RÉQUIEM POR LA INDUSTRIA AZUCARERA

Y LA REVOLUCIÓN CUBANA,

DESTRUIDAS POR FIDEL CASTRO

DeMOLER (documental)

Esplendor y ocaso del azúcar en Cuba

Oscar Espinosa Chepe

7 de enero de 2003

            

La agroindustria azucarera marcó durante siglos a la nación cubana, por constituir su base económica e influir en el carácter y hasta en el léxico de su pueblo como bien demostró Manuel Moreno Fraginals en su monumental obra “El Ingenio”.

 

La caña de azúcar fue introducida en Cuba durante el mando de su primer gobernador español, Diego Velázquez (1511-1524). A partir de ese momento se cultivó, y se fabricaron mieles y alguna azúcar para el consumo de los vecinos. Hacia fines del siglo XVI el azúcar empezó a ser exportada en pequeñas cantidades.

 

Su producción careció de importancia hasta que la ocupación británica de La Habana en 1762 estimuló el comercio. Después de 1791 la revolución de Haití destruyó la industria azucarera en ese país, que era el principal suministrador de azúcar en el mundo, e hizo que muchos colonos franceses se trasladaran a Cuba, lo que impulsó su avance.

 

Durante la época napoleónica los puertos cubanos fueron abiertos al comercio extranjero, se estimuló la importación de esclavos y la colonización por medio de inmigrantes. Los hacendados cubanos se beneficiaron de los mercados azucareros de Estados Unidos de América y Gran Bretaña.

 

Arango Parreño y otras ilustres personalidades jugaron un papel importante en el desarrollo de la industria azucarera por su esforzada labor en defensa de la libertad de comercio para Cuba, así como en la aplicación de los adelantos de la ciencia y la técnica. Ello no sólo tuvo relevantes implicaciones para este sector, sino también en el desarrollo cultural en su conjunto.

 

Gracias a esto, la producción de azúcar entre 1800 y 1840 más que se triplicó, y en las dos décadas siguientes se duplicó. En 1868 llegó a 720.250 toneladas métricas, el 28,57 por ciento del total mundial.

 

El auge de la industria estuvo acompañado por una gran dependencia respecto al mercado norteamericano, el cual a mediados del siglo importaba el 54 por ciento de todo el azúcar vendido. A partir de 1877, el porcentaje se mantuvo sobre el 80 por ciento hasta finales de siglo, cuando llegó a alcanzar más del 90 por ciento. Esto originó la singular situación de que Cuba, como colonia española, dependía políticamente de Madrid pero económicamente estaba ligada a Estados Unidos de América.

 

La Guerra de  Independencia, iniciada en 1895, provocó la destrucción de gran parte de la industria. Si en 1894 se llegó a producir más de un millón de toneladas métricas de azúcar, al final de la guerra, en 1898, sólo se alcanzaron 259.331 toneladas.

 

La independencia permitió la reorganización de la industria azucarera sobre bases más ventajosas, al desaparecer la inseguridad en el porvenir político y asegurarse el mercado norteamericano. Esto quedó reflejado en el Tratado de Reciprocidad Comercial suscrito el 11 de diciembre de 1902, que si bien benefició el desarrollo azucarero también consolidó las características monoproductora y monoexportadora de la economía cubana y su conversión en un apéndice azucarero de Estados Unidos.

 

En este escenario, la abundante irrupción del capital norteamericano trajo consigo una impactante recuperación. Ya en 1905 se produjeron un millón 200 mil toneladas de azúcar, cantidad superior a cualquier volumen alcanzado en tiempos de la colonia.

 

Con posterioridad, la industria azucarera se desarrolló con cierta estabilidad, beneficiándose de su prioridad en el mercado norteamericano. En 1919, a causa de los efectos de la Primera Guerra Mundial, el precio del azúcar se disparó, lo que provocó una prosperidad que parecía no tener límites. Sucedió lo que entonces se conoció como la “Danza de los Millones”. Al influjo de esta situación,en 1919 se hizo la primera zafra de más de cuatro millones de toneladas, por lo que Cuba llegó a tener una de sus mayores participaciones en la producción azucarera mundial (26,09 por ciento).

 

Pero la danza terminó. La cotización del azúcar se vino abajo repentinamente y, si en 1920 la zafra tuvo un valor superior a mil millones de pesos, cifra astronómica para aquella época, su monto no sobrepasó los 275 millones de pesos en 1921. La economía se derrumbó y sobrevino un crack bancario que arruinó a miles de propietarios cubanos y condujo a la quiebra de muchos bancos nacionales.

 

La Danza de los Millones trajo otras consecuencias a la economía cubana. El alza desmesurada de los precios del azúcar en el mercado mundial incitó a otros países a desarrollar sus propias industrias, ya fuera a base del cultivo de la remolacha o la caña de azúcar, incluidos los Estados Unidos de América y áreas bajo su dominio, como Puerto Rico, Hawai, Filipinas e Islas Vírgenes. Por ello, a mitad de la década de los años 1920 comenzaron a surgir problemas para vender la producción cubana, lo que creó importantes excedentes.

 

Esos fenómenos fueron previstos tempranamente por ilustres patriotas como Manuel Sanguily, Enrique José Varona y Salvador Cisneros Betancourt, quienesalertaron sobre los inconvenientes de atar la economía a un solo producto y un solo mercado, pero lamentablemente nunca fueron escuchados.

 

Posteriormente, a pesar de que se realizaron esfuerzos por diversificar la economía, ésta se mantuvo atada a la producción azucarera, con etapas de bonanza cuando los precios estaban altos en el mercado mundial, y de fuerte depresión cuando caían. Asimismo, su gran peso en la economía la marcaba significativamente con su actividad en la época de zafra y la paralización en el “tiempo muerto”. Tampoco puede olvidarse que desde finales de la Guerra de Independencia fue un factor de alta concentración de tierra entre pocos propietarios, o sea, de latifundio.

 

Con el triunfo de la revolución en 1959, grandes esperanzas se suscitaron sobre el desarrollo de la economía. En primer lugar, se esperaba que la diversificación dejara atrás la alta dependencia respecto al azúcar y, por otra parte, se daba por seguro la eliminación del latifundio. Este sentimiento fue estimulado por la Primera Ley de Reforma Agraria, del 17 de mayo de 1959.

 

Esas expectativas no se cumplieron. Cuba siguió el camino azucarero, ligada a los mercados del Este de Europa. El latifundio se mantuvo, ahora con ropaje estatal.La confiscación de los centrales azucareros y las plantaciones, en lugar de promover la eficiencia, provocó todo lo contrario.

 

Los rendimientos agrícolas se mantuvieron muy bajos, a pesar de los grandes consumos de fertilizantes y otros insumos, así como las altas tasas de mecanización. Peor sucedió con el rendimiento industrial de la caña procesada que bajó a niveles significativamente inferiores a los logrados antes de 1959.

 

Por otra parte, muy poco se realizó en cuanto a la diversificación de los productos de la industria azucarera. Se hizo caso omiso a los retos que ya eran visibles a mediados del siglo XX por el surgimiento de una serie de edulcorantes sintéticos, a los que se añadieron otros productos, como el sirope de maíz, los cuales con su competencia iban desvalorizando el azúcar en los mercados internacionales.La estrategia seguida por las autoridades se basó exclusivamente en el alto precio que hasta fines de los años 1980 pagó a Cuba el bloque soviético, lo cual, al parecer, llevó a pensar que esa coyuntura favorable persistiría por siempre.

 

Con la llegada del “período especial” a inicios de los años 1990, por la desaparición de las subvenciones, la industria azucarera tuvo que enfrentar las realidades del mercado sin poder transformarse, al carecer del financiamiento necesario para acometer esa tarea. La ineficiencia se acrecentó y disminuyó la producción a volúmenes que en los últimos años no han sobrepasado los cuatro millones de toneladas, conniveles de rendimiento agrícola de35 toneladas métricas por hectárea, cuando la media mundial sobrepasa las 60 toneladas, según la FAO, ycon rendimientos industriales que en muchos años no han superado el11 por ciento, mientrasel promedio de los últimos diez años antes de 1959 fue de12,74 por ciento.

 

La combinación de una agroindustria ineficiente, que en los últimos 12 años se ha descapitalizado aceleradamente por falta de reposición de los equipos y de mantenimiento, unido a la ausencia de una reconversión destinada a hacer frente a los requerimientos del mercado, como lo hicieron otros países azucareros dedicando esfuerzos a la producción de alimentos para el ganado, cogeneración eléctrica, combustibles como el gasoalcohol, y una gran variedad de otros derivados,han causado la bancarrota de la industria azucarera.

 

Ahora, cuando se plantea quesolamente quedarán71 centrales elaborando azúcar y 14 mieles de los 156 existentes en el país, se demuestra falsa la aseveración oficial de que esta medida se debe a la baja actual de los precios del azúcar en los mercados mundiales, pues en realidades consecuencia de la ineficiencia acumulada durante años, así como de la falta de previsión.

 

El  cierre definitivo de  71  centrales  únicamente logrará minimizar las pérdidas económicas que se ocasionaban, pero la producción que se genere en los centrales mantenidos en funcionamiento continuará siendo irrentable.

 

El colapso de la producción agroazucarera desarrollada durante siglos mediante la ardua e inteligente labor de muchas generaciones ha sido ocasionando por la falta de previsión y la mala gestión ejecutada durante decenios.

 

FUENTES:

 

1. El Ingenio, Manuel Moreno Fraginals

 

2. Azúcar y Población en las Antillas, Ramiro Guerra

 

3. Problemas de la Nueva Cuba, Colectivo de Autores, 1934

 

4. Trabajos publicados e inéditos del autor

El fracaso del último recurso

Dimas Castellanos

6 de mayo de 2014

 

¿Qué pasa cuando el último recurso para una buena zafra reposa en el compromiso de los trabajadores con el segundo secretario del Partido?

 

El plan de azúcar de 2014 no se cumplirá. La ineficiencia resultante del proceso de estatización se manifestó en un retroceso sostenido de la producción azucarera. En el año 2001 no se pudo rebasar los 3,5 millones de toneladas (inferior a la zafra de 1919).  Como si la causa del resultado estuviera en la organización y disciplina, se designó un general al frente del Ministerio del Azúcar (MINAZ) y se implementaron varias medidas, entre ellas una dirigida a lograr 54 toneladas de caña por cada hectárea, cifra inferior a los indicadores de la FAO y la otra a extraer 11 toneladas de azúcar por cada 100 de caña. El declive, cuya causa está más allá de las órdenes militares, continuó su inexorable marcha atrás. En 2010 retrocedió hasta 1,1 millón, cifra inferior a la alcanzada en 1895.

 

Ante el fracaso, pero sin detenerse en las verdaderas causas, se sustituyó al MINAZ y al general por el Grupo Empresarial de la Agroindustria Azucarera (AZCUBA), el cual proyectó un  crecimiento productivo anual del 15 por ciento hasta el año 2016. La zafra de 2011 quedó por debajo de 1,3 millones de toneladas; la del 2012 se sembró suficiente caña y se contó con la casi totalidad de los recursos contratados, pero nuevamente ni se cumplió un plan de 1,45 millones de toneladas ni se terminó en la fecha planificada; en la de 2013 AZCUBA se planteó producir 1,7 millones de toneladas, pero no pudo rebasar 1,6 millones, una cantidad que se fabricó en 1957 con los centrales Morón, Delicias y Manatí.

 

El cambio de dirigentes, la reestructuración de la industria azucarera, la Tarea Álvaro Reynoso, el cierre de unas 100 fábricas de azúcar, la redistribución para otros cultivos de un alto por ciento de las plantaciones de caña, la sustitución del MINAZ por AZCUBA y un abultado paquete de medidas económicas, no lograron elevar la cantidad de caña por hectárea ni el  rendimiento industrial. Al comenzar la zafra de 2014, en el mes de noviembre, AZCUBA anunció que sería la mejor de la última década. Según el pronóstico se produciría 1,8 millones de toneladas, es decir, 200 mil por encima de la zafra anterior.

 

Ante el fantasma de los incumplimientos, el segundo secretario del Partido Comunista, José Machado Ventura, apeló a los llamamientos. Realizó varios recorridos por ingenios y provincias llamando a extender el tiempo de molienda y a sembrar más caña, pues según sus palabras “la principal limitación está en la caña insuficiente y los bajos rendimientos agrícolas, pues es inconcebible que hoy se cosechen campos de menos de 18 toneladas de caña por hectárea, lo cual es apreciable aún en muchas entidades del ramo a lo largo del país”.

 

A pesar del hermetismo de la prensa oficial se supo que a fines de diciembre el central Ecuador, de Ciego de Ávila, estuvo parado 30 horas por roturas en una de sus cuchillas; que los centrales tuneros Majibacoa, Amancio Rodríguez y Antonio Guiteras reportaban atrasos y que el Héctor Molina, de Mayabeque, a pesar de una costosa reparación confrontaba los mismos problemas de zafras anteriores. El 17 de marzo, Juan Varela Pérez publicó en Granma “La zafra aún está a tiempo”, donde, basado en el análisis de AZCUBA del día 10 de ese mes, dio a conocer que el monto producido hasta esa fecha era inferior a lo planificado.

 

El 23 de abril, el periodista Ortelio González, publicó en Granma “Deudas con el Primero…”, donde dio a conocer que el central Primero de Enero había sobrepasado el plan en casi 4 mil toneladas. Y añadió: “Hoy sienten que cumplieron el compromiso con el segundo secretario del Comité Central del Partido quien, en uno de los recorridos, los conminó a producir la mayor cantidad de azúcar posible”. Es decir, el compromiso con el llamamiento demostró su eficacia.

 

Sin embargo, tres después, el 26 de abril, Juan Varela, basado en datos de AZCUBA, informó “que por lluvia, roturas en los equipos de corte y la organización, el país no ha alcanzado la cifra de azúcar planificada para la fecha”. Y citó a las provincias Artemisa, Granma, Holguín y Santiago de Cuba entre las atrasadas.

 

Empleando la misma lógica de Ortelio González para el cumplimiento en el central Primero de Enero, la mayoría de los trabajadores azucareros no respondieron al llamamiento, por lo que el plan de 2014 también se incumplirá y con fracaso del recurso del llamamiento, parece que todo se agotó.

 

Una mirada hacia los múltiples obstáculos para el crecimiento de la producción azucarera apunta como determinante el crónico bajo rendimiento agrícola, un fenómeno que emergió desde 1961 desde la eliminación del colonato. Surgido en la segunda mitad del siglo XIX como resultado de la competencia entre ingenios, donde los más pequeños se arruinaron, emergió la figura del colono, que desposeído de ingenio propio entregaba su caña al ingenio vecino por una parte del dulce. De ahí en lo adelante la caña para el gran central quedó garantizada por los colonos, y de las contradicciones entre estos y los hacendados emergió la necesidad de asociarse para su defensa.

 

La historia de las asociaciones de colonos, que tuvo su primer episodio a fines del siglo XIX, desembocó en enero de 1934 en la formación de la Asociación Nacional de Colonos de Cuba. Esta asociación garantizó toda la caña necesaria para producir hasta más de 7 millones de toneladas, como ocurrió en 1952, sin que ningún funcionario político o administrativo tuviera que hacer llamamientos ni indicar a los productores lo que tenían que hacer.

 

En diciembre de 1960, en una reunión en la que la Asociación de Colonos se negó a participar, el líder de la revolución adelantó la idea de crear una sola asociación nacional de agricultores: “Es necesario que los pequeños agricultores, en vez de ser cañeros, tabacaleros, etc., sean sencillamente agricultores y organicemos una gran Asociación Nacional de Agricultores Pequeños”.

 

En enero de 1961 todas las organizaciones de empleadores y las asociaciones campesinas fueron sustituidas por la Asociación Nacional de Colonos, que en el mes de mayo de ese año pasó a denominarse Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP). Pero el papel del colonato en el abastecimiento de caña a los centrales nunca pudo ser suplido por la ANAP, creada por y subordinada al partido gobernante, lo que se refleja en los actuales rendimientos de caña por hectárea.

La actualidad de las ideas

Dimas Castellanos

11 de agosto de 2013

 

A 125 años de la muerte de Álvaro Reynoso y Valdés, qué queda de la obra del padre de la agricultura científica cubana

 

A 125 años de su muerte, ocurrida el 11 de agosto de 1888, los resultados científicos que nos legó el eminente químico, fisiólogo, agrónomo, tecnólogo industrial y divulgador científico Álvaro Reynoso y Valdés, continúan en lista de espera. Mientras la prensa oficial le presta una atención exagerada a los hechos y personas vinculadas a la política y a las guerras, se limita a mencionar a Reynoso como parte de las efemérides sin indagar en su obra ni presionar para que sus aportes se conviertan en resultados productivos.

 

Álvaro Reynoso, uno de los cubanos que colaboró desde la ciencia al progreso y a la conformación de las bases de la nación, estudió en el colegio San Cristóbal (Carraguao), se graduó de Bachiller en Ciencias en la Real y Literaria Universidad de La Habana, continuó sus estudios en la Universidad de La Sorbona, en París, donde se graduó en 1856 y obtuvo el doctorado, convirtiéndose en uno de los mejores químicos de su época.

 

Desde los primeros años de estudios, Reynoso y Valdés comenzó a publicar los resultados científicos obtenidos: Nuevo procedimiento para el reconocimiento del Yodo y del Bromo; Diversas combinaciones nuevas del Amoníaco en los Ferrocianuros; Acción de las bases sobre las sales y en particular sobre los arsenitos; La separación del Acido Fosfórico de sus combinaciones con los Óxidos Metálicos; Presencia de azúcar en las orinas de los enfermos histéricos, epilépticos y su relación con la respiración; Efecto del Bromo sobre el envenenamiento por el curare (un veneno utilizado por los indios para emponzoñar sus flechas); Estudios sobre la cría artificial de peces de agua dulce y otros.

 

Al graduarse en 1856, unos veinte trabajos suyos habían sido insertados en publicaciones especializadas de Francia y España. Fue elegido Miembro Correspondiente de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid y de la Real Academia de Historia de España, recibió la Real Orden “Catedrático de Química Aplicada a la Agricultura y Botánica” de la Escuela General Preparatoria de La Habana y “Catedrático de Química Orgánica ampliada” en la Universidad Central de Madrid, entre muchos reconocimientos.

 

Al regresar a Cuba en 1858 con un laboratorio dotado de los más modernos equipos e instrumentos, una excelente colección mineralógica y una valiosa biblioteca especializada en ciencias, tomó posesión de la Cátedra de Química y en 1859 sustituyó a José Luis Casaseca en la dirección del Instituto de Investigaciones Químicas de La Habana, institución que convirtió en una de las primeras estaciones agronómicas del mundo.

 

De forma paralela a su obra investigativa, Reynoso y Valdés se dedicó a la divulgación. En 1868 comenzó a colaborar como redactor científico del Diario de la Marina, donde tenía una columna en la que publicó artículos acerca de las aguas potables; reseñó el primer ensayo realizado en Cuba en abril de 1863 del arado movido por vapor tipo Fowler, con el que se inició la mecanización de la caña de azúcar en la Isla; fue redactor de los Anales y Memorias de la Real Junta de Fomento y de la Real Sociedad Económica; publicó en la Revista de Agricultura del Círculo de Hacendados de la isla de Cuba y en otros órganos de prensa.

 

Entre sus obras publicadas están Apuntes sobre varios cultivos cubanos, donde compiló sus aportes sobre la agricultura no cañera, como maíz, café, algodón, tabaco; Estudios progresivos sobre varias materias científicas, agrícolas e industriales, una colección de artículos publicados en la prensa acerca del cultivo de la caña de azúcar en todas sus fases, así como de los planes de experimentación del Instituto de Investigaciones Químicas y la siembra de boniato, ñame, maíz y arroz, destinada al consumo humano y animal.

 

A mediados del siglo XIX, cuando Cuba ocupaba el primer lugar mundial en producción de azúcar y el último en productividad, apoyado en su tesis de que “la verdadera fábrica de azúcar está en los cañaverales”, se consagró a resolver esa contradicción. Los resultados quedaron recogidos en su obra cimera Ensayo sobre el cultivo de la caña de azúcar, donde integró todas las operaciones relacionadas con el cultivo y cosecha de la gramínea, desde el efecto negativo de la tala de bosques vírgenes hasta la molida fresca para evitar la alteración de los jugos. Esta obra editada en 1862, se reeditó en Madrid en 1865, en Paris en 1878 y en Cuba en 1925, donde se reimprimió en 1954 y 1959, además de editarse en Holanda.

 

Un aspecto de su ideario, que apenas se menciona, es que Reynoso consideraba la participación autónoma de los cubanos en la reforma de la política estatal de la colonia como demanda legítima. Por eso, en su análisis sistémico no escapó el vital tema de la propiedad agraria. Él consideraba, al igual que Francisco de Frías y José Antonio Saco, la necesidad de fomentar una agricultura cañera con pequeños campesinos criollos e inmigrantes, donde el incentivo en la propiedad, a diferencia del sistema esclavista, era un componente básico para impulsar la modernización de la economía agraria.

 

Sin embargo, en el año 2001, cuando debido al declive continuado de la producción azucarera no se rebasaron los 3,5 millones de toneladas, el entonces ministro del azúcar, el General de División Ulises Rosales del Toro, anunció dos proyectos para revertir esa situación: una reestructuración de la industria azucarera dirigida a lograr un rendimiento industrial del 11%, es decir, a extraer de cada 100 toneladas de caña 11 toneladas de azúcar; la otra, bautizada con el nombre del insigne científico, con el objetivo de alcanzar 54 toneladas de caña por hectárea. Con ambos proyectos, según se anunció en aquel momento, se alcanzarían seis millones de toneladas de azúcar (cifra producida en Cuba en 1948).

 

Para ese fin, en lugar de tener en cuenta todos los elementos que participan en el proceso productivo, tal y  como enseñó Reynoso, se cerraron unas 100 fábricas de azúcar, se distribuyeron enormes extensiones cañeras para otros cultivos y se soslayó el dañino monopolio estatal sobre la propiedad de la tierra. Los resultados eran de esperarse. El monto de la zafra 2002-2003 —la primera desde la implementación de la “novedosa” tarea y una de las peores de todos los tiempos— fue de 2,10 millones de toneladas, casi la mitad de lo que se producía en 1919.

 

De ahí hasta el presente la ineficiencia industrial, la poca disponibilidad de caña, los bajos rendimientos por caballería y el elevado costo de producción por tonelada, se han repetido año tras año. En la última zafra, la de 2012-2013, el plan de 1,7 millones de toneladas no se pudo alcanzar por disímiles causas, pero especialmente porque el problema irresuelto de la tenencia de la tierra se intentó resolver mediante el usufructo, manteniendo al Estado ineficiente como propietario y la economía subordinada a la política y la ideología, lo que se refleja no solo en la producción azucarera, sino en la producción agropecuaria y todas las ramas de la economía.

Si el modelo no sirve ¿qué esperar de la copia?

Dimas Castellanos

17 de junio de 2013

 

La zafra vuelve a ser un desastre. Así será mientras la economía continúe subordinada a la ideología

 

La capacidad de los criollos, conjuntamente con el efecto de la ocupación de La Habana por los ingleses y la revolución de Haití, en la segunda mitad del siglo XVIII, favorecieron la conversión de Cuba en potencia azucarera. Los hacendados de la Isla comprendieron la importancia de desarrollar rápidamente la agricultura antes de que Haití se rehabilitara. Había que mirar a la vecina isla, decía Francisco de Arango y Parreño, “no sólo con compasión, sino con ojos políticos”. Como resultado, Cuba se convirtió en la principal productora y exportadora de azúcar del mundo.

 

La producción de azúcar, que en 1860 fue de 447 mil toneladas, alcanzó 1,4 millones en 1895, se elevó en 1919 por encima de los 4 millones, en 1925 alcanzó los 5,3 millones y en 1952 llegó a 7,2 millones de toneladas. En 1970, después de un colosal esfuerzo que dislocó toda la economía cubana, se produjeron 8,5 millones, para comenzar a descender hasta el año 2001, cuando la producción no rebasó los 3,5 millones de toneladas; cifra por debajo de lo alcanzado en 1919.

 

Para revertir el declive se designó al General de División Ulises Rosales del Toro al frente del Ministerio del Azúcar (MINAZ) y se emprendieron la Reestructuración de la Industria Azucarera y la Tarea Álvaro Reynoso. La primera dirigida a lograr un rendimiento industrial del 11% (extraer de cada 100 toneladas de caña 11 de azúcar) y la segunda para producir 54 toneladas de caña por hectárea (según la FAO el promedio mundial era de 63 toneladas).

 

Los resultado de ambos proyectos durante una década, en millones de toneladas, fueron: en 2002, 2,2 millones; en 2003, 2,1; en 2004, 2,52; en 2005, 1,3 (40% por debajo de la anterior); en los años 2006, 2007 y 2007 fueron similares al 2005; luego en 2009 subió ligeramente hasta 1,4 (la cifra alcanzada en 1895); y tocó fondo en el año 2010, cuando se produjeron solo 1,1 millones de toneladas. El promedio anual de ese decenio apenas sobrepasó los 1,8 millones. Luego, la zafra de 2011 quedó por debajo de 1,3 millones de toneladas.

 

En respuesta a los fracasos, el MINAZ fue remplazado por el monopolio estatal AZCUBA, entidad que, teniendo en cuenta dos de los factores que incidieron fuertemente en las reducidas producciones, para la zafra de 2012 sembró suficiente caña y logró contar, desde el inicio de la contienda, con la casi totalidad de los recursos contratados. Sin embargo, esta vez tampoco se pudo cumplir un plan de 1, 45 millones de toneladas, ni se terminó en la fecha planificada.

 

Finalmente, en diciembre de 2012, al iniciarse la presente zafra, AZCUBA, haciendo uso de la experiencia acumulada, se propuso producir 1,7 millones de toneladas de azúcar (20% mayor que la cosecha anterior) y anunció que la mayoría de las fábricas cerrarían antes del mes de mayo, para evitar el efecto negativo del calor y las lluvias de ese mes que deterioran la calidad de la caña.

 

Las dificultades asomaron temprano. A principios de febrero ya se contaba con un atraso productivo de 7,8 por ciento. A mediados del mes de marzo la prensa oficial comentó que la mayoría de las 13 provincias productoras del dulce tendrían que seguir moliendo después de la fecha fijada para poder alcanzar los 1,7 millones de toneladas. En las postrimerías de marzo el atraso productivo alcanzaba el 18%. A principio de abril, debido al insuficiente abasto de caña, el país estaba moliendo al 65% de la norma potencial. Así se inició mayo con el cumplimiento de dos de las 13 provincias azucareras, Cienfuegos y Artemisa aproximadamente al 90% de sus planes y Matanzas con un atraso de algo más de 30 mil toneladas de azúcar, mientras Villa Clara, Santiago de Cuba, Holguín, Las Tunas, Granma y Mayabeque, estaban moliendo por debajo del 60% de la norma potencial. Al concluir mayo se supo que Camagüey, una de las provincias que se esperaba cumpliera el plan, se quedó por debajo. Ahora, a principios de junio, Azcuba anuncia que la zafra quedó a un 11 por ciento por debajo del previsto.

 

El central Uruguay, en Sancti Spiritus —que en los últimos seis años cumplió su plan técnico-económico—, produjo 8 mil toneladas más que en la anterior zafra y logró el rendimiento industrial acumulado más alto del país (11,95); así, no constituye la regla, sino la excepción.

 

En resumen, el cambios de dirigentes, la Reestructuración de la Industria Azucarera, la Tarea Álvaro Reynoso, el cierre de unas 100 fábricas de azúcar, la redistribución para otros cultivos de un alto por ciento de las tierras destinadas a las plantaciones de caña, la sustitución del MINAZ por AZCUBA y un variado paquete de medidas económicas y estructurales, no han logrado alcanzar la cantidad de caña por hectárea ni el rendimiento industrial planificados.

 

La zafra de 2013 adoleció de los mismos problemas anteriores: arrancadas tardías, insuficiente abasto de caña, bajos rendimientos agrícolas e industriales, problemas de transporte, deficiente mantenimiento y roturas en la industria, mala calidad de las reparaciones de la maquinaría agrícola, envejecimiento de la materia prima, falta de piezas de repuesto, baja calificación del personal, incapacidad administrativa y elevado costo de producción por tonelada, entre otros factores.

 

Aunque el popular tango de Carlos Gardel y Alfredo Lepera dice que veinte años no es nada, en materia económica sí son suficientes para desechar el modelo empleado, que obsoleto o actualizado, sencillamente no funciona y no puede funcionar porque la economía continúa subordinada a la ideología, al predominio de la propiedad estatal y a una planificación que no guarda ninguna relación con la realidad, tal y como se copió del modelo soviético.

 

Se trata de una situación similar a la existente en Cuba a fines del siglo XVIII, cuando las soluciones que planteaba España ya no respondían a los cambios ocurridos en la Isla, lo que motivó a Francisco de Arango y Parreño a expresar aquella frase lapidaria: “si el modelo no sirve, ¿qué se puede esperar de la copia?

La zafra de 2013, otro fracaso del castrismo

16 de junio de 2013

 

Azcuba lo atribuye a problemas de eficiencia, organizativos e indisciplinas

 

El grupo estatal Azcuba informó que la zafra de este año quedó un 11 por ciento por debajo del plan previsto.

 

La recién concluida zafra azucarera en Cuba quedó un 11% por debajo de su plan previsto, debido a problemas de “organización” y de “eficiencia” derivados de la “obsolescencia de las industrias y maquinarias”, informaron este domingo medios locales y dirigentes del sector, reporta la AFP.

 

El plan de producción de azúcar “se ejecutó solo al 89% de lo previsto respecto de la anterior” zafra, señaló el grupo estatal Azcuba –creado en 2012 en sustitución del Ministerio del Azúcar- durante una reunión de análisis de los resultados de la zafra 2012-2013, que comenzó en noviembre y concluyó este mes, reseñó la agencia oficial Prensa Latina.

 

La televisión cubana –toda ella en poder de los hermanos Castro desde hace 53 años- destacó que, pese a que fue “la mayor de los últimos nueve años”, durante la zafra “se dejaron de producir 133.000 toneladas de azúcar, un duro golpe para la economía del país, ya que la tonelada” se cotiza a “400 dólares en el mercado internacional”.

 

Al iniciar la zafra, Azcuba anunció que aspiraba a un aumento del 20% en la producción de azúcar respecto a la cosecha anterior, de unos 1,4 millones de toneladas.

 

En los “resultados negativos” incidieron, según la televisión y los directivos, “dificultades en la eficiencia, debido a la obsolescencia de las industrias y las maquinarias agrícolas”, así como “problemas organizativos e indisciplinas”.

 

El vicepresidente José Ramón Machado Ventura, quien presidió la reunión, afirmó que la zafra “contó con lo necesario para materializar el plan”, y criticó a los ingenios que se declararon listos para iniciarla cuando realmente no lo estaban.

 

Los centrales “arrancan y se rompen, los arreglan por aquí y se vuelven a romper, o sea, no estaban tan listos como se dice”, dijo Machado, citado por Prensa Latina.

 

Explicó que “en la dirección de la zafra” también se reportaron “problemas”. Para hacer una zafra eficiente hay que velar por un “conjunto de cosas que alguien las tiene que resolver y dirigirla, y que le hagan caso”, dijo.

Azúcar y revolución (Réquiem)

Duanel Díaz Infante

18 de mayo de 2013

 

Si el verdadero contrapunteo del siglo XX cubano ha sido entre el azúcar y la revolución, este ha tocado a su fin. Un fin paradójico, donde no ha habido vencedor; ambos personajes, derrotados, se retiran juntos de la escena histórica

 

“Entre un murciélago y otro cabe la invención de la caña”, escribía Eliseo Diego en su poema “Pequeña historia de Cuba” (1970). El diablo inventa; Dios crea; obra suya fue la Isla “como la vio Cristóbal, el Almirante, el genovés de los duros ojos abiertos,/ en amistad la hierba con el mar, tierra naciente/ de transparencia en transparencia, iluminada”.

 

Sobre esa arcadia original, la caña fue calamidad: es así cómo aparece una y otra vez en la literatura cubana, e incluso en la historiografía. Significativamente, el primer documento de ese vasto archivo en torno al azúcar es aquel relato de la plaga de hormigas en la Historia de las Indias que Antonio Benítez Rojo interpreta como figura de la rebelión de esclavos, y en última instancia, de la plantación esclavista, engranaje infernal que Las Casas habría contribuido a poner en funcionamiento.

 

A lo largo del siglo XX, numerosos escritos sobre el tema repiten una palabra: monstruo. Recordemos, por ejemplo, aquel cuento de Luis Felipe Rodríguez donde el cañaveral es descrito como “una selva cambiante, de cuyo seno fluyen muchas cosas oscuras. Un gran imaginativo, para nombrar algo, pudiera decir que monstruos”. Si la selva suramericana terminó tragándose a los personajes de La vorágine, esta otra selva amenazaba también con la aniquilación. “De pronto, de la masa informe del cañaveral, mis ojos vieron como dos brazos largos que se venían hacia la hamaca donde me hallaba acostado. Eran brazos que crecían, hasta tornarse enormes. Después, después fueron más largos y se tendían a mí como para sacarme de la hamaca o estrangularme”.

 

Se diría que esta visión en algo prefigura La jungla, el cuadro fundamental de Wifredo Lam. Pero si allí los diablos, como llegó a afirmar el propio pintor, expresaban los horrores de la situación neocolonial, Luis Felipe Rodríguez es mucho más obvio; al final de su cuento, la pesadilla de Marcos Antilla es interpretada en sentido social, cerrando toda posibilidad psicoanalítica: esos brazos eran de “los irredentos del cañaveral”, de aquellos “cuyas vidas se extinguieron, huérfanas de toda justicia en el seno enorme de los campos de caña”.

 

Los primeros, los esclavos. Recordemos, a propósito, aquella escena de El reino de este mundo donde el trapiche tritura el brazo de Mackandal; que el Manco liderara más tarde la primera rebelión en Saint Domingue, prendiendo fuego a los cañaverales, es otra figura de esa oposición entre azúcar y revolución que en Cuba se remonta a la Guerra Grande. Pero la tea incendiaria no fue suficiente: como un monstruo mitológico al que crecieran tres cabezas cuando le cortan una, el azúcar persistió.

 

“La campana tañida en el batey para los esclavos se rompió en el ingenio La Demajagua, el 10 de octubre de 1868, tocando a rebato por la libertad del pueblo cubano; pero fue sustituida por el pitazo de vapor o eléctrico que ahora en el batey llama a los obreros estridentemente, como el chiflido de un monstruoso mayoral de acero”, escribe Ortiz en 1940. Cada vez más inhumano, el ingenio era la llamada inapelable, la determinación misma de un poder colonial que sobrevive, sofisticado, en la república.

 

En El contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, lo monstruoso de la industria azucarera radica sobre todo en su compulsiva extensión, su falta de límites. “El ingenio está vertebrado por una estructura económica y jurídica que combina masas de tierras, masas de máquinas, masas de hombres y masas de dineros, todo proporcionado a la magnitud integral del enorme organismo sacarífero.”

 

A propósito, podría añadirse que el azúcar mismo es lo que Elías Canetti llama “símbolo de masa”.[i] Como el propio cañaveral. El azúcar recuerda a la arena; y el cañaveral, por ser conjunto de plantas, sería comparable al bosque. Sin embargo, hay una diferencia fundamental con esos otros ejemplos que ofrece Canetti. A diferencia de la arena, que aparece ya dada en la naturaleza, el azúcar debe obtenerse mediante procedimientos tecnológicos. “La máquina triunfa totalmente en el proceso fabril del azúcar”, señala Ortiz, celebrando, por contraste, el costado manual, artesanal, del tabaco.

 

A su vez, el cañaveral no es natural en el sentido en que lo es el bosque; por el contrario, tiende a destruirlo; la plantación azucarera determinó lo que en El ingenio Moreno Fraginals llamó “la muerte del bosque”: árboles centenarios fueron talados indiscriminadamente no solo para plantar cañas sino también para abastecer de energía a trapiches e ingenios. Si el bosque, como señala Canetti, es símbolo de recogimiento, el cañaveral no vale más que por el azúcar que será extraída de sus tallos. El cañaveral se repone una y otra vez, a diferencia del bosque, que demora siglos en hacerlo. Si el bosque da sombra, el cañaveral no se asocia más que al trabajo productivo; en el cañaveral no hay claros, sino guardarrayas.

 

“La guardarraya, esa brecha abierta en la entraña misma del cañaveral” (Marcos Antilla), es, como el pitazo del central, figura de ese poder desnudo que es el orden azucarero. Heidegger, filósofo de los caminos de bosque, quizás habría encontrado en el interminable horror del cañaveral otro ejemplo de esa metafísica occidental que culmina en la tecnificación del mundo.

 

A propósito, habría que destacar el costado nostálgico, reaccionario incluso, del Contrapunteo. No tanto por aquella visión paradisíaca de la isla frondosa, presente en tantos poemas de tema azucarero (La zafra, de Agustín Acosta, “Poema de los cañaverales” de Pichardo Moya, “Pequeña historia de Cuba”de Eliseo Diego), sino sobre todo en su percepción del capitalismo, por momentos cercana a eso que Georg Luckacs llamaba anticapitalismo romántico. Ese ensayo de 1940 tiene algo de réquiem: Ortiz lamenta que el contrapunteo cubano toque a su fin, no solo por el crecimiento excesivo de la industria azucarera sino además porque el capitalismo, desde siempre vinculado al orden del azúcar, irrumpía también en la producción tabacalera, eliminando al torcedor y proletarizando al veguero. “Ya hoy día, por desventura todo lo va igualando ese capitalismo, que no es cubano, ni por cuna ni por amor.”

 

Ortiz lamentaba, incluso, que el tradicional lector de tabaquería fuera sustituido poco a poco por el radio; las lecturas ricas en contenidos intelectuales y polémicos, por una cultura vacía y serializada. El tabaco, fuente autóctona de valores espirituales, entraba así en el círculo fatal de la mass civilization donde la industria cultural corona los efectos enajenantes del capitalismo. La contradicción entre cultura y civilización, lo orgánico y lo mecánico, un poco a la manera de los escritores norteamericanos conocidos como “Southern Agrarians”, subyace no solo a todo el planteamiento del contrapunteo del tabaco y el azúcar, sino también a la percepción de Ortiz, a la altura de fines de la década del 30, del conflicto entre la modernización capitalista y los auténticos valores de la nacionalidad cubana.

 

Arden los cañaverales

 

“El tabaco es un don mágico del salvajismo; el azúcar es un don científico de la civilización”: esta frase evidencia claramente el abandono del ideario ilustrado del primer Ortiz. Aquel no habría valorado lo salvaje sobre lo civilizado; este es ya un campeón de la cultura afrocubana. Buena parte de la narrativa de tema azucarero publicada en los años treinta va en el mismo sentido. A la penetración norteamericana, representada por la maquinaria del central, Ecué-Yamba-Ó, la primera novela de Carpentier (publicada en España en 1933), oponía las tradiciones afrocubanas como último reducto nacional. En esa “novela afrocubana”, el mundo maravilloso de los negros es reivindicado como fuente de cubanidad, mientras el ingenio venía ser un símbolo de una razón occidental que, a pesar de las apariencias, vivía su fatal decadencia.

 

Como ya se ve en el pasaje que hemos citado arriba, los cuentos de Luis Felipe Rodríguez, publicados en Cuba en 1932, son aún más explícitos en la denuncia. En otro de ellos, “La danza lucumí”, un viejo africano que había sido traído de niño a Cuba como esclavo, una noche se emborracha y se pone a bailar: “Fue como una venganza larga y contenida que fragua un odio súbito contra el cañaveral: —Cañevará —exclamó poseído de un impulso frenético de borracho o de loco, que encuentra algo confusamente desolador en el fondo de su extraviada consciencia— yo te va catigá; negro viejo no sabe qué cosa tiene; negro viejo tá trite y ajumá, y te va a catigá, poque cañaverá dio mucho cuero, trabajo y pica-pica pa negro.” “Entonces, de la cabeza de Tintorera irrumpieron llamas de alcohol inflamado… Y en la noche absorta, los habitantes del criollo terrón, vieron que su cañaveral estaba ardiendo.” Siempre enfático, remata Luis Felipe Rodríguez: “También el fuego purificador y terrible, bailaba una danza simbólica entre las cañas, más allá del instinto y el dolor del hombre”.

 

Es el “soñado incendio” del que hablaba Mella en su comentario de La zafra, y el propio Acosta en ese “poema de combate” escrito en los pródromos de la revolución. Como en los tiempos de Máximo Gómez, los cañaverales arden, literal y metafóricamente, en el torno al año crucial de 1933. Esa imagen es central en una olvidada novela de Alberto Lamar Schweyer, Vendaval en los cañaverales, publicada en 1937, cuando su autor se encontraba exiliado en Europa por causa de su participación en el gobierno de Machado. La trama se sitúa en dos espacios antitéticos: de un lado, la vida disipada de los cubanos de clase alta en la Riviera francesa; del otro, la miseria de los cortadores de caña en un ingenio azucarero a comienzos de los años treinta. El protagonista de la historia, un médico culto y mujeriego, representa una especie de mediación entre ambos mundos: intentando ayudar a los trabajadores que, engañados por un agitador comunista, se han declarado en huelga, muere en la escena final de la novela, que se deja leer, quizás, como una simbólica expiación de culpa por parte de un escritor atrapado en el callejón sin salida del mundo de pasiones políticas. En Vendaval en los cañaverales, suerte de lectura melancólica de la revolución, el fuego no tiene el sentido redentor del relato de Marcos Antilla.

 

Los soviets de septiembre del 33, organizados en centrales de Oriente como Mabay, Preston y Santa Lucía, no duraron mucho. A pesar de la considerable nacionalización de la industria azucarera que se produjo en los años que siguieron, el monstruo sobrevivió: “sin azúcar no hay país”, aquella frase atribuida a Raimundo Cabrera, seguía vigente; “habrá zafra o habrá sangre”, declaró Batista tras su ascenso al poder en 1934.

 

La revolución, el alacrán

 

La siguiente revolución tenía que ser, por fuerza, una rebelión contra ese fatalismo; como tal la presenta Sartre al mundo en Huracán sobre el azúcar: “había que arrancar al destino, ese espantajo plantado por los ricos en los campos de caña”. Soñando desde su despacho ministerial con la fabricación de tractores y automóviles, Guevara retomaba la metáfora del monstruo. “Cuando en el curso de los años este presente de Cuba se vaya convirtiendo en historia y cuando, transcurridos más años, la historia se vaya perdiendo en la leyenda, las abuelas contarán a sus nietos, la historia de los hombres que un día armados sólo de la voluntad del pueblo, lucharon contra el más fuerte y poderoso de los dragones y le cortaron treinta y seis cabezas principales y otras accesorias.” (“De un central azucarero y otras leyendas populares”, Verde Olivo, 14 de agosto de 1960.)

 

Pero pronto la diversificación agrícola y la industrialización acelerada se revelaron como un espejismo. Los centrales, rebautizados como CAI (complejo agro-industrial), siguieron siendo el centro de la economía del país. 1965 fue un año crucial: la Semana Santa fue declarada Semana de Emulación Socialista y el propio Fidel Castro pasó unos días cortando caña en Camaguey. “Cortar caña —afirmaba— constituye un ejercicio higiénico, una especie de deporte saludable que proporciona un provechoso descanso de los nervios, fatigados por la preocupaciones.” (“Deber y deporte”, editorial de El Mundo, 18 de abril de 1965)

 

En la segunda mitad de los sesenta, sobreviene un nuevo ciclo de literatura del azúcar; pero ahora el discurso, en vez de resistencia y denuncia, es de identificación y redención. Para los intelectuales, sobre todo, a quienes la revolución llevó a los campos de caña, no ya como mediadores o testigos, sino como macheteros en las “zafras del pueblo”. Si el país no había logrado liberarse de la tiranía del azúcar, ahora el corte de caña ofrecía la oportunidad a los escritores y artistas de integrarse en la gran obra colectiva, purgando su origen burgués. Y no solo a los cubanos: el mejor poema sobre la zafra del 69 fue escrito por un alemán, Hans Magnus Enzensberger.

 

En uno de los tantos centrales cubanos de aquella campaña que acabó dándole el toque de gracia a una economía ya en bancarrota, el poeta, tendido en su rústico catre, capta una serie de estímulos heterogéneos: el ruido de un juego de dominó, el chirriar de un machete que alguien afila con una lima, la radio que anuncia la renuncia de Dubcek. Y entonces la visión del monstruo: “en la ventana el enemigo innumerable/ que dicen todos salvará al país: implacable/ la caña alta y gorda y encima/ negro y quieto el humo del ingenio./ percibo todo esto a través de tres velos:/ el del brillo del aire al calor del mediodía/ el de la matriz enrejada de la teoría/ el del mosquitero que me cubre” (“Cuba, Central Toledo”, Poesías para los que no leen poesías).

 

Curiosamente, esos dos mundos tradicionalmente irreconciliables que son el trópico y la filosofía se conjugan aquí para proveer un cierto distanciamiento. Algo de ello hay también en el relato “Aquí me pongo”, de Edmundo Desnoes, a pesar de que este relato termine con un comabativo “y palante con la revolución”. Voluntario por dos semanas en la zafra, el protagonista es un escritor identificado, sí, con la revolución, pero no del todo con ese mundo circundante en que “la gente olvida pronto todo”. El contraste con un grupo de “escritores noveles” de la brigada es significativo: no queda claro si “ellos están más jodidos que nosotros”, los escritores que habían tenido antes del 59 la oportunidad de visitar museos, leer de todo y ver mundo, o los jodidos son, en cambio, estos otros seres de transición, marcados por su origen burgués. Aunque acomete con entusiasmo la tarea, Sebastián es escéptico de que “cortando caña, por muchas arrobas que se corten, se llegue algún día al comunismo”.

 

En el medio del relato, Desnoes incluye un largo monólogo sobre lo interminable del cañaveral y los horrores del corte, de donde cito: “y a veces habanero voluntario hijo de puta la culpabilidad de muchos de nuestros intelectuales y artistas reside en su pecado original no son auténticamente revolucionarios una bomba en el barracón llegó el Granma con la carta del Che sobre el hombre nuevo y silencio la gente rascándose las ronchas de los mosquitos leyeron en alta voz y qué tenemos que hacer para que nos consideren revolucionarios integrarse al pueblo seis años la revolución Playa Girón la Crisis del Caribe morir habrá que morir habrá que nacer de nuevo”.

 

El tema reaparece en un breve relato de Antonio Benítez Rojo, “De nuevo la ponzoña”. Entre todos los escritos —testimoniales como de ficción— del número de Casa de las Américas dedicado a la zafra de los Diez Millones (septiembre-octubre, 1970), este destaca por su ambigüedad. En ese concierto de textos tan apologéticos como los “Apuntes cañeros” de Cintio Vitier, donde el cañaveral es cantado como un espacio donde la poesía renace y “la mano de escribir/ coge otra forma”, la viñeta de Benítez Rojo introduce una cierta disonancia. Acá, un personaje de extracción burguesa recuerda una escena del carnaval habanero mientras trabaja en el corte de caña. La conexión entre los dos planos temporales es la conguita que reza “Oye cubano/ no te asustes cuando veas/ el alacrán tumbando caña”.

 

Cito: “el glu-glu del agua que se menea, encerrada, suspendida, al aproximarse al hombre que ha de morir, en un instante, por su propia mano, el hombre que agarra el porrón y lo descorcha porque no sabe beber el chorrito del pico, no sabe beber como los campesinos, los pescadores, los albañiles, los bailadores que desfilan coreando los cornetazos de Florecita (…) el hombre que va a morir llevándose a la boca el gollete destaponado, el glu glu glu del agua que se menea, encerrada, suspendida, pero no lo suficiente para matar un alacrán”.

 

Este final se deja leer como la muerte simbólica de los intelectuales en particular, y de los burgueses en general, en esos mismos campos de caña que a lo largo de la historia del país se tragaron a tantos inocentes: no bastaría con que el intelectual se vaya a cortar caña, tiene que morir para que se haga justicia a aquellos “irredentos del cañaveral” de los que hablaba Marcos Antilla. El alacrán sería una especie de ángel de la historia, terrible figura de la “violencia divina”, para ponerlo en términos de Walter Benjamin. Pero hay otra lectura posible, bastante menos optimista. “De nuevo la ponzoña” sería la persistencia de la fatalidad, y ello comportaría un velado cuestionamiento de ese discurso oficial en torno a la Zafra de los Diez Millones según el cual “ahora la caña, al desencadenar nuestro desarrollo acelerado destruirá su propia gravitación opresiva sobre nuestra cultura” (Desnoes, “Cuba: caña y cultura”, Casa de las Américas, septiembre-octubre, 1970).

 

Curiosamente, uno de los puntos ciegos de ese escrito fundacional que es Huracán sobre el azúcar apunta a esta cuestión: la retórica del texto de Sartre cuestiona su idea de la revolución como obra de la libertad humana. Al representar a la revolución con imágenes de fuerzas naturales como la del “rayo sobre los campos” y la del “huracán sobre el azúcar”, ¿no convertía el filósofo la historia en naturaleza, la libertad en determinación, traicionando el principio reafirmado cuando en su conversatorio con intelectuales cubanos definió la libertad como la “irreductibilidad de las formas superiores a las formas inferiores”, no del hombre a la materia, sino de la acción y la praxis a “las condiciones que la han producido”? Inconscientemente, Sartre volvía a plantar, ahora en terreno revolucionario, aquel destino arrancado de los cañaverales por la revolución triunfante.

 

Una década después, el regreso del azúcar aparece, en la viñeta de Benítez Rojo, como el triunfo de la fuerza de las cosas; más que superar el fatalismo, la revolución lo reproducía al cabo, así fuera de otra guisa. El alacrán no representa, entonces, la “violencia divina” de la revolución, sino más bien la “violencia mítica” del Estado. El bicho que pica mortalmente en la viñeta de Benítez Rojo, sería la última metamorfosis del monstruo que tumba caña en la canción republicana. El alacrán, por cierto, simboliza en la inmemorial fábula a la naturaleza misma, ese límite que toda revolución, si es de veras radical, intenta trascender. Acá, sería no solo las condiciones naturales de la isla de Cuba, sino también la naturaleza humana, ese muro con que se daba de cabeza la utopía cubana a fines de los años sesenta. “De nuevo la ponzoña” sería, entonces, una alegoría del final de la ilusión revolucionaria sobre el hombre nuevo; en la muerte del protagonista no hay redención de culpa; ni sentido de futuro como en la muerte heroica de Bruno al final de La última mujer y el próximo combate, de Manuel Cofiño, sino más bien un sinsentido, ese punto donde el azar —la mala suerte— y la necesidad —el destino— se vuelven indistinguibles.

 

Último ciclo de la literatura del azúcar

 

Frente a ambigüedades como la de Benítez Rojo, dudas como las de Edmundo Desnoes, Sachario, de Miguel Cossío Woodward, vino a poner las cosas claras. Aunque la historia se sitúa en la Quinta Zafra del Pueblo (1965), esta novela, galardonada con el premio Casa de las Américas en 1970 y celebrada por Ambrosio Fornet como la definitiva “novela de caña”[ii], es obviamente un reflejo literario de la campaña gubernamental en torno a la Zafra de los Diez Millones.

 

La historia se desarrolla en un único día de trabajo voluntario en que el protagonista pone a prueba su compromiso con la Revolución; mientras el narrador recuerda su vida miserable antes de 1959, así como la historia del país aherrojada a la maquinaria infernal de la explotación azucarera, mediante citas intercaladas de textos históricos, desde Las Casas a Moreno Fraginals. Sachario es algo así como un Ulises revolucionario, pero sin flujo de conciencia, sin alucinaciones, sin laberintos. El hombre se ha reencontrado: no hace falta ningún Dédalo.

 

No se trata ya de la posición fronteriza —trágica al cabo— del intelectual, como en Lamar Schweyer y Desnoes, sino del proceso de un hombre ordinario al que la revolución da la oportunidad de realizarse completamente. “Están alzados, en guerra. Machete en mano. La carga de los mambises. Zafra completa.” Darío es un nuevo Marcos Antilla, donde la pesadilla del cañaveral se ha convertido en el sueño de la nueva vida comunista: “el azúcar ya sin lágrimas”.

 

Mientras tanto, Reinaldo Arenas, uno de los miles de “voluntarios” de la “mayor zafra de nuestra historia”, se propuso dar testimonio del horror. En un largo poema fechado en “Central Manuel Sanguily. Consolación del Norte. Pinar del Río. Mayo del 70”, el gran salto adelante de la revolución era representado como un atávico regreso de la plantación esclavista. “A veces un negro/ se lanza de cabeza a un tacho/ hasta que sus huesos se convierten/ en azúcar”, escribía Arenas, y entre ese negro y los jóvenes del 71 trazaba una línea de continuidad: “vamos caminando hasta el barracón donde esta noche estudiaremos la biografía de Lenin”.

 

En El central Arenas retomaba deliberadamente lo que en La isla que se repite Benítez Rojo llama discurso de resistencia al azúcar, pero su modelo retórico no era ni Acosta ni Guillén, sino, de forma acaso demasiado obvia, La isla en peso, de Virgilio Piñera. Solo que ahora la fatalidad no es tanto la insularidad como la plantación misma: la insoportable circunstancia de la caña por todas partes.

 

Con Sachario y El central termina este otro ciclo de la literatura del azúcar en Cuba.[iii] La revolución no acabó, ciertamente, con el subdesarrollo, pero sí, a la larga, con la omnipresencia de la caña. No mediante un espectacular incendio, sino más bien de manera silenciosa; el monstruo ha sido lentamente arruinado como el país todo. Con el desmantelamiento de la industria azucarera en la última década, han desaparecido los vagones cargados de caña, el característico olor a melaza, el bagacillo que caía en tiempos de molienda. Los pueblos cuya vida giraba en torno al central, se han convertido en pueblos fantasma. De aquel mundo solo va quedando un recuerdo, acaso una vaga nostalgia, y algunas palabras del hablar cotidiano.

 

Se cierra así todo un ciclo de la historia de Cuba. Pues si la “sociedad que el azúcar creó”, como le llamara Moreno Fraginals, llevaba consigo las contradicciones de la revolución, ahora la revolución por antonomasia ha terminado por fin con el azúcar; y a su vez con la idea misma de la revolución tal como predominó en torno a 1933 y 1959. La desaparición del central equivale, simbólicamente, al agotamiento de esa promesa revolucionaria que tuvo en el vendaval en los cañaverales su metáfora maestra.

 

Si el verdadero contrapunteo del siglo XX cubano ha sido entre el azúcar y la revolución, este ha tocado a su fin. Un fin paradójico, donde no ha habido vencedor; ambos personajes, derrotados, se retiran juntos de la escena histórica. Ya no “hay un violento olor de azúcar en el aire”; no hay “sobre el verde/ rumor de los cañaverales/ (…) un temblor, un crispamiento/ una vibración impalpable…” (Acosta, La zafra). No cabe esperar huracán ni rayo sobre los campos. Los muertos del cañaveral nunca serán redimidos.



[i] “Designo como símbolos de masa a las unidades colectivas que no están formadas por hombres y que, sin embargo, son percibidas como masas. Tales unidades son el trigo y el bosque, la lluvia, el viento, la arena, el mar y el fuego. Cada uno de estos fenómenos contiene en sí características esenciales de la masa. Aunque no está constituido por hombres, recuerda la masa y la representa en mito y sueño, en conversación y canto, simbólicamente.” (Masa y poder)

[ii] El llamamiento a escribir una “novela de la caña” es fundamental en la crítica literaria de los años 30. En su ensayo “Americanismo y cubanismo literarios”, prólogo a Marcos Antilla. Relatos del cañaveral, Juan Marinello señalaba: “Ningún país de América posee como Cuba los elementos vernáculos propios a la obra de inusitada estatura. Hierven en la fiebre cubana instantes caldeados por el color de la piel y del espíritu que ensamblan con fuerte relieve en el ritmo universal en que vamos trepidando. Nuestro campo brinda, como campo alguno, atmósferas y motivos inexplorados. El cañaveral es más dramático que la mina porque mata más despacio y desolado que la fábrica porque en él no hay más que un golpe de mocha, eco de sí mismo. Tiene el ingenio una monstruosa unidad que le ofrece un poder inigualado”. Por su parte, años después Lino Novás Calvo repetía en su ensayo “Novela por hacer” (1940) la misma idea sobre la “riqueza de motivos para la novela en Cuba”, y señalaba: “El campo ha sido el tema mejor trabajado por nuestros novelistas. Sin embargo, falta todavía la novela del ingenio azucarero, con todo el dolor y la dramaticidad que lo rodea”.

[iii] Imposible no recordar, como parte de este ciclo, “Temporada en el ingenio”, de José Lezama Lima, ensayo introductorio a unas fotografías de Chinolope aparecidas en la revista Cuba en noviembre de 1968. Esas fotos, que se dice fueron encargadas por Guevara, no se centran, como los escritos de Desnoes, Benítez Rojo, Cossío Woordard y Arenas, en el corte de caña, sino en los momentos posteriores de la producción azucarera, la parte propiamente “ingeniosa” de la misma. De lo que se trata es de registrar la relación entre el hombre y las máquinas, uno de los temas medulares de la cultura socialista. En el oscuro comentario Lezama sobre este presente de la tecnificación de la industria azucarera, se diría que hay una vuelta pero no al horror de la plantación esclavista como en Arenas, sino más bien al misterio de las maquinarias, esa aura que los grabados de Laplante captaron insuperablemente. La prosa metafórica de Lezama consigue poetizar el proceso azucarero, atribuyéndole una magia que Ortiz reservaba exclusivamente para el tabaco. “Si todo fuese oscurecido por un sueño infinitamente extenso, las incesantes transformaciones de las cañas necesitarían de ese sumergimiento en las profundidades de la caparazón de la tortuga avivado por el pincho quemante. Esas metamorfosis de una vertical genética a un polvillo dilatado en las irradiaciones del paladar, es decir, de un phyton a un corpúsculo, atraviesan el sucesivo mundo placentario, las sombras que se desprenden, el espacio oscuro que penetra en punta de espejo, y llegan a las cavernas del centro de la tierra, después de ofrecer las libaciones de la sangre réproba o maldita.”

 


Este texto es la versión revisada de la charla ofrecida el pasado 7 de mayo en el Cuban Research Institute (CRI), de Florida International University (FIU), como parte de una estancia de investigación financiada por una beca Díaz-Ayala. El autor agradece al CRI, y en especial al profesor Jorge Duany, por darle la oportunidad de investigar en los papeles de Leví Marrero, y de paso familiarizarse con la extraordinaria colección Díaz-Ayala de Música Popular Cubana.

El posible impacto de la muerte de Chávez

en la economía cubana

Carmelo Mesa-Lago

12 de marzo de 2013

 

El comercio, los subsidios, el petróleo, la inversión y el crédito venezolanos son vitales para Cuba, y la muerte de Chávez y el deterioro de la economía venezolana representan riesgos graves

 

Desde que asumió el poder Hugo Chávez en 1999, y particularmente a partir de 2001, Venezuela ha prestado una ayuda económica vital y creciente a Cuba; la muerte de aquél abre la interrogante de si dicha ayuda continuará, disminuirá o terminará, y cuál sería el posible impacto en la economía cubana en los dos últimos casos.

 

En 2005-2011 (no hay cifras aún para 2012), el comercio exterior de mercancías cubano se concentró de forma escalada con Venezuela. El intercambio comercial (exportaciones más importaciones) alcanzó un récord de $8.325 millones en 2011, más de cuatro veces el intercambio de 2005, debido principalmente al alza del precio del petróleo. La participación venezolana en el intercambio total cubano saltó de 23 % a 42 % entre 2006 y 2011, seguida de Japón con sólo 10 %. En 2011 el déficit de mercancías con Venezuela fue $3.470 millones (porque Cuba exportó muy poco e importó mucho, especialmente petróleo) y creció de 27 % a 44 % del déficit total cubano de $6.047 millones. Cuba no informa cómo paga dicho déficit, pero lo hace en parte con el superávit de servicios. En 2010, el balance de servicios cubano, excluyendo el turismo, fue $7.442 millones, que corresponde al pago de profesionales cubanos en el extranjero (médicos, enfermeros, maestros, entrenadores de deportes, personal de seguridad), en su gran mayoría estacionado en Venezuela, y excedió en más de $1.000 millones al déficit de la balanza de mercancías.

 

El acuerdo de cooperación firmado entre los dos países en 2000 estableció que Cuba proveerá servicios profesionales pagados por Venezuela, a cambio del suministro de petróleo y sus derivados. El actual convenio se extiende de 2010 a 2020 y no especifica la forma de fijar los precios de los servicios cubanos; según la CEPAL, el valor de dichos servicios es indizado al precio del petróleo. He estimado el valor del crudo importado de Venezuela en 2010 en $2.759 millones y el valor de los servicios profesionales cubanos en $5.432 millones, lo que resulta en un excedente de $2.673 millones en favor de Cuba, que puede ser usado para sufragar el déficit de la balanza de mercancías con Venezuela.

 

Hay cifras contradictorias sobre el número de profesionales cubanos en Venezuela. Si tomamos la más citada de 40.000 profesionales en 2010 y el valor de los servicios estimado en $5.432 millones, resultaría en un promedio de $135.800 anual por profesional, 27 veces el salario promedio de un médico venezolano y, varias veces mayor al de un enfermero o un maestro. De manera que Venezuela otorga un subsidio a Cuba y esta no podría exportar fácilmente sus profesionales a otros países porque estos pagarían precios de mercado sin subsidios.

 

Venezuela suministra a Cuba 105.000 barriles diarios de crudo y derivados, 92.000 para el consumo (62 % de la demanda total cubana) y 13.000 para refinar en Cienfuegos, supuestamente pagados con los servicios profesionales, pero se mostró que el valor de estos es 2,5 veces superior al del petróleo. Cuba recibe un trato preferencial para el pago de las importaciones del crudo venezolano: debe abonar la mitad en 90 días y la otra mitad en 25 años, con dos de gracia y una tasa de interés de sólo 1 %; el financiamiento aumenta según sube el precio del crudo, lo cual protege a Cuba contra las oscilaciones del precio. No hay estadísticas fidedignas sobre el pago del petróleo por Cuba; el Anuario Estadístico ya no reporta el volumen y precio importado del crudo total y desagregado por países. Se ha estimado la deuda petrolera acumulada entre $5.000 millones en 2001-2009 (24 % del adeudo total de PDVSA) y $13.800 millones. Cuba exporta parte de dicho petróleo al mercado mundial.

 

Entre 2000 y 2011, se firmaron 370 proyectos de inversión entre los dos países por un estimado de $11.000 millones, incluyendo la duplicación de capacidad de la refinería en Cienfuegos, una planta de gas licuado con gasoducto de 320 kilómetros, una refinería en Matanzas, y la ampliación de la existente en Santiago de Cuba. Además, el Banco de Desarrollo Económico y Social de Venezuela otorgó $1.500 millones para financiar proyectos cubanos en 2007-2010, 88 % del desembolso total de dicho banco en el período. También el Fondo Autónomo de Cooperación Internacional concedió créditos por $1.083 millones a empresas cubanas, incluyendo aeropuertos internacionales en La Habana y Varadero.

 

Estimo el valor del intercambio de bienes y servicios con Venezuela en 2010 en casi $13.000 millones, incluyendo el intercambio comercial de mercancías, el pago de los servicios profesionales y la inversión directa, sin contar la deuda petrolera y los otros créditos citados. El total representó entre 20,8 % y 22,5 % del PIB cubano en 2010, basado en dos estimados del PIB. Una comparación con el intercambio comercial, subsidios, créditos e inversión con la ex Unión Soviética es difícil porque parte era en rublos, parte en pesos y parte en dólares pero, según mi estimado, el total en 1989 era de $12.715 millones. Aunque hay que ajustar esta cifra a la inflación, es obvio que la relación con Venezuela es tan primordial como la que había con la URSS y, consecuentemente, su dependencia.

 

La economía venezolana se ha beneficiado enormemente del aumento del precio del petróleo y del correspondiente ingreso del gobierno: 2,5 veces en 2000-2012 sobre los 13 años precedentes (las ventas de petróleo aportan 90 % del total de las exportaciones venezolanas y 50 % de su recaudación fiscal). A pesar de ello, ha ocurrido un deterioro en los indicadores macroeconómicos, debido a las inadecuadas políticas de Chávez (cifras de CEPAL): 1) el PIB por habitante se desaceleró de 16 % en 2004 a 3,7 % en 2012; 2) la inflación creció de 22 % a 29 % entre 2007 y 2011 (la mayor con creces en la región); 3) e1déficit fiscal aumentó de 1,2 % del PIB en 2008 a 3,8 % en 2012; 4) la formación bruta de capital disminuyó de 28 % del PIB en 2007 a 23 % en 2012; 5) la balanza de capital y financiera fue negativa y se deterioró de -$16.834 a -$20.241 millones entre 2009 y 2012; 6) las reservas brutas internacionales cayeron 40 % entre 2008 y 2012 (de $43.127 a $25.864 millones); 7) la inversión extranjera directa se tornó de positiva ($4.875 millones) a negativa (-759 millones) entre 2010 y 2012; 8) la fuga de capitales en los tres últimos años sumó $89.453 millones y en 2012 fue una de sólo dos negativas en la región; y 9) la deuda bruta se duplicó entre 2006 y 2012 y sobrepasó $100.000 millones.

 

La industria petrolera venezolana sufre problemas crecientes que han causado una caída en la producción, exportaciones, ganancias y sostenibilidad financiera. La producción del crudo bajó de más de 3 a 2,5 millones de barriles diarios, por falta de mantenimiento, el despido de 18.000 empleados de PDVSA (la mitad de su personal técnico) y la ausencia de inversión. PDVSA debió invertir $13.300 millones en 2010 pero no lo hizo por falta de recursos; en 2008 suspendió pagos a sus contratistas y proveedores incurriendo en una deuda de $7.000 millones en 2009; según el Banco Central no pagó los impuestos debidos. La crisis eléctrica genera frecuentes apagones que afectan a la producción y la población. En 2012 se clausuró una de las diez refinerías mayores del mundo, en las Islas Vírgenes, a la que PDVSA le suministraba la mitad de su producción, debido a una pérdida de $1.300 millones desde 2009. El pesado crudo venezolano es difícil de procesar en las refinerías mundiales diseñadas para procesar el crudo ligero y por ello Venezuela ha expandido las refinerías cubanas.

 

En el plano social las políticas redistributivas de Chávez disminuyeron la desigualdad en el ingreso, que era muy alta, mientras que sus programas sociales redujeron la incidencia de pobreza entre la población de 48,6 % en 2002 a 27,6 % en 2008; sin embargo la pobreza aumentó a 29,5 % en 2011, similar al promedio regional, y Venezuela fie el único país en que la pobreza subió entre 2008 y 2011. El desempleo abierto ascendió de 7 % a 8 % entre 2008 y 2012 (versus un promedio de 6 % en la región) a par que el salario medio real se deterioró en 8 puntos porcentuales (cifras de CEPAL). El enorme aumento de la inflación ha recortado el poder adquisitivo de los grupos de menor ingreso, los programas de salud se han deteriorado, y el “Índice de la miseria”, estimado por The Economist en 2012, combinando la inflación y el desempleo, situó a Venezuela en el segundo peor lugar entre 92 países.

 

La fijación por el gobierno de topes a los precios de los alimentos ha provocado escasez generalizada, crecimiento del mercado negro y una escalada en la inflación, agravada por la expansión en la emisión monetaria. El gasto público total creció a 33 % del PIB en 2008 y más de la mitad del mismo se asignó al gasto social. Para evitar hiperinflación y enfrentar el fuerte recorte en el ingreso fiscal, el gobierno impuso un ajuste: redujo el presupuesto, aumentó el IVA, expandió el endeudamiento externo, cortó a la mitad las divisas y gastos con tarjetas de crédito de viajeros al exterior, disminuyó los gastos y servicios de PDVSA, así como los salarios de altos funcionarios públicos. Chávez prometió que no recortaría el gasto social, ni devaluaría el nuevo bolívar que se cotizaba a 2,14 por un dólar, pero a inicios de 2010 lo devaluó; este año el Vice-Presidente Maduro ejecutó otra devaluación a un tercio, pero aún así el bolívar se cotiza en el mercado negro muy por debajo de la tasa de cambio oficial. Las devaluaciones abaratan las exportaciones, encarecen las importaciones y generan más ingresos para el gobierno pero reducen el poder adquisitivo de la población.

 

El comercio, los subsidios, el petróleo, la inversión y el crédito venezolanos son vitales para Cuba y la muerte de Chávez y el deterioro de la economía venezolana representan riesgos graves. Si Maduro gana las elecciones, enfrentaría una peliaguda decisión entre tres objetivos: reinvertir en la industria petrolera para aumentar su producción y fortalecer la economía, mantener los costosos programas sociales que le dan apoyo político, y continuar el nivel y generosidad de la ayuda a Cuba que es una aliada poderosa. Es imposible conseguir los tres objetivos y alguno tendrá que ser sacrificado.

 

Si se redujera sustancialmente o terminara la ayuda venezolana (equivalente a más de un quinto del PIB cubano), la crisis económica en Cuba sería muy fuerte pero algo menor a la crisis de los años 90 por varias razones: un ingreso de $2.800 millones por el turismo extranjero que era exiguo en 1990; remesas externas cuyo monto es incierto pero se estima entre $2.000 y $3.000, las cuales eran muchísimo menores en 1990; 350.000 cubano-americanos que visitan la Isla cada año y gastan recursos cuantiosos; Cuba también produce más petróleo que en 1990 pero aún depende en 62 % de la importación; por último hay ahora una mayor diversificación con socios comerciales que en 1990 (42 % con Venezuela versus 65 % con la URSS). Aún con estos paliativos, el golpe sería potente y los cubanos tendrían que sufrir otra crisis parecida a la del Período Especial. Raúl Castro ha procurado fuentes alternativas de comercio e inversión con otros países pero no ha logrado aún resultados substanciales.

 

Los riesgos analizados, combinados con el fracaso de los tres primeros intentos de encontrar petróleo en las aguas profundas del Golfo de México, podrían ser un acicate para acelerar las reformas estructurales de Raúl, como la única alternativa para mejorar la economía y reducir su dependencia de Venezuela. Sin embargo, estas reformas hasta ahora no han producido resultados significativos y la estrategia correcta de acelerarlas tomaría varios años en dar frutos.

 

Carmelo Mesa-Lagois Distinguished Service Professor Emeritus of Economics and Latin American Studies at the University of Pittsburgh.

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.