EL RACISMO EN LA CUBA DE FIDEL CASTRO

José Martí:

cubano es más que negro, más que mulato, más que blanco

Lidia Cabrera:

No se conocerá a nuestro pueblo sin conocer al negro. Esta influencia es hoy más evidente que en los días de la colonia. No nos adentraremos mucho en la vida cubana, sin dejar de encontrarnos con esta presencia africana que no se manifiesta exclusivamente en la coloración de la piel”.

Manuel Cuesta Morúa:

Los negros viven en los cinturones de las ciudades, en los barrios más pobres. No reciben remesas, que es la principal fuente de ingresos de la economía cubana, porque la mayoría no tiene familiares en el exterior. No tienen acceso a la economía de servicios, ni al trabajo en el turismo, ni a la universidades, pero sí integran la mayor parte de la población penal y también se contabiliza una buena cantidad de afrodescendientes entre las personas que viven de la prostitución con los extranjeros”.

Monumento restaurado al mayor general

y presidente José Miguel Gómez,

quien hacia 1912

ordenó el asesinato de unos cinco mil cubanos negros inconformes con su exclusión social

Al centro del monumento se encuentra

la estatua del general Gómez,

hecha en bronce y de una altura de 3,50 metros

Cuba a todo color

Ernesto Pérez Chang

6 de marzo de 2014

 

Alexis es egresado de una escuela de turismo. Durante años estudió cocina y se graduó con honores. En algunos concursos los maestros elogiaron su destreza y buen gusto, también la pulcritud y la habilidad de improvisar e innovar. Sin embargo, al buscar empleo, Alexis no ha tenido suerte.

 

Halló trabajo en un deslucido restaurante de Centro Habana pero nunca lo han dejado pasar de ayudante del cocinero principal. El destino del muchacho será difícil de cambiar simplemente porque nació con un defecto: su piel es negra, demasiado oscura.

 

Odalis tiene una voz potente, majestuosa y una pronunciación impecable. Es perspicaz y demuestra soltura al conversar. Ama el mundo del espectáculo y, aunque estudió Comunicación Social en la universidad, su fantasía es ser animadora de un programa televisivo, una revista variada, sin embargo, lleva demasiado tiempo leyendo noticias, encerrada en la cabina de radio de una emisora provincial.

 

Guarda la esperanza de que alguna vez alguien repare en sus habilidades. Pero Odalis no es una rubiecita de voz meliflua o una mulata de talle esbelto, de esas que las publicidades y las ferias de turismo anuncian como el sello de nacionalidad hecho carne.

 

Los profesores de Tamara le aconsejan cambiar de rumbo porque en el ballet clásico pocas veces triunfan los de su color. Tamara no los escucha.

 

El cabello de Odalis no ondea ni cae por los hombros con la suavidad que pueden ofrecer algunos genes o un tratamiento capilar a base de keratina. Odalis es negra y su limitación en la vida es consecuencia de no sentir vergüenza de lo que es.

 

Tamara es una niña que sueña con ser Odette, y también Odile, en El lago de los cisnes. En la escuela, los días de celebraciones, se calza unas zapatillas cosidas por la madre y danza con júbilo y gracia ante los estudiantes y maestros. Lo hace bien, casi perfecto para su edad y para no haber recibido instrucción. Ella es puro talento.

 

Cierra los ojos y se deja llevar por la música de Tchaikovsky que además sirve para apagar los comentarios inapropiados dentro del público. Los profesores le aconsejan cambiar de rumbo porque en el ballet clásico pocas veces triunfan los de su color. Tamara no los escucha. Ella piensa en un Sigfrido que no distingue entre el negro y el blanco y por eso tiene en su cuarto una imagen de Carlos Acosta, solo como resguardo.

 

Cuando uno recorre el país, de punta a punta, se encuentra con miles de casos como los de Alexis, Odalis y Tamara. No hay que esforzarse demasiado para comprobar que en ocasiones las ilusiones y el talento de una parte de los cubanos terminan por ser aniquilados por el racismo imperante en la sociedad actual.

 

Basta con asomarse a cualquier hotel para palpar (sin necesidad de acudir a las estadísticas) la verdadera distribución de las ocupaciones según el color de la piel. Es suficiente con recorrer las calles y mirar la tez de los barrenderos, los constructores, los recolectores de materia prima, los custodios, los “palestinos”. No es del mismo tono que la del gerente, el barman, el capitán de salón, el general de alto rango, la presentadora de TV, la azafata.

 

En las revistas y en los documentales donde Cuba desea ser un producto exportable los negros aparecen sonrientes, vendiendo frutas, tomando ron o bailando en rituales mientras los blancos rentan un Mercedes, se fuman un Habano o se asoman a una terraza luminosa que da al mar azul y a una franja de arena inmaculada.  ¿Será que los negros no reflejan bien la luz tropical, que es solo un problema de contraste?

 

Tal vez por ese detalle técnico la televisión cubana es el ejemplo más vergonzoso. En los programas estelares, en las telenovelas de factura nacional, en casi todos los espacios es difícil encontrar actores y animadores negros. En los casos aislados donde aparecen son detectables los estereotipos del “buen salvaje” en que se basan los creadores, con lo cual, bajo una apariencia de normalidad, se enmascara la más enraizada intransigencia. Una conducta hipócrita y burlona tolerada sin consecuencias.

 

La voluntad de acabar con el racismo en Cuba no debe reducirse al ingenuo e inútil cambio de polaridades, al trueque de un color por otro. No sirve de nada imponer cuotas de empleo o de admisión ni hacer anodinas declaraciones oficiales en contra de la discriminación racial. Es necesario reconocer que no se podrá ejecutar una política acertada para enfrentar el fenómeno, en tanto el gobierno no revise a fondo su propio discurso, reconozca sus contradicciones (las pasadas y las actuales) y entienda que los prejuicios raciales están presentes en todos los niveles de la sociedad, sin excepción.

 

 

De blancos, negros y mestizos

Manuel Aguirre Lavarrere (Mackandal)

3 de diciembre de 2013

 

Una Cuba que no es blanca, ni negra, ni mulata, sino mestiza, fue el tema debatido en el programa televisivo Mesa Redonda del pasado miércoles nueve de octubre, la víspera del día que se considera como el del inicio de las guerras por la independencia.

 

El 10 de octubre de 1868, Carlos Manuel de Céspedes, en el ingenio Demajagua-que fue su verdadero nombre- dio la libertad a sus esclavos y los convocó a la lucha por la Patria.

 

El protagonizado por Céspedes fue sin dudas un hecho memorable, aun cuando haya sido iniciado por uno de los más entusiastas anexionistas cubanos.

 

Los españoles llegados a Cuba durante la conquista y explotación ya hacía varios siglos que estaban mezclados a través de sucesivas generaciones con moriscos, árabes y otras etnias llegadas a la Península Ibérica, entre las que no faltó el componente negro, debido a la cercanía con África.

 

En 1492 arribó a las costas americanas el negro libre Pietro Alonso, timonel de La Niña, uno de los barcos de la expedición de Cristóbal Colón, hecho que atestigua la presencia de negros en la Península Ibérica muchos años antes de que por medio del trasplante forzoso como esclavos llegaran masivamente al continente americano.

 

En América se mezclaron españoles, indios y africanos. Tanto negros bozales como ladinos participaron en este proceso de retroalimentación racial.

 

México fue una de las colonias donde más mestizaje hubo. Sólo en un periodo de treinta años (1760-1790), la unión libre de negros con indias y mulatas, y de españoles con indias, mulatas y negras, fue tan intensa que dio lugar a lo que hoy se conoce como “pintura de castas” o “pintura demestizos”.

 

En Cuba, ilustrados supuestamente partidarios de las libertades, como José Antonio Saco, abogaron por una inmigración blanca con el propósito de blanquear la población y hacer desaparecer al negro.

 

Se pensó una Cuba para blancos. El negro no servía más que para el trabajo, era un bien que se podía vender o desechar al antojo de la clase dominante.

 

Vivir en la creencia de que bajo el régimen socialista no hay discriminación racial es tan deprimente como aceptar que la parálisis integracionista en Cuba se debe a los conflictos políticos con los Estados Unidos.

 

Si en coyunturas totalmente iguales se logró avanzar en las diferencias de género, ¿por qué no en las diferencias por el color de la piel?

 

El mestizaje constante que ha tenido lugar desde siempre en Cuba lo atestigua la gama de colores de su población. Pero de la discriminación contra negros y mulatos, hablan las políticas que históricamente los han marginado y excluido. Políticas que tanto ayer como hoy obstaculizan el ascenso social de este grupo étnico.

 

Sólo en democracia, con equidad y derechos, se podrán implementar las medidas necesarias para la definitiva eliminación de la discriminación racial. Bajo el régimen actual es imposible, no porque no pueda, sino porque no quiere.

 

Advertía Gastón Baquero: “Si los cubanos queremos reconstruir la nación, tenemos que comenzar por reconstruir interiormente, dentro de cada uno de nosotros la integridad psicológica, étnica, histórica, cultural, compuesta por las razas que enraizaron en la Isla y por la gente de todo origen que quisieron construir, a través de los siglos, el hermoso edificio de una Patria libre, justa y feliz, una Patria de todos.”

 

mal26755@gmail.com

 

 

 

Llamado del Comité por la Integración Racial y

del Observatorio Ciudadano contra la Discriminación

8 de octubre de 2013

 

Los miembros del Comité Ciudadanos por la Integración Racial y del Observatorio Ciudadano contra la Discriminación, organizaciones que promueven los derechos fundamentales de los ciudadanos cubanos, hacemos un llamado urgente a gobiernos, instituciones y personas comprometidos con la  libertad y la democracia, para que interpongan todos sus esfuerzos e influencias ante las autoridades de la isla con el fin de poner freno e impedir la injusticia, la permanente humillación y la violencia contra pacíficos activistas cívicos que menoscaban su dignidad e integridad humanas. Una injusticia, humillación y violencia que se ensaña puntillosamente contra activistas afrodescendientes dentro de la diversa y creciente sociedad civil cubana.

 

Dirigimos este llamado e impulsamos esta campaña frente a la comunidad mundial. Porque esta es una lucha de todas las personas decentes y con sensibilidad democrática, que buscan el imperio de la razón y el diálogo como sustitutos de la brutalidad. Pero la dirigimos especialmente hacia personalidades, organizaciones, instituciones nacionales y globales que trabajan a favor de los derechos y participación de los afrodescendientes en todo el mundo.

 

En Cuba se violan los derechos fundamentales de todos los cubanos. Todos sufrimos esa humillación y esa violencia que brotan de un Estado estructurado sobre el odio y el desprecio al diferente. La paliza antológica que sufrió la actriz y activista Ana Luisa Rubio es otro ejemplo de los crímenes de odio montados sobre el relato de la revolución. Pero hay un relato anterior heredado que justifica y hace más perversa la represión frente a las resistencias cívicas y culturales de los afrodescendientes cubanos. El Estado odia la diferencia, pero odia más al diferente negro, al que dice haber emancipado. Un diferente negro que atesta las prisiones bajo las figuras racistas de la peligrosidad, del desorden público y del escándalo.

 

Hay unos símbolos cívicos, no los únicos, de ese odio al diferente negro. Se llaman hoy Sonia Garro Alfonso y Ramón Alejandro Muñoz, condenados ya, antes de cualquier juicio legal, por el prejuicio de un Estado abusador y racista que pretende encerrarlos a largas penas de prisión por la criminalización de la resistencia cívica y cultural que va creciendo en las zonas marginadas de la revolución. Hay otros nombres y otros símbolos: Damarys Moya Portieles, Iván Fernández Depestre e Iván Hernández Carrillo quienes sufren constantemente, en prisión o en las calles, la vejación, la humillación y la violencia de un régimen incapaz de metabolizar racionalmente un nuevo dato social: la afrodescendencia cubana se incorpora, organiza y protagoniza sus propias resistencias.

 

Para nosotros se trata ahora mismo de un combate urgente y estructural por la defensa del diferente negro dentro del combate, que simultáneamente asumimos, por la defensa del cubano diferente. La lucha frente a la represión humillante del diferente negro es para nosotros el límite crucial en la lucha frente a la represión humillante de todos los cubanos. Cuando asumimos el valor de los marginados como personas con derechos, estamos asumiendo el valor de todos los que en Cuba sufren la represión y la humillación de un Estado incapaz de entender, a la altura del siglo XXI, que las personas diferentes importan. 

        

Emprendemos esta campaña por la dignidad de todos los cubanos ―sin importar el color―  y de la afrodescendencia ―importando su diferencia― centrados en el valor de estos cinco afrodescendientes como símbolos cívicos del sufrimiento, que exponen su cuerpo  cicatrizado en una larga historia de humillación del poder hegemónico.

 

Esta campaña contra la represión también racializada es fundamental. Con ella queremos denunciar además la hipocresía y discriminación del relato y sistema judiciales en Cuba. Las acusaciones contra Sonia Garro y Ramón Alejandro Muñoz no son solo insólitas en la tradición pacífica de la sociedad civil cubana, sino que reflejan el doble estándar jurídico y el doble estándar moral a la hora de juzgar el lenguaje social. Mientras patear y lanzar piedras y otros objetos contundentes por parte de turbas parapoliciales no califican como intentos de asesinato a pacíficos activistas pro democráticos, sí se pretende juzgar por este supuesto delito a quienes han recibido durante años los más duros ataques del régimen en una procesión indetenible de tratos crueles, inhumanos y degradantes. Los victimarios travestidos en víctimas.

 

Mientras la alteración del orden y el lenguaje soez, repleto de procacidad y obscenidades, se practican contra Damarys Moya Portieles, Iván Hernández Carrillo y las Damas de Blanco por autoridades policiales y turbas de naturaleza fascista con total impunidad, y sin arrebatos de moralidad oficial, las acusaciones de la fiscalía contra Sonia Garro Alfonso, Ramón Alejandro Muñoz y otros pretenden hacernos creer que el gobierno protege a la sociedad de la indecencia social y de la marginalidad del lenguaje; casualmente manipuladas ahora, en un reforzamiento de la matriz racista, en el diferente negro. Resulta curioso, en este sentido, que casi nunca se escuchen los ecos mediáticos del desorden y la grosería oficiales.  

 

Pero aquella pretensión no parece creíble ante la presencia permanente de las Brigadas de Repuesta Rápida  ―un eufemismo típico de la mentalidad fascista―, que han sido ilegalmente constituidas y armadas con Palos, Cables y Cabillas por orden escrita del régimen, y dedicadas especialmente a asesinar la reputación de la diferencia.

 

¿Quiénes juzgan legal y moralmente a los autores intelectuales y a los perpetradores de semejante entramado de odio, ilegalidad, impudicia y crimen? ¿Es legítima la indecencia en nombre de la revolución?

 

Se nos habla hoy de ley, después de año y medio de duro e ilegal encarcelamiento de Sonia Garro y Ramón Alejandro Muñoz. Se nos quiere criminalizar a ciudadanos afrodescendientes que han dedicado sus energías y talentos a trabajar con niños y a alimentar a ancianos dentro de la marginalidad revolucionaria. Y se nos quiere moralizar cuando las resistencias cívicas y culturales apelan al lenguaje, común en Cuba, de los que nada tienen, nada pueden y nada aspiran.

 

Estos cinco símbolos de la resistencia afrodescendiente, que expresan en el malestar del color la resistencia de toda una sociedad desgarrada, merecen el apoyo de los cubanos de bien, del mundo y de la comunidad afrodescendiente global. Porque no es este un debate intelectual que solo compromete las palabras, la credibilidad y el conflicto de pareceres de una elite ilustrada, sino un combate por el dolor acumulado del cuerpo negro de la nación que adelanta las resistencias virulentas de los que hoy no hablan bien, 54 años después de una persistente exclusión histórica.      

 

 

Actrices negras entre el cepo y la cama

Juan Antonio Madrazo Luna

18 de septiembre de 2013

 

Todavía recordamos el estreno habanero, en 1964, de la versión de Romeo y Julieta, bajo la dirección del dramaturgo checo Otomar Kreija. La actriz que interpretó a la joven Capuleto, Betina Acevedo, por ser negra, incomodó a mucha gente en el ámbito de nuestra cultura. Ha pasado el tiempo, pero la desigualdad racial sigue siendo un mal sin paliativos en los medios audiovisuales cubanos. Y nadie sufre este mal tan drásticamente como las actrices.

 

Ivana es una habanera descendiente de ruso. Tiene 29 años y trabaja en una oficina de la empresa Cubaexport. Ella testimonia: “No soy racista, pero cuando llego a casa después de una larga jornada de trabajo, mi único entretenimiento es la televisión, y quiero ver algo distinto, que recree mi espacio interior, quiero desconectar, por lo cual las historias de negros no me interesan, bastante tengo con mi realidad”.

 

Maridalia es una estudiante de teatro en el ISA. Ella comenta: “Ser actriz negra en Cuba implica un sufrimiento constante. Nunca he logrado clasificar para un casting de la televisión o del cine, pues no tengo la piel de melocotón, ni siquiera he tenido la oportunidad de ser una viuda amargada. Como negra, no me siento identificada con la representación que los medios hacen de nosotras, la mulata es siempre la puta y la negra es la bruja o la chancletera. La televisión cubana es muy racista y a la hora de hacer una selección nos toca el cepo o la cama, la humillación o la tabla de planchar”.

 

En Brasil, las cuotas de color suben a la pasarela. En Estados Unidos, la experta en marketing Cheryl Boone Isaacs es la primera afroamericana en convertirse en jefe de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Hollywood, que durante muchos años fue un club de hombres blancos peinando canas. Mientras, en Cuba, nos preguntamos: ¿Que han logrado las actrices negras y mestizas?

 

Las desapariciones físicas de las actrices afrocubanas Aseneth Rodríguez y Elvira Cervera, quien supo enfrentarse al racismo, no solo en las instituciones que diseñan políticas de representación en los medios, sino también en el Instituto Superior de Arte (ISA), donde por muchos años ejerció la pedagogía, me hicieron reflexionar sobre cómo la mujer negra no ha dejado de ser una diversidad reprimida y estereotipada en los medios audiovisuales cubanos.

 

La baja representación de la mujer negra y mestiza en el cine y la televisión de nuestro país es una verdad que aplasta. En los últimos 50 años no han dejado de  ser atravesadas por el delgado equilibrio de la violencia y la subalternidad. Tanto los medios como la publicidad estereotipan su representación. Las lógicas coloniales no han dejado de reproducirse.

 

Aun cuando les sobrara rigor y talento, ellas no han tenido la oportunidad de ser reclamadas por los directores, ninguna ha sido actriz fetiche, como María de los Ángeles Santana, Verónica Lynn o Adria Santana. Las negras no la han tenido fácil para conseguir hacerse un hueco en una industria tan excluyente como el cine y la televisión. Su nicho está anclado a un “mercado de la alegría” que se traduce en música, baile, sexo y performance. Desde los tiempos del teatro bufo están marcadas por el peso del prejuicio.

 

El cine aun no dibuja la tensión social por la que atraviesan las actrices negras. Ese mérito solo lo tiene el cineasta Rolando Díaz, con su documental Si me comprendieras  (1998), que apenas se ha visto en Cuba, ni analizado con la atención que merece. Algunas actrices afrocubanas han tenido suerte de la mano del dramaturgo Eugenio Hernández Espinosa, o de la directora Xiomara Calderón, pero sólo interpretando historias de vidas de negras cimarronas, profesionales, rebeldes o insumisas.

 

Los filtros de selección que se tejen desde instituciones oficiales como el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), y el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), permiten la reproducción de estereotipos racistas que neutralizan e impiden su desarrollo profesional, pues tales instituciones legitiman relaciones de poder y dominación social a partir de sus imágenes. Las actrices negras y mestizas están sujetas a la erótica de poderes, y apenas logran cruzar ese filtro aquellas que intentan “pasar por blancas”.

 

Cine y televisión no son los únicos espacios de conflictos por prejuicios raciales. Giselle no ha dejado de ser blanca en el Ballet Nacional de Cuba. Y la estética audiovisual y sonora del reggaetón también contribuye a la devaluación social de la mujer negra. Incluso los propios hombres negros estimulan la humillación hacia ella. Basta con asomarse a los videos del intérprete de reggaetón conocido como Chocolate Nestlé.

 

La mujer negra es constantemente devaluada y relegada a la periferia, su propia belleza es desacreditada, es un cuerpo acosado, un  sujeto reprimido, pues los papeles siempre reservados para ellas justifican el abuso sexual y la violencia física. Sin embargo, esa realidad nunca ha sido motivo de inquietud para la oficialista Federación de Mujeres Cubanas (FMC).

 

Cuando uno se asoma a los catálogos de las agencias cubanas de representaciones artísticas ACTUAR y CARICATOS,  tropieza con los rostros de las actrices Alina Rodríguez (quien interpretó para el cine María Antonia, de Sergio Giral), Ileana Wilson, Gladys Zurbano, Monse Duany,  Miriam Socarrás, Tamara Castellanos, María Teresa Pina, Luisa María Jiménez, o las más jóvenes, como Camila Arteche, pero ninguna ha sido novia en el cine cubano. El narcisismo de la sociedad tampoco las aceptaría como protagonistas.

 

madrazoluna44@gmail.com

 

 

¿Qué tiene que ver la afrodescendencia?

Yusimí Rodríguez López

12 de septiembre de 2013

 

El caso Dayron Robles retrata la realidad: la revolución ayudó a los negros… a cambio de agradecimiento y lealtad absoluta

 

Hace casi tres años publiqué mi primer artículo en la prensa independiente, bajo el título La revolución hizo a los negros personas. Fue la oportunidad de contar algo que me sucedió en 2006, cuando era traductora de la página web del semanario Tribuna de La Habana. Fue allí donde tuve que escuchar esa frase de la boca de un periodista, miembro del Partido Comunista de Cuba, Víctor Joaquín Ortega.

 

Cuando publiqué La revolución hizo a los negros…, no mencioné el nombre del periodista con quien tuve el incidente. Me importaba más la frase en sí que quien la dijo en aquel momento. La había oído muchas veces antes (y después) incluso en boca de personas negras, lo que demuestra hasta qué punto le ha sido inoculada al pueblo tal idea. Creo que hasta aquella mañana, en el lobby del periódico, no había percibido su trasfondo racista.

 

Sin embargo, el pasado domingo 4 de agosto, el semanario Tribuna… publicó un texto del mismo periodista, que parece demostrar que el discurso ha cambiado. El artículo se titula ¡Dayron, qué deyección!. La verdad es que, antes de que fueran publicados por la prensa nacional, una buena parte del pueblo de Cuba conocía los últimos acontecimientos relacionados con el ex recordista mundial y campeón olímpico de Beijín-2008, gracias a internet, que no está al alcance de todos, pero sí de algunos que se encargan de difundir las noticias.

 

No se necesita demasiado esfuerzo mental para saber el contenido del artículo en cuestión, publicado por el Órgano Oficial del Partido Comunista de Cuba en Ciudad de La Habana.

 

Tampoco es difícil imaginar los argumentos utilizados para demeritar a Dayron Robles, pero el que llamó mi atención fue el siguiente: Robles “olvidó su origen...; ser afrodescendiente, grupo poblacional que ha dado tanto a nuestra nación por encima de las iniquidades sufridas...”. ¿Creerán que en el momento me alegré? De haber afirmado en 2006 que la revolución hizo a los negros personas, a reconocer siete años más tarde los aportes de los afrodescendientes a la nación, hay un enorme paso de avance.

 

Pero aquello se quedó en mi cabeza por varias semanas. Algo no encajaba: ¿Qué tiene que ver la afrodescendencia en todo esto? ¿Un deportista blanco habría tenido más derecho a hacer lo que Robles? Encima, Dayron es guantanamero. ¿Qué derecho tiene un negro guantanamero a cambiar el amor del pueblo y los líderes, y las sumas justas que recibía —según el vicepresidente del INDER Alberto Juantorena—, por el dinero que podría reportarle representar a otra Federación?

 

Después de verse obligados a admitir que la revolución no logró exterminar el racismo, que se apuraron en cantar victoria sobre un problema tan complejo que no puede borrarse de un plumazo; después de ser incluso acusados de racistas por un grupo de intelectuales afronorteamericanos, nuestros líderes no pueden continuar minimizando el papel de los negros en su propia emancipación a lo largo de nuestra historia, así como sus aportes a la construcción de este país; no pueden seguir asignándonos el papel de pichones recibiendo los beneficios de la revolución con el pico abierto.

 

Nací después de 1959. Si bien antes de ese año hubo negros que lograron prosperar, tener propiedades y enviar a sus hijos a escuelas privadas, para esos casos hay poco espacio en nuestros medios y en nuestra educación. Hasta ahora solo se ha hablado de lo que lo que los negros lograron gracias a la revolución, cosa real. La revolución trajo avances a las personas negras, y de paso se agenció el agradecimiento y la lealtad de un grupo eternamente en deuda. Por tanto, si de alguien no esperaba la clase dirigente el atrevimiento de disentir, era justamente de los afrodescendientes. Lo demuestra aquel suceso que narré en La revolución hizo a los negros personas.

 

Ahora es mejor hablar del aporte de las personas de origen africano a la nación cubana.

 

¿Entonces, ha cambiado el discurso? Sí. Lo que no ha cambiado es la visión de la clase dirigente respecto a los negros. Debemos responder a sus expectativas, ya sea como deudores o como herederos de un linaje de una raza sufrida que debemos honrar.

 

Si ya está claro que las personas negras no somos otra cosa que personas, ¿por qué creer que Dayron Robles debía actuar diferente de cualquier deportista blanco, cualquier ciudadano cubano blanco inconforme con las aspiraciones a que debe limitarse en este país?

 

A lo único que no podía aspirar Dayron Robles era a crear su propia academia de atletismo en Cuba, y seamos justos, esto no tiene nada que ver con el color de su piel. Que nadie acuse a nuestro Gobierno de racista porque Dayron Robles no pudo crear aquí su propia academia de atletismo. Esto es algo que ningún ciudadano puede hacer. Claro que esto no se menciona en el artículo ¡Dayron, qué deyección! ¿Considerarían los cubanos a Dayron Robles un traidor si supieran que quería crear su propia academia? Me atrevo a asegurar que aún sin saber esto muchos cubanos no lo consideran un traidor. Son cada vez más los cubanos que se alegran de la fuga de un deportista y le desean éxito.

 

¿Y qué tal si Dayron Robles hubiese creado su academia y traído a Cuba los tan esperados éxitos en el atletismo al más alto nivel? ¿Qué tal si las medallas olímpicas, que no se han logrado en los últimos juegos, empezaran a llegar de atletas que no hayan sido formados ni entrenados por el INDER?

 

¿Podremos esperar algún artículo publicado en nuestra prensa oficial que explique por qué un ciudadano no puede crear su propia academia deportiva en el país? El bailarín Carlos Acosta planteó su deseo de crear su academia de ballet. ¿Tampoco podrá hacerlo?

Juan Antonio Madrazo

ganó el concurso Tweets de Libertad

9 de julio de 2013

 

Juan Antonio Madrazo, activista por la integración racial en Cuba, ganó el concurso Tweets de Libertad dedicado a los derechos de los afrocubanos, informó ExpresArte.

 

“#AfroCuba Aún los #NegrosCubanos con la #Revolución se sienten anclados en el sótano de la pirámide social”, dice el mensaje seleccionado, que recibirá un premio de 250 CUC en efectivo.

 

El mensaje “#AfroCuba El problema racial en Cuba no es un problema de las razas. Es un asunto de la nación” recibió una mención honorífica, que permitirá que su autor, el líder opositor Manuel Cuesta Morúa, reciba una recarga de 20 CUC en su teléfono celular.

Mandela tiene la llave

José Hugo Fernández

4 de julio de 2013

 

Hace algunos años supe de un violento enfrentamiento, con motivaciones racistas, que tuvo lugar en una de aquellas escuelas preuniversitarias en el campo, de tan acre memoria para los cubanos. El detonante fue un pulóver con la imagen del Che Guevara, aunque las causas eran, por supuesto, mucho más de fondo.

 

Después de una acalorada discusión entre alumnos blancos y negros sobre quién era más importante para la historia contemporánea, si el Che o Nelson Mandela, algunos de los educandos negros, al ver colgado en una tendedera el pulóver de un condiscípulo blanco, que tenía estampada la imagen del guerrillero, le agregaron con tinta un letrero que decía: tiro al blanco. Y se dedicaron a lanzarle piedras. Aquello provocó una bronca a puñetazos, con las consecuentes expulsiones del plantel, muy especialmente para los alumnos negros.

 

En fin, una historia pasada, aunque cada día venga más a colación. Pero lo que tiene de relevante para nuestro tema de ahora es que el debate digamos teórico que la originó, mantiene intacta su vigencia, incluso cobra nuevos relieves por estos días en los que, debido a la quebrantada salud de Nelson Mandela, los medios de información se prodigan en torno a su figura y a su historia.  

 

En síntesis, el planteamiento de los alumnos negros era que a pesar de que el legado de Mandela resulta históricamente mucho más trascendental que el de Guevara, es la imagen de éste la que aparece en los pulóveres, y es el Che el adorado por la progresía internacional, lo cual constituye una prueba de lo esencialmente racista y frívolo que sigue siendo el mundo, y es además la confirmación inequívoca de la falsedad, la levedad y la hipocresía de las izquierdas.

 

Me dirán que el aspecto físico del Che funciona mejor que el de Mandela para la propaganda. Pero eso no me sirve más que para ratificar lo anterior. Y es un concepto bien discutible, al margen de los mediocres cánones de belleza que suele exhibir la gente, según los cuales, el rostro de un hombre muy parecido a Cantinflas supera en atractivo la serena, inteligente y elegante estampa de otro que, de acuerdo con el argot popular cubano, es “un negro de salir”; o sea, bello.

 

Pero volviendo a lo esencial, como no podía ser menos, los medios oficiales cubanos se han sumado al desliz que marca esta tendencia internacional a la mediatización en torno a la figura de Mandela. Sólo que aquí no hay frivolidad que valga, sino una mañosa estrategia destinada a destacar únicamente lo que le conviene al régimen que se divulgue sobre la biografía del líder sudafricano.

 

Para entender a Mandela habría que remitirse a la Biblia

 

Por más que en estos días no paran de hablar de Mandela, nunca se les escapa ni una palabra sobre su ejemplarizante renuncia al poder. Asimismo, parecen ignorar lo que, junto al sabio aniquilamiento del apartheid, constituye otro de sus más cruciales aportes a la civilización moderna: el modo en que este humano singular logró que los torcidos afrikáners blancos cedieran el poder a los negros, aceptando vivir armónicamente bajo su regiduría; y el método de persuasión casi milagroso que le permitió conseguir que los negros, humillados y ofendidos hasta más allá de todo límite humano, depusieran rencor e impulsos vengativos para vivir en paz junto a sus antiguos torturadores.

 

Mario Vargas Llosa ha escrito que para entender el poder de convicción, la paciencia, la voluntad y el heroísmo de Mandela, habría que remitirse a la Biblia, con lo cual descarta de un agudo tirón todo posible paralelo con guerrilleros asesinos y con fantoches de la dictadura revolucionaria. También escribió que el sudafricano es el más respetable político vivo de nuestro tiempo. Pero en este último caso su elogio no me parece suficiente, ya que no abundan en nuestro tiempo (tal vez no abundaron nunca) los políticos respetables.

 

En lo que a nosotros respecta, no mencionemos ya a los presuntos perfeccionadores del socialismo, también los opositores pacíficos cubanos necesitan estudiar las enseñanzas de Mandela, quien tal vez sea el único hombre público de nuestra época que encontró la llave que abre acceso al futuro.

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Nota de Manuel Castro Rodríguez: Discrepo del autor cuando expresa “la hipocresía de las izquierdas”, ya que diversos sectores de la izquierda han denunciado a la tiranía de los hermanos Castro. Véase:

 

http://profesorcastro.jimdo.com/cr%C3%ADtica-izquierdista-del-castrismo/

 

http://profesorcastro.jimdo.com/estalinistas-extranjeros-al-servicio-de-la-tiran%C3%ADa-castrista/

Carta de Paquito D’Rivera

a la congresista Barbara Lee

6 de junio de 2013

 

Congresswoman Barbara Lee a fearless progressive??...gi'me a break!!

 

As an Afrocuban exiled artist, I wonder how come that, if as you affirm, “Congresswoman Barbara Lee is such a fearless progressive with an unparalleled record of doing what is right under the toughest of circumstances”, she kept her eyes and mouth shut in the obvious presence of the 54 years of abuses by the Castro regime. How dare you to oppose any American war while celebrating a regime that systematically promotes armed conflicts in the 5 continents and train terrorists on their own territory. What a disappointment was to see that upon the return from (what is left of) my motherland, delegates of the Congressional Black Caucus had nothing to say but praising words about the longest and most repressive dictatorship on the globe. Caucus member Emanuel Cleaver of Missouri even had the guts to say (New York Post, April 11-09): “We've been led to believe that the Cuban people are not free, and they are repressed by a vicious dictator, and I saw nothing to match what we've been told.” ––A government tour can lead you to believe anything–– were the remarks of Nat Hentoff. I may add that voluntary blindness and deafness are common among political extremists and their compassionless supporters.

 

On another note, I wonder how is it possible to lay flowers at a Havana memorial to Martin Luther King Jr, while visiting admirers of Fidel and Raul choose to ignore that a biography of Dr. King –seized during the 2003 crackdown raids on independent libraries– was, among other “subversive” books, ordered burned by Castro's judges in one-day trials. Were you ever curious to know why an Afro-Cuban disciple of Dr. King was serving 25 years in prison, and at least ask the authorities for a visit to Dr. Biscet, or meeting Iris Garcia, the founder of the Rosa Parks Women's Civil Rights Movement?

 

I said this and a lot more to Ms. Lee on my letter to her dated May 2nd, 2009; so before asking me for any kind of support, as a member of the government, it is her duty to answer my letter explaining her absurd double standard policy.

 

Paquito D’Rivera

June 6-13

El miedo al negro, un arma de la ‘revolución’

Jesús Rosado

6 de junio de 2013

 

Al establecerse como máxima autoridad, los Castro estrenaron la trata ideológica del negro.

 

Son múltiples los factores que han intensificado el reciclaje del racismo en Cuba. Si bien con la llegada al poder de la revolución castrista de 1959 se emprendió desde el Estado un proceso de eliminación de las barreras categóricas de segregación, los efectos de la separación implícita nunca serían superados por dos razones. La primera, porque la nueva administración se apoyó en los argumentos de la lucha de clases para maniobrar políticamente relegando la cuestión racial por considerarla “resuelta” con la movilidad de las minorías a través del espacio social, albedrío que no incluyó jamás escalar los niveles de jerarquía. ¿Acaso esta posposición de una integración plena fue negligencia política o resultado del acuerdo tácito en el seno de la franja mayoritariamente blanca del poder?

 

Lo acontecido desde entonces deja traslucir —y esta sería la segunda razón para que no envejezca la invisible división racial— que el dirigente blanco “revolucionario” adoptó solapadamente una estrategia de antirracismo utilitario a partir de las disposiciones y leyes emitidas que supuestamente eliminarían de modo radical la discriminación. Había que aprovechar la gratitud del negro hacia el abolicionismo cordial de aquella mambícracia de siglo XX cuando, en realidad, la mentalidad étnica de los gorras verdes nunca se despojó de la herencia del supremacismo blanco que se erigiera en la identidad insular desde el genocidio de los primitivos moradores, pasando por la plantación esclavista, hasta convertirse en filosofía doméstica con los aportes de la ilustración eurocubana decimonónica y la eugenesia republicana.

 

Al establecerse como máxima autoridad, la generación Castro estrena la trata ideológica del negro, una modalidad de negociación que convoca a la prostitución política de la raza subvalorada a cambio de educación dogmática pero gratuita, ofertas de trabajo improductivo, medallas deportivas más pacotilla convoyada, carnaval sin restricciones, alguna sobra del banquete autocrático y un hipócrita “compañerismo”. La modalidad no es nueva en la trayectoria de la gestión castrista. El propio dictador ha admitido en alguna ocasión la “utilidad” de reclutar elementos marginados en la consecución de fines políticos.

 

A cambio, el sector negro encontrará en la ausencia de la desplazada aristocracia la apariencia de una equidad conquistada, ofreciendo su apoyo irrestricto a la intención totalitaria sin caer en cuenta que, tras el discurso populista, el pináculo de la política territorial no ha hecho más que mutar a un grupo oportunista que lo suma como base de apoyo. Pero en la conversación de muro adentro para el blanquito fidelista el “compañero nichardo” seguirá siendo el ágil ladrón de gallinas o de bases en un juego de pelota, el pendeciero al que hay que aliarse para eliminar al rival, la carne de presidio, o de cañón si de campañas africanas se trata, el colector de trofeos en podios deportivos, el que mejor toca el bongó ante los auditorios europeos o el mayor consumidor de pergas en un quiosco de cervezas.

 

Con los testimonios ya palpables de que ha sido víctima de una empresa de consumada demagogia, con la partida forzosa de amplias porciones de población blanca desafecta, y tras el envilecimiento material y ético que ha representado el castrismo luego de medio siglo, el sector negro se halla atrapado en una trampa etnopolítica, viviendo en su mayoría en condiciones de extrema pobreza debido al escaso acceso a las remesas del exterior y la consabida incapacidad del régimen para resolver sus necesidades primarias habitacionales y de ingresos. Dicha incapacidad de solvencia sabemos que es, a escala de sistema, más funcional que racista, sin embargo ello no desdice para nada el favoritismo silencioso que disfrutan los estratos blancos en cuanto a posibilidades de empleo en el circuito donde fluye moneda dura.

 

Con el recrudecimiento de la distopia criolla se han acentuado las diferencias de estatus entre grupos étnicos, al punto de que se hace cada vez más común para los analistas relacionar la precariedad cubana con la noción de “haitianización”, asociación dolorosa porque alude a las condiciones de miseria del negro insular comparable a las de sus semejantes en Haití.  Cuando a estas alturas se suponía que por “bondade” del castro-leninismo la sociedad hubiese entrado en una fase post-racial he aquí que nos encaminamos en marcha de gigantes hacia las márgenes del Níger colonial. Un retrorracismo abocado a la violencia. Constatable en los índices poblacionales de la comisión de delitos o en la demografía carcelaria. Verificable al presenciar el castigo despiadado que recibe un disidente negro o mestizo de parte de turbas y esbirros o el que irracionalmente el negro procastrista propina al opositor de tez clara. Un punto de incivilización donde la tiranía aparenta ignorar pero sabe lo que hace.

 

Si bien los teóricos castristas remiten toda esta recidiva discriminatoria al debate de élite en los recintos académicos, la cúpula del apparátchik no desdeña sus ventajas y la usa de manera disfrazada como recurso guerrillero a su favor. La retórica contra la división de razas se delega a los medios de difusión y a las instituciones, pero la confrontación interracial se necesita para prorrogar el sometimiento manipulando temores ancestrales. Los dos viejos pánicos sociales en el escenario vernáculo: el miedo recíproco entre negro y blanco, los miedos de ambas razas al represor. Ni qué decir que para los declives totalitarios el racismo instintivo es antídoto ideal contra la amenaza de transformaciones pluralistas. No puede haber democracia ni justicia social con racismo. Ni se erradica el racismo sin posibilidad de apertura política. Por tanto, razones hay suficientes para que la Revolución mantenga el miedo al negro en su arsenal indispensable.

Racismo:

la diferencia entre acentuación e instalación

Dimas Castellanos

6 de junio de 2013

 

Un artículo en ‘Granma’ asegura que “el racismo fue instalado en la República por los interventores norteamericanos”. La obra de hombres como Juan Gualberto Gómez y Fernando Ortiz lo desmienten.

 

Para demostrar que en Cuba se produjeron tres intervenciones norteamericanas y no dos “como comúnmente se admite”, Gabriel Molina Franchossi publicó en el diario Granma del pasado 22 de mayo el artículo La tercera intervención de Estados Unidos en Cuba. Con ese fin citó al contraalmirante M.E. Murphy, quien en The History of Guantánamo Bay 1494-1964 dice “que la rebelión negra de 1912 forzó a Estados Unidos a volver a intervenir en Cuba, esta vez en la provincia de Oriente”.

 

El 20 de mayo de 1912 el Partido Independiente de Color (PIC) inició un levantamiento armado con el grito de “Guerra o abajo la Ley Morúa”, para presionar al Congreso de la República, que dos años antes había convertido en Ley una enmienda que prohibía la existencia de asociaciones “constituidas exclusivamente por individuos de una sola raza o color…” Según Molina, los miembros del PIC luchaban junto a otros sectores de la sociedad “contra la discriminación de los no blancos, instalada en la república expresamente por los interventores norteamericano”.

 

El 25 de mayo de 1912, el ministro del gobierno norteamericano A. M. Braupré entregó al patriota Manuel Sanguily, entonces Secretario de Estado de Cuba, una Nota en la informaba que “como medida precautoria, se ha decidido enviar una cañonera a la bahía de Nipe, y reunir una fuerza naval en Key West en anticipación de posibles eventualidades” para ser empleadas en caso de que el Gobierno de Cuba “no pueda o deje de proteger las vidas y haciendas de los ciudadanos norteamericanos”. En la Nota de respuesta dirigida al mandatario norteamericano William H. Taft, firmada por el presidente José Miguel Gómez, se decía, entre otras cosas, que “es mi deber advertir a usted que una resolución de esta especie tan grave, alarma y lastima el sentimiento de un pueblo, amante y celoso de su independencia, sobre todo cuando ni tales medidas se deciden por previo acuerdo entre ambos Gobiernos, lo que coloca al de Cuba en humillante inferioridad…”.

 

Por el contenido de dichas notas pudiera discutirse si lo que ocurrió realmente fue una intervención o una amenaza, pero como lo cierto es que hubo intervenciones, una más o una menos carece de importancia. Mucho menos ahora que por un problema práctico de la economía, Cuba necesita mejorar las relaciones con el vecino del Norte, para lo que el número de intervenciones poco aporta.

 

Lo que carece de fundamento total es la afirmación del autor acerca de que “la discriminación [racial] fue instalada en la república expresamente por los interventores norteamericanos”.

 

Es cierto que Cuba arribó a la República en el momento en que en Estados Unidos se estaba inventando la segregación racial. Por tanto se puede decir que la intervención acentuó la discriminación, pero no la instaló. Entre acentuación e instalación hay un gran trecho. La afirmación del autor puede ser el resultado de ese facilismo arraigado de cargar cualquier culpa sobre el imperialismo, para lo cual no se requiere de pruebas, sino que basta con citar la carta inconclusa de José Martí a Manuel Mercado de 18 de mayo de 1895.

 

La discriminación racial no vino en los buques norteamericanos, sino en los buques cargados de negros africanos, que cazados o comprados, fueron trasladados hacia nuestras costas en contra de su voluntad, donde fueron empleados como fuerza de trabajo y tratados como animales.

 

Del sometimiento a ese estado respecto de los blancos, emergió la idea de la inferioridad del negro, que devenida cultura constituyó la fuente primaria de la discriminación racial. Contra esa condición y falsa imagen se enfiló la historia de rebeldía masiva que tuvo lugar, desde el alzamiento de los esclavos de la mina de El Cobre en 1677 hasta la Conspiración de la Escalera en 1844, y que continuó con la incorporación masiva de los negros cubanos a la Guerra de los Diez Años en 1868, a la Guerra Chiquita en 1879 y a la Guerra de Independencia en 1895. Sin embargo, a pesar del avance logrado por la participación conjunta de cubanos negros y blancos en las luchas independentistas, los negros en la República continuaron siendo víctimas de la injusticia social y la discriminación racial; una realidad que, como puede verse, contaba con una larga historia antes de la intervención norteamericana en Cuba.

 

Tan fuerte era el racismo en nuestro país que dio lugar a hechos tan absurdos como la creación de una comisión para demostrar, mediante un estudio antropológico del cadáver de Antonio Maceo, previo a su aceptación como “un hombre realmente superior”, el predominio de la raza blanca sobre el ancestro africano del General; o como el caso de Tranquilino Latapier —primer cubano negro graduado en derecho civil en 1902—, a quien, por su capacidad, la popular revista El Fígaro decidió brindarle un homenaje, precedido de una larga introducción antropológica, en la cual se decía que “con un uso adecuado y con un ambiente estimulante, el cerebro de una persona negra podría alcanzar el tamaño y el peso del de un blanco”.

 

Y es que los prejuicios raciales son estereotipos, formas de pensamiento matizadas por la emoción y basadas en las diferencias externas, que al justificar las relaciones de dominio entre los hombres, devienen ideología racista. En el caso de Cuba se multiplicaba por la doble discriminación que sufrían: primero como cubanos respecto a los extranjeros y después como negros respecto a los cubanos blancos.

 

En ese sentido, insistía Juan Gualberto Gómez: “Nada más absurdo que rebelarse contra los hechos. Y el hecho histórico y presente es la separación de los negros y los blancos... Esclavo e ignorante, claro se está que la riqueza y el poder resultaban cosas vedadas por el negro. No ya solo diferente por el color de la piel, sino diferentes por la procedencia, por el estado y la posición social, por la cultura y por los medios de vida, por el orden político y jurídico a que respectivamente estaban sometidos”. Y Fernando Ortiz, en el Club Atenas, expresó en una oportunidad: “En Cuba no han bastado la prédica de los credos religiosos ni las exhortaciones de Martí, ni las declaraciones igualitarias de la Constitución, ni los preceptos de las leyes. El racismo persiste y se enciende sin cesar...”.

Castrismo ha ahogado la voz de los negros

y derechos civiles, según analista

Emilio J. López

 

Miami (EEUU), 5 jun (EFE).- El analista político y disidente cubano Enrique Patterson afirma que la revolución cubana no solo ha consolidado un “patrón histórico de discriminación racial” en el país, sino que, aún peor, ha ahogado la voz de los afrocubanos.

 

En Cuba los negros sonciudadanos de segunda a los que se trata como blancos siempre y cuando sean comunistas”, subrayó este afrodescendiente, exprofesor de Historia de la Filosofía de la Universidad de la Habana y exiliado político desde 1992, en una entrevista con Efe.

 

Patterson, que el próximo jueves hablará en el Miami Dade College sobre el racismo en Cuba, resaltó que la discriminación en contra de los cubanos que son negros es crónica en el régimen castrista, pero no es bien conocida por gran parte de la comunidad internacional.

 

Sin embargo, el movimiento de los derechos civiles ha dado mayor visibilidad a este colectivo.

 

Hay una avalancha de negros que defienden los derechos civiles porque se están dando cuenta” de que la revolución “los había engañado”, una revolución que, precisó Patterson, “frenó con la ideología comunista y el silencio este movimiento por los derechos civiles” que estaba en formación.

 

El portavoz del Comité para la Integración Racial (CIR), que opera en Cuba y Miami, destacó el hecho de que, paradójicamente, es con el triunfo de la revolución cuando los negros cubanos pierden su voz propia y el régimen, de carácter “colonial”, decide “qué derechos son los que tienen” los negros.

 

Mientras el aparato de propaganda del castrismo se cuidaba mucho de ensalzar la lucha de la comunidad afroamericana en EE.UU. por los derechos civiles, reprimía cualquier expresión de protesta de los negros cubanos, explicó.

 

En Cuba se decía que había una revolución, cuando la auténtica revolución social (por la lucha de los derechos civiles) se estaba produciendo en EE.UU.”, puso de relieve Patterson.

 

Para Patterson, en Cuba domina “una mentalidad racista”, que hace que la “educación y los medios minimizan al negro” e imposibilita “avanzar una agenda de derechos humanos porque no hay democracia”.

 

El régimen pretende hablar en nombre nuestro”, apuntó en ese sentido el también periodista, quien destacó la labor de disidentes negros como Manuel Cuesta Morúa en el proceso de concienciación de los afrocubanos sobre las condiciones raciales.

 

Este racismo, a su juicio predominante en la isla, es, “en última instancia, una forma de distribución injusta de los recursos”, con un régimen obligado a “reprimir” porque es “económicamente incapaz” y “necesita acaparar los bienes para sí mismo”.

 

Según Patterson, las prácticas discriminatorias se constatan en sectores como el hotelero, donde, asegura, “han desaparecido los negros” para privilegiar a los blancos en el acceso a las propinas.

 

Es el régimen el que discrimina y pone a familiares en puestos donde pueden encontrar divisas”, afirmó.

 

La vía de progreso para los cubanos negros esta taponada, sin acceso a los medios, la contratación o promoción, agregó Patterson, quien afirmó que la tasa de desempleo entre los negros cubanos es el doble que en el resto de la población.

 

No obstante, “los afrocubanos se han concienciado de los derechos civiles” y de que es clave romper ese “patrón histórico de discriminación racial” y “retomar la lucha que emprendimos en el siglo XIX”, subrayó Patterson. EFE

Entrevista a Manuel Cuesta Morúa,

líder de Arco Progresista

y coordinador del Proyecto Nuevo País

Luis Felipe Rojas

Mayo de 2013

No más discriminación

Escuadrón Patriota

David D’Omni le canta a Bola de Nieve

Homenaje a Ignacio Villa

Más conocido por su nombre artístico

de Bola de Nieve

Manuel Cuesta Morúa, Rafael Campoamor y Leonardo Calvo, durante el Congreso de LASA.

Washington, 31 de mayo de 2013

Disidentes y activistas contra la discriminación racial participan en el Congreso de LASA

1 de junio de 2013

 

Por primera vez, activistas cubanos contra la discriminación racial y disidentes participaron este viernes en Washington en un panel del Congreso de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA, por sus siglas en inglés), con conferencias que intentaron “poner en perspectiva el tema de la afrodescendencia”, informó el opositor Manuel Cuesta Morúa.

 

Cuesta Morúa calificó de “excelente” el resultado de la presentación, a la que asistieron unas 60 personas entre las que se encontraban miembros de la delegación enviada por el Gobierno cubano al Congreso, como Gisela Arandia, periodista e investigadora de la temática de la afrodescendencia.

 

“Hubo un intercambio de perspectivas, de posiciones”, dijo el disidente, cuya conferencia abordó el tema de la construcción de la nación desde la “democracia deliberativa”. El también opositor Leonardo Calvo disertó sobre la historia de los afrodescendientes cubanos. Rafael Campoamor trató la relación entre los afrodescendientes que viven en las Américas y los africanos del continente de origen.

 

Otros cubanos que también asistieron a las conferencias fueron el activista Juan Antonio Madrazo; el escritor y bloguero Orlando Luis Pardo Lazo; y los académicos Marcelo Fajardo-Cárdenas, de la Universidad de Mary Washington (Virginia); Alejandro de la Fuente, de la Universidad de Pittsburgh; y Rafael Rojas, del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE) de México.

 

Otra de las conferencias del viernes fue la de la profesora de la Universidad de la Habana Elaine Díaz, autora del blog La Polémica Digital. En su ponencia, titulada “Deliberar en red: consenso y disenso en la blogosfera cubana”, Díaz dijo que existen unos 820 blogs dentro de la Isla y negó que la blogosfera cubana sea un espacio donde solo se puede estar a favor o en contra de Gobierno, según publicó Orlando Luis Pardo Lazo en su cuenta en Twitter.

 

La profesora Díaz señaló que la mayoría de la blogosfera cubana coincide en debatir sobre la necesidad de mayor acceso a internet. Asimismo, dijo que los mecanismos de diálogo entre los blogs a favor y en contra del sistema político cubano son prácticamente nulos.

La foto que podría salvarle la vida a Berta Soler

El papa Francisco saluda a Berta Soler

en la audiencia general del 8 de mayo de 2013

La Habana en blanco y negro

Mary Anastasia O'grady

6 de mayo de 2013

 

Después que la policía la sometiera a un interrogatorio de 11 horas en 2011, Berta Soler, una de las fundadoras del grupo disidente cubano conocido como las Damas de Blanco, recibió un ultimátum.

 

Durante una entrevista en las oficinas de The Wall Street Journal en Nueva York, Soler me dijo que el funcionario del Ministerio del Interior que la escoltó hasta su hogar le dijo que ella y Laura Pollán (otra fundadora del grupo) debían irse de Cuba “porque por nosotras es que se mantenían las Damas de Blanco”. Su respuesta no se hizo esperar, según contó. Si “hay alguien que tiene que irse del país son los Castro” contestó.

 

Los cubanos han sido puestos contra el paredón y fusilados por menos, pero la valentía de Soler no es de extrañar para el régimen. Durante siete años, a partir de 2003, las Damas, vestidas de blanco de pies a cabeza, fueron juntas a misa en la iglesia de Santa Rita para luego recorrer pacíficamente las calles y exigir la liberación de sus familiares que eran presos políticos.

 

A menudo, eran atacadas por agentes de Castro, con rasguños, golpes de puño y patadas. Pero nunca se amilanaron, incluso después de que el régimen endureciera sus tácticas al subirlas a autobuses, llevarlas lejos de sus hogares y abandonarlas en el camino para que regresasen por su cuenta.

 

Para 2010, las fotografías de la brutalidad de la que eran sujeto tomadas con teléfonos celulares se convirtieron en una vergüenza internacional lo suficientemente grande para la dictadura, que comenzó a deportar a los prisioneros y sus familiares más cercanos a España. Era una estrategia clásica de los Castro: durante más de medio siglo, los líderes más fuertes de la disidencia, los que no podían ser sometidos eran asesinados o exiliados.

 

El esposo de Pollán, Héctor Maseda, y el esposo de Soler, Ángel Moya, fueron parte de un pequeño grupo de prisioneros de conciencia que se negaron a abandonar la isla. A la larga, Castro les dio la libertad condicional, pero las Damas no se desintegraron sino que, por el contrario, empezaron a luchar por la liberación de todos los prisioneros políticos y por los derechos humanos.

 

El grupo crecía y se expandía por toda la isla cuando, en 2011, le dijeron a Soler que se fuera de Cuba. Diecisiete días después, el 14 de octubre de 2011, Pollán murió misteriosamente en un hospital de La Habana, rodeada de agentes de seguridad.

 

Pollán habría estado relativamente bien de salud apenas unas semanas antes cuando, como lo describe su amiga Soler, los agentes de Castro la atacaron, mordieron, arañaron su brazo y le pasaron un pañuelo sobre las heridas abiertas. Si esa fue una manera de colocar algo en su sangre, nunca lo sabremos. Pero una semana después, Pollán empezó a tener escalofríos y a vomitar y el 7 de octubre, cuando fue internada con problemas para respirar.

 

Soler alega que Pollán podría haber recibido oxígeno pero, en cambio, “la entuban y la dopan” y poco después “perdimos a Laura”. Como lo informé en su momento, no hubo autopsia y el cuerpo de Pollán fue cremado rápidamente.

 

Raúl Castro habrá pensado que las Damas de Blanco se desintegrarían pronto. Se equivocó. Soler dice que las muertes bajo circunstancias sospechosas de su amiga y del disidente Oswaldo Payá, en julio de 2012, supuestamente en un accidente vehicular en el que, según testigos, no hubo un choque, ha fortalecido el movimiento.

 

Soler está aprovechando la nueva política de la dictadura —que por primera vez en medio siglo permite a los cubanos viajar al exterior— para pedirle a la comunidad internacional “apoyo moral y espiritual” para el pueblo cubano en su lucha contra la dictadura.

 

Quiere que el mundo sepa del racismo de los Castro. Los negros, dice, están sumamente sub representados en las universidades y sobre representados en las cárceles.

 

Los mendigos en Cuba son negros, no blancos. Los que viven en lugares marginales, son negros, no blancos”, acusa. Añade: “Me dicen '¡negra!, ¿qué tú haces allí?, ¡tienes que agradecer mucho a la revolución!”.

 

La represión está en aumento y, ante la ausencia de una condena internacional, el régimen se siente libre de golpear públicamente a las Damas de Blanco para demostrar quién manda en el país. El régimen solía enviar solo mujeres para atacar a las Damas, pero ahora también manda a hombres. Las golpean con la clara intención de hacerles daño. Algunas veces les rompen los huesos.

 

Soler dice que estos atacantes “nunca han sido personas del barrio” que salen a defender espontáneamente la gloriosa revolución. Son profesionales que trabajan para el Ministerio del Interior o civiles que obedecen el régimen para mantener sus empleos o sus cupos en las universidades. Soler dice que en los últimos dos años, muchas de “las mismas caras” han aparecido repetidamente para atacar al grupo. La mujer que mordió a Pollán es conocida por las Damas porque es una presencia constante en las golpizas y trabaja para el ministerio.

 

Es escalofriante pensar qué podría pasar con la políticamente incorrecta Soler cuando regrese a Cuba, motivo por el cual su viaje esta semana a Roma adquiere una importancia crítica. Ha pedido una audiencia con el papa Francisco. Si él la acepta, la visita podría protegerla. De lo contrario, y en ausencia de otras voces internacionales influyentes que la defiendan, su futuro es más incierto.

Tres académicos afrocubanos disidentes

reciben caluroso recibimiento en Pittsburg, EEUU

8 de mayo

En Pittsburgh se inauguró la semana cultural AfricAmérica, con un encuentro donde se abordaron las dificultades que implica para el cubano -después de un dilatado letargo cívico- pasar del malestar y la queja a la propuesta de cómo debe ser la Cuba que tenemos que legar a nuestros descendientes.

 

Auspiciada por la Afrocuban Alliance y la revista ISLAS, la jornada comenzó en los salones de Carnegie Mellon University con un panel sobre Democracia Deliberativa y su impacto en la sociedad cubana.

 

El Dr. Juan Antonio Alvarado, editor de la revista ISLAS, Rafel Campoamor, presidente de la ONG Empodera Cuba, y la Dra. Kenya C., hablaron de los esfuerzo por devolver a los cubanos las riendas en los destinos de la sociedad, con el propósito de dejar atrás el lastre del caudillismo, la violencia y el paternalismo que por medio siglo han convertido al cubano en objeto de las manipulaciones políticas.

 

Los panelistas Juan Antonio Madrazo -Coordinador nacional del Comité Ciudadanos por la Integración racial (CIR)-, Manuel Cuesta Morúa -líder del partido Arco Progresista y principal promotor de la plataforma Nuevo País- y Leonardo Calvo Cárdenas -representante en Cuba de la revista ISLAS- destacaron los retos de abordar la problemática racial en la actual coyuntura sociopolítica, y cómo los afrodescendientes son los más necesitados de voz y espacio para alcanzar el equilibrio social.

 

Concluido el encuentro se procedió a la inauguración de la exposición fotográfica Crossing Havana, donde el lente de Juan Antonio Madrazo muestra aristas desconocidas y poco exploradas de la realidad social cubana.

 

En decenas de fotos, los visitantes pueden apreciar desde la acción de los movimientos cívicos por la integración racial, la represión que prodigan las autoridades a quienes se atreven a defender sus convicciones abiertamente hasta los más escalofriantes e inimaginables enclaves de pobreza crítica y desesperanza que hieren en muy variados flancos a la capital cubana.

 

Los participantes se mostraron impresionados por el buen montaje de la muestra, pero sobre todo por el testimonio de una realidad que excede a la imaginación de cualquier analista o interesado en el tema cubano.

 

En un ambiente de confraternidad y solidaridad, los patrocinadores de la jornada y los activistas cubanos manifestaron su agradecimiento a todos los que contribuyeron al éxito de la presentación.

¿“Ser negro de la Revolución”?

Antonio José Ponte

8 de mayo de 2013

 

El régimen intenta servirse de la lucha de la población negra por sus derechos como un recurso más de legitimación. Varios intelectuales le prestan justificaciones y coartadas.

 

La polémica provocada por un artículo de Roberto Zurbano aparecido en The New York Times ha dejado como saldo positivo al menos dos hechos: la impugnación de Víctor Fowler a La Jiribilla por su modo de orquestar la discusión y la declaración del Capítulo Cubano de la Articulación Regional de Afrodescendientes de Latinoamérica y el Caribe (ARAAC) a favor de la libertad de opinión. Ambos textos fueron publicados, en gesto inusitado, por La Jiribilla.

 

Fowler defiende en su artículo el derecho a pronunciarse libremente, agradece la existencia de un espacio de discusión donde antes había casi nada, pero avisa que el debate no debe quedar solamente dentro de la intelectualidad. “Hay que insistir en que el debate académico a ningún nivel (incluso la publicación de un libro), ni el mejor sistema de conmemoraciones posible, ni la realización de esta o aquella reunión sustituyen al debate público en su capacidad de estremecimiento y penetración en las conciencias”, considera. Pues no solo los expertos deben pronunciarse, también los ciudadanos.

 

Hace Fowler una aguda lectura del texto de Zurbano y repara en dos de sus puntos esenciales: las reformas raulistas y el relevo de poder en Cuba. Me permito aquí parafrasearlo: existe una estructura económica en transformación, algunos sectores no gozan de suficiente movilidad social, y habría que crear proyectos específicos para ellos. La población negra es la más preterida de esos sectores y la subsistencia del régimen (“del proceso”, en sus palabras) depende, en última instancia, de su relación con ella.

 

La discusión versa pues sobre racismo, reformas, relevo político y statu quo. “Ser negro”, apunta Fowler, “es haber […] firmado con la Revolución un pacto no escrito”. Se refiere, al menos, a los negros que apoyan al régimen. El pacto es “tan de la carne y de los huesos, tan salvaje, que incluso cuando el espacio de la Revolución ha servido lo mismo para propiciar adelantos justos que olvidos lamentables, el pacto se mantiene y es renovado”.

 

Carne y huesos: se trata de un pacto orgánico, visceral. Salvaje (es de suponer que no por sus connotaciones de barbarie) por lo incontrolable o indominado. Salvaje de tan reconcentradamente natural, y así se acoge a legitimación inapelable: es un pacto anterior a cualquier gesto de cultura. Salvaje por irracional. No importa entonces cuánto pueda ocurrir, nada afectará la incondicionalidad de ese pacto.

 

En el recuento de la política del régimen hacia la población negra existen para Fowler adelantos y olvidos, nunca represión. Menciona varios episodios de discriminación (institucionales los del período republicano, a título de individuos en el presente), y arguye: “Ser negro de la Revolución es pasar todo eso, y más, y seguir confiando y esperando, convencido de que —a pesar de sus innúmeros defectos— ningún otro proyecto de país ha sido (ni será) tal inclusivo con negros y —en general— con ‘muertos de hambre históricos’, negros y blancos, como este”.

 

La preposición en esta frase —”Ser negro de la Revolución”— no ha sido desmentida como errata y, hasta donde sé, parece no haber escandalizado a nadie. A juicio de Fowler, se era negro en los tiempos coloniales y republicanos, pero a partir de 1959 es necesaria otra preposición, que denote pertenencia. Y aunque las autoridades sufran de olvidos, se es de ellas, se pertenece a ellas igual que los esclavos pertenecían a sus dueños. (La excusa de que la Revolución es más que Fidel y Raúl Castro y un partido único no tiene base en la práctica. De modo que ser negro de la Revolución es ser negro de los hermanos Castro.)

 

Víctor Fowler propone una esclavitud arrebatadora, apasionante, de telenovela. Igual que en las telenovelas, el amor se jura eterno y la presciencia del articulista le permite augurar que ningún proyecto político podrá ser más inclusivo o avanzado que el que hoy existe. Los negros son del régimen, y es del régimen todo el futuro. O por lo menos, cualquier futuro sin un régimen así sería decadencia.

 

'Aquí hay leones'

 

En su artículo figura un episodio autobiográfico que incluye a Roberto Zurbano. Una tarde ambos cruzan el Parque Central en dirección al Capitolio y un policía les ordena que se identifiquen. Después de comprobada la documentación, Fowler pregunta por qué, entre todos los transeúntes, el policía los ha elegido a ellos. “Le pedí al agente que me perdonara y le expliqué que me sentía incómodo porque la persona que me acompañaba era el vicepresidente de los escritores de todo el país y yo mismo había ganado en fecha reciente el premio más importante de poesía a que se podía aspirar en el país.”

 

Incomodidad desde la cultura… El policía es mulato y, ya que hablan de títulos, declara haberse licenciado en Derecho. Comprende cómo podrán sentirse ellos, pero les confiesa que el 95% de los presuntos delincuentes que les describen por el walkie-talkie son negros. Fowler resume: “Al final los tres terminamos conversando que era una lástima que algo así ocurriera y nos despedimos”. Él queda pensando en lo ocurrido, le agrada que el policía tuviese estudios universitarios, y la vergüenza por aquellas estadísticas no lo abandona en los días siguientes.

 

Su primera reacción ante la policía consiste en apelar a privilegios culturales. Él, que aboga por un acercamiento a la discriminación racial que no se reduzca a lo libresco y académico, se refugia en lo académico y libresco con tal de no ser discriminado. Por supuesto que cualquiera en su lugar, con premio o jefatura de la cual agarrarse, habría hecho lo mismo. Lo objetable está en que esas mismas credenciales le alcancen solamente para lástima y vergüenza, y no lleven más lejos sus razonamientos.

 

Las causas de ese 95% de sospechosos negros, ¿se deben solamente a “olvidos lamentables” o a mayores estropicios de la política oficial? Fowler podía haber cuestionado las demasiadas figuras que constituyen delito en la legislación penal cubana, por ejemplo. Podría preguntarse (ya que los premios literarios permiten asomarse al extranjero) cómo otras sociedades logran mantener una vigilancia exitosa con mucha menos insidia. Lo cual quizás lo habría conducido a sospechar de un calculado exhibicionismo represivo, de un programa oficial de socavación del individuo.

 

Ciertas consideraciones acerca de lo altamente represivo del régimen podrían haber ayudado a Víctor Fowler a quitarse de encima algo de su vergüenza estadística. Sin embargo, pensar dentro de unos límites marcados, pensar como “negro de la Revolución”, obliga a mostrar respeto por dichos límites, y cualquier exploración parte de unos tabúes.  “Hic sunt leones”, inscribían los cartógrafos del Imperio Romano en aquellos espacios inexplorados y seguramente peligrosos del mundo. “Aquí hay leones”, parece haberse dicho Víctor Fowler con tal de no avanzar. Hay (paso de la cartografía antigua a los horóscopos) un león: Fidel Castro. Y es que, en el fondo, la fórmula aportada por Fowler no es más que una variación de la trampa impuesta en 1961 por Fidel Castro: “Dentro de la Revolución todo…”. E igual que ocurriera con los intelectuales, resulta atributo exclusivo de las autoridades, y no de intelectuales o negros, decidir quién se encuentra dentro y quién se encuentra fuera.

 

El miedo a los leones logra que alguien que aboga por una discusión plena, balbucee unos ejemplos calamitosos de activismo. Fowler los llama “renovación del pacto”. Según él, a los negros cubanos les corresponde “seguir respondiendo a la convocatoria (…) lo mismo en una votación del Poder Popular que esperando un ómnibus durante largas horas”. No se trata, por tanto, de proponer convocatoria alguna, sino de responder a las que llegan desde lo alto. Es cuestión de alzar el brazo en unas asambleas con guión preestablecido y de esperar horas y horas por una guagua.

 

Su artículo habla de “la voluntad de mejorar el mundo, de criticarlo con la violencia del amor que entrega todo” (otra vez la telenovela), pero la ausencia de otros ejemplos obliga a cifrar tal capacidad crítica y anhelo de cambio en unas figuras que acuden a las convocatorias políticas como al llamado de la campana del ingenio.  Pura pasividad recomienda Fowler: asistir a los espacios oficialmente establecidos y, en lugar de echar a andar, seguir a la espera.

 

El mito de la unidad revolucionaria

 

El Capítulo Cubano de la Articulación Regional de Afrodescendientes de Latinoamérica y el Caribe (ARAAC), del cual Zurbano es miembro, se pronunció acerca de la suerte de este. Fundado en septiembre en 2012, el proyecto declaró su apoyo a la libre expresión y su oposición “a cualesquiera medidas o procedimientos institucionales o personales de carácter obstructivo o represivo contra cualquier participante en tales polémicas que a título personal haya expresado sus opiniones o criterios”.

 

Junto a ese pronunciamiento, dos de sus integrantes, Gisela Arandia y Zuleica Romay Guerra, publicaron en La Jiribilla sus opiniones. La primera escribió el que tal vez sea el texto más provechoso de toda la polémica. Su intención, como avisa al inicio, no es abundar en el caso Zurbano, sino ocuparse de la discriminación racial en la sociedad cubana. Y relacionados con esa discriminación, enumera tres conflictos: “la falta de una voluntad política atrevida”, el “pensar que el impacto revolucionario solucionaría de modo automático la problemática racial”, y el más trascendente de los tres: “la falta de unidad estratégica (…) de la población negra cubana”.

 

Lejos de cualquier paternalismo, Arandia acentúa la responsabilidad de los ciudadanos negros en la actual situación. Advierte también contra lo libresco: habla del “ardid clásico” de citar a Nicolás Guillén y Fernando Ortiz, avisa contra aquellos que “analizan el tema como si se tratara de un asunto literario cualquiera”. Y denuncia el mito de la unidad nacional como una de las coartadas más socorridas para silenciar la discusión, porque dentro de él “la población negra debe aceptar sumisamente el modelo de inferioridad y subalternidad por tiempo indefinido”.

 

A juicio de ella, la paradoja cubana ha estribado en no utilizar aquellos espacios de la institucionalidad que pudieran revertir el impacto del racismo. Valiéndose entonces de espacios informales e institucionales, de intelectuales y de no intelectuales, de negros y de no negros, lo importante es combatir “la poca atención política”. Arandia habla en nombre de una asociación (“Miembro del Equipo Político de la ARAAC”, reza al pie de su artículo) que busca organizar propuestas diseñadas con “la participación de liderazgos comunitarios y personalidades desde la base de la sociedad, donde puedan converger grupos y personas diversas”.

 

Su propuesta de activismo no se limita a las asambleas generales existentes, sino a la creación de asambleas específicas. En uno de los últimos párrafos pregunta: “¿Surgirá un consenso nacional que permita asumir de manera definitiva la lucha contra el racismo, como parte inseparable de la búsqueda revolucionaria para crear una sociedad más justa?

 

La apelación a esa búsqueda, aunque pueda ser sincera, resulta demasiado endeble. Arandia habla en un momento de su artículo de la creencia de los dirigentes del régimen, entonces jóvenes, en una solución automática de la discriminación racial. Falsa solución, a juicio suyo. Pero habría que entender lo falso de tal solución no solo por sus consecuencias, sino por sus intenciones. La declaración de igualdad racial,  una operación uniformizante del régimen, no dejaba diferencia entre negros y blancos para fundamentar un mito tan oportunista como el de la unidad nacional: el de la unidad revolucionaria. Blancos y negros igualados por edicto, a la par que aperturas de campos de concentración para minorías infectas. A la par que otras apelaciones discriminatorias: gusanos, lumpens, mercenarios, grúpusculos, extravagantes, escoria…

 

ARAAC, ¿organización no gubernamental?

 

En la polémica en torno a Zurbano el Capítulo Cubano de ARAAC se comportó como una verdadera organización no gubernamental y, puesto que en Cuba existen opositores políticos empeñados en la lucha contra la discriminación racial, cabe esta interrogante: ¿contempla la ARAAC, en su extendido activismo, la posibilidad de trabajar también con ellos?

 

La fórmula aportada por Víctor Fowler —”Ser negro de la Revolución”— deja fuera a aquellos que no firmen y renueven el pacto con el régimen. ¿Procederá en este punto la ARAAC  como una cabal organización no gubernamental, o antepondrá la pertenencia revolucionaria a cualquier otro desvelo? ¿Estará obligada esa organización a sacrificar su independencia para tener cabida en Cuba?

 

El artículo publicado por Zuleica Romay Guerra permite aventurar respuesta a estas preguntas.  Presidenta del Instituto Cubano del Libro, Romay Guerra debió escribir su texto con el fin de restarle peligrosidad al pronunciamiento de ARAAC, para atemperar aquello que las autoridades podrían ver como un atrevimiento colectivizante. “El documento contentivo de la posición de ARAAC ante las polémicas del momento es resultado de un ejercicio inherente a la voluntad de hacer Revolución”, sostiene ella. (Pese a contar con un Premio Extraordinario de Estudios sobre la presencia negra en Las Américas y el Caribe contemporáneo y un Premio Casa de Las Américas de Ensayo, su prosa es la del típico comisario político.)

 

Y abunda: “ARAAC es un proyecto revolucionario, defendido por personas conscientes de que el capitalismo no tiene nada que ofrecer a los negros y mestizos de este país”. Pasa así por alto una cuestión esencial del artículo de Zurbano y de toda la discusión: la situación de los negros en el capitalismo en construcción bajo el régimen de Raúl Castro. Al parecer, ella goza de presciencia aún más detallista que la de Fowler, pues afirma: “Mi seguridad descansa en el conocimiento que tengo de mi país y sus posibilidades, en la certeza de que en 2020 el gobierno de Cuba no estará formado por politicastros ni empresarios capitalistas”.

 

Su artículo debió ser el contrapeso imprescindible para publicar en La Jiribilla el pronunciamiento de ARAAC. Entre los artículos que allí aparecen, el suyo hace el papel de esos vigilantes en toda delegación que viaja al extranjero. Y, en contrapartida, dentro de la delegación oficial cubana al reciente Examen Periódico Universal (EPU) en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, su presencia fue la de una intelectual. En Ginebra presentó Zuleica Romay Guerra el libro suyo premiado y declaró que Cuba ha avanzado más que muchos países del mundo en la lucha contra la discriminación racial.

 

No es difícil conjeturar entonces cuál es su tarea dentro de una organización como la ARAAC: oficializarla cuanto se pueda, cargarla de docilidad, marielizarla. Marielizarla: de Mariel, por echar fuera a todos los que no sean negros de la Revolución. Marielizarla: de Mariela Castro Espín, por convertir los conflictos en vitrina.

 

Hace unos días, a propósito de ese examen de la ONU en el cual Romay Guerra interviniera, fue denunciada por la organización UN Watch una campaña de apoyo al régimen cubano en la que casi medio millar de falsas organizaciones no gubernamentales registraron sus loas a la política de derechos humanos del castrismo. La ARAAC no aparece mencionada en el listado de esas organizaciones, pero podría ser incluida en el futuro. Porque el régimen no solo intentará asordinar cuanto pueda la lucha de la población negra por sus derechos, sino que procurará servirse de ella como un recurso más de legitimación.

Los académicos Cuesta Morúa, Calvo y Madrazo

participan en panel en el Carnegie Mellon

Juan Antonio Madrazo y Manuel Cuesta Morúa

Tres académicos afrocubanos disidentes

y residentes en Cuba hablarán

en universidades e instituciones de EEUU

1 de mayo de 2013

 

Próximamente viajarán a EEUU los académicos afrocubanos disidentes Manuel Cuesta Morúa, Leonardo Calvo Cárdenas y Juan Antonio Madrazo Luna, para participar en una jornada cultural latinoamericana en la Universidad de Pittsburgh, Pensilvania.

 

El encuentro Crossing Havana-Afroamericans, que este año se dedicará a Cuba, comenzará el 6 de mayo; es patrocinado por Alianza Afrocubana, Sproud Fund, City of Asylum, Pensilvania Council of Humanities, Carnegie Mellon, Universidad de Pittsburgh y el Coro Latinoamericano entre otras instituciones. Se abrirá con una exposición fotográfica sobre la realidad de los afrodescendientes cubanos, su pobreza y asentamientos marginales, captados por el lente de Madrazo, líder del Comité Ciudadano por la Integración Racial (CCIR). Durante la cita ―que concluirá el 11 de mayo― se impartirán conferencias sobre la temática racial y sus proyecciones.

 

Aprovechando la exhibición del documental 1912, de la realizadora cubana Gloria Rolando, expondrán las manipulaciones históricas en torno a la polémica masacre de los Independientes de Color, y la probada participación en los sucesos de José Ismael Martí, hijo del héroe nacional cubano.

 

Aunque el CCIR ya emitió una declaración sobre el tema, también abordarán las consecuencias del caso Zurbano, el intelectual afrocubano caído en desgracia y satanizado por los voceros e intelectuales adeptos al régimen castrista, tras la publicación de un artículo en The New York Times donde expuso la realidad económica de los negros en Cuba, ya salidas a luz a través de las denuncias de los comités pro derechos civiles cubanos.

 

Según Leonardo Calvo, vicecoordinador del CCIR, ellos tendrán el honor de ser los primeros académicos cubanos independientes que participarán en el Congreso Latinoamerican Studio Asociation, (LASA), a celebrarse a finales de mayo, y su equipo integrará paneles con otros afrocubanos residentes en EEUU. Realizarán intercambios con otras universidades, impartirán conferencias y mostrarán la realidad oculta cubana, perspectivas de transformación de la historia actual y cuánto puede aportarse para el futuro.

 

Con este viaje tendrán la oportunidad de abrir más contactos con el espectro político y de derechos civiles en Norteamérica, afirma Manuel Cuesta Morúa, líder del proyecto Nuevo País y portavoz del Partido Arco Progresista. Los tres académicos muestran un marcado interés acerca de la comunidad afronorteamericana y sus líderes.

 

Resultaría fascinante un intercambio con el actor hollywoodense Danny Glover quien integra la organización Trans-Africa”, manifestó Cuesta Morúa. “Glover es un estadounidense muy identificado con el castrismo y con la lucha por la libertad de los cinco espías cubanos presos en cárceles de EEUU. Podríamos tener un intercambio amistoso con él y, al mismo tiempo, ilustrarle sobre la cara oculta de la revolución cubana”. A la par, le invitarían a exigir la pronta excarcelación de los activistas afrocubanos Sonia Garro y su esposo Ramón Alejandro, quienes permanecen en un limbo legal a pesar del estado de salud deplorable de Sonia

 

Para los tres activistas civiles sería un sueño convertido en realidad visitar el memorial Martin Luther King Jr., el de Malcolm X, el campo de batalla de Gettysburg y el barrio de Harlem, para preguntarle a algunos de los sobrevivientes sobre la visita de Castro a su localidad en 1959, ya que este fue un hecho iconográfico muy explotado por la historiografía oficial.

 

El prestigioso CCIR, creado en agosto del 2008, fue nominado recientemente al premio Hrant Dink que la fundación del mismo nombre entrega en Estambul desde el año 2009. Sus líderes Madrazo Luna y Calvo Cárdenas fueron elegidos delegados –pero el gobierno cubano les impidió asistir- a la Primera Cumbre Mundial de Afrodescendientes celebrada en La Ceiba, Honduras, en 2011. Y mantienen una colaboración muy activa con la revista Islas editada en el exilio, un magazine de materia afro.

 

A la pregunta de cuáles serían sus reacciones en el caso de que grupos hostiles dirigidos desde La Habana intentaran sabotear sus actividades, los académicos contestaron resueltamente que son demócratas, sin enojos, y no acumulan rencores ni rabietas. Les caracteriza la serenidad y, si acaso ocurrieran hechos así, estarían dispuestos a compartir la mesa con sus opositores y a polemizar públicamente con ellos civilizadamente.

 

Miami es un objetivo obligatorio para los académicos afrocubanos. Anhelan captar la vibración de ese enclave de exiliados cubanos, devenido en una próspera comunidad. Por último, revelaron su interés por conocer a un afrocubano de la Brigada 2506 que participó en el desembarco en Bahía de Cochinos, a quien Fidel Castro preguntó al advertirle entre los prisioneros: “¿Eh, y tú qué haces aquí?”.

Enterré la cobardía y asumí la rebeldía

Escuadrón Patriota

30 de abril de 2013

Introducción del disco La nueva filosofía de lucha, que el rapero Raudel Collazo está promocionando en Miami.

Mañana será tarde:

Escucho, aprendo y sigo en la pelea

Roberto Zurbano

14 de abril de 2013

 

Si una izquierda conservadora dentro y fuera de Cuba considera que un negro cubano revolucionario no debe hacer críticas a la Revolución, no ha entendido el papel que han jugado los negros dentro de esta y tampoco qué es un verdadero proceso revolucionario. En la base, en el corazón, en el fondo y en las orillas de este proceso los negros hemos sido buena parte del sostén. Nos asiste tanto el derecho moral a criticarla como el deber de defenderla, porque es aún insuficiente lo que hemos logrado frente a lo que hemos hecho y merecemos. Renunciar a esa crítica es renunciar a mejorar la Revolución y sentirla más nuestra.

 

Combatir el racismo es una de las grandes tareas del siglo XXI. Este flagelo no surgió en un país en particular, sino en un contexto mundial en el que fueron involucradas varias naciones y culturas marcadas por el afán colonial de repartirse el mundo y establecer jerarquías económicas y políticas que hoy sobreviven. El racismo contemporáneo es también un fenómeno globalizado y la lucha contra este va más allá de cualquier frontera. Renunciar al debate internacional es reducir su impacto a viejos conceptos nacionalistas y no tener en cuenta el proceso de intercambio desigual generado por el turismo, las nuevas tecnologías de la información, las migraciones y las transnacionales de la cultura. Es un debate sobre la persistencia del racismo en Cuba, sobre los modos paternalistas y sofisticados con que ese tipo de humillación se reproduce o renueva y, especialmente, sobre cómo reconocerlos y enfrentarlos en un nuevo contexto.


Es bien conocido que The New York Times no es un diario de izquierda, aunque se declare contra el bloqueo y sea el soporte donde se dio a conocer a la opinión norteamericana el caso de Los Cinco. Publicar en el NYT no fue un acto de ingenuidad, sino un riesgo asumido con toda responsabilidad. Decidí publicar allí, donde escasean las firmas cubanas de la Isla, y no en el Granma ni en El Nuevo Herald, por razones diversas, pero conocidas. Acepté la propuesta con la intención de colocar el debate más allá de los insuficientes espacios académicos y culturales a los que asisto hace 15 años. Un periódico es otra cosa: puede alcanzar, informar, desinformar y convocar, en breve tiempo, a decenas de miles de personas.

 

El original fue aceptado, con propuestas de cambios. Durante el proceso de negociación editorial se agregaron y rechazaron textos que fueron discutidos por vía electrónica, durante una semana de trabajo. Dos colegas compartieron conmigo estas revisiones, ambos con excelente dominio del inglés. El texto final, enviado en la tarde del viernes 22, nos satisfizo a todos. El título aprobado por mí “Para los negros en Cuba, la Revolución no ha terminado”, aunque no fue el original (“El país que viene y mi Cuba negra”) me resultaba afortunado, pues esta idea se esboza en varios momentos del texto. Desafortunadamente, el título que apareció, “Para los negros en Cuba, la Revolución no ha comenzado”, sin mi aprobación, borró toda posibilidad de identificar a los negros cubanos con la Revolución.


Este cambio constituye una violación ética y legal a mi texto, al tiempo que prejuicio casi toda la lectura. De inmediato redacté una nota advirtiendo los cambios, enviada en la mañana del martes 26 de marzo, (el lunes hubo apagón) a colegas y amigos que se encargaron de circularlo. La responsabilidad del NYT con sus lectores fue subvertir el titulo, evitando que leyeran desde mi propio emplazamiento. Esta manipulación es una lección ejemplarizante para mí, ojalá sirva a otros para que no renuncien a publicar allí y sepan aprovechar mejor ese espacio. También exijo del NYT una excusa más profesional y ética que los subterfugios que ha manejado hasta hoy.


En la primera semana hubo una reacción en mi contra. Luego, Silvio Rodríguez exclamó sin asomo poético: “le estamos cayendo en pandilla”, y se preguntaba: “¿cuál puede ser ahora mismo la suerte del propio Zurbano? ¿Dónde está el compañero?”. Lo cito porque me llamó compañero y eso marca una posición ética ante otros “compañeros de lucha” que, precipitadamente, me proscribieron en La Jiribilla, órgano digital de donde, en la tarde del lunes primero de abril, recibí una simple llamada informativa minutos antes que colgaran los primeros artículos, sin posibilidad de colocar NINGÚN texto mío. No cuestiono esas ni otras opiniones, solo anoté que algunos de sus autores son personas con quienes he avanzado un tramo de la lucha antirracista en Cuba, o sea, me han leído, conocen mis opiniones e intervenciones públicas sobre el tema y hemos compartido realidades, eventos, críticas y esperanzas colectivas, presentes también en mi texto del NYT.

 

Como otros de mi autoría, este fue escrito para fomentar un debate sobre el presente y dejar atrás esa retórica sobre el pasado que obliga siempre a mostrar lo que se ha hecho y no a decir lo que aún falta. Por la cantidad de palabras requeridas no quise revisar la Historia, sino husmear en el futuro; aún así, hago un repaso histórico y reconozco ganancias recientes (imposible enumerarlas todas). De las opiniones provocadas por el texto, los argumentos más útiles serán aquellos que mejor contribuyan al debate antirracista y se identifiquen con las personas que sufren este tipo de discriminación.

 

He trabajado por esta causa, por convicción, no por vanidad. Mientras tanto, mis libros se aplazan, pues el activismo social, es difícil de ejercer; requiere tiempo e infinita energía, pero es la manera en que nuestras ideas se materializan y se acercan a las personas que uno respeta y acompaña. Es una elección que obliga a conocer mejor el país, sus cimas y sus sótanos, su cotidianidad y sus emergencias; e impulsa a recorrer la isla junto a las razones y necesidades de la gente que, ante el racismo y otros males, buscan urgente solución.


En la Casa de las Américas, donde trabajo hace más de siete años, intenté insertar las problemáticas raciales en el programa cultural de esa institución, en la conciencia de algunos compañeros y en el modo de posicionar a la Casa ante un fenómeno continental apenas abordado antes: los movimientos negros en América Latina y el Caribe. Confieso que muchas veces pude separar mi condición de activista de mi posición institucional, pero la visión radical que configura a la primera no siempre permitió superar la crisis de verme como un ente dual; aún así creí posible reconciliar ambos estatus.

 

Lamento haber involucrado a la Casa de las Américas con opiniones que, bien sé, no expresan la posición de la institución. Sin embargo, este tipo de “inconformidad” es recurrente en otras personas, dentro y fuera de la isla, con cargos institucionales. ¿Puede la condición intelectual aceptar esta dualidad entre responsabilidad cívica y responsabilidad institucional? ¿Podría definirse un pacto o un diálogo entre institución y activismo? ¿Cuál es el lugar del activismo social en Cuba? ¿Cuáles son los espacios y límites del debate y del pensamiento crítico?

 

Por otra parte, fuera de Cuba suele afirmarse que dentro de la isla rige un solo pensamiento. Lo cierto es que hay varios modos de explicar y evaluar nuestras realidades, dentro y fuera de las instituciones. Sin embargo, no voy a negar que hay fuerzas conservadoras cuyo afán es uniformar el pensamiento y, ante nuevos conflictos, activan los viejos métodos de los setenta.

 

Sin embargo, Cuba es un país que va cambiando y abriendo sus respuestas ante esta y otras problemáticas. No son los años setenta, ni los noventa, pues muchas ideas se debaten y publican; los problemas se abordan desde variados enfoques, a veces encontrados. Dogmas, extremismos, oportunismos y viejos esquemas no han desaparecido, pero hay un espacio —quizás pequeño aún— para la crítica, el disenso y el diálogo que vale la pena seguir construyendo. La sociedad civil cubana es menos frágil que hace diez años atrás; pueden reconocerse sus preocupaciones y debates en un espacio emergente y heterogéneo de personas, organizaciones y medios alternativos que abordan el presente y el futuro del país.

 

Todavía muchos autores, en medio oficiales y alternativos, siguen centrando sus críticas en mi persona, mas insisto en promover el debate sobre el futuro de los negros en Cuba y la necesidad de una batalla frontal contra el racismo; que no debe ser una batalla retórica, ni un nuevo repaso histórico, sino una avalancha de propuestas y acciones puntuales.

 

Esta lucha no se reduce a una guetificación de nuestros derechos, sino que busca el camino hacia la igualdad y la plenitud ciudadanas, aun incompletas. Otros tipos de activismos en Cuba tienen su espacio de legitimación, el de los negros aun está en formación. La política debe dialogar con las diversas realidades y grupos que configuran la nación. Nuestro grupo social tiene su propia historia, sus demandas específicas, sus propios incentivos y modos de participar en la construcción de una sociedad mejor.

 

No debe obstruirse el debate, sino trabajar para que esta lucha crezca, dentro y fuera de Cuba. Aun equivocándome, lo intentaré cada mañana. Sigo en la pelea sin manifiestos, ni campañas, ni mea culpa, ni golpes de pecho. Sólo se requieren compañeros de todos los colores, comprometidos y críticos, prestos a discutir con argumentos y propuestas, listos para aprender de la gente que sufre cualquier tipo de discriminación y dispuestos a equivocarse, levantarse y continuar la batalla.

 

Creo en la crítica y asumo las que me corresponden, por duras que sean, más allá de las recriminaciones de derecha o de la izquierda conservadora. Pido a ambas no embullarse demasiado, pues anuncio: NO HAY UN “CASO” ZURBANO, sino un intelectual negro revolucionario, con la necesaria conciencia racial, que decidió trabajar en Cuba desde la literatura, la música, las comunidades, las instituciones culturales, los medios y el activismo social, dentro de organizaciones antirracistas como Color Cubano o la Cofradía de la Negritud, por el respeto y la emancipación de la población negra cubana que se siente excluida de varios espacios y cuya identificación con la Revolución es innegable. Me resulta difícil mentir sobre esta realidad. Muchos de ellos son familiares, vecinos, amigos, colegas y otros que ni siquiera conozco, a quienes pregunto y escucho. Sé cómo viven y piensan y, también, merecen un futuro mejor. Ese futuro se decide hoy, mañana será tarde.

 

Roberto Zurbano Torres.

Desde el Callejón de Hamell, Centro Habana.

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Nota de Manuel Castro Rodríguez: Como todos los intelectuales orgánicos cubanos, la periodista Gisela Arandia, el escritor Roberto Zurbano y el poeta Víctor Fowler hablan de Revolución al referirse al régimen que tiraniza a Cuba desde hace más de medio siglo. Para conocer sobre esa entelequia, véanse

 

http://profesorcastro.jimdo.com/la-revoluci%C3%B3n-cubana/

 

http://profesorcastro.jimdo.com/fidel-castro-del-humanismo-al-totalitarismo/

 

http://profesorcastro.jimdo.com/la-revoluci%C3%B3n-traicionada/

 

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Dolor, alegría y resistencia

Víctor Fowler

12 de abril de 2013

 

I
(el procedimiento)

 

La actividad interesada de un titulista del New York Times (no importa si un vulgar malandrín con deseos de vender más ejemplares, un guardián de la doctrina que introduce en el texto ajeno su ideología personal o un alma solidaria con ese amplio sector al que se le llama los negros cubanos) ha provocado escándalo en aquella zona de la intelectualidad cubana que, de manera habitual, se dedica a los estudios sobre racialidad. La falta de ética que significa cambiar el sentido absoluto de una oración para convertirla en su contrario, no sólo ha rebajado al nivel del suelo el prestigio del mítico periódico, sino que expone el vientre de este tipo de periodismo: un simple libelo con dinero que presentó una tardía excusa formal por el procedimiento únicamente después de la democión de Zurbano de su antiguo puesto como director de la editorial de la Casa de las Américas.

 

En Cuba, del lado opuesto de la ecuación y como en un alucinante juego de espejos, las cosas tampoco han ido mucho mejor; primero porque ante la publicación de un texto cuyo título fue considerado ofensivo (“Para los negros cubanos la Revolución aún no ha comenzado”) a nadie se le ocurrió cumplir con el más elemental principio periodístico que enseña a comprobar la noticia. Dicho de otro modo, a la violación de toda ética por parte del titulista del New York Times (quien falsificó el título (“Para los negros cubanos la Revolución aún no ha terminado”), la publicación cubana La Jiribilla responde con una nueva violación de la ética profesional al organizar o dar cabida a una batería de respuestas discursivas (artículos de 8 intelectuales cubanos) sin tan siquiera asegurarse de que la acusación respondía a motivos verdaderos.

 

Desde este punto de vista duele tanto como horroriza pensar que (puesto que es algo que pudiera suceder a cualquiera) que hubiese bastado un telefonazo a Roberto Zurbano, autor del texto y –para colmo– colaborador de La Jiribilla misma, para matizar las respuestas. No sólo la publicación no consultó a Zurbano si era cierto o no lo aparecido en el periódico neoyorkino (en particular, el agresivo título), sino que tampoco lo hicieron los que escribieron en su contra, varios de ellos sus compañeros en la lucha contra el racismo en la Cuba de hoy.

 

Puesto que, según lo anterior, esta historia comienza con la falsificación de una noticia (la del título) y termina con la ocultación de otra (la de la nota), las cosas suceden de modo que los contrarios se complementan para dañar la profesión del periodismo con resultados particularmente destructivos: ambos órganos de prensa actúan como libelos baratos que implícitamente propone que mentir, en pos de un objetivo ideológico, es una actitud correcta. Además de ello, para que la vergüenza sea todavía mayor, al pasar –en el plazo de horas- de compañeros de lucha de Zurbano a críticos acerbos (e incluso ofensivos) sin que haya mediado la más pequeña comunicación entre ellos (vuelvo a pensar en lo sencillo que hubiese sido rebajar la beligerancia con sólo preguntar a Zurbano si el título era realmente de él), los intelectuales que con tanta presteza le criticaron (en un desagradable bloque rápido) prácticamente han reducido a cero la credibilidad de esa misma lucha antirracista que, con manos en el fuego, juran defender porque no se puede ser un líder ético y no ético a la misma vez.

 

Zurbano asegura haber escrito (y enviado) la nota donde explica lo sucedido con el título de su artículo el día 26 de marzo; en mi caso, recibí la nota aclaratoria el domingo 31 de marzo a las 11:32am. La secuencia de eventos parece haber sido como sigue: domingo 24 de marzo, puesta online del artículo original; martes 26 de marzo, circulación de la nota donde Zurbano explica que el título del artículo ha sido cambiado; jueves 28 de marzo, la nota aclaratoria de Zurbano es publicada en el blog “Afromodernidades”, del escritor cardenense Alberto Abreu; sábado 30 de marzo, actualización del número 620 de “La Jiribilla” con 11 trabajos críticos al texto de Zurbano – ni la publicación ni los autores de los trabajos mencionan la existencia de la nota del día 26 y tampoco lo hacen hasta el presente.

 

II
(el texto)

 

¿Qué leer en las 1 200 palabras de las que dispuso Zurbano para escribir el artículo de marras publicado por el New York Times? Aparecido el 23 de marzo de 2013 -en la página de opinión de la edición electrónica del diario- lo primero que debemos de hacer con el el texto For Blacks in Cuba, the Revolution Hasn’t Begun es cambiar su título por For Blacks in Cuba, the Revolution Hasn’t Ended. No hay que ser especialmente brillante para distinguir las intenciones –en verdad no tan contrapuestas como pudiera parecer, sino calculadamente divergentes– entre ambos posicionamientos. Para el titulista (que defiende la idea de que la Revolución aún no ha comenzado) la suma de injusticias que en Cuba deberán de conocer los individuos de raza negra es tal que es necesario que la Revolución comience; es decir, que haya una (Revolución) donde resulta que esta existe ya. Del lado opuesto, la propuesta de Zurbano sobre la cuestión racial cubana incluye una profunda crítica a la sociedad cubana del presente, pero (y aquí viene la distinción fundamental) emitida desde tal posición de “aceptación crítica” que la Revolución no solo no debe de comenzar, sino que más bien tendría que ir mucho más lejos que el punto donde se encuentra –respecto a la cuestión de razas– en su momento actual.

 

Además de otras posibilidades que se pueda considerar, semejante “ir más lejos” es identificado en el texto de Zurbano con un “movimiento antirracista” que “haya crecido tanto desde el punto de vista logístico como legal”; desde tal ángulo, vale la pena señalar que la continuidad del proyecto revolucionario no queda depositada en la repetición del liderazgo carismático (como corresponde a la figura de Fidel) ni en discurso ideológico alguno (ni siquiera en la virtud de los documentos partidistas), sino en la combinación de la cantidad utópica de que es portador el discurso ideológico en su fusión con la voluntad popular, instancias ambas objetivadas en la Ley. Puesto que no hay oposición a (negación a que siga durando) la Revolución en las palabras de Zurbano, entonces la tarea futura queda perfilada en la lucha por completar y obligar a que dicha Revolución (construcción colectiva por esencia) desarrolle su futuro respecto a la cuestión de razas, pero a condición de que ello ocurra bajo  la vigilancia de esa suerte de “ley sensible” aún por construir.

 

Lo interesante de la propuesta es el alcance universal del principio metodológico que la sustenta y que igual vale para defender puntos de vista de protección de los derechos de la mujer ante cualquier forma de violencia o discriminación, de los niños, de los homosexuales, creyentes religiosos, etc. Lo espinoso, la manera tan simple en la cual descubre el verdadero peligro de la transición cubana, esa que Raúl Castro localiza en el 2018; a saber, que el relevo de poder se produzca sin que los nuevos líderes se puedan beneficiar de la enorme carga simbólica favorable que proviene de haber fundado una Revolución, sin que posean el carisma personal de las personalidades distinguibles en su época como líderes de categoría mundial y sin que tampoco –para repartir justicia o reparar violaciones de ésta– les sirva de apoyo un sistema legal desarrollado. Por tal motivo, y antes de que tal punto cataclísmico sea posible, cualquier demanda de fortalecimiento del aparato legal con el cual la Revolución cubana cuide de sus sujetos desfavorecidos, es un modo de contribuir a la permanencia de la Revolución como tal (incluso a su salvación frente al peligro más grande que, si no se le atiende, le esperará).

 

En atención a lo anterior el presente texto quiere ser una compañía al lado del original escrito por Zurbano, pero también se vale de él como un simple punto de partida para desarrollar argumentos que en sólo 1 200 palabras están ocultos; de este modo la debilidad mayor es resaltar e insistir en algo que tal vez no tenga –para el articulista original– la misma significación  que para mí, pero en ese caso lo que finalmente interesa (y que nos supera a todos) es lo que pensamos acerca de la necesidad (o no) de un permanente debate sobre la cuestión racial en esta Cuba de ahora.

 

III
(las valoraciones críticas)

 

Al parecer, quizás sea una cuestión de retórica, la indignación precisa de una suerte de espacio “emocional” donde extender sus argumentos, una zona donde se introduce el discurso mediante el lamento ante el acontecimiento que provoca a escribir y –casi de inmediato- un elogio de la gloria que el texto criticado (de esto se trata) intentaría negar, arrebatar. En periodismo ningún otro elemento suele causar tanta incomodidad como el título de un trabajo, que –por norma general- nos guía hasta la manera con la cual el escritor se va a referir a su objeto: con reverencia, con desprecio, burlándose, queriendo ser objetivo, etc. Puesto que este principio fue cumplido al pie de la letra e igual fue violado el inmediato que le sucede: “verifica la información que posees”, el resultado es una hecatombe ya que la mayor parte de las respuestas no abordan las ideas de Zurbano, sino que derivan alrededor de un título que sabemos cambiado. A la misma vez, once respuestas a Zurbano (varios de sus autores son actores de primer nivel en el escenario de las luchas contra la discriminación racial en Cuba), tal y como leemos en la versión digital del semanario electrónico cubano La Jiribilla (La JiribillaNo. 621, 30 de marzo al 5 de abril de 2013), abren una paradójica segunda puerta a los estudios acerca de la cuestión de la racialidad en Cuba. En momentos como este, y “enganchadas” al malentendido, las ideas quedan girando, por un mínimo instante, encima del vacío y es entonces cuando –como si el tiempo quedara detenido- más fácil es leer los engranajes de la retórica y la debilidad de un supuesto argumento. Allí la maquinaria (del pensamiento) pende ante nuestros ojos: está desnuda.

 

Al precisar la existencia de una segunda puerta me refiero a la manera en la que un texto –que resueltamente se anuncia a sí mismo como enfilado, de modo visceral, en contra del racismo- reproduce con sorpresiva exactitud aquello mismo que jura negar; junto con ello, el modo en el cual –con tal de defender e imponer su argumento– los textos niegan el nivel actual de las ciencias sociales cubanas e ignoran sus resultados. Dicho de otro modo, abandonan la ciencia para llenarse de superchería seudo-ideológica y para hablar de ello centraré la atención en las más sustanciosas de las 11 respuestas a Zurbano: The New York Times y los negros en Cuba,  de Heriberto Feraudy;La Revolución contra el racismo, de Y. P. Fernández; Para los negros, la Revolución no ha terminado, ni para nadie de este lado, de Ernesto Pérez Castillo y Una opinión, de Guillermo Rodríguez Rivera.

 

1. Varios de los textos (Feraudy, Fernández, Nimtz) consideran que Zurbano miente cuando afirma que no hay en Cuba un debate sobre el racismo y ponen como ejemplo una serie de actividades académicas que han tenido lugar en los últimos años. A este respecto es justo agradecer la existencia del nuevo circuito de discusión donde antes había casi nada, pero también recordar que reducir el debate sobre cualquier tema de alcance nacional a lo que ocurre dentro de una pequeña parte del ámbito académico, secuestra la posibilidad de debate público en lugar de potenciarla. Hay que insistir en que el debate académico a ningún nivel (incluso la publicación de un libro), ni el mejor sistema de conmemoraciones posible, ni la realización de esta o aquella reunión sustituyen al debate público en su capacidad de estremecimiento y penetración en las conciencias. El debate público es la suma de todas las tribunas de opinión que el país puede ofrecer a sus ciudadanos; o sea, que no es cuestión de calificar como experto, sino de exponer la voz como ciudadano.

 

2. Varios de los textos (Rodríguez Rivera, Y. P. Fernández, Pérez Castillo) insisten en convencernos de que todos por igual hemos sentido la desaparición del campo socialista, así como las subsiguientes crisis y reajustes económicos; de esta manera desestiman la lógica severa que subyace en el pensamiento de Zurbano: sólo los poseedores de un patrimonio construido en condiciones de ser remozado, situado en zonas céntricas según los intereses del turismo y con el capital necesario para la transformación han estado (y estarán) listos para incorporarse al grupo de actores de la nueva economía de alquileres y “paladares” (a todas luces la fuente inicial del cambio). En este grupo, exactamente por la terrible diferencia histórica entre clases medias o altas muy mayormente blancas y amplios sectores populares y/o pobres (en sus diversas escalas) mayormente negros, es que pueden emerger como los motores de esta nueva economía aquellos que heredaron lo mejor del patrimonio construido en el período pre-revolucionario: gente, en muchos casos, emparentada con los antiguos dueños.

 

3. Del mismo modo, el envío de remesas desde el exterior va a parar a manos de familiares de emigrados, pero como más del 80% de la emigración cubana es de raza blanca es de suponer que igual lo sean sus familiares acá. La suma de tres grupos, el de los receptores de remesas, el de los actores de la nueva economía del sector no-estatal y el de los trabajadores de empresa mixta o el turismo (más sus familias cercanas) a todas luces deben de sumar un tramo mucho mayor que el estrecho “0.1%” con el que Rodríguez Rivera quiere ridiculizar a Zurbano. Tanto aquí como en el tópico anterior hay una abundante bibliografía que los autores debieron de consultar.

 

En este punto la pregunta hay que hacerla de otro modo, más bien volverla de revés cuando se averigüe –dentro de una estructura económica en rápida transformación cuáles son los sectores que visiblemente no están teniendo (o definitivamente no van a tener) movilidad social y cuáles proyectos específicos han sido diseñados para ellos. Sin esto, y por mucho que nos duela, la diferencia histórica impone, una vez más, su peso y su marca.

 

4. Tenemos que aprender a hablar de la particular pobreza cubana, que nos duele también; con una enorme cantidad de protecciones por parte del Estado, con los ejemplos de improductividad o carencias a que nos condena la mentalidad subdesarrollada, en la extraña contradicción que deriva de la coexistencia de una elevada cultura general promedio en la población (toda una victoria de la Revolución), las penurias de la vida cotidiana (clásico “punto crítico” que no consigue ser superado en la Revolución) y la multiplicación de todo tipo de uso y consumo de productos de alta tecnología (desde el celular al satélite). Es decir, un país de contradicciones que suelen ser poco menos que inexplicables –a la misma vez– culto, pobre, atrasado y moderno acerca del cual es muy complejo hablar, donde las protecciones del Estado hacia sus ciudadanos hacen que los 20 CUC de salario promedio nacional representen un real mucho más elevado, pero también es cierto que es difícil encontrar otro lugar del mundo donde los profesionales de primer nivel se vistan con ropa adquiridas en tiendas de segunda mano.

 

Dicho de otra forma, cuando separamos la indignación por los 20 CUC (que supuestamente son el salario medio nacional) del agregado que encima de la cifra colocan los ofendidos (gastos en educación gratuita, salud pública gratuita y vivienda subvencionada, entre otras protecciones ofrecidas por el Estado –que lo mismo incluyen comedores para ancianos a precios subvencionados que el control sobre los precios del transporte y la telefonía pública, por ejemplo), ¿qué nos queda? ¿Cuál es el verdadero salario promedio cubano y, sobre todo, para qué nos sirve? ¿Cuál es la cantidad promedio para sobrevivir y cuál la de ser divertido? ¿Dónde están los niveles de adelanto y dónde los de atraso?

 

Llamo la atención sobre ello para que los indicadores sirvan para entendernos y no sólo para (supuestamente) descalificar contrarios, para entender nuestra pobreza y no sólo para enmascararla.

 

5. Para ofrecer una descripción de las problemáticas pertinentes al tratamiento del racismo en su variante cubana escribe Pérez Castillo, en el artículo muy combativamente titulado Para los negros, la Revolución no ha terminado, ni para nadie de este lado, el siguiente párrafo en apariencia perfecto:

 

“Si bien de pronto los negros tenían derecho a asistir a las mismas escuelas que los blancos, a acceder a los mismos empleos que los blancos, a compartir las mismas playas y el mismo sol sobre la arena que los blancos, lo grave, lo que nunca se les concedió de jure, para decirlo mal y rápido, fue el derecho a seguir cantando sus canciones, a seguir bailando sus pasiones, y a seguir orándole a sus divinidades. O sea, lo que nunca se debatió ni se planteó sobre el papel, en blanco y negro, fue el derecho de los negros a ser negros.”

 

Pese al esfuerzo por demostrar solidaridad el fragmento es una monumental muestra de incomprensión del argumento que se intenta defender y contiene tres planteos horriblemente racistas. Lo primero a decir es que el párrafo opera sobre la idea de que hay un grupo subalterno (los negros) al cual un agente externo (innominado) tiene el derecho de permitirles que sigan “cantando sus canciones”, “bailando sus pasiones” y “orándole a sus divinidades”. En el contexto del párrafo dicho agente externo (al cual, por demás, los negros pasivamente parecer aceptar como gran juez), de estatura cuasi-divinal, no pueden sino ser el grupo de “los blancos” decidiendo destinos gracias al abanico de posibilidades sobre el otro que abre el detentar el poder político. Lo más increíble del aserto es que, de manera implícita, Pérez Castillo ha dicho lo que ni siquiera el Times abiertamente escribió: que el poder político ha sido consistentemente blanco.

 

Además de ello, en una segunda muestra de racismo, el articulista ha construido –para ese grupo del cual se distancia- un catálogo de supuestos signos de identificación y pertenencia; según él esos, “los negros”, tienen “sus canciones”, “sus pasiones”, “sus dioses” y probablemente “sus bailes”. Pero ser negro es mucho más, incluso, que todo lo anterior, por tal motivo –desde el punto de vista del autor– ¿sería posible saber que significa la frase “el derecho de los negros a ser negros”? La simplificación aquí va acompañada de una visión exotizadora incapaz de manejar, dentro del conjunto, a aquellos negros que no tienen dioses, no bailan, ni cantan ni comparten secretas pasiones; es decir, un negro cuyo afrocentrismo esté fundado en otra cosa que la religión. A estas alturas del siglo XXI, además de Gobineau y Lombroso, ¿puede alguien explicarme cuáles son esas pasiones secretas que, al parecer, debo de tener como negro y que lamentablemente ignoro?

 

6. Confieso que algo se me escapa y mi sentido del humor se contrae cuando la condición racial de individuos negros sirve para provocar sonrisas; en esta ocasión porque es de suponer que haya algún chiste oculto tras de la sorna en el siguiente fragmento de Pérez Castillo:

 

“Zurbano es un negro muy pero que muy bien empoderado —le bastan unos pocos, para no decir pobres, ridículos ejemplos: los negros tienen las peores casas y por tanto no podrán hospedar a nadie ni aspirar a crear en ellas cafeterías ni restaurantes.”

 

Puesto que no veo la gracia, imagino que Pérez Castillo no esté intentando sugerir que lo recién dicho es falso; o sea, ¿qué tienen las mejores casas, con la ventaja que ello representa? Claro, ahora entiendo el chiste (pero me gustaría escuchárselo contar en el barrio donde vivo, avecindado con Carraguao, el Pilar, Atarés y el Canal del Cerro). A lo mejor esos que viven en las casas malas también se ríen.

 

7. Además de valer como otra encantadora muestra de racismo involuntario, el siguiente fragmento de Rodríguez Rivera coloca el dedo encima de una llaga sensible:

 

“Para Zurbano, como ocurre en la cultura norteamericana, lo no puramente blanco es negro. Pero llamar negro a un mulato únicamente apresa una porción de su identidad. Zurbano reclama lo que llama un “conteo preciso de los afrocubanos”, pero esa precisión quedaría vulnerada al “contar” como negros a los mulatos, en los que la ascendencia española coexiste con la africana.”

 

Llaga y racismo involuntario se explican cuando recordamos que la distinción entre blancos, mulatos y negros (en especial entre los dos últimos, los subalternos) no tiene más contenido que aquel que le asigna la dominación. Olvidar que para los mulatos que cortaban caña en condiciones de esclavitud no había otra “porción de identidad” que reclamar sino esa, es algo que no puede sino mover a risa. Pasar por alto que la división cubana entre negros, mulatos y blancos es algo que debe de ser aceptado (en cuanto a que representa la auto-percepción de los individuos y aquellos grupos dentro de los cuales creen moverse) a la vez misma que criticado como efecto de la dominación (en tanto aliena y establece un supuesto estamento intermedio que difumina la contradicción fundamental entre negros y blancos como reflejo –más o menos especular- respecto a la contradicción básica entre desposeedores y desposeídos).

 

IV
(los negros)

 

Esos a quienes Pérez Castillo denomina “los negros” (y que parecen ser los menos empoderados del conjunto posible de todos los afro-descendientes cubanos) no sólo son la Revolución, sino que la llevan sobre sus hombros. Y la llevan a tal punto que la subsistencia del proceso, en última instancia, depende de su relación con ellos, puesto que se trata del más preterido de los sectores a quienes hizo la promesa de emancipar; dicho de otro modo, con independencia de si los líderes son violetas y azules, si esta relación se alienara entonces la Revolución quedaría vaciada de sentido. Por eso, dentro del nuevo Estado, ningún asunto merece la importancia de éste, ni es tan conflictivo, ni puede –potencialmente– llevar a tantas divisiones; pero, a la misma vez, ninguno precisa tanto de una crítica y vigilancias permanentes, incansables, incluso desesperadas.

 

Ser negro es haber aceptado esto y firmado con la Revolución un pacto no escrito, al menos en aquellos negros que la apoyan; un pacto tan de la carne y de los huesos, tan salvaje, que incluso cuando el espacio de la Revolución ha servido lo mismo para propiciar adelantos justos que olvidos lamentables, el pacto se mantiene y es renovado. La renovación del pacto es seguir respondiendo a la convocatoria (tan descabellado fue el impulso democrático que la Revolución dio a la cuestión racial cubana), lo mismo en una votación del Poder Popular que esperando un ómnibus durante largas horas. La renovación del pacto es seguir aguardando y creyendo que este es el espacio donde la movilidad social va a ser posible y justa, a pesar de cualquier evidencia o dolor; no en vano mucho de “ser negro” está en la conexión que tenemos con dolores y evidencias anteriores, historias de frustración o desprecio donde el color de la piel, el ancho de una nariz o labios, el rizo en el cabello duro actúan como obstáculos poco menos que invencibles.

 

La mayor parte de las veces son hechos del pasado como la imagen de mi padre, que soñaba con ser esgrimista en la Marina de Guerra “de antes” y, por negro, se hubo de contentar con alzar pesas; él me contó, sólo una vez, de su tristeza al contemplar a través de los cristales a los esgrimistas –vestidos de blanco y blancos todos– en el salón de oficiales en el Mariel. Otras veces, sin embargo, se trata de sorpresas del presente como las veces en las que (en consultas médicas, por ejemplo, o llevando en el coche a nuestra hija) a mi esposa le preguntaban que si la estaba cuidando (mi esposa es de cabello rubio); o cuando a mi hija, sus compañeras de aula, le dicen que ella debe de ser adoptada. Ser negro es una acumulación que lo mismo incluye tales sorpresas humillantes como igual el elogio, humillante también, de quienes (tras de escucharme hablar con elocuencia) me han dicho que se les “olvida” o que no parezco negro; en el peor de los registros, todavía tengo que agregar a aquellos otros de los que –rabiosos por algún motivo- alguna vez escuché: “negro sucio”, “negro de mierda” “tenías que ser negro”, “si no la hacen al final, la hacen a la salida”. O incluso, hasta esos otros –que queriendo demostrar cuánto me distinguen, dicen: “no lo tomes contigo, porque tú eres distinto…”

 

Ser negro de la Revolución es pasar todo eso, y más, y seguir confiando y esperando, convencido de que –a pesar de sus innúmeros defectos- ningún otro proyecto de país ha sido (ni será) tan inclusivo con negros y –en general– con “muertos de hambre históricos”, negros y blancos, como éste. Pero ello incluye, además, la voluntad de mejorar este mundo, de criticarlo con la violencia del amor que entrega todo (nuestras vidas) y querer transformarlo y completarlo porque aquí van nuestros hijos; es decir, la larga línea de la euro/afro-descendencia.

 

V
(final)

 

Entre los textos que critican a Zurbano no son pocos los que manifiestan disgusto porque su artículo está orientado a resaltar una futura fecha problemática para la cuestión racial cubana: el año 2018, cuando definitivamente se retirará el actual presidente del país, Raúl Castro, y cuando presumiblemente quede establecido el fin de los liderazgos “históricos” en el país (entendiendo como “liderazgo histórico” el de aquellas figuras políticas que hicieron –desde antes de 1959– la Revolución. Para Zurbano resulta poco realista esperar que, para entonces, haya un presidente negro dada la “insuficiente conciencia racial” en la población, cosa esta que le ha traído acerbas críticas de quienes piensan que la agenda implícita del artículo es reclamar un Obama para Cuba; sin embargo, quienes así piensan carecen de la fineza necesaria para captar que el núcleo de la demanda es un orden utópico en el cual –sin que resulte traumático- pueda ser elegido el imaginario presidente negro del país. No al estilo norteño, donde de cada grupo racial son “salvadas” parcelas (la dura economía del capitalismo operando sobre lo que, hace ya mucho, Nicolás Guillén denominó “el camino de Harlem”), sino a la particular manera cubana donde (siguiendo el modelo martiano) la política no sólo se piensa “con todos y para el bien de todos”, sino en beneficio de aquello que también Guillén denominó el “color cubano”.

 

Es por ello que en el texto de Zurbano la posibilidad de un presidente negro pasa antes por un paso previo fundamental: alcanzar el estado de “conciencia racial” adecuado y para ello el paso primero es descolonizar el pensamiento en tanto sólo habría conciencia racial en tanto se renuncie a la significación identitaria de la división (al servicio de la dominación entre blancos, mulatos y negros). Por tal motivo es que centra su atención en el censo de la población y el mecanismo de su realización. En este punto, en un país donde las teorías del mestizaje fueron útiles para combatir el racismo (durante el período republicano, por ejemplo, con Ortiz), la verdadera pregunta dura para las ciencias sociales de hoy es si acaso hay un ángulo desde el cual la producción del mestizo inferioriza al negro; es decir, exactamente no continuar el tipo de lectura que privilegia Rodríguez Rivera (a propósito del vínculo cultural con Europa y lo europeo, considerados como “natural” y “normal”), sino raspar la realidad de las percepciones en blancos, mulatos y negros para encontrar lo contrario: el vínculo cultural con la otra ala, África y lo africano.

 

Según lo anterior las preguntas hay que hacerlas a eso que falta para poder realizar la ilusión; es decir, a lo que pueda significar esa “conciencia racial” (todavía “insuficiente”) de la que habla el artículo. La pregunta a realizar es por qué en un país como Cuba merece tal destaque, al punto de quedar revelado como el mecanismo central de lo político, ese medidor al que Zurbano denomina la “conciencia racial”. La única forma de responder a esto es suponiendo que tal grado de intensidad de la conciencia, que puede ser alcanzado (y, por tanto, enseñado) implica –más que un asunto de colores de piel– una puesta en claro de la relación histórica entre poseedor y desposeído, una relectura de las historias de la hegemonía, la subordinación  y la resistencia. Por tal motivo la única forma de que exista un presidente negro en un país de raíz esclavista no es triunfando en lo político (el caso Obama), sino trastornando las conciencias (todavía hoy la utopía cubana).

 

La radical diferencia entre ambos países brota de los caminos distintos de sus historias raciales que, en el caso estadounidense, enfilaron hacia aquello que Guillén denominó “el camino de Harlem” (lo cual incluye el desarrollo de una poderosa intelectualidad negra con estructura de gueto) mientras que del lado cubano la obsesión discursiva giró alrededor del mestizaje. De esta manera, mientras que cuando Obama es elegido presidente recibimos un efecto tardío de las luchas por los derechos civiles de los 60 en el pasado siglo, la no posibilidad de un hipotético futuro presidente negro cubano (en la visión de Zurbano) explica su sentido a partir de la insuficiencia de la conciencia racial, lo cual equivale a un vaciamiento en el sentido de las luchas cubanas por la igualdad.

 

Desde esta óptica importa menos la presidencia de la República que averiguar si la intensidad de las luchas por la igualdad ha disminuido en el país. Cualquier lógica, incluso aplicada en su mínimo, nos indica que eso que los críticos de Zurbano festejan (la multiplicación en fecha más o menos recientes de las intervenciones a propósito del racismo y la discriminación racial en las más diversas tribunas académicas) debe de obedecer, también, a algún tipo de carencia en la vida real; dicho de otro modo, a un aumento de la desigualdad por motivos de raza o de las tensiones entre los grupos y, sobre todo (y acaso lo peor) a las disminución de la intensidad en el caráctercompartido de la preocupación y la vigilancia al respecto. De otra manera estaríamos aceptando que tales circuitos discursivos son espacios muertos, de mero hedonismo intelectual y sin  conexión con la vida.

 

VI
(el deseo)

 

Hace tiempo, mientras cruzábamos el Parque Central en dirección al Capitolio, Zurbano y yo fuimos requeridos por un policía para que presentásemos nuestros carnés de identidad; era alrededor de las siete de la noche y a nuestro alrededor, moviéndose en una u otra dirección, había centenares de personas. Después de que nuestros nombres fueron controlados y los carnés devueltos, no pude sino preguntar al policía que por qué nos había requerido; incómodo ante una pregunta que, a todas luces, no esperaba, el agente nos dijo que tenía el derecho de solicitar carnet a todo aquel que considerase sospechoso. “Pero, ¿sospechosos de qué? Lo único que usted ha visto es a dos negros con mochilas cruzando una calle en la que, a esta misma hora, hay centenares de personas… ¿por qué a nosotros?”. Le pedí al agente que me perdonara y le expliqué que me sentía incómodo porque la persona que me acompañaba era el vicepresidente de los escritores de todo el país y yo mismo había ganado en fecha reciente el premio más importante de poesía a que se podía aspirar en el país. El policía, mulato, nos dijo que él también había estudiado –en su caso la licenciatura en Derecho– y que entendía nuestra incomodidad, pero que también nosotros teníamos que entenderlo a él; que diariamente recibía, desde el walkie-talkie, la descripción de cien presuntos participantes de actos delictivos y que en el 95% de los casos estas eran de negros. Al final los tres terminamos conversando que era una lástima que algo así ocurriera y nos despedimos.

 

Confieso que me agradó ese policía que había estudiado y que era parte de una cadena mucho más grande que nosotros, pequeños seres que coincidimos esa vez; pero no me calmó la vergüenza, sino que la sentí viviendo durante días en los que traté de acomodar lo sucedido y el dolor, como si me rompieran por dentro, de aquella cifra apabullante. Sobre todo, porque gracias al beneficio que brinda ser escritor (y eso a lo que llamamos “la cultura”) conseguí la suficiente calma y coherencia como para articular mi desagrado, ser escuchado y dialogar; pero es lo mismo entonces que puedo exigir para no ser molestado sin razón por autoridad alguna. Para obtener esto no necesito ser escritor, sino sólo trabajador y ciudadano. Y por eso, lo que quiero de quienes pretenden ser solidarios conmigo, no es que me defiendan con fórmulas librescas, sino que (como yo) no puedan dormir, que sientan que los queman y los parten por dentro. Lo mismo en un cuento como el que hice que cuando visiten un aula universitaria y descubran, si les llamase la atención, una sospechosa poca cantidad de negros o cuando les parezca que están sub-representados en el concierto de la orquesta sinfónica, o sobre-representados en el grupo de danza folklórica o entre los obreros de una obra de la construcción. Tenemos que aprender que tanto la ausencia de participación como el exceso de esta, la “sub” y la “sobre” representación son indicadores de que algo, en alguna parte, falla. Mientras no sea así, muchos gestos de supuesta solidaridad me parecen falsos, fríos, librescos, formulaicos, formales, ajenos todavía a la inmensa potencialidad transformadora de la Revolución en la que estamos.

 

VII
(un poco de poesía)

 

Qué manera de trabajar y trabajar y trabajar y trabajar.

 

Iban siendo erigidas las edificaciones e instituciones y una parte de la cabeza quería fugarse de todo aquello, enfilar selva adentro hasta donde hubiese –sin dentellada– un poco de paz y de sombra.

 

Pero la otra, doscientos años por delante, soñaba y veía a los descendientes entrando, sonrientes, a todas partes.

 

Abuelo, bisabuelo tatarabuelo –y aún más lejos y profundo en el tiempo– hablaba y decía: “muchacho, todo esto lo armé para que lo uses”.

 

Por eso cuanto hoy rodea es mío y lucho para que lo sea.

 

Por eso soy más que cualquier amargura que pueda filtrarse: tremenda alegría, tremendo trono.

 

Revolución: el espacio de toda la libertad posible, siempre por construir.

Construcción de consensos

Gisela Arandia

12 de abril de 2013

 

¿Podrá la sociedad cubana construir un consenso para romper con el racismo actual e histórico y, al mismo tiempo, aprovechar las oportunidades revolucionarias?

 

 “…Lo peor para los pueblos negros no es haber sido víctimas, durante siglos, de la mayor deportación de la historia de la humanidad, la trata de esclavos; lo peor es que ellos mismos hayan interiorizado, hasta cierto punto, el discurso racista inherente a esa práctica y hayan terminado por creerse inferiores; que hayan prestado oídos crédulos y a veces cómplices a las voces que pregonaban en todos los tonos su inferioridad congénita”. 

Nicéphore Soglo

 

El debate surgido en los últimos días a propósito de un artículo de Roberto Zurbano, publicado en el diario estadounidense, The New York Times, nos ha tirado a la cara de modo virulento la pertinencia del racismo cubano. Un fenómeno que sigue insertado en los intríngulis más ocultos y sofisticados de nuestra consciencia social. El discurso racista con plena vigencia, es capaz de lanzar ráfagas de hostigamiento, con insólitas tesis para el mundo moderno, donde irrumpen ideas arcaicas desde las zonas remotas del pensamiento como parte de un imaginario social que todavía niega su existencia. 

 

No pretendo con esta reflexión, colocar un enfoque a favor o en contra del texto que creó la polémica, pues me pronuncié desde ARAC en un documento consensuado participativamente, dado a conocer al inicio del debate. La intención de esta reflexión es aprovechar el debate para analizar el estatus del racismo y su correlato la discriminación racial, en el contexto de la sociedad cubana. Un tema que, a pesar  de su impacto significativo en la vida cotidiana de miles de familias negras, no cuenta todavía con la prioridad requerida.

 

Desde mi punto de vista, tres conflictos acompañan la problemática racial a lo largo del tiempo en Cuba. La más trascendental ha sido la falta de una voluntad política atrevida, capaz de enfrentar los múltiples riesgos que el tema implica, como consecuencia de la baja consciencia racial y el rechazo histórico para asumir el racismo como un conflicto vigente en el país.

 

La segunda dificultad fue pensar que el impacto revolucionario solucionaría de modo automático la problemática racial. Ese enfoque condujo paralelamente a un mimetismo que encubrió las manifestaciones de racismo, mientras que el silencio incidía en la conformación de un consenso que rechazaba abordar el tema. Ese vacío político ha entorpecido la comprensión sobre el impacto de la  discriminación racial  como un tema decisivo de la nación. El reto ahora sería dejar atrás la herencia cultural de un imaginario social de racismo antinegro que, aunque no siempre es consciente, ha formado parte de una idiosincrasia que carga con esa responsabilidad colectiva.

 

El tercer obstáculo —el más trascendente— ha sido la falta de unidad estratégica, precisamente, en la población negra cubana. Experiencias recientes mostraron ya una gama de dificultades, algunas de las cuales provenían incluso de desacuerdos del liderazgo negro mismo, lo que finalmente ha sido utilizado como pretexto y argumentación para descalificar la posibilidad de un proyecto nacional que tenga como propósito eliminar la discriminación racial. Claro que este fenómeno no es una casualidad sino una causalidad promovida desde hace siglos. 

 

Aplicando una lógica epistemológica, estos tres impedimentos no se presentan aisladamente, sino que interactúan en muchas ocasiones simultáneamente, conformando una atmósfera desfavorable al debate abierto y profundo. Como ha sucedido en diversos momentos históricos, resulta difícil alcanzar un consenso dentro de las vanguardias revolucionarias en los distintos periodos de lucha. Si observamos el papel de la intelectualidad blanca y negra ilustrada —y también en la población negra cubana en general—, nos topamos con un amplio y complejo espectro de disensos para coordinar alternativas que faciliten propuestas que permitan crear un programa para la equidad racial.

 

Pero el pretexto político más devastador  que ha enfrentado la racialidad, lo constituye aquel que coloca el tema como un factor de riesgo que divide a la nación, lo que ha significado que para que la nación exista, la población negra debe aceptar sumisamente el modelo de inferioridad y subalternidad por tiempo indefinido. Es decir, conformarse con transitar por la vida como ciudadano de segunda categoría, una clasificación impuesta desde la época colonial y reproducida al pasar el tiempo con diferentes formatos.

 

El clímax para disuadir cualquier intento de análisis sobre la racialidad ha estado en la siguiente frase: “Si todos ya somos cubanas y cubanos, para qué ventilar un asunto que pudiera fragmentar la existencia de la nación misma y fomentar divisiones sobre conflictos inconclusos”. Una tesis que ha estado presente desde la época fundacional, cuando las autoridades hablaban siempre del peligro de una “guerra de razas”, pero en realidad el problema era el miedo al negro. Un problema que tenía su génesis en el peligro de un movimiento antiesclavista, emancipador y libertario de la población negra, inspirado en la repercusión de la revolución haitiana.

 

La falta de consenso para discutir públicamente la racialidad en Cuba se expresa en diversas maneras de rechazo; la más generalizada es cuando, por alguna circunstancia imprevista, como el debate actual, el tema adquiere un espacio público. En ese momento es posible apreciar con una nitidez pasmosa, discursos racistas con argumentos envejecidos y poco históricos, como el famoso Leimotiv: “Cuidado con la unidad nacional”.

 

En la secuencia siguiente, aparecen unas réplicas que recurren a pretextos pueriles, no por su contenido, sino porque están ajenos al contexto donde se está desarrollando el conflicto. Por ejemplo, un ardid clásico es arroparse en citas de Nicolás Guillén, Fernando Ortiz o en el argumento más corrosivo que es vincular las críticas cubanas al racismo, con una supuesta adhesión al enfoque afroamericano, lo que significa en la política cubana una descalificación conceptual y una identificación con EE.UU.

 

Las supercríticas a los pronunciamientos antirracistas —las que  pueden transitar con mayor o menor acierto—  pretenden, generalmente, expresar el apoyo a la Revolución desde un encubrimiento y complicidad. Suele decirse que hablar del racismo afecta la integridad del proyecto revolucionario, aunque no mencionan suficientemente la que Fidel dio al tema:

 

“El problema de la discriminación racial es, desgraciadamente, uno de los más complejos y difíciles de los que la Revolución tiene que abordar (...) Quizá el más difícil de todos los problemas que tenemos delante, quizá la más difícil de todas las injusticias que hemos padecido en nuestro medio ambiente es el problema que implica para nosotros el poner fin a esta injusticia que es la discriminación racial, aunque parezca increíble.”                  

 

Fidel Castro, 25 de marzo de 1959

 

No pretendo negar que la ciudadanía, y los intelectuales en particular, ejerzan todo su derecho para criticar cuanto discurso asome a la luz pública. Pero lo que sucede en este caso es que la argumentación no solo rechaza la existencia del racismo, sino que trata de impedir la socialización a un tema decisivo, no solo para la población negra y mulata sino para toda la nación cubana. Los análisis insisten en disolver el racismo de modo directo o solapado, para tal propósito cuentan con un formulario de enfoques reiterados que analizan el tema como si se tratara de un asunto literario cualquiera.

 

En ocasiones, aquellos enfoques simplistas pretenden descalificar la crítica, venga de donde venga el tema; pero no profundizan en las causas reales del conflicto y, por tanto, no favorecen la aparición de un consenso fuerte que ayude a la apertura del tema. Un procedimiento que muchas veces deja las ideas sueltas, en la superficie, como una ola que se aleja de la costa, como si se tratara de una invención callejera, carente de contenido ideológico medular para la sociedad cubana.

 

El desafío aquí y ahora debería contribuir a fortalecer el consenso indispensable que permita visibilizar el racismo de modo objetivo y concreto, como única alternativa para encontrarle las soluciones dentro del proyecto revolucionario. Sin especulaciones, subterfugios y recetas extemporáneas —como aquella manida de “Todos somos cubanos”—. La cuestión no es utilizar como pretexto las posibles dudas sobre los avances obtenidos en más de medio siglo por el proyecto, sino transformar esa realidad adversa que está ahí y demanda de una mirada desprejuiciada de cualquier persona cubana, extranjera o llegada de la luna.

 

Un ejemplo del poco consenso hacia la racialidad, es el fenómeno sintomático que se expresa en la negación del racismo. Por ejemplo, cada vez que una persona negra pretende denunciar un acto de discriminación racial, su integridad moral es puesta en tela de juicio, intentando afirmar que se trata de un enfoque que está fuera de la Revolución, incluso a pesar de las claras intervenciones de Raúl Castro  con respecto al tema, quien lo calificó como una vergüenza para los ideales del proyecto.

 

Ante la posibilidad de un debate sobre el racismo, aparecen de inmediato posturas patéticas que buscan —consciente o inconscientemente— prolongar la evasión, utilizando impunemente argumentos que cierran de inmediato el paso hacia una reflexión colectiva que ayude encontrar las soluciones prácticas contenidas en la ideología misma de la Revolución.

 

La creación de ARAC (Articulación Regional Afrodescendiente de América Latina y el Caribe, constituida en La Habana en septiembre de 2012), está intentando desafiar el mito del racismo, en el nuevo escenario político y económico al mostrar la polarización histórica racismo-pobreza. Una realidad que, en los últimos años, lamentablemente ha ampliado las brechas de acceso a mejores condiciones de vida para los grandes sectores de la población negra cubana que permanecen en condiciones de mayor pobreza y dificultad para su movilidad ascendente.

 

Porque la paradoja cubana, ha estado en no utilizar aquellos espacios de la institucionalidad que pudieran revertir el impacto del racismo en la sociedad actual. ARAC está propiciando ahora, por primera vez, un diálogo de trabajo con espacios no institucionalizados desde donde es posible organizar propuestas diseñadas con la participación de liderazgos comunitarios y personalidades desde la base de la sociedad, donde puedan converger grupos y personas diversas.

 

ARAC en Cuba está intentado también abrir un camino hacia la posibilidad de encuentros y negociaciones en la sociedad cubana, sin miedo para establecer alianzas en espacios institucionales e informales. Lo que implica una responsabilidad y, al mismo tiempo, concertar un compromiso para la intelectualidad negra junto con un sector de artistas, escritores y personalidades blancas conscientes del problema, que intentan también buscar formas para eliminar el racismo y la discriminación racial.

 

Esta oportunidad incipiente aún, modifica en un aspecto mínimo todavía el obstáculo primordial: la poca atención política. Paralelamente, se abren puertas a proyectos que deben contar con más decisión y participación de las comunidades. El reto en los momentos actuales, estaría en poder diseñar una agenda consensuada que tenga como hilo conductor un plan de acción colectivo. Hace unas semanas, la inclusión de un dirigente negro al frente de la Asamblea Nacional y de un grupo notable, sobre todo de mujeres negras, en la esfera de estamentos ejecutivos pudiera ser el anuncio de una inclusión más efectiva con intencionalidad.

 

Se trata, entonces, de explorar aquellas oportunidades realizables con propuestas específicas, una situación que exige al mismo tiempo derribar las dificultades clásicas emanadas del ocultamiento a la discriminación racial. Está claro que muchas de las incomprensiones son el resultado de siglos de opresión de colonialidad, en una circunstancia en las cuales el racismo ha sido negado de modo dogmático.

 

La idea es poder rebasar esa estructura mental de matriz antinegra que tiene su origen en corrientes de pensamiento heredadas de una cultura de la hispanidad que no acepta, todavía, compartir la toma de decisiones en completa igualdad social. Para ese segmento de la sociedad cubana que no entiende o no quiere entender el racismo, las soluciones están dirigidas solo con opciones paternalistas que tienen como base un catolicismo primitivo que no busca soluciones, sino propuestas pequeño burguesas, como “darle” a los negros algunas “cosas”; pero no reconocen que el problema no es dar, sino compartir la igualdad y la equidad. Porque la población afrodescendiente en Cuba se ganó hace siglos el derecho a participar plenamente en la toma de decisiones en la nación que fue construida con su aporte decisivo, en el trayecto por la liberación nacional.

 

El tercer espacio de conflicto para el consenso está en la propia población negra y mulata que, en ocasiones, está también contaminada con procedimientos de  subalternidad impuestos y afianzados en la desconfianza y la sospecha, resultado del modelo etnocentrista de dominación que por siglos ha inducido a la desunión de la población africana y también de su diáspora, para explotar mejor su energía laboral. El impacto de la colonialidad desde la perspectiva histórica ha promovido la supremacía de la blanquitud y, al mismo tiempo, ha tenido una incidencia en el  principio de “Divide y vencerás”. Un dilema donde es posible observar que hay personas negras que, a pesar de creerse antirracistas, son vulnerables a la manipulación de expresiones racistas.

 

La ausencia de una comprensión más coherente acerca del racismo como parte de un conflicto global, daña las percepciones humanistas más elementales y se expresa también en falta de adhesión política clara y sobre todo de solidaridad.

 

Se trata de una incapacidad que sobrevive en el imaginario social contaminado por formas de subalternidad como resultado de una política que pretende mantener la inferiorización de las personas no blancas. Un mecanismo que responde a antagonismos individuales y colectivos, como consecuencia de una débil autoestima, que es el resultado de las diversas formas del racismo, con el objetivo de impedir el surgimiento de estrategias que permitan legitimar proyectos conjuntos de políticas públicas para la reivindicación de negras y negros.

 

Al debilitar el mito del silencio, pueden surgir múltiples propuestas de creación colectiva que tengan la legitimidad que el asunto exige. Entonces, sería preciso explorar el tema desde aquellos aspectos del conflicto histórico que conforman el tercer impedimento al interior de la población negra y habría tal vez que formularse varias preguntas: ¿Qué  metáforas históricas sobreviven y conspiran para alcanzar un consenso indispensable en el propio contexto de la población negra con su amplia y diversa gama de enfoques?  ¿Es que las limitaciones son solo históricas? ¿Culturales? ¿Miedo a ser manipulados nuevamente? ¿Una baja autoestima que se traduce en ocasiones en prepotencia? ¿Traumas fundacionales ancestrales que están presentes en una subjetividad colectiva como respuesta al dolor, el maltrato, o la discriminación sufrida?

 

Las respuestas a estas preguntas deberán ser esclarecidas a partir de un debate de la población afrodescendiente en espacios participativos donde sea posible expresar sus ideas, frustraciones, sentimientos y sueños, sin cuestionamientos políticos, como parte de una historia que exige ser contada. Solo un proceso transparente que tenga como escenario un debate público hará posible derribar aquellos obstáculos que debilitan el consenso para asumir la lucha contra el racismo como un fenómeno decisivo que atañe de modo directo la justicia social en Cuba. El paradigma histórico de dominación ha promovido la división y la fragmentación en grupos con similares problemáticas, para impedir que se constituya una unidad estratégica. Dolorosamente, se trata de una actuación que se repite cíclicamente en diferentes geografías, a veces sin causas aparentes.

 

El desafío entonces queda del modo siguiente: ¿Podrán imponerse nuevos códigos que dejen atrás aquellas historias que tanto daño hicieron a la lucha de la población negra por varios siglos y abandonar ese tipo de polémicas como la que tuvo lugar entre Juan Gualberto y Morúa Delgado? Sabemos que la enmienda Morúa propició ese momento fatídico de la masacre de 1912, donde fueron asesinados muchos protagonistas por la emancipación de la población negra que dejó además una secuela espiritual de dolor con un impacto devastador en las personas negras a lo largo de todo el siglo XX. 

 

Ahora las preguntas sobre el consenso serían: ¿Prevalecerá una vez más el ambiente libresco donde un grupo, consciente o inconscientemente castra las voces de negras y negros que no han tenido la oportunidad de expresar sus ideas de reivindicación y que hoy la Revolución intenta ofrecer? ¿Surgirá un consenso nacional que permita asumir de manera definitiva la lucha contra el racismo, como parte inseparable de la búsqueda revolucionaria para crear una sociedad más justa?  

 

Recientemente, luego del fallecimiento de Hugo Chávez, Nicolás Maduro decía con mucha fuerza que se ha roto el estigma de la traición histórica que segó la vida de importantes líderes en la lucha por la emancipación y comentaba que ahora el desafío sería vencer el estigma de la derrota. Su frase podría aplicarse también a la realidad cubana portadora de una africanidad que no solo está presente en la población afrodescendiente, sino que es parte inseparable del espíritu de lucha y unidad estratégica de la nación, donde negras y negros no pueden quedar excluidos del protagonismo que le corresponde en todas las esferas de la sociedad bajo ningún pretexto.

El desprendimiento de Roberto Zurbano

A. C. San Martin Albistur

12 de abril de 2013

 

Ya en un debate de la última Feria Internacional del Libro, el ensayista y funcionario había hablado de un proyecto de nación que no es precisamente el de este medio siglo.

 

Cuentan que Nicolás Guillén aconsejaba a sus allegados alegar enfermedad ante la obligación de asistir a una reunión de análisis crítico sobre alguna persona o tema engorroso. Y, aunque la estrategia del poeta ha sido explotada hasta el cansancio, aún se utiliza, cómo veremos.

 

Quienes no asisten por “enfermedad” pasan la papa caliente a sus colegas. Eso pareció sucederle a Roberto Zurbano durante su participación de última hora en el panel “Literatura e ideología, esquemas y omisiones”, presentado en la última edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana.

 

Los panelistas planificados, Desiderio Navarro y Omar Valiño, alegaron enfermedad para justificar su ausencia. Zurbano, que al parecer pedía a gritos ser censurado, sustituido como director del Fondo de Casa de las Américas o aniquilado públicamente, ofreció su cabeza.

 

Cualquier criterio racial que haya escrito Roberto Zurbano en su artículo de The New York Times no supera los criterios vertidos durante ese debate de la Feria del Libro. De forma directa, el escritor expuso su opinión sobre los cambios necesarios en la política editorial cubana. Habló de un proyecto de nación que no es precisamente el que se practica hace más de medio siglo en la Isla.

 

Criticó la política de omisión de los valores culturales de la emigración. Condenó los silencios, la censura de internet, la ideologización de los debates… Fue una intervención crítica, un primer paso hacia al cadalso.

 

Jorge Ángel Hernández, moderador inicial devenido en panelista debido a las “enfermedades inesperadas” intentó ser crítico, pero el cantinfleo ahogó sus palabras.

 

Lo curioso de aquel evento es que Hernández pataleó su retractación en La Jiribilla como respuesta a lo publicado en DIARIO DE CUBA, defendió su estatus. Zurbano, en cambio, asumió sus argumentos críticos, planteados con anterioridad públicamente.

 

Zurbano sabe las dificultades que implica el debate en Cuba. Conoce las consecuencias de la crítica, por lo que su descenso de cargo no lo ha de haber tomado de sorpresa. En más de una ocasión él abordó el problema de la autocensura latente en la crítica y el debate cubano. Así que debe de saber que la solución de estos problemas está llena de inconvenientes.

 

“Es muy difícil entrar en el debate cubano, la gente se prejuicia mucho a la hora del debate y no entra en un intercambio de ideas”, expuso entonces Zurbano. Para él los debates no llegaban al final del tema, “generalmente no se ven intercambios de ideas, se ven posiciones de atrincheramientos sin paz”.

 

Paz es lo que debe faltar en la vida de Roberto Zurbano en estos momentos. La destitución de su cargo es el primer paso hacia el mundo de los discordantes, un espacio multiplicado por cero.

 

Las razones de Zurbano para arrojarse hacia el espacio cero pueden ser muchas, pero en ninguna cabe la ingenuidad. Si algo lo habrá impulsado hacia la zona de anulación gubernamental es su criterio de que el cambio en Cuba marcha lento y no con la rapidez que añoramos los cubanos. Para él esta lentitud no ejerce sobre la ideología los cambios que deseamos. “Queríamos que eso ocurriera rápido, ahora cuando va a ocurrir, hay una vieja mentalidad que se resiste a ese tipo de cambio”, dijo.

 

En la Isla, la crítica y la cordura no forman parte del diálogo de los funcionarios gubernamentales. Abordar de forma crítica el problema racial dentro de la revolución fue el tiro de gracia. El eco que dejaron sus palabras no cayeron en el vacío, se acumularon en un expediente con todas las discordancias de su discurso.

 

Con la destitución de Zurbano, el Gobierno deja bien claro los límites de las discordancias.

 

Por el momento el antiguo director del Fondo Editorial de Casa de las Américas hace apología desde posiciones revolucionarias. Es el primer paso hacia el desprendimiento de “una vieja mentalidad que se resiste a los cambios”.

Todos contra Zurbano

Leonardo Calvo Cárdenas

10 de abril de 2013

 

Pocos días después de que el Dr. Esteban Morales, en el marco de un debate sobre el tema, hiciera un enardecido llamado a convertir la problemática racial en un motivo de discusión política en todos los ámbitos de la sociedad -bajo control del Estado, claro está-, se erige como uno de los críticos contra las valoraciones vertidas en el diario norteamericano The New York Times por el destacado intelectual cubano Roberto Zurbano, acerca de las particularidades y perspectivas de la situación social y económica de los afrodescendientes cubanos.


Cuando se unen la orfandad de argumentos, la ausencia de valor y honestidad para aceptar esa orfandad y además la necesidad imperiosa de impugnar a toda costa la opinión independiente, el ser humano se acerca irremediablemente al ridículo.

 

Sin tiempo apenas para reflexionar y valorar profundamente los siempre atinados y meridianos planteamientos de Zurbano, varios intelectuales oficialistas salieron al paso del destacado crítico y ensayista, con una serie de desfasados planteamientos que provocan risa y pena al mismo tiempo.

 

A la andanada de descalificaciones con que varios personeros intelectuales del gobierno bombardearon a Zurbano, se incorporó el profesor Esteban Morales, especialista en economía y política norteamericana, por muchos años funcionario académico oficialista e “invitado” de última hora al debate intelectual sobre la problemática racial, dentro de la cual asume, poco convincentes, poses de crítico radical, dirigidas todas a no admitir que rocen ni con el pétalo de una flor al gobierno cubano, responsable de los retrasos y desigualdades que hoy sufren los afrodescendientes en nuestra Isla.

 

El Dr. Morales, al parecer presa de la premura y la desesperación que provoca ser apurado a responder lo que no tiene respuesta, dice y se contradice en su texto constantemente, para, después de una cansona perorata, llegar a la conclusión de que: “Ese lastre colonial esclavista, no fue posible borrarlo en los años de Revolución, a pesar de lo humanitaria y radical que esta haya podido ser. Es esta la explicación de muchas de las desigualdades y dificultades sociales que aún arrastramos y que la Revolución, iniciada en 1959, trataba de solucionar.”

 

El Dr. Morales no fue capaz de darse cuenta de que es precisamente de eso de lo que habla Zurbano, pero además tampoco admite en qué medida han perjudicado la calidad de vida e inserción social de los afrodescendientes los diseños y dictados económicos del gobierno, los que, sin aportar soluciones viables a la crisis del modelo, profundizan las desventajas y desigualdades sufridas por este importante sector de la sociedad.

 

El Dr. Morales y sus compañeros de la urgente cruzada anti Zurbano, insisten en argumentar solo a partir de lo que las autoridades han intentado, logrado o no logrado hacer en materia de igualdad socio-racial, dejando sin remedio a los ciudadanos en condición de objetos pasivos de la hegemonía omnipotente del poder absoluto.

 

Tal posición refleja con total nitidez cuanta desconexión de la realidad y de las actuales tendencias de interrelación social padecen los gobernantes cubanos y sus voceros. No quieren, no pueden y no les conviene admitir que la modernidad, la prosperidad y la justicia se construyen sobre los cimientos de la independencia y el empoderamiento cívico, económico y cultural de los individuos y las colectividades.

 

Zurbano hace sus valoraciones sobre el presente y el futuro de Cuba, mientras que sus impugnadores establecen un diálogo justificativo y auto complaciente con un pasado cuya realidad sesgan y manipulan a conveniencia, para sustentar la imagen de los revolucionarios salvadores supremos. Basta con algún otro fragmento del texto del Dr. Morales:

 

“Afirmar que ‘para los negros cubanos la Revolución no ha comenzado’, no se sostiene, ni aun dentro de la compleja realidad cubana de hoy. Verdadera encrucijada dentro de la cual el país trata de encontrar un modelo económico propio y sostenible, para no repetir los niveles de dependencia económica que soportó por tres ocasiones, en menos de un siglo. Durante el periodo final (1960-1991), que resultó ser el más provechoso para la Isla, el tiempo no alcanzó para superar definitivamente las realidades de un país subdesarrollado”.

 

Habría que aclararle al Dr. Morales que no es el país sino el gobierno quien trata de encontrar un modelo que garantice su poder y hegemonía absolutista. Ese periodo que él califica de tan provechoso, no fue más que el de la economía parasitaria que dejó al país en total estado de depauperación improductiva, endeudamiento crónico y pobreza generalizada.

 

La amnesia conveniente del Dr. Morales le impide reconocer que exactamente antes de ese periodo tan “provechoso”, Cuba era un país de inmigrantes, donde la población crecía establemente, al igual que sus renglones económicos tradicionales, con los mejores índices sociales del continente, con balanza comercial favorable cada año –según los anuarios estadísticos publicados por el gobierno revolucionario−, con favorable paridad cambiaria frente al dólar y a punto de convertirse en el más promisorio enclave turístico del hemisferio. ¿Acaso el Dr. Morales es incapaz de ver lo dependiente que es Cuba hoy de la convulsa e impredecible Venezuela?

 

Me gustaría recomendar al Dr. Morales que revise sus textos antes de publicarlos, así nos evitaría leer rarezas como:.. “por razones de sus diferentes puntos de partida históricos, el negro, además de ser más pobre había sufrido, por su condición de esclavo primero y de negro después…”. ¿Quiere acaso decir que cuando era esclavo no era negro todavía, y que ser negro es de por sí solo una condición social?

 

El Dr. Morales no desmiente ni rebate una sola de las realidades objetivas que expone Zurbano, sino que dedica mucho espacio a relatar las acciones socioculturales que emprende el gobierno cubano para rectificar el camino errado, acciones cuyo diseño y alcance están muy lejos de conectar con el necesario cambio de mentalidad y condiciones socio estructurales para atenuar las desigualdades y disfunciones sociales que nadie sensato y honesto puede negar.

 

El gobierno tiene capacidad, pero carece de voluntad para llevar el debate y la verdad histórica a las aulas, las comunidades, los escenarios y las pantallas, y sobre todo para abstenerse de condenar a alguien por expresar pacifica y honestamente su criterio.

 

En otro alarde de caprichosa manipulación, el Dr. Morales afirma: “Ningún gobierno anterior a 1959 hizo nada por los pobres en general, ni por los negros en particular”. Tal desvarío no merece siquiera respuesta, pero como nuestro especialista vive al parecer en una Cuba virtual, le recuerdo que los afrodescendientes cubanos soportamos todavía los rigores de la desventaja y la desigualdad que el propio presidente Raúl Castro califica como vergonzosa, aunque después no haga nada para remediarlo.

 

El Dr. Morales concluye afirmando: “Habría que ser poseedor de una ignorancia histórica extraordinaria para pensar que un cambio de liderazgo político en Cuba pudiera beneficiar a los negros”.

 

Yo le aseguro al confundido y contradictorio académico que ese nuevo liderazgo solo tendría que librarnos del paternalismo paralizante y la represión y devolvernos la potestad de hablar y soñar que nos arrebataron los líderes revolucionarios cuando traicionaron su propia revolución. Sólo eso nos bastaría para demostrarle a él y al mundo qué somos capaces de hacer los cubanos blancos y negros con la libertad que merecemos.

 

Montesinos3788@gmail.com



Saco en apuros

Manuel Cuesta Morúa

9 de abril de 2013

 

¿Cómo la ‘actualización del modelo’ cubano puede lograr que las dos terceras partes de la población excluidas, en su mayoría negros, ingresen a la economía emergente? La reforma tendría que ser más profunda.

 

“Para los negros cubanos, la revolución no ha comenzado”. Esta expresión, sacada de la nota que el ensayista Roberto Zurbano escribió para The New York Times hace un par de semanas, ha causado pánico intelectual en medio de la poética revolucionaria, se escriba en prosa o en verso.

 

El pánico ha sido de tal magnitud, que se organizó una guerrilla improvisada con el propósito de propinar algunos rasguños al impacto que el texto de Zurbano puede causar en el mejor de los plazos: el mediano. Publicar en el medio neoyorquino tiene un efecto esencial que los críticos del ensayista saben o intuyen: el de reforzar la credibilidad de quien allí publica o es publicado. E independientemente de la fuerza de sus argumentos, la matriz de ideas que fija The New York Times tiene un peso académico agregado por el alcance global de su opinión. Todo muy interesante, porque al final este periódico puede decir que no se responsabiliza con el criterio de sus articulistas.

 

Ante semejante desafío mediático me llama la atención la debilidad argumental de la embestida compuesta contra Zurbano. Se suponía que todo el razonamiento y la argumentación acumulados por años de “profunda investigación” de parte de sus críticos se pusiera en versión periodística y se enviara como op-ed al mismo medio, demostrando la supuesta pobreza y superficialidad de las ideas de Zurbano. Pero nada en ese sentido pudo leerse en los textos de más largo aliento que intentan contestar al ensayista. Excepto un par de lugares comunes con los que probablemente él coincidiría.

 

Lo curioso es que la frase puede leerse con ojos asustados, como parte de una pauta contrarrevolucionaria, tal y como ocurrió, y llegar a la conclusión de que es excesivamente dura con la llamada Revolución porque no deja espacio para el reconocimiento de sus reales o supuestos logros en materia racial. Pero también pudo ser leída dentro del canon revolucionario, con una visión más generosa hacia la indiscutible solvencia de su autor y más en consonancia con la adultez, el itinerario y la experiencia acumulados por un proceso político a la altura de sus 54 años.

 

Semejante lectura podría concluir que en efecto, por las razones que fueren, incluyendo el embargo, ciertos errores de compresión y la subestimación de la fuerza de la cultura, la Revolución no ha comenzado para la gente negra, pero que en breve se verá —y a partir de la profunda labor que viene haciendo una serie de instituciones ante tan complejo problema— cómo la Revolución llega por igual a todos los ciudadanos sin importar el color de su piel. Y esto, en medio de las dificultades económicas que enfrenta el país.

 

De hecho lo que Zurbano dijo, sin enojo ni victimismo, como a mí me gusta, fue que la Revolución no ha comenzado; nunca dijo que no podía comenzar. Con una coherencia política sólida que, implícitamente, la ve más allá de Raúl Castro. Y aquí es donde los críticos revolucionarios del revolucionario Zurbano podían haber desplegado más y mejor imaginación, y con menos susto porque parece que ellos sí que la ven agotada después del General-presidente. A fin de cuentas, si a partir de 1986 sí que íbamos a construir el socialismo, 25 años después de proclamado, bien podría llegar la Revolución a los hogares de las mayorías negras 54 años después de decretada la muerte del racismo y la discriminación racial en Cuba. En rigor, ni el tiempo ni el dictado político como imposibilidad de lo social son datos relevantes para los revolucionarios.

 

Pero los críticos de Zurbano no desplegaron creatividad. ¿Por qué? Bueno, podían haberlo hecho, pero necesitaban una fuerte imaginación sociológica y estética para sacar ventajas de los déficits políticos y sociales del proceso que defienden.

 

Alarmas disparadas en un proyecto de nación

 

Admito que eso es difícil. Roberto Zurbano disparó desde dentro las alarmas del proyecto de nación diseñado por José Antonio Saco, el cual ha sobrevivido a todos los modelos políticos que hemos sufrido e intenta prolongarse a cualquier costo. A grandes rasgos, ese proyecto de nación postula tres cosas: primero, que la matriz cultural del proyecto es de origen hispano, solo luego occidental, y que todo lo demás que nos llegó es un injerto más o menos feliz que no alcanza a las raíces; segundo, que a las personas negras hay que desbordarlas, blanquearlas, someterlas, emanciparlas o cooptarlas pero nunca permitirles que articulen sus propias herramientas de liberación desde su visión o cultura; y tercero, que el mercantilismo o la economía rentistas son las bases esenciales que garantizan la doble hegemonía criolla de la sociedad y de la política. La modernidad económica plena inevitablemente lleva a la conformación de una clase media y burguesía muy anchas donde caben todos los colores, y eso nunca ha cuadrado a nuestros mercantilistas.


Este proyecto de nación tuvo un éxito increíble hasta 1959, corregido en el ámbito económico de cierto modo por una mentalidad productiva aprendida en las aulas del capitalismo estadounidense, pero empezó a hacer aguas a fines del siglo XX porque fue llevado a sus últimas consecuencias por un modelo que pretendió la autarquía de espaldas al mercado, la tecnología y el capital. Y destrozado el modelo, se destruye el proyecto.

 

Los intentos por reanimarlo son y han sido muchos. Lo que Zurbano advierte desde el campo revolucionario es que la reanimación en curso del proyecto de Saco, llamada “actualización”, e incluso las reanimaciones posibles, dejan atrás a las personas negras. El problema enciende una potente luz trasera, hacia el pasado, porque la llamada Revolución no se está reinventando utópicamente. No está haciendo lo que quiere la izquierda radical con su discurso de cooperativismo y participación popular, en una fuga hacia adelante; sino que recula, abriéndose a un proceso de franca recuperación de nuestro capitalismo más elemental para el que las personas negras no cuentan con recursos — y tampoco para el capitalismo más sofisticado.

 

De modo que si antes de 1959 estas no podían trabajar en los comercios por la discriminación institucionalizada, hoy no pueden hacerlo por la discriminación estructural. ¿Cómo la “actualización del modelo” puede lograr que las dos terceras partes de la población excluidas, en su mayoría negros, ingresen a la economía emergente? La reforma tendría que ser más profunda. Y descartada esta posibilidad, las personas negras no cuentan tampoco con los recursos necesarios para la llamada economía del conocimiento, que hoy se encuentra subutilizada pero cuenta con cierta rentabilidad económica en los crecientes servicios privados basados en el mundo digital.

 

La otra pregunta es, entonces, si la Revolución favoreció a algunos para seguir adelante, ahora sin la ayuda del padre abrasivo, ¿por qué no favoreció a las personas negras para seguir el mismo camino, queriéndolas mantener atadas y bien atadas por otro lado, al padre que ya nada puede ofrecer? La respuesta hay que encontrarla en la estructura de distribución del poder y la economía criollos durante los 54 años que lleva la Revolución: desde el poder político, pasando por el representacional hasta llegar al poder simbólico. Lo que Zurbano está diciendo es que las personas negras se colocan en 2013 en el mismo desigual punto de partida de 1959, ahora que la Revolución pretende un nuevo comienzo con la “actualización del modelo” para alcanzar, según dicen, un “socialismo próspero y sostenible”. Y no se rían.

 

Pero algo más y mejor: Zurbano nos dice que la distribución actual de recursos por parte del Gobierno está abismando los distintos puntos de partida entre negros y blancos. Legalizar la digitalización privada de documentos y reprimir a los vendedores aleatorios que comercian en las calles cualquier cosa que intentan convertir en mercancía no es una buena manera de actualizar el modelo, pretendiendo al mismo tiempo que se favorece a las personas negras.

 

Nos enfrentamos así a una desigualdad estructural mirando al pasado y un diseño estructural desigual de cara al futuro. Y no es necesario mencionar la alianza corporativa que se teje entre el gobierno de la actualización y un grupo importante de cubanos de mucho capital allende los mares. El asunto se pondría peor.

 

Falta de apertura en el discurso de la nación

 

Desatar un revulsivo intelectual dentro de los revolucionarios es siempre interesante. Esto sucede cada vez que la tensión entre intereses y honestidad se rompe en favor de esta última, aunque sea provisionalmente, y los intelectuales atraviesan, mirando a la gente real, la frontera epistemológica que hace coincidir la realidad con su mundo particular. Cuando esto pasa, nos encontramos frente al intelectual cívico que construye su discurso lejos o a cierta distancia de las avenidas del poder. Esto lo han hecho muchos. En algún momento lo hizo Esteban Morales, para regresar más tarde al redil. Lo hizo también Guillermo Rodríguez Rivera en su polémica con el historiador Rolando Rodríguez, a propósito del tema racial, y ahora lo hace Zurbano desde la pirámide del The New York Times.

 

Y como siempre, se busca un cierre a la fractura que cada cierto tiempo ocurre dentro del discurso saquista de la nación. El miedo al otro, sea negro, mujer, homosexual o ciudadano, se dispara y le cae a uno encima el peso de la escolástica con su escritura ideológica para sustituir la discusión intelectual del argumento por la destrucción moral y política del adversario. En no pocas ocasiones también física. A veces en contradicción con lo que se dice defender.

 

Fijémonos en esta pieza excelente para revelar la revisitación apurada al imaginario construido por José Antonio Saco, en una demostración de la carencia de recursos intelectuales para pensar las llamadas complejidades del tema. Según un crítico, “habría que ser poseedor de una ignorancia histórica extraordinaria para pensar que un cambio de liderazgo político en Cuba pudiera beneficiar a los negros”. Traducido en términos culturales es la convalidación de que las personas negras no están en capacidad de pensar y poner en práctica un proyecto de nación en el que pudieran beneficiarse participando y definiendo el próximo liderazgo político.

 

Lo que constituye una naturalización, bastante usual en la literatura racista, del supuesto retardo étnico para pensar, actuar y convivir en la modernidad. El pensamiento exacto de los criollos para legitimar todo el discurso que llevó a la masacre de 1912. Una versión del fin de la historia para las personas negras que alimenta el pesimismo y liquida la esperanza de autoemancipación en medio de la desesperanza social. Si quieren enterarse de cómo, desde el discurso supuestamente revolucionario, puede regresarse a la teoría de los pueblos incapaces de escribir una historia distinta a la que le escriben sus (neo)colonizadores, pueden principiar por aquí.

 

En lo adelante toda la síntesis de la crítica a Zurbano es de escasa entidad y bastante pretenciosa. Decir que Zurbano “se aparta del consenso al que han arribado los investigadores cubanos más serios“ es desconocer que todo avance real en la ciencia se produce rompiendo consensos muy pero que muy serios, como demostró Thomas Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas; y no brilla precisamente la investigación social cubana, no obstante, por su nivel conceptual y categorial, excluyendo como siempre a las excepciones. Todavía andamos por aquí con aquello de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, y reputados investigadores desdeñan sin más la historia de las mentalidades y la antropología cultural, sin enterarse o asumir el neomarxismo que pulula por todas las academias del mundo. Semejante consenso no ha hecho avanzar las ciencias sociales en Cuba.

 

Por otra parte, escribir con la fuerza paternal del regaño político y “científico” que “el instrumento legal contra la discriminación racial se desplegó a fondo en el marco de la Revolución Cubana, del mismo modo que se puso en juego un amplio dispositivo ideológico contra el racismo que, de hecho, transformaron en vergonzantes las manifestaciones de discriminación que podían aparecer” es desdeñar el discurso demostrativo, no saber nada la mímesis cultural, del fundamento también cultural y racista de la ideología institucionalizada en el Artículo 5 de la Constitución cubana, que inscribe orgullosamente la superioridad cultural de la visión eurocéntrica para la formación de la voluntad política del Estado, e ignorar la proyección simbólica del lenguaje cuando se ve obligado a enmascarar su racismo gramatical, filtrándolo en el humor racista con el que la mayoría de los cubanos nos reímos sin ataques de vergüenza.

 

En el fondo, el problema colateral es de sintaxis inglesa. Otro crítico lo reflejó muy bien cuando empleó una frase típicamente norteamericana para atacar a Roberto Zurbano. “En el órgano equivocado y en el lenguaje equivocado“ es una expresión que cabría imaginar también como figura lingüística equivocada, y que revela la dependencia psicológica de los Estados Unidos de cierta porción de la intelectualidad cubana. Algo similar sucedió hace un tiempo atrás cuando importantes referentes de la afrodescendencia norteamericana respondieron positivamente a la convocatoria de Carlos Moore a propósito del injusto encarcelamiento del Dr. Darsi Ferrer Ramírez.

 

La falta de apertura en el discurso heredado de la nación, la peor herencia del proyecto de José Antonio Saco, en otros aspectos formidable, conduce a considerar la narrativa de los otros como textos y cuerpos extraños que atentan contra la visión poético-militar de la cubanidad unitaria. Pero si una obra se tiene que defender con las palabras, es porque tiene serias dificultades para defenderse en los hechos. Este es el origen de la propaganda que sigue haciendo creer que el de Cuba es un gobierno de izquierdas.

Contra una partida de rancheadores

Antonio José Ponte

8 de abril de 2013

 

Las denuncias de racismo en Cuba van a hacerse cada vez más frecuentes. ¿Cómo va a conseguir contrarrestarlas el régimen y sus intelectuales?

 

El primer rancheador, Guillermo Rodríguez Rivera, salió del blog de Silvio Rodríguez. Después se sumaron hasta una decena de ellos en La Jiribilla, todo un dossier de rancheadores. Fueron contra Roberto Zurbano, que es negro, pero el color importa poco: esa clase de partidas cargan contra todo el que se alce contra el Amo. No hace mucho tiempo, Silvio Rodríguez hizo lo mismo contra Pablo Milanés.

 

Roberto Zurbano era director del Fondo Editorial de Casa de las Américas y fue destituido. Según los términos de Esteban Morales, rancheador de la partida, fue “liberado de su puesto”. Sin embargo, es preciso conceder que en la sanción impuesta por la directiva de la institución hay poco o nada de discriminación racial. Cualquier funcionario, negro o no, que hubiese publicado opiniones como las suyas habría sido destituido: lo que castigan en Casa de las Américas es la libertad de pensamiento.

 

“Me pareció escandaloso que un negro cubano y revolucionario afirmara de modo terminante…”, escribió Guillermo Rodríguez Rivera. Venía a alarmarlo el hecho de que las opiniones de Zurbano no encajaran en el perfil de negro (y de revolucionario) consabido. Dado el color de su piel, Zurbano no debería apartarse de determinados pensamientos. Ciertos juicios nunca deberían ocurrírsele y, en vez de hablar por los demás, tendría que dar gracias por su suerte.

 

Rodríguez Rivera comenzaba la partida con este otro asombro: “Lo primero que llamó mi atención fue que Diario de Cuba —que es una publicación declaradamente opositora a la Revolución cubana—, acogiera in extenso, las opiniones de un ensayista cubano que vive en la Isla y que, sin duda, se ubica en el ámbito de la que ellos (los del Diario) llaman 'oficialidad' cubana”.

 

Amodorrado en los hábitos informativos del castrismo, tenía que serle imposible concebir un periodismo que se arriesgara a citar aquello con lo que no coincidiera. Sus alusiones a Diario de Cuba no hacían más que seguir un protocolo. Según ese protocolo, es necesario volcar las culpas en algún punto extranjero (o del propio país, bajo acusación de mercenarismo), dejar al culpable la oportunidad de reconocer que todo ha sido fruto de la confusión y de su confianza traicionada por un periodista y, luego de una detractación así, puede darse por concluido el caso.

 

Rodríguez Rivera debió aspirar a una solución así, aunque pronto vio defraudadas sus esperanzas. Pues si Zurbano acusó a The New York Times de tergiversar la frase suya que servía de titular al artículo, dejó claro también que no se retractaba de lo que en él decía.

 

Resultó igualmente infructuosa la tentativa, desde el blog oficialista de Manuel H. Lagarde, de desviar la atención hacia supuestos intentos de Diario de Cuba de fabricar un “caso Zurbano”. Y es que, maquínense o no falsos titulares en The New York Times o fórjense o no falsos héroes en Diario de Cuba, los problemas denunciados por Roberto Zurbano van a seguir ahí.

 

La pobreza y la falta de horizonte en la que viven los negros son parte principalísima de la pobreza y la falta de horizontes traídas por los hermanos Castro para todos los cubanos. Si como señala Zurbano, la población blanca del país tiene mayores posibilidades económicas gracias a la ayuda del exilio, entonces la pobreza de los negros constituye un índice redoblado del experimento de devastación que nos habrá incluido a todos.

 

En Cuba existe una política de apartheid que pesa sobre la inmensa mayoría. Ese apartheid es un componente esencial del castrismo. Existió hasta hace poco en los hoteles, en los cayos y en las playas. Existe aún en la legislación migratoria, pese a las reformas cosméticas. Es definitivo respecto a las inversiones económicas y amenaza a los cuentapropistas hasta tanto no haya garantías para la propiedad privada. Por todo lo cual no hay más que ser cubano, de cualquier raza, para resultar despreciable y marginado y reprimido. La situación de la población negra cubana es, reconcentrada, la de todos los cubanos, incluidos los del exilio.

 

En las últimas semanas The New York Times ha dado cabida en sus páginas a los blogueros Yoani Sánchez y Orlando Luis Pardo Lazo. The Washington Post ha reclamado en las últimas semanas, en editoriales y columnas, una investigación internacional de la muerte de Oswaldo Payá y Harold Cepero. A todo esto han venido a sumarse las críticas aportadas en el primero de esos diarios por un alto funcionario de la Casa de las Américas. Y no resulta descabellado suponer que denuncias así se harán cada vez más frecuentes y volverán, una y otra vez, sobre la suerte de los negros en Cuba.

 

¿Qué va a hacer el régimen castrista para contrarrestar tales denuncias? De poco va a servirle el timbirichismo recién adoptado o un mercado cuya liberación se corresponde con la acepción del término aportada por Esteban Morales. No le valdrán las triquiñuelas con que sigue escamoteándoles derechos a los homosexuales. Ni conga con arcoiris ni Mariela Castro que valga. Poco podría conseguirse con cientos de Esteban Lazos unánimes en la Asamblea Nacional y, puesto que no se trata de una cuestión interpretativa, sobrarán las llamadas bibliográficas a Fernando Ortiz, a los discursos de Fidel Castro y la Constitución. Porque si según la letra de esta última todos somos iguales, lo somos para sufrir el apartheid impuesto por los Castro. Para ser perseguidos por los rancheadores.

 

Roberto Zurbano ha publicado su opinión sobre un asunto sumamente apremiante. Igual que en la respuesta que Picasso diera a unos jerarcas nazis que le reprochaban el horror de un cuadro donde denunciaba la guerra, no son otros que ustedes, mayimbes, rancheadores, segurosos y trovadores cortesanos, los responsables y cómplices de que las cosas estén como estén. En lugar de sublevarlos la miseria y falta de libertad en que tantos cubanos viven, reservan ustedes su sentido del escándalo para unas líneas impresas. Pero tengan por seguro que cada vez les será más difícil evadir sus respectivas responsabilidades en tanta ineptitud, tanta bajeza y tanto crimen.

Fusilados y cómplices en abril

Haroldo Dilla Alfonso

8 de abril de 2013

 

Se fusiló a tres cubanos jóvenes que no cometieron hechos de sangre, y de subir el tope de la ignominia se encargaron 27 intelectuales y funcionarios cubanos que produjeron un documento plañidero

 

En este abril de 2013 se cumple una década de uno de los momentos más deprimentes de la historia postrevolucionaria: la llamada primavera negra. Fue un momento en que Fidel Castro, entusiasmado por lo que asumía como una ola revolucionaria en América Latina y la llegada de los primeros lotes de subsidios venezolanos, decidió erradicar todas las muestras de descontento y oposición que se habían ido acumulando en ese camino de-derrota-en-derrota-hasta-la-victoria-final que él había trazado. El pretexto fue, como ha sido usual desde 1959, cerrar el paso a la amenaza imperialista.

 

Aunque la primavera negra es recordada sobre todo por el encarcelamiento sin derecho al debido proceso de 75 activistas opositores, quiero enfocar mi atención en otro hecho: el fusilamiento de tres jóvenes negros por el secuestro fallido de una lancha de pasajeros que brindaba servicios en la bahía de La Habana.

 

Como es conocido, un grupo de once jóvenes participaron en ese acto delictivo el día 2 de abril de 2003, con el propósito de alcanzar las costas de La Florida. Ello implicaba la toma como rehenes de una treintena de pasajeros, incluyendo dos jóvenes extranjeras que se convirtieron para los secuestradores y para la policía en las piezas claves de la negociación. Finalmente la lancha se quedó sin gasolina, lo que movió a los secuestradores a aceptar un acuerdo que solo la candidez puede aconsejar: ser remolcados hasta el muelle de Mariel donde serían reabastecidos de combustible para que pudieran reemprender la marcha al norte.

 

El resultado fue la captura de todos los secuestradores sin que hubieran producido daño físico alguno a ningún pasajero. El día 8 concluyó un juicio sumario en que los detenidos no tuvieron acceso a un abogado de su elección. Tres —Lorenzo Capello de 31 años; Bárbaro Sevilla de 22 años y Jorge Martínez de 40— fueron condenados a muerte, mientras otros fueron sancionados con penas que iban desde prisión perpetua hasta dos años de cárcel. Según la CIDH el estado cubano había procedido a “juzgarles y condenarles sin las debidas garantías procesales”, y entre ellas “por cuanto la tipificación para las ofensas cometidas por las presuntas víctimas (en la ley blandida) no prevé la pena de muerte, sino una pena privativa de libertad”.

 

En el tiempo galáctico de tres días la condenas fueron revisadas por el Tribunal Supremo y por el Consejo de Estado, cuyos miembros se pronunciaron unánimemente por el fusilamiento de los tres jóvenes. Finalmente fueron fusilados el día 11 de abril, sin notificarlo a sus familiares —que estuvieron todo el tiempo confiados en una revocación de la orden— ni permitir una despedida. Es decir que en 9 días transcurridos entre el 2 y el 11 de abril se decidió, apelaciones por el medio, sobre la vida de tres personas, y se procedió a la ejecución.

 

El Consejo de Estado basó su decisión, cito a Fidel Castro en una perorata de 4 horas que sucedió al fusilamiento, en “los peligros potenciales que implicaban no solo para la vida de numerosas personas inocentes sino también para la seguridad del país —sometido a un plan siniestro de provocaciones fraguado por los sectores más extremistas del Gobierno de Estados Unidos y sus aliados de la mafia terrorista de Miami con el único propósito de crear condiciones y pretextos para agredir a nuestra Patria”.

 

Es decir, que según Fidel Castro se fusiló a tres cubanos jóvenes que no cometieron hechos de sangre, ni segaron vida alguna, para afrontar las supuestas amenazas del Gobierno americano presidido entonces por George W. Bush; por lo que cabe pensar que se tomó una decisión contra ciudadanos cubanos a partir de las actitudes del presidente americano. Quien por esa vía devino actor legal y político interno de Cuba, y Fidel Castro un vulgar “plattista” que aceptó la fuerza de la injerencia. Y volvió a hacerlo un tiempo después, cuando otros cubanos secuestraron una lancha en la costa norte pero esta vez con hechos violentos más severos, y sin embargo no fueron condenados a muerte porque esa fue la condición que el Gobierno americano puso para devolverlos tras ser interceptados por la guardia costera americana. También en este caso el Gobierno americano impartió justicia y decidió sobre la vida de los ciudadanos cubanos. Y nuevamente los dirigentes cubanos se sumaron al carro del “plattismo”.

 

De subir el tope de la ignominia se encargaron 27 intelectuales y funcionarios cubanos que produjeron un documento plañidero en el que declaraban a “los amigos del mundo” que “para defenderse Cuba se ha visto obligada a tomar medidas enérgicas que naturalmente no deseaba” y llamaba a repudiar “la gran campaña que pretende aislarnos y preparar el terreno para una agresión militar de los Estados Unidos contra Cuba”. Entre los intelectuales aparecen criaturas que nunca pierden una oportunidad de chapotear en el lodo, como son los casos de Silvio Rodríguez, Miguel Barnet y Amaury Pérez. No faltaron algunos funcionarios ilustrados —llamarles intelectuales hubiera sido una hipérbole imperdonable— como Carlos Martí, Eusebio Leal y Alfredo Guevara. Pero también firmaron figuras de las que uno siempre hubiera esperado, al menos, un retraimiento oportuno, como fueron los casos de Leo Brouwer, Chucho Valdés, Roberto Fabelo, el finado Cintio Vitier, su esposa Fina García Marruz y Marta Valdés.

 

Lo más aberrante del documento es que achaca la ignominia a Cuba, cuando en realidad solo una parte muy pequeña de ella fue culpable. La mayoría de los cubanos no conocieron del asunto hasta que Granma lo publicó, sin versión contrapuesta y siempre bajo el aviso de una macana policial que se agitó en estos días con más celeridad que nunca. Los emigrados, que también son Cuba, y cuya inmensa mayoría no tiene nada que ver con la metáfora de la “Mafia de Miami” tampoco fue parte de esa decisión. Y lo más importante, que también los jóvenes fusilados y sus familiares eran parte legítima de Cuba. En consecuencia, no fue solo una decisión criminal a espaldas de una parte mayoritaria de Cuba, sino también contra ella.

 

Es probable que al paso del tiempo, este hecho esté pesando en las conciencias de quienes decidieron por el fusilamiento sumario de los tres jóvenes negros. Es posible, por ejemplo, que en su deambular como administrador de un hospital sin futuro, Carlos Lage haya pensado en esto, o que lo haya hecho el excanciller cuando redactaba su cartica de arrepentimiento y notó que le faltaba la firmeza de pulso que tuvo cuando firmó la confirmación del crimen. Y es posible que cuando los voceros castrados del autoritarismo miran hacia atrás, también sientan algo de arrepentimiento por haber llamado a los amigos a no sonrojarse frente a la ignominia y el crimen.

 

Es una suerte para ellos que no tuvieron Bárbaro Sevilla, Lorenzo Copello y Jorge Martínez.

 

A ellos, nadie les dio la oportunidad del arrepentimiento.

El caso de Roberto Zurbano

hace recordar el de Walterio Carbonell

 

Existe mucha semejanza entre el caso de Roberto Zurbano y el del investigador Walterio Carbonell,  que a principios de los años sesenta, con su ensayo Cómo surgió la cultura nacional, dio lugar al Movimiento de la Negritud, que fue fuertemente reprimido.

 

Carbonell -dirigente estudiantil y amigo de Fidel Castro, había participado en los movimientos de liberación de los pueblos colonizados de África con el apoyo de Castro, pero cuando a finales de la década del sesenta, denunció la discriminación del negro por la tiranía castrista, fue encarcelado.

 

Cómo surgió la cultura nacional, el ensayo de Carbonell, volvió a ser publicado hace nueve años, en 2004. Muchos pensaron que el régimen castrista estaba cambiando para bien, pero que ahora Zurbano haya sido cesanteado como director del Fondo Editorial de la Casa de las Américas por hacer una leve crítica a la grave situación de los negros y mestizos cubanos, demuestra una vez más que el castrismo es genio y figura hasta la sepultura.

Posición de la Articulación Regional de Afrodescendientes de Latinoamérica y el Caribe,

en su Capítulo Cubano (ARAC),

sobre el caso de Roberto Zurbano Torres

Posición de la ARAC sobre el caso de Roberto Zurbano
Posición de la Articulación Regional de Afrodescendientes de Latinoamérica y el Caribe, en su Capítulo Cubano (ARAC), sobre el caso de Roberto Zurbano
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El laureado ensayista, crítico e investigador literario Roberto Zurbano Torres -un cubano negro e izquierdista- ha sido despedido por criticar someramente el racismo imperante en la Cuba de los hermanos Castro. Véase más abajo su artículo publicado en The New York Times.

Una patada en el avispero

José Hugo Fernández

4 de abril de 2013

 

Cuesta entender a algunos intelectuales cubanos que dicen ser defensores del derecho de los negros y mestizos. No les da frío ni calor que la embajada del régimen en España organice mítines de repudio para que viles extranjeros acosen y ofendan a la muy honrada activista civil negra Berta Soler. En cambio, convulsionan si otro intelectual, incluso tan oficialista y tan de izquierda como ellos, airea opiniones que contradicen el discurso oficial sobre el racismo en Cuba.

 

Ya es conocido el revuelo que está ocasionando en estos días un artículo de Roberto Zurbano, director del Fondo Editorial de la Casa de las Américas, quien por demás no ha dicho nada nuevo, ni que resulte difícil constatar a simple vista en las calles.

 

Sobre todo pareció ser como una patada en el avispero la afirmación de Zurbano de que “para los negros cubanos, la revolución no ha comenzado”. De inmediato se movilizó la guardia roja de la dictadura para salirle al paso, presumiblemente en busca de la habitual retractación a la manera estalinista. Más de lo mismo, desde luego. Y nada nos hubiesen traído de extraordinario las ripostas mañosas de siempre, en La Jiribilla de rigor, y con el concurso del acostumbrado séquito. Lo discordante esta vez quizá sea el hecho de que entre las firmas de los panfletistas aparezcan las de ciertas personas que en circunstancias anteriores también han contradicho el discurso oficial sobre el racismo.

 

Llama la atención el texto del académico Esteban Morales, no sólo por ser uno de esos casos, sino por la descompuesta contundencia con que desautoriza a Zurbano. Es tal su énfasis que a veces llega a escribir reales astracanadas, impropias de lo que debieran ser los criterios de un investigador que se atiene a la dialéctica. Por ejemplo, Morales niega a priori, en forma absoluta, la posibilidad de que un cambio de liderazgo en Cuba pueda beneficiar a los negros.

 

Ante actitudes de esta índole a uno no le queda sino volver a preguntarse por qué a los antirracistas que actúan desde las estructuras del régimen les cuesta tanto enfocar sin rémoras políticas, lo que es decir con pleno rigor científico, la problemática de los cubanos negros. ¿Por qué, aun cuando sean capaces de reconocerla, prefieren las justificaciones por encima de las diáfanas profundizaciones? ¿Cómo esperan salir indemnes anteponiendo la pasión política al reconocimiento de verdades históricas que no les conviene o no les permiten reconocer?

 

Ya que se encontraron tal vez ante la coyunda militante de responderle a Zurbano, más convincentes como estudiosos del tema y más decentes resultarían si lo acusan de haber exagerado al afirmar que la revolución no ha comenzado para los negros cubanos, ya que es una certeza histórica que sí comenzó alguna vez, pero lamentablemente no iba a llegar mucho más allá del comienzo.

 

Cansa ya la insistencia en echarle la culpa de todo al Período Especial, cuyas traumáticas pérdidas estuvieron condicionadas por el mal aprovechamiento que, en materia de desarrollo, hizo el régimen de sus ventajas de varias décadas bajo la tutela y la subvención económica del bloque socialista europeo.

 

Si el drama de los negros cubanos (pobreza, marginación social y económica, falta de oportunidades, siglos de postergación discriminatoria…) hubiese recibido un recto tratamiento en la praxis, mediante acciones concretas, regidas por la aplicación sistemática de programas que nada dejaran al azar y a la hueca palabrería igualitarista, parece obvio que a la llegada del Período Especial -después de más de treinta años en los que el régimen dispuso de todo el poder y de todos los medios necesarios para hacerlo-, la situación habría sido otra, seria y comprometedora de cualquier modo, como lo ha sido para los demás sectores de la sociedad, pero no tan escandalosamente trágica como es en la actualidad para los negros y mestizos, ni tan irremediable a plazos medios.

 

Es esta una verdad elemental que no debiera requerir mayores argumentaciones. Pero a los antirracistas de la guardia roja les resulta más cómodo y menos peligroso sostener sin más que las desigualdades heredadas de antaño por los negros alcanzaron un clímax de agudización y profundización en el Período Especial, y que tal es la causa de su dramática situación de hoy. Rampantemente evaden, con un salto de más de tres décadas sobre la historia, las condicionantes de un largo proceso revolucionario donde debemos adivinar que muy poco se hizo para menguar aquellas desigualdades heredadas.

 

¿Acaso una realidad histórica de tanta importancia para comprender el actual drama de los cubanos negros –y aun para proponer posibles remedios- no merece que sea expuesta con la más transparente objetividad? ¿Confundir el efecto con la causa no contradice los propios principios del Materialismo Histórico y la Dialéctica, sobre los que basan sus estudios los antirracistas adeptos al régimen?

 

En suma, ¿cómo pueden recostar tranquilos la cabeza en la almohada luego de haber justificado a estas alturas el mito de una revolucionaria emancipación en la que todos los cubanos dispusieron de iguales oportunidades para el progreso?

 

Los gobiernos y los políticos en general necesitan por naturaleza edulcorar sus actuaciones y sus ideas. Los investigadores sociales, cuando son fieles a la ética y a los imperativos del oficio, sólo precisan llegar al fondo de la verdad científica.

La revolución aún no ha comenzado

para los negros en Cuba

En este artículo publicado en The New York Times, Roberto Zurbano -director del Fondo Editorial de la Casa de las Américas, dependencia estatal cubana fundada en 1959- critica la incapacidad del Gobierno de Cuba para revertir el racismo, y señala las desventajas de los negros para beneficiarse de las reformas.

 

For Blacks in Cuba, the Revolution Hasn’t Begun

Roberto Zurbano
March 23, 2013

 

CHANGE is the latest news to come out of Cuba, though for Afro-Cubans like myself, this is more dream than reality. Over the last decade, scores of ridiculous prohibitions for Cubans living on the island have been eliminated, among them sleeping at a hotel, buying a cellphone, selling a house or car and traveling abroad. These gestures have been celebrated as signs of openness and reform, though they are really nothing more than efforts to make life more normal. And the reality is that in Cuba, your experience of these changes depends on your skin color.

 

The private sector in Cuba now enjoys a certain degree of economic liberation, but blacks are not well positioned to take advantage of it. We inherited more than three centuries of slavery during the Spanish colonial era. Racial exclusion continued after Cuba became independent in 1902, and a half century of revolution since 1959 has been unable to overcome it.

 

In the early 1990s, after the cold war ended, Fidel Castro embarked on economic reforms that his brother and successor, Raúl, continues to pursue. Cuba had lost its greatest benefactor, the Soviet Union, and plunged into a deep recession that came to be known as the “Special Period.” There were frequent blackouts. Public transportation hardly functioned. Food was scarce. To stem unrest, the government ordered the economy split into two sectors: one for private businesses and foreign-oriented enterprises, which were essentially permitted to trade in United States dollars, and the other, the continuation of the old socialist order, built on government jobs that pay an average of $20 a month.

 

It’s true that Cubans still have a strong safety net: most do not pay rent, and education and health care are free. But the economic divergence created two contrasting realities that persist today. The first is that of white Cubans, who have leveraged their resources to enter the new market-driven economy and reap the benefits of a supposedly more open socialism. The other reality is that of the black plurality, which witnessed the demise of the socialist utopia from the island’s least comfortable quarters.

 

Most remittances from abroad — mainly the Miami area, the nerve center of the mostly white exile community — go to white Cubans. They tend to live in more upscale houses, which can easily be converted into restaurants or bed-and-breakfasts — the most common kind of private business in Cuba. Black Cubans have less property and money, and also have to contend with pervasive racism. Not long ago it was common for hotel managers, for example, to hire only white staff members, so as not to offend the supposed sensibilities of their European clientele.

 

That type of blatant racism has become less socially acceptable, but blacks are still woefully underrepresented in tourism — probably the economy’s most lucrative sector — and are far less likely than whites to own their own businesses. Raúl Castro has recognized the persistence of racism and has been successful in some areas (there are more black teachers and representatives in the National Assembly), but much remains to be done to address the structural inequality and racial prejudice that continue to exclude Afro-Cubans from the benefits of liberalization.

 

Racism in Cuba has been concealed and reinforced in part because it isn’t talked about. The government hasn’t allowed racial prejudice to be debated or confronted politically or culturally, often pretending instead as though it didn’t exist. Before 1990, black Cubans suffered a paralysis of economic mobility while, paradoxically, the government decreed the end of racism in speeches and publications. To question the extent of racial progress was tantamount to a counterrevolutionary act. This made it almost impossible to point out the obvious: racism is alive and well.

 

If the 1960s, the first decade after the revolution, signified opportunity for all, the decades that followed demonstrated that not everyone was able to have access to and benefit from those opportunities. It’s true that the 1980s produced a generation of black professionals, like doctors and teachers, but these gains were diminished in the 1990s as blacks were excluded from lucrative sectors like hospitality. Now in the 21st century, it has become all too apparent that the black population is underrepresented at universities and in spheres of economic and political power, and overrepresented in the underground economy, in the criminal sphere and in marginal neighborhoods.

 

Raúl Castro has announced that he will step down from the presidency in 2018. It is my hope that by then, the antiracist movement in Cuba will have grown, both legally and logistically, so that it might bring about solutions that have for so long been promised, and awaited, by black Cubans.

 

An important first step would be to finally get an accurate official count of Afro-Cubans. The black population in Cuba is far larger than the spurious numbers of the most recent censuses. The number of blacks on the street undermines, in the most obvious way, the numerical fraud that puts us at less than one-fifth of the population. Many people forget that in Cuba, a drop of white blood can — if only on paper — make a mestizo, or white person, out of someone who in social reality falls into neither of those categories. Here, the nuances governing skin color are a tragicomedy that hides longstanding racial conflicts.

 

The end of the Castros’ rule will mean an end to an era in Cuban politics. It is unrealistic to hope for a black president, given the insufficient racial consciousness on the island. But by the time Raúl Castro leaves office, Cuba will be a very different place. We can only hope that women, blacks and young people will be able to help guide the nation toward greater equality of opportunity and the achievement of full citizenship for Cubans of all colors.

 

Roberto Zurbano is the editor and publisher of the Casa de las Américas publishing house. This essay was translated by Kristina Cordero from the Spanish.

Sonia Garro:

doce meses de cárcel y en un limbo jurídico

Iván García

19 de marzo de 2013

 

Hace un año, mientras se preparaban las pompas oficiales para recibir al papa Benedicto XVI, tropas élites del Ministerio del Interior irrumpían violentamente en casa de la disidente Sonia Garro Alfonso, en el barrio Los Quemados, Marianao, al oeste de La Habana.

 

Fue un operativo espectacular. Todavía algunos vecinos recuerdan lo ocurrido. “Eran tipos vestidos como las fuerzas antimotines de las películas americanas. Usaron balas de gomas. Empleando una violencia exagerada, detuvieron a Sonia y a su esposo Ramón. Se llevaron casi todas de sus pertenencias. Aquello fue tremendo. Los trataron como si fuesen terroristas”, comenta una señora.

 

El camino hacia la disidencia de Sonia Garro está marcado por la pobreza y el racismo. “En mi infancia, los momentos felices se podrían contar con los dedos de una mano. Soy la décima hija de una familia pobre de doce hermanos. Crecí en un barrio marginal y violento. Nunca tuve juguetes el Día de Reyes. Siempre usé ropas gastadas de segunda mano que alguien por caridad le deba a mi madre. Iba a la escuela con zapatos viejos y rotos, pero con una voluntad inmensa, pensando siempre que estudiando y superándome podría cambiar mi suerte”, me contaba Sonia en 2009.

 

Sufrió discriminación racial mientras cursaba sus estudios de técnica de laboratorio. “Yo viví el racismo en carne propia. Recuerdo que un día quise hacer una reclamación en la escuela, y la subdirectora del centro me dijo, ‘ve a donde te dé la gana, quien le va ser caso a una negra’. Cuando me gradué, con diploma de oro, se hizo una actividad en el teatro Astral. El ministro de Salud Pública iba a entregar el pergamino a los más destacados, y se me acercó un funcionario y me indicó que otra persona iba a recibir el título por mí, porque al tener la piel tan oscura, no quedaría bien la foto. ‘No te ofendas, no es por racismo, pero vas a echar a perder la foto’, me dijo. Nunca recogí ese título”, contaba en aquella entrevista que le hice en su casa.

 

Posteriormente fue expulsada del policlínico donde trabajaba por estar casada con un opositor al gobierno de Fidel Castro. Aprendió a coser en una vieja máquina de los años 50, para ganarse la vida y mantener a su hija Elaine.

 

“Y desde el portal de mi casa, mientras cosía, veía prostituirse a niñas de 13 y 14 años. También contemplé varios accidentes de menores que jugaban sin el cuidado de sus padres. De ahí fue que nació la idea de crear un proyecto comunitario, donde los pequeños pudieran divertirse, jugar y confraternizar entre ellos sin peligro”, expresaba Sonia.

 

El 24 de febrero de 2007 Garro creó el primer centro independiente. En su domicilio. Llegó a tener una veintena de muchachos, entre 7 y 15 años. Era gratis. Y no importaba si los padres eran revolucionarios o no. 

 

“La primera regla fue no hablar de política. Yo organizaba actividades de dibujo y corte y costura, y mi esposo, Ramón Alejandro Muñoz, músico, se encargaba de hacer coreografías de baile y les enseñaba a tocar instrumentos musicales. Los fines de semanas hacíamos fiestas y repartíamos libros infantiles y juguetes. Organizaciones no gubernamentales extranjeras nos ayudaban con materiales y medicinas, también embajadas y personas que a título individual, de forma modesta, nos daban lo que podían”, explicaba Sonia mientras me mostraba fotos de las actividades.

 

Después de esa experiencia inicial, Garro fue por más. Abrió otro centro en el barrio marginal de El Palenque, en el propio municipio de  Marianao. Lo que parecía una acción noble dentro la sociedad, que traería más beneficios que problemas, desató un terremoto por parte de la Seguridad del Estado. ”La respuesta del Gobierno a mi labor social fueron tres actos de repudio y un par de golpizas. El último mitin no funcionó, nadie en el barrio asistió. Se fueron con las manos vacías.” 

 

Ha llovido mucho en estos cuatro años. Sus proyectos comunitarios cerraron debido al acoso de los servicios especiales. Sonia Garro se incorporó entonces a las marchas de las Damas de Blanco. Y también a media decena de mujeres aguerridas, que protagonizaban protestas callejeras reclamando respeto por los derechos políticos y exigiendo democracia.

 

Su esposo Ramón no se quedaba atrás. En mayo de 2010, desesperado porque no sabía dónde se encontraba detenida Sonia, se subió a la azotea de la vivienda, todavía a medio construir, y con un machete comenzó a gritar consignas antigubernamentales. La indignación de este habanero fue grabada y subida a YouTube. Recientemente, desde la prisión Combinado del Este escribió una carta pública.

 

Hace 12 meses que el matrimonio se encuentra en la cárcel. Viven un auténtico limbo jurídico. Oficialmente se les acusa de desorden público y tentativa de asesinato. Pero no existe una fecha para el juicio.

 

Yamilé Garro Alfonso es madre de dos hijos pequeños. Era una simple ama de casa, ahora ocupa el lugar de su hermana en las marchas de las Damas de Blanco. Todas las semanas o cada quince días, según las visitas, se echa al hombro pesadas jabas con alimentos y aseos, unas destinadas a la cárcel de mujeres Manto Negro, otras al Combinado del Este. En su cuarto de un solar del barrio San Leopoldo, cuida también a Elaine, la hija de Sonia y Ramón que pronto cumplirá 17 años.

 

La disidencia contestataria y de barricada es fuertemente reprimida por los tipos duros de la Seguridad del Estado. Raúl Castro no quiere que la oposición tome las calles como tribuna pública  para exigir sus demandas. Sabe el General que podría desencadenar un efecto de dominó entre los cubanos de a pie, cansados de vivir con un futuro entre signos de interrogación.

 

La única manera de presionar al régimen para que liberen a Sonia Garro y Ramón Muñoz es con una fuerte campaña internacional. No queda otra.

El brazo largo del totalitarismo

Leonardo Calvo Cárdenas

17 de julio de 2012

 

Cuando leí el despacho emitido por la agencia Inter Press Service (IPS) sobre el acto de conmemoración del centenario de la protesta armada del Partido Independiente de Color, no pude menos que sentir pena por ver la manera en que los corresponsales de prensa extranjera han caído en las redes de la degradación totalitaria.

 

En la información publicada se da cuenta de lo expresado por la comunicadora Gisela Arandia a nombre de la plataforma semi oficialista Cofradía de la Negritud, también hace referencia al evento académico celebrado en Santiago de Cuba y a la mesa redonda televisiva que abordó el tema.

 

Una vez más la agencia permanentemente interesada en la problemática racial, como ya es su costumbre, omitió totalmente cualquier referencia a las instituciones independientes que trabajan de manera pacífica y en difíciles condiciones por la integración y la igualdad.

 

En este caso quien reportó el acontecimiento para la citada agencia fue incapaz de ver que el Comité Ciudadanos la Integración Racial CIR aportó la parte cultural y la única ofrenda floral del evento, además de pasar por alto la denuncia hecha en el lugar por uno de los miembros de la organización civilista a causa de la represión desatada por la policía política para impedir la participación de varios líderes antirracistas en el acto efectuado la mañana del domingo 20 de mayo en el lugar donde hace casi ciento cuatro años se fundó el partido independiente de Color.

 

A esa hora este redactor y otros cuatro líderes cívicos “disfrutaban” la hospitalidad de la represión oficialista en los calabozos de varias estaciones de policía de la ciudad por intentar asistir al acto al que habían sido formalmente invitados por el Ingeniero Norberto Mesa, líder y fundador de la Cofradía de la Negritud.

 

De esta agencia conozco personalmente a dos reporteras Dalia Acosta y Patricia Grogg, ambas magnificas personas y excelentes profesionales. La primera fue mi compañera de escuela en los tres años de bachillerato, hecho que parece haber olvidado totalmente, la segunda, por cierto, bien interesada en los temas de relaciones interraciales y de igualdad, incluso participó como reportera en el formal acto de fundación del CIR en el verano de 2008, pero se convirtió en invitada ausente a todas las acciones y eventos académicos y culturales que la organización ha celebrado en los últimos años.

 

La agencia ha guardado sepulcral silencio ante la presencia en Cuba a fines de noviembre pasado de Juan de Dios Mosquera líder del Movimiento Nacional Cimarrón de Colombia, la personalidad internacional más importante que ha llegado a Cuba por invitación expresa de una institución de la sociedad civil, para honrar con su presencia la celebración del Segundo Foro Raza y Cubanidad, evento académico anual del CIR.

 

La agencia ha guardado sepulcral silencio sobre los múltiples actos de represión sufridos por los líderes y activistas del CIR, que han alcanzado incluso a la anciana madre de Juan Antonio Madrazo, coordinador nacional del CIR.

 

Resulta lamentable e ilustrativo ver de la forma en que estos profesionales se interesan por un tema tan delicado y de tanta trascendencia para el presente y el futuro de Cuba. Lamentable porque se asoman solo a una cara del problema, en sus reportes y comentarios nunca encuentran lugar las propuestas alternativas, los reprimidos, ni los excluidos.

 

Es ilustrativo porque demuestra hasta donde pueden llegar los mecanismos de coerción y chantaje del régimenque logran incluso tapar los ojos y detener las plumas de calificados profesionales que reportan para espacios donde circula libremente la información.

 

De seguro la hija adolescente de la encarcelada luchadora antirracista Sonia Garro seguirá sufriendo la cruel separación de su madre y la joven directora del Observatorio Ciudadano contra la Discriminación volverá muchas veces a los calabozos castristas mientras los reporteros de IPS duermen tranquilos y reportan las hipócritas monsergas de los que hacen el juego oportunista al hegemonismo racista del siglo XXI.

 

elical2004@yahoo.es

27 de junio: Día de Homenaje a los Héroes y Mártires

de la Lucha por la Igualdad y la Justicia

Comité Ciudadanos por la Integración Racial

16 de julio de 2012

 

La historia de Cuba está marcada por la convivencia e interrelación de todos sus componentes étnico-culturales, como participantes y protagonistas en los procesos de construcción y evolución económica, social, política y cultural de una nación profundamente diversa y profundamente mestiza.

 

Los africanos y sus descendientes, incorporados a ese proceso como mano de obra esclava y como casta inferior y marginal, han hecho un aporte capital a esa estructuración nacional con una participación destacada en todos los órdenes del desenvolvimiento social.

 

Sin embargo esos aportes y ese protagonismo no han encontrado reflejo en el acceso de los afrodescendientes a los espacios donde se construye y definen el poder y el bienestar, y mucho menos en los patrones referenciales de una mentalidad persistentemente criolla y colonial que expone a los cubanos negros siempre como inferiores o inermes victimas y beneficiarios pasivos de las determinaciones hegemónicas, sea cual sea su signo político-ideológico. Y estas ausencias han sido determinantes en la reproducción de los esquemas hegemónicos y profundamente antidemocráticos que signan nuestra vida nacional, privando a nuestra cultura de las corrientes de tolerancia intrínseca que provienen de la cultura de origen africano.

 

De hecho, en cualquier circunstancia histórica, los cubanos negros y mestizos constituyen la fuerza de trabajo, pero nunca los poseedores de las ventajas materiales; son el brazo armado pero nunca parte proporcional de la hegemonía política y militar, y representan, además, la zona culpable de las disfuncionalidades sociales del país que debe ser duramente castigada siempre, penal y moralmente, si intenta rebelarse o expresarse contra su invariable condición subalterna.

 

Por esa razón, los patrones culturales y la historiografía colonial, republicana o revolucionaria han tejido y fortalecido ese manto de omisiones, tergiversación, invisibilización y menosprecio que ha dejado a un importante segmento de la población cubana prácticamente sin historia, valores, reconocimiento y capacidad de autoreconocimiento desde su propia dignidad cultural.

 

Son incontables los hechos, acontecimientos, procesos y personalidades flagrantemente omitidos y desconocidos que dejan sin lugar y referencias la presencia y el protagonismo de los afrodescendientes en esa Cuba pensada y dibujada a imagen y semejanza de los intereses particulares de los sectores hegemónicos. Esa Cuba pensada y diseñada desde los mismos para los mismos.

 

Por esa razón el Comité Ciudadanos por la Integración Racial (CIR) asume y propone escoger el 27 de junio para conmemorar el “Día Nacional de Homenaje a los Héroes y Mártires por la Igualdad y la Justicia”.

 

Ese día del año 1912 fue asesinado el Comandante del Ejército libertador Evaristo Estenoz, líder del Partido Independiente de Color (PIC), esa organización política pionera que convirtió por primera vez a las víctimas ―fuerza de trabajo y brazo armado de siempre― en alternativa política incluyente y progresista.

 

La conmemoración de este día debe servir para abrir en el espíritu de todos los cubanos, sin distinción, un horizonte de justicia que siente las bases de la nación integrada y fraternal que debemos llegar a ser, y para rendir el homenaje que merecen esos africanos que prefirieron morir en el mar para no llegar esclavos a una tierra ajena; aquellos esclavos que se sublevaron o huyeron de su cautiverio para crear en Cuba los primeros espacios de libertad verdadera, los miles de afrodescendientes que entregaron su sudor y sangre a la causa de la independencia, aquellos miembros de la hermandad Abakua que el 27 de noviembre de 1871 se inmolaron, en un acto de desprendimiento heroico que no fue ni fratricida ni terrorista, para intentar liberar de la muerte injusta a los ocho estudiantes de medicina; todos los miembros del PIC que principiaron las luchas por la igualdad racial y la integración en las repúblicas pluriculturales de las Américas, y esos afrodescendientes cubanos que devolvieron y entregaron sus vidas a África en unas guerras a las que jamás debieron ir, y que hoy yacen olvidados por las hegemonías aburguesadas de siempre.

 

Por todos ellos, y por los mártires afrodescendientes por venir, el CIR conmemorará cada 27 de junio el “Día Nacional de Homenaje a los Héroes y Mártires por la Igualdad y la Justicia” e invita a todos los cubanos, sin importar el color de su piel, a que se nos unan a este homenaje que debió nacer en los albores mismos de la república.

Cómo ser negro y no morir en el intento

Frank Delgado

Profesor Enrique Patterson
Profesor Enrique Patterson

El racismo en la Cuba de Fidel Castro

Manuel Castro Rodríguez

Este artículo me fue publicado hace tres años, el 11 de enero de 2010.

 

En 1960, Jean Paul Sartre -el filósofo francés que marcó una época-, y su esposa, Simone de Beauvoir, estuvieron un mes en Cuba. En una entrevista que sostuvo con los escritores cubanos, Sartre respondió una pregunta sobre el racismo: “el origen del racismo es económico”. (…) “Me parece que en un país como Cuba donde la igualdad económica está en trance de realizarse, cuando ya no haya más discriminación originada en la miseria, cuando algunas competencias debido a la falta de trabajo, el desempleo, podrán ser suprimidas, cuando la propiedad colectiva haya lentamente aumentado, el racismo en la medida en que existe aquí, estará muy cerca de ser eliminado”.

 

Cincuenta años después, los afrocubanos continúan siendo minoría entre los profesores y estudiantes universitarios, y representan la mayoría de la población penal. Si son infrahumanas las condiciones en que sobrevive el cubano promedio

 

http://vodpod.com/watch/682720-habana-arte-nuevo-de-hacer-ruinas-primera-parte

 

, peores son las que padecen los afrocubanos que “se encuentran en una situación de desventaja respecto de sus compatriotas blancos, tanto a nivel social como económico e incluso educativo

 http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/latin_america/newsid_6037000/6037099.stm

 

Aquellos intelectuales afrocubanos que han denunciado el racismo han sufrido ostracismo, presidio o exilio. Aunque el teórico marxista Walterio Carbonell conocía a Fidel Castro, no pudo escaparse del ostracismo. El sociólogo marxista René Betancourt y el profesor universitario Enrique Patterson tuvieron que exiliarse en Estados Unidos. El etnólogo Carlos Moore sufrió prisión en un campo de trabajo forzado; se asiló en la embajada de Guinea. El médico Darsi Ferrer está encarcelado desde julio, sin haber sido sometido a juicio.

 

El 26 de noviembre de 2009, cuatro académicos de Jamaica le enviaron una carta a Raúl Castro en la que le expresan: “lo que nos sorprende a todos es la mano fuerte del Estado contra aquellos que se atreven a expresarse en contra del prejuicio racial continuo en la sociedad” cubana.

 

El 30 de noviembre de 2009, sesenta líderes afroamericanos emitieron una declaración en la que le reclaman al régimen militar cubano que ponga fin a su “insensible desprecio” contra los afrocubanos, que han sido objeto de violencia no provocada, intimidación y encarcelamiento por defender sus derechos civiles.

 

http://www.mcclatchydc.com/static/pdf/CUBA_statement.pdf

 

Mientras que varios afroamericanos han logrado ocupar los cargos más altos –Obama, Colin Powell y Condoleezza Rice-, sólo un afrocubano -el general de División Raúl Rodríguez Lovaina-, se encuentra entre los diez primeros del alto mando militar

 

http://www.granma.cubaweb.cu/2008/05/24/nacional/artic06.html

 

El primer círculo de poder, la gerontocracia estalinista, es de piel blanca: Fidel Castro (83 años), primer Secretario del Partido Comunista; Raúl Castro (77), Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros; José Ramón Machado (79), primer Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros; Ramiro Valdés (77), segundo Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros; José Ramón Fernández (86), primer Vicepresidente del Consejo de Ministros; Julio Casas (73), Vicepresidente del Consejo de Estado y ministro de las Fuerzas Armadas; y Abelardo Colomé (70), Vicepresidente del Consejo de Estado y ministro del Interior -cuerpo militarizado paralelo a las Fuerzas Armadas.

Apartheid In Cuba by Eduardo Montes-Bradley

Carlos Moore speaks openly on racial tensions and discrimination in Fidel Castro´s Cuba since the beginning of the Revolution.

El Black Power en la Cuba de los sesenta y setenta. Conversación con Juan Felipe Benemelis.

(Primera Parte).

Alberto Abreu

 

Cuando conocí la noticia de la aparición de su libro El miedo al negro, decidí antes de regresar a Cuba, pasar por Miami a saludarlo. A mi regreso de la Universidad de Santa Cruz nos encontramos. Recuerdo que me dio la bienvenida con un ejemplar de su libro en la mano. Yo traía en mente el tema de esta entrevista. Se lo había sugerido en varias ocasiones y siempre rehusaba hablar de ellos. Esta vez aceptó. El tema del Black Power cubano, es uno de los tantos capítulos silenciados de la historia socio-cultural y las dinámicas raciales de los primeros años de Revolución. Uno de los principales motivos de este silencio responde a la actitud de los protagonistas sociales e intelectuales de este movimiento, quienes por diferentes motivos han preferido callar. Esta entrevista es, por lo tanto, el primer gesto por hurgar en los archivos de la memoria, y traer al presente todo aquel legado sin dudas imprescindibles para comprender el presente la problemática racial cubana.

En esta conversación con Juan Felipe Benemelis desfilan importantes líderes y pensadores africanos, afronorteamericanos y afrocaribeños de la década del sesenta y setenta como: George Padmore, Franz Fanón, Eric Williams, Leopold Sedar Senghor, Cyrill Lionel Robert James, Peter Milliard, Malcolm X, William Du Bois, y también africanos como Kwame Nkrumah, Jomo Kenyatta, Peter Abrahams, y otros.

 

Comencemos esta entrevista tratando de contextualizar este fenómeno. Hacia este objetivo están encaminada las primeras dos preguntas que quiero hacerte:¿Cómo se veía el tema de discriminación en esos primeros años sesenta? Y específicamente ¿en qué contexto emerge el movimiento del Black Power en Cuba?

 

Antes de hablarte del “Black Power” cubano, quiero señalarte algo que, a mi entender, es clave para desentrañar el tema de la lucha por la equidad del descendiente de esclavos africanos en las Américas y en la Cuba afro-descendiente. El siglo XX contempló 5 eventos cardinales para el africano y el afro-diaspórico:

El movimiento retorno al África en la década de 1920 que se personifica en el jamaicano Marcus Garvey, con una flota cuyo buque insignia era el Antonio Maceo. Esta proyección, tildada de racismo y de “sionismo negro”, tuvo su móvil en la atávica tragedia que significaba la discriminación ejercida sobre la población negra de los Estados Unidos y las Antillas. Garvey logró cristalizar un elemento emocional, una fraternidad e identidad racial que encerró elementos anticoloniales.

La negritud antillano-africana Aimé Césaire-Sedar Senghor en la década 1930-1940;

La descolonización del África y el pan-africanismo y sus congresos, organizado por William DuBois, conjuntamente con el intelectual antillano George Padmore;

La lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos en las décadas 1960-1970, conjuntamente con la de-colonización del Caribe en las décadas 1970-1980.

Todo esto propició recursos no europeos para la solución exclusivamente africana y de las Américas Negras de sus problemas políticos, sociales y económicos. Todos ellos nacerían, paradójicamente, fuera del África. El movimiento “retorno al África” en Jamaica y las plantaciones algodoneras sureñas de Estados Unidos; el Panafricanismo, junto al humo fabril de Chicago y en el Harlem neoyorkino, y la “negritud” en las márgenes del río Sena.

Cada uno de estos eventos impactó a una masa crítica de pensadores negros y mulatos en Cuba, aunque tal cosa no se ha recogido por la historia oficial y cultural, y cuando se ha hecho ha sido de manera tergiversada y nunca se ha aprehendido, por la cultura euro-ibérica isleña de su vastedad y profundidad.

A pesar del golpe que significó la masacre de 5.000 negros en 1912, ya para la década de los 40 y 50 se había formado una extensa clase media negra y mulata, de dueños de comercios, profesionales, constructores, propietarios de inmuebles, políticos municipales, etcétera, no sólo en La Habana, sino en Santiago de Cuba, Bayamo y Guantánamo. En la década de los cincuenta, esta clase media negra y mulata, nucleada en las llamadas “sociedades de color”, luchaba abiertamente por una agenda de equidad, teniendo como figuras centrales a Salvador García Agüero, al ex alcalde santiaguero Cástulo Feraux, al cirujano Silvano Herrera, al periodista Ramón Vasconcelos, al abogado Juan René Betancourt y al líder estudiantil Felino René Goire.

La parte de poder reclamada por la clase media negra de Cuba en la fase inicial de la revolución se considero como un asunto sin importancia.

El nuevo liderazgo revolucionario pintó una clase media de cubanos blancos y vio a la población negra como un grupo sin distinciones y sin aspiraciones históricas especificas. La nueva elite revolucionaria tomó la visión de que los negros y mulatos eran una masa unificada de personas explotadas que formaban parte de las masas de pobres del país. Ellos fueron vistos como pobres entre los pobres y nada más.

Los centros sociales y culturales fueron abolidos, incluso las Sociedades de Color afrocubanas de ayuda mutua, en 1962, para abrir camino a sociedades racialmente integradas. Las festividades en privado fueron limitadas a fiestas de fines de semana y los fondos organizacionales fueron confiscados

La revolución destruyó de este modo la única fuerza política y cultural de carácter independiente que ellos tenían en sus manos, la Federación de Sociedades de Color, la cual era similar a la Asociación Nacional para el Progreso de los Pueblos de Color (NAACP) de Estados Unidos. Esta Federación de Sociedades de Color tuvo su origen en la Federación fundada por Juan Gualberto Gómez después de la abolición. Como el historiador Carlos Moore escribió: “esta movida fue cuidadosamente camuflada como parte del proceso de eliminación de la segregación que se llevaba a cabo en Cuba, esto llevó a la elite de la burguesía negra cubana a tomar el camino del exilio o al ostracismo político”.

Tras prohibirse aquellas sociedades de negros provenientes de la época republicana y de los primeros años de la revolución, no se aprobó ley alguna específica contra la discriminación racial. El gobierno no admitió el debate sobre el racismo y la supremacía de los blancos criollos, pues la ausencia del debate partía del criterio de que si no se hablaba de raza ésta desaparecería.

En Cuba la población blanca estaba muy acostumbrada a evadir el tema, viviendo sus vidas como si el problema no existiera y nunca hubiera existido. La reacción del segmento blanco de la sociedad, crucial también para las aspiraciones del liderazgo revolucionario, creó una reacción normal entre los gobernantes. Como resultado y con el objetivo de complacer a las molestas clases media y baja del segmento blanco de la población, ni el Comandante Fidel Castro ni otros líderes de la revolución volvieron a hablar nuevamente del racismo ni de la discriminación racial.

 

¿Qué fue el Black Power en la Cuba de los años sesenta?

Los efectos e influencia del movimiento afro-americano Black Power, de los años de la década 1960, si bien no se escenificó en Cuba con el impacto que tuvo en Estados Unidos y en la cuenca caribeña, sin embargo, se reflejó en las capas intelectuales de una vanguardia de jóvenes afro-cubanos. Ya el pensador afro-cubano Walterio Carbonell había expresado que Cuba estaba constituida por dos naciones y por dos culturas.

Lo que fue el “Black Power” en Cuba, pudiéramos clasificarlo como un movimiento llevado a cabo por una capa de jóvenes pensantes y creadores negros y mulatos, que busca la reivindicación identitaria y política del sujeto afro-cubano, para llamarlo de alguna manera. El mismo tuvo dos tendencias o vertientes. Una, llamémosle cultural, cuyos actores provenían fundamentalmente del campo de la investigación etnográfica, y la creación artística y literaria como Nancy Morejón, Rogelio Martínez Furé, Sara Gómez, Tomás González, Pedro Pérez Sarduy, Gerardo Fulleda, etcétera. Ellos absorben la herencia de Fernando Ortiz, de Lydia Cabrera, de Argeliers León… y comienzan a revalorizar la herencia cultural y religiosa del sujeto africano en Cuba: ya fuera en la música, el teatro, el cine, la literatura y demás. En ellos hay una concientización de la herencia bidimensional ibero-africana a través de la cultura, y por coyuntura histórica ha sido la más conocida, o la única conocida.

Paralelo a esta vertiente convive otra, que opera más cercana a los espacios o circuitos de las estructuras políticas e ideológicas en aquellos primeros años primarios de revolución. Es el caso donde me veo involucrado, es decir de este último grupo del cual provengo, de negros y mulatos dirigentes políticos, diplomáticos, historiadores, etcétera.

En ese grupo se entra en una relación directa con líderes y pensadores de África, del Caribe, de afro-americanos, ya fuese desde la órbita diplomática, del comercio exterior, de las instituciones que lidiaban con extranjeros y desarrollaban políticas en el extranjero (como Manuel Casanovas que provenía de instituciones oficiales, de mi caso que estuve en Ghana y Tanganica-Tanzania, el de Walterio Carbonell embajador en Túnez, Carlos Moore, el de Juan Domech y de Bulnes diplomáticos en Mali, de Felino René Goire diplomáticos en Ghana, de Gerardo César Proenzas diplomático en Guinea, de Alberto Conill, que estuvo en África, luego Iván Cesar Martínez, diplomático en África y el Caribe, y otros más, etcétera).

Este proceso de concientización de nuestra identidad como diaspóricos afro-descendientes se produce simultáneo, y yo diría también, como resultado del proceso de de-colonización en África, y de las luchas en Estados Unidos por los derechos civiles. Es que veíamos ya, en ese momento, un destino común para todos los negros y mulatos, el de redescubrir y afirmar valores tradicionales heredados del África, no importaba país ni doctrina política, pero con el ánimo de que el socialismo que se proclamaba en Cuba aceptase la síntesis racial. Claro, comenzó el choque con la visión blanco supremacista del marxismo cubano.

La concepción socialista africana de la sociedad no era la marxista. Mira, lo primero que aprendí de todos ellos era que en África la eliminación de la “explotación” estaba ligada a la liquidación del andamiaje colonial, (que no sucedió en Cuba) por eso, el lenguaje socialista no era necesariamente el resultado de la militancia marxista, aunque casi todos sus dirigentes, desde Kwame Nkrumah hasta Félix Houphuet Boigny, conocían bien el pensamiento marxista leninista.

A este efecto, me es justo reconocer que fue precisamente un marxista cubano negro, Salvador García Agüero, que también servía de embajador en Guinea esa época, quien me señaló la importancia del pensamiento político antillano y de teóricos africanos para el futuro de la solución de este drama discriminatorio. Salvador García Agüero, también era un defensor del rescate de la vilipendiada figura de Martín Morúa Delgado, y de la injusticia histórica que se había hecho del mismo, repitiéndose lo que el Diario de la Marina dijo, para justi-legitimar a la élite blanca.

Mientras los jóvenes intelectuales culturalmente mono-ibero-europeos de mi generación, la que madura en la década sesenta, asume a Karl Marx, a Rosa Luxemburgo, a Louis Althusser (a mi criterio neo-hegelianos “frankfureños” desfasados), nosotros, además, tuvimos de referentes, y mucho más que los “clásicos marxistas”, a un grupo de pensadores antillanos y africanos como el teórico George Padmore, Franz Fanón, Eric Williams, Leopold Sedar Senghor, el intelectual trinitario Cyrill Lionel Robert James, Peter Milliard (maldecido en los medios estalinistas cubanos), Malcolm X, William Du Bois, y también de africanos como Kwame Nkrumah, Jomo Kenyatta, Peter Abrahams, y otros...

En esta revisión del pasado, que ahora puedo evaluar que era para encontrar la identidad de la cual estábamos excluidos, y contrario al monolitismo ideológico que impregnaba a la joven generación de iberos-descendientes, se daba cabida entre los antillanos y africanos le evolución en varias direcciones, como las igualitaristas de Namdi Azikiwe en Nigeria, o aristocratizantes como Félix Dabo Sissokó en Mali; tradicionalistas como Appiah Danquah en Ghana; o revolucionarios, como la primera etapa de Gabriel Darboussier; tribalistas como el Yoruba Obafemi Awolowo en Nigeria; o panafricanos como el ghanés Kwame Nkrumah; africanistas como el Jomo Kenyatta de la fase etnológica; pro-europeos como Leopold Sedar Senghor en Senegal.

Mi relación personal con el dahomeyano Sourou Migan Apithy, por un lado, con el congolés Aniceto Kashamura, con el filósofo camerunés Woungly Massaga, exilados en Ghana, o sea con individuos geográficamente tan dispares, y con posiciones políticas tan diversas, me hicieron ver lo común entre ellos, y algo que no estaba en los manuales marxistas; cómo el mensaje para lograr la equidad en la decolonización se hacía también a través de la iglesia ortodoxa africana. Ya sabes que el movimiento afro-americano de los derechos civiles se ganó desde los púlpitos de las iglesias protestantes negras.

De ahí que en el grupo que se movía alrededor de estas ideas, ellas también para muchos de nosotros estaban impregnadas de sentimientos religiosos. Y lo interesante es que también en África, durante este período veíamos cómo ciertos rituales de la tradición cultural africana eran convertidos en rituales de los partidos.

Los libros de Franz Fanón, el de la esclavitud y el capitalismo de Williams, el de la Internacional Comunista de CLR James, el concerniente al estalinismo de la Internacional escrito por Padmore, el estudio pan-africanista de Jomo Kenyata, eran pan caliente en nuestro grupo. Ah, para mí fue una revelación cuando leí a W. DuBois, por aquel entonces ya una figura ultra-venerada y que se citaba en Cuba sin conocerle, en especial me impacto su disección crítica al marxismo, hecha a principios del siglo XX, donde con gran lucidez planteaba la incapacidad de esta vertiente política para solucionar el tema de la discriminación. Mucho más me impactó cuando le conocí personalmente en Ghana, en su proceso de culminación de la gran Historia del África que estaba escribiendo por encargo de Kwame Nkrumah. Con frecuencia le visitaba en Flagstaff, la casa presidencial, donde tenía una oficina llena de libros. El viejo DuBois conocía a Cuba y al racismo rampante en nuestra Isla.

Con DuBois asimilé la importancia del África para las élites pensantes afro-descendientes en su lucha por la equidad, algo que no ha sucedido en Cuba, donde incluso los más militantes defensores de la equidad desconocen brutalmente la historia y la cultura africana y todo lo que de ello hay en la cultura y la psiquis de los diaspóricos. En DuBois encontré que existía una toma de conciencia del nexo estrecho entre la solución del problema negro en los Estados Unidos y en el resto de América con el de la dominación colonial de los pueblos de África; y ese fue el convencimiento para todos nosotros, que la solución no pasaba por el marxismo, sino por otras vías, por la conexión con los antillanos, los afroamericanos y los africanos. La influencia de DuBois y Padmore sobre este grupo de antillanos-africanos fue decisiva, y también en mi caso.

Luego, nuestra lectura posterior de otras obras parecidas y el roce con algunas de estas figuras fue conformando, en nosotros, y en mi caso de manera decisiva, una visión totalmente diferente a la lectura oficial que se hacía (que no se hacía) del tema racial. Sabíamos y yo estaba convencido, pues era evidente, el abroquelaje de una élite de postguerra, anti-intelectual y racista en nuestro medio cultural y político, y que para colmo absorbe un marxismo de corte estalinista de los años 1920, ni tan siquiera.

Comenzó un acercamiento al pensamiento africano y afro-antillano por varias razones. Mientras una parte de intelectuales jóvenes de mi generación, ajenos o daltónicos al tema de la discriminación racial en Cuba, se encandilaba con el marxismo y con algunos de sus “heréticos”, ya este grupo de pensadores africanos, afro-americanos y antillanos, con los cuales nos vinculábamos tanto personal como de referencia, que en sus inicios estuvo vinculado a la Tercera Internacional, al posterior Komintern, o círculos marxistas en Oxford, Cambridge y en universidades norteamericanas, venían de regreso del marxismo, y sabían que el socialismo real era incapaz de solventar los problemas del racismo y la discriminación a los africanos y a sus descendientes en las Américas Negras. O sea… este cuestionamiento no es nuevo, ni producto de un contexto de exilio, sino que tiene un corpus teórico que se remonta a la posguerra, y que proviene precisamente de africanos y afro-diaspóricos… (Padmore, Fanón, los trinitarios Williams, C. L. R. James) de ahí que me resulte sorprendente que algunos interesados en el tema de la discriminación en la Isla, actualmente, mantengan una posición ya desechada hace más de 70 años sobre la “solución marxista del racismo”.

Y, eso había sucedido también con el tema de género. La primera y última feminista bolchevique, la Alexandra Kolontai, en sus postrimerías había admitido que el socialismo real no solucionaba el tema de la discriminación femenina. Así que, cuando el marxismo entraba en avalancha por las mentes de nuestra generación, dos temas vibraban como campanas en algunos de nosotros, que nunca tendrían solución en el modelo que se aplicaba en la Isla: el de raza y el de género.

 

¿Qué se debatía por esa época?

Es importante que sepas la noción corriente en la capa intelectual y política de Cuba en los sesenta, de que la lucha de los derechos civiles, y también el panafricanismo eran sólo simples solidaridades “de color”, tildada de peligrosas. Los comunistas cubanos la consideraron un racismo chovinista y una especie de pan-negrismo; como una forma negativa de plantearse los problemas, al situar la lucha anti-colonial al nivel del africano y no de los explotadores “burgueses” y de los explotados “proletarios”. Asimismo, el Komintern atacó al panafricanismo sobre la base de que era susceptible de ser utilizado por los diferentes “imperialismos”.

La III Internacional Comunista nunca se esforzó por apoyar el movimiento anti-colonial en África, sobre todo al desligarse de la lucha anti-colonial a los territorios ingleses de África Occidental. El término África Negra que usa el Komintern sería derogatorio. Por eso, en mis discusiones políticas dentro de las estructuras que atendían al África por esa época, como Armando Entralgo, Luis García Guitart, Pelegrin Torras, Jorge Serguera, etc., el pan-africanismo como centro del anti-colonialismo, les parecía a estos marxistas criollos, una generalización demasiado rápida y mal informada.

Mientras en otros círculos ibero-culturales del país “se discutía a Hegel, a De la Volpe, a Gramsci, nosotros estábamos envueltos en otras discusiones teóricas, por sendas aparentemente paralelas. Desde esta perspectiva éramos un grupo otras facilidades para tener acceso a este desmontaje de lo europeo y lo occidental.

Te diría que entre los años 1962-1968 a partir de estas experiencias políticas, intelectuales y de nuestra cercanía con figuras claves de la negritud y el panafricanismo fuimos adquiriendo todo ese bagaje cultural y teórico; mientras en otras esferas de nuestra generación, florecía el desencanto ante el estalinismo y se manoseaban los herejes del marxismo, el trotskismo e incluso anarquismo, en nosotros se producía una reversión a lo interno, al componente fundamental, aunque excluido, de la nación.

Para nosotros, el modelo marxiano había fracasado en la Isla, no producto de la supuesta “deformación” estalinista, o la no consideración de un neo-marxismo alimentado por el “deshielo jruchoviano”, algo que se había puesto de moda en las publicaciones de la Editorial Polémica y en el Departamento de Filosofía, sino de algo muy por encima de los modelos y políticas… de la continuación de una supremacía, de una bio-política que en nada había cambiado desde la colonia española hasta la actualidad; de una transferencia de los mismos valores de élite en élite, con independencia de los programas políticos: conservadores, liberales, ortodoxos, marxistas, etcétera.

.Me refiero al mantenimiento del poder político y económico de un entablado euro-descendiente, sordo y daltónico a la discriminación política y económica respecto al negro y mulato. Para nosotros era patente que la nacionalidad nunca había cuajado en la Isla

El antillano Padmore se convenció que el marxismo no resolvía el problema racial, y de minorías y se inclinó por la fórmula de unos Estados Unidos de África, que incluyese también el Caribe; imagínate a la rancia capa supremacista cubana de la década cincuenta republicana y de los sesenta y setenta de revolución socialista, plantearle que la solución era federarse con Jamaica, Trinidad Tobago, Haití, etcétera… les daba el soponcio. Lo llamativo es que el programa político de Antonio Maceo tenía como punto central federar a Cuba con el Caribe, pues en él veían ahí la única forma de contra-balancear a los racistas blancos y lograr una equidad en Cuba.

 

 

 

El Black Power en la Cuba de los sesenta y setenta. Conversación con Juan Felipe Benemelis.

(Segunda Parte).

Alberto Abreu

 

 

¿Cómo se produce el ingreso de negros y mulatos en aquellos primeros años de la Revolución al cuerpo diplomático?

Se debió a un nombramiento como Sub-secretario de Estado que tuvo efectos simbólicos, del negro guantanamero Carlos Olivares Sánchez, hombre de cultura enciclopédica, quien fue en la década de 1950 (conjuntamente con Juan René Betancourt y el eminente médico Silvano Herrera), un destacado luchador porque el negro cubano obtuviese la equidad política y económica. Se debe a Olivares, repito, que se pudieran nombrar cubanos negros y mulatos para cargos diplomáticos.

Te voy a facilitar una crónica que refleja cómo era el horizonte político de esos años iniciales respecto al tema de la discriminación. En ese momento Carlos Moore resultó una de las víctimas directas.

 

Juan Goytisolo, en una crónica publicada el 1 de junio de 2010, titulada “El Negrito retinto”, sintetiza pasajes del libro Pichón, de Carlos Moore, publicado por la Lawrence Hill Books de Chicago en 2009. En unos pasajes de la crónica, se destacan las primeras experiencias de Moore, del racismo de la cúpula dirigente revolucionaria, cuando con candidez buscaba la realidad de una política de equidad racial para Cuba. De Moore comenta Goytisolo: “Allí, la politización de los grupos más cultos que frecuentaba le indujo a remontarse a sus orígenes africanos y a embeberse en el contenido de las obras que los reivindicaban. En el National Memorial African Books de Harlem, leyó a Aimé Césaire y Frantz Fanon, el Soliloquio del rey Leopoldo de Mark Twain. Tras la independencia del Congo belga, Patrice Lumumba se convirtió en su héroe y la causa anticolonialista pasó a ser el objetivo que en adelante canalizaría sus energías. Moore entró así en contacto con los Black Muslims y su carismático dirigente Malcom X al tiempo que se enfrascaba en la lectura de Le Roi Jones y trababa amistad con Robert Williams, el líder negro entusiasta defensor de la Revolución Cubana”.

Apunta Goytisolo: “La llegada de Fidel Castro a Nueva York en noviembre de 1960 a fin de asistir a la Asamblea General de Naciones Unidas y su instalación en el hotel Teresa, en el corazón de Harlem, fueron decisivas en su adhesión al marxismo como instrumento eficaz para acabar con el racismo arraigado en la Isla. Carlos Moore acudió a saludar al Comandante, se relacionó con los representantes del Movimiento del 26 de Julio y prosiguió sus actividades políticas con los grupos radicales opuestos al imperialismo norteamericano. El asesinato de Lumumba y la frustrada invasión de Playa Girón le convencieron de que su puesto estaba en Cuba y aterrizó en La Habana con una carta de recomendación de Robert Williams en junio de 1961”.

Sobre el libro de Moore, comenta Goytisolo: “Pichón nos revela los sucesivos desencuentros entre el joven Moore y la ya poderosa burocracia comunista creada por el nuevo régimen: su busca de un empleo útil a la causa revolucionaria en el ICAP (Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos), y la fría acogida de sus dirigentes; la oferta del ahora exiliado Robert Williams de trabajar como locutor en la Radio Free Dixic, dirigida a los negros estadounidenses; su encuentro casual con el haitiano Marc Balin y, a través de él, con Walterio Carbonell. La relación con éste y su lectura de Cómo surgió la cultura nacional (a la que dediqué un ensayo incluido en El furgón de cola) serían decisivas en su defensa de las tesis negristas y su revisión retrospectiva del pasado cubano”.

“Moore descubre que la Revolución ha dejado de lado el problema racial: ya no hay blancos ni negros, sólo cubanos. Con la convicción de que Fidel ignoraba la magnitud del problema, viajó a Santa Clara a fin de entrevistar al recientemente fallecido Juan Almeida, el único dirigente cubano "de color". Su afirmación ante éste de que el racismo persistía en Cuba y sus quejas acerca del ICAP, suscita una respuesta inesperada del Comandante: o se calla o acabará frente a un pelotón de ejecución. De vuelta a La Habana, los burócratas del ICAP le someten a un verdadero interrogatorio policiaco: cómo conoció a Balín, cómo conoció a Carbonell... A continuación, Moore fue conducido a una celda de Villa Marista en donde se hacinaban los contrarrevolucionarios en espera de ser fusilados y permaneció veinte días en ella hasta ser liberado gracias a la intervención de Robert Williams”.

 

¿Puedes mencionar algunos nombres de quienes integraron este grupo Black Power?

Éramos como podría decirte, más de treinta o cuarenta jóvenes y algunos veteranos Ya algunos te los he referido en preguntas anteriores. Podría añadirte a Ramiro de la Cuesta, que es uno de los pocos hijos de mambises vivo; a Ernesto González, a Santiago Boullón, a Irmina Iglesias, la hija de Aracelio Iglesias que murió trágicamente en París, a Justo Fuente. También recorríamos el círculo de la artista haitiana Martha Jean Claude, defensora de la negritud, y de su compatriota el escritor René Depestre, el cual objetaba muchos puntos de la negritud, lo cual expuso en un ensayo en la revista Casa de las Américas.

 

Quiero recalcarte que Juan Domech, era de entre nosotros quien con más fervor defendía el tema de la negritud al estilo Césaire, Senghor. Había también una vertiente cultural de artistas de la plástica que reflejaban en sus obras el tema afro-cubano: como los escultores Queneditt, Cobas, Fowler. Me llama la atención ahora este hecho.

Entre otros lugares nos reuníamos en casa de un pianista, cerca del Hotel Nacional, que era conocido como “Mario el americano”; allí escuchábamos jazz y alternábamos con afro-americanos. O en mi casa que estaba detrás del cine Arenal, eso era todos los sábados por la noche. Otro hecho importante fue nuestra relación personal con líderes negros afro-norteamericanos como Williams del Partido Comunista (amigo de Carlos Moore), que se fue espantado por el racismo que había en la Isla, y que lo declaró luego públicamente; asimismo Brown, líder de las Panteras Negras, que también denunció en Estados Unidos el racismo en Cuba. Las discusiones y las conversaciones personales, con estos intelectuales y líderes negros internacionales fueron determinantes.

 

Sin embargo, en una entrevista anterior me hablas de lo fructífera que fue para Roberto Blanco y Argeliers León su experiencia en Ghana.

Roberto Blanco y Argeliers León visitaron Ghana cuando yo me desempeñaba como jefe de misión en ese país. Los llevé a conocer todo lo que tenía que ver con los ancestros y la historia de africanos esclavizados en Cuba proveniente del Golfo de Guinea, especialmente los yorubas de Benín y Togo. Allí presenciaron espectáculos, rituales y demás expresiones culturales del reino Achanti. En el caso de Roberto Blanco, el viaje fue decisivo y de mucho impacto en su formación como director, sobre todo su encuentro con el maravilloso teatro de la etnia de los Fante. Recuerdo que permaneció con ellos durante meses. Lo que influenció mucho en su dramaturgia y estilo de trabajo.

Lo que más polémica despertó entre los funcionarios de la cultura en la Isla fue la puesta en escena de Lumumba, una temporada en el Congo, por el grupo Ocuje, dirigido por Roberto Blanco. El elenco estuvo compuesto casi en su totalidad por actores y actrices negras, entre ellos Tito Junco, que hizo del personaje de Joseph Kasavubu, presidente del Congo. Tanto Armando Entralgo como yo estuvimos asesorando la parte histórica. Te puedes imaginar. Pero Roberto Blanco en aquellos años era un director de mucho prestigio.

Mira, después de mis regreso del África y mis relaciones con el viejo Fernando Ortiz, con José Luciano Franco, con Martínez Furé, que valoraban la herencia cultural africana en la Isla, cuál era mi sorpresa, y la de todos nosotros del grupo, ver cómo se desdeñaba la “música popular” y de los ritmos de origen africanos como el son, la rumba, el mambo, el chachachá, la salsa, el pilón, el Mozambique, el jazz afro-cubano (incluyendo la música afro-americana), y la preferencia por música europea, sobre todo de grupos españoles o italianos, y finalmente por una Trova que se inició sin raíces internas...

La intelectualidad “chic” criolla detestaba a Pello el Afrocán con sus 40 tambores. Ni que decir la reacción contra los Zafiro, por su gran parecido con el grupo afroamericano de los Platters. Miguelito Cuní, el sonero mayor, en el ostracismo de los bares de mala muerte. Ah…y el documental PM… Mira, casi nadie alude que la famosa reunión de los intelectuales en la Biblioteca Nacional se debió a un documental de negros, y que por tal, la intelectualidad ibero-habanera y el estamento político supremo, no podía admitir que la imagen de “negros marginales” corriese por el mundo. Había que invisibilizar al negro, esterilizar a la nación. Nada de Carnavales, ni los Alacranes ni Los Hoyos. Todo ello nos enfurecía por esa época.

En 1966 se denegó la celebración de los carnavales en toda la Isla, puesto que no se avenía a la nueva ética revolucionaria y no representaba al “Hombre nuevo” que construía el socialismo. Este “Hombre nuevo” no podía ser abakuá, no podía abrazar la fe de los orishas africanos, ni consultar el tablero de Ifá y, por supuesto, debía alejarse de la herencia africana enraizada en los carnavales.

Las asociaciones abakuá pasaron a ser vigiladas por el Ministerio del Interior, el cual emitió a principios de la década setenta, instrucciones que calificaban de “peligrosidad” las actividades de tales asociaciones. Tanto los órganos del Partido Comunista como de la Juventud Comunista recibieron seminarios en los que se analizaban la santería, el palo y el abakuá como manifestaciones cuasi delictivas y de necesaria vigilancia.

 

¿Cuánto fue la contribución a la construcción de tu identidad como intelectual de aquellas discusiones, lecturas, conversaciones, reuniones en casa de amigos y otras vivencias que propició el Black Power?

Estábamos ya en plena revisión de la percepción soviética y cubana de comunismo y socialismo, totalmente diferente a estos procesos nacionalistas en el tercer mundo. La postura del tinglado pro-comunista cubano de los sesenta sólo buscaba a los inexistentes grupos comunistas africanos y tildaba a los líderes nacionalistas de traidores y agentes del imperialismo.

El Black Power, tal como ahora lo veo desde mi experiencia y participación en él fue un proceso de concientización política, ideológica de la identidad racial negra, decisivo para mi formación como intelectual, que me dio nuevas perspectivas tanto en el plano teórico y de las ciencias sociales.

Muchos de nosotros fuimos testigos de las independencias de las antiguas colonias africanas. Participamos en este proceso como analistas políticos, diplomáticos, asesores y demás. Vimos desde adentro como se estaba produciendo el proceso de de-colonización africana. Y surgían las comparaciones con la descolonización en América Latina, y con el proceso por el cual transcurrió la nación cubana luego de la independencia y su entronque con una revolución que enarbolaba el marxismo: era algo inevitable. El proceso de descolonización que se estaba llevando allí era muy diferente al que tuvo lugar en Cuba… Que en realidad nunca encaró un proceso de descolonización de los valores sociales, éticos, educacionales, políticos y culturales de la ex metrópoli española. La descolonización africana afrontaba la creación de una nación, a partir de todos sus componentes étnicos y culturales, a la vez que un corte radical, digamos epistemológico a lo Althusser, con la ex metrópoli. Descansaba y profundizaba en lo interno, las raíces culturales africanas, admitía el tribalismo, al tiempo que desmontaba los patrones y los modelos culturales y de vida implantados por el colonialismo francés, e intenta construirse un modelo de nación propio.

Allí constaté que la idea del Estado-nación implantada en Cuba a la cañona, era una importación europea que chocaba con la realidad histórica y social, que marchaba en dirección contraria a la unificación de blancos, negros y mulatos en el poder político.

En la descolonización africana, los plantadores blancos en los distintos países, en su mayoría les fue compraba su propiedad y transferida a los africanos. Esto nunca ocurrió en Cuba, donde los grandes propietarios de tierra del período colonial, sobre todo en el azúcar, mantuvieron sus propiedades; es más, a los criollos que se alzaron en nuestras guerras de independencia nunca les fueron devueltas las tierras incautadas y cedidas a los españolitos. Por supuesto, los negros y mulatos nunca recibieron una pulgada de tierra en Cuba.

En Cuba nada de eso aconteció… Sólo se dio la transferencia del poder de una élite española ultramarina colonialista, a una élite criolla culturalmente española. De ahí que el negro, quedase excluido totalmente de la nación… De ahí que no se construyó una nueva nación… sólo hubo un cambio en los cargos políticos y quizás nuevos empresarios ibero-criollos y foráneos. Lo triste no era eso, sino que salíamos convencidos al ver lo que sucedía en África, que en el modelo republicano y marxista persistía tal bio-política.

Mira, entramos en contacto en la década del 60, con un continente que estaba en pleno debate sobre qué era la descolonización, sobre cómo construir una nación, sobre cómo se hacía el corte con la ex metrópoli, sobre cómo se concedía la equidad a las distintas etnias. Para asombro nuestro, y para nosotros, el “continente atrasado” nos (me) estaba dando lecciones sobre algo que acá pensábamos que habíamos superado. Y no era Ghana, o Senegal, o Tanzania, o Guinea solamente, para citar casos… lo mismo sucedía en Marruecos, en Argelia que estaba tan “afrancesada” como Cuba “españolizada”, y que sin embargo disolvió lo “afrancesado” y pese a los problemas que se le pueda señalar, quedó una nación puramente argelina, mientras nosotros teníamos y tenemos aún en nuestras espaldas a la “Madre Patria”…

Otro elemento que me abrió la visión para el tema racial en Cuba era que este grupo de antillanos alrededor del ghanés Kwame Nkrumah planteaba que el nacionalismo africano no podía estar limitado al África, puesto que tal nacionalismo, y la ideología de la conciencia y la emancipación política africana debía llevarse a todos los lugares del continente americano donde hubiese población afro-descendiente.

Mira, ahora hay términos que se manejan y que parecen novedosos, aportes de última hora: racialismo, colonialidad, etcétera. Pero ya nosotros habíamos desandado por tales conceptos, y no tenemos que aprenderlos repetitivamente pues ya entonces fueron producto de intensas discusiones y conceptualizaciones. No era nueva la consideración de que la colonialidad, es decir el blanco-supremacismo estaba involucrado en el poder político, en la cultura, en la sociedad y en las formas de conocimiento; en la versión canónica de las ciencias sociales y a su potencial colonizador. Iván César, a mi entender, fue el primer exponente más coherente del supremacismo blanco, ya desde entonces en todas las esquinas de La Habana.

Mientras Jesús Díaz se enzarzaba en una discusión sobre el criollismo del Cucalambé, y Norberto Fuentes hacía pininos con Condenados de Condado, me recuerdo que nuestro “grupo ambiente” reunidos tomando “coronilla”, discutíamos que no era posible abordar el tema del Estado y la nación, de la cultura y la sociedad en Cuba, en las Antillas y en América en general sin incluir el racismo, la etnicidad, la jerarquización social, la no descolonización y el criollismo-nacionalista. ¿En donde, en Cuba, en ese momento y fuera de nosotros, se estaba dando este debate seminal sobre la nación y su destino?

¿Te asombra entonces la gran reverencia de los cubanos blancos a la visita del Rey de España a La Habana, y que la Jota vuelva a ser popular? Sabes, nunca crecí con la admiración a la Gran Vía. Una vez te conté cuál sería mi asombro cuando, orientalito, llegué a La Habana con 14 años y comencé a oír eso de “la Madre Patria”. Luego me lo expliqué… la inyección de un milloncito de “galleguitos” durante la República, que alteró la demografía, la cultura, la política y la relación racial, y trajo una regresión del cubano blanco a ser nuevamente el criollo decimonónico entreverado Isleño-ibérico, sobre todo en el occidente de la Isla. Si la nación cuajaba, se descuajó entonces.

Mira, yo veo la tan manida “Revolución del 33 con su anti-imperialismo” como la acción de los “pichones de gallegos”, de primera generación en la Isla que reaccionaron visceralmente contra los viejos mambises. Pichones traumados por los barcos de palito hundidos en la bahía de Santiago de Cuba, y rasgándose las vestiduras ante USA. Eso lo notas en el exilio, donde el cubano blanco ha abrazado fervientemente a España, con tanto o más fervor que a la Isla de Cuba. Me comentaba Iván Cesar, siempre tan preciso, que la República de Cuba ideal la construyeron en el exilio de Miami… sin negros. Pero no vayas tan lejos… hubo un momento que muchos allá en la “nomenclatura” comentaban de dónde habían salido tantos negros. Es que son de la misma generación de posguerra, los del poder y los de la oposición exilada: anti-humanistas, anti-intelectuales, racistas. Ahí se demuestra la dicotomía de esa sección de nuestro país… y el hecho de que aún se hallan a mitad de camino en la nacionalidad. Sin embargo, el cubano negro o mulato sólo tiene como opción a la Isla de Cuba… y si está exilado es su única añoranza.

Mi bisabuela mambisa, manzanillera, escupía al suelo cada vez que se le mencionaba a España. A su marido, José Varona, el hijo de Bembeta Varona, el camagüeyano, se lo tiró el general español Fidel de Santocildes a la puerta de la caza hecho cadáver. Mi abuelo paterno, Jaime Benemelis fue un mambí orgulloso que no cobró la pensión; su esposa, mi abuela materna, Esperanza Vázquez, tuvo tía-hermanas que murieron de hambre en los campos de concentración de Valeriano Weyler. Mi abuelo materno, Felipe Paneque, fue aguador de la tropa de Antonio Maceo, y mi abuela materna, Exusperancia Varona fue mensajera de Bartolomé Masó. Herencia mambisa por los cuatro costados… y, por supuesto, aún esperando que “la Madre Patria” pida disculpas por la esclavitud y por los campos de concentración. Inglaterra, Francia, Portugal y Estados Unidos se han disculpado públicamente, históricamente, por su participación en los horrores de la trata y la esclavitud… pero los españoles…. Nada. Claro, los ibero-cubanos nunca se lo han exigido. Y te hablan de “esclavitud benévola”.

Claro, los criollos ibero-descendientes habían construido una nación, para ellos, a semejanza de ellos, y una república y varias revoluciones para ellos. El negro era una dependencia, no un componente en equidad.

 

¿Pero tengo entendido que trataron de organizarse a manera de un partido político?

¿Este gesto no te parece va más allá de un movimiento de toma de conciencia de una identidad racial?

En realidad, puedo ubicarlo en una fase intermedia. Había mucha indecisión, miedo a la reacción oficial, que luego se confirmó. Por eso, más que un partido creo que fue un movimiento en gestación espiral. Recuerdo que por esa época, en la Universidad de la Habana, se intentaba también crear un partido trotskista aupado por Ernst Mandel, de la IV Internacional, que se hallaba en la Isla, y quien expresaba que esa idea había sido autorizada por la máxima autoridad del país. Y también había grupos informales de anarquistas, amén de la heterodoxia del Departamento de Filosofía. Había una cierta ebullición semi-subterránea, claro, producto de una coyuntura de fricción con el bloque soviético, que luego sufre una regresión tras el apoyo oficial a la invasión soviética a Checoslovaquia.

Mira, a principios de 1968 varios del grupo se muestran audaces, encabezados por Manuel (Manolito) Casanovas, sobre todo luego de largas deliberaciones con Walterio Carbonell. Se elaboraron varias propuestas para ser presentadas en un evento cultural y que fuesen consideradas por el Comité Central, una plataforma que apelaba a implementar un proceso de descolonización cultural del euro-centrismo, de medidas para implementar la equidad racial en el Estado y la economía. Recuerdo que se encabezaba aquello con la consideración de que Cuba, desde la República y en aquellos primeros años de Revolución, no se había logrado tal equidad y que era un expediente a resolver. Esta era la demanda fundamental que hacía el documento. El manifiesto se centraba en cuestiones relativas a las trampas de la mulatez, la equidad. Estimábamos falsa la afirmación de que en Cuba habían entrado las ideas del movimiento de la negritud en las décadas de 1929-1939.

Sin dudas era un cuestionamiento a muchas figuras dirigentes que no escondían su racismo, como José Llanusa Gobel y su grupo del “Vedado Tennis” encaramados en el Ministerio de Educación, en Cultura, en el Inder, en el Partido Provincial de La Habana; pero no había en nosotros el ánimo de una rebelión, pues pensábamos ingenuamente que habría recepción a estas ideas, dada su importancia. Asumir el rótulo de Black Power que fue haciéndose popular de boca en boca, era, por un lado, una forma de asumir la pertenencia a un estamento marginado racialmente, y por otra parte puede decirse que un modo simbólico de llamar la atención, de visibilidad como grupo. Lo que también demuestra que se había llegado a un estado de asfixia en la búsqueda de un espacio para dialogar, para debatir el tema; queríamos escribir del mismo en revistas, publicar libros relacionados, transformar la cara visible en el cine y la televisión. Ese momento fue más neurálgico si lo comparamos con el de hoy en día. Lamentablemente, nosotros no logramos ningún espacio. Según se entiende esto actualmente.

 

Bueno, pero fueron otras bien diferentes las circunstancia. Además queda un legado. Ahora, perdona que te insista en esta pregunta: ¿Existió ese documento o manifiesto?

Sí, recuerdo que Manolito Casanova llegó una tarde en mi casa con el borrador. Eso fue meses antes del Congreso Cultural de la Habana de 1968. Walterio Carbonell estaba muy estimulado con este Congreso, pues había hablado con Carlos Franqui que simultaneaba este evento con la exposición, al cual le pareció muy buena la idea de debatir el tema racial en el mismo, y con la idea de crear una comisión para discutir el problema racial cubano. Me he enterado que también los que se hallaban en el circuito de la cultura tenían la misma intención, de presentar ponencias en ese Congreso.

Gracias a este fermento se logra publicar a autores como Frantz Fanón, El Chaka Zulú, versión de Thomas Mofolo y del cual escribí el prólogo, El bebedor de vinos de palma del escritor yoruba Amos Tutuola, etcétera. También la publicación del libro de Ives Lacoste sobre Ibn Jaldún, demostrando que un pensador genial norteafricano se hallaba a la altura de un Platón y de un Hegel, levantó numerosas ronchas… A ese libro también le hice un prólogo.

La publicación de autores africanos y afrocaribeños se debió a la insistencia por doquier de este grupo de historiadores, políticos, diplomáticos o ex diplomáticos afrocubanos. Pudimos lograr con Mireya Crespo, un número de la revista Pensamiento Crítico dedicado al África.Este número respondió a mis discusiones con Jesús Díaz y Mireya Crespo de la falta de espacio al tema negro, cubano o no; Jesús era más inclinado a darle cabida al tema y reconocía su importancia; en eso era una excepción en ese grupo. Yo les propicié varios textos de africanos que aparecen en ese número, como un discurso de Amílcar Cabral.

Se publicó incluso, si no me falla la memoria, un número completo de la revista Revolución y Cultura dedicado al Black Power. La asesoró Iván César y Ramiro de la Cuesta, y algunos de los que provenían del Minrex. El problema estribaba que los autores de los textos ya comenzaban a ser cuestionados, pues incluso Malcolm X había apuntado que en Cuba existía un régimen en el cual el blanco impedía que el negro ascendiese en la escala social y política. Asimismo, tanto Stokely Carmichael, como Rap Brown, Eldridge Cleaver y Robert Williams dejaban constancia del racismo existente en Cuba.

Pero no todas las gestiones fueron fructuosas. Recuerdo que propuse a la editorial Ciencias Sociales la publicación del libro de Frank Snowden, Blacks in Antiquity, lo cual provocó una discusión-rechazo en el núcleo del Partido de la Editorial y una sanción para Lázaro Rodríguez, el redactor (negro) que lo había propuesto para el plan editorial. El libro fue calificado de “racista” porque demostraba la influencia africana negra en la cultura griega. Les dio el sambenito por el sacrilegio a la pureza racial greco-latina. Lo mismo ocurrió con la propuesta de que se publicase el libro Muntu, que describía los logros de la literatura africana contemporánea; no fue aceptado. Ni que decir que mis mamotretos sobre la historia de África nunca fueron considerados para su publicación, pese a las gestiones que en su favor siempre hicieron José Luciano Franco y Deschamp Chapeax.

En la década del 70, incluso hubo un gran debate dentro de las instituciones y dentro de las estructuras oficiales, que encabezó Iván César Martínez, sobre la incorporación de negros al cuerpo diplomático y de comercio exterior, y otros “organismos estratégicos”.

 

Tengo entendido que el Congreso Cultural de La Habana del 68 fue un momento decisivo en este sentido.

En el Congreso Cultural de la Habana del 68 un grupo entre los que se encontraba Walterio Carbonell propone una comisión para el análisis de estos temas sobre la problemáticas históricas, políticas, culturales de la racialidad negra y sobre descolonización que fue rechazado por Conde, por orientación de Llanusa.

Recuerdo que Manolo Casanova llevaba una ponencia sobre el tema de la construcción nacional: cultura y religión. Santiago Boullon tenía otra.

Ivan César y yo habíamos conformado un texto donde se demostraba que el racismo en Cuba estaba basado en las estructuras de poder colonial que la elite nacional mantenía intactas desde los tiempos en que el racialismo era predominante a escala mundial, y que en el proceso que se estaba implementando en Cuba constituía el principal escollo para el desmantelamiento de la ideología de supremacía blanca; buscábamos demostrar que el racismo era más poderoso que el racialismo y el etno-centrismo, y lo más peligroso es que dentro de Cuba estaba tratando de adaptarse a las nuevas circunstancias. La de Walterio era sobre el XIX.

Tengo entendido que Walterio le planteó a Franqui la idea de llevar al congreso esta comisión de trabajo, pero Franqui no determinaba eso y se lo planteó a la gente de Llanusa.

El punto decisivo de esto se da entre la confrontación de Walterio con Fidel en la Universidad de la Habana. Lo presenciamos Iván y yo. Donde Walterio interpela a Fidel diciéndole: Fidel, los negros están igual que antes, no hay negros ministros, no hay negro en tal esfera. Fidel se enfurece.

La ingenuidad de todos nosotros en aquellos momentos residía en que pese a nuestro recelo ante el Estado supremacista, esperábamos la “concientización” en parte de la élite del poder.

 

Háblame de tu experiencia como diplomático en Ghana.

Ahora cuando uno vuelve a mirar a aquellos años se da cuenta que todo se liga, que son muchas las circunstancias, que unas veces para bien y otras para mal, confluyen. Allí residían Sam Nujoma quien era Presidente de la SWAPO, Amílcar Cabral, también Joshua Nkomo. Recuerdo que fue un mulato que trabajaba en Africa, en el Minrex, Zayas, quien trajo los libros del troskismo, el negrismo, aunque ya Walterio era un exponente de la negritud. Por otra parte no se puede olvidar, en este tema de la negritud, la influencia activa que tuvo las conversaciones y la presencia de Martha JeanClaud y la comunidad haitiana.

Depestre no estaba de acuerdo con el movimiento de la negritud. Incluso sacó un escrito en la revista Casa de las Américas donde criticaba a Senghor.

Conozco al grupo de George Padmore cuando llegan a Ghana.

 

¿Quiénes integraban el grupo de G. Padmore? ¿Qué propuestas novedosas encontrastes en ellos?

 

Me interesan la propuesta que ellos traen del comunismo como una reelaboración del marxismo que incorpore el tribalismo, y las problemáticas del negro. Esto era fundamental para lo antillano. Es decir Ghana era un enclave teórico, de pensamiento, donde confluían estas nuevas percepciones sobre raza y marxismo.

Mientras que en Cuba los negros provenientes del PSP no adoptan lo que en el resto del Caribe y en África se está problematizando. En el Caribe se estaba conformando una visión diferente, otra manera de leer e interrogar las intersecciones entre raza y marxismo. No prestar atención a esto fue un atraso para el pensamiento racial cubano. Si se hubieran profundizado e intentado dilucidar a su tiempo en estos conflictos teóricos ahora, a nivel de pensamiento, estaríamos en otro lugar.

Este grupo de teóricos en Ghana se nuclea en torno a Kwame Nkrumah quien fue el primer presidente de Ghana y una figura muy influyente dentro del Panafricanismo. En aquellos años Nkrumah había traído a como embajador del Brasil en Ghana a Danta, quien fue el primer diplomático brasilero negro.

Du Bois estaba trabajando en su enciclopedia africana. Tenía una oficina, en el palacio presidencial. Lo visité varias veces, y me contaba sus vivencias y percepciones sobre la discriminación racial en Cuba allá por los años veinte cuando estuvo de visita. Conocía perfectamente nuestra situación. El planteaba que la solución del racismo en América radicaba en África: en el conocimiento de los aportes de la civilización negra a la cultura occidental, que este reconocimiento ayudaría grandemente. Por esa era el precursor del Panafricanismo. Para él, el siglo XX era el del problema racial. En esto último tuvo razón. Du Bois, tenía una cultura enciclopédica. Estimaba que la revolución cubana se mediría a partir de lo que haría con el tema racial. Su tesis o método de lucha, que luego Nkrumah adopta, era la acción positiva. Era una propuesta de la lucha política, no violenta. La acción positiva privilegiaba el reconocimiento de la contribución histórica africana a la cultura universal. Martín Luther King un poco adopta esto.

Esta es la vertiente política del panafricanismo, la reivindicación. Corría por dos vertientes. No era solamente la negritud como remodelación de la personalidad negra en América. A diferencia de Senghor que planteaba que la negritud lo engloba todo. El plantea que había que añadir la acción positiva. Nkrumah lleva toda una acción positiva que lleva a cabo que se adopte la descolonización.

 

¿Qué recuerdos guarda de tus conversaciones con Frantz Fanon?

Muy conocedor de las Antillas, influido por G. Padmore que era el padre de todos ellos. En aquel entonces salía de su deslumbramiento del positivismo austriaco. Seguidor de Jung. Tenía una idea general de la situación racial en Cuba. Nunca advertí en él la intención de dictar pauta en este sentido. Consideraba que el síndrome era general a pesar de nosotros haber sido una colonia española. En aquellos momentos estaba muy envuelto en la lucha argelina. No veía en la Revolución Cubana como solución final para el problema de la discriminación racial. Un tipo muy culto y modesto. Hablaba un francés exquisito, también era antisoviético. Todo el grupo era. Muy consciente de que el stalinismo no era una aberración sino parte del sistema socialista y su dogmatismo filosófico.

Otra personalidad que me impactó mucho y al cual considero el intelectual más completo fue Jomo Kenyatta. Fue primer ministro y posteriormente presidente de Kenia entre 1964 y 1978. A pesar de que estaba alcoholizado. Pues durante el tiempo que permaneció preso los franceses le daban alcohol con agua. Era un gran etnólogo, muy versado en el análisis sobre las problemáticas de la propiedad y la tierra en África y su gran diferencia con Europa

Toda esta elite intelectual, que te acabo de mencionar estudió en las universidades europeas con dos o tres maestrías. Una muy superior, intelectualmente, a la latinoamericana. La revolución cubana, su modelo emancipatorio llega allí como la exportación de un modelo. Era algo que no entendieron los soviéticos. Y ellos por lo tanto se negaron. Es vital saber que la descolonización no fue lo mismo en América Latina que en África. Es la gran diferencia con el proceso de descolonización latinoamericano. En África no se buscó restablecer las formas de ciudadanías, ni estructura jurídicas, y de gubernabilidad, heredadas de la colonial. Sino que se buscaron otras más acordes con las realidades históricas y la idiosincrasia de los pueblos africanos. Sustentadas en un cuestionamiento de la noción de frontera geográfica, la revalorización de la personalidad de los jefes tribales. Y de la mujer africana. La mujer en África como era la principal compradora y vendedora de los mercados influyen en los partidos políticos. Estos se organizan a partir y en torno de las mujeres que tienen el poder económico. Son las famosas mamis en Ghana. Otro aspecto importante en este proceso de descolonización en África fue el fuerte El debate sobre las lenguas. Y la enorme cantidad de escritores que surgen en ese momento. Esto, como es de suponer, produjo un corte epistemológico en la manera de pensar lo colonial.

 

¿Quisiera saber de tu amistad con Nelson Mandela?

Cuando lo conocí aun no era la gran figura en que luego se transformó. Por aquellos años era una figura muy controversial pues representa el lado opuesta al panafricanismo y la búsqueda de acción positiva que postulaba de Albert Luthuli, quien era la personalidad más famosa de África del Sur; había sido presidente del Congreso Nacional Africano (ANC), y recibió en 1960, el Premio Nobel de la Paz. Mandela, en cambio, pertenecía al Partido Comunista Surafricano y lo cogen preso con dos bombas bajo el brazo. Era un hombre de una gran cultura, abogado, pero tenía el concepto que la independencia debía darse por la vía armada. Lo que no fue así.

El negrito retinto

Juan Goytisolo

9 de enero de 2010

 

Sin himno, sin bandera y sin patria. Considerado como un provocador, el escritor Carlos Moore desvela en Pichón sus desencuentros con la burocracia comunista cubana

 

Carlos Moore nació en 1942 en un barracón del central azucarero Lugareño, en la provincia de Camagüey. Hijo de jamaiquinos que emigraron a Cuba en busca de mejor vida, conoció desde la infancia el racismo heredado de la época colonial, la estratificación social creada en función del color de la piel de sus miembros: blancos descendientes de los conquistadores, gallegos recién emigrados de la Península, mulatos de diversas tonalidades y negros prietos, estos últimos divididos aún entre oriundos de la isla y vástagos de los esclavos procedentes de Jamaica y Haití. Carlos Moore pertenecía al estrato social más bajo: el de negrito retinto, despreciado por su cabello pasudo y su bemba, y motejado en la jerga local de pichón.

 

Su descripción de los años de la dictadura batistiana es matizada y compleja: los negros se asociaban en las llamadas Sociedades de Color y practicaban sin trabas los ritos abakuás (los plantes ñañigos) y las ceremonias lucumíes, con su culto a los orishas (las divinidades africanas), así como el abeah o vudú jamaiquino. A través de sus hermanos de negritud conoció poco a poco el papel desempeñado por los suyos en las guerras de independencia contra la metrópoli (el célebre Quintín Banderas) y la matanza de los antiguos esclavos de la sacarocracia por el dictador José Miguel Gómez en 1912, cuando aplastó la rebelión del Partido Independiente de los nuevos cimarrones (episodio cuidadosamente barrido luego bajo la alfombra). Esta conjunción de factores influyó de forma decisiva en la toma de conciencia racial e ideológica del futuro escritor.

 

Por su condición de mulato, el dictador Batista era bien visto en sus comienzos por la “gente de color” -eufemismo entonces en boga-, pero la arbitrariedad, corrupción y poder tiránico en los que sumió a la isla le alienaron pronto dichas simpatías. El terror reinante en Cuba había empujado al padre de Moore a emigrar a Estados Unidos y en 1957 se embarcó con el resto de la familia con destino a Nueva York. Nuestro autor tenía entonces 17 años.

 

Allí, la politización de los grupos más cultos que frecuentaba le indujo a remontarse a sus orígenes africanos y a embeberse en el contenido de las obras que los reivindicaban. En el National Memorial African Books de Harlem, leyó a Aimé Césaire y Frantz Fanon, el Soliloquio del rey Leopoldo de Mark Twain. Tras la independencia del Congo belga, Patrice Lumumba se convirtió en su héroe y la causa anticolonialista pasó a ser el objetivo que en adelante canalizaría sus energías. Moore entró así en contacto con los Black Muslims y su carismático dirigente Malcom X al tiempo que se enfrascaba en la lectura de Le Roi Jones y trababa amistad con Robert Williams, el líder negro entusiasta defensor de la Revolución Cubana. La llegada de Fidel Castro a Nueva York en noviembre de 1960 a fin de asistir a la Asamblea General de Naciones Unidas y su instalación en el hotel Teresa, en el corazón de Harlem, fueron decisivas en su adhesión al marxismo como instrumento eficaz para acabar con el racismo arraigado en la Isla. Carlos Moore acudió a saludar al Comandante, se relacionó con los representantes del Movimiento del 26 de Julio y prosiguió sus actividades políticas con los grupos radicales opuestos al imperialismo norteamericano. El asesinato de Lumumba y la frustrada invasión de Playa Girón le convencieron de que su puesto estaba en Cuba y aterrizó en La Habana con una carta de recomendación de Robert Williams en junio de 1961.

 

Pichón nos revela los sucesivos desencuentros entre el joven Moore y la ya poderosa burocracia comunista creada por el nuevo régimen: su busca de un empleo útil a la causa revolucionaria en el ICAP (Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos), y la fría acogida de sus dirigentes; la oferta del ahora exiliado Robert Williams de trabajar como locutor en la Radio Free Dixic, dirigida a los negros estadounidenses; su encuentro casual con el haitiano Marc Balin y, a través de él, con Walterio Carbonell. La relación con éste y su lectura de Cómo surgió la cultura nacional (a la que dediqué un ensayo incluido en El furgón de cola) serían decisivas en su defensa de las tesis negristas y su revisión retrospectiva del pasado cubano. Moore descubre que la Revolución ha dejado de lado el problema racial: ya no hay blancos ni negros, sólo cubanos. Con la convicción de que Fidel ignoraba la magnitud del problema, viajó a Santa Clara a fin de entrevistar al recientemente fallecido Juan Almeida, el único dirigente cubano “de color”. Su afirmación ante éste de que el racismo persistía en Cuba y sus quejas acerca del ICAP, suscita una respuesta inesperada del Comandante: o se calla o acabará frente a un pelotón de ejecución. De vuelta a La Habana, los burócratas del ICAP le someten a un verdadero interrogatorio policiaco: cómo conoció a Balin, cómo conoció a Carbonell... A continuación, Moore fue conducido a una celda de Villa Marista en donde se hacinaban los contrarrevolucionarios en espera de ser fusilados y permaneció veinte días en ella hasta ser liberado gracias a la intervención de Robert Williams.

 

La firmeza de sus convicciones ha sufrido una fuerte sacudida y las redadas de los homosexuales, amalgamados con los chulos y prostitutas, le convencen de que los derechos individuales han dejado de existir en la isla. Paralelamente, la persecución de los paleros (abakuás, lucumíes y otros adeptos de los cultos africanos) y la condena de un supuesto racismo negro, le llevan a ahondar en la busca de sus raíces. Considerado un provocador por los dirigentes del ICAP, sufrirá un encierro de cuatro meses en los barracones de los campos de caña de las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción) tras redactar una autocrítica de su “desviación ideológica”.

 

La vertiginosa sucesión de acontecimientos relatada en el libro me condena a la brevedad: crisis de los cohetes, que reaviva sus sentimientos antiimperialistas; entrega impenitente a la causa africana mediante sus “amistades peligrosas” con Carbonell y el musicólogo negro Rogelio Martínez Furé; ingreso en la plantilla de la Embajada de Guinea, merced al cual obtendrá el visado para viajar a este país.

 

La biografía de Moore posterior a su exilio en Francia; sus viajes accidentados a Nigeria y Guinea, acusado a la vez de ser agente de la CIA y del G-2 cubano; su estancia de seis años en el más abierto y tolerante Senegal de Léopold Sedar Senghor, ocupan la mitad del libro y no caben en esta reseña. Me limitaré a subrayar una observación del autor que comparto plenamente como lector de Fernando Ortiz y de Lydia Cabrera, cuando señala que, contrariamente a las religiones monoteístas e ideologías monolíticas, no hay fanatismo alguno en el culto a los orishas: “Estas divinidades poseen atributos humanos que las hacen asequibles. A diferencia de la Cristiandad, el panteón africano no tiene un Dios Todopoderoso hecho de bondad y un diablo encarnación del mal. Tampoco las nociones de cielo e infierno. Los orishas asumen sus virtudes y defectos y uno puede comunicar directamente con ellos”.

 

Autorizado a visitar Cuba a fines de los noventa, Moore hallará a su maestro Walterio Carbonell convertido en una sombra de sí mismo. Está escribiendo un poema, le dice, una obra maestra que le recita durante unos minutos. Pero no hay tal poema sino una lista de nombres de escritores y acontecimientos redactada en una prosa caótica y sin sentido alguno. Tras esta escena devastadora, Walterio le pide diez dólares para comprar papel y un bolígrafo.

 

Inútil decir que comparto la desolación de Moore ante la suerte cruel impuesta a nuestro querido amigo común, pero cuyas ideas fecundan hoy la autopercepción de la comunidad negra, no sólo cubana, sino de todos los descendientes de esclavos del Caribe y de Brasil en donde actualmente vive Carlos Moore, miembro de esa gran familia de los que no tienen himno, bandera ni patria; la del ser humano consciente de nuestra rica y compleja diversidad.

 

Carlos Moore. Pichón. A Memoir. Race and Revolution in Castro's Cuba. Lawrence Hill Books. Chicago, 2009. www.drcarlosmoore.com

CNN en Español entrevista a varios cubanos, entre ellos al historiador Dimas Castellanos

‘Negra’, una historia cubana que denuncia el racismo.

Wendy Guerra

 

Abre el 2013 con la ilusión de editar por fin una novela que denuncia el racismo vivido entre dos orillas: Cuba y Francia.


Durante tres años he investigado auxiliada por serios rituales criollos y de la mano de mis colaboradoras más cercanas: Natalia Bolívar y Annia B. Lavastida.

 

Con Annia he tenido horas y horas de polémica en las que pude conocer cómo se comporta una mujer mestiza dentro de una sociedad donde, a pesar de varias décadas de lucha, no cede el doloroso estigma, pues la sociedad cubana mantiene, en lo más profundo, este sentimiento y esta deformación que parece no irse nunca de sus entrañas. La foto de hoy alude su peculiar historia dinástica familiar afrocubana.

 

Natalia Bolívar, autora literaria y etnóloga de lujo, su recetario y rico acervo de asentamiento Yoruba ha sido la fuente viva a consultar, sin ella no hubiese sido posible lograr la alquimia de este endémico libro de ficción repleto de recetas y refranes iniciados en la regla de Ocha.

 

NEGRA: Una palabra que a algunos espanta y a otros enorgullece, la más hermosa alusión a un color que encierra la historia sonora y gestual insular que nos legara África.

 

Nirvana del Risco, su protagonista, nos invita hoy a un posible e idílico viaje a La Habana. Nina viene a recordarnos que, el color de tu piel no obliga a profesar una religión específica, o una actitud sexual o intelectual diferente, ni a tomar partido por maneras que el  establishmentsupone acompañe la suerte de una mujer tan negra como la noche, tan bella como esa profunda y estrellada nocturnidad. Gracias a su valentía, la protagonista rompe el trazado del oráculo e intenta rehacer su destino como ciudadana del mundo.

 

¿Podrá Nirvana, la bella dama de mi historia, cambiar los designios y esquemas que el oráculo y la vida Cuba le tiene reservado? ¿Será Francia la sociedad perfecta para deshacerse de este lastre?

 

¿Puede Nirvana cambiar LA LETRA que le ha sido dictada?

 

Mientras esperamos la salida de esta novela, les regalo uno de los capítulos que marcan la ruta habanera  propuesta por su protagonista.

Negra: Un color que integra todos en la búsqueda por la libertad de nuestra raza, pues aquí en Cuba, “el que no tiene de CONGO, tiene de CARABALI”.

 

 

Dramaturgia de una cubana

 

Llegas al aeropuerto de La Habana. Te recojo feliz, te muestro la ciudad, que en ese momento, para ambos, parece no tener defectos. ¿Cuándo tienes tu reunión? Ahora eso no importa. Vámonos a almorzar, planeo llevarte a todas partes, los museos recién abiertos, las calles y las plazas restauradas. Estamos en El Aljibe, ese lugar donde el pollo tiene una salsa secreta y los frijoles dormidos se deshacen en la boca. Te comento que en la noche hay un concierto de Omara Portuondo. Estamos en el postre, a punto del café; salgo corriendo a elegirte un puro, te lo enciendo, muestro mi enorme boca... Alucinando, tomamos un café; hay mucho calor, pero eso ahora es lo de menos. Bajo el efecto de tu llegada y de los descubrimientos, todo cambia.

Por fin entramos al Museo y te enseño mi sala predilecta. Te cuento mi historia según el arte cubano exhibido hasta los 90. Seguimos a beber mojitos en un hostal de la vieja Habana: una casa con puntal alto, pozo de piedras, patio central, campechanas vacías. La brisa nos despeina. No quiero enseñarte lo peor de lo que en mi ciudad ocurre; es el momento de enamorarte con lo mejor de mí, que es también el sitio donde vivo.

Nos escapamos a Santa María. No vienes preparado, pero así, en ropa interior, te zambullo en el furioso mar verde-azul. Nadamos de veril a veril, hasta desfallecer. Yo regreso apoyada en tus hombros. Tocamos la orilla, estamos a salvo, con el pelo y las ropas llenas de arena. Haces fotos en las que poso para tu eternidad, no puedes creer que la naturaleza fuera tan benévola con mi isla. Siguen las sorpresas. Pasamos el día tomando taxis; los choferes opinan, preguntan. Vamos de regreso a la ciudad, pero antes entramos a Cojímar, ese pueblo de pescadores donde Hemingway llegaba a tomarse la vida de un trago. Allí vivió Gregorio Fuentes, el timonel de El Pilar, su barco ebrio. En La Terraza de Cojímar nada parece haber cambiado desde que Hemingway puso punto final a El viejo y el mar. Otro y otro y otro mojito sobre la misma barra curtida con alcoholes. Allí, en la colina, quiero tener una casa de madera, pero en Cuba comprar una casa... ¡no, no, no pensemos en eso ahora!, estamos inmersos en el idilio. ¿Te gustaría conducir por estas carreteras? Apenas hay carros transitando, pero sí enormes baches que los charcos esconden. De repente ha empezado a diluviar.

Casi entramos al túnel de la Bahía, pero se me ocurre ver el atardecer plateado de El Morro, regalarnos una vista diferente. Sí, claro, La Habana es una ciudad muy femenina, con curvas. Siguen las fotos y las buenas noticias sobre lo que nos falta por hacer. Perfecto, ideal, divino, que nadie rompa el hechizo. Te estoy enamorando. Recuerdo que en los años 80 todo esto era posible con el dinero que se ganaba; ahora no, porque ahora... No, no, tampoco quiero hoy entrar en materia sobre lo perdido, sobre lo que se fue de las manos. “Te quiero”, digo en voz baja mientras nos besamos y traen dos sangrías. Atardece en El Morro. Tú no sabes si me quieres, eres muy... racional, estructurado. A las 9 de la noche vemos la ceremonia de El Cañonazo. Este era el aviso para cerrar las murallas que nos protegían de corsarios y piratas, ¿ahora los muros nos protegen?... por Dios, no quiero pensar en eso. ¿Podemos volver a La Habana? Debes escuchar a Omara, será un concierto histórico. Sin pasar por la ducha, llegamos al Gran Teatro de La Habana. Omara canta Veinte años. Estás emocionado, pero no tanto como yo. La cámara te sirve de escudo. Sí, es La Habana, no te he mentido, llegaste. Apenas son las 12, hora en que se me desinfla el ánimo.

Te acompaño a la casa donde te hospedarás, te la recomendó un amigo de otro amigo, que tenía un conocido, quien le dijo que en esa casa, una vez, fue feliz. Así más o menos decía el poeta. Casi dormidos, abren la puerta. No quieres despertar a nadie más. Entramos en puntas de pie, pero la luz se enciende y la familia te agasaja, te recibe, me miran preocupados. Te piden mi identificación: soy negra y además, esas son las reglas. Nos instalamos en el cuarto. Es El Vedado, con su olor a picuala y césped recién cortado. Llueve otra vez. Me desnudo para ti en una casa ajena. Tienes muchos, muchos más años que yo, pero haces el amor con una fuerza que me asusta, como un niño que lo descubre todo entre mis piernas. “¡Qué rico, papi!”. Sonríes. Rompo a llorar, ¿por qué? Es mi propia dramaturgia la que me impulsa a llevarte al cielo en la mañana, y al suelo en la madrugada. Lloro por lo de siempre: el padre que no existe, la familia destrozada, el vacío, la Isla que me asfixia. Un sácame de aquí, silencioso, estalla sobre las sábanas... tiemblas, ha sido un día duro, apagas la luz, y me pierdo en tu cuerpo.

No puedes dormir, padeces de insomnio, ¿y las pastillas?, no quieres moverte. Hoy no vas a dormir. Revisas tu vida concentrada en 24 horas. Hablo dormida; mientras escuchas mi disparate, sonríes. Y yo dije: “un colibrí que viene de reversa estalla contra el vidrio produciendo... la belleza”.

Lo negro se destiñe y lo blanco se ensucia.

Okana Oggunda

Por la calle se escucha decir: “negro” o “negrito”, “negrón”, “negro oscuro”, “negro capirro”, “negro teléfono”, “negro feo”, “negro lindo”, “negro bozal”, “negro congo”, “negro carabalí”, “negro petróleo”, “negro de pasa colorá”, “negro pero no tanto”, “negrito adelantao”, “negrito cocotimba”, “negro piolo”, “negro totí”, “negro fino”, “mulato elegante”, “mulato sucio”, “mulato indiao”, “mulato chino”, “mulato bien plantao”, “mulato blanconazo”, “jabao”, “albino”, “capirro”, “moro”, “negro de salir”, “negro blanqueao”, “blanco indiao”, “blanco oriental”, “blanco sucio”, “casi blanco”.

 


Racismo en Cuba: de eso no se habla

Federico Rivas Molina

11 de abril de 2012

 

La discriminación étnica está prohibida por ley en la isla, pero la Revolución no hizo cumplir la letra y hoy los negros que reclaman igualdad son considerados opositores. Un tema tabú que aflora con la crisis económica

 

A 130 años del fin de la esclavitud en Cuba y a 53 de la llegada de Fidel y Raúl Castro al poder, los negros ocupan puestos de trabajo de baja calificación, reciben menores ingresos que los blancos y representan el 80% de la población carcelaria. Hoy, los afrocubanos que reclaman por la igualdad son considerados disidentes del régimen. Eso lo saben muy bien los integrantes del Comité por la Integración Racial (CIR), asociación que funciona en el primer piso de una casa particular ubicada en la populosa avenida 23 de La Habana.

 

Perseguidos, realizan sus encuentros bajo estricto control policial y todos sus miembros, sin excepción, han estado presos alguna vez. ¿Por qué motivo? El problema es que para el CIR, la cuestión racial no puede resolverse desde las posiciones del actual Gobierno. “Las últimas reformas económicas han reflotado las grandes diferencias sociales y son las mayorías de la población, compuestas por negros y mestizos, las más afectadas”, explica Manuel Cuesta Morúa, opositor negro, socialdemócrata y miembro del Comité.

 

El problema de la discriminación racial es, sin duda, el menos debatido en Cuba. Los negros hablan de un “racismo cordial”, que comienza con ironías del tipo “ser blanco es ya una carrera” o “este negro es mi amigo pero nunca será mi cuñado”. O cuando se evita llamar a los negros por lo que son y se utilizan términos políticamente correctos como “morenos” o “afrodescendientes”.

 

Al mismo tiempo, el Estado se niega a reconocerlos como mayoría.El último Censo de Población, en 2002, reportó que el 65% de los cubanos se identifica como blanco, el 24,9% como mestizo y sólo el 10,1% como negro. Los datos, elaborados por el estatal Centro de Población y Desarrollo (CEPDE), de la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) , confirmaron que en las últimas 50 décadas el incremento de la proporción de población mestiza ha sido de 10 puntos, con la consecuente disminución de blancos y negros. Con todo, desde la disidencia no toman muy en cuenta estas cifras, simplemente porque la presunción de “negritud” depende del entrevistado. “Basta girar la cabeza en la calle para darse cuenta de que los númerops oficiales no son ciertos. Los negros somos más de la mitad de la poblacion”, afirma Cuesta.

 

Historia de una diferencia

 

La mala relación entre la Revolución y los descendientes de esclavos africanos es fundacional. En 1959 se derogaron por ley las desigualdades por motivos raciales y todas las personas, sin distinción de origen, tuvieron acceso libre a la educación, la salud y el empleo. En 1962, la Segunda Declaración de La Habana estableció que el problema racial había sido resuelto. Pero la proclama choca contra la realidad. Si se ingresa a un hospital, se verá que los trabajos de camilleros, auxiliares de limpieza y mantenimiento son realizados por negros y mulatos. Los médicos son blancos. Lo mismo pasa en las empresas de turismo, hoteles y taxis estatales, donde los criollos tienen a su cargo la atención de los turistas.

 

La versión oficial, a modo de mea culpa, es que la Revolución no tuvo en cuenta que las diferencias sociales heredadas determinarían el aprovechamiento de las nuevas oportunidades otorgadas. Los blancos llegaron a Cuba como colonizadores y los negros como esclavos. Los primeros tenían mejor educación, contactos más fluidos con el poder recién instalado y, sobre todo, más dinero acumulado. Los segundos eran en su mayoría analfabetos pobres, dependientes de su trabajo en el campo. Siglos de discriminación racial, originada en la esclavitud impuesta por los españoles durante el período colonial, habían dejado un legado difícil de superar. En otras palabras, el problema del racismo era consecuencia de situaciones heredadas.

 

Estos argumentos chocan de frente con los de Juan Antonio Madrazo, descendiente de esclavos congoleños y coordinador del CIR. “Ya antes de la Revolución, en nombre de la unidad nacional no se discutió el problema de los negros, que eran mayoría. Todos recuerdan aún la masacre en 1912 de los integrantes del Partido Independiente de Cuba, formado por negros y sin duda el más progresista y moderno de América Latina”, explica. El argumento de que asumir el racismo como un problema atenta contra la unidad de los cubanos ha permanecido intacto. “Los negros apoyamos en los primeros años la llegada de Castro, porque se nos prometió igualdad. Pero pronto nos dimos cuenta del engaño. Hoy el Gobierno nos dice 'tu eres un malagradecido, porque gracias a la Revolución te has convertido en persona'. Pero lo que no dicen es que la Revolución no solo desmanteló los partidos burqueses -dice Madrazo -, sino que también destrozó las sociedades de negros, que eran muy activas. El pretexto fue que los negros habían sido leales a las dictaduras de Gerardo Machado (1925-1933) y de Fulgencio Batista (1940-1944 y 1952-1959)”.

 

Mientras las organizaciones negras y sus sindicatos eran desmantelados, el Gobierno revolucionario permitía el funcionamiento de antiguas sociedades de españoles, italianos y hasta chinos. Al mismo tiempo, se desterró a importantes intelectuales y activistas negros, como Carlos Moore y Juan René Betancur.

 

La crisis como detonante

 

Para Madrazo, en Cuba hay “un racismo oculto” y dar por superado el tema con una declaración no hizo otra cosa que convertirlo en tabú. Pero la cuestión volvió a resurgir en los años 90 del siglo pasado. La lucha por la supervivencia en el llamado período especial, posterior al fin del padrinazgo de la Unión Soviética, y los primeros contactos con el capitalismo de mercado propiciaron un resurgimiento del racismo. Así quedó demostrado con un estudio realizado en 1995 por el Centro de Antropología de la Academia de Ciencias. El 58% de los blancos consideró entonces a los negros menos inteligentes y el 65% dijo que no tenían iguales valores culturales ni decencia. La cifra ascendió a 68% si se trataba de repudiar los casamientos interraciales.

 

La situación tampoco mejoró al relevar datos objetivos. En el año 2000, una investigación del Centro de Estudios Demográficos estableció que los blancos controlaban 57,4% de los puestos gerenciales del sector estatal, contra el 18,9% de los negros. Para el sector emergente de la nueva economía, el de las empresas mixtas desarrolladas tras la crisis, los blancos ocupaban el 74% de los altos cargos, contra el 5,1% de negros y el 19,5% de mestizos. Lo más notable es que las diferencias educativas entre grupos eran, y lo son aún, insignificantes. En 2007, entre los blancos había 8,7% de egresados universitarios, contra 7,8% de negros.

 

Hoy la crisis golpea más en el sector que es al mismo tiempo el más relegado. Los negros son los que menos pueden equilibrar sus ingresos familiares por medio de las remesas provenientes del exterior, al ser la menor población representada en la emigración. Un fenómeno particular en Cuba es que el 83,5% de los emigrantes son blancos.

A declaration of africanamerican support for the civil rights struggle in Cuba.

Support for the civil rights struggle in Cuba
We support the position of the
Honorable Professor ABDIAS
NASCIMENTO, historical leader of the
Black Movement of Brazil, and others
from around the world,
CUBA A declaration of africanamerican su
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Otra oportunidad perdida (parte 1)

Leonardo Calvo Cárdenas

30 de junio de 2011

 

El gobierno cubano demuestra cotidianamente su incapacidad para enfrentar el enorme reto que representa la problemática racial y las inquietudes crecientes que esta provoca dentro y fuera de nuestras fronteras.

 

Ahora mismo las autoridades de la Isla se encuentran muy a la saga y divorciadas de los ambientes y las dinámicas globales que promueven iniciativas de todo tipo, encaminadas a hacer justicia histórica con la herencia y el legado de los africanos y sus descendientes y sobre todo hacer valer los derechos y espacios para todos sin distinción.

 

El Año Internacional de los Afrodescendientes establecido por la ONU con la efervescencia intelectual, política, cívica y cultural que ha generado alrededor del mundo, las claras recomendaciones hechas al gobierno cubano por el Comité de la ONU para la Eliminación de la Discriminación Racial (CERD) en la perspectiva de establecer espacios e instituciones independientes para la ventilación del delicado tema, además las iniciativas y acciones de los movimientos independientes que de manera pacífica buscan la verdad histórica y la más plena integración, podrían constituir el marco idóneo para que las autoridades cubanas demuestren la voluntad y sensibilidad de enfrentar con aires nuevos un problema tan antiguo como nuestra propia historia.

 

A pesar de que los máximos líderes han reconocido en varias ocasiones la persistencia y gravedad del problema racial, el silencio institucional, la ambigua manipulación argumental y la represión más descarnada continúan siendo las respuestas oficiales a las realidades e inquietudes que provoca el tema.

 

El domingo 8 de mayo, Día de las Madres, un gigantesco operativo de la policía política, pródigo en agentes  y medios sembró el terror entre vecinos y transeúntes de la barriada habanera de El Vedado solo para impedir que una decena de activistas antirracistas colocaran una ofrenda floral en el monumento que rinde homenaje a Mariana Grajales, valerosa patriota mestiza que impulsó a sus hijos a convertirse en héroes de nuestras guerras de independencia. Debo confesar que a pesar de la represión y las detenciones de esa mañana resultó más fácil colocar la ofrenda en su pedestal de destino que  convencer a cualquier interlocutor de la veracidad del insólito suceso.

 

Pocas horas después de este hecho el Dr. Esteban Morales publicó en su Blog personal (http//estebanmoralesdominguez.blogspot.com), un texto que bajo el titulo “Frente a los retos del color  como parte  del  debate  por  el socialismo” reitera algunas claves arguméntales esgrimidas por el poder para enfrentar el reto de los traumas e inquietudes que generan la problemática racial en Cuba.

 

El Dr. Morales, un especialista en economía y relaciones Cuba-Estados Unidos de larga trayectoria académica, en los últimos años se ha erigido en una especie de vocero oficial sobre la cuestión racial y nos sorprende desde el título mismo de su entrega.

 

No es el color de nada ni de nadie lo que plantea un reto para el presente y futuro de nuestras relaciones humanas, si no las actitudes y comportamientos de los actores sociales frente a las desigualdades y carencias culturales que atrofian nuestra convivencia en cualquier circunstancia política o económica.

 

Por otra parte el socialismo no está en debate en Cuba, porque no se puede debatir sobre lo que no existe. Fenómenos como la invariable defenestración de todos los delfines del poder, muchas veces por intentar reproducir el modo de vida de sus progenitores políticos,  el reconocimiento por parte del general presidente de que no cuentan con relevo para asumir los papeles dirigentes, la estampida migratoria de tantos privilegiados y confiables, lo que incluye a una parte considerable de la descendencia de los personajes históricos de la revolución o la corrupción galopante de los docentes que deben adoctrinar a las nuevas generaciones, demuestran que aquel socialismo y aquella utopía solo sobreviven en la retórica útil del continuismo hegemonista.

 

El texto comienza reproduciendo dos reiteraciones arguméntales que resulta necesario aclarar: En primer lugar que la revolución había desarrollado una política humanista y de lucha por la igualdad social. Considero que la estatización de los servicios sociales no es muestra de humanismo e igualdad. Solo cuando el hombre, su dignidad, integridad sin condicionamientos y sus derechos son plenamente respetados y protegidos podemos hablar de humanismo.

 

El humanismo y la igualdad son palabras vacías cuando un negro, un oriental o un homosexual pueden ser excluidos o victimizados por su raza, origen o preferencia, cuando hay que agradecer por obligación  incluso lo que no se tiene.

 

Por otra parte nos repite el Dr. Morales que durante la crisis de los años noventa se hizo evidente el retraso y las desventajas que padecían amplios sectores de la población negra para enfrentar las nuevas condiciones. Lo que siempre se olvidan de reconocer los voceros del poder es que los negros llegamos al convulso final del siglo en peores condiciones porque nunca se pusieron en practica los mecanismos socioeconómicos destinados a paliar esas desventajas que arrastramos a lo largo de nuestra historia.

El autor cae en una lamentable contradicción cuando enumera muchos de los traumas y carencias que sufrimos negros y mestizos y que nos colocan en peor condición cada vez que se actualiza el modelo socioeconómico a favor del sostenimiento del poder, a la vez que habla de logros alcanzados por los afrodescendientes beneficiados por la revolución.

 

Quisiera que algún día los defensores del sistema se dignen a enumerar los logros que tanto mencionan y nunca describen y de paso demuestren el valor intelectual y político de reconocer los alcances y espacios alcanzados, en los siglos XIX y XX, por los afordescendientes cubanos con mucho esfuerzo y sacrificio en condiciones adversas  e incluso hostiles.

 

Si hoy queda mucho por hacer para lograr la siempre soñada igualdad y equilibrio social, si ser negro continua siendo un obstáculo para insertarse y avanzar y además todos los cubanos crecen ignorando lo que lograron los afrodescendientes en el terreno intelectual, cívico, cultural, artístico, político, sindical o deportivo  antes de 1959, ¿sobre qué fundamentos de orgullo y autoestima se asentará el crecimiento y la evolución de este importante sector social que sigue luchando por dejar de ser el marginado de siempre?

 

 

Otra oportunidad perdida (parte 2)

Leonardo Calvo Cárdenas

30 de junio de 2011

 

El Dr. Esteban Morales en su texto titulado “Frente a los retos del color como parte de la lucha por el socialismo”, aparecido el 9 de mayo en su blog personal (http//estebanmoralesdominguez.blogspot.com), para reafirmar algunas posiciones oficialistas respecto a la cuestión racial y el debate que sobre este tema gana actualidad nacional y global, comete un grave desliz metodológico.

 

En primer lugar se refiere a las posiciones y proyecciones de unos actores que se desenvuelven en el ámbito nacional, a los cuales califica pero no se atreve a mencionar por sus nombres. En las notas del trabajo hace referencias a documentos del CIR sin aclarar previamente que se refiere al Comité Ciudadano por la Integración Racial, una plataforma cívica que en sus tres años de existencia (7 de agosto de 2008) ha desarrollado varias iniciativas y acciones en los ámbitos social, intelectual, académico y cultural, establecido sólidas relaciones con movimientos antirracistas foráneos y de paso enfrentado los embates represivos de las autoridades de La Habana.

 

El Dr. Morales habla de disidentes y de documentos, además de reproducir el comodín argumental que conecta a los opositores con las posiciones y los intereses provenientes de los Estados Unidos, acomodaticio recurso que trata de deslegitimar de origen a cualquier opinión diferente de la oficial.

 

Una vez más el Dr. Morales lanzó su acostumbrada andanada de descalificaciones contra el destacadísimo intelectual y luchador antirracista cubano Carlos Moore, cuyo altura y prestigio personal e intelectual en tres continentes resulta una incomoda noticia para los afanes hegemonistas del gobierno cubano que, incapaz de hacer la impugnación intelectual o académica de la obra colosal del maestro Moore, se conforma con regodearse en la injuria y la calumnia, lo cual por cierto hace un claro retrato ético del régimen y sus voceros y vuelve a demostrar la debilidad  de sus posiciones político-ideológicas.

 

Al caracterizar los alineamientos actuales respecto a la problemática racial el autor asegura que “Una posición considera que los problemas raciales en Cuba, son  responsabilidad del gobierno cubano, supuestamente,  debido a la ausencia  de una política de derechos humanos, democracia y libertades civiles para los negros. Para esta línea  de pensamiento, los líderes de la revolución son racistas, particularmente Fidel Castro, que según estos, no ha atendido el problema racial con vistas a solucionarlo”.

 

A todas luces por alguna razón el Dr. Morales no se atreve a reconocer que los luchadores antirracistas cubanos tienen un discurso propio, muy claramente expuesto en esos documentos que menciona de soslayo y que les sobra seriedad intelectual como para considerar la cuestión racial un problema tan antiguo como nuestra propia historia.

 

Los actuales gobernantes son parte de esa elite antinacional y excluyente que ha hegemonizado la política cubana por varios siglos. El discurso patriotero y populista no puede esconder el racismo arterial que les corroe ni la responsabilidad que, después de medio siglo de poder absoluto e incontestable, les asiste por las carencias y traumas que el mismo Dr. Morales reconoce.

 

La otra mala noticia para las autoridades de la Habana es que el movimiento continental que lucha por el rescate y revalorización de la herencia y el lugar de los afrodescendientes en la sociedad se fundamenta en los valores y derechos humanos universalmente reconocidos. Esa perspectiva y la persistente intolerancia del alto liderazgo cubano vuelven a demostrar que no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo.

 

Pero el Dr. Morales llega al paroxismo de su divorcio con la realidad cuando afirma que “Ambas posiciones despliegan sus acciones, dentro de un marco de tolerancia política, por parte del gobierno cubano, por lo que la confrontación, no tiene un carácter violento, sino pacifico y  ni siquiera, aun, el de un  enfrentamiento  personal directo“.

 

Con esta afirmación el reconocido académico hace un flaco favor a su imagen de hombre e intelectual serio puesto que el mismo ha sido testigo de las acciones represivas de la policía política para cerrar el paso a los luchadores antirracistas cubanos en su afán de participar en los espacios de intercambio intelectual fiscalizado que muy de cuando en cuando generan instituciones académicas y culturales sobre el tema racial.

 

El Dr. Morales hace un inventario de los retrasos y las desventajas que todavía arrastramos los afrodescendientes cubanos, sin que todavía nuestros traumas e inquietudes encuentren espacio en los ambientes académicos, los planes de enseñanza  o un debate social que, por cierto, no existe ni para este ni para otro de los muchos problemas que agobian a la sociedad cubana. Al mismo tiempo asegura que con la revolución los negros han avanzado más que en cualquier otra época e incluso en cualquier otro lugar del hemisferio.

 

Desde que llegamos a este hemisferio los africanos y sus descendientes hemos sufrido todo género de injusticias y exclusiones, sin embargo lo que no parece poder discernir el Dr. Morales es que la difrerncia de la actualidad cubana con la Cuba precastrista y la vigente realidad continental radica precisamente en que los espacios cívicos y las posibilidades de asociación y expresión que constituyen los fundamentos esenciales de la evolución posible siguen siendo para nosotros una utopía aún inalcanzable.

 

El profesor Morales debe reconocer que los enormes retos y el largo camino a recorrer para avanzar en el delicado asunto de las relaciones interraciales en Cuba, no deben enfrentarse a partir de criterios confrontacionales, ni esquemáticos alineamientos políticos.

 

Solo cuando en condiciones de igualdad plena y respeto, sin ambages, a los derechos y la dignidad de todos, podremos dar el primer paso para construir la Cuba de la justicia y la integración que tanto hemos soñado.

Las Américas negras

Juan F. Benemelis

 

Las problemáticas políticas y sociales en el seno de los países de América con afro-descendientes y las rupturas producidas entre ellos no tienen que ver con esa población, sino que son producto del carácter mismo de nuestras gestas independentistas en la primera mitad del siglo XIX, por medio de la cual la América hispana se fragmentó al igual que la antillana. Por esa razón, aún los afro-descendientes se hallan en medio del proceso de transformar las estructuras sociales que los marginaron desde la época de la colonia y cuyos efectos han continuado hasta el siglo XXI.

 

Los primeros que concibieron a la América como unidad no fueron los colonizados amerindios, o los esclavizados africanos, sino los colonizadores ibéricos; fue así que la idea de América fue “inventada” por europeos en un proceso histórico de dominación, sobre horizontes de comprensión no “americanos” de integración, y que respondían a objetivos de los sucesivos imperios mundiales, aristocracias y burguesías.

 

La Conquista instauró un régimen de despojo de facto, afianzado por la Colonia y perpetuado por la República de 1902 hasta nuestros días. Si la diáspora africana se gestó mediante la violencia y el terror de la trata, el afrocubano tiene la necesidad de integrarse a la diáspora Atlántica para lograr su proyecto de descolonización, como sucedió en el Caribe, y como está sucediendo en aquellos lugares (Brasil, Colombia, Ecuador, etcétera) donde los descendientes de africanos sufren la marginación y la discriminación.

 

Si la unidad es la conciencia para sí de un determinado grupo social, la identidad racial y étnica del afro-cubano, al igual que otras identidades socio-políticas, tiene sentido por una necesaria lucha por el poder y abandonar la región “patológicas” periférica, creada para él por el poder supremacista blanco. De ello proviene el pensamiento de Simón Bolívar, en su “Discurso de Angostura” el cual afirmó que “la España misma deja de ser Europa por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter (Bolívar, S., 1975: 103; Sarmiento, D. F., 1967: 9). Para Hegel, por ejemplo, la Europa se reducía a tres naciones: “Francia-Alemania-Inglaterra.

 

Una vez establecidas en la Cuba colonial las características raciales por el linaje metropolitano español, se condicionaban por ahí las relaciones sociales, el acceso al poder y la participación en la riqueza y en la vida política. Una vez instituido el racismo, las instituciones, entre ellas el propio Estado, los otrora partidos políticos, las ordenaciones religiosas, los medios de información y las empresas, daban forma a las relaciones y actitudes raciales. La hegemonía ideológica del régimen actual constituye una causa fundamental del racismo y la fomenta la cultura, no la naturaleza, y por eso es necesario abordarla desde la noción del desarrollo. Llevados al extremo, el racismo y las tensiones étnicas pueden desembocar en genocidios, como los perpetrados por el argentino Faustino Sarmientos y el cubano Jose Miguel Gomez, contra los negros. De ahí el temor del racializado cubano en plantear el racismo.

 

Los gobiernos surgidos de la lucha anti-colonial, hegemonizados por los criollos blancos, cuya mentalidad ibérica privilegió los valores, costumbres y tipos fisionómicos caucásicos, despreciando las tradiciones africanas y las poblaciones de piel negra. Uno de sus artilugios fue la de eliminar las clasificaciones raciales ubicando a toda la población bajo el rótulo del país: cubanos, colombianos, ecuatorianos, etcétera. Tal homogeneidad como base de la unidad nacional considera que la afirmación étnica o las protestas contra la discriminación, así como la resistencia cultural y la defensa de sus derechos civiles, clasifican como una amenaza para la cohesión del país.

 

El etno-centrismo no es una relación exclusivamente étnica, es una manifestación de la colonización y viceversa, como lo demuestra el caso cubano con el poder político no compartido por no negros y no mulatos. Por su parte, la colonización-esclavitud cubana implicó la materialización de un proceso involutivo que convirtió al humano africano en un ser alienado, desbiologizado, por una estructura y sistema de pensamiento que expresaba y expresa una ideología de poder basada en la supremacía blanca. El etno-centrismo blanco-cubano se traduce, por eso, en una ideología constante en la constitución de las relaciones sociales, culturales, económicas y políticas en general; una ideología de separación, jerarquización y subordinación; una colonización seguida de una re-colonización, que llevó a la invisibilidad de los afro-descendientes, a pesar de ser repetidamente, como lo es en la actualidad, la población mayoritaria del país.

 

Tal etnicidad instituye al grupo étnico dibujando sus propios contornos, pues el acto de categorización entronizado en la esclavitud, prolongado en la república y en el castrismo, al haberse hecho reconocer y ejercitarse por una autoridad reconocida, ejerce poder por sí mismo, instituyendo una realidad que utiliza el poder de revelación y de construcción ejercido por la objetivación en el discurso.

 

La etnicidad no logra explicar la persistencia del racismo y se muestra incapaz de influir en las ideologías y las prácticas culturales del poder político. Ello no deja de entronizar confusiones, sobre todo en Europa y en el mundo islámico, en la cual la etnicidad se aplica como una suerte de biologismo con rasgos culturales, una instancia identitaria invariable, sin la cual el individuo quedaría indefenso.

 

La eclosión de movimientos étnicos y regionales cuestionan al modelo de Estado nacional vigente hace un par de siglos y pone en duda la institucionalidad y orden construido sobre los paradigmas de “integración”. Por eso hablar de la identidad negra en América Latina implica hablar de la conformación del Estado-nación, por lo que hay que tomar en cuenta una dimensión transnacional, y la multi-etnicidad como el modo de conformar una población nacional. La disyuntiva para el negro en las sociedades hispanoamericanas es si son ciudadanos (lo que implica homogeneidad) o son negros (que conlleva la discriminación) o ciudadanos negros, algo aún no existente.

 

La conceptualización cubana en sus vertientes latinoamericanas y caribeñas con poblaciones diaspóricas afro y euro descendientes se desarrolló al mismo tiempo que la nación territorial. Sin embargo, la comunidad de descendientes de esclavizados, cuyo pasado y presente estaban signados por pertenecer a una “raza inferior”, generó y difundió vínculos que se sustentaban en el común denominador que los unía: el color de la piel. Pero el poder blanco sustrajo a la Isla de algo que fue común en el resto de las islas caribeñas: el desarrollo de lazos transnacionales evitando la promoción de la solidaridad, sobre todo, durante el auge de los inmigrantes temporales antillanos como jornaleros en las zafras azucareras cubanas. Si embargo, se podría, en esta instancia, comenzar a hablar de la génesis de un sentimiento diaspórico del afro-cubano de las provincias orientales con Jamaica y con Haití, que más tarde se cristalizaría en otras partes del mundo Atlántico en los movimientos basados en la idea de la diáspora africana.

 

El racismo y la discriminación racial eran problemas mundiales y sistémicos, y por eso deben tenerse en cuenta la ideología de la dominación y las prácticas estructurales que de ella se derivan, y que impiden la igualdad entre las culturas en contextos sociales e institucionales diferentes. Los afro-descendientes en el continente desarrollan una especie de lógica de “diáspora” para hacer frente a las hostilidades desatadas por las exclusiones y el racismo.

 

Los discursos de la diáspora africana surgieron en los sesenta como respuesta a las posiciones pan-africanistas que definen el mundo negro en términos de la unidad racial y similitudes culturales; y estos discursos se hicieron conocer entre las jóvenes cubanos afro-descendientes de entonces. Ello impone definir cuál es la relación entre naciones y diásporas, y en consecuencia entre discursos nacionalistas y diaspóricos. Aún cuando las diásporas siempre han sido en el Caribe parte integrante de nacionalismos, las formas culturales diaspóricas nunca pueden, en la práctica, ser exclusivamente nacionalistas, dada su historia y condición de transnacionales; por ende, una comunidad diaspórica representa una diferencia más fuerte que una vecindad. Y de ello se trata pues la Cuba tradicional trató a los negros caribeños como “vecinos”, no como diaspóricos transnacionales de su población afro-cubana.

 

Está teniendo lugar en toda la diáspora afro-América, la inserción de nuevos discursos de identidad, de “recuperación” de la cultura y de la consideración de raza y etnia para legitimar la acción política y las demandas sociales. Es el reconocimiento de lo multi-étnico lo que permite constituir y operar nuevos espacios que permitan la defensa de sus derechos colectivos. El discurso de la etnicidad se configura de este modo en el eje primordial de la nueva forma que adoptan las organizaciones negras para reconocerse como nuevos sujetos políticos y configurar, a su vez, la relación con el Estado; pero este discurso está lejos de la izquierda que formula una crítica al euro-centrismo desde el euro-centrismo.

 

Al verse definidas las comunidades negras como etnia a partir de la presencia de ciertos elementos como lengua, costumbres, tradiciones, cultura, historia, territorios e incluso fenotipos compartidos, se logró la auto-identificación de sus miembros. El reconocimiento de rasgos culturales como base fundamental de la identidad, lleva a acciones por la reafirmación de su historia, de su manera de ver el mundo, de sus expresiones artísticas o de sus tradiciones orales. De esta manera, es sobre su singularidad cultural donde se sustenta la defensa y promoción de sus derechos colectivos y se fundamenta en una historia compartida (la diáspora africana) y unos rasgos culturales propios (tradiciones y costumbres). Todos tienen en común, de identidad, la proveniencia de África, la trata negrera, la esclavitud, los palenques, el racismo.

 

A partir de los nuevos conceptos que han surgido en la diáspora, como el etno-desarrollo (algo inconcebible para la blanco-cultura cubana, pero que se está imponiendo en el resto de la América negra), la misma hace suya este discurso del derecho a la diferencia, inspirando nuevas políticas que reivindican el derecho a la diferencia y el patrimonio de los afro-descendientes para construir en cada una de las naciones donde habita, una nación multi-étnica y pluri-cultural (Véase Oehmichen Bazán, Ma. Cristina, Reforma del Estado, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Antropológicas, México, 1999).

 

Los discursos de la diáspora varían en cuanto a perspectiva teórica y proyecto ético-político. Es admisible recordar que los dos grandes ídolos anti-coloniales a fines del siglo XIX, admirados por todos los afro-diaspóricos eran un africano y un antillano: el guineano Almami Samori Toure, enfrentado a los ejércitos franceses, y el cubano Antonio Maceo enfrentado a los ejércitos españoles. Incluso, uno de los grandes choques de Antonio Maceo con gran parte de los generales zanjoneros, y para horror de los autonomistas, lo constituía su credo diaspórico de integrar a Cuba independiente en una federación caribeña con Jamaica, Haití, Santo Domingo y Puerto Rico, como única fórmula por la cual el afro-cubano podría alcanzar su equidad política vis a vis al blanco ibérico, proyecto que fue enterrado junto a su cadáver en el Cacahual.

 

La diáspora afro-cubana, como proceso, se fue reelaborando constantemente mediante la migración africana y antillana, y se vería reimaginada por medio del pensamiento en aquella época de Maceo, Martín Morúa Delgado, Juan Gualberto Gómez, Generoso Campos Marquetti, etcétera, junto a la producción cultural y el debate político. Y, como proceso, el éxodo de “la gente blanca” en la era castrista ha precipitado al afro-cubano como un sujeto transnacional o translocal, con un inexorable proyecto: la descolonización de lo auro-céntrico y su reencuentro con la antillanidad. Como lo ha planteado Lao Montes al admitir que la dinámica política del sujeto afro-diaspórico, como práctica de construcción de comunidad transnacional, debe superar la condición de subalternización con un horizonte utópico para los sueños de libertad negra (Lao-Montes, No.7: 47-79, 2007).

 

Es cierto que trans-localizar los espacios de la diáspora no siempre implica una descendencia africana (la negritud en Inglaterra puede incluir a personas de origen surasiático), mientras que la identidad de la africanía no debe circunscribirse ni al África sub-sahariana ni a la negritud (en el limitado sentido de piel muy oscura). Pero en el caso de la diáspora afro-cubana con respecto al Caribe y en la América negra como el nuevo campo geo-histórico central de la nación futura, es como un circuito transnacional de política y culturas que traspasa las naciones-islas e incluso el océano, pero no para remontar al Guadalquivir, sino hasta el mar de Guinea.

 

El estudio sobre los Rastas cubanos de la antropóloga sudafricana Katrin Hansing es sugestivo por destacar cómo este específico movimiento, en ciertos espacios físicos de la Isla, traspasó las fronteras ideológicas y ha sido abrazado por los jóvenes afro-cubanos de las áreas marginales que idolatran la imagen del jamaicano Bob Marley y se identifican con la negritud etiópica y africana, a las cuales reconocen como la cuna de la humanidad. Así, inspirado en valores estéticos diferentes a los códigos de belleza euro-céntricos oficiales cubanos, que condicionan a la población, están emitiendo un mensaje anti-racista y de positiva identificación con su negritud (Hansing, 2001, 733-747). Acorde con Hansing, para los Rastas cubanos su país es una democracia multi-racial o una sociedad igualitaria como proclama, y tal mito es lo que ellos llaman su Babilonia, el abrazar el mensaje Rastafari anti-hegemónico, anti-racista que los identifica con una filosofía más justa de la que les inculcan y viven (Hansing, 2001, 733-747).

 

El cruzamiento entre culturas se da con la cohabitación de múltiples grupos culturales en un mismo suelo, en el caso de los afro-descendientes su emigración forzada a Cuba padeció de diversas formas de aculturación. Para hacer visibles las vidas sociales que a menudo son desplazadas, despojadas de una geografía o clasificadas como “personas sin historia”, las corrientes intelectuales afro-diaspóricas para una verdadera descolonización del poder, un débito en el haber cubano, deben articular la africanía moderna, como se hizo anteriormente con la negritud, y desechar al nacionalismo mono-cultural como algo desfasado como una fórmula para de-construir y redefinir las narrativas hegemónicas de geografía.

 

En la diáspora no solamente se transportaron los cuerpos físicos, más importante fue el viaje de las culturas, las comidas, las lenguas, las religiones, los mitos y las creencias. Al efecto expone Roger Bastide: “Los buques negreros transportaban a bordo no sólo hombres, mujeres y niños, sino también sus dioses, sus creencias y su folklore. Contra la opresión de los blancos que pretendían arrancarles de sus culturas nativas para imponerles su propia cultura, los negros opusieron fuerte resistencia. Sobre todo en las ciudades, donde podían reunirse de noche y reconstituir sus comunidades primitivas; en el campo su resistencia fue más débil, sin duda sus revueltas fueron el testimonio de una voluntad de escapar de la explotación económica y del régimen odioso de trabajo al cual estaban sometidos; pero había más que esto en las revueltas; éstas fueron el testimonio de su lucha contra la dominación de una cultura que les era extraña” (Roger Bastide. Las Américas Negras).

 

África es la matriz de todas las diferentes civilizaciones afro-descendientes en la diáspora; es el nombre de un término que falta pero que se halla en el epicentro de la identidad cultural y posee la capacidad para una imaginaria reunificación, para una coherencia de las dispersas experiencias y fragmentaciones que la historia impuso a las diásporas. La presencia Africana se halla presente en la vida diaria, las costumbres, la lengua, los patoas de las plantaciones, en la secreta estructura sintáctica con la que se habla el español, ingles y francés caribeño, en las prácticas religiosas, los ritmos, instrumentos y la música, en el bamboleo y lenguaje corporal.

 

Una de las formas de resistencia cultural y refugio para afrontar la dominación socio-económica de los africanos transferidos a América fue mantener su religión de origen, combinándolas con las creencias cristianas y las indígenas, como la santería, el palo mayombe, la umbanda, el candomblé, el vudú y la macumba. En ese plano califican también las expresiones musicales y las coreografías danzarias. Como en la religión, los ritmos e instrumentos africanos se mezclaron con los indígenas e hispánicos para formar manifestaciones musicales sincréticas. La bomba, el merengue, el son, la cumbia, el festejo y la samba son algunos de los ritmos mixtos. El fenómeno musical es el único caso en que una manifestación cultural de ancestro africano se convierte en símbolo nacional, en parte fundamental de la identidad nacional, como en Brasil, Colombia, Costa Rica, El Salvador, la República Dominicana, Cuba y Puerto Rico.

 

En el Caribe, la “biodiversidad” y el multi-culturalismo pueden ser avances, pero en el caso cubano se ha utilizado antes y se enarbola ahora como un mecanismo de control estatal para la cooptación de posibles movimientos negros de reivindicación del poder político, ofreciéndoles un poco de espacio social y cultural dentro del Estado, pero sin realmente otorgarles un poder sustancial. El discurso nacionalista del mestizaje enarbolado por los intelectuales oficialistas cubanos, en el fondo no es más que el blanqueamiento que discrimina contra lo negro, porque el poder no se halla compartido equitativamente. Mientras el negro y el mulato estén subordinados política y económicamente, el mestizaje no pasa de ser eso: un blanqueamiento en un futuro nacional menos negro; por eso el racismo ejercido por el Estado en Cuba pone en tela de juicio la naturaleza humana del negro y del mulato. En ella, la población negra y mulata resultan potencialmente las bases para la mezcla, aunque se excluyen porque son personas no blanqueadas, como grupo que necesita desarrollo.

 

Los análisis de la política cubana en los años iniciales del castrismo criticaron al panafricanismo por mantener una visión esencialista de las culturas africanas y afro-diaspóricas y una ideología nacionalista que supuestamente minimizaba la posibilidad de establecer alianzas más allá de las divisiones raciales. Pero, tal consideración no dejaba de ser una trampa puesto que las identidades en el Atlántico negro, por desandar una historia de desarraigo y dispersión, el denominador compuesto afro-latino, nunca ganó adeptos en el discurso académico, salvo los estudios etnológicos que identificaban al afro-cubano como un objeto carente de un sentido de historicidad, en tanto no se enlazaban con claridad las historias negras con el racismo moderno y las culturas de la resistencia.

 

Ante la reducción de los significantes “negros” y “latinos” en simples rótulos identitarios, la lucha de los afro-descendientes contra la opresión en el Nuevo Mundo, sobre todo en Haití y en Cuba, permitió que escondida bajo la Diáspora persistiese una identidad histórica única, opuesta a la privación sistemáticamente impuesta por la discriminación racial. Así, aunque parezca extraño al historiador tradicional de América, existe oculta bajo el nacionalismo de las islas una “identidad abstracta” que permite establecer un hilo conductor entre el cimarronaje negado a pertenecer a las colonias de esclavos, la revolución haitiana, la conspiración de Aponte, los levantamientos de esclavos de Cuba, Jamaica y el resto de las Antillas, con la resistencia africana a la expansión colonial europea, con la negritud, con el panafricanismo. La construcción de una identidad negra colectiva, impulsada por el abolicionismo, corporeizada en Antonio Maceo y Marcus Garvey, cristalizada en la negritud de Aimé Cesaire y el panafricanismo de C. L. R. James, Claude McKay, George Padmore y Frantz Fanon (todos antillanos), conformó las bases de los nacionalismos que precipitaron la descolonización, tanto en África como en el Caribe, y que se emparentaron con las rebeliones urbanas afro-americanas en la década sesenta, con la lucha contra el apartheid y, nos aventuramos a decir, en la cercana remodelación bio-política de la nación cubana.

 

El movimiento de la negritud que se desató en los años 1920 y 1930 por las vanguardias intelectuales en todo el continente incluyendo al Caribe, no varió la ecuación de sumisión en las vertientes económicas y políticas. El aserto martiano de que “no hay problema de razas porque no hay razas” es inaplicable pues anula la posibilidad de que se registre fehacientemente la discriminación. Al no reflejarse en los censos y encuestas nacionales el origen africano de su población ello trae consigo la invisibilidad de un gran porcentaje de la población, por ello es de vital necesidad producir información sobre la composición racial, étnica y cultural de las poblaciones afro-descendientes.

 

En las nociones multi-centradas y post-nacionalistas de la diáspora, la designación “afro-americano” reemplazó el término “de color” que a su vez desplazó la expresión “negro” como auto-designación. Al auto-nombrarse “negro” o “afro-descendiente”, ¿debemos distinguir entre negro y mulato? Fue el puertorriqueños Arthur Schomberg que abandonó la militancia hispánica caribeña, después de 1898, y dejó de lado su identidad puertorriqueña para adoptar una identidad afro-diaspórica. Schomberg luchó por la inclusión de los afrocubanos en organizaciones como la sociedad negra, y sus investigaciones sobre la presencia de los africanos en la edad moderna temprana en España promoviendo la actual revisión de la historia europea como multirracial.

 

Para nadie es secreto que Occidente se apropió de los conceptos de la modernidad, extrayéndolos precisamente de los territorios colonizados, y presentándolas como suyas e utilizándolas en sus epistemologías. Así muchos de los países de América han acogido la producción cultural de los afro-descendientes como parte fundamental de su patrimonio nacional. Pero esto se ha hecho sin una identificación diaspórica, sin la recuperación de la memoria histórica y el cultivo de una identidad colectiva, a fin de desarrollar un sentido de pertenencia y poder actuar políticamente para lograr la igualdad en la América continental y la equidad política en la isla de Cuba. De ahí que se plantee que por ser una modernidad subalterna, una perspectiva afro-diaspórica debe ser un componente esencial de cualquier teoría crítica del mundo moderno. Un espacio de identificación (aunque desde lo marginal), de producción cultural (categorizada de folclórica), y organización política trans-local de resistencia y emancipación (Idem).

 

Pero no se trata de desplazar la nación cubana por la diáspora o el nacionalismo isleño con discursos post-nacionalistas, sino adquirir definitivamente una categoría geo-histórica no euro-céntrica que posibilite repensar un ser cubano inclusivista, asomarse a la memoria de la esclavitud aún no aquilatada en todo su horror, rescatar las historias fundacionales de los negros Juan Gualberto Gómez y Martín Morúa Delgado, a la par de José Martí en la construcción de la nación, la cultura y, sobre todo, el derecho actual al poder político y económico por legitimidad demográfica y cultural. Algo que ya vimos suceder pacífica y civilizadamente en Jamaica en la década de los setenta, con la transferencia del poder político-económico de la minoría blanca a al mayoría negra-mulata.

 

Al superar los actuales confines de una definición de nación parcial, de una forma racial dominante de la comunidad política, se entraría en una verdadera política de descolonización histórica, cultural, ética, no limitada al nacionalismo. Como un proyecto de descolonización de la economía, de la organización política, del conocimiento, de la cultura y de la subjetividad, involucrando un “imaginario descolonial” que no sucedió con la independencia, para cambiar nuestra perspectiva epistémica y configurar una praxis transformativa.

 

El introducir también una perspectiva de género a la diáspora africana en Cuba, se redefine su analítica y su carácter mismo. La nación como concepto no puede ser producida separadamente del género y la sexualidad, pues hay una necesidad de reformulaciones feministas y homosexuales de la afro-cubanía; la particular profundidad de las formas de subalternización experimentadas por las mujeres negras (el síndrome de MaTeodora) y mulatas (el síndrome de Cecilia) y los homosexuales negros, la tradicional gran peste. Es precisamente en la actualidad, en las reales del género y de la subordinación sexual donde residen las claves para las mediaciones. Es necesario revisitar y cuestionar el carácter masculinista de las políticas e ideologías de caudillaje que se han señoreado en nuestra Isla, a partir de una hermenéutica de la intersección, reconociendo la importancia de los sujetos afro-diaspóricos femeninos y homosexuales.

 

La diáspora afro-cubana es un montaje de siglos de historias locales entretejidas por condiciones comunes de opresión racial, político-económica y cultural y por semejanzas conmensurables en repertorios similares de resistencia colonial, acción política republicana y subordinación racial bajo el socialismo. El sujeto diaspórico afro-cubano (al igual que se auto-concibe el diaspórico ibero-cubano) debe admitirse como trans-local porque, aún cuando está conectado con la nacionalidad, también se inscribe en constelaciones geo-históricas (el Atlántico, el continente americano, la negritud global), al mismo tiempo que la identidad negra está mediada por una pluralidad de diferencias (clase, género, sexualidad, lugar, generación). Los sujetos afro-diaspóricos pueden ser simultáneamente nacionales (afro-cubanos), locales (de Louisiana), regionales (afro-latinoamericanos) y globales. En este sentido, podemos entender la diáspora afro-cubana integrada a una frontera global caribeña, Atlántica, etcétera.

 

Existe un marco político y social bajo el cual los(as) afrolatinos(as) sufren permanentes violaciones de todos sus derechos, pese a que los gobiernos, del cual no se excluye el cubano, niegan la existencia de tal discriminación. Tras la abolición de la esclavitud en Cuba, los afro-descendientes siguieron sufriendo los discursos denigrantes del abolido sistema esclavista, reproduciéndose la pirámide (estructura) socio-racial tanto en el poder como en la economía. Es decir, la abolición no instituyó en Cuba la equidad de las comunidades negras; su estatus posterior hasta hoy día sería de sumisión y de invisibilidad en medio de la discriminación racial.

 

Nuestra historia y acervo político han minimizado cuán importante fueron los negros y mulatos durante las guerras independentistas, y su gran papel en el inicial proceso de construcción de la identidad nacional. Las personas de origen europeo siempre han dispuesto de mayores oportunidades que los negros, para tener acceso a los servicios sociales y los mercados laborales.

 

Los sondeos indican que los afro-cubanos se hallan en el nivel más bajo de pobreza; no disponen de los medios básicos de subsistencia en tierra y recursos naturales; de ahí su urbanización. La pobreza unida a la marginalidad urbana tiene su origen en factores socio-culturales y económicos de larga secuencia histórica, inalterables desde la colonia, donde la discriminación étnico-racial y la xenofobia de las élites del poder, primero españolas y luego criollas, desempeñaron y juegan un papel central como fuentes de exclusión que los ha llevado a ostentar los peores indicadores económicos y sociales, un escaso reconocimiento cultural y un nulo poder político. Esta situación del afro-descendiente en Cuba está ignorada en los foros internacionales.

 

Las culturas afro-latinas, mayormente marcadas por los elementos africanos, y “negro-americanos”, que han sufrido un proceso más intenso de aculturación, han sabido resistir a siglos de dominación “euro-blanca”. Las categorías de la época colonial, como los mecanismos cognitivos y sociales de percepción del otro que encuentran su raíz en la esclavitud aún vigentes, no han sido reemplazadas por la identidad multicultural, por medio del cual el negro podría convertirse en afrocubano o afro-descendiente, la raza en etnicidad y el color de la piel en cultura. Si el afro-cubano ha sido constantemente desacreditado, mellados sus símbolos nacionales adquiridos en la lucha contra España, sumidos en la carencia y los niveles más bajos de miseria, sólo le resta entonces enfrentar como grupo explotado al Estado discriminador. El haber sobrevivido al estatus de exterminio representado por la esclavitud y a la sumisión impuesta por la clase dominante criolla republicana y socialista, es un indicador de su necesidad de reencontrarse con sus afines culturales de la América negra, como diaspóricos africanos.

 

¿Acaso la nación Yoruba, uno de nuestros troncos no presenta un arte escultórico que se ha comparado con el de la Grecia clásica, y que no tiene España, y cuenta con escritores de más calibre (como los ya considerados clásicos de la lengua inglesa Chinua Achebe y Amos Tutuola, e incluyendo al premio Nóbel Wole Soyinka), que los de España en lengua castellana, con su solo premio Nóbel? ¿Si nos sentimos orgullosos de una raíz española, no superior culturalmente a la Yoruba, cómo no sentirnos orgulloso de una raíz paralela Yoruba?

 

Ese límite espacial impuesto a la otra nación, la afro-cubana, se ve desbordado por una tradición convenientemente transformada en mitos. Este escenario particular cubano se ha enmarcado en un cliché: el mundo de tradiciones vernáculas y el verdadero mundo occidental. Se ha pretendido transfigurar en otro pueblo, la historia de una población transbordada que se niega a perder su vínculo ancestral e impugna verse subordinada sin originalidad. Y ello marca la crisis de este complejo itinerario isleño que dura varios siglos.

 

Es inconcebible se admitan en Cuba los términos racistas, reproduciendo el lenguaje de los esclavistas denigrante para la persona afro-cubana. La multiculturalidad ya se encuentra bastante extendida en el continente, aunque todavía no ha tenido impacto en Cuba y por eso persiste la “invisibilidad” y el no reconocimento de la diferencia. En 1991 Colombia promulgó una nueva constitución política en la que suplantó el término “colombiano” por el carácter pluriétnico y multicultural de la nación, otorgando así nuevos marcos jurídicos para superar la discriminación y la histórica exclusión de los afro-descendientes. Al reconocer a la población afro-descendiente como tal se le garantizaba su interlocución con el Estado, para generar nuevas propuestas identitarias y promover diferentes prácticas de representación, como la Ley 70, mediante la cual los Consejos Comunitarios legitiman su acción colectiva ante el Estado como organizaciones étnico-territoriales.

 

Como han planteado muchos activistas de la lucha por la equidad en la América negra, la afirmación del multi-culturalismo, como medio para luchar contra la discriminación requiere del rescate de las herencias africanas, de búsqueda de las “huellas de africanía” (Cunin, n° 5, agosto 2003). Se impone una versión crítica de la historia y de nuestra africanidad y afrocubanía, a la par con nuestra europeidad y nuestra ibero-cubanía; un nuevo pacto social que nos permita contextualizar el lenguaje heredado y recuperar la dignidad humana y la identidad cultural de los afro-cubanos, ignoradas y ultrajadas.

 

La introducción del multi-culturalismo como definición de la nación cubana tendría como consecuencia cambiar el modelo de la identidad nacional de la homogeneización blanco-unilateral, a la diferencia; de la asimilación a la cultura política del balnco al respeto de los particularismos de todos los componentes de la nación, y de paso elimina al mismo tiempo el antiguo modelo de la agenda política e intelectual. El que hasta el momento no se halla debatido en Cuba la lógica de la etnicidad no significa que no exista una estructuración racial de la sociedad. Dicho de otra manera, quizá no haya afro-cubanos pero sí hay negros, mulatos y blancos; quizá no exista una cultura africana específica, pero sí hay comportamientos y posibilidades diferentes a causa del color; quizá no sea de inmediato una política multicultural, pero sí, la jerarquización socio-racial sigue siendo un “impensado” en el imaginario contemporáneo.

Salón de Negros Ilustres

http://www.cir-integracion-racial-cuba.org/salon-de-negros-ilustres/

 

Este Salón de Negros Ilustres de Cuba pretende reconocer, la labor que aquellos negros y negras destacables han hecho por Cuba desde nuestros viejos tiempos memoriales, hasta hoy e incluido el mañana. Desde que Cuba alboreó en su temprana época criolla, conoció la labor ilustre que muchos cubanos de origen africano hicieron para colocar las piedras de la cultura y de la nación. En todos los campos: economía, arte, ciencia, política, historia, retaguardia doméstica, periodismo, religión y cultura en general, ellos han estado allí para describir un itinerario fundacional y creativo que ha forjado Cuba, en lo que ha podido ser.

Che Guevara was no hero, he was a racist

Joseph Hammond

30 May 2013

 

“The black is indolent and a dreamer; spending his meager wage on frivolity or drink" - Do these sound like the words of a left-wing hero?

 

When Sen. Marco Rubio, R-Fla., chastised celebrity couple Jay-Z and Beyonce in a TV interview for their recent trip to Cuba, he especially criticized Jay-Z for his adoration of Che Guevara.

 

“I think Jay-Z needs to get informed,” Rubio said. “One of his heroes is Che Guevara. Che Guevara was a racist. Che Guevara was a racist that wrote extensively about the superiority of white Europeans over people of African descent, so he should inform himself [about] the guy that he’s propping up.”

 

Jay-Z, Carlos Santana, and Johnny Depp — who have all been spotted in Guevara t-shirts in the last decade — have, as Rubio correctly noted, largely ignored the issue. Yet, some leftist defenders of Guevara do occasionally deal with Guevara’s views on race. A blogger named Faraji Toure at “Afro-Punk” notes a troubling passage from Guevara’s 1952 diary:

 

“The blacks, those magnificent examples of the African race who have maintained their racial purity thanks to their lack of an affinity with bathing, have seen their territory invaded by a new kind of slave: the Portuguese.”

“The black is indolent and a dreamer; spending his meager wage on frivolity or drink; the European has a tradition of work and saving, which has pursued him as far as this corner of America and drives him to advance himself, even independently of his own individual aspirations.”

 

Toure is quick to defend Guevara, noting that he was then only 24 and that this was his first experience with the African diaspora. But this is an unlikely excuse. Jon Lee Anderson, who recounts the incident in his oft-cited biography, Che Guevara: A Revolutionary Life, notes that Che had already visited Trinidad and Brazil prior to making this statement. Indeed it is quite likely that Che in his travels had already encountered scores of Latin Americans of African heritage in Colombia and Bolivia.

 

The other argument often made in defense of Che is that he wrote such racist language before his participation in the Cuban Revolution and that he subsequently condemned racism. Guevara did just that in a number of post-revolutionary speeches after overthrowing Cuban leader Fulgencio Batista.

 

Jeanette Alcon, whose grandfather was a member of the unit that eventually captured Che Guevara in Bolivia, offered this rather balanced view of Guevara’s racial history:

 

“Che Guevara was a doctor that helped villages cope with leprosy before the revolution,” Alcon explained. “A lot of the villages had indigenous people living in them. I don’t think he was racist per se, but then again I don’t think he cared much for the Bolivian people. Communism needed to spread and Bolivia was seen as ripe for communist revolution.”

 

Che’s views on racism smack of similar political opportunism. When it was useful to abandon his previous racial views to fight in the Cuban revolution, he readily did so. When it was convenient to use racial stereotypes to cover-up the deficiencies of his fellow Cubans he didn’t hesitate.

 

In fact, an increasing number of modern leftists and anarchists are waking up to the fact that Che was not a ‘revolutionary hero’, but just one of a long line of communist murderers of the 20th century. 

 

Che should be remembered for the political terror he was involved in and publicly defended on a number of occasions. This was a man who was a defender of the North Korean regime and who deeply mourned the death of Joseph Stalin.  

 

Even sympathetic biographers, such as John Anderson, concede that Che oversaw many executions at Cuba’s notorious La Cabaña prison following the 1959 revolution. Though the exact number of killed is unclear, thousands were killed in Cuba’s post-revolutionary purge and forced labor camps. There is even some evidence that Guevara personally carried out some of the murders associated with the revolutionary period.

 

And, as the Huffington Post points out, Guevara hoped the Soviets would launch nuclear attacks on American cities, for some reason confident that the communists would win a nuclear war that would have killed millions.

 

Perhaps the best reason for condemnation of Guevara then isn’t the racist statements buried away in his diaries but in fact the very visible blood on his hands.

 

Joseph Hammond is a former Cairo correspondent with Radio Free Europe and former editor for a publication focused on the energy sector. A version of this article was published on DoubleThink

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.