UMAP

CAMPOS DE CONCENTRACIÓN

EN LA CUBA DE FIDEL CASTRO

El 'Arbeit macht frei' del castrismo

Esta es la página web del profesor Manuel Castro Rodríguez, quien la ha diseñado y es su editor.

 

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Documental

 

de Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal

 

Ramón Lamadrid –el primero a la izquierda en esta foto tomada el 25 de diciembre de 1965- fue asesinado un mes después por la policía militar de los hermanos Castro, al salir de la casa de su madre.

El horror de las UMAP dejó como resultado:

72 muertes por torturas y ejecuciones

180 suicidios

507 personas enviadas a hospitales siquiátricos

A la UMAP Fidel le dio el nombre

El cardenal Jaime Ortega, las Umap y el mandato de Dios

Félix Luis Viera

18 de agosto de 2014

 

¿Sería posible que Dios creara la barbarie y luego enviase a uno de sus ministros para que consolara a los que Él había condenado injustamente?

 

Hasta ahora, no había ocurrido que algún medio de la Isla (recordemos: todos en la nómina de la dictadura) entrevistara a un exconfinado Umap para hablar de este tema.

 

Pero al fin esto ha sucedido recientemente. El pasado 15 de agosto, la emisora Radio 26, de Matanzas, como otras del mismo territorio, entrevistaron al cardenal cubano Jaime Ortega, interesándose los entrevistadores, entre otras cuestiones, sobre la estancia del prelado, durante 8 meses, en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (Umap), reales campos de trabajo forzado que existieron en Cuba de 1965 a 1968, a los que fueron enviados religiosos, homosexuales, amantes de la llamada “dulce vida” y otras personas, jóvenes y no, que no cumplían, según el castrismo, con los requisitos que establecía el dogma comunista.

 

En la entrevista aludida, Ortega expresa que “Las UMAP fueron una experiencia única en la vida de un sacerdote”, y agrega: “Si Dios quiso que esto [las Umap) fuera así, entonces ¿qué quisiera él de esto? Ah, que yo sacara una lección tremenda de lo que es el ser humano, de la misericordia que hay que tener, de lo que sufre la gente y eso es importante”.

 

Es decir, no fueron Fidel Castro y su equipo quienes quisieron “que esto fuera así”. Fue Dios.

 

Dios quien encerró a más de 22 mil hombres inocentes entre cercas con 25 pelos de alambre de púas, más cinco de antifugas. Dios quien determinó que estos hombres, mal comidos, trabajaran de sol a sol rodeados por sus verdugos armados.

 

No fue Fidel Castro, sino Dios quien quiso ponerlos a prueba enviándoles en trenes de carga, sin siquiera agua e inodoros, en autobuses con las mismas carencias, hacia un destino que los implicados desconocían.

 

Dios quien llevó a tantos confinados Umap a automutilarse severamente con tal de evadir la inclemente jornada en el surco y el duro encierro.

 

Pero para el cardenal Jaime Ortega: “No creo que [las Umap] me marcara negativamente, en el sentido de tener después recelos y rencores. En medio de todo eso fue una experiencia tremenda de conocer la vida, como no la puede conocer uno en los estudios de Teología”.

 

“Como no la puede conocer uno en los estudios de Teología”, dice el cardenal. Se me ocurre, a partir de lo dicho por el purpurado, que el catolicismo debería implantar, en el mundo todo, algún salvajismo parecido para que los sacerdotes se graduaran con verdaderos honores en la Teología.

 

En la entrevista citada, el Cardenal hace saber que salió de Cuba en 1960 “en una situación dificilísima”. “El país estaba en una agitación enorme, estaba comenzando un éxodo tremendo. (…) Después vino el cierre de los colegios por la nacionalización de las escuelas, la salida de muchos sacerdotes y de religiosas”.

 

“La salida”, dice el cardenal Ortega, no “la expulsión”. No vio el Cardenal a las monjas y alumnas vejadas, maltratadas, insultadas por las turbas que se decían “revolucionarias”; no las vio llorar junto a las escuelas que eran cerradas de modo inclemente delante de sus ojos.

 

No estuvo el Cardenal cerca de una iglesia católica, cercada por las hordas “revolucionarias” que durante horas bramaban hacia el interior de la instalación: “¡Los curas, cabrones, /que se quiten la sotana/ y se pongan pantalones!”

 

No lo vio. No supo de eso.

 

Durante sus 8 meses de confinamiento en las Umap (Unidades Militares de “Ayuda” a la Producción, no de “Apoyo”, como dice en el texto a que nos referimos), el cardenal Jaime Ortega afirma que “Sería increíble el anecdotario de lo que era la presencia de un sacerdote en medio de aquellos hombres desesperados. Yo era muchacho”.

 

“Yo era muchacho”, dice. Sobre esta frase tengo mis dudas: ¿se es un muchacho a los 30 años de edad? Según la Unicef, uno es niño hasta los 18 años.

 

Un muchacho sí, un niño entonces, era aquel que vi, agobiado por la premura que exigían los soldados con bayoneta calada que rodeaban el tren, aquella madrugada del 20 de junio de 1966, para que los reclutados, luego de día y medio encerrados, se lanzaran del vagón a toda prisa, caer de espaldas y, sin duda, fracturarse la columna vertebral, según los gestos inútiles que hacía para ponerse en pie; aquel que, con los ojos desorbitados, estiró el brazo hacia quien le quedaba más cerca, yo, con la ilusión de que lo ayudara a incorporarse; en el instante mismo en que la punta de una bayoneta me indicó seguir el recorrido hacia los camiones que esperaban.

 

Un niño, un muchacho, mi amigo Luis Becerra Prego, 17 años, que una noche, desesperado, sin duda fuera de sí, me pidió que lo matara, que él no podía resistir más y no tenía valor para hacerlo con mano propia.

 

En otras de sus anécdotas en la entrevista citada, Ortega cuenta que “Un hombre que no sabía leer ni escribir me pedía que yo le leyera las cartas de su mujer, más nadie que usted me las lee. Después él me decía lo que quería ponerle a la mujer en las cartas”.

 

¿No habrá en lo anterior algún anacronismo? Lo digo porque es de conocimiento mundial que, en el año 1961, en Cuba se erradicó para siempre el analfabetismo.

 

Cuenta asimismo el Cardenal que, poco después de haber llegado al campamento al que lo habían destinado, “Viene un grupo y me rodea a mí. Uno de ellos me dijo: ‘usted ha venido aquí para darnos consuelo’ y yo dije ‘… ah ya, aquí habló la voz de Dios, para eso estoy aquí’. Para eso estaba yo allí”.

 

Me surge una duda: ¿sería posible que Dios creara la barbarie y luego enviase a uno de sus ministros para que consolara a los que Él había condenado injustamente?

 

“Al salir de la jefatura de policía [de Palma Soriano] nos sacaron atravesando el parque central a la vista de todo el pueblo custodiados por guardias con bayonetas. Recuerdo la mirada de mi hijo, que tendría entonces unos nueve o diez años, que veía a su padre, preso. Me quedé allí contemplando aquella cara. Aquello fue algo que me partía el alma. Mi esposa estaba a su lado. El viaje desde Palma Soriano hasta Esmeralda [hacia las Umap] duró como 20 horas. Durante el viaje sólo tomamos agua en Contramaestre y eso servida en cubos que tenían jabón en el fondo”. Testimonio del reverendo Orlando Colás, de 38 años de edad, aparecido en el invaluable libro La Umap: El gulag castrista, del emblemático y ya desaparecido historiador cubano Enrique Ros (Ediciones Universal, 2004). En el viaje, Colás se fracturó una costilla, pero aun así “Nunca pude ver a un médico para mi hueso roto más bien me obligaban a trabajar y si me quejaba o explicaba mi problema se burlaban de mi profesión pastoral”.

 

Del mismo libro de Ros, transcribo varios de la infinidad de impactantes testimonios recogidos en él.

 

El confinado Renato Gómez relata que, capturados tres “soldados” Umap que habían intentado fugarse: “Un capitán oriental, mulato, con el pelo peinado a lo Angela Davis, nombrado Iván Magaña, constantemente los increpaba, escupía hacia donde ellos estaban, y les echaba al hueco la tierra que ellos sacaban empujándola con las botas. Era una situación tan insoportable que salieron rápidamente del hueco que abrían, que estaba justo al lado del barracón donde dormían y donde pretendían enterrarlos hasta el cuello. Confrontaron al oficial intercambiando golpes con él y con un escolta”.

 

Relata asimismo Renato Gómez: “Una tarde aparecieron dos Testigos de Jehová y los pusieron de plantón. Es decir, castigados toda la noche pegados a una cerca”.

 

“Uno de los que más jerarquía tenía entre los Adventistas se apellidaba Martínez. A ese hombre le dieron tandas de golpes, y lo sometieron a las mayores torturas. Un día, porque lo querían forzar a trabajar el sábado, lo sientan en una silla, amarrado, le ponen un cubo de agua arriba para que le cayera sobre la cabeza una gota y otra gota. Al rato los gritos de este hombre llegaban a la Laguna de la Leche” (un sitio que se halla en Morón, municipio de la provincia de Camagüey).

 

Luis Albertini, otro confinado, da fe de que a los Testigos de Jehová “…en los primeros meses del primer llamado —diciembre [de 1965], enero de tanto frío— los bañaban con fango, los dejaban desnudos, amarrados a la cerca toda la noche. Les pegaban con bagazo de caña que no dejaba huella en la piel”.

 

También sobre los Testigos de Jehová, testimonia el ex-Umap Eduardo Ruiz: “Llegaron 32 guajiritos Testigos de Jehová que se negaron a marchar y a ponerse insignias militares”. El castigo fue inmediato: Los “metieron en una cisterna que era por donde llegaba el agua. Allí los mantuvieron de pie sin que pudieran beber agua ni comer alimento alguno. Nosotros nos acercábamos y le tirábamos lo poco que teníamos. A los pocos días los sacaron de allí porque se les iban a morir y los amenazaron con fusilarlos. La respuesta de ellos aún la recuerdo: ‘Fusílennos. Fusílennos. El ejército nuestro no es el ejército de ustedes. El nuestro es el de Dios’”.

 

El también exUmap Orestes Aceituno, manifiesta en el libro de Enrique Ros: “El jefe del batallón 18 era Ramón Zaldívar que se caracterizaba por su crueldad y maltrato a los confinados. Vi allí cómo torturaban a los Testigos de Jehová, y como a un joven negro lo enterraron vivo, dejándole la cabeza fuera por tres días.” En este mismo batallón estaba recluido Orestes Acevedo: “Vi como al confinado 90 (todos teníamos un número) lo metieron tres días en una fosa donde se encontraban los desperdicios de la basura y las excrecencias. En ese campamento se desató un virus de hepatitis que causó grandes estragos entre los confinados, muriendo varios de ellos por no prestarles atención médica”.

 

El ya antes citado reverendo Orlando Colás, narra que en su campamento, Mijail I, como a 11 kilómetros del central Esmeralda, vio los primeros abusos con los Testigos de Jehová (…) los maltrataban; los pinchaban con las bayonetas, los cargaban y los ponían, de todos modos, a marchar poniéndoles un palo debajo entre las piernas, y los alzaban. Si se tiraban al suelo los levantaban a empujones; si gritaban, les echaban tierra en la boca para callarlos Y vimos el castigo a los Adventistas del Séptimo Día que, por respeto, no trabajan los sábados. Como en los campamentos se trabajaba los siete días de la semana, los forzaban a trabajar los sábados.

 

“A un adventista, reverendo Isaac Suárez, lo amarraron a un naranjo lleno de espinas y le decían: —Ahora tú eres Jesucristo, y te vamos a crucificar. Lo dejaron así, al sol, todo el día. A otro lo llevaron fuera y le hicieron lo mismo. A algunos los metieron en la tierra tapándolos completamente, dejándole fuera solo la cabeza, dos días al sol”.

 

Pedro Cedeño, un joven de Cabaiguán reclutado para las Umap, recuerda que el primer día del “pago” mensual (7 pesos), los 15 o 20 Testigos de Jehová que había en su campamento, se negaron a recibir el sobre con el pago. “Les dieron una paliza enorme. Se los llevaron al patio y los pusieron contra la cerca amenazando con fusilarlos. Trajeron soldados con armas largas pero tiraron al aire. Los Testigos se quedaron imperturbables, como si nada pasara”.

 

Juan Rodríguez, de San José de las Lajas y de 16 años de edad, afirma en La Umap: el gulag castrista, que en su campamento vio muchos casos de mutilaciones: “yo mismo fui ‘mutilador’ cuando algunos compañeros me lo pedían. Lo hacía no con el machete sino con una mocha afilada”. Agrega Rodríguez que allí en su campamento hubo casos de rebeldía, como el de “dos homosexuales [que] trataron de fugarse”, pero fueron capturados y regresados al campamento. Entonces “el capitán Zapata comenzó a interrogarlos y maltratarlos” y “uno de ellos lo escupió. Fue violentamente castigado” y en el campamento “se creó una muy tensa confrontación”.

 

El Pastor Manuel Molina, confinado en el campamento de Mola (de cuyo nombre no quiero acordarme), en el cual estaban confinados religiosos de distintas filiaciones, narra en el libro de Enrique Ros:

 

“Nos tomaron a 17 religiosos; adventistas, Testigos de Jehová y del Bando Evangélico Gedeón, y nos amenazaron con fusilarnos”

 

“Nos fueron llamado uno a uno detrás de un monte espeso y los que quedábamos oíamos las descargas de los fusiles. Al terminar conocimos que era sólo unos falsos fusilamientos. Pero vencimos porque nos permitieron continuar respetando el sábado como el Día del Señor”.

 

En La Umap: El gulag castrista, el exconfinado Renato Gómez cuenta que conoció al hoy cardenal Jaime Ortega cuando este era “un sacerdote lleno de amor, buena persona. Antes de ser cardenal yo hablé con él infinidad de veces. Las UMAP era un tema que él no quería tocar. Cuando regresamos a La Habana yo le manejé algunas veces y en una oportunidad, en un viaje de regreso me dijo: ‘Te tienes que ir del país. No puedes seguir aquí. Es hora que te vayas’

 

“Me ayudó en mi salida. Pero no quería Ortega hablar de la UMAP, me insistía: ‘Sácate eso de la cabeza. No guardes ningún odio en el corazón para que seas un hombre de bien. Hay cosas que te hacen daño. Tienes que sacarlas. Si no, no vas a ser feliz’. Esa conversación la tuvimos en el Arzobispado de La Habana, el día de mi salida del país cuando fui a visitarlo en compañía de mi familia para despedirnos de él, de su mamá y su tía que estaba con él.

 

“En sus visitas a Miami lo vi en varias ocasiones en casa de sus familiares; no tuvimos mayor comunicación y las posiciones no eran coincidentes. Nunca me visitó en España. Sí compartí cuando estaba en España con otros obispos y sacerdotes que ejercen su labor aún en Cuba, con los que me unen buenos afectos. Luego de su ordenación ya no tuvimos mayor comunicación. Discutíamos”.

 

Dios mío, si has sido Tú el responsable de que mi madre y miles más lloraran veinte días con sus noches sin saber hacia dónde se habían llevado a sus hijos; si fuiste Tú quien decidió que mi amigo Armando Suárez del Villar, aun con sus pies planos y escoliosis, tuviera que bregar en un surco de sol a sol, o que mi compañero Jesús Soriano, con un solo pulmón, tuviera que realizar labor semejante y semejante trabajo, hasta el desmayo, aquel Luis Estrada Bello, el hombre físicamente más débil que he visto en mi vida…; si fuiste Tú quien decidió que aquellos hombres, víctimas, sin embargo arrastraran de por vida el expediente de victimarios, que aún hoy pesa sobre los sobrevivientes… Yo no podría perdonarte.

 

Pero yo sé que no fuiste Tú.

 

Hoy, como siempre, queda en tus manos perdonar o no a tus ministros descarriados.

 

Ya ven. Así van las cosas.

 

 

¿Qué fueron las UMAP?

Antonio José Ponte

23 de febrero de 2014

 

Trabajos forzados, reeducación política, tratamiento de la homosexualidad como enfermedad, instrumento para la modernización del ejército...  Joseph Tahbaz ha publicado un estudio enjundioso sobre el tema

 

La pregunta del título podría aparecer también en tiempo presente, y no porque las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) se encuentren en funcionamiento, sino porque este tema constituye deuda pendiente.

 

El presente sería entonces el de las interrogantes que esperan por contestación: ¿Qué son las UMAP?

 

Joseph Tahbaz ha publicado en una revista especializada la aproximación más completa que conozco sobre el tema: “Demystifying las UMAP: The Politics of Sugar, Gender, and Religion in 1960s Cuba”.

 

Tahbaz nació y creció en Miami. De madre cubana y padre iraní, él se identifica como cubanoamericano. Tiene 20 años y asiste a Dartmouth College (New Hampshire), donde estudia Historia. Fue allí, en una clase de Historia del Caribe de su primer año universitario, cuando oyó mencionar  las UMAP, le sorprendió no tener noticias previas y, decidido a investigar, descubrió que apenas podía hallarse información.

 

Supo pronto que el tema resultaba incómodo para políticas de distintos signos. “Por un lado, a los de derecha le gusta hablar sobre la represión en Cuba, pero no les gusta hablar sobre los derechos de los homosexuales. Mientras que a los de izquierda les encanta hablar sobre los derechos de los homosexuales, pero evitan hablar de los problemas en Cuba. Y parece ser que entre este cisma ideológico y el estigma contra la homosexualidad, la historia de las UMAP casi ha sido olvidada.”

 

Dentro de las UMAP

 

Según Tahbaz, las UMAP fueron campos de trabajo forzado establecidos en la provincia de Camagüey, en funciones entre noviembre de 1965 y julio de 1968. Dos años antes de que fueran internados los primeros reclusos había sido aprobada la Ley 1129 de Servicio Militar Obligatorio, que serviría como justificación oficial: se alegó que allá iban quienes no podían cumplir el servicio militar regular.

 

Un estimado hecho por dos antiguos agentes de la inteligencia cubana eleva a 35.000 el número de reclusos. La mayoría, religiosos y homosexuales. Religiosos de diversos credos: Testigos de Jehová, abakuás, adventistas del Séptimo Día, católicos, bautistas, metodistas, pentecostales, episcopalianos, santeros, gedeonistas.

 

Joseph Tahbaz ha compilado un catálogo de reclusos: universitarios ideológicamente inconformes, sacerdotes, artistas, intelectuales, hippies, marihuaneros, drogadictos, prisioneros políticos, funcionarios acusados de corrupción, emigrantes potenciales, criminales, chulos, campesinos reacios a la colectivización de las tierras, vagos, trabajadores ilegales por cuenta propia… De ellos, se ocupa detalladamente de los Testigos de Jehová, los adventistas del Séptimo Día, los abakuás y los homosexuales.

 

Los antiguos reclusos que entrevistara le negaron que hubiese mujeres en las UMAP, aunque varios autores —Lillian Guerra, Louis Garinger y José Conesa Martínez— sostienen la presencia allí de prostitutas y lesbianas, y cabe la posibilidad de que estuviesen confinadas en campos de los cuales aquellos reclusos no tuvieran noticia.

 

Eran los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) los encargados de facilitar candidatos, y podía ser internado cualquiera que fuese considerado “antisocial” o “contrarrevolucionario”. Tahbaz apunta que las UMAP no se mantuvieron en secreto: Fidel Castro las mencionó en un discurso de 1966, y al menos una docena de artículos publicados en la prensa cubana entre 1966 y 1967 dieron cuenta de su existencia. Sin embargo, discurso y artículos ocultaron la verdadera naturaleza de aquellos campos: llegaron a publicarse entrevistas con reclusos llenos de entusiasmo por el trabajo que hacían.

 

En su estudio, Joseph Tabahz expone el procedimiento seguido para la recogida, transportación y llegada, así como la composición, régimen y dimensiones de los campos. Los reclusos trabajaban largas jornadas en la agricultura de lunes a sábado (desde el amanecer hasta el anochecer durante la zafra azucarera), se les negaba la comida en el caso de que no cumplieran las cuotas de producción, recibían el mismo pago de los movilizados por el Servicio Militar Obligatorio (7 pesos) y tenían libres aquellos domingos en que no fuese programado trabajo voluntario.

 

Los campamentos ostentaban nombres como “Viet Nam Heroico”, “Mártires de Girón” y “Héroes del Granma”. En cada uno, el político a cargo se ocupaba de la reeducación de los reclusos, y las sesiones de concientización solían ser más largas los domingos. En ocasiones, sobre todo cuando recibían permiso de visita, los hacían marchar vestidos de uniforme. Seguramente con el fin de hacer creíble la versión de que aquello era una suerte de servicio militar.

 

Hubo, según afirma Tahbaz, toda variedad de trato por parte de los guardas, desde el abuso hasta la compasión. Pero quienes recibieron el peor fueron, indudablemente, los Testigos de Jehová. Golpeados, pasados por falsas ejecuciones, enterrados hasta el cuello, atados desnudos con alambre de púas sin comida ni agua, hundidos en la mierda de las letrinas, colgados por los brazos del asta de la bandera… No les permitían recibir visitas o correspondencia, y no gozaban de pase. Y entre las posibles causas de esa especialización del escarnio menciona Tahbaz las conexiones de su credo con los EEUU y el apoliticismo remarcado del que esos religiosos daban muestras.

 

¿Creadas para qué?

 

Sin descartar el celo ideológico y la intransigencia política que dieran lugar a la creación de las UMAP, Tahbaz estudia otros factores, de carácter económico y empresarial, relativamente desatendidos por quienes se han acercado a este tema.

 

Las creación de las UMAP fue, a juicio suyo, un “movimiento altamente estratégico por parte de los militares cubanos”, que permitió alcanzar tres objetivos esenciales para la conversión del ejército en una institución profesional: neutralización de potenciales contrarrevolucionarios, creación de puestos para personal militar que no cumplía con los estándares de la modernización del ejército, y formación de una fuerza laboral que ayudara a reducir los costos de las numerosísimas fuerzas armadas.

 

De manera que no solo los reclusos estaban allí por apartarse de ciertas normas, sino también los guardas.

 

“La función vital de las UMAP no era matar civiles, sino aprovechar la fuerza laboral de las 'lacras sociales', sin preocupación alguna por su costo humano”, resume Tahbaz. Como su estudio puntualiza, en la Cuba de los años 60 el trabajo impagado era la norma, no la excepción. Existía una creciente falta de brazos para el trabajo agrícola y se hicieron imprescindibles las movilizaciones “voluntarias” y la utilización en esas tareas de soldados y de presos políticos. La apuesta por el azúcar, que tendría su apogeo en 1970, obligó a buscar fuerza de trabajo desesperadamente. Un artículo publicado en 1967 en Verde Olivo, revista de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), bajo el título “¿Qué es la UMAP?”,  preguntaba cómo resolver el problema de la escasez de brazos para la zafra.

 

La respuesta estaba, evidentemente, en esos campos de trabajo forzado.

 

¡A erradicar la homosexualidad!

 

Las UMAP constituyeron parte de una política sanitaria de erradicación de la homosexualidad, entendida como enfermedad prevenible. Joseph Tahbaz cita un informe del ministro de Salud Pública que, en 1965, llamaba a la prevención temprana de esos casos. Cita también un artículo del Dr. Eduardo Gutiérrez Agramonte, director de la Revista del Hospital Psiquiátrico, que abogaba por tratamientos de la homosexualidad a base de descargas eléctricas y hormonas.

 

Investigadores de la Universidad de la Habana fueron enviados a las UMAP para estudiar la “rehabilitación” de homosexuales. Tahbaz cita el siguiente testimonio del dramaturgo Héctor Santiago: ”A veces te dejaban sin agua y sin comida durante tres días mientras te mostraban fotos de hombres desnudos, y luego te daban comida y te mostraban fotos de mujeres. Si no eras diabético y te inyectaban insulina, entrabas en shock, te orinabas, te defecabas, vomitabas… Descargas eléctricas… Perdías la memoria, y dos o tres días después no sabías quién eras, estabas catatónico y no conseguías hablar”. 

 

El tratamiento se repetía una y otra vez hasta que los investigadores confirmaran, mediante interrogatorio, la rehabilitación del recluso paciente. Sin embargo, medio año después de iniciarlos, las autoridades suspendieron esos tratamientos, en vista de la inefectividad demostrada.

 

Pese a todo lo anterior, Tahbaz considera que aquellos historiadores que caracterizan las UMAP como el ejemplo extremo de una política de represión contra los homosexuales no alcanzan a describir completamente lo que fueron esos campos. Porque la política de represión del Estado abarcaba, no solo a los homosexuales, sino a toda la población cubana.

 

“En lugar de explicar la historia de las UMAP, muchos han tratado de defender a la revolución cubana con respecto a este tema, como si fuera la excepción de una revolución magnánima”, opina Tahbaz. “Sin embargo, lo que he encontrado es que las UMAP no fueron ninguna excepción, sino una parte clave de las metas y la política de la revolución cubana.”

 

¿Campos de concentración o no?

 

De los 35.000 reclusos, 500 terminaron bajo cuidados psiquiátricos, 180 eligieron el suicidio y 70 murieron por torturas. No obstante, las UMAP no podrían catalogarse como campos de exterminio, pues allí no se buscaba expresamente la muerte de los reclusos. Tahbaz niega que fueran campos de concentración, y su argumentación en este punto resulta bastante débil.

 

En un volumen dedicado a los campos de concentración soviéticos —Gulag. A History (la traducción al español, Gulag. Historia de los campos de concentración soviéticos, cuenta con varias reediciones)— Anne Applebaum traza una genealogía de los campos de concentración que se inicia en la Cuba colonial, durante la campaña de reconcentración ordenada por Weyler, pasa luego por la guerra anglo-bóer, por la colonización alemana de África, y desemboca en el  Tercer Reich y en la Unión Soviética. (Otra posible genealogía sitúa el origen de los campos de concentración, no en la Cuba del siglo XIX, sino en la Polonia del siglo anterior,  cuando los rusos aplastaron el levantamiento de nobles confederados en la fortaleza de Bar.)

 

Abiertos en distintas épocas y países, todos los campos de concentración enumerados por Applebaum terminan unidos por esta formulación de base jurídica: “Entiendo por campos de concentración aquellos construidos para recluir a personas no lo por lo que hayan hecho, sino por ser quienes son. A diferencia de los campos para delincuentes comunes o para prisioneros de guerra, los campos de concentración fueron edificados para una categoría peculiar de prisionero civil no criminal, el miembro de un grupo 'enemigo', o en todo caso de una categoría de personas que, por razones de su raza o presunta posición política, era considerada extremadamente peligrosa o prescindible para la sociedad”.

 

Aceptada esta fórmula, un campo de concentración puede incluir más o menos respeto por la vida de los recluidos, pero eso no cambiará su carácter. Y tampoco lo cambiarán los objetivos económicos que persiga o la reeducación a la que sean sometidos los reclusos: seguirá siendo un campo de concentración.

 

Las UMAP podrían entenderse, creo, como campos de concentración donde fue impuesto un régimen de trabajo forzado (como en el archipiélago Gulag) y un régimen de reeducación política, a la manera china bajo Mao Tse Tung. (Frank Dikötter se ocupa de esta última modalidad en su recién aparecido The Tragedy of Liberation: A History of the Chinese Revolution, 1945-1957.) A lo que habría que agregar una particularidad más, por breve que haya sido en la práctica: la experimentación médica en busca de “rehabilitación” para los homosexuales.

 

Historia por hacer

 

Recientemente, el investigador Abel Sierra Madero recordaba una promesa hecha hace más de tres años por Mariela Castro Espín. La directora del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) anunciaba entonces una investigación en marcha sobre las UMAP y, en realidad, le daba largas al asunto. Pues hasta ahora no ha aparecido artículo o resultado alguno de esa investigación.

 

“La historia de este período está por hacerse, aunque ya ha empezado a escribirse”, afirmaba Sierra Madero, con la esperanza puesta lejos de los predios del CENESEX.

 

Sin dudas que  el trabajo publicado por Joseph Tahbaz es un ejemplo notable de esa empresa intelectual. “Todavía queda mucho que decir sobre las UMAP”, me ha comentado él. Para agregar: “Ojalá que mi artículo contribuya a pensar el impacto de esos campos, y ojalá inspire a más exconfinados a compartir sus experiencias”.

El carcelero bugarrón de La Virginia

José Hugo Fernández

12 de julio de 2013

 

Hace más de 40 años que Cuco logró salir vivo de las UMAP, pero aún sigue asustado. En días atrás, coincidimos en una cola para comprar papas, en el conocido agromercado habanero de Tulipán. Nunca antes habíamos conversado, que yo recuerde, aunque él dijo haberme conocido en los 80, mediante amigos comunes. Tapándose la boca con una mano, a modo de mascarilla aséptica, mientras miraba nerviosamente a su alrededor, y arrimaba –demasiado para mi gusto- su voz a mi oreja, me contó el triste drama de Benjamín.

 

Cuco entabló amistad con Benjamín en aquellos campos de concentración tan graciosamente llamados Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). Juntos fueron aprisionados, en noviembre de 1965, y conducidos a un centro de confinamiento, en montes intrincados de lo que hoy es la provincia Ciego de Ávila. Al igual que otros 30 mil inocentes, habían sido condenados sin juicio previo ni garantías judiciales. A Cuco, por ser fan de Los Platters, Chuck Berry, Elvis Presley, Little Richard, Roy Orbison, Johnny Cash… es decir, la música del enemigo. Benjamín ni siquiera llegó a saber nunca cuál era su “culpa”, aunque Cuco afirma que lo cargaron por niño bitongo y por ser monaguillo en una iglesia.

 

En cualquier caso, esa no fue su única desgracia, ni la definitoria. En La Virginia, el gulag donde internaron a Cuco y a Benjamín, campeaba por sus entrepiernas un carcelero siniestro y abusador (Cuco lo recuerda sólo por su apellido, Moya), el cual, para más inri, era un vulgar bugarrón, persuadido de que debía aprovecharse de la condición de homosexuales de muchos recluidos, a los que se consideraba con el derecho de violar impune y salvajemente.

 

Entonces, el tal Moya se encaprichó con Benjamín, quien, según Cuco, era un hermoso efebo con 20 años de edad, ingenuo y delicado, pero no era homosexual.

 

El acoso se produjo de inmediato y sin paños tibios. Benjamín no volvería a dormir una sola noche en paz. Tampoco dispondría de un solo minuto de calma.

 

En las frías madrugadas de diciembre y enero, era bajado a tirones de su litera (hasta tres o cuatro veces por jornada) para obligarlo a bañarse con agua helada. Como su constitución física y su falta de fogueo no le permitían cumplir las normas diarias de trabajo forzado, Moya disponía que su cuota alimentaria fuese rebajada al mínimo. Finalmente, lo sacó de las labores corrientes para que se dedicase a abrir trincheras tan hondas como su propia estatura. Y después de abiertas, le ordenaba cubrirlas otra vez con tierra. Si llegaba la noche y Benjamín no había podido cumplir esa tarea, debía seguir cavando mientras los otros descansaban. Cuco me cuenta que en más de una ocasión tuvo que escurrirse de su litera y ayudarlo a cavar, para que pudiese dormir unas horas.

 

También me cuenta que en más de una ocasión le aconsejó a Benjamín que cediera, que cerrara los ojos y apretara lo otro, para ver si una vez saciados sus deseos, Moya le daba algún respiro. El muchacho –cuenta Cuco- permanecía en silencio, como si estuviera evaluando el consejo, pero nunca cedió.

 

Hasta que una mañana amaneció colgado de una sábana en los baños colectivos. Fin del drama. No ocurrió nada más, al menos con respecto a Benjamín, descontando la amenaza que aquel mismo día Moya le dejó caer a Cuco: “Si a mí me pasa algo –me cuenta Cuco que le dijo- no sales vivo de La Virginia.

 

En 1968, Cuco lograría al fin salir vivo de aquel campo de concentración. A Moya, por supuesto, no le había pasado nada. Tal vez ahora mismo, anciano ya, se dedica a hacer la cola del periódico y a sentarse a tomar el sol en algún parque, ajeno, o indiferente en todo caso, ante el daño que ocasionó a sus víctimas y al luto que sembró a lo largo de la Isla. Quizá ni siquiera sospecha que Cuco no ha dejado de temblar durante más de 40 años, al evocar su amenaza.

Los nombres que los Castro no quieren mencionar

Leannes Imbert Acosta

6 de junio de 2013

 

En 1965, una madre cubana gritó, con dolor e impotencia: “¿Habrá alguien, que no sea Dios, con poder suficiente para arrancarle a una madre su hijo, sin decirle siquiera para dónde lo lleva?”. Entonces esa madre ignoraba que Fidel Castro y su pandilla tenían el poder para hacerlo.

 

Hace algunos años, la sexóloga Mariela Castro Espín dijo, para la revista Alma Mater, que “había pedido que la protección de la Constitución de la República de Cuba incluyera explícitamente a los homosexuales”, para evitar la discriminación de que eran víctimas. Y más adelante, el expresidente Fidel Castro admitió públicamente su “responsabilidad” por las conocidas UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción). Entonces, los ilusos creyeron que la revolución cubana comenzaba a cambiar, después de larga represión e injusticia, y que se proponía tomar el camino correcto.

 

Pero se trataba solo de otra jugada para limpiar los nombres de los ancianos comunistas, y pretender que saldaban su deuda con los centenares de inocentes que habían sido víctimas de su intolerancia, su odio y su maldad.

 

No hay dudas que uno de los grupos sociales que más sufrió (y sigue sufriendo) la represión del régimen cubano ha sido la comunidad LGBT (Lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros). A partir de 1959, fueron muchos los horrores perpetrados contra esta comunidad, contra la cual la dictadura se ensañó de modo muy especial. Por ejemplo, las redadas policiales, en 1962, contra proxenetas, prostitutas y “pájaros” (homosexuales), conocidas como “La noche de las tres P”, o el Primer Congreso de Educación y Cultura, en 1971, que decretó el despido masivo y la condena al ostracismo de artistas e intelectuales “de vida amoral y extravagante”; o la aprobación, en 1974, de la ley 1267, que condenaba el “homosexualismo ostensible”, etc.

 

En las UMAP, creadas en noviembre de 1965, fueron confinados unos 25mil hombres, sobre todo en edad militar, dentro de los que se encontraban religiosos, homosexuales y disidentes, que fueron catalogados como parásitos, vagos y antisociales, mediante uno de los peores engendros “legales” de los Castro.

 

En los últimos años, este régimen (que es el mismo de siempre y continúa en manos de la misma familia) ha simulado que intenta resarcir aquel horror, sacando a la luz obras de artistas homosexuales que antes había condenado al ostracismo, al exilio y al suicidio; o rindiendo homenajes póstumos que, ante los ojos de quienes no hemos podido perdonar tanto odio y abuso, por los cuales no se ha pedido ni siquiera una disculpa, no aparecen sino como otra de sus comedias de pésimo gusto.


Muchos, sean o no homosexuales, se preguntan si algún día lograremos que los impunes dictadores admitan sus crímenes y se dispongan a pagar por ellos, sean, entre otros, las 72 muertes por torturas y ejecuciones, los 180 suicidios, o los 507 enviados a hospitales psiquiátricos, que, según el escritor Norberto Fuentes, han reflejado las fuentes oficiosas.

 

¿Tendrán el valor de mencionar, uno por uno, los nombres de sus víctimas y los hechos que, como decía Manuel Zayas, en un artículo del pasado 6 de mayo, “no sólo los hermanos Castro, tampoco Mariela se atreve a mencionar”?

 

Me pregunto si antes de partir de este mundo, los dos ancianos Castro tendrán el coraje y la decencia de colaborar con la “exhaustiva investigación” que supuestamente lleva a cabo el CENESEX (Centro Nacional de Educación Sexual), para relatar la verdadera historia de sus víctimas, y no sólo de las más conocidas como Arenas, Lezama, Piñera, Cabrera Infante, Padilla, sino también la de cientos de confinados en las UMAP, como René Ariza, José Mario, Héctor Aldao, el pintor Aníbal, Jorge Ronet, Félix Luis Viera, Emilio Izquierdo (hoy dirige la Asociación de exconfinados UMAP), Bernardo Aloma Ortiz (cuya madre, Clara Ortiz, me ha contado sobre los horrores que padeció su hijo en aquellos campamentos), el dramaturgo Héctor Santiago, Luis Becerra (estudiante de 16 años de Santa Clara), Jorge Blondín Iparraguirre (protestante de 26 años y trabajador agrícola del central Washington), Julio Rivero (oficinista de Santa Clara), Rigoberto González (homosexual de 40 años, dueño de un taller automotor), Pedro Bernia (campesino evangelista de 20 años de edad), Manuel Valle (de la Logia de Orfelos, de 20 años de edad), Eurípides Ferrer (estudiante de Cabaiguán, de 23 años), Víctor Soriano (obrero fabril de Cienfuegos), Guillermo Jiménez (de Ranchuelo, 30 años), más un larguísimo etcétera.

 

Es cierto que aquellos campos de trabajo forzado causaron dolor no sólo a los homosexuales y sus familiares, sino también a “artistas, bailarines, testigos de Jehová, aristócratas, católicos, desertores del Servicio Militar Obligatorio, vagos, proxenetas y poetas”, como ya lo narró Félix Luis Viera. Pero, como homosexuales de hoy, nos corresponde sacar a la luz todo aquel horror que a muchos les hizo recordar el libro Los hombres del triángulo rosa, de Heinz Heguer, que narra la manera en que los nazis alemanes cargaron con los homosexuales en Berlín y los llevaron al campo de concentración de Sachsenhausen.

 

Los “judíos” de la dictadura cubana

 

Ya lo dijo una vez Jean Paul Sartre: “A los homosexuales cubanos les tocó ser los judíos de este proceso”. Y estos son los nombres que los Castro no quieren mencionar, los nombres de inocentes, víctimas, personas que no habían cometido delito alguno, o si eran responsables de alguno, sería el de profesar una religión, o de tener orientaciones sexuales calificadas de prejudiciales por las autoridades de gobierno, o de expresar modas y maneras que no se avenían con el proyecto de alcanzar, en un futuro lejano, ese sueño del Hombre Nuevo, que, como tantos otros venidos del mismo lugar y momento de la historia, nunca llegó a realizarse.

 

Las UMAP fueron un engendro fascista que el CENESEX no tendrá manera de justificar. Como bien dijo el autor de Un ciervo herido, “no fue un acto defensivo, no fue una medida para enfrentar esta u otra posibilidad de agresión presente o futura, fue, simplemente, un acto atentador contra personas inocentes, una acción discriminatoria que tiene su origen en la enjundia excluyente del sistema político que concibió esta afrenta”.

 

Cuando exconfinados de la UMAP se dieron cita, el pasado 3 de marzo, en Estados Unidos, y expresaban que de alguna manera hubo pecado también en el hecho de que muchos cubanos se quedaron sin hacer nada cuando ellos comenzaron a gritar con todos sus pulmones que “los revolucionarios estaban violando sus derechos”, con la esperanza de que otros vinieran en su ayuda, tenían absoluta razón.

 

Coincido con ellos en que el miedo a la ira de los Castro, el miedo a la muerte, fue lo que impidió a muchos enfrentarse a la tiranía en aquel momento. Hoy, en nombre de la generación de homosexuales y luchadores que anhelamos la libertad, me pregunto, como algunos sobrevivientes de la UMAP, ¿qué podemos hacer para que esa historia no se repita?

 

Creo que la respuesta es simple: Aunque es cierto que el exilio cubano (así lo expresó Héctor Santiago), por un problema tal vez de prejuicios moralistas, no ha sabido hacer hincapié en el tema de la discriminación y la represión que han sufrido los homosexuales en Cuba, pienso que los que aún estamos en la Isla y los hermanos de la diáspora debemos emplazar, juntos, al régimen para que admita sus crímenes y pague por tanto dolor

 

Se sabe que el régimen hizo desaparecer muchos documentos y pruebas, para borrar las huellas del sufrimiento que infligió sistemáticamente a tantas personas inocentes. Pero se equivocan los Castro si creen que lo lograrán. Los cubanos no olvidaremos ese capítulo de nuestra historia y continuaremos insistiendo en que, al menos, quede claro quienes fueron los responsables de tanto horror, aunque mueran sin pedir disculpas. Las víctimas y sus familiares no pueden, ni deben, olvidar.

Sin rostro ni obituario: los muertos de las UMAP

Manuel Zayas

6 de mayo de 2013

 

La dinastía Castro quiere que los nombres de las víctimas queden en familia

 

Al terminar el año 1965, Ramón Lamadrid parecía un muchacho alegre. El día de Navidad se reunió con sus amigos en el restaurante habanero 1830, en cuyos jardines se tomó las que serían sus últimas fotos. Un mes después, aquel joven de 18 años era un rebelde en fuga, escapado de un campo de concentración. Y como tal, recibía unos disparos en el vientre.

 

Él fue el primer monaguillo de San Juan de Letrán. Yo entré allí en el 59 o 60 y él fue el que me enseñó a ayudar en misa”, me escribió su amigo Alex Hernández desde Miami. El muchacho “se ganaba la vida como mensajero de la farmacia Rojas, cuya dueña era Célida Rojas y estaba justo al lado de la bodega La Mascota, en [las calles] G y 17. Su bicicleta era parecida a la que sale en la película Pee Wee”.

 

A Ramoncito le dispararon al salir de la casa de su madre en Marianao, el 24 de enero de 1966. Le tiraron y le agarraron el bajo vientre los jenízaros de la policía militar castrista porque se había fugado del campo de concentración de la UMAP en Camagüey unos días antes”.

 

Malherido “lo llevaron al Hospital Naval, donde dos semanas después falleció. Las únicas que lo iban a ver allí fueron Dulce, Regina y Rosalía Álvarez”, quienes frecuentaban la iglesia de San Juan y eran vecinas de la farmacia donde el muchacho trabajaba.

 

Ramón Lamadrid fue uno de los 30.000 jóvenes cubanos considerados desafectos por el régimen que fueron enviados entre 1965 y 1968 a los campamentos de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP).

 

Nunca conocí a la familia de Ramoncito ni fui a su casa ni supe donde vivía exactamente, pero estudiamos en la misma primaria de G entre 15 y 17, en lo que había sido la Escuela Baldor. Yo vivía por allí, en 17 entre F y G, con mis abuelos y padres hasta que en 1973 nos mudamos a México”, relata Hernández, quien no puede olvidar la historia del compañero muerto. “Lo enterraron en el panteón de Dulce María González-Lanuza, que en aquel tiempo era directora del catecismo en San Juan de Letrán.”

 

Según fuentes oficiosas, el saldo del horror de las UMAP dejó como resultado 72 muertes por torturas y ejecuciones, 180 suicidios y 507 personas enviadas a hospitales siquiátricos. El escritor Norberto Fuentes ha sido portavoz de esas cifras. El régimen cubano ha preferido, en cambio, mantener esos números en el mayor secreto.

 

Archivo Cuba, un proyecto de registro de víctimas de la represión del régimen cubano, tiene documentada la historia de Ramón Lamadrid entre nueve casos de ejecuciones extrajudiciales o deliberadas y de desapariciones relacionadas con las UMAP.

 

A sabiendas de que no han sido las únicas muertes que se sucedieron allí, el registro de los nombres de las víctimas, de sus historias o de alguna memoria gráfica, resulta una tarea difícil por la falta de libertad de prensa y la inexistencia de una justicia independiente en la Isla, a lo que se suma el secretismo del régimen cubano, que no ha permitido una investigación ni la apertura de sus archivos.


La historia de Ramón Lamadrid es solo un ejemplo del encubrimiento con que se han asociado las muertes violentas de las UMAP. De entre los escasos nueve casos documentados, el suyo es el único que se acompaña de memoria gráfica: unas fotografías facilitadas por un amigo constituyen la única fe de vida de cómo lucía aquel joven de 18 años en las lejanas navidades de 1965. En su ficha de Archivo Cuba se señala lo que parece ser otra incógnita: la causa de la muerte no aparece reflejada en su certificado de defunción.

 

‘Consejos de Guerra’

 

Un discurso pronunciado por Fidel Castro en la escalinata de la Universidad de La Habana el 13 de marzo de 1966 ya había puesto en alerta a la población cubana de la existencia de aquellos campamentos. El Máximo Líder se había explayado, amenazante.

 

Justo un mes después, la opinión pública resultaba tan desfavorable a las UMAP que el Gobierno echó a andar su maquinaria de propaganda, la prensa oficial, la única permitida en Cuba. Es así que en un mismo día, el 14 de abril de 1966, las ediciones de los periódicos El Mundo y Granma publicaron sendos reportajes a página completa sobre los campamentos.

 

Mientras elogiaba las bondades de las UMAP, el reportaje de Granma señalaba que los abusos cometidos allí fueron resueltos mediante Consejos de Guerra.

 

Cuando comenzaron a llegar los primeros grupos que no eran nada buenos, algunos oficiales no tuvieron la paciencia necesaria ni la experiencia requerida y perdieron los estribos. Por esos motivos fueron sometidos a Consejo de Guerra, en algunos casos se les degradó y en otros se les expulsó de las Fuerzas Armadas”, escribió el periodista oficialista Luis Báez.

 

En el reportaje de Granma no se hablaba de la naturaleza de los abusos, ni de cuántos oficiales fueron sancionados con degradación o expulsión del Ejército. Ni se mencionaba siquiera el nombre de Ramón Lamadrid, muerto violentamente poco tiempo atrás. En aquel párrafo se le ponía inicio y fin a la crueldad de las UMAP: eso era lo que el periódico del partido único se permitía hablar de los crímenes cometidos en aquellos campos de concentración cubanos.

 

Más de tres décadas después, el profesor e investigador cubanoamericano Emilio Bejel escribiría en el libro Gay Cuban Nation: “Aunque no es fácil obtener documentación precisa, es conocido que inicialmente algunos reclutas fueron tratados tan inhumanamente que algunos oficiales responsables fueron luego ejecutados”. [“Although precise documentation is not easy to obtain, it is known that initially some recruits were treated so inhumanely that some of the officials responsible were later executed.”]

 

En septiembre de 2012, Bejel participó en un panel sobre la situación de los gays bajo Castro, organizado por la Biblioteca Pública de Nueva York. Intrigado por aquellas ejecuciones mencionadas por el profesor y conociendo el reportaje de Granma donde se decía que la única condena que tuvieron aquellos oficiales fue la expulsión o la degradación militar, me acerqué a preguntarle a Bejel cuáles eran sus fuentes. En su libro hacía hincapié en lo difícil de obtener documentación, pero a seguidas señalaba las ejecuciones como hecho “conocido”.

 

—¿Cómo supo de esas supuestas ejecuciones a los responsables? —pregunté.

 

—Yo no dije que todos los responsables fueran ejecutados. Solo algunos —me respondió, corrigiéndome de memoria.

 

—De los Consejos de Guerra mencionados en Granma no se dice eso. Se dice que los responsables de los abusos fueron degradados o expulsados del Ejército. ¿Dónde leyó usted que fueran ejecutados?

 

—No sé, figúrate. Es que es muy difícil obtener documentación. Envíame ese documento —y se despidió.

 

Un corresponsal extranjero se cuela en un campamento

 

Hacia agosto de 1966, la existencia de aquellos campos de trabajo forzado era la comidilla entre diplomáticos y corresponsales extranjeros en La Habana. Solo la prensa oficial había informado escuetamente de los abusos, pero ya era vox pópuli que las injusticias no habían terminado con los Consejos de Guerra, ni con la expulsión de algunos militares al mando. El escritor inglés Graham Greene, que entonces visitaba la capital cubana, narraría sobre ello.

 

Pero el más intrépido de los corresponsales fue, sin dudas, Paul Kidd, quien aprovechó su credencial de periodista canadiense para viajar por toda Cuba y entrar a uno de los 200 campamentos de las UMAP “ubicado cerca del batey El Dos de Céspedes”, en Camagüey.

 

En un escrito, Kidd definiría esa experiencia como única para un periodista occidental, “la de poder seguir la pista de un campo de trabajo forzado escondido en un exuberante campo de azúcar en el centro de Cuba”.

 

Después de 12 días en el país, el corresponsal de Southam News Services era expulsado, supuestamente por haber fotografiado armamento antiaéreo en el malecón habanero y por fingir ser un diplomático canadiense, según el régimen cubano, que se cuidó en extremo de mencionar la visita clandestina de Kidd a un campamento de las UMAP.

 

En contacto con Judy Creighton, viuda de Paul Kidd, supe que él había muerto el 13 de febrero de 2002. “Como corresponsal extranjero para Southam News de Canadá, Paul viajó extensamente por Europa, el Medio Oriente y fue reportero en Washington y Naciones Unidas antes de ser enviado a Latinoamérica. Creo que amó esa designación de seis años como ninguna otra”, me escribió Creighton.

 

Después que fue ordenada su salida de Cuba, viajó a México desde donde transmitió las fotografías a agencias de noticias de todo el mundo. Entiendo que recibieron amplia cobertura”, precisó la viuda de Kidd.

 

Y en efecto. El 9 de noviembre de 1966, la agencia de noticias United Press International (UPI) transmitía al mundo la primera noticia sobre los campamentos de las UMAP. El despacho, firmado por Paul Kidd, se hacía acompañar por fotografías de su autoría, “las primeras imágenes sin censurar tomadas dentro de uno de aquellos establecimientos”.

 

Una versión más completa de esa noticia circuló años después dentro de un artículo del mismo autor.

 

Por trabajar un promedio de sesenta horas semanales —escribió— los confinados recibían 7 pesos al mes, apenas el precio de una comida medio decente en Cuba. Excepto cuando se esforzaban trabajando bajo la mirada de un guardia armado en un campo cercano, los confinados usualmente permanecían en el campamento por al menos seis meses. Supuestamente elegibles para una breve licencia después de noventa días, a pocos reclutas de las UMAP se les permitía visitar a sus familias hasta que hubieran estado en el campamento el doble de ese tiempo”.

 

Y anadió: “El sistema de disciplina era simple. Los confinados que no trabajaban, no recibían alimentación. Y a menos que su trabajo llegara a la norma asignada, no se les autorizaba salir. En el segundo domingo de cada mes, a los confinados se les permitía recibir visitas de sus familias, que podían traerles cigarrillos y otros pequeños artículos. Si un confinado no obedecía órdenes, esos objetos eran retenidos. Los informes de brutalidad física en los campamentos circulaban ampliamente en Cuba”.

 

El corresponsal resumió la existencia de las UMAP como una fuente de mano de obra casi esclava, hecha a la medida.

 

Paul Kidd recibió el premio Maria Moors Cabot de 1966, que otorga la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia. El PEN de escritores canadienses concede cada año un premio con su nombre, el Paul Kidd Courage Prize.

 

Verde Olivo y otros misterios

 

Después que el corresponsal canadiense fuera expulsado, la revista Verde Olivo, órgano de propaganda del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, publicaba un reportaje elogiando las bondades de esos campamentos y reseñaba un acto que “desbarataba una vez más la sarta de mentiras echadas a rodar por los enemigos de la Revolución que trataban de presentarla como una institución de sometimiento”.

 

El singular acto consistió en la premiación a algunos “macheteros” de las UMAP con la entrega de “motocicletas, refrigeradores, radios y relojes”, además de la imposición de medallas a “cuadros de mando”. Este sería el tono de los próximos reportajes de la publicación militar cubana. En sus páginas tampoco habría espacio para las víctimas.

 

Escasa documentación oficial ha circulado sobre aquellos campos de trabajo forzado. Pero entre la que he encontrado, una que llama mi atención: una carta enviada desde las Oficinas del Primer Ministro en la que se le notifica a una madre que “se ha dispuesto dar cuenta de su petición al Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias” a su solicitud de investigación por la muerte de su hijo.

 

Esa carta aparece reproducida en el libro La UMAP: el gulag castrista (Universal, Miami, 2004) de Enrique Ros, y documenta lo que parece ser otro caso de muerte misteriosa: la de Cayetano Berto Rafael Ramírez Benítez, un joven de “débil complexión”, que fue ubicado en el campamento de las UMAP de “entronque de Cunagua”, y que fue “castigado reiteradamente por el sargento Biscet”. “Bajo fuerte afección nerviosa fue trasladado al Central Pina y de allí al hospital Psiquiátrico de Camagüey, donde murió.”

 

Nunca el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias respondió a la solicitud de la madre de Berto Rafael”, dice una nota de Ros al pie del facsímil de la carta oficial fechada el 20 de octubre de 1967 y que lleva la firma de Celia Sánchez, ayudante de Fidel Castro.

 

Esos nombres de muertos son los que ninguno de los hermanos Castro quiere pronunciar. Tampoco Mariela Castro, directora del Centro Nacional de Educación Sexual, quien había prometido una investigación a fondo de aquellos crímenes.

El rostro femenino de la dictadura

Leannes Imbert Acosta

26 de febrero de 2013

 

Al parecer, todos los del clan Castro son buenos simuladores. Alguna vez leí que “los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes, que quien engaña, encontrará siempre quien se deje engañar”. Y parece que Mariela Castro ha sabido agenciarse algunos de esos seres simples para impulsar su carrera política, ofreciéndoles pequeñas prebendas con una mano y látigo con la otra.

 

Cuando la ocasión lo amerita, se muestra clemente, humana, solidaria… sin dejar de tener sus ánimos predispuestos para cuando sea necesario mostrar su otra cara y usar el látigo, como su tío Fidel, y su padre, el dictador Raúl Castro.

 

Según confesó ella misma, Mariela, ahora también diputada al Parlamento cubano, ha llegado incluso a mentir, usando el nombre de su padre para ayudar a esa minoría que hoy conforman sus súbditos más leales. Ello no significa que haya olvidado sus raíces y su papel de “heredera real”. Al contrario, revela que ya domina perfectamente el arte de imputar a los demás los disparates que comete y de exculpar a los responsables, si éstos pertenecen a su corte, de los crímenes más atroces y evidentes. Ya se siente, como sus parientes mayores, tocada por el dedo de Dios.

 

Donde antes se mostraba humilde, ahora se exhibe engreída. Antes parecía mansa y pacífica. Hoy es extremadamente presuntuosa. Sin el menor asomo de pudor, se muestra como impostora y mitómana. Como diría Maquiavelo: “Tal es la prodigiosa mudanza que el poder obra en los hombres”. Y también en las mujeres, agregaríamos.

 

La que ayer fingió ser la más ardiente defensora de los homosexuales y de las mujeres, hoy no sólo permanece impávida, sino que justifica y pretende librar de culpas al régimen que odia y reprime a las mismas personas que ella asegura defender.

 

La “sucesora” de la obra de Vilma Espín (su madre, creadora de la Federación de Mujeres Cubanas), hoy es parte del mismo gobierno que ayer encerró en campos de trabajo forzado a todos los que disentían.

 

Mariela Castro quiere alcanzar la cumbre dentro de una dictadura que entrena a mujeres y hombres jóvenes para reprimir, golpear y hasta asesinar a mujeres indefensas, pero dignas y valerosas, que son madres, hermanas, esposas. Si alguien lo duda, pregunten a las Damas de Blanco, que hoy hacen temblar con su firmeza a un grupo de asustados y cobardes esbirros, a los que el miedo impulsa a golpearlas, por el único delito de quitarles el sueño a unos octogenarios aferrados al poder a costa del sufrimiento humano.

 

Que se cuiden los “comparseros” del CENESEX (Centro Nacional de Educación Sexual), seres simples que aún creen que un engendro de los Castro, los mismos que electrificaron cercas y ataron a postes llenos de hormigas a inocentes homosexuales, puede desear el bien a quienes se atrevan a pensar y a vivir en libertad.

 

Ningún ser humano merece ser engañado y manipulado; y es difícil engañar a alguien toda la vida. Las lesbianas, los gays, los bisexuales y los transgéneros cubanos que aplauden hoy a Mariela Castro, algún día descubrirán en ella el rostro femenino de la dictadura.

Los Castros y los campos de concentración

Antonio José Ponte

7 de febrero de 2013

 

Siempre que habla de las UMAP, Mariela Castro se ve obligada a desautorizar a su tío paterno.

 

Uno de los mayores enigmas de la infancia, la adivinanza sobre el huevo, hablaba de un ente que todos sabían abrir pero que nadie sabía cerrar. Mariela Castro, en una reciente entrevista, plantea el acertijo opuesto, acerca del ente que nadie pudo haber abierto: las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP).

 

Como siempre que un periodista extranjero indaga sobre estas siglas, ella se apresura a exculpar a su tío paterno y a su padre. La directora del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX) asegura que el único vínculo de Fidel Castro con esos campos de concentración consistió en clausurarlos, en ponerle fin a los horrores que allí se padecían. De modo que su tío no fue autor de aquellos establecimientos, sino el comandante de las fuerzas aliadas que, en su avance, cortaron las alambradas electrificadas.

 

Hubo, según ella, una investigación emprendida por la dirección política de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) que dictó el cierre de los campos. Esa comisión investigadora añade un aire de inocencia al ejército y hace entrar en la historia, tan salvífico como su hermano mayor, a Raúl Castro. Así pues, hay que agradecer a los hermanos Castro que liberaran a homosexuales y otras minorías de los campos de concentración del régimen de los hermanos Castro.

 

Décadas después de aquella comisión investigadora militar, existió también una del CENESEX encargada de esclarecer lo sucedido. Sin embargo, pese al trabajo de ambas comisiones, la responsabilidad política en la apertura de las UMAP continúa sin adjudicarse. Los archivos ministeriales no destilan firma alguna ni parecen conservar prueba de las debidas instrucciones.

 

Rudolf Diels, jefe de la Gestapo, dijo de los campos nazis: “No existe ninguna orden ni ninguna instrucción en el origen de los campos: estos no han sido instituidos, sino que un buen día estaban ahí”. De manera semejante, un día estaban ahí, en medio de la Isla, los campos de concentración. (Con la frase de Diels no pretendo hacer equivaler el sistema de campos alemanes y el sistema de campos cubanos.  No hablo, por supuesto, de campos de exterminio.)

 

Sin dejar de reconocer lo injusto de tales instituciones, Mariela Castro procura esfuminar la responsabilidad política sobre ellas. Así que no es aventurado conjeturar que los comisarios políticos, oficiales, sexólogos, sociólogos y psicólogos que conformaron las dos comisiones oficiales de investigación —MINFAR y CENESEX, bajo la dirección de padre e hija respectivamente— partieron del presupuesto de que los campos, al decir de Diels, ya estaban allí.

 

Por lo que a ella atañe, lo crucial de todo este asunto se centra en el episodio de hace un par de años, cuando su tío paterno cometió la imprudencia de responsabilizarse a sí mismo por la existencia de los campos de concentración. Balbuceando su arrepentimiento ante una periodista mexicana, Fidel Castro pudo convertirse en el delator de toda la familia. Puso en peligro el privilegio de los Castro de no ser juzgados, de no tener que dar explicaciones.

 

Desde entonces, hablar de las UMAP se ha convertido para Mariela Castro en el acto de desmentir tal confesión, de atajar la brecha abierta por su tío. Desde el margen que le presta su especialidad, desde su patronazgo de las minorías sexuales, desautoriza la versión de este. Cada vez que le mencionan esas siglas, se ve obligada a salirle al paso al mismísimo Fidel Castro.

 

Porque todo lo relacionado con las unidades militares de ayuda a la producción o los campos de concentración es asunto pendiente para ella, su padre y su familia. Porque constituye una posible amenaza del futuro, de un futuro que intentan abortar o retrasar lo más posible con tal de no verse, como ocurriera al más anciano de ellos, dando explicaciones, aceptando responsabilidades, pidiendo perdón. Y no precisamente por decrepitud, no precisamente ante una reportera cómplice de La Jornada.

 

A los ojos de Mariela Castro y de los suyos, la autoinculpación de Fidel Castro por las UMAP debió parecer un acontecimiento llegado desde el postcastrismo. Desde un tiempo posterior a cualquier variante de castrismo.

El cinismo sin límites de la ‘familia real’

que tiraniza a Cuba

Manuel Castro Rodríguez

 

De acuerdo a la Real Academia Española, una de las acepciones de la palabra ‘cinismo’ es “desvergüenza en el mentir”. Tal parece que el cinismo de la ‘familia real’ que tiraniza a Cuba no tiene límites. Desde hace varios años dos de sus principales integrantes están tratando de rehuir la responsabilidad por los campos de concentración creados por Fidel Castro Ruz el 19 de noviembre de 1965, llamados eufemísticamente Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), y cerrados oficialmente en 1968, debido a la protesta internacional que provocaron.

 

Primero fue la ‘princesa’ Mariela Castro Espín -hija de Raúl Castro Ruz y relacionista pública número uno de la junta militar que tiraniza a Cuba-, en una entrevista publicada en el diario argentino Clarín el 4 de noviembre de 2007, cuando le preguntaron sobre la UMAP: “¿Habla de los campos de trabajo a donde los enviaban?”, Mariela Castro Espín respondió: “No eran campos, eran unidades militares de apoyo a la producción que se habían creado como una modalidad de servicio militar para facilitar que los hijos de obreros y campesinos salieran con una calificación que les permitiera un acceso a un trabajo mejor remunerado”.

 

http://edant.clarin.com/diario/2007/11/04/elmundo/i-03201.htm

 

Después fue Fidel Castro Ruz, el fundador de la dinastía totalitaria, quien expresó en una entrevista con Carmen Lira Saade, la directora del diario mexicano La Jornada, publicada el 31 de agosto de 2010, que él asume la responsabilidad por la persecución a los homosexuales y la UMAP, aunque pretende justificarse:Es cierto que en esos momentos no me podía ocupar de ese asuntoMe encontraba inmerso, principalmente, de la Crisis de Octubre, de la guerra, de las cuestiones políticas…”.

 

http://www.jornada.unam.mx/2010/08/31/index.php?section=mundo&article=026e1mun

 

Cualquier periodista medianamente honesto le hubiese respondido a Fidel Castro Ruz que la Crisis de Octubre ocurrió en 1962, mientras que la UMAP fue creada el 19 de noviembre de 1965, o sea, tres años después de la crisis que puso al mundo al borde de la desaparición. Pero como Carmen Lira Saade es una ferviente apologista de la tiranía castrista, no se lo dijo. Al mejor estilo del diario Granma.

 

Posteriormente, en octubre de 2010, Mariela Castro Espín asevera en una entrevista publicada en el portal de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación: “Siento decir que no estoy de acuerdo con Fidel. Yo lo respeto. Respeto que él, como caballero de su época y con su espíritu quijotesco, asuma la responsabilidad por ser el máximo líder. Desde ese lugar, lo comprendo”, dijo hija de Raúl Castro Ruz al portal de la agencia suiza de cooperación internacional. Castro Espín añade que: “La cultura homofóbica y machista, heredada fundamentalmente del dominio colonial español, ha condicionado las relaciones humanas y las decisiones políticas. La creación de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), es un reflejo del manejo social de esos prejuicios”.

 

Mariela Castro Espín alcanza la cumbre más alta del cinismo cuando expresa:Además, Fidel ni siquiera estaba al tanto de lo de la UMAP”.

 

Mariela Castro Espín afirmó que “pedir perdón (a las víctimas de las UMAP) sería una gran hipocresía”. “Es como quitarse la responsabilidad de encima. Al pedir perdón, se pone punto final y no se habla más del tema (...) Me alegro que aquí no se pida perdón, sino que se traten de establecer reglas y leyes para que nunca más ocurra”, expresó la relacionista pública número uno de la junta militar que tiraniza a Cuba. ¡No, Castro Espín, los responsables de la creación de la UMAP deben ser procesados penalmente como lo que son: unos criminales de la peor especie!

 

Véase el siguiente vídeo, donde Castro Espín intenta tergiversar los hechos, mientras que Eduardo Valdés, confinado en la UMAP por sus creencias religiosas, denuncia lo que le ocurrió a decenas de miles de jóvenes cubanos.

Una publicación realizada en el periódico cubano El Mundo el 14 de abril de 1966, es una tergiversación de la realidad sufrida por los confinados en la UMAP. El artículo apologético se titula UMAP: forja de ciudadanos útiles a la sociedad, donde se expresa “Fidel le dio el nombre” y se muestra la foto del comandante Casillas en un cañaveral, quien expresó: “La mejor forma de ser útil a la sociedad, es produciendo”.

 

Sin embargo, en este artículo el comandante Casillas reconoce que fue el dictador Fidel Castro Ruz quien le dio el nombre a los campos de concentración creados por el mayor tirano que ha padecido América, con lo cual se demuestra fehacientemente cómo mienten él y su sobrina Mariela Castro Espín, que pretenden continuar tergiversando la historia. Léase el artículo completo, para lo cual sólo tiene que descargarlo o hacer clic en el siguiente enlace

 

http://annaillustration.com/archivodeconnie/wp-content/uploads/2009/02/UMAP-1966.pdf

 

En sus últimas declaraciones publicadas el 5 de febrero pasado, la ‘princesa’ Mariela Castro Espín le dijo a Salim Lamrani -principal apologista de la tiranía castrista en Europa-, que a la UMAP fueron los “que no se sentían comprometidos con el proceso de transformación social iniciado en 1959. Los que no se habían implicado y preferían un papel observador, tenían que integrar las UMAP y trabajar en las fábricas o en la agricultura” (…) “en algunas” unidades “reinaba lo arbitrario, los homosexuales fueron separados injustamente de los demás jóvenes”. Según Castro Espín, el centro que dirige “lanzó un programa de investigación sobre las UMAP y estamos recogiendo los testimonios de las personas que sufrieron esa política”. ¿Algún persona honesta piensa que Mariela Castro Espín investigará realmente los crímenes cometidos por su padre y su tío paterno, los dos mayores asesinos seriales nacidos en Cuba?

UMAP, Fidel Castro le dio el nombre
En este artículo el comandante Casillas reconoce que fue el propio Fidel Castro quien le dio el nombre a los campos de concentración creados por el mayor tirano que ha padecido América.
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UMAP, el ‘arbeit macht frei’ del castrismo

Manuel Castro Rodríguez

 

Dado el cerrojo informativo imperante en Cuba durante más de medio siglo, la inmensa mayoría de los cubanos desconocen lo que realmente fueron las tristemente célebres Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), campos de concentración creados por Fidel Castro Ruz el 19 de noviembre de 1965, a donde fueron confinados unos veinticinco mil hombres cuya conducta desagradaba al dictador: usaban el cabello largo y/o pantalones estrechos; eran admiradores del rock o desafectos a la tiranía castrista; o habían manifestado su deseo de irse de Cuba. Entre las víctimas se encontraban gays, artistas como el cantautor Pablo Milanés, pastores de iglesias evangélicas y sacerdotes católicos -entre ellos el actual cardenal Jaime Ortega Alamino, arzobispo de La Habana.

 

En un discurso pronunciado el 13 de marzo de 1963, tan solo cuatro años después del triunfo de la Revolución cubana y el mismo año en que nació Mariela Castro Espín -hija de Raúl Castro Ruz y actual relacionista pública de la junta militar que tiraniza a Cuba-, ya su tío, el dictador Fidel Castro Ruz, mostraba sus intenciones de reprimir a aquel cubano que no se sometiera al patrón de conducta establecido por él.

 

http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1963/esp/f130363e.html

 

(DEL PUBLICO LE DICEN: “¡Los flojos de pierna, Fidel!”, “¡los homosexuales!”)

 

El tirano Fidel Castro termina expresando en el breve diálogo establecido:

 

Entonces, consideramos que nuestra agricultura necesita brazos (EXCLAMACIONES DE: “¡Sí!”);”

 

Algún día, cuando las puertas de los archivos castristas se abran, se podrá conocer en profundidad la naturaleza del castrismo y cuánto ha costado en sangre, sudor y lágrimas. Mientras más se sabe de sus horrores, más similitud guarda con el régimen nacionalsocialista alemán. Por ejemplo, el cinismo del nazismo está sintetizado en la inscripciónArbeit macht frei’ (El trabajo los hará libres), que figuraba a la entrada de los campos de concentración como Auschwitz y Dachau. El cinismo sin límites del castrismo está resumido en la inscripciónEl trabajo los hará hombres’, que figuraba a la entrada de los campos de trabajo forzado llamados eufemísticamente Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), existentes en Cuba entre 1965 y 1968.

El 19 de noviembre de 1965, Fidel Castro creó los campos de trabajo forzado, las tristemente célebres Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), donde sufrieron prisión unos veinticinco mil hombres cuya conducta desagradaba a Fidel: usaban el cabello largo y/o pantalones estrechos, admiradores del rock, desafectos a la tiranía castrista, ser negro y haber manifestado su deseo de irse de Cuba, gays, pastores de iglesias evangélicas y sacerdotes católicos -entre ellos el actual cardenal Jaime Ortega Alamino, arzobispo de La Habana.

Véase la entrevista realizada a

Emilio Izquierdo, Secretario de Relaciones Públicas de expresos de la UMAP

 

También véase el testimonio de

Ramón Enrique Ferrer,

uno de los veinticinco mil cubanos

que sin cometer delito alguno,

fueron confinados

en los campos de concentración

creados por el régimen de

los hermanos Fidel y Raúl Castro

Carné de la UMAP del autor, Luis Bernal Lumpuy
Carné de la UMAP del autor, Luis Bernal Lumpuy

La UMAP: esclavitud y suicidios

Luis Bernal Lumpuy

 

El 19 de noviembre de 1965 el gobierno castrista concentró  a miles de jóvenes en varias ciudades de Cuba.  Los prisioneros eran católicos, protestantes, masones, Testigos de Jehová, opositores políticos o sospechosos de no simpatizar con la tiranía. La mayoría eran jóvenes menores de dieciocho años. Todos fuimos calificados como  antisociales en los medios de comunicación. Para justificar la campaña de desprestigio, el régimen incluyó a algunos delincuentes.

 

Nos trasladaron en vagones de ferrocarril de carga de ganado hacia la provincia de Camagüey. El tren avanzó en medio de la noche y varias horas después se detuvo.  Apagaron las luces de todo un pueblo y nos dieron la orden de bajar. Soldados armados con ametralladoras nos rodeaban exigiendo que subiéramos a unos camiones.   En medio de la oscuridad nos llevaron a lugares desconocidos. Aquella noche dormimos en el piso de tierra de barracas miserables. Miramos a un cielo sin estrellas, parecía que  se habían escondido de pena o de vergüenza.

 

Eran las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción),  campos de concentración al estilo castrista.  Cuando amanecimos nos dimos cuenta que todo estaba rodeado de cercas de veintiún pelos de alambre de púas.  Éramos custodiados por soldados armados con órdenes de disparar contra todo el que llegara hasta las cercas.  No dividieron en compañías, cada uno de ciento veinte jóvenes, y cada barraca albergaba a cuarenta de ellos. Los baños eran un espacio cubierto por un techo, donde se metían de seis en seis para dejar que el agua les cayera desde un tubo. Detrás de esos baños estaban los excusados, seis huecos en un piso de cemento, donde se hacían las necesidades fisiológicas a la vista de los demás, como si fueran animales.

 

Aquel primer grupo estuvo formado por más de veinte mil jóvenes: Un año después eran más de cuarenta mil. Se nos obligaba a trabajar hasta catorce horas diarias en condiciones infrahumanas.  No estábamos acostumbrados al duro trabajo del campo y la comida era como para alimentar cerdos. Bajo el ardiente sol del trópico, mal alimentados y mal vestidos, desde antes del amanecer hasta el anochecer, no obligaban a trabajos agotadores, y bebíamos el agua verdosa de los carriles de las guardarrayas. La tiranía decidió sembrar en cualquier terreno, hasta en los pantanos. Allí los prisioneros enterraban las botas en el fango. Había que sacar primero el pie y luego arrancar la bota. Dedicaban más tiempo a eso que al trabajo. Por esa y otras razones, el rendimiento y la productividad eran mínimos. A nadie le importaba eso. Así fue siempre en las UMAP, y así ha sido siempre en Cuba durante más de medio siglo.

 

Quienes se atrevieron a saltar las alambradas que rodeaban las barracas murieron ametrallados por los soldados. Algunos escapaban de los hospitales, en los que ingresaban después de herirse cortándose los tendones de la mano. Esa última técnica de fuga era macabra. Quienes se especializaron en ese tipo de cirugía empleaban una cuchilla  para cortar los tendones de la mano de un amigo que se lo pedía, luego cubrían la herida con tierra y el machete con sangre, y gritaban avisando que había ocurrido un accidente. Muchos quedaron con la mano inutilizada para siempre. Algunos se lanzaron delante de los camiones en marcha, se cortaron las venas o se envenenaron. Hubo unos doscientos suicidios.  Más de dos años y medio después, el 30 de junio de 1968 la dictadura cerró los campos de la UMAP.  Los comisarios policiacos nos amenazaron que si no obedecíamos las reglas del régimen seríamos condenados a trabajar como esclavos.

 

(Condensado de Tras cautiverio, libertad, de Luis Bernal Lumpuy).

Hablemos de la UMAP

Yolanda Farr

21 de julio de 2012

 

Aquella noche, en nada diferente a tantas otras, Sergio Salom, mi andrógino amigo, había ido a buscarme a la salida del Hotel Capri, donde yo estaba trabajando en un exitoso espectáculo llamado Los tiempos de mamá y papá. Con una devoción admirable, él solía esperar hasta que finalizase mi trabajo en el Salón Rojo del Cabaret y a veces también, a que terminase mis charlas posteriores con compañeros en la cafetería del cabaret. Siempre en un silencio admirativo, sin tener nada que ver con el ambiente artístico, pero inteligentemente aceptando y disfrutando de su condición de oyente. Luego, ya que ni él ni yo teníamos coche, me hacía compañía en la parada de L y 23 mientras yo esperaba la ruta 30, esa guagua que me dejaría en la misma esquina de mi casa de Ampliación de Almendares. A veces, distraíamos la espera con una caminata, a paso de diletante, sumidos en los mutuos comentarios del día, hasta que el bus se detenía a nuestro lado, estuviésemos donde estuviésemos, sin necesidad de que hiciésemos un gesto. Entonces, tras escuchar la familiar voz del chofer diciendo, “buenas noches, Yolanda” se rompía el entrañable hilo de nuestra conversación y partíamos cada uno a nuestro merecido descanso cotidiano. Generalmente el mismo bus y el mismo y familiar chofer. Generalmente a la misma hora.

 

Aquellos paseos bajo el cielo casi siempre estival, envueltos en el silencio morboso de la madrugada cubana, eran un baño de sosiego para el cuerpo y el alma, tras la responsabilidad de dos shows y el enervamiento que las luces, la música y los aplausos me producían. Sergio y yo, cogidos del brazo, bajábamos en esas ocasiones hasta la calle Calzada, pendientes siempre de aquel viaje de la ruta 30 que, en caso de perderlo, equivaldría a una hora más de espera callejera.

 

Una noche en la que ambos vestíamos pantalón vaquero y camisa blanca, luciendo una imagen que daba perfecto pie para que fuésemos catalogados de casi siameses, ambos rubios y delgados, ambos tremendamente femeninos a pesar de nuestra indumentaria, una perseguidora se detuvo a escasos metros y dos individuos armados y mal encarados se dirigieron hacia nosotros. Debo confesar que aquello me tomó de sorpresa, anestesiados como estaban en mí los terribles temores que los uniformes militares me solían causar en la época, no tan lejana, de mi odisea. Al llegar a nuestro lado, tras apartarme de un empujón, inmovilizaron a Sergio contra la pared. Quisiera recordar, secuencia por secuencia, palabra por palabra lo ocurrido pero el terror, súbitamente renacido, me tenía idiotizada. Solo fragmentos de conversación y hechos muy puntuales quedaron grabados en mi memoria, pero eso sí, para siempre. Los policías llevaban en las manos unas gruesas naranjas que intentaron introducir por las piernas de los vaqueros de mi amigo y, al no lograrlo, lo zarandearon y a cajas destempladas lo introdujeron en la perseguidora con estas palabras; “vamos, cacho maricón”. Tan solo la llegada, no sé cuánto tiempo después, de la guagua y el amable “buenas noches, Yolanda” del familiar chofer lograron sacarme de mi estupor.

 

El día siguiente por la mañana, superado el shock, me dirigí a la comisaría más cercana a donde había sucedido el “rapto” y narré, con toda la precisión que me fue posible, los hechos de la noche anterior. Sorprendentemente los policías, en este caso, fueron un dechado de amabilidad. Me contaron que, por órdenes del gobierno, se estaban haciendo redadas, sobre todo nocturnas, de personas sin papeles o en actitudes sospechosas, las cuales eran enviadas inmediatamente a las recién instauradas Unidades Militares de Ayuda a la Producción. (¡Vaya eufemismo! Según se comprobó muy pronto.) Yo aduje que, si bien era cierto que Sergio, a sus 19 años, no pertenecía ni al ejército ni a las milicias, nada sospechoso había habido en su actitud de la noche anterior y ciertamente sí en aquella humillante manipulación con las naranjas a la que había sido sometido. Puedo asegurar que un velo de vergüenza empañaba sus voces cuando me aseguraron que ellos nada más podían hacer al respecto y que debía dirigirme al Ministerio del Interior para averiguar el paradero de mi amigo, ya que eran muchas las granjas habilitadas para, “acoger a jóvenes que por mala formación e influencia del medio han tomado una actitud equivocada ante la sociedad, con el fin de ayudarlos a que encuentren en el trabajo un camino acertado”, palabras textuales de Raúl Castro, hablando de lo que triste y vergonzosamente se conoció, desde 1965 hasta 1968, como la UMAP. Unos 25,000 hombres, sin más delitos que los de negarse a hacer el servicio militar obligatorio, ser Testigos de Jehová, ser catalogados como “lúmpenes” o supuestos homosexuales fueron albergados en barracas insalubres, ubicadas en campamentos perdidos en medio de la campiña y rodeados de cercas de alambre, a veces electrificadas, vigilados desde torretas por milicianos bien armados y en tierra por feroces perros. Allí eran sometidos a todo tipo de vejaciones y obligados a hacer trabajos agrícolas en las más inhumanas condiciones. Y esto no es información que me llegase por terceros ya que tuve el dudoso privilegio de visitar una de esas instalaciones y comprobar estos hechos con mis propios ojos.

 

No fue nada fácil localizar a Sergio pero, gracias a la ayuda de personas de la profesión, identificadas con el régimen pero también conscientes de las injusticias que en esas UMAPS se cometían, como por ejemplo Raquel Revuelta, al fin logré ubicarlo y, con el permiso pertinente, visitarlo.

 

La impresión fue inenarrable. Aquel lugar, que casi en nada difería de los campos de concentración nazis que tantas veces había visto reproducidos en películas, me dejó espantada. Sergio no era ni sombra de él mismo. El campo de trabajo donde estaba desde hacía tan solo tres semanas, estaba dedicado a la siembra y recogida de caña de azúcar. Cuando ví sus manos en carne viva se me destrozó el corazón. Me contó entonces que, por deficiencias en el suministro, aquel trabajo que tenía que hacerse con guantes, estaba siendo realizado a manos desnudas y que lo peor era el tener que echar fertilizantes en la tierra, ya que, por ser productos químicos, quemaban la piel hasta casi el hueso. Me habló de un compañero suyo de infortunios que resultó, por una de esas casualidades de la vida, haber sido condiscípulo mío de piano en el conservatorio Falcón, Jorge Almunia, un chico que yo recordaba de la época en que ambos coqueteábamos con el Ateneo y los recitales, un muchachito ya entonces con grandes condiciones musicales. Me contó que Jorge, al ver sus manos deteriorarse día por día y creyendo su carrera pianística perdida para siempre, hacía solo unos días había ingerido parte de ese mismo fertilizante, muriendo a las pocas horas entre terribles dolores.

 

Según se supo más tarde muchos fueron los casos de automutilación, de personas que preferían perder una mano o un pie antes que seguir soportando humillaciones, maltratos, hambre y perniciosas enfermedades infecciosas.

 

Unos días más tarde, moviendo incansablemente todas las influencias que me fue posible, logré sacar a Sergio de ese infierno. Físicamente, pues su espíritu quedó para siempre contaminado por aquellas sádicas experiencias., convirtiendo a mi dulce amigo adolescente en un ser torturado y rencoroso.

 

Afortunadamente, a pesar del bloqueo informativo que había, y aún hay en Cuba, la noticia de la existencia de esa UMAP era imposible de ocultar por mucho tiempo. Cuando llegó al conocimiento de los intelectuales mundiales, muchos organizaron un movimiento de rechazo de tal envergadura que obligó al régimen a suprimir dichos campos en el año 1968. Parte de esos prestigiosos personajes eran, Simone de Beauvoir, Italo Calvino, Marguerite Duras, Juan Goytisolo, Mario Vargas Llosas, Pier Paolo Pasolini, Alain Resnais, Jean Paul Sartre

 

La indignación que la lectura de las declaraciones hechas para el Portal de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación por Mariela Castro Espín, hija de Vilma Espín y Raúl Castro, en un absurdo intento por justificar un acto de barbarie tan injustificable como la UMAP, me ha inducido a dedicar este capítulo entero a lo que algunos de mis seres queridos experimentaron y mis propios ojos vieron en aquellos campos de concentración.

 

Estas son parte de las absurdas palabras de la señora Castro: “La cultura homofóbica y machista, heredada fundamentalmente del dominio colonial español, condicionó estas decisiones políticas. La creación de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción fue un reflejo del manejo social de esos prejuicios.” Y continúa así; “Fidel no era el genio de la lámpara para descubrir que la homosexualidad no respondía a una patología, como establecía la psiquiatría y otras miradas científicas. Además no hay que olvidar el criterio reinante en aquella época de que el trabajo ayudaba al individuo a hacerse hombre.” Entre otras cosas esta señora olvida mencionar que tan solo un 20% de los “inquilinos” de la UMAP eran homosexuales. El resto se componía de ciudadanos culpables únicamente del delito de no ser afectos al régimen. Mariela Castro continúa en sus declaraciones lanzando una afirmación tan absurda, como decimonónicas son el resto de sus afirmaciones. “Además, Fidel ni siquiera estaba al tanto de lo de la UMAP”. ¡Señor, lo que hay que oír! Pretender que alguien que haya vivido en Cuba contemple siquiera la posibilidad de que la más mínima acción interna lograse pasar inadvertida al omnipotente, omnisciente ojo de Fidel Castro es de la más completa absurdez.

 

En fin, uno más de los crímenes cometidos por el castrismo contra su propio pueblo y el cual, gracias al muy buen sistema publicitario comunista y a la aureola de romanticismo que rodea a Fidel y su revolución antiamericana, se ha mantenido oculto entre nubes de misterio y desinformación.

 

Me ha parecido importante narrar ese periodo, vivido en primera persona, no tan solo como homenaje a personajes conocidos que fueron sus víctimas, como el actor y director Héctor Santiago, el insigne teatrista, Armando Suárez del Villar, el famoso cantante y compositor Pablo Milanés, Félix Luis Viera, novelista y poeta, Reynaldo Arenas, escritor y fuerza imposible de avasallar, el Cardenal Jaime Ortega, Jorge Almunia, pianista que prefirió prescindir de la vida antes que de las Fugas de Bach, Sergio Salóm, estudiante de cine y del amor, mi querido amigo, cuya muy especial sensibilidad impidió que el tiempo mitigase sus negros recuerdos y sus rencores. Sea también este un homenaje a los más de 25,000 cubanos anónimos que pasaron por la UMAP, para los muchísimos que no pudieron salir de ella y sea, así mismo, una humilde fuente de sincera información para los que, morando fuera de la sufrida Cuba, o desconocen estos hechos o han vivido embriagados por el romanticismo que emana de la palabra revolución. Ese dulzón aroma a flores pútridas que brota de los cementerios mal cuidados.

UMAP: donde nunca hubo un gesto humano

Entrevista a Emilio Izquierdo, Secretario de Relaciones Públicas de exconfinados de la UMAP.

En el programa A Mano Limpia realizado el 8 de diciembre de 2011, uno de los que sufrieron confinamiento en la UMAP desmiente a Mariela Castro, sobrina e hija de los dictadores Fidel y Raúl Castro. El profesor Enrique Patterson comenta sobre las declaraciones en que Mariela Castro niega la decisión criminal de su tío y su padre de crear los campos de concentración eufemísticamente llamados Unidades Militares de Ayuda a la Producción.

Mariela Castro también es desmentida por la sexóloga Monika Krause en una entrevista que la revista Gay Community News le hizo hace diecinueve años, en 1984: “Consideramos que [UMAP] fue una cosa realmente triste en la historia de Cuba (…) Fue una expresión de ignorancia, de una inexplicable aversión a la homosexualidad. Creemos que ha sido una obligación de nuestro sistema cambiar esas actitudes que llegaron a crear las UMAP”.

La agencia IPS expresó desde La Habana:

Oportunismo, problemas generacionales o influencia estalinista. A casi 50 años del triunfo de la Revolución Cubana, aún resulta difícil definir las causas que llevaron en este país a convertir en contrarrevolucionarios al rock, la moda, el cabello largo de los hombres y la homosexualidad

 

http://cubaalamano.net/sitio/client/article.php?id=10637

Denuncias de

algunas de las víctimas

de los campos de concentración

http://umapcuba1965.wordpress.com/verdad-oculta/


J Pedroso

 

Pertenezco al llamado del 19 de noviembre de 1965 estuve en el campamento de La Virginia entre Ceballo y Ciego de Ávila nos bajaron en 15 1/2 del tren en que íbamos, apagaron las luces del pueblo y nos decían horrores rodeados por un cordón de milicianos, de ahí nos trasladaron hasta el famoso campamento con cercas de 10 pelos de alambre. una posta con una garita en la entrada, a los testigos de Jehová les quemaban las manos con velas para que firmaran, les afeitaban las cejas la cabeza y le daban un baño frió por las noches cada 2 horas, por la mañana a abrir un hueco del tamaño de la persona, nos llevaban para el campo al amanecer y nos traían de noche, el que implanto los baños fríos fue el Capitán Pedro Cruz Moya y a mi me llevaron solo por el hecho de no estar con la famosa revolución la cual reprochare toda mi vida.

 

febrero 5, 2013 2:18 pm

 

Luis Bernal Lumpuy

 

El 19 de noviembre de 1965 el gobierno castrista concentró a miles de jóvenes en varias ciudades de Cuba. Los prisioneros eran católicos, protestantes, masones, Testigos de Jehová, opositores políticos o sospechosos de no simpatizar con la tiranía. La mayoría eran jóvenes menores de dieciocho años. Todos fuimos calificados como antisociales en los medios de comunicación. Para justificar la campaña de desprestigio, el régimen incluyó a algunos delincuentes.

Nos trasladaron en vagones de ferrocarril de carga de ganado hacia la provincia de Camagüey. El tren avanzó en medio de la noche y varias horas después se detuvo. Apagaron las luces de todo un pueblo y nos dieron la orden de bajar. Soldados armados con ametralladoras nos rodeaban exigiendo que subiéramos a unos camiones. En medio de la oscuridad nos llevaron a lugares desconocidos. Aquella noche dormimos en el piso de tierra de barracas miserables. Miramos a un cielo sin estrellas, parecía que se habían escondido de pena o de vergüenza.

Eran las UMAP -Unidades Militares de Ayuda a la Producción-, campos de concentración al estilo castrista. Cuando amanecimos nos dimos cuenta que todo estaba rodeado de cercas de veintiún pelos de alambre de púas. Éramos custodiados por soldados armados con órdenes de disparar contra todo el que llegara hasta las cercas. No dividieron en compañías, cada uno de ciento veinte jóvenes, y cada barraca albergaba a cuarenta de ellos. Los baños eran un espacio cubierto por un techo, donde se metían de seis en seis para dejar que el agua les cayera desde un tubo. Detrás de esos baños estaban los excusados, seis huecos en un piso de cemento, donde se hacían las necesidades fisiológicas a la vista de los demás, como si fueran animales.

Aquel primer grupo estuvo formado por más de veinte mil jóvenes: Un año después eran más de cuarenta mil. Se nos obligaba a trabajar hasta catorce horas diarias en condiciones infrahumanas. No estábamos acostumbrados al duro trabajo del campo y la comida era como para alimentar cerdos. Bajo el ardiente sol del trópico, mal alimentados y mal vestidos, desde antes del amanecer hasta el anochecer, no obligaban a trabajos agotadores, y bebíamos el agua verdosa de los carriles de las guardarrayas. La tiranía decidió sembrar en cualquier terreno, hasta en los pantanos. Allí los prisioneros enterraban las botas en el fango. Había que sacar primero el pie y luego arrancar la bota. Dedicaban más tiempo a eso que al trabajo. Por esa y otras razones, el rendimiento y la productividad eran mínimos. A nadie le importaba eso. Así fue siempre en las UMAP, y así ha sido siempre en Cuba durante más de medio siglo.

Quienes se atrevieron a saltar las alambradas que rodeaban las barracas murieron ametrallados por los soldados. Algunos escapaban de los hospitales, en los que ingresaban después de herirse cortándose los tendones de la mano. Esa última técnica de fuga era macabra. Quienes se especializaron en ese tipo de cirugía empleaban una cuchilla para cortar los tendones de la mano de un amigo que se lo pedía, luego cubrían la herida con tierra y el machete con sangre, y gritaban avisando que había ocurrido un accidente. Muchos quedaron con la mano inutilizada para siempre. Algunos se lanzaron delante de los camiones en marcha, se cortaron las venas o se envenenaron. Hubo unos doscientos suicidios. Más de dos años y medio después, el 30 de junio de 1968 la dictadura cerró los campos de la UMAP. Los comisarios policiacos nos amenazaron que si no obedecíamos las reglas del régimen seríamos condenados a trabajar como esclavos.

 

febrero 5, 2013 2:14 pm

 

Oriental de Santiago

 

Yo fui del primer llamado, noviembre 1965, y estuve hasta que aquello más o menos se disolvió agosto 1968. Según ellos era SMO con la variante de un machete o cualquier otro apero de labranza, en vez de un fusil.

De mi ciudad, estaban conmigo el seminario Bautista en pleno, lo dejaron vacío, el pastor de una iglesia Metodista a dos cuadras de mi casa, todos los graduados de bachillerato de ese año que no habían cogido “credenciales”, aprobación política para matricular carrera universitaria. Además habían unos cuantos homosexuales que como al mes fueron reubicados en la zona del central Violeta. Como 2 semanas después de estar allí, llegaron como 15 habaneros que eran, algunos mecánicos y otros controladores de vuelo todos los cuales trabajaban en el aeropuerto de Rancho Boyeros, muchos eran casados con familia y rondando los cuarenta años de edad.

Recuerdo, como al segundo día de estar allí, a un sargento que nos dejó bien claro que aunque el SMO eran 3 años, el tiempo para nosotros era indefinido y dependía del comportamiento de cada cual y que a los conflictivos los mandaban de castigo para los cayos del norte de Camaguey. Cuando decía esto hacía una pausa y socarronamente continuaba “allí, al atardecer, los caballos se meten en el mar huyéndole a los mosquitos”.

 

febrero 5, 2013 1:52 pm

 

Pablo Milanés

 

“Estuve en un campo de concentración de la UMAP [Unidades Militares para Ayuda a la Producción] durante un año y medio, nunca supe las razones por las que me llevaron a la UMAP.

“Allí había librepensadores como yo -que con 23 años era muy liberal, igualito que soy ahora- y también homosexuales, creyentes católicos y Testigos de Jehová, y presidiarios que habían sacado de las cárceles para que se juntaran con nosotros”, detalló, comparando la UMAP con los campos de concentración soviéticos en la Siberia, en la época estalinista.

“En la UMAP fuimos uno y compartimos una cosa de la que no teníamos culpa”.

Nota: Entrevista con Sarah Moreno, publicada en El Herald, Miami, Agosto 13, 2011.

 

febrero 4, 2013 4:43 pm

 

Juan Antonio Zas Irigoyen

 

Soy de la segunda recogida de los tristemente campos de concentración de las UMAP, 23 de Junio de 1966, la primera fue en nov de 1965. Soy de La Habana, del llamado de Marianao, nos concentraron en el stadium de La Tropical y nos llamaban por nombres y nos iban metiendo en los autobuses Leyland, cuando salimos cerraron las puertas y pusieron dos custodios con ametralladoras AK-47 delante y atrás, y dijeron:” De ahora en adelante si quieren ir al baño lo hacen en la puerta de atrás, aquí no se baja nadie ni a tomar agua”.

 

Este fue el arranque , después de todo tuve suerte, pues éramos un grupo de amigos como de 6 o 7, que da la casualidad que en el 64 nos llamaron para la entrevista del servicio militar y nos opusimos a eso y dijimos que lo que queríamos era marcharnos del país, nos ofrecieron, estudios, especialidades, grados militares y nosotros plantados, que no y que no, esto sucedió sin ponernos de acuerdo, pero ideológicamente pensábamos igual, estoy seguro que miles y miles de los que llamaron hicieron lo mismo.

 

Fuimos a parar a Camaguey, directo y sin escala, a un lugar que se llama Mamanantuabo y nos bajaron en un lugar que estaba cercado con malla de pollo, del piso al techo y allí nos tiraron, un frío tremendo, con hambre y sed, llegamos de noche tarde y casi al amanecer comenzaron a repartirnos. L

 

Llegamos a un lugar que ningún transporte podía llegar pues estaba lloviendo desde hacia tres días y se atascaban, nos bajaron y después los que nos enterrábamos en el fango éramos nosotros, nos demoramos como 2 horas en llegar al campamento, siendo la distancia corta.

 

Cuando entramos al campamento, aquello fue de espanto, parecía que estábamos en un campo de concentración, 22 pelos de alambre, con cerca arriba, de fuga y contra fuga, da la “casualidad” que meses antes habían exhibido una película que se llama KAPO, de los campos de concentración, no se si en Polonia o Alemania.

 

El recibimiento y las palabras no pudieron ser mas elocuentes, “Aquí entraron y no sabrán cuando salir y dejaran la vida en estos campos”, dijimos ¡coñoooo! es mejor estar preso en La Cabaña, pues al menos sabríamos cuando saldríamos. Vi de todo, después comenzaron a traer de todo, a mezclar a todo el mundo, por dejar de traer y mezclar empezaron a traer, presos de la cárcel del Príncipe, en La Habana, homosexuales, pastores bautistas, sacerdotes de la iglesia católica, testigos de Jehová (los mas abusados), todo con el objetivo de corromper y desmoralizar a unos con otros, al menos en mi campamento, rápidamente nos dimos cuenta y tratamos de neutralizar lo mas posible que sucediera esto.

 

Tengo muchas anécdotas, vi abusos y atropellos y en ocasiones plantábamos duro para pararlo, hijos de putas al máximo, de sargentos y militares, que después nos enteramos que en los 70′s se marcharon del país. Haría muy largo este escrito de contar mas cosas.

 

No guardo la esperanza de regresar algún día, pues no se el día que tienen señalado los poderosos grandes intereses lo pusieron y para terminar, tampoco tengo ni tendré reconciliación con los verdugos, allá aquel que lo tiene y con sinceridad digo, que el que tenga ese espíritu de amor y reconciliación, deben canonizarlo y lo digo con todo respeto.

 

Hoy hace 46 o 47 años que sucedió esta nefasta experiencia, que no merecía nuestro pueblo.

 

Tengo el honor de aparecer, como testimonio, en el libro “La UMAP: El Gulap Castrista” que hizo Dr. Enrique Ros.

 

enero 9, 2013 11:19 am

 

Raimundo Jorge Martínez

 

“Hubo discusiones serias entre custodios y recluidos. Recuerdo a uno que le decían Eleggua. Se negó a trabajar un día por sentirse enfermo. El teniente lo amenazó y golpeó. El muchacho sacó un machete que tenía escondido y lo descargó contra brazos y piernas del militar. A Eleggua lo llevaron preso a Camagüey. Le celebraron juicio sumario, fue condenado a muerte y fusilado. El carcelero quedó discapacitado de por vida”.

 

enero 3, 2013 7:21 pm  

 

José Olimpio Diviñón

 

“La jornada laboral comenzaba a las 6 de la mañana y concluía a las 7 u 8 de la noche. Almorzábamos en el campo, con 20 minutos de descanso [...] No se nos permitía hablar entre nosotros ni dirigirnos a los guardias. Al regresar al campamento nos bañábamos con agua helada, si la había. A las 10 y 30 de la noche nos acostábamos y electrificaban la cerca que rodeaba al campo”.

 

enero 3, 2013 7:17 pm  

 

Emilio Izquierdo

 

“Al cumplir los 18 años de edad fui internado en los campos de concentración de la UMAP. La razón que pusieron en mi causa fue: católico activo. También por ser hijo de un preso político por delitos contra los poderes del Estado. Mi padre había ayudado económicamente a los alzados contra Fidel. Tenía que ir a una alambrada porque era hijo de mi padre, practicaba la religión activamente en la parroquia de Bahía Honda. También me acusaron de reunirme con masones.

 

En junio de 1966 me llevaron a los campos de concentración de la UMAP en Camagüey. En el entronque de Cunagua nos recibieron con ametralladoras y un despliegue policial increíble como criminales convictos. Nos concentraron en el estadio de Morón. Había hasta ametralladoras antiaéreas y no venían aviones sino indefensos jóvenes. A la población del lugar le dijeron que para esos campamentos venía lo peor de la sociedad.

 

Éramos criminales convictos sin juicio y sin delito alguno. Los alambres de púas eran hacia adentro para que no pudiéramos escaparnos. Estuve allí dos años preso. En Cuba siempre los crímenes se heredan. Uno es el hijo de… y como mi abuelo había pertenecido a la Guardia Rural eso influyó y decían los comunistas que yo era nieto de un esbirro.

 

Pero el problema fundamental es que los jóvenes que fueron llevados a la fuerza a la UMAP no accedían dejarse adoctrinar, se mantenían en organizaciones fraternales. Incluyendo a la religión yoruba, afrocubana. El primer fusilamiento fue a Alberto de la Rosa, que le decían Eleguá.

 

La Asociación de Ex-Confinados Políticos de la UMAP la creamos en septiembre de 1995, para denunciar estos crímenes ante el mundo”.

 

Actualmente es chofer de limosinas en Miami.

 

diciembre 8, 2012 5:15 pm   

 

Cecilio Lorenzo

 

“Nací en Cabaiguan, en un humilde bohío de yaguas y piso de tierra en el centro de una colonia de caña.

 

Entre al campo de concentración de la UMAP a los diecisiete años de edad, y salí casi a los veintiuno. A nosotros nos fabricaban expedientes que decían falsedades: a uno le ponían homosexual, adictos a las drogas, vago habitual, alcohólico, lacra social, pero no importaba lo que la persona fuera o dejara de ser. En mi caso dirigente de religiones fraternales.

 

Los expedientes eran una monstruosidad. Sin embargo, los delincuentes que se plegaron al régimen no fueron para la UMAP. A mí me acusaron de vago habitual y de tener un taller de joyería desde los catorce años.

 

Los campamentos estaban formados por 120 reclusos.Unos 25 cuadros de mando y guarnición. El régimen de trabajo forzado empezaba de cuatro y media a cinco de la mañana y terminaba al oscurecer. Después de una clase política obligatoria y a las 9 de la noche silencio. Cuando alguien se fugaba levantaban a todos por la madrugada y nos disciplinaba castigándonos marchando, corriendo, entre un campo rodeado de alambradas.

 

Recibíamos castigos corporales y físicos, además de castigos psicológicos hasta juicios sumarísimos que podía llevar la pena de muerte. En nuestros campamentos se firmaba y ejecutaba las penas de muerte, sin tener que ir a otro mando militar.

 

A los Testigos de Jehová los condenaron a todos a cuatro años de privación de libertad por negarse a cumplir la disciplina militar. vi. enlazar a mis compañeros y arrastrarlos con un caballo de kilómetro de distancia y llegar tinto en sangre.

 

Al Testigo de Jehová Luís Fortún le dieron golpes en el piso hasta desprenderle el pómulo. Nosotros nos mutilábamos y cortábamos los tendones para poder ir a algún hospital, porque nos tenían incomunicados. Desde allí tratábamos de comunicarnos con la familia. No teníamos contacto con el mundo exterior.

 

Vine en 1980 cuando el Mariel. Tuve que dejar a mi mujer y a mi hijo”.

 

Empresario joyería, Hialeah, Florida.

 

diciembre 8, 2012 5:14 pm   

 

Juan Villar

 

“Aunque el SMO incluía solo a jóvenes de 15 a 27 años, muchos mayores o menores, como hemos dicho, también fueron llamados.

 

Este era el caso de Jaime Ortega, sacerdote de la iglesia de La Inmaculada Concepción, de Cárdenas, que ya tenia cumplidos los 28 años de edad, afirma Juan Villar que ofrece los siguientes datos: Junto a Jaime Ortega, de Cárdenas, se llevaron al sacerdote Armando Martínez, de Matanzas, que vive ahora en Canadá y que ya dejo el sacerdocio y, una semana después, de La Habana, al Padre Petit y a otros mas”.

 

“Cuando el gobierno comenzó a hacer cumplir las regulaciones de edad de 27 años para el Servicio Militar Obligatorio, los tres sacerdotes y algunos mas, comenzaron a salir porque les llego el pasaje a través del arzobispado. Armando Martínez al salir de la UMAP estuvo algún tiempo de nuevo en su parroquia de Pueblo Nuevo, Matanzas, antes de partir de Cuba definitivamente y luego dejo el sacerdocio. Ortega y Petit fueron convencidos por la jerarquía para que se quedaran en Cuba porque su salida seria un mal ejemplo para los jóvenes católicos”.

 

“En la primera visita que tuvimos en la UMAP, a los tres meses, los padres de Jaime Ortega lo fueron a ver. Al regresar Ellos a su casa al padre le dio su primer ataque al corazón. Fue el primero, porque cuando salimos de la UMAP en Junio del 68, a los pocos días su padre falleció por un ataque masivo. Ya, en la primera visita, su padre había sufrido mucho”

 

diciembre 8, 2012 5:10 pm   

 

Joaquín Rodríguez – Sacerdote Católico, Miami

 

Jaime Ortega, en 1966 era sacerdote de Cárdenas desde hacia dos años. Se había ordenado el 2 de agosto de 1964. El y el Padre Pedro García, quien esta en Miami, habían llegado a Cárdenas a iniciarse en el sacerdocio. Fueron recibidos allí -recuerda Joaquín Rodríguez que iba a ser seminarista, y, luego sacerdote- como una onza de oro. Al llegar a Cárdenas, el párroco de la iglesia era el Padre Naranjo. Jaime lo había sido primero en Jagüey Grande y de la Catedral de San Carlos, Matanzas. Yo estaba en Cárdenas; allí nos conocimos y de inmediato nos hicimos amigos.

 

Poco después yo partía hacia el seminario en La Habana. Al año siguiente el Obispo envió al Padre Pedro a Jovellanos, pero Jaime se quedo en Cárdenas. Un día a Jaime lo fueron a buscar en un jeep a la parroquia y se lo llevaron para la UMAP. A Petit se lo llevaron desde el inicio de aquel primer llamada de 1965. Otro sacerdote, Armando Martínez, estaba en la parroquia de Pueblo Nuevo.

 

Joaquín Rodríguez – Sacerdote Católico, Miami

 

diciembre 8, 2012 4:58 pm   

 

Gustavo

 

Yo fui testigo de lo que sufrimos en esos campamentos horribles. donde tenias que ir al trabajo forzado aun enfermo con fiebre de 40 y aquellos sargentos que ni los de Batista hacían estos carceleros, con las botas saliendo las puntas interiormente sin medias, en charcos de agua.

 

Cortando caña, cuando te tirabas en la guardarraya y te negabas porque no podías con la fiebre, te levantaban te insultaban y vejaban, luego pasando hambre subsistías por la comida que en las visitas te llevaba tu familia, traslados de madrugadas para otras unidades.

 

Solo nosotros sabemos lo que pasamos. Y el mundo estaba ajeno a esto. Es bueno que ahora se sepan las verdades de todas estas atrocidades con homosexuales y no homosexuales que allí había.

 

diciembre 8, 2012 4:57 pm   

 

J. Pedroso

 

Pertenezco al llamado del 19 de noviembre de 1965 estuve en el campamento de La Virginia, entre Ceballo y Ciego de Ávila, nos bajaron en 15 1/2 del tren en que íbamos, apagaron las luces del pueblo y nos decían horrores rodeados por un cordón de milicianos, de ahí nos trasladaron hasta el famoso campamento con cercas de 10 pelos de alambre y una posta con una garita en la entrada.

 

A los testigos de Jehová les quemaban las manos con velas para que firmaran, les afeitaban las cejas, la cabeza y le daban un baño frió por las noches cada 2 horas, por la mañana a abrir un hueco del tamaño de la persona, nos llevaban para el campo al amanecer y nos traían de noche, el que implanto los baños fríos fue el Capitán Pedro Cruz Moya y a mi me llevaron solo por el hecho de no estar con la famosa revolución la cual reprochare toda mi vida.

 

diciembre 8, 2012 4:56 pm

      

Clara Ortiz, madre de un confinado

 

Mis saludos y cordial alegría al conocer que se está divulgando la triste etapa de la inhumana ley que llevo a los Campos de Concentración a tantos jóvenes a atravesar por tan amarga experiencia, voy a relatar mi caso.

 

De los millares de mentiras que ha vociferado el régimen comunista de Cuba, el día que hablo la hiena sobre el Servicio Militar Obligatorio fueron sus palabras que todo joven que estudiara o trabajara no sería llamado a cumplir con esa ley, mi hijo Rubén Bernardo Aloma Ortiz estudiaba en la ya desaparecida Escuela de Comercio con solo 17 años, pero había algo en contra de nosotros, no nos montamos en el fatídico carro de la REVOLUCIÓN, opino esa fue la causa de llamarlo a ser reclutado, perdió sus estudios y lo ubicaron en una Unidad Militar en la Novia del Mediodia supuestamente para estudiar comunicaciones.

 

Allí estuvo un año pasando múltiples penurias y obligado a estudiar, al cabo del año sus notas fueron excelentes, pero el fin era lavarle el cerebro para que fuera a estudiar a la antigua URSS, a lo que el se negó siendo su respuesta que a él no se le había perdido nada allí. A mi hogar se presentaron unos oficiales de la DAAFAR para que yo intentara convencer a mi hijo de su partida que le sería muy beneficiosa, a lo que le conteste: “Cuando a él lo reclutaron no vinieron a preguntarme si yo estaba de acuerdo con esa medida por lo que ahora yo no le iba a contradecir su opinión”.

 

Eso le costó lo enviaran a una U/M en el Central Macareño en Camagüey a cortar caña, las pocas cartas que recibía me decía que él no sabía dónde estaba ya que era intricado en el monte, hasta que un día recibí una carta donde me manifestaba que aquello era un campo de concentración al extremo que los habían obligado a ver fusilar un recluta que se rebeló por tanta injusticia.

 

Aquello me intranquilizo y sin pensarlo me dirigí a la U/M donde el había estado y hablé con el Teniente Geranis, desconozco si es nombre o apellido le enseñe el papel, me lo quito y me dijo eso se investigaría. Pasaron unos días y me citaron a una entrevista, fue con el Capitán Cruz Amada y me amenazo que si eso no era verdad mi hijo pasaría 10 años preso en la Cabaña por difamación, fueron tan cínicos que me invitaron a almorzar con ellos (deben imaginar mi estado anímico como estaría, yo le conteste, mis hijos ni me dicen mentiras ni me callan verdad).

 

Salí de allí y me fui a hacer la cola para embarcarme hacia Camagüey, yo ni idea tenia cual era mi destino, pero llegue al lugar y pregunte donde estaba el Central Macareño, allí me informaron que tenía que tomar una guagua que me llevaría a Santa Cruz del Sur, me indicaron el lugar, me monte en la guagua a las 10.00 a.m. y mi sorpresa era una carretera que solo tenía a ambos lados caña, esa guagua llego a las 5.00 p.m. y todo esto sin tomar ni agua, mis nervios estaban al reventar.

 

Cuando llego al lugar me encuentro con un gendarme, yo no sabía ni donde estaba, a ese fulano le pregunte donde estaba el Central, asombrado me dijo, de donde viene usted, a lo que le conteste de la Habana, el muy H/P me dijo grande ha de ser sus motivos para ese viaje, bueno tuvo un gesto de “bondad” y me dijo la guagua que va para allá la ultima sale a las 5.00p.m. y ya se fue, entonces me llevo a un fonducho y allí me tome una sopa después me llevo a la casa de una mujer que alquilaba habitaciones y me dijo a las 5.00 a.m. sale la guagua para el central.

 

Pero ustedes creen que yo dormí, toda la noche mirando el reloj y me levante a las 4.00a.m., tome café y me dirigí a la cola de la guagua que salió en su tiempo, carretera y caña de nuevo hasta que a las 10.a.m. vi la torre del central y me dije bueno llegue. ¿llegue? aquello eran no sé cuantas U/M, no había transporte y mi hijo estaba en la No, 3 así que tenía que esperar algo que me llevara al lugar hasta que vino un tractor y en eso me monte hasta que llegue al lugar.

 

Cuando mi hijo me vio me dijo MIMA pero como has llegado aquí, nadie es capaz de imaginar el estado deplorable que se encontraban aquellas criaturas, ropa y zapatos raídos, sucios, mal comidos, desnutridos totalmente, obligados a trabajar desde las 5.00 a.m. hasta las 5.00 p.m., maltratados humillados, bueno no sé cómo no me desmaye.

 

A lo lejos venia un teniente nombrado Raimundo que era el MAYORAL y me dice: “usted es la madre de Aloma, aconséjelo pues es muy rebelde y lo voy a enviar a la Cabaña”, yo ni le conteste, era tanta mi impotencia y mi rabia que hubiera sido capaz de yo misma cortarle la cabeza, pero estaba mi hijo en juego, le conté todo lo que había hecho y lo que me había advertido Cruz Amada y me contesto: “Mima tú no te imaginas ni remotamente lo que sucede aquí, pero todo lo que escribí es verdad” llego un camión y me dijo “vete que después no tienes donde irte”.

 

¿Cómo me fui? con el alma partida, pero cuando llegue a la Habana llame al tal Geranis y le dije “sabe de dónde vengo, de ver a Rubén y todo lo escrito es verdad, hay mil cosas que contar pero no quiero abusar de su paciencia, el caso es que parece aquello se les fue de las manos”, lo trasladaron al Central Elia con mejores condiciones hasta que por fin lo trasladaron a la Habana pero le pusieron de castigo que tenía que cumplir 6 meses más, pero lo insólito es que después no querían darle trabajo ni lo aceptaban mas como estudiante.

 

Se metió en los D/H y volvió a estar preso, mi vida ha sido un martirio con estos canallas, mi otro hijo no paso el Servicio, pero también estuvo preso por escribir boletines contra la censura, espero Dios me de vida para ver el desplome de esos canallas. Gracias por sacar a la luz tantos crímenes de la juventud.

 

4 de agosto de 2012

 

diciembre 4, 2012 11:59 am 

 

Francisco García Martínez.

 

“Para mí esos campos de concentración de la UMAP fueron de tan amplia magnitud de terror que nunca nadie que haya estado allí los podrá olvidar. Allí no existía ningún tipo de derecho humano. Todo lo que una mente humana puede imaginarse de terror y crimen, ahí prevalecía.

 

Caí preso el 7 de diciembre de 1961, en Seguridad del Estado de Matanzas. Fui trasladado a San Severino. Me hicieron una acusación de sabotaje, me pedían una sentencia de treinta años con tan sólo catorce años de edad que tenía. En el juicio no pudieron demostrar que yo había dado fósforo vivo a los cañaverales.

 

En junio me citaron al cuartel de Jovellanos. Cuando llegué allí vi. a un grupo de casi doscientos jóvenes que los habían metido en los establos (caballerizas) de caballos, llenos de estiércol.

 

De ahí nos llevaron en rastras al estadio de Camagüey, mientras otros fueron para Ciego de Ávila. Al día siguiente vino el comandante Casillas quien nos dijo que habíamos llegado a la UMAP de donde solamente saldríamos vivos siempre que cumpliéramos las órdenes impartidas por los oficiales.

 

Mis manos y piernas están llenas de heridas, muchas hechas por mí para tratar de salir de aquel infierno. Nos tenían en lugares remotos de Camagüey, donde los mosquitos mataban a los caballos y también a las personas. Allí vi. amarrar a los hombres desnudos a una cerca de alambre de púas. Todavía tengo en mi memoria presente los gritos de aquellos hombres torturados, quienes permanecían noches y días enteros amarrados sin recibir ni comida, ni agua.

 

A mi me obligaron abrir hoyos en la tierra de mi altura, que cubrir completamente mi cuerpo. Después me ordenaban taparlo y a abrir otro. A otros les mandaban a abrir hoyos y los llenaban de agua y los mantenían cuatro días con la cabeza afuera solamente. Vd. compañeros míos arrastrarlos amarrados a un caballo por las guardarrayas. Creo que en tortura vi. todo lo que se puede ver en este mundo.

 

Salí hacia el exilio en tres gomas de tractor infladas hasta la mitad. Estuvimos cinco días en el Océano Atlántico. Nos recogieron 29 millas de Cayo Hueso, en 1972.

 

Actualmente reparo prendas y me dedico al oficio de joyería y relojería en Miami. Al mismo tiempo vendo pinturas y hago marcos para mis cuadros. Tengo mi propio negocio”.

 

noviembre 19, 2012 6:37 pm / 1 comentario      

 

Francisco García Martínez.

ALAMBRADAS

[14 PELOS DE ALAMBRE NOS SEPARABAN DE LA LIBERTAD...]

 

“Para mí esos campos de concentración de la UMAP fueron de tan amplia magnitud de terror que nunca nadie que haya estado allí los podrá olvidar. Allí no existía ningún tipo de derecho humano. Todo lo que una mente humana puede imaginarse de terror y crimen, ahí prevalecía.

 

Caí preso el 7 de diciembre de 1961, en Seguridad del Estado de Matanzas. Fui trasladado a San Severino. Me hicieron una acusación de sabotaje, me pedían una sentencia de treinta años con tan sólo catorce años de edad que tenía. En el juicio no pudieron demostrar que yo había dado fósforo vivo a los cañaverales.

 

En junio me citaron al cuartel de Jovellanos. Cuando llegué allí vi a un grupo de casi doscientos jóvenes que los habían metido en los establos (caballerizas) de caballos, llenos de estiércol.

 

De ahí nos llevaron en rastras al estadio de Camagüey, mientras otros fueron para Ciego de Ávila. Al día siguiente vino el comandante Casillas quien nos dijo que habíamos llegado a la UMAP de donde solamente saldríamos vivos siempre que cumpliéramos las órdenes impartidas por los oficiales.

 

Mis manos y piernas están llenas de heridas, muchas hechas por mí para tratar de salir de aquel infierno. Nos tenían en lugares remotos de Camagüey, donde los mosquitos mataban a los caballos y también a las personas. Allí vi. amarrar a los hombres desnudos a una cerca de alambre de púas. Todavía tengo en mi memoria presente los gritos de aquellos hombres torturados, quienes permanecían noches y días enteros amarrados sin recibir ni comida, ni agua.

 

A mi me obligaron abrir hoyos en la tierra de mi altura, que cubrir completamente mi cuerpo. Después me ordenaban taparlo y a abrir otro. A otros les mandaban a abrir hoyos y los llenaban de agua y los mantenían cuatro días con la cabeza afuera solamente. Vd. compañeros míos arrastrarlos amarrados a un caballo por las guardarrayas. Creo que en tortura vi. todo lo que se puede ver en este mundo.

 

Salí hacia el exilio en tres gomas de tractor infladas hasta la mitad. Estuvimos cinco días en el Océano Atlántico. Nos recogieron 29 millas de Cayo Hueso, en 1972.

 

Actualmente reparo prendas y me dedico al oficio de joyería y relojería en Miami. Al mismo tiempo vendo pinturas y hago marcos para mis cuadros. Tengo mi propio negocio”.

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.