EL ‘MARXISTA’ FIDEL CASTRO

 

Correo de contacto (profesorcastrocuba@aol.com)

Raúl Roa García:

(canciller de Fidel Castro durante veinte años)

Discurso pronunciado en NNUU el 24 de diciembre de 1960, un año antes de que Fidel Castro declarase que era marxista-leninista.

Ni capitalismo en su acepción histórica, ni comunismo en su realidad actuante. Entre las dos ideologías o posiciones políticas y económicas que se están discutiendo en el mundo ―ha precisado Fidel Castro, líder máximo de la Revolución Cubana y Primer Ministro del Gobierno―, nosotros tenemos una posición propia. La hemos llamado humanista por sus métodos humanos, porque queremos librar al hombre de los miedos, las consignas y los dogmas. Revolucionamos la sociedad sin ataduras, sin terrores. El tremendo problema del mundo es que lo han puesto a escoger entre el capitalismo, que mata de hambre a los pueblos, y el comunismo, que resuelve los problemas económicos pero que suprime las libertades, que son tan caras al hombre”.

Fidel Castro Ruz: nunca he sido marxista”.

Fidel Castro, admirador de Adolf Hitler

La vida oculta de Fidel Castro

El exguardaespaldas del dictador cubano desvela sus secretos más íntimos. ¿Qué se sabe en realidad de Fidel Castro? ¿Cómo vive? ¿Es de verdad el hombre austero y fiel a los ideales de la revolución comunista que afirma ser? La respuesta, según Juan Reinaldo Sánchez, guardaespaldas del tirano durante diecisiete años, es un rotundo no. Castro no sólo lleva una vida mucho más confortable de lo que siempre ha dado a entender, sino que tras su fachada de respeto a la ortodoxia del comunismo se esconden manipulaciones financieras dudosas que en este libro se desvelan.

 

Innumerables secretos de Estado y traiciones ocultas han pasado ante los ojos de Juan Reinaldo Sánchez, que ha sido testigo privilegiado de las múltiples facetas del gobernante cubano, reveladas por primera vez en este libro:  estratega genial en Nicaragua y Angola, autócrata paranoico en su país, espía sin igual a todas horas, diplomático maquiavélico, padre de familia distraído  -tiene al menos nueve hijos, habidos de cinco relaciones diferentes-, obseso de las grabaciones y cómplice de los narcotraficantes, la gota que acabó colmando el vaso del que fue durante casi dos décadas su fiel guardaespaldas.

Fidel Castro habla sobre la base de Guantánamo.

Niega que Raúl, Che Guevara y él sean comunistas

Clark Hewitt Galloway

Fidel Castro hablando de la revolución cubana en una entrevista perdida de 1959. El audio de esta entrevista fue encontrado recientemente por la nieta de Clark Hewitt Galloway, quien realizó la entrevista para un artículo de U.S. News & World Report en 1959. Véase la transcripción en español de la entrevista

 

CLARK GALLOWAY: Pues, ¿cuáles son los cambios que desea usted hacer en Cuba en breve?

 

FIDEL CASTRO: Bueno, fundamentalmente el problema de Cuba más que un problema de cambio es un problema de creación en el país. Nosotros estamos aquí como atascados, desde hace muchas décadas.

 

Nuestro problema más grave [es] que crece la población constantemente y en cambio las fuentes de trabajo no crecen. Y en la misma medida en que la industria se tecnifica y necesita cada vez menos empleo de personal, la población nuestra crece y nos encontramos en un círculo vicioso que no tiene solución. Hombres que no tienen trabajo y que, por lo tanto, no pueden consumir. Y una industria que no se puede desarrollar si no tiene consumidores.

 

Nosotros no podemos competir con la industria europea en maquinarias, en productos manufacturados, ni con la industria de Estados Unidos. Nuestra industria tiene que ser una industria de consumo. Principalmente de consumo nacional. Y no es posible que se desarrolle una industria si no hay quien compre.

 

Y sin embargo cómo darle empleo a la gente si no es industrializando el país. Nuestro gran problema es el problema de los cientos de miles de hombres que están sin trabajo.

 

CLARK GALLOWAY: ¿Qué clase de industrias? ¿En qué clases piensa usted, por ejemplo?

 

FIDEL CASTRO: Principalmente, industrias alimenticias, industrias de tejidos, y también industrias de productos manufacturados para consumo del país. La industria nuestra no puede aspirar a competir, fundamentalmente, con la industria extranjera. Luego, tiene que desarrollarse a base del consumo nacional. Producir la mayor cantidad de artículos y de mercancías posible para consumir en el país.

 

CLARK GALLOWAY: Pues, ¿cuánto tiempo cree usted que va a necesitar para desarrollar ese programa?

 

FIDEL CASTRO: Antes que nada debo decirle que nuestro primer paso tiene que ser crear consumidores. Nosotros tenemos que crear consumidores. Ahora, lograr que una parte considerable del pueblo sea consumidor. Porque sobre esa base únicamente se puede desarrollar la industria del país. Y entonces…

 

CLARK GALLOWAY: Para eso tienen que tener plata…

 

FIDEL CASTRO: …bueno sí, pero no. Primero necesitamos consumidores. Porque nosotros aunque tengamos capital para establecer las industrias, si no tenemos quién compre no puede desarrollarse esa industria. Sería antieconómico. El primer problema no es siquiera tener di… tener capital. El primer problema es tener consumidores para la industria. Y, después, capital para establecer esas industrias. Pero lo esencial, lo básico, es tener una población consumidora de artículos industriales. Y entonces esa población consumidora la obtendremos nosotros a través de las reforma agraria.

 

CLARK GALLOWAY: ¿Cuánto costará tal programa?

 

FIDEL CASTRO: Bueno, depende, porque hay que distinguir entre el programa de obras públicas que debe realizarse en el país para satisfacer muchas necesidades que están pendientes y el programa de industrialización.

 

Cualquier pueblo de Cuba, de los 200 ó 300 pueblos de más o menos importancia, todos tienen una serie de necesidades fabulosas que nunca han sido satisfechas.

 

Usted va a los pueblos y le piden un centro escolar, le piden hospitales, le piden alcantarillado, le piden pavimentación de las calles, le piden acueductos, le piden escuelas, le piden sanidad, le piden camiones para limpiar las calles, le piden parques, le piden mercados –edificios donde vender la mercancía–, y obras de todas clases. Por ejemplo, le piden plantas para purificar el agua.

 

Es tan grande… yo estoy haciendo un censo de todas las necesidades. Yo le he pedido a todas las clases vivas del pueblo que me informen qué cosas necesitan. Y en qué orden les interesa que el gobierno se las vaya consiguiendo. Yo calculo que para satisfacer todas las necesidades de los pueblos de Cuba se necesita en obras públicas invertir por lo menos dos mil millones de pesos. Para satisfacer todas las necesidades en todos los pueblos. De caminos, de carreteras…

 

CLARK GALLOWAY: ¿De dónde vendrá la plata?

 

FIDEL CASTRO: Bueno, esa plata viene de aquí adentro. Del aumento de las contribuciones… de los ingresos del Estado en la misma medida que se eleve el estándar de vida del país. Yo pienso que dentro de tres años habremos duplicado los presupuestos.

 

CLARK GALLOWAY: Ah, ¿sí?

 

FIDEL CASTRO: Actualmente ya se ha producido en dos meses un superávit de 40 millones. No, de 25 millones de pesos en aumento de la recaudación. Entonces, el capital para la industria –parte capital nacional y parte capital de fuera, extranjero. Ahora, nosotros no queremos que ese capital venga a base de… Queremos que fundamentalmente nos presten capital para nosotros invertirlo a través de organismos de crédito del país. Porque si el capital viene de fuera y se invierte nosotros tenemos que pagar los intereses, que es el precio del capital: los intereses. Tenemos que amortizar el capital. Y después que lo hemos amortizado no nos quedamos con nada. ¿Usted se da cuenta?

 

CLARK GALLOWAY: Sí, como no.

 

FIDEL CASTRO: Nosotros queremos que nos presten el capital. Entonces nosotros devolvemos el capital más los intereses. Pero cuando hemos amortizado el capital prestado, nos queda el resto para nosotros aquí.. El capital lo amortizamos para nosotros. No para otros. ¿Usted entiende?

 

CLARK GALLOWAY: Ustedes no quieren…

 

FIDEL CASTRO: Porque nosotros pagamos el capital, lo devolvemos, y entonces nos queda el capital aquí. ¿Usted entiende? Porque de lo contrario tenemos que amortizarlo una vez, dos veces, diez veces. Toda la vida tenemos que estar amortizando. Es igual que si a usted le prestaran 100 pesos y toda la vida usted estuviera pagando los 100 pesos. ¿Usted entiende? [Risas] Con intereses.

 

CLARK GALLOWAY: ¿De dónde vendría ese capital?

 

FIDEL CASTRO: Puede venir de Estados Unidos, puede venir de Inglaterra. Puede venir de Francia. Puede venir de Alemania.

 

CLARK GALLOWAY: De bancos del gobierno de esos países o de bancos comerciales…

 

FIDEL CASTRO: Parece que hay abundancia de capitales en el mundo en este momento porque a nosotros han llegado muchos ofrecimientos de préstamos e inversiones. Muchos ofrecimientos de otras partes. Sobre todo porque ven que el gobierno es honrado. Al ver que el gobierno es honrado sienten una gran confianza. Además porque nosotros las deudas anteriores de la dictadura, las deudas pendientes, hemos decidido saldarlas. O sea, no las hemos rechazado.

 

CLARK GALLOWAY: ¿De cuáles países recibe dinero?

 

FIDEL CASTRO: Estados Uni… Yo le quiero explicar que muchos. El gobierno, la dictadura de Batista, contrajo deuda por 1200 millones de pesos. Nosotros pudimos haberla rechazado, porque el gobierno no era legítimo. Pero nosotros comprendimos que eso era trastornar mucho la economía del país. Entonces, que era preferible, que era preferible asumir la responsabilidad de esas deudas. Lo cual crearía una confianza grande a los que estuvieran dispuestos a invertir dinero. Porque si nosotros no hemos anulado esas deudas ya todo el mundo está seguro que puede invertir aquí, puede prestarnos, que nadie anulará las deudas por ninguna circunstancia aunque cambie el gobierno. ¿Usted entiende?

 

CLARK GALLOWAY: Sí.

 

FIDEL CASTRO: Aunque cambie no le importa. Si ahora ha habido un cambio como este y nosotros las deudas

 

CLARK GALLOWAY: Lo que ustedes quieren son empréstitos, no accionistas.

 

FIDEL CASTRO: Bueno, no quiere decir que sea una política exclusivista. Preferimos, preferimos recibir, preferimos recibir los préstamos y pagarlos. Pagar el capital y pagar los intereses. Porque de esa manera, cuando hemos amortizado el capital, nos queda a nosotros aquí… cuando hemos pagado la deuda nos quedan las fábricas aquí, las industrias. De la otra manera estaríamos pagando esas fábricas siempre. Y sería una constante salida de divisas. Usted sabe que el problema de las divisas es hoy fundamental para cualquier pueblo.

 

CLARK GALLOWAY: Sí.

 

FIDEL CASTRO: Que la política inteligente tiene que ser una política que tienda a recibir los capitales, pagar el precio de ese capital que es el interés. Devolver ese capital y entonces después nos quedan las fábricas, las industrias, nos quedan aquí en el país.

 

CLARK GALLOWAY: ¿Es cierto que alguna de las firmas norteamericanas en Cuba van a ser nacionalizadas?

 

FIDEL CASTRO: No se ha hablado de nacionalización.

 

CLARK GALLOWAY: ¿No?

 

FIDEL CASTRO: Sí. No se ha hablado… es el cañonazo de las nueve, no se preocupe. Sí, sí hay… no, no se ha hablado aquí de nacionalización. Nosotros no hemos planteado… nosotros podemos revisar alguna concesión de las que hizo la dictadura de Batista. Pueden ser concesiones onerosas y contrarias a la economía del país.

 

Pero nosotros no hemos hablado aquí de nacionalizaciones porque nuestros problemas económicos son de otra índole, fundamentales, que es cómo hacer la reforma agraria y desarrollar industrialmente el país. En cuanto a los servicios públicos, los servicios públicos están distribuidos, por ejemplo, son prestados por distintas compañías y nosotros… y a distintos precios, a distintas tarifas… es un problema que tenemos que estudiar y resolver. Pero no, aquí no se ha planteado como cuestión fundamental la nacionalización de ningún servicio.

 

CLARK GALLOWAY: ¿Me podría explicar en pocas palabras su programa de reforma agraria?

 

FIDEL CASTRO: El programa de reforma agraria consiste en lo siguiente: aquí en Cuba unas 200 mil familias –200 no, 200 a 300 mil familias que no tienen tierras, que son campesinos. Esos campesinos trabajan dos o tres veces al año en épocas de zafra. El resto del tiempo, están sin trabajo. No tienen tierra para sembrar ni para poder producir los artículos de consumo más necesarios. Muchos de esos campesinos vienen a la ciudad a buscar trabajo y aumentan el número de desempleados en la ciudad. Esa población campesina es la que nosotros tenemos que tratar de convertirla en población consumidora.

 

Más de la mitad del país es campesino. Y entonces nosotros tenemos que convertir esos campesinos en consumidores. Esos campesinos nunca se convertirán en consumidores mientras no tengan tierras para producir sus artículos. La reforma agraria hará que aumente la capacidad adquisitiva del campesino muchas veces. Y permitirá, será la base sobre la cual se pueda desarrollar, poner una industria en Cuba. Nosotros pensamos… están las tierras del Estado. Y las tierras particulares. Nosotros pensamos poner un límite máximo a las fincas dedicadas a los distintos tipos de producción.

 

CLARK GALLOWAY: ¿El azúcar, por ejemplo?

 

FIDEL CASTRO: Estamos estudiando el caso. Yo soy partidario de que se le ponga un límite también al azúcar. Ahora, a los centrales les conviene eso porque aquí la industria, los hacendados, hay una ley que les prohibió hace años que el central tuviera cañas propias. Entonces qué hicieron los hacendados para burlar esa ley es que ponían una compañía dueña del central y otra compañía dueña de la caña y era la misma cosa; burlaron la ley. El industrial debe ser industrial y no al mismo tiempo industrial y agricultor.

 

Los centrales azucareros no pueden competir hoy en el mundo a un precio con el azúcar porque el costo es muy caro. Es muy caro porque los centrales están anticuados. Las únicas… si el central trata de tecnificarse, de mejorarse, el resultado es que deja sin empleo mucho obrero o estos tienen que trabajar la mitad del tiempo al año. O sea, crearía un conflicto social muy grave.

 

La única forma que tendría la industria azucarera de tecnificarse es mediante la reforma agraria que extraería de la industria el exceso de personal que está demandando trabajo. ¿Usted comprende? Mediante la reforma agraria ellos se tienen que tecnificar.

 

¿Qué es lo que van a perder? No van a perder nada porque van a tener la caña para moler. Más caña para moler y mejores condiciones para mejorar su maquinaria.

 

Que de la otra manera siempre van a estar en una pugna entre un número cada vez mayor de obreros que están pidiendo trabajo y una industria que no ha progresado absolutamente en los últimos 30 años. Y una industria que no puede progresar si no se mejora. Luego la reforma agraria no significa ninguna pérdida.

 

Nosotros indemnizaremos la tierra. Si no tenemos dinero en efectivo –posiblemente no tengamos dinero en efectivo porque nosotros en dinero en efectivo no tenemos suficiente para indemnizar todo esto, pero lo podemos indemnizar en bonos. Bonos que tendrán la garantía de un gobierno honrado. Que podrán ser, que podrían ser vendidos en el mercado de valores. Que podrán ser negociados. Bonos con intereses, al menor plazo posible. Yo pienso hoy, salvo criterio de persona más experta que yo en la materia, en bonos de 10 a 15 años pero que se pueden negociar. Y entonces lo que nosotros le pedimos a los industriales, a los hacendados, a los grandes productores de caña y de ganado, que inviertan eso en industrias. Porque nosotros a la industria estamos dispuestos a darle todas las garantías, con la condición de que haya salarios altos.

 

CLARK GALLOWAY: Pues, ¿cuánto costará el programa de reforma agraria?

 

FIDEL CASTRO: No puedo calcularlo exactamente en este momento. Porque tendríamos primero que decidir sobre el límite máximo que va a haber. Las tierras que serían segregadas y el valor de tasación de esas tierras. Pero si nosotros pagamos mediante bonos podemos pagar un mejor precio de lo que pudiéramos pagar en efectivo. Y en cambio ese dinero que se recibe en bonos, bonos garantizados por el Estado cubano, ellos lo pueden negociar como se han negociado los bonos del BANDES y del Banco Nacional. Los bonos cubanos se venden en el mercado y se venden a buen precio. Al indemnizarlos nosotros mediante bonos nosotros lo único que les pedimos a ellos es que la indemnización la inviertan en industria aquí en el país. ¿Usted se da cuenta? Entonces lo que tienen que hacer los grandes… los latifundistas, es transformarse en industriales. ¿Usted se da cuenta? Y pueden establecer industrias que van a tener un mercado seguro. Y que van a significar la solución del problema para los mismos azucareros. Porque yo le voy a decir: ¿usted cree que se puede vivir en este estado de agitación, de conflicto permanente entre la empresa y los trabajadores? En un conflicto que va en aumento. Un conflicto que va en aumento.

 

CLARK GALLOWAY: Cuba depende en su mayor parte de la gente del azúcar. ¿Cree usted que esta dependencia debería reducirse?

 

FIDEL CASTRO: Bueno, a nosotros nos conviene venderle a Estados Unidos y a Estados Unidos le conviene comprarnos a nosotros. Porque también es verdad que en los momentos difíciles de Estados Unidos siempre ha tenido una fuente formidable de azúcar en Cuba. A Estados Unidos le interesa que esa fuente se conserve porque es un alimento básico para Estados Unidos, el azúcar. Que nosotros lo producimos más barato que allí en Estados Unidos.

 

Nosotros le pudiéramos brindar al pueblo americano un azúcar más barata. ¿Comprende? De la que paga hoy y que sin embargo el gobierno se la hace pagar cara allí por estar protegiendo ciertos intereses azucareros de ahí del país. Si Estados Unidos sembrara la tierra podría producir trigo, podría producir otras cosas. La tienen subsidiada. Nosotros le pudiéramos favorecer al pueblo americano vendiéndole toda el azúcar que él quiera mucho más barato de la que le vendemos hoy, en el futuro.

 

Háblele al pueblo de Estados Unidos y dígale que nosotros podemos, si es verdad que por un lado benefician a determinados agricultores con una industria artificial por completo nosotros pudiéramos beneficiar a todo el pueblo de Estados Unidos vendiéndole azúcar más barato de lo que la compran allí. A los americanos les gusta mucho el dulce. Nosotros le podemos dar todo el dulce que quieran. Y mantener entonces unas buenas relaciones.

 

Porque, mire, Estados Unidos es un país tan rico… tan poderoso industrialmente, agrícolamente, que lo que gana… lo que significa económicamente el comercio con Cuba en dinero –bueno, no importa, [Mujer: …lo están esperando] no importa—en dinero es una parte muy pequeña de su gran poderío económico, de su gran riqueza. A nosotros nos parece egoísta cuando, por ejemplo, al hablar de que queremos producir arroz, producir aceite para ahorrarnos algo de la importación se nos amenaza y dicen que no nos va a comprar azúcar. Porque en definitiva lo que va a dejar de ganar Estados Unidos por concepto de esas ventas es la millonésima parte de la riqueza de Estados Unidos. ¿Usted se da cuenta? No hay que granjearse la enemistad de nosotros. Por 100 ó por 200 millones de pesos que es lo que pudieran equivaler las compras que hacemos nosotros en alimentos.

 

Siempre tendremos que comprar automóviles, radios, televisores. Siempre tendremos. Pero Estados Unidos no vive del comercio de Cuba. En cambio Cuba depende de las divisas que ahorre para desarrollarse industrialmente. Nosotros no le decimos a Estados Unidos que nos regalen dólares. Nosotros no le estamos diciendo a Estados Unidos mándennos 1.000 millones de pesos. Con 1.000 millones de pesos resolvemos nuestros problemas. Nosotros planteamos las cosas en términos de justicia. Si nosotros no defendemos nuestra divisa, si nosotros no desarrollamos industrialmente el país, ¿a dónde vamos a parar? ¡En un caos! Si la Revolución no hace estas leyes, la Revolución pierde su autoridad. Pierde su moral, pierde su prestigio. Y si esta revolución se precipita lo que vamos a tener aquí es un infierno en Cuba. Un verdadero infierno. Porque cuando haya un millón, un millón y medio de gente sin trabajo, y ya no crean en nadie aquí, entonces va a ser el caos –créame caballero.

 

Nosotros podemos ir haciendo una revolución ordenada, estudiada, planeada. Yo muchas veces he tenido que pararme y decirle a los campesinos no, no ocupen la tierra así, porque a la tierra hay que repartirla ordenadamente. Nosotros no podemos producir la empresa agrícola grande con la empresa agrícola pequeñita, dividida, porque eso no rinde económicamente. No, no rendiría a bajo costo. Nosotros tenemos que sustituir la empresa grande con otra empresa grande. O sea, reuniendo a todos los campesinos para que tengan una gran empresa como quien tiene una sociedad por acciones. Y entonces utilicen equipos, costosos, y utilicen la mejor técnica del mundo. Actualmente, ¿usted vio Bohemia? Bohemia hoy ha hecho un llamamiento de un fondo para que yo lo maneje. ¿Usted sabe a lo que me voy a dedicar? A tractores. Todo sobre tractores y equipos de regadíos, de pozos, de todo. Y entonces vamos a producir en Cuba en las mejores condiciones técnicas del mundo.

 

Los equipos más modernos que hay en el mundo los vamos a comprar para la agricultura. Tan buenos como los que puede haber en los Estados Unidos. Y la tierra nuestra tiene una ventaja sobre la tierra en Estados Unidos y es que produce dos y tres cosechas al año porque no hay frío. Nosotros con abono, con regadío, podemos producir más barato que Estados Unidos. Porque ahora Estados Unidos produce el maíz más barato que nosotros. La mitad del precio. El arroz más barato que nosotros. ¿Y por qué? A pesar de que ellos no pueden hacer más que una cosecha de maíz al año. ¿Por qué? Porque producen con una técnica muy moderna… y a muy bajo costo. Pues nosotros vamos a hacer dos cosechas con la misma técnica que Estados Unidos.

 

Vamos a producir muy barato. ¿Usted se da cuenta? Todo ese dinero lo voy a invertir en tractores. En cuestión de tractores, de equipos, de regadío y de todo. Entonces en el campo vamos a producir a través de grandes cooperativas de campesinos. Cooperativas que se van a distribuir las ganancias. Ya tengo algunas hechas en tierras que eran de cómplices de Batista, socios de Batista. He hecho una cooperativa y van muy bien. Allí mismo tienen una cooperativa de producción agrícola y su cooperativa de consumo. Tienen una tienda propia, la primera que hice. Y tuvo que poner el 20% más caro porque sino arruinaba a las tiendecitas de por allí.

 

CLARK GALLOWAY: Hablando del azúcar, si las ventas de azúcar de Estados Unidos se redujeran afectaría mucho a Cuba, ¿no?

 

FIDEL CASTRO: Sí, yo creo que sí afectaría. Desde luego. Pero yo no veo por qué se vayan a bajar las ventas de azúcar. Sería injusto por cuanto Cuba cada vez que Estados Unidos ha tenido una situación difícil ha tenido una fuente de abastecimiento y de materia prima segura en Cuba y a los soldados americanos lo que más les gusta, es el azúcar. Y a todo soldado lo que más le gusta es el azúcar. A Estados Unidos no le conviene que se arruine la industria azucarera cubana. No le conviene.

 

CLARK GALLOWAY: ¿Qué cree usted sobre el intercambio comercial entre Cuba y los países comunistas?

 

FIDEL CASTRO: Bueno, yo creo que si nos compran nosotros debemos venderle. Porque, ¿qué vamos a hacer si no sobran los artículos y nos compran? Eso es lo que hace Estados Unidos. Y lo que hace Inglaterra y lo que hacen todos los países.

 

CLARK GALLOWAY: Pues, ¿ve usted en esto algún peligro para Cuba?

 

FIDEL CASTRO: ¿En qué sentido?

 

CLARK GALLOWAY: …de infiltración o…

 

FIDEL CASTRO: …no puede haber peligro porque si nosotros hacemos lo que los cubanos quieren, si nosotros hacemos justicia social, y la hacemos y le resolvemos el problema material a todos los cubanos dentro de un clima de libertad y de respeto a los derechos individuales –de libertad de prensa, de pensamiento, de democracia, de libertad de elegir su propio gobernante.

 

La revolución que nosotros estamos haciendo le ofrece al pueblo de Cuba lo que ningún régimen social en el mundo le ofrece actualmente. ¿Comprende?

 

Yo no tengo ningún temor a ninguna ideología del 26 de julio que es la ideología de un sistema social dentro del más amplio concepto de la democracia, de la libertad y de los derechos humanos. Es la promesa más hermosa que se le puede hacer al hombre.

 

CLARK GALLOWAY: Claro.

 

FIDEL CASTRO: ¿Por qué tenemos nosotros que temer? Nosotros no tenemos que temer.

 

CLARK GALLOWAY: ¿Sabe usted si los países comunistas podrían ofrecerle a Cuba las mercaderías que Cuba necesita importar?

 

FIDEL CASTRO: Bueno, yo no he estudiado eso. No he estudiado esa posibilidad. Realmente no la he estudiado porque yo he creído que nosotros íbamos a seguir vendiéndole el azúcar a Estados Unidos, fundamentalmente. Y le seguiremos comprando mucho a Estados Unidos. Yo no me he planteado el otro problema. Si se me presenta [sonriendo] el otro problema tendré que ponerme a estudiarlo, ¿no?

 

CLARK GALLOWAY: Como primer ministro usted tiene un gran trabajo. ¿Cómo usted va a ordenar los asuntos del gobierno? ¿Sería posible delegar algunas de sus responsabilidades?

 

FIDEL CASTRO: Bueno, porque usted ha visto que nosotros tenemos varios ministros. Son gente muy capacitada. El ministro del Trabajo. El ministro de Economía. El ministro de Obras Públicas. Son una serie de compañeros que son muy trabajadores. Y lo que yo hago, cada día más, le llevo… si hay un ofrecimiento de proyecto de empréstito de industria yo se lo mando al ministro de Economía, se lo mando al ministro de Agricultura. Yo cada día me quito más trabajo y se lo pongo a ellos, y los consulto a ellos siempre. Yo me reúno dos veces a la semana con ellos. Y allí discutimos largamente. Si yo quisiera tener menos trabajo. Yo quisiera tener menos trabajo. [Risas] Yo tengo mucho trabajo. Porque la función mía es administrativa, pero también es política. Tengo que hablar con el pueblo, orientarlo, animarlo, decirle que tengan calma, que tengan paciencia. Yo soy el que controlo los problemas con el pueblo.

 

CLARK GALLOWAY: ¿Cuál es su parecer acerca de la base naval de los Estados Unidos en Guantánamo?

 

FIDEL CASTRO: Ese es un problema que no se ha discutido aquí. No se ha tocado. Ha habido algunos pequeños conflictos originados en el hecho de que los marinos los dejaban siempre desembarcar, ir a Guantánamo por ejemplo, los dejaban ir a Guantánamo todas las semanas de fiesta. Claro que económicamente convenía porque compraban. Pero iban miles de marinos e iban a ciertos sitios de diversión. No conocían bien y muchas veces llegaban a las casas de las personas decentes y tocaban a cualquier casa. Es un problema. Hay cierto conflicto entre ellos cuando van de vacaciones, cuando van de fin de semana, se creaban conflictos entre ellos y entre las familias decentes. Porque se equivocaban muchos marinos, tomaban, se equivocaban y entraban a la casa. Eso en otro momento, en la época de Batista no producía efecto ninguno porque todo el mundo sufría esas cosas tranquilamente. Pero ahora, usted comprende, cualquier cosa de esas produce un gran efecto, porque la gente ve el propósito rectificador de la Revolución y todo lo que ha estado mal, todo lo que les disgustaba ahora lo plantean. ¿Usted se da cuenta? Lo explican en un momento en que eso puede crear resentimiento. Sobre todo a mi me preocupa mucho que no vaya a ocurrir ni el menor incidente. ¿Usted se da cuenta? Por eso yo con respecto a las visitas soy partidario de que se espere lo más posible, ¿verdad?, en las zonas esas donde ha habido problemas como en Guantánamo, en Santiago, pues quisiera que con todos los ánimos estuviéra todo bien organizado, bien ordenado, que se puedan producir las visitas sin rozamientos. Porque en el pueblo no hay animosidad; no hay animosidad contra ellos, ¿sabe? Pero este es un momento en que cualquier pequeño incidente puede tener importancia. ¿Usted se da cuenta?

 

CLARK GALLOWAY: Pues parece que no hay problemas de sí o no los Estados Unidos siga ocupando la base en los términos actuales.

 

FIDEL CASTRO: Esa demanda no se ha planteado. Ese problema no se ha planteado. Nosotros tenemos otros problemas. Nosotros tenemos otros problemas que nos interesan más. Nuestros problemas de orden económico y social. Son los problemas que a nosotros nos interesan. Si nosotros mantenemos relaciones podemos mantener relaciones amistosas con Estados Unidos, comerciales y políticas. Diplomáticas. Pues, yo no veo peligro de que se produzcan conflictos.

 

CLARK GALLOWAY: ¿Ve usted en una forma favorable el que Cuba sea una base de operaciones militares contra la República Dominicana o tal vez otros países?

 

FIDEL CASTRO: Bueno, yo le voy a decir sobre lo que pienso. Nosotros necesitamos hacer un trabajo aquí. [Risa] Pensamos hacer un trabajo. Lo que a mí me preocupa fundamentalmente, le voy a contestar con toda franqueza, en este momento son los problemas de Cuba. Lo que me interesa fundamentalmente son los problemas de Cuba. El trabajo que tenemos que realizar adelante. Ahora bien, no quiere decir eso que sea uno tan egoísta que se pueda empezar a mirar con indiferencia el dolor de otros pueblos de América latina.

 

Trujillo es un peligro para Cuba. Trujillo es un peligro para la América latina.

 

Los agentes de Trujillo asesinan a sus enemigos fuera del estado. Asesinan a sus enemigos como Galide en Estados Unidos. Asesinan a Requena en Estados Unidos. Asesinan a sus enemigos en Cuba. Asesinan a sus enemigos en México. Asesinan a sus enemigos en cualquier parte. Incluso, cuando yo hice el viaja a Venezuela, y al amanecer pregunté porque estábamos en Venezuela, qué costas eran aquellas y me dijeron las de Colombia. Y yo pregunté los pilotos por qué habíamos salido a Colombia. Y me dijeron: “Porque las rutas hacia Venezuela pasan muy cerca de Santo Domingo”. Y ellos no quisieron pasar cerca de Santo Domingo por peligro de que un avión de Trujillo hiciera cualquier fechoría. Trujillo es una especie de dictador del Caribe y dictador de América latina que no respeta las leyes de otros países. Trujillo no respeta la ley de ningún país.

 

Mire, nosotros si quisiéramos podríamos buscar a Batista donde quisiéramos. Aquí hay hombres voluntarios de sobra para ir a matar a Batista en Estados Unidos, en México, donde sea. Sin embargo nosotros jamás aceptaremos ni jamás promoveremos ni respaldaremos ninguna acción fuera del territorio nacional. Porque nosotros respetamos las leyes de otros países. Trujillo no las respeta. Trujillo tiene establecida una dictadura “continental”. ¿Usted se da cuenta? Y en cierto sentido es lógico que un gobierno democrático, es lógico que los cubanos democráticos veamos con simpatía cualquier movimiento contra Trujillo para nosotros intervenir directamente en problemas de Santo Domingo, nosotros no intervendremos directamente en problemas de Santo Domingo. ¿Usted se da cuenta?

 

Ahora, aquí en Cuba pueden venir a vivir los exilados de cualquier país. Pueden venir a vivir. Y, naturalmente pues, lo mismo en Cuba que en Venezuela yo se que los dominicanos sobre todo cuentan con mucha simpatía. Yo no los voy a…

 

[Corte]

 

Todavía no se ha decidido la fecha exacta para el propósito del gobierno, hacerlas lo antes posible. Yo les voy a decir lo siguiente: el propósito del gobierno de hacerla se habló de dos años. El criterio del gobierno es hacer la elección en dos años. Por lo general en los países… en estos países cuando ocurre una revolución, golpes de estado no revoluciones, entonces el interés de los gobernantes como no tienen apoyo del pueblo es posponer las elecciones todo lo más posible hasta tratar de ganar.

 

El caso de nosotros es al revés. Nosotros tenemos el noventa y tanto por ciento del pueblo. Nosotros no le podemos tener miedo a ningunas elecciones. No podemos tener miedo a perder unas elecciones porque estamos seguros de que la ganamos. Pero, lo que a mí sí me preocupa un poco es en este momento en que estamos reorganizando el Estado, exigiendo mucha rectitud, mucha disciplina, vayamos a distraer mucha energía en política. ¿Usted comprende? Que vayamos ahora a poner a la gente a aspirar. Porque funcionarios buenos yo no quiero que aspiren a senador. Que siga de funcionario. me preocupa un poco coger todos los elementos que está trabajando en la administración pública y que van progresando mucho, ponerlo a hacer política. Que tenga un poquito de miedo a eso. Es la única parte que me preocupa un poco de la política. ¿Usted entiende? Que vayamos a desgastar la energía en esas cosas.

 

CLARK GALLOWAY: Pues, el 26 de julio se organizará como partido político.

 

FIDEL CASTRO: Por supuesto, como partido político.

 

CLARK GALLOWAY: ¿En las próximas elecciones se les permitirá tomar parte a todos los partidos políticos incluyendo al Partido Popular Socialista?

 

FIDEL CASTRO: Si reúnen los requisitos que establezca la legislación electoral

 

CLARK GALLOWAY: Si le pidieran que fuera usted uno de los candidatos a la presidencia, ¿aceptaría?

 

FIDEL CASTRO: Yo en eso haría lo que decidiera la dirección del Movimiento 26 de Julio pero yo creo que el Movimiento 26 de Julio tiene fuerza suficiente para obtener el triunfo con su propia fuerza. El Movimiento 26 de Julio tiene… el Movimiento 26 de Julio puede obtener el triunfo con su sola fuerza. El Movimiento 26 de Julio no necesita de pactos políticos para triunfar en unas elecciones revolucionarias; en unas elecciones.

 

CLARK GALLOWAY: Última pregunta: como usted debe haber oído…

 

FIDEL CASTRO: …yo le digo… sí, porque yo no quiero hacer ese tipo de declaraciones que parezcan que estoy en actitud de dividir. En este momento no se han planteado en el país problemas de tipo político. Yo quiero dedicar todo mi empeño a trabajar en una obra revolucionaria consciente de que esa obra revolucionaria consolidará el movimiento 26 de julio, el movimiento democrático, el movimiento revolucionario, un movimiento de fuerza en el pueblo, muy grande.

 

CLARK GALLOWAY: …como usted debe haber oído ha habido rumores de que el mayor Raúl Castro y el mayor Ernesto Guevara son comunistas o simpatizantes del comunismo. Esos son los rumores. Quisiera que usted haga algún comentario sobre eso.

 

FIDEL CASTRO: Bueno, yo le voy a decir mi opinión sobre eso. Y es que aquí en Cuba siempre había una política muy tradicional, una política muy conservadora, y no existía ninguna esperanza revolucionaria. Mucha gente joven pues antes se inclinaba hacia la izquierda más que simpatizar con los partidos políticos tradicionales que existían.

 

En el momento en que se constituyó en Cuba un movimiento como el 26 de Julio que es verdaderamente revolucionario, que tiende a estructurar la economía del país en bases justas, que el movimiento revolucionario es un movimiento democrático de amplio contenido humano ha absorbido en sus filas a mucha gente que antes no se tenía alternativa de tipo político y se inclinaban hacia partidos de a-radicales.

 

El Movimiento 26 de Julio es un movimiento de ideas radicales. Pero no es un movimiento comunista. Y difiere fundamentalmente del comunismo en una serie de cuestiones. En una serie de cuestiones esenciales. ¿Comprende? Y el Movimiento 26 de Julio, los hombres, tanto Raúl como Guevara, como todos son hombres que están muy de acuerdo con el pensamiento político mío. No es un pensamiento comunista.

 

CLARK GALLOWAY: ¿No son comunistas?

 

FIDEL CASTRO: No es un pensamiento comunista el Movimiento del 26 de Julio. Y la tendencia que yo le pudiera decir que si vamos a ver posiblemente en Estados Unidos ustedes tengan allí muchas ideas de izquierda también figurando en los partidos democráticos. Posiblemente a lo mejor a usted le dicen comunista porque ha hecho un artículo a favor de la Revolución cubana y le quieren hacer una investigación en el Senado en Estados Unidos.

 

JG. No, señor.

 

 

 

Karl Marx:

El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.

 

 

Fidel Castro Ruz expresó en su discurso del 4 de abril de 1992: Puede haber aquí jineteras, pero habría que añadir que son estrictamente voluntarias.

 

‘Jinetera’ es el término utilizado en la Cuba de los hermanos Castro para nombrar a la prostituta. Además de que lo expresado por Fidel Castro Ruz constituye una afrenta a la mujer cubana, que alguien me explique si esa es una concepción marxista.

 

 

 

La ideología de Fidel Castro

siempre ha sido

mantener el poder a cualquier precio

 

El porqué Fidel Castro Ruz apoyó

al dictador Jorge Rafael Videla

Verdades polvorientas

Martín Guevara*

19 de mayo de 2013

 

Segunda mitad de la década de los 70. El gobierno de la Junta Militar de la República Argentina, obteniendo unos jugosos beneficios, rompe el boicot  que Estados Unidos propuso  a  sus países satélites, para que no le vendieran trigo y otros cereales a  la URSS.

 

El gobierno de la URSS, presidido por Leonid Ilich Brezhnev,  sin reparar demasiado en los miles de militantes de izquierdas que se encontraban en campos de concentración siendo torturados salvajemente y luego arrojados desde aviones al Río de La Plata, manda a colocar la medalla de Lenin en la pechera de altos mandos militares argentinos, por contribuir a la causa de la Patria de los proletarios,  el billete es el billete.

 

El gobierno de la Junta Militar manda a colocar la medalla de José de San Martín en el pecho de altos mandos soviéticos que viajan a Argentina a tales efectos, mientras, por la causa proletaria gritaban como cerdos en el matadero los hombres y mujeres comunistas en aquellos agujeros del terror, que el gobierno había confeccionado para acabar con la amenaza marxista y peronista.

 

Mil novecientos setenta y seis hasta mil novecientos ochenta y dos, cuando Argentina ocupa las islas Malvinas. El gobierno de la República de Cuba, de modo continuado ofrece su garantía de silencio sobre los crímenes fascistas, a la diplomacia de la URSS en la ONU, para no obstaculizar la compra venta de trigo, que de modo revolucionario y valiente el gobierno de Jorge Rafael Videla  ejecutaba, rompiendo el bloqueo norteamericano.

 

Una y otra vez los exiliados argentinos en Cuba escuchábamos como su principal  dirigente, Fidel Castro Ruz, en sus extensos discursos, jamás denunció las prácticas fascistas, ni dictatoriales en la tierra de quien había sido, según él, uno de sus mejores amigos, de sus grandes guerreros, el Che Guevara.

 

Por un puñado de rublos. 

 

Jamás denunció siquiera en la plaza de la Revolución al gobierno de la junta militar argentina, recibiendo este, el eufemismo de: Otros. Ya que decía en los discursos, Los gobiernos fascistas de Chile, Bolivia, Uruguay y ….Otros.

 

Tal era así que mis amigos no sabían porque estábamos exiliados en Cuba, y lo dudaban  cuando yo se los explicaba. En realidad daba la sensación que no teníamos un gobierno lo suficientemente malo como para exiliarnos, ni como para que mi padre estuviese preso ocho años y medio, ni como para que hubiese 30.000 desaparecidos, más que el doble de la cantidad de muertos que Chile.

 

Tal era así que vi lágrimas en los ojos de hombres duros, de militantes  de organizaciones de izquierdas argentinas, que estaban en Cuba, aceptando las migajas de un exilio en absoluto silencio, como quien da albergue al indeseable del pueblo.  Lágrimas cuando al esperar una declaración en un tribunal de los derechos humanos promovidos desde Ginebra, Fidel a través de sus enviados, bajo apercibimiento de la URSS, calló bloqueando la comisión de investigación sobre aquellos crímenes fascistas, y haciéndose cómplice histórico de semejante villanía.

 

Cuando debió callar, leyó en la Plaza de la Involución aquella carta de despedida de su amigo Guevara, que debía ser leída en la intimidad.

 

Cuando debió hablar para hacer Revolución, para hacerle un honor a su ex amigo con respecto a su patria, calló.

 

Durante muchos años cientos de cosas como estas, me parecían la antítesis de lo que pregonaban estos pollos. Estos pájaros, estos farsantes.  Me parecía la destrucción  justamente de los valores que decían defender. Y siempre por una razón u otra, he utilizado de mi  derecho a contarlo, a denunciarlo, sólo la  parte opuesta, la de callarlo, de ser leal a no sé bien qué.

 

Aún con el riesgo de llegar al límite de ser cómplice.

 

Aún cuando no tengo nada que agradecer a ese régimen y a todo el tendal de separaciones que dejó no sólo en la familia cubana, sino en la mía también, de la repugnante carga de hipocresía y corrupción que dejó en todo lo que tocó, incluido el abajo firmante.

 

Año 2010.

 

Después de la muerte de Zapata, muchos de los intelectuales que toda la vida habían apoyado u optaban por no denunciar la brutalidad del gobierno cubano, dijeron basta, no pudieron guardar más ese beneficio de la duda que se le concedía por el hecho de haberse declarado ejecutor del bien de la causa de los pobres del mundo. Esto a Fidel debió haberle picado, porque a lo largo de su vida ha sido capaz de realizar actos que no enmarcaríamos para colgar en nuestro salón, pero siempre acompañados del beneplácito y la aquiescencia de los sectores progresistas de la intelectualidad mundial, cuando paradójicamente a los progresistas de Cuba los sometía al peor de los ostracismos.

 

Las declaraciones contra la muerte de Zapata de un novísimo perfil de anticastrista, muy probablemente hayan sido de profunda preocupación para su entorno,en cuanto a la mala imagen ofrecida, en contraste con la necesaria  en el mundo actual, de la comunicación inmediata, para sostener  un  gobierno de poder absoluto basado en la dinastía familiar.

 

¿Por qué  nos cuesta tanto condenar cualquier exceso, crimen, violencia o  abuso, cometido por un ente que se autoproclama de izquierdas, revolucionario o comunista?

 

¿Qué parte de nuestro cerebro se anula o se narcotiza a la hora de denunciar estos crímenes?

 

En cualquier caso parecía estarle llegando la hora de la vergüenza, y si algo no le gusta a Fidel después de no ser el centro de atención permanente, es quedar mal, que se sepa la verdad, que se sepa que bebe vinos castellanos de hasta doscientos euros la botella mientras pide unos sacrificios continuados a su pueblo de una heroicidad numantina.

 

Le gusta mucho ese vino, pero no que se sepa que lo bebe. Si no hubiese problema en ello le diría a su pueblo, en algún recodo de sus extensísimos discursos dominicales, _” Yo bebo cada día vino “Pesquera” y “Vega Sicilia” Gran Reserva, ustedes cuando pueden chocan con un ron chispa de tren, porque el bueno es para los extranjeros, cuando pueden chocan con cerveza de pipa, porque la buena es para extranjeros, pero no se preocupen , que ya llegará el día que todos beban vino Pesquera y Vega Sicilia, si no Gran reserva, al menos envejecido en barrica de roble francés”.

 

Pero Fidel no dice la verdad con frecuencia.

 

 Estaba temiendo por su imagen, por su paso a la historia. Y se le ocurrió la idea a través de su hermano Raúl de apoyar el principio hacia el capitalismo más cruel, para congraciarse con la moda actual , que dista de estar marcada como otrora, por el coqueteo de las clases medias con la izquierda iluminada. Con  la población severamente empobrecida y con escasa habilidad en el mundo de los negocios y las nuevas tecnologías, desaventajados  para competir con los extranjeros como ningún otro oponente en deporte conocido alguno.

 

Desprovisto el pueblo trabajador de todo mecanismo de control a la patronal. De toda organización de lucha. Los sindicatos cubanos que funcionan dentro de la isla para los trabajos estatales no tienen ninguna potestad en el área dólar, en el trabajo por divisas. El empleado cubano que trabaja para un inversor extranjero, cuenta con menos derechos que un siervo de la Gleba.

 

Nos ha querido disfrazar el paso de un sistema descubierto como erróneo y perverso, hace mucho ya, que en los últimos años se había convertido en el empecinamiento de una sociedad absolutamente perdida, y de un poder que se quería perpetuar a toda costa, a una sociedad donde la injusticia está garantizada desde el mismo génesis.

 

El alerta ahora es doble. El primero es ver que quiere hacer y cuales serán las medidas represivas que tomará el gobierno en cuanto empiece a haber algún tipo de descontento con los cambios que se avecinan. Y el otro la aquiescencia del capital internacional, que como siempre está infinitamente más interesado en que entren los bancos y las transnacionales a Cuba, en vez de que entre la democracia propiamente dicha, la que beneficie al pueblo trabajador.

 

Y aunque ahora, en el último momento, dice que se le interpretó mal, que lo que quiso decir es que lo que no va más es el capitalismo, apuesto a que veré, en la Plaza de la Involución, a los pichones de Rockefeller, Rhodes y Borbón gritando voz en cuello:

 

¡FIDEL, FIDEL!

 

* El autor es hijo de un hermano de Ernesto ‘Che’ Guevara

 

 

Fidel Castro, insólito aliado

de la dictadura militar argentina de Jorge Videla

Claudia Peiró

24 de marzo de 2011

 

La Cuba comunista mantuvo un sorprendente acercamiento al régimen de facto instaurado el 24 de marzo de 1976. Un sobrino del Che Guevara denunció esta complicidad de la que fue testigo

 

El castrismo no sólo calló ante los crímenes del gobierno que presidía el general Jorge Rafael Videla, sino que le aportó respaldo diplomático en los foros internacionales, lo que evitó que la Argentina fuese condenada por la violación masiva de los derechos humanos.

 

Este hecho es cuidadosamente ocultado por las izquierdas latinoamericanas, que se siguen referenciando en la Revolución cubana e idolatrando a su Líder. Son las mismas que, año a año, compiten por ver quién condena con más dureza al Proceso militar argentino de 1976-1983.

 

Para desconcierto de estos mismos “antiimperialistas”, fue el gobierno estadounidense, bajo la presidencia de James Carter, el que llevó la voz cantante en la condena a los atropellos humanitarios del gobierno de facto que presidía Videla.

 

En aquellos años de dura represión, el régimen cubano contribuyó, a través de su representante en la ONU, a evitar que la Comisión de Derechos Humanos del organismo, emitiese una condena contra la Argentina y organizase una misión de inspección.

 

El favor fue devuelto. El dictador Videla, que en Argentina decía estar combatiendo al “marxismo apátrida y ateo”, ordenaba a su representante en la ONU votar en contra de cualquier condena a La Habana.

 

En realidad, todo el Movimiento de Países No Alineados fue cómplice de la dictadura militar argentina, tal como lo señala Gabriel Salvia, presidente del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL): “Parece escapar a la memoria de varios funcionarios del gobierno nacional, legisladores, periodistas y activistas de derechos humanos de la Argentina el hecho de que el régimen cubano de Fidel Castro fue un actor decisivo para bloquear la condena a la dictadura militar argentina en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, para lo cual operó junto a los países del Movimiento de No Alineados y del extinto Bloque Socialista, evitando la condena internacional promovida por los Estados Unidos de América”.

 

Salvia sostiene que quienes estén realmente interesados en “memoria, verdad y justicia” -leit motiv de los organismos de derechos humanos de la Argentina, entre otros- “deberían exigirle explicaciones a Fidel Castro, pues si la dictadura de Pinochet fue condenada en Ginebra, mientras que los militares argentinos se salvaron de esa condena internacional, ello se debió a la intervención del régimen cubano”.

 

Sin embargo, sucede lo contrario: a Fidel no sólo no se le piden explicaciones sobre esta conducta, sino que se lo homenajea y es rutina de organizaciones como la de las Madres de Plaza de Mayo fotografiarse con el dictador cubano, cómplice del régimen que aniquiló a sus hijos.

 

“Por un puñado de rublos”

 

¿Cómo se explica el hecho de que Fidel Castro en sus discursos en la Plaza de la Revolución de fines de los 70 y principios de los 80 denunciaba todas las dictaduras que rodeaban a la Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, Perú, Bolivia y Brasil, evitando cuidadosamente nombrar a la primera?

 

El sinsentido es sólo aparente. Hay otro dato que la izquierda procubana oculta prolijamente: el indigno sometimiento de Cuba a la entonces Unión Soviética -un imperialismo “benigno” según el imaginario del progresismo de entonces.

 

Esto, que fue la clave del silencio y la complicidad del régimen castrista con los crímenes de la dictadura argentina, fue recordado recientemente por un sobrino del propio Ernesto Guevara. Martín Guevara es hijo del menor de los hermanos del Che, Juan Martín. A los 10 años de edad, se exilió con su familia en La Habana, donde pasó buena parte de su vida, hasta 1988. Su testimonio es contundente. Durante su exilio en Cuba, fue testigo directo de la complicidad de Fidel con Videla como pago por los suministros de cereales argentinos a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), un aporte alimentario que fue más apreciado aún cuando Moscú comenzó a padecer el embargo dictado por Washington tras la invasión de Afganistán.

 

En concreto, fue la Junta Militar de la República Argentina -de supuesto ideario anti marxista- la que rompió el boicot que Estados Unidos impuso a la URSS.

 

Y esa fue la razón del apoyo de Fidel Castro al dictador Jorge Rafael Videla. Una verdad muy difícil de aceptar para quienes ven, en La Habana, un faro que ilumina el camino “revolucionario” en el continente. Cuba demostró en esa conducta que no era más que un satélite soviético, sin el menor margen para diferenciarse.

 

A Martín Guevara le tomó mucho tiempo poder hacer esta denuncia. Recién en el año 2010 publicó un artículo sobre el tema: Durante muchos años y por razones de lealtad familiar, y quizá cierto adoctrinamiento de izquierda, renuncié a mi derecho a contarlo”.

 

No por tardía, su denuncia es menos lapidaria: “El gobierno de la URSS, presidido por Leonid Ilich Brezhnev, sin reparar demasiado en los miles de militantes de izquierdas que se encontraban en campos de concentración, torturados salvajemente y luego arrojados desde aviones al Río de La Plata, manda a colocar la medalla de Lenin en la pechera de altos mandos militares argentinos, por contribuir a la causa de la Patria de los proletarios”.

  

Lágrimas argentinas

 

Guevara relata el desconcierto que esta conducta generaba en él y en otros que creían haberse refugiado en el paraíso en la tierra: “Una y otra vez, los exiliados argentinos en Cuba escuchábamos como su principal dirigente, Fidel Castro Ruz, en sus extensos discursos, jamás denunció las prácticas fascistas ni dictatoriales en la tierra de quien había sido, según él, uno de sus mejores amigos, de sus grandes guerreros, el Che Guevara”.

 

Y todo “por un puñado de rublos, dice. También describe la confusión de los mismos cubanos: “(Fidel) jamás denunció siquiera al gobierno de la junta militar argentina. Tal era así que mis amigos no sabían por qué estábamos exiliados en Cuba y lo dudaban cuando yo se los explicaba. En realidad daba la sensación de que no teníamos (en Argentina) un gobierno lo suficientemente malo como para exiliarnos, ni como para que mi padre estuviese preso ocho años y medio, ni como para que hubiese 30.000 desaparecidos, más que el doble de la cantidad de muertos en Chile”.

 

Vi lágrimas en los ojos de hombres duros -recuerda también Martín Guevara-, de militantes de organizaciones de izquierdas argentinas, que estaban en Cuba, aceptando las migajas de un exilio en absoluto silencio, como quien da albergue al violador del pueblo. Lágrimas cuando, al esperar una declaración en el tribunal de la ONU por los derechos humanos, Fidel a través de sus enviados, bajo apercibimiento de la URSS, calló, haciéndose cómplice histórico de semejante villanía”.

 

En su denuncia de este hecho, Guevara roza también, sin decirlo explícitamente, el espinoso tema de la traición de Fidel al Che, al decir: “Cuando debió callar, leyó en la Plaza de la Involución aquella carta de despedida de su amigo Guevara, que sólo debía ser leída en caso de muerte. Cuando debió hablar para hacer revolución, para hacerle un honor a su ex amigo con respecto a su patria, calló”.

Competir o emular

Reinaldo Escobar

15 de noviembre de 2011

 

“No se trata de crear conciencia con riquezas sino de crear riquezas con conciencia” decía entonces el máximo líder desmintiendo de alguna forma la tendencia marxista de poner lo material por encima de lo espiritual, y fue así como la Emulación Socialista se enraizó en nuestra realidad.

 

Una de las pocas polémicas que hemos presenciado entre los partidarios del sistema socialista en Cuba ha sido la que contendía alrededor de los estímulos materiales y los morales. Digo que fue una polémica por llamarle de alguna forma, porque en realidad la voz cantante la llevaban los defensores de los estímulos morales quienes hablaban como si estuvieran discutiendo, pero lo hacían con alguien cuyos argumentos desconocíamos o simplemente ni siquiera escuchábamos.

 

“No se trata de crear conciencia con riquezas sino de crear riquezas con conciencia” decía entonces el máximo líder desmintiendo de alguna forma la tendencia marxista de poner lo material por encima de lo espiritual, y fue así como la Emulación Socialista se enraizó en nuestra realidad. Ser cumplidor de la emulación, trabajador de avanzada o acumular aquellos méritos que se identificaban con las letras entre la A y la K constituían “el motor impulsor de la producción” que lograba el cumplimiento de las metas y permitía al centro de trabajo obtener la bandera Héroes del Moncada. A fin de año en una asamblea se entregaba a cada trabajador un certificado donde se especificaba el número y la calidad de los méritos obtenidos los cuales podía presentar en el año subsiguiente para avalar su solicitud de efectos electrodomésticos.

 

Muchas veces presidí aquellas comisiones sindicales en las que teníamos que determinar si el refrigerador se lo dábamos a Karitina que tenía los méritos A, B y C o a Sarría que había ganado el B, el C, el E y el H y no en pocas ocasiones se producían engorrosos empates técnicos y había que distinguir si el televisor se le confería a la señora que tenía un hijo con retraso mental o a uno cuya anciana madre enfrentaba un cáncer terminal. Un buen día naufragó el socialismo en Europa y dejaron de entrar al país aquellos artículos subvencionados y otro buen día se dolarizó la economía y aparecieron las Shopin a donde no había que ir con un bono otorgado en asamblea sindical sino con un fajo de billetes verdes que tenían la milagrosa posibilidad de convertirse en bienes y servicios.

 

La gente empezó a comprender que para obtener aquellos dólares, que más tarde se metamorfosearon en CUC, había que hacer todo lo contrario de lo que antes hacía falta para ganarse méritos. Entonces regresó la prostitución en busca de turistas y la abuela que sobrevivía a un cáncer que no quería terminar tuvo que mudarse a un rincón de la sala porque había que alquilar su cuarto (que era el único con ventana a la calle). Hasta el gobierno comprendió que todo estaba cambiando y entre recelos y corcoveos abrió el trabajo por cuenta propia donde para sobrevivir entre las crueles leyes del mercado no valen los diplomas ni las medallas sino la eficiencia y la rentabilidad bajo la competencia pura y dura.

 

Ese esfuerzo adicional que pone en su kiosco el cuentapropista para vender más, es el cambio más importante ocurrido en Cuba en los últimos años. Esa necesidad de ser competitivos es la mejor terapia para empezar a curarse del daño antropológico ocasionado por los delirantes caprichos de ciertos fabricantes de utopías.

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Nota de Manuel Castro Rodríguez: En el discurso que Fidel Castro pronunció el 26 de julio de 1968 afirmó que “el camino, a nuestro juicio, no es crear conciencia con el dinero o con la riqueza, sino crear riqueza con la conciencia y cada vez más riquezas colectivas con más conciencia colectiva”.

Cuando el autor de este artículo expresa “teníamos que determinar si el refrigerador se lo dábamos”, se refiere a dar el derecho a comprar el refrigerador; esto también forma parte de la orwelliana neolengua creada por el castrismo, que seguimos utilizando inconcientemente la mayoría de los que hemos sufrido la tiranía de los hermanos Castro.

De ‘comegofio’ a Comandante en Jefe

Roberto Álvarez Quiñones

13 de agosto de 2013

 

Hace 69 años, el nombre de Fidel Castro apareció por primera vez en la prensa nacional. El periódico comunista ‘Hoy’ lo tildó de ‘comegofio’.

 

El campeón mundial de los dictadores de la era moderna (52 años en el poder), Fidel Castro, cumple 87 años. Naturalmente, de su biografía los medios de comunicación en la Isla hablan maravillas.

 

El anciano caudillo, inmerso en su ego sideral, confía en que con una vida tan larga casi nadie puede recordar cómo fue realmente su debut en el ámbito político cuando era apenas un mozo de 18 años.

 

Quienes hoy en Cuba se deshacen en loas mediáticas u oficiales al Comandante probablemente no tienen idea de que la primera vez que el nombre de Fidel Castro salió publicado en la prensa nacional, hace 69 años, fue acompañado del calificativo de “comegofio”, dado nada menos que por el periódico de los comunistas cubanos.

 

Sobran los dedos de una mano si se cuenta a quienes, incluso en la nomenklatura castrista, conocen ese nada edificante episodio. Tan pronto el barbudo bajó de la Sierra Maestra, ordenó silenciar esa o cualquiera otra faceta  ”comprometedora” de su vida, algo que revelase su pasado gangsteril o evidenciase su juvenil anticomunismo.

 

¿Quiénes saben en Cuba que en 1951 Castro visitó a Fulgencio Batista —entonces senador— en su finca Kuquine y lo alentó a que diera un golpe de Estado? El encuentro lo pidió Castro y fue logrado gracias a su cuñado, Rafael Díaz-Balart, quien estuvo presente y constató que ambos se mostraron “mutua admiración”. También fue testigo el periodista Antonio Llano Montes, de la revista Carteles, quien ese día fue a entrevistar a Batista y vio a Castro y a Díaz-Balart.

 

Díaz Balart contó después que estando en la biblioteca, Castro le dijo a Batista que entre sus libros faltaba La técnica del golpe de Estado, de Curzio Malaparte. Como Castro no había tenido respaldo suficiente en el Partido Ortodoxo para lanzar su candidatura para representante a la Cámara, estaba dispuesto a sumarse a Batista si este derrocaba al presidente Carlos Prío.

 

Tampoco es conocido que cuando Castro se casó en 1948 con Mirta Díaz-Balart, en Banes, Batista —también de Banes y amigo de los Díaz-Balart— le regaló a los novios unas lámparas y un cheque que quizás contribuyó a financiar la luna de miel de dos meses en Miami y Nueva York, donde Fidel se compró un automóvil Lincoln Continental.

 

‘Hablando tonterías’

 

Pero volviendo a los insultos al joven estudiante de bachillerato, fue el diario Hoy, órgano del Partido Socialista Popular (PSP), el que ofendió a quien paradójicamente sería después el líder marxista-leninista del país.

 

El 14 de diciembre de 1944 dicho periódico publicó: “En el reaccionario Colegio de Belén se realizó una ridícula sesión para combatir el proyecto del ilustre senador Marinello, y uno de los discursos estuvo a cargo de un tal Fidel Castro, pichón de jesuita, y que se mantuvo hablando tonterías, comiendo gofio durante más de una hora”.

 

Con el visto bueno de Batista, elegido presidente de la República en 1940 con el apoyo del Partido Comunista —que cambió su nombre a PSP en 1943—, su aliado desde 1937, el presidente de ese partido, Juan Marinello, fue elegido representante a la Cámara en 1942 junto con otros cinco colegas comunistas. Al año siguiente Batista lo nombró ministro sin cartera, y en junio de 1944 obtuvo un escaño en el Senado (del cual fue vicepresidente en 1946).

 

Como senador, Marinello presentó un proyecto de ley estalinista para estatizar todos los colegios privados y convertirlos en escuelas públicas.  En rechazo a tal propuesta los jesuitas  organizaron un simposio en el Colegio de Belén en el que, según narra José Ignacio Rasco —compañero de Castro en ese colegio y en la universidad—, Fidel defendió la enseñanza privada y a Rasco le correspondió defender la enseñanza estatal.

 

Debido a su incontinencia verbal, el joven habló largo rato y calificó la iniciativa de Marinello de “monstruosidad” copiada de Rusia y la Alemania nazi.

 

Fue una de las pocas ocasiones en las que Castro no estuvo en el bando equivocado. Pero ni eso lo salva históricamente. Al llegar al poder puso en práctica la monstruosidad por él denunciada antes, impuso un adoctrinamiento ideológico tipo soviético y nazi, e implantó el único régimen comunista que ha habido en América.

 

Además expulsó del país a los sacerdotes españoles, incluidos su profesor de Literatura y mentor jesuita, el padre Armando Llorente y la Compañía de Jesús completa, a quienes acusó de “falangistas”, quizás para neutralizar en su conciencia sus tempranas simpatías fascistas y falangistas y en particular por la figura de José Antonio Primo de Rivera, líder de la Falange Española, cuyo himno Cara al sol cantó “20 mil veces y con el brazo en alto” junto al padre Llorente, según narró dicho religioso en una entrevista en los años 90.

 

¿Venganza?

 

Relacionado o no con aquel insulto recibido, lo cierto es que al instalarse a tiros en el convulso escenario político nacional, Fidel Castro se enfrentó al PSP. Se integró a la pandilla anticomunista Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR), encabezada por Emilio Tro, que le disputaba el control de la Universidad de la Habana a la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) que presidía Manolo Castro (a quien Fidel odiaba por no apoyarlo en su candidatura para presidente de la Escuela de Derecho), y a la pandilla Movimiento Socialista Revolucionario, dirigida por Rolando Masferrer.

 

Manolo Castro fue asesinado en un atentado en 1948, después de ser ultimado a balazos Emilio Tro, y en los círculos universitarios había la certeza de que fueron los “muchachos” de la UIR quienes cometieron ese crimen y otros, entre ellos el asesinato del ministro de Gobernación, Alejo Cossío del Pino.

 

Luego Castro entró en el Partido Ortodoxo, dirigido por el también anticomunista Eduardo Chibás. Posteriormente creó su propio grupo nacionalista, Generación del Centenario, con amplia mayoría anticomunista en sus filas. El asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 fue calificado por el PSP como “actividades golpistas y aventureras de la oposición burguesa”, en un artículo de Hoy que fue reproducido por el Daily Worker, órgano del Partido Comunista de EEUU. También el PSP se opuso a la lucha armada  contra el batistato, y participó en las elecciones amañadas de 1954 y 1958.

 

Con independencia de su rechazo al PSP, dado  su narcisismo colosal, Castro no habría aceptado nunca someterse a ningún partido que no crease él mismo. Además, nunca tuvo realmente ideología alguna, ni tiene. Solo creía en su genialidad y las vías para llegar al poder y preservarlo. 

 

Es cierto que estudió a Marx y a Lenin, y que padecía de veleidades antinorteamericanas tomadas del populismo y el nacionalismo latinoamericano —sobre todo de Juan Domingo Perón y Eliecer Gaitán, quien por su parte admiraba la capacidad de Mussolini para movilizar al pueblo, y del cubano Antonio Guiteras, una rara mezcla de nacionalista antiyanki,  anticomunista y terrorista.

 

Pero también estudió a Curzio Malaparte y a Nicolás Maquiavelo, teóricos de cómo llegar al poder a cualquier precio. Y según Rasco, al llegar a la universidad, Castro se sabía Mein Kampf, de Hitler, casi de memoria, y recitaba fragmentos de discursos de Mussolini y Primo de Rivera.

 

Si Castro hubiese nacido 20 años antes y la Alemania nazi hubiese estado dispuesta a subsidiarlo en los años 30, el dictador cubano habría tratado de convencer a los ciudadanos de las virtudes del “nuevo orden” germánico.

 

Lo irónico de esta pincelada biográfica es que 15 años después de ser acusado injustamente de “comer gofio”, Fidel Castro lo empezó a comer de verdad. Y aún hoy lo hace. 

Día negro para la humanidad

Manuel Castro Rodríguez

13 de agosto de 2013

 

Centenares de miles de personas en todo el mundo perdieron la vida por culpa de Fidel Castro Ruz, que nació un día como hoy

 

Hace cincuenta y un años, en octubre de 1962, la especie humana pudo haber desaparecido por culpa de Fidel Castro Ruz. Véase

 

http://profesorcastro.jimdo.com/cuba-en-la-guerra-fr%C3%ADa/

 

El sanguinario Nikita Jruschov, máximo dirigente soviético, se mostró más preocupado por el pueblo cubano que Fidel Castro Ruz. Algo nunca antes visto. Nikita Khrushchev -también llamado Nikita Jruschov-, le dijo a Fidel Castro Ruz en una carta en octubre de 1962: “Cuba se hubiera quemado en los fuegos de la guerra. (…)El pueblo cubano hubiera perecido”. Véase

 

http://profesorcastro.jimdo.com/cuba-en-la-guerra-fr%C3%ADa/

 

Como expresa la antropóloga panameña Brittmarie Janson Pérez:

 

Fidel Castro perjudicó gravemente al pueblo panameño. Apoyó a Noriega sabiendo muy bien que era un dictador al estilo de Papa Doc Duvalier: corrupto y cruel. Además, Castro traicionó la ideología marxista porque sabía que Noriega reprimía a la clase trabajadora debido a que la mayoría, aunque ardientemente nacionalista, se oponía al dictador”.

 

EL 5 de mayo de 1959, Fidel Castro Ruz expresó su admiración por los éxitos logrados por Uruguay. Véase:

 

http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1959/esp/f050559e.html

 

Uruguay ha demostrado ante el mundo la falsedad de que los latinoamericanos no sabemos tener instituciones permanentes. Uruguay ha demostrado ante el mundo que América puede tener un pensamiento y ceñirse a él, y que los latinoamericanos somos capaces de realizar una gran obra política o social (…)”.

 

El 5 de mayo de 1962, exactamente a los tres años de que Fidel Castro Ruz hubiese pronunciado esas palabras, fue asesinada a balazos Dora Isabel López de Oricchio, estudiante de enfermería, cuando un centenar de ‘revolucionarios’ a las órdenes de Raúl Sendic atacaron e incendiaron la sede de la Confederación Sindical del Uruguay. Fidel Castro Ruz promovió el terrorismo contra un gobierno democráticamente elegido por el pueblo uruguayo, entrenando militarmente a centenares de guerrilleros uruguayos, a los que les suministró armas y cuanto necesitasen para causarle dolor a Uruguay.

 

El expresidente uruguayo Luis Alberto Lacalle expresa:

 

La destrucción de la convivencia nacional desde 1963 y su consecuencia natural de la dictadura que soportamos tiene un nombre: Fidel. En vano el Che aconsejó que en el Uruguay no se usara otra arma que la del sufragio. No, había que ‘latinoamericanizarse’ en el peor de los sentidos, bajar hacia lo peor del continente en la desvariada creencia de que “lo peor era lo mejor”. ¡Cuantos muertos y torturados deben de figurar en esa cuenta maldita!”.

 

Durante varias décadas, Cuba ha sido el santuario del terrorismo mundial. Véase el reciente documental cubano donde se ensalza a tres asesinos integrantes de la banda terrorista ETA:

 

http://profesorcastro.jimdo.com/fidel-castro-el-mayor-terrorista-nacido-en-am%C3%A9rica/

 

Centenares de miles de personas en todo el mundo perdieron la vida por culpa de Fidel Castro Ruz, que nació un día como hoy.

 

¡Qué bueno hubiera sido para la humanidad que Fidel Castro Ruz no hubiera nacido!

Fidel Castro violentó el mito de Robin Hood

Tania Díaz Castro

16 de julio de 2013

 

Cuando nos preguntamos por qué nuestra sociedad está enferma, por qué se está perdiendo el respeto en las relaciones humanas, hay que encontrar la respuesta en nuestro dictador, que ha violentado las buenas costumbres del país.

 

Hasta su propio sucesor se ha visto obligado a hacer hincapié en la lucha contra el fraude, algo que tiene mucho que ver con la mentira, el robo y la corrupción, males que se acrecientan a diario en la Cuba fidelista.

 

Destacó el actual presidente del régimen, en la Asamblea Nacional, cómo se ha retrocedido en cultura y civismo ciudadanos. Por otra parte, culpó de ese mal social a los encargados de hacer cumplir lo establecido, como si éstos no fueran también los que han retrocedido, o más bien los que han dirigido el retroceso.

 

El mes pasado se dio a conocer en la prensa un gran fraude en el sistema educativo, relacionado con la prueba de matemáticas aplicada para los estudiantes de onceno grado, en La Habana, donde están implicados profesores y trabajadores de la antigua imprenta Omega, del Cerro, detenidos y acusados por las autoridades policiales.

 

Estamos, sin duda alguna, ante una sociedad cuyo culto al que miente, roba, lucra, extorsiona… crece como la verdolaga. Todo como consecuencia de las mentiras de Fidel Castro, quien violentó el mito de Robin Hood, al robar las riquezas de quienes las poseían legalmente, para fingir repartirlas entre los pobres, quienes, ya que no alcanzaron lo prometido, ahora le mienten y le roban a él.

 

¿Recuerdan ustedes cuántas veces juró que no era comunista? Primero, en la revista Bohemia, el 15 de julio de 1956; luego, el 16 de enero de 1959, ante la tumba del líder ortodoxo Eduardo Chivás. Repite la mentira unos días después, el 23 de enero, en Caracas, Venezuela, donde además señala que celebrará elecciones generales en dos años. El 8 de mayo, vuelve a decir que no es comunista, en un discurso. Y lo hace por última vez el día 21 de ese mes.

 

Una de sus más grandes e increíbles mentiras fue aceptar la cifra de veinte mil revolucionarios muertos por la dictadura de Fulgencio Batista. Ni siquiera le importó que Miguel Angel Quevedo, desde su exilio en Venezuela, haya revelado que esa cifra fue un invento del periodista Enrique de la Osa, en la Revista Bohemia.

 

Por estos días se repite en la prensa que Fidel Castro recorrió 40 mil kilómetros para crear un movimiento revolucionario, que habló con cada uno de los mil 200 hombres que aglutinó en su organización y que todos recibieron entrenamiento militar para llevar a cabo el asalto al Cuartel Moncada.

 

Nos gustaría hacerle unas preguntas: ¿Por qué no se ha erigido en Cuba un monumento a las veinte mil víctimas de la dictadura batistiana, donde se puedan conocer sus nombres y apellidos, por qué no se nombran los mil 200 que realizaron entrenamiento en toda la isla, sin que el ejército de entonces pudiera descubrirlos? ¿Por qué no hacer esos monumentos, si en Pretoria hay uno donde aparecen todos los nombres y apellidos de los dos mil cubanos caídos en tierras africanas?

 

¿Por qué en el tomo 6 de la Historia de Cuba, preparado para los escolares por la editorial Pueblo y Educación, en 1978, y confeccionado por destacadas personalidades de la cultura, como los doctores Julio Le Riverent, Waldo Oliva Brunet y otros, dice que fueron mil 400 los que se entrenaron para el Asalto del Moncada? ¿Cuáles son los 200 revolucionarios que hoy la prensa castrista quiere ocultar?

 

Para decir mentiras y comer pescado hay que tener mucho cuidado. Baste saber que de padres mentirosos, salen hijos mentirosos y de un gobernante mentiroso, una sociedad como la nuestra, donde se ven malformadas las buenas costumbres de los cubanos.        

El anti-imperialismo de los déspotas

Fernando Mires

7 de julio de 2013

 

Nota: El espectáculo que hoy ofrecen algunos gobiernos “antimperialistas” latinoamericanos frente al “caso Snowden”, justamente los menos cuidadosos en preservar la libertad de prensa y opinión en sus propios países, resulta un hecho político digno de ser analizado. Por esas razones se publica nuevamente, con leves modificaciones, el artículo “El Imperialismo de los Déspotas”, originariamente publicado a comienzos de 2012 en diversos periódicos y revistas.

 

Recuerdo que cuando el último presidente de Venezuela estaba vivo, una de esas personas que no tiene la menor idea de política y con las cuales, por salud mental, nunca hay que perder contacto, me dijo lo siguiente: “Debe sufrir mucho Latinoamérica bajo la bota norteamericana para que ese caballero abrace con tanto cariño al tirano persa” (se refería al en ese entonces presidente iraní Ahmadineyad)- Yo solo contesté- “Ese caballero no sólo ha incrementado las ventas de petróleo a EE UU; además ha doblado las importaciones con respecto a ese país”. “Entonces ¿por qué es antimperialista?” –preguntó-. Opté por encogerme de hombros. Ahí me di cuenta, y por enésima vez, que las preguntas más ingenuas son las más difíciles de responder pues vienen de ese lugar que toda ideología ignora. Ese lugar se llama “sentido común”.

 

¿Por qué los gobiernos del ALBA dicen ser antimperialistas? Ninguno, quizás alguna vez Bolivia, tiene hoy algún problema económico, territorial o político con los EE UU. Todo lo contrario: Venezuela y Nicaragua han llegado a convertirse bajo gobiernos “antimperialistas” en los dos países más dependientes de importaciones norteamericanas de todo el continente. La pregunta lleva a otra más ingenua: ¿Por qué los gobiernos antimperialistas de América Latina son los menos democráticos del continente? Y esa, a su vez, a una tercera pregunta todavía más ingenua: ¿Por qué las dictaduras más horrendas de la tierra -entre varias: Mugabe, Kim Jong, Gadafi, Hasad, los Castro, Lukazensko- han sido y son antimperialistas?

 

Parece haber, efectivamente, una relación sórdida entre despotía y antimperialismo. Compruébelo usted mismo: mientras menos democrático un gobierno, más antimperialista dice serlo. Si yo creyera que la historia se rige por leyes, ésta sería, sin duda, una de ellas.

 

Historias del imperialismo hay cientos, sino miles. No hay, en cambio, según mi conocimiento, ninguna historia del antimperialismo. Debería haber, pues ahí nos daríamos cuenta como la que fue una vez noble idea tuvo un origen democrático, origen que en el transcurso de la historia fue pervirtiéndose más y más, hasta llegar a ese estadio lamentable que hoy ofrece.

 

Si tuviéramos que escribir esa historia, no deberíamos partir de Karl Marx pues el sabio alemán nunca desarrolló alguna teoría antimperialista. Todo lo contrario: para Marx la expansión del capital cumplía una función civilizadora. Y quien no crea, revise los artículos que Marx escribió en “New York Daily Tribune” (1853) en torno a la “necesaria” colonización de China e India por Gran Bretaña.

 

Nos daríamos cuenta, además, que los primeros teóricos del antimperialismo eran profundamente democráticos. El inglés John Hobson era liberal, el médico austriaco Rudolph Hilferding, socialdemócrata y Rosa Luxemburg, una demócrata radical. Lenin, quien también provenía de la socialdemocracia, fue marcado por las tesis evolucionistas de Hilferding hasta el punto de que su trabajo “El Imperialismo fase superior del capitalismo” (que en otros idiomas fue traducido como “fase final” o “última etapa” del imperialismo) es una copia fiel del “Capitalismo Financiero” de Hilferding.

 

Podríamos también observar como Stalin usó el concepto “imperialismo” de acuerdo a las necesidades externas de su imperio. En la fase “izquierdista” Stalin impuso la tesis relativa a que socialdemocracia y fascismo eran las dos caras del imperialismo. Durante el periodo del “pacto de no agresión” (1939), la Alemania nazi dejó de ser para Stalin, imperialista. Volvió a serlo después que Hitler traicionara a Stalin. Durante la Guerra, Stalin no designó como imperialistas a sus aliados y EE UU fue evaluado desde la URSS como nación “progresista”.

 

Del mismo modo podríamos comprobar como la frase “imperialismo norteamericano” fue pronunciada por primera vez por Stalin y no por Eduardo Galeano. Ocurrió el año 1948 cuando el Presidente Truman se pronunció en contra de la expansión de la URSS en Europa. Stalin es, en ese sentido, el autor de dos tesis esencialmente antimarxistas: la del “socialismo en un solo país” y la del “imperialismo en un sólo país”.

 

Y no por último: nos asombraríamos al indagar como, desde China, Mao impuso la tesis del “social-imperialismo” representado según él -!qué ironía!- por la URSS. En los primeros escritos maoístas el “social imperialismo” ruso era, en efecto, parte del imperialismo mundial. Luego pasó a ser, en la opinión de Mao, “la parte fundamental del imperialismo mundial”. Después de la famosa entrevista entre Mao y Kissinger (1972), el “imperialismo norteamericano” dejó de existir para los chinos. Hasta ahora, por lo menos.

 

Al finalizar la Guerra Fría el concepto de imperialismo parecía condenado a muerte. Quien consiguió revivirlo, ya no teórica sino emocionalmente, fue el Presidente Bush (Jr.) al cometer uno de los errores más grandes de la política exterior norteamericana: la invasión a Irak.

 

¿Por qué hoy la noción del antimperialismo ha pasado a ser sólo patrimonio de dictadores, tiranos y autócratas, es decir, de la escoria del planeta? ¿Será porque los déspotas necesitan de un enemigo externo para justificar su poder? ¿Será porque necesitan una razón externa para reprimir y explotar a sus pueblos?¿Será por resentimientos sociales en contra de todo lo que es moderno, democrático o simplemente libre? ¿Será por sus propios complejos de inferioridad? ¿Será por el anti-norteamericanismo lindante en el racismo que profesan? ¿O simplemente por ignorancia? ¿O será debido a ese inevitable delirio persecutorio que, como si fuera un cáncer, se apodera de la mente de cada dictador?

 

Mi tesis es la siguiente: ninguna de esas suposiciones es “la causa”. Pero todas juntas, y a la vez, son “la causa”.

Debate público con el profesor Jované (X)

Manuel Castro Rodríguez

27 de diciembre de 2010

 

Profesor Jované, usted conoce que hace cincuenta años -el 24 de diciembre de 1960, faltando ocho días para que se cumpliera el segundo aniversario del triunfo de la Revolución cubana-, el canciller del castrismo, Raúl Roa García, pronunció un extenso discurso en la ONU, donde se demuestra una vez más cómo Fidel Castro engañó al pueblo cubano.

 

El canciller del castrismo expresó el 24/12/1960: “el gobierno revolucionario de Cuba no admite ni acepta dilemas falsos ni disyuntivas prefabricadas. Esto quiere decir, en términos concretos, que no admitimos ni aceptamos que haya ineluctablemente que elegir entre la solución capitalista y la solución comunista. Hay otros caminos y otras soluciones de limpia textura democrática”.

 

También dijo el canciller del castrismo: “Ni capitalismo en su acepción histórica, ni comunismo en su realidad actuante. Entre las dos ideologías o posiciones políticas y económicas que se están discutiendo en el mundo -ha precisado Fidel Castro, líder máximo de la Revolución Cubana y Primer Ministro del Gobierno-, nosotros tenemos una posición propia. La hemos llamado humanista por sus métodos humanos, porque queremos librar al hombre de los miedos, las consignas y los dogmas. (…) El tremendo problema del mundo es que lo han puesto a escoger entre el capitalismo, que mata de hambre a los pueblos, y el comunismo, que resuelve los problemas económicos pero que suprime las libertades, que son tan caras al hombre”. Léase el discurso completo (http://www.lajiribilla.cu/2007/n310_04/310_11.html).

 

Jované, ese discurso tiene plena vigencia, pero incurre en una gran mentira cuando expresa que el comunismo “resuelve los problemas económicos”. Antes de ser tiranizada por Fidel, el PIB per cápita de Cuba duplicaba el español; actualmente es la quinta parte. La Habana era “una de las ciudades más ricas y más bellas de América”, reconoció Ernesto ‘Che’ Guevara. Actualmente parece una ciudad bombardeada; véase el vídeo (http://vodpod.com/watch/682720-habana-arte-nuevo-de-hacer-ruinas-primera-parte).

 

Los alimentos están racionados desde hace cuarenta y ocho años; el pueblo cubano puede comprar a precios subsidiados una ‘canasta’ alimenticia que no incluye carne ni leche. Con esa ‘canasta’, se puede comer unos diez días de cada mes, por lo que el que no recibe ayuda del exilio tiene que robar para poder sobrevivir. Véanse las deplorables condiciones y abastecimiento de dos lugares del centro de La Habana, donde el cubano de a pie compra los alimentos racionados

Los cubanos están obligados a comprar en moneda convertible los bienes de primera necesidad –tienen un impuesto que oscila entre doscientos y trescientos por ciento. Por ejemplo, un litro de leche entera cuesta más de tres dólares, precio prohibitivo cuando el salario mensual de un médico es de unos veinte dólares (véase http://www.lavanguardia.es del 15/09/2009).

 

Ahora, después de aumentar en cinco años la edad de jubilación y haber comenzado a eliminar las prestaciones sociales, el régimen militar despedirá a más de medio millón de trabajadores en los próximos seis meses, en la primera etapa de un plan que contempla la cesantía de más de un millón.

 

Jované, ¡ese es el tipo de régimen que usted y el resto de la ‘izquierda’ adocenada pretenden instaurar en Panamá!

 

Continuará.

De ‘Comegofio’ a Comandante en Jefe

Roberto Álvarez Quiñones

 

Fidel Castro cumplió 87 años el 13 de agosto de 2013

 

El campeón mundial de los dictadores de la era moderna (52 años en el poder), Fidel Castro, acaba de cumplir 87 años y de su biografía los medios de comunicación en la isla hablan maravillas.

 

El anciano caudillo, inmerso en su ego sideral, confía en que con una vida tan larga casi nadie puede recordar cómo fue realmente su debut en el ámbito político cubano cuando era sólo un mozo de 18 años.

 

Quienes hoy en Cuba se deshacen en loas mediáticas u oficiales al Comandante probablemente no tienen idea de que la primera vez que el nombre de Fidel Castro salió publicado en la prensa nacional, hace 69 años, fue calificado de “comegofio” nada menos que por el periódico de los comunistas cubanos.

 

Sobran los dedos de una mano para contar a quienes, incluso en la nomenklatura castrista, conocen ese nada edificante episodio. Tan pronto el barbudo bajó de la Sierra Maestra ordenó silenciar esa o cualquiera otra faceta “comprometedora” de su vida que revelase su pasado gangsteril o evidenciasen sus ideas fascistas y anticomunistas juveniles.

 

¿Quiénes saben en Cuba que Fidel en 1951 visitó a Fulgencio Batista -entonces senador-- en su finca "Kuquine" y lo alentó a que diera un golpe de Estado? El encuentro lo pidió Castro y fue logrado gracias a su cuñado, Rafael Díaz-Balart, quien estuvo presente y constató que ambos se mostraron “mutua admiración”. También fue testigo el periodista Antonio Llano Montes, de la revista “Carteles” , quien fue ese día a entrevistar a Batista y vio a Castro y a Díaz-Balart.

 

Díaz Balart contó después que estando en la biblioteca Fidel le dijo a Batista que entre sus libros faltaba "La técnica del golpe de Estado", de Curzio Malaparte. Como Castro no había tenido respaldo suficiente en el Partido Ortodoxo para lanzar su candidatura para representante a la Cámara, estaba dispuesto a sumarse a Batista si éste derrocaba al presidente Carlos Prío.

 

Tampoco es conocido que cuando Castro se casó en 1948 con Mirta Díaz-Balart, en Banes, Batista --también de Banes y amigo de los Díaz-Balart y de Angel Castro, padre de Fidel--  le regaló a los novios unas lámparas y un cheque que quizás contribuyó a financiar  la  luna de miel de dos meses en Miami y Nueva York, donde Fidel se compró un automóvil Lincoln Continental.

 

‘Hablando tonterías’

 

Pero volviendo a los insultos al joven estudiante de bachillerato, fue el diario Hoy, órgano del Partido Socialista Popular (PSP), el que ofendió a quien paradójicamente sería después el líder marxista-leninista del país.

 

El 14 de diciembre de 1944  dicho periódico  publicó: ” En el reaccionario Colegio de Belén se realizó una ridícula sesión para combatir el proyecto del ilustre senador Marinello, y uno de los discursos estuvo a cargo de un tal Fidel Castro, pichón de jesuita, y que se mantuvo hablando tonterías, comiendo gofio durante más de una hora".

 

Con el visto bueno de Batista,  elegido  presidente de la República en 1940 con el apoyo del Partido Comunista  -- que cambió su nombre a PSP en 1943--,  su aliado desde 1937, el presidente de ese partido, Juan Marinello,  fue elegido representante a la Cámara  en 1942 junto con otros 5 colegas comunistas. Al año siguiente Batista  lo nombró  ministro sin cartera, y en junio de 1944  obtuvo un escaño en el Senado (del cual fue Vicepresidente en 1946).

 

Como senador Marinello  presentó  un  proyecto de ley  estalinista para estatizar  todos los colegios privados y convertirlos  en escuelas públicas. En rechazo a tal propuesta los jesuitas  organizaron un simposio en el Colegio de Belén  en el que según narra José Ignacio Rasco –compañero de Castro en ese colegio y en la universidad— Fidel defendió  la enseñanza privada y a Rasco le correspondió defender la enseñanza estatal.

 

Debido a su incontinencia verbal, el joven habló  largo rato y calificó  la iniciativa de Marinello de “monstruosidad”  copiada de Rusia y la Alemania nazi.

 

Fue una de las pocas ocasiones  en las que Castro no estuvo en el bando equivocado. Pero ni eso lo salva históricamente. Al llegar al poder  puso en práctica  la monstruosidad por él denunciada  antes,  impuso un adoctrinamiento ideológico tipo soviético y nazi, e implantó el único  régimen comunista que ha habido en América.

 

Además expulsó del país a los sacerdotes españoles, incluidos  su profesor de Literatura y mentor jesuita, el padre Armando Llorente, y la Compañía de Jesús completa, a quienes acusó de “falangistas”, quizás para  neutralizar en su conciencia sus tempranas simpatías fascistas y falangistas y en particular por la figura de José Antonio Primo de Rivera, líder de la Falange Española, cuyo himno “Cara al Sol” cantó “20 mil veces y con el brazo en alto” junto con el padre Llorente, según narró dicho religioso en una entrevista en los años 90.

 

¿Venganza?

 

Relacionado o no con aquel insulto recibido, lo cierto es que al instalarse a tiros en el convulso escenario político nacional Fidel se enfrentó al PSP. Se integró a la pandilla anticomunista Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR), encabezada por Emilio Tro, que le disputaba el control de la Universidad de La Habana a la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) que presidía Manolo Castro (a quien Fidel odiaba por no apoyarlo en su candidatura para presidente de la Escuela de Derecho) y a la pandilla Movimiento Socialista Revolucionario, dirigida por Rolando Masferrer.

 

Manolo Castro fue asesinado en un atentado en 1948, después de ser ultimado a balazos Emilio Tro, y en los círculos universitarios había la certeza de que fueron los “muchachos” de la UIR quienes cometieron ese crimen y otros, entre ellos el asesinato del ministro de Gobernación, Alejo Cossío del Pino.

 

Luego Castro entró en el Partido Ortodoxo dirigido por el también anticomunista Eduardo Chibás. Posteriormente creó su propio grupo nacionalista ‘Generación del Centenario’, con amplia mayoría anticomunista en sus filas. El asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 fue calificado por el PSP como "actividades golpistas y aventureras de la oposición burguesa”, en un artículo de “Hoy” que fue reproducido por el “Daily Worker” órgano del Partido Comunista de EEUU.   También el PSP se opuso a la lucha armada contra el batistato, y ordenó a sus militantes a que votaran en la farsa electoral montada por Batista en 1958.

 

Con independencia de su rechazo al PSP, dado su narcisismo colosal, Castro no habría aceptado nunca someterse a ningún partido que no crease él mismo.  Además, nunca tuvo realmente ideología alguna, ni tiene. Solo creía en su “genialidad” y las vías para llegar al poder y preservarlo, cosa que aprendió muy bien durante su etapa de simpatizante del fascismo.

 

Es cierto que estudió a Marx y Lenin, y que padecía de veleidades antinorteamericanas tomadas del populismo y el nacionalismo latinoamericano –-sobre todo de Juan Domingo Perón y  Eliecer Gaitán, quienes admiraban la capacidad de Mussolini para movilizar al pueblo--, y del cubano  Antonio Guiteras,  una rara mezcla de nacionalista “antiyanki”, anticomunista  y  terrorista.

 

Pero también estudió  a Curzio Malaparte y Nicolás Maquiavelo, teóricos de cómo llegar al poder a cualquier precio. Y según Rasco,  Fidel al llegar a la universidad se sabía ‘Mein Kampf’ (de Hitler) casi de memoria, y  recitaba fragmentos completos de discursos  de Mussolini y Primo de Rivera. De este último líder fascista Fidel tenía en su Comandancia de la Sierra Maestra muchos artículos, ensayos y discursos, según contó el periodista y político José Pardo Llada. Castro lo admiraba mucho porque Primo de Rivera, de familia muy acaudalada, lo dejó todo para irse a luchar por un ideal.

 

Si el dictador cubano hubiese nacido 20 años antes y la Alemania nazi  hubiese estado dispuesta a subsidiarlo en los años 30, él habría tratado de convencer a los cubanos de las virtudes del “nuevo orden” germánico.

 

Lo irónico de esta pincelada biográfica es que  15 años después de ser acusado injustamente de “comer gofio”,  Fidel lo empezó a comer  de verdad. Y hoy aún lo hace.

El secreto de Cuba

Juan Orlando Pérez

3 de diciembre de 2010

 

Wikileaks nos ha defraudado. Muy poco de lo que hemos sabido esta semana gracias a los documentos filtrados a la prensa internacional por Julian Assange y sus hackers nos ha sorprendido verdaderamente. ¿Que Corea del Norte está cada vez más aislada, y hasta China busca deshacerse del funesto Kim Jong-Il? ¿Que los líderes árabes temen tanto como Estados Unidos a un Irán nuclear? ¿Que Silvio Berlusconi es débil y vanidoso, Nicolás Sarkozy susceptible y autoritario, y Angela Merkel poco creativa? ¿Que los espías cubanos andan por la libre en Venezuela?    Bah.

 

Ninguna de estas murmuraciones diplomáticas tiene el interés de los reportes sobre las guerras de Iraq y Afganistán que Wikileaks ofreció a la opinión pública en meses anteriores.  En aquellas, se mostraba la terrible impotencia de los ejércitos norteamericanos en Asia y la brutalidad de la guerra interminable en las calles de Bagdad y en los vastos campos de amapolas de Afganistán.   En los documentos publicados ahora solo se confirma, si acaso, que los diplomáticos norteamericanos tienen excelentes fuentes de información y cumplen cabalmente las tareas encomendadas por el Departamento de Estado.  La Embajada norteamericana en Berlín reclutó como informante al jefe de despacho del vicecanciller federal, Guido Westerwelle. La de Buenos Aires, al ex jefe de gabinete de Cristina Kirchner. La Embajada de Londres pronosticó correctamente la derrota electoral de Gordon Brown un año antes de que ocurriera, gracias en parte a conversaciones privadas de los diplomáticos norteamericanos con funcionarios muy cercanos al primer ministro. Un alto funcionario chino confió al subsecretario de Estado James B. Steinberg que a pesar de los visibles efectos del infarto sufrido en 2008, Kim Jong-Il estaba claramente lúcido, y seguía siendo “un excelente bebedor”.  Durante los días agitados del golpe de Estado contra Manuel Zelaya, la Embajada norteamericana en Tegucigalpa condujo con serenidad encomiable un minucioso ejercicio académico para determinar si la Constitución hondureña había sido violada por el propio Presidente de la nación o por el Congreso rebelde. Los diplomáticos consultaron expertos y testigos de ambas partes, y llegaron diligentemente a la misma conclusión que casi todo el mundo, que la destitución y el destierro del pintoresco Zelaya habían sido ilegales. Estas presuntas revelaciones han causado embarazo a presidentes, primeros ministros y cancilleres, y ya les han costado sus puestos a algunos de los chismosos, como al asesor de Westerwelle. Pero nada fundamental ha aprendido el público, solo, quizás, que Estados Unidos mira el mundo con aún más desconfianza y alarma de la que aparenta, y que la diplomacia internacional conduce operaciones de una mendacidad e hipocresía sin límites. 

Las consecuencias de estas revelaciones han sido posiblemente exageradas por los comentaristas, aunque es de presumir que a partir de ahora el Departamento de Estado será más cuidadoso con sus documentos confidenciales. Es difícil de imaginar que, frente al acoso de una nueva generación de hackers y whistleblowers, periodistas investigativos y activistas de la libertad de información, todavía un ministro de exteriores de nuestra época pueda hacer lo mismo que Vyacheslav Molotov, canciller de Stalin entre 1939 y 1941, que murió cuarenta años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, negando rotundamente que el infame tratado de no agresión de 1939 entre Alemania y la Unión Soviética contuviera cláusulas secretas que disponían la ocupación rusa de Finlandia, Lituania, Estonia y Besarabia, y la repartición de la infortunada Polonia.  Molotov, que firmó el pacto que pasaría a la historia con su nombre y el del Ministro de Exteriores nazi, Joachim von Ribbentrop, negó hasta su último día la autenticidad de la única copia conocida de los protocolos secretos, un microfilme encontrado al final de la guerra en el Ministerio de Exteriores alemán. Tres años después de su muerte, en 1989, la Unión Soviética admitió al fin la existencia de los protocolos secretos, y denunció el pacto, obra maestra de realpolitik, ejemplo insuperable de feroz pragmatismo y venalidad, que los partidos de la Tercera Internacional Comunista fueron obligados a defender en contra de toda lógica y decencia.  ¿Sería acaso posible que un gobierno de nuestra época escondiera de la opinión pública mundial un documento tan comprometedor como el negociado por los lugartenientes de Hitler y Stalin?  ¿Qué secretos, tan graves como los protocolos Molotov-Ribbentrop, guardados en las bóvedas del Departamento de Estado o del Foreign Office, han escapado de los hackers de Wikileaks?  ¿Quizás la prueba de que Estados Unidos supo de los planes de Saddam Hussein para invadir Kuwait con muchos meses de antelación, y no hizo nada para evitarlo?  ¿A lo mejor la evidencia contundente de que George Bush nunca creyó que Saddam tuviera armas de destrucción masiva?  ¿La prueba de que la crisis financiera del 2008 fue artificialmente provocada o acelerada para forzar la recapitalización del sistema bancario mundial y el desmantelamiento de los Estados de bienestar en Occidente?   Bah.   

 

Entre los pequeños secretos que Wikileaks sí ha logrado probar, hay uno que no es secreto más que para los cubanos, el reducidísimo papel que el gobierno de La Habana tiene en la política internacional. En Cuba debe haber causado una cruel desilusión la evidencia de que a los norteamericanos, francamente, no les interesa demasiado lo que pasa allí, y que más les inquietan los 40 mil cubanos que andan dando tumbos por Venezuela, que los 11 millones que permanecen, algunos a regañadientes, en la isla.  Hasta este momento, Cuba ha figurado en muy pocos de los documentos filtrados por Wikileaks, y en roles relativamente secundarios. Los norteamericanos, al parecer, están preocupados por las actividades del espionaje cubano en Venezuela y su desmedida influencia en las decisiones de Hugo Chávez.  También han notado la presencia de miembros de ETA y de las guerrillas colombianas en la isla. No es, francamente, mucho, para un país que solía presumir de su protagonismo mundial.   No hace tanto, en septiembre pasado, Fidel Castro llegó a decir que le había correspondido a Cuba, o lo que es lo mismo, a él, “la dura tarea de advertir a la humanidad del peligro real que está confrontando”, a saber, el inminente estallido de una guerra nuclear entre Irán y los Estados Unidos. Fidel dijo que él, o sea, Cuba, se había visto “obligada a cargar el peso de la lucha contra aquellos que han globalizado y sometido el mundo a un inconcebible saqueo, y le han impuesto un sistema que hoy amenaza la propia supervivencia de la humanidad”. Desdichadamente, ya no el Presidente Obama o la Secretaria Clinton, ni siquiera el Ministro de Exteriores de Irán ha prestado demasiada atención a las advertencias de Cuba, que en su opinión, “no tienen base”. Manucher Motaki dijo, contradiciendo a Fidel, que no veía “ninguna oportunidad” de que estallara una guerra en el Medio Oriente entre Estados Unidos, Israel e Irán, y que los rumores de un conflicto inminente eran solo “maniobras políticas”. A pesar de estos continuos desplantes, el gobierno cubano sigue creyendo que su perfil internacional es tan alto como en la época en que Fidel Castro armaba guerrillas en América Latina, despachaba ejércitos enteros hacia Etiopía y Angola, y cenaba en Moscú con Nicolae Ceaucescu, Gustav Husak y Erich Honecker. Pero los líderes cubanos se engañan, Cuba ha sido abandonada a su suerte, relegada al papel de exótica, aunque ocasionalmente molesta, reliquia de la Guerra Fría.  

 

La frágil posición de Cuba en la política mundial ha sido confirmada, elocuentemente, por la decisión de La Habana de votar a favor de una enmienda para excluir una mención a la orientación sexual de una resolución del paniaguado Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas contra las ejecuciones extrajudiciales. Durante los diez años anteriores, esta resolución, una rutina diplomática, había sido aprobada con la referencia a la orientación sexual. La enmienda, presentada por Benín, fue aprobada por 79 votos a favor, 70 en contra y 17 abstenciones, números que reflejan una casi perfecta división de la comunidad internacional en este particular tema. Cuba, muy apropiadamente, se alineó con los países menos democráticos del mundo. Entre los países que votaron a favor de la enmienda, solo once ocuparon lugares en la mitad superior de la tabla del Índice Democrático compilado por la revista The Economist en el 2008.  De los 20 países que ocuparon los últimos puestos en la lista de la prestigiosa revista británica, 13 votaron a favor de la enmienda de Benín, incluyendo a Corea del Norte, que fue considerada el país menos democrático entre los 167 analizados por The Economist. Los otros siete países no participaron en la votación.  Cuba misma ocupó el puesto 125 en esa lista de hace dos años, por detrás de 37 de los países que votaron por la enmienda.  The Economist consideró que la isla era un país menos democrático que Namibia, nación independiente solo desde hace veinte años, el propio Benín, ubicado en el lugar 80, e incluso Rusia, el vasto feudo personal de Vladimir Putin. También fue considerada menos democrática que Uganda, lugar 101, un país cuyo parlamento está cerca de aprobar una ley que castigaría la homosexualidad, ya no los actos homosexuales sino la simple orientación homosexual, con la muerte.  Pero Cuba logró ser ubicada en un puesto más alto que Irán, 145, un país donde no hay homosexuales, el único quizás del mundo, de acuerdo con Mahmud Ahmadineyad. Ninguno de los países que votaron a favor de la enmienda fue calificado hace dos años por The Economist como “democracia plena”, un título que entre las naciones africanas solo obtuvo Mauricio, entre las latinoamericanas Uruguay y Costa Rica, y entre las asiáticas Corea del Sur y Japón. Cuatro de estos cinco países votaron contra la enmienda de Benín: Mauricio se abstuvo. Diez de los países que votaron a favor fueron considerados “democracias imperfectas” por los analistas de The Economist: veinte fueron calificados como regímenes “híbridos”, un título desconcertante, y el resto, entre ellos Cuba, fueron clasificados como autoritarios, simple y llanamente.   

 

Por supuesto, se puede decir, con mucha razón, que el concepto de democracia de una publicación como The Economist, bitácora de los hombres de negocios de Occidente, es profundamente defectuoso, incompleto y parcializado. En efecto, lo es, escandalosamente.  Pero sería muy difícil señalar, en la lista del 2008, un país contra el que la revista británica haya cometido una severa injusticia.   Entre los países que votaron a favor de la enmienda de Benín no hay ninguna democracia popular, ninguna república de trabajadores, ninguna comuna proletaria.  Cuba votó en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en contra de casi todas las naciones europeas y latinoamericanas, y junto a algunos de los regímenes más violentos y corruptos del mundo, lugares de espeluznante atraso social y político como Tayikistán, Uzbekistán, Arabia Saudita, la Libia del rocambolesco Coronel Gaddafi y el infierno indescriptible que es Somalia. Esas naciones se aliaron para impedir que la resolución incluyera unas pocas palabras que las obligarían, al menos moralmente, a cesar la persecución contra los gays, lesbianas y transexuales, los arrestos indiscriminados, los atropellos, torturas y ejecuciones de personas de orientación sexual distinta a la, presumiblemente, mayoritaria. El voto de Cuba causó consternación entre las pocas personas en la isla que se enteraron de lo ocurrido, pero no asombró a los que conocen los hábitos de votación del gobierno de La Habana en organismos internacionales. Hace cuatro añosCuba votó en contra de otorgar el estatus de organización consultiva del Consejo Económico y Social de Naciones Unidas, el ECOSOC, a la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersexuales, una alianza de cientos de grupos de todo el mundo. Fue esa una rara ocasión en que el gobierno de Fidel Castro y el de George W. Bush se unieron a otros inusuales socios, una coalición culpable que incluyó a Rusia, China, Irán, Sudán, Pakistán y Zimbabwe.  Tres años antes, en 2003, en la Comisión de Derechos Humanos, fue aprobada por un único voto, 22 a 21, una resolución que muy tímidamente pedía al gobierno de Cuba que “colaborara” con las Naciones Unidas para mejorar la situación de los derechos humanos y las libertades públicas en la isla. Unos días antes de esa votación, habían sido arrestados 75 activistas de la oposición ilegal cubana, y ejecutados sumariamente tres hombres muy jóvenes que habían secuestrado por la fuerza una embarcación para huir de la isla. De los 21 países que votaron contra esa resolución del 2003, 18 se declararon hace unos días a favor de la enmienda de Benín para excluir la orientación sexual de la resolución sobre ejecuciones extrajudiciales.  Dos, India y Ucrania, votaron en contra, y Togo se ausentó. Ucrania es un país socialmente conservador, que probablemente ha votado contra la enmienda para quedar bien delante de sus nuevos socios europeos.  Pero India ha descriminalizado la homosexualidad este año, y hace solo unos días, miles de personas salieron a las calles de Delhi para celebrar la fiesta del orgullo gay. “Hoy decimos que somos gays, y estamos orgullosos de ello”, dijo a Reuters Amit Agraval, un participante en el desfile de Delhi.  “No nos vamos a ninguna parte, somos parte de la sociedad y celebramos ser diferentes”. De los diez países que votaron en 2006 contra el estatus consultivo de ILGA en el ECOSOC, nueve votaron a favor de la enmienda de Benín. En el décimo, Estados Unidos, hay ya cinco estados, además del distrito federal, que permiten los matrimonios homosexuales. Esta semana, el Pentágono, una de las organizaciones más homófobas del planeta, ha publicado un estudio que indica la conveniencia de acabar con la política de Don’t Ask, Don’t Tell, que impide a los homosexuales servir abiertamente en las fuerzas armadas.  En Cuba, mientras tanto, Mariela Castro, presidenta del Centro Nacional de Educación Sexual, ha admitido que “algunas personas”, que no quiso identificar, “están frenando” la adopción de varios proyectos de ley a favor de los derechos de los homosexuales. Al menos en Uganda se sabe quiénes están a favor o en contra de la ley para castigar con la muerte a los gays, el debate tiene lugar en público, a la vista de todos. Por eso, quizás, está ese país por encima de Cuba en la lista de The Economist.

 

“Hitler conoce su negocio”, murmuró Stalin cuando Joachim von Ribbentrop le informó que el Fuhrer había dado su consentimiento al pacto secreto entre Alemania y la Unión Soviética.  Los activistas cubanos que muy valientemente protestaron por el voto de La Habana en la Comisión de Derechos Humanos, entre ellos Francisco Rodríguez, Paquito el de Cuba, amigo de Juan Sin Nada, debían saber ya que el gobierno de la isla no ha cometido una equivocación, no ha actuado ligeramente, sino con plena conciencia del crimen que estaba cometiendo, y del agravio que estaba causando a centenares de miles de homosexuales cubanos, y a todas las personas honradas, gays o no. Cuba votó por la enmienda de Benín, porque Benín, y sus secuaces, votan habitualmente por Cuba.  El gobierno cubano ha actuado con el mismo frío pragmatismo con que Stalin sacrificó la soberanía de cinco naciones en el pacto Ribbentrop-Molotov, o con el que Fidel Castro, aún reconociendo la violación de la soberanía checoslovaca, dio su apoyo a la invasión soviética de 1968, y más tarde, siendo Presidente del ahora casi extinto Movimiento No Alineado, justificó otra invasión soviética, la de Afganistán en 1979.  Cuba ha sido muy generosa con países aún menos afortunados que ella, Nicaragua, Granada, Haití y cien más.  En Naciones Unidas, los delegados cubanos han defendido ardientemente los derechos de palestinos, saharauíes, puertorriqueños, los negros de Sudáfrica en los tiempos del apartheid.  Pero rutinariamente, los líderes cubanos han sacrificado los derechos de sus propios ciudadanos, y, cuando ha sido necesario, los de otras naciones, ante el altar del único dios en el que devotamente creen, el de su propia, obstinada supervivencia. Ese es, quizás, el más importante de los secretos de Cuba. Pero es un secreto a voces, tantos lo saben que no hace falta, francamente, que ningún hacker de Wikileaks se cuele en los archivos de la cancillería de La Habana para averiguarlo.  

El ‘marxista’ Fidel Castro

Manuel Castro Rodríguez

16 de agosto de 2010

http://www.panamaamerica.com.pa/notas/952603-el-%E2%80%98marxista%E2%80%99-fidel-castro

 

Hoy, 16/8/2010, se cumplen 59 años del fallecimiento de Eduardo Chibás, fundador y líder del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), anticomunista y mentor político de Fidel Castro. El 5/8/1951, durante su hora radial dominical, Chibás se había hecho un disparo al no haber logrado probar su denuncia de que el Ministro de Educación era corrupto. A Chibás se le consideraba como el candidato presidencial con mayores probabilidades de ganar las elecciones de 1952; su suicidio cambió la historia de Cuba: posibilitó que Batista diera un golpe de Estado el 10/3/1952 y que Fidel Castro surgiera como una figura política.

 

Raúl Chibás -hermano del líder ortodoxo y comandante del Ejército Rebelde-, señaló sobre Fidel Castro: “se puso de manifiesto su mentira cuando decía que la revolución era tan verde como las palmas y su conveniencia lo convirtió en un comunista rojo como la sangre que se propuso derramar durante su gobierno”.

 

Fidel Castro engañó a todos. La revista Readers Digest (Selecciones) de enero de 1959 lo presenta como un joven de formación católica. Fidel exhibe orgullosamente su collar con la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, la Patrona de Cuba. Del cuello de la mayoría de los integrantes del Ejército Rebelde cuelgan collares e imágenes de Santa Bárbara y la Caridad del Cobre. El sacerdote católico Guillermo Sardiñas es el capellán del Ejército Rebelde y Fidel Castro su Comandante en Jefe.

 

La revista Life entrevistó en enero de 1959 al comandante René de los Santos Ponce, un apasionado anticomunista. René –falleció hace tres años-, era primo materno de mi padre y cercano colaborador de Fidel Castro desde finales de la década del cuarenta. Por orden de Fidel, René creó y dirigió el Departamento de Investigaciones del Ejército Rebelde (DIER), el antecesor del Departamento de Seguridad del Estado. René fue alto jefe militar y durante dos décadas ocupó altos cargos en el Partido Comunista, entre ellos, tercer jefe de su Comité de Control y Revisión. Hace poco más de una década hablé con René por útima vez; permanecía inalterable su anticomunismo y su fidelidad a Fidel.

 

Selecciones refutaba en enero de 1959 los rumores sobre una posible infiltración comunista en las filas del Ejército Rebelde. Fidel Castro también desmentía la influencia comunista; por ejemplo, Fidel declaró el 15 de enero de 1959: “yo no soy comunista; estoy diciendo la verdad” (http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1959/esp/f150159e.html). El 8/5/1959 ratificó: “nuestra revolución no es comunista” (http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1959/esp/f080559e.html).

 

Sin embargo, hace un par de semanas, en un ensayo autobiográfico titulado ‘La victoria estratégica’, Fidel afirmó que desde antes de entrar a estudiar en la Universidad de la Habana “disponía ya a pesar de mi origen, de una concepción marxista-leninista de nuestra sociedad”. Fidel ha confundido al filósofo Karl Marx con el actor Groucho Marx, que dijo: “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”. Le sugiero al lector que vea el vídeo para que compruebe cómo en varias oportunidades Fidel negó que fuese comunista:

Evidentemente, Fidel Castro siempre ha sido ‘marxista’al mejor estilo del cinismo formulado por Groucho Marx.

Entrevista al primer nieto de Ernesto ‘Che’ Guevara

Entrevista: CANEK SÁNCHEZ GUEVARA

Nieto del Che y editor

Carles Geli

16 de diciembre de 2007

 

Ahora se lleva al Che del altar del bien al del mal

 

Por su envergadura (alto, algo encorvado, corpulento), parece más pariente de Fidel Castro, pero la larga perilla rizada y su discurso le devuelve a su abuelo, Che Guevara. Hijo de Hilda, primogénita del comandante, Canek Sánchez Guevara (La Habana, 1974), acaba de editar, junto a Radamés Molina, Diario de Bolivia (Linkgua), anotaciones del revolucionario en su última batalla. La edición cuenta con 400 notas, de una objetividad casi contranatura. “No puedo hablar del Che como mi abuelito; mi madre tenía 10 años cuando murió; hay que encontrar siempre la distancia real”, afirma desde Barcelona, ciudad que alterna con Francia como residencia y donde hace de editor. El gen intelectual del abuelo es, adaptado a los tiempos, más notorio de lo que parece.

 

Pregunta. ¿Qué idea quedó en su madre sobre el episodio de Bolivia?

 

Respuesta. De entrada, la de la muerte del padre, en cualquier sitio o circunstancia que fuese. En otro estadio, no puedo hablar por mi familia, pero creo que se valora como el triste resultado de una decisión apresurada.

 

P. ¿Y las causas? ¿Una traición de Fidel, un Che desengañado que optó por una acción suicida o una chapuza militar?

 

R. Incidieron los tres factores, con el protagonismo de Fidel: la obsesión del Che era la revolución, el ideal; la de Fidel, el poder, el pragmatismo; en algún momento tenía que haber un choque. Es evidente que había celos profesionales.

 

P. En Occidente se revisa ahora la figura de su abuelo, casi acusándole de ser el culpable del surgimiento de las dictaduras en América Latina.

 

R. Es un giro coperniquiano ridículo: se hace bajar al Che del altar del bien para llevarlo al del mal. Cierto que, a pesar del fracaso, con su postura dio el banderazo de salida de los grupos armados en América Latina, pero nadie les obligó a seguir ese camino. Ningún hombre es absolutamente bueno o malo, claro... El problema está en el mismo término: revisionismo. El revisionismo del Holocausto es la negación de las masacres; algo similar está sucediendo con el del Che. Es un error historiográfico analizar según qué con los parámetros de hoy; uno de los mitos de la posmodernidad es que la imparcialidad no existe; viendo cómo están las democracias actuales, no es de extrañar que se vean como extremismos cosas que antes eran naturalmente asumidas por la izquierda.

 

P. En parte de Oriente pasa al revés: Bin Laden es equiparado al Che.

 

R. Como en todo icono, al volverse símbolo pierde parte de su esencia, de su ser real y sólo quedan ciertos valores más o menos universales que pueden ser utilizados en cualquier contexto. Y eso es válido para iluminados, desde Bin Laden a Hugo Chávez.

 

P. Usted se marchó de Cuba en 1996 y no ha vuelto.

 

R. En los noventa Cuba estaba muy mal y a ese estado general se unió una crisis personal y laboral, una imposibilidad para hacer mi vida; siempre me moví en ámbitos contraculturales y ya se sabe en tiempos de crisis: primero, comer y luego, la poesía.

 

P. ¿Actuaba en una banda de heavy con una camiseta con la bandera americana?

 

R. No, pero sí es cierto que lo hacía con un billete de un dólar pegado en la guitarra... Era una broma personal. El rock estaba ya despenalizado, pero nunca fue legalizado del todo, siempre había un policía jodiendo.

 

P. Hace tres años atacó duramente a Fidel. ¿En qué ha traicionado la revolución?

 

R. La primera traición es que no se quería hacer tanto una revolución como recuperar la Constitución de 1940 y llegar a unas elecciones. Luego el proceso revolucionario se radicalizó, pero la propiedad privada pasó toda al Estado, que se convirtió en el nuevo patrón: los ciudadanos trabajan para el Estado, cobran del Estado y acaban gastando en el Estado; es el sueño de todo oligarca.

 

P. Sus críticas pueden servir a los grandes enemigos de la revolución cubana.

 

R. El acriticismo militante ha sido nefasto para la izquierda: sin ser crítico no se puede ir a ningún lado, se estanca y se reproduce lo peor; para mí, ser de izquierdas no significa estar en contra de la derecha, sino del poder, sea quien sea quien lo ejerza. Me costó mucho distanciarme de todo lo aprendido en Cuba... Quizá se acabó la lucha armada revolucionaria, pero no la lucha como tal.

 

P. ¿Existen canales para ello en las sociedades actuales?

 

R. Si no los hay, debemos crearlos. Existen organizaciones sociales, ONG y otras de carácter cívico-personales, como los colectivos lésbico-gays, o los antimilitaristas, que no aspiran al poder, pero que con su presión acaban forzando leyes.

 

P. ¿La lucha armada está ya descartada como vía?

 

R. Por ahora, sí. Por siempre sólo está la muerte. Hoy no forma parte de las obsesiones sociales.

 

P. ¿Qué siente cuando ve el merchandising sobre su abuelo?

 

R. Soy un iconoclasta, pero siempre impresiona ver que un hombre que eligió el capitalismo para ponérselo al frente como enemigo haya acabado así.

 

P. ¿Algún objeto especialmente hiriente?

 

R. Mi único choque visceral es con una camiseta con un rostro con la mitad de la cara de Jesucristo y la otra, la del Che. Soy ateo y esas santificaciones...

El Chivo cubano

César Leante

Junio de 2005

 

Es curioso que entre los muchos artículos que han aparecido sobre La fiesta del Chivo, esa estupenda novela de Mario Vargas Llosa, ninguno haya hecho referencia a los enlaces que entre Trujillo y Fidel Castro se anudan en ella. Yo, que conozco a Vargas Llosa (hasta el extremo de ser Mario para mí) desde 1963, cuando los dos estábamos en París, que he paseado con él por las calles de La Habana, que he participado en sus charlas en la Casa de las Américas de la capital cubana, y sobre todo —sobre todo— que he seguido su trayectoria política desde que rompiera con el castrismo cuando se produjo el encarcelamiento de Heberto Padilla, deviniendo de ser defensor de la Revolución Cubana en uno de sus críticos más certeros y tenaces al descubrir la mentira de su socialismo sui generis, en libertad, con rostro humano, e ir viendo que era no sólo una dictadura más de las muchas que han asolado (y lo siguen haciendo, verbigracia: Hugo Chávez) el continente americano, sino que a ésta hay que añadirle que se ampara (o amparaba: las vueltas de la dialéctica) ideológicamente en el marxismo-leninismo, que tanta utopía funesta ha generado.

 

     De modo que cuando empecé a leer La fiesta... lo hice con la lupa escrutadora de los indicios que el tirano insular pudiera contener. Y no tuve que aplicar mucho el cristal. Pues la novela, en efecto, está cargada de guiños al émulo de Chapitas. Verdad es que cuando Rafael Leónidas Trujillo y Morales (bastardo y por lo tanto tan autoapellidado) es ajusticiado en mayo de 1961, el mito de la Revolución Cubana está aún en su cenit. El mes anterior ha salido airosa de la invasión de Bahía de Cochinos, que Castro capitaliza como “la primera gran derrota del imperialismo yanqui en América”, y por consiguiente el paralelismo entre los dos sátrapas es prácticamente imposible.

 

     Además, hay una tradición de antitrujillismo en Fidel, que se remonta a 1947, cuando, con 21 años y siendo estudiante de la Universidad de la Habana, se enrola en una expedición armada que pretende derrotar al déspota dominicano. En Cuba aquel hecho fue muy sonado y se le conoce como “Cayo Confites”, al ser en este islote de la antigua provincia de Oriente donde se entrenaron los revolucionarios, y de donde debían partir para Santo Domingo, y también donde explosionó la aventura. Los 1500 hombres que la componían fueron apresados por la Marina de Guerra cubana (a pesar de que en secreto el gobierno de Cuba los había alentado y ayudado materialmente) y no hubo invasión alguna. Sin embargo, la mitología de Castro se anotó aquí uno de sus primeros tantos. Corrió el rumor de que el imberbe aspirante a abogado se había lanzado al mar y a nado había atravesado la bahía de Nipe para no ser hecho prisionero. Carlos Franqui, que como Castro era igualmente expedicionario, deshace esta leyenda en su libro Vida, aventuras y desastres de un hombre llamado Fidel Castro. Dice: “Mejía (el capitán del buque que debía llevar a los invasores a Santo Domingo) [...] dio un bote a Castro para que escapara con otro prisionero. Castro, maestro del mito, hizo desaparecer el bote. Más dramático [era] nadar hacia la costa en la más grande bahía de Cuba, infestada de feroces tiburones aquella noche oscura”.

 

     La primera semejanza en La fiesta del Chivo entre Trujillo y Castro aparece en las páginas iniciales de la narración, al enumerar intencionadamente Vargas Llosa la retahíla de títulos ostentosos y ridículos con que Trujillo se recubre: Jefe, Generalísimo, Padre de la Patria Nueva, Benefactor, Su Excelencia el Doctor Rafael Leónidas Trujillo y Molina. Los que inundan a Castro no le van a la zaga y son tan conocidos que huelga reproducirlos aquí. Otra sorprendente característica que fisiológicamente los emparienta es ésta: “Trujillo nunca suda. Se pone en lo más ardiente del verano esos uniformes de paño”. Quien haya visto al Comandante en Jefe prodigando uno de sus kilométricos discursos en la Plaza de la Revolución, por ejemplo, habrá observado que ni una gota de sudor humedece su tenaz atuendo militar (que como el de Trujillo es verde oliva), ni siquiera bajo las axilas. Es como si su piel fuera impermeable.

 

     Leemos en la página 35: “Por eso iba a cumplir treinta y dos años llevando en las espaldas el peso de un país”. ¿Cuántos lleva Castro? Cuarenta y cinco. Le gana por trece y, como enfatiza irónicamente el novelista, también llevando sobre sus espaldas el peso de otro país (Cuba). Añadiendo poco después otra característica gubernamental aplicable a ambos: “presidía [...] las vidas y muertes de los dominicanos”. En la página 75 hallamos este sentido, dolorido párrafo que talmente parece destinado a Fidel: “tantos millones de personas machacadas por la propaganda, por la falta de información, embrutecidos por el adoctrinamiento, el aislamiento, despojados de voluntad y hasta de curiosidad por el miedo y la práctica del servilismo”. En otro momento vuelve Vargas Llosa sobre este trágico fenómeno: “la entronización por la propaganda y la violencia de una descomunal mentira”.

 

     Directamente se menciona a Fidel Castro en una conversación entre Trujillo y Johnny Abbes, el jefe de su policía secreta, quien le manifiesta su simpatía por Castro (al que conoció en México cuando preparaba la expedición del Granma). Admira en él “su falta total de emociones”, su “inteligencia de hielo” y “la manera como ha sabido burlar a los gringos”. El siniestro Beria de Trujillo no habría osado perfilar esta imagen favorable de Castro si no hubiera estado seguro de que en el fondo había una empatía entre los dos tiranos, a pesar de que el “Líder” cubano, ya en el poder, apadrinó en junio de 1959 una desastrosa invasión contra Trujillo. Entre dictadores sin escrúpulos andaba el juego.

 

     Igualmente involucra a Castro este análisis de la personalidad del Benefactor de la Patria, “ese maestro manipulador de ingenuos, bobos y pendejos, ese astuto aprovechador de la vanidad, la codicia y la estupidez de los hombres”. Incluso las incuestionables cualidades (o quizás habilidades) de Trujillo son como un espejo en el que Castro se retrata también: “[el] magnetismo que irradiaba ese hombre incansable, que podía trabajar hasta veinte horas diarias”. Diabólica capacidad laboral (aparte otros truculentos manejos) con la que fue “acumulando en todos los dominios —político, militar, institucional, social, económico— un poder tan desmedido que todos los dictadores que la República Dominicana había padecido en su historia republicana [...] parecían unos pigmeos”. En Cuba, y en su etapa republicana (1902-1959), esos dictadores portan los nombres de Machado y Batista. Mas como en el caso de Trujillo respecto a los tiranuelos de la antigua Santo Domingo, su poder fue casi una migaja en comparación con el que Castro acumula. Le cuadra también a Castro la sagacidad bélica del Chivo, “creador de unas fuerzas armadas modernas y profesionales, las mejor equipadas de todo el Caribe”. En cuanto a Castro, se extiende a toda América Latina, ya que no hay una nación en el continente que tenga un ejército de las dimensiones del suyo. Por instinto, o por pura concepción militarista de la política, los dos hacen suya —conociéndola o no— la sentencia de Mao Zedong de que el poder estaba en la punta de los fusiles.

 

     La doble moralidad que impera en Cuba también es aludida por el autor de la novela histórica sobre Trujillo: “estarían condenados [los dominicanos] a esa horrible desazón y desagrado de sí mismos, a mentirse a cada instante y a engañar a todos, a ser dos en uno, una mentira pública y una verdad privada prohibida de expresarse” [subrayado mío]. Pero quizá la referencia más clara a Cuba se imprime en la página 190: “lo endiablado que el sistema de Trujillo había sido capaz de crear, en el que todos los dominicanos tarde o temprano participaban como cómplices, un sistema del que sólo podían ponerse a salvo los exiliados (no siempre) y los muertos”.

 

     En fin, muchas son las indicaciones, advertencias (pues obsérvese que en casi todo lo citado por mí no son descripciones ni acciones lo prevaleciente, sino juicios del escritor), implicaciones hacia Fidel Castro y el fatídico sistema que ha entronizado en Cuba, pero yo he querido escoger sólo éstas, pues me parecen reveladoras de la esencia de un hombre y de un país aplastado por él. La conclusión también podría extraerse de la magnífica obra de Vargas Llosa: “El trujillismo es un castillo de naipes. Se desmoronará, verás”, como está convencido Antonio de la Maza, uno de los conspiradores de la liquidación de Trujillo. Y por lo tanto suscribe la certidumbre de su compañero en el complot, Salvador Estrella, de que “nada cambiaría mientras Trujillo siguiera vivo”. Mas desdichadamente lo mismo puede concluirse de lo que se expresa en la página 137: que “luego de tantos años de servir al Jefe [reproche de Uranita a su padre Agustín Cabral, Cerebrito, senador y lacayo hasta la ignominia de Trujillo, al extremo de entregarle a su propia hija, una adolescente de catorce años, para una de sus ‘fiestas’] habías perdido los escrúpulos, la sensibilidad, el menor asomo de rectitud. Igual que el país entero, tal vez”. [Subrayado mío.]

 

     Dado el actual pesimismo de mi admirado Mario en cuanto a un cambio en Cuba, mucho me temo, me duele, que sea esta segunda creencia la que pueda prevalecer en el lector cubano de su libro ejemplar. Ojalá me equivoque.

 

César Leante es un escritor cubano que en la década del cincuenta militó en la Juventud Socialista y luego en el Partido Socialista Popular (comunista). En octubre de 1981 solicitó asilo político en España.

Fidel Castro, un psicópata fascista

 

A Rafael Díaz-Balart –cuñado por entonces de Fidel Castro- se le atribuye haber pronunciado un discurso en la Cámara de Representantes de Cuba en 1955, en contra de la amnistía que finalmente se concedió a Fidel Castro y sus seguidores, encarcelados por los sangrientos sucesos del 26 julio de 1953.

De ser cierto que pronunció ese discurso, hay que reconocerle que sus palabras resultaron proféticas. Esa amnistía causó la devastación de Cuba.

 

Señor Presidente y señores representantes:

 

He pedido la palabra para explicar mi voto, porque deseo hacer constar ante mis compañeros legisladores, ante el pueblo de Cuba y ante la Historia, mi opinión y mi actitud en relación con la amnistía que esta Cámara acaba de aprobar y contra la cual me he manifestado tan reiterada y enérgicamente. No me han convencido en lo más mínimo los argumentos de la casi totalidad de esta Cámara a favor de esa amnistía. Que quede bien claro que soy partidario decidido de toda medida a favor de la paz y la fraternidad entre todos los cubanos, de cualquier partido político o de ningún partido, partidarios o adversarios del gobierno. Y en ese espíritu sería igualmente partidario de esta amnistía o de cualquier otra amnistía. Pero una amnistía debe ser un instrumento de pacificación y de fraternidad, debe formar parte de un proceso de desarme moral de las pasiones y de los odios, debe ser una pieza en el engranaje de unas reglas de juego bien definidas, aceptadas directa o indirectamente por los distintos protagonistas del proceso que se está viviendo en una nación.

Y esta amnistía que acabamos de votar desgraciadamente es todo lo contrario. Fidel Castro y su grupo han declarado reiterada y airadamente, desde la cómoda cárcel en que se encuentran, que solamente saldrán de esa cárcel para continuar preparando hechos violentos, para continuar utilizando todos los medios en la búsqueda del poder total al que aspiran. Se han negado a participar en todo proceso de pacificación y amenazan por igual a los miembros del gobierno que a los de la oposición que deseen caminos de paz, que trabajen a favor de soluciones electorales y democráticas, que pongan en manos del pueblo cubano la solución al actual drama que vive nuestra patria.


Ellos no quieren paz. No quieren solución nacional de tipo alguno, no quieren democracia, ni elecciones ni confraternidad. Fidel Castro y su grupo solamente quieren una cosa: el poder, pero el poder total, que les permita destruir definitivamente todo vestigio de Constitución y de ley en Cuba, para instaurar la más cruel, la más bárbara tiranía, una tiranía que enseñaría al pueblo el verdadero significado de lo que es la tiranía, un régimen totalitario, inescrupuloso, ladrón y asesino que sería muy difícil de derrocar por lo menos en 20 años. Porque Fidel Castro no es más que un psicópata fascista, que solamente podría pactar desde el poder con las fuerzas del comunismo internacional, porque ya el fascismo fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial, y solamente el comunismo le daría a Fidel el ropaje pseudo-ideológico para asesinar, robar, violar impunemente todos los derechos y para destruir en forma definitiva todo el acervo espiritual, histórico, moral y jurídico de nuestra República.

Desgraciadamente hay quienes, desde nuestro propio gobierno tampoco desean soluciones democráticas y electorales, porque saben que no pueden ser electos ni concejales en el más pequeño de nuestros municipios. Pero no quiero cansar a mis compañeros representantes. La opinión pública del país ha sido movilizada a favor de esta amnistía. Y los principales jerarcas de nuestro gobierno no han tenido la claridad y la firmeza necesarias para ver y decidir lo más conveniente al Presidente, al Gobierno y, sobre todo, a Cuba. Creo que están haciéndole un flaco favor al Presidente, sus ministros y consejeros que no han sabido mantenerse firmes frente a las presiones de la prensa, la radio y la televisión.

Creo que esta amnistía, tan imprudentemente aprobada, traerá días, muchos días de luto, de dolor, de sangre y de miseria al pueblo cubano, aunque ese propio pueblo no lo vea así en estos momentos.


Pido a Dios que la mayoría de ese pueblo y la mayoría de mis compañeros representantes aquí presentes, sean los que tienen la razón. Pido a Dios que sea yo el que esté equivocado. Por Cuba.

Semblanza de Fidel Castro

José Ignacio Rasco

 

Sin duda alguna, Fidel Castro es una figura que ha traspasado los linderos nacionales. Igual que su revolución. Entre ambos fenómenos se produce un paralelismo increíble. La revolución es un autorretrato del propio Castro. El ha sido el actor y el autor de toda esa gran tragicomedia que ha sido conocida y reconocida en las cuatro esquinas del mundo.

 

Uno de los errores más nefastos que cometió la dirigencia política, -y las no políticas-, en Cuba fue no reconocer la potencialidad del causante. La subestimación del personaje facilitó el camino revolucionario. Castro ha resultado el actor teatral más notable del siglo XX con un innegable carisma y talento para la intriga, el suspenso y el engaño más refinados. Si Luis XIV podía decir que «L’etat c’est moi», Castro podría reclamar que «La Revolution c’est moi».

 

Castro y la revolución son mellizos, por no decir que son siameses. Castro se anticipó al descubrimiento de la clonación al lograr tal semejanza entre él y su hechura revolucionaria. Su omnipotencia ha sido tal que no se ha movido hoja del proceso revolucionario que él no la haya soplado. Aquí ha estribado también su estabilidad y su fortaleza, que con la improvisación y el cálculo, la alevosía y la traición, produjeron no una reforma, sino una verdadera revolución de las estructuras que se suponían más sólidas en la sociedad cubana. No fue revolución de «curitas y mercurocromo» como él mismo señaló. Pocas veces en la historia se ha vuelto del revés un país, de modo tan absoluto, como en el caso cubano.

 

Intentemos penetrar un tanto la personalidad compleja del dictador cubano. El hecho de haber conocido y tratado de cerca a Castro desde el bachillerato hasta graduarnos en la misma promoción de 1945 en el Colegio de Belén, y luego convivir en la etapa universitaria, y aún algo después de su triunfo, me permite tener una visión muy personal del sujeto. Aunque todo lo que digo es verdad no creo tener toda la verdad. Otros han conocido diversas facetas de la escurridísima figura. Con algunos de ellos he podido corroborar mis apreciaciones. Trato, pues, de presentar el caso de acuerdo con mi experiencia, la que he de exponer del modo más objetivo posible.

 

Testigo de cargo: el Castro que yo conocí

 

La etapa belemita

 

Recuerdo a Fidel cuando llegó al Colegio de Belén con un aspecto un tanto «aguajirado», de muchacho de campo, de tierra adentro. Entonces era bien retraído, tímido, un poco cortado por su situación familiar y social. Como es sabido, Fidel era hijo ilegítimo de Ángel Castro y de Lina Ruz, quien llegó a la finca en calidad de sirvienta y terminó siendo la señora de la casa. Don Ángel era un español rancio, que había desembarcado en Cuba como soldado español para pelear contra los independentistas cubanos. Luego de terminada la guerra regresó a España, pero más tarde volvió a Cuba para hacer fortuna -y la hizo- como terrateniente, al parecer, de poca ética en sus negocios. Se convirtió en un rico latifundista. Al decir de algunos era persona tosca, de modales rudos y duro con su hijo más rebelde, que era Fidel. Tal vez esta situación fue un factor en la decisión de enviarlo lejos, primero a Santiago de Cuba y luego a La Habana, a colegios privados de familias de clase media en su mayoría, pero que se caracterizan por su gran disciplina académica, su sólida formación moral y el amor a los deportes.

 

El recién llegado de Birán, provincia de Oriente, cargado ya de ambición y con tenacidad más gallega que cubana, (Fidel es el más gallego de todos los cubanos) llegó a brillar en los deportes. Sobresalió en campo y pista, en «basket ball» y en pelota. Resultó un «all star» del colegio.

 

Horas y días enteros de vacaciones los utilizaba para practicar los deportes. Si no encontraba catcher tiraba la pelota contra los muros del cabaret Tropicana que lindaba con los patios del colegio. Podía ganar las carreras largas de 400, 800 y 1000 metros a veces en una misma tarde. Era un «caballo» de carrera. El único deporte que nunca pudo practicar fue el de salto de garrocha, en el que yo fui campeón intercolegial (entonces era bien flaco). Yo lo mortificaba bromeando cuando le decía que no podía saltar garrocha porque «es el único deporte que las mujeres no practican», (ahora sí por cierto) lo que le enfurecía transitoriamente. Luego el mismo lo comentaba con otros, pero ya en buen tono, cosa, por lo demás, muy rara puesto que carece de sentido del humor. No sabe reírse de sí mismo.

 

La gravedad solemne suele ser su modo ordinario de conversar. Anda muy ajeno al choteo cubano, no obstante ser ameno en su conversación, en la que gusta más de la hipérbole y del suspenso.

 

No era buen estudiante, «un filomático», como decíamos en Cuba, que sólo sabía estudiar sin participar en otras actividades. Pero siempre sacaba sus notas con buenas calificaciones aunque sin pertenecer a los primeros de la clase. Estudiaba a última hora con vista a las pruebas. Entonces era capaz de dormir poco. Y se pasaba días y noches preparándose para los exámenes. Con su prodigiosa memoria era capaz de aprenderse, al pie de la letra, cualquier texto. Como alarde solía arrancar las páginas de un libro una vez que las archivaba en su memoria. Era un verdadero «computer». Luego podías preguntarle lo que decía el libro de sociología, por ejemplo, en la página 50, y te la repetía con punto y coma. Recuerdo que en el último año le quedaron varias asignaturas pendientes del primer semestre. La norma entonces era que si no pasabas las asignaturas en el examen del colegio no podías ir al del Instituto para obtener el título «oficial» que daba el Ministerio de Educación. Fidel retó al inspector del año, el P. Larrucea, para que lo dejara examinar todas las materias pendientes y que si sacaba 100 (el máximo) en las pruebas de Belén podía ir al examen del Instituto. Parecía imposible que lo hiciera en tan pocos días, pero lo logró. Si no recuerdo mal las asignaturas examinadas eran Francés, Lógica e Historia de América.

 

Algo similar hizo después en la Universidad, pues se atrasaba en los cursos por sus actividades políticas, pero luego se ponía al día, con noches de insomnio, y era capaz de sacar más de una docena de asignaturas, «por la libre», aprendiéndose los códigos de memoria.

 

Otra cosa que parecerá absurdo a muchos es la timidez inicial que padecía para la tribuna. En Belén había una Academia Literaria, «La Avellaneda», en la que el ilustre P. Rubinos daba clases de oratoria. Pero para ser miembro de la Academia había que pasar una prueba que consistía en hablar durante 10 minutos, sin papeles, sobre un tema que se le daba al aspirante una hora antes. Pues bien, Fidel falló tres veces la prueba antes de pasarla. El profesor decía, viéndole sufrir en el podium: «si le pones cascabeles en las rodillas nos da un concierto de música». Tanto era su nerviosismo. De más está decir que pronto venció con creces sus timideces oratorias iniciales.

 

En un debate oratorio público que tuvimos en el colegio sobre la Democracia, a Fidel le tocó justificar la necesidad del «dictador bueno». Pero, en otra ocasión similar, fue un defensor de la enseñanza privada, mientras que a mí me tocó convertirme en abogado de la enseñanza estatal, en un debate que fue moderado por el Dr. Ángel Fernández Varela, entonces profesor del colegio, y en el que participaron también Valentín Arenas, Ricardo Díaz Albertini, Jorge Sardiña, Francisco Rodríguez Couceiro y otros. Por cierto que en la crónica sobre el acto del periódico comunista «Hoy», el periodista se burló de Fidel a quien llamó despectivamente «el casto Fidel» al abogar por la educación privada y católica. ¡Ironías de la vida!

 

Entre las «locuras» de Fidel en el colegio, quiero recordar la apuesta que hizo con Luis Juncadella de que era capaz de tirarse de cabeza en bicicleta andante, a toda velocidad, contra una pared en las amplias galerías del colegio. Y lo hizo, al precio de romperse la cabeza y terminar inconsciente en la enfermería. Siempre he visto este absurdo episodio como una prefiguración de su ataque al Moncada en su afán de notoriedad. Sólo que en el Moncada embarcó a mucha gente, y, en el momento decisivo, él no chocó contra el cuartel.

 

Hijo de un padre rico Fidel siempre tenía dinero en el bolsillo, pero el dinero para él, no significaba nada, sólo era un medio para el poder. Lo único que le interesaba era el poder.

 

Dos profesores de Belén, el P. Manuel Foyaca de la Concha y el P. Miguel Ángel Larrucea, tuvieron temprano conocimiento de la personalidad de Castro. La opinión de Foyaca tenía un gran valor pues era un sociólogo cubano bien avanzado, nada reaccionario, que incluso había sido acusado de izquierdista por algunos católicos derechistas. Foyaca detectó y denunció enseguida el cariz comunista del Ejército Rebelde y de la Reforma Agraria promulgada. Larrucea nunca simpatizó con el díscolo belemita al que ya en Quinto Año de Bachillerato tuvo que quitarle violentamente una pistola que escondía bajo su camisa.

 

Un profesor ilustre, famoso orador y conferencista internacional, el P. Alberto de Castro y Rojas, que nos enseñaba Historia de Cuba, llegó a tener una íntima amistad con el chico de Birán. Y durante la etapa de la Sierra, en un popular programa de televisión que trasmitía en Caracas, defendió mucho a su antiguo discípulo, pero tan pronto llegó a La Habana, a principios de 1959, se dio cuenta del sesgo que tomaban las cosas y se espantó de lo que venía sobre Cuba.

 

A petición mía Alberto de Castro ha escrito un Informe sobre sus relaciones con Castro desde los días de CONVIVIO, círculo de estudios que había fundado en el colegio en 1942. Del largo resumen que me envió de Castro (ningún parentesco con Fidel) transcribo literalmente lo que resulta más atinente para nuestro análisis. Dice así:

 

«Su finalidad (la de Convivio): agrupar muchachos inteligentes y varoniles, con madera de jefes, y comprometerlos a estudiar y defender a ultranza los valores básicos de la cultura española y ajustar sus ideales políticos a la tradición histórica-jurídica de los pueblos hispanos. La rigurosa selección se hizo entre los jóvenes más prometedores que estaban cursando ya los últimos años del bachillerato.

 

Desde su fundación Fidel Castro fue invitado para figurar como miembro activo del CONVIVIO. Aceptó con entusiasmo, pero no asistía con formalidad a las reuniones. Creía suplir este incumplimiento con sus frecuentes consultas privadas al Padre Alberto.

 

En 1945, cuando Fidel se graduó de bachiller, hizo expresamente un viaje de La Habana a Santiago de Cuba para pedirle al Padre Alberto que lo nombrara Presidente del CONVIVIO, pues deseaba figurar como líder para abrirse paso en la Universidad. Alberto le contestó: «Yo no nombró al Presidente, lo eligen ustedes mismos». Y los miembros de CONVIVIO eligieron por unanimidad a José Ignacio Rasco.

 

No obstante, Fidel siguió figurando como miembro de CONVIVIO y cuando años más tarde él se convirtió en uno de los líderes estudiantiles más influyentes de la Universidad, siguió tratando a sus compañeros de CONVIVIO con gran consideración.

 

A raíz del triunfo de la Revolución Cubana, apenas Fidel entró en La Habana, preguntó a los Jesuitas por el paradero del Padre Alberto. Enterado de que vivía en Caracas (donde se había convertido en una de las figuras más destacadas de la televisión venezolana), le envió pasaporte diplomático con el nombramiento de Comisionado Cultural at large en Europa y en América y le rogó que fuera a La Habana para consultarle. Al verlo llegar al Havana Hilton, interrumpió el mitin que estaba celebrando, lo abrazó estrechamente y le preguntó: ¿Y CONVIVIO? Alberto le contestó: en estos momentos el abanderado de CONVIVIO eres tú, confío en que cumplas su ideario.

 

Esta primera entrevista duró varias horas y durante ella Fidel recibía, en presencia del Padre Alberto, a todo el mundo y despachaba los asuntos urgentes. Alberto cayó en la cuenta de los equívocos ideológicos que ya se podían detectar en Fidel y tuvo muestras de su crueldad (por la manera en que resolvió el caso de los aviadores) y puso sobreaviso a los superiores de la Compañía de Jesús en Cuba.

 

El 23 de enero de 1959 Fidel se presentó en Caracas. El gobierno venezolano nombró al Padre Alberto para formar parte del comité de recepción. Fidel no perdió el tiempo y enseguida se encerró con Alberto en un cuarto muy privado y comenzó a darle cuenta de todos sus proyectos: quería luchar contra el imperialismo americano buscando el apoyo de Rusia ¿Para qué esa lucha -le objetó Alberto- si semejante actitud no entra para nada en el ideario de CONVIVIO? Y añadió: me temo que por ese camino te vas a convertir en prisionero de tu propia victoria. Porque eres joven e inexperto y los rusos zorros viejos, que no tardarán en pasarte la cuenta. ¿Acaso eres tú comunista? Fidel afirmó tajantemente. «Por mi honor que ni soy ni seré jamás comunista. Eso no lo olvide, para su buen gobierno, aunque las apariencias me hagan aparecer como tal. Sólo por conveniencias de momento. Pero quiero acabar con las clases privilegiadas y no decepcionar al pueblo cubano. Le juro que me inspiro en el Evangelio. Yo necesito su concurso.

 

«Confidencialmente a mí Cuba me resulta muy estrecha, por eso, aunque de hecho mando, como líder de la Revolución, todavía no he querido aceptar ninguna responsabilidad de gobierno. Mi aspiración suprema es poder sentarme a gobernar el mundo entero en una misma mesa con el americano, el ruso y el chino. Yo como representante del bloque de naciones iberoamericanas».

 

Pocos meses después Alberto (sin perder del todo la esperanza de hacer recapacitar a Fidel) celebró con él una última entrevista. Lo recibió en Cojímar y lo retuvo desde la diez de la mañana hasta la cuatro de la madrugada. A todo el que recibía (entre otras audiencias estaban la del Embajador americano Bonsal y el Ministro del Estado Agramonte) le decía que el Padre Alberto era la persona a quien más él debía en este mundo. Esto resultaba muy comprometido y, por desgracia, trascendió a Venezuela, donde la prensa comenzó a publicar que el Padre Alberto de Castro era la eminencia gris del gobierno. Pero recordemos sus palabras en la entrevista de despedida con Fidel:

 

«Fidel, te lo advierto con cariño: estás completamente desenfocado. Vuelve a la cordura. Cuba es uno de los países mejor conseguidos y de más alto nivel de vida de toda la América hispana. Además está situada en el área del dólar, con un cambio del peso a la par. Tú dices que es una colonia económica de los americanos. Eso no es más que una frase boba. Es demagógico y nada pragmático calificar eso de «imperialismo». Si te pones a coquetear con los rusos vas a dejar a Cuba en grave riesgo de convertirse en plaza fuerte paupérrima de Rusia. Dices que quieres convertirla en una Holanda o una Suiza. ¿Y cómo? No seas iluso. Tú me dices que tu «comunismo» no tiene nada que ver con el modelo ruso, porque es autóctono y está inspirado en la doctrina del Evangelio.

 

De mí no esperes ningún tipo de colaboración. Como sacerdote y amigo estaré siempre dispuesto a hacerte un favor personal. Pero ideológicamente nos separa un abismo. Creo que todavía estás a tiempo, el pueblo cree en ti y está dispuesto a ayudarte. No lo traiciones.

 

Después de esta despedida, Fidel, que es muy empecinado, envió por lo menos un par de mensajes a Alberto, para que fuera a Cuba a colaborar. Pero Alberto ni le contestó. Se limitó a no hablar mal de Fidel en público, para no amargarlo, por si algún día lo necesitaba como sacerdote».

 

En la colina universitaria

 

El contacto con la Colina Universitaria cambió radicalmente la actitud de Castro. Sin los contrapesos morales y religiosos que moderaban su conducta colegial, se sintió libre de toda atadura o compromiso. Inicia una etapa anárquica en su vida en la que pierde la poca o mucha fe que había adquirido en los claustros belemitas. Le entra una fiebre de publicidad, de darse a conocer por sus extravagancias, rarezas y aventuras. Suelta toda timidez o sentido de la moderación; el narcisismo y la megalomanía se apoderan de su persona.

 

Su primer discurso en plan de líder universitario, fue el 27 de noviembre de 1947, aniversario del fusilamiento de los estudiantes de medicina durante la colonia. Para preparar el discurso se pasó tres días en mi casa. Quería que lo ayudase a redactarlo. Así fue. Le di un contenido que, según Pardo Llada, resultaba demasiado martiano. Se aprendió el discurso de memoria y lo ensayó varias veces.

 

En esta etapa su afición por las pistolas se desató. Se afilió al grupo gangsteril de la UIR (Unión Insurreccional Revolucionaria), que dirigía Emilio Tro, rival de otro grupo pandillero, el MSR (Movimiento Socialista Revolucionario) que comandaba Rolando Masferrer. En verdad Castro procuraba evitar roces peligrosos entre ambos grupos contendientes, y a veces coqueteaba con ellos y sus líderes. Tan pronto era perseguidor como perseguido. Todos estos afanes peligrosos le daban cierta jerarquía machista entre algunos dirigentes estudiantiles. Se le consideró autor o cómplice del asesinato, o tentativa de asesinato, de algunos líderes universitarios, entre otros, de Manolo Castro, Justo Fuentes y Leonel Gómez, pero, en verdad, las pruebas no aparecieron nunca. El propio sospechoso con frecuencia dejaba correr el rumor y la intriga. Tuvo un fuerte altercado con Francisco Venero, policía universitario, cuando éste trató de desarmarlo. Según algunos, lo fusiló más tarde en la Sierra Maestra. También se le acusó del atentado a Óscar Fernández Cabral, sargento de la policía universitaria, el 6 de junio de 1948.

 

En cierta ocasión viajábamos en un auto con varios amigos y Fidel nos pidió que lo lleváramos. Y al cruzarnos con otro vehículo, el propio Fidel de pronto se agachó y dijo: «creía que esa gente me iba a matar pues son muy vengativos». A la sorpresa siguió el silencio y el agachado estudiante se bajó pocas cuadras después. Nunca pudimos lograr que nos explicara aquella actitud.

 

Cuando fundamos, en 1948, el Movimiento Pro-Dignidad Estudiantil, con Valentín Arenas, Pedro Romañach, Pedro Guerra y otros compañeros, en un afán de adecentamiento y reformas universitarias, Fidel mostró algún interés en él, aunque dijo estar comprometido con otros grupos. Me cuenta un amigo común que en cierta reunión de la FEU alguien sugirió liquidar a varios líderes para abortar el Movimiento, pero Fidel adujo que esos dirigentes amigos y condiscípulos de él éramos «intocables», no obstante andar en bandos opuestos. Sin embargo, las amenazas de muerte contra varios de nosotros, y de nuestros familiares, nunca cesaron.

 

Castro nunca pudo ganar la presidencia estudiantil de la Escuela de Derecho ni de la FEU (Federación Estudiantil Universitaria). Su amor por la urna apenas se probó en alguna delegatura de curso. Su actuación básica operaba más detrás de las bambalinas que en las candidaturas electorales. Siempre andaba muy vinculado a elementos marxistas. Sin duda la mayor influencia que pesó sobre él fue la de Alfredo Guevara, comunista de partido, con gran poder de persuasión. Otros que giraban en la órbita fidelista eran Baudilio Castellanos, Benito Besada, Walterio Carbonell, Álvarez Ríos, Mario García Incháustegui, Lionel Soto, Luis Más Martín, Núñez Jiménez, Leonel Alonso, Flavio Bravo y otros simpatizantes del comunismo.

 

Para cierto público, ajeno a la universidad, el nombre de Fidel Castro se iba dando a conocer como el de un joven intrépido que a ratos alborotaba la opinión pública, en comparecencias radiales, en un artículo de prensa, o en alguna de sus aventuras, como cuando logró traer la histórica campana de la Demajagua a la Universidad de La Habana. Pero para algunos estudiantes su fama se reducía al tríptico de botellero, gángster y comunista. Se decía que tenía una botella (empleo del gobierno que se cobraba, pero no se trabajaba) en el Ministerio de Educación, pero en realidad nunca se supo de prueba suficiente. Lo del amor por el gatillo era vox populi y lo de comunista ya era asunto polémico. Recuerdo que en 1958, se me invitó a una reunión de directores de bancos, para que explicara la personalidad de Fidel. Para gran escándalo de algunos señores (que vendían bonos del 26 de julio) desarrollé el tema tríptico: comunista, gángster y botellero. Solamente tres o cuatro de ellos me dieron la razón. Los demás defendieron al sujeto en cuestión. Uno fue miembro luego del gobierno, pero todos murieron en el exilio totalmente desengañados.

 

Ruly Arango, otro amigo y condiscípulo del colegio y de la universidad, durante un tiempo fue «room mate» de Fidel en el Hotel Vedado cerca de la Universidad. Ruly trataba de catequizar al neoescéptico ex-alumno de los jesuitas, que antes se santiguaba en los juegos de baloncesto y hacía promesas y rezos en la capilla para ganar en toda competencia. Me acuerdo que una vez Ruly lo invitó a asistir a un retiro espiritual, de un día, en la Agrupación Católica Universitaria (ACU). Fidel se apareció muy tarde, pero pudo conversar al final con el grupo y también con el famoso P. Felipe Rey de Castro, el fundador y director de la ACU. Su comentario sobre el estudiante revolucionario: «Muchacho de grandes cualidades de liderazgo, pero muy desorientado. En algo me recuerda a Manolo Castro, (otro dirigente estudiantil de muchos años y bien conocido en aquellos días), pero creo que es más ambicioso y temible que Manolo, el otro Castro» (sin relación familiar).

 

En la Plaza Cadenas, junto a la Facultad de Derecho, un buen día en 1948, me encontré con Fidel. Durante dos horas estuvimos conversando. Me contó de sus lecturas de Malaparte, Hegel, Lenin y Marx. En aquellos días pensaba en la necesidad de dar un golpe de estado. Y me asombró su conocimiento de la dialéctica hegeliana y de la estrategia leninista. Ya se sabía de memoria el ¿Qué hacer? de Lenin. Y me dio una clase sobre la plusvalía de Marx. Entonces me dijo que había tomado cursillos de esos temas en Carlos III (sede del Partido Comunista) y trató de convencerme, con celo apostólico, que yo debería asistir y comprar los libros «que allí se venden tan baratos».

 

Otras veces se jactaba de saberse el Mein Kampf de memoria. A través de sus lecturas aprendió el poder de la mentira repetida como arma esencial de la propaganda. También recitaba párrafos enteros de discursos de Primo de Rivera y de Mussolini, así como del libro ¿Qué hacer? ya mencionado, que lo aplicó en Cuba fielmente desde el propio año 59.

 

Otra anécdota histórica. En la antesala del examen oral de la asignatura de Propiedad y Derechos Reales, Castro pronunció una filípica contra la propiedad privada de una violencia increíble. Nunca lo había visto tan frenético y ante testigos, compañeros de clase, disparatar de ese modo, haciéndose eco de la interpretación de Marx sobre la plusvalía. Señaló que esa asignatura, y todo el Derecho Romano, debía eliminarse del curriculum, ya que «la propiedad es un robo» como decía Proudhon.

 

Luego continuó con un ataque despiadado al capitalismo, a la industria azucarera cubana «controlada» en su totalidad por los intereses norteamericanos (lo cual desde luego, no era cierto) por lo que era necesario una revolución radical para «expulsar al gringo» y controlar toda la estructura productiva por el Estado. Fidel apelaba a Walterio Carbonell para que corroborara lo que el decía. Y Walterio asentía más con la cabeza que con las palabras. Walterio era un comunista de partido, hombre bueno y sencillo, negro criollo, que se incorporó a la revolución y luego fue defenestrado como tantos otros por alguna diferencia con el partido.

 

Estábamos en tercer año de la carrera, cuando andábamos en los líos de una asamblea para hacer una constitución universitaria. Me tropecé con Fidel y acordamos una cita para analizar los problemas de la universidad. Por sugerencia suya nos debíamos reunir fuera de la universidad, en una casa del centro de La Habana (creo que estaba en la calle Lealtad). La entrevista se convirtió en una conversación sin mayor importancia. Pero lo que me llamó la atención fue la copiosa literatura marxista de libros, folletos y revistas almacenados. Y el lugar resultó el local «donde duerme» Alfredo Guevara. Algún material era publicado en Cuba, pero la mayor parte provenía del extranjero y se repartía para América Latina. Un grupo de Pro-Dignidad Estudiantil descubrió en los locales de la FEU parte de la literatura preparada para enviar a diversos países. Se produjo una reyerta y tuvo que intervenir la policía universitaria.

 

La participación de Castro en la Asamblea Constituyente Universitaria fue más de bambalinas que de actuación pública; allí estuvo aliado a elementos gangsteriles y socialistoides que nos combatían en todas las formas, incluso con amenazas de muerte para nosotros o nuestras familias. Terminamos la Universidad en 1950. A Castro todavía le quedaron algunas asignaturas pendientes, pero pronto terminó sin apelar para ello a las pistolas como se ha dicho erróneamente.

 

En el año 1952 el golpe de estado del 10 de marzo dio comienzo a la dictadura batistiana, que rompió el orden constitucional y desencadenó un trágico proceso de violencia y sangre.

 

Nuestras discrepancias con Fidel aumentaron. Él entendía que la única forma de lucha era la del alzamiento y el hostigamiento violento por medio del terror, de la bomba indiscriminada y de los atentados personales, lo que culminó con el desastroso e irresponsable ataque al Cuartel Moncada y al de Bayamo. Nosotros creíamos en la posibilidad de la vía electoral. Nos enrolamos en el Partido de Liberación Radical que formamos con Amalio Fiallo, Manuel Artime y algunos veteranos de los asaltos a los cuarteles de Santiago de Cuba y de Bayamo que, con muy buena fe, habían participado en esos afanes belicistas. Pero todos aquellos esfuerzos fracasaron por la intransigencia del gobierno y de la oposición. Las grandes mayorías se tornaron apáticas y desinteresadas de toda política; Castro aprovechó la oportunidad para lanzar el movimiento guerrillero y para desarrollar una increíble propaganda en favor del Ejército Rebelde y de su caudillo máximo. Fue, para Cuba, el pírrico triunfo de las armas sobre las urnas.

 

En verdad se impuso una técnica de guerrilla psicológica, con una publicidad bien orquestada que logró crear un clima de inseguridad y de desestabilización que el barbudo de la Sierra supo promover y capitalizar desde el principio. Grupos opositores de magnitudes superiores fueron ignorados y destruidos por la mítica leyenda heroica de la Sierra, del Robin Hood. Muchos elementos civiles fueron rindiéndose a los úcases y deseos del líder que boicoteaba toda negociación pues quería «todo el poder para los soviets», aunque todavía aseguraba a la prensa que él no era comunista, mientras ya el Ejército Rebelde recibía lecciones de adoctrinamiento marxista-leninista. Y el New York Times y Mr. Mathews le servían a Castro de sonora caja de resonancia.

 

En el nuevo régimen

 

En 1959, a partir de enero, la euforia y la confusión se enseñoreaban del panorama cubano. Los dueños del periódico Información estaban bien preocupados por la situación. Sabiendo de mi conocimiento del líder revolucionario me pidieron que fuera a Santiago de Cuba a otear el ambiente. Yo era entonces ejecutivo y columnista del periódico, así que me fui acompañado por Fernando Alloza, un gran reportero, republicano español, que había sido dirigente comunista en sus años mozos, por lo que era un magnífico detector de los síntomas que otros todavía no querían reconocer. Allí supimos de los primeros y horrorosos fusilamientos dirigidos por Raúl Castro. Hablamos con muchos amigos, con gran cautela, pues el embullo, aun entre la gente más anticomunista, era desconcertante. Uno de los pocos que analizaba muy preocupadamente la situación era el Dr. Fermín Peinado, profesor universitario, dirigente católico y que había sido comunista también en su juventud. Para él no había dudas de la fuerte tendencia marxista de muchos dirigentes del 26 de julio. Volvimos a La Habana, y dos de los dueños del periódico Información, José Ignacio Montaner y Pedro Basterrechea, nos pidieron que tratáramos de ir a Santa Clara para ver a Castro antes de que se presentara en La Habana. Y así lo hicimos.

 

El 6 de enero -dos días antes de que el «Máximo Líder» llegara a la capital- nos entrevistamos con él en un rincón del Gobierno Provincial de Santa Clara. Allí conversamos a solas con Castro, Alloza y yo. De vez en cuando interfería Celia Sánchez que cortaba la entrevista pues Fidel tenía que salir para Cienfuegos a un mitin público.

 

Luego de preguntarme por Estela, y de amenazar con ir a casa a comerse un arroz con pollo, me comenzó a criticar a Belén, a la oratoria de Rubinos y a «toda las boberías que nos enseñaban allá». Añadió que no tenía la menor intención de visitar el colegio, que los curas le habían negado el permiso a algunos empleados para ir al Moncada. Por cierto, varios de los que fueron murieron en el asalto. Fidel oscilaba entre un afecto jacarandoso y momentos iracundos. Nos hizo una apología del papel que habían jugado los comunistas en la lucha contra Batista y echó pestes contra los Estados Unidos. Se burló con ironía y sarcasmo de figuras políticas muy vinculadas a la revolución, muchas de las cuales integrarían el Gabinete con Urrutia. Trató de refutar nuestras observaciones críticas y, en algún momento, perdió la ecuanimidad. No obstante se quiso retratar con nosotros y enviar un saludo al pueblo de La Habana, de su puño y letra, a través de Rasco y Alloza. Nos dijo que fuéramos a oírlo a Cienfuegos. Cosa que hicimos. Allí dio un mitin público, de madrugada, con un tiempo friolento, y desbarró incoherentemente contra los Estados Unidos, el embajador norteamericano y otros elementos «contrarrevolucionarios». Volvió a hablar de los imaginarios 20,000 muertos de Batista. Hablaba inconexamente, balanceándose como si estuviera algo borracho.

 

Pero al salir de la entrevista de Santa Clara, antes de ir para Cienfuegos, pudimos ver a muchos compañeros comunistas de la universidad. Allí nos encontramos también con otros amigos no comunistas, algunos de los cuales, bajaban de la Sierra. Entre ellos, Manolo Artime y Pardo Llada, que estaban aterrados de la penetración comunista y de la fría crueldad de los jefes implacables.

 

Regresamos a La Habana. Allí hablamos con obispos, embajadores, políticos y amigos. Pero entonces tampoco «nadie escuchaba». En el campamento de Columbia, donde ocurrió el fenómeno calculado de la paloma, salimos preocupados con el discurso de nuestro antiguo compañero de aulas.

 

El discurso del 8 de enero de 1959 en Columbia no era el clásico discurso criollo del triunfo, de fiesta y alegría. Nada de reconciliación ni de apaciguamiento, en un momento en que todo el mundo quería convivir en paz y unión. Fue una típica pieza dialéctica de guerra, de amenaza y divisionismo, a pesar de aquello de ¿armas para qué? Sólo para desarmar a cualquier competidor. Un ataque violento al Directorio Revolucionario, contra Rolando Cubelas y Faure Chomon.

 

Un querido profesor de Belén, embobado con la revolución, al día siguiente del discursito de la paloma me dijo, al ver mis observaciones de aguafiesta: «Tienes el diablo metido en el cuerpo, le tienes envidia a tu compañero de curso… tú le ganarías en el colegio… pero ahora él es quien va a triunfar…»

 

Aquel profesor, deslumbrado muchos años con la revolución, al fin murió en el exilio. Así andaban los ánimos pasionales por aquellos días. Aun los más doctos sucumbían ante el hechizo carismático de Fidel y de la paloma que cayó sobre sus hombros, que algunos blasfemos decían que era el Espíritu Santo.

 

El 22 de enero frente al Palacio Presidencial, Fidel convocó a una gran concentración donde la gente masivamente pedía «¡paredón! ¡paredón!» para los batistianos, «asesinos de 20,000 cubanos». Erizaba ver aquella multitud fanatizada y engañada por una demagogia bien calculada y, alrededor del líder, algunos «burgueses» ya en el gobierno o aspirando a entrar, con caras hoscas: engreídos, pretendiendo ser más jacobinos que nadie; confundidos con el triunfo que pronto los defraudaría.

 

A la salida de Palacio Castro se encontró conmigo y de sopetón me dijo: «Tú vienes también a Venezuela, ¿verdad?» «No pensaba», le contesté, «y además, no he sido invitado como periodista». Y dio órdenes entonces a algún ayudante para que me pusieran en la lista. Así fue.

 

La organización y la salida de aquel viaje fue todo con gran desorden y atraso. Al llegar a Maiquetía, la escalerilla del avión se desbarató por el peso de la aglomeración de visitantes y visitados y caímos todos al suelo. Una de las azafatas se fracturó alguna costilla y tuvimos que llevarla, junto con otros al hospital más cercano en La Guaira. Así que salimos de allí en ambulancia. En este viaje un miliciano murió víctima de las hélices de un avión.

 

El entusiasmo popular fue desbordante. Se veía a Castro como un nuevo Bolívar, lo que aumentaba su megalomanía afirmando públicamente que la nueva Sierra Maestra debería ser Los Andes.

 

En la Embajada de Cuba, en Caracas, nos reunimos con él, el P. Alberto de Castro y Celia Sánchez, a ratos, en un cuarto de baño, pues era el único espacio libre de gente que quedaba en la Embajada. Allí Castro me juró que no era comunista, sino «humanista» y como «prueba» me mostraba las medallitas que llevaba en una cadena al cuello, todo lo cual «se la habían regalado varias mujeres y hasta una monjita» en su cabalgata de Oriente a La Habana. Y echó pestes de algunos comunistas. Pero cantinfleó bastante al tratar de justificar algunas medidas revolucionarias adoptadas de corte totalitario y comunistoide. Nos pidió que lo ayudáramos en sus luchas, sin más precisión.

 

En Venezuela pudo engañar a casi todo el mundo menos al sagaz Rómulo Betancourt, excomunista, que detectó, y nos confesó, la peligrosidad de Castro.

 

Pocos días después me llamó Castro para que le preparara un proyecto de ley sobre la prensa, a fin de acabar con los subsidios y botellas que recibían muchos periódicos en Cuba a costa del erario público. Yo me reuní con algunos periodistas amigos, miembros del Bloque de Prensa, y elaboramos un modesto esquema, totalmente democrático y liberal, que le entregué personalmente a Castro y que debió ir al cesto de basura rápidamente. Pero lo más interesante del caso fue que me pidió que se lo entregara en el Hotel Hilton donde tenía uno de los lujosos asientos de su poder. Lo esperaba en el «lobby» del Hotel, repleto de gentes importantes, del viejo y nuevo régimen, que querían ver a Fidel para interceder por los presos y por otros amenazados con el paredón. Pero Castro entró al salón sin saludar a ninguno de los personajes que allí estaban. Y se dirigió a un guajirito infeliz, su compañero en la Sierra. Lo abrazó, lo agasajó y gritó para que todos oyeran que «con éstos son con los que hay que gobernar, no con la partida de arribistas que están aquí». Y le dijo a Celia que le diera todos sus teléfonos y que él podía visitarlo aún cuando estuviera en una reunión en Palacio.

 

Luego de tantas zalemas y desprecio me pidió a mí y a otros, que lo acompañáramos a su despacho. Cuál no sería mi asombro cuando tan pronto entramos en el ascensor le ordenó a su ayudante que prendiera a ese guajirito -creo que su apellido era Rodríguez- que antes había saludado con tanta emoción.

 

Pero, eso sí, ordenó «que fuera el Che quien lo hiciera». El Che, consternado, cumplió y lo encerró en La Cabaña sin dar explicaciones. Pero para muchos revolucionarios aquella decisión fue absurda e incomprensible. Se trataba de un capitán de la Sierra. Las protestas no se hicieron esperar.

 

Poco días después tuve que ir a Palacio con un grupo de profesores y alumnos de la Universidad de Villanueva, para protestar contra aquella absurda Ley 11 que era un ataque directo a la Universidad de Villanueva y a otras universidades privadas. La ley desconocía y anulaba los títulos y exámenes habidos durante la insurrección contra Batista. Llegué una hora antes de la cita para imponerle a Castro de la injusta situación que, desde luego, no quiso resolver, no obstante sus palabras al grupo que vino a reclamarle.

 

Mientras llegaban los visitantes, presididos por Mons. Boza Masvidal, a la sazón nuestro rector de la Universidad de Villanueva, Fidel se burlaba de su Ministro de Hacienda (Rufo López Fresquet) por sus impuestos a la crónica social. Luego llegó el Che Guevara quejándose de lo absurdo de prender al capitancito guajiro de la Sierra «ya que no era batistiano, ni latifundista, sino que había sido compañero diario en la lucha, que nos hacía café…»

 

De pronto Castro se abalanza sobre el Che, lo agarra por la solapa y le dice «pero Che no seas comemierda, ¿no te acuerdas de quién era ese en la loma…? Era el anticomunista más definido que teníamos allá…» El Che, pausadamente, le advirtió «Fidel, las cosas no se pueden hacer así, hay que ir poco a poco…» A lo que Castro respondió: «Mira Che, haz lo que quieras, lo dejas que se pudra en La Cabaña, lo fusilas o lo largas para el exilio… pero no quiero verlo más…»

 

Este diálogo que pude escuchar indica también la gran capacidad de Fidel para la mentira y la hipocresía, así como su cinismo frío y cruel. El sentido de compañerismo o de amistad no habita en él. Al mismo tiempo indica la capacidad de sumisión del Che ante Castro.

 

Menos implacable que su jefe, Guevara montó al desgraciado compañero de armas en un avión, unos días más tarde, hacia New York. Al llegar al aeropuerto «La Guardia» el infeliz capitancito sacó su revólver y se pegó un tiro. Dejó una carta que alguien le escribió, puesto que era analfabeto, en la que confesaba su decepción por aquel proceso al que tanto tiempo y esfuerzo había dedicado.

 

Este hecho, todo él de un surrealismo subido, refleja la inmensa capacidad histriónica del señor Castro y su revolución y su doble cara, una para el mundo ajeno y externo y otra para su círculo interno y secreto.

 

De viaje por las Américas (1959)

 

Otra vez me tocó representar al periódico Información en el viaje de Castro a los Estados Unidos, invitado por la Asociación de Editores de Periódicos. El periplo se extendió a Canadá y Sur América. Así que después de visitar Washington, New York, Princeton, Harvard y Boston, pasamos a Toronto, y luego de una imprevista parada en Houston, seguimos hacia el Cono Sur: Buenos Aires, Montevideo, Brasilia.

 

Aquello fue una experiencia única. Sería imposible contar todas las vicisitudes de aquel alocado periplo. Nunca olvidaré a quien fue un magnífico amigo y compañero de viaje, Nicolás Bravo, siempre agudísimo en sus comentarios, veterano de la CMQ, que estaba también convencido del carácter comunista de la revolución, y pensaba que había que observarla con mucho cuidado.

 

No faltaron nuevas discusiones nuestras con Castro, que se hacían cada vez más abiertas para asombro de algunos colegas. En la misma escalinata del Capitolio de Washington, luego de su entrevista con Nixon, discutimos sobre el problema de las elecciones, de la reforma agraria y de otros temas. Castro perdió los estribos aquella noche ante nuestros puntos de vista contrarios.

 

En el vuelo hacia Brasil Fidel se sentó en el avión al lado mío por un rato. Me reiteró que él era un «humanista», «un socialista no comunista». Que el problema con la Iglesia se iba a arreglar, como el del Colegio Baldor… Me pidió que le explicara quién era Maritain y lo que sostenía la corriente demócrata-cristiana. Entonces me dijo que su revolución también era cristiana… Me dio tres razones por lo cual me decía que no era comunista, en su inútil empeño para alejar mis objeciones.

 

La primera -me dijo- porque el comunismo es la dictadura de una sola clase y «yo siempre he estado contra toda dictadura».

 

La segunda, porque el comunismo es el odio y la lucha de clases y que él «era alérgico a toda lucha que implicara odio» y la tercera porque «choca con Dios y con la Iglesia».

 

Le contesté, ya molesto de su hipocresía, y le dije «facta non verba», Fidel, hechos, no palabras. Si eso es así ¿por qué has convertido la pantalla de televisión en una irritación contra el que tiene dos pesetas y contra las señoronas que juegan canasta?» Al final me dejó por imposible y me dijo «chico tú tienes razón… voy a cambiar». Se levantó de mal humor y se fue sin más comentarios.

 

Durante el viaje había una serie de cubanos comunistas que no iban oficialmente en la rara expedición, pero que se entrevistaban a diario con él, preferentemente de noche. Formaban parte de lo que algunos llamaban «el gobierno paralelo», es decir, los que de verdad decidían las cuestiones fundamentales. Este gobierno secreto ya existió desde la insurrección. Realmente desde el principio el poder revolucionario estaba en manos de Castro y sus amigos, en su mayoría gente joven de la nueva ola comunista, aunque Carlos Rafael Rodríguez, comunista de la vieja guardia, participó también. Rodríguez se convirtió por un tiempo, en el puente hacia la vieja guardia del PSP (Partido Socialista Popular), bastante desprestigiado por sus buenas relaciones con Batista. También Carlos Rafael resultó elemento de enlace clave con los soviéticos. Núñez Jiménez, Alfredo Guevara y otros solían reunirse con el Che Guevara y Castro en Tarará, donde el guerrillero argentino se reponía de sus achaques. Luego fueron frecuentes algunas reuniones en Cojímar en las que elaboraban planes para llevárselos a Fidel.

 

Durante el vuelo, pude ver a Alfredo Guevara y otros comunistas hablar a escondidas con Fidel, como miembros del llamado «gobierno paralelo», que bajo el mando absoluto de Castro, dirigían todos los primeros balbuceos de sus intenciones pro-comunistas. Las discrepancias siempre las decidía Castro. Esta fue la razón de la imprevista visita a Houston para entrevistarse con Raúl Castro sobre temas muy candentes como las invasiones a Panamá y a otros lugares, así como lo que se haría el lro. de mayo que se aproximaba. Castro pensó que todo aquello era inoportuno durante su viaje exhibicionista.

 

En Washington Castro le jugó una mala pasada a su equipo económico que mantenía muy buenas relaciones con financieros del gobierno norteamericano y de los organismos internacionales. Estuve en una reunión en la Embajada cubana, donde Castro anuló todas las gestiones y compromisos que se habían hecho para recibir ayuda económica, dejando en una mala posición a Rufo López Fresquet, a Felipe Pazos y demás gestores. Castro vociferó allí que él no era un mendigo internacional y que él no había venido invitado por la Asociación de Editores de Periódicos de los Estados Unidos para firmar acuerdos con el gobierno norteamericano.

 

Aquella invasión de milicianos uniformados, con trajes de fatiga, que acompañaban a Castro, desesperaba al Embajador Ernesto Dihigo, profesor de la Universidad, hombre de gran cultura, que no podía soportar el primitivismo de aquella gente que ponía las botas sobre las mesas, quemaban alfombras con las colillas de los cigarros y cometían todo tipo de tropelías. Además, el señor Embajador estaba molestísimo por la falta de seriedad y puntualidad del visitante que tan pronto suspendía las citas como las demoraba sin previo aviso. Dihigo ya estaba preocupado seriamente por la penetración comunista en la revolución con la complicidad castrista.

 

En Brasil, el Embajador argentino en La Habana Amoedo, buen amigo mío y crítico solapado de la revolución, siempre nos hacía comentarios bien irónicos de aquel loco viaje y del viajero principal. En el almuerzo, en Brasilia, Castro, ante la oficialidad brasileña, pretendía saber más que ellos de cuestiones militares, mostrándose como un tipo descompuesto y paranoide.

 

Por cierto, ante las críticas que algunos periodistas le hicieron en Brasil, Castro, en el avión, nos dio un largo «show» de iracundia contra todo los que le hacían la menor objeción. Y más de una vez para asustar a los viajeros, con la cabina abierta, trataba de manejar el timón del Britania Turbo-jet que nos llevaba, con gran preocupación del Capitán Cook y de toda la tripulación. A ratos se paseaba por los pasillos con furias de gato encerrado.

 

Otro gran espectáculo lo dio Castro en Buenos Aires en la «Reunión de los 21», orquestada por la OEA, donde proclamó la obligación del gobierno norteamericano de aportar 30,000 millones de dólares para América Latina. El que había dicho unos días antes en Washington que no quería un solo centavo de las arcas norteamericanas, ahora, sorpresivamente, proclamaba la obligación que tenía la América rubia de atender el desarrollo latinoamericano, incluyendo a Cuba con una masiva ayuda en dólares. Sus alegatos entusiasmaban a muchos y revelaban la medida de su odio contra los norteamericanos.

 

Regresamos a La Habana el 7 de mayo de 1959 en un largo, disparatado y costoso viaje de 21 días, cuyo principal objetivo era repetir por toda la América una caravana similar a la que había realizado Castro en su lenta marcha de Santiago a La Habana y exhibiéndose en su afán narcisista y megalomaniaco por la televisión y demás medios de prensa.

 

El desorden, la irresponsabilidad y la desfachatez con que se atrevía a inmiscuirse en problemas ajenos de otros países, no tenía paralelo. Castro pontificaba de todo y sobre todo, con la audacia y la agresividad alocada que lo caracteriza. Todo aquello no era más que una representación de la figura de la propia revolución tal como la retrataba, la clonaba, su propio «líder máximo». La incertidumbre, el temor, la zozobra, los palos de ciego, las contradicciones verbales, son tan típicas de Castro como de la revolución. Este viaje de tres semanas me daba la medida exacta de lo que era y sería aquel movimiento que se inició bajo la etiqueta del 26 de julio y que tanto desorientaba a los que buscaban una revolución honesta y democrática dentro de un definido estado de derecho.

 

Nuestra experiencia personal, como condiscípulo de Castro y el acceso que me dio mi condición de periodista y abogado, me llevó, con otros amigos, a la consideración de vertebrar un ideario y una organización democrática de inspiración cristiana, de acuerdo con la corriente mundial que en Europa y América había hecho frente al comunismo y establecido democracias con alto sentido ético y de justicia social.

 

Al fundarse el Movimiento Demócrata Cristiano (MDC), Fidel habló bien, en algunos sitios y en entrevistas de radio y televisión, del grupo inicial y de mi persona. Decía que había que acabar con la vieja politiquería, con partidos nuevos, con gente joven y de principios.

 

Pero pronto me envió un recado para que lo fuera a ver al INRA (Instituto de Reforma Agraria). Y allí fuí. Después de una larga perorata sobre la situación, me advirtió que el MDC y yo podrían subsistir siempre y cuando no criticáramos a la revolución. Al contestarle que no seguíamos a hombres y a etiquetas sino a ideas y proyectos concretos, que alabaríamos lo bueno y criticaríamos lo malo que viéramos, montó en cólera, se puso de pie y me dijo que me atuviera a las consecuencias. Nosotros fuimos arreciando en nuestras críticas y una comparecencia en televisión, por la CMQ desató la persecución contra el MDC y nos forzó a escaparnos por la vía del exilio, a través de la Embajada del Ecuador, dignamente representada entonces por don Virgilio Chiriboga.

 

Caudillismo sui-géneris

 

Castro tiene todas las características del caudillo, del «duce», del «führer». Es una simbiosis del clásico caudillo hispanoamericano, pero con una proyección ideológica que escapa a la simple concepción caciquezca. Es un tirano con bandera, es decir, un abanderado de una ideología que ha tratado de imponer en su propio pueblo y con un espíritu propagador, de proselitismo internacional. Siempre quiso convertir la Sierra Maestra en los Andes y los Andes en toda la geografía africana y asiática, en todo el orbe tercermundista. Cuba ha sido escuela, arsenal, acorazado y aeropuerto para un intento falaz de crear hombres y países nuevos, que respondan a ciertos credos políticos y a estrategias antiimperialistas.

 

El caudillismo de Castro, no obstante brotar de un mundo isleño, ha querido saltar sobre mares, aires y tierras, sin detenerse en consideraciones éticas o jurídicas. Sus ambiciones imperialistas lo han hecho señor de horca y cuchillo, tratando inútilmente de emular a aquel imperio donde jamás se ponía el sol.

 

Su peculiaridad caudillística ha sido la resultante de aquellos héroes admirados en su etapa juvenil. De Maquiavelo aprendió a justificarlo todo. De Adolfo Hitler y de Mussolini sus resabios impositivos e invasores. De Mao Tse Tung tomó el gran poder de simulación. De Franco -gallego como él- la tenacidad en la perpetuación del poder. De Lenin y Stalin sus rejuegos estratégicos y sus crueldades. De Marx el trasfondo ideológico de ideas matrices sobre el odio, la lucha de clases, la propiedad privada, la revolución mundial y otros títulos de mucha plusvalía revolucionaria. Si todos estos capitanes de la historia se batieran en una cotelera, el trago amargo resultante sería Fidel Castro. Sé que todos estos personajes fueron objeto de sus lecturas largas, meditadas y memorizadas. No hay que pensar que Castro es un analfabeto político. Incluso hay que reconocer que sus lecturas martianas han sido abundantes desde muy joven. Y aunque sustancialmente es el antípoda martiano que tergiversa la doctrina fundamental montecristina, algo de lo que hay de utopía en José Martí caló, zurdamente, en el decir castrista.

 

Castro es, pues, un caleidoscopio de infinitos matices y colores. La contradicción es la espina dorsal de su pensamiento. De ahí la dificultad de conocer todas las aristas de su trasfondo doctrinal y humano.

 

La revolución ambidiestra: traicionada y traidora

 

La revolución que surgió de la Sierra Maestra logró aunar a casi toda la gama política y social del pueblo cubano. La propaganda psicológica logró el milagro de unificar todos los grandes sectores y estamentos sociales en la lucha contra el dictador Batista repudiado por las grandes mayorías.

 

La trampa fidelista -con su genial sentido publicitario- ganó la guerra más que con las pocas batallas guerrilleras con la atmósfera psicológica que logró crear en la Sierra y en el Llano, en la clandestinidad y en el exilio. La derecha cubana apoyó al «Robin Hood» de las cercanías del Turquino casi con el mismo entusiasmo que la misma clase obrera y el campesinado. La gran prensa norteamericana convirtió lo que era un juego de escondite en las montañas en una fuerza hercúlea dirigida por un Paul Bunyan cubano.

 

En realidad, toda la tónica propagandística giraba en torno a un proyecto bien burgués y conservador: Restauración de la Constitución del 40, elecciones generales en un plazo relativamente corto, honradez administrativa y restablecimiento de todas las libertades democráticas. El viraje social y radical surgió después que el castrismo se impuso.

 

En ese sentido el pueblo vio que su revolución fue traicionada porque sus verdaderas inquietudes se anclaban en el mundo político de la democracia representativa. Así cabe hablar de una revolución traicionada. Pero claro que cuando hay traición es porque hay un traidor, que hoy todos reconocen en el personaje central. No hay que ser muy zahorí cuando se estudia el proceso que se inició con el desembarco del Granma para ver cómo el cálculo y la previsión socialista dirigían el pensamiento y la acción de los principales aliados del caudillo. En honor de la verdad, las iniciativas de la Sierra eran totalmente independientes de lo que otros grupos de acción hacían en el Escambray, en Miami, Washington, New York o Caracas.

 

Los clamores de unidad y de fusión eran siempre rechazados con insistencia por el caudillo de la Sierra. Por ello Gastón Baquero ha señalado que muchos se quisieron engañar o no pudieron contrarrestar los úcases monopolizadores que venían de las lomas. Así, pues, la violencia, la guerra y la venganza ya se habían establecido desde antes de bajar de las alturas y los fusilamientos, desde entonces, eran parte de «la justicia revolucionaria».

 

La revolución, desde sus inicios, utilizaba ambas manos para indicar sus caminos. La derecha predominaba en la gran propaganda que se lanzaba por Radio Rebelde para Cuba y para la opinión mundial. La izquierda se usaba más sutilmente para firmar compromisos con los camaradas que subían, bajaban o permanecían en las guaridas selváticas.

 

La mano zurda era la que menos ruido hacía pero apretaba el puño con todo su simbolismo. Ahí estaba la revolución traidora. La del cálculo, la de la estrategia, la agazapada, controlada por ese autócrata manipulador.

 

Ingenuidad popular y complicidad de las dirigencias

 

El pueblo cubano es generoso y noble, pero de un espíritu emotivo y sentimental, que lo hace poco amigo del examen crítico, objetivo o veraz. Somos por ello de reacciones muy pendulares e inestables. Lo que indica una lamentable inmadurez política. Vivimos del «wishfull thinking», del «ojalá suceda». «Ojalateros», decía Pastor González, aquel gran cubano que luego de mucho ajetreo público cambió la tribuna política por el púlpito sagrado.

 

En verdad, creo, que todos los países tienen siempre una masa crédula e ignorante que suele pesar más de lo recomendable en cualquier balanza política. Un pueblo tan culto y filosófico como el alemán fue víctima de los cantos de sirena de Adolfo Hitler. Y los italianos y los argentinos -perdónese si puede haber redundancia- se emborracharon con los piropos de Mussolini, de Perón y de Evita.

 

De todos modos, nuestra idiosincrasia optimista, románticona y jacarandosa, nos cantaba siempre que en Cuba «no hay problema» y la «toalla» era una pieza de uso político para secar muchas lágrimas. En el «totí» recaían siempre todas las culpabilidades. Y en todo caso la geografía, «las noventa millas», «los gringos», no permitirían que en Cuba ocurrieran ciertas cosas…

 

Pero la responsabilidad de las clases «vivas» y de todas las dirigencias, desde la política hasta la religiosa, dejaba bastante que desear.

 

Castro, con su dialéctica morbosa, ha sabido condenar cualquier tipo de intervencionismo sobre Cuba mientras él, sin el menor recato, ha mendigado al mundo entero, especialmente a la ex-Unión Soviética, todo tipo de ayuda al tiempo que sus propias tropas y sus infiltraciones invasoras, violan todas las soberanías posibles a su alcance. Un caso bien ejemplar de su maquiavélico proceder ocurre con el problema del embargo norteamericano. Independientemente de la razón o sin razón del mismo, él es quien tiene impuesto sobre Cuba un embargo interno, negándole a los propios ciudadanos lo que les da a los turistas, y a la «la nueva clase». Y, al mismo tiempo, subestima al peso cubano y beneficia a los pudientes que consiguen dólares. Todo lo cual, además de la ineficiencia del sistema, tiene una intención política de hacer al pueblo dependiente de las arbitrariedades del gobierno.

 

El internacionalismo castrista ha originado, paradójicamente, un aislacionismo mayor de la Isla. Y su geopolítica intervencionista ha provocado una peligrosa penetración cubana en casi todas las latitudes tercermundistas con resultados nefastos para esos pobres países y violando, sin escrúpulo, la soberanía de esas naciones.

 

La estrategia castro-comunista, ¿es Castro comunista?

 

Esta es una eterna discusión entre los adictos al tema de la Revolución castrista. No es fácil dar una respuesta de sí o no. Los que por privilegio -o infortunio de las circunstancias- pudimos penetrar un tanto en el laberíntico proceso mental del «líder máximo», y de algunos de sus acólitos, podemos concluir nuestra tesis. Respeto, pues, las opiniones contrarias, pero para mí ya no cabe la menor duda de que Castro es, fue y será, marxista-leninista como él mismo terminó por decir -y desde entonces nunca se desdijo-. Ahora mismo, cuando se ha quedado prácticamente solo, con un país en ascuas, el testarudo gerifalte del único gobierno comunista en América, sigue izando la bandera roja. Hubiera sido muy fácil, por justificaciones económicas, haber dado el viraje, lo que le habría ganado la simpatía y la ayuda de los Estados Unidos y de casi todos lo países de Europa y de América Latina. Incluso de la desvencijada Unión Soviética a la que hubiera podido servir hasta de modelo. Acaso así Castro podría recuperar parte de su carisma hoy tan arrugado por sus fracasos e impotencias.

 

Si por los frutos los conoceréis ahí tenemos a Castro dueño y señor de la revolución marxista, quizás más ortodoxa de todas las que se conocen. Creo que nadie -ni siquiera los rusos- alcanzaron la velocidad y aceleración de los primeros tiempos de la revolución totalitaria en que resultó el trágico ensayo cubano. Las drásticas reformas en Cuba, en 1959, 60 y 61 no tienen que envidiar nada de lo que se hizo en Checoslovaquia, Hungría, Polonia o en la misma Unión Soviética en los primeros años de imposición marxista. La comunización de Cuba dejó pequeños otros procesos similares. Si Castro siempre decidía todo y la revolución resultó marxista, fue justamente porque el máximo líder lo quería. De lo contrario la revolución hubiera seguido el curso democrático que el pueblo buscaba.

 

Desde el principio, siguiendo el patrón comunista, se concentró en montar su sistema de propaganda y su aparato represivo de inteligencia y terrorismo. La efectividad mayor de este régimen ha recaído en su capacidad publicitaria -Castro tiene mucho de Goebbel- y en su poderoso instrumento policiaco-militar de seguridad. -Castro tiene mucho de Stalin-. Esos han sido sus dos grandes éxitos: la propaganda y la represión y siempre en íntima dependencia del culto a la personalidad del «líder máximo».

 

Fidelo-comunista

 

El argumento esgrimido por algunos de que Fidel es fidelista antes que todo, olvida que Stalin fue stalinista primero que comunista como Kruschev fue kruchevista, Lenin leninista, o Ramiz Alia, ramizista. El comunismo ha sido un medio más que un fin para buscar el poder absoluto de sus líderes y mantenerse en él, ha sido un ropaje para vestir la dictadura del proletariado lo mismo en Cuba que en otros países. Y en ningún caso se ha seguido al pie de la letra el recetario marxista-leninista para alcanzar el poder o mantenerlo. El individualismo de los jefes ha primado sobre el colectivismo socialista, es decir el capitalismo de estado.

 

Fidelo-oportunista

 

Tampoco el hecho de que Castro sea un oportunista -que lo es- es razón suficiente para conceder que no es comunista. No conozco un solo capitoste del comunismo internacional que no sea oportunista. El terrible Honecker también lo fue como todos sus sucesores, como Jaruzelski o Gomulka en Polonia, como Zhivkovo en Bulgaria. Que Castro pudo haber sido nazista tampoco lo exime de su totalitarismo marxista. Cualquiera -o al menos algunos- de los líderes marxistas pudieron haber cambiado la hoz y el martillo por la misma swástica si el nazismo estuviera de moda o se hubiera impuesto. Después de todo el nacional-socialismo y el socialismo marxista son primos hermanos bien llevados. Por ello supieron firmar pactos de no agresión cuando las conveniencias así lo aconsejaron. Que Castro tiene mucho de nazista es cierto. Lo cual sólo refuerza su condición de comunista manipulador y si hubiera habido vientos favorables a su ascensión por la escalera nazi-fascista lo hubiera hecho. Pero su sentido estratégico le dijo que no era el momento para ser nazista ni siquiera para ser un dictador tropical. Por eso no quiso ser tampoco un mero autócrata al estilo de Batista, Somoza, Strossner, Pérez Jiménez o cualquier otro al uso. Le provocaba más la figura de un Tito -que fue también profundamente titoista- o el chino Mao que jugó todo tipo de cartas para mantenerse en el poder. En su oportunismo la carta marxista-leninista fue la escogida. La motivación se aprovechó de la oportunidad.

 

Creo que si no hubiera habido toda una concepción ideológico-estratégica definida, Castro no se hubiera lanzado en busca de un socialismo marxista, a 90 millas del Tío Sam, que en un principio estuvo feliz y presto para encauzar a Cuba por la vía democrática y capitalista como correspondía a sus mejores intereses. Pero Castro aspiraba a ser algo más que un dictador títere de los Estados Unidos. Y prefirió escoger su carta marxista, en una etapa de guerra fría, a pesar de que su triunfo se debió, en gran parte, a la actitud final de los Estados Unidos contra Batista, al cual abandonaron y le decretaron un embargo de armas que sirvió de jaque mate para acorralar al entreguista ejército batistiano. Así se dio luego la paradoja de que los dos grandes poderes del mundo, a partir de Kennedy y Kruschev, se convirtieron en los mejores guardaespaldas de la tiranía castrista o castro-comunista.

 

De la negación a la afirmación

 

Que Castro negara reiteradamente su condición de comunista en una Cuba, donde la simpatía hacia esa ideología era realmente muy pobre, es explicable. Castro, que, de tonto no tiene un pelo, lo sabía perfectamente y, por eso, reiteradamente, en público y en privado, negaba su posición y su mentalidad comunista. El uso de la mentira, así como cualquier medio que sirva en un momento dado a la revolución, es un principio muy leninista, tal vez aprendido de Maquiavelo.

 

La dialéctica marxista, por otra parte, hace de las contradicciones toda una teoría para su desarrollo. Sólo cuando las condiciones objetivas y subjetivas son propicias para la definición se reconoce el hecho. Mao-Tse-Tung, en la China, al principio se presentaba como un mero reformador agrario.

 

El Partido Comunista de Cuba, dominado por la vieja guardia, no quiso apostar inicialmente por este joven revolucionario que surgía. Castro pretendía dominar y por eso prefirió no pertenecer a sus huestes, como sí lo hizo Raúl en 1953. Prefirió prepararse para manipular el viejo esquema cuando lo creyera oportuno. Para ello, desde la Universidad, ya empezó, como hemos visto, a codearse con todos los elementos filo-comunistas y comunistas, buscando aliados para acaparar el control. Lo mismo trató de hacer en el Partido Ortodoxo que, paradójicamente, tenía como dirigente a Chibás, bien anticomunista, pero la organización estaba minada por comunistas más o menos confesos en aquella época. Hay que recordar que aunque el comunismo cubano no tenía fuerza electoral de primera potencia sí poseía disciplina, organización y afanes de infiltración y de conquista del poder, desde que Fabio Grobart comenzó su diligente labor de zapa. Antes de salir el Granma de Méjico, el caldo comunista ya hervía. El Che no se incorporó de ingenuo en la partida. Pero la CIA dormía mientras la KGB actuaba. Las guerrillas calientes entibiaban la guerra fría.

 

Contradicciones dialécticas

 

En el Moncada combatieron sólo dos comunistas reconocidos. Según Melba Hernández, entre los moncadistas estaba prohibido mencionar las tesis marxistas. Pero tampoco hubo críticas al comunismo por parte de Fidel en su etapa insurreccional. Sin embargo, la propia Melba Hernández sostuvo que Abel Santamaría -muerto en el Moncada- siempre insistió en la necesidad de que Fidel se hiciera comunista. En el famoso discurso «La Historia me Absolverá» -que tiene un buen tramo de plagio a Hitler- entre líneas, en interpretación de Gastón Baquero, se podía sospechar un espíritu marxista larvado.

 

Debray ha insistido, que en la técnica cubana, Castro sustituyó el Partido por el Ejército. Acaso por eso el Che decía que el ejército de las sierras ya podía contar con un programa mínimo de acción, puesto que en sus tropas el adoctrinamiento no era escaso. Nunca se olvide que para Castro todos los métodos y medios son buenos siempre y cuando sean útiles para sus planes, independientemente de que resulten ortodoxos o heterodoxos desde el punto de vista marxista-leninista.

 

Paso a paso…

 

Carlos Rafael Rodríguez jugó un papel clave en el proceso de afirmación marxista de Castro y en el casamiento de lo que fue en un principio un mero amancebamiento del Comandante en Jefe con los viejos y nuevos comunistas. Así primero se armó aquella ORI (Organizaciones Revolucionarias Integradas) que amparaba a las siglas más involucradas en el proceso. Luego se llamó el PURS (Partido Unido de la Revolución Socialista) y finalmente, sin máscaras, el PCC (Partido Comunista Cubano) en 1965.

 

Castro, desde luego, no es un aliado seguro de nadie. Sus relaciones con la Unión Soviética y la China comunista han sido siempre variables y temperamentales, como todo lo suyo, y van desde la sumisión abyecta hasta la hepática rebeldía. Sus conversaciones con los rusos -de modo abierto- comienzan en Cuba desde el propio año 59, casi siempre se celebraban en el INRA (Instituto de Reforma Agraria). Su director -Núñez Jiménez- jugó un importante papel en el interregno paralelo. Según Fabio Grobart, la fusión incipiente de todos los elementos de la vieja y la nueva guardia comenzó en 1959. Pero los asistentes a aquellas reuniones eran tamizados siempre por el filtro de Fidel. Los más asiduos al conciliábulo: el Che, Camilo, Raúl, Blas Roca, Ramiro Valdés y Alfredo Guevara. Alguien dijo: «Mierda, ahora que somos gobiernos tenemos que seguir reuniéndonos ilegalmente».

 

Pero aceleración histórica

 

La velocidad de la comunización ya en el propio año de la victoria es increíble. Castro había dicho que si en el Turquino hubiera proclamado su socialismo no hubiera podido bajar de la loma. Pero ahora impulsaba -aunque sin aparecer directamente- medidas de indoctrinación y de propaganda marxista. El lro. de enero ya salió la primera edición del periódico oficial del PSP, «Hoy», que había sido clausurado durante mucho tiempo. Enseguida surgieron las EIR (Escuelas de Instrucción Revolucionaria). Otro gran centro de adoctrinamiento se instauró en la Primera Avenida de la Playa en el que colaboraron, entre otros, Leonel Soto, Valdés Vivó, Lázaro Peña, y Blas Roca.

 

Un «Manual de Preparación Cívica» cargado de doctrina marxista se hizo pronto texto para escolares. La entrega a los comunistas de la CTC (véase el capítulo VI) fue una de las «bravas» más indecentes que se han dado para usurpar el control a los no comunistas. Cuando Castro se declara socialista ya se habían tomado muchas avenidas. Raúl en pocos meses desbarató el aparato militar y formó un nuevo ejército policíaco-militar y de seguridad, al estilo de los países comunistas. El fin siempre fue el mismo, los medios variaban.

 

Amigos de Fidel suelen comentarme con frecuencia el impacto que recibió ya estudiante cuando leyó -y se aprendió- el Manifiesto Comunista de 1848. Cuando lo de Bogotá (1948) Fidel dijo que «ya era casi comunista». En aquel evento Castro se mezcló con los peores elementos de izquierda y con gente de armas tomar. Sus arengas allá, en país extranjero, fueron bien extremistas. Como se sabe aquello fue un brote de terrorismo que se destapó con motivo del asesinato de Gaitán, el popular líder colombiano, durante la Conferencia de Cancilleres que dio origen a la nueva OEA. Castro fue salvado gracias a las gestiones del Embajador Guillermo Belt que lo llevó para Cuba en avión especial.

 

Hubo un tiempo en que Raúl Castro se jactaba de haber sido quien inició a su hermano en la secta comunista. Sin embargo, Alfredo Guevara, más discretamente, decía que él era «el culpable, pero los jesuitas le habían hecho mucho daño».

 

La tocata en fuga

 

Pronto empezaron las renuncias de personajes del gobierno donde la denuncia de infiltración comunista era la razón fundamental del abandono de los cargos. Notorio fue el caso de Pedro Luis Díaz Lanz, jefe de la aviación revolucionaria, testigo de las conversaciones pro-comunistas que le escuchó al propio Fidel. El presidente Manuel Urrutia también alegó la penetración comunista en su salida. Y Manolo Artime. Y Hubert Matos y Rogelio Cisneros. Pero el traidor seguía diciendo que su revolución «no era roja sino verde como las palmas». Sólo los muy cegatos no veían la creciente infiltración comunista en casi todos los sectores nacionales y en las llamadas «leyes revolucionarias».

 

La lluvia de renuncias de reconocidos dirigentes era impresionante por la jerarquía que tenían en el nuevo régimen: Humberto Sorí Marín (luego fusilado), Elena Mederos, Justo Carrillo, Rufo López Fresquet, Manuel Ray, Roberto Agramonte, Felipe Pazos, José Miró Cardona. Hubert Matos fue condenado a 20 años de prisión. Viene después la fuga en masa. Recuérdese simplemente lo de Camarioca y el Mariel, lo de los balseros… más de un millón escapados de un país donde la gente casi nunca emigraba. Si Cuba no fuera una isla hoy sería un desierto.

 

Predicciones confirmadas

 

Las pruebas del proceso de comunización eran cada vez más evidentes. Algunos políticos y sacerdotes que habían vivido etapas semejantes en China y en Europa veían claramente la tipicidad del fenómeno. Pero nadie parecía creerlo. En todo caso querían salvar la buena fe de Castro al que tanto habían endiosado. No querían confesar su gran equivocación de haber colaborado tanto para establecer el nuevo régimen. Entre los pocos políticos que profetizaron el desastre hay que mencionar a Juan Antonio Rubio Padilla, gran figura de la generación de 1930, que no se cansó de denunciar, con mucha anticipación, la maniobra comunista. Por otra parte, los batistianos acusaban de comunista a Castro y su revolución, pero la falta de moral de aquel gobierno espúreo restaba credibilidad a sus denuncias. El temor a ser fusilado -física o moralmente- inhibía a muchos de manifestarse con claridad. Se impuso un terrorismo verbal que constituyó una verdadera pesadilla. Una ola de calumnias arrollaba a los disidentes y opositores. La censura y las «coletillas» en los periódicos frenaban conductas. Pronto se confiscó toda la prensa independiente.

 

Una pesadilla inconclusa

 

A los pocos meses aquello parecía una pesadilla. Deserciones, traiciones, falsas acusaciones, censuras, irrespeto a la persona, a las instituciones revolucionarias, periodísticas, económicas, religiosas y de todo tipo. Jóvenes y viejos, hombres y mujeres que mostraban su anticomunismo eran perseguidos, presos o fusilados; aquello no parecía real. Los hijos denunciaban a sus padres. Los casados a su pareja, los hermanos a sus hermanos. El paredón aumentaba. La cárcel y el exilio eran las únicas salidas para sobrevivir.

 

A modo de conclusión

 

El hecho de que Castro sea un bribón sagaz, con todas las buenas y malas capacidades que posee, es un índice de que hizo lo que quería, es decir establecer un país comunista. Lo que hizo en Cuba fue, pues, lo que más ambicionó. Pudiera haber sido un gran reformador constructivo si hubiera querido. Si en esto de la comunización los siguieron tantos -unos por tontos, otros por vivos- es porque sucumbieron ante el hechizante brujo de tribu que fue este gran actor y autor de teatro que se propuso llevar a Cuba hacia el escenario comunista internacional.

 

Los viejos socialistas, marxistas, o comunistas cubanos, como quiera llamárseles, jugaron con Castro y Castro con ellos. En definitiva eran dos mitades de la misma cosa. Ambos hicieron bien su papel en busca de un poder absoluto, totalitario. Castro más hábil y carismático, se impuso con recursos nacionales e internacionales. Se aprovechó de la guerra fría para dar rienda suelta a su ancestral odio al «imperialismo yanqui», no obstante la ayuda que los vecinos del Norte le prestaron cuando decidieron alejarse del corrupto régimen de Fulgencio Batista. Y los tontos útiles, o inútiles, se plegaron a la manipulación castrista que tan pronto se presentaba como humanista, tercermundista, antiimperialista o en otros términos. El hijo de Birán manipulaba esos conceptos políticos y los enrojecía a su capricho. Esto es esencial para entender el complejo y difícil crucigrama cubano.

 

Muchos biógrafos y autores al escribir sobre Castro tratan de esconder todavía su manipulación traidora y su credo marxista encandilados por la indiscutible personalidad de quien rompió con los signos que marcaban la geopolítica y la historia de Cuba. No parece que la historia lo absolverá como adujo en su discurso famoso en el juicio por el ataque al Moncada. Acaso ningún hombre en toda la historia cubana pudo haber hecho tanto por su país, ya que contaba con un pueblo totalmente fascinado con su personalidad y estaba consciente de las reformas democráticas que se anhelaban. Lejos de eso Castro torció el rumbo hacia la izquierda socialistoide de un modo alocado y deletéreo fusionando la revolución con su propio absurdo modo de ser.

 

Los rasgos característicos del personaje

 

¿Cuál es la personalidad psicológica de nuestro personaje? ¿Cuál es su patrón de conducta más permanente?

 

Para describir el carácter y el temperamento de esta figura singular acudiremos al testimonio de algunos buenos conocedores del personaje y de la psicología humana.

 

Al principio de la Revolución, en el año 1960, el Dr. Rubén Darío Rumbaut -brillante médico psiquiatra- trazó la silueta sociopática de Castro con «muchos fuertes rasgos paranoides» lo que lo lleva siempre a necesitar enemigos, «que cuando no los tiene los crea».

 

«Parece cumplir -dice Rumbaut- lo que en psicología se llama «profecía autorrealizada»: anuncia sin más pruebas que determinado sector es su enemigo e inmediatamente empieza a funcionar sobre esa suposición, atacando y ofendiendo a su pretenso rival… anuncia triunfalmente al mundo que su «profecía» había estado correcta, que aquel había sido siempre su enemigo, sin percatarse de que él mismo es quien se ha convertido en tal».

 

«El lenguaje de Castro -añade- gira alrededor de esos conceptos y de esa actitud ante la sociedad. Sus palabras favoritas son: enemigo, conjura, campaña, ataque, agresión, lucha, muerte, maniobra, traición».

 

Y para corroborar su aserto, Rumbaut brinda una lista de nombres de los agredidos (ya en 1960): el Directorio Revolucionario, su invitado de honor José Figueres, el Presidente Urrutia, el Embajador de España Lojendio, la Iglesia Católica, la Masonería, los norteamericanos…..

 

Otro estudio acucioso sobre la psicopatología de Castro se lo debemos al eminente psiquiatra Dr. Humberto Nágera, quien en su «Anatomía de un tirano» acusa también a Castro de «desorden paranoico» y lo retrata de este modo:

 

«Altamente dotado, en verdad extraordinariamente dotado, personalidad de gran desorden narcisista y megalomaniático con rasgos psicopáticos. Debe enfatizarse que su narcisimo y megalomanía son de proporciones gigantescas… un ser humano extraordinariamente inteligente, con una notable habilidad política así como para manipular grandes masas de gente. Lo que recuerda a Hitler y Mussolini».

 

Y continúa el Dr. Nágera:

 

«… Posee serios desajustes en la formación de su super ego lo que implica que es altamente corruptible, es decir, sus creencias éticas no son estables y frecuentemente cambian para acomodarse a sus deseos… lo que lo convierte en un individuo extraordinariamente peligroso».

 

Y el ilustre psiquiatra comprueba su diagnóstico con la osadía de Castro al llevar al mundo a una confrontación nuclear cuando la crisis de los cohetes. Y recuerda cómo ha podido agraviar y supervivir a nueve presidentes norteamericanos: Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan. Busch, Clinton.

 

Nágera, Rumbaut y otros autores, han destacado las actitudes violentas de Castro hacia su padre y la doble reacción que proyecta ante la fuerza paterna y la humildad materna que provoca anárquicamente irregulares patrones de conducta en un hogar de difíciles relaciones. Su fría indiferencia ante la muerte de su padre Don Ángel Castro y aun de su propia madre doña Lina Ruz. Su modo extraño de tratar a todas las mujeres y su hipocresía para con sus propios compañeros de lucha.

 

El narcisismo de Fidel lo lleva a no interesarse por nada ajeno. Sólo le importa y ama lo que concierne a su persona. Esto explica el porqué casi todo el grupo original revolucionario de los primeros tiempos desapareció misteriosamente (tal es el caso de Camilo) o fue preso, fusilado, o escapó al exilio. «Alejandro» fue el seudónimo con que el mismo se bautizara en su época clandestina, seudónimo que anuncia sus afanes de guerrero y conquistador y posee un alto nivel de autoestima.

 

Por otra parte la megalomanía de Castro lo hizo pensar que la Isla de Cuba le quedaba pequeña para sus ambiciones políticas mundiales. De ahí su conocido afán de exportar la revolución a cualquier esquina del planeta y para ello formar un ejército descomunal para el tamaño del país y su población entonces (1959) de poco más de seis millones. Con lo cual, superó con creces el militarismo batistiano, asunto puntual de la oposición.

 

Según el psiquiatra Nágera el caudillo criollo sintió una gran identificación con Primo de Rivera, Franco, Hitler y Mussolini, pero también, paradójicamente, con José Martí y Antonio Guiteras, a los cuales ha tratado de imitar parcial y maliciosamente.

 

En la obra del Dr. Julio Garcerán de Vall, titulado «Perfil Psiquiátrico de Fidel Castro Ruz» su autor reitera los rasgos patológicos en la psicología del líder cubano, acentuando la nota paranoica que se revela en toda su actuación. En un serio recorrido por sus aristas personales, Garcerán señala explícitamente los rasgos más notables del carácter y del temperamento castrista: desconfianza, megalomanía, egoísmo, poca afectividad, antisocial, desajuste social, intelectualidad, egocentrismo, emotividad, ingratitud, hostilidad, irritabilidad teatral, posición defensiva ante el mundo, complejo de superioridad, subestimación y negación de otros, inseguridad, intimidación, astucia, suspicacia, orgullo, proyección de su conducta en otros, racionalización, agresividad, causticidad, mitomanía.

 

Aunque larga la lista del Dr. Garcerán tampoco es exhaustiva. Y lo interesante es que el propio autor enriquece su enumeración con hechos reales y anécdotas bien conocidas que avalan su juicio, imposibles de relatar dada la brevedad de este trabajo.

 

El Dr. José Ignacio Lasaga, afamado psicólogo, me señaló en cierta ocasión, que además de la tendencia paranoide, tan visible en el perfil castrista, existían también rasgos esquizoides que lo alejaban de las realidades más visibles y que los agrandaba con su tropical imaginación. Recuérdese el caso, bastante reciente, en que propuso a un grupo de sus expertos ganaderos la necesidad de «inventar» una vaca doméstica, concebida en un laboratorio genético, que resolviera, a nivel familiar, las aspiraciones nutricias de la leche, el queso y la carne, ante la escasez que se produjo en el país como consecuencia de su absurdo sistema económico. Alguien de su equipo, con espíritu de sorna, comentó, clandestinamente, al final de la insólita disertación del Comandante: «Esto es increíble, Fidel no se ha dado cuenta que ya eso está inventado y es la chiva…»

 

En los días iniciales de la revolución, la megalomanía y el narcisismo se alentaban por el propio Comandante en Jefe, al que todo el mundo, tirios y troyanos, le reconocían un gran carisma, pero también lo consideraban un tanto chiflado. La sabiduría popular sintetizaba de este modo su confusa personalidad: «es un loco que en sus momentos lúcidos es comunista».

 

Sin embargo, todos los especialistas coinciden que no es realmente lo que se dice un orate. De haber sido un verdadero esquizofrénico-paranoide habría que exonerarlo de toda responsabilidad ética en sus desafueros. Sus rasgos neuróticos y psicopáticos no constituyen un índice de verdadera demencia, sino una deformación de su personalidad que contribuye a la hipérbole patológica de su pensar, decir y actuar en un odioso juego de espejos, cóncavos y conexos, que desfiguran toda realidad.

 

 

Raúl Roa y Fidel Castro
Raúl Roa y Fidel Castro

La nueva Cuba

Raúl Roa

Discurso en la ONU, 24 de diciembre de 1960

 

http://www.lajiribilla.cu/2007/n310_04/310_11.html

 

No es en cumplimiento de mero trámite ritual que comienzo mis palabras expresando a usted, Sr. Presidente, en nombre del gobierno y del pueblo cubanos, la más cálida felicitación por su elección a la presidencia de la Asamblea en este período ordinario de sesiones. Es con el legítimo orgullo y la clara alegría de quien siente como propio tan señalado y merecido honor. Somos americanos de la otra América y nuestros son los triunfos de sus hijos, como son nuestros también los dolores, afanes y esperanzas de sus pueblos. En usted, peruano ilustre que ha bregado sin tregua ni vacilaciones por trasmutar en carne de realidad el espíritu de los más altos principios de la convivencia internacional, la Cuba nueva se siente satisfactoriamente representada en este parlamento universal de naciones.

 

No resulta ocioso puntualizarlo: la Cuba nueva que tengo la honra de representar ha mantenido, mantiene y mantendrá en sus proyecciones internacionales una posición congruente con la naturaleza y los objetivos nacionales de la Revolución que conquistó su plenitud de albedrío político y está transformando su estructura económica y su paisaje social. Cuba es hoy, por primera vez en su historia, efectivamente libre, independiente y soberana y, en consecuencia, su política internacional se ha emancipado de toda clase de ataduras, supeditaciones y servidumbres. Durante el trágico septenio en que ocupó esta tribuna su espolique de la dictadura derrocada, el voto de Cuba se emitió, siempre, a dictado ajeno. Hoy Cuba vota por cuenta propia y a tenor de su política internacional propia. Lo demostró ya al discutirse la cuestión de los Camerunes y acaba de corroborarlo, absteniéndose al votarse el proyecto de resolución sobre el asendereado tema de la representación de China. Digámoslo ya sin ambages: la colonia sobreviviente en la República se extinguió, totalmente, con la fuga vergonzante del ex dictador Fulgencio Batista y el establecimiento del gobierno revolucionario. La alborada de redención que se inició con el advenimiento del año de 1959 alumbra una etapa nueva en la historia de América. No en balde la Revolución Cubana aporta fórmulas autóctonas al nivel de los tiempos para la solución de sus crónicos problemas, y restituye a la dignidad humana valores universales escarnecidos en este hemisferio y en otras latitudes.

 

De la hondura y el alcance de la Revolución Cubana da exacta medida la campaña de falsedades, calumnias y vituperios de que viene siendo objeto por agencias cablegráficas norteamericanas y órganos de prensa de distintos países harto conocidos por su espíritu reaccionario y pragmáticas proclividades. Los mismos intereses que enmudecieron, por razones de pura conveniencia, ante los crímenes horrendos cometidos por Batista son los que ahora, en connivencia con algunos senadores y criminales de guerra cubanos, urden, organizan y financian esta campaña, enderezada, primordialmente, a suscitar un ambiente internacional propicio a las invasiones contrarrevolucionarias, con centro de operaciones en Miami y en la República Dominicana, como la recientemente descubierta y aplastada, y, asimismo, a la intervención extranjera so capa de la mendaz “infiltración comunista en las esferas oficiales”.

 

Pero ni esa aviesa campaña, ni esos descabellados proyectos, ni esa amenaza de intervención extranjera, nos harán ceder un milímetro en la defensa de la autodeterminación del pueblo cubano y del desarrollo ascendente de la Revolución. Lo que supimos ganar como hombres, lo conservaremos como hombres y, estamos seguros, con el apoyo moral de los pueblos subdesarrollados de América, África y Asia, ya que la derrota de la Revolución Cubana entrañaría su propia derrota y, por ende, un ostensible retraso en el proceso inexorable de su liberación. Y estamos seguros de que contaremos en pareja medida con la simpatía de los pueblos desarrollados y, sobre todo, del pueblo norteamericano, que forjó la libertad, el progreso y la prosperidad que hoy disfruta en porfiada lucha contra los obstáculos que se levantaron en su camino. La América de Jefferson, Hamilton y Lincoln, aunque distinta por su origen, lengua y trayectoria, es idéntica en sus aspiraciones humanas a la América de Bolívar, Juárez y Martí.

 

Afronta hoy la humanidad una coyuntura en que se entremezclan y confunden vagidos y estertores, polaridades y distensiones, luces y sombras, ilusiones y agonías. No podía ser de otro modo en una fase transicional en que se disputan el cetro de la historia que es a la par flujo y rebalse, nuevas y viejas concepciones, métodos, valores y rutas. Una de las dualidades más dramáticas de esta hora decisiva es que, en tanto las grandes potencias invierten fabulosas cantidades en medios de destrucción y se aprestan audazmente a la conquista del cosmos, millones de seres desamparados se levantan con el sol y se acuestan con el hambre. La desproporción entre el ritmo del progreso técnico y del ritmo del progreso social es, en verdad, alarmante. Crece la penuria a medida que el hombre desencanta la naturaleza. Sobra la libertad interplanetaria y falta en este planeta. Mengua la dignidad humana mientras aumenta el saber científico. El mundo de las cosas, controlado por minorías privilegiadas, se sobrepone ya, e intenta uncirlo y degradarlo, al mundo del espíritu. Los gobiernos aparecen vertebrados en bloques hostiles y nunca ha sido más íntima la interdependencia, y más apremiante la necesidad de entendimiento y compenetración entre los pueblos, a merced de la chispa que los suma en pavorosa conflagración nuclear. Y, mientras su tranquilo satélite se aproxima cada vez más en condición de tributario, la paz se aleja cada vez más del globo terráqueo.

 

Esas hirientes dualidades, surgidas de la forma en que se ha usado y suele usarse el poder, la riqueza y la cultura, son las que urge superar en una síntesis en que los medios de destrucción se truequen en medios de producción y el hombre advenga raíz y ápice de la organización política, económica, social y cultural de la convivencia nacional e internacional. La gran tarea y el gran deber de las Naciones Unidas es, acorde con sus normas y postulados, contribuir incansablemente a la sustitución del mundo edificado para la muerte en que moramos, por un mundo construido para la vida.

 

La política internacional del gobierno revolucionario de Cuba responde, cabalmente, al sentido humano que configura y rige su política nacional, hechura de las necesidades y aspiraciones del pueblo que la sustenta. Desgraciadamente, es un hecho como puño que el mundo se halla hoy dividido en dos grandes grupos, conducidos, respectivamente, por los Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, ambas armadas hasta los dientes, y un tercer grupo, con mucha más fuerza moral que material, que pretende servir de puente entre aquellos. Cuba figura, por su tradición histórica, su localización geográfica y sus obligaciones internacionales, en el grupo denominado occidental. Pero el gobierno revolucionario de Cuba no admite ni acepta dilemas falsos ni disyuntivas prefabricadas. Esto quiere decir, en términos concretos, que no admitimos ni aceptamos que haya ineluctablemente que elegir entre la solución capitalista y la solución comunista. Hay otros caminos y otras soluciones de limpia textura democrática; y Cuba ya encontró su propio camino y la solución propia de sus problemas, que es el camino y la solución de los pueblos latinoamericanos y que es, en última instancia, con las naturales diferencias de matices, lo que le acerca y vincula a los pueblos subdesarrollados de África y Asia, en la denodada búsqueda de su propia expresión. El papel de Cuba en el mundo es llegar a ser quien es y, en ningún caso, ya lo señaló José Martí, servir de arria de una parte de él contra otra o de otra contra una. En el juego de ajedrez de la política de poder, no se nos encontrará nunca fungiendo de dócil peón. Tiempo es ya de que las grandes potencias dejen de administrar, a su arbitrio, la suerte de las naciones pequeñas. La acción compulsiva en Guatemala, Guayana, Hungría, Argelia y el Tibet no debe repetirse.

 

Dentro de ese complejo cuadro de factores, el gobierno revolucionario de Cuba ha mantenido, mantiene y mantendrá una política propia, dictada por los superiores intereses del pueblo que representa y de los pueblos de su estirpe y afines. Aunque alentamos el hermoso sueño de un mundo libre y democráticamente unido en su diversidad, y entendemos que la perspectiva universal se impone en nuestra época, y es esta, justamente, una institución que se ocupa y preocupa por el mejoramiento de las relaciones humanas en el ámbito internacional, es obvio que nos sintamos entrañablemente ligados, por comunidad de vocación, historia, cultura y destino, a los pueblos latinoamericanos y, codo a codo, libremos con ellos la ingente batalla de nuestra América contra el subdesarrollo económico, que la deforma, enfeuda y empobrece, y que es la verdadera fuente de los trastornos políticos y de las dictaduras y tiranías que hemos padecido y de las que aún padecemos.

 

Ni capitalismo en su acepción histórica, ni comunismo en su realidad actuante.

 

Entre las dos ideologías o posiciones políticas y económicas que se están discutiendo en el mundo ―ha precisado Fidel Castro, líder máximo de la Revolución Cubana y Primer Ministro del Gobierno―, nosotros tenemos una posición propia. La hemos llamado humanista por sus métodos humanos, porque queremos librar al hombre de los miedos, las consignas y los dogmas. Revolucionamos la sociedad sin ataduras, sin terrores. El tremendo problema del mundo es que lo han puesto a escoger entre el capitalismo, que mata de hambre a los pueblos, y el comunismo, que resuelve los problemas económicos pero que suprime las libertades, que son tan caras al hombre. Los cubanos y los latinoamericanos ansían y quieren una revolución que satisfaga sus necesidades materiales sin sacrificar sus libertades. Si logramos esto por métodos democráticos, la Revolución Cubana pasará a ser clásica en la historia del mundo. Y nosotros no entendemos las libertades como las entienden los reaccionarios, que hablan de elecciones, pero no de justicia social. Sin justicia social, no hay democracia posible, ya que los hombres serían esclavos de la miseria. Por eso hemos dicho que estamos a un paso más de la izquierda y de la derecha, y que esta es una revolución humanista porque no deshumaniza al hombre, porque tiene al hombre como su objetivo fundamental. El capitalismo sacrifica al hombre; el estado comunista, con su concepción totalitaria, sacrifica los derechos del hombre. Por eso no estamos con ninguno de ambos sistemas. Cada pueblo tiene que desarrollar su propia organización política, extraída de sus propias necesidades, no impuesta ni copiada; y la nuestra es una revolución autóctona, cubana, tan cubana como nuestra música. ¿Se concibe que todos los pueblos escuchen la misma música? De ahí que yo dijera que esta revolución no es roja, sino verde olivo, porque el verde olivo es precisamente el color nuestro, de la revolución que salió del Ejército Rebelde, de las entrañas de la Sierra Maestra.

 

Esta posición no es tercera, ni cuarta, ni quinta posición: es nuestra posición, la indoblegable posición del gobierno revolucionario y del Movimiento 26 de Julio, que equidista de las estructuras totalitarias y seudodemocráticas del poder, y se traduce en régimen de opinión pública en lo interno y en diplomacia de puertas abiertas en el externo.

 

El humanismo, como idea, remonta su genealogía a la antigua Grecia. Afloró en la espléndida madurez del siglo de Pericles en apotegma ya consagrado por la posteridad: “El hombre es la medida de todas las cosas.” En aquella sociedad fundada en la esclavitud, el único hombre que pudo ser medida de todas las cosas fue el propietario de ilotas. Esta idea se enriquece, siglos después, al postular el Cristianismo, en una sociedad fundada en la servidumbre, la inviolabilidad de la conciencia humana como salvaguarda de la dignidad de la persona. El humanismo renacentista, flor exquisita de la más prodigiosa primavera del espíritu que registra la historia, ensayó en vano, en aquella sociedad emergente y fragmentada en intereses, fuerzas, relaciones y valores contrapuestos, hacer de lo humano el común divisor de todos los grupos, oficios y clases, confiando, ingenuamente, la supresión de los desniveles sociales a un acto de voluntad individual. El humanismo rebrotó, impetuosamente, como idea, con la Ilustración y ya como actitud durante la Revolución Francesa, bajo la célebre divisa “igualdad, libertad y fraternidad”. Pero, si bien es cierto que el derrocamiento del absolutismo, las invenciones mecánicas y las revoluciones emancipadoras de América tendieron a soldar el hiato entre la idea y la realidad, no lo es menos que aquél se ensancha y profundiza por el predominio del régimen de lucro, la patológica desviación de la técnica y la irrupción de la estatolatría, con la consiguiente declinación de los fueros de la persona, la mecanización de la miseria y el empleo del genio humano en la fabricación de armas devastadoras.

 

Nunca antes régimen social alguno deshumanizó al hombre en tal grado y medida. Pero nunca antes, tampoco, aparece el humanismo en su significado ideal y en sus implicaciones reales como la Revolución Cubana. La idea de que el hombre es el capital más preciado y a la efectiva satisfacción de sus necesidades biológicas y espirituales deben subordinarse el poder, la riqueza y la cultura, es la fuerza motriz de la Cuba nueva que se está erigiendo, a contrapelo de prejuicios, privilegios, resistencias y conjuras. Y, para “poner la justicia tan alta como las palmas y al cubano en el pleno goce de sí mismo”, la revolución ha modificado el régimen de tenencia de la tierra, la organización fiscal, el sistema arancelario, los métodos educativos y aún el estilo de vida, sentando así las bases del ulterior desarrollo industrial, sin sacrificar una sola de las libertades individuales y públicas. Se gobierna hoy, por primera vez, en nombre del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. O para decirlo más exactamente: quien gobierna es el pueblo, ya que el poder revolucionario es su poder y, por serlo, goza de la investidura plausible. Pero, precisamente por ser una revolución de hondas raíces y vastas proyecciones democráticas, no persigue ni teme a ninguna idea y ampara la libre expresión de todas las ideologías, por reaccionarias o extremistas que sean. El respeto al criterio ajeno y a la dignidad de la persona es la clave profunda del sentido humanista de la Revolución Cubana.

 

Si incluso el hombre común de las grandes potencias sueña hoy con la paz perpetua a precio de coexistencia, con mayor razón el pueblo cubano, que por su pequeñez e indefensión la necesita para pervivir y la requiere para la construcción de una vida más libre, más justa y más bella. Somos, pues, partidarios fervientes de cuantos esfuerzos se realicen para aliviar las grandes tensiones existentes, garantizar el derecho de los pueblos subdesarrollados a su libre desenvolvimiento y establecer los fundamentos de una paz sólida y duradera. En ese sentido, las conferencias efectuadas recientemente en Europa y las conversaciones en curso del Presidente de los Estados Unidos de América y del Presidente del Consejo de Ministros de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas constituyen síntomas alentadores. Consideremos, empero, muy poco halagüeño que estas conversaciones se hayan concebido y concertado sin tomarse en cuenta la opinión de las naciones pequeñas y, particularmente en nuestro caso, de las que forman la comunidad latinoamericana, que representa la fuerza moral, política, económica y cultural de doscientos millones de personas. Esa comunidad regional tiene derecho, aunque no fuese más que por su cuantioso peso específico en la comunidad internacional, a que se le informe y consulte en cuestiones que le afectan directamente. Dirimirlas a sus espaldas resulta, cuando menos, incorrecto. O somos iguales jurídica y moralmente como estados en esta Asamblea y los problemas que atañen a la guerra y a la paz se discuten en su seno, o esa igualdad jurídica y moral es solo un enunciado retórico.

 

Cuba quiere dejar también constancia de su absoluta disconformidad con la sustracción, de hecho, a la jurisdicción de la Asamblea, de tema tan capital como el desarme. No queda otra alternativa que aceptar el informe que se confeccione por el denominado Comité de los Diez, al cual han investido de facultad decisoria las cuatro potencias.

 

Interesada vitalmente en la terminación de la guerra fría y en la consolidación de la paz, Cuba considera indispensable que se llegue, rápidamente, a un eficaz y perdurable acuerdo sobre el desarme. Nada bueno augura la desenfrenada carrera de armamentos que han emprendido las grandes potencias. Es hora ya de elaborar fórmulas aceptables que le pongan fin, o al menos la frenen o encaucen.

 

Cuba propugna el cese definitivo de las pruebas de armas termonucleares y se opone al proyecto de Francia de realizarlas en el Sahara. Los millones de seres que correrían peligro de muerte por las precipitaciones radiactivas valen más que el prestigio científico o militar de Francia o de cualquier otro país.

 

Pueblo el nuestro laborioso y pacífico aspira a convivir y comerciar con todos los pueblos de la tierra y, preferentemente, con los de este hemisferio. A tal punto ama la paz, que está convirtiendo sus cuarteles en escuelas y sus tanques en tractores. Y, porque ama la paz y quiere vivir en paz, el gobierno que lo representa reitera su decidido propósito de apoyar los acuerdos que se adopten sobre el desarme y la supresión total de las pruebas termonucleares.

 

El único país con el cual Cuba ha roto sus relaciones diplomáticas y comerciales es con la República Dominicana, y a ello se vio obligada, no solo por las repetidas agresiones de que fueron víctimas sus representantes diplomáticos y su contubernio con los criminales de guerra cubanos allí refugiados, sino por la comisión de delitos internacionales incompatibles con los compromisos interamericanos contraídos sobre la materia. Pero abrigamos la esperanza de que esta forzada ruptura, que no alcanza ni puede alcanzar al pueblo dominicano, sea un breve paréntesis, ya que, desaparecidas las causas, desaparecerán los efectos.

 

El ocaso del sistema colonial en Asia y África, secular reservorio de materias primas de las estructuras imperiales de poder, es uno de los hechos más promisorios que brinda el enconado panorama internacional. Millones de hombres, sometidos durante siglos a la coyunda extranjera, han entrado ya en la categoría política de ciudadanos en condiciones de autogobernarse y decidir su propio rumbo en el concierto de los estados. Cuba, nación que durante largas centurias sufrió en su carne y en su espíritu las afrentas, exacciones y menoscabos del yugo colonial, saluda jubilosa este despertar de África y Asia, y la constitución en naciones libres y soberanas de muchas de sus regiones otrora avasalladas y exprimidas. Su incorporación a la Organización de las Naciones Unidas es un aporte valiosísimo a la causa del entendimiento y la cooperación internacional y, por tanto, del equilibrio y de la paz del mundo.

 

La emancipación de los territorios dependientes y de las naciones aún sojuzgadas en África contribuiría, sin duda, a acelerar y fortalecer el régimen de seguridad y convivencia que todos anhelamos. Algunas de esas naciones y territorios, como el Camerún bajo administración francesa, la Somalia bajo administración italiana, el Togo bajo administración francesa y Nigeria, están ya en proceso pacífico de constitución como estados independientes. Otros, como Argelia, se han visto compelidos a afirmar su voluntad de ser libres y soberanos mediante el ejercicio de la violencia, siempre justa para resistir el mal, la injusticia y la opresión. Este valeroso pueblo se ha ganado ya, en épica contienda, el derecho a ingresar en la comunidad internacional y, por eso, Cuba votará a favor de la independencia de Argelia.

 

Pero la independencia política, sin una firme y variada estructura económica nacional, suele ser, por lo común, ilusoria y, a veces, vestidura formal de un protectorado efectivo. De ahí que la estabilidad y el progreso de los pueblos emancipados de África y Asia dependan estrechamente de su desarrollo económico. Ese es, asimismo, el problema que encaran, en circunstancias y planos diversos, los pueblos latinoamericanos.

 

Cuba ha adoptado ya las medidas de orden interno encaminadas a cimentar la estructura de una economía propia y diversificada y con autonomía de movimiento en el mercado mundial. A ese efecto, ha proscrito el latifundio y ha emprendido un amplio plan de reforma agraria, que, aunado a un adecuado sistema fiscal, arancelario y crediticio, constituye el supuesto indispensable de un desarrollo industrial. Es difícil, sin embargo, alcanzar en poco tiempo tan alto objetivo sin una cuantiosa cooperación internacional de capital público. Las inversiones privadas extranjeras, útiles y deseables si contribuyen al desarrollo nacional, y las instituciones internacionales de crédito no están en condiciones de proporcionar ni siquiera el mínimo de recursos económicos que se necesitan. La Operación Panamericana, iniciativa del presidente de Brasil, Juscelino Kubitschek, constituye, indisputablemente, uno de los proyectos de mayor envergadura en ese campo. En la reunión de la Comisión de los 21, efectuada en Buenos Aires a principios de 1959, el Primer Ministro de Cuba, Fidel Castro, demandó de los Estados Unidos de América, como solución efectiva del problema del subdesarrollo en la América Latina, un financiamiento público de 30 000 millones de dólares en un plazo de diez años. Ninguna vía más idónea que esa para extinguir de raíz la inestabilidad política latinoamericana y asegurar el perenne florecimiento de la democracia representativa. Cuba renovará esta demanda en la Conferencia Interamericana de Quito. Ni hay otra vía que esa para consolidar el futuro de los países emancipados de África y Asia. Las Naciones Unidas, comprometidas a velar por ese futuro, están obligadas a proporcionarles la ayuda económica y la asistencia técnica que requieren dichos países para acelerar sus retrasadas economías y levantar sus niveles de ingresos y de empleo.

 

Cuba, parece obvio decirlo, se opone a toda discriminación por motivos de raza, sexo, ideología o religión y, por ello, hace constar su más severa protesta contra la política del apartheid y contra todo tipo de persecución por disidencia ideológica o confesional, aquende y allende las barreras que separan al mundo oriental del mundo occidental.

 

Es oportuno recordar aquí, con honda amargura, la callada por respuesta que dio esta organización a los angustiosos pedimentos de las instituciones cívicas, profesionales, culturales y religiosas de Cuba, para que, en nombre de la conciencia universal ultrajada, se impusiera un alto a los desafueros, torturas y crímenes impunemente perpetrados por la cruel dictadura de Batista.

 

En el ámbito regional, las repúblicas americanas han arrostrado diversos problemas y situaciones conflictivas, localizadas geográficamente en el área del Caribe. La V Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de las Repúblicas Americanas, que tuvo su sede en Santiago de Chile, fue convocada oficialmente para examinar las “tensiones” en dicha área. No cabe duda de que los enemigos internacionales de la Revolución Cubana aspiraban a sentar a Cuba, cuya actitud frente a las dictaduras residuales en el hemisferio es bien sabida, en el banquillo de los acusados, es decir, convertirla de agredida en agresora. Cuba aceptó el envite planteado en la Organización de los Estados Americanos, como tema central de la agenda, las relaciones entre el subdesarrollo económico y la inestabilidad política. A nuestro juicio la reunión de cancilleres solo tendría sentido y eficacia si iba, derechamente, a determinar la causa profunda de las tensiones existentes en el área del Caribe y en toda la América Latina, ya que confinarlas a una región resultaba tan arbitrario como falso. La causa profunda de las tensiones y trastornos políticos y sociales en la América Latina, agudizados sobremanera en el área del Caribe por el entronizamiento de estructuras autoritarias de poder, es el subdesarrollo económico, con sus inevitables corolarios: concentración de la propiedad rural, penuria masiva, analfabetismo, insalubridad, dependencia comercial, capital absentista y despotismo político. El tema, al cabo incluido en la agenda, tras contumaz y absurda renuencia, fue tratado detenidamente en la reunión de cancilleres, adoptándose, en la resolución correspondiente, nuestro punto de vista, generalizado a toda la América Latina. Cuba obtuvo, también, que la reunión se celebrase a puertas abiertas, y, ante la opinión pública continental, lidió, tenazmente, por el principio de no intervención, el respeto a los derechos humanos, la intangibilidad del régimen de exiliados, la incompatibilidad de las dictaduras con el sistema jurídico interamericano y el derecho de todo estado a rechazar cualquier investigación de sus asuntos internos. Cúpole, igualmente, a Cuba, derrotar, en toda línea, el proyecto de resolución creando una policía internacional que violaba el orden constitucional americano y servía, exclusivamente, los intereses de las dictaduras y de los consorcios económicos que las apoyan. La posición internacional de Cuba salió vigorosamente afirmada de la V Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores.

 

La labor realizada por las Naciones Unidas en el campo económico, social y educativo es digna de toda loa. En prueba de reconocimiento a sus óptimos frutos, Cuba ha aumentado considerablemente, este año, su contribución a los servicios de ayuda técnica. Y ha cooperado económicamente, asimismo, al Año Mundial de los Refugiados, aunque considera que la filantropía internacional es insuficiente para resolver tan agudo y patético problema.

 

La nueva Cuba tiene aún fe en la misión confiada por los pueblos a la Organización de las Naciones Unidas. Esta misión se resume en una palabra: paz. Pero para merecer la paz hay que conquistarla, y solo cabe conquistarla mediante un ahincado esfuerzo a favor del entendimiento, la cooperación y la solidaridad internacionales, fundados en el respeto a los fueros de la persona, en el acceso del hombre común a los bienes que engendra con su trabajo y en el señorío del espíritu sobre la técnica. Pan con libertad, pan sin terror, es el sustentáculo más firme de la paz sólida y perdurable que todos ansiamos.

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.