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Fidel Castro Ruz

siempre negó que fuese comunista

Fidel Castro declaró el 15 de enero de 1959: “yo no soy comunista; estoy diciendo la verdad” 

 

Castro ratificó el 8 de mayo de 1959: “nuestra revolución no es comunista

La Gran Estafa

Juan Antonio Blanco

29 de diciembre de 2008

 

El mayor estafador de estos tiempos  no es el financiero Bernard Madoff. Ha sido Fidel Castro por más de cincuenta años

 

Es cierto que todo proceso político convoca a una mezcla de genuinos creyentes con elementos oportunistas e inescrupulosos. Sin olvidar el modo en que contribuyeron las circunstancias históricas de la época, sería inapropiado menospreciar el papel jugado por las habilidades de este personaje para atraer personas o multitudes colmadas de buenas intenciones. Muchos todavía no se han enterado, o no tienen siquiera idea, de la magnitud del engaño del que han sido víctimas. Otros no desean enterarse. Es duro llegar a la vejez habiendo extraviado el sentido de la existencia y perdido el tiempo de vida en pos de una farsa. Se requiere lucidez y coraje para admitir el error y ser leal a valores humanistas permanentes en lugar de a aquellas instituciones, líderes y consignas que se apropiaron de ellos.

 

Aun cuando otras muy graves acciones se le imputan al todavía Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba, es pertinente, en el cincuenta aniversario de su ascenso al poder absoluto, repasar su récord como estafador de primera línea.

 

Entre los timados se encuentran:

 

Aquellos luchadores contra el dictador Fulgencio Batista que no siendo comunistas creyeron arriesgar su vida para restablecer y hacer cumplir a plenitud la Constitución de 1940 -socialmente la más avanzada de la región en aquel tiempo- siendo después de 1959 brutalmente encarcelados, fusilados o desterrados, cuando denunciaron el nuevo rumbo que se imprimía al proceso.

 

Los religiosos, a los que persiguió y discriminó a pesar de que él ostentó crucifijos y rosarios en la Sierra Maestra y asistió a misa de acción de gracias en los primeros días de enero de 1959.

 

Los que lo siguieron apoyando, aun después de declararse marxista leninista en 1961, creyendo que implantaría un socialismo “diferente” y libertario, siendo luego reprimidos, políticamente excluidos o socialmente marginados.

 

Los nacionalistas cubanos, a quienes se presentó como paladín de la soberanía frente a la ideología anexionista –simbolizada, al nacer la República, por la aceptación de la Enmienda Platt y la instalación de la Base Naval de Guantánamo- para luego ceder el uso del territorio nacional a diversas bases militares soviéticas desde 1962 hasta el 2002 e imponer la cláusula constitucional de 1976 que obligaba a la eterna alianza con la URSS.

 

El pueblo, al que prometió “libertad con pan y pan sin terror”, fórmula de la que hasta hoy sólo garantizó el último componente después de tres reformas agrarias, la creación del Cordón de La Habana, la Brigada Invasora Che Guevara, el Cordón Lechero, las UBPC, los organopónicos urbanos y los experimentos con Ubre Blanca.

 

La familia cubana, a la que prometió que no se vería dividida nunca más por la necesidad de emigrar, para luego escindirla y enfrentarla por motivos ideológicos, lo que en una sociedad sin libertades y signada por la escasez crónica alentó sucesivas olas migratorias a las que impuso el destierro mediante la “salida definitiva del país”.

 

Los países y empresas -socialistas y capitalistas- a los que solicitó créditos y recursos, que nunca tuvo la intención de pagar, por un monto similar o superior al estafado por Madoff.

 

Los funcionarios, académicos e intelectuales cubanos que creyeron- cuando se transformó la geopolítica mundial al caer la URSS- en su disposición a reorientar el país hacia un socialismo democrático, participativo y eficiente, siendo luego anatematizados por sus propuestas aperturistas al rebasarse lo peor de la crisis.

 

Los organismos multilaterales, a los que nutre de estadísticas manipuladas que ocultan los actuales niveles de pobreza, retraso y desigualdad existentes en Cuba así como el actual desastre de la educación y salud pública en la isla.

 

La opinión pública latinoamericana, a la que sigue presentándose como líder de la “heroica resistencia al feroz bloqueo yanqui” cuando el “país enemigo” es hoy su quinto socio comercial y principal suministrador de alimentos a la isla, que hoy importa alrededor del 80% de sus necesidades en ese campo.

 

Los liberales norteamericanos, a los que ha hecho creer que el embargo se ha mantenido sólo por las gestiones políticas del exilio, cuando él, para asegurar su vigencia, ha saboteado en varias ocasiones y de forma deliberada diversas posibilidades reales de distensión con Washington.

 

Los académicos, periodistas, políticos, artistas y escritores de cualquier latitud geográfica o ideológica, a quienes ha hecho creer que todavía existe una Revolución Cubana, próxima a cumplir 50 años de edad, cuando el proceso que triunfó en 1959 fue sustituido hace varias décadas por una sociedad posrevolucionaria y totalitaria.

 

El país que despertó aquel primero de enero de 1959 funcionaba, prosperaba, expandía sus clases medias, y ocupaba un lugar cimero en la región por sus índices de urbanización y consumo, así como por tener avanzadas tecnologías de comunicaciones y una amplia infraestructura y transporte. También contaba con una sociedad civil compleja y vibrante. Incluso algunos de los significativos problemas sociales existentes (desigualdad de oportunidades, índices de analfabetismo y mortalidad infantil, racismo, elevado desempleo, corrupción administrativa) eran en aquel momento de menor magnitud a los que entonces mostraban muchos otros países latinoamericanos y del Caribe. Los desafíos estructurales –excesiva dependencia de Estados Unidos para el comercio, inversiones y tecnologías- requerían nuevas políticas de diversificación económica enmarcadas en un plan de desarrollo nacional, en un país donde el capital nativo había crecido hasta el punto de que ya comenzaba a ser exportado.

 

Lo que esperaba el pueblo no era que una camarilla de supuestos iluminados destruyera los mecanismos de creación de riquezas, centralizara todo el poder y suprimiese el pluralismo y la democracia. Se creía haber luchado para que el proceso revolucionario, tras poner fin a la dictadura batistiana, hiciera valer la soberanía nacional entendida como la libérrima expresión de la voluntad popular. En cambio, Fidel Castro trajo a Cuba la variante totalitaria del socialismo de Estado no por razones dogmáticas ni con el afán de equilibrar la balanza frente a Estados Unidos, sino por ambiciones y egoísmo personales que sólo pueden ser satisfechos con el disfrute de un poder totalmente centralizado y omnímodo. Fue por ello que sustituyó la soberanía popular por su poder absoluto y el pluralismo por el imperio de sus caprichos personales.

 

No hay que esperar por la Historia para juzgar el legado de Fidel Castro. Las nuevas generaciones de cubanos – incluidos los hijos de muchos de los dirigentes históricos del proceso de 1959- han emitido ya su voto con los pies. No se marchan sólo porque el presente es insoportable sino porque no creen que la isla tenga porvenir bajo el sistema actual. No ven la viabilidad del país después de sacrificios innombrables e incontables pagados puntualmente por sus padres y abuelos. Quieren, simplemente, escapar del paraíso prometido a sus antecesores hace cincuenta años. Desean vivir en libertad y disfrutar las oportunidades que ofrece una sociedad moderna que refleje el cambio de época que hoy experimenta la humanidad. Su proyecto personal no es vegetar hasta hacerse viejos en una burbuja de totalitarismo y retraso en medio del siglo XXI.

 

Fidel Castro se apropió -para servir sus propios fines- de los legítimos sueños, sacrificios y esperanzas de millones de personas que alguna vez depositaron su fe en él. Estafa y robo de tal magnitud es imperdonable y no admite comparaciones. No sólo ha arruinado por medio siglo al país, sino que todavía representa hoy el principal obstáculo a cualquier cambio, sea humanitario o sustantivo, para abrir las verjas del futuro.

 

A todos los afectados de uno u otro modo por este personaje, les deseo un feliz 2009.

Jorge Mañach:

El establecimiento de una república socialista en Cuba es una doble traición. Primero, a la vocación histórica de Cuba, asociada a la de todos los países americanos bajo el signo de la libertad. Después es una traición al mandato tácito que Fidel recibió cuando peleaba en la Sierra Maestra, y a los convenios explícitos que firmó con otros grupos de la oposición. A lo que no estaba autorizado el fidelismo era a cambiar radicalmente la estructura institucional y social de la nación cubana sin el previo y explícito consentimiento de nuestro pueblo”.

50 años: Meditaciones sobre un aniversario en Cuba

Oscar Espinosa Chepe

1 de diciembre de 2008

 

Al cumplirse el 50 aniversario del inicio del proyecto revolucionario iniciado el 1 de enero de 1959, es tiempo más que suficiente para una evaluación de este período, indudablemente el más convulso de la historia cubana.

 

La revolución comenzó con un desbordante apoyo popular, nunca antes visto en Cuba, ni quizás en Latinoamérica. Tras los 7 años de tiranía de Batista y decenios de gobiernos corruptos, el pueblo esperaba el avance del país, así como el reforzamiento de la justicia social con beneficio para todos los sectores poblacionales.

 

Cuba en sus 57 años de república -a pesar de tiranías y gobiernos ineptos-, por el esfuerzo de sus hijos, había alcanzado logros importantes, sobre todo en los campos sociales, la educación y la salud, que la hacían sobresalir en muchos aspectos entre los países de la región. Sin embargo, se mantenían sectores importantes de la población marginados, en particular en las zonas rurales, como lo prueba la Encuesta de Trabajadores Rurales 1956-1957, realizada por la Agrupación Católica Universitaria, uno de los trabajos de investigación social más serios realizados en esos años; a lo que se añadían bolsones de extrema pobreza en las ciudades. La economía era extremadamente dependiente de la industria azucarera y de las veleidades de la cotización internacional del azúcar, así como de las relaciones con Estados Unidos; sin olvidar una estructura agraria signada por enormes latifundios que eran un obstáculo para el desarrollo nacional.

 

La Cuba de antes de 1959, como ha sido juzgada por el sacerdote católico e intelectual cubano Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, no era ni un país angelical ni tampoco un infierno. Por ello, la abrumadora mayoría de los cubanos pensaron que las tareas pendientes que trababan el desarrollo nacional, serían resueltas en un marco democrático con el proceso iniciado ese año por dirigentes que durante la lucha insurreccional habían prometido la restitución de la Constitución de 1940 con su alto contenido progresista y de justicia social.

 

Si bien en los primeros años posteriores al triunfo revolucionario se acometieron tareas que justificaban las esperanzas depositadas, como fuera la primera Ley de Reforma Agraria del 17 de mayo de 1959, que cumplía el precepto constitucional de liquidar el negativo latifundio existente, dando la tierra a los campesinos, y se llevó a cabo un proceso general de alfabetización, entre otros pasos positivos, poco a poco el rumbo se torció hacia un sistema totalitario. El cambio hacia la negación de las ideas originales con el tiempo se hizo más fuerte y los sueños de diseñar una Cuba mejor, se convirtieron en una pesadilla.

 

En la práctica se ha asistido a un proceso de involución, que paulatinamente, pero sin cesar, ha retrotraído el país al pasado, sin escapar absolutamente ningún aspecto de la sociedad. Los conceptos establecidos en la Primera Ley de Reforma Agraria no se cumplieron y en su lugar se dictó una segunda ley, base para un nuevo latifundio, el estatal, aún más ineficiente y perjudicial que el anterior, propiciador de que hoy el 55,0% de las tierras cultivables estén ociosas, los rendimientos agrícolas de las explotadas sean extremadamente bajos y como consecuencia un país antaño exportador de alimentos importe el 84,0% de las necesidades, incluidas cantidades apreciables de azúcar desde hace años.

 

Igual puede decirse de la industria manufacturera, supuestamente socializada en su totalidad, la cual en 2007 mostraba un índice del volumen físico producido no superior al 45,5% de los niveles de 1989, excluyendo la industria azucarera que no llegó al 16,0%, con niveles increíbles de ineficiencia. Se puede afirmar que tanto en la agricultura, la industria y otros sectores determinantes de la economía, lo único socializado son las pérdidas económicas que tienen que ser subvencionadas por el presupuesto, la ineficiencia y la falta de bienes y servicios, sin que los colectivos de trabajadores y la sociedad tengan la posibilidad de remediar tan terrible realidad.

 

A este cuadro desolador habría que añadir problemas en sectores que en los primeros años de la revolución tuvieron avances, como la educación, la salud y la seguridad social, basados ante todo en los logros de generaciones anteriores y una coyuntura internacional que permitió la gigantesca subvención económica desde los países del bloque soviético. Al perderse “la ayuda” en 1989 e iniciarse la peor crisis conocida en la historia cubana, que precisamente cumple 20 años en 2009, también en esas importantes esferas se ha producido una importante involución e indetenible pérdida de los avances obtenidos con los sacrificios del pueblo.

 

En la educación, debido a la fuga masiva de maestros y profesores experimentados, debido a los bajos salarios y las condiciones insoportables de trabajo, se han empleado en todos los niveles jóvenes inexpertos, los llamados maestros emergentes, preparados en pocos meses, con lo cual la calidad docente ha descendido extraordinariamente. Este fenómeno escandaloso y peligroso ha sido reconocido oficialmente y discutido en eventos importantes como el último Congreso de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

 

Respecto a la salud, la incapacidad exportadora del país resultante en que por cada dólar exportado de bienes se importen cerca de 4, creando enormes déficits en el intercambio ha motivado la exportación de los especialistas en esta esfera de forma masiva. Este factor, junto a la descapitalización en los hospitales y la carencia de material asistencia, ha provocado que los servicios decayeran apreciablemente.

 

Con respecto a la seguridad social, si bien en la etapa primaria de la revolución se pudo asegurar una pensión a los jubilados, suficiente para llevar una vida austera, hoy el panorama ha cambiado. Las personas que dedicaron toda la vida al trabajo, al llegar a la edad de retiro cobran prestaciones insuficientes. Más del 50,0% reciben 200 pesos mensuales, de acuerdo al incremento de 2008, equivalentes a 10 dólares US, cuando el Estado en sus tiendas de divisas vende una bolsa de leche en polvo de 1 kilogramo en el equivalente a 8 dólares US. Situación semejante ocurre con el salario medio mensual, que era de 408 pesos al cierre de 2007, igual a 20 dólares US, que no alcanzan para vivir, lo que ha sido señalado oficialmente por el General Raúl Castro en su discurso del 26 de julio de 2007. Esto, enmarcado en un país con un racionamiento de los alimentos que dura más de 46 años y que no asegura, según datos oficiales, ni el 50,0% de las necesidades básicas; sin soslayar la existencia de una dualidad monetaria, que significa que se reciban las pensiones y salarios en una moneda no utilizable en la mayoría de los comercios cuya venta es en pesos convertibles.

 

Existen más problemas de índole económica que los antes señalados. A ellos se unen situaciones críticas de carácter social, demográfico, medio ambiental y cultural, entre otros, en especial la pérdida de valores espirituales causada por la prolongada crisis. Daños que han afectado la autoestima de los ciudadanos e incluso erosionan la identidad nacional; fomentan el criterio de que “todo vale” en esta jungla en que se ha convertido Cuba. Este entorno ha creado una nueva ética, que hace difícil el desarrollo de las virtudes, y constituye un terreno muy fértil para el desarrollo del egoísmo, la doble moral y la corrupción.

 

Si Cuba antes de 1959, con todos los defectos que tenía que resolver, junto a Argentina, Chile, Uruguay y Costa Rica estaba a la vanguardia en América Latina y el Caribe en el Ingreso por habitante y los avances sociales, así como los tecnológicos, hoy marcha a la saga del progreso de la región. Baste señalar que es el país más atrasado en el acceso a las técnicas de información y comunicaciones (TIC), ocupando el último lugar en el acceso a Internet, telefonía móvil, y uno de los más retrasados en la telefonía tradicional, situación increíble porque antaño fue precursora en las telecomunicaciones. Cuba, lamentablemente, a la vez que pierde terreno en la salud pública y la educación, sólo muestra un índice superior en la población penal con 487 presos por 100 000 habitantes, según el IDH 2007-2008, confeccionado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.

 

El saldo de estos 50 años es decepcionante. De un proceso que prometía convertir Cuba en un paraíso, se ha llegado al infierno, con el peligro de que los problemas continúen acumulándose, sin solución, y se llegue a terribles convulsiones sociales, de un pueblo desesperado. Escenario que todos debemos evitar, pues nadie saldría beneficiado.

Cuba, la revolución perdida 

  Antonio Elorza

31 de diciembre de 2008

 

Se cumple el 50º aniversario de la revolución castrista. Lo que fue un experimento político, económico y social de gran atractivo es hoy una dictadura en la que una tela de araña policial garantiza el conformismo

 

La situación política de Cuba resulta comparable a la que hubiera sufrido España en los 70, de haber permanecido durante años Franco imposibilitado de ejercer el poder, pero en vida, con Carrero Blanco en el timón del Estado. Ninguna otra hipótesis hubiera sido tan favorable para la continuidad de la dictadura, del mismo modo que tampoco cabe imaginar ninguna combinación mejor que la vigente de factores propicios para la perpetuación del castrismo, con Fidel en plan de oráculo y Raúl de gestor, algo más pragmático, pero sin olvidar su encallecida vocación de represor. Casi ayer el presidente de la Asamblea Popular, Ricardo Alarcón, conmemoraba los derechos humanos “sin selectividad, manipulación ni discriminación”, al mismo tiempo que la policía efectúa una redada encarcelando a un centenar de demócratas, para abortar toda celebración reivindicativa. Lo de siempre, con más cinismo.

 

La UE cree erróneamente que la luz verde al castrismo favorecerá el trato a los opositores

 

El país soñado por Martí cedió paso a la pesadilla sufrida por Reinaldo Arenas

 

También como en el caso del franquismo, la continuidad encuentra apoyo en intereses exteriores. Para España se trató del respaldo abierto de Washington. Para Cuba, fue primero la URSS y ahora Chávez que a cambio de tratar a Raúl de “monaguillo” en Caracas, ha logrado incluso introducir a Cuba en el Club de Río. Un gran salto adelante para la continuidad. Y la benévola que entonces asumieran las chancillerías cómplices del Spain is different, corresponde ahora a la Unión Europea, desviada de la defensa de la democracia por la iniciativa española, al creer erróneamente que la luz verde al castrismo favorecerá un trato mejor a los opositores y de paso satisface a los votantes apegados al mito de la Revolución Cubana. Resultado: nulo para los cubanos, triunfal para el búnker habanero, amén de incapacidad en el futuro para la Unión Europea de presionar eficazmente por la democracia, perdida la credibilidad de sus sanciones. Logro de Moratinos.

 

Fue sin embargo la revolución más hermosa del siglo XX, la que en un primer momento hizo escribir a Vargas Llosa que “ha reducido a una proporción humana las diferencias sociales” y “ha demostrado que el socialismo no estaba reñido con la libertad de creación”. Nos lo recuerda la supervivencia del mito del Che, recuperado por la estupenda hagiografía filmada de Soderberg. Un país próspero, pero atenazado por la dependencia de Estados Unidos, la corrupción y una dictadura criminal, se encontraba ante un “amanecer de libertad”, cargado de promesas de democracia y de justicia social, conseguido por la lucha heroica de unos cientos de guerrilleros, eficazmente secundados por los activistas de las ciudades. Había saltado el cerrojo impuesto por Washington en Latinoamérica a todo intento de cambio social. El frustrado acceso a la independencia en 1898 dejaba paso a una experiencia plenamente autónoma de la cual podían extraer enseñanzas todos los pueblos oprimidos del continente. Era una revolución por el poder político, y también por la educación y la mejora de las condiciones de vida, haciendo realidad el sueño de José Martí: “con todos y por el bien de todos”. Lejos en principio del comunismo soviético. La tarea además no parecía difícil si atendemos a la descripción de ese país cargado de vitalidad política hasta el golpe de Batista, de que habla Fidel en La historia me absolverá. Más las gotas de utopía en rojo y negro, consistentes en pensar que una vez triunfante la revolución, ni siquiera serían necesarios los policías reguladores del tráfico: bastarán los boy scouts. Y de hecho así se ensayó, antes de que muy pronto la sociedad cubana quedara envuelta en la tela de araña policial que hasta hoy garantiza su conformismo.

 

Hay un gobierno de hombres jóvenes y honrados, el país tiene fe en ellos, va a haber unas elecciones”, anunció Fidel apenas entrado en La Habana. Muy pronto, el 7 de febrero, las reformas a la Constitución de 1940 en sentido antiparlamentario, marcaron el viraje hacia la dictadura. A lo largo de 1959, las ejecuciones (“el paredón”) y las larguísimas penas de prisión acabaron alcanzando a los propios revolucionarios disconformes (caso Huber Matos). El partido comunista infiltró el Estado, a costa eso sí de su ulterior domesticación por Fidel. A lo largo de los 60, fue suprimida primero la prensa libre, finalmente la autonomía de los propios intelectuales revolucionarios (de Lunes de Revolución a Padilla).

 

La Cuba soñada de Martí, democrática e igualitaria, cedió paso a la de Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas. Un régimen además sumamente ineficaz en lo económico. En 1958 Cuba no era Haití, doblaba la renta por habitante española y estaba al nivel de Japón. ¿Dónde se encuentra hoy, y no sólo por el embargo USA, compensado durante décadas por la ayuda soviética? De la economía a la política. “El verdadero orden es el que se basa en la libertad, en el respeto y en la justicia, pero sin fuerza”, declaraba Fidel en enero del 59. Pronto quedó en cambio establecido un cesarismo populista, asentado sobre la represión permanente, con el ejército de “columna vertebral del régimen” y el partido comunista convertido en correa de transmisión de la dictadura personal del “Comandante”. Medio siglo después de la entrada de los barbudos en La Habana, ahí seguimos.

 

La personalidad autoritaria de Fidel Castro, forjada sobre la de su padre, su calidad excepcional como demagogo, la obtusa política contrarrevolucionaria de Washington, son factores que singularizan la experiencia revolucionaria cubana. Pero en cuanto a la inversión de las expectativas de emancipación y libertad, el caso cubano se inscribe en una larga serie de frustraciones que incluso alcanza a la Revolución francesa, la revolución por excelencia, que a pesar de su reguero de sangre dejó como legado unas exigencias de democracia y derechos humanos de validez universal. Algo que no llegaron a alcanzar en el siglo XX las revoluciones imitadoras del patrón leninista. El precio pagado fue en todo caso muy alto, así como la tensión entre las palabras, henchidas de libertad, y los hechos, portadores tantas veces de destrucción.

 

Nos lo recuerda el texto prácticamente desconocido de un revolucionario, Graco Baboeuf, sobre la terrible represión jacobina sobre la Vendée en 1793-94. En el opúsculo ahora recuperado por Reynald Secher bajo el título de La guerra de la Vendée y el sistema de despoblamiento, el futuro conspirador trata de las causas y del alcance de la política de exterminio practicada sobre los contrarrevolucionarios, a la cual calificaba de “nacionicida” (sic). Baboeuf apunta a dos causas políticas de esa degeneración del proyecto revolucionario hacia el terror, y ambas pueden ser aplicadas a revoluciones posteriores, de la soviética a la de los jemeres rojos en Camboya. La primera es el establecimiento de unos poderes ilimitados para defender la Revolución, con lo cual esta se separa inexorablemente de la senda democrática. Será la objeción de Rosa Luxemburg a Lenin. La segunda, la sustitución de un objetivo de acción contra la desigualdad económica, por la vía brutal de la expropiación de los poderosos mediante su eliminación, como clase primero, individual inevitablemente luego. Por la muerte (de Robespierre a Pol Pot) o por la expulsión (principio de Arquímedes aplicado por el Che a las revoluciones para contrastar su validez). A esa deriva destructora del mundo puesto cabeza abajo acompañó además casi siempre el hundimiento de la economía, visible en la Rusia de Lenin y en Cuba, como antes en la insurrección precursora de los esclavos de Haití.

 

La injusticia y la desigualdad seguirán dando lugar a revueltas sociales y a revoluciones. El “fin de la historia” llegará en todo caso por la autodestrucción del planeta, no por el dominio sosegado del capitalismo liberal en el marco de la globalización. No obstante, cabe exigir de los proyectos de transformación radical reconocer que la razón, insuficientemente aplicada, ha producido ya en los dos últimos siglos demasiados monstruos. Conviene recuperar el verdadero sentido del grabado de Goya: cuando la razón duerme, los monstruos se apoderan inevitablemente de la escena, o siguen gobernándola desde la irracionalidad.

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.