LOS VIEJOS COMUNISTAS CUBANOS

Blas Roca Calderío -el máximo dirigente de los comunistas cubanos hasta que le entregó el partido a Fidel Castro-, en las oficinas del Partido Socialista Popular en 1945.

 

Blas Roca -al igual que los otros líderes comunistas cubanos-, vestía de traje, cuello y corbata.

Portada del libro Los Fundamentos del Socialismo en Cuba, escrito por el dirigente comunista cubano Blas Roca Calderío y publicado por primera vez hace setenta años en Cuba. Desde hace varias décadas este libro es prácticamente considerado subversivo en la Cuba de Fidel Castro.

En el centenario de Blas Roca

Luís Cino

31 de julio de 2008

Blas Roca escribió “Los Fundamentos del Socialismo en Cuba” en 1943. Después del triunfo de la revolución de Fidel Castro, se hicieron dos ediciones del libro. Una, en diciembre de 1959. La otra, en mayo de 1961. Para cada una de ellas, el veterano líder comunista se vio precisado a escribir una nueva presentación. Las transformaciones revolucionarias convirtieron en pasado “algunas de las cosas que en el libro estaban escritas en futuro”. Otras las convirtió, simplemente, en imposibilidades.

Cuando en 1965, los periódicos Hoy y Revolución fueron sustituidos por el Granma, ya el libro de Blas Roca había sido convertido en pulpa. Unos años después, como parte del plan pijama y bajo la estricta supervisión del propio Máximo Líder, le fue asignada a Roca la redacción de la Constitución de la República. Cuatro años después de terminarla, horrorizado por los mítines de repudio de 1980, no dudó en calificarlos: “puro fascismo”.

En sus últimos años, se convenció que la libertad y el derecho a expresarse sin temor son las más grandes garantías que tiene el ser humano.

Blas Roca murió en 1987, arrepentido de haber entregado el partido de los comunistas cubanos a “un aventurero irresponsable”. Un año después, su hijo Vladimiro Roca se unió a la disidencia.

El libro de Blas Roca es una prueba irrefutable de que “esto” no es el socialismo por el que lucharon los viejos comunistas cubanos. En descargo de las responsabilidades y culpas que algunos le quisieran achacar, valgan algunas, sólo algunas, de las contradicciones del libro “Los fundamentos del Socialismo en Cuba”.

 

“…los reaccionarios en su desesperado y ciego afán de combatirnos, han tergiversado todo y se han esforzado por hacer ver que el socialismo acaba con todas las formas de la propiedad privada y establece la propiedad colectiva sobre todas las cosas, grandes y pequeñas, importantes y no importantes. Eso es una falsedad.”

 

El socialismo no significa la abolición de todas las formas de la propiedad privada”.

 

El socialismo respeta la propiedad de los artesanos, de los pequeños propietarios y pequeños comerciantes a los que se lleva al socialismo a través de cooperativas u otras formas que permitan la incorporación de su propiedad individual, pequeña, atrasada y poco productiva, a la propiedad colectiva avanzada, sin explotación del trabajo ajeno.”

 

El establecimiento de la propiedad colectiva sobre los medios fundamentales de producción no quiere decir que haya de ejercerse necesariamente violencia sobre todos los propietarios”.

 

Con los adelantos que ya tiene Cuba, con la fecundidad prodigiosa de su suelo, con los progresos que le ha traído la revolución, con la inteligencia, la vivacidad y el espíritu emprendedor y fraternal de los cubanos, la aplicación de los principios socialistas producirá milagros, transformando esta tierra en unos pocos años en el paraíso del mundo”.

 

La historia se encargará de conceder a cada uno de los protagonistas de la historia más reciente de Cuba, la correspondencia exacta de su aporte. Tal vez las buenas intenciones constituyan un buen atenuante.

Los senadores comunistas Salvador García Agüero (izquierda) y Juan Marinello en una sesión en el Capitolio Nacional, en mayo de 1945.

Recordando a Salvador

Tania Quintero

7 de diciembre de 2010

Este 7 de diciembre se cumplen 114 años de la muerte de Antonio Maceo, general mulato de la guerra de independencia contra España y símbolo de la bravura cubana. A propósito de la efemérides, he querido recordar al intelectual comunista Salvador García Agüero, célebre por los panegíricos que los 7 de diciembre pronunciaba.

Conocí a Salvador de niña y entre 1959 y 1961 le vi a diario, cuando trabajé como mecanógrafa en las oficinas del Comité Nacional del Partido Socialista Popular, en Carlos III y Marqués González, en el corazón de la capital. Hasta hoy lo recuerdo como un hombre muy culto, elegante y caballeroso. De la Enciclopedia de historia y cultura del Caribe extraje estos datos biográficos.

Salvador García Agüero nació el 6 de agosto de 1907, en una casa de inquilinato sita en la calle Águila No. 258, La Habana. Desde temprana edad sobresalió por sus facilidades en la oratoria y la firmeza en defender sus opiniones. Estudió en el colegio-academia La Luz, en Luyanó, centro de enseñanza perteneciente a la secta evangélica bautista. En el curso escolar 1918-1919, etapa en la cual se fundó la sociedad infantil Fraternidad, fue elegido su presidente. Tenía sólo 11 años.

En 1923 se inició como orador en un mitin estudiantil convocado por Julio Antonio Mella en el patio de los Laureles de la Universidad de la Habana. Tras graduarse en la Escuela Normal para Maestros de la capital cubana, en 1925 ganó por oposición un aula para ejercer su profesión. Fue miembro del ejecutivo de la Asociación de Alumnos Normalistas.

Desde la etapa estudiantil escribió poesía, muy probablemente imbuido por la influencia de José Manuel Poveda, quien visitaba su casa y cuya manera de escribir admiraba el joven. Buena parte de su producción poética, entre los años 1927 y 1930, se publicó en las páginas de la sección «Ideales de una raza», en el Diario de La Marina, a cargo del ingeniero y periodista Gustavo E. Urrutia. Su nombre apareció entre las agrupaciones y hermandades de jóvenes negros que pugnaban por un mayor reconocimiento de sus derechos y libertades.

Aunque no participó en la huelga de maestros en 1931, su firma apareció en el manifiesto-protesta que publicó el diario El Mundo en su primera página el 1 de enero de 1933. El documento justificaba la huelga de los maestros y demostraba al dictador Gerardo Machado que el magisterio público seguía en la lucha contra la injusta postergación en el pago de sus haberes.

Ya en ese año era miembro representante de la Sociedad Adelante, constituida por un grupo de estudiantes progresistas negros, en el Comité por los Derechos del Negro, integrado por delegados de otras sociedades y sindicatos. Su fama como orador se acrecentó en 1934, en particular, como panegirista del lugarteniente general Antonio Maceo Grajales.

Al crearse la Sociedad de Estudios Afrocubanos, el 1 de junio de 1936, por iniciativa del etnólogo y antropólogo Fernando Ortiz, García Agüero fue designado su tesorero. En ese año se publicó Maceo: ciudadano perfecto, conferencia pronunciada en la velada lírico-literaria en memoria del general Antonio, efectuada en el teatro Fausto, Matanzas, el 7 de diciembre.

Salvador también fue fundador y vicepresidente de la Hermandad de los Jóvenes Cubanos (1936) y de su órgano Juventud (1937). Asistió a la primera conferencia de esta sociedad en los salones del club Atenas y dada su relevancia socio-política fue invitado, entre otros, al IV Congreso de la Juventud Americana en Milwaukee, Wisconsin, Estados Unidos, del 2 al 5 de julio de 1937. Allí se ocupó de ponencias referidas a las libertades democráticas y a la paz.

A su regreso de Estados Unidos, intervino en un acto ofrecido en el Anfiteatro Municipal de La Habana, donde expuso las experiencias del evento. Posteriormente visitó varias provincias orientales, en las cuales sus informes contaron con una cálida acogida. En la ciudad de Santiago de Cuba, impartió una conferencia sobre el poeta negro Juan Francisco Manzano.

En 1937, el Partido Comunista (fundado en 1925) y el Bloque Revolucionario Popular (organismo unificador de las fuerzas revolucionarias del país), que encabezaba García Agüero, sostuvieron una fuerte campaña por la amnistía de los presos políticos que abarrotaban las cárceles. En 1938 ingresó en el Partido Unión Revolucionaria y al reorganizarse éste, ocupó el cargo de presidente y Juan Marinello Vidaurreta, el de vicepresidente.

En 1938 se efectuó la Convención Nacional de Sociedades Cubanas de la Raza de Color, en la cual fue elegido miembro del Ejecutivo Nacional y vicepresidente de la Federación Provincial de La Habana. El 1 de mayo, junto al líder sindical Lázaro Peña, desfiló frente al Palacio Presidencial. Una vez terminado el acto, se dirigió al Cementerio de Colón, donde pronunció un discurso en frente a la tumba de Rubén Martínez Villena.

En 1938 viajó a Europa para asistir al Congreso Mundial por la Paz, celebrado en París. Después visitó España y finalmente se integró al Segundo Congreso Mundial de la Juventud en el Vassar College, en Poughkeepsie, Estados Unidos.

En ese mismo año, al aspirar a un escaño como senador de la república, García Agüero tuvo que dejar de dar clases, ya que las leyes impedían que un legislador desarrollara simultáneamente otras funciones.

Como delegado asistió a la Asamblea Constituyente de 1940 y más tarde fue elegido presidente del Comité Parlamentario del Partido Unión Revolucionaria Comunista. Al transformarse esta agrupación política en Partido Socialista Popular, fue designado segundo vicepresidente del ejecutivo, junto a Juan Marinello y Blas Roca.

“Maceo: cifra y carácter de la revolución cubana” se titulaba el discurso que pronunció en la sesión solemne de la Cámara de Representantes, el 7 de diciembre de 1941. La figura de Antonio Maceo, el Titán de Bronce, constituyó un tema recurrente en la oratoria de García Agüero.

En la tercera semana de septiembre de 1944, Salvador García Agüero fue proclamado Senador de la República por La Habana. Su actividad internacional resultó intensa, participando en eventos en Francia, Estados Unidos, México y Austria. Asistió como delegado al Congreso de la Confederación Americana del Magisterio (México, 1946). Fungió como socio colaborador de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, e impartió conferencias en diversas instituciones culturales. Fue director del noticiero de la emisora de radio Mil Diez.

Estuvo presente en la toma de posesión de Jacobo Arbenz como presidente de Guatemala, el 15 de marzo de 1951. Después del golpe de estado de Fulgencio Batista, el 10 de marzo de 1952, al igual que otros dirigentes y activistas del Partido Socialista Popular, estuvo a favor de la formación de un frente único democrático que estuviera integrado por las masas populares de todos los partidos y grupos oposicionistas al régimen militar de facto.

Esa actitud política le costó ser procesado por desorden público, junto a otros líderes del Partido Socialista Popular, en junio y agosto de 1952. Dos años después, en junio de 1954 fue nuevamente encarcelado, en esta ocasión acusado de conspirar para la sedición. En abril de 1955 resultó beneficiado por la Ley de Amnistía Política, y a partir de ese momento se mantuvo en la clandestinidad.

El 4 de abril de 1959 integró la directiva del Comité Nacional del Movimiento de Orientación e Integración Nacional, como responsable de la comisión de lucha contra la discriminación racial. El 30 de agosto de 1961, el Gobierno Revolucionario lo nombró embajador en la República de Guinea y, posteriormente, en 1962, en la República de Bulgaria, donde falleció el 13 de febrero de 1965. Su cadáver llegó a La Habana, su ciudad natal, el 16 de febrero.

Su sepelio constituyó una imponente manifestación de duelo popular. Salvador García Agüero era conocido y querido entre la gente común y corriente.

Los habaneros lo conocían por sus panegíricos los 7 de diciembre en honor a Antonio Maceo, que eran retransmitidos por la radio, y porque tenía la costumbre de andar a pie por su barrio. En cualquier calle se detenía a comprarle el periódico a un vendedor o lustrarse el calzado con un limpiabotas. También le gustaba comerse una fritura de bacalao o unos chicharrones en algún timbiriche o tomarse un helado de coco o mamey en un puesto de chinos.

Los viejos comunistas

Rafael Rojas

9 de febrero de 2005.

En el libro Cuban Counterpoints. The Legacy of Fernando Ortiz (Lexington Books, 2005), coordinado por Mauricio Font y Alfonso Quiroz, se inserta una foto memorable. La escena sucede en Caracas, en 1948, durante la toma de posesión presidencial del novelista Rómulo Gallegos. Mientras el presidente de salida, Rómulo Betancourt, fuma relajado, el nuevo mandatario posa sonriente, flanqueado por cuatro intelectuales cubanos, vestidos de impecable frac. De izquierda a derecha: Jorge Mañach, Raúl Roa, Juan Marinello y Fernando Ortiz.

Cuba y Venezuela viven entonces un breve momento democrático. En Caracas, el autor de Doña Bárbara y de una rara novela de tema cubano, La brizna de paja en el viento, ha recibido la presidencia de manos del fundador de Acción Democrática. En La Habana, también se produce una pacífica sucesión presidencial: de Ramón Grau San Martín a Carlos Prío Socarrás. Marinello había sido candidato presidencial por el Partido Socialista Popular en aquellas elecciones de 1948. Raúl Roa sería el director de Cultura del Ministerio de Educación del nuevo gobierno. Ortiz y Mañach desarrollarían una intensa actividad pública en los últimos cuatro años de la efímera democracia cubana.

Además del contraste con el momento actual de ambas naciones -tan sólo habría que visualizar a Chávez rodeado por Lisandro Otero, Roberto Fernández Retamar, Pablo Armando Fernández y Miguel Barnet-, la foto ofrece un buen pretexto para repensar el papel de los comunistas cubanos antes del castrismo. Dos de aquellos intelectuales, Juan Marinello y Raúl Roa, eran marxistas, el primero prosoviético, el segundo, antiestalinista. Los dos tuvieron recurrentes polémicas con Mañach y, probablemente, tampoco compartían todas las ideas liberales y republicanas de Ortiz. Pero ahí estaban, abrazados.

La foto informa algo que la historia oficial del castrismo ha pretendido ignorar: que los comunistas cubanos, antes de 1959, tuvieron un comportamiento perfectamente democrático. Entre 1940 y 1959, el Partido Socialista Popular tuvo una presencia constante y respetada en la vida pública de la isla. Sus miembros participaron en la Asamblea Constituyente de 1940 y contaron con importantes publicaciones como Mediodía, Hoy, Fundamentos, La Gaceta del Caribe y Nuestro Tiempo. Juan Marinello y Carlos Rafael Rodríguez fueron ministros del primer gobierno de Batista (1940-1944), Blas Roca era un líder reconocido nacional e internacionalmente, Nicolás Guillén era el poeta más querido y José Antonio Portuondo y Mirta Aguirre, dos de los críticos más autorizados.

Aquel reconocimiento público de los comunistas antes del castrismo se reflejó en los tantos ensayos lúcidos y moderados que produjeron esos intelectuales. Marinello escribió sus textos cardinales sobre José Martí y el modernismo y su muy conservador ensayo Conversación con nuestros pintores abstractos. Carlos Rafael Rodríguez valoró positivamente el nacionalismo de los ortodoxos, cuestionó la ceguera de Marx ante el problema colonial y, en su ejemplar polémica con Raúl Lorenzo, ponderó la posibilidad de un “camino común” para marxistas y keynesianos. En 1955, exiliado en México junto a su gran amigo Aureliano Sánchez Arango, Roa escribió Variaciones sobre el espíritu de nuestro tiempo y al año siguiente tuvo el coraje de oponerse a la invasión soviética contra Hungría.

Fidel Castro y los jóvenes jacobinos que capitalizaron la oposición al régimen de Batista rechazaban la lucidez y la templanza de los viejos comunistas. Sin embargo, la construcción de un orden totalitario comunista era una empresa colosal, que requería de los servicios de aquellos intelectuales. Después de 1959, Marinello, Roa, Rodríguez, Roca, Guillén, Aguirre, Portuondo y tantos otros comunistas tuvieron un papel destacado en la conducción política, ideológica y cultural del nuevo régimen. Lo curioso es que bajo el comunismo, la obra intelectual de aquellos escritores jamás alcanzó los niveles de la época republicana.

A las tantas paradojas del castrismo, habría que agregar ésa: la dictadura de Fidel Castro, en nombre del comunismo, coartó la creatividad del marxismo cubano. En 46 años de castrismo, el pensamiento socialista cubano jamás ha alcanzado la flexibilidad, la erudición y la elegancia que gozó en obras como Americanismo y cubanismo literario (1932) de Marinello, José Martí y el destino americano (1938) de Roa, El marxismo y la historia de Cuba (1942) de Rodríguez, Un hombre a través de su obra: Miguel de Cervantes Saavedra (1948) de Aguirre y El heroísmo intelectual (1955) de Portuondo.

El disidente cubano Vladimiro Roca es hijo de Blas Roca -el máximo dirigente de los comunistas cubanos hasta que en 1959 le entregó el partido a Fidel Castro. En 1997, Vladimiro Roca creó junto a Martha Beatriz Roque, René Gómez Manzano y Félix Bonne Carcassés el Grupo de Trabajo de la Disidencia Interna para analizar la situación socioeconómica cubana, que elaboró el documento La Patria es de Todos, por el cual fueron encarcelados en 1997 y condenados dos años más tarde, a pesar de que Amnistía Internacional los declaró presos de conciencia y solicitó su libertad inmediata e incondicional. Vladimiro Roca estuvo en prisión desde julio de 1997 hasta mayo de 2002. Vladimiro Roca pasó más de dos años y cuatro meses encerrado solo en una celda de 1,50 por 1,85 metros. “Allí solamente podía estar sentado en el suelo o acostado en la cama, y únicamente se me permitía salir dos o tres veces por semana a tomar el sol. Era un jaula de fieras”, afirmó Roca.

Nuestra montaña más alta

Norberto Fuentes

A fines del siglo pasado, en una Rusia que no lograba saltar del feudalismo a la revolución industrial pero aún antes de que barajaran los nombre de Lenin o Trostky, la “intelligentsia” rusa se sentía a salvo porque podía mirar hacia Yasnaya Poliana, la ruda hacienda donde, con sus blancos camisones de siervo, Leo Tolstoy escribía.

Quizá la grandilocuencia de lo anterior haga inaceptable para algunos que los cubanos puedan mirar detrás de las alambradas del establecimiento penitenciario Ariza, en la costa sur de la isla, cerca de la ciudad de Cienfuegos, para aprender que no todo está perdido porque un mulato de mediana estatura y porte militar resiste los embates de una de las mejores maquinarias de represión del planeta.

Viene del tronco más ortodoxo del comunismo cubano porque es hijo de Blas Roca, cuyo nombre verdadero era Francisco Calderío pero que consideró apropiado ponerse ese nombre entre bíblico y proletario para participar con combatividad en la lucha de clases y que luego de alguna manera ya lo hizo propio y así tuvo su primogénito el apellido inconmovible. Vladimiro Roca. No sólo el apellido.

Tiene los gruesos labios del padre, y es delgado y tímido. Lo veía en las bases de Maleza, en Santa Clara, y San Antonio de los Baños, con su traje de presurización cuando toda la gloria del mundo era ser un piloto de MiG-15, sólo comparable con ser un oficial del G2. Siguiendo la tradición que en Cuba -con excepción de Fidel- todos los grandes dirigentes adoptaron, incluido Raúl Castro, de entregar sus hijos al servicio de las armas como la Pasionaria en España, fueron los muchachos que estudiaron aviación de combate en Checoslovaquia.

El primero que saltó, en 1965, fue también teniente aviador, hijo de otro grande del comunismo cubano, Jesús Menéndez, atrapado mientras ocultaba a un preso fugado de un campo de trabajo forzado. Creyó que podía argumentarle a sus superiores que en una revolución no se tortura ni se trata a los prisioneros a bayonetazos y su creencia terminó delante de Raúl Castro, cuando éste por toda respuesta lo mandó para “las mazmorras de Villa Marista para que aprendas lo que es el trato a los presos y entiendas por qué luchaba tu padre” Suerte de retórica en la que a los hijos de la Revolución les invierten todos sus valores y con ellos, como un papel de lija, les restriegan la cara.

Vladimiro estaba retirado, fuera de toda conexión cuando se empató con algunos disidentes. Y empezó sus trajines. Una vez me mandó un recado para que organizara una especie de filial de artistas de su agrupación, a lo que respondí con la petulancia innecesaria de que me llamara cuando estuviera decidido a matar policías. Al final hizo un documento seminal llamado “La patria es de todos” y luego para la cárcel.

Es el único que queda allí de los famosos cuatro firmantes. Lleva 1305 días en cautiverio. Está en la celda inmunda donde su compañero de lucha Sebastián Arcos contrajo un cáncer que no le atendieron y que no le dejó disfrutar un día de libertad y que los carceleros le recuerdan todos los días. Pero puede salir de allí cuando quiera. La justicia de Fidel Castro es muy flexible, tanto que daría cualquier cosa porque se rindiera. Abren la pesada puerta de hierro y le dicen que ahí tiene pasaje y pasaporte, y mañana por la mañana estás en el Paseo de la Castellana. “No”, responde, sin más ningún cubano que lo oiga. “La patria es de todos.” Bien elegido el nombre por el viejo Blas. Es una roca, un peñón. Es una montaña.

Jesús Menéndez Larrondo (1911-1948). Líder de los trabajadores azucareros cubanos. Dirigente comunista. En las elecciones generales de 1940 resultó electo Representante a la Cámara, siendo reelegido en 1944. Fue asesinado el 22 de enero de 1948, por los poderosos intereses a los que se enfrentó resueltamente

Funeral de Jesús Menéndez Larrondo

Al igual que los hijos de otros viejos comunistas cubanos, el hijo de Jesús Menéndez Larrondo, Carlos Jesús, se volvió opositor a la tiranía de los hermanos Castro. Carlos Jesús fue piloto de combate del ejército cubano. Estuvo preso por razones políticas y fue expulsado de las fuerzas armadas.

Niegan la salida de la isla al hijo de un legendario líder comunista

WILFREDO CANCIO ISLA

6 de abril de 2001

El hijo del legendario dirigente comunista Jesús Menéndez (1911-1948) está retenido en Cuba por “motivos desconocidos”, a pesar de que las autoridades le habían otorgado los documentos necesarios para viajar a Estados Unidos.

Carlos Jesús Menéndez, de 54 años, fue abordado en el aeropuerto José Martí de La Habana por funcionarios de inmigración, que le impidieron tomar el avión

rumbo a Miami el pasado 15 de marzo.

“Hasta el momento no tengo idea del por qué cambiaron de parecer con

respecto a mi viaje. Siempre insistí en que éste tenía un carácter privado y personal, nada político (...) Por ello estoy en un compás de espera, para ver cómo responder a tamaña arbitrariedad”, escribió Menéndez en una carta entregada ayer a El Nuevo Herald.

Según Menéndez, se le ha dicho que la prohibición es provisional y que le

permitirán salir sólo después del 27 de abril, cuando concluye sus sesiones la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra.

La medida se produjo en el momento que Menéndez había despachado ya su equipaje y se disponía a pasar los controles migratorios. Un funcionario le informó que no podría viajar porque “estaba circulado”.

Luego de recuperar su equipaje, se dirigió a la Dirección Nacional de Inmigración, donde un mayor del Ministerio del Interior le ratificó la prohibición sin explicarle los motivos.

“Es el típico abuso contra un ciudadano a quien se le impide ejercer su derecho a viajar”, consideró el abogado Félix Fleites, ex prisionero político que reside en Miami desde 1996.

Fleites, amigo de la familia Menéndez por más de 40 años, dijo que Carlos esús ha sido sometido a un estricto control de la policía política del régimen debido a su carácter rebelde y su colaboración con el movimiento disidente.

Desde finales de los años 80, Carlos Jesús Menéndez ha estado relacionado con grupos defensores de los derechos humanos dentro de la isla.

El hijo del líder obrero se incorporó a la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1958) cuando apenas contaba 13 años, y al triunfo de la revolución de Fidel Castro figuró en el primer grupo de jóvenes enviados secretamente a Checoslovaquia y la Unión Soviética para prepararlos como pilotos.

“Su decepción fue creciente, oponiéndose a que su familia fuera llevada a los actos donde el régimen castrista buscaba sacar partido político de la figura del padre [Jesús Menéndez]”, indicó Fleites. Jesús Menéndez, su padre, es reconocido como una de las figuras históricas del movimiento sindical cubano. Fue asesinado en la oriental ciudad de Manzanillo, en 1948, al calor de sus grandes batallas a favor de los trabajadores azucareros, lo que le mereció el calificativo de General de las Cañas. En 1998 el gobierno cubano convocó un homenaje nacional por el 50 aniversario de su asesinato.

Carlos Jesús Menéndez, hijo del fallecido dirigente comunista Jesús Menéndez, relata ardua labor de defensores de derechos humanos en Cuba

LA HABANA, 25 Jul. 06 (ACI).- Carlos Jesús Menéndez, miembro de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional (CCDHRN), narró como este grupo de trabajo informa y sigue los casos de 316 personas detenidas, 81 de las cuales son de conciencia, por manifestar ideas contrarias al gobierno comunista de Fidel Castro.

En entrevista con Lucas Garve, de la Fundación por la Libertad de Expresión; y reproducida por Cubanet, Menéndez indicó que la misión de la CCDHRN es informar sobre los presos políticos en Cuba y buscarles asistencia humanitaria a través de las organizaciones con las que tienen contacto.

Explicó que al año se elaboran dos informes que dan un Listado Parcial. Indicó que es parcial porque “siempre creemos que no tenemos la totalidad de los presos”. Menéndez dijo que pueden haber dos o tres detenidos de los que no recibieron información, o que alguno haya sido liberado y no se les hubiese comunicado.

“Elaboramos también algunos informes especiales. Monitoreamos también los condenados a muerte. En 2005 elaboramos un informe con relación a los casos de medio centenar de cubanos condenados a muerte que están en los distintos corredores de la muerte de las prisiones de alta seguridad del país”, afirmó.

Menéndez señaló que la categoría de “presos de conciencia” es otorgada por Amnistía Internacional luego de estudiar los casos que presenta la Comisión. “Un preso de conciencia es un hombre que fundamentalmente está preso injustamente. Por tener un criterio o por su expresión, por defender una idea de forma pacífica”, explicó. Informó que en la actualidad hay 81 presos de conciencia y se espera el análisis de otros 20 casos.

En la entrevista, relató que muchas veces son los familiares quienes informan cuando alguien ha sido detenido. También colaboran los presos en las cárceles, quienes avisan si ha habido algún nuevo ingreso. “Además, están los activistas en las distintas regiones, quienes también se enteran de las detenciones y nos informan y por último están como fuentes la prensa” nacional e internacional, afirmó.

“Una vez que tenemos nuestra primera información hacemos un seguimiento hasta que el preso es condenado. Cuando es condenado, por mediación de la familia obtenemos una copia de la sentencia y a partir de ahí, abrimos una ficha del detenido”, indicó.

Finalmente, destacó que la relación de la CCDHRN con otras organizaciones de derechos humanos y de oposición “son de trabajo y son buenas”. Los informes son elevados a Amnistía Internacional, Derechos Humanos Internacional, al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, a las sedes diplomáticas en el país, a órganos y agencias de prensa.

El disidente Carlos Jesús Menéndez, de 64 años e hijo del fallecido dirigente comunista Jesús Menéndez, fue detenido por la policía política cubana el 12 de noviembre de 2007, siendo liberado sin cargos.

Carlos Jesús Menéndez, activista de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional (CCDHRN), fue arrestado por agentes vestidos de civil cuando se disponía entrar a la casa de los opositores Héctor Palacios, miembro del grupo de los 75 excarcelado por motivos de salud, y Gisela Delgado, directora del Proyecto de Bibliotecas Independientes.

Los agentes le dijeron a Carlos Jesús Menéndez que le detenían para “sostener una conversación”.

Después, Carlos Jesús Menéndez ha sido detenido en varias oportunidades, la última fue el 16 de noviembre de 2012.

Recuerdos de 1959 (I)

Tania Quintero

25 de noviembre de 2008

 

Corría diciembre de 1958. Desde una azotea de una casona de la Habana Vieja, buena parte de la visita a una familia amiga de mis padres me la pasé ensimismada, asustada, con una mezcla de temor y curiosidad, mirando el movimiento de tropas militares que sin necesidad de anteojos se divisaba desde el privilegiado lugar, muy cerca de la entrada del túnel.

En noviembre había cumplido dieciséis años y mis preocupaciones guardaban estrecha relación con aquel ir y venir de militares: el Ejército Rebelde, me lo había dicho mi padre, estaba a punto de tomar la ciudad de Santa Clara, en el centro de la isla. Pero mi padre, que todo me lo decía, no me había dicho que el bulto grande y pesado que yo había recibido de un desconocido y guardado en un recoveco de nuestra casa, eran luces de bengala, para ser utilizadas en el descarrilamiento de un tren en Las Villas.

Hace cincuenta años, en diciembre del 58, tampoco podía imaginarme que la dictadura de Batista estaba llegando a su fin. Ni que apenas un mes después de pasar varias horas embobecida mirando los movimientos de vehículos militares, yo estaría allí, en La Cabaña. Y almorzaría frijoles colorados en el comedor de los barbudos. Y vería por vez primera al Che y le daría la mano.

Los meses de enero a julio de 1959 los recuerdo como si hubiera estado viviendo en un limbo. A pesar de las noticias y las corazonadas, los acontecimientos se sucedieron a una velocidad de vértigo. De pronto el rojinegro se convirtió en la combinación de moda, desplazando a los colores de la bandera. Los católicos, por si acaso, decidieron mantener oculta la imagen del Sagrado Corazón. Los espiritistas, seguidores de Clavelito, sí dejaron el vaso de agua a la vista. Pero fue mayoría los que se sumaron a la catarsis fidelista y en las puertas de las casas comenzaron a aparecer cartelitos de “Gracias Fidel”. En mi casa nunca hubo ninguna imagen religiosa y a no ser una tía, nadie creía en el espiritismo. No éramos fanáticos y no pusimos ningun cartelito. Mi padre no veía con buenos ojos a Fidel Castro. Cuando el día después del asalto al cuartel Moncada vi aquellos titulares en la prensa, le pedí una explicación. Y me lo dijo rápido y corto:

—Eso fue un putsch y ese Fidel Castro es un putschista.

Me quedé en China. Decidí no preguntarle, pero él se dio cuenta y a China me mandó. Fue al escaparate y sacó un pequeño libro. Se titulaba Cómo ser un buen comunista, de Liu Shao Shi.

—Léetelo bien, así no tendrás que preguntar más.

Cuando terminé de leer aquel panfleto seguí sin saber qué era un putsch, quién era en realidad Fidel Castro y por qué para ser un buen comunista debía orientarme por un chino.

Blas, el explotador

Febrero de 1959. Con el tíbiritabara de la Revolución, en la Escuela de Comercio no habían empezado las clases, y había tremenda fajazón entre los del 26, el Directorio y la Juventud Socialista por controlar la Asociación de Estudiantes. Yo me había sumado a la huelga estudiantil decretada en el 58 en todo el país y llevaba casi un año sin estudiar. Y de pronto me entraron ganas de empezar a trabajar para tener mi propio sustento.

Una noche, después de comer, a boca de jarro le dije a mi padre que quería trabajar:

—¿Trabajar? ¿En qué? Si tú nada sabes hacer.

—Yo di clases de corte y costura con mi tía Cuca…

—-Sí, y qué, ¿vas a trabajar en un taller de confecciones?

—A lo mejor, o puedo coser para la calle. Ya sé hacerme mi ropa.

—Mira, acuéstate a dormir y mañana seguimos hablando.

Al día siguiente le traje una propuesta: pasar un curso de mecanografía y taquigrafía en inglés y español, en la Havana Business Academy, al doblar de la casa. El problema era que costaba ocho pesos al mes. Logré convencerlo —al final era su única hija— y me pagó dos meses, marzo y abril. Pero para mecanografiar con velocidad y poder conseguir pronto un trabajo tenía que practicar todos los días. Y mi padre sí que se negó a comprarme una Remington que un vecino vendía en cuarenta pesos.
La solución fue irme todos los días para las oficinas del Comité Nacional del Partido Socialista Popular, donde él trabajaba cuidando el local. Y tantas veces fui que terminé sustituyendo a Aleida, la mecanógrafa, a punto de dar a luz. El administrador era Secundino Guerra, alias Guerrero. Y el tesorero, Manolo Luzardo. Él fue quien determinó mi salario: 46 pesos. Cuando me lo dijo, formé bateo. Y él, grande y gordo como mi padre y también tacaño como él, me respondió: “Todavía no has cumplido los 17, ¿para qué necesitas tú más dinero? ¿No sabes que el dinero corrompe?”.

* * *

En mi expediente laboral aparecía una carta, fechada en agosto de 1959, con papel timbrado del PSP, en la cual Blas Roca Calderío decía que me conocía desde hacía tiempo (él quería poner desde que nací, pero a mí esa realidad no me gustó y lo cambió) y era persona “de toda moral y confianza”.

Esas dos cualidades valían antes y ahora, pero la plaza no me la gané por ser sobrina de la esposa de Blas ni porque mi padre había sido su guardaespaldas durante más de veinte años. Me contrataron porque mecanografiaba con destreza, no tenía faltas de ortografía y sabía redactar cartas.

Al “tío Paco” le tecleé más porque era el secretario general y porque escribía como un condenado, en unos blocks pequeños, de papel gaceta, sin rayas, de ésos que costaban dos quilos en las quincallas. Tenía la letra pequeñita, pero legible y escribía parejito, como si pasara una línea.

Blas, Juan (Marinello) y Carlos (Rafael Rodríguez) eran los más exigentes. No admitían la más mínima chapucería. Tenía una buena goma Pelikan, pero ellos no me pasaban ni un borrón. Cuando me equivocaba tenía que repetir la hoja. Entonces no había esos papelitos para borrar —o sí, pero yo no los conocía. Por 46 pesos trabajaba de lunes a domingo, mañana, tarde, noche y madrugada si era preciso.

Blas decidió reeditar en 1959 su libro Los fundamentos del socialismo en Cuba. Cogió la última edición y la hizo leña. Iba arrancando hoja por hoja y en ellas hacía directamente los arreglos. La complicación venía cuando añadía nuevos párrafos y ponía numeritos aquí, allá y acullá en las hojitas de blocks de dos quilos.

Ser la hija de Quintero y trabajar 12 horas diarias a esa edad tenía sus ventajas: de vez en cuando hacía lo que me daba la gana. Por ello saqué la máquina de escribir de la biblioteca y me la llevé para la oficina de Blas, simple como la de todos en aquella época: un buró, tres taburetes y un librero.

Allí podía trabajar con tranquilidad, pues Blas, para poder concentrarse, estaba pasándose un tiempo en una casa en la playa de Guanabo, él solo, con dos escoltas. A las cinco de la mañana se despertaba, hacía café y se sentaba a escribir. Antes que el sol apretara, caminaba un rato por la arena y volvía a su libro. Con un chofer me enviaba las hojas a mecanografiar y cuando las tenía listas, avisaba y las venían a recoger.

Pero a veces Blas me mandaba a buscar. Me encantaba ir en el Impala, sentada alante, disfrutando el paisaje de la costa norte habanera. La contentura pronto se me quitaba, cuando veía que había hecho arreglos en las cuartillas ya mecanografiadas. Después vendría lo peor: quedarme a almorzar con él.

Blas enseguida se daba cuenta de la cara de mierda que ponía y con su hablar pausado, me decía:

—De verdad que eres vaina. Carmen y Quintero (mis padres) te han criado muy mal, con bistecitos y platanitos fritos. Y no te han enseñado a comer ni calabaza con cáscara, no porque engorda las piernas, sino porque en la cáscara es donde está el alimento.

Y a continuación soltaba una disertación sobre las propiedades de la calabaza. Mientras, tenía que hacer de tripas corazón y tomarme sin rechistar aquella sopa anaranjada y olorosa de flores de calabaza, cogidas del huerto detrás de la casa, cuidado con esmero por el propio Blas.

Desde una ventana los escoltas miraban con disimulo y se reían, los muy cabrones. A ellos, tres veces al día, le traían unas cantinas con comida “normal” y no ese invento de sopa de flores de calabaza.

No recuerdo con exactitud, pero todo el trabajo con Blas a propósito de la reedición en 1959 de Los fundamentos del socialismo en Cuba se hizo en un mes.

Al ser la única mecanógrafa y bibliotecaria en ese momento, no podía darme el lujo de desatender al resto de los que allí tenían oficina permanente: Aníbal Escalante, Secundino Guerra, Lázaro Peña, Carlos Fernández R., Ramón Calcines, Severo Aguirre y Antero Regalado, entre otros. Posteriormente el “secretariado” aumentaría con tres mecanógrafas más: Dulce, la esposa del sindicalista Rafael Ávila; Edilia, esposa de Pancho, el chofer de Joaquín Ordoqui y María, una guatemalteca que tras el derribamiento de Jacobo Arbenz había emigrado a México con su esposo e hijos y terminaría residiendo en La Habana.

Los que trabajaban en sus casas o en otros lugares también venían y si me lo pedían tenía que mecanografiarles, como Juan Marinello, Carlos Rafael Rodríguez, Salvador García Agüero, Flavio Bravo, Osvaldo Sánchez y los camaradas de las provincias. Cuando había reunión nacional debía salir de la biblioteca porque allí se celebraba, en torno a una gran mesa y taburetes, el modelo de silla preferido por estos comunistas de hoz y martillo. Flavio Bravo hacía las funciones de secretario de actas. A diferencia de Blas, tenía una letra enrevesada e ilegible. Pasaba tanto trabajo para descifrar las notas tomadas por Flavio, que no retenía los contenidos. Y es una lástima, porque en aquellas reuniones se hablaba de la Ceca y la Meca.

La Mora era la encargada de una pequeña cocina donde se la pasaba colando café. Los días de reuniones, ella, Mario (el encargado de la limpieza) y yo íbamos a almorzar a La Fama China, restaurante situado en Belascoaín y Maloja, a dos cuadras, a buscar las treinta y pico de cajitas, unas con arroz frito y otras con chop suey de puerco o pollo, encargadas con antelación. El almuerzo lo acompañaban con refresco y al final, café de nuevo. Algunos fumaban, mas en aquella época la Organización Mundial de la Salud no le había declarado la guerra al tabaco y a quienes como a mí molestaba el humo teníamos que salir a tomar aire fuera.

Atender la biblioteca no daba complicaciones. En una ocasión, del Ministerio de Relaciones Exteriores me mandaron a pedir unos libros de filosofía y marxismo y enseguida se los envié con un chofer. Cuando venció el préstamo, junto con los libros adjuntaron una carta muy gentil, dirigida a la “Dra. Tania Quintero, directora de la Biblioteca del Partido Socialista Popular”. Todavía la estoy vacilando.

La cara grata era ésa: ocuparme de la biblioteca, ayudar a la Mora a repartir café y cajitas de comida china, ir al correo a comprar sellos y enviar montones de cartas y andar en carro pa’rriba y pa’bajo. Los 46 pesos dejaron de ser un trauma desde el primer mes: en El Encanto me compré un frasco de Miss Dior por cinco pesos (sí, pesos, la moneda nacional). Crucé al Ten Cent de Galiano y después de merendar llevé para la casa una libra de chocolate con almendras (0,99 centavos). Seguí hasta Ultra y allí terminé de gastar mi primer salario. Todavía me quedó algo para regresar en taxi a la casa.

El lado ingrato yo lo veía en el revolico y la incertidumbre que habíamos empezado a vivir los cubanos en la isla entera. Pese a mi juventud y mi inexperiencia política, me daba perfecta cuenta de que por aquel local de Carlos III y Marqués González, donde laboré desde agosto de 1959 hasta febrero de 1961, pasaba todo lo que en ese momento se cocinaba en el fogón de la Revolución.

(Continuará…)

Recuerdos de 1959 (II)

Tania Quintero

27 de noviembre de 2008

Corta y clava

En la planta baja quedaba un local de conferencias. Allí se celebraban las “Charlas de los Jueves”. No me perdía ninguna. Fue mi primera escuela de comunismo. Habían pasado seis años y ya había olvidado a Liu Shao Shi y su manual. Resuelta a zambullirme en la doctrina marxista leninista, le pedí al “tío Paco” una lista de libros para leer. Me hizo dos listas: una contenía la literatura básica, elemental, y otra más avanzada. A raíz de su muerte, en 1985, doné al Instituto de Historia del Comité Central del Partido Comunista de Cuba los manuscritos de Blas Roca, entre ellos los dos listados para un adoctrinamiento que nunca seguí al pie de la letra.

Los comunistas no eran nuevos en esa plaza: hasta julio de 1953 en esa misma cuadra y acera de la céntrica avenida de Carlos III, habían tenido sus oficinas nacionales, pero tras la represión desatada por el asalto al cuartel Moncada, fueron obligadas a cerrarlas. Volvieron a abrirlas en 1959, aunque no en el mismo sitio: el antiguo local había sido convertido en almacén de tabacos. En la misma esquina de Marqués González tuvieron la suerte de encontrar y poder alquilar una casona de dos plantas con amplios salones. La planta baja, con acceso directo a la calle, la destinaron para actos y conferencias como las “Charlas de los Jueves”.

Cuando se subía por la amplia escalera, en el primer piso, a la izquierda, estaban las oficinas nacionales y a la derecha las del comité provincial del PSP en La Habana, entonces una sola provincia. Su secretario general era César Escalante, hermano de Aníbal. Los Escalante eran una familia con raigambre patriótica. César, alto y delgado, no se parecía a Aníbal, más gordo y siempre con un sombrero tejano. En el carácter sí: los dos tenían personalidades fuertes. A César se debe la creación de la primera COR (Comisión de Orientación Revolucionaria), después devenida en DOR. Charlas, folletos, propaganda: todo eso y más se le acreditaba a César y su equipo de colaboradores.

Los días previos a la ley de nacionalización de las compañías extranjeras, estadounidenses en su mayoría, César tuvo una actividad febril, junto a otros miembros del comité nacional del PSP. Lo recuerdo ir y venir desde sus oficinas a las nuestras, serio, apurado. Fueron dos días con sus noches muy tensos y de mucho correcorre, con reuniones continuas, llamadas, idas y venidas, imagino que para deliberar con Fidel y Raúl. Y yo, claro, mecanografiando, cambiando párrafos, rehaciendo cuartillas.

El colofón sería el acto en el Estadio del Cerro (actual Estadio Latinoamericano). Por si no bastara su repercusión, aquello tuvo un ingrediente mediático extra: en medio de su discurso, Fidel Castro enmudeció. De aquella Ley trascendental, la imagen que me ha quedado es el caminar apresurado de César Escalante, Fidel afónico, los americanos encabronados y yo muerta de cansancio.

Si en aquel potaje la “especialidad” de César era la ideología, la de su hermano Aníbal era el rumbo político de la Revolución. O al menos eso era lo que me parecía, pues Aníbal era el enlace entre la dirección nacional del PSP y “Alejandro”, pseudónimo de Fidel Castro. Cada vez que un mensaje escrito debía ser enviado a “Alejandro”, Guerrero me hacía dejar lo que estuviera haciendo y de prisa me llevaba para la oficina de Aníbal, al fondo del local.

En una Underwood situada en un rincón, Aníbal me mandaba a sentar, mientras él, dando zancadas de un lado a otro, empezaba a dictarme. Y yo tiquitiquitiquiti. Si le parecía bien seguía dictando; si no, me hacía sacar el papel, lo rompía y empezaba a dictar de nuevo. Aníbal me decía las comas, puntos y aparte, punto y seguido, aunque no se necesitaban demasiadas reglas ortográficas: siempre eran mensajes cortos, apremiantes.

Desde que veía a Guerrero venir a buscarme como un gallito culeco, para mis adentros decía: “Uff, un corta y clava de Aníbal”.

Ninguna de esas urgencias me causaban mayor preocupación. Era joven y aquellos dimesidiretes políticos no me quitaban el sueño. Joven, pero no tonta, me daba cuenta de cuánta tenían razón los críticos incipientes de la revolución cuando comenzaron a propagar que “la revolución era como un melón: verde por fuera y roja por dentro”. Sin sonrojarse, Fidel los desmentía y aseguraba que era más verde que las palmas. Y yo pensaba en las palmas del soviet de Mabay. El 13 de septiembre de 1933, dirigidos por el comunista Rogelio Recio, los campesinos del ingenio Mabay, en el poblado del mismo nombre, en la antigua provincia de Oriente, decidieron unirse y fundar un gobierno popular, bautizado con el nombre de “Soviet de Mabay”; ese día, en lo más alto del central azucarero, ondeó la bandera roja con la hoz y el martillo).

Por suerte, siempre que aparecía un “corta y clava” yo estaba ahí y no tomándome un café con leche en la cafetería al lado del periódico Revolución, en Carlos III y Oquendo o más arriba, en otra más pequeña, detrás de la Compañía Cubana de Electricidad, donde por una peseta me tomaba una deliciosa limonada frappé.

Esas salidas eran para merendar. A donde solía escaparme era al periódico Hoy, a tres cuadras, en la calle Desagüe, o a la librería de Lalo Carrasco, enfrente. A veces iba con mi padre a tomar café con leche en Reina y Belascoaín y aprovechaba para comprar algunas de las delicias que vendían en una tiendecita aledaña: cremitas de leche de Cascorro, cucuruchos de Baracoa, raspadura, boniatillo, coquitos prietos o acaramelados, pasta de tamarindo, guayaba en barra, mermelada o casquitos, en fin, dulces tradicionales de toda Cuba.

Agrios, risueños y legendarios

Tensos fueron también los días en que se trabajaba para desbancar a David Salvador y su grupo de la dirigencia de la Confederación de Trabajadores de Cuba, cuya sede central quedaba muy cerca del periódico Hoy. En el centro de aquellas pugnas estaba Lázaro Peña, finalmente elegido secretario general de la CTC.

Lázaro tenía una voz ronca, no acorde con su carácter alegre y su sonrisa Colgate. Como casi todos los comunistas de la época, se vestía con guayaberas, de mangas largas o cortas, y cuando la ocasión lo requería, de traje, con cuello y corbata o sólo con el saco.

Desde la década de 1940, la clase obrera había tenido en Lázaro su mayor representante. No fue el único: estaban también Aracelio Iglesias, portavoz de los portuarios, y Jesús Menéndez, líder de los azucareros. A los dos los conocí, a los dos los asesinaron en 1948.

El 22 de enero, cuando descendía de un tren en la estación de Manzanillo, a 800 kilómetros al este de La Habana, le dispararon a Jesús, por entonces al frente de la poderosa FNTA (Federación Nacional de Trabajadores Azucareros) y campeón de la lucha por el “diferencial azucarero”. El 17 de octubre de 1948, Aracelio Iglesias fue acribillado a balazos mientras se encontraba en la sede del sindicato portuario, en la calle Oficios, Habana Vieja. Pistoleros pagados por compañías navieras foráneas, a las cuales Aracelio se había enfrentado para conseguir mejores salarios y condiciones laborales, sobre todo después que fuera elegido secretario general de la Federación Obrera Marítima Nacional, decidieron eliminarlo del mismo modo gangsteril que a Jesús Menéndez.

La tercera esposa de Lázaro fue Zoila, más conocida por su nombre artístico: Tania Castellanos. Lázaro combinaba muy bien su faceta de dirigente político y obrero con la música y la vida cultural. En los primeros tiempos, los Peña vivieron en el edificio Areíto, en Infanta y Manglar. Más de una vez, cuando Adalberto, el chofer, me llevaba o traía de su casa, coincidí con Bola de Nieve, vecino del inmueble. Lo recuerdo siempre impecable, gentil, con un paraguas negro. Otras veces lo vi caminando por Infanta y tengo la impresión de que siempre fue a pie al Monseñor, restaurante donde cada noche actuaba. Servían buena comida y tenía un bar acogedor, pero lo que realmente valía la pena era disfrutar de Bola tocando el piano. Cualquier canción en su voz era un regalo. No ha nacido otro como él —ni como Benny Moré, a quien mi padre nunca me dejó ir a ver actuar al AliBar. Decía que ése “no era sitio para señoritas”.

Tania Castellanos y Lázaro Peña tenían muchos amigos en el mundo artístico, uno de los más allegados fue Pacho Alonso. Desde que el PSP fundara la emisora Mil Diez, en la década de 1940, la vinculación de los comunistas cubanos con la música, el arte y la cultura fue muy destacada.

Lázaro era un negociador innato. Buena parte de la dictadura de Batista la había pasado primero en Praga, en la Federación Sindical Mundial, y después en México, en otra misión del partido. Sus más cercanos colaboradores fueron Carlos Fernández y Rafael Ávila, sindicalista de buenos modales, pero Carlitos —como le decíamos a Fernández— era más ácido que un limón criollo. Tan berrinchosos como él eran los hermanos Escalante, enérgicos y nerviosos. Carlos Rafael, no era tan pesado como prepotente: él sabía que sabía.

Los más caballerosos: Salvador García Agüero, Juan Marinello y Fabio Grobart. Los más campechanos: Severo Aguirre, Antero Regalado, Ramón Monguito Calcines y, por supuesto, Blas Roca, el “tío Paco”.

No sé cómo (aunque me lo imagino) los del PSP se enteraron muy pronto de que los americanos nos iban a quitar la cuota azucarera y a continuación vendría una represalia (aún sin nombre, después sabríamos que se trataba del embargo decretado en marzo de 1962, aún vigente). Y allí me fui yo otra vez, a la oficina de Blas, ahora a mecanografiarle a Carlos Rafael tablas con decenas de cifras. Tenía que hacerlo con las hojas apaisadas, usando todo el tiempo el tabulador. El destinatario no lo sabía, aunque también me lo imaginaba. Lo mío era ver, oír, mecanografiar y callar.

Los trajines de Joaquín Ordoqui y Osvaldo Sánchez pasaban por el verdeolivo, por las nacientes Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior. Flavio Bravo y César Escalante tuvieron activa participación en la creación de las milicias. La Ley de Reforma Agraria y la creación de la Asociación Nacional de Pequeños Agricultores fueron tamizados también en el colado pesepesiano. Los experimentados en el tema agrícola eran Romárico Cordero, José “Pepe” Ramírez, Antero Regalado y Severo Aguirre. De la vieja guardia provinciana, los más recordados son Juan Taquechel, de Santiago de Cuba, y Gilberto del Pino, camagüeyano. De los poetas, Nicolás Guillén, miembro del comité nacional del PSP, y el manzanillero Manuel Navarro Luna.

Cuando la extraña desaparición de Camilo Cienfuegos, en octubre de 1959, Navarro Luna estaba en La Habana. Por aquellos días yo trabajaba en la oficina de Lázaro, una de las más amplias y cercana a la entrada: era la más visitada. Una mañana vino Navarro Luna y me pidió que le pasara en limpio un poema que acababa de componer. Me dio el papel y cuando terminé, lo declamó: “Tienes que estar muerto, tremendamente muerto, Camilo…”. El poema apareció al día siguiente en el periódico Hoy. También el órgano del PSP publicaría un poema a Camilo escrito por Guillén, mulato camagüeyano, irónico y peculiar.

Del ahora mítico Che Guevara mis primeras impresiones fueron las de una piedra en el zapato. Para referirse a él le llamaban “el argentino”, no por desprecio nacionalista, sino como una forma de distinguirlo. Siempre que algo se estaba adobando o a punto de ir a la candela, aparecía una opinión distinta: la del Che. No es descabellado pensar que la dirección máxima de la revolución quisiera deshacerse del atravesado argentino. Su paso por la revolución cubana fue breve, pero intenso: de 1956 a 1965. Nueve años.

No hay peor ciego…

 

Cuando las clases se reanudaron en la Escuela de Comercio me matriculé en la sesión nocturna. Así que hasta febrero de 1961, cuando me fui a pasar un curso de maestros voluntarios en Minas del Frío, trabajaba mañana y tarde y por las noches; de lunes a viernes, estudiaba. Si no conseguía “botella” me iba a pie, por todo Carlos III hasta Ayestarán. La carrera de contador público la dejé en segundo año.

Si no caía ninguna tiñosa, los fines de semana me iba a la Biblioteca Nacional, por entonces una maravilla, cuidada, con mobiliario nuevo. En la cafetería siempre pedía lo mismo: bocadito tostado de jamón y queso y batido de mamey. Otras veces iba al Palacio de Bellas Artes, a alguna exposición o curso (asistí a uno de arte precolombino) o a algún concierto en el teatro Auditorium, en el Vedado, hoy Amadeo Roldán.

Los contactos con soviéticos, polacos y otros europeos del campo socialista databan de los años 30 y después de 1959 se mantuvieron y afianzaron. Pero en aquellos diecinueve meses sentí que eran más cercanos y naturales los vínculos del PSP con los partidos comunistas latinoamericanos. El ejemplo más conocido fue la amistad de Blas con Luiz Carlos Prestes, del Partido Comunista de Brasil. La historia de su esposa, Olga Benario, quien murió en un campo de concentración nazi, fue muy conocida en Cuba.

Monguito Calcines era el encargado de las relaciones internacionales. A través de él conocí a un grupo de nicaragüenses que en 1960, después de una estancia en Cuba, viajaron a la República Democrática Alemana. Entre ellos se encontraba Carlos Fonseca Amador. Lo recuerdo alto, delgado, amable, con sus espejuelos de armadura negra y gruesos cristales (yo también era miope, pero no tanto como ahora). El día de la despedida, los nicas me pidieron mi dirección. Se las di, pero nunca me escribieron.

Quien me escribió fue un joven alemán que se acercó a ellos para practicar el español. La carta la recibí unos días antes de irme a la Sierra, en febrero de 1961. La guardé. No le respondí hasta el mes de junio, cuando regresé, con 130 libras de peso y el orgullo de haber subido tres veces el Pico Turquino. Mi amistad con aquel alemán se ha mantenido hasta el presente y tiene casi los mismos años de la revolución. Pero si en Alemania en todo este tiempo muchos cambios han ocurrido, en Cuba las cosas van para peor, desgraciadamente.

* * *

 

La historia de las relaciones entre los viejos comunistas y los hermanos Castro esta aún por escribirse. En el libro Fidel, el desleal, el francés Serge Raffy especula al respecto, pero algunas de sus afirmaciones, particularmente las referidas a supuestos contactos entre Fidel Castro y Fabio Grobart desde los años 40, deben ser investigadas y comprobadas. No lo dudo, sólo digo que están por comprobar.

Cincuenta años después del triunfo de la revolución cubana me sigo preguntando por qué toda la gente que había fundado y consolidado un partido comunista dentro del capitalismo, dentro de gobiernos más o menos democráticos, y que ellos mismos, con más o menos imperfecciones, en sus organizaciones y publicaciones hacían valer la libertad de expresión y las discrepancias, no vieron o intuyeron la personalidad egocéntrica de Fidel Castro ni el peligro que su poder absoluto representaba para el país. ¿Es que no lo vieron o no lo quisieron ver?

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.