Neves: Brasil financió megapuerto de Mariel

aceptando garantías en pesos cubanos

Rolando Cartaya

25 de octubre de 2014

 

En su último debate el candidato que disputará mañana la presidencia de Brasil a Dilma Rousseff dijo tener pruebas de que el secreto sobre el financiamiento del proyecto en Cuba se debe a sus privilegiados términos.

 

Aecio Neves, candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) que disputará el domingo la presidencia de Brasil en segunda vuelta electoral con la aspirante a la reelección Dilma Rousseff, sacó a la luz por primera vez, durante el último debate televisado entre los dos el viernes, las razones por las que el gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) desea mantener en secreto los términos del financiamiento para el megapuerto y Zona Especial de Desarrollo de Mariel en Cuba.

 

Neves dijo tener en su poder un documento que muestra que la administración de Dilma aceptó en pesos cubanos y a través de un banco de la isla, y no como suele hacerse, en euros o dólares y por mediación de un banco internacional de prestigio, las garantías del préstamo de poco más de 800 millones de dólares hecho por su banco de fomento, el BNDES, a la constructora brasileña Odebrecht para las obras en Mariel.

 

A continuación una transcripción de ese segmento del debate

 

Aecio Neves: Candidata, nosotros conocemos la absoluta carencia de infraestructura por todas partes (en Brasil),  falta de todo: ferrovías, hidrovías, puertos. Su gobierno optó por financiar la construcción de un puerto en Cuba, gastando 2 billones de reales (cerca de 810 millones de dólares) del dinero brasileño, del dinero del trabajador brasileño. Mientras tanto, nuestros puertos están a la espera de inversiones. Ninguno cuenta con inversiones de esa magnitud. Y lo que es más grave, ese  financiamiento viene con carácter secreto, no es accesible para la población brasileña. ¿Qué tiene que esconder su gobierno, candidata, en relación con el financiamiento del puerto de Mariel en Cuba?

 

Dilma Rousseff: Mi gobierno, nada. Ahora, creo que usted tiene mucho que esconder en lo referente a gastos de publicidad, no revelados claramente en lo que se refiere a los diarios y las televisoras de su familia. Creo, senador, que es necesario que la gente considere con cautela este asunto del puerto. Nosotros financiamos a una empresa brasileña que generó empleos en Brasil. Generó tantos empleos que fueron casi... de los 800 millones contratados, nosotros conseguimos generar 465.000 empleos. Y quiero recordar al señor que también el gobierno de Fernando Henrique [Cardoso] financió a empresas brasileñas para exportar y colocar productos tanto en Venezuela como en Cuba. Entonces yo no entiendo de qué se aterra el señor.  Ahora, quiero volver sobre este tema de los empleos. Candidato, ustedes [el PSDB en la presidencia de Cardoso] dejaron al país con 11 millones 400.000 personas desempleadas. Candidato, era la mayor tasa (del mundo), sólo después de la India, que tenía 41 millones. Ustedes batieron el récord de desempleo, el récord de bajos salarios, y cuando el señor se refiere a la inflación, el señor está hablando del gobierno de Itamar [Franco], no del de Fernando Henrique.

 

AN:  Otro engaño más de la señora, pero volviendo a Cuba, que era mi pregunta, candidata, tal vez yo le pueda revelar hoy a Brasil las razones por las que este empréstito es considerado secreto, diferente de todos esos otros a los que la señora se refería. Recibí hoy un documento y estoy solicitando que se envíe a la Procuraduría Genral de la República para que se haga una investigación, un documento del Ministerio de Desarrollo Económico que dice que el financiamiento para Cuba, a diferencia del financiamiento para otros países donde el plazo normal de amortización es de 12 años,  fue de 25 años. Y lo más grave, candidata, es que en todos esos financiamientos a solicitud del gobierno brasileño y del grupo técnico las garantías debían ofrecerse en una moneda fuerte, generalmente euros o dólares, a través de un banco con credibilidad. El gobierno brasileño aceptó que esas garantías fuesen dadas en pesos cubanos, y a través de un banco de la isla. ¿Es justo, candidata, hacer favores con el dinero brasileño a un país amigo que ni siquiera respeta la democracia?

 

DR: Candidato, no tenemos un Ministerio de Desarrollo Económico, sino un Ministerio de Desarrollo, Industria y Comercio. Y tenemos relaciones internacionales, candidato. Entonces yo quería decir lo siguiente. Siempre que se financia a una empresa, las cláusulas del financiamiento guardan respeto por esa empresa.Y  las garantías son las que ella da, no Cuba. Quién da las garantías a BNDES (Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social). Quien da las garantías es la empresa brasileña. Entonces, lo que yo le quiero decir es que usted valore. El gobierno de Fernando Henrique hizo los mismos préstamos. Nosotros los hacemos. ¿Pero a quién beneficiamos, candidato? Empleos brasileños, brasileños que son empleados. Yo quisiera que el señor tuviera también el mismo celo respecto a la libertad de información, a las empresas que tiene en Minas (Gerais).

 

 

Heated Cuba Exchange in Brazil’s Presidential Debate

25 Oct 2014

 

Here’s the exchange on Cuba during last night’s Brazilian presidential debate between incumbent, Dilma Rousseff, and her opponent, Aecio Neves:


Neves: We know there is an absolute lack of infrastructure, we need everything -- railways, waterways, ports. Instead, your government opted to fund the construction of a port in Cuba, spending R$2 billion in Brazilian money, in the money of Brazilian workers. Meanwhile, our ports are there awaiting investments. None of them have investments of that amount. To make matters worse, this funding has been stamped “secret” -- it is not accessible to the Brazilian people. What does your government have to hide in relation to the financing of the port of Mariel in Cuba?


Rousseff: My government, nothing. Now, I think you have a lot to hide when it comes to ad spending, which are clearly connected to his family's newspapers and television stations. I believe, Senator, that we need to stop and look at this issue of the Port very carefully. We financed a Brazilian company that has created jobs in Brazil. It generated so many jobs that, with the R$800 million contracted, we were able to generate 456,000 jobs. And I want to remind you that the government of Fernando Henrique also funded Brazilian companies to export and place products in Venezuela and Cuba. So I do not understand the dismay. Now, I want to return the issue of employment. Candidate, you left the country with 11,400,000 unemployed people. Candidate, that was the highest rate, second only to India, which had 41 million. You beat the record of unemployment, had record low salaries and when the gentleman refers to inflation, he's talking about the Itamar government, not the Fernando Henrique government.


Neves: Another lie madam, but back to Cuba which was my question, for perhaps I can reveal here today to Brazil the real reasons why this loan has been labeled a “secret,” which is different from what she has spoken about. I received a document today and I am asking that it be sent to the Attorney General to investigate. It's a document from the Ministry of Economic Development, which says that the financing for Cuba is not like that normally given to other countries, where the deadline for payments is between 12 and 25 years. But the most concerning part is that all the financing solicitations by the Brazilian government and technical group were for guarantees to be given in a hard currency, usually U.S. dollars or Euros, from a credible international bank. Instead, the Brazilian government accepted that the guarantees be given in Cuban pesos from a bank on the island of Cuba. Is it fair to use the Brazilian people's money to do favors for a “friendly” country that does not even respect democracy?

 

 

Why is Dilma Hiding Business Deals With Cuba?

 

25 Oct 2014

A los ricos brasileños ya les duele también el bolsillo

Juan Arias

19 de abril de 2013

 

Se habla siempre de los millones de pobres que en Brasil han dado un salto a la clase media, aunque se trate de una clase media baja, la clase C. Se calcula que han sido unos 30 millones esos privilegiados. Y quedan otros 16 millones en espera.

 

¿Y los ricos? De ellos se habla poco. Me refiero a la clase alta A. Al parecer han sido dos millones los que se han empinado a esta clase para quienes el dinero no supone un problema.

 

Y sin embargo, como ha analizado estos días el diario O Globo, también a los ricos empieza a dolerles el bolsillo.

 

Ello, debido a que la inflación que se ha disparado en el país, y que siempre se ha dicho que golpeaba sobretodo a los pobres -lo que es cierto- , esta vez también está arañando a los ricos que se han visto obligados a cambiar muchos de sus viejos hábitos de gastos.

 

La inflación oficial es de un 6,7%, pero todos saben que la real es mucho más. Los tomates, por ejemplo han subido un 103%. Lo mismo las cebollas, hortalizas varias y frutas.

 

El otro día, un marido golpeó gravemente a su mujer embarazada porque en el mercado no había comprado tomates, que han desaparecido de la mesa de la clase media baja.

 

Hasta The Economist llegó a hacer una broma al decir que en Brasil los tomates estaban “golpeando al gobierno Dilma”.

 

La de los alimentos es la inflación que afecta más dolorosamente a los pobres que gastan en comer la mitad de sus sueldos bajos.

 

Lo nuevo, es que, esta vez, la inflación no sólo está afectando a los alimentos, sino a todos los servicios. Por primera vez además, muchos artículos como el vestido y calzado son más caros en este país que, por ejemplo en Nueva York, París, o Venecia. Sin hablar de los pisos. Los ricos están comprándose casas en Miami, a mitad de precio, por ejemplo, que en Río.

 

Y es esa clase A, que viaja con frecuencia a los Estados Unidos y Europa la que ya no está comprando sus artículos de lujo aquí. Lo hacen aprovechando los viajes al exterior. Allí se visten ellos y visten a los niños, pues, aseguran que todo es tres veces más barato.

 

La nueva ley que ha reglamentado el trabajo de las mujeres de hogar, chóferes, jardineros, niñeras etc. está también afectando a esa clase A, ya que es ella la que hasta ahora más usaba esos servicios para no perder tiempo en su trabajo. Y eran baratos.

 

Ya hay ricos que ahora prefieren prescindir, por ejemplo del chofer. Cuentan que entre lo que ahora tienen que pagarle, más lo que cuestan los aparcamientos, les sale mucho más barato usar sólo taxis.

 

Las señoras están prescindiendo de los salones de belleza de copete donde pagaban 50 reales para hacerse la manicura, y lo hacen en un salón normal cerca de casa, donde les cuesta la mitad y además pueden llevar la tinta para teñirse el pelo, algo que en los lugares de lujo les sale por un ojo de la cara.

 

Los restaurantes de lujo, en Brasil, cuestan el doble y a veces el triple de los de la misma categoría en Nueva York o Madrid. Ello ha hecho que esos santuarios de la gastronomía que se nutrían de la clase A, hayan empezado a perder clientela. Hasta el punto que, por primera vez en su historia gloriosa, se han visto costreñidos a ofrecer un menú del día a cien reales (cuarenta euros) por persona.

 

Lo está haciendo hasta el D.O.M. de São Paulo, cuyo chef de cocina, Alex Atala, acaba de aparecer entre las 100 mayores personalidades del mundo escogidas por la revista Time.

 

Muchos ejecutivos afirman que han dejado de viajar en primera clase, que “se ha puesto en las nubes” -nunca mejor dicho- ya que las tarifas aéreas en Brasil han aumentado hasta un 300%.

 

No que estos ricos hayan renunciado a vivir bien. Están sólo cambiando sus hábitos para “no tirar el dinero”, afirman.

 

Podría parecer una paradoja, pero es la primera vez que en Brasil, donde era proverbial que los ricos exhibiesen su fausto, ahora están haciendo -en otra escala, claro- lo mismo que las clases más bajas: cambiar los hábitos de consumo, como recorrer las tiendas para ver donde se puede comprar lo mismo, pero más barato.

 

Si los ciudadanos de la clase C, que ya se podían permitir ir alguna vez a comer a un restaurante medio, hoy lo hacen en uno “a kilo”, más barato, los ricos comen aún en el restaurante de lujo, pero el plato del día.

 

No que ello sea un consuelo para los menos aventajados de la sociedad. Es, sin embargo algo nuevo en este país, donde por primera vez los ricos se están viendo obligados a cambiar hábitos en busca de una mayor austeridad, acercando, de alguna forma, psicológicamente, las distancias entre pobres y ricos, dicen los sociólogos.

 

Unos y otros, se están viendo obligados en Brasil, por el dispararse de los precios, a mirarse al bolsillo antes de comprar.

 

Claro que la distancia del bolsillo de unos y otros sigue aún siendo medida a años luz.

 

La primavera brasileña

Jorge Hernández Fonseca

19 de junio de 2013

 

¿Por qué el gigante brasileño --que hace unos años viene asombrando al mundo por sus logros económicos (pasó a ser la sexta economía mundial), políticos (es una democracia pujante y plural) y sociales (tiró más de 40 millones de brasileros de la pobreza)-- se lanza masivamente a la calle a protestar, en prácticamente todas las grandes ciudades de este enorme país?

 

Esta pregunta pasa por la mente de todos los analistas políticos mundiales --e incluso de los brasileños más informados-- por la complejidad de su respuesta y los muchos factores en juego dentro de un país, tradicionalmente pacífico, que muy pocas veces ha entrado en guerra y que internamente se dice más permisivo social y políticamente que el resto de sus vecinos.

 

Para aclarar el panorama de lo que sucede --visto desde el exterior resulta una incógnita muy difícil de descifrar-- aportaré algunos elementos, de un observador que vive en Brasil hace más de 20 años y que se desarrolla en el área del análisis político cubano y latinoamericano en general. Primero hablaremos los hechos concretos, para después considerar otros elementos.

 

Las manifestaciones se originaron en la Mega-urbe San Pablo, con la decisión del alcalde de la ciudad, Fernando Hadad, militante del PT --partido de la presidenta Dilma Rousseff y de Lula da Silva y considerado como “el delfín” de este partido para una disputa por la presidencia del país, después de la venidera candidatura a la re-elección de la actual presidenta Rousseff-- decidió aumentar el valor del pasaje de ómnibus urbano en cierta fracción, que “colmó la copa” de una población con serios problemas de movilidad urbana, en un contexto crítico nacionalmente.

 

La primera manifestación –pequeña y de corte pacífico-- se escenificó en San Pablo, en la importante Avenida Paulista y fue fuertemente reprimido por la policía, que hizo uso de una fuerza desproporcionada contra unos pocos manifestantes. No está claro todavía si la represión causó una reacción de depredación y rotura de vidrios, servicios de teléfonos y terminales de agencias bancarias, o si la represión fuerte se dio como consecuencia de este vandalismo. Se afirma que la manifestación fue mayormente pacífica, junto a un “grupúsculo” agresivo.

 

Una segunda manifestación fue convocada al día siguiente, con una participación mucho mayor, y con la aparición de un grupo organizado, que desde tiempo antes luchaba por lo que llaman “pase libre”, una organización estudiantil que quiere pasaje libre para los estudiantes. Este factor introdujo además la presencia estudiantil en las manifestaciones. La policía se preparó para esta segunda manifestación y detuvo a muchos manifestantes antes del inicio por motivos poco creíbles. La represión de esta segunda manifestación fue también excesiva, con periodistas presos o heridos con balas de goma y golpeados innecesariamente por la policía.

 

De esta manera, las protestas en San Pablo se extendieron a Río de Janeiro de forma preventiva (antes que les aumentaran los precios de los pasajes) y de ahí se extendieron a otras grandes ciudades, donde los problemas de movilidad urbana son críticos en la actualidad. Adicionalmente, las protestas se extendieron hasta las inmediaciones de los nuevos estadios donde se escenifica la Copa de las Confederaciones de fútbol, ganando destaque internacional.

 

El lunes 17/6 hubo coordinaciones y más de 20 grandes ciudades brasileñas llevaron a sus calles cientos de miles de ciudadanos “indignados” con el “estado de cosas”. Una protesta que comenzó con el incremento del costo del pasaje de ómnibus, rápidamente se convirtió en un “pliego de demandas” asociadas a la corrupción, la impunidad, la falta de atención con la educación, con la salud pública, con el alto costo de vida, la inflación y la subida de los precios.

 

La presidenta Rousseff, basado en la virulencia de determinadas acciones protagonizadas por los protestantes (el asalto a el edificio de la Asamblea Legislativa de Río de Janeiro, donde cientos de manifestantes tomaron y destrozaron todo lo que encontraron en el edificio, a pesar de estar fuertemente custodiado por policías armados, los que retrocedieron ante los cócteles molotov y el empuje del desborde masivo de manifestantes enardecidos) se vio en la necesidad de referirse a los hechos, dándole la razón a los manifestantes, en un intento por enfocar lateralmente las protestas nacionales que tenían lugar y que todavía continúan.

 

En paralelo --como se ha dicho-- Brasil lleva a efecto una competencia de fútbol, “La Copa de las Confederaciones”, en cuya inauguración el pasado domingo 16/6 la presidenta Rousseff fue víctima de una gigantesca “rechifla” por parte de los asistentes al juego inaugural, lo que da el tono social del estado de ánimos de la población brasileña ante sus representantes políticos.

 

Así las cosas, y en el momento que escribo estas líneas, las manifestaciones generalizadas en todo Brasil --y que hasta ayer martes 18/7 se producían durante la noche-- han comenzado a producirse durante el día, cerrando carreteras e inmovilizando grandes áreas de la geografía brasileña. El día anterior, el alcalde de San Pablo, origen de los disturbios, se reunió con representantes de los manifestantes y consejeros de la alcaldía, perdiendo la oportunidad de cortar el origen de las protestas anunciando la rebaja de los pasajes (como ya han hecho otras alcaldías importantes de manera preventiva) y se mantuvo en su posición de fuerzas.

 

En líneas generales, estos son los hechos. Han dejado un rastro de personas heridas y presas, grandes pérdidas de bienes materiales depredados --públicos y privados-- y un sentimiento de revuelta en toda la población brasileña indignada, tanto con el “estado de cosas” previo a las manifestaciones, como con el torpe manejo que las autoridades han hecho de la crisis.

 

Pasaré a enumerar algunos antecedentes a esta crisis, en lo que al transporte urbano respecta:

 

- El sistema de transporte urbano en las grandes ciudades de Brasil es pésimo, sobre todo en las horas picos. Faltan trenes, metros y ómnibus confortables y baratos.

 

- La política económica del gobierno actual ha enfatizado en incentivar la compra de carros individuales (reduciendo los impuestos a los fabricantes transnacionales, que se han enriquecido con las medidas gubernamentales) lo que ha llevado en paralelo al colapso de la movilidad urbana, sin las inversiones necesarias en infraestructura vial.

 

- Las empresas de transporte urbano brasileñas son administradas por empresarios que se enriquecen ilegalmente y no hacen las renovaciones de la flota de ómnibus que la legislación manda, en perjuicio de una población que tiene que sufrir las consecuencias.

 

 En paralelo a este panorama, la organización de la Copa del Mundo de fútbol el año venidero y de la actual Copa de las Confederaciones, ha implicado en un gasto excesivo (más de 15 mil millones de dólares) construyendo muchos nuevos estadios, con fuertes sospechas de desvío de recursos, por lo que el valor de los ingresos deja fuera de los campos deportivos al fanático medio brasileño --tan amante del fútbol-- lo que aumenta el trauma con los gastos excesivos.

 

Adicionalmente, se presenta antes el pueblo brasileño un ejemplo de corrupción e impunidad, cuando un grupo de altos cargos del gobierno de Lula da Silva, habiendo sido condenados a penas de cárcel en el pasado año (durante el juicio del “mensualón”) disfrutan de total libertad e impunidad basado en el hecho de que son “personas influyentes”, algunos de los cuales han sido incluso promovidos a escaños en el Congreso Nacional de manera impune y traumática.

 

El 2014 venidero es año electoral, donde el PT se juega la presidencia de la República ante el segundo partido en la disputa, el Partido Social Demócrata, PSDB. Esta posible pugna jugó cierto papel en el inicio de las protestas. El alcalde de San Pablo, Fernando Hadad, es militante del PT y el gobernador del estado, Geraldo Alkimin, es del PSDB, lo que originó de inicio, acusaciones de personeros del PT contra la acción de la policía de San Pablo (comandadas por el PSDB) en lo que se vio como una disputa en la que el PT, partido del alcalde que aumentó los pasajes y se niega a disminuirlos (lo va a tener que hacer a la fuerza) y el gobernador, intentando tirar réditos por la crisis, que muy rápidamente extrapoló el terreno de esa ciudad.

 

Enumeramos a continuación otros temas que tienen un peso relativo en la crisis actual:

 

- La economía brasileña bajo Rousseff ha sido manejada erráticamente y en la actualidad Brasil presenta problemas de bajo crecimiento, inflación en alta, explosión de precios, alza del dólar y poco nivel de inversión nacional y extranjera, complicando el panorama.

 

- Hay insatisfacción generalizada por las imposiciones de la FIFA (Federación Internacional del Fútbol) ha sometido a las autoridades brasileñas durante la organización de los eventos futbolísticos, que han pesado demasiado en el bolsillo del brasileño medio, que ve la soberanía del país mancillada en inexplicables episodios.

 

- Brasil es uno de los países del mundo que más impuestos toma de sus ciudadanos (casi el 40% del PIB brasileño es para pagar impuestos) siendo que la población recibe muy poco retorno en servicios de infraestructura, seguridad, educación o salud pública.

 

- Después de hacer campaña masiva contra las llamadas “privatizaciones” escenificadas por el anterior gobierno social-demócrata, el gobierno actual del PT ha comenzado a privatizar de manera poco transparente grandes sectores de la economía brasileña.

 

- Obscuros manejos en el área legislativa y judicial, a todos los cuales el partido de gobierno, PT, se oponía cuando era oposición, pero que ahora incentiva en el gobierno.

 

La respuesta a toda esta problemática es compleja en su solución. Sin embargo, algunas lecciones podemos extraer de lo que está sucediendo en el Brasil de Lula da Silva --en pleno proceso-- como siendo válidas para la situación cubana, salvando las distancias:

 

Primero: El mayor partido marxista de la izquierda democrática latinoamericana –tomado como referencia muchas veces por la izquierda opositora cubana-- está totalmente encerrado en contradicciones sin solución en el área social, precisamente el área que más dicen defender. No basta con ser marxistas o decirse “socialistas” para solucionar los problemas sociales.

 

Segundo: La solución de los problemas sociales son relativamente independientes del color del partido en el poder; ni la derecha, ni el centro, ni la izquierda, tienen la llave de la solución de los problemas que enfrentan los gobiernos --como paradigmáticamente se ha visto con el fracaso socialista cubano-- y ahora con los serios problemas que enfrenta hoy el PT en Brasil, con un alcalde “socialista” que aumenta el costo del pasaje de ómnibus (y se niega a bajarlo) y una presidenta que no sabe qué hacer con el grave problema que tiene entre sus manos.

¿A Dilma y Lula les ha nacido un hijo rebelde?

Juan Arias

19 de junio de 2013

 

Dilma se ha encontrado con el expresidente Lula, en São Paulo después del estallido de protestas en la calle. Cualquier periodista hubiese dado lo que fuera por asistir a lo que los dos se habrán dicho en este momento en que el país está en llamas. Ambos han sido los protagonistas de una década de Gobierno en la que Brasil se impuso como un país con voluntad de cambio real, sobre todo en el ámbito social, aunque también económico.

 

El mundo creyó en el despertar del gigante americano, cada día con más fuerza dentro del continente y más integrado en la geopolítica mundial.

 

Se llegó a decir, quizás con excesivo énfasis, que la historia de Brasil se dividía entre antes y después de Lula y Dilma, el extornero sindicalista y la exguerrillera llegada a la presidencia de la mano del primer mandatario obrero de este país.

 

El presidente Obama llegó a afirmar que Lula era el político “más popular del mundo” y hoy se dice que Dilma es la “segunda mujer más poderosa del planeta”.

 

La magia de los números llevó al mundo cifras envidiables de progreso: 30 millones de pobres que se sentaban al banquete de la clase media; un país sin desempleo; un crecimiento económico soñado en Europa; una fuerza de confianza mundial que hizo que se le otorgasen a Brasil, juntos, el Mundial de fútbol y los Juegos Olímpicos.

 

Lula y Dilma eran como esos padres que se sienten orgullosos de ver a sus hijos salir de la penuria; ponerse la corbata para ingresar en la universidad; poder llevar un móvil en el bolsillo junto con las llaves de una moto y hasta de un coche.

 

Los hijos crecieron, llegaron a saber más cosas de la vida y de la política que sus padres, manejaban mejor que ellos todos los endiablados laberintos de la moderna tecnología de la información.

 

Y empezaron a hacer preguntas a sus padres. Y se permitieron hacérselas hasta escabrosas. Y lo que era peor, hasta a disentir de ellos. Llegaron hasta el extremo de reprocharles lo que aún no les habían dado o a echarles en cara que lo que habían recibido estaba averiado, que el juguete funcionaba mal.

 

Y lo peor fueron las preguntas impertinentes, como casi todas las que los hijos que crecen hacen a los padres. Lula había llegado a elogiar el sistema de salud de Brasil con una frase que hoy hubiese preferido olvidar. Dijo que había llegado “asi a la perfección”, y añadió que en Brasil hasta daban ganas de enfermarse para poder disfrutar de un hospital.

 

Los hijos fueron un día a uno de esos hospitales y vieron que era mejor estar sanos.

 

Dilma y Lula se sintieron orgullosos ante el mundo cuando conquistaron para el país el Mundial de fútbol y los Juegos Olímpicos. Y volcaron en sus preparación miles de millones de dólares. Y explicaron lo que esos acontecimientos traerían a Brasil de belleza, alegría y de masas de turistas.

 

Y los hijos que se subían, pagando caro, a un autobús público en las grandes urbes -a empujones, algunos intentando entrar por las ventanas, con peligro además de ser ellos asaltados y ellas violadas- en vez de alegrarse con los estadios de primer mundo, ingratos, empezaron a decir: “Podemos prescindir de la Copa, pero no de transportes, escuelas y hospitales dignos”.

 

Todas estas cosas y muchas más que aparecían en las manifestaciones y protestas callejeras, algunas amenazadoras, como “no nos representáis”, debieron ser examinadas por Dilma y Lula, mientras el dolar subía y la Bolsa bajaba.

 

Ha habido hijos tan desagradecidos que han llegado a pedir a través de Internet la salida de Dilma de la presidencia. Más de 140.000 habían firmado para ello hasta esta la mañana. Es como si el hijo, que ha crecido y se ha rebelado, pidiera que los padres salieran de casa. Injusto.

 

No sé si sabremos lo que Dilma y Lula habrán decidido hacer y decir al hijo que se les ha rebelado y prefiere vivir en la pospolítica. Al hijo que para protestar y actuar en la sociedad ya no necesita afiliarse al partido o al sindicato del padre, o ser por llevado de la mano por él a manifestarse en las calles contra el patrón.

 

Lo sabe ya hacer solo y con mayor libertad. “No necesitamos ser de un partido para indignarnos y protestar”, se leía esta mañana en Facebook.

 

En São Paulo, un sondeo reveló que el 80% de los 65.000 que salieron a la calle no era de ningún partido.

 

Dilma ya ha dicho hoy: “Mi gobierno está atento a esas voces por el cambio y está comprometido con la justicia social”. Y añadió: “esas voces necesitan ser oídas”.

 

También los padres, cuando conversan sobre los hijos que se rebelan y protestan, suelen decirse entre ellos: “Tenemos que escucharles”.

 

Sin duda Dilma y Lula habrán salido del encuentro con esa voluntad de escuchar, de dialogar con los hijos rebeldes. El miedo de muchos es que quizás esos hijos no quieran ya hablar con ellos. Puede que prefieran que les dejen a ellos hablar por su cuenta.

 

Es un momento difícil y al mismo tiempo apasionante el que está viviendo Brasil. En los aspectos positivos que pueda entrañar la protesta, que ya abraza casi al país entero, podría servir a los países hermanos del continente.

 

Solo las aguas paradas acaban pudriéndose. Solo las familias en las que parece que reina una calma chicha suelen surgir las mayores tragedias.

 

Mejor gritar, dicen los psicólogos, que tragarse la rabia.

 

De gritos y rabias, están llenas las biografías de Lula y Dilma.

 

Nadie mejor que ellos para guiar a esos hijos rebeldes hacia un crecimiento político que tenga en cuenta que hoy el mundo es otro del que ellos vivieron; que la política no puede hacerse como ellos la hicieron aunque fuese con sudor y sangre, y que los hijos quieren ser protagonistas de lo que nace más que sepultureros de lo que ya ha muerto.

 

Y en cuanto a la pretensión peligrosa de algunos de echar a los padres de casa por la fuerza, por mucho que cambie hoy la política, en democracia, existe un sólo modo y legítimo de hacerlo, que es el voto libre.

 

El año que viene los brasileños irán a las urnas.

 

En el secreto de conciencia del voto podrán resolver sus conflictos. Y que sean también ellos leales con la ética política.

 

Ayer alguien hizo esta pregunta escabrosa, esta vez a los manifestantes: “¿Por que los que gritan contra los políticos corruptos acaban después votándoles en las urnas?”.

 

Sería una buena pancarta para enarbolarla en las próximas marchas callejeras.

El fútbol también protesta

José Sámano / Luis Martín

20 de junio de 2013

 

Pelé pide a los manifestantes que se concentren en apoyar a la selección y abandonen las calles. Romario le contesta con sorna, que “en silencio es un poeta”

 

Un cartel a la entrada del majestuoso Maracaná recuerda al aficionado de cualquier rincón del mundo: “Aquí construyó Brasil su historia”. Una leyenda con mayúsculas que trasciende al fútbol. Este deporte, escaparate universal, se ha convertido estos días en la mejor ventana al mundo para las reivindicaciones sociales de los brasileños. Como subrayaban este jueves algunos aficionados a las puertas del templo futbolístico de Brasil, Maracaná es la estampa perfecta de lo que condena el pueblo. El coste de la renovación se disparó respecto al presupuesto inicial y al final ha supuesto más de 300 millones de euros y desde su interior se divisan varios enjambres de favelas. En una de las avenidas que conduce al recinto hay un tendal de pancartas con el mismo reclamo: “Queremos trabajar”. En los alrededores de Maracaná no hubo manifestación antes del España-Tahití, como sí ocurrió en encuentros precedentes.

 

“No estamos contra el fútbol, sino contra la corrupción”, se leía el miércoles en varias pancartas desplegadas en el estadio de Fortaleza entre Brasil y México. Unas 15.000 personas intentaron bloquear los accesos. El fútbol, los futbolistas, sintieron la necesidad de intervenir, y salvo Pelé, siempre cercano a los poderes, la inmensa mayoría se posicionó a favor de los manifestantes. Estos, que han visto en el fútbol el altavoz perfecto, no solo han conseguido la máxima visibilidad sino que han logrado la adhesión de los futbolistas más ilustres, su mejor cartel.

 

Horas antes del partido, corrió por las redes sociales la idea de que los aficionados brasileños dieran la espalda al himno al inicio en los protocolos del encuentro. Juninho Pernambucano, exinternacional con la Canarinha, apoyó la idea desde Estados Unidos. Rápidamente se movilizaron los jugadores. El azulgrana Alves se solidarizó por Instagram. “Por un Brasil sin violencia, mejor, en paz, educado, con salud, honesto y feliz”. Hulk, interior derecha titular, escribió en la red: “La gente de Brasil necesita mejoras”. También se sumó el defensa David Luiz: “Me parece bien que la gente proteste por sus derechos”.

 

Pero nadie fue tan contundente como Neymar, el icono actual del fútbol brasileño. El nuevo jugador del Barça reconoció en su cuenta de Instagram estar “triste” por lo que sucede estos días en su país. “Siempre tuve fe en que no sería necesario que llegáramos al punto de tirarnos a la calle para exigir mejores condiciones de transporte, sanidad, educación y seguridad, sobre todo porque es una obligación del Gobierno”. “Mis padres”, agregó Neymar, “trabajaron mucho para poder ofrecerme a mí y a mi hermano un mínimo de calidad de vida… Hoy, gracias al éxito que ustedes [en referencia a los aficionados] me proporcionan, podría parecer demagógico por mi parte —pero no lo es— levantar la bandera de las manifestaciones que recorren todo Brasil; pero soy brasileño y amo a mí país (…) Quiero un Brasil más justo, más seguro, más saludable y más honesto. En el partido contra México entro en el campo inspirado por esas movilizaciones, estamos juntos”. Durante el choque con México, antes, durante y al final, Neymar gesticuló una y otra vez hacia la grada, y departió con muchos seguidores. Todo ello después de que uno de los gritos en los aledaños de su partido era: “Brasil, despierta, un profesor vale más que Neymar”.

 

Neymar y sus compañeros de selección no se quedaron solos en su fraternidad con los indignados brasileños. También saltaron al ruedo varios exjugadores. Al frente, no podía faltar Pelé, que colgó un vídeo en la Red: “Pido a los brasileños que no confundan las cosas. Estamos preparando la Copa del Mundo, vamos a apoyar a la selección, vamos a olvidar la confusión que reina y vamos a olvidar las protestas”. De inmediato saltó Romario, diputado federal por Río, que le pidió callar con desaire: “Pelé en silencio es un poeta”. Romario criticó con dureza la “escandalosa” inversión estatal para el Mundial, eso sin contar la que tendrá que abordar Brasil para Río 2016. Dos eventos que amenazan con desbordarle.

 

En las redes las cargas contra Pelé se sucedieron de forma masiva, hasta el punto de que O Rei, embajador del Mundial 2014 contra cuya multimillonaria inversión también protesta el pueblo, intentó rectificar hoy. “Siempre he luchado contra la corrupción, tras mi gol mil hablé sobre la importancia de la educación, no me entiendan mal, solo pido no descargar nuestras frustraciones en la selección”. Para Rivaldo, “es una vergüenza que el Mundial se vaya a celebrar en Brasil con las desigualdades existentes, con gente pasando hambre”. “Yo fui pobre y sentí el no tener un buen servicio sanitario. Mi padre fue atropellado y murió por no haber sido atendido en un hospital público de Recife…” En Brasil, el fútbol también protesta.

Cientos de miles de indignados

retan en la calle al Gobierno de Brasil

Francisco Perejil

21 de junio de 2013

 

El movimiento que logró la retirada de los 20 céntimos en el transporte público convoca su mayor marcha en 80 ciudades del país

 

La mano que tendió el martes la presidenta Dilma Rousseff a las voces de la calle no bastó. La marcha atrás que dieron al día siguiente las alcaldías de Río de Janeiro y São Paulo para retirar la subida de los 20 céntimos de real (0,07 euros) en el transporte público, tampoco fue suficiente. Hasta 14 alcaldías revocaron ya en Brasil las subidas de los billetes. Pero nada de eso sirvió para detener las manifestaciones que comenzaron 14 días atrás en São Paulo con apenas 2.000 personas. El jueves por la noche ya fueron cientos de miles los manifestantes, cifra superior a los 230.000 que abarrotaron las avenidas el pasado lunes en todo el país.

 

Tan sólo en Río de Janeiro se concentraron unas 300.000 personas, el triple que en aquella jornada. Y en São Paulo fueron 75.000; en Recife, 52.000. Empezaron todas de forma muy pacífica, pero se produjeron enfrentamientos con la policía en Río, Brasilia y Bélem. En Brasilia, los agentes antidisturbios tuvieron que recurrir a los gases lacrimógenos para impedir la toma del Congreso.

 

A diferencia del lunes, cuando en todas las protestas se escuchó un reclamo preciso y concreto en boca de la mayoría, esta vez no surgió ningún elemento unificador, ningún cántico que primara sobre todos los demás. La corrupción, el exceso de gastos en el Mundial de 2014, la educación, la salud… Todas esas cuestiones se reflejaban en las cartulinas de los manifestantes. Pero ninguna reinó sobre la otra. Si acaso hubo un rasgo más o menos genérico fue el rechazo a la presencia de los partidos mayoritarios.

 

El intento del oficialista Partido de los Trabajadores (PT) de unirse al festejo, fracaso. En São Paulo, unos cien militantes del PT tuvieron que abandonar la protesta después de soportar durante más de dos horas insultos, la quema de una bandera del partido y agresiones físicas, informa María Martín.

 

El Movimiento por el Pase Libre (MPL), el grupo que convocó todas las protestas, consiguió su objetivo. Los alcaldes y gobernadores de distintos partidos dieron marcha atrás. La victoria de la calle suscita nuevas preguntas difíciles de contestar. Ahí van algunas

 

¿Qué hará el Pase Libre a partir de ahora? De momento, no perder el espacio que ganaron en la calle. Sus miembros llevan días preparando una mega manifestación para este jueves, con el objetivo de movilizar a un millón de personas. Así que, en cuanto las autoridades de São Paulo anunciaron el miércoles su marcha atrás, los 40 miembros orgánicos de este grupo en São Paulo se reunieron en el bar Abolición, cerca de la alcaldía, y cantaron la Internacional socialista para festejar la noticia. Y enseguida tuvieron claro que la manifestación del jueves seguiría en pie. Con carácter festivo, pero en pie.

 

Otra cosa quedó clara: seguirían luchando por el que ha venido siendo su gran objetivo desde la fundación del grupo en 2005: el acceso gratuito al transporte público. ¿Y cómo? En las redes brasileñas predomina una pregunta sobre las demás: ¿Cuándo será la próxima marcha? Muchos de los participantes en foros se inclinan por cederle esa decisión al Pase Libre. Pero el Pase Libre solo decide la próxima fecha después de cada manifestación. Una vez terminada la marcha del jueves, los 40 miembros del Pase Libre que han venido organizando las seis jornadas de protestas anteriores, se reunirán y colgarán en Facebook su decisión.

 

¿Durante cuánto tiempo continuarán teniendo tanto éxito las protestas? De momento, nadie podría arrojar con un mínimo de rigor una respuesta a esa pregunta. Pero ahí va una hipótesis: “Durarán, probablemente, hasta que se termine la Copa Confederaciones; o sea, hasta el 30 de junio”, indicó una fuente del Ayuntamiento paulista.

 

¿Y qué hará el Partido de los Trabajadores (PT)? Intentará no perder la calle. Ni las redes sociales. Por eso, el partido de la presidenta Dilma Rousseff convocó también a sus militantes en Río de Janeiro, para apoyar las protestas del Pase Libre. “¡El PT irá a la calle junto a los jóvenes! La lucha del pueblo es la lucha del PT”, escribió en las redes sociales el presidente nacional del partido, Rui Falcão. La intención del PT era manifestarse a las cuatro de la tarde en la Avenida Angélica, una hora antes y a pocos metros de donde se había anunciado la concentración del Pase Libre. Muchos seguidores del Pase Libre señalaban en las redes sociales que la convocatoria del PT era una provocación.

 

¿Con la bajada de tarifas, ganó el pueblo o el populismo? El miércoles por la mañana, seis horas antes de anunciar la retirada del aumento en el transporte público de São Paulo, el alcalde de la ciudad, Fernando Haddad (del Partido de los Trabajadores), declaró: “La cosa más fácil del mundo sería contentar a la gente a corto plazo. Y tomar una decisión de carácter populista sin explicar a la sociedad las decisiones que uno está tomando”.

 

La prensa paulista informó de que Haddad había sido presionado por Dilma Rousseff y el expresidente, Lula da Silva, para que bajara las tarifas, a pesar de que llevaba semanas diciendo que era imposible. El mismo miércoles, a las siete de la tarde, en una conferencia de prensa con el Gobernador del Estado, Geraldo Alckmin, del centrista Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), el alcalde dijo: “Necesitamos abrir un debate sobre las consecuencias de esta decisión”. Frase que nos lleva inmediatamente a la siguiente pregunta.

 

¿De dónde saldrá el dinero para subvencionar la revocación de las rebajas? Si ya eran difíciles de responder algunas de las preguntas anteriores, ésta se lleva la palma. La letra pequeña del cheque tan generoso que las autoridades han extendido a los ciudadanos aún no aparece por ningún lado. “Queremos que salga del lucro del sector privado”, se indicaba en una página que convocaba ayer en Facebook a la manifestación de Río.

 

Y eso es precisamente lo único que hoy en día parece claro: el dinero no saldrá del sector privado. El gobernador de São Paulo ya advirtió el miércoles: "Vamos a tener que cortar inversiones porque las empresas (concesionarias) no tienen cómo asumir (los gastos de la suspensión del aumento)". El alcalde Haddad ya había avisado: “Estas decisiones traen su impacto. Existen peticiones de guarderías, hospitales… Demandas de las más variadas en la ciudad”. Y el miércoles añadió, sin dar más detalles, que abriría un debate con la sociedad para calcular las implicaciones de la revocación.

 

“La respuesta a esa pregunta es compleja”, admite el economista Caio Tendolini, quien participó en las últimas manifestaciones. “Pero cuando el alcalde habla de la salud y la educación trata de segmentar a la sociedad”. “En cualquier caso”, añade Tendolini, “la decisión ha de tomarse de forma transparente”. 

 

¿Cómo afectarán las protestas a las presidenciales de 2014? Una encuesta oficial efectuada entre los días 8 y 11 de junio, cuando aún no se habían producido las manifestaciones masivas del lunes 17, reveló que la popularidad de Dilma Rousseff había caído ocho puntos, del 65% al 57%. La causa principal era el aumento de la inflación. Tras el inicio de las primeras protestas, Rousseff tardó diez días en referirse a ella. Pero después, tendió la mano a los manifestantes y su intervención fue decisiva para bajar las tarifas. El hecho de que el partido opositor PSDB también haya sufrido el desgaste con los excesos de la represión policial en São Paulo, podría beneficiar al Partido de los Trabajadores.

 

Las elecciones presidenciales están previstas para dentro de 15 meses, una eternidad en política. Para esa fecha, seguramente, los políticos brasileños seguirán con mucha más atención lo que se cocine en las redes sociales.

¿Por qué crecen cada vez más las protestas en Brasil?

Gerardo Lissardy

BBC Mundo

21 de junio de 2013

 

Diogo Cunha fue parte del millón de brasileños que salieron a las calles el jueves a mostrar que las protestas que sacuden su país aún crecen, pese a los intentos de las autoridades de calmarlas con bajas de tarifas de transporte y otros gestos.

 

“La tarifa de ómnibus no es el único motivo de la manifestación: el país está cansado de la corrupción, de los privilegios de los políticos, del desorden en la educación y la salud”, dijo Cunha mientras asistía a una marcha masiva en Rio de Janeiro, una de las más de 100 ciudades de Brasil donde hubo protestas.

 

“Básicamente tenemos que cambiar un país entero, no sólo el boleto de ómnibus”, añadió este técnico electrónico de 32 años en un diálogo con BBC Mundo.

 

El aumento de las manifestaciones en número de gente y ciudades, varias con escenas de violencia que incluyeron un muerto, llevó a la presidenta Dilma Rousseff a cancelar un viaje a Japón y convocar una reunión de emergencia de su gabinete para este viernes.

 

Dos preguntas simples sobrevolarán ese encuentro: ¿por qué aumenta la revuelta popular en un país que era presentado como modelo de progreso económico y social? ¿Y qué puede hacerse para apaciguar la situación?

 

Y todo indica que ninguna de las dos interrogantes tiene respuesta simple para las autoridades brasileñas.

 

“Más difícil”

 

Las rebajas de las tarifas de transporte colectivo anunciadas esta semana en Río, Sao Paulo y otras ciudades del país donde acababan de aumentar era el reclamo más visible de las protestas callejeras cuando arrancaban hace dos semanas.

 

Pero la gama de demandas que se se incorporaron con los días y se escucharon en las calles el jueves es amplia y los propios manifestantes admiten que su resolución será más ardua que en el caso de la tarifa de transporte.

 

“Con seguridad va a ser más difícil”, comentó Daniela Peixoto Tavares, una abogada de 38 años que manifestó en Rio con un cartel “contra la impunidad”.

 

“Sacar corruptos del poder es muy difícil”, agregó.

 

De hecho, si hay un denominador común en las protestas es el descontento con los gobernantes y la clase política brasileña en general, en general expresado de forma pacífica pero a veces también con ira.

 

Las manifestaciones de este jueves volvieron a dirigirse hacia símbolos de poder.

 

En la capital Brasilia, un grupo de personas intentó invadir el ministerio de Relaciones Exteriores y lanzaron objetos contra sus ventanales. La policía respondió con balas de goma y gases lacrimógenos; hay reportes de al menos 30 heridos.

 

En Rio la protesta de 300 mil personas tenía el objetivo de llegar a la sede de la Alcaldía, pero la policía lo impidió tirando gases lacrimógenos y balas de goma. Los incidentes se extendieron por el centro de la ciudad y dejaron más de 60 heridos.

 

Los manifestantes tuvieron también consignas contra el Mundial de Fútbol 2014 en Brasil, que ven como un despilfarro de recursos públicos en estadios y obras asociadas en un país con problemas grandes de educación y salud.

 

Varios carteles publicitarios relacionados a ese evento deportivo fueron destrozados con furia por los manifestantes a lo largo de una avenida céntrica.

 

“Divorcio”

 

Paulo Henrique Martins, un brasileño que preside la Asociación Latinoamericana de Sociología, dijo que en estas protestas “es importante señalar en divorcio entre los partidos políticos y movimientos sociales”.

 

A su juicio, eso apunta a la importancia de una reforma política que será una bandera importante para las elecciones del año que viene.

 

“Los principales mentores (de las protestas) son estudiantes universitarios o jóvenes profesores que vienen debatiendo en las aulas (…) el problema del deterioro de la gobernabilidad en Brasil”, indicó Martins a BBC Mundo.

Los especialistas advierten que resulta difícil predecir cómo seguirá este movimiento, que tuvo un muerto en Ribeirão Preto atropellado por un auto cuando participaba de una manifestación, algo que podría agudizar las tensiones.

 

Pero el jueves también pudo comprobarse que la ola de protestas que comenzó en las grandes ciudades del país ya alcanza a otras de menor tamaño.

 

La falta de un liderazgo claro y de una estructura orgánica del movimiento vuelve aún más difícil cualquier negociación para los políticos.

 

En la manifestación de Río hubo carteles y gritos contra Rousseff, pese a que el martes saludó las protestas como positivas para la democracia.

 

El alto índice de aprobación del gobierno de Rousseff ha caído ocho puntos entre marzo y junio según dos encuestas recientes (que no incluyen el efecto de las protestas), un fenómeno atribuido a la insatisfacción de los brasileños con el alza del costo de vida y el deterioro de la situación económica.

 

Pero el blanco principal de las críticas de los cariocas fueron el alcalde y el gobernador estatal de Rio, pese al anuncio que habían hecho el miércoles de rebajas del precio del transporte público, lo mismo que en Sao Paulo.

 

Adriana Benedict, una profesora universitaria de 58 años y con la cara pintada en amarillo y verde para la manifestación en Río, también dijo que hay motivos para seguir con las protestas después de la baja de tarifa de ómnibus.

 

“Bajó, pero el transporte público no mejoró”, comentó, “y encima se amenazó con sacar el dinero de una supuesta inversión en la salud, que nadie sabe dónde está”.

Ascienden a dos los muertos

durante la “marcha del millón” en Brasil

EFE

21 de junio de 2013

 

   Movilizaciones numerosas en ciudades como Río, Sao Paulo, Recife y Brasilia

   300.000 personas en las manifestaciones por las calles de Río de Janerio

   El Partido de los Trabajadores de Rousseff y Lula apoya las protestas

   La Policía reprime un intento de invasión del Congreso

 

Cerca de un millón de brasileños han salido a las calles en todo Brasil para exigir mejores servicios públicos, entre otras reclamaciones, después de haber logrado la bajada del precio del transporte urbano, el motivo inicial de las protestas. Al menos dos personas han muerto durante las protestas.

 

Un hombre murió atropellado en la ciudad de Riberão Preto, en el estado de São Paulo. Otra, una mujer barrendera que inhaló gas lacrimógeno lanzado por la policía en la ciudad de Belén, ha muerto este viernes de un paro cardíaco

 

Convocados por las redes sociales, los manifestantes respondieron en masa a la llamada a gritar en el espacio público brasileño con movilizaciones muy numerosas en ciudades como Río de Janeiro, Sao Paulo, Recife y Brasilia. Fue un movimiento pacífico, con escasos incidentes, que se desarrolló en un clima festivo.

 

En uno de estos incidentes, una persona ha muerto atropellada en la ciudad de Riberão Preto, en el estado de São Paulo, mientras participaba en una de las protestas que ocurrieron en casi 80 municipios del país para exigir mejores servicios públicos, entre otros motivos.

 

Ante el cariz que está tomando los acontecimientos, la presidenta del país, Dilma Rousseff ha decidido anular un viaje que tenía previsto y convocar una reunión de urgencia de su gabinete.

 

Enfrentamientos entre la Policía y los manifestantes en Río

 

Se trata de la primera muerte vinculada a la ola de protestas que se iniciaron la semana pasada en Sao Paulo, y que este jueves han vivido su momento de máxima afluencia, hasta el momento.

 

En Río de Janeiro se han congregado 300.000 personas, según cálculos de la Universidad Federal de Río de Janeiro, con lo que se triplicó la convocatoria del pasado lunes.

 

La Policía ha utilizado bombas de gas lacrimógeno para dispersar a un pequeño grupo de encapuchados que supuestamente intentaba invadir la sede de la alcaldía, según fuentes oficiales. La carga policial provocó carreras y la dispersión de los manifestantes que hasta ese momento marchaban pacíficamente.

 

La protesta incluso se coló en el partido de fútbol entre España y Tahití, que tuvo lugar en el estado de Maracaná, donde se veían algunas pancartas en apoyo a los manifestantes.

 

Queremos escuelas, hospitales, patrón FIFA”, decía una. “Nuestra lucha no acabó, júntese a nosotros, compañera”, se leía en otra junto con la foto Rousseff de joven, cuando militó en un grupo de izquierda que luchaba contra la dictadura y fue torturada.

 

En Brasilia una masa humana, estimada inicialmente en 25.000 personas, ha ocupado la plaza frente al Congreso, entre las cuales se veían algunas pancartas contra la Comisión de Derechos Humanos en la Cámara, que aprobó esta semana un polémico proyecto de ley que autoriza a los psicólogos a ofrecer tratamientos para “curar” a los homosexuales. Los agentes rechazaron a un grupo que incluso intentó acceder a la Cámara.

 

En Sao Paulo, los manifestantes se han congregado en la Avenida Paulista, donde hubo algunos momentos de tensión cuando los participantes han hostigado a personas con insignias del Partido de los Trabajadores (PT), el partido de Rousseff y de Lula Da Silva.

 

En Salvador de Bahía ha habido choques cerca del estadio donde se jugará el partido entre Uruguay y Nigeria, mientras en Belo Horizonte 15.000 personas recorrieron las calles gritando “el pueblo despertó contra la corrupción”.

 

Movimiento apartidista  y sin líderes

 

Mi partido es mi país”, gritaban los manifestantes, que no quieren que agrupaciones políticas traten de apropiarse del movimiento. Horas antes, el presidente del PT, Rui Falcão, había convocado a su militancia a unirse a la fiesta con banderas del partido y a formar una “ola roja” en la Paulista.

 

La actitud de Falcão fue muy criticada en redes sociales y por los líderes del Movimiento Pase Libre (MPL), que ha convocado las marchas. Los líderes del MPL ya informaron de que después de esta fiesta se retiran de las manifestaciones, pues consiguieron el objetivo, que era reducir las tarifas del transporte.

 

“El pueblo brasileño está en las calles. No hay palenques, no hay sindicatos, no hay partidos. Es un movimiento nuevo”, ha declarado a Efe el sociólogo Gilbert Zarnati, de 55 años.

 

Brasil no había visto desde hace más de dos décadas manifestaciones como las de estos días. Las últimas grandes manifestaciones en Brasil fueron en 1992, cuando el país salió a las calles pidiendo las destitución del expresidente Fernando Collor de Mello.

 

La falta de líderes ha complicado el trabajo de la Policía.“No hay un ningún liderazgo, una coordinación. No sabemos nunca lo que van a hacer, cuál es la pauta”, ha explicado el coronel Marcelo Pignatari, responsable por el comando de la avenida Paulista.

 

Sin el MPL, diversos grupos están convocando nuevas marchas en todo el país a través de internet, con reivindicaciones diversas.

 

“Este país es una vergüenza”, dice Patricia Helen de Oliveira, una profesora de educación física que reclamaba contra el proyecto de “tratamiento psicológico” para los homosexuales.

 

“Necesitamos una nueva Constitución. Queremos que el verdugo se corte el propio cuello”, dice el empresario y estudiante de política Felipe Gini. “La democracia participativa debería ser una ley federal”, añade.

 

El español Ángel Ascencio, de 76 años, más de 50 de ellos en Brasil, cree que nada cambiará. “Detesto los partidos políticos. Hay que quitar las banderas”, dice Ascencio. “No sé si de aquí saldrá algo”, afirma.

 

 

La gigantesca protesta en la calle

fractura a la sociedad de Brasil

Francisco Perejil

21 de junio de 2013

 

Los líderes del Partido de los Trabajadores polemizan sobre su apoyo a las marchas

Los manifestantes se dividen ante la presencia de grupos oficiales

Las protestas bloquean las principales vías de Río y Sao Paulo

 

El Movimiento por el Pase Libre (MPL) se propuso sacar el jueves a la calle a un millón de personas en Brasil y las sacó. Salieron de Facebook y paralizaron más de 80 ciudades. Pero se había propuesto también que la jornada fuese festiva y ahí no obtuvo el mismo éxito. En el municipio de Ribeirao Preto, a 313 kilómetros de São Paulo, un manifestante de 18 años murió atropellado cuando un conductor embistió una barricada para cruzarla. Se produjeron enfrentamientos con la policía en 10 de las 80 ciudades donde hubo movilizaciones. Un despliegue especial de antidisturbios impidió que cientos de manifestantes avanzaran hacia el palacio presidencial de Planalto, donde se encontraba la presidenta, Dilma Rousseff. Otro grupo de violentos intentó tomar el Congreso, otro incendió el Palacio de Itamaraty, sede del Ministerio de Exteriores. Y ayer falleció una barrendera de la ciudad de Belén, en el estado norteño de Pará, a causa de las grandes cantidades de gas lacrimógeno que inhaló el jueves.

 

Cientos de militantes del Partido de los Trabajadores (PT) acudieron a la manifestación en São Paulo, donde llegaron a reunirse 110.000 personas, y tuvieron que abandonarla entre silbidos, insultos y amenazas. Varios integrantes de Pase Libre tuvieron que formar junto a otros voluntarios un cordón humano para protegerlos. Les llamaron corruptos, oportunistas y mensaleiros, en relación al escándalo de sobornos por el que han sido condenados varios dirigentes del PT. Y ellos respondían que estaban luchando por una sociedad más justa y por las mejoras en el transporte público desde hacía muchos años. Pero no se daban las mejores condiciones para el debate.

 

Al concluir la protesta, el Movimiento por el Pase Libre de São Paulo emitió un comunicado en Facebook, su gran medio de difusión, donde decía: “En el acto de hoy presenciamos episodios aislados y lamentables de violencia contra la participación de diversos grupos. (…) El MPL es un movimiento social apartidista, pero no antipartidista. Repudiamos los actos de violencia que se emplearon contra esas organizaciones durante la manifestación de hoy, de la misma manera que repudiamos la violencia policial. Desde las primeras protestas, esas organizaciones formaron parte de la movilización. Oportunismo es intentar excluirlas de la lucha que construimos juntos”.

 

El Movimiento por el Pase Libre decidió suspender las manifestaciones hasta que mantuviesen una asamblea hoy donde se anunciaría qué hacer. Pero, como un claro síntoma de las fracturas sobrevenidas, otras organizaciones convocaron protestas en 35 ciudades.

 

En el Partido de los Trabajadores tampoco tienen las cosas muy claras. El jueves, el presidente nacional del partido, Rui Falcão, escribió en las redes: “¡El PT irá a la calle junto a los jóvenes! La lucha del pueblo es la lucha del PT”. Y al día siguiente, muchos de sus dirigentes guardaron silencio ante esa invitación. Pero el gobernador de Bahía, Jaques Wagner, dejó claro que no había que unirse a unas protestas donde no existe una pauta concreta de lo que se reivindica. “Está bien que el PT no sea hostil con nadie ni criminalice el movimiento. Pero no puede sumarse a una cosa difusa. Tengo miedo de esa glamourización”, indicó en declaraciones recogidas por la Folha de São Paulo.

 

Dilma Rousseff, que había suspendido el viaje oficial a Japón previsto para el lunes próximo con el objeto de seguir de cerca los acontecimientos, se reunió ayer por la mañana con varios de sus ministros. Y salió de ella sin emitir ninguna declaración. Algunos analistas conservadores criticaron que no tomase el mando con mayor firmeza. El presidente de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil, el cardenal Raymundo Damasceno, declaró que ella debería hacer un pronunciamiento oficial.

Mientras tanto, el jefe de Gabinete de la presidencia, Gilberto Carvalho, expresó su temor ante la posibilidad de que las manifestaciones pudieran comprometer la Jornada Mundial de la Juventud que comienza el próximo 22 de julio en Brasil con la presencia del papa Francisco. “Lo que está aconteciendo puede tener un reflejo en la Jornada. Dilma [Rousseff] está preocupada por esto. Y vamos a llamar a la sociedad brasileña para tomar medidas. Tenemos que impedir este tipo de manifestaciones que no traen ningún bien para el país”, señaló.

 

Hay otra cuestión, menos urgente pero no menos importante, que gravita sobre la cabeza de algunos dirigentes del PT: ¿Qué pasará en 2014, cuando el escaparate de Brasil ante el mundo sea más grande que nunca con la inauguración del Mundial? El Gobierno asegura que la celebración del Mundial está garantizada. Pero, ¿qué pasará, si estallan de nuevo unas manifestaciones tan masivas sólo tres meses antes de las presidenciales de octubre de 2014?

¿Puede alguien explicar lo que está ocurriendo?

Can Someone Explain What's Going on Down There?

Carl Meacham

21 de junio de 2013

 

Cuando los estadounidenses piensan en Brasil, las manifestaciones son lo último que llega a su mente. El fútbol, el carnaval y, más recientemente, el Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos han sido, para bien o para mal, las imágenes más asociadas con el gigante Americano.

 

Imaginen entonces la sorpresa de los estadounidenses al ver las fotografías de las protestas masivas y continuas -algunas de ellas violentas- en todo Brasil.

 

Los estadounidenses han oído hablar de agentes de policía arrojando sus armas a las hogueras creadas por los manifestantes y uniéndose al movimiento; de miles de brasileños dando la espalda a la bandera durante la reproducción del himno nacional en la Copa Confederaciones, y de una joven brasileña pidiendo a ciudadanos de EE UU a través de YouTube que escuchen las peticiones de los manifestantes.

 

Y mientras los medios estadounidenses cada vez publican más información de los brasileños pidiendo un cambio en su país, los ciudadanos no pueden dejar de preguntarse de dónde viene este movimiento. Pero responder esa pregunta no es algo sencillo.

 

Cuando los medios de comunicación de EE UU comenzaron a hacer referencia a las manifestaciones del pasado lunes, los reportajes se centraron en las tarifas del transporte público como la motivación principal, si no la única, de las protestas y del descontento popular. Sin embargo, cada vez es más evidente que el precio del transporte era solo la punta del iceberg.

 

Dada la limitada cobertura dedicada por los medios a las manifestaciones, y la todavía menos detallada información sobre las peticiones de los protestantes, los estadounidenses recurrieron rápidamente a las redes sociales, conectando con sus familiares y amigos en el extranjero para conocer los avances. Facebook, Twitter y YouTube contaban una historia completamente diferente.


A través de esas fuentes, los estadounidenses obtuvieron acceso a las voces y las perspectivas de los propios manifestantes.

 

A pesar de que la subida del precio del transporte afecta directamente a los más pobres y la clase trabajadora, pronto se esclareció que los ciudadanos más jóvenes, los estudiantes, también estaban entre los protestantes. Y la naturaleza masiva de las protestas y la diversidad demográfica de sus participantes llamó la atención de los estadounidenses acerca de las preocupaciones de los brasileños, que demostraron ser mucho mayores que el coste del transporte público.

 

Cada vez más, los medios de comunicación y las redes sociales han trasladado las demandas de los manifestantes en cuanto a mejoras en sistema de salud, educación y transporte, así como el fin del gasto temerario por parte del gobierno y la corrupción que durante tanto tiempo han plagado el sistema.

 

Y aunque las protestas se han mantenido pacíficas en su mayoría, los estadounidenses han sido testigos de imágenes en las que los manifestantes huyen de la policía amenazados por mangueras y gas lacrimógeno lanzado contra ellos y, a veces, contra la prensa.

 

Avaaz.org, la red social de activismo, ha llegado a organizar una petición para solicitar la impugnación de la presidenta Dilma Rousseff y ya ha logrado el respaldo de más de 270.000 firmas.

 

Una vez más, la audiencia de EE UU se vio sorprendida, habiendo oído hablar de Brasil como el ejemplo del éxito en Latinoamérica, el país con una creciente economía y un sistema político estable cuya influencia global y regional sólo podía crecer y que podría demostrarlo al celebrar los próximos Juegos Olímpicos y el Mundial de Fútbol.

 

Pero ahora Brasil cada vez se parece más a Chile, cuyo éxito económico y fiscal de la última década cada vez está más ensombrecido por el movimiento de protestas en aquel país -constante, a pesar de algunos períodos de calma y resurgimiento, desde 2011.

 

Si acaso, lo que el movimiento chileno nos ha enseñado es que el crecimiento no es una panacea para los problemas de un país, sino lo contrario. Mientras que el éxito económico de un estado permite a un gobierno responder a problemas domésticos, ese mismo éxito aumenta la presión sobre los líderes políticos para que hagan precisamente eso.

 

En Brasil, como en Chile, la presión se ha traducido en una mayor demanda de servicios: infraestructuras, salud, educación y programas sociales.

 

Un vídeo en YouTube grabado por una joven brasileña demuestra el alcance de esas demanda. La mujer explica que el éxito económico de su país vino acompañado de grandes esperanzas sobre la capacidad del país para asistir a sus ciudadanos.

 

Y, mientras que el Gobierno ha invertido 14.000 millones de dólares en las infraestructuras del Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos, aumentaba la impaciencia de los ciudadanos por la reticencia de las autoridades a emplear ese dinero en ayudar a una población necesitada desesperadamente de mejores escuelas y un sistema de ayudas sociales.

 

En cierto modo, quizás Brasil sea víctima de su propio éxito económico. Parece que los brasileños que se han echado a las calles a favor del cambio no piden más que un gobierno que emplee sus recursos para proporcionar a sus ciudadanos los servicios que tanto les faltan.

 

Toda la sorpresa con la que han reaccionado los estadounidenses ante las manifestaciones carece así de sentido.

 

Aunque los norteamericanos quieren saber qué ocurrirá ahora. Los protestantes han dejado claras sus preocupaciones y su presencia en el escenario internacional crece cada día.

 

Ahora, Estados Unidos espera con curiosidad para ver cómo responderá la presidenta Rousseff. Con suerte, podrá movilizar a su propio gobierno y sus amplios recursos para cumplir y gestionar las expectativas de la población brasileña.

 

Lo que ella sabe sin duda -y lo que muchas veces olvidan los manifestantes- es que el cambio político y social es inevitablemente un proceso constante. Esperamos que pueda sumar a él a los protestantes.

 

*El autor es director del Programa Internacional del CSIS en Washington

Protestas en Brasil: Manifestantes bloquean accesos al aeropuerto de Sao Paulo

21 de junio de 2013

 

Las acciones continuaron y se diversificaron hoy viernes, mientras se espera que la Presidenta Dilma Rousseff emita una declaración esta noche.

 

En una nueva jornada de masivas protestas contra el gobierno en Brasil, gran número de personas se congregaban esta noche en los accesos al aeropuerto de Sao Paulo.

 

Imágenes de la TV local mostraron a varios miles de personas que se concentraron en las vías cercanas al terminal aéreo Guarulhos. La manifestación causó una enorme congestión de tránsito.

 

La acción ocurre un día después de manifestaciones históricas realizadas ayer y que congregaron a más de un millón de personas. Este viernes se esperaba que la Presidenta Dilma Rousseff, quien en días previos manifestó comprensión hacia las protestas, emita una declaración por cadena nacional.

 

Múltiples motivos

 

En la misma Sao Paulo, las manifestaciones continuaron pese a que el Movimiento Pase Libre (MPL, por la gratuidad del transporte público), una agrupación organizada a través de redes sociales y que detonó las movilizaciones hace dos semanas, había anunciado que no convocaría a nuevas protestas en esta metrópoli.

 

El motivo que argumentaron fue la participación de activistas que defienden causas conservadoras y de actos de violencia que el movimiento rechaza, según consignó el diario “O Estado de Sao Paulo”.

 

Las motivaciones de las protestas también se han ampliado. En el centro de la ciudad, miembros del movimiento de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transgénero (LGBT) realizaron una protesta pacífica contra la aprobación de un proyecto de ley que prevé un tratamiento psicológico para la “cura” de la homosexualidad.

 

En Ribeirao Preto, en el estado de Sao Paulo, un grupo se reunió en el lugar donde el jueves murió un joven manifestante atropellado por un vehículo.

 

En las ciudades de Avaré y Agudos, los estudiantes volvieron a la calle para protestar contra la corrupción y para pedir más inversiones en salud. En Curitiba, en tanto, la tercera manifestación de la semana fue convocada para pedir mayor transparencia en las inversiones en transporte.

 

En Fortaleza, la protesta tenía como motivo la construcción de un acuario destinado a atraer turistas, considerado un asunto superfluo por los ciudadanos.

Mensaje a la nación de la presidenta de Brasil

21 de junio de 2013

 

La presidenta brasileña, Dilma Rousseff, dice en su mensaje a la nación: “Voy a recibir a los líderes de las manifestaciones pacíficas, de sindicatos y asociaciones populares, pues precisamos de todas sus contribuciones, reflexiones y experiencias”. Condenó la violencia generada.

¿Por qué la protesta de Brasil es diferente?

Juan Arias

22 de junio de 2013

 

Aquí se manifiestan no por lo que han perdido, sino por lo que aún no se les ha dado, o no del todo

 

La protesta brasileña que se extiende cada día como una mancha de aceite por todo el país, y que tiene sorprendida a la opinión mundial, es diferente de las demás, como por ejemplo la de los indignados de Madrid, la Primavera árabe o la americana de los Occupy.

 

¿Por qué? Podría decirse que es brasileña, un pueblo con una idiosincrasia especial que no siempre entra ni siquiera en los cánones de los otros países del continente. ¿Tropical? También, pero no sólo.

 

En primer lugar, la protesta es diferente porque no tiene nombre. La llamamos simplemente “protesta” o “manifestaciones”, porque no ha sido bautizada. No nace, como la de los países europeos, contra los “recortes” y el empobrecimiento de los servicios sociales. Aquí protestan no por lo que han perdido, sino por lo que aún no se les ha dado o porque creen que se lo han dado incompleto. Preferirían que ciertos gastos públicos millonarios se destinaran a las necesidades más urgentes de la gente, incluso los deportivos de la Copa, cuyo mural fue incendiado en Sâo Paulo.

 

El Mundial ha sido bautizado como “Copa de las manifestaciones”.

 

Quieren que la justicia exista no sólo para los sin nadie sino también para los que tienen responsabilidad pública.

 

Es diferente la protesta brasileña porque llega después de haber ya conocido las otras primaveras de contestación del mundo.

 

Aquí, como agudamente ha señalado el columnista de Folha, Sérgio Malbergier, “la bandera anticapitalista estaba ausente”. Fueron hostilizados los ideologizados tradicionales de izquierdas y se juntaron en la protesta empresarios de corbata con gentes de la favela.

 

Hasta en el modo de realizarse las marchas a través de las ciudades es distinto, por ejemplo, del de los Indignados de Madrid. Allí los manifestantes se sentaban para elaborar propuestas, discutir reivindicaciones en las que participaban las mentes pensantes de la la universidad. De alguna forma era estática.

 

Aquí la masa de miles de personas se mueve como en un éxodo bíblico por diferentes puntos de la ciudad, no tiene meta fija, están sencillamente juntos, casi cada uno con su propia pancarta, muchas supercreativas, escritas a mano, en un simple pedazo de papel o cartón: “La corrupción también es vandalismo”, decía una pancarta durante el partido España-Haití.

 

Las acciones violentas de los pequeños grupos son duras como las que nos tienen acostumbrados a ver en las favelas, por ejemplo, por los narcos o por los vándalos de turno. Una violencia condenada unánimente por el movimiento y que contrasta al mismo tiempo con la sensación de paz, casi de fiesta, que distingue a la inmensa mayoría de las personas que no cesa de hacer llamadas a la paz y que quizás los medios de comunicación destacamos demasiado poco: “Los vándalos no nos representan”, decía otro cartel en manos de una joven estudiante.

 

Sale la gente a calle a borbotones y permanecen a veces toda la noche, se diría sólo por el placer de estar juntos, con la sensación de disfrutar del sol después que ha descargado la tormenta de rayos y truenos. Cantan juntos y juntos expulsan su rabia.

 

La olla de presión, que hervía sin que se notara desde hace años, explotó, y ahora que está destapada y de ella han salido los “monstruos”, en expresión de Elio Gaspari, se sienten como liberados y disfrutan juntos de sentir el placer de protestar.

 

Nadie se lo impidió antes, porque este es un país sin censuras, pero se sienten como liberados de haber escogido ellos la libertad de protestar.

 

El rechazo a los políticos que aparece más nítido cada día y que revela el divorcio entre la calle y el palacio, debe ser objeto de reflexión a todos los niveles: desde el gobierno a los servidores locales, los más cercanos y responsables de los servicios públicos que no funcionan, y por ello los más adversados. A veces también los más tentados por la corrupción.

 

No es el de Brasil un movimiento político en el sentido tradicional, ni apolítico. Es post-político. No es contra la democracia sino a favor de una democracia más real y de todos. Como las demás grandes manifestaciones de masas de este siglo en Brasil, tampoco estas tienen políticos, porque son básicamente contra el divorcio entre ellos y la gente.

 

Si los políticos piensan que pueda tratarse de una ola de protesta que acabará pasando como muchas otras y que, cuando las aguas del río desbordado vuelvan a su cauce, todo puede seguir igual, podría ser un error fatal. A veces la calle no perdona y el monstruo puede tener más de una cabeza.

 

Tampoco les será posible domesticarla ni capitalizarla. Es, sobre todo, contra ellos.

 

No es prudente jugar con los que exigen algo de lo que se han convencido de que tienen derecho a ello.

 

Las declaraciones de la presidenta Dilma de no demonizarles, y hasta de aceptar algunas de las reivindicaciones concretas, es algo sabio, que en vez de demostrar debilidad frente a los que protestan sin nombre y sin líderes, revela haber entendido que es mejor no jugar con el fuego.

 

Los mayores responsables de mantener firmes los valores democráticos, como lo son los políticos -pues no hay otra alternativa posible en democracia- deben ser también los más atentos a no equivocarse en momentos delicados como el que se está viviendo.

 

La toma violenta, primero del Senado y después del Ministerio de Asuntos Exteriores, por parte de los manifestantes, o la destrucción de las sedes de gobiernos locales, es algo insólito en este país. Es grave. Asustó a todos.

 

Imposible olvidarse en estas horas de convulsión de que la democracia es un vaso de cristal en manos, a veces, de los que ignoran su propia fragilidad.

Turquía, Brasil y sus protestas: seis sorpresas

Moisés Naím

22 de junio de 2013

 

Los movimientos de protesta que florecen en el planeta comparten algunas características

 

Primero fue Túnez, luego Chile y Turquía. Y ahora Brasil. ¿Qué tienen en común las protestas callejeras en países tan diferentes? Varias cosas… y todas sorprendentes.

 

1. Pequeños incidentes que se hacen grandes. En todos los casos, las protestas comenzaron con acontecimientos localizados que, inesperadamente, se convierten en un movimiento nacional. En Túnez, todo empezó cuando un joven vendedor ambulante de frutas no pudo soportar más el abuso de las autoridades y se inmoló prendiéndose fuego. En Chile fueron los costes de las universidades. En Turquía, un parque y en Brasil, la tarifa de los autobuses. Para sorpresa de los propios manifestantes —y de los Gobiernos— esas quejas específicas encontraron eco en la población y se transformaron en protestas generalizadas sobre cuestiones como la corrupción, la desigualdad, el alto costo de la vida o la arbitrariedad de las autoridades que actúan sin tomar en cuenta el sentir ciudadano.

 

2. Los Gobiernos reaccionan mal. Ninguno de los Gobiernos de los países donde han estallado estas protestas fue capaz de anticiparlas. Al principio tampoco entendieron su naturaleza ni estaban preparados para afrontarlas eficazmente. La reacción común ha sido mandar a los agentes antidisturbios a disolver las manifestaciones. Algunos Gobiernos van más allá y optan por sacar al Ejército a la calle. Los excesos de la policía o los militares agravan aún más la situación.

 

3. Las protestas no tienen líderes ni cadena de mando. Las movilizaciones rara vez tienen una estructura organizativa o líderes claramente definidos.

 

Eventualmente destacan algunos de quienes protestan, y son designados por los demás —o identificados por los periodistas— como los portavoces. Pero estos movimientos —organizados espontáneamente a través de redes sociales y mensajes de texto— ni tienen jefes formales ni una jerarquía de mando tradicional.

 

4. No hay con quién negociar ni a quién encarcelar. La naturaleza informal, espontánea, colectiva y caótica de las protestas confunde a los Gobiernos. ¿Con quién negociar? ¿A quién hacerle concesiones para aplacar la ira en las calles? ¿Cómo saber si quienes aparecen como líderes realmente tienen la capacidad de representar y comprometer al resto?

 

5. Es imposible pronosticar las consecuencias de las protestas. Ningún experto previó la primavera árabe. Hasta poco antes de su súbita defenestración, Ben Ali, Gadafi o Mubarak eran tratados por analistas, servicios de inteligencia y medios de comunicación como líderes intocables, cuya permanencia en el poder daban por segura. Al día siguiente, esos mismos expertos explicaban por qué la caída de esos dictadores era inevitable. De la misma manera que no se supo por qué ni cuándo comienzan las protestas, tampoco se sabrá cómo y cuándo terminan, y cuáles serán sus efectos. En algunos países no han tenido mayores consecuencias o solo han resultado en reformas menores. En otros, las movilizaciones han derrocado Gobiernos. Este último no será el caso en Brasil, Chile o Turquía. Pero no hay duda de que el clima político países ya no es el mismo.

 

6. La prosperidad no compra estabilidad. La principal sorpresa de estas protestas callejeras es que ocurren en países económicamente exitosos. La economía de Túnez ha sido la mejor de África del Norte. Chile se pone como ejemplo mundial de que el desarrollo es posible. En los últimos años se ha vuelto un lugar común calificar a Turquía de “milagro económico”. Y Brasil no solo ha sacado a millones de personas de la pobreza, sino que incluso ha logrado la hazaña de disminuir su desigualdad. Todos ellos tienen hoy una clase media más numerosa que nunca. ¿Y entonces? ¿Por qué tomar la calle para protestar en vez de celebrar? La respuesta está en un libro que el politólogo estadounidense Samuel Huntington publicó en 1968: El orden político en las sociedades en cambio. Su tesis es que en las sociedades que experimentan transformaciones rápidas, la demanda de servicios públicos crece a mayor velocidad que la capacidad de los Gobiernos para satisfacerla. Esta es la brecha que saca a la gente a la calle a protestar contra el Gobierno. Y que alienta otras muy justificadas protestas: el costo prohibitivo de la educación superior en Chile, el autoritarismo de Erdogan en Turquía o la impunidad de los corruptos en Brasil. Seguramente, en estos países las protestas van a amainar. Pero eso no quiere decir que sus causas vayan a desaparecer. La brecha de Huntington es insalvable.

 

Y esa brecha, que produce turbulencias políticas, también puede ser transformada en una positiva fuerza que impulsa el progreso.

¿Qué hay tras las protestas de Sao Paulo?

Sergio Fausto*

22 de junio de 2013

 

Hace diez días, Sao Paulo, la mayor ciudad brasileña, una aglomeración metropolitana de aproximadamente 18 millones de personas, ha sido escenario de sucesivas y crecientes manifestaciones en la calle motivadas por un aumento de los precios del billete de autobús. Otras grandes ciudades del país fueron testigos de manifestaciones semejantes, aunque de menor envergadura. Han sido convocadas por el Movimiento por el Pasaje Libre favorable a que el transporte público sea gratuito y dirigido exclusivamente por el Estado. Fundado en el Forum Social Mundial en 2005, el movimiento congrega a partidos de izquierda, disidentes del PT.

 

Sin embargo, la actuación de esas organizaciones y de sus líderes no explica por sí sola la dinámica y el tamaño de las manifestaciones, que recibieron la adhesión virtual y presencial de jóvenes de diversos orígenes sociales, desde grupos punks de la periferia hasta universitarios de la nueva y vieja clase media. Lo mismo se puede decir del aumento del pasaje, de  0,20 reales (veinte centavos de real), bajo la inflación de los últimos doce meses. Esto, en sí mismo, no explica las manifestaciones.

 

Esto nos lleva a reflexionar sobre qué más estaría detrás de las protestas: ¿por qué está pasando ahora y no en años anteriores, si el Movimiento Pasaje Libre no es nuevo y en el pasado reciente hubo mayores aumentos de precio en el transporte público?

 

Estamos ante un fenómeno común en sociedades de masas, potenciados por la difusión de los medios de comunicación social: insatisfacciones de origen diverso se van acumulando silenciosamente hasta que un hecho determinado, simbólico, dispara la protesta social. En el caso en cuestión, el detonador fue una decisión simple, corriente, pero que tuvo el don, por lo concreto y fácilmente inteligible, de ser la gota que colmó el vaso, o mejor, el catalizador de una reacción química cuyos elementos principales ya estaban presentes.

 

Nadie en su sano juicio puede comparar las protestas por el aumento de un pasaje de autobús con el acto de prenderse fuego a las vestiduras. Sao Paulo no es Túnez en vísperas del primer capítulo de las Revoluciones árabes, mucho menos París en 1871, en la inminencia de la Comuna. En otras palabras, para decepción de algunos militantes, no estamos ante una situación pre-insurreccional. Pero hay algo más en el aire que aviones volando, como decía el Barón de Itararé, uno de los padres fundadores de la sátira moderna en Brasil.

 

Sin poder, por falta de información suficiente, dar respuestas definitivas, arriesgo algunas hipótesis sobre las razones no aparentes de las manifestaciones que paralizaron Sao Paulo en los últimos días.

 

Hay una indignación latente en la juventud con los gobiernos, en general, y con el modo por el cual son elegidas las prioridades del gasto estatal y utilizados los recursos públicos en particular. Esto viene de lejos, pero se ha acentuado con las noticias recurrentes sobre corrupción, mal uso de los fondos públicos e impunidad de quien comete crímenes contra la administración pública. Incluso la condena de reos notorios en el proceso del “mensalão” no aligeró la sensación de impunidad, dado que hasta hoy, y así será por un buen tiempo, el STF juzga, lentamente, recursos interpuestos por los abogados de los reos condenados.

 

Las grandes cantidades dispendiadas con la construcción de estadios de fútbol para la Copa de las Confederaciones, que comenzó el sábado pasado, y para la Copa del Mundo, en 2014, asunto destacado en los medios y en las conversaciones del día a día, le pusieron pimienta al caldo de la indignación. Sobre todo en un cuadro en que las inversiones en las grandes regiones metropolitanas quedan muy por debajo de la creciente demanda por servicios públicos.

 

El transporte público en cantidad y calidad insuficientes, es uno de los puntos sensibles del problema. La seguridad pública es otro de ellos. La violencia se ha recrudecido en varias grandes ciudades brasileñas, inclusive en Sao Paulo, donde había disminuído a los largo de los últimos diez años. La ciudad está tensa, como hace mucho que no se veía.

 

A este escenario se suma la reducción del crecimiento económico y el aumento de la inflación, que ya comprometen el optimismo en relación al futuro característico de los diez últimos años. Aisladamente, ninguno de estos factores sería suficiente para desencadenar las protestas. Combinados, en el tiempo y en el espacio, encendieron la mecha que dio impulso a las manifestaciones.

 

La cuestión que surge ahora es cuál será la evolución de las protestas y sus efectos políticos más generales. Tema para un próximo artículo.

 

* El autor es politólogo y se desempeña como director ejecutivo del Instituto Fernando Henrique Cardoso. Es codirector del proyecto Plataforma Democrática y de la colección El Estado de la Democracia en América Latina. Es miembro del Grupo de Análisis de la Coyuntura Internacional (Gacint) de la Universidade de São Paulo y articulista del diario O Estado de Sao Paulo. Fue asesor del Ministerio de Hacienda y del Ministerio de Planificación entre 1995 y 2002, e investigador del Centro Brasileiro de Análisis y Planificación (CEBRAP).

Los indignados del mundo

Víctor Ovies Arenas

 

Los indignados brasileños han salido a la calle. Su queja es la misma queja de los indignados de otros países del mundo. Sus proclamas, idénticas. Su mensaje, calcado: “Los políticos no nos representan”. Lamentablemente, el problema también es el mismo: ellos saben lo que no quieren, pero no tienen ni idea de lo que quieren, y mucho menos de qué hacer para conseguirlo. Entiendo perfectamente las palabras del líder de la oposición brasileña al afirmar que los jóvenes que se echan a la calle “aportan angustia”. Para mí, es la angustia propia de ver que el sistema está mal, patas arriba, desmoronándose irremediablemente y por momentos, y que sin embargo, al mismo tiempo, no haya nadie que sepa ni cómo, ni con qué, ni por quién sustituirlo. ¿Por qué me suena tanto todo esto? Es como si alguien hubiera rescatado algún artículo de EL PAÍS del año 2011 sobre el 15-M y hubiera cambiado la palabra Madrid por la palabra Río.

Indignados del mundo, uníos

Bertrand de la Grange

23 de junio de 2013

 

Primero fueron los turcos, y ahora los brasileños: los indignados han copado las portadas de los medios de todo el orbe

 

Después de siglo y medio de leal servicio a la causa revolucionaria, la consigna marxista llamando a la unión de los proletarios del mundo ha perdido vigencia. Hemos entrado en una nueva era, la de los indignados sin afiliación partidista, que brotan en los rincones más inesperados del planeta y ponen en aprietos tanto a regímenes autoritarios como a gobiernos democráticos.

 

Junio ha sido un mes particularmente exitoso para los adeptos a esa forma de lucha no violenta. Los indignados, como se les suele llamar a falta de otro término, han copado las portadas de los medios de todo el orbe en las últimas semanas. Primero fueron los turcos. Y ahora los brasileños.

 

En Estambul miles de activistas se movilizaron para impedir la demolición de un parque emblemático y la construcción, en su lugar, de un complejo inmobiliario. No se dejaron intimidar por la violencia de la represión policial (hubo cinco muertos y decenas de heridos graves) y consiguieron el aplazamiento del proyecto, que será sometido a un referéndum. Al otro lado del mundo, en Sao Paulo, una manifestación contra el alza de las tarifas del transporte de pasajeros se convirtió en una protesta nacional de gran calado, lo que ha obligado a las autoridades a retroceder.

 

En ambos casos, la reacción excesiva de los gobiernos ha contribuido a dar una proyección internacional a dos asuntos locales que no tenían ninguna relevancia fuera de las fronteras de los países implicados. Tanto el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, como la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, intentaron descalificar a los manifestantes y denunciaron un supuesto “terrorismo informativo” a favor de las protestas.

 

Que Erdogan reaccionara de esa manera no sorprendió a nadie —fue elegido democráticamente en tres oportunidades, pese a su talante autoritario—, pero las imágenes de la brutalidad policial contribuyeron a debilitar un poco más la candidatura de Turquía a la Unión Europea. En cambio, el tono iracundo de la presidenta brasileña sorprendió mucho en el extranjero, donde se le aprecia sobre todo por su sensatez y su sensibilidad social.

 

Dilma Rousseff rectificó rápidamente —”la voz de la calle tiene que ser escuchada, […] las manifestaciones comprueban la grandeza de nuestra democracia”, dijo—, pero su primera reacción, así como la de Erdogan, delata el desconcierto de los dirigentes políticos ante las nuevas formas de lucha, que no pasan por la mediación de los partidos o de los sindicatos.

 

Los obreros decretan huelgas y ocupan las fábricas para conseguir mejores condiciones laborales. Lo hacen en función de reglas conocidas por todas las partes. En cambio, los indignados son espontáneos e imprevisibles. Empiezan con un objetivo específico —salvar un parque en Estambul, bajar las tarifas del transporte en Sao Paulo— y van agregando nuevas exigencias sobre la marcha. Para los turcos, es una oportunidad para lanzar una campaña nacional contra el autoritarismo de Erdogan. Y los brasileños aprovechan el momento para denunciar el costo excesivo del Mundial de Fútbol (2014) y de los Juegos Olímpicos (2016).

 

En un país donde el futbol es parte de la cultura nacional, de repente han aparecido pancartas y lemas en contra del Mundial y de las enormes inversiones presupuestadas para las infraestructuras, unos 13.000 millones de dólares, según las cifras oficiales. “No queremos Mundial, queremos salud y educación”, gritaron los manifestantes en varias ciudades del país. “No queremos estadios, queremos hospitales”, decía un cartel. Y ese otro, “mejor un buen hospital que un gol de la selección”, que molestó tanto al rey Pelé.

 

Demasiado juego y poco pan, empiezan a pensar los millones de brasileños que han salido de la pobreza al calor de la bonanza de la década pasada y ven ahora con mucha preocupación la desaceleración de la economía (el crecimiento ha caído del 7,5% en 2010 al 0,9 % el año pasado). Pertenecen a ese sector que ha accedido a los primeros escalones de la clase media gracias a los programas de ayuda social. Ahora son demasiado “ricos” para seguir recibiendo subsidios del Gobierno, pero no lo suficiente para pagar un hospital privado y mandar a sus hijos a un colegio de paga.

 

Las clases medias emergentes son muy sensibles a cualquier fluctuación del costo de la vida. Y cuando se trata del transporte, una subida del precio puede tener efectos devastadores para una familia que vive siempre al límite. Lo sorprendente es que las autoridades brasileñas no lo supieran y no anticiparan la indignación de millones de ciudadanos.

Lo que hoy votarían los manifestantes en Brasil

Juan Arias

23 de junio de 2013

 

Un sondeo coloca a Joaquim Barbosa, juez del caso ‘mensalão’, a la cabeza de las preferencias electorales

 

Ríos de informaciones y una multitud de análisis llevan una semana hablando de lo que se imaginan que los manifestantes de las calles de Brasil tienen en sus cabezas: si son o no demócratas, si son de izquierdas o de derechas, si rechazan o no el sistema y los partidos, si votarían o no en una elecciones y mil conjeturas más.

 

Aunque el resultado, por ejemplo Datafolha, ha sido titulado por su lado más periodístico —las preferencias electorales de los manifestantes en caso de que las presidenciales, previstas para octubre de 2014, se adelanten debido a las protestas— existen datos más importantes aún.

 

El primero y más revelador y esperanzador es que el 87% apoyan la democracia y únicamente un 3% la dictadura. Otro sondeo refleja que solo un 27% se abstendría de votar. El 63% acudiría a las urnas.

 

Hay más. La edad media de los manifestantes oscila entre 21 y 35 años (el 65% de los que participan en las protestas), una generación que no vivió la dictadura y que representa el futuro del país.

 

De ellos, el 78% ha estudiado. El 72% no milita en ningún partido. A pesar de ello, la mayoría iría a votar. Un mensaje claro contra los pesimistas que los habían tachado de antisistema y anti-instituciones, que aceptan el sistema aunque desean despojarlo del anacronismo y la corrupción. Y, sobre todo, de su divorcio con la calle.

 

Que se trata de una masa más progresista que conservadora lo revela un dato importante: la gran mayoría está en contra de la vuelta de la pena de muerte, de que los civiles porten armas y defienden que la sociedad acepte los derechos de los diferentes, empezando por los homosexuales. El 50% dice que el motivo por el que ha salido a la calle es “la corrupción política”.

 

Lo que quizás es más difícil de analizar es lo referente a los candidatos que, de haber elecciones, votarían hoy en unas presidenciales. El candidato favorito de los manifestantes, con un 30% de los votos, es el actual presidente del Supremo, el magistrado negro Joaquim Barbosa, que se convirtió en un héroe nacional por su postura intransigente como juez instructor del mensalão, el caso de corrupción que condenó a la cárcel a ilustres líderes políticos, banqueros y empresarios.

 

Le sigue en las preferencias de los manifestantes la ecologista Marina Silva y hasta el tercer lugar aparece Dilma Rousseff, que se presentaría a una posible reelección, con un 10%. Los otros líderes tradicionales como Aecio Neves y Eduardo Campos se quedan en el furgón de cola con un 3% y un 1% respectivamente.

 

Si la elección del juez Barbosa podría indicar una voluntad de elegir a alguien fuera del sistema político. Marina Silva, por su parte, acaba de crear un nuevo partido llamado La Red. Fue fundadora del Partido de los Trabajadores al que después abandonó y hasta ministra en el primer Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, además de senadora.

 

Lo que rechazan los manifestantes son los partidos y líderes políticos que se habían alejado de las exigencias de los ciudadanos y dan la impresión de actuar más a favor de sus partidos y de su propia reelección que de las necesidades reales de la gente. Rechazan el concepto de la lógica del “poder por el poder”.

 

Curiosamente, en las redes sociales se recuerda que Brasil, nunca en su historia, había discutido de política —más incluso que de fútbol— como en la semana que recién ha pasado.

 

Del exterior llegan cada día manifestaciones de apoyo y elogios al movimiento brasileño. Hay quien lo ve como una esperanza de primavera para toda América Latina y la sesuda publicación alemana Der Spiegel ha llegado a comparar las manifestaciones en Brasil con las protestas en Leipzig días antes de la caída del muro de Berlín.

 

Un elogio emblemático y significativo.

 

 

Las protestas prosiguen en Brasil

pese al diálogo propuesto por Rousseff

23 de junio de 2013

 

La marcha más numerosa se produce en Belo Horizonte, donde la policía utiliza gases lacrimógengos y se registran 12 heridos

 

Las manifestaciones que sacuden a Brasil desde la semana pasada prosiguieron en la madrugada del domingo, con protestas en unas 20 ciudades, pese al diálogo propuesto la noche anterior por la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, en un pronunciamiento a la nación. Ni el pronunciamiento en el que la jefa de Estado propuso un pacto nacional para mejorar los servicios públicos ni la reducción de las tarifas de transporte público en las mayores ciudades, que era la reivindicación inicial de los manifestantes, han convencido a los brasileños a cesar sus movilizaciones.

 

Las protestas, sin embargo, perdieron intensidad con respecto a las registras el pasado jueves, cuando cerca de 1,2 millones de brasileños salieron a la calle en un centenar de ciudades para exigir mejores servicios públicos, condenar la corrupción y criticar los altos gastos del Gobierno con el Mundial de fútbol de 2014. La mayor manifestación de este sábado congregó a cerca de 65.000 personas en la ciudad de Belo Horizonte para criticar el despilfarro de recursos y los supuestos desvíos en la construcción de los estadios exigidos por la FIFA para que Brasil organice el Mundial y la Copa Confederaciones, que comenzó la semana pasada.

 

Además de menos numerosas, las protestas de hoy tuvieron objetivos específicos, al contrario de las anteriores en que las reivindicaciones eran variadas y algunas hasta contradictorias. Así como en Belo Horizonte el blanco de la protesta fueron las inversiones públicas en el Mundial, en São Paulo se propuso criticar un proyecto de ley que pretende reducir el poder de investigación del Ministerio Público, y en Brasilia tuvo el objetivo de reivindicar derechos de la mujer.

 

Los brasileños no se desmovilizaron cuando los alcaldes de las principales ciudades anunciaron las demandadas reducciones en los pasajes de autobús, su principal exigencia, tampoco ahora tras la convocatoria de Rousseff al diálogo. “Voy a recibir a los líderes de las manifestaciones pacíficas, de sindicatos y asociaciones populares” pues “precisamos de todas sus contribuciones, reflexiones y experiencias”, declaró Rouseeff al proponer un gran pacto nacional por los servicios públicos. La mandataria citó en su pronunciamiento de forma puntual sus propuestas para algunas de las reivindicaciones. Sobre la salud aseguró que su Gobierno “traerá de inmediato a millares de médicos del exterior para ampliar la atención”, y en cuanto a la educación dijo que insistirá ante el Congreso en la aprobación de un proyecto que destina el 100 % de las regalías petroleras exclusivamente a este sector.

 

Las únicas manifestaciones de hoy que terminaron con incidentes fueron las de Belo Horizonte y Salvador, las ciudades en las que se disputaron partidos por la Copa Confederaciones. La policía de Belo Horizonte utilizó bombas de gas lacrimógeno para dispersar a un grupo de manifestantes que insistía en marchar hacia el estadio en el que México venció a Japón por 2-1. Los enfrentamientos, a unos tres kilómetros del estadio Mineirao, dejaron al menos 12 heridos, entre los cuales había cinco uniformados y un fotógrafo, así como un preso, según fuentes oficiales.

 

Pese a la protesta, los espectadores que acudieron al Mineirao llegaron y salieron sin complicaciones del estadio. En Salvador también se registraron enfrentamientos, aunque menos graves, con manifestantes que querían acercarse al estadio Fonte Nova, en donde Brasil venció por 4-2 a Italia por la Confederaciones.

 

Unos 30.000 manifestantes en São Paulo y otros grupos menores en Brasilia y Goiania marcharon contra el proyecto de enmienda constitucional que le retira poderes de investigación al Ministerio Público, lo que, consideran, es una iniciativa de legisladores corruptos para favorecer la impunidad. Otras 30.000 personas protestaron en Santa María contra la impunidad en que permanece el caso del incendio en una discoteca de esa ciudad que dejó 242 jóvenes muertos este año.

 

En Brasilia, unas 3.000 personas atendieron la convocatoria de la “Marcha de las Vagabundas”, una organización que lucha contra la supuesta idea de que las propias mujeres son responsables por los abusos sexuales que sufren. Las mujeres en trajes provocativos, ropa interior y en algunos casos hasta con el pecho descubierto protestaron contra un proyecto de ley en discusión en el Congreso que concede subsidios a las mujeres violadas que no desean ejercer su derecho a abortar y contra un proyecto de ley que permite a los psicólogos ofrecer tratamientos para “curar” a los homosexuales.

Brasil se prepara para protestas

contra la corrupción y a favor de las minorías

Francisco Peregil

23 de junio de 2013

 

Las manifestaciones se han vuelto más fragmentadas y minoritarias, pero continúan gestándose en las redes sociales

 

Hace sólo una semana era impensable que decenas de miles de brasileños salieran a manifestarse en Brasil contra la PEC 37. Una cosa es protestar contra la subida en el billete del transporte público y otra es hacerlo contra algo como la Propuesta de Enmienda Constitucional 37. O sea, contra el proyecto de ley que pretende limitar los poderes de investigación de la fiscalía general. Sin embargo, a pesar de la supuesta complejidad de los vericuetos legales, unas 30.000 personas marcharon el sábado en São Paulo contra la PEC 37, cuyo proyecto será sometido a votación en la Cámara de Diputados en los próximos días. Detrás de esa norma, los convocantes ven un terreno abierto a la impunidad y también a la corrupción.

 

Después de las rebajas en las tarifas del transporte y del discurso pronunciado por la presidenta Dilma Rousseff el pasado viernes, las protestas se han vuelto más minoritarias y fragmentadas. Pero no han cesado. El mismo sábado por la noche, un día después del discurso de Rousseff, 60.000 personas se manifestaron en Belo Horizonte contra el despilfarro en la organización del Mundial de 2014. También se preparan protestas esta semana contra un proyecto que pretende “curar” a los homosexuales y contra otro que concederá subsidios a las mujeres violadas que declaren su intención de no abortar.

 

Las redes sociales siguen echando humo. Un usuario de Facebook ha convocado una huelga general para el próximo lunes 1 de julio que cuenta ya con más de 700.000 adhesiones. “Vamos a demostrar al Gobierno que quien hace un país es el pueblo, no los políticos. (…) Basta de impunidad, basta de dinero del pueblo siendo usado por los gobernantes de las formas más absurdas. ¡O el Gobierno nos escucha o todo para!”, señala su página.

 

Mientras tanto, el Movimiento por el Pase Libre, la organización que convocó las siete primeras manifestaciones, ha previsto participar esta semana en dos manifestaciones que se desarrollaran en la periferia de São Paulo. En esta ciudad, la más poblada de Brasil, con casi 11 millones de habitantes, dos de cada tres ciudadanos aprueban la continuidad de las protestas, según una encuesta publicada por Folha de S. Paulo.

Brasil y el diluvio que viene

Carlos Alberto Montaner

23 de junio de 2013

 

Es un espectáculo raro. Usualmente, los brasileros sólo se lanzaban a las calles durante los carnavales. Ahora lo hacen para protestar. ¿Qué ha pasado? Todo comenzó por un aumento de las tarifas del transporte público, pero ésa sólo fue la coartada. Había mar de fondo. La verdad profunda es que una buena parte de la sociedad está fatigada de la corrupción, la impunidad, la intrincada burocracia y la mala gestión que realiza el gobierno.

 

En Brasil se pagan impuestos de primer mundo, pero se reciben servicios de tercero. Eso irrita mucho. El 38% de la riqueza que crean los brasileros, el famoso PIB, va a parar a manos del gobierno. En Canadá, donde el Estado educa, cura y administra satisfactoriamente, es el 37,3. En España el 35,9. Los suizos, han construido uno de los estados más prósperos con sólo el 33,6. Pero desde la perspectiva brasilera tal vez lo más hiriente es el vecino Uruguay: el sector público uruguayo apenas consume el 28,9 del PIB  y el país está bastante más organizado y es notoriamente más habitable que su enorme vecino.

 

Claro que el PIB brasilero es pequeño o grande, según como se mire. Brasil tiene la sexta fuerza laboral del planeta con 107 millones de trabajadores. Por su tamaño, es la octava economía del mundo, pero cuando se divide la producción (US$2374 billones, o trillones si lo decimos en inglés) entre el conjunto de la población (201 millones de angustiados sobrevivientes), el país pasa a ocupar el mediocre puesto 106 del mundo. Incluso, seis países hispanoamericanos tienen mejor per cápita que Brasil, sin contar otra media docena de islas caribeñas que también lo superan.

 

En Brasil la burocracia es torpe hasta la crueldad y, con frecuencia, es corrupta. El transporte público es malo. La justicia resulta desesperantemente lenta. Las cárceles son un horror. En general, la educación y la salud pública son mediocres. La seguridad es una vaga ilusión desmentida por el acoso constante de los maleantes y el sonido de los disparos en las favelas. No hay una sola universidad brasilera entre las primeras 100 del planeta y sólo hallamos dos en la lista cuando analizamos 500. Apenas se publican investigaciones científicas originales. El país marcha a remolque de los centros creativos del mundo.

 

Naturalmente, hay algunas zonas de excelencia. Por sólo citar algunos casos: Petrobrás, donde el gobierno controla el 64% de las acciones, es la mayor compañía de América Latina y una de las más eficientes petroleras del mundo. Embraer es una buena fábrica de aviones de mediano tamaño fundada por el gobierno y luego privatizada. Oderbrecht es una excelente empresa de ingeniería civil que funciona a escala mundial. Lo malo y lo grave es que el tejido empresarial, en general, se aísla de la competencia exterior con aranceles y otras medidas proteccionistas que van en detrimento de los consumidores locales.

 

Simultáneamente, en la última década han salido de la pobreza decenas de millones de brasileros y el gobierno ha hecho un notable esfuerzo por solucionar el problema de la desnutrición en las zonas más desvalidas de la sociedad, pero esos logros, que nadie discute, no compensan el horrendo capítulo de la mala administración.

 

La presidente Dilma Rousseff, demagógicamente, ha respaldado a los manifestantes, como si las protestas no fueran contra su gobierno, pero Brasil, desde hace más de una década, ha sido administrado por la izquierda y la sociedad comienza a decir que el Partido de los Trabajadores –el de Lula, el de Dilma— está compuesto por ladrones y sinvergüenzas que se las arreglan para gozar de impunidad. Unos perfectos hipócritas que, sin abandonar el discurso de la reivindicación de los humildes, han resultado tan corruptos como la derecha y el centro, pero mucho menos eficientes.

 

El riesgo que implica esta actitud, si se generaliza, es que en el país se oiga un fatídico grito que destruye los partidos políticos y les abre la puerta a la aventura y el disparate: “que se vayan todos”. A ver si lo entienden: la democracia liberal es un sistema que sólo funciona y prevalece si se gobierna bien y con apego a la ley. De lo contrario, un día viene el diluvio.

Los gestos que pueden salvar a Dilma Rousseff

Juan Arias

24 de junio de 2013

 

Las protestas en las calles de Brasil han dejado claro que la ciudadanía quiere hechos y no palabras

 

Antes de la revuelta callejera en Brasil, los sondeos generales en Brasil daban una cómoda ventaja a Dilma Rousseff: un 57%. Ahora, en plena refriega, una encuesta entre los manifestantes en São Paulo le da un 10%.

 

La mandataria, ante el país en llamas y con la imagen de Brasil dañada internacionalmente en vísperas del Mundial de Fútbol, hizo el viernes pasado lo que tenía que hacer, aunque quizás con demasiado retraso: hablar al país y prometer que mantendría el orden. Hizo un esfuerzo para entender el movimiento y prometió un pacto nacional para escuchar las reivindicaciones de la calle.

 

Pese al esfuerzo, sus palabras cayeron al vacío: 24 horas después de su discurso hubieron nuevas manifestaciones con cerca de 60.000 personas en 12 ciudades, como si ella no hubiese hablado.

 

Y los analistas empiezan a preguntarse si Dilma, en caso de que las revueltas puedan prolongarse e incluso acrecentarse y llegar hasta las vísperas de la Copa del Mundo de 2014, ya bautizada como la “Copa de las manifestaciones”, conseguirá mantenerse en el poder.

 

Los asesores de imagen —pagados a precio de oro— que hasta ahora le habían aconsejado fueron quienes escribieron su discurso. Fracasaron por primera vez. No han advertido que, de repente, Brasil ha cambiado. Los viejos trucos publicitarios, hasta ayer victoriosos, se quedaron viejos.

 

La calle se había manifestado en contra de los políticos del “vamos a hacer”, y con ese eslogan derribaron todos los discursos llenos de promesas. La calle no quiere ya discursos ni promesas de políticos que hasta ayer podían no cumplirlas sin dañar su imagen. Hoy quieren hechos concretos. Y los quieren para hoy.

 

¿Hay alguna forma que pudiera salvar a Dilma de la quema y convertirla en el factor del cambio, en la intérprete entre la calle y el palacio, ella cuya biografía la ayuda a conectar con las masas en rebeldía en busca de mejoras sociales?

 

Quizás sí, afirman algunos sociólogos que leen el nuevo lenguaje de la protesta a través de los gestos más que de las palabras.

 

El empresario de corbata de un barrio bien de São Paulo presente a la manifestación de la mano de una mujer simple de una favela, tuvo más impacto que mil discursos.

Como lo fue el mensaje enviado por un joven trabajador que se solidarizó con la protesta recordando que no estaba allí presente sólo porque, después de trabajar, tenía que ir a estudiar para “mejorar su futuro” y ganar el tiempo perdido.

 

Alguien ha llegado a pensar que para la presidenta, media docena de gestos que golpearan la conciencia de la gente —como lo hizo el papa Francisco al asumir el papado— será más eficaz que más discursos.

 

El papa Francisco había sido nombrado sucesor de Pedro cuando la Iglesia que atravesaba uno de sus momentos más bajos de popularidad, con un pontífice, Benedicto XVI, abandonando el cargo y el Vaticano hirviendo en escándalos.

 

Bastó un puñado de gestos. El último en permitir subir a un joven minusválido a su coche descubierto en la plaza de San Pedro.

 

Bastó que el primer día de su papado pagara personalmente la cuenta de su hotel; que prescindiera para vivir de los palacios pontificios para seguir viviendo en una simple pensión de Roma o que cambiara los zapatos rojos de Prada de su antecesor por unos toscos de trabajador, para que el mundo volviese a interesarse de la Iglesia.

 

No sé a qué gestos los sociólogos piensan que Dilma debería hacer para reconquistar su fuerza política perdida, pero es posible que puedan ser lo único que puede salvarla.

 

La presidenta tiene un precedente que lo confirma. Llegó a la presidencia sin que la hubiera votado la clase media. La victoria se la dieron los “pobres de Lula”. Su primer gesto, retirando a los pocos meses de su Gobierno a ocho ministros acusados de corrupción, le hizo conquistar a aquella clase media que le había negado su voto.

 

Se ganó la fama de “barrendera de la corrupción” y su popularidad subió a un 88%.

 

Después, compromisos políticos para mantener su base de apoyo, la llevaron a volver atrás y hoy se enfrenta a una calle que pide que los políticos corruptos vayan a la cárcel, sin aquella aureola de fustigadora de la corrupción.

 

Necesitará —con gestos, más que con palabras— convencer a las masas que ella no es como esos políticos denostados por los que exigen un cambio radical de la política.

 

Podría cambiar a su ministro de Economía, debido al desgaste producto de la crisis. Podría prescindir de 20 de sus 39 ministros, desconocidos en su mayoría por la gente de la calle.

 

Podría colaborar para una bajada radical de los sueldos de los políticos, los más altos del mundo.

 

Podría apoyar, por populista que pueda parecer, el proyecto de ley del Senado presentado por el exministro de Educación, y exrector de la Universidad de Brasilia, Cristovam Buarque, que obliga a todos los que tengan un cargo político a llevar a sus hijos a escuelas públicas.

 

Podría proponer mañana mismo una reforma política radical, un sueño desde hace años en este país y que ni siquiera el popular Lula consiguió realizar.

 

Podría, desde ya, rebajar drásticamente los impuestos que son los más altos del mundo.

 

Podría marcar distancia con el presidente del Senado, del que se han recogido 1,3 millones de firmas exigiendo su salida por corrupción.

 

Podría apoyar que los condenados por el proceso del mensalão fueran ya a la cárcel, sin que los laberintos de la burocracia judicial los mantengan aún en libertad.

 

Quizás, a este punto, ni los gestos más cargados de simbolismo serían capaces de amansar la furia de la protesta, pero sin duda podría calmarla. Lo que es cada día más claro es que el ruido de la calle no permite escuchar los discursos.

 

Los gestos pueden hacer que Rousseff reconquiste la fuerza que ya había conquistado, y que la calle le está restando a la velocidad de la luz.

 

Dilma corre el riesgo de acabar siendo el chivo expiatorio sacrificado sobre el altar de los errores de toda una clase política. Ya hay quién pide que “vuelva Lula”. Sería injusto, pero en las revoluciones, como ella sabe mejor que nadie, la lógica suele quedar sepultada bajo la furia de la protesta que todo lo arrastra.

 

Crisis económica y gritos en la calle contra los políticos corruptos es un material explosivo que ella necesita neutralizar cuanto antes para que los valores democráticos, sólidos en Brasil, no se vean amenazados.

Estambul y Río, o el malestar en democracia

Fernando Mires

24 de junio de 2013

 

¿En qué se parecen Estambul y Río? Aparentemente en nada. Pero si pensamos un momento, en mucho. En nada, porque Estambul es la sede de una cultura islámica cuyo partido gobernante es confesional. Ciudad que alberga a dos culturas aparentemente antagónicas, una pre-moderna, marcada por la religión y otra post-moderna, marcada por el influjo cercano de Occidente. Río, en cambio, es libertino, tropical, insolente, bullanguero, futbolero, carnavalero, pendenciero, peligroso y erótico. ¿Y por qué entonces cada vez que miro en la televisión a esos jóvenes que llenan las calles y plazas no sé de pronto distinguir cual ciudad es una y cual la otra? La razón es evidente: los jóvenes peleando en contra de la policía son iguales en todas partes. No hay nada más homogéneo que la juventud en estado de rebelión. Ahí se les ve siempre, indignados, con sus pancartas ingeniosas, sus jeans y sus móviles (celulares), en pleno goce infantil apedreando y arrancando de los camiones lanza-gases. Sí; Estambul y Río se parecen cada día más entre sí.

 

Ambas son, por de pronto, capitales de dos naciones que habiendo sido agrarias han experimentado un fabuloso desarrollo demográfico y económico, pasando de la sociedad industrial a la sociedad digital a un ritmo más que vertiginoso. Ambas, por lo mismo, rigen como “modelos” de desarrollo para los expertos occidentales. Una, para la pobre Latinoamérica; la otra, para la aún más pobre región islámica. Y no por último, tanto en Brasil como en Turquía han tenido lugar procesos de democratización post-dictatorial a través de elecciones libres, limpias y secretas.

 

¿Por qué no hubo ni en la Turquía militar ni en el Brasil militar demostraciones semejantes? La respuesta es simple, estimado Watson: la gente no es tonta. La gente protesta no sólo cuando debe sino cuando puede. Porque casi nadie sale a la calle cuando existe la posibilidad de ser atravesado por alguna bala. Por supuesto, la protesta democrática encierra peligros. Pero también requiere de ciertas seguridades. Razón que explica por qué casi siempre las grandes protestas sociales nunca tienen lugar en contra de fuertes dictaduras sino cuando esas dictaduras ya se han vuelto débiles. O en democracia.

 

De modo que hay una paradoja: las democracias son más afectas a protestas populares que las no-democracias. Y, lo más importante, las protestas populares en naciones democráticas no se dirigen en contra de la democracia. Por el contrario, sus actores exigen más democracia, más participación, o simplemente, ser más tomados en cuenta por los respectivos gobiernos.

 

En Turquía por ejemplo, la rebelión cuyo inocente detonante fue un motivo ecológico (el parque Gezi) se transformó en una protesta que exige la ampliación de las libertades públicas, una separación más radical entre laicismo y religión, más derechos para las mujeres, es decir, una plegaria colectiva para llevar a la nación a un nivel europeo más allá de la bruta economía. En Brasil, en cambio, la rebelión cuyo detonante fue aún más inocente (el aumento de los pasajes de la locomoción colectiva), se manifiesta en contra del exceso de corrupción, en contra de los gastos faraónicos del Estado, por más justicia social, e incluso por más “respeto”. La semejanza, por lo tanto, es algo sutil.

 

Tanto en Estambul como en Río tienen lugar protestas que expresan un cierto malestar en la democracia pero no con, y mucho menos, en contra de la democracia. Dichas rebeliones pueden llevar en algunas ocasiones a un cambio de gobierno, pero nunca a un cambio de sistema político. Contra la democracia solo luchan fascistas y comunistas. Y ni los jóvenes turcos ni los brasileños lo son.

 

El “malestar en la democracia”, como se puede observar, es un término deducido del clásico de Freud, “El Malestar en la Cultura”, libro en el cual el genio psicoanalítico quería revelar como vivir en cultura implica limitar pulsiones que sólo pueden ser liberadas en la vida salvaje (o en la primera infancia). Ahora, del mismo modo que la cultura, la democracia es limitante y en algunos casos restrictiva. La política, cuya forma pre-democrática está signada por la violencia, ha de ser sometida al interior de una democracia a límites, y el juego político regulado por instituciones. Eso quiere decir que del mismo modo como los neuróticos y los sicóticos protestan a su modo en contra de la cultura establecida, las multitudes en las calles lo hacen cuando las instituciones más que liberarlos los coartan o cuando los gobiernos sólo se representan a sí mismos.

 

Naturalmente, el malestar en la democracia tiene en Turquía un carácter más cultural que social mientras en Brasil tiene un carácter más social que cultural. Pero aparte del orden de los factores, lo que tiene lugar en ambos países es la expresión de -reitero- un profundo malestar en, pero no en contra de la democracia.

 

Por lo demás, alguna vez tendremos que coincidir en que los conflictos callejeros, sean culturales o sociales, son constitutivos a todo orden democrático. Una nación sin conflictos, o padece bajo dominación dictatorial o expresa la más profunda desintegración social y política. En cierto modo los observadores internacionales deberían alegrarse en vez de alarmarse frente a las manifestaciones que hoy tienen lugar en Estambul y Turquía.

 

Por lo demás el fenómeno no es nuevo. ¿Se acuerdan ustedes de los violentos estallidos sociales y raciales en la ciudad de Los Ángeles, hace justo veinte años? ¿Se acuerdan de las cruentos estampidos sociales y raciales en los barrios de París, el 2007? ¿Se acuerdan de las sangrientas rebeliones de las turbas inglesas de Tottenham, el 2012? Incluso el gobierno alemán, que ya ha encontrado un motivo para vetar el ingreso de Turquía en la EU, no se acuerda que hasta sólo hace tres años, autos y locales comerciales de Berlín eran destruidos todos los primeros de mayo por hordas juveniles mientras el barrio turco de Kreuzberg era sitiado por policías militarizados. ¿Y ya nadie se acuerda de los estudiantes chilenos del 2011, cuando en medio del apogeo de la tan pregonada prosperidad económica se apoderaron, y no siempre de modo pacífico, de las grises calles de Santiago? Evidentemente, tanto políticos como analistas padecen de mala memoria.

 

Estambul y Río hoy. Mañana serán otras las capitales. El deseo, en todo caso, será el mismo. El deseo de ser más de lo que se es frente al poder, toma de pronto forma pública, alertándonos a todos de que la historia no se acaba en la post-modernidad, de que la armonía viene del conflicto, de que el orden viene del caos y de que la democracia viene de la barbarie.

Los manifestantes tras la reunión con Rousseff:

“No estamos satisfechos”

F. P.

25 de junio de 2013

 

Rousseff propone incentivar los medios públicos con una partida millonaria

 

El Movimiento por el Pase Libre fue la organización que inició las protestas el pasado 6 de junio en São Paulo. Luchaban por la retirada del aumento de 20 céntimos de real (0,07 euros) en el transporte público y lo consiguieron. Pero su objetivo último es conseguir el acceso gratuito. El lunes a mediodía cuatro representantes fueron recibidos por Dilma Rousseff en el palacio presidencial de Planalto. Pero no salieron del todo satisfechos.

 

“No hemos quedado satisfechos, fue una apertura de diálogo importante, pero vimos a la presidencia completamente falta de preparación. No presentaron una lista concreta para cambiar la realidad del transporte en el país”, dijo Marcelo Hotimsky a Folha de S. Paulo. “El diálogo es un paso importante, pero sin acciones concretas que sostengan esas mejorías para el pueblo no existe avance”, señaló a Estadão de São Paulo Mayara Vivian, otra de las representantes. “Si tienen dinero para construir estadios, han de tenerlo para la tarifa cero”, añadió Vivian.

 

El grupo abandonó el palacio dejando claro que van a continuar movilizándose hasta que se anuncien medidas concretas. Las declaraciones fueron efectuadas antes de que Rousseff diera a conocer sus propuestas. Una de ellas contempla incentivar el transporte público con una partida millonaria. “Nuestro pacto precisa asegurar también una participación de la sociedad y mayor transparencia en el cálculo de las tarifas”, explicó.

 

Rousseff también propuso a alcaldes y gobernadores que sigan el ejemplo del Gobierno federal y estudien alternativas para reducir los impuestos del transporte. También anunció una próxima eliminación de tasas federales al diésel que usan los autobuses y a la electricidad que mueve los metros y los trenes, informa Efe.

 

Dentro del oficialista Partido de los Trabajadores, hay dirigentes como el gobernador de Bahía, Jaques Wagner, que no creen que las inversiones en obras de movilidad vayan a resolver por sí solas el descontento en las calles. “Las obras llevarán tres años”, indicó ayer al diario O Globo. La novedad ahora es que Rousseff no solo ha presentado propuestas en el campo de la movilidad, sino todo un plan de pactos que examinará a toda la clase política brasileña.

 

 

¿Se han convertido las redes sociales en Brasil

en una “tercera vía” social y política?

Juan Arias

25 de junio de 2013

 

Este canal de comunicación es libre y espontaneo, no responde a órdenes de fuera ni de dentro

 

Uno de los frutos de la revuelta callejera de Brasil está siendo el nacimiento de una especie de “tercera via” social y política, a través de las redes sociales interesada en la defensa de todas las minorías que no encuentran espacio en los movimiento sociales organizados. 

 

“Lo que estamos viendo es cómo las minorías están intentando apropiarse de la movilización social para poner en evidencia sus programas de reivindicaciones”, explica el investigador Sandro Correa, de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ).

 

Ello está contribuyendo al renacer de nuevos líderes políticos y sociales anónimos, no encuadrados en partidos y sindicatos tradicionales, generalmente jóvenes, preparados intelectualmente y curtidos ya en luchas sociales. Lo que impresiona a los políticos tradicionales es la fuerza que estos nuevos líderes potenciales, a veces simples adolescentes, adquieren en las redes con una capacidad de convocatoria formidable.

 

La primera gran manifestación de Brasilia fue organizada por un muchacho de 17 años. Y esos líderes que aparecen a la luz empiezan a brillar no tanto por sus biografías, a veces desconocidas, sino por la importancia de las causas que reivindican y la fuerza de convicción que revelan, capaz de sacar a la calle a miles de personas de todas las edades y categorías.

 

Las redes sociales de las que se ha servido en Facebook estos días hasta el expresidente Lula da Silva empiezan a aparecer como una nueva institución o quinto poder como lo era hasta ahora la prensa, por ejemplo.

 

Este nuevo canal de comunicación entre los ciudadanos, con un pie siempre en la calle, tiene además la ventaja democrática de que no expresa a ningún gran líder global capaz de canalizar y unificar propuestas y protestas. Están pulverizadas, son libres y espontáneas, no responden a órdenes de fuera ni de dentro. Pueden hasta tener el peligro de carecer de unidad, pero también la ventaja de que nadie puede aglutinarlas ni cooptarlas. 

 

Quizás en Brasil la fuerza de los nuevos líderes espontáneos que están produciendo las redes radique en un hecho específico. Durante los diez últimos años de hegemonía del Partido de los Trabajadores (PT) con su gran líder sindicalista Lula en el poder, los grandes movimientos sociales de masa y los mismos sindicatos y movimientos estudiantiles, que en los Gobiernos anteriores se habían fortalecido en la oposición al Ejecutivo y eran los grandes líderes que sacaban a la gente a la calle, acabaron formando parte de los Gobiernos progresistas, primero de Lula y después de Dilma Rousseff.

Pasaron a ser el brazo derecho del Gobierno que los integró en sus instituciones de poder.
Si ello, por un lado supuso un refuerzo importante para el Gobierno, al mismo tiempo les despojó de su innata fuerza de contestación, apareciendo ante la sociedad como cadenas de transmisión del poder más que espejo de las inquietudes y reivindicaciones de la calle. 

 

Lo ha recordado en el diario O Globo, Leonardo Barreto, analista político de la Universidad de Brasilia: “La cooptación política de los canales tradicionales de las minorías como sindicatos y movimientos sociales han convertido a las redes sociales en el canal de reivindicaciones de las minorías”, afirma.

 

Todo esto puede llevar a ese nuevo sujeto político de las redes, con sus ambigüedades y problemas, a abrir el camino para una “tercera vía” política que podría en el futuro adoptar algún líder no tradicional, como por ejemplo la ecologista Marina Silva, que ya disputó en 2010 las presidenciales con Dilma Rousseff consiguiendo entonces más de 20 millones de votos. Silva conecta hoy mucho más con ese nuevo sujeto de las redes sociales que se mueven más bien en el mundo de la pospolítica, que cualquier otro líder político tradicional.

 

Esa tercera vía sería una nueva forma de dialogar con los anhelos de una sociedad cuya conciencia social y política está creciendo, pero que se siente desilusionada con la política clásica de unos partidos que dan la impresión de estar más interesados en los problemas internos de los mismos y con afianzarse en el poder, que en los gritos reivindicativos de la sociedad sin voz.

 

Una demostración de la fuerza que están adquiriendo las redes sociales lo revela la llamada hecha por el músico Felipe Chamone, cantor de rap y productor de shows que el domingo consiguió la adhesión de 700.000 personas para la convocación de una huelga general.

Indolencia ante Cuba y protestas en Brasil

Fabio Rafael Fiallo

25 de junio de 2013

 

El binomio Lula-Rousseff paga el precio político de su ofuscación ideológica, la misma por la que dieron la espalda a los derechos de los cubanos

 

¿Qué tienen en común las protestas multitudinarias que estremecen el Brasil con la indolencia manifestada, primero por Lula da Silva y actualmente por Dilma Rousseff, ante el martirio del pueblo cubano? En apariencia nada, pues las manifestaciones tocan el campo de la política económica y social mientras que la indiferencia hacia Cuba, se argüirá, obedece a consideraciones de orden diplomático. No obstante, en realidad, ambas cuestiones parten de un zócalo común.

 

Bajo el liderazgo de Lula y Rousseff, Brasil ha obtenido grandes avances en materia económica y social. Tales éxitos se deben principalmente a las políticas redistributivas implementadas por ambos gobernantes. A su vez, el alza en los precios mundiales de las materias primas que exporta Brasil ha ayudado a obtener las divisas necesarias para solventar dichas reformas.

 

En la consecución de esos logros entra en juego un tercer factor no menos importante: la sana y robusta política macroeconómica que el tándem Lula-Rousseff heredó del presidente Fernando Henrique Cardoso.

 

Cardoso supo imponer la sobriedad en el gasto público, al mismo tiempo que su famoso Plan Real logró yugular la inflación, un mal hasta entonces endémico en el país. La reducción de barreras proteccionistas y la apertura a la inversión extranjera hicieron el resto para aumentar la competitividad internacional de la economía brasileña.

 

Tan exitosa había sido la política económica de Cardoso que durante la campaña electoral de 2002, para ponerse a tono con la opinión pública y después de tres derrotas electorales consecutivas de su Partido de los Trabajadores, Inácio Lula decidió abandonar la manida retórica marxistoide del PT —y la consiguiente afición por un estatismo de viejo cuño— y juró que mantendría la ortodoxia macroeconómica legada por Cardozo.

 

Ganadas aquellas elecciones, Lula respetó esa promesa electoral. El ministro de Finanzas en los primeros años de su presidencia, António Palocci, llegó incluso a reducir el gasto público y la deuda del Estado, al mismo tiempo que la política monetaria del Banco Central no daba pie a la irrupción de presiones inflacionarias. El gobierno de Lula contaba así con el entorno económico idóneo para promover las medidas que habrían de disminuir la pobreza y las desigualdades.

 

Pero genio y figura hasta la sepultura, en el curso de su segundo mandato, los viejos demonios del estatismo marxizante salieron de nuevo a la luz.

 

La crisis que llegó… de la mano del Estado

 

En el curso de su segundo mandato, Lula comenzó a practicar una política fiscal y monetaria menos rigurosa. Y en consonancia con la idolatría marxista por el control estatal de la actividad económica, expande la participación del Estado en el sector industrial, protege empresas de dudosa viabilidad económica y ofrece préstamos arriesgados a través del Banco de Desarrollo BNDES.

 

Cuando Dilma Rousseff asume el poder, prosigue e incluso acentúa el giro estatista tomado por Lula en su segundo mandato.

 

Dicho giro no solo ha exacerbado las presiones inflacionistas, sino que, al reforzar el peso del Estado en el sector industrial, ha creado una red de influencias propicia al auge de la corrupción.

 

Y como no se puede financiar todo al mismo tiempo, el involucramiento estatal en el sector industrial y la expansión de la corrupción han ido en detrimento de las inversiones públicas en transporte, educación y salud.

 

Ya en marzo de 2010, en un artículo intitulado Enamorándose de nuevo del Estado, el semanario británico The Economist suena las alarmas, expresando su preocupación por el creciente papel del Estado en la economía brasileña y por las tendencias inflacionistas que se hacían sentir.

 

Por su parte, el cotidiano neoyorquino Wall Street Journal, después de constatar en abril de 2011 que en Brasil estaba de vuelta la inflación, se refiere en 2012 a la “crisis inevitable” por llegar.

 

Y efectivamente, la crisis llegó: cientos de miles de hombres y mujeres protestan en las ciudades de Brasil contra la carestía de la vida (inflación), la mala calidad o inexistencia de los servicios públicos y la corrupción.

 

Los errores de política económica que dieron origen a las protestas no son sino el fruto de la obnubilación del tándem Lula-Roussef por el intervencionismo estatal y el centralismo económico tan loados en los breviarios del marxismo.

 

Y es justamente esa obnubilación por los dogmas marxistas la que ha inducido tanto a Lula da Silva como a Dilma Rousseff, durante sus respectivos gobiernos, a mostrar una indiferencia cómplice ante el martirio del pueblo cubano.

 

Los cómplices del castrismo

 

Mientras Lula lanzaba oprobios contra la remoción de Manuel Zelaya en Honduras, y Dilma Rousseff hacía lo mismo contra la deposición de Fernando Lugo en Paraguay, ni Lula ni Rousseff mostraron jamás el más mínimo resquemor por las incesantes violaciones de los derechos humanos en la isla de los Castro.

 

Lula arriba a Cuba en febrero de 2010, cuando muere el disidente Orlando Zapata Tamayo tras 85 días en huelga de hambre. Pero permanece impertérrito ante esa muerte horrenda, rehúsa recibir a 50 disidentes que le habían pedido audiencia y no se digna a interceder por los 200 presos políticos que permanecían en las cárceles castristas. Lo que indujo a Oswaldo Payá, muerto ulteriormente en una sospechosa circunstancia, a calificar a Lula de “cómplice” de las violaciones de los derechos humanos en Cuba.

 

Dilma Rousseff, por su parte, realiza un viaje a Cuba a fines de enero de 2012, no sin antes descartar, con una suprema indolencia, tanto emitir toda crítica al régimen castrista como otorgar la audiencia que le había pedido un grupo de disidentes.

 

Tanto Lula como Rousseff, empapados aún de la retórica castro-marxista que abrazaron en su juventud, actúan como si los derechos humanos no fuesen principios universales sino simples “categorías de clase”: hay que enarbolarlos cuando les permiten acusar a un enemigo de transgredirlos, pero cuando quien los viola es un “revolucionario” o alguien proclamado como tal, entonces hay que hacerse de la vista gorda ante dicha violación.

 

Con las manifestaciones que se desparraman en las ciudades del Brasil, el binomio Lula-Rousseff está pagando el precio político de su ofuscación ideológica en el plano económico, la misma que en el plano de los derechos humanos le llevó a dar la espalda al interminable sufrimiento de los cubanos.

Un gigante se despierta

Miguel Ángel Bastenier

25 de junio de 2013

 

Las protestas en Brasil se dirigen contra la corrupción, el derroche y la brutalidad de la policía

 

La protesta nacional brasileña parece una crisis de libro: El antiguo régimen y la revolución, de Alexis de Tocqueville. Tras varios años de progreso inédito por lo rápido y extenso, se ha represado un aluvión de expectativas no realizadas, provocando el dérapage de la conmoción ciudadana, quizá más que indignación, pero bastante menos que una revolución.

 

Los términos a asociar son clases medias y lulo-dependencia. Entre 2002 y 2012 las clases medias brasileñas han pasado de un 38% a un 53% de los 180 millones de nacionales. Casi 20 millones de ciudadanos han salido de la pobreza para insertarse, según el Banco Mundial, en una todavía frágil capa social bautizada como vulnerable, y 35 millones perciben un nivel de ingresos que la institución considera propios de las clases medias —de 10 a 50 dólares por miembro de la familia y día—. El corrimiento de tierras, que en las últimas semanas ha pasado de congregar unos miles a más de un millón de manifestantes en todo Brasil, no es, por tanto, la insurrección de las favelas. Son, al contrario, esas clases medias las que nutren la protesta, con profusa representación de universitarios en un país donde el gasto en educación ha crecido de un abisal 3,7% del PIB en 1995 a un decente 5,5% en 2010, cerca ya de la media de la OCDE, con un 6,2%. Y así es cómo millones de familias aspiran por primera vez a tener un vástago con carrera. Esa protesta, que cabe situar en la estela de las manifestaciones de universitarios de 2011 en Chile, y de los cacerolazos argentinos de este y el año pasado, es la demostración de que el progreso económico no trae necesariamente paz social, sino clases medias, las más difíciles de contentar y a las que más teme el poder, porque son las que más votan.

 

Son las clases medias las que nutren la protesta, con profusa representación de universitarios en un país donde el gasto en educación ha crecido en los últimos años

 

La lulo-dependencia es un subproducto probablemente inevitable de un periodo de éxito tan copioso como los dos mandatos sucesivos de Lula da Silva, cuyo síntoma principal es la embriaguez del yo. Brasil es el gigante de América Latina, y aún más de América del Sur. Posee el Ejército más nutrido de Iberoamérica; fabrica sofisticados armamentos; su diplomacia es tan nacionalista como competente; cuenta con grandes reservas de crudo subacuático, y bajo Lula la élite brasileña se convenció de que el país iba para gran potencia. El líder del PT había elegido cuidadosamente los escenarios para la implantación y desarrollo de su gigantomaquia. Entre 2003 y 2010 visitó 20 países del África negra, duplicando hasta 37 el número de legaciones en el continente, con el que el Brasil de color —la mitad de la población— siente afinidad cultural y étnica. El otro campo privilegiado de actuación tenía que ser América Latina. Y el mundo occidental, que ansía que ese grande en gestación no se salga del surco, celebraba la concesión a Brasil de la organización del Mundial de fútbol en 2014 y de los Juegos en 2016. Si se le suma la Copa Confederaciones, hoy en curso, el coste de la obra es de unos 20.000 millones de euros.

 

En apoyo de la hipótesis que habría firmado gustoso Tocqueville, hay recientísimas estadísticas: el 59% de los encuestados considera buena la coyuntura económica del país, lo que no impide que el 55% se muestre insatisfecho; y, aún mejor, cuando el 74% dice estar en buena situación económica, el 75% secunda en cambio la protesta. Esta se dirige contra: a) la inflación, porque también Brasil acusa la crisis mundial; b) la corrupción, que han puesto de relieve los juicios del mensalão —la mensualidad— por los que en 2012 fueron condenados 25 políticos, banqueros y empresarios; c) el derroche en megaeventos deportivos, con la concesión de privilegios exorbitantes a la FIFA, a la que el futbolista Romario en un arranque societario que no se le conocía, calificaba de “Estado dentro del Estado”; y d) la brutalidad de la represión de una policía, que no ha progresado como el resto del país. Anestesiado el establecimiento por los índices de popularidad de la presidenta Rousseff, nadie parecía esperarse el estallido popular, que proclama su condición anónima con pancartas que rezan: “Ningún partido me representa”, o “El gigante despertó”, a 14 meses de las elecciones presidenciales.

 

Ha sido un lugar común decir que “Brasil era el país del futuro, pero que siempre seguiría siéndolo”. Ese futuro, sin embargo, ya está aquí, y con el rostro turbado por la cólera de las clases medias.

Favela gun battle rocks Brazil protests

Las favelas de Río reivindican sus derechos

Natalia de la Cuesta

26 de junio de 2013

 

“Sólo quiero ser feliz, andar tranquilamente en la favela donde nací, y poder enorgullecerme y tener conciencia de que el pobre tiene su lugar” dice el estribillo del conocido 'Rap da felicidade', que narra algunas de las dificultades históricas de la vida en las barriadas de Río de Janeiro y que ayer fue entonado por vecinos de las favelas de Rocinha y Vidigal, durante la manifestación pacífica que terminó delante de la residencia del gobernador del estado de Río.

 

A las reivindicaciones ya comunes de la oleada de descontento popular que experimenta Brasil centradas en cuestiones como la salud, la educación o la calidad del transporte público se sumaron otras más específicas del día a día de las favelas como las víctimas mortales que se cobran las incursiones de la Policía Militar contra el narcotráfico armado, sobre todo en las comunidades aún dominadas por esta lacra.

 

El caso más reciente ocurrió en la noche del lunes, cuando, al menos, nueve personas, incluido un agente, murieron en una operación de la Policía Militarizada en la favela Nova Holanda, perteneciente al Complexo da Maré, al norte de Río. El Observatorio de favelas, una ONG local con una fuerte trayectoria en el barrio, ha condenado este episodio que, según la entidad, ejemplifica el “exceso de violencia” con el que actúan los policías en las favelas cariocas. La ONG afirma tener constancia de 13 muertos, algunos de ellos, por heridas de arma blanca en lo que han definido como una “masacre”.

 

Lo sucedido en Nova Holanda también está presente en la marcha de este martes que clama “contra el abuso policial”, en varias de sus pancartas. La actriz, Vanesa Soares, reside en la favela Vidigal y dice estar de luto por las víctimas.

 

“Hace años que la policía entra de forma truculenta en las favelas y mata a personas e invade casas. Esta vez, con las manifestaciones, esa violencia policial se hizo en la calle y la gente lo vio. Allí en el Maré no van con pelotas de goma, la policía está acostumbrada a entrar a la favela con armas de verdad”, señala Soares, a ELMUNDO.es.

 

Al contrario de lo que podría parecer, las favelas de Río poseen un destacado carácter activo y cooperativo que nace de la propia dificultad histórica en el acceso a los servicios básicos. “En Rocinha tenemos sólo tres centros infantiles para más de 5.000 niños. Unos 1.200 están sin guarderías en esta comunidad mientras sus padres tienen que ir a trabajar”, denuncia Marley de Souza, consejera tutelar de la zona sur de Río y vecina de Rocinha.

 

El acto que transcurrió sin incidentes y con una gran presencia de niños también fue convocado para rechazar la construcción de un teleférico planeado por el gobierno del estado de Río. Este transporte vía aérea es cuestionado, de acuerdo con Antonio Carlos Fermino, portavoz de Rocinha Sem Fronteiras porque “está pensado para el turismo y no cubre las necesidades de los vecinos, en un lugar donde existen aguas fecales a cielo abierto”, subraya Fermino.

Las favelas de Río

se unen pacíficamente a la protesta

Juan Arias

26 de junio de 2013

 

Miles de personas bajan desde las zonas más pobres de la ciudad hasta el barrio noble de Leblón

 

Un hecho nuevo surgió ayer en la convulsa y por ahora victoriosa protesta callejera de Brasil: a ella han empezado a sumarse las gentes pobres de las favelas que hasta ahora eran sólo testigos de la revuelta organizada más bien por gentes de la clase media.

 

Mil personas de una de las favelas más emblemáticas de Río, la de la Rocinha bajaron hasta el barrio noble de la ciudad, Leblón, acompañados por policías que no necesitaron actuar porque los favelados dieron un ejemplo de ciudadanía con una marcha pacífica. A los mil de la Rocinha se le unieron por el camino otros 1.500 de otra favela y juntos se dirigieron a la residencia del gobernador de Río, Sérgio Cabral que desde el viernes pasado no duerme en su casa donde un grupo de manifestantes ha colocado sus tiendas de campaña.

 

Las tiendas de lujo de Leblón y los despachos de empresarios habían cerrado sus puertas ante el anuncio de que la favela “estaba bajando”. Y todos fueron cogidos de sorpresa, porque aquellas gentes acostumbradas a estar aprisionadas entre la violencia de los narcos y la de la policía libraron la marcha más pacífica hasta ahora de las protestas callejeras.

 

Con sus pancartas pidiendo paz, hicieron sus reivindicaciones y se volvieron ordenadamente a sus casas sin haber roto un plato. Tocó a la joven estudiante de 21 años, Erica dos Santos, presentar sus reivindicaciones que se unieron al mar de peticiones de la protesta nacional. Al contrario de lo que se decía acerca de que el Estado se había volcado en obras sociales en la favela de la Rocinha hoy destino hasta del turismo internacional, sus habitantes desmintieron la versión idilíaca del Gobierno.

 

Cuando Dilma estuvo en la favela nos prometió mejoras en las infraestructuras de sanidad pública, y no se han realizado; la guardería no funciona, y en el puesto de salud pública la atención a los enfermos es pésima”, rezó la joven en nombre de la favela.

 

Reivindicaciones concretas, puntuales, sin un hilo de imposibles utopias que hacían eco a las protestas generales El despertar de la favela a la protesta nacional es un hecho nuevo que puede ahora asustar a la clase política y desmiente el hecho de que los pobres, agradecidos por lo que han recibido estos años de los gobiernos progresistas de Lula y Dilma, no se sumarían a las quejas de la clase media.

 

Han empezando a hacerlo. Y con la sorpresa de su actitud dialogante y pacífica, aunque se trata de gente dura, acostumbrada a que las balas les silben por encima de sus cabezas, que de no ser escuchada podrían mostrar con mayor fuerza que la clase media su rabia acumulada en una larga historia de abandono. Por ahora, su primera actuación ha sido un ejemplo para todos. Una lección de protesta pacífica llegó de donde menos se esperaba. Una de las mil paradojas de este despertar de Brasil.

El Senado de Brasil convierte

el delito de corrupción en “crimen atroz”

Juan Arias

27 de junio de 2013

 

Los condenados tendrán penas mayores y más obstáculos para conseguir el indulto y la libertad con fianza

 

Las protestas en las calles de Brasil han conseguido este miércoles uno de sus mayores triunfos con la aprobación por parte del Senado de la República del proyecto que transforma el delito de corrupción en “crimen atroz” (tipificado como crimen hediondo). La decisión deberá ser ratificada por la Cámara de diputados donde ya han adelantado que no encontrará obstáculos.

 

Con la nueva ley, los condenados por corrupción tendrán penas mucho mayores que pueden llegar a los 12 años de cárcel. Pierden también el derecho a la amnistía, indulto y pago de fianza para dejar la cárcel y los condenados tendrán mayores dificultades para obtener la libertad condicional.

 

El proyecto ha sido aprobado 48 horas después de que la presidenta Dilma Rousseff manifestara su deseo de que el texto, que dormía en el Congreso desde 2011, fuera adoptado rápidamente. El Senado dio su visto bueno durante el partido entre Brasil-Uruguay y la aprobación tuvo lugar en una votación simbólica dado el grado de aceptación del proyecto.

 

El concepto de corrupción engloba la corrupción activa y pasiva; la extorsión llevada a cabo por servidores públicos, incluso fuera de su función; el peculado, es decir, la corrupción perpetrada por servidores públicos, así como el cobro de tributos indebidamente. Los homicidios comunes y no sólo los cualificados también entrarán en esa categoría gracias a una enmienda presentada en el último momento por el senador y expresidente de la República, José Sarney.

 

Lo que más ha llamado la atención de la opinión pública es que un proyecto que dormía en el Senado desde hace dos años fue aprobado a la velocidad de la luz. Los senadores han confesado que dicha aprobación relámpago supone “una respuesta a la principal reivindicación de las protestas en todo el país”, según afirmó el senador Àlvaro Dias, del PSDB, quien recordó que la palabra “corrupción” fue “la más pronunciada estos días en las calles y plazas por los jóvenes brasileños”. Incluso el presidente del Senado, Renán Calheiros, admitió sin rodeos que dicha votación fue una “consecuencia de los gritos de la calle”.

La decisión de convertir la corrupción en crimen atroz se une a la victoria del martes por parte de los manifestantes que consiguieron que el Congreso retirase la famosa y polémica P.7, que pretendía despojar de poderes de investigación a la Fiscalía de la República para dejarla en manos de la policía.

 

Dicho proyecto de ley tuvo su origen después de las condenas del mensalão, que nunca hubiesen llegado a término sin el trabajo de siete años de investigación del Fiscal General del Estado, Roberto Gurgel.

 

Con estas dos decisiones del Congreso, se puede decir que la protesta de la calle ha conseguido hasta ahora su mayor victoria contra la corrupción. Le seguirá la reforma política que será llevada a cabo a través de un plebiscito popular y que podrá suponer un paso decisivo en la modernización de los engranajes de una forma de ejercer la política partidaria que ha sido todos estos años, la mayor fuente de corrupción y de divorcio entre el palacio y la calle.

Una pregunta inquietante sobre la protesta brasileña

Juan Arias

27 de junio de 2013

 

Muchos ciudadanos que participarían en las protestas prefieren seguirlas desde casa por temor a los violentos

 

Corre por las redes sociales y por la prensa una pregunta inquietante sobre las protestas populares presentes en todo el país: ¿Por qué la policía deja a un grupo de vándalos actuar sin detenerles ni paralizarles? ¿A quién interesa en este momento que una marcha de protesta pacífica en un 99% quede empañada por un grupo que aparece siempre puntual para arrasar con todo lo que encuentra por delante creando irritación y miedo en la población?

 

Muchos ciudadanos que saldrían felices a participar en las marchas de protesta que ya han conseguido grandes victorias políticas y sociales, prefieren seguirlas desde casa por temor a verse envueltos en uno de esos zafarranchos violentos. No existe una explicación a lo que aconteció, por ejemplo, este miércoles en Belo Horizonte, donde 5.500 policías militares y 1.500 soldados del ejército se mostraron incapaces de impedir que un grupo de cien vándalos destruyeran e incendiaran un concesionario de automóviles, saquearan casas y quemaran muebles en plena calle.

 

A ello hay que añadir que la policía, desde la primera gran manifestación de Sâo Paulo, que acabó en una batalla campal, ha sido tremendamente violenta con los manifestantes solo porque querían mover las protestas a un lugar diferente de la ciudad.

 

Este miércoles Belo Horizonte tuvo la primera víctima mortal de las manifestaciones. Y se trató de alguien pacífico huyendo de los ataques de la policía. Mientras tanto, el grupo de vándalos se despachó a su gusto, observado desde lo alto por un helicóptero de la policía sin que nadie se acercara a ellos.

 

Esa actitud incomprensible de las fuerzas policiales, que los comentaristas de radios y televisiones expresan incrédulos cada vez, se repite inexorablemente en todas las marchas. A falta de una respuesta oficial a esa pregunta que inquieta a todos, surgen en las redes sociales una serie de explicaciones, que van desde las más peregrinas, como que se trataría de policías disfrazados pagados por quienes desean desprestigiar la protesta ante la clase media, hasta las que sospechan que los agentes reciben órdenes para dejar que los vándalos actúen tranquilamente. El propósito sería que la gente acabe irritada y empiece a abandonar la protesta.

 

Existe una dosis de violencia imposible de impedir en todas las manifestaciones de masa hasta en las más pacíficas, advierten los sociólogos. Esa es, sin embargo, la violencia que anida en la rabia de los manifestantes que protestan contra un poder al que acusa de ofrecerles unos servicios públicos deficientes mientras los políticos se enriquecen ilegalmente. Es la violencia que se advierte contra la policía que actúa a veces como si el país estuviera viviendo una dictadura y contra los políticos a los que consideran corruptos.

 

Hubo un ejemplo, en una de las manifestaciones del interior del país, que podría ser paradigmática de ese tipo de violencia que nada tiene que ver con la llevada a cabo cada día por el grupo de vándalos. Los manifestantes pacíficos se dirigieron hacia el ayuntamiento donde se hallaba el alcalde considerado un corrupto, pero que quiso sacar pecho y se presentó en la puerta de la alcaldía casi provocando. Irritados, los manifestantes le lanzaron gritos e insultos y hasta intentaron golpearlo con lo que tenían a mano. El guardia de seguridad que lo protegía se desmayó a sus pies y el alcalde tuvo que salir corriendo.

 

A quien reprochó a los manifestantes del pueblo aquella actitud beligerante, uno de ellos explicó: “¿Qué querían, que nos hubiésemos acercado a él para decirle educadamente: “Por favor, señor alcalde, no robe usted tanto, interésese más por nuestros problemas. Se lo suplicamos pacíficamente. ¿Verdad que nos va a escuchar?’”

 

Lo cierto es que la actitud de las fuerzas policiales con este pequeño grupo de vándalos que se traslada de una ciudad a otra en busca de refriega, no sólo preocupa a la gente, sino que podría acabar dañando gravemente a un movimiento que ha aparecido como la esperanza de una nueva primavera brasileña.

 

La pregunta de por qué la policía cruza los brazos ante los vándalos sigue revoloteando sobre las manifestaciones sin que nadie sea capaz de ofrecer una respuesta creíble.

Mentiras de la presidenta de Brasil

Los tres desafíos de Dilma Rousseff

Luis Nassif

1 de julio de 2013


El gobierno Dilma Rousseff tiene tres desafíos:

 

El primero, superar el momento actual del esculacho, el enorme descalabro nacional que sacudió todo el país. Los movimientos ya alcanzaron el epicentro y comienzan a refluir.

 

El segundo,  recuperar el protagonismo político y parar el movimiento “vuelve Lula”, ensayado por sectores del PT y del empresariado.

 

Financiada por dos grandes empresas, una reciente investigación de opinión analizó perdedores y ganadores del movimiento de las calles. Dilma y Geraldo Alckmin (gobernador de São Paulo) caen, Dilma un poco más, Alckmin un poco menos. El PT cae y, junto con él, el PSDB y Aécio Nieves. Marina Silva sube un tanto y Lula sube más.

 

Un eventual crecimiento del sentimiento “vuelve Lula” tendría consecuencias imprevisibles sobre la ebullición política del país, razón por la cual el propio Lula ha disuacido a los entusiastas de su vuelta.

 

El fin anticipado del gobierno Dilma lanzaría la economía a mares revueltos, justamente en el momento en que habrá turbulencias de monta con la decisión del FED (el banco central de los EUA) de volver a subir los intereses. El país podría llegar a las elecciones cayéndose a pedazos.

 

Sobre el cuadro económico hay la certeza, en sectores influyentes del empresariado y de la propia oposición, de la importancia de no permitirse el derrumbe del gobierno Dilma.

 

Tampoco  hay interés en crear una inestabilidad tal que provoque la vuelta de Lula –como candidato o en una eventual candidatura con el gobernador pernambucano Eduardo Campos.

 

Todos esos factores son elementos de fortalecimiento de Dilma.

 

La última semana, Dilma recuperó el protagonismo político con la propuesta de plebiscito para la reforma política y la apertura de las puertasdel Palacio a los interlocutores de los movimientos sociales y de las minorías, de las centrales sindicales y de otros huerfanos de gobierno.

 

Los líderes rurales la estiman, los líderes empresariales creen en sus buenas intenciones, pero dudan de su capacidad operacional.

 

Así como en los campeonatos de fútbol, Dilma depende de su juego para clasificarse.

 

Tendrá que mostrar que efectivamente cambió el estilo de gobernanta. Las pruebas pasan por la reducción de la centralización excesiva de su gestión, por la creación de canales institucionales de participación. El anuncio de una red social para que las minorías puedan expresarse como muestra de que entendió los nuevos tiempos,  no basta.

 

Para descentralizar, tendrá que montar un Ministerio competente.

 

Hubo error en la elección de Ministros o en su nombramiento para áreas que no dominan. Aloizio Mercadante sería un óptimo organizador en la Casa Civil. En el Ministerio de Educación, prácticamente interrumpió los avances de la gestión anterior.

 

En el medio empresarial, el gran desafío de Dilma será la próxima ronda de concesiones. Si lo logra, recuperará parte de las esperanzas perdidas; si no lo logra, quemará la última oportunidad de impulsar la economía en su gobierno. Este es el segundo factor relevante.

 

El tercer paso será completar lo más rápido posible los dos pasos anteriores, para entrar completamente en el gran desafío de enfrentar las turbulencias externas y los problemas de la cuenta corriente del país.

 

Email: luisnassif@ig.com.br

 

Blog: www.luisnassif.com.br

Eike Batista, la maldición olímpica

Luis Esteban G. Manrique

27 de junio de 2013

 

De Getulio Vargas, el político más importante del siglo XX brasileño (1930-45 y 1951-54), se decía que era el “padre de los pobres y la madre de los ricos”. Su empeño por promover un capitalismo nacional a través de una alianza entre el Estado, la burguesía industrial y la clase obrera hizo posible que en 1946 la producción industrial del país multiplicara por 50 la de 1906, lo que creó enormes fortunas y permitió el ascenso social de las clases medias urbanas.

 

De Luis Inázio Lula da Silva y Dilma Rousseff se podría decir algo similar. Desde la llegada al poder de su Partido de los Trabajadores en 2002, casi 40 millones de brasileños han salido de la pobreza. En ese mismo periodo, según Forbes, Brasil ha creado alrededor de 155.000 millonarios en dólares. Treinta de ellos tienen más de 1.000 millones de dólares en activos y, en conjunto, controlan el 70% de la riqueza nacional, frente al 10% que está en manos del 53% más pobre. En 2007, cuando se crearon 19 millonarios al día, Lula les dijo a los banqueros: “Nunca antes habéis ganado tanto”.

 

Un caso emblemático es el de Eike Batista, hasta hace poco el hombre más rico de Brasil y el séptimo del mundo en 2012, cuando su fortuna alcanzó los 34.500 millones de dólares. En su momento, Lula le encomió como el “modelo del nuevo Brasil”. Ahora probablemente el ex presidente dudaría de sus palabras: la fortuna de Batista se ha reducido a la tercera parte por el desplome en bolsa de su imperio de empresas energéticas (OGX), mineras (MMX), logísticas (LLX) y eléctricas (MPX), que han perdido el 40% de su valor en las últimas semanas. Hoy ninguna de las seis compañías de su consorcio EBX son rentables. Las acciones de OGX han perdido el 90% de su valor desde su salida a bolsa en 2008.


En el ranking de Forbes, Batista ha caído al puesto 100 y ha tenido que vender su avión privado Embraer Legacy 600 de 26 millones de dólares. El Bloomberg Billionaires Index estima que su fortuna actual se ha reducido a los 4.800 millones de dólares. Sus acreedores temen incluso que pueda perder el control de EBX por las turbulencias bursátiles. El índice Bovespa de la bolsa de Sao Paulo ha bajado un 23% en lo que va de año, en la mayor caída en una de las grandes economías del mundo.

 

No parece casual que el derrumbe del imperio de Batista haya coincidido con las multitudinarias manifestaciones que empezaron para protestar contra el alza del transporte urbano en Sao Paulo, que ha servido como detonante de la indignación de los brasileños con la corrupción, la impunidad, los privilegios de la clase política (un diputado federal cuesta al Estado más de 50.000 euros mensuales) y los enormes gastos –casi 12.000 millones de dólares– en los que ha incurrido el Estado para acoger la copa de la FIFA, además de una cantidad similar para los juegos olímpicos.

 

Batista no es ajeno a todo ello. Cuando el gobernador de Río de Janeiro, Sérgio Cabral, necesitaba financiar la campaña para obtener los juegos de 2016, Batista le ofreció 12,3 millones de dólares para contratar los servicios de McCann Erickson, la agencia publicitaria que ayudó a Londres a lograr los de 2012. “Miren los resultados”, dijo Batista después de que Río ganara a Madrid en la votación del COI. “El precio de la propiedad inmobiliaria de la ciudad se ha triplicado. Los cariocas tendrían que pagarme una comisión”.

 

Pero sus motivos estaban lejos de ser altruistas. El contrato para la modernización del estadio de Maracaná, por un valor de 560 millones de dólares, fue concedido a un consorcio en el que EBX tenía una importante participación. El estatal Banco Nacional do Desenvolvimento (BNDS) ha concedido a EBX préstamos por valor de 4.000 millones de dólares. Según Carlos Lessa, ex presidente del BNDS, Batista construyó su imperio gracias a la “colosal financiación del gobierno brasileño, lo que siempre tiene un riesgo, como el gobierno y los inversores están descubriendo ahora”.

 

El presupuesto de la reforma de Maracaná ha rebasado considerablemente las previsiones originales. El proyecto se ha visto además envuelto en un pleito judicial por un plan de privatización que entregaría el estadio al mismo consorcio que realizó los estudios de viabilidad del plan, que incluye la construcción de un centro comercial en sus alrededores, para lo que el gobierno municipal ha desalojado a cientos de habitantes de favelas circundantes.

 

Del modo más inesperado, la obsesión de Brasil con el fútbol se ha convertido en uno de los principales símbolos de los males que aquejan al país. El exdelantero del Barcelona y hoy diputado federal por Río, Romario da Souza, lo ha explicado gráficamente: “Solo el dinero invertido en el estadio de Brasilia podría haber servido para construir 150.000 viviendas, 8.000 nuevas escuelas, autobuses escolares y 28.000 canchas por todo el país. Es una vergüenza”.

 

Cuando Brasil fue elegido como sede del Mundial, el presupuesto para del torneo era de unos 10.454 millones de dólares, pero se ha disparado hasta los 12.727 millones de dólares para construir y/o reformar 12 estadios. Suráfrica gastó cuatro veces menos para organizar el Mundial de 2010 y Japón y Alemania casi la tercera parte para organizar los de 2002 y 2006, respectivamente.

 

Un caso ejemplar es el del estadio de Manaos, un “elefante blanco” para 43.000 espectadores en una ciudad que solo tiene un equipo en cuarta división y que atrae a poco más de 500 aficionados cada semana. Las obras faraónicas no parecen tener fin. El mismo día en que comenzaban las protestas en Sao Paulo, el alcalde y el gobernador paulistas estaban en París para conseguir para la ciudad un nuevo mega-evento: la Exposición Universal de 2020.

 

El factor X

 

En 2008, Eike Batista compró el Hotel Gloria, uno de los símbolos del antiguo glamour del barrio carioca de Copacabana. Su idea era devolverle la imagen de sus años dorados y reinaugurarlo en 2014, a tiempo para el Mundial. Hoy las grúas están paradas y la mayoría de los trabajadores han sido despedidos. El hotel se ha puesto en venta porque Batista se quedó sin fondos para proseguir la obra, pese a que recibió para ello un préstamo del BNDS.

 

Batista atrajo inversiones para OGX –la X representa, según él, la multiplicación de la riqueza– prometiendo a sus potenciales socios un flujo constante de contratos públicos para la explotación de los yacimientos ‘pre-sal’ en el litoral brasileño. Pero la producción de esos pozos va a tardar mucho más de lo que se esperaba y probablemente no cumplirá con las expectativas debido los formidables retos tecnológicos que supone extraer crudo a más de 5.000 metros por debajo del nivel del mar.


La producción actual de OGX es solo un 25% de la que se esperaba. EBX está sufriendo además considerables sobrecostes y retrasos en la puesta en marcha de los puertos y astilleros que había emprendido, entre ellos un superpuerto en Río con una inversión de 2.000 millones de dólares para crear una versión latinoamericana de Rotterdam.

 

Batista ha cultivado una imagen de hombre hecho a sí mismo, pese a que su padre, Eliezer Batista, fue presidente de Vale, la compañía minera estatal durante el último régimen militar. En 2011 publicó sus memorias con título muy revelador de sus ambiciones –o de su megalomanía, según se vea–: O factor X: O caminho do maior empregador do Brasil.

 

Pero ahora el magnate corre el riesgo de convertirse en el chivo expiatorio de las frustraciones de los brasileños con el nepotismo, la cultura de la impunidad y los delirios de grandeza de la última década. Y sus cuentas pendientes con la opinión pública son muchas. En enero de 2012, su hijo, Thor Batista, atropelló a ciclista, matándolo instantáneamente, mientras conducía el Mercedes McLaren de medio millón de dólares de su padre, que le contrató como abogado a un ex ministro de Justicia. Thor ha evitado ir a prisión a cambio del pago de una multa de 500.000 dólares, que ha recurrido.

 

Sus críticos aseguran que el mayor talento de Batista ha sido como vendedor de sus proyectos, persuadiendo a inversores para que apostaran unos 24.000 millones de dólares en sus empresas. Uno de sus antiguos socios, Olavo Monteiro de Carvalho, ha comentado al New York Times: “Eike vende demasiados sueños y pocas realidades”. Miriam Leitao, columnista de O Globo, es incluso más dura: “Batista ha estado vendiendo humo y la gente se lo compró”.

La polémica sobre los partidos

Ariel Hidalgo

5 de julio de 2013

 

El que esta vez el movimiento de los indignados se haya hecho patente en un país latinoamericano –Brasil–, hace que la corriente adquiera un matiz singular, muy particularmente mediante un candente debate: la polémica sobre los partidos. Cierto que el movimiento, tanto en Europa como en Estados Unidos, ha tenido un carácter no partidista, compuesto principalmente por estudiantes, activistas de derechos humanos, ecologistas, pacifistas, sindicalistas, feministas, pro derechos de los animales, pro igualdad de derechos gay… Pero la existencia en sí de los partidos e incluso de su presunta indispensabilidad para la democracia, rara vez habían sido puestas en duda y menos que ese cuestionamiento ocupara el primer plano en las controversias.

 

Quizás esta “partidofobia” esté en la raíz misma de este movimiento en Brasil cuando 130 mil internautas decidieron, en 2011, congregarse el 7 de septiembre de ese año, día de la independencia, en Sao Paulo, Brasilia y otras ciudades para protestar contra los políticos implicados en un escándalo de corrupción. Una de las consignas era “Sin rostro, sin bandera y sin partido”. Las pancartas proclamaban: “El lugar de los políticos corruptos es la cárcel”. Tras las manifestaciones, a las que no se adhirieron ni el Partido de los Trabajadores, ni la Unión Nacional de Estudiantes, ni los grandes sindicatos, un editorial de El Diario de Río expresaba proféticamente: “Los 30 mil que ocuparon el asfalto de Brasilia, convocados por internet, pueden ser la punta de algo mayor existente en el subsuelo de la sociedad”.

 

Dos años después, la chispa que produjo la explosión no fue tanto el aumento de las tarifas del transporte público como la brutal represión policiaca el pasado 12 de junio en Sao Paulo contra los que protestaban. Pero luego, cuando miembros del Movimiento por el Paso Libre (MPL), una de las organizaciones que comenzara las protestas, enarbolaron banderas rojas, los indignados gritaron: “¡Fuera los partidos!” y quemaron las banderas. Rafael Siqueira, portavoz de MPL, anunció que no organizarían nuevas manifestaciones en Sao Paulo. “Consideramos que grupos conservadores se infiltraron en los actos para defender propuestas que no nos representan”. Para entonces se había producido una notable participación de campesinos sin tierra, artistas y afrodescendientes. Una encuesta del Instituto Datafolha concluyó que 84 por ciento de los participantes no tenía preferencia partidista.

 

Pero no fue sólo en Sao Paulo. Durante la manifestación de Río se quemaron banderas del PT, que como se sabe, fue años atrás el principal promotor de las manifestaciones contra la dictadura militar, abucheaban a quienes exhibieran símbolos de partidos políticos, hubo denuncias de agresiones contra militantes de izquierda y dirigentes del PSB y del PCB (socialista y comunista) fueron expulsados de las manifestaciones, no porque los conservadores se hubiesen apoderado del movimiento sino porque la izquierda había sido hasta entonces la principal movilizadora en las calles. Pero luego, cuando ésta intentó promover manifestaciones paralelas, la apatía de la población fue demoledora. Un diario español sacó este titular: “Los indignados de Brasil quieren terminar a golpes con la clase política”. El senador Cristovan Buarque declaró el “fin de los partidos actuales”. El diputado Marcelo Freixo alertó contra esta aversión hacia los partidos: “Lo primero que hace cualquier dictadura es acabar con los partidos y el parlamento”. Y la presidenta Dilma Rousseff, aunque reconoció que la política debe ser oxigenada, expresó que “ningún país puede prescindir de partidos ni del voto popular”.

 

¿Estamos acaso adentrándonos en una nueva era donde se supera la dicotomía de izquierdas y derechas, más allá de las opciones tradicionales de la sociedad industrial de capitalismo o socialismo de Estado? Pese a los cuestionamientos de Freixo y de Rousseff, el sistema electoral partidista enajena frecuentemente el voto popular al controlar las candidaturas con el peso prevaleciente de las contribuciones de campaña, mientras que, por otra parte, el totalitarismo ha sido siempre el engendro de algún determinado partido político. Lo que sí parece perfilarse, en los indignados brasileños, es el anhelo de una sociedad más participativa.

Reforma política y Asamblea constituyente: juego de damas

Carlos Malamud

7 de julio de 2013

 

Las últimas revueltas populares en todo el planeta muestran la desafección de los ciudadanos con la política en un contexto de emergencia de clases medias. Pese a ciertas denuncias de conspiración, como la del presidente turco, la espontaneidad y convergencia de grupos disímiles, faltos de coordinación y con reivindicaciones contradictorias son algunas señas de identidad de estos movimientos.

 

Recep Tayyip Erdoğan apuntó a que tanto Turquía como Brasil, escenarios de las últimas protestas masivas, habían sufrido tramas conspirativas similares. Entre sus principales argumentos menciona que los dos países se han enfrentado a las políticas del FMI (Fondo Monetario Internacional) y que existía una metodología común basada en las redes sociales como vía de convocar las movilizaciones.

 

La teoría conspirativa de Erdogan no merece mayores explicaciones, aunque demuestra la preocupación de muchos gobiernos frente a unos hechos para los que carecen de respuestas adecuadas. Mientras Turquía ensaya la represión, Brasil practica el diálogo. Pero hasta ahora sin respuestas atinadas, y menos con soluciones capaces de satisfacer las demandas insatisfechas.

 

En Chile y Brasil se han vivido las mayores movilizaciones de América Latina. En Chile el disparador del conflicto fueron las reclamaciones estudiantiles por la gratuidad de la enseñanza universitaria, mientras en Brasil fue el aumento del precio del transporte urbano. En ambos casos, las protestas enmascaraban insatisfacciones mucho más profundas que impactaban de lleno sobre el sistema político.

 

Si bien no estaba en el guión de los manifestantes brasileños, ni en el de quienes negociaron con Dilma Rousseff, tras unas primeras jornadas de desconcierto la presidente intentó avanzar en la reforma política como uno de los ejes centrales para la solución de los graves problemas sociales que enfrentaba. En este caso, la reforma no venía sola, ya que su propuesta inicial incluía un referéndum y la convocatoria de una asamblea constituyente.

 

Ante la reciente experiencia latinoamericana y las asambleas “originarias” de tintes bolivarianos muchas alarmas se encendieron en Brasilia. El vicepresidente Michel Temer, líder del PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño), se opuso frontalmente y sumó a los presidentes del Congreso y el Senado. Se cerraban así las puertas para la reforma constitucional por la vía asamblearia y se reconducía el proceso por los marcos institucionales.

 

Éste es uno de los puntos más conflictivos. La legítima demanda por reformar el sistema político, haciéndolo más funcional y efectivo, con mecanismos de control eficientes y transparentes, se enfrenta a las resistencias corporativas de los políticos en ejercicio. ¿Cómo impulsar una reforma frenada por quiénes deben ser reformados? ¿Cómo comprometer a quiénes son juez y parte a hacerse el harakiri político y legislar en su contra? Las preguntas son de difícil solución, pero ante lo ocurrido en los últimos 15 años en la región, los mecanismos plebiscitarios, especialmente si ocurren en plena descomposición de los partidos políticos tradicionales, no auguran nada bueno. En estos casos, el remedio es peor que la enfermedad.

 

Ante las dificultades para impulsar la reforma en el parlamento, Rousseff amenaza con activar los movimientos sociales, comenzando por sindicatos y estudiantes. También se reunió con el MST (Movimiento de Campesinos sin Tierra), que se pronunció a favor de la movilización. En realidad, si los políticos son los responsables del problema ellos deberían ser los responsables de la solución. Pero sus métodos van por otros derroteros y cuando están en campaña optan por discursos etéreos y vaporosos, de forma de no comprometerse ni plantear temas difíciles ni resbaladizos. Prácticamente nadie va con la verdad por delante.

 

Para plasmar la reforma lo primero que debería hacer Rousseff es enfrentarse a su partido y con su apoyo avanzar en la dirección deseada. Luego debería lidiar con los restantes partidos de la coalición gobernante y por último con la oposición. Todo esto sería muy desgastante y probablemente la dejaría fuera de la carrera presidencial del año próximo. Pero en términos institucionales sería un camino más apropiado que el del plebiscito y la movilización social.

 

En Chile se aproximan a un panorama similar. Tras las elecciones primarias del pasado junio, Michelle Bachelet ha mejorado sus opciones para ganar la presidencia, aunque todavía debe acomodar las piezas del rompecabezas que supone Nueva Mayoría, la nueva identidad de la Concertación, que incorpora al Partido Comunista. La convivencia de comunistas y demócrata cristianos no será sencilla y habrá que ver cómo reaccionan los votantes de la DC en el momento de votar. Al margen de estas consideraciones, Bachelet también impulsa una reforma constitucional, y si bien prefiere los métodos institucionales frente a los plebiscitarios, no renuncia abiertamente a estos últimos.

 

En una entrevista publicada por La Tercera señaló: “Yo prefiero un cambio constitucional… dentro del marco institucional. Creo que todos los cambios transformadores que Chile requiere tienen que hacerse con gobernabilidad democrática y dentro del marco institucional… Eso tiene un gran desafío, no sólo para un futuro presidente si yo soy electa, porque lo que va a pasar es que si el mundo parlamentario no va con los tiempos de lo que a la gente le está pasando, si no somos capaces de generar canales a esa expresión de la calle, la gente va a empezar a buscar otros mecanismos. Optar por un mecanismo institucional significa exigirle mucho más a ese marco institucional, de que responda a las necesidades de hoy”.

 

Su conclusión es que “Chile cambió y se va a hacer más difícil gobernar para cualquier presidente, porque hoy la gente ya no está porque le den cualquier cosa; está por pedir lo que sienten que es justo”. Por ser esto último verdad, al igual que el predominio de las instituciones en la vida política de los dos países frente a otros del vecindario, se les debe, y se les puede, exigir a Rousseff y a Bachelet un mayor compromiso con la democracia señalando las líneas rojas que en ningún caso debería traspasar una reforma constitucional.

¿Cree alguien de verdad que Lula es un demócrata?

Manuel Cuesta Morúa

10 de julio de 2013

 

Cuba demuestra que en América Latina las democracias son todavía débiles. No hay dudas de que en el hemisferio sur, contando a las islas del Caribe, la democracia es el referente fundamental, tanto del Estado como de los ciudadanos y de las instituciones. Pero las dinámicas políticas, diplomáticas y geopolíticas condicionan las posibilidades para que aquí no actúen las instituciones sino los intereses.  

 

El clientelismo político de las élites, el populismo de los Estados y de significativos grupos sociales, más el antinorteamericanismo histórico de la región, se combinan para posponer la defensa íntegra de los valores democráticos en el hemisferio.

 

De modo que la prueba de la debilidad democrática no está en las fallas institucionales y en su precariedad social y cultural, sino en la incapacidad para hacer prevalecer los valores en todo el hemisferio. América Latina es el único espacio donde se manifiesta una tensión permanente entre los fundamentos que la constituyen y el compromiso público con las instituciones que le dan cuerpo. En África no hay ambivalencias. Las dictaduras son dictaduras sin rodeos verbales.

    

Existe la tendencia de culpar a la izquierda latinoamericana de la falta de compromiso hemisférico ante la democratización de Cuba. Pero esta tendencia tiene un denso expediente. Desde su surgimiento en nuestra región, las izquierdas revolucionaria y cristiana han sido, si acaso, democráticas por impotencia. Tuvieron que sufrir la violación brutal de sus derechos, a manos de las dictaduras de derecha, para que el tema de los derechos humanos entrara siquiera débilmente en sus respectivos programas ideológicos.

 

Para estos sectores de la izquierda, las libertades básicas no están en la base de la estructura de convivencia social dentro de su modelo de modernidad. Son más bien la herencia instrumental desechable, una vez que se instauren supuestas sociedades justas y revolucionarias en una competencia cooperativa entre la Cidade de Deus y la Ciudad de Marx. Para ellos, Cuba fue el futuro y continúa siéndolo. El asunto nada tiene que ver con el modelo económico cubano, que todo el mundo sabe que es un desastre, sino con el modelo político y social que se supone es viable con ciertas correcciones de su populismo rígido.

 

La democracia es, frente a las izquierdas revolucionaria y cristiana, más una imposición de la realidad que un proyecto político. Su histórica tensión con el liberalismo solo se explica porque recela profundamente de las libertades en el contexto de fuertes estados de derecho institucionalizados. Y estas izquierdas han hegemonizado por sobre la izquierda democrática, la que asocia libertades individuales y equidad social, que resulta minoritaria y que rara vez ha logrado el poder del Estado, a excepción de Costa Rica. En todo caso, ha vivido bajo un permanente complejo por no ser lo suficientemente revolucionaria. Como si la revolución, esa fase inmadura de las sociedades, fuera la condición natural de la política latinoamericana.

 

Si estas izquierdas borbónicas han evolucionado dentro de determinados países, su concepto no ha sufrido una misma evolución a nivel hemisférico. El partido socialista chileno, serio donde los hay, tuvo un itinerario revolucionario fuerte, que lo vinculó al partido comunista cubano, pero que se modera a golpe de tortura, después del paso del pinochetismo, y le lleva, en el caso de Cuba, a esbozar una crítica a nuestra falta de libertades.

 

Hay una rotación del mito cubano

 

Sin embargo, hay una rotación del mito cubano, que se fortalece en los países democráticamente débiles. Después de Chile, Brasil. A éste le sigue Venezuela, montada sobre la misma estela mítica en la que viven la izquierda social e intelectual de Argentina y Uruguay. Las expresiones críticas de la izquierda al gobierno cubano se producen en países de mayor solidez democrática, o que se dirigen a un modelo de democracia fuerte. Allí donde la democracia es débil, como en los países del Alba, o como en Colombia, Guatemala y El Salvador, la crítica a la falta de libertades en Cuba es nula o escurridiza.

 

El tema parece más relacionado con la profundidad de la democracia en los distintos países que con la ideología de los sectores políticos. En Brasil, ni Lula ni Rouseff tienen compromiso alguno con la apertura democrática de Cuba, pero tampoco lo tenían los gobiernos de Sarney o Cardoso. Esto es así porque Brasil es todavía un país en transición, que va saliendo de un modelo de democracia débil, pese a todos sus experimentos.

 

Pero la importancia de Brasil reside en su centralidad como nación y como modelo dual. Parece un proyecto de izquierda imitable y parece un modelo de desarrollo alternativo. Ambas cosas están siendo contestadas por los ciudadanos brasileños y reflejan, en lo que toca a Cuba, cómo la falta de compromiso de los gobiernos latinoamericanos con la democracia cubana traduce las debilidades de los comportamientos democráticos con sus propias sociedades.

 

La izquierda brasileña en el poder reproduce la lógica imperial de las izquierdas revolucionarias, en un país con un pasado y una pretensión imperialistas, difícilmente enmascarables detrás del progresismo: en este desarrollo el pueblo es como un cliente que va dejando atrás el hambre con la ayuda del Estado, y a quien, en el momento de mayor desesperación por los cuestionamientos raigales al poder, hay que escuchar.

 

¿Hacia dónde debemos mirar los demócratas cubanos?

 

Sin embargo, ¿escuchar al “pueblo” es una relación estrictamente democrática y de izquierdas entre el Estado y la ciudadanía? Los Estados latinoamericanos, casi todos, se han encargado de pervertir el vínculo moderno entre el soberano constitucional, “el pueblo”, y el Estado. Quien elige, tendrá solo la posibilidad de ser escuchado. Si algo queda claro, después de las protestas en Brasil, es que los partidos necesitan una refundación ciudadana que supere esa herencia borbónica, según la cual la legitimidad del poder reside en el poder, de donde se deriva que los de abajo serán escuchados sólo a su debido tiempo. Un punto que Michelle Bachelet ha alumbrado claramente desde la altura de su prestigio y visibilidad.

 

Para Brasil, la América del Sur, que era el límite de su diplomacia política, se extiende ahora hasta el Caribe, siguiendo dos lógicas en apariencia contradictorias: la de subpotencia económica y la de geopotencia política. Ninguna de las dos contempla los valores de la democracia más que como soluciones verbales dentro de la retórica modernamente correcta.

 

¿Hacia dónde dirigirnos los demócratas cubanos dentro de este escenario? No parece que podamos trabajar con gobiernos supuestamente democráticos. Los gobiernos en América Latina no han captado los conceptos de democracia fuerte que miran a los gobernados como ciudadanos originarios de la legitimidad política. Mientras las sociedades se abren y la ciudadanía crece en sus formas múltiples, estos gobiernos, con solo dos o tres excepciones, se cierran como grupos corporativos tras el telón tradicional del populismo.

 

Su problema con la prensa es una señal para advertir esta incapacidad de adoptar y estimular conceptos fuertes de democracia. El progresismo ideológico de algunos de ellos no es sino un nuevo conservadurismo social, con serias dificultades para convivir plenamente con las libertades. Ningún demócrata serio se ofende, por ejemplo, con la real o supuesta difamación de la prensa.

 

Los demócratas cubanos debemos conectarnos con la rica pluralidad de la sociedad civil en América Latina, que está vigorizando los derechos y las libertades. Cierta visión estatista nos hace ver que el punto final de nuestro curso y recurso políticos termina en un buen contacto con los representantes del Estado. Eso puede ser el caso con las democracias que privilegian a los ciudadanos, pero no en las democracias que solo tienen por sujeto al “pueblo”. En estas últimas, los ejemplos democráticos a seguir no se encuentran en el poder. Solo están en la sociedad. ¿Cree alguien de verdad que Lula es un demócrata?

El peligroso vacío político brasileño

y sus incógnitas

Juan Arias

16 de julio de 2013

 

Brasil está viviendo uno de sus momentos políticos más críticos de los últimos 20 años. Existe el miedo a que se cree un vacío político que podría ser rellenado peligrosamente, como demuestran los últimos sondeos nacionales que confirman el desplome de la mandataria Dilma Rousseff, que no supera el 30% de los votos y la total desconfianza en los políticos tradicionales.

 

El 45% de los entrevistados asegura que no votaría hoy por la presidenta Rousseff , “de ninguna forma”, cuando hace sólo poco más de un mes su popularidad alcanzaba récords de un 80%. Más aún, casi el 50% afirma que no sabría hoy por quién votar, al mismo tiempo que ya un 20% asegura, por primera vez, que no votaría por “ninguno de los partidos”.

 

Ya no existen dudas. Brasil, después del terremoto llevado a cabo por la protesta callejera de junio, no es el mismo ni política, ni socialmente. Tiene el mayor rechazo de su historia democrática contra la clase política, con una aprobación de un 84% de la revuelta popular. La protesta número uno de los que salieron a la calle para exigir mejores condiciones de vida, es la corrupción política, que según la gente, sería la mayor culpable del grave déficit de los servicios públicos.

 

Frente a la crisis, todos los esfuerzos tanto de Rousseff -como el del Congreso para salir al encuentro de los manifestantes- parecen fallidos en las encuestas. No convencen. Y los pronósticos siguen siendo negativos para los políticos. Se anuncian ya nuevas protestas con motivo del Mundial de Fútbol bajo el eslogan de que los brasileños quieren servicios públicos “modelo FIFA” es decir, de lujo como los estadios de fútbol.

 

Y lo que más preocupa es que, Brasil, ante esa crisis repentina se encuentra sin un nombre político de recambio. Ya no tiene en el banquillo una reserva segura como lo era antes de la crisis, el expresidente Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores (PT). La única política que sigue pisando los calcaños de Dilma en los sondeos y creciendo a cada encuesta (22%), es la ecologista Marina Silva, curiosamente aún sin un partido aprobado oficialmente. El que ha presentado es una especie de “antipartido”, que se hace llamar “red de sustentabilidad” y pretende actuar, de llegar al poder, fuera de la tradicional lógica de los partidos tradicionales. Cómo lo haría es difícil de explicar hasta para ella.

 

Lula, por su parte, mantiene, desde que comenzaron las manifestaciones, un significativo silencio y se encuentra últimamente en secreto con Rousseff, su pupila, a quién le estaría aconsejando ser “más política”. Se baraja hasta una divergencia con la presidenta por el modo de reaccionar a las protestas populares.

 

El PT sigue albergando la esperanza de que en el caso de que la caída cada vez más fuerte de la popularidad de Dilma se vaya confirmando, Lula pueda presentarse aún como candidato. Él, al revés, hace saber de todos los modos posibles que no lo hará. Sondeos realizados por los empresarios darían a Dilma un consenso sólo de un 20% y a Lula no más de un 40%. El exsindicalista es sin duda el político más sagaz de este país y hay quién asegura que la crisis levantada por las protestas, podrían haber dañado también fuertemente su imagen. Y él lo sabe.

 

A ello, se añaden los bulos o rumores de que su salud se ha vuelto a resentir, hasta el punto de que en su partido le están pidiendo que se ofrezca a un chequeo médico que devuelva a la opinión pública la certeza de su buen estado físico y para acabar con los rumores sobre su salud.

 

Lo curioso de ese vacío político que se va abriendo camino cada hora en Brasil, es que no presupone la petición de una moción de censura de Dilma, ni la petición de su renuncia voluntaria, ni se grita ya el “vuelve Lula”. Simplemente, la mayoría del país está desconcertado. Rechaza a la actual clase política, pero no expresa una alternativa clara. De ahí la preocupación de los actuales líderes políticos frente a las inciertas elecciones presidenciales del año próximo con un escenario inédito en el país.

 

Por si fuera poco, el arzobispo de Sao Paulo, cardenal Odilio Scherer acaba de afirmar abiertamente que el papa Francisco, la semana próxima, durante su encuentro con los jóvenes de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) dedicará un discurso a los jóvenes apoyando sus reivindicaciones frente a los políticos y su derecho a exigirles más ética, más justicia social y mejores condiciones de vida. Es decir, dará un espaldarazo abierto a las manifestaciones de protesta de junio pasado protagonizadas sobretodo por los jóvenes.

 

Los expertos políticos subrayan el peligro de que pueda crearse un vacío en el momento en que la sociedad sufre de un periodo de vacas flacas y de insatisfacción colectiva. Subrayan que es urgente que surja - pero desde dentro de la política para evitar fantasmas antidemocráticos - un nuevo “modelo de Brasil”, político y económico, ya que el de los últimos diez años, a pesar de haber tenido éxitos evidentes, se le ha quedado estrecho y aviejado a una sociedad a la que, de repente, se le ha despertado una urgencia nueva de renovación política y social.

 

Y puesto que el sistema democrático no es puesto en cuestión en el grito de la calle, sino más bien la “falta de representividad política”, o como ellos lo han llamado el “divorcio entre el poder y la gente”, la última palabra, si no quiere ser arrastrada por la corriente del río, tendrá que salir de la misma política.

 

Ni la doctrina medieval, pero actualísima, de la obra El príncipe, de Machiavello que defiende el poder a cualquier precio, ni la más moderna del Gattopardo de Lampedusa de “cambiarlo todo para que todo continúe lo mismo”, parecen ya servir para la nueva conciencia que está surgiendo en la sociedad brasileña. Sobretodo en la más joven e iluminada, pero que podría acabar contagiando a todo el resto.

El periodismo alternativo

se populariza en Brasil al calor de las protestas

María Martín

31 de julio de 2013

 

El colectivo NINJA consigue miles de seguidores, entrevistas exclusivas y la atención de los medios tradicionales

El entusiasmo popular por sus coberturas genera recelos entre activistas y periodistas

 

Durante una de las manifestaciones de São Paulo del pasado mes de junio el corresponsal de la cadena Globo en Nueva York, Jorge Pontual, lanzaba en su Twitter: “Si la batería del Ninja no se muere, yo no duermo esta noche”. El veterano periodista del medio más atacado durante las manifestaciones en Brasil se refería a uno de los integrantes del grupo Ninja que llevaba horas retransmitiendo la marcha desde su celular.

 

Los Ninja (Narrativas Independientes, Periodismo y Acción) son un colectivo de unas cien personas, con diferentes grados de implicación, que transmite en directo, sin cortes y sin edición las manifestaciones que se suceden hace más de un mes por todo el país. No son los primeros en cocinar activismo con periodismo, añadiéndole una dosis de denuncia ciudadana. Brasil tiene una red activa de grupos de media alternativos como RioNaRúa, Jornalismo BMoqueca Mídia o radiotube, pero este mes los Ninja han conseguido un protagonismo impensable para un grupo aún experimental. Hoy ya cuentan con más de 139.000 fans en Facebook y más de 13.000 en Twitter y algunas de sus retransmisiones las han seguido más de 100.000 personas.

 

“Hemos acabado siendo muy conocidos porque formamos parte de una red, porque estamos organizados, pero hemos sido uno más en ese contexto de periodismo ciudadano que ha surgido durante las protestas”, explica Bruno Torturra, ex director de la revista Trip y uno de los integrantes más volcados en el colectivo.

 

Pontual, así como otros muchos periodistas de medios tradicionales, activistas, directores de periódicos, estudiantes y ciudadanos de a pie han comenzado a acompañar el minuto a minuto de las acciones de este grupo que comenzó a asomar la cabeza hace casi dos años, pero que tuvo en marzo su primera referencia oficial. Entonces nadie había oído hablar de ellos. Ahora, son blanco de miles de tweets, de reflexiones de la defensora del lector de Folha, de las denuncias policiales, de la estrategia mediática de algunos políticos, de reportajes extranjeros, son los ídolos de muchos de los que claman en la calle por una información más libre.

 

En el mejor de los casos, los ninjas van a las manifestaciones con un carrito de la compra cargado de ordenadores, baterías, cámaras fotográficas y móviles. En el peor de los escenarios, cuando los enfrentamientos con la policía marcan la protesta como ocurre habitualmente en Río de Janeiro, el equipamiento se limita a un móvil de última generación que les permita grabar y retransmitir en directo a través de un software como twitcasting.

 

Esos teléfonos ya han hecho más ruido con sus coberturas que muchos medios brasileños. Cuando todas las portadas digitales de los periódicos y los telediarios aún se recreaban con los detalles de la llegada del papa a Río de Janeiro, Facebook y Twitter ardían con la detención de dos ninjas, acusados de “incitación a la violencia”, que grabaron su propio arresto. Las redes y esa retransmisión eran la manera de saber en ese momento qué ocurría frente al Palacio del Guanabara, sede del Gobierno Estatal, mientras el Papa Francisco era recibido por las autoridades de Brasil.

 

Fueron las grabaciones y la denuncia pública de los Ninja las que han llevado al Ministerio Público  a investigar si, como denunció el colectivo, policías militares infiltrados se dedican a encender las protestas con cócteles molotov “con la intención de deslegitimar las manifestaciones”, afirma Torturra. Precisamente el NYT alberga en uno de sus blogs una amplia relación de las imágenes, muchas de ellas grabadas por los Ninja, que cuestionarían esa infiltración de agentes en las manifestaciones.

 

La cobertura de los Ninja ha conseguido fieles, Caetano Veloso les elogió en una columna, pero también ha generado un intenso debate sobre las formas de hacer periodismo en un momento en el que miles de manifestantes cuestionan el poder y hegemonía de los medios tradicionales, en manos de cuatro familias de la élite brasileña.

 

“La escena de uno de los ninjas erguido en los brazos de los manifestantes frente a la comisaria es muy elocuente respecto a la representatividad que esos jóvenes están conquistando. Pero, por mucho que se reconozca el papel de ese periodismo de combate, es necesario moderar un poco el entusiasmo y dedicar un tiempo a la reflexión”, mantiene Sylvia Debossan, periodista y profesora de la Universidad Federal Fluminense en la web Observatorio de Prensa, un foro desde el que se juzga el trabajo de la prensa brasileña.

 

“Hay ejemplos notables de reportaje, como lo que ocurrió en la última manifestación [el día de la llegada del Papa], pero hay fallos evidentes y hasta una cierta ingenuidad, como ocurrió en la entrevista exclusiva al alcalde de Río, Eduardo Paes (PMDB), el pasado día 19”, continúa Debossan. La entrevista a Paes, aliado del Partido de los Trabajadores de la presidenta Dilma Rousseff, causó un gran alboroto y marcó un antes y un después para los ninjas. De la noche a la mañana, un político de alto nivel concedía una entrevista en exclusiva a una red de periodismo independiente a la que días antes no le permitieron participar una rueda de prensa del gobernador de Rio Sergio Cabral.

 

El convite de Paes les regalaba credibilidad –muchos medios se hicieron eco de la entrevista-, pero al mismo tiempo les colocó en un brete. Los Ninja que acudieron a la cita apenas tuvieron tiempo de prepararse las preguntas y el resultado fue, sin duda, más favorable para el político que para los entrevistadores. Hubo defensores, pero también una avalancha de críticas por haberse prestado a ese regalo envenenado que, al final, ha expuesto al colectivo, sus orígenes y sus intereses partidarios.

 

Los Ninja no surgen de la nada, son el brazo audiovisual y se financian a través del colectivo cultural Fora do Eixo (FdE), nacido en 2005 con la aspiración de alimentar la escena musical de ciudades fuera del eje Río-São Paulo. Su estructura, dicen, ya permite organizar 5.000 shows anuales en 200 ciudades, pero su éxito genera antipatías.

 

Los críticos, involucrados en el mundo del activismo en red y de las nuevas herramientas de comunicación, les acusan de ser un grupo apadrinado y hasta financiado por el PT de Rousseff; de contar con subvenciones de grandes empresas como Vale o Petrobras que estarían lejos de proteger intereses de izquierda –como los derechos de los indios o el medio ambiente- y de contar con una organización vertical que no encajaría con la horizontalidad de los movimientos sociales que impulsaron las protestas. Este periódico, sin embargo, no ha conseguido que ninguno de esos críticos acepte ser citado.

 

El líder de FdE Pablo Capilé niega que Vale y Petrobras financien la red e insiste en que el 95% de sus ingresos los genera su propia actividad cultural, el resto proviene de subvenciones públicas y participación del sector. “Vale invirtió en un evento, una vez, de los 30.000 que hemos hecho. Y de Petrobras hemos recibido unos 800.000 reales (354.000 dólares) que provienen de dos concursos público a los que todo el mundo puede presentarse”, defiende Capilé.

 

Respecto a sus intereses partidarios, no lo niega. Se relacionan con el PT y dialogan con otros partidos de izquierda, incluyendo Rede, la sigla con espíritu ecologista con la que Marina Silva competirá por la presidencia contra Rousseff. “Aquí todo el mundo tiene derecho a declarar con quien está. De la misma manera que no podemos criminalizar la inversión pública tampoco podemos criminalizar la implicación política. Los Ninja dejan muy claro la idea política que tienen de Brasil, no lo esconden”, afirma Capilé.

La revolución de la clase media

Francis Fukuyama

19 de julio de 2013

 

La clase media ya no quiere solo tener seguridad sino también opciones y oportunidades. Es hoy mucho más probable que opten por la acción si la sociedad no logra cumplir con sus expectativas de mejoramiento económico y social que además crecen con rapidez.

 

Durante los últimos diez años, Turquía y Brasil fueron ampliamente celebrados como países con desempeños económicos estelares; mercados emergentes con una creciente influencia en el escenario internacional. Sin embargo, en los últimos tres meses, ambos países se han visto paralizados por enormes protestas que expresan un profundo descontento con el desempeño de sus gobiernos. ¿Qué es lo que está pasando? ¿y habrá más países que experimenten convulsiones similares?

 

La clase media global

 

El tema que conecta estos episodios recientes en Turquía y Brasil, así como con la Primavera Árabe de 2011 y las continuas protestas en China, es el ascenso de una nueva clase media global. Dondequiera que ha surgido, esta clase media moderna causa agitación política, pero rara vez ha podido, por sí misma, provocar un cambio político duradero. Nada de lo que hemos visto últimamente en las calles de Estambul o Río de Janeiro sugiere que estos casos vayan a ser una excepción.

 

En Turquía y Brasil, así como en Túnez y Egipto antes, las protestas políticas no fueron lideradas por los pobres, sino por los jóvenes con niveles de educación e ingresos mayores al promedio. Dominan la tecnología y usan medios sociales como Facebook y Twitter para difundir información y organizar protestas. Incluso aquellos que viven en países con sistemas democráticos funcionales, no se sienten representados por la élite política gobernante.

 

En Turquía, se manifiestan en contra de las políticas de desarrollo a cualquier costo y el estilo autoritario del primer ministro Recep Tayyip Erdoğan. En Brasil, se oponen a una élite política muy afianzada y corrupta que se jacta de proyectos glamorosos como el Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos de Rio pero que no es capaz de brindar servicios básicos de salud y educación. Para ellos, no basta con que la presidente, Dilma Rousseff, haya sido una activista de izquierda encarcelada por los militares en los años 70 y líder del Partido de los Trabajadores. Desde su punto de vista, el partido se ha visto arrastrado a la maraña del “sistema” corrupto, tal como quedó en evidencia con el reciente escándalo de compra de votos.

 

La clase media ya no quiere solo tener seguridad sino también opciones y oportunidades. Es hoy mucho más probable que opten por la acción si la sociedad no logra cumplir con sus expectativas de mejoramiento económico y social que además crecen con rapidez.

 

El mundo de los negocios habla del ascenso de la “clase media global” desde hace al menos una década. Un informe de Goldman Sachs de 2008 definió este grupo como aquellos con ingresos de entre US$6.000 y US$30.000 al año y predijo que crecería hasta sumar 2.000 millones de personas para 2030. Partiendo de una definición más amplia de clase media, un informe del Instituto de la Unión Europea para Estudios de Seguridad de 2012 pronosticó que la cantidad de personas en esa categoría crecería de 1.800 millones en 2009 a 3.200 millones en 2020 y a 4.900 millones en 2030 (sobre una población mundial proyectada de 8.300 millones). La mayor parte de este crecimiento se verá en Asia, especialmente en China e India. Pero todas las regiones del mundo participarán en la tendencia, incluida África, que según el Banco de Desarrollo de África ya tiene una clase media de más de 300 millones de personas.

 

A las empresas se les hace la boca agua ante la promesa de esta clase media emergente porque representa una amplia base de consumidores nuevos. Economistas y analistas tienden a definir el estatus de clase media sólo en términos monetarios. Pero se define mejor por la educación, la ocupación y la propiedad de activos, que son mucho más consecuentes a la hora de predecir el comportamiento político.

 

Varios estudios transnacionales, incluyendo recientes encuestas del centro de estudios Pew y datos de la Universidad de Michigan, muestran que los niveles de educación más altos se correlacionan con que las personas adjudiquen mayor importancia a conceptos como la democracia, la libertad individual y la tolerancia a formas de vida alternativas. La clase media ya no quiere solo tener seguridad sino también opciones y oportunidades. Es más probable que opten por la acción si la sociedad no logra cumplir con sus expectativas de mejoras económicas y sociales, que crecen con rapidez.

 

Divisiones internas

 

Mientras las protestas, los levantamientos y, ocasionalmente, las revoluciones suelen ser encabezadas por los miembros recién llegados de la clase media, no suelen lograr por sí solos cambios políticos a largo plazo. Esto se debe a que la clase media rara vez representa más que una minoría de la sociedad en los países en desarrollo y está dividida internamente. Si no pueden formar una coalición con otras partes de la sociedad, sus movimientos no suelen producir cambios políticos duraderos.

 

Por eso, los jóvenes manifestantes en Túnez y en la Plaza Tahrir, en El Cairo, a pesar de haber derrocado a sus respectivos dictadores, no lograron organizarse para formar partidos políticos capaces de participar en las elecciones nacionales. Especialmente los estudiantes no tienen ni idea de cómo llevar su mensaje a la clase trabajadora y los pobres para crear una amplia coalición política.

 

En Turquía, el primer ministro Erdoğan sigue siendo popular fuera de las zonas urbanas. La clase media turca, en cambio, está dividida. El notable crecimiento económico del país en la última década ha sido impulsado en gran parte por una nueva clase media religiosa y muy emprendedora que ha apoyado con énfasis el partido de Erdoğan.

 

Este grupo social trabaja duro y ahorra su dinero. Exhiben muchas de las virtudes que el sociólogo Max Weber asociaba con la ética del Cristianismo Puritano de la era moderna de Europa, que según él, fue la base para el desarrollo capitalista. En cambio, los manifestantes urbanos en Turquía son más laicos y están conectados con los valores modernistas de sus pares en Europa y Estados Unidos. Este grupo no sólo enfrenta la represión de los instintos autoritarios del primer ministro, sino también las dificultades para establecer lazos con otras clases sociales.

 

Brasil es diferente

 

La situación en Brasil es bastante distinta. Allí los manifestantes no enfrentarán una dura represión del gobierno. Más bien, el desafío será evitar ser cooptados a largo plazo por el sistema. El estatus de clase media no significa que un individuo apoya automáticamente la democracia o un gobierno transparente. De hecho, una gran parte de la clase media de edad más avanzada era empleada por el sector público, donde dependía de las políticas clientelistas y el control estatal de la economía. Estas clases medias, así como las de países asiáticos como Tailandia y China, han respaldado gobiernos autoritarios cuando parecía que era la mejor manera de asegurar su futuro económico.

 

El reciente crecimiento económico de Brasil produjo una clase media distinta y más emprendedora, afianzada en el sector privado. Pero este grupo podría seguir su propio interés económico en dos direcciones. Por un lado, podría ser la base de una coalición de clase media que busca una reforma integral del sistema político brasileño, presionando para que los políticos corruptos rindan cuentas y para que se cambien las normas para dar lugar a mejores políticas. Por otro lado, los miembros de la clase media urbana podrían disipar sus energías en distracciones como políticas de identidad o ser cooptados individualmente por un sistema que ofrece grandes recompensas a quienes aprenden a jugar dentro del sistema.

 

No hay garantías de que Brasil siga el camino reformista tras las protestas. Mucho dependerá del liderazgo. Rousseff dispone de una enorme oportunidad para usar las manifestaciones como una plataforma para lanzar una reforma sistémica mucho más ambiciosa. Hasta ahora ha sido muy cuidadosa en su intento de desafiar el sistema establecido, frenada por las limitaciones de su propio partido y la coalición política.

 

La brecha y el desafío

 

El crecimiento económico global que se ha producido desde los años 70 alteró los estratos sociales en todo el mundo. Las clases medias en los llamados “mercados emergentes” son más grandes, ricas, mejor educadas y están más conectadas tecnológicamente que nunca.

 

Esto tiene grandes implicaciones para China, cuya clase media ahora asciende a cientos de millones y constituye quizás un tercio del total de su población. Quieren una sociedad más libre, aunque no está claro que necesariamente deseen una democracia con voto individual a corto plazo.

 

Este grupo se encontrará bajo una mayor presión en la próxima década, a medida que China pasa apuros para pasar del estatus de ingreso medio a alto. El crecimiento económico ya ha dado muestras de debilitarse en los últimos dos años y es inevitable que sea más modesto conforme madura su economía. La potencia industrial que el régimen ha creado desde 1978 ya no servirá para satisfacer las aspiraciones de su población.

 

China ya produce unos seis a siete millones de graduados universitarios al año, cuyas perspectivas laborales son más sombrías que las de sus padres de la clase trabajadora. La brecha entre las expectativas que crecen con rapidez y la realidad decepcionante nunca fue tan amenazante como ahora y podría tener amplias consecuencias para la estabilidad del país.

 

Allí, como en otras partes del mundo en desarrollo, el ascenso de una nueva clase media pone de manifiesto el fenómeno descrito por el venezolano Moisés Naím del Carnegie Endowment como el “fin del poder”. Las clases medias estuvieron en la primera línea de la oposición a los abusos de poder, independientemente de que fueran cometidos por regímenes autoritarios o democráticos. El desafío para ellos es convertir sus movimientos de protesta en cambios políticos duraderos, expresados en la forma de nuevas instituciones y políticas. En América Latina, Chile, por ejemplo, ha tenido un excelente desempeño económico y democrático, pero en los últimos años hubo una explosión de manifestaciones estudiantiles que señalaron las fallas de su sistema de educación pública.

 

La nueva clase media no representa sólo un reto para los regímenes autoritarios o las democracias nuevas. Ninguna democracia establecida debería creer que se puede dormir en los laureles, simplemente porque lleva a cabo elecciones y cuenta con líderes populares en las encuestas. La clase media impulsada por la tecnología exigirá mucho de sus políticos en todos lados.

 

EE.UU. y Europa atraviesan un crecimiento débil y un desempleo juvenil alto, que en países como España alcanza el 50%. En el mundo desarrollado, la generación mayor le ha fallado a la más joven al cargarla con pesadas deudas. Ningún político de EE.UU. o Europa debería pensar que está a salvo de lo que está sucediendo en las calles de Estambul o São Paulo.

 

*Fukuyama es investigador senior del Instituto de Estudios Internacionales Freeman Spogli, de la Universidad de Stanford. También es autor de “Los orígenes del orden político: Desde tiempos pre-humanos hasta la Revolución Francesa”.

 

 

Las protestas hacen que se

desplome la confianza en las instituciones brasileñas

Juan Arias

2 de agosto de 2013

 

La más castigada es la Presidencia de a República. La Iglesia, los bomberos y los medios de comunicación tampoco se salvan

 

Por primera vez, y a causa de las protestas en la calle, las 18 instituciones más importantes de Brasil, desde la Presidencia de la República hasta los bomberos, han perdido la confianza de los ciudadanos. Ninguna de ellas se ha salvado de la quema, según el sondeo del Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadística (Ibope), un órgano privado que cada año mide el índice de Confianza Social.

 

“Se trata de una crisis generalizada de credibilidad que refleja el momento que vive el país con las protestas en la calle”, afirma Marcia Cavallari, de Ibope.

 

Entre las 18 instituciones que han perdido credibilidad, la más castigada ha sido la Presidencia de la República, que ha perdido tres veces más que el resto. De la cuarta posición del año pasado ha pasado a la undécima. En 2010, con Lula da Silva, era la tercera institución con mayor índice de confianza después de la Iglesia y los bomberos.

 

Este año, ninguna de las grandes instituciones se ha salvado, ni siquiera la Iglesia, los bomberos y los medios de comunicación, que solían ser las tres más valoradas por la opinión pública. Las tres han perdido también una parte de la confianza que la sociedad depositaba en ellas.

 

La desconfianza en la Presidencia ha bajado en todas las regiones del país, incluso en el noreste pobre, donde la presidenta Dilma Rousseff siempre tuvo altos índices de aprobación. Esta vez incluso allí la confianza en ella bajó de un 68% a un 54%. En el sureste más rico la caída fue de un 60% a un 34%.

 

En los dos furgones de cola de las 18 instituciones examinadas por el sondeo nacional de Ibope figuran el Parlamento y el Congreso que, junto con la Presidencia, son las dos instituciones que más ha caído en el índice de confianza ciudadana.

 

Entre los problemas apuntados por las protestas de la calle, la sanidad es el más criticado por los ciudadanos. Incluso la confianza ciudadana en la Justicia, que había crecido con motivo del proceso del mensalão en el Supremo, se ha desplomado, quizás porque al año de aquel proceso en el que 25 políticos, banqueros y empresarios fueron condenados de 10 a 40 años de cárcel, todos ellos siguen en libertad. El proceso recomenzará el próximo día 14 para analizar los últimos recursos de los abogados de los reos, antes de proceder a la detención de los mismos.

 

El resultado negativo del Ibope en relación a las instituciones se da a conocer a once meses del Mundial de Futbol, que se anuncia objeto de nuevas protestas callejeras, y a poco más de un año de las elecciones presidenciales en las que el Partido de los Trabajadores (PT), que gobierna desde hace diez años el país, se juega su permanencia o no en el poder.

Médicos cubanos en Brasil: Ciudadanos de segunda

Jorge Hernández Fonseca

13 de septiembre de 2013

 

Los exiliados cubanos que vivimos en Brasil estamos atravesando una situación “sui generis”: por un lado, enfrentamos el trauma de ver como nuestros compatriotas médicos residentes en la isla --enviados al Brasil para trabajar en zonas apartadas junto a colegas de otras nacionalidades en el plan “Más Médicos”-- son tratados como “ciudadanos de segunda”. Todo porque hay una orden de la dictadura castrista --aceptada por el gobierno izquierdista del gigante sudamericano-- que los despoja de prácticamente todos sus derechos (no pueden traer su familia, no pueden contratarse directamente, no pueden moverse del lugar asignado, no pueden ganar el salario previsto…) muy diferente al trato que se brinda al resto de sus colegas brasileños y de terceros países.

 

Esta situación de “apartheit” con los médicos cubanos, muy debatida por la prensa, el Congreso y la opinión pública brasileña (el ciudadano medio la entiende como “trabajo esclavo”) ha evidenciado ante la sociedad del coloso sudamericano el verdadero trato que la “revolución cubana” da a sus nacionales. Como nadie en Brasil quiere creer que los médicos cubanos solamente recibirán 200-300 dólares por mes --de los 4 mil 400 dólares mensuales que el gobierno brasileño pagará a la dictadura cubana-- existe un despertar de la opinión pública local hacia la explotación inhumana existente dentro de Cuba.

 

Cuando las autoridades brasileñas se ven obligadas a admitir que un médico cubano recibe un salario mensual de 30 dólares por mes en la isla, algo del velo castrista cae y queda desnuda la verdadera cara de una dictadura discriminatoria hacia lo mejor de su pueblo. Si el trauma de los cubanos que residimos en Brasil es doloroso al contemplar tanta explotación, la consternación de los brasileños no es menor, incluso la de los “izquierdistas”.

 

¿Es esta explotación --esta discriminación-- lo que quiere el gobierno de Brasil para con sus ciudadanos? Si no fuera así, ¿por qué acepta tratar a los médicos cubanos discriminándolos, financiando con más de 17 millones de dólares mensuales a los hermanos Castro mientras a cada médico cubano le paga una limosna de 300 dólares mensuales? ¿En qué parte de este convenio ‘leonino’ está la “justicia social” o incluso “la lucha contra la explotación capitalista”? ¿Cómo puede el gobierno de un país abierto, demócrata como Brasil, que contrata médicos de varios países, discriminar inhumanamente al noble y sufrido pueblo cubano? ¿No es este “bloqueo” del salario de los médicos cubanos algo similar que el famoso “bloqueo americano”?

 

Las anteriores interrogantes nos llevan a concluir que hay factores ocultos por detrás de los hechos. La presencia en Brasil de los médicos cubanos para trabajar en el interior de la geografía brasileña, además de tener la ventaja (electoralista para el gobierno) de ofrecer ayuda médica a poblados apartados, tiene ciertamente el objetivo de colocar “cabos electorales” en zonas remotas, que harían propaganda para la reelección del actual gobierno, acosado por protestas callejeras y que el año próximo --cuando Castro completará los 4 mil médicos comprometidos-- enfrentará elecciones presidenciales de difícil pronóstico actualmente. En paralelo --como parte de la estrategia-- el gobierno izquierdista de Brasil financiaría así la represión dentro de Cuba, tirando el salario de los médicos y entregándoselo casi íntegro a los hermanos Castro.

 

Sin embargo, este trato discriminatorio que el gobierno brasileño da a sus “promotores electorales”, podría convertirse en un arma de doble filo. Si bien los cubanos harán propaganda en favor de la izquierda local, su propia presencia --ganando una fracción insignificante del salario (la parte mayor irá a los bolsillos de sus amos en Cuba)-- se constituirá en otra propaganda negativa, efectiva y poderosa contra aquellos que explotan de manera inhumana unos profesionales sacrificados pero cautivos.

 

Es difícil afirmar que el plan del gobierno brasileño con los médicos no es para beneficiar poblaciones carentes. Sin embargo, los razonamientos anteriores, las respuestas a medias y la falta de explicaciones convincentes sobre las interrogantes formuladas, conducen al sendero ‘electoralista’ de la reelección de la actual mandataria, sumado a la estrategia del gobierno actual para financiar el desastre castrista en la isla. Las autoridades brasileñas pagan 4.400 dólares por mes a cada médico dentro del plan “Más Médicos” para interiorizar la salud pública con unos pocos médicos brasileños y con un puñado de médicos extranjeros. En el caso de los 4 mil médicos cubanos, mayoría dentro del plan, se le suma a su tarea médica la labor electoralista más el apoyo gubernamental izquierdista para que no reciban el pago que merecen, con el único objetivo de financiar la dictadura con el salario de los galenos.

 

El gobierno brasileño es de continuidad de un gobierno anterior de 8 largos años, también amigo de Castro, pero nunca antes mostró interés en los médicos cubanos; ¿por qué ahora, a menos un año de las elecciones presidenciales y estando Cuba en crisis económica, se organiza un plan de este tipo sin discutirlo previamente con la sociedad brasileña, ni siquiera con las asociaciones médicas del país?

 

Toda esta historia “mal contada” se explica cuando sabemos que el gobierno de Brasil quiere sustituir Venezuela como financiador de la dictadura castrista, mientras ésta le ayuda a mantenerse en el poder ganado las próximas elecciones con la ayuda de los médicos cubanos.

 

 

El antiimperialismo de Rousseff

y los problemas en casa

Alejandro Armengol

19 de septiembre de 2013

 

Rousseff volvió a criticar las políticas económicas de Obama

 

Al parecer el antiimperialismo continúa dando réditos electorales en Latinoamérica. Si a esto se une que en la zona sur del continente, proclamarse un paso más a la izquierda está de moda, el desplante de la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, al Gobierno de Barack Obama, es sobre todo un asunto de política nacional.

 

No es algo nuevo. Un viejo axioma plantea que la política exterior de un gobierno es una prolongación de su política nacional.

 

Rousseff ha cancelado su visita oficial a Estados Unidos, programada para el próximo 23 de octubre. Ya la prensa señala que con ello se ha anotado buenos puntos, tantos en el exterior como en su país.

 

Queda como una mandataria fuerte, que no teme plantarle cara a Washington. Lo saludarán con euforia sus aliados ideológicos. Es decir los gobiernos populistas de la región, y en especial el régimen cubano, que no se imita en la economía y el enfoque social, pero se respeta en política o —si se quiere ser más franco— en demagogia.

 

Porque hay cierta demagogia en el gesto. No en el reclamo por el espionaje practicado sobre Brasil por el gobierno estadounidense, sino en las acciones tomadas durante el planteamiento del asunto.

 

El gobierno brasileño considera las revelaciones sobre el espionaje a ciudadanos y empresas de su país como un hecho “grave” y “un atentado a la soberanía nacional”. Es cierto, pero exigir una respuesta y excusas “por escrito” en el plazo de una semana fue algo que desde el inicio se sabía Estados Unidos no iba a cumplir. Máxime si la exigencia vino acompañada de que la persona que tenía que responder por escrito era el propio presidente estadounidense.

 

En esa decisión, la presidenta se apoyó en dos puntos clave: la fortaleza de su país y la relativa debilidad electoral en que ha quedado luego de la oleada de protestas populares recientes.

 

Acudir al socorrido punto de la soberanía siempre viste bien en Latinoamérica, y Rousseff cuenta ahora con un buen tema para hacer campaña electoral para la presidencia en 2014. Tiene el ejemplo cercano de la candidata presidencial chilena Michelle Bachelet, que ha hecho de la promesa de un gobierno más a la izquierda que en su anterior mandato un factor importante en la contienda de su nación.

 

Todo apunta a que en la decisión de Rousseff pesó mucho el consejo de su mentor político, Luiz Inácio Lula da Silva, y aquí es donde la sagacidad política del momento se torna en una muestra de estancamiento —quizá sería mejor decir retroceso— de su línea política, que ha dado muestras de no apegarse tanto al esquema de izquierda tradicional de Lula.

 

Porque lo que fortalece ahora a Rousseff es también una señal de desencanto de cara al futuro. Avanzar con un proyecto de desarrollo social y económico que se fundamenta en la cordura y moderación —al poner en práctica un objetivo de justicia social y lucha contra la pobreza dentro de una plataforma que se sustenta en una estructura económica capitalista que no solo no critica y limita a la empresa capitalista sino la apoya— y al mismo tiempo practicar en el campo de la política internacional alianzas y gestos de complacencia con la izquierda radical, es una actitud esquizofrénica que puede permitirse Brasil gracias a ser un país grande pero no tan poderoso como quisiera.

 

En última instancia, Brasil tiene que realizar de vez en cuando esos gestos para demostrar una independencia que tiene, pero también para enmascarar una debilidad a la hora de influir internacionalmente, y que no ha podido superar.

 

Uno de los efectos más negativos, durante la presidencia de Lula, fue la reivindicación de un antinorteamericanismo vetusto, prisionero de la década de los sesenta y setenta. En un primer momento se pensó que traería un segundo aire para una izquierda latinoamericana, que se sabía relegada por la historia y no se resignaba a perder. Sin embargo, ese segundo aire quien logró otorgarlo fue el fallecido presidente venezolano Hugo Chávez, solo que no en una forma de avance —salvo por el nombre adoptado y sin sentido de “Socialismo del Siglo XXI— sino mediante una vuelta a un pasado de agigantar el poder y los recursos de una maquina estatal obsoleta, rentista e ineficiente.

 

Por supuesto que hay que repetir que Brasil tiene todo su derecho a pedir explicaciones, y que la visita suspendida en la práctica se traducirá apenas en la demora por varios meses de un encuentro oficial que se producirá en el futuro.

 

De hecho, la actual administración estadounidense ya está adoptando medidas para corregir algunos excesos, aunque continuará realizando acciones que en algunos casos despertarán justa ira, pero que en otros no dejan de ser salvaguardas necesarias en la época actual. Como siempre, no vivimos en el mejor de los mundos.

 

Sin embargo, no deja de resultar sospechoso que se aproveche una situación de la cual el presidente Barack Obama es responsable, pero no totalmente culpable, para marcar una distancia oportuna —por no decir oportunista— con un mandatario que se sitúa en las antípodas de George W. Bush. La discusión privada entre gobiernos y la mediación diplomática es lo que seguramente brindará los mejores resultados, y sin duda es lo que ya se ha impuesto. Claro que, por lo general, la diplomacia callada y tranquila no brinda tantos votos como los gestos altisonantes.

 


El mensualón brasileño

y la impunidad de los poderosos

Jorge Hernández Fonseca

20 de septiembre de 2013

 

Los antecedentes del mensualón brasileño (en Brasil lo llaman “mensualón” porque cada diputado o senador recibía una mensualidad elevada de dinero en efectivo, a cambio de lealtad al gobierno de Lula da Silva) se remontan al año 2005. Por discrepancias con el partido gobernante, Partido de los Trabajadores, PT, el jefe de uno de los partidos aliados al gobierno denunció el esquema de “compra” ilegal de parlamentarios envolviendo sumas considerables procedentes de las arcas del estado, mediante un esquema ingenioso de desvío de dinero público, con apoyo de bancos privados y públicos combinados con una empresa de publicidad.

 

José Dirceu, ministro entonces de la Casa Civil (una especie de Primer Ministro) era el segundo hombre del presidente Luis Ignacio Lula da Silva y dirigía su equipo ministerial. Dirceu había sido presidente del PT en los últimos años y fue una pieza clave para la elección de Lula.

 

Dirceu se había exiliado en Cuba durante la dictadura militar, donde según afirman sus compañeros exiliados, hizo compromiso con la inteligencia cubana, la cual lo sometió a una cirugía facial para deformar su rostro y fue enviado de regreso al Brasil con identidad cambiada, con vistas a realizar labores propias de la inteligencia cubana. Una vez instalado en Brasil, Dirceu se casó y tuvo familia, hasta que sobrevinieron los cambios democráticos. Junto a Lula da Silva fue fundador del PT, convirtiéndose en uno de sus hombres más cercanos.

 

Lula fue electo para su primer mandato como presidente de Brasil en 2002, con el compromiso escrito de “no cambiar el escenario de economía de mercado y democracia política”. En la época, la dictadura castrista ensayaba en Latinoamérica un nuevo esquema de “toma del poder político”: elecciones democráticas ganadas por un populista financiado por el castrismo, que una vez en el poder cambiaría la Constitución, para imponer, desde el gobierno, un régimen “socialista”. La primera experiencia triunfal había sido Venezuela, que eligió a Hugo Chávez y en secuencia Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador.

 

Existe la conjetura de que Lula da Silva se comprometió a respetar el sistema brasileño con el objetivo de cumplir su palabra, pero elegir como su sucesor al hombre de confianza de Fidel Castro en Brasil, José Dirceu, con vistas a --libre Lula de su compromiso-- ensayar en Brasil el mismo esquema “triunfal” de Venezuela, Bolivia y Ecuador, llevando el país al castrismo. Ese punto de vista justifica en parte el esquema de compra de parlamentares, cuyo jefe era Dirceu y no Lula da Silva, con vistas a que esa compra de voluntades le sirviera como una atadura a cada parlamentario para que en el futuro no se opusiera a la maniobra “socializante”.

 

En favor de esta tesis está el hecho de que la sustituta de José Dirceu entonces es la actual presidenta Dilma Rousseff, cuando producto del escándalo lo sustituyó como ministra de la Casa Civil. Rousseff ocupó el mismo cargo ocupado por Dirceu antes, saltando a la presidencia del Brasil. Desde este alto cargo, Dirceu preparaba su camino a la presidencia, con mucho poder y dinero.

 

El esquema fue descubierto y estalló el escándalo que puso de relieve el mecanismo de desvío de dinero público dirigido centralmente por José Dirceu --que no afectó en la época a Lula da Silva-- el que fue preservado tanto por los corruptos como por los acusadores. La corrupción arrastró también el presidente, al tesorero y al secretario general del PT, todos acusados de corrupción.

 

Se inició así un proceso judicial, que en Brasil --y por tratarse de ministros y altos cargos del partido político en el poder-- correspondió al Tribunal Supremo de Justicia, como foro jurídico para juzgar ese personal de tan alto nivel gubernamental. El proceso de arrastró por casi siete largos años, hasta que a mediados de 2012, se inició el conocido como “Juicio del Siglo”. La naturaleza política del juicio hizo que este se alargara, llegando hasta el presente año 2013, cuando se dictaron sentencias, que resultaron en 25 condenados a diversas penas de cárcel.

 

Según la legislación brasileña, las penas de cárcel son cumplidas en régimen cerrado, semi-abierto, o en prisión domiciliaria, según sean reos primarios y también según sean los años de condena. En el caso del “mensualón”, Dirceu fue condenado a más de 10 años de prisión en  régimen cerrado y otros altos cargos del PT a regímenes semi abiertos, por lo cual la estrategia de las defensas insistieron, en esta fase final del juicio, en hacer valer un dudoso procedimiento de apelación --cuando ya las sentencias fueron dictadas-- con vistas a que, algunos de los condenados (12 de los 25 sancionados) pudieran tener el derecho a un nuevo juicio.

 

Así las cosas, el Tribunal Supremo brasileño se dividió al medio. Previamente y como el proceso fue muy largo, algunos de los miembros del Tribunal Supremo se tuvieron que jubilar por ley (a los 70 años en Brasil hay retiro obligatorio) y los nuevos miembros (nombrados por la presidenta y por tanto, supuestamente comprometidos con los “militantes”) desbalancearon la votación para la validad de los recursos de apelación en favor de los reos condenados.

 

En los finales del juicio, Brasil vivió casi una semana ante la expectativa del resultado, porque en la última sesión se había registrado un empate de 5 votos a favor de hacer la apelación y 5 votos en contra, suspendiéndose entonces las sesiones y dejando un último voto para el desempate para la semana próxima, haciendo más evidente la importancia de la decisión del juez que tuvo que decidir con su voto. Se escribieron muchos artículos a favor de hacer las apelaciones, básicamente de simpatizantes de la izquierda y muchos en contra de la apelación, argumentando que así se favorecerían a reos ya condenados, para reducirle las penas.

 

Un aspecto a resaltar es que --de la manera como fue decidido, en favor de hacer un nuevo juicio a efectuarse el año próximo)-- la sensación de impunidad quedaría evidenciada. Los principales reos condenados en el primer juicio (eran 12) transmitido entonces por TV, en el que se ventilaron sus culpas, darles la oportunidad de un nuevo juicio refuerza la sensación de la misma impunidad que el PT siempre combatió. Una de las principales banderas del partido de Lula da Silva y Dilma Rousseff, viene favorecer ahora a sus “camaradas” corruptos.

 

En este juicio futuro, con nuevos jueces (supuestamente comprometidos con los “compañeros”) se corre el riesgo de que los delitos queden impunes, el poder judicial al máximo nivel quede desprestigiado y la sociedad brasileña en su conjunto se resienta ante la constatación de que los “poderosos” (más que los ricos) son impunes ante la justicia. Hagan lo que hagan, siempre estarán protegidos. Este episodio demuestra una vez más, que no es la ideología de izquierda o de derecha de un partido político lo que define la decencia y la corrección política.

Brasil saca a la luz

los delitos de sus diputados y senadores

Juan Arias

25 de septiembre de 2013

 

190 de los 594 legisladores han sido alguna vez condenados por la justicia o por los tribunales de cuentas

 

La ley de Transparencia ya aprobada en Brasil está sirviendo para que los ciudadanos conozcan mejor la corrupción que se anida en los entresijos del poder y que podrá servir como antídoto en las próximas elecciones del 2014, en las que el Congreso será renovado.

 

La Ley de la Ficha Limpa, aprobada tras una petición popular de más de un millón de firmas, impide a los diputados y senadores que tienen sentencias pendientes en la justicia hasta segundo grado presentarse a las elecciones. Esta norma ha sido un gran catalizador para impedir que presuntos corruptos puedan ser de nuevo elegidos.

 

Para las elecciones de 2014, los más de ochenta millones de electores tienen ya en sus manos el mapa del actual Congreso Nacional donde aparecen -gracias a las nuevas leyes de transparencia- el número de diputados y senadores que han recibido ya alguna sentencia condenatoria de la Justicia o de los Tribunales de Cuentas.

 

El mapa pone de relieve que las críticas contra la corrupción política durante las manifestaciones de protesta social del pasado junio no eran injustificadas. Como ha declarado Claudio Weber Abramo, director ejecutivo de la ONG Transparencia Brasil, los datos “confirman una valorización muy negativa de la actual composición del Congreso".

 

En ese mapa se puede leer que actualmente 190 de los 594 diputados y senadores en ejercicio -prácticamente una tercera parte- han sido alguna vez condenados por la justicia o por los tribunales de cuentas.

 

No se libra ningún partido. Por ejemplo, el PMDB, que cuenta con 101 diputados, tiene 36 condenados; el PT, con 100, aparece con 28 condenados; El PSDB, con 60, tiene 22; el PR con 43, tiene 14; el PSB con 29, 12, etc.

 

Incluso han sido emitidas sentencias de cárcel para 14 diputados en activo. Para trece de ellos, las penas fueron cambiadas por multas o por prestación de servicios sociales.

 

La lista de delitos contra los 190 congresistas condenados es muy variada: homicidio culposo, trabajo degradante, abuso de poder político, ilegalidades administrativas, irregularidades en el uso de dinero público, enriquecimiento personal ilícito, y así hasta 14 tipos de crímenes.

 

En los sondeos sobre el grado de aprobación de las mayores instituciones del país, el Congreso siempre figura en las últimas posiciones. A partir de ahora, las nuevas leyes de trasparencia permitirán que los electores conozcan quiénes han roto su juramento de trabajar a favor de la comunidad y no a favor de sus propios intereses.

 

Las próximas elecciones, las primeras en las que se contará con esa información, serán el mejor test para confirmar el grado de responsabilidad de los electores y de su rechazo a los actos de corrupción perpetrados por sus representantes. Ya no será posible alegar ignorancia a la hora de votar a políticos corruptos.

Rousseff, “la conservadora”

Juan Arias

26 de octubre de 2013

 

Distintas corrientes del Partido del Trabajo creen que la presidenta de Brasil está gobernando desde la derecha

 

El auditorio de la Cámara legislativa de Brasilia apareció el viernes inundado de carteles contra la “privatización” de Petrobras. Se estaba realizando el último debate entre los seis candidatos que aspiran a la presidencia del Partido de los Trabajadores (PT), hoy el partido del Gobierno de la presidenta Dilma Rousseff.

 

Durante las discusiones de los cinco candidatos que representan las diferentes corrientes políticas internas al partido, entre ellas las más a la izquierda, hubo unanimidad en criticar lo que ellos consideran la “privatización” de Petrobras a raíz de la última subasta del campo de Libra en la que salió vencedor el grupo formado por las petroleras privadas Schell y Total y dos estatales chinas.

 

La presidenta Rousseff había explicado días atrás en cadena nacional de televisión que la subasta de Libra no había sido una “privatización”, ya que el 80% de la exploración del petróleo queda en manos del gobierno brasileño. La mandataria debía ya conocer los humores dentro de su partido cuando hizo esa declaración que acabó no convenciendo a los cinco candidatos que aspiran a suceder el 10 de noviembre próximo al actual presidente, Rui Falcão, favorito a la reelección y hombre de confianza del expresidente y fundador del PT, Lula da Silva.

 

Para el candidato de la corriente conocida como Mensagem ao Partido, el diputado de São Paulo, Paulo Teixeira, después de que Dilma fuera acusada de “conservadora” y de crear “inestabilidad polìtica”, llegó a pedir una vuelta “a la izquierda” del partido en un segundo hipotético gobierno presidido de nuevo por el PT.

“No soy de los que quieren aislar al partido, pero tampoco podemos disolvernos en las alianzas partidarias”, dijo al mismo tiempo que pidió una “mayor densidad de izquierdas” para el Gobierno. El candidato de la corriente O Trabalho, Markus Sokol, llegó a calificar de “saboteador” al vicepresidente de la República, Michel Temer, del mayor partido aliado del gobierno, el centrista, PMDB, el segundo con mayor fuerza política en el Congreso después del PT.

 

Hubo hasta quién llego a pedir que el gobierno abandone la alianza con el PMDB para acercarse a los partidos más de izquierdas. El candidato del grupo Esquerda Marxista, Serge Goulart, llegó a defender la “estatalización” de todas las empresas brasileñas ya privatizadas.

 

Por su parte, el diputado, Renato Simões, secretario de los Movimientos Populares do PT, y candidato de la corriente Militancia Socialista, advirtió que la reelección de Roussef estará en riesgo si el gobierno continúa colocando el “piloto automático”. Explicó: “Vivimos turbulencias en junio y julio, el avión dio tumbos, subió, bajó, ahora ha vuelto la bonanza y esperan que el piloto automático nos va a llevar al cielo en 2014”. Y advirtió: “Las cosas no están así. Existe una crisis internacional y el gobierno Dilma presenta inestabilidad económica”.

 

El actual presidente, Rui Falcão, considerado ya duro dentro del partido y que parece tener la reelección asegurada, tuvo que salir al paso de sus contrincantes para defender a Dilma y a su Gobierno. Después de haber afirmado, mientras era silbado, que había visto con “mucha melancolía” los ataques a la administración del gobierno presidido por el partido, afirmó: “A veces me da la impresión de cómo somos oposición a nuestro propio gobierno” y añadió, esta vez arrancando también aplausos: “Debemos defender el gobierno de la presidenta Dilma y mantener la alianza con el PMDB y con los demás partidos de la oposición”, preguntándose enseguida : “¿Qué otro tipo si no de alianzas pondríamos en lugar de la actual?”, rechazando así otras posibles alianzas más a la izquierda.

 

Algunos analistas políticos han destacado que los ataques a Dilma desde dentro de las corrientes más a la izquierda de su partido, podrían convertirse en un punto su favor, si es cierto, como ha revelado un sondeo nacional reciente, que la mayoría de los brasileños se confiesa “conservadora”, tanto política como socialmente.

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.