. Tanto es así, que varios expertos afirman que los altos cargos de la industria energética tienen un grupo propio dentro del aparato del PCCh. Muchos de los dirigentes que conforman la “facción petrolera” han sido formados en universidades occidentales y cuentan con una amplia experiencia internacional. Y aunque son designados por el Politburó, tienen autonomía para gestionar a las empresas tanto desde el punto de vista financiero como estratégico. La base de datos muestra que las petroleras y sus directivos establecieron docenas de empresas en las Islas Vírgenes Británicas, las Islas Cook y otras jurisdicciones extraterritoriales entre 1995 y 2008, aunque no hay pruebas de que hayan participado en actos ilegales.

 

Los documentos sobre las actividades opacas de la élite china remiten a uno de los problemas fundamentales del gigante asiático: el fuerte aumento de la desigualdad social. Los dirigentes comunistas temen el malestar y las protestas que el desigual reparto de la renta puede inducir, hasta el punto de haber convertido el asunto en una auténtica prioridad política. Pese a ello, la acumulación de riqueza en pocas manos no deja de crecer: el número de mil millonarios en el país asiático ha pasado en una década de cero a 315. Y la afluencia del dinero fácil a las élites políticas es tal que 153 de las 1.000 personas incluidas en la lista de los más ricos de China son diputados de la Asamblea Popular Nacional o de su órgano consultivo. En esta línea, los 20 miembros más opulentos de esta asamblea acumulaban en 2012 un patrimonio de 62.200 millones de dólares, es decir, 46 veces más que los 20 congresistas estadounidenses más acaudalados, según datos de Roll Call, un centro de información especializado en la política de Washington.

 

Además de ser causa de indignación popular, la salida ilícita de capitales es un factor que potencia la desigualdad, porque reduce la capacidad de recaudación y por tanto de redistribución por parte del Estado. La cuantificación exacta de los movimientos ocultos de capitales es hoy en día imposible, pero la organización sin ánimo de lucro Global Financial Integrity, un centro de estudios estadounidense, ha calculado que en 2011 —último año disponible— salieron ilegalmente de China unos 150.000 millones de dólares, casi un 12% del PIB español.

 

 

La justicia china ratifica

la cadena perpetua al exdirigente Bo Xilai

José Reinoso

25 de octubre de 2013

 

Un tribunal rechaza la apelación y cierra así el mayor escándalo político en China en décadas

 

Punto final. Un tribunal ha rechazado este viernes la apelación del exlíder chino Bo Xilai y ha confirmado la condena a cadena perpetua que recibió el mes pasado por soborno, malversación y abuso de poder. Queda cerrado así el mayor escándalo político que ha vivido el país en décadas y que provocó fuertes tensiones internas durante los meses que precedieron al congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), en noviembre pasado, en el que fue renovada la cúpula dirigente.

 

“El Tribunal Superior de (la provincia nororiental de) Shandong ha rechazado la apelación y ha ratificado el veredicto de cadena perpetua dictado en primera instancia en el caso de Bo Xilai por soborno, malversación y abuso de poder”, ha asegurado la agencia oficial Xinhua. La decisión ha sido anunciada en una breve audiencia celebrada esta mañana, apenas una hora después de que un convoy en el que se cree que iba Bo Xilai llegara al tribunal, en Jinan (capital de Shandong).

 

“Este tribunal ha verificado los hechos y las pruebas del tribunal de primera instancia. Las razones para apelar presentadas por Bo Xilai y las opiniones de su abogado no están basadas en los hechos ni tienen base legal, y no son sostenibles”, ha señalado después en rueda de prensa en Jinan Hou Jianjun, portavoz del tribunal, informa Reuters. Hou ha añadido que “el fallo es definitivo”. Bo presentó 11 motivos para apelar, incluido que sus confesiones, mientras era investigado, fueron realizadas “bajo presión”, por lo que son “pruebas ilegales que deben ser ignoradas”. La televisión estatal CCTV ha mostrado al expolítico esposado en la sala.

 

Bo no puede realizar más apelaciones formales, aunque podría hacer una “petición” al Tribunal Supremo, que sería con toda seguridad rechazada. Ahora, será devuelto a la prisión de Qincheng, al norte de Pekín, donde son encarcelados los presos políticos, y probablemente no vuelva a ser visto en público, aunque podría lograr la libertad condicional por razones médicas algún día.

 

Bo Xilai, de 64 años, exsecretario del PCCh en la municipalidad de Chongqing –la más poblada del país- y exmiembro del Politburó –organismo integrado por 25 personas-, era uno de los políticos estrella de China hasta su caída a principios de 2012. Gozaba de gran aprecio entre algunos sectores de la población y del partido, gracias a sus políticas neomaoístas y populistas y las campañas que llevó a cabo contra la corrupción y el crimen organizado.

 

El mes pasado, fue encontrado culpable de aceptar 20,4 millones de yuanes (2,43 millones de euros) en sobornos, malversar cinco millones de yuanes (594.700 euros) y abusar de su poder en relación con el asesinato de Neil Heywood, un hombre de negocios británico, antiguo amigo de la familia, por parte de su esposa, Gu Kailai. Los fiscales aseguraron que intentó encubrir el crimen. Gu fue condenada en agosto de 2012 a pena de muerte con dos años de suspensión de sentencia, lo que en la práctica significa cadena perpetua.

 

Los partidarios de Bo aseguran que ha sido víctima de una purga política. Dicen que sus rivales aprovecharon el asesinato de Heywood por su mujer para quitárselo de encima. Su ambición abierta, su afán de protagonismo y su defensa de una mayor intervención del Estado en la economía generaron la oposición de otros altos dirigentes, que temían que provocara una división en el partido. Su campaña contra la corrupción y el crimen organizado en Chongqing fue también muy criticada por emplear la tortura y saltarse la ley. Estos abusos, sin embargo, fueron ignorados durante su juicio.

 

Se daba por seguro que el Tribunal Superior de Shandong confirmaría la sentencia a cadena perpetua, ya que en China los jueces están controlados por el PCCh y, según los analistas políticos, el destino de Bo había sido decidido de antemano por la cúpula dirigente, tras intensas negociaciones entre la élite del partido, donde se cree que hay sectores que le apoyan.

 

El presidente Xi Jinping probablemente ha querido cerrar el caso antes de un importante pleno del PCCh que tendrá lugar el mes que viene, en el que pretende impulsar ambiciosas reformas económicas. Dejar atrás el caso Bo Xilai es clave para contar con el apoyo de los 200 miembros del Comité Central.

 

El partido ha presentado el caso como un ejemplo de su determinación de luchar contra la corrupción, que, según ha reconocido el propio Xi Jinping amenaza la supervivencia del PCCh.

 

En su juicio, el pasado agosto, Bo montó una encendida defensa, calificó los testimonios de su esposa contra él como las acciones de una mujer con problemas mentales y rechazó todos los cargos. Tan solo admitió que había tomado algunas decisiones erróneas que habían avergonzado a su país, en referencia a la fuga de su jefe de policía en Chongqing, Wang Lijun, quien en febrero de 2012 huyó al consulado de Estados Unidos en Chengdu (capital de la provincia de Sichuan) porque temía ser asesinado por los agentes de Bo después de haber comunicado a este que tenía pruebas de que su mujer había envenado a Heywood. Wang fue sentenciado a 15 años de cárcel por ocultar inicialmente el asesinato del británico y otros crímenes.

 

El juicio a Bo reveló detalles jugosos de la vida de excesos de su familia y la recepción de sobornos, incluido un chalé en el sur de Francia. La vista tuvo un nivel de transparencia sin precedentes en China, en lo que los expertos consideran un intento del partido de trasladar una imagen de imparcialidad. Las transcripciones del juicio fueron difundidas a través de la cuenta en Weibo (servicio de mensajes cortos similar a Twitter) del tribunal, aunque, según la prensa de Hong Kong, fueron previamente editadas y censuradas. Los periodistas extranjeros no fueron admitidos en la sala.

 

Con la ratificación de la condena, se cierra el proceso judicial de mayor trascendencia política que ha vivido China desde la caída de la esposa de Mao Zedong -Jiang Qing- y su ‘Banda de los cuatro’ al final de la Revolución Cultural (1966-1976).

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.