LA  HISTORIA  OFICIAL  DE  

LA  CUBA  DE  FIDEL  CASTRO

Fidel Castro y el comandante Huber Matos,

entrada triunfal a La Habana el 8 de enero de 1959

 

Camilo Cienfuegos, Fidel Castro y Huber Matos

 

Fidel Castro y el comandante Huber Matos

en el extremo derecho de la foto

Para conocer con profundidad estos hechos, véanse los vídeos y otros documentos que se muestran aquí, aquí, aquí y aquí.

Entrevista con Huber Matos

Juan González Febles

6 de junio de 2008

 

Huber Matos en su libro “Como llegó la noche” ofrece el testimonio de, quien siendo uno de los más importantes jefes de la revolución cubana, se ve inmerso en un proceso sumario, acusado de “conspiración” y condenado a 30 años.

 

Los largos años de maltratos y huelgas de hambre -detalladamente documentados en el libro-  no lograron hacer mella en la voluntad ni en los principios de este maestro pedagogo dedicado a la causa de su patria: Una Cuba independiente y democrática.

         

Hoy, en vísperas de cumplir sus 90 años, nos concede esta entrevista.

 

J.G.F  En su libro “Cómo llegó la noche” relata minuciosamente una serie de hechos que se convierten en claves para comprender la Historia reciente de nuestro país. ¿Sabe usted, que a pesar de ser un texto prohibido, el mismo circula y es leído con gran interés en Cuba? ¿Cree, que esto sea el comienzo del triunfo de la verdad contra tantos años de difamación hacia su persona?

 

H.M. Sí, creo que se está haciendo claridad después de tanta distorsión. Creo que el libro contribuye a poner en claro muchas cosas que para gran parte de los cubanos estaban vistas a través de la Historia propagada por el gobierno.

 

J.G.F. En la madrugada del 10 de marzo de 1952, tras dar un golpe de estado, Fulgencio Batista ocupa la presidencia de la nación. ¿Qué consecuencias tuvo para Cuba este suceso?

 

H.M. Fue lo que desgraciadamente abrió las puertas a la  revolución. Sin el golpe de estado no hubiese acontecido ese proceso tan traumático para la nación cubana.

 

Ya en la década del cuarenta habíamos arribado a la mayoría de edad de nuestra república, al aprobarse, con la participación de todos los partidos, una Constitución. Una de las más modernas de su tiempo: la Constitución del 40. A partir de entonces, se sucedieron los gobiernos que el pueblo elegía por el término de cuatro años. Al primer mandato de Batista, le siguió el de Grau San Martín y ya, al final del gobierno de su sucesor, Prío Socarrás, precisamente  en la víspera de las elecciones, es cuando Batista toma de forma violenta el poder utilizando sus vínculos con los militares.

 

Eso fue un hecho que estremeció a toda la población. Fue una flagrante violación de los derechos fundamentales del pueblo de Cuba.

 

Había que dar una respuesta. Desgraciadamente la respuesta pacífica, las respuestas concertadas no fueron suficientes.

 

J.G.F. ¿Por qué se une al movimiento 26 de Julio?

 

H.M.  Decido unirme al 26 de Julio cuando, a pocos días del desastroso desembarco del Gramma, el grueso de los expedicionarios son emboscados y muertos, o capturados y rematados, en un lugar conocido como Alegría del Pío. Algunos de esos expedicionarios habían sido alumnos míos en Bayamo y en Manzanillo. Esa atrocidad colma una serie de hechos, y me decido a pasar de las acciones cívicas a la lucha armada. Y por lo tanto a involucrarme en el movimiento.

 

Ya anteriormente Celia Sánchez me había pedido que me incorporara y me había hablado, con mucha fe, de Fidel y de su compromiso de devolverle a Cuba su constitucionalidad. Era un proyecto con una amplia repercusión social donde no cabía de ninguna manera el establecimiento de un régimen totalitario.

 

J.G.F. Usted expresa  en su libro un gran respeto por Celia Sánchez...

 

H.M. Celia era una mujer muy sincera, valiente y con una clara vocación de sacrificio. Poseía una gran capacidad de trabajo y era una excelente organizadora.

 

Celia me conocía perfectamente y nos demostrábamos un mutuo respeto. Yo estoy seguro de que a ella le dolió mucho mi caso y que siempre esperó poder hacer algo por mí mientras estuve en prisión.

 

J.G.F. ¿Cómo en tan poco tiempo, en apenas nueve meses, alcanza el grado de comandante, al frente de la columna número nueve, una de las más grandes, y llega a convertirse en uno de los hombres fundamentales en la derrota del ejército de la dictadura?

 

H.M. Fueron nueve meses de constante trabajo y de una entrega total a la causa. Tuve la suerte de tener una formación que me ayudó a desempeñar con éxito las misiones que me iban encomendando. Esa formación se la debo a mis padres y a la Historia de nuestro país. A nuestros próceres como Martí, Agramonte y a todos esos cubanos que renunciaron a la comodidad de sus bienes para levantarse en armas y conquistar la independencia.

 

J.G.F. Pero los hechos que narra en su libro demuestran además: un gran conocimiento de la zona, un dominio de la estrategia y una excelente organización en la preparación de las defensas. La gran mayoría de las acciones que dirigió fueron exitosas, desde el cargamento de armas que llevó a la Sierra Maestra, hasta una gran parte de los combates más importantes que se dieron contra el ejército: como los enfrentamientos con la tropa de Sánchez Mosquera. No podemos dejar de valorar también, el respeto que los hombres bajo su mando le profesaban. ¿No cree que su participación en la Historia ha sido ocultada intencionalmente? ¿No cree que su ejemplo es temido por quienes ejercen el control de la información en nuestro país?

 

H.M. Bueno, siempre traté de dar el mejor ejemplo posible, muchos de los que nos encontrábamos allí estábamos dispuestos a dar nuestras vidas.

 

J.G.F. En el libro muestra usted su disgusto por el juicio que Raúl Castro, siendo jefe del Segundo Frente Oriental, organiza contra el Comandante Higinio Díaz. A quien, de manera muy irregular, acusan y condenan por alta traición. ¿Cree que el mismo es un modelo que se repetirá después con otros juicios similares, como el que fue llevado a cabo contra usted en 1959 o el que culminó con el fusilamiento del General Ochoa en 1989?

 

H.M. Yo creo que sí. Raúl es un individuo que siempre se caracterizó por ese tipo de intrigas. Al igual que el hermano. A pesar de las humillaciones que Fidel le hacía a Raúl constantemente, se hermanaban en este tipo de maniobras. Fueron distintas situaciones pero es la misma forma de actuar, inescrupulosa e injusta.

 

J.G.F. Fidel Castro lo acusa públicamente de alta traición, sin que usted pudiera contestar y defenderse hasta el día en que fue juzgado a puertas cerradas ¿Cree que los hechos han demostrado su inocencia y la veracidad de sus temores, por los cuales presentó su famosa carta de renuncia?

 

H.M. El principal motivo de mi carta de renuncia fue el alejamiento de la revolución de las promesas de recuperar la constitucionalidad destruida por el golpe de estado. Además del lenguaje demagógico y las acciones populistas radicales que nos acercaban, cada vez más, al modelo totalitario de las dictaduras comunistas. Eso desgraciadamente fue en lo que se convirtió la revolución. No era yo el equivocado, ni era yo el que engañó a la población. Mi actitud fue honesta y de rechazo a la dirección que estaba tomando nuestra nación. Hoy mantengo la misma postura y creo que lo más importante es aprender de la Historia y convertir estas frustraciones en energía y voluntad para rescatar al país de la miseria material y moral en que lo deja el castrismo.

 

J.G.F. ¿A qué atribuye el no haber sido fusilado?

 

H.M. Eso fue algo que les salió mal a los hermanos Castro. Ellos cometieron el error de llenar la sala del juicio con jóvenes oficiales del Ejército Rebelde, a los cuales les habían llenado la cabeza con acusaciones en mi contra, con la intención de que apoyaran la sentencia gritando PAREDÓN, como usualmente hacían en algunos juicios públicos.

 

Pero como estaba convencido de que me iban a fusilar, no tenía nada que perder y dije toda la verdad que tenía por dentro. Expuse todas mis razones con toda la vehemencia, la pasión y la claridad de quien deja una constancia para la Historia. Y, contrariamente a lo que los Castro esperaban, ese público de militares, aplaudieron fuertemente mis palabras.

 

Aún así, escuchando los aplausos, yo estaba convencido de mi sentencia a muerte. Pero estaba satisfecho, porque mi intención en aquel momento no era defender mi vida, sino a todo lo que había dado sentido a mi vida.

 

J.G.F. Son muchos los que aseguran que la desaparición del comandante Camilo Cienfuegos tiene una directa relación con la participación que tuvo en su detención. ¿Qué puede decir al respecto?

 

H.M. Estoy seguro de que su muerte no es ajena a esos hechos. Cómo desapareció, no lo sé. De que lo mataron, no tengo la menor duda.

 

Camilo era un amigo, un hombre muy sincero y sin dobleces. Cuando lo envían a detenerme y a hacerse cargo del mando en Camaguey, a pesar de la tensión, siempre mantuvo una actitud conciliadora.

 

Tuvimos una conversación en la que le expliqué mi asombro por las acusaciones y el malestar que sentían todos los oficiales de mi estado mayor...Todo se va a aclarar, Huber...me insistía. Pero cuando se comunicó telefónicamente con la Habana, lo que no pude oír lo supe por la expresión de su cara. Fidel ni siquiera le permitió terminar de hablar cuando Camilo  le dijo: ...Ya todo está aclarado, es un malentendido...  Era claro que lo había cortado bruscamente porque permaneció callado, escuchando, con el rostro ensombrecido.

 

El estaba en medio de una situación sumamente difícil, por una parte me conocía y sabía la falsedad de las acusaciones, y por otra siempre había confiado en Fidel. Hasta el último momento quiso ayudarme. Estando en el calabozo esperando el juicio me hizo llegar dos mensajes con una persona de su confianza -alguien que no quiero revelar su identidad, algún día se podrá decir, para que conste en la Historia -en ambas ocasiones intentaba convencerme de la necesidad de escapar, asegurándome que él se hacía cargo del cómo.

 

Escapar para mí no tenía sentido. En ese momento lo que más yo quería era responder, aclarar mi posición dignamente. Pero él volvió a insistir en que no se podía permitir que el juicio se diera, que la única solución era la fuga y que él se hacía cargo de todo.

 

Yo me negué. Después con el tiempo me di cuenta de que él estaba presionado, que estaba obligado a presidir el tribunal militar que me iba a juzgar. De hecho quien lo preside es Sergio del Valle que era quien seguía en jerarquía a Camilo. Camilo era el Jefe del Estado Mayor y el que sigue en jerarquía era el tercer oficial, el Jefe de Operaciones que ese era Sergio del Valle.

 

Lo difícil de su situación lo prueba su intervención en el acto que participa frente al Palacio Presidencial, donde dice su último discurso, el cual cierra con los versos de Bonifacio Byrne.  En donde no me ataca y ni siquiera me menciona. A diferencia de los otros oradores que hacen leña de mi caso. Principalmente Fidel, que cierra el acto y concentra los ataques más virulentos contra Díaz Lanz y contra mí.

 

Ese gesto final de Camilo determinó su sentencia.

 

J.G.F. ¿Existe algún hecho de su vida política en el cual prefiriera no haber participado?

 

H.M. Si yo hubiese sabido el desastre que ha sido la revolución, hubiese preferido no haber participado. Pero no me arrepiento de haber hecho algo contra el gobierno de Batista.

 

J.G.F. ¿Usted volvería a enfrentarse al gobierno de Batista tal como lo hizo en su momento?

 

H.M. Claro que sí, y en las mismas circunstancias me hubiera alzado igualmente. Pero nunca bajo el mando de Castro.

 

Yo no imaginaba que Castro fuera un hombre tan perverso. Yo mismo en mis declaraciones de defensa hago una apelación a Fidel cuando digo...salvemos la revolución. Yo pensaba… si a este hombre le queda un poco de sentido del deber se puede evitar que esto se convierta en un sistema totalitario. Valía la pena haber podido realizar aquella obra que se le prometió al pueblo. Y él se hubiese realizado como patriota, hubiese tenido la oportunidad de haberle ofrecido a su pueblo un verdadero progreso social.

 

J.G.F. ¿Y en cuanto a los fusilamientos?

 

H.M. Los fusilamientos son una herida difícil de cicatrizar en nuestra Historia. Aunque las ejecuciones se llevaron a cabo previo juicio, y algunos de los acusados eran conocidos criminales sobre los que no quedó duda de la culpabilidad de los mismos, el hecho de que fueran juicios sumarios y de que los tribunales en muchos casos estaban formados por personas que no eran las más aptas, que no tenían experiencia, ni formación como jueces; que simplemente estaban en esas funciones por el hecho de ser oficiales del Ejército Rebelde,  convirtió al supuesto medio de justicia en una peligrosa maquinaria de exterminio.

 

Personalmente, siendo Jefe Provincial de Camaguey, y al igual que los hombres que se encontraron bajo mi mando, hicimos todo lo que estuvo en nuestras manos para evitar actos de injusticia. Sé que la velocidad que se le imprimía a los procesos,  generó lamentables desenlaces. Hubo casos en los que hubiera preferido que no se les aplicara la pena de muerte. Pero el control de las decisiones estaba muchas veces fuera del alcance de los mismos jefes de tribunales. Hoy no es secreto que muchas de las sentencias ya estaban decididas de antemano.

 

Pero eso era algo que no sabíamos. Esas fueron cosas que fuimos sospechando y descubriendo. Y los que sentíamos rechazo y repugnancia por semejantes métodos, nos comunicamos nuestra preocupación y cada uno tomó la decisión que creyó pertinente para evitar la conversión de algo que hubiera sido la solución del país, en lo que desgraciadamente terminó siendo: el feudo de un dictador.

 

Es por eso mi carta de renuncia.

 

J.G.F. En la actualidad las organizaciones de la oposición en Cuba han optado por los medios pacíficos de lucha como un camino hacia la democracia. Y son cada vez más  los grupos de adentro y afuera de la Isla que apoyan el rechazo a los métodos violentos. ¿Cree usted, en la validez del empleo de la violencia como medio de cambiar el sistema?

 

H.M. Cuba ha padecido tanta violencia que mientras menos, mejor. Admiro y respeto la tenacidad de los grupos de la oposición. Es muy difícil lograr una oposición pacífica en medio de una dictadura, que no tiene escrúpulos en ejercer la más cruel represión contra sus oponentes. Pero debo reconocer que en medio de esas dificultades, con un coraje y una entrega impresionante, han conformado ese tejido social, cada vez mayor, que es la oposición pacífica.

Sin embargo hay hechos y momentos que justifican la lucha armada. Es el último recurso.

 

J.G.F. ¿Cuál es su apreciación sobre los últimos acontecimientos que se dan en la actualidad en Cuba?

 

H.M. Es obvio que Raúl Castro está introduciendo algunas variantes para crear expectativas y ganar tiempo sin alterar la naturaleza del sistema totalitario en tanto se despeja la incógnita de quién será el próximo Presidente de Estados Unidos.

 

Esas reformas insustanciales sirven además para preparar el camino hacia un ensayo de apertura siguiendo el modelo chino o el vietnamita. Pero la crisis cubana es demasiado catastrófica y cargada de urgencias para ensayar soluciones imitando tales patrones asiáticos. Tampoco podemos ignorar que Cuba está a 90 millas de la nación más rica y poderosa del mundo, donde además reside una emigración exitosa e influyente que sigue paso a paso los acontecimientos de la isla; y que, incuestionablemente, no será ajena al cambio hacia el pluripartidismo, el Estado de Derecho y la   economía de mercado.

 

J.G.F. ¿Cómo ve el futuro del país?

 

Lo ideal sería que el cambio se produjera como consecuencia de una protesta cívica no violenta liderada por los prestigiosos factores de la oposición y de la sociedad civil en suelo cubano; y que los militares, en vez de cumplir la orden de disparar contra el pueblo, se abrazaran a la multitud para hacer realidad la Nueva República y dejar atrás la miseria, el terror y la división de la familia cubana. Sea cual sea el final de la tiranía, la nación cubana resurgirá de los escombros materiales y morales heredados de la traición de los Castro.

 

J.G.F. Quiero expresarle, en mi nombre y en el de mis colegas de la prensa independiente, un sincero agradecimiento por haber aceptado esta entrevista.

 

H.M. El agradecimiento es mutuo. Considero que la labor que desempeñan es valiosa y me siento muy honrado con la entrevista.

Mito e historia

Rafael Rojas

5 de octubre de 2008 

 

La historia oficial de la revolución cubana, esa que en las últimas cinco décadas se ha enseñado en las escuelas de la isla y se ha publicado en Granma y Juventud Rebelde, es un relato simple, maniqueo y mesiánico. Su argumento central es que el socialismo --partido único, economía de estado y poder indefinido de una misma persona-- era la voluntad no de una reducida élite comunista, sino de la “nación cubana” desde sus orígenes en el siglo XIX. Esa voluntad fue interpretada “correctamente” por un grupo de jóvenes, encabezados por Fidel Castro, quienes la condujeron a su destino manifiesto en abril de 1961.

 

Para trasmitir ese mensaje, la historia oficial tiene que nacionalizar el comunismo: convertir la dictadura de una minoría en voluntad general de un pueblo o un régimen basado en la exclusión de unos cubanos por otros en una plataforma universal e incluyente. Pero no sólo eso, para armar el relato simplista y unilateral de la revolución es necesario presentar toda la cultura cubana anterior a 1961 como antecedente espiritual del socialismo. Es por ello que la pluralidad ideológica y política del pasado insular, y su permanente tensión entre ideas liberales, conservadoras, republicanas, católicas y marxistas, son obstáculos formidables contra esa fábula homogeneizadora y providencialista.

 

La historia oficial, que no siempre coincide con la historiografía académica producida en la isla, no puede reconocer la diversidad de organizaciones, líderes y estrategias que actuaron contra la dictadura de Batista, entre 1952 y 1958. Ese relato opera por medio de falsas jerarquías --guerra sobre política, balas sobre votos, Sierra sobre llano, 26 de Julio sobre Directorio, socialismo sobre liberalismo-- o de sutiles y toscos ocultamientos: las guerrillas del Escambray, la oposición pacífica o armada de auténticos y ortodoxos, el papel de la Iglesia, el poder judicial, el Congreso y la sociedad civil, las críticas de la opinión pública, la flexibilización del régimen entre 1954 y 1955 o el amplio consenso a favor de un restablecimiento de la Constitución del 40.

 

El eje de la narración lo ocupa, por lo general, Fidel Castro, a pesar de que éste no fuera el único ni el más importante líder revolucionario hasta 1958. En sus antípodas aparece una caricatura teratológica de Fulgencio Batista, que impide una comprensión de los orígenes del 10 de marzo del 52 y de la resistencia que le hicieron algunas instituciones republicanas. El asalto al Moncada es un evento sometido a una obsesiva idealización, que contrasta, por ejemplo, con el escaso interés que suscita el malogrado asalto a Columbia del filósofo Rafael García Bárcena y los miembros del MNR en abril del 53 o el silenciamiento de los auténticos y miembros de la Triple A que, al mando de Reynold García, asaltaron el cuartel matancero Domingo Goicuría en abril del 56.

 

El relato oficial es un reflejo bastante nítido del culto a la personalidad de Fidel, el Che y Raúl y una construcción del pasado desde el punto de vista de quienes vencieron en la guerra civil y acapararon el poder por medio siglo. Desde entonces la historia de la revolución ha sido, en Cuba, un asunto de estado o, más específicamente, un asunto del Consejo de Estado. La idea de que el relato debía ser contado de acuerdo con la perspectiva de los sectores más radicales del 26 de Julio y, fundamentalmente, de aquellos tres caudillos de la Sierra, quedó establecida, desde el principio, en el encargo que recibiera Celia Sánchez de organizar el archivo de la revolución.

 

El filósofo francés Alain Badiou, neomarxista por más señas, recomienda que en la historia política se distingan siempre las razones del estado y las motivaciones de los sujetos. No es un mito que cientos de cubanos murieron luchando contra Batista: lo que es un mito es que la razón por la que se levantaron en armas haya sido el socialismo. Tampoco es un mito que otros miles murieran enfrentándose al comunismo, por lealtad a las ideas democráticas y nacionalistas de la primera revolución, y no por anexionismo o apostasía, como sostiene el relato habanero. Ese drama, el de la guerra civil y el exilio, generados por la deriva comunista, sigue siendo inadmisible en La Habana de hoy.

 

La historia oficial es, en palabras de Badiou, una “verdad de estado” incuestionable y, a la vez, ficticia. Lo curioso es que ese discurso estatal sea incapaz de contar su propia historia porque no puede colocar al poder en el centro de la narración. Los regímenes totalitarios trasmiten, simbólicamente, la idea de que el poder de las élites no existe, que quienes lo ejercen son “las masas”. Por eso ninguna historiografía marxista ha producido, hasta hoy, una verdadera historia del poder soviético o del poder chino: son historiadores liberales quienes lo han hecho. Lo mismo sucede con la historia oficial cubana: no puede narrar la construcción del poder socialista, entre 1959 y 1961, porque para hacerlo tendría que describir el maquiavelismo de sus líderes.

 

Cuando es “el pueblo” quien gobierna, la historia política desaparece y en su lugar queda una epopeya consoladora. En ese mundo perfectamente armónico no hay disidencias o fricciones y quienes se oponen son desprovistos de toda subjetividad o autonomía y asumidos como agentes de alguna fuerza diabólica. La historia de la revolución o, más bien, de las dos revoluciones cubanas debe ser reescrita para contar lo que sólo desde la crítica puede ser contado: el nacimiento del totalitarismo y sus oposiciones. El discurso oficial, tan lleno de certezas místicas, presenta esa reescritura como “distorsión”, “mentira” o falseamiento de una historia sagrada. Pero la crítica sabe que el conocimiento histórico sólo avanza por medio de la desmitificación y la duda.

 Contra el relato oficial

Rafael Rojas

25 de junio de 2011

 

Los últimos libros de Fidel Castro encarnan la decrepitud de la historia oficial cubana

 

Todos los regímenes políticos y todos los gobiernos, democráticos o no, apelan para su legitimación a una historia oficial. Esta última es resultado de un procesamiento de los consensos historiográficos por parte de las instituciones políticas, educativas y mediáticas de la esfera pública de cualquier país. En las democracias, naturalmente, las posibilidades de impugnación de las narrativas oficiales son mayores que en los regímenes autoritarios o totalitarios, ya que la libertad de expresión y la autonomía jurídica de las instituciones culturales pluralizan la circulación de discursos históricos y limitan la construcción de relatos hegemónicos. El global adelgazamiento ideológico de los estados, que ha producido el fin de la Guerra Fría en las dos últimas décadas, hace más competido el mercado intelectual y, por tanto, más disputada la construcción de hegemonías de la memoria.

 

Incluso en un país como Cuba, donde persiste desde hace medio siglo un sistema político no democrático, es posible detectar algunos síntomas de ese adelgazamiento ideológico, aunque la ansiedad de legitimación simbólica siga siendo notable. En las dos últimas décadas, también en Cuba se han pluralizado los discursos públicos y, en el caso de la producción y circulación del saber histórico, esa creciente pluralidad se refleja en una mayor autonomía de la historiografía académica respecto a la historia oficial, y en una representación más incluyente y menos teleológica de los actores del pasado en las ciencias sociales. Como componente del aparato de legitimación, el relato oficial no ha desaparecido, pero poco a poco va reduciendo su esfera de influencia a la prensa, la radio y la televisión y pierde capacidad de reproducción en la educación superior y el campo intelectual.[1]

 

Bastante sintomático del debilitamiento de los mecanismos de legitimación histórica del régimen cubano es la cada vez mayor limitación del mismo, ya no a Granma, Juventud Rebelde, la Televisión Nacional o las editoriales del Consejo de Estado, sino al círculo de colaboradores personales de Fidel Castro. Mientras los historiadores académicos refundan una institución del antiguo régimen, la Academia de Historia de Cuba, y reclaman, con o sin ambivalencia, el concepto “tradicional” o inorgánico de “autonomía” para la misma, el partidismo histórico del discurso oficial se refuerza en el centro simbólico del poder: la persona de Fidel Castro. Los recientes libros La victoria estratégica (2010) y La contraofensiva estratégica (2010), escritos por el propio Castro con la colaboración de asesores históricos como Pedro Álvarez Tabío, Rolando Rodríguez y Katiushka Blanco, y editados por el Consejo de Estado, son la mejor prueba de la cada vez más limitada subsistencia de la historia oficial en Cuba. Limitada subsistencia, por la cada vez menor receptividad de ese relato en los medios académicos e intelectuales, que hasta hace poco eran su principal correa de trasmisión. Pero subsistencia al fin, ya que esos libros, lo mismo que el todavía reciente Biografía a dos voces (2006) de Ignacio Ramonet, así como aquellas “reflexiones” que tratan de temas históricos, contienen la historia oficial cubana in nuce y son editados y subsidiados en cientos de miles de ejemplares y reproducidos por los principales medios de comunicación.

 

El excepcional rango de circulación que alcanzan esos documentos es suficiente para constatar su rol proselitista y pedagógico, su funcionalidad de constitución o preservación ideológica de una ciudadanía leal y, por tanto, de afianzamiento de la legitimidad por vías narrativas. Esa literatura oficial es la mejor prueba de que en Cuba, a diferencia de cualquier democracia, la Constitución y las leyes no son suficientes para garantizar la legitimidad y ésta debe ser constantemente abastecida por un relato hegemónico del pasado, que justifique la falta de libertades en el presente.

 

La historia in nuce

 

Dicho relato, tal y como aparece en sus textos, podría resumirse de la siguiente manera. Cuba fue colonia de España de 1492 a 1898 y a partir de ese año pasó a ser colonia de Estados Unidos. Durante el siglo XIX los cubanos intentaron independizarse y el proyecto nacional más completo de aquella centuria, elaborado por José Martí, contempló, no solo la independencia de España, sino, también, de Estados Unidos, ya que “el Apóstol” advirtió que la soberanía de la Isla pasaría de manos, entre Madrid y Washington, si su revolución no triunfaba. Con la intervención norteamericana de 1898 se frustró aquel proyecto nacional, que intentó ser retomado por algunos líderes de los años 20 y 30, como el comunista Julio Antonio Mella y el socialista Antonio Guiteras —los dos políticos de la primera mitad del siglo XX más jerarquizados en esta genealogía.[2] Aquella revolución, que intentó retomar el proyecto de Martí también fracasó por obra de Estados Unidos, la oligarquía insular y políticos autoritarios o corruptos como Fulgencio Batista, Ramón Grau San Martín y Carlos Prío Socarrás.

 

Así como los separatistas del siglo XIX debieron enfrentarse, no sólo a España y a Estados Unidos, sino a “corrientes reformistas, autonomistas y anexionistas”, que no eran “revolucionarias”, aquellos líderes de los años 20 y 30 tuvieron que enfrentarse al imperialismo, la dictadura de Machado, la oligarquía y los “pseudorrevolucionarios”.[3] Estos últimos serían casi todos los políticos de origen antimachadista y de ideología liberal y democrática que conformaron gobiernos u oposiciones, entre 1940 y 1958, bajo las presidencias de Grau, Prío y Batista. En Biografía a dos voces, se hace una excepción con Eduardo Chibás, quien personifica la lucha contra la corrupción dentro de los límites de la “democracia burguesa”, pero en la más reciente introducción a La victoria estratégica (2010), el juicio sobre aquella generación es tajante:

 

“Cuba no era un país independiente en 1953. Las ideas de Martí habían sido traicionadas por los políticos de la República. La mayoría de los revolucionarios antimachadistas o antibatistianos de los años 30 se habían vuelto pseudorrevolucionarios. El único partido que poseía una visión revolucionaria era el comunista pero estaba aislado. De ahí que era preciso lanzar un programa revolucionario por fuera de ese partido para ganar a la mayoría de la población y luego conducir un cambio revolucionario por la vía socialista.”[4]

 

En todos estos textos se reitera el núcleo simbólico de la historia oficial, que no es otro que la ficción de que en Cuba solo ha existido una revolución, que estalló en octubre de 1868 y que, luego de varias frustraciones, triunfó el 1° de enero de 1959. A Ramonet se lo repite su célebre entrevistado, tautológicamente: “el 10 de octubre de 1868 es donde nosotros decimos que comienza —y yo lo dije— la Revolución”.[5] En La victoria estratégica, se asegura, incluso, que desde 1953 aquellos líderes llegaron persuadirse de que la única manera de hacer que esa Revolución, secularmente frustrada, triunfase, era por medio de un proyecto marxista-leninista: “fue necesario comenzar de cero. Disponía ya desde que me gradué de bachiller, y a pesar de mi origen, de una concepción marxista-leninista de nuestra sociedad y una convicción profunda de la justicia”.[6]

 

Ese comenzar de cero era la única manera de retomar el hilo de una historia cifrada, que debía desembocar en el socialismo. Solo que este último sistema no podía ser abiertamente defendido, dado el fuerte anticomunismo que Washington había trasmitido a la opinión pública de la Isla y que le restaba popularidad a la corriente comunista prerrevolucionaria.

 

La plasmación de un proyecto político no comunista, en todos los documentos del Movimiento 26 de Julio, en los pactos que firmó esta organización con otras de la oposición antibatistiana, como el Directorio Revolucionario o el Partido Auténtico, y en diversas cartas, artículos y declaraciones a la prensa nacional y extranjera del propio Fidel Castro, entre 1953 y 1960, es presentada en esta bibliografía, no como una orientación ideológica real de aquel movimiento, sino como una imagen de moderación, deliberadamente asumida por líderes comunistas que, para lograr sus fines, debían ocultarlos. En un pasaje sumamente revelador del segundo libro, La contraofensiva estratégica (2010), se sostiene que todos aquellos políticos antibatistianos que, de una u otra forma, se opusieron a ese proyecto socialista no declarado, entre 1953 y 1960, fueron borrados por la historia. A propósito de Ramón Grau San Martín, Carlos Márquez Sterling y otros líderes auténticos u ortodoxos que participaron, como opositores a Batista, en las elecciones de 1954 o 1958, Fidel afirma: “poco tiempo después de la derrota batistiana, en diciembre de 1958, nadie más se acordó de ellos. Las nuevas generaciones no han oído mencionar nunca sus nombres”.[7] Que la ciudadanía de la Isla desconozca a esos políticos del pasado cubano no sólo no es malo sino que es inevitable, ya que los mismos, por oponerse al curso natural de la historia, fueron sepultados por ésta.

 

Recordables y olvidables

 

La historia oficial procede, pues, por medio de una selección ideológica y moral de los actores del pasado, en la que son recordados los que integran la genealogía del poder y caen en el olvido los que no forman parte de la misma. Dicho relato funciona, en buena medida, como una corte del Juicio Final, que decide la suerte de los sujetos históricos y los distribuye entre infierno y paraíso, memoria y olvido. La falta de correspondencia entre esa manera de historiar un país y los métodos académicos de la historiografía no podría ser más notable. Muy pocos historiadores serios, marxistas, liberales, postmodernos o de cualquier orientación ideológica o metodológica, estarían de acuerdo con clasificar a los actores de un pasado nacional en recordables u olvidables.

 

Pero más allá de esta incongruencia, la historiografía académica difícilmente podría aceptar otras premisas del relato oficial como la de la única revolución, entre 1868 y 1959, la del mismo proyecto nacional de José Martí a Fidel Castro o la de la ausencia de soberanía entre 1902 y 1959. Es indudable que la Enmienda Platt limitó la soberanía cubana entre 1902 y 1934 —año en que fue derogada— por medio del derecho de intervención de Washington en caso de guerra civil y de la subordinación a Estados Unidos de las relaciones internacionales de la naciente República. Pero, en aquellas tres décadas, el Estado cubano tampoco careció de toda autodeterminación en sus políticas internas y externas, como puede comprobarse, por ejemplo, durante los años en que Manuel Sanguily fue Secretario de Estado del presidente José Miguel Gómez.

 

La historiografía académica producida dentro y fuera de la Isla da cuenta de que la vida social, económica, política y cultural de Cuba, entre 1902 y 1958, fue intensísima y no puede ser reducida al contexto de una colonia norteamericana. Durante las primeras décadas revolucionarias, la historiografía marxista intentó desarrollar el concepto de neocolonia que, por lo menos, matizaba el grado de dependencia de Estados Unidos durante aquel medio siglo. Sin embargo, en las versiones más difundidas de la historia oficial, que son las que aparecen en los textos comentados, esa matización es abandonada por la identidad entre el pasado prerrevolucionario y el estatuto colonial, que niega toda capacidad de agencia a los actores políticos republicanos.

 

Comenzar de cero implicaba, para los líderes históricos de la Revolución, un nuevo diseño del calendario nacional a partir, precisamente, de un año cero: 1959. Todo lo sucedido antes de ese año, salvo aquello que sirviera de anuncio o profecía, debía ser referido al pasado colonial y, por tanto, capitalista, burgués, corrupto y “prenacional” de la Isla. Con la Revolución comenzaba, propiamente, la fundación del Estado y sus líderes eran, ni más ni menos, los padres fundadores de la “verdadera nación”. La difusión mundial que en el último siglo ha alcanzado esa premisa, que desde el punto de vista de las ciencias sociales o la historia política podemos calificar como “falsa”, solo puede explicarse por medio del mito. Un mito que, como todos los mitos, no es lo contrario de la realidad sino la hiperbolización de un aspecto de la realidad.

 

Fueron muchos los intelectuales cubanos, latinoamericanos, europeos o norteamericanos que, en las tres primeras décadas del socialismo, contribuyeron a la escritura de esa mitología. Jean-Paul Sartre, Charles Wright Mills, Ezequiel Martínez Estrada, Eduardo Galeano, Cintio Vitier o Roberto Fernández Retamar serían solo algunos nombres. Dentro de la Isla, buena parte de la historiografía académica y el ensayo político (Julio Le Riverend, Jorge Ibarra, Ramón de Armas, Oscar Pino Santos, Lionel Soto, Francisco López Segrera, Fernando Martínez Heredia, Pedro Pablo Rodríguez…) también intervino en el apuntalamiento de la ficción de una revolución única, en la estigmatización del período republicano o en el acoplamiento doctrinal entre José Martí y el marxismo-leninismo. Una versión simplificada y burocrática de las ideas de estos autores pasó al lenguaje de ideólogos y dirigentes del gobierno y el Partido Comunista de Cuba.

 

En las dos últimas décadas, esa formación discursiva ha ido perdiendo, gradualmente, fuerza y sofisticación, en buena medida porque algunos de sus impulsores se han acercado a la historiografía crítica. Es por ello que en Biografía a dos voces, La victoria estratégica y La contraofensiva estratégica la historia oficial aparece ya como una caricatura de sí misma. Una caricatura en la que la personalización de la historia cubana se acentúa por el tono autobiográfico que predomina en los tres libros mencionados. Fidel Castro, que es un actor del pasado, carece, naturalmente, de la objetividad del historiador y sus juicios sobre Manuel Urrutia, Huber Matos o Carlos Franqui, por poner solo tres ejemplos, poseen una textura inadmisible en el lenguaje académico.[8] Las nuevas generaciones de aspirantes a historiadores oficiales son, por lo visto, incapaces de producir obras equivalentes a las de sus antecesores de los 60, 70 y 80 y prefieren convertir las parciales memorias del líder en libros de texto de la “verdadera historia patria”.[9]

 

Integración y exclusión

 

Un buen ejemplo de la fragilidad con que actualmente se proyecta la historia oficial es la categoría “Personajes históricos de Cuba” de la así autoconcebida “wikipedia cubana”, Ecured. Que dos dictadores como Gerardo Machado y Fulgencio Batista sean llamados dictadores es comprensible, aunque no lo es tanto que sus breves períodos de gobierno solo representen miserias para Cuba. Pero que líderes civiles, democráticamente electos, como Alfredo Zayas, Ramón Grau San Martín y Carlos Prío Socarrás, sean reducidos a “presidentes de la república neocolonial cubana”, que promovieron la “corrupción, la injerencia, el soborno y el gangsterismo”, no es contribuir al conocimiento histórico de un país sino propagar caricaturas y estereotipos.

 

La categoría “Personajes históricos de Cuba” responde a un criterio tan caprichoso y, con frecuencia, tan injusto de selección que ningún historiador medianamente serio podría admitir. ¿Por qué en la misma aparecen José Antonio Saco y Enrique José Varona y no Jorge Mañach o Fernando Ortiz? ¿Por qué se juzga subjetivamente y sin el menor respaldo documental la “falta de tacto”, el “oportunismo”, “el conservadurismo” o la “confusa actuación” de Manuel Urrutia Lleó, primer jefe de Estado de la Revolución en 1959? ¿Por qué tantos líderes religiosos y cívicos, involucrados en la oposición pacífica a la dictadura de Batista, muchos de los cuales a partir de 1957 o 1958 apoyaron a Fidel Castro y el Ejército Rebelde, siguen siendo invisibilizados?

 

¿Por qué figuras importantes del movimiento autonomista del siglo XIX, como Rafael Montoro, Eliseo Giberga o Rafael María de Labra —quien fue más republicano y abolicionista que muchos separatistas de su generación—, o del anexionista, como José Ignacio Rodríguez y Néstor Ponce de León, no son “personajes de la historia de Cuba”? ¿Por qué se borran, incluso, líderes de la Revolución de 1959, como los comandantes Huber Matos y Humberto Sorí Marín, del Movimiento 26 de Julio, y Rolando Cubela, del Directorio Estudiantil Revolucionario? ¿Por qué sigue viviendo en el limbo de la historia nacional una personalidad tan influyente en la vida política cubana entre 1940 y 1959, como Carlos Márquez Sterling, Presidente de la Asamblea Constituyente de 1940 y opositor pacífico a la dictadura de Batista?

 

Las inclusiones y exclusiones de Ecured reflejan con lealtad la idea de la historia que, personalmente, posee Fidel Castro y que es la que, en el último medio siglo, se ha trasmitido a las instituciones culturales y educativas de la isla. Es la idea que se plasma, por ejemplo, en dos artículos recientes aparecidos en Granma, Juventud Rebelde, Cubadebate, La Jiribilla y otras publicaciones oficiales, titulados “La batalla de Girón I y II”. Aquí Castro reitera el principio de que la insurrección por él encabezada contra la dictadura de Batista, entre 1957 y 1958, y la resistencia a la invasión de la Brigada 2506, por Bahía de Cochinos, en la primavera de 1961, respondieron a una misma meta: defender la “independencia y la justicia que durante casi un siglo había buscado el pueblo cubano”.[10]

 

Castro enmarca, por tanto, el triunfo de enero del 59 y la derrota del grupo invasor en abril del 61 dentro de un mismo ciclo histórico, iniciado con la intervención de Estados Unidos en la guerra hispano-cubano, en 1898, el “engaño” de la Joint Resolution, el Tratado de París, el desarme del Ejército Libertador y la Enmienda Platt. Poco importa que esta última hubiera sido abolida en 1934 —dato que Castro deliberadamente ignora con frecuencia— ni que la documentación política del Movimiento 26 de Julio y el propio texto de La historia me absolverá (1954) no identificaran la lucha contra la dictadura de Batista con aquella epopeya secular por la independencia de Cuba. En la memoria ideológica de Castro la oposición armada al régimen autoritario de Batista se metamorfosea en una cruzada política contra la República:

 

“Nosotros no disponíamos de un ejército nacional en nuestro país. Al finalizar lo que los historiadores en Cuba denominaban la Tercera Guerra de Independencia —en la que el ejército colonial español derrotado y exhausto solo podía conservar ya, a duras penas, el control de las grandes ciudades—, la metrópoli arruinada, a miles de millas de distancia, no podía mantener una fuerza casi igual a la de Estados Unidos en Vietnam, al final de la guerra genocida que llevó a cabo en esa antigua colonia francesa. Es en aquel momento que Estados Unidos decide intervenir en nuestro país. Engaña a su propio pueblo, al de Cuba y al mundo, con una declaración conjunta en la cual se reconoce que Cuba, de hecho y de derecho, debía ser libre e independiente. Firma en París un acuerdo con el gobierno colonial y vengativo de la España derrotada, y desarma al Ejército Libertador mediante soborno y engaño. Con posterioridad, se le impone a nuestro país la Enmienda Platt, la entrega de puertos para uso de su armada, y se le otorga la supuesta independencia, condicionada por un precepto constitucional que le concedía al gobierno de Estados Unidos el derecho a intervenir en Cuba. Nuestro valeroso pueblo luchó en solitario, tanto como el que más en este hemisferio, por su independencia frente a la nación que, como expresó Simón Bolívar, estaba llamada a plagar de miseria a los pueblos de América en nombre de la libertad. En Cuba había un ejército entrenado, armado y asesorado por Estados Unidos. No diré que nuestra generación posea más mérito que alguna de las que nos precedieron, cuyos líderes y combatientes fueron insuperables en sus luchas heroicas. El privilegio de nuestra generación fue la oportunidad de probar, por azar más que por méritos, la idea martiana de que 'un principio justo desde el fondo de una cueva, puede más que un ejército'“.[11]

 

No hay en todo el escrito de Fidel Castro sobre Playa Girón el menor intento de distinguir las distintas fases de la historia republicana (1902-1958) ni de discernir entre la lucha en la Sierra Maestra contra la dictadura de Batista y la construcción del socialismo a partir de 1961. Cualquier periodización política elemental, a partir de la cultura, la mentalidad o los intereses de actores históricos concretos, es inconcebible dentro de la fantasía de una isla llamada a derrotar un imperio. El “principio justo”, que en José Martí representaba el fin del régimen colonial y esclavista español y la construcción de una república democrática, desde las ideas e instituciones de fines del siglo XIX y principios del XX, es asimilado en esta mitología a la misión providencial de la resistencia a Estados Unidos y el advenimiento del comunismo.

 

Del pueblo metahistórico a la memoria del caudillo

 

En cualquier democracia contemporánea las distancias entre los usos personales de la historia de un estadista y la escritura y difusión de la historia divulgativa y profesional suele ser suficientemente holgada. En el caso de Cuba, sin embargo, donde Fidel Castro, desde su retiro, sigue jugando un rol protagónico dentro del aparato de legitimación simbólica, no es así. Los escritos de Castro son capítulos visiblemente ubicados en el centro de una discursividad histórica oficial, que se reproduce en los medios de comunicación electrónicos e impresos, en las instituciones de educación primaria, secundaria y —en menor medida— superior e, incluso, en una zona ortodoxa de las ciencias sociales.

 

Esos resortes simbólicos del poder llegan a familiarizarse tanto con la sintonía entre historia nacional y memoria personal de Castro que, con frecuencia, se pierde la separación entre ambas. La saludable distinción entre memoria e historia, recomendada por Paul Ricoeur, Pierre Nora y otros historiadores contemporáneos para cualquier ciudadano o para la república misma, se deshace en el relato fidelista de la historia. Un relato construido por quien ejerció la jefatura del Estado cubano por casi medio siglo y que todavía hoy abastece parte considerable de la simbología oficial. En la segunda parte del ya citado texto La batalla de Girón (2011), Castro recurre a la documentación reunida por el historiador oficial Pedro Álvarez Tabío, en la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado de la Isla, para narrar la “verdadera historia” de los sucesos de abril de 1961. Sin embargo, esa “verdadera historia” no es más que el conjunto de mensajes que el propio Castro intercambió con la oficialidad cubana mientras dirigía la defensa contra el desembarco de la brigada de exiliados cubanos por las costas de Playa Larga y Playa Girón. En un momento del relato, Castro confiesa: “es difícil escribir sobre los acontecimientos históricos cuando muchos de los protagonistas principales han fallecido o no están en condiciones de testimoniar sobre los hechos”.[12]

 

Para Castro, por tanto, la historia es memoria o, más específicamente, testimonio. No de los ciudadanos o las comunidades que reproducen diariamente la vida social sino de los líderes revolucionarios que, con visión cesarista o napoleónica, supieron “interpretar” las claves de su tiempo y conducir a la nación a su destino.

 

¿Qué tiene que ver esta idea caudillesca de la historia con Marx, con Engels o con filósofos e historiadores marxistas del siglo XX como Walter Benjamin o Eric Hobsbawm? Nada. La idea fidelista de la historia cubana, que transcriben no pocos historiadores oficiales de la isla que se autodenominan “marxistas”, es, en todo caso, un eco apagado de la filosofía heroica de la historia decimonónica, que defendieron pensadores románticos como Thomas Carlyle o Ralph Waldo Emerson, y que hicieron popular, en el pasado siglo, biógrafos como Emil Ludwig o Stefan Zweig.

 

A diferencia de Lenin, Stalin, Mao o cualquier otro líder comunista del siglo XX, incluido, por supuesto, el Che Guevara, Fidel Castro no asimiló nunca el pensamiento marxista. Sus apelaciones al mismo, durante el periodo soviético sobre todo, fueron impostadas, exteriores: una reiteración mecánica de conceptos, en la que la propia oratoria personalísima de Castro se desdibujaba. El verdadero punto de conexión intelectual de Castro con el estalinismo o el maoísmo no ha sido la teoría marxista sino el culto a la personalidad. Una vulgar exaltación de sí, compatible con el meollo mesiánico y maniqueo del nacionalismo revolucionario y con la embrutecedora metafísica del único marxismo que ha circulado libremente en Cuba en el último medio siglo: el soviético.

 

En escritos políticos y discursos memorables del joven Fidel, como La historia me absolverá (1954) o la Primera Declaración de La Habana (1960), el sujeto de la historia de Cuba era el “pueblo” metahistórico, siempre dado, idéntico e inmutable, que se había levantado en armas contra el colonialismo español en 1868 y 1895, contra la dictadura de Machado en 1933 y contra la de Batista en 1959. En la idea del devenir nacional del anciano Castro, plasmada en las “Reflexiones”, el sujeto de la historia es el propio líder, toda vez que su memoria personal se ha confundido, irremediablemente, con la trama del pasado. Poco a poco la historia oficial cubana experimenta un desplazamiento similar: su sujeto ya no es el pueblo sino el caudillo: Fidel.

 

Legitimidad y oposición

 

Una de las características de las dos últimas décadas postcomunistas es que mientras esa historia oficial se caricaturiza en los medios de comunicación y se abandona en el campo intelectual y académico, la oposición al gobierno cubano se vuelve mayoritariamente pacífica y desecha la confrontación de la ilegitimidad del régimen. La mayoría de los opositores, desde luego, piensa que el gobierno cubano es ilegítimo, desde el punto de vista democrático, pero no se enfrenta al mismo como si se tratara de un régimen de facto que debe ser derrocado por la fuerza. Pudiera afirmarse la paradoja de que, en los últimos años, cuando la legitimidad jurídica del Estado logra imponerse más claramente, la legitimidad ideológica del socialismo, basada en la historia oficial, experimenta su mayor agotamiento.

 

La paradoja nos devuelve a la relación entre legitimidad e historia, anotada al inicio de este ensayo. La historia oficial, como discurso de legitimación de un régimen no democrático, cumple, entre otras funciones, la de mantener viva, en la memoria ciudadana, la guerra civil, la stasis, es decir, la fractura de la comunidad provocada por el orden revolucionario. De ahí que en ese discurso sean tan frecuentes la clasificación de los sujetos del pasado en amigos y enemigos, héroes y traidores, patriotas y antipatriotas, y la conexión genealógica entre estos y los partidarios u opositores del régimen en el presente. Una vez que los opositores abandonan la stasis y contraponen pacíficamente a la legitimidad totalitaria una legitimidad democrática, la historia oficial comienza a perder receptores y, lo que es más grave, comienza a perder el respaldo de la historiografía académica, que le servía de caja de resonancia.

 

Dado que la falta de democracia en Cuba continuará por algún tiempo, no habría que descartar que el debilitamiento de la historia oficial se incorpore a las tácticas de normalización del totalitarismo que aplica la élite del poder. En foros académicos internacionales, por ejemplo, ya se escuchan voces oficiales que aseguran que en Cuba no existe una historia oficial sino un conjunto de interpretaciones marxistas del pasado. Lo cual es cuestionable, por lo menos, en tres sentidos: la historia oficial sí existe —como prueban las publicaciones históricas del Consejo de Estado—, dicha historia no es marxista sino burdamente nacionalista y algunos de los marxistas serios que quedan en la Isla no suscriben el relato hegemónico de esa historia oficial.

 

El fenómeno de la decadencia de la historia oficial cubana debería ser estudiado como parte de la recomposición del campo intelectual que se está viviendo, actualmente, dentro y fuera de la Isla. Es difícil, tan siquiera, sugerir que dicha recomposición tenga alguna incidencia directa en la producción de un cambio político o una transición a la democracia. Ese tipo de fenómenos parecen ser más característicos del prolongado fin de un régimen que del surgimiento de uno nuevo. Podemos asegurar, sin embargo, que la reescritura de la historia cubana ya comenzó, aunque sus principales aciertos permanezcan inaccesibles a la mayoría de los ciudadanos de la Isla. Solo cuando esa reescritura de la historia logre constituir un público en la Isla, la pluralización de la memoria se volverá tangible y favorecerá la democratización cubana.

 

[1] Para un recorrido por la historiografía crítica reciente, dentro y fuera de la isla, ver mi capítulo, “El debate historiográfico y las reglas del campo intelectual en Cuba”, en Araceli Tinajero, Cultura y letras cubanas en el siglo XXI, Madrid, Iberoamericana/ Vervuert, 2010, pp. 131-146.

[2] Ignacio Ramonet, Fidel Castro. Biografía a dos voces, Barcelona, debate, 2006, pp. 65-78.

[3] Ibid, p. 29.

[4] Fidel Castro. La victoria estratégica, La Habana, Consejo de Estado, 2010.

[5] Ignacio Ramonet, Op. Cit, p. 32.

[6] Fidel Castro, Op. Cit.

[7] Fidel Castro, La contraofensiva estratégica, La Habana, Consejo de Estado, 2010.

[8] Ignacio Ramonet, Op. Cit, pp. 518-519.

[9] Enrique Ubieta, “Los héroes y la historia total”, Cubadebate, 25/ 10/ 2010.

[10] Fidel Castro, “La batalla de Girón”, I, (15/ 4/ 2011).

[11] Ibid.

[12] Fidel Castro, “La batalla de Girón”. II (25/ 5/ 2011).

El saco de los inconformes

Yoani Sánchez

 

Una imagen endulzada muestra a Cuba como un país donde triunfó la justicia social a pesar de tener como enemigo al imperialismo norteamericano. Durante más de medio siglo, se ha alimentado el espejismo de un pueblo unido en torno a un ideal, trabajando denodadamente por alcanzar la utopía bajo la sabia dirección de sus líderes. La propaganda política y la turística, distorsionadoras de nuestra realidad, han echado a correr la voz de que quienes se oponen a la causa revolucionaria son mercenarios sin ideología al servicio de amos extranjeros. Cabe preguntarse cómo ocurrió el proceso que llevó a millones de seres en este planeta a creer que la unanimidad se había instalado —de manera natural y voluntaria— en una isla de ciento once mil kilómetros cuadrados. Qué les hizo creerse el cuento de una nación ideológicamente monocromática y de un Partido que representaba y era apoyado por cada uno de sus pobladores. En el año 1959, cuando triunfó la insurrección contra el dictador Fulgencio Batista, los barbudos llegados al poder lanzaron a sus enemigos a un saco con el rótulo “esbirros y torturadores de la tiranía”.

 

A lo largo de la década del sesenta y como consecuencia de las leyes revolucionarias que terminaron por confiscar todas las propiedades productivas y lucrativas, aquel reservorio inicial tuvo que ensancharse y le añadieron las etiquetas “los terratenientes y explotadores de los humildes”, “los que pretenden regresar al bochornoso pasado capitalista” y otras de igual corte clasista. Al llegar los años ochenta cayeron en el depósito de los contrarios al sistema también “los que no están dispuestos a sacrificarse por el futuro luminoso” y “la escoria”, ese hallazgo lingüístico que pretendía definir a un subproducto del crisol donde se forjaba no solo la sociedad socialista sino también el hombre nuevo, que tendría el deber de construirla y algún día el placer de disfrutarla. Los rotuladores de la opinión no hacen ninguna diferencia entre quienes se opusieron a las promesas iniciales de transformación social y los creyentes que terminaron frustrados ante su incumplimiento. Porque toda promesa tiene un plazo, sobre todo si es política y cuando caducan las prórrogas proclamadas en los discursos, se agota la paciencia y aparecen posiciones difíciles de etiquetar por esos eternos clasificadores de ciudadanos. De manera que desde hace varias décadas han aparecido en Cuba quienes sostienen que las cosas debieron hacerse de otra forma, los que llegaron a la conclusión de que toda una nación fue arrastrada a la realización de una misión imposible, un gran número que quisiera introducir algunas reformas e incluso los que pretenden cambiarlo todo.

 

Pero ahí está el saco con su insaciable boca abierta y la misma mano arrojando a su interior a todo el que se atreva a enfrentarse a la única posible “verdad” monopolizada por el poder. No importa si es socialdemócrata o liberal, demócrata cristiano o ecologista, o simplemente un inconforme independiente; si no está de acuerdo con los dictados del único partido permitido —el comunista—, es tomado como un opositor, un mercenario, un vendepatria, en fin, se le clasifica como un agente a sueldo del imperialismo.

 

Obstinadamente muchos siguen mirando la estampita edulcorada que muestra un proceso social justiciero y tratan de justificar la intolerancia que lo acompaña a partir de sus logros —ya bastante deteriorados— en la salud y la educación. Son quienes no pueden entender que los modelos usados para perfilar el retrato triunfalista del sistema cubano, se tornan muy diferentes cuando se bajan del pedestal donde posan. Paciente hospitalario y alumno de una escuela no son sinónimos de ciudadanos de una república. Cuando un hombre o una mujer de carne y hueso —con aspiraciones personales y sueños propios— se encuentra fuera de “la zona de beneficios de la revolución”, descubre que no tiene un espacio privado donde fundar una familia, ni un salario correspondiente con su trabajo, ni un proyecto de prosperidad lícito y decente. Cuando además reflexiona sobre los caminos que tiene a su alcance para modificar su situación, encuentra que solo le queda emigrar o delinquir. Si llega a meditar en como modificar la situación del país, descubrirá lleno de pánico el amenazante dedo acusador de un Estado omnipresente, el insulto descalificador, la intolerancia revolucionaria que no admite ni críticas ni propuestas. Se dará cuenta entonces que ha ido a parar al saco de los disidentes, donde por el momento sólo le aguarda la estigmatización, el exilio o la cárcel.

 

Este artículo de Yoani Sánchez aparece publicado en el número 2 de la revista independiente VOCES.

El músico que nunca existió

Roberto Madrigal

27 de marzo de 2013

 

Pertenezco a una generación que creció en medio de una reescritura de la historia para la cual no faltaron amanuenses bien dispuestos, quienes no sólo enarbolaban la pluma sino también el borrador. Se nos educó para pensar que la historia cubana antes de 1959 había sido un accidente desastroso o la de una nación manipulada por fuerzas malévolas que nada bueno pudieron aportar. Debíamos sentir culpa por nuestro pasado y ser revolucionario era la única forma de ser y de definir la cubanidad. Se nos preparaba para entonces recibir la versión de los triunfadores. No se nos enseñaban hechos, se nos daba una visión, una opinión y una relación editada de la historia. A pesar de haberme pasado la adolescencia y algo más luchando contra las limitaciones de mi educación, algo quedó. De eso me di cuenta mucho más tarde, ya en el exilio. Esa fue quizá una de las razones por las cuales nunca supe quién fue Bebo Valdés, o sea, hasta que todo el mundo supo, gracias a Paquito D’Rivera, quién fue Bebo Valdés.

 

No soy músico ni especialista en música, pero sí soy un musicófilo y estoy seguro que conozco mucho más que la persona promedio. El jazz, en todas sus variantes, siempre me ha interesado sobremanera. Aunque nunca participé de círculos culturales oficiales, sí tuve una relación distante, episódica, más tangencial que marginal, con algunos de quienes a ellos pertenecían, incluyendo a pianistas como el propio Chucho Valdés y a Emiliano Salvador, entre otros. Conocí también a músicos que fueron tempranamente marginados, como Mike Porcel y Sergio García-Marruz, este último no solo un extraordinario guitarrista, sino un gran conocedor de la historia su arte. También tuve muchos amigos que no llegaron a ser músicos, pero si eran grandes aficionados y la música era prácticamente su vida. Sin embargo, en Cuba, jamás oí hablar de Bebo Valdés. Se hablaba y se conocía la trayectoria de muchos que estaban prohibidos por ser enemigos de la revolución, pero que seguían sonando por el extranjero. De todos se tejían interminable leyendas. Hasta de Los Sobrinos del Juez oí hablar y pude escuchar, pero de Bebo Valdés nada.

 

Quizás otra de las razones de su desaparición de la memoria nacional fue su propia actitud, ya que optó por disfrutar la intimidad que un cálido amor le ofreció en la gélida Escandinavia. Lo supongo, no lo sé, porque es difícil interpretar a quien no se conoce. Aparte de su valor musical, Bebo Valdés se erige en síntoma y símbolo del poder de la censura, del resentimiento social y de las frustraciones artísticas cuando estas se ligan al poder.

 

Muchas generaciones de músicos crecieron y se educaron sin tener la menor idea de su importancia en nuestra historia musical. Durante ese lapso de tiempo no es solamente que haya sido olvidado, sino que fue como si nunca hubiera existido. No es el único, Cándido Camero es otro que me viene a la mente, pero en estos momentos es el más destacado. Por suerte lo pude disfrutar una vez rescatado, pero siempre me he preguntado cuántos otros hay en otros sectores del arte y de la ciencia. Puede que la ignorancia sea una bendición, pero nunca si viene acompañada de la mano de la censura. Con su muerte, Bebo Valdés se despide, pero esta vez va camino de la memoria. Muere y por tanto existe.

EEUU alertó a Castro

sobre atentado de William Morgan

Miguel Fernández-Díaz

7 de junio de 2013

 

Está confirmado por documentos del Departamento de Estado: Washington alertó a las autoridades cubanas sobre un supuesto atentado que perpetraba el entonces Comandante William Alexander Morgan (1928-1961) contra el líder Fidel Castro Ruz meses después de tomar el poder.

 

La historia oficial cubana de 638 planes de atentado contra Fidel Castro corre desde diciembre de 1958 en la Sierra Maestra, con el agente del FBI Allen Robert Nye, hasta noviembre de 2000 en Panamá, con el agente CIA Luis Posada Carriles. En esa desproporcionada relación se cuentan hasta los que no fueron más allá de susurros o garabatos, pero suele pasarse por alto el más significativo: el complot de asesinato atribuido a Morgan, desertor de las fuerzas rebeldes.

 

Este episodio consta en el Volumen VI de la compilación Foreign Relations of the United States  (Relaciones Exteriores de los Estados Unidos), atesorada por la Oficina del Historiador del Departamento de Estado. El documento 348 revela que el embajador estadounidense Philip Bonsal avisó a Castro luego de que el FBI recibiera informe de que Morgan encabezaba una conspiración para matarlo.

 

El 2 de agosto de 1959, el Departamento de Estado comunicó la esencia del informe a Bonsal, quien al día siguiente respondió haber notificado al canciller cubano Raúl Roa y recibido su agradecimiento. Bonsal tachó a Morgan de “irresponsable y falto de principios”, además de comentar que cualquier atentado contra Castro, incluso si fracasara, pondría en peligro la seguridad de los ciudadanos norteamericanos en Cuba.

 

El 4 de agosto, Roa contó a Bonsal por teléfono que el presidente Osvaldo Dorticós se había alarmado mucho. Bonsal recalcó que su gobierno no podía confirmar la veracidad del informe al FBI e incluso acotó que podría estar dirigido a sembrar “sospechas y disensos”.

 

¿La CIA detrás de Morgan?

 

El reportaje en profundidad de David Grann sobre el “Comandante Yanqui”, publicado por la revista The New Yorker, el pasado año, no aludió a esta peripecia diplomática entre La Habana y Washington, algo que sí recogió el historiador Enrique Ros en su obra El clandestinaje y la lucha armada contra Castro (Ediciones Universal, 2006). También sería traída a colación por Orlando Cruz Capote, investigador auxiliar del Instituto de Filosofía de la Academia de Ciencias de Cuba, en su artículo “La expedición dominicana-cubana a Santo Domingo en 1959″ (Calibán, enero-febrero-marzo, 2009).

 

Cruz Capote recurrió a la mención para justificar que Morgan conspiraba con el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo en contra de Castro y luego cambió de casaca al percatarse de que el G-2 iba a descubrir la “conspiración trujillista”. El articulista alega que “Morgan ya era desde la lucha guerrillera cubana un agente de la CIA encubierto. La actividad de William Morgan es evidente si se lee un telegrama del Departamento de Estado enviado a su embajada en La Habana donde se da a conocer que éste está vinculado a alguna actividad contrarrevolucionaria al ser líder de un grupo que se proponía asesinar a Fidel Castro”.

 

De esa manera, repica la tesis del general Fabián Escalante, ex jefe y actual historiador de la Seguridad del Estado, quien aseguró en su libro Cuba: la guerra secreta de la CIA (Editorial Capitán San Luis, 1993) que Morgan conspiraba ya contra Castro hacia febrero de 1959, bajo la supervisión del oficial de la CIA, Gerry Droller, alias Frank Bender.

 

Pero Cruz Capote se abstiene de contar que el telegrama del Departamento de Estado no se quedó en la Embajada americana, sino que pasó al gobierno cubano para sentar el curioso caso de Washington alertando a Castro sobre un plan de atentado, ya fuera real o presunto.

 

En todo caso, Bonsal aportó una prueba concluyente de que detrás de Morgan no estaba la CIA, porque sirvió al “Comandante Yanqui” en bandeja de plata al líder cubano.

 

La saga inconclusa

 

Hacia febrero de 1958, Morgan se enroló en la guerrilla antibatistiana del Segundo Frente Nacional del Escambray. Allí ascendió a comandante y para el 13 de agosto de 1959 se convertiría en héroe nacional por su papel decisivo en la desarticulación de la “conspiración trujillista”, que terminó con el fiasco en Trinidad, Las Villas, de la expedición área de exiliados cubanos organizada en República Dominicana.

 

Para el año siguiente, Morgan se reviraba contra Castro. Una versión circulante sobre “la traición de Bonsal” se refiere a este episodio del verano de 1960.

 

En su estudio William Morgan: Patriot or traitor? (2002), el periodista investigativo H.P. Albarelli Jr. narra que, poco antes de ser detenido Morgan, el embajador estadounidense comunicó “a escondidas” a Castro que el “Comandante Yanqui” organizaba en secreto una guerrilla para derrocarlo. Solo que Castro contaba desde el principio, entre los propios complotados, con el teniente Manuel Cisneros y el sargento Rubén Domínguez, quienes trabajaban para el G-2.

 

Morgan pasaría entonces por arresto y prisión, juicio y fusilamiento, pero su saga no concluyó en el Cementerio de Colón. Tras reclamar la viuda, Olga Goodwin, y acceder Castro en el 2002 a que se repatriaran a Estados Unidos los restos de Morgan, no fueron hallados en el osario adonde, según el registro oficial, habrían sido trasladados el 17 de abril de 1971.

 

Las gestiones para la repatriación de los restos de Morgan han seguido durante estos años, al tiempo que su leyenda se acrecienta a través de recientes artículos, libros y proyectos cinematográficos.

 

Pero los restos continúan perdidos.

Mario García Menocal: otra víctima

de la historiografía castrista

Orlando Freire Santana

8 de octubre de 2013

 

Uno de los artículos dominicales más recientes del periodista Ciro Bianchi Ross, aparecido en Juventud Rebelde (edición del 22 de septiembre) fue dedicado a Mario García Menocal, el tercer presidente de la República de Cuba durante el período 1913-1921. Bianchi apunta que un parque habanero llevó el nombre del ex mandatario, y que en el lugar existió un busto de Menocal; un busto que ya había desaparecido.

 

Con el objetivo de comprobar si quedaba algún rastro del busto, nos dirigimos al referido parque, ubicado en la manzana comprendida entre las calles 6, 8,15 y 17 en el barrio de El Vedado. Después de recorrer minuciosamente el parque no hallamos ningún indicio de que el busto hubiese existido, ni siquiera su pedestal. O sea, que a diferencia de la estatua de Tomás Estrada Palma en la Avenida de los Presidentes -decapitada, pero conservando su pedestal-, de la efigie de Menocal no queda absolutamente nada.

 

Preguntamos a tres personas que mitigaban el calor en varios bancos del parque, dos jóvenes y un hombre maduro que dijo ser vecino de los alrededores, acerca de si conocían el anterior nombre del parque, y también de alguna estatua que hubiese existido allí. Pero nada. Los tres expresaron que el parque se llama John Lennon, cuya famosa efigie reposa en otro banco de la instalación, y que desconocían la denominación del parque antes de que allí estuviese el ex Beatle. Y del hipotético busto de Menocal, jamás habían oído hablar.

 

Por suerte, ya a punto de retirarnos, nos topamos con una señora octogenaria, también residente en ese barrio, la que nos confirmó lo planteado por el periodista. Pero dijo más: el busto de Menocal fue eliminado a principios de la revolución de Fidel Castro, por un problema político, y no como otras estatuas que han desaparecido últimamente de parques habaneros, depredadas por personas que buscan apropiarse de los valiosos materiales que las componen.

 

No es difícil imaginar que la destrucción del busto se realizó en el contexto de la descalificación de las figuras públicas que prestaron servicios en la etapa republicana, máxime al tratarse de un Presidente de la República. De acuerdo con el punto de vista de la historiografía oficial, esas figuras traicionaron los ideales de los padres fundadores  -Martí, Maceo, Gómez-, y devinieron títeres del imperialismo norteamericano. Es decir, que fueron baluartes de la hoy llamada “pseudorepública”, tan denostada por los manuales con que se les enseña la historia a nuestros estudiantes.

 

Mas, al margen de la actuación de Menocal con posterioridad a 1902, conviene repasar su labor antes de esa fecha.

 

El 26 de febrero de 1895, dos días después de comenzada la guerra necesaria que preparó Martí, y renunciando a su cómoda posición de ingeniero civil, el joven Mario García Menocal  -contaba con 29 años- se alzó en armas contra el colonialismo español. A los pocos meses, tras cumplir con éxito algunas misiones encomendadas por Máximo Gómez, alcanzó el grado de capitán. Y ya al siguiente año sus dotes de buen guerrero se pusieron de manifiesto: más de 12 acciones combativas le valieron los ascensos consecutivos a comandante, teniente coronel y coronel. Al final de 1896, y también a propuesta de Gómez, recibe el grado de general de brigada por su actuación en el ataque y toma del poblado de Guáimaro, de gran significación para los mambises al haberse firmado allí la primera constitución de la República en Armas en 1869.

 

En agosto de 1897 se destacó en el ataque a la ciudad de Las Tunas, donde resultó herido de gravedad, y obtuvo los grados de general de división. Hacia el final de la guerra, tras cruzar la trocha de Júcaro a Morón, y operar en la provincia de La Habana, fue ascendido a mayor general. Por último, y en reconocimiento a su brillante hoja de servicios, fue uno de los nueve generales que asistieron al acto por el cese de la dominación española en Cuba.

 

Aun considerando los desaciertos que haya podido tener como gobernante, ¿qué derecho le asistió al castrismo para ultrajar la memoria de un hombre que lo dio todo en la manigua en pos de la independencia de Cuba? Ningún derecho. Solo la fuerza que emana de un poder ilimitado.

Marta Rojas y la mala memoria

Arnaldo M. Fernández

21 de octubre de 2013

 

Rojas cubría el juicio para la revista Bohemia, que publicaría otra conclusión del alegato: “El silencio de hoy no importa. La historia definitivamente lo dirá todo”

 

Por el aniversario 60 años del Moncada vienen reciclándose materiales de la periodista Marta Rojas y la semana pasada tenía que caer su testimonio de la sesión del juicio, el 16 de octubre de 1953, que ella y otros cinco periodistas cubrieron para diversos medios y en la cual Fidel Castro fue condenado a 15 años.

 

La televisión cubana recicló un vídeo en que Rojas describe cómo concluyó el alegato de autodefensa: “Da así en la mesa, con las manos, y dice: ‘¡Condenadme, no importa, la historia me absolverá!’. Eso es lo que dice Fidel. Todo el personal se queda a la expectativa, se quedan inmóviles, y entonces él, de pie, vuelve a hacer así y dice: ‘Bueno, ya terminé’.”

 

Rojas añade que, al ser conducido fuera de la sala improvisada del tribunal, Castro pasó por delante de ella y le dijo: “¿Tomaste nota?” Y ella respondió que sí.

 

El tiempo es el diablo

 

Rojas cubría el juicio para la revista Bohemia, que publicaría otra conclusión del alegato: “El silencio de hoy no importa. La historia definitivamente lo dirá todo”. (“Julio: La guerra civil”, sección En Cuba, 27 de diciembre de 1953, página 70).

 

En The Moncada Attack (Editora de la Universidad de Carolina del Sur, 2007), el historiador cubano-americano Rafael Antonio de la Cova señala que así mismo terminaba en las notas tomadas por Rojas, las cuales se transcribieron en manuscrito de 179 páginas mecanografiadas (página 231).

 

Tras el triunfo de la revolución de Castro, Rojas se excusó con que el último párrafo se modificó por los censores batistianos, pero las garantías constitucionales suspendidas desde el 26 de julio, entre ellas la libertad de prensa, se restablecieron dos meses antes del precitado reportaje en Bohemia (“Cabinet Restores Guaranteees; News Censorship Lifted”, Havana Post, 25 de octubre de 1953, página 1), justo al día siguiente de concluir la última sesión del juicio del Moncada con la condena a 10 años de Gustavo Arcos Bergnes, quien compareció en silla de ruedas por haber recibido un balazo en la espina dorsal.

 

En su libro El juicio del Moncada (Editorial Ciencias Sociales, 1988), Rojas sacó la última página —sin numerar— del manuscrito que mecanografió a partir de sus notas y la última frase aparece tachada. La corrección a pluma reza: “La historia me absolverá.” No parece lógico que si Rojas anotó la frase de cierre del alegato de Castro, se equivocara al mecanografiarla.

 

Coda

 

La sesión de octubre 16 de 1953 del juicio del Moncada duró seis horas y, además de Castro, comparecieron otro asaltante al cuartel: Abelardo Crespo, herido en el pulmón por friendly fire, y un trabajador ferroviario de Santa Clara: Gerardo Poll Cabrera, acusado falsamente por otro. En algún lugar Castro afirmó haber largado un discurso de tres horas ante los jueces, pero el presidente del tribunal, Adolfo Nieto, asegura que fueron dos.

 

En todo caso no hay tiempo para pronunciar una pieza oratoria tan larga como La historia me absolverá. Tampoco hay razón para encubrir que el panfleto impreso es versión aumentada y revisada del alegato, que incluye mejor cierre. Nada cambiaría.

Entre el permiso y la censura

Alberto Méndez Castelló

23 de octubre de 2013

 

Una arrebatiña se produjo este sábado en el parque Martí por un libro de historia local. A la orden “¡Ya pueden vender!”, varias decenas de personas se abalanzaron sobre las libreras y en segundos agotaron los pocos ejemplares en venta.

 

De un colectivo de autores locales, titulado Síntesis histórica municipal de Puerto Padre, el libro forma parte de la Colección Memorias de la Editora Historia, del Instituto de Historia de Cuba.

 

Hasta aquí llegaron a presentarlo este fin de semana el vicepresidente de esa institución, Joel Cordoví Núñez, y la editora Yanelis González Leyva, quien tuvo a su cargo la edición y composición.

 

El libro consta de una introducción, una caracterización y cuatro capítulos: I, Puerto Padre precolombino; II, Evolución histórica durante la colonia; III, La república neocolonial; IV, La Revolución en el poder.

 

“Muchos temas pueden faltar o merecerán un estudio más amplio”, dice en la introducción el historiador de la ciudad Ernesto Carralero Bosch.

 

La caracterización especifica que Puerto Padre cuenta con 1 180,23 kilómetros cuadrados y 91 889 habitantes, de los cuales  55 380 integran la población urbana y 36 509 son los pobladores rurales.

 

Menciona los escritores publicados y nada dice de los censurados, algunos, nominados a importantes premios internacionales, cuyas novelas y cuentos permanecen en gavetas.

 

La publicación tampoco dice de los años que el central Antonio Guiteras, el otrora Delicias, lleva produciendo como un trapiche y no como un central, cuando ya  en 1953 con 1 383 653 sacos de 325 libras, se convirtió en el primer productor de azúcar de caña del mundo.

 

El libro reseña la historia de Puerto Padre, desde su prehistoria varios siglos antes de la llegada de Colón, hasta la madrugada del 8 de septiembre de 2008, cuando el huracán Ike destruyó o dañó de forma parcial 24 588 viviendas aquí.

 

Menciona el Plan Truslow, de una compañía estadounidense, de despidos masivos de trabajadores azucareros en la década del cincuenta del pasado siglo, pero no dice de los despidos de obreros en lo que va del siglo XXI en el central Antonio Guiteras, donde con la reducción de un turno, la empresa azucarera estatal hace trabajar a los obreros jornadas de doce horas.

 

El vicepresidente del Instituto de Historia de Cuba Joel Cordoví Núñez y la editora Yanelis González Leyva fueron  acompañados en la presidencia de la tertulia por Manuel Pérez Gallego, ideológico del Comité Provincial del Partido Comunista (PCC) en Las Tunas, por Roy Molina, primer secretario del Comité Municipal del PCC en Puerto Padre, y por Ernesto Carralero Bosch, historiador de la ciudad.

 

Acerca del papel de la Historia en la sociedad, el Vicepresidente del Instituto de Historia de Cuba aseguró: “La historiografía es un arma política”. Concerniente al libro presentado dijo: “Es un libro tan bonito como la ciudad que representa”. Afirmando acerca de Puerto Padre, expresó: “No estamos hablando de cualquier municipio, sino de un municipio con una historia rica desde la época de la colonia”.

 

Con el auge de la industria azucarera, Puerto Padre alcanzó magnitudes importantes de desarrollo desde el siglo XIX. Pero hoy permanece con calles ahuecadas, un sistema de acueducto y alcantarillado inoperante y miles de hectáreas de terrenos labrantíos ociosos. De las decenas de periódicos que se publicaron aquí hasta 1959, hoy no existe ninguno. Tampoco parece haber muchas personas dispuestas a contar lo que piensan, contentándose con lo que les dan a leer. La arrebatiña ocurrida este sábado en el parque Martí por conseguir un libro incompleto es un buen ejemplo. Pero entre el permiso y la censura, esa es la Historia que está por contar.  

La tortuosa metamorfosis política de Elián González

Eugenio Yánez

21 de noviembre de 2013

 

De “balserito” a comisario

 

Durante el pasado fin de semana el ya no balserito, sino cadete y futuro oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Elián González, que dentro de pocos días cumplirá veinte años de edad, se expresó públicamente sobre aspectos de su vida, su drama, sus recuerdos y sus dolores.

 

Según algunas informaciones, lo hizo en un mitin juvenil, y según otras en una entrevista con el periódico provincial, pero lo que nos interesa fue lo que dijo, no dónde lo hizo.

 

Debemos respetar su vida privada y sus sentimientos. Nuestro derecho a opinar sobre su tragedia personal es limitado, si es que hubiera derecho a hacerlo. Todos conocimos parte de ese drama por la trascendencia que tomó el asunto en el año 2000, con el naufragio en que falleció su mamá, el rescate del niño por pescadores que le encontraron en el mar y le llevaron a tierra, y el litigio por su custodia, entre el padre residente en Cuba y los tíos residentes en Estados Unidos.

 

Más allá del talante político del asunto no hay que opinar sobre la vida personal y familiar de Elián González y sus seres queridos. No es asunto de ninguno de nosotros.

 

Sin embargo, con un lenguaje típico de libelos del régimen Elián mencionó públicamente temas políticos, planteó juicios de valor sobre realidades del exilio y los cubanos en Miami, y opinó sobre temas candentes, como la Ley de Ajuste Cubano, los espías de la Red Avispa, o la Operación Pedro Pan de los años sesenta del siglo pasado.

 

Y, de la misma manera que respetamos absolutamente la vida privada del balserito y cadete, no estamos obligados a avalar con nuestro silencio palabras y evaluaciones políticas del comisario Elián González, en nada diferentes a las que podría expresar Fidel Castro o cualquier periódico controlado por el partido comunista cubano.

 

Recordando aquellos amargos tiempos, Elián señaló: “Nunca se me dio la posibilidad de tener un momento para pensar en mi madre, quien producto de esa Ley de Ajuste Cubano falleció en el mar”. En el aspecto humano es comprensible su dolor, pero plantear ahora que su mamá falleció en el mar a causa de la Ley de Ajuste Cubano, pretendiendo ignorar la situación de desespero que la decidió a lanzarse al mar arriesgando la vida de su hijo para sacarlo del país, es una manera demasiado simplista de explicar las cosas.

 

También lo es querer analizar con artes de birlibirloque: “…Yo sufrí las consecuencias de esa Ley. También se me violaron derechos elementales que recoge la Convención sobre los Derechos del Niño: el derecho a estar junto a mi padre, el derecho a conservar mi nacionalidad, y permanecer en mi contexto cultural”. El comisario Elián González no menciona que su derecho a estar junto a su padre, conservar su nacionalidad, y permanecer en su contexto cultural, se los garantizó justamente el gobierno de Estados Unidos, que incluso recurrió a la fuerza para garantizar esos derechos del niño Elián González. Derechos que el régimen que defiende el cadete Elián González no respeta a niños que no dejan salir de Cuba para castigar a padres “desertores”. Por eso, sus palabras de comisario de que “es importante destacar que nuestra lucha no es contra el pueblo norteamericano, es contra su gobierno”, no sobrepasan el nivel de vulgar demagogia y propaganda barata.

 

Utilizar su historia personal para pedir al presidente Obama liberar a los espías convictos y presos de la Red Avispa es otra burda maniobra de comisario que cumple instrucciones del aparato propagandístico del régimen. Y hablar de “terroristas” y de “la mafia anticubana” como conceptos abstractos y difusos, donde cabe cualquier cubano que el régimen intente desacreditar, es hacerle el juego a la dictadura. Porque no creo que al hablar de “terroristas” y de “la mafia anticubana” Elián González se estuviera refiriendo a la gerontocracia de la Habana, que efectivamente es terrorista, mafiosa y anticubana.

 

Criticar la Operación Pedro Pan, que no vivió por su edad y conoce por lo que le hayan contado, sin mencionar que aunque se llevó a cabo cuando no existía la Ley de Ajuste Cubano, siempre hubo padres que prefirieron separarse de sus hijos y enviarlos a Estados Unidos sin saber cuándo volverían a verlos antes que dejarlos viviendo bajo una dictadura comunista, demuestra que Elián no quiere entender los sacrificios que pueden hacer madres y padres por sus hijos.

 

Y no pretendo decir con eso, ni mucho menos, que los padres que no enviaron sus hijos al extranjero en la Operación Pedro Pan, los que no los arriesgaron a escapar del país en frágiles embarcaciones, o los que les inculcaron sentimientos de apoyo al gobierno cubano, no quieran tanto a sus hijos como quienes hicieron lo contrario. Digo, solamente, que el amor de los padres por los hijos va más allá de ideologías y propagandas, y que no puede ser un comisario político al servicio de una dictadura quien establezca normas para juzgar cuáles padres quieren a sus hijos y cuáles no. Más aún cuando ese comisario ni siquiera ha sido padre todavía.

 

Así que, a manera de resumen, insisto en que el ser humano Elián González, su vida y la de su familia, merecen privacidad y no hay derecho a opinar sobre eso. Pero cuando el comisario político Elián González habla, tergiversa la historia, ignora realidades evidentes, e insulta a los cubanos que no comparten sus puntos de vista, debe recibir siempre la respuesta que merecen sus disparates y provocaciones.

 

Ya sea que haya dicho lo que dijo por ignorancia, por convicción, o porque estaba cumpliendo una tarea. ¿Cuál es la diferencia?

El comandante borrado del billete

Roberto Jesús Quiñones Haces

8 de enero de 2014

 

Por estos días, como todos los años, jóvenes militantes de la UJC (Unión de Jóvenes Comunistas), la FEU (Federación Estudiantil Universitaria) y veteranos del Ejército Rebelde reeditan el viaje que desde Santiago de Cuba hasta La Habana hiciera el entonces joven y esperanzador comandante en jefe Fidel Castro Ruz con otros guerrilleros. La entrada en la capital el 8 de enero de 1959 de la que fue nombrada Caravana de la Libertad, resultó un hecho histórico extraordinario que llenó de alegría al pueblo habanero, como antes había ocurrido con los cientos de miles de cubanos que en sus localidades recibieron a quienes habían prometido públicamente la restauración de la Constitución de 1940, las libertades civiles y políticas conculcadas por Batista y elecciones libres una vez derrocado el tirano.

 

También por estos días, la televisión retrasmite un video sobre  la entrada de Fidel a La Habana y, aunque las imágenes han sido editadas, el espectador informado sabe que el guerrillero que aparece fugazmente a la izquierda de Fidel es el comandante Huber Matos. Hoy, pocos jóvenes cubanos conocen quién fue Huber Matos, acaso tienen como único referente el epíteto de traidor que desde octubre de 1959  le endilgan los dirigentes cubanos. Por eso ignoran que en el reverso del billete de Un Peso (CUP, no convertible) donde  aparecen encima del blindado las imágenes de Camilo y Fidel, también debería estar la del comandante guerrillero si se actuara con apego a la verdad histórica, esa misma que Fidel menciona en su concepto de Revolución.

 

Esos jóvenes también desconocen la importancia que Huber Matos tuvo para el fortalecimiento de la lucha guerrillera en la Sierra Maestra y que las acciones de suministro de armas organizadas y ejecutadas por él incidieron decisivamente en la victoria guerrillera. Ignoran el papel que jugó la Columna No. 9 en la toma de Santiago de Cuba, minimizado siempre, y que este cubano nacido en 1918 fue el guerrillero que en menos tiempo alcanzó los grados de comandante del Ejército Rebelde. También desconocen que una vez logrado el triunfo revolucionario, Huber Matos fue quizás el único comandante que pidió a Fidel Castro que esclareciera el rumbo que iba tomando la revolución, pues ya se advertían  signos inequívocos de penetración comunista en el ejército y en todas las estructuras de poder del gobierno revolucionario, algo que fue desmentido vehementemente por Fidel Castro en el proceso judicial que a finales de 1959 inició en contra de Huber y de un grupo de oficiales rebeldes, pocos días después de la misteriosa desaparición de Camilo Cienfuegos.

 

Esos jóvenes que hoy reeditan la travesía de aquella Caravana de la Libertad también desconocen lo difícil que ha resultado la vida para los antiguos miembros de la Columna No.9 que decidieron permanecer en Cuba, muchos de ellos discriminados por el sólo hecho de haber luchado por la restauración democrática de Cuba bajo las órdenes de Huber Matos.

 

Algún día, cuando todas las fuentes sean consultadas y analizadas y el pueblo tenga  acceso  a ellas, la historia del período guerrillero y del lapso posterior a 1959 podrá escribirse con objetividad. Estoy seguro de que entonces el nombre del comandante Huber Matos no volverá a estar acompañado de un estigma injusto. No se puede acusar de traidor a quien expuso su vida en bien de la patria, mucho menos a quien fue consecuente con los principios democráticos que dieron origen a la revolución cubana y que están plasmados en el Programa del Moncada y los Pactos de México y de la Sierra Maestra.

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.