TRECE  PRESOS  POLÍTICOS  CUBANOS

MUERTOS  EN  HUELGA  DE  HAMBRE


 

Hasta ahora se ha podido documentar que trece presos políticos cubanos han muerto en huelga de hambre, una de las pocas formas de protesta -muchas veces la única-que les queda a los encarcelados opositores al régimen de los hermanos Castro, por los tratos inhumanos y degradantes a que son sometidos.

 

Esta lista no incluye a los prisioneros políticos que han muerto por negación de asistencia médica o por agresiones de los carceleros; se circunscribe solamente a los que han fallecido como consecuencia de la huelga de hambre que realizaron.

 

1- Roberto López Chávez, de 25 años de edad, murió el 11 de diciembre de 1966 en la prisión de Isla de Pinos, sin haber recibido atención médica.

 

2- Luis Álvarez Ríos, de 31 años, murió el 9 de agosto de 1967 en la prisión Castillo del Príncipe, La Habana, sin haber recibido atención médica.

 

3- Francisco Aguirre Vidarrueta murió en septiembre de 1967 en la prisión Castillo del Príncipe, La Habana.

 

4- Carmelo Cuadra Hernández murió el 21 de julio de 1969 en una prisión habanera, sin haber recibido atención médica.

 

5- Pedro Luis Boitel, de 34 años, murió el 25 de mayo de 1972 en la prisión Castillo del Príncipe, La Habana, sin haber recibido atención médica.

 

6- Olegario Charlot Spileta murió el 15 de enero de 1973 en la prisión de Boniato, Santiago de Cuba, sin haber recibido atención médica.

 

7- Enrique García Cuevas murió el 23 de mayo de 1973 en la prisión provincial de Pretensado, Las Villas, sin haber recibido atención médica.

 

8- Reinaldo Cordero Izquierdo murió el 21 de mayo de 1975 en una prisión de Pinar del Río, sin haber recibido atención médica.

 

9- José Barrios Pedré murió el 22 de septiembre de 1977 en una celda de máximo rigor en la prisión de Pretensado, Las Villas.

 

10- Santiago Roche Valle, de 45 años, murió el 8 de septiembre de 1985 en la prisión Kilo 7, Camagüey. Sufrió un paro cardíaco, sin haber recibido atención médica.

 

11- Nicolás González Regueiro, de 42 años, murió el 16 de septiembre de 1992 en la prisión de Manacas, Las Villas.

 

12- Orlando Zapata Tamayo, de 42 años, murió el 23 de febrero de 2010. Horas antes de su muerte lo llevaron al Hospital Clínico Quirúrgico Hermanos Ameijeiras en La Habana.

 

13- Wilman Villar Mendoza, de 31 años, murió el 19 de enero del 2012 en el Hospital Juan Bruno Zayas de Santiago de Cuba, a donde había sido trasladado desde una celda con baja temperatura de la prisión de máximo rigor de Aguadores donde contrajo una pulmonía.

 

Como asevera Elizabeth Burgos: “la ‘Revolución’ cubana ha alcanzado el grado de excelencia (…) en su sistema represivo y de cárcel implantado desde 1959, al cual el régimen le debe su perennidad”.

 

Una huelga de hambre

Huber Matos

 

He decidido ir a la huelga aunque sea solo. No voy a aceptar más la vida en una mazmorra de castigo como si la injusta falta de libertad no fuera suficiente. Vivimos envueltos en un humo obstinado, que es presencia permanente en esta cueva inmunda, bañados por una humedad que baja desde los malditos muros medio iluminados por una luz artificial desganada, penumbrosa y que extiende la noche al infinito. Voy a la huelga de hambre sin límites y quizá sin retorno.

 

Mi estado físico deja mucho que desear y arrastro años de amarguras y privaciones. No tengo la vitalidad del hombre joven que era cuando entré a la prisión. Veo en algunos compañeros los mismos estragos, y en muchos, los ojos marchitos. En otros, algunos raptos de demencia. Hay en todos agobio, indignación e impotencia. Presentamos un cuadro patético. No acepto seguir viviendo así. Voy a retar a la dictadura hasta mi muerte, si es necesario.

 

No ingiero alimentos, sólo bebo agua en contadas ocasiones, menos de un tercio de litro al día. Vuelve el carcelero y con él la comida para todos. Mis compañeros me dicen: “Ahí te trajeron una comida buenísima.” Mi único comentario es que ya no me interesa.

 

Me conmueven Lauro Blanco y Nerín Sánchez. Se acercan y me dicen:

 

–Huber, vamos a la huelga contigo.

 

Los observo y medito. Sus ojos cansados y el maltrato a que han sido sometidos sus cuerpos hacen aún más meritoria su decisión.

 

–Escuchen –les respondo–, debemos evitar una huelga solidaria conmigo y con mi planteamiento a la dictadura. Actuaremos individualmente. Creo que en mi caso, el final será la muerte. No será de extrañar que estemos en plena huelga y uno de ustedes sea separado y asesinado con el propósito de cargar sobre mis espaldas esa responsabilidad. Ustedes saben que ellos actúan así.

 

Nerín y Lauro están de acuerdo en hacer la huelga individualmente, pero están tan seguros como yo de que esperar una respuesta favorable de los comunistas es una ilusión cuyo precio conocemos. Me apena la situación de los demás. Creo que su papel de espectadores es un poco incómodo.

 

Los tres o cuatro primeros días del ayuno total son muy difíciles; el cuerpo lucha por recibir su alimento de costumbre. Exige, primero con ansiedad, la cantidad de calorías que necesita para sobrevivir, y como no la recibe, reacciona con dolores de cabeza y mareos, en particular cuando uno se incorpora. Después de estos primeros días el organismo comienza a vivir de sus reservas gracias a la ración de agua que le sirve para metabolizarlas. El mecanismo biológico consiste en ir extrayendo del propio cuerpo los nutrientes necesarios para evitar la muerte.

 

Al principio el organismo se va debilitando y la mente tiene mayor lucidez. Después desaparece el deseo de comer y la razón huye involuntariamente de la realidad; se confunde con las nieblas del sopor y participa con el cuerpo en esa fuga lenta y sostenida de la vida. En el día tomo tragos de agua, pero cuido de no sobrepasarme, pues podría vomitar y debilitarme más.

 

La debilidad y las libras que he perdido facilitan el trabajo de los carceleros. Me suspenden en el aire usando la vieja y delgada colchoneta como un saco y me sacan rápidamente a la galera inmediata, la 23-B. Me tiran en el piso sobre la colchoneta. Quedo más como un animal enfermo o herido que como una persona. Solo y sin fuerzas. Llevo once días sin probar bocado y por momentos siento que mi cuerpo ya no está conmigo, que se ha volatilizado. Pero no, de pronto me vienen molestias viscerales agudas y persistentes; imagino que cuando abandone el mundo, todas mis partes –sensoriales, orgánicas y anímicas– se irán juntas.

 

Dormido o despierto, el maligno juego continúa. La huelga de hambre avanza sobre mi organismo erosionándolo gradualmente. Sin embargo, siento la presencia magnífica del espíritu que enciende en mí la llama de la vida y mantiene el estado de rebelión al que el cuerpo hubiera renunciado ciegamente en su afán de sobrevivir. Es el espíritu contra las debilidades del organismo y el espíritu contra el atropello de la fuerza.

 

Vivo con una paupérrima luz artificial que jamás se apaga y no puedo distinguir el crepúsculo, ni el resplandor del amanecer, nada. No sé que tiempo llevo sin ingerir alimento alguno. Cuando puedo reunir algunas fuerzas, más impulsado por el espíritu que por los músculos enflaquecidos y debilitados, voy dando pasos hasta el baño, a dos metros de distancia. El agua sobre la piel me da un frío insoportable. Por dentro siento un calor abrasante. Mis mucosas gástricas parecen arder en un fuego que sube hasta la boca.

 

Puede que esté ya próximo el final. Cuando me trajeron a este lugar tenía once días de no probar bocado. Y eso está ya lejos.

 

Intento caminar envuelto en la frazada. Creo que podré llegar hasta el baño pero me caigo, golpeándome la cabeza contra algo; todo queda oscuro… ¿Habré estado en el suelo cinco minutos, una hora? No lo sé... Fugazmente recupero el conocimiento y veo que me suben a la cama. Sé que no tengo fuerzas para llegar hasta el baño y que sin agua estoy en el preludio inmediato al fin.

 

Fragmentos del capítulo La huelga de hambre, del libro Cómo llegó la noche, autor Huber Matos Benítez.

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.