LA VEJEZ EN LA CUBA DE FIDEL CASTRO

Cómo viven los adultos mayores

en el ‘paraíso’ de los hermanos Castro

Puede parecer un cuento

Dariela Aquique

31 de enero de 2014

 

Inspirado en algunas personas que conozco

 

Se seca el sudor con un desgastado pañuelo. Procura apartarse del bullicio insoportable, del gentío abrumador…. ¡Qué calor tan sofocante, coño!

 

Unos niños juegan a su alrededor, gritando y corriendo furiosamente. Cada vez que les llama la atención, recibe burlas y la hiriente frase de viejo imperfecto.

 

Ese epíteto ya le era familiar. Hace años cuando aún trabajaba, cuando era un obrero vanguardia y un dirigente sindical y un come candela que siempre daba el paso al frente y combatía todo lo mal hecho, así le decían muchos de sus compañeros: tipo imperfecto.

 

Nunca entendió porque de pronto esa palabra, empezó a definir a todo aquel que intentaba hacer las cosas bien, o que señalaba lo que estaba mal… Habían cambiado tantas cosas y con ellas el idioma también, pensaba.

 

Una gritería en medio de la multitud. Prefiere no acercarse. Los gritos se hacen cada vez mayores y eso le trae recuerdos. Se había pasado la vida gritando.

 

Cuando siendo un niño de apenas 15 años, se fue a alfabetizar a las montañas:

 

-¡Lápiz, cartilla, manual, alfabetizara, alfabetizar…!

 

Cuando siendo un joven alegre, se iba voluntariamente a las zafras de caña o de café:

 

-¡…Ay malembe, que los cubanos, ni se rinden, ni se venden, malembe…!

 

Cuando gritó en los actos de repudio:

 

-¡Que se vaya la escoria, que se vayan los gusanos!!!

 

Cuando vociferaba en los desfiles del 1ro de mayo:

 

-¡Fidel pichea que los yanquis no batean!!!!

 

Cuando frenético, lanzando ráfagas desde una trinchera en las selvas de África, exclamaba:

 

-¡Cojoneee!

 

También en las tribunas abiertas: ¡Liberen a Elián! Y en las tantas marchas del pueblo combatiente: ¡Reagan, Carter, Clinton, Bush,… cabrón, acuérdate de Girón!

 

Y más recientemente: ¡Obama, devuelve a los Cinco!

 

Ahora solo lo embarga una rara sensación, de no entender ¿qué pasó? Ahora es solo un viejo cansado que guarda medallas y diplomas en un escaparate. Un veterano pensionado que ha quedado traumado por los clamores.

 

Piensa que muchos de sus amigos se fueron por el Mariel. Que otros murieron en Angola. Que le quedan dos o tres que ve en la consulta para chequear la próstata, o jugando dominó en el Círculo de Abuelos.

 

Sus hijos le tiran en cara,…que tanto que se jodió por esto y se les está cayendo la casa. Sus nietos ponen la música muy alta y solo hablan de irse del país.

 

Pero, él ahora tiene una misión muy importante. Todos los meses va a  pelearse con un buen grupo de ancianos y demás vecinos en la cola del pollo de 17 onzas. Pero él odia los gritos. Y procura apartarse del bullicio insoportable, del gentío abrumador.

 

 

Boulevard de San Rafael: vidriera del fracaso

José Hugo Fernández

7 de octubre de 2013

 

¿En qué estaría pensando Raúl Castro cuando, en días atrás, en una reunión del Consejo de Ministros, dijo que hay que “hacer los experimentos que correspondan” para atajar los efectos del envejecimiento de la población cubana? No es que uno quiera ejercer de francotirador contra todo cuanto expresan nuestros caciques, pero serán fáciles de comprender las razones por las que nos ponemos a temblar tan pronto escuchamos en sus labios la palabra “experimento”.

 

Pongamos por caso, ¿qué podría ocurrírseles experimentar con los ancianos abandonados que ahora mismo están convirtiendo el boulevard habanero de San Rafael en una vitrina de la inutilidad, la desatención y la desidia del régimen?

 

Basta con recorrer las pocas cuadras sobre las que se extiende este tan populoso paseo, para formarse una opinión, más o menos aproximada, del drama de los viejos tirados a su suerte en las calles de La Habana, sin amparo familiar y sin el menor auspicio gubernamental, como no sea el que de vez en cuando les brinda la policía, apilándolos dentro de sus jaulas como a perros sarnosos.

 

‘“A los viejitos hay que atenderlos como a los niños después que cumplieron, sobre todo a los que han estado trabajando’“, dijo también Raúl Castro en la reunión de marras, con lo cual volvió a asustarnos, no sólo ante el temor de lo que podría sucederle a los niños si las autoridades se atienen literalmente a sus palabras, sino por la excepción que hace con respecto a ‘“los que han estado trabajando’”. ¿Quiso decir que quienes no han trabajado con el Estado, no tienen derecho a ser atendidos en la vejez? ¿Y cómo se las arreglarán los burócratas para clasificar a esos ancianos, que no poseen expediente ni identificación ni más propiedad que los harapos que llevan puestos, a fin de sacar en claro los que merecen o no ser atendidos, según sus antiguas ocupaciones?

 

Aunque los caciques fingen no darse por enterados, tan descorazonador como el creciente envejecimiento que hoy sufre la sociedad cubana, es el envejecimiento del sistema fidelista, no sólo en lo referido a la edad de sus principales representantes. También, y sobre todo, al montón de años que han permanecido imperturbablemente con la sartén por el mango, anclados en el mismo discurso y en las mismos experimentos aberrantes y retrógrados de antaño.

 

De tal modo, no veo que les quede otra cosa por hacer sino experimentar con ellos mismos, jubilándose todos juntos, ahora que todavía están a tiempo, como única salida para frenar la tragedia de nuestros ancianos desamparados, así como tantas otras de las que fueron causa y hoy son el impedimento para la solución.

 

 

Lo que nos espera en Cuba al final del camino

Verónica Vega

4 de octubre de 2013

 

Acabo de ver un documental que debieran poner en la TV cubana, en horario estelar. Sería un buen indicio de que se está intentando “cambiar todo lo que debe ser cambiado”.

 

“Al final del camino”, realización de Matraka Producciones, basado en una idea original de Diddier Santos con guión de Yaima Pardo y la dirección de ambos, aborda el delicado tema de la tercera edad en Cuba.

 

El presente de esas generaciones que vieron escapar su vida en un sueño, y ahora enfrentan una realidad que está muy por encima de sus capacidades físicas, psicológicas, y sobre todo: económicas.

 

Sin tanteos maliciosos, sin dobleces políticos, va plasmando la cotidianidad de estos seres marchitos que reflexionan sobre lo que les pasa y hasta hilvanan soluciones. Con estupor, con ingenuidad o sin esperanza.

 

No hay tampoco ardides para activar el sentimentalismo: sólo lo que existe, lo que es, una verdad simple y por momentos aplastante: ancianos víctimas del desamor, la soledad, la vulnerabilidad y hasta el riesgo de la indigencia. Generaciones sorprendidas en medio de su caída que no saben cómo, que no pueden detener el proceso.

 

Se oyen frases como:

 

- Yo estoy viva porque Dios quiere que yo viva

 

- Me siento atropellado por mi familia

 

- Hay problemas materiales pero también conceptuales. No se pueden almacenar personas (en los hogares de ancianos) como se almacenan muebles…

 

Hablan todos: funcionarios que tienen bajo su responsabilidad estos dramas y no le son indiferentes, especialistas que analizan metas, trabas, carencias. Sin rodeos, sin babas. ¿Qué resuelve una pensión, qué resuelve la libreta, qué resuelve Seguridad Social?

 

También hay un fragmento de un discurso de Fidel: “…que en este pueblo de hoy y sobre todo en un mañana muy próximo, cada ciudadano viva fundamentalmente de su trabajo y viva fundamentalmente de sus pensiones”.

 

No es un detalle cáustico, es un elemento puntual, necesario. Se trata de ubicar, de delimitar responsabilidades. Porque son problemas que nos saltan a la cara. Problemas cuya gravedad se acumula.

 

Se ven hogares de ancianos, cuyas edificaciones están prácticamente inhabitables, donde ancianos amontonados ofrecen el sombrío espectáculo de la decadencia. Se ven proyectos de Cáritas o bajo el auspicio de Eusebio Leal con condiciones que sólo tienen en Cuba personas de la clase media, y la diferencia enorme que hace la dignidad.

 

Algunos de los que están al frente de los programas relacionados con el adulto mayor, no son precisamente jóvenes, y tal vez se miren en el espejo de ese “largo tramo de pensión” o incertidumbre, que les tocará también. Como nos tocará a nosotros.

 

Algo que me resultó significativo, es que los entrevistados, más que llamar la atención sobre sí mismos o justificarse, quieren hacer algo. Todo el mundo está cansado de palabras.

 

Como dice un demógrafo hacia el final del filme: “…la población tiene que ser más proactiva. No podemos ser pasivos esperando que algo ocurra (…) Los jóvenes, los ancianos deben tener más participación en la creación de las políticas que los afectan. No pueden ser sólo objeto de esas políticas sino sujeto de ellas”.

 

Creo que somos muchos los que ya estamos de acuerdo en eso. La cuestión es: ¿cuándo y cómo empezamos?

 

Al final del camino (Documental, 2011)

Diddier Santos y Yaima Pardo

Cuba: Las ventajas del Alzheimer

Verónica Vega

18 de mayo de 2013

 

Pasa la mano encallecida y venosa por el bulto de jabitas de nailon. Con dedos trémulos separa una, la pone en la mano del cliente. Cierra los dedos sobre la moneda de a peso. La guarda, pierde otra vez la mirada en el suelo, o en el vacío.

 

Unos metros más allá, otro anciano ha alineado cinco mangos en la acera, a la entrada de una tienda. Tiene el rostro y las manos surcadas de líneas oscuras y ásperas. En su rostro endurecido, en sus ojos, atisbo el estigma silencioso del alcohol.

 

A sólo unos metros, una anciana colocó en su regazo un paquete de café. ¿Será el suyo, el de la cuota?- pienso. Pero sus ojos se pierden tras la opacidad de la ausencia.

 

No puedo dejar de preguntarme qué historias esconden esas líneas, o ese velo que se cierra en sí mismo, cómo eran, cuando ávidas y brillosas, las pupilas contemplaban un mundo que parecía latir con una promesa salvaje de dicha y de éxito.

 

Me acuerdo del tío de una pareja que tuve, que murió en un cuartucho hediondo, atrapado en un cáncer de próstata. Su hermana me contaba que había sido rico, (antes del 59), y había dilapidado su futuro apostando a las mujeres y al juego. Y yo pensaba en que al verse frente a aquel derrumbe externo e interno, debía sentirse estafado por la vida.

 

Pero, ¿y los que acumularon décadas de trabajo paciente, en oficios grises y anónimos, sumando amaneceres estresantes, guaguas llenas, estómagos que resistían el largo ayuno con el sempiterno sorbo de café? ¿Los que sólo apostaron a su esfuerzo, y a su fe en el hombre?

 

Al botar la basura, he visto a un anciano pasar cerca del latón, mirar con ojos codiciosos el montículo sórdido (y promisorio). Por pudor esperó a que yo me fuera. Desde entonces, (y porque echo a la basura el excremento de mis gatos), hago nudos a la bolsa temiendo que alguna mano venosa se embarre en la falsa ilusión de encontrar algo valioso entre mis desperdicios.

 

Cuando me alarmo por lo escandaloso de los precios, me acuerdo de una frase de mi madre: “Estamos comiendo dinero”, y aunque es menos que una metáfora porque la comida ha valido siempre, capto el sentido exacto de su expresión y el tono grave en que lo dice, también con la mirada perdida.

 

Sí, estamos comiendo dinero porque casi todo lo que se obtiene no tiene más destino que el alimento. ¿Cómo justificar entonces la acumulación de sabores prohibidos, la eterna sensación de insuficiencia?

 

Y cómo será para aquellos ancianos que no tienen un hijo en el norte (que los evoque con la puntualidad de una remesa), o uno aquí mismo, con el pellejo lo suficientemente curtido como para imponerse a estos durísimos tiempos, pero con un resquicio de blandura para no olvidarse de su pobre madre o padre.

 

Me han hecho historias terribles de los hogares de ancianos, los cuerpos famélicos, eternamente pendientes de la comida escasa, de los vasos de infusión de hierbas silvestres que reemplazan a la leche. El trato despiadado, más con los que ya ni siquiera pueden controlar sus pestilencias.

 

Sólo aquellos que, siendo únicos propietarios han podido legar su casa al estado, tienen el privilegio de ir a parar a un lugar agradable donde esperar la muerte.

 

También muchos que aún viven con sus familias, son el vertedero de su propia frustración y la ajena: la cólera de los hijos, el menosprecio de los nietos. El arrinconamiento, la trasgresión de su espacio y hasta de sus recuerdos. En los confinados por invalidez o demencia, la usurpación incluso de ínfimos tesoros, objetos de valor, pensiones “simbólicas”…

 

Cuando veo esos cuerpos con todas las trazas del tiempo y su demolición, me pregunto si hubo algo en el pasado (un hueco en la voluntad, falta de visión objetiva, ¿ingenuidad por la que también nos tocará pagar? ¿Cobardía? ¿No buscar más adentro, el ser que está por encima del tiempo, del cuerpo y de esta fermentación múltiple que llamamos ciudades y pretendemos legar al futuro?, algo que se pudo cambiar y no se hizo, por elección.

 

Me pregunto cuándo empezó esa diagonal que se corre más y más peligrosamente hacia la vertical, a la caída libre.

 

Y cuando escucho frases repetidas, respuestas que no encajan con mis preguntas, cuando veo que la opacidad de la mirada los está llevando lejos, al país del Alzheimer, me doy cuenta de que es el lugar que prefieren, donde se puede ignorar casi hasta el descanso, casi hasta el placer.

 

Donde se puede dejar de esperar. Donde es posible olvidar hasta el punto que ya ni siquiera importan las repulsas ajenas por la inevitable impudicia, la fealdad, o las pestilencias.

Los jubilados cubanos,

los grandes perdedores de las reformas

Fernando Ravsberg

BBC Mundo

22 de febrero de 2013

 

La crisis económica de los años '90 llevó a gran parte de la población cubana a la pobreza, pero las reformas posteriores han permitido que diferentes sectores de la población mejoren su nivel de vida, por las más variadas vías y mecanismos.

 

Sin embargo, uno de los grupos que no ha logrado recuperarse de la crisis es el de los jubilados, cuyas pensiones de US$15 mensuales no les permiten llegar a fin de mes. Por eso las calles de Cuba se han poblado de ancianos tratando de ganarse la vida.

 

Muy temprano en la mañana, los kioscos se llenan de abuelos comprando periódicos para revender, mientras a la misma hora otros empiezan a asar el maní que ofrecerán en los semáforos y algunos se preparan para pasar el día cuidando automóviles.

 

La reducción de las subvenciones y el constante aumento de precios les obliga a seguir buscando el pan después de haberse jubilado. Cualquier cosa sirve, desde vender encendedores en la calle hasta recolectar latas vacías de cerveza y cartones.

 

Al que madruga…

 

A Alcides Pérez, de 76 años, se le encuentra cada día, entre las 4 y 5 de la mañana, en el poligráfico (la imprenta nacional) recogiendo periódicos y revistas para revender en la ciudad. “Yo soy jubilado y vendo periódicos porque la pensión es muy bajita”, nos dice sonriente.

 

Antes de jubilarse trabajaba como Jefe de Vigilancia del Ministerio de la Construcción. Nos explica que “el gobierno me da una cuota de periódicos y eso me sirve para ganar algo, pero es poco” y agrega que está en la calle hasta que los vende todos. “Uno se cansa pero hay que trabajar”, dice.

 

Apenas dejamos a Alcides en la puerta del Hotel Inglaterra, nos topamos con una señora que va revisando las papeleras del Boulevard San Rafael. “Yo recojo materia prima para Comunales”, nos explica Dagmaris González, de 70 años.

 

Busca latas de refresco y de cerveza para vendérselas al Estado. “Con un saco lleno de latas aplastadas se ganan 60 o 80 pesos (unos US$3) y se puede recoger en un día. No me siento muy bien pero gano 242 pesos (US$10) de jubilación y eso no alcanza”.

 

La ayuda que no llega

 

A pocos metros de Dagmaris, en un escalón de la puerta lateral del Gran Teatro de La Habana se sienta Luisa Bolaños vendiendo encendedores. “Yo gano de retiro 200 pesos pero me queda en 141 pesos (menos de US$6) porque me descuentan por el refrigerador”.

 

“Tengo 68 años y debo mantener a mi madre de 98 años”, nos explica Luisa y agrega: “Estoy pidiendo a Bienestar Social ayuda, pero hace ya un año que la solicité y aún no he tenido respuesta. Dicen que hay que esperar a que investiguen”.

 

Paro el automóvil a pocas cuadras, en el semáforo de Paseo del Prado y Malecón y otro anciano, José Romero, se acerca a mi ventanilla para ofrecerme maní. “Yo vendo maní por necesidad, si no, no lo hiciera; es que la jubilación no alcanza”, me dice.

 

Antiguamente era administrador de una bodega (tienda de alimentos) y ahora empieza su jornada “a las 5 de la mañana, cuando comienzo a tostar el maní y sobre las 8 vengo para aquí”

 

“Sólo trabajo 3 o 4 horas para ganar lo diario, unos 50 pesos (US$2)”, explica.

 

El descanso

 

De regreso a casa paso por el supermercado y me quedo conversando con Félix Batista, un señor de 76 años que cuida los automóviles, una actividad a la que se dedican bastantes jubilados. Durante su vida laboral fue jefe de inversiones de la industria deportiva de Cuba.

 

“Yo empecé aquí porque estoy retirado y la moneda no me daba. La gente da lo que quiera, 0.50 o $1 peso. Al mes saco unos 400 pesos (US$17), con eso tengo un estándar de vida normal”, nos dice y asegura estar “agradecido de la revolución porque tengo otro trabajo más”.

 

En medio de esta situación, entre los ancianos la revolución sigue teniendo gran apoyo a pesar de que muchos viven en la pobreza. La mayoría de ellos conocieron el sistema anterior a 1959 y lo sufrieron porque pertenecían a los sectores más desfavorecidos.

 

Eran los más pobres, los que se beneficiaron de la reforma agraria, recibieron la propiedad de la casa que alquilaban y mandaron sus hijos a la universidad, pero seguramente nunca se imaginaron que al final del camino no tendrían derecho al descanso.

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Nota de Manuel Castro Rodríguez: El periodista uruguayo Fernando Ravsberg pretende desconocer que desde hace más de veinte años se han agudizado las condiciones paupérrimas en que sobreviven los cubanos que no reciben remesas del exterior. ¿Qué por ciento de los cubanos de a pie ha mejorado su nivel de vida con las ‘reformas’?

La vejez desamparada en Cuba

Ancianos cubanos que se quejan

La triste realidad del cubano de a pie

Una enfermedad incurable

José Hugo Fernández

13 de febrero de 2013

 

Una vecina, anciana con algo más de 70 años, anda muy desconsolada en estos días porque le negaron la visa para ir a reencontrarse con su hijo, en Miami. Casi en la misma proporción en que le dolió esa negativa, le ha contrariado y ofendido y hasta enfurecido que sí le concedieran visado a su exmarido.

 

Ella es, desde siempre, una fidelista de rasga y rompe: militante, colaboradora de la policía, miembro de las Brigadas de Respuesta Rápida y todas las demás taras con que se cuece aquí la identidad revolucionaria. Él, un exdigerente del régimen, tronado desde hace muchos años, es alcohólico y vagabundo impenitente.

 

El único hijo de ambos vive en los Estados Unidos desde hace 14 años, cuando abandonó una misión internacionalista, en la que laboraba como enfermero, para escapar en busca de nuevos horizontes. Nunca más pudo volver a la Isla, el régimen se lo ha prohibido, razón por la que mi vecina no sólo estaba feliz ante la perspectiva del viaje, también estaba segura de que le certificarían el visado, pues, según sus palabras textuales, la reunificación de la familia es un derecho humano que el gobierno estadounidense no debía negarle.

 

No seré yo quien juzgue su caso. No me interesa el papel de juez, algo que –no sé si por suerte o desgracia- siempre están dispuestos a hacer con gusto mis paisanos. Además, supongo que a estas alturas sería redundante condenar a mi vecina al infierno, puesto que como tantos otros (ancianos o no, pero sobre todo ancianos), lleva ya el infierno dentro de sí, cayéndose a pedazos, desilusionada pero incapaz de reconocerlo, por lo que se enrosca en sí misma como las cochinillas, insensible a todo lo que no sea sobrevivir a cualquier precio. Debe ser angustioso volver la vista atrás, desde la vejez, y no ver sino caos y equivocaciones. Pero nunca lo será tanto como mirar hacia adelante y no ver nada.

 

Tal es hoy el drama de mi vecina y el de muchos otros como ella, rastrojo de la desintegración moral que fría y metódicamente cultivara el totalitarismo fidelista en Cuba. Alguna vez, en el futuro, sus biografías quizá resulten útiles para los historiadores y para los psicólogos sociales. Mientras, y como no es posible agregar algo nuevo a lo que ya se ha dicho sobre el asunto, me parece más provechoso, y hasta saludable para el espíritu, enfocar la atención hacia otro objetivo.

 

Pongamos por caso el epifenómeno de su exmarido, y de tantísimos otros como él, que después de haberse roto el lomo durante toda la vida trabajando para el régimen (y en no pocas ocasiones entregándole su integridad cívica y su honor), resulta que ahora vuelan hacia los Estados Unidos –el cubil del Enemigo-, en busca, no sólo de la reunificación familiar, por la que nunca antes se interesaron, sino, sobre todo, de garantías para la vejez que aquí no encuentran. De esta forma no es al régimen por el cual echaron al tragante su moral y todas sus fuerzas vitales, sino a los contribuyentes del repudiado capitalismo estadounidense, a quienes ahora les toca asegurarles una vejez sin sobresaltos, digna, con atención médica y medicamentos gratuitos al alcance de la mano. Y sin que hayan disparado jamás un chícharo por el bien de esa sociedad.

 

Conozco el caso de otra señora con más de 65 años de edad que se ha instalado en Hialeah, luego de pedir residencia mediante la Ley de Ajuste Cubano. Por haber trabajado durante más de 40 años en la Isla, recibía aquí una pensión equivalente a unos 10 dólares, la cual, por cierto, le fue suspendida (violando la ley de seguridad social) tan pronto cumplió 11 meses de estancia en los Estados Unidos y las autoridades del régimen supieron que no regresaría. Pero ni falta que le hacen esos 10 dólares, pues allá recibe un subsidio más de veinte veces superior, sin contar las jugosas ventajas del Medicaid.

 

Esa señora, cuyo caso no es excepcional sino la media dentro de miles de ancianas y ancianos cubanos que han emigrado últimamente hacia el norte, y que continúan emigrando, ha venido ya dos veces de vacaciones a la Isla, en menos de tres años, y ahora mismo espera que le asignen allá una vivienda de bajo costo. Es decir que en rigor vive mejor en Norteamérica que cientos de miles de jubilados norteamericanos que, por devengar salarios modestos, no pudieron contribuir con grandes sumas al Seguro Social, así que, por ejemplo, hoy sólo tienen acceso al Medicare, con menos beneficios gratuitos que el Medicaid.

 

Y encima, para colmo, hay que oír cómo se manifiesta esa señora en sus visitas a Cuba, mostrando una actitud crítica y arrogante contra el sistema capitalista, lo que sospecho tampoco debe ser excepcional entre casos como el suyo.

 

¿Será cierto eso de que la vejez (o al menos la de los fidelistas cubanos) es una enfermedad incurable para el alma? ¿Será que, como reza la canción, los viejos tienden a la más dura de las dictaduras? ¿O es que no hay razón para esperar que aquellos que no tuvieron vergüenza de jóvenes, la adquieran ya ancianos?

Llegar a viejo, pero no para descansar

Rolando Cartaya

21 de septiembre de 2012

 

La proporción de ancianos crece aceleradamente en Cuba, pero la “actualización del modelo” no les augura una vejez color de rosa.

 

Muchos ancianos venden maní tostado o lo que aparezca para llegar a fin de mes

 

Allá por la década de los 70 el genial comediante cubano Enrique Arredondo solía recomendar: “No te metas a viejo, que después no puedes salir”. Pero eran otros tiempos. Mejores. El estado socialista sostenido por la Unión Soviética y el CAME se ufanaba de su red de seguridad social, y después de la jubilación uno podía esperar una vejez más o menos digna y relajada.

 

Esta semana, en cambio, en una entrevista telefónica con un joven cubano, la colega Norma Miranda inquirió primero su edad y su nombre. “26 años, Roberto”, contestó. Luego, Norma le preguntó a Roberto cómo vislumbraba su vejez en Cuba. “Prefiero quedarme en los 26”, fue su respuesta.

 

La insistencia del gobierno de Cuba en apostar al futuro con la “actualización” de un modelo económico que en más de medio siglo ha no ha logrado satisfacer las necesidades básicas de la población, parece estar en la raíz de un creciente temor entre los cubanos más jóvenes a llegar a la tercera edad.

 

Un reportaje de Inter Press Service (IPS) fechado en La Habana señala que en la isla la responsabilidad del cuidado de los más ancianos está empezando a recaer en los jóvenes.

 

La autora, Patricia Grogg, pone el ejemplo de Mabel Suárez, una joven de 22 años que, con buena parte de la familia establecida fuera de Cuba, ha tenido que dedicarse a cuidar a su bisabuela y probablemente tendrá que hacer lo mismo con sus abuelos y sus padres.

 

Grogg anticipa que “Suárez no solo pasará la vida en franca minoría para enfrentar el envejecimiento de sus seres queridos”, sino que “cuando a ella misma le toque envejecer podría haber muy pocos en su entorno en condiciones de cuidarla”.

 

Las proyecciones que cita así lo confirman: “Cuando ella cumpla 35 años, en 2025, cerca del 26 por ciento de los cubanos tendrán 60 años o más, y la edad promedio se habrá elevado a 44”.

 

Cuba presenta la paradoja de ser un país del Tercer Mundo con un envejecimiento poblacional comparable al de países desarrollados. El economista independiente Oscar Espinosa Chepe, que ha escrito extensamente sobre el tema, apunta que la tasa de fecundidad cubana es la más baja de América Latina y es incluso inferior a la de China, un país que aplica fuertes controles de la natalidad.

 

Chepe describe el fenómeno como una verdadera bomba de tiempo “con perversas consecuencias económicas y sociales” para el país.

 

Aunque el gobierno lo atribuye a “logros” de la revolución como la mayor esperanza de vida, el economista cree que las causas radican sobre todo en la negativa de las familias cubanas, en medio de adversas condiciones existenciales, a reproducirse a un ritmo que permita el reemplazo de la población; y en el permanente éxodo de los cubanos, a pesar de los férreos mecanismos de control de la emigración.

 

Agrega que, a menos que haya un cambio del modelo económico que resulte en más productividad y mejores condiciones de vida, la población económicamente activa será cada vez menor con relación a las personas no aptas para trabajar, y el país se verá abrumado por el aumento de los pagos a jubilados y las enormes inversiones en atención a la salud, seguridad social y otras requeridas para atender a tantas personas de edad provecta.

 

El encargado de la sección Acuse de Recibo en el diario oficialista Juventud Rebelde, José Alejandro Rodríguez, coincide en lo esencial con Chepe. En un artículo publicado en la web Progreso Semanal, administrada desde Miami, dice Rodríguez:

 

Si nuestros viejos vivirán cada vez más, y vamos a ser menos, Cuba tendrá que vérselas con realidades inéditas, para las cuales aún no tiene todas las condiciones económicas y de recursos: Una presión sobre los gastos de seguridad y asistencia social que sólo puede solventar una economía eficaz y con incesante reproducción ampliada; dificultades en el reemplazo de la fuerza de trabajo en un futuro; la necesidad de una red de hogares de ancianos que sobrepase en número y confort –siempre habrá la atención calificada– a los escasos que presiona hoy la demanda de ese servicio; el fortalecimiento de la Geriatría y Gerontología en los servicios de salud e investigaciones; y superiores posibilidades de alimentación y transportación, entre otras condicionantes”.

 

Volviendo al reportaje de IPS, Patricia Grogg aventura que quizás este contexto explique por qué una encuesta realizada entre estudiantes de la Universidad de La Habana detectó sentimientos de rechazo hacia la vejez, que la mayoría de las personas entrevistadas identificaron con la decadencia y la soledad.

 

Según el estudio “Representación social de un grupo de estudiantes universitarios acerca de la vejez”, realizado por la Cátedra de Antropología de la Facultad de Biología, los encuestados temían la ausencia de reconocimiento social una vez llegados a viejos. Además de incertidumbre, la muestra halló “tristeza, miedo y temor a la soledad, a no ser atendidos y cuidados por la familia” en la tercera edad.

 

La investigación propone, ante la desvalorización social de la vejez, desarrollar estudios (…) que contribuyan a que las personas, en su tránsito por la vejez, se sientan útiles y participen en las diversas tareas de la comunidad donde residen.

 

Pero muchos ancianos en Cuba, por muy jubilados que estén, no tienen tiempo para dedicarse a actividades “socialmente útiles”, a menos que éstas les fueran monetariamente remuneradas.

 

Es ilustrativo en ese sentido que en la isla los ancianos ostenten “el monopolio nacional de la compra del periódico”, como apunta en Cubanet Julio César Alvarez.

 

Explica el autor que “no es que nuestros viejitos estén particularmente interesados en las ‘noticias’ y diatribas con que cada mañana nos castiga Granma; ni que no se les ocurra nada mejor que hacer cola. Sino que, si tenemos en cuenta que la pensión por jubilación promedio en Cuba es de apenas 10 ó 12 dólares mensuales, es fácil deducir que para muchas de estas personas (...) los centavos obtenidos mediante la reventa del periódico significan la diferencia entre tener el estómago lleno o vacío”.

 

Los que no están aptos para tales “pataleos”, se ven obligados para sobrevivir a privarse de productos que el gobierno les vende por la libreta de racionamiento y revenderlos. En una crónica para Cubanet, Gladis Linares contaba el caso de Rafaela.

 

Quienes no pueden hacer otra cosa, revenden para sobrevivir parte de la la cuota del racionamiento

 

​​Con una pensión de 242 pesos mensuales, aun vendiendo sus cuotas de chícharos y cigarros, Rafaela se las veía negras para comer todos los días.

 

Como su dentadura es postiza, decidió empezar a lavarla con el jabón que recibía por el racionamiento y vender también la pasta dental. Pero luego el gobierno, en su imperiosa eliminación de subsidios y gratuidades, recortó las entregas de jabón racionadas para empezar a venderlo en pesos convertibles, y Rafaela tuvo que escoger: “O como, o me baño”.

 

El bloguero (Ancla Insular) y periodista independiente Miguel Iturria Savón sitúa sin titubear a los ancianos en la que llama “la legión de seres alienados por el hambre, víctimas de la desproporción entre el salario y los precios de las mercancías”.

 

Escribe Iturria en Cubanet:

 

No es agradable tropezar con personas que al caminar exhiben su miseria sin proponérselo. La llevan en el rostro, en la ropa sucia y descosida, en los zapatos, el peinado y hasta en el alma. Salvo excepciones, parecen zombis insepultos, espectros bajo el sol en las calles de nuestras ciudades. Nadie como ellos revela la crisis y la falta de oportunidades del país”.

 

La pobreza es mayor de lo que suponemos. Basta con mirar la presencia gris de quienes caminan sin rumbo (…) los mendigos, los locos sin apoyo estatal, los borrachos que deambulan de la casa al bar y los viejitos cuya pensión mensual les dura una semana”.

 

Pero a ese “escuadrón de la pobreza extrema” le suma “las viejitas de barrio, esas que cuentan las pesetas y maldicen al joven dependiente que altera la balanza”.

 

​​En el pragmatismo cínico y el “sálvese quien pueda” que desde los 90 instituyó en la isla el llamado Período Especial, los ancianos han sido también víctimas preferenciales de todo tipo de gente sin escrúpulos: ladronzuelos con vista de rayos equis; camaleónicos estafadores; funcionarios venales y hasta codiciosos y despiadados familiares.

 

Un estudio sobre la violencia Intrafamiliar contra los ancianos escrito por Celín Pérez-Nájera, profesora de Criminología de la Facultad de Derecho en la sede universitaria de Ciego de Ávila, identifica los tipos de maltrato que más se evidencian en el seno familiar hacia los viejitos:

 

Físico (golpes, quemaduras, lesiones graves); psicológico (intimidaciones y manipulaciones); financiero (adueñarse de su dinero y bienes, sin su autorización o aprovechando su incapacidad);y abandono (desatender su nutrición, higiene, salud, o como sucede “en muchas oportunidades”, expulsarlos “de su propio hogar” y enviarlos a centros asistenciales).

 

Pérez-Nájera explica que el maltrato hacia los ancianos “es producto de una deformación en nuestra cultura, que siente que lo viejo es inservible e inútil. De una u otra manera los viejos son sentidos como estorbos, y como una carga que se debe llevar a cuestas, además de la familia que hay que sostener”. Y agrega que “por ello son generalmente abandonados, segregados y enviados a otros lugares”.

 

Es cierto que todavía en Cuba una mayoría de los ancianos están bajo el cuidado de la familia, En muchos casos, como el de Lilia, una de nuestros entrevistados, se trata de una decisión voluntaria de los familiares.

 

Lilia, 76 años, no se queja de sus hijos y nietos

 

http://realaudio.rferl.org/ocb/CU/manual/2012/09/21/a7bf3135-107c-4211-a86d-d791dabe036a.mp3

 

Pero no siempre los ancianos son atendidos porque los familiares quieren, sino porque en Cuba los asilos son pocos y, salvo los que gestiona la Iglesia Católica, suelen estar en pésimas condiciones, explica Aimée Cabrera, una de las fundadoras de la prensa independiente.

 

Aimée Cabrera sobre las causas del maltrato familiar a los ancianos

 

http://realaudio.rferl.org/ocb/CU/manual/2012/09/21/3dccae26-403c-4969-ac07-4900993fcee1.mp3

 

Cuando los familiares atienden al anciano no por amor, sino porque no les queda otro remedio, el hacinamiento habitacional, la estrechez económica y otras dificultades características de la sobrevida en la isla, unidas a la progresiva pérdida de valores, alimentan la percepción del anciano-estorbo-inútil, y con ella, el maltrato y el desprecio contra los abuelos.

 

En los años 70 el ya fallecido dramaturgo cubano Héctor Quintero escribió un libreto sobre la soledad y el abandono de las personas de la tercera edad y lo tituló “La última carta de la baraja”. Quintero estrenó su obra veinte años antes de que comenzara –y nunca terminara- el Período Especial. Imagínese ahora.

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.