INTELECTUALES Y ARTISTAS EXTRANJEROS

CÓMPLICES DE LA TIRANÍA DE FIDEL CASTRO

Herta Müller:

(Premio Nobel de Literatura 2009)

García Márquez es otro caso que yo no comprendo. Como hombre político no lo comprendo.  Esa lealtad a Fidel Castro, pase lo que pase en Cuba. Es una lástima”.

Gabriel José de la Concordia García Márquez, ‘Gabo’, nació el 6 de marzo de 1927 en Aracataca (Colombia) y murió el 17 de abril de 2014, a los 87 años, en Ciudad de México

Fidel Castro Ruz y Gabriel García Márquez

Plinio Apuleyo Mendoza cuenta cómo inició

la amistad entre García Márquez y Fidel Castro

Nosotros convivimos en Cuba, estuvimos en esos primeros dos años de la revolución y comenzamos a ver cómo los periodistas comunistas se infiltraban por todas partes, buscaban contactos, conspiraban (...) Un grupo, en el que estaba también Mario Vargas Llosa, renunciamos y enviamos una carta firmada por todos los periodistas, pero yo no lo conseguí (al Gabo), pero yo sabía lo que él quería y puse su nombre, después me llegó una carta desde Venezuela donde decía ‘yo no quería firmar, después te explico, pero yo no quería firmar’, cuenta Apuleyo Mendoza.

El amigo de Fidel

Salud Hernández Mora

 

En 1998, en plena campaña presidencial colombiana, Gabriel García Márquez apareció en un vídeo apoyando al entonces candidato Andrés Pastrana. Prometía trabajar por la educación de su país, «incluso los domingos», aunque vivía en México y no tenía la intención de cambiar de aires. Ganó el líder conservador y el escritor se esfumó. Por alguna razón, Gabo siempre sintió una extraña fascinación por los poderosos de otros lugares y una lejanía hacia el país que le vio nacer.

 

Entre los personajes políticos que admiraba, Fidel Castro ocupa el lugar más relevante. Su estrecha relación con él, la ceguera frente a la tiranía del comandante, le han granjeado algunas críticas, escasas para el respaldo que siempre ha brindado a ese régimen dictatorial.

 

Su quizá más enconado y reconocido detractor, el peruano Mario Vargas Llosa, le tildó de «lacayo» de Castro en 1976, después de que el colombiano escribiera, bajo supervisión del dictador cubano, 'Operación Carlota: Cuba en Angola'. Dos años después, según recuerda un excelente ensayo de Enrique Krauze, García Márquez declaró que su adhesión al régimen cubano era similar al catolicismo, «una Comunión con los Santos».

 

Cuando Fidel cumplió 61 años, quien ya era su íntimo amigo publicó un perfil que refleja con claridad lo que el Premio Nobel siente hacia el déspota. «Da la impresión de que nada le divierte tanto como mostrar su cara verdadera a quienes llegan preparados por la propaganda enemiga para encontrarse con un caudillo bárbaro. Él les canta las verdades, y soporta muy bien que se las canten a él», rezaba uno de los párrafos. «Pero lo más lamentable, tanto para Fidel Castro como para sus oyentes», seguía narrando, «es que aun los periodistas mejores, sobre todo los europeos, no tienen ni siquiera la curiosidad de confrontar sus cuestionarios con la realidad de la calle. Anhelan el trofeo de la entrevista con preguntas que llevan escritas de acuerdo con las obsesiones políticas y los prejuicios culturales de sus países, sin tomarse el trabajo de averiguar por sí mismos cómo es en realidad la Cuba de hoy, cuáles son los sueños y las frustraciones reales de sus gentes: la verdad de sus vidas».

 

Nacido en Aracataca, un tórrido pueblo al que nunca le ha prestado la menor atención, García Márquez aprovechó su amistad con el líder cubano para realizar, con suma discreción, algunas gestiones políticas y otras de carácter humanitario que le pedían los presidentes colombianos. Casi siempre han estado relacionadas con el conflicto armado que sufre su nación, puesto que la isla fue santuario de las guerrillas, en especial, del Ejército de Liberación Nacional (ELN).

 

«La nuestra es una amistad intelectual, cuando estamos juntos hablamos de literatura», decía Gabo en 1981. También de gastronomía, una de las pasiones que compartían, aunque no los gustos. Mientras al colombiano le fascinaba el caviar, la Veuve Clicquot o la langosta, que servía de manera generosa en su casona habanera, el comandante prefiere el bacalao y el vino tinto.

 

Como recuerda Krauze, mientras el escritor, gran sibarita, disfrutaba con sus invitados de sus viandas, el pueblo cubano seguía sometido a la cartilla de racionamiento impuesta desde 1962.


Entre las contribuciones que ha hecho al régimen, al margen de presentar a su líder como un demócrata cualquiera, cabría mencionar dos. Cuando ignoró e, incluso, justificó la ejecución de cuatro ex revolucionarios, uno de ellos, Antonio de la Guardia, íntimo amigo suyo, acusados, como tantos otros opositores, de traición a la patria; y la creación de la Fundación para el Nuevo cine Latinoamericano, una máquina propagandística muy beneficiosa para el régimen.


Por sus aulas han pasado, además de incontables cineastas, intelectuales y estudiantes hispanoamericanos, directores y actores norteamericanos de la talla de Robert Redford, Steven Spielberg o Francis Ford Coppola, lo que le daba a Cuba un revestimiento de país progresista, promotor de la cultura.

 

Muchos siguen preguntándose por qué Gabo ha sido el único Premio Nobel que ha ignorado los abusos y defendido la causa de Fidel.

Conversación de Gabriel García Márquez con Ernesto McCausland, periodista colombiano fallecido en 2012

Selección de textos de García Márquez y sobre él

 

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.

– Cien años de soledad (1967)

 

Cómo empecé a escribir

 

El mejor oficio del mundo

 

Periodismo y ficción de García Márquez en Ginebra 1955

 

Las exageraciones en el periodismo de García Márquez

 

Por qué Gabriel García Márquez no podría trabajar hoy en periódico

 

La entrevista que Vargas Llosa le hizo a Gabo cuando aún eran amigos

 

Historia de un puñetazo

 

El escritor en su laberinto

 

Su fascinación con el poder

 

El jinete de jirafas

 

Retrato de una figura políticamente incorrecta

 

Sus diez obsesiones

 

“Odio Cien años de soledad”

 

América Latina llora a su escritor más universal

 

García Márquez sacó a Norberto Fuentes de Cuba

 

Naúfrago en tierra firme

 

El García Márquez que recuerdo

 

“Cómo desaprovechan su música los cubanos”

Nota de Manuel Castro Rodríguez: Ya nada me asombra de los estalinistas que anidan en la izquierda mundial, que acostumbran a negar todos los crímenes cometidos por su ídolo: el tirano Fidel Castro Ruz. El colmo del servilismo es cuando se llega a negar uno de los pocos crímenes que el propio dictador ha reconocido. El cinismo demostrado por el uruguayo Daniel Chavarría ha llegado a un nivel nunca antes visto en América Latina. La persecución del castrismo a los homosexuales está ampliamente documentada, véase aquí

El cinismo de un exfiscal general

Manuel Castro Rodríguez

17 de noviembre de 2013

 

El mundo le debe mucho a la Revolución cubana, por eso les pido a todos ustedes que jamás la abandonen, pues su éxito será el éxito de todos nosotros”, dijo William Ramsey Clark, quien fue fiscal general de EEUU entre 1967 y 1969, durante el Gobierno de Lyndon B. Johnson.

 

El exfiscal general de Estados Unidos fue condecorado este sábado en Holguín, Cuba, con la Orden de la Solidaridad, otorgada por el Consejo de Estado cubano. La condecoración fue realizada por familiares de los cinco agentes del régimen castrista condenados en EEUU por espionaje.

 

Sé que no existen las sorpresas sino los sorprendidos, pero que un hombre de leyes, que llegó a ocupar el más alto cargo en el sistema judicial de un país donde rige el Estado de derecho desde hace más de dos siglos, se manifieste de esta forma no sería motivo de enojo si no de risa, si no fuera porque más de cien mil cubanos y varias decenas de miles de extranjeros han muerto gracias a Fidel y Raúl Castro.

 

Como expresó la antropóloga panameña Brittmarie Janson Pérez: Fidel Castro “perjudicó gravemente al pueblo panameño. Apoyó a Noriega sabiendo muy bien que era un dictador al estilo de Papa Doc Duvalier: corrupto y cruel. Además, Castro traicionó la ideología marxista porque sabía que Noriega reprimía a la clase trabajadora debido a que la mayoría, aunque ardientemente nacionalista, se oponía al dictador”.

 

El exfiscal general de EEUU apoya la tiranía de los hermanos Castro, caracterizada por:

 

1- El sistema de partido único.

 

2- La penalización de la libertad de asociación.

 

3- La satanización de los opositores, que no son reconocidos como tales.

 

4- La penalización de la libre expresión.

 

5- El pleno control de los medios de comunicación.

 

6- Impedir el libre movimiento de los cubanos, el flujo de la información y el intercambio de ideas.

 

7- La violación flagrante y sistemática de todos los derechos consagrados por la Declaración Universal de Derechos Humanos.

 

8- La depauperación física, psicológica y moral de un pueblo.

 

 

Cómplice

Alejandro Ríos

19 de septiembre de 2013

 

La crítica coincide en opinar que Leni Reifenstahl se coloca entre las mejores documentalistas de la historia del séptimo arte del pasado siglo XX. Antes había sido actriz y bailarina. También ostenta una notable obra como fotógrafa en lugares remotos de Africa e incluso en el fondo del mar.

 

Murió con las botas puestas a los 101 años con numerosos proyectos en mente. Nunca pudo, sin embargo, desprenderse de la abominación de haber dirigido un documental propagandístico como El triunfo de la voluntad, sobre el partido nazi en su Alemania natal y de congeniar con toda la canalla fascista desde Himmler y Goebbles, hasta el propio Fuhrer, Adolf Hitler.

 

Resulta difícil, al verla retratada con esa galería de maniáticos conversando apaciblemente, creer que ignorara lo que ocurría en Auschwitz. No obstante su prominente carrera en pro de la cultura, el estigma la acompañó hasta el final de sus días.

 

Es poco probable ser cómplice de una causa injusta y criminal y pensar que se puede salir ileso. El gran poeta americano Ezra Pound, por mencionar otro caso notable, también manifestó abierta simpatía por el fascismo y fue duramente castigado, no obstante la enorme estatura de su literatura.

 

Cosas curiosas ocurren, sin embargo, con las dictaduras y los criminales de izquierda y su relación con la intelectualidad. Hubo un tiempo que pocos creían en los gulags de Stalin o los desmanes de Lenin, su antecesor. El caso del poeta chileno Pablo Neruda resulta patológico. Con la excepción de Octavio Paz, que casi se lía a trompadas con él, poco se recuerda de su enfermiza relación con el estalinismo, puntualizada por una de sus víctimas, el narrador Alexander Solzhenitsyn, quien escribió que al pensar en Neruda y otros poetas afines a Stalin, se le ponía la carne de gallina como cuando leía el Infierno de Dante.

 

Neruda llegó a ser tan apasionado por el hombre que envió a la muerte a millones de sus conciudadanos, que no movió un dedo por defender a gloriosos colegas en desgracia como Boris Pasternak y Joseph Brodsky. Antes de asumir este ardor enfermizo llegó a dedicar, sin embargo, un poema a Fulgencio Batista.

 

En circunstancias como estas, se habla de fellow travelers o tontos útiles. A estas alturas del juego pienso que cómplices resulta ser el mejor calificativo.

 

La semana pasada falleció a los 77 años el cineasta, escritor y polemista de ultraizquierda Saúl Landau. Quien, de alguna manera, es un antecedente de Michael Moore en su acérrimo afán anticapitalista. Durante los años sesenta se hizo secuaz de la dictadura que aún detenta el poder en Cuba. Temprano se creyó el cuento del David antillano contra el poderoso Goliat del norte y nunca tuvo ni una pizca de compasión con los intelectuales y artistas cubanos reprimidos durante aquellos años duros, ni después, cuando él se congraciaba con el sistema obnubilado por la utópica promesa de libertad.

 

A él debemos un documental propagandístico del aciago año 1968 llamado a humanizar la figura del desenfrenado dictador Fidel Castro, capaz de decirle en cámara que en los Estados Unidos no solo había que liberar a los negros sino a los blancos también, como si la independencia del país vecino fuera una tarea pendiente.

 

Su último aliento lo dedicó a la campaña de liberación de cinco espías cubanos atrapados por el FBI in fraganti hace 15 años. El obituario de The New York Times lo considera un realizador con “leftist edge” y el del Washington Post un “activista”.

 

Su cubana obsesión e intromisión se disiparán con el tiempo. Si acaso, quedará como cómplice de una nefasta tiranía.

 

 

La crápula de izquierda y sus exegetas

Félix Luis Viera

16 de septiembre de 2013

 

Las venas abiertas de América Latina es un libro que no se ha puesto viejo, pero su autor sí

 

El escritor uruguayo Eduardo Galeano declaró el martes pasado en Caracas que le han dicho que Hugo Chávez murió, pero él no lo cree. No hay dudas de que es un tropo candoroso; efectista. Esto lo dijo en el teatro Teresa Carreño, de la capital venezolana, mientras leía fragmentos de su nuevo libro, Los hijos de los días.

 

A lo anterior, respondió el presidente electo y cuestionado de Venezuela, Nicolás Maduro: “Estas son las cosas que solo pasan en revolución: tener a Eduardo Galeano, a esa maravilla de las letras latinoamericanas y mundial aquí” [en Venezuela]. Cada rosca encuentra su tuerca: hay más “maravillas de las letras latinoamericanas”, solo que estas tienen vergüenza suficiente como para no aupar a un gobierno que ha enterrado a su pueblo en una polarización fratricida; que persigue a los medios de comunicación, golpea a sus opositores en el Congreso y ha jurado mantener a la dictadura cubana sea como fuere, aun en detrimento del nivel de vida de los venezolanos.

 

Debemos suponer que Eduardo Galeano ha sido tratado en Caracas como lo tratan en Cuba: huésped VIP a la cuenta de las penurias del pueblo cubano; donde según el escritor uruguayo no pasa nada, nada realmente malo. Es decir, Eduardo Galeano, en sus visitas a la sede del castrismo, en su navegar por internet, no ha sabido nunca de las golpeaduras que reciben en la Isla mujeres inocentes, de las vejaciones de que son objeto los presos políticos, de la calamidad material y espiritual que padece una población que no tiene hacia dónde mirar. Así, el escritor uruguayo, defensor de la libertad de opinión, en sus paseos por la Isla seguramente ha leído otro periódico que no sea el pagado por la dictadura, ha visto otros canales de televisión y otras emisoras de radio que no sean las que igualmente están en la nómina del castrismo.

 

Él escribió un excelente libro, Las venas abiertas de América Latina, donde cita y analiza con sumo acierto los males que por acá padecemos. Hoy, lamentablemente, podemos decir que el libro no se ha puesto viejo; pero el autor sí, al sumarse a lo más crapuloso de la izquierda latinoamericana, al dar su visto bueno a regímenes autoritarios como el de Venezuela o peor aun a una dictadura que ha desangrado las venas de la isla de Cuba y que todavía hoy, cinismo mediante, afirma que durante unos cuantos años todo estará mejor, como prometiera 50 años atrás a la par que hundía a sus ciudadanos en el pánico y la miseria.

 

Dicen que cuando hay inteligencia no hay candor, candor extremo al menos, sino que es el cinismo, la perversión quienes afloran; este par de condiciones, primas del oportunismo. De manera que no hay modo de ir en contra de esta sentencia en el caso que nos ocupa.

 

Asimismo, se asegura que los sabios y los inteligentes, y los hombres de valer, agregaríamos —como tantos que han desertado del despotismo de izquierda latinoamericano—, se arrepienten; los ventajistas, no.

 

También uno espera que al llegar a la vejez, los hombres sean más íntegros. Pero ya ven, esto suele no ocurrir.

El cinismo de Willy Toledo

 

Willy Toledo por fin está en su paraíso cubano

Carmen Muñoz

11 de julio de 2013

 

El actor español se ha reunido con blogueros oficialistas, reside por ahora «en casa de unos amigos» y se ha fotografiado junto al malecón habanero

 

Willy Toledo ya está instalado en su paraíso cubano. El actor español que cree que su país es prácticamente una dictadura mientras en la isla caribeña «se aseguran los derechos fundamentales», vive de momento «en casa de unos amigos» y ha participado en un foro de blogueros oficialistas, según dos diarios digitales.

 

El pasado mayo, Toledo anunció en Telesur que se marchaba a vivir a Cuba y parece que por ahora lo ha cumplido. El digital del periódico gratuito Ciudad CCS de la Alcaldía de Caracas publica una foto del actor de «7 vidas» que, según un habanero, fue tomada desde los jardines del hotel Nacional, con el malecón detrás. Ese día (al menos llevaba la misma camiseta gris y pantalón vaquero), el intérprete procastrista fue fotografiado (esta vez de espaldas) con blogueros partidarios del régimen, reunidos durante tres días en el Centro Martin Luther King Jr. de La Habana, informa martinoticias.

 

El actor asegura que no va a recibir ninguna ayuda de la dictadura cubana

 

Guillermo Toledo afirma, en una entrevista con el diario venezolano, que él mismo realizó los trámites administrativos para llegar a Cuba y que no va a recibir ninguna ayuda del castrismo. Sin embargo, fuentes consultadas por ABC señalaron que las autoridades cubanas preparan todas las estancias de los foráneos en el país, salvo en el caso de que «se vaya a casar con un ciudadano cubano, sea un inversor o trabaje en una empresa extranjera». Como ninguno de los tres casos es el del actor, de los trámites se ocupó el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), señaló a este diario Juan Juan Almeida, desde su exilio en Miami.

 

El organismo dependiente del Ministerio de Relaciones Exteriores (Minrex) también se encargó de recogerlo en el aeropuerto y de hacerle una reserva «gratis» en el hotel Colina, en el Vedado, cerca de la Universidad de La Habana. «Si utilizó esa reserva, ya no lo sé, me consta que ahora se aloja en casa de unos amigos», agregó el hijo del histórico de la revolución cubana Juan Almeida Bosque.

 

El actor español explicó al diario venezolano que se había trasladado a la isla también por motivos personales, porque lleva «43 años viviendo en el mismo país y en el mismo sistema», y tenía ganas de ver «cosas nuevas, cambiar de aires e iniciar una aventura nueva». En un par de semanas, Toledo tiene previsto trasladarse a un piso de alquiler, un bajo con dos habitaciones y «patio para recibir a sus amigos», situado en una de las principales calles de La Habana, según el periódico cofundado por el ministro de Comunicación chavista, Ernesto Villegas.

 

Ochos meses al año

 

Willy Toledo desea «conocer de primera mano la realidad que viven los cubanos», residir «unos ocho meses al año» en un país «donde se aseguran los derechos fundamentales de los seres humanos». Solo una preocupación (ya que piensa vivir del «dinero ahorrado» y de «sus proyectos como actor en Latinoamérica»): que con las incipientes reformas económicas de Raúl Castro «un cierto tipo de capitalismo, todavía muy suave, vaya poco a poco entrando porque, aunque al principio puede parecer inocuo, el capitalismo es insaciable».

Por favor, que el verdadero farsante se ponga de pie

Roberto Madrigal

19 de junio de 2013

 

Tras leer, en el número más reciente de la revista Cineaste, una reseña muy positiva sobre el documental Will the Real Terrorist Please Stand Up, me lancé, con furor de masoquista, a buscar en la intenet la mayor cantidad de fragmentos disponibles en YouTube y otros sitios. No lo pude ver completo, pero vi al menos veinte minutos además de una entrevista con su director, Saul Landau, en el sitio www.DemocracyNow.org, hecha por la periodista Amy Goodman.

 

No hace falta ver el documental completo para darse cuenta que no es más que otro vehículo de propaganda, realizado por uno de los mejores servidores que el castrismo ha tenido en Estados Unidos desde 1960. Quien ha visto su documental Fidel (1968) y ha leído algunos de sus artículos en Cubadebate, Progreso Semanal y en el Huffington Post, entre otros medios, sabe que Landau es un excelente ejemplo de lo que es un habilidoso manipulador del sesgo. O sea, enhebra toda una letanía de medias verdades, apoyada por hechos comprobados, las magnífica y se cuida mucho de ponerle algún tipo de contrapartida o investigar opiniones diversas. Luego, hace generalizaciones en base a ello. Parece disfrutar la inversión de roles entre las víctimas y sus victimarios.

 

En este documental, cuyo título juega con el de una canción de Eminem (Will the Real Slim Shady Please Stand Up), parte de una serie de actos terroristas realizados contra Cuba, desde el derribo del avión que llevaba atletas cubanos desde Barbados en 1976, pasando por las bombas puestas en hoteles cubanos, siguiendo con el derrumbamiento de los aviones de Hermanos al Rescate, que Landau presenta como un grupo que al final se dedicaba a acciones de espionaje y culpa de la acción de la Fuerza Aérea Cubana a José Basulto, el jefe de la organización, para seguir con el caso de Posada Carriles y terminar con el de los Cinco Espías, la importancia de cuyas acciones, por supuesto, minimiza. Entre los entrevistados -que presenta para ostentar “objetividad”-, están Armando Pérez Roura y Ninoska Pérez Castellón, cuyas palabras escoge y edita muy bien para que aparezcan como paladines de la pro-violencia. También entrevista a Edmundo García.

 

Narrado melodramáticamente por Danny Glover, -un buen actor que hace una década que no figura en una película decente y que se ha dedicado con devoción a defender la causa de los Cinco Espías y del difunto Hugo Chávez-, el filme tiene como propósito que en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, los únicos terroristas han sido los americanos y que el exilio cubano es una comunidad de extremistas de derecha que no respetan la democracia ni la libertad de expresión, sin dejar de acentuar la vieja y gastada monserga de que son producto de una desaparecida república corrupta, controlada por la mafia. Lo interesante, y lo peligroso, es el aval que se le da al documental en medios académicos y en revistas especializadas en cine.

 

Saul Landau es un hombre brillante que se expresa con una locuacidad envidiable. Nacido en 1936, tras graduarse de la Universidad de Wisconsin, en Madison, se desempeñó como mimo y dramaturgo en San Francisco, a la vez que hacía su dinero como distribuidor de cine. Confiesa que en 1960 visitó Cuba para ver lo que pasaba y vio gente que con su misma edad tenían altos cargos gubernamentales y “usaban su cerebro mejor que yo”. A partir de ahí se dedicó al activismo y a la militancia pro-Cuba en Estados Unidos. Cuenta que en 1966, el difunto comandante René Vallejo lo invitó para que fuera a Cuba a filmar un documental sobre Fidel Castro que resultó en el ya mencionado Fidel. El panfleto no es más que una serie de secuencias con Fidel Castro visitando diversos proyectos agrícolas y haciéndose el simpático con el pueblo. Al final le concede una entrevista a Landau. Lo estrenó en 1969 a través de la televisión pública y su presentación en Nueva York y en Los Angeles, en 1970, fue frustrada por dos bombas que fueron plantadas en el cine neoyorquino y un fuego en el teatro angelino. Algo similar ocurrió cuando Sandra Levinson lo fue a poner en el Center for Cuban Studies de Nueva York en 1971.

 

Landau ganó el premio Edgar Allan Poe de 1981 por su documental Assassination on Embassy Row, sobre el atentado realizado contra el diplomático allendista Orlando Letelier. Ha realizado entrevistas y escrito libros sobre Nicaragua, Chile y el subcomandante Marcos. Es profesor emérito Hugh O. Bounty Chair en Conocimiento Interdisciplinario Aplicado, de la California State University de Pomona y es fellow del Institute for Policy Studies, un think-tank, radicado en Washington.

 

Recuerdo vagamente sus presentaciones en la televisión cubana y sus entrevistas en los periódicos Granma y Juventud Rebelde así como en otras publicaciones especializadas. Siempre apoyado, siempre apoyando. Nunca me crucé con él porque solamente se movía en los círculos del poder, a los cuales jamás tuve acceso. Lo que más me molesta al oírlo hablar es que maneja demasiada información y estoy seguro que no es posible que la haya obtenido por sí solo. Conoce demasiados detalles y muchos son muy similares a los que divulga el gobierno cubano, pero con mayor profundidad. Prestando atención a lo que dice, a su trayectoria y a su militancia, aunque no lo pueda probar con hechos, no me cabe duda de que su información procede, ya procesada y arreglada, de los archivos de la antigua escuela de los Hermanos Maristas. No es meramente un vocero, es un hombre creativo que maneja a conveniencia suya y de quienes sirve, la información que se le da. Resulta muy interesante ver la tergiversación de información que hace en su reciente artículo sobre Yoani Sánchez (“The U.S. Celebrates Yoani, But Does Not Hear Her Message”), aparecido en el Huffington Post.

 

¿Profesor? ¿Cineasta? ¿Investigador? ¿Periodista? ¿Agente? ¡Por favor, que el verdadero Saul Landau se ponga de pie!

 

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Nota de Manuel Castro Rodríguez: En la antigua escuela de los Hermanos Maristas –conocida como Villa Maristas- radica la sede principal de la Seguridad del Estado –la STASI de Occidente-; según uno de los más destacados pilotos de combate, el coronel Álvaro Prendes, si Supermán fuera encarcelado en Villa Maristas a la semana lloraría y con la capa se limpiaría los mocos.

Revolución cubana, crítica latinoamericana y academia norteamericana

Duanel Díaz Infante

28 de abril de 2013

 

Mucha crítica académica de izquierdas ha dejado de insistir en la ejemplaridad de la Revolución Cubana, aunque no acaba de reconocerla como dictadura.

 

Entre los muchos visitantes extranjeros que pasaron por la Escuela Vocacional Lenin en La Habana de los años ochenta estaba Fredric Jameson. En uno de sus ensayos más conocidos, “Third-World Literature in the Era of Multinational Capitalism” (1986), Jameson apela a esa experiencia cubana para ilustrar la tesis de que el escritor en el Tercer Mundo es “siempre, de un modo u otro, un intelectual político”. Confiesa que nunca sintió más extrañeza sobre la inexistencia del intelectual público en Estados Unidos, que durante un reciente viaje a Cuba, en el que tuvo ocasión de visitar una “extraordinaria escuela preparatoria en las afueras de La Habana”.

 

Para vergüenza suya, vio cómo en ese contexto socialista y tercermundista los jóvenes cubanos estudiaban “los poemas de Homero, el Infierno de Dante, los clásicos del teatro español, las grandes novelas realistas del siglo XIX, y finalmente las novelas revolucionarias contemporáneas cubanas”. Según Jameson, en la Isla se estudia, además, el papel del intelectual, “el intelectual cultural que es también un militante político, el intelectual que produce tanto poesía como praxis”. Ho Chi Minh y Agostinho Neto, apunta el crítico, antes de añadir otros insignes ejemplos: Neruda, Sartre, Brecht, Du Bois…

 

Jameson propone que en Estados Unidos también se estudie el papel del intelectual, pero sobre el probado antintelectualismo del régimen cubano nada dice. Irónicamente, la creación de la Lenin, escuela que fungió por dos décadas como vitrina de la educación socialista, fue en alguna medida consecuencia del cierre de otro instituto que sí ofrecía un currículo humanístico parecido al que describe Jameson. Esa otra escuela, el instituto preuniversitario especial Raúl Cepero Bonilla, fue clausurada en 1971, cuando el dogmatismo marxista-leninista se apoderó de la educación y la cultura cubanas. Unos años después, el IPVCE (Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas) V.I. Lenin era inaugurado por Brezhnev, como parte de una campaña de promoción de la cultura científico-técnica en absoluta consonancia con los nuevos tiempos de “amistad cubano-soviética”.

 

No cabría, desde luego, reprochar a Jameson su desconocimiento de estos hechos, si no fuera por su fervorosa defensa de la política educativa y cultural del castrismo, que no se limitó a aquel ensayo de 1986. Para el gran crítico norteamericano el mejor exponente de una literatura crítica en Cuba es Las iniciales de la tierra, de Jesús Díaz, cuya edición en inglés prologó generosamente en 2006. Allí afirma Jameson que la “crítica de la burocracia es una de las vocaciones centrales y características distintivas de la literatura socialista”, cuya función no ha de ser salvaguardar las instituciones existentes, sino participar en el gran proceso colectivo de transformación social mediante la crítica de prácticas y actitudes presentes tanto en la administración como en la vida cotidiana. Y una de las cosas a criticar es ese “serio error político” que fue la prisión de Padilla.

 

El caso Padilla, mencionado en el prólogo a la novela de Jesús Díaz, y la cuestión de los intelectuales, central en el ensayo de 1986, son desde luego la misma cosa, pero Jameson evita entrar en esa historia de sombras: prefiere ver lo de Padilla como un error, y quedarse con lo luminoso, recordarle a su público norteamericano los estudiantes cubanos discutiendo animadamente sobre la función de los intelectuales.

 

En otro prólogo a un autor cubano, esta vez una antología en inglés de Roberto Fernández Retamar (Caliban and Other Essays, 1989), Jameson elogió “Calibán” sin advertir siquiera la consecuencia entre ese sobrevalorado ensayo y el caso Padilla. En su opinión, se trata del “equivalente latinoamericano de Orientalismo, de Said”.[i]

 

En el contexto norteamericano, donde el intelectual es prácticamente “una especie extinta”, la libertad de decirlo todo estaría garantizada a condición de permanecer dentro de esa suerte de gueto que es la academia, donde las teorías más radicales son producidas y consumidas sin que puedan incidir sobre el mundo exterior. Y es esta incidencia lo que a los ojos de Jameson existe en Cuba, haciendo de la Isla un espacio no ya de “teoría”, sino más bien de praxis.

 

Acá, la ansiada superación de la filosofía burguesa habría comenzado, en tanto no se trata tanto de pensar el mundo como de transformarlo, realizando así la filosofía. Pero esta idea clásicamente marxista se confunde en el discurso de Jameson con otra de raigambre más bien conservadora: en Cuba, como en otros países del Tercer Mundo, no se ha producido la escisión de lo público y lo privado, la conciencia nacional y la psicología individual, que caracteriza a la cultura capitalista de Europa y Norteamérica, afirma el crítico[ii], y no es difícil percibir en semejante elogio del subdesarrollo esa noción fundamental de la historia intelectual del novecientos que es la decadencia de Occidente.

 

Acaso sin advertirlo, Jameson reproduce un señalamiento de otro gran profesor norteamericano, el sociólogo C. Wright Mills. Según cuenta Carlos Fuentes, en una visita a México este confesaba que “la suerte del escritor en ciertos países de América Latina le parecía envidiable”. “Cuando la respuesta a la palabra —decía entonces Mills— es la prisión y quizás la muerte, esto quiere decir que lo dicho y lo escrito cuentan” (La nueva novela hispanoamericana). En Estados Unidos, en cambio, el escritor disidente corría el peligro de terminar convertido en estrella de televisión. Esas palabras habían sido dichas, aclara Fuentes, poco antes del decisivo encuentro de Mills con Cuba, que le granjearía la persecución de las autoridades de su país y marcaría el comienzo de una nueva disidencia intelectual en Estados Unidos, agudizada a fines de los sesenta en los movimientos por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam.

 

Revolución, radicalismos, realismo mágico

 

Que la Revolución Cubana inspiró no poco aquellos variados radicalismos es bien conocido. Baste recordar que en la conferencia de OLAS celebrada en La Habana en agosto de 1967, Stokely Carmichael declaró que los afroamericanos compartían la lucha común contra “White Western imperialist society” (John Gerassi, “Havana: A New International is Born”). Cuba se había convertido en capital de una “nueva Internacional”, la de los “condenados de la tierra”, que incluía también a los negros norteamericanos. Si décadas atrás la Gran Guerra había contribuido decisivamente a extender la creencia en la decadencia de Occidente, ahora las revoluciones de China, Argelia y Cuba venían a ser el golpe de gracia: “Europa hace aguas por todas partes”, proclamaba Sartre en su incendiario prólogo al libro de Fanon.

 

En ese contexto marcado por los movimientos de liberación nacional y la crisis del papel revolucionario de la clase obrera en los países desarrollados, se produce una especie de aggiornamento del marxismo; la afirmación de la necesidad histórica de una revolución proletaria que comportaría una superación dialéctica de la sociedad burguesa es desplazada por nociones más o menos reaccionarias: regreso a la pureza del “país natal”, anticapitalismo romántico, culto de la violencia… No poco de la fascinación de la guerrilla latinoamericana entre la izquierda radical de la época procede justo de ese hontanar: reléase, por ejemplo, el “Prólogo político” (1966) a la segunda edición de Eros y civilización, donde Marcuse celebra la lucha guerrillera como una rebelión de la potencia vital del cuerpo humano, frente a la creciente tecnificación de la modernidad burguesa.

 

En el mundo cada vez más desencantado del capitalismo tardío, ¿cómo no iba a triunfar el realismo mágico con su retrato de un continente prodigioso, donde se desafiaba tanto la ley de la gravedad como la férrea linealidad del tiempo europeo? La “nueva narrativa latinoamericana” contribuía decisivamente, mientras tanto, al desplazamiento de la centralidad de la literatura española por la literatura latinoamericana en los departamentos de Estudios Hispánicos y de Lenguas Romances, al tiempo que surgían los programas de estudios latinoamericanos, en parte como un intento de contrarrestar la creciente influencia del castrismo en América Latina. Mucho se ha escrito sobre la relación entre el Boom y la Revolución Cubana, pero la impronta de lo que David Viñas llama el “momento caliente de la Revolución”[iii] sobre la crítica literaria latinoamericana, y en particular la escrita desde la academia norteamericana, está por estudiarse en detalle.

 

La hoguera revolucionaria no se refractó sólo en la narrativa, sino también en la crítica y el ensayo: piénsese en Literatura argentina y realidad política, del propio Viñas, donde las letras argentinas, desde Sarmiento a Cortázar, son comprendidas como expresión de una burguesía nacional que ha entrado en estado comatoso, o en Lima la horrible, de Sebastián Salazar Bondy, formidable crítica de la idealización de la época colonial por la oligarquía peruana. Aun cuando, evidentemente, estos ensayos responden a tradiciones nacionales diversas, es indudable que comparten un cierto momentum procedente de la Revolución Cubana, no solo en su contenido desmitificador sino también en la retórica combativa, casi panfletaria.

 

La idea según la cual “El sistema burgués se viene abajo”, primera frase del prólogo del libro de Viñas, es desde luego muy anterior a 1959, pero la radicalización socialista de la revolución había venido a darle cuerpo, ofreciendo la certeza, al cabo desmentida por la historia, de una inevitable transformación continental.[iv] En palabras de Salazar Bondy, “en Cuba ha comenzado nuestra revolución. Sé que, suceda lo que sucediere, esa verdad, a la postre, se impondrá, y Cuba, y América Latina, y el Perú amado, vencerán” (Cuba, nuestra revolución, 1962).    

 

Curiosamente, libros como los de Viñas y Salazar Bondy no tuvieron parangón en la Cuba de los sesenta; los mejores críticos de la llamada “primera generación de la Revolución” (Fernández Retamar, Ambrosio Fornet, Graziella Pogolotti, Rine Leal) no produjeron obras así de redondas, de contundentes. El mejor estudio sobre la literatura cubana de la década fue escrito por un extranjero, el peruano Julio Ortega. Relato de la utopía (1973) reúne ensayos y notas sobre muchas de las obras canónicas de la narrativa de los sesenta; ahí están los que hacen parte de lo que Fornet llamó “la narrativa de la Revolución” (Los años duros, Condenados de Condado), pero también los que la crítica cubana contemporánea de la publicación del libro de Ortega anatematizó como decadentes y burguesas: Paradiso, De dónde son los cantantes y Tres tristes tigres.

 

A tono con las lecturas nacionalistas o americanistas de la Revolución —como la de Ezequiel Martínez Estrada, por ejemplo— que tendían, contra el peligro de la sovietización, a destacar su autoctonía, Ortega afirma que existe un “componente utópico en la historia cubana”; es ese componente, presente en las obras de Martí y de Lezama, el que se manifiesta de algún modo en esas obras literarias: “lo que hace única a la literatura cubana de la década última es su apasionante vida de una historia animada por el esplendor utópico”.

 

Como bien aclara el crítico peruano, se trata aquí de utopía no en el sentido clásico, racionalista, sino en el sentido moderno, “poético”; una utopía que necesariamente es recuperada en la realidad histórica, y sería esa tensión entre “el desencanto crítico ante la historicidad” y el “encantamiento idealista ante la utopía” lo que anima toda esa rica literatura.

 

La imposición del realismo socialista en los setenta, desde esta perspectiva, vendría a apagar ese fuego utópico, sofocando toda tensión a favor de la historia. De esta otra literatura surgida del Congreso Nacional de Educación y Cultura (Cofiño, la “novela policial revolucionaria”), didascálica y anodina hasta la saciedad, nada tiene que decir Julio Ortega.[v] En Relato de la utopía, la clausura del debate intelectual en Cuba hacia fines de los sesenta no es vivida como un drama, en tanto el desencuentro entre imaginación utópica e historia real se percibe en cierto modo como inevitable, inscrito, por así decir, en la naturaleza misma de las cosas.

 

Muy distinta fue la reacción de aquellos otros críticos que, en los años felices de la Casa de las Américas, habían esgrimido a Cuba como un precioso ejemplo de que la sociedad socialista no era necesariamente represiva de la creatividad artística y la crítica intelectual. Para Ángel Rama, el más notable de todos ellos, el caso Padilla constituyó una dolorosa crisis de consciencia.

 

Me duele —anotaba Rama en su diario— que los escritores que siguieron diciéndose públicamente amigos de Cuba, hayan callado sobre todo esto. Me duele que desde mi alejamiento en el 71 con el desastrado caso Padilla […] no haya hablado públicamente de esto y haya preferido el silencio. No lo he guardado nunca en el caso de la Unión Soviética e incluso he escrito desde siempre a favor de los disidentes (desde el juicio a Siniavski allá por los sesenta) pero en el caso de Cuba era más complicado todo. La revolución en las puertas del imperio tenía un heroísmo y una verdad, había luchado a favor de tantas cosas por las que creo en nuestra América Latina, que parecía injusto hablar del error en que se había entrado. (Diario 1974-1983)  

 

En un ensayo sobre los relatos de Norberto Fuentes (“Norberto Fuentes: el narrador en la tormenta revolucionaria”) escrito a raíz del caso Padilla, Rama insiste en su apuesta por una narrativa arriesgada, fundamentalmente crítica, cercana a la idea de Sartre de la literatura como “subjetividad de una sociedad en revolución permanente”, o a la de Gramsci sobre el necesario desencuentro entre el escritor y el político. Ello comportaba, desde luego, un cuestionamiento más o menos explícito de lo que con el tiempo se conocería como pavonato, pero este trabajo de Rama no se publicó hasta más de una década después, en el volumen Literatura y clase social (1983). En su extenso artículo de Marcha, donde la cuestión de la nueva política cultural se planteaba de manera directa, el crítico uruguayo se resistía a condenar el socialismo cubano. A diferencia de Vargas Llosa, cuya ruptura con el régimen castrista acentuaría en adelante su reafirmación de la función eminentemente crítica de la intelligentsia, Rama, más que fracaso del sistema cubano, hablaba del fracaso de los intelectuales:

 

Querría agregar algunas reflexiones sobre un problema que debe abordarse con toda honradez. No faltarán ahora quienes vengan afirmando que el socialismo es sinónimo de regimentación, que fatalmente concluye en la liquidación de la creatividad y que nos condena a una grisura democrática, funcionarial. La madre, en el drama de Wesker, decía que cuando saltaba la instalación eléctrica ella descreía del electricista y no de la electricidad, pero además es cuestión de preguntarse si este fracaso de los intelectuales para encontrar nuevas fórmulas es consecuencia de que no hay ninguna otra que la ya probada en otros países socialistas, o de que el desarrollo creciente del socialismo todavía no ha podido alcanzar la acumulación que le permita sortear indemne estos períodos o, por último, que ellos, los intelectuales, no fueron capaces de esa invención a que los llamaba el Che Guevara en su famoso texto, como lamentándose de no poder él acometer también ese campo del nuevo mundo, de la nueva sociedad, con ánimo templado y audacia creativa. (“Una nueva política cultural en Cuba”, Cuadernos de Marcha, mayo 1971)

 

Este dilema en que se vio abocada la izquierda latinoamericana tras el fracaso de lo que K.S. Karol llamó la “herejía cubana” es resuelto por el crítico norteamericano John Beverley, mediante una especie de fuite en avant: no se trata ya de aquellas polémicas sobre la literatura revolucionaria, si debía ser vanguardista o realista, reivindicar la “libertad abstracta” de la cultura burguesa o la “libertad concreta” de la nueva ligazón al proletariado, para decirlo en palabras de Lenin, sino de que toda literatura es burguesa. De la dicotomía gramsciana entre “intelectuales tradicionales” e “intelectuales orgánicos”, sino de una crítica a fondo de la clase intelectual y de su función histórica en las sociedades latinoamericanas. Desde una posición tan radical, la opción entre Condenados de Condado y La última mujer y el próximo combate, entre Fuera de juego y Calibán, pierde sentido.

 

La Revolución cubana no habría logrado trascender la ideología burguesa y el tipo de autoridad literaria asociada a la misma, y es justo desde esa premisa que Beverley critica el proyecto crítico de Rama en uno de los capítulos fundamentales de Subalternity and Representation (1999) A la “transculturación literaria”, que entrañaría la cooptación de los sujetos subalternos, el crítico norteamericano opone el testimonio de Rigoberta Menchú, donde el subalterno habla por sí mismo, más allá de todo saber letrado. La polémica con Rama está, entonces, claramente relacionada con el reconocimiento de ese “impasse de la revolución cubana” que subyace a la constitución del grupo de Estudios Subalternos Latinoamericanos en los noventa. Sería Rama, más que el propio Fernández Retamar, el gran crítico literario de la Revolución Cubana, en tanto refleja insuperablemente el límite de un proyecto político que, a pesar de las buenas intenciones, no alcanza a superar la representación literaria e intelectual.

 

Me parece que la crítica de Beverley a Rama refleja, además, una inflexión en la forma de hacer crítica, en la proyección misma del discurso: Rama, probablemente el crítico latinoamericano más importante de las últimas décadas, es un eslabón entre la gran tradición crítica latinoamericana, muy ligada a la esfera pública, y la crítica académica localizada en publicaciones especializadas. Si aquel magisterio de los intelectuales públicos en periódicos y revistas de alcance nacional e incluso continental es inseparable del oscurecimiento de la historia de los sujetos subalternos, no tiene caso resistir la especialización de la labor crítica, o cuestionar la posición académica del discurso. Desmitificadas las ilusiones humanistas, la crítica se hace cada vez más sofisticada, abstrusa incluso. El vínculo con la tradición ensayística latinoamericana, en la que aun Rama se inscribe, se ha roto definitivamente. Reina la “teoría”.

 

La cabeza de Medusa

 

Como la serie literaria de que hablaba Tynianov, la de la crítica tiene una dinámica interna: ciertos temas se agotan, y sobreviene la renovación. Tras el boom del subalterno y la celebración del testimonio, toca el turno a una reivindicación de la literatura. No ya en el sentido “burgués” de la autonomía del arte, al modo de aquellos críticos que Beverley llama “neoarielistas”, sino desde la izquierda radical, de inspiración marxista y postestructuralista, predominante en la academia norteamericana. Esta empresa es acometida por Idelber Avelar en su influyente libro The Untimely Present. Postdictatorial Fiction and the Task of Mourning (1999).

 

Aquí el punto de partida es una sofisticada crítica del Boom, que Avelar comprende como una suerte de reconciliación imaginaria entre “fábulas de identidad” y “teleologías de modernización”, compensatoria no solo del subdesarrollo sino sobre todo de la pérdida del carácter aurático de la literatura, consecuencia del mercado editorial y la profesionalización del escritor. A aquella novelística de los sesenta el crítico brasileño opone no ya la “verdad” del testimonio, como Beverley, sino lo “intempestivo” de las ficciones de posdictadura (Ricardo Piglia, Diamela Eltit, Silvano Santiago, Tununa Mercado), una literatura de carácter alegórico —en sentido benjaminiano— que acomete ese “trabajo de duelo” tan necesario en tiempos de derrota de la esperanza revolucionaria y obscena apoteosis del mercado.

 

Desde esta perspectiva, el fin del Boom vendría siendo el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, que da comienzo a la imposición violenta del neoliberalismo en el continente. De aquella otra hipótesis según la cual el final sería 1971, con el caso Padilla y la división de la izquierda latinoamericana, poco dice Avelar. Más allá de una simple mención[vi], en el capítulo dedicado al Boom (“Modernization and Mourning in the Spanish American Boom”) se echa de menos una discusión con aquella crítica que había señalado la correlación entre ese fenómeno literario y la Revolución Cubana.

 

En el siguiente capítulo, sobre la cultura latinoamericana bajo la dictadura, ocurre otro tanto; a pesar de su relevancia para los temas discutidos, la Revolución Cubana brilla por su ausencia. Avelar comprende las dictaduras de derecha como el triunfo de la violencia contrarrevolucionaria apoyada por Estados Unidos sobre unas fuerzas revolucionarias que no llegaron al poder, sin considerar ese otro factor fundamental que en aquel complicado campo de fuerzas fue la influencia del castrismo en América Latina. Cuba, foco fundamental de la insurgencia de los sesenta, queda fuera de foco en la ambiciosa interpretación de la historia y la cultura recientes de América Latina que ofrece The Untimely Present.

 

Me parece que esta ceguera es sintomática de cierta posición contemporánea de la crítica académica de izquierdas; no se insiste ya, como Jameson, en la ejemplaridad de la Revolución Cubana, pero tampoco se acaba de reconocer su resultado dictatorial, cada vez más fehaciente. A lo largo de todo este libro, para nosotros revelador no tanto por lo que dice sobre la Revolución como por lo que no dice, el autor habla de las “dictaduras hispanoamericanas” refiriéndose solo a las dictaduras militares, aquellas que realizaron esa transición del Estado al mercado que las posteriores transiciones a la democracia no habrían modificado sustancialmente. Avelar señala que estas dictaduras, a diferencia de los regímenes fascistas, no dependieron de las movilizaciones de masas, sin advertir que ese rasgo sí caracteriza en gran medida al régimen castrista.

 

La cuestión de cómo la revolución que inspiró a toda una generación perdida de jóvenes latinoamericanos se convirtió en dictadura debe ser soslayada, pues trastocaría la oposición binaria entre revolución (popular, anticapitalista) y dictadura (militar, neoliberal). Avelar desconoce esta otra deriva totalitaria de la izquierda en el continente que es el castrismo, ejemplo donde los haya de una política radicalmente opuesta a la democracia liberal y la economía de mercado, cuando afirma, por ejemplo, que “the truth of defeat […] is the truth of the Latin American experience of the last decades” (p.68), aludiendo solo a la implantación violenta del neoliberalismo en los años ochenta y noventa.

 

Parece, así, que la tendencia del latinoamericanismo más radical, con respecto a la Revolución Cubana, es el silencio. No solo se escamotea la miseria del fenómeno revolucionario, sino también su grandeza, la importancia histórica de ese “momento caliente” cuya “dramaticidad inaugural”, para usar los términos de Viñas, no está solo en el origen del Boom, sino de la propia crítica latinoamericanista. Como si se pasara desde la acción, ese apoyo incondicional al castrismo que, a pesar del cisma causado por el caso Padilla, perduró por décadas, a la omisión, una especie de olvido voluntario que, aun cuando no reproduce ya el mito de la Revolución Cubana, lo deja intacto.

 

Cuestionar a fondo ese mito es una tarea que buena parte de la izquierda latinoamericana, y de la crítica académica, tiene aún pendiente. Están dispuestos, si acaso, a hacer el duelo de la Revolución, como algo valioso o querido que se pierde (Decadencia y caída de la ciudad letrada, de Jean Franco, es aquí un escrito crucial), pero no pueden mirarla a la cara. Esta, como la cabeza de Medusa, los petrificaría.

 

[i] “Calibán” poco tiene que ver con Said, y aun menos con los otros dos grandes teóricos poscoloniales, Bhabha y Spivak. El propio Fernández Retamar lo reconoce al apuntar en una nota al pie del ensayo “Calibán quinientos años más tarde” (Nuevo Texto Crítico, enero-junio, 1993) que Gayatri C. Spivak no lo ha comprendido bien cuando en “Three Women’s Texts and a Critique of Imperialism” (Critical Inquiry, otoño de 1985) afirma que “Calibán” niega “la posibilidad de una ‘cultura latinoamericana’ identificable”. Raigalmente extraña al espíritu y la letra del ensayo de Fernández Retamar, esta negación caracteriza a la teoría poscolonial, cuyo intento de superar la dicotomía de lo colonial y lo anticolonial pasa por la crítica —de inspiración derrideana en el caso de Spivak y en el de Bhabha, foucaultiana en el de Said— de todo esencialismo identitario. La mala lectura de Spivak evidencia entonces el abismo entre la perspectiva anticolonial del ensayo de Retamar y la que, en rigor, cabe llamar poscolonial.

 

[ii] “Third-world texts, even those which are seemingly private and invested with a properly libidinal dynamic, necessarily project a political dimension in the form of national allegory: the story of the private individual destiny is always an allegory of the embattled situation of the public third-world culture and society.” (énfasis de F.J.)

 

[iii] “Si el ‘momento caliente’ de 1810 al 1824 se refracta, mediatamente, en los textos de Bolívar, Monteagudo, Artigas o Hidalgo —izquierda inaugural (¿y premonitoria?) que funcionó entonces (¿y ahora?), de vanguardia, de víctimas o de chivos expiatorios—, o si esa misma ‘calentura histórico-coyuntural’ se espejea (melancólicamente pero con espesa cuota de legitimidad circunstancial: en la apasionante aunque ritualizada serie de Himnos Nacionales patrios, desde México a la Argentina), si el otro ‘momento caliente’ del tenentismo y de la columna Prestes puede recuperarse —a través de matizados, minúsculos a veces fragmentos especuladores— en Verde-Amarelo o Macunaima, el más reciente ‘momento caliente’ de la revolución cubana, me parece, no solo refracta su dramaticidad inaugural, sino que es uno de los pivotes y rampas de lanzamiento fundamentales de la nueva narrativa latinoamericana.” (“Pareceres y digresiones en torno a la nueva narrativa latinoamericana”, El Boom en perspectiva)

 

[iv] De hecho muchos de los capítulos del libro de Viñas habían aparecido en la revista argentina Contorno antes de 1959. Quiero agradecer a Gerardo Muñoz, quien a partir de su lectura de una versión anterior de este trabajo, me ha recordado este dato, y también que la frase citada por mí aparece en el prólogo de la edición de 1970, no en la primera versión del libro de Viñas, que es de 1964.

 

[v] “Solo se anota, pues, un período inicial de esa narrativa cubana a través de los que son probablemente sus principales textos. De cualquier modo, cada texto es leído en su sistema específico, y no cabe aquí discutir la situación de los autores mismos en relación al régimen cubano, ni tampoco las variaciones de ese medio intelectual, cuyos últimos acontecimientos indican, por lo menos, que su literatura se encamina a otro período: estos aspectos tienen y tendrán su crónica y su historia, géneros que no me interesa frecuentar.”

 

[vi] Avelar menciona “the voluntaristic reading of the Cuban revolution —encouraged, it is true, by the Cuban leaders themselves, but a reading appropriated in South America as a kamikaze, suicidal strategy” (p. 29)

Cuba: nuevos medios y crítica de la razón académica

Gerardo Muñoz

21 de marzo de 2013

 

Un evento universitario que juntó en Nueva York a Yoani Sánchez, Orlando Luis Pardo Lazo y varios estudiosos, despierta interrogantes acerca de cuánto tendría que cambiar el acercamiento académico hacia Cuba.

 

Si aceptamos la premisa de que Cuba es un “problema real” y que por lo tanto merece ser pensando, entonces podemos comenzar a discutir los múltiples efectos que pudiéramos derivar de la reciente conferencia “The Revolution Recodified“, organizada por Coco Fusco y Ted Henken en la New School of Social Research y la Universidad de New York.

A corto plazo es difícil asegurar el impacto de los lenguajes y discursos que fueron allí empleados, las muchas ideas que allí se lanzaron. Sin embargo, a largo plazo me parece que este tipo de discusión pudiera tener efectos positivos dentro y fuera de la academia norteamericana, tema que pasaré a comentar a partir de las intervenciones a las cuales asistí. Además de ofrecer un balance analítico de estas intervenciones, aprovecharé la coyuntura para elaborar una serie de hipótesis y preguntas que tal vez puedan elucidar una discusión más amplia sobre formas potenciales de pensar Cuba en relación con cierto discurso intelectual dentro de la academia norteamericana. Pero de esto me ocuparé en la última parte de esta reflexión.

 

Comenzaré apuntando los títulos de algunos de los paneles para dar la idea del alcance del programa: “The internet and social media in Cuba”, “Cuba in a global context: social media and political change”, “The development of autonomous cultural and public sphere in Cuba today”. Integrados por participantes tan disímiles, tanto en términos ideológicos como desde sus prácticas intelectuales, la audiencia de la conferencia que duró tres días tuvo la oportunidad de escuchar y debatir con los académicos Ariana Hernández Reguant y Ted Henken, la artista-académica Coco Fusco y el músico Pablo Menéndez, los críticos Ana María Dopico y John Kelly, los blogueros Orlando Luis Pardo Lazo y Yoani Sánchez.

 

Con tan solo citar los nombres de los académicos, creo que inmediatamente se hace visible la heterogeneidad que componía el conjunto de panelistas. Mientras que Yoani y Orlando Luis llevaban el compás de lo anecdótico y lo vivencial, Ted Henken, profesor en CUNY, Coco Fusco de New School, y Hernández Reguant de la Universidad de San Diego, intervenían desde las distintas zonas del discurso académico. Ted Henken ofreció una interesante cartografía de la blogósfera cubana y sus discursos políticos y Coco Fusco develó los lugares comunes de la “American Left” (sic) sobre Cuba, pero fue Hernández Reguant quien quizás, con mayor rigor, avanzó un pensamiento analítico sobre la relación entre sociedad civil y Estado, nuevos medios y capacidad de movilización social.

 

A contrapelo de las teorías contemporáneas de los nuevos medios, Hernández-Reguant dejó como línea de fuga para el debate con el público la pregunta sobre la naturaleza de lo “nuevo” en los nuevos medios en comparación con los “viejos medios” (lo analógico). Donde todos ven hoy ruptura, Hernández-Reguant propuso un modelo de continuidad entre los “nuevos medios” y cuestionó los modos en que pensamos los aparatos de visibilidad, legibilidad, y opacidad en sus usos políticos y sociales. En parte, mi pregunta durante este primer debate fue dirigida a Hernández-Reguant, ya que me parecía que en su intervención la discusión sobre el cruce entre temporalidad y explicitación de la representación se esquivaba esta importante transformación.

 

Aunque es cierto que los “nuevos medios”, al igual que los “viejos”, no garantizan cambios políticos concretos e inmediatos, estos si contribuyen a explicitar la presencia de lo ya sabido en el orden simbólico para quien sabe pero no quiere saber (ejemplo: contra un video de la represión de las turbas habaneras organizadas por el Estado y los Comité de Defensa de la Revolución, es ya imposible negar el hecho concreto que esas movilizaciones tienen muy poco de espontaneidad y mucho de subversión estatal). Como ha visto Antonio José Ponte en su libroVilla Marista en plata (Colibrí, Madrid, 2010) o Slavoj Zizek en relación con Wikileaks, lo importante de los nuevos medios no es su transformación en tiempo real, sino más bien la potencia de hacer visible un imaginario que hasta ese momento resistía el consenso concreto de todos los espectadores.

 

En otro panel, la figura del músico norteamericano Pablo Menéndez, residente en Cuba hasta hoy, fue más difícil de clasificar, salvo si se le piensa como una voz que, entre Yoani y Orlando, entre Fusco y Dopico, estaba allí para generar cierto “balance” en el estado de opinión sobre el pasado y el presente de Cuba.

 

Y tiene sentido que sea de este modo, ya que en la política académica cierta lógica compensatoria entendida como “balance de partes iguales” articula la normativa, e incluso una estética, del encuadre de todo diálogo. Esta lógica de supuesta inclusión de dos partes que encarnan un diferendo histórico —que se pudo ver tanto en la presentación de Henken sobre la cartografía de la blogósfera cubana, así como en la articulación entre medios y Estado de Hernández-Reguant, o incluso la afirmación de Pardo Lazo sobre la pluralidad de los “bloggers opositores”— es una precondición para todo debate académico. Cuba, en este sentido, no es una excepción, sino la norma.

 

¿Cuba a partes iguales?

 

Lo que fue excepcional en este intercambio puede leerse quizás en dos distintos niveles. Primero, en términos del desfasaje entre el higiénico relativismo dialógico de las partes iguales y el discurso intelectual (en un momento del cierre de la conferencia incluso, una moderadora pidió no aplaudir a Yoani para no polarizar o mostrar “demasiado” apoyo a la figura de Yoani). Es desde aquí donde uno podría generar una crítica a las contradicciones entre discurso académico y discurso sobre Cuba.

 

El discurso académico, entendido como discurso intelectual enunciado “desde” o “con” simpatías con la izquierda, es hoy crítico en términos generales de la razón dialógica, ya que esta se entiende dentro de una lógica habermasiana del consenso y abiertamente despolitizante de la esfera pública burguesa. Jamás las condiciones de diálogo en torno a la guerra de Irak, por ejemplo, se establecerían a partir de un “balance” racionalizado en partes iguales (aquellos que defendería la invasión y la otra parte que se opone). Como lo ha demostrado el pensador francés Jacques Ranciere en sus últimos libros —traducidos al inglés y muy bien recibidos dentro de la órbita liberal norteamericana, por cierto— la “inclusión” de la otra parte siempre supone la exclusión de la “no parte”. El discurso político en torno a Cuba, entonces, se presenta como una excepción a este paradigma que buscar suspender el habla de lo político. En cierto sentido, al decir esto, estamos abriendo, desde ya, la pregunta sobre qué o quién vendría a ser la no-parte de esta discusión en torno a Cuba.

 

La distribución de un intercambio en partes iguales termina, en última instancia, borrando el núcleo de lo político que habita en el centro del debate sobre el pasado de la Revolución Cubana de 1959, así como de los futuros de la isla caribeña. No vendría al caso señalar esta contradicción interna si el lugar de discusión no fuese la academia que, como hizo notar Ted Henken al definir ideológicamente su posición, nos remite al campo ideológico académico: “Yo me considero de izquierda, incluso más a la izquierda que muchos cubanos que tienen otra opinión sobre Obama…”.

 

El trueque ideológico aparece como momento de contradicción interna entre esa posición ideológica asumida de un sujeto en su totalidad concreta (la academia) y su posición “relativista” frente al conflicto sobre Cuba. En Cuba, la izquierda prefiere una universalidad elusiva (“el pueblo cubano”, “la diáspora”), en lugar de un compromiso por una de las partes como modo de interpelación política. ¿Habita Cuba fuera del discurso de la teoría crítica contemporánea? O preguntado de otra forma: ¿por qué esa incapacidad de teorizar el problema político cubano?

 

Esta matriz académica da lugar a un segundo plano que pudiéramos decir que se encuentra vinculado a la articulación de un discurso compensatorio signado por una racionalidad que termina relativizando y borrando diferencias entre dictadura y represión, víctimas y victimarios, historia y subjetividad. En pro de un humanismo en abstracto que asume una supuesta condición de distribución identitaria de representaciones sociales, esta operación termina por excluir la visibilidad concreta de los reprimidos y de las víctimas que desde el mismo año 1959 hasta el último encarcelado por crimen común o por disidencia política o difamación “contrarrevolucionario” se oponen abiertamente a la dominación del Estado.

 

Por eso quizás uno de los momentos memorables del primer panel aconteció cuando el poeta y escritor cubano Alexis Romay intervino desde la audiencia para recordar que no vendría nada mal tener claro que la discusión sobre Cuba no es una mera especulación en el plano hipotético de la historia o de la política en abstracto, sino que de lo que hablamos se trata concretamente de vidas humanas. Una discusión que tiene como núcleo de elaboración el tejido afectivo y real una subjetividad que continuamente es reprimida y silenciada. El discurso académico pareciera, en este sentido, lo opuesto de la observación de Romay: la búsqueda de una “distancia” en el conflicto borra la dimensión del “sujeto”, como ya veía el propio filósofo León Rozitchner en las discusiones ortodoxas del determinismo histórico del marxismo clásico.

 

No digo con esto que el habla del sujeto —el “aliento de su materialidad” diría León— estuviese ausente en las discusiones de esta conferencia, al contrario. Una de las efectos retóricos mas interesantes de las presentaciones de Orlando Luis Pardo Lazo, Yoani Sánchez, y Pablo Menéndez, fue la manera en que cada uno tejió su discurso con las filigranas de la experiencia vivida y sentida desde las políticas del cuidado del yo. Al respecto Pardo Lazo dijo algo notable: “we have selected to live a human life, and if that costs us our life, that's ok”. Una expresión no solo cargada de valentía como enunciación del “coraje de encarar la verdad”, sino una manifestación que lleva hasta las últimas consecuencias la relación entre voz y cuerpo frente a la dominación y la subordinación de un poder que se ejercita de manera sistemática contra cualquier pulsión crítica desde la sociedad civil cubana.

 

Sujeto común y 'solidaridad'

 

En otro momento, tanto Orlando como Yoani, subrayaron que ellos hablaban desde su posición de sujetos comunes y corrientes, apenas “ciudadanos” en una precaria “sociedad civil cubana”. No estaban allí para figurar como “representantes” de un “otro” ni de un “Pueblo” [1]. Una de las novedades de este discurso del sujeto político cubano, a diferencia de la oposición histórica dentro y fuera de la Isla (si se piensa en el Escambray o en los grupos paramilitares anticastristas movilizados en los Estados Unidos), radica, no en el pasaje de la vía armada a la vía pacifica, sino en la propuesta más interesante aún de carecer de una política de afiliación o de mera representación libidinal por un “pueblo cubano” que no es más que una categoría en abstracto sin verificación concreta. Como demuestran la escritura de Orlando Luis o Yoani, y como se comprobaron en las ponencias de “The Revolution Recodified”, esta oposición política tiene como centro de articulación el sujeto como núcleo de la experiencia compartida, personal y a su vez colectivo, entre sus voces (interesantemente título de la revista que dirige en La Habana Pardo Lazo) y la sociedad cubana en su totalidad.

 

Es por esto que no sorprende que desde la audiencia viejas voces saltaron, aún apegadas a operaciones intelectuales de “solidaridad” o “afiliación política” (que en realidad no son más que inversiones libidinales como parte de una fantasía construida a partir de una estructura del deseo [2], y en tono inflado e inquisitorio le rindieron cuenta a Pardo Lazo sobre una supuesta “subalternidad” cubana que él, desde la posición de letrado, no encarna. Letrado sí, no hay dudas, pero lo que pierde de vista esta crítica es justamente la dimensión de un sujeto que habla más allá de la representación, sin la necesidad de una filiación solidaria que, como se ha mostrado en estas últimas décadas en Cuba o América Latina, han resultado nociva en la mayoría de los procesos revolucionarios o populares latinoamericanos.

 

Las operaciones estériles de filiación, de hablar en nombre del otro lejano e indefenso, deben entenderse como el reverso de la fidelidad al evento revolucionario e incluso de la utopía. En la medida que esto es cierto, podríamos decir que el discurso de Pardo Lazo llega a ser radicalmente más revolucionario que todas las variaciones de una solidaridad articulada desde los púlpitos de una cátedra del Norte. Todo deseo de filiación post-política llega incluso a repetir la “ficción del Estado”, como la entiende el escritor argentino Ricardo Piglia, en lugar de sentir al menos simpatía con las escrituras débiles y marginales, escritas desde un ordenador para un blog o una revista autogestionada.

 

Y aquí encontramos otra vuelta de tuerca muy lúcida por parte de Pardo Lazo, ya que, como comentó el escritor en un momento de su ponencia, esta pulsión que repite la suntuosidad de la ficción del Estado, puede ocurrir tanto en la academia como en el discurso de aquellos que ciegamente buscan solidarizarse con cierto activismo maniqueo. Para ilustrar este argumento, Pardo Lazo comentó cómo un periodista de Miami, supuestamente “simpatizante con la causa cubana”, le formuló una pregunta de la misma manera que lo habrían hecho miembros de la Seguridad del Estado. En otras palabras, en la discusión política sobre Cuba, los deseos de filiación desde ambas partes, por momento se cruzan y se encuentran.

 

Cuba desde la academia norteamericana

 

Al llegar a este punto, tal vez deberíamos volver a la pregunta que inicialmente habíamos elaborado: ¿es posible formular otro tipo de relación crítica y política desde la academia norteamericana hacia el pasado y presente de Cuba? Si acaso es una empresa posible, ¿bajo qué condiciones pudiéramos articular una propuesta, y en qué consistiría su operación crítica? En el orden de lo pragmático: ¿De qué manera pudiéramos pensar la construcción de dicha crítica a la luz de las escrituras de Orlando Luis Pardo Lazo, Yoani Sánchez, o Claudia Cadelo que, como bien argumentó la profesora Ana María Dopico en su intervención, pudieran situarse en la larga tradición de la crónica latinoamericana?

 

En cierta medida estas son preguntas tramposas para hacer en este espacio. En parte, porque responderlas no solo llevaría mucho tiempo, sino también porque necesitaríamos la amplificación de voces y debates, propuestas y proyectos intelectuales, la transformación política y social de la Isla como tal. De igual modo, creo que una conferencia como esta se justifica con haber logrado, en cierta medida, potenciar la posibilidad de hacer las preguntas mismas.

 

Como académico que escribe y piensa desde un aparato institucional, pero que también interviene con cierta frecuencia en el espacio público, tengo para mí que la tarea más inmediata desde mi posición es llevar a cabo una crítica de la razón académica en cuanto a Cuba, elaborada en el interior de los marcos discursivos y epistemológicos de las distintas disciplinas académicas.

 

Esta operación tendría varias ramificaciones, pero primero tendríamos que formular una descripción preliminar de sus cualidades. En primer lugar, una crítica de la racionalidad académica en torno a Cuba comenzaría por preguntarse sobre la historia misma del campo del saber latinoamericano —entendido como suma de discursos sobre América Latina producidos en todo saber académico [3]— y desde allí estudiar los momentos de inflexión de los saberes operacionales a partir del devenir de la Revolución Cubana de 1959.

 

Segundo, se tendría que estudiar el porqué de la ausencia de una total autocrítica por parte de académicos y profesores escribiendo desde la academia norteamericana sobre Cuba. Podríamos adelantarnos a una crítica a esta pregunta [4]. En particular, aquella que vendría a enfatizar que Cuba carece de centralidad en la formación del espacio epistemológico del latinoamericanismo escrito desde Estados Unidos. Sin embargo, contra esta aserción, pudiéramos argumentar que la propia formación del saber académico sobre América Latina converge en su origen, como enseñan en muchos sentidos Jean Franco en Decline and Fall of the Lettered City (2002) o algunos ensayos de John Beverley, tras el triunfo de la Revolución Cubana, el auge cultural de Casa de las Américas, o la Campaña de Alfabetización. Desencantados con la transformación política de la Isla hacia el modelo soviético a partir del Congreso Nacional de Educación y Cultura de 1971 y la censura de Heberto Padilla en el mismo año, muchos académicos dieron vuelta a la página a la Revolución Cubana sin realmente asumir responsabilidad por aquel nuevo orden que ellos mismos habían celebrado e inscrito en el centro en sus respectivos proyectos intelectuales.

 

Pero no es mi propósito en este espacio escribir una historia del imaginario de la Revolución Cubana en las prácticas de la crítica latinoamericana. Solo quiero decir que articular una crítica a la razón académica tendría que volver sobre ese momento en que el desencanto aparece como suspensión y silenciamiento tras el fracaso de un proyecto político, y que luego aparece sublimado, en el sentido freudiano, en la transferencia hacia otros momentos de solidaridad tercermundista, ya sea la Revolución Sandinista o la lucha armada en Centroamérica, el chavismo en Venezuela o las nuevas gobernabilidades nucleadas en proyectos geopolíticas de Mercosur y ALBA.

 

La Revolución Cubana para esta instrumentación académica no solo es el punto de origen de un discurso de filiación política, sino también el punto ciego o espacio donde el discurso se evapora. Metodológicamente, el pasaje intelectual tendría que encarar una metacrítica de la actividad interna del saber académico de la misma forma que a lo largo de estos años se formularon, desde distintos métodos y aproximaciones, la crítica a los nacionalismos latinoamericanos, así como al orden operacional y hegemónico de las oligarquías regionales en los debates que atravesaron la discusión sobre el desarrollismo y la teoría de la dependencia en las últimas décadas del pasado siglo.

 

La elaboración de estas hipótesis a partir del boom de los blogs independientes dentro y fuera de Cuba no solo dan cuenta de una nueva potencialidad de una esfera pública cubana, sino que también pudiera funcionar como punto de partida para repensar y deconstruir la razón académica en cuanto al pasado y el futuro de Cuba. Los “nuevos medios” en realidad, podrían tener en sí mismos implicaciones conceptuales e intelectuales, además de prácticas concretas en la transformación real y política del interior de la isla.

 

Como espacios de reflexión, escritura, y discusión, los nuevos medios alcanzan un punto que, a diferencia de las expectativas del pasado siglo, ya no anhelan descubrir la utopía, sino más bien acceder al espacio de lo común más allá de los maniqueísmos y las políticas infamantes que se generan principalmente en los discursos oficiales del Estado cubano. Más importante aún, en conjunto con las voces heterogéneas y plurales que emanan de la blogósfera cubana, una nueva crítica académica en torno a Cuba —que ha venido perfilándose en la obra de importantes académicos como los ensayistas Duanel Díaz Infante y Rafael Rojas, críticos literarios como Rachel Price y Walfrido Dorta, los historiadores Lillian Guerra y Alejandro de la Fuente— pudiera ofrecer tan solo una puerta de entrada a una discusión sobre el lugar de la memoria, entendida como repetición y duelo, de las últimas cinco décadas de la dictadura cubana.

 

Así, un nuevo pensamiento sobre Cuba en Estados Unidos daría visibilidad a los diferentes actores sociales y populares marginados de las historiografías oficinales, cuestionando las estructuras y dispositivos del saber académico. Una metacrítica del campo del saber académico comenzaría por dar cuenta las diversas formas en que, desde este lado de la producción del discurso, se silenciaron las voces populares con el propósito de una fidelidad forzada al Estado cubano entendido bajo la abstracción de la Revolución. Esto tendría irremediablemente como corolario el pasaje del discurso crítico de la cultura hacia la articulación política, carente de toda filiación libidinal y con la finalidad de producir nuevos esquemas de hacer legible la verdad.

 

En el segundo día de la conferencia pude charlar extensamente con Vicente Echerri, ese lúcido escritor cubano que también estuvo entre el público. En algún momento Echerri me recordó una frase del escritor Jesús Díaz que quisiera recordar para terminar esta reflexión: “Hicimos una Revolución que no necesitábamos”. Frase que abre polémica y que se sitúa en esa rara posición cubana sobre el perdón y la memoria. Jesús Díaz, sin duda fue una excepción notable, pero por esta misma razón fue una figura, intelectual y académica, a la cual deberíamos no solo releer, sino también aprender de sus libros, de sus gestos públicos, para de esta forma generar otros “pensamientos críticos” y otros “encuentros” que den lugar a una amplia y fecunda discusión para comenzar a pensar esa Cuba que divisamos en el nuevo siglo.


[1] Para una crítica contemporánea de la categoría política del “Pueblo”, ver Medios sin fin: notas sobre política (Pre-textos, Valencia, 1996) de Giorgio Agamben.

[2] Aunque no es propiamente parte de su argumento, un buen punto de partida para discutir este derroche libidinal académico y su relación con la fantasía lo podemos encontrar en el excelente ensayo Fantasía roja (Debate, Barcelona, 2007) de Iván de la Nuez. Habría que pensar las sugerencias de ese libro sobre intelectuales y las intervenciones sobre Cuba desde la academia norteamericana.

[3] Ver la introducción del libro The exhaustion of difference: politics of Latin American Cultural Studies (Duke University Press, 2001) de Alberto Moreiras.

[4] En una excepción notable es el caso del ensayista puertorriqueño Arcadio Díaz Quiñones con su ensayo “Cuba 1994: salida...y voz?” publicado en El arte de bregar: ensayos (Ediciones Callejón, San Juan, 2003), donde el intelectual puertorriqueño hilvana una lúcida crítica de los noventa a partir de las teorías sociales y políticas de Albert O. Hirschmann. Del mismo año, podríamos también incluir el libro Cuba on My Mind: Journeys to a Severed Nation (Verso, 2003) del cubano Román de la Campa.

Daniel Chavarría: “Nunca se persiguió a los homosexuales en Cuba”

Yasmín S. Portales Machado

14 de febrero de 2013

 

Este martes, en el Café Wichy, el escritor Daniel Chavarría dijo que “en Cuba nunca se ha perseguido a los homosexuales”. La afirmación contradice abundantes testimonios, declaraciones del mismo Fidel Castro, líder histórico de la Revolución Cubana, y de su sobrina, Mariela Castro Espín.

 

Café Wichy, coordinado por la Red Iberoamericana y Africana de Masculinidades (RIAM), es parte de las acciones organizadas en el Pabellón Cuba para esta 22 Feria Internacional del Libro de Cuba. El céntrico espacio del Vedado busca atraer al público más joven de La Habana. Su nombre homenajea a Luis Rogelio Nogueras, “Wichy”, poeta y narrador cubano.

 

Se evoca el ambiente de los cafés literarios tradicionales: mesitas, una barra y tiempo ilimitado de charla. ¿El toque contemporáneo?: la pantalla lateral con video clips musicales libres de violencia, y la oferta de copiar más 4 Gb de este tipo de materiales a todas las personas interesadas.

 

Como manda la tradición, Café Wichy tiene tertulia. Cada día, alguien de la ciudad letrada sube al escenario y comparte con el público.

 

El martes 12 de febrero, el invitado fue Daniel Chavarría, cubano-uruguayo, autor de populares novelas policíacas. Chavarría recibió el Premio Nacional de Literatura de Cuba hace dos años. La 22 Feria Internacional del Libro de Cuba está dedicada a él, y al ensayista Pedro Pablo Rodríguez.

 

El inicio fue tradicional: Julio César Pagés, conductor del espacio, hizo una breve presentación. Chavarría comenzó evocando las tradiciones del Río de la Plata sobre el mate y siguió hilvanando anécdotas y comentarios sobre su modo de vida y recursos de escritura.

 

En la segunda parte del encuentro, el escritor respondió a un par de preguntas del público.

 

La primera fue sobre los recursos para lograr la veracidad de sus personajes. Él admitió que poco tienen que ver abakuas,  prostitutas o ingenieros, que pueblan sus relatos, con su vida de profesor universitario de lenguas clásicas. Para ello investiga, traba amistad con delincuentes o doctores, según sea el caso.

 

La segunda pregunta fue sobre la sexualidad. La intervención sugería que, desde la década del setenta hasta el siglo XXI, la sexualidad entre sus personajes, hetero u homosexuales, se normaliza, se hace más plena.

 

Su respuesta dejó a todo el auditorio en shock: “en Cuba nunca se ha perseguido a los homosexuales”. Las causas del asombro fueron varias: Primero, esa no era la pregunta. Segundo, tal afirmación contradice la abundante evidencia de que las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) funcionaron como campos de reclusión para religiosos, homosexuales, rockeros y otros jóvenes “antisociales” en los años sesenta.

 

Chavarría presentó la homofobia gubernamental como necesidad política: “al principio de la Revolución habría tenido un costo político enorme conceder protagonismo a las personas homosexuales.” Explicó que la participación masiva del campesinado cubano, de fuertes tradiciones homofóbicas, impedía el reconocimiento a los homosexuales. De modo que esa parte de la sociedad fue “apartada”, “pero nunca perseguida”, repitió al asombrado público donde, avergüenza escribirlo, nadie le refutó.

 

En 2010, Fidel Castro afirmó para La Jornada, “Soy el responsable de la persecución a homosexuales que hubo en Cuba”. Y es que, como máximo dirigente del país, considera fue su responsabilidad el criterio discriminatorio con que funcionaron. “Nosotros no lo supimos valorar… teníamos tantos y tan terribles problemas, problemas de vida o muerte, ¿sabes?, que no le prestamos suficiente atención.”

 

Este febrero, Salim Lamrani ha publicado una entrevista con Mariela Castro Espín. La directora del CENESEX argumenta que su tío “no sabía” de las condiciones de violencia a las que eran sometidos los reclusos en las UMAP. Esta tesis coincide con testimonios que Ernesto Cardenal publica en su libro En Cuba (1971).

 

Las UMAP funcionaron entre 1965 y 1968, recibieron a unos 25 000 jóvenes. El gobierno cubano ha variado los argumentos para justificarlas, pero nunca ha negado que la “persecución” ocurriera. Estos campos cerraron por las protestas de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, organismos internacionales, intelectuales extranjeros de renombre y, se dice, por una incursión sorpresa del mismo Fidel Castro a uno de ellos.

 

Chavarría prefiere el negacionismo. Entonces ¿la “persecución” es una “mentira del enemigo” y Fidel, su cómplice?

Calentando el brazo

Enrique Del Risco

16 de febrero de 2013

 

El escritor uruguayo-cubano-cara-de-guante Daniel Chavarría declaró esta semana que en Cuba nunca se había perseguido a los homosexuales. Lo dijo como quien no quiere la cosa, en un evento paralelo a la feria del libro. Como quien calienta el brazo en el bullpen antes de entrar al juego real. Pero por ahí se empieza. A ver si te la dejan pasar porque entonces, comprobado el grado de impunidad a que puedes llegar te vas entusiasmando y decir por ejemplo:

 

-En Cuba nunca se ha fusilado a nadie.

-En Cuba no se ha metido a nadie preso por razones políticas.

-En Cuba nunca se ha pasado hambre.

-Las UMAP nunca existieron.

(O variante b): La creación de las UMAP fue un plan de la CIA para inculpar a la Revolución Cubana, pero por suerte nuestros dirigentes lo descubrieron y desarticularon a tiempo.

-En Cuba nunca se persiguió a los católicos. Si en principio no se dio más protagonismo a la Iglesia es porque el pueblo todavía no estaba preparado para asimilar las complejas enseñanzas cristianas.

-Cuba nunca estuvo supeditada a la Unión Soviética. Tratábamos a los soviéticos con respeto pero siempre actuamos con absoluta independencia. A veces nos daban lástima y los tratábamos de ayudar hasta que no pudimos más.

-En Cuba no se le ha prohibido a nadie salir del país, es que los cubanos son así aferrados a su terruño.

-A Eliancito la mafia de Miami lo fue a secuestrar a Cárdenas y fue rescatado por los Cinco Héroes que por esa razón sufren ahora en las cárceles norteamericanas.

-En Cuba no hay censuras ni autocensura sólo incapacidad de representar un mundo tan perfecto.

-Los balseros se iban de Cuba por ansias de aventuras marítimas.

-Los diez millones fueron pero a los cubanos no les gusta alardear.

-El Período Especial no fue una crisis sino una batalla decisiva y triunfante contra el colesterol.

Entrevista al escritor cubano Jacobo Machover

 

Jacobo Machover es autor de El sueño de la barbarie. La complicidad de los intelectuales con la dictadura castrista.

Jacobo Machover (La Habana, 1954), vive en París desde 1963. Catedrático en Lengua, Literatura y Civilización Hispánicas en la Universidad de Aviñón (Francia), es además crítico literario, periodista y escritor. Entre los medios con los que ha colaborado o de los que ha sido corresponsal figuran los franceses ‘Liberation’ y ‘Magazine Lítterarie’ así como los españoles ‘Cambio 16’ y ‘Diario 16’. En la actualidad escribe para la ‘Revista de Libros’ y ‘Revista Hispano-Cubana’. Entre su obra literaria figuran varios ensayos sobre el régimen comunista cubano y sus principales protagonistas, como Ernesto ‘Che’ Guevara. A visitado Periodista Digital para hablar sobre su última obra: ‘El sueño de la barbarie. La complicidad de los intelectuales con la dictadura castrista’ (Atmósfera Literaria, 2012).

 

   “La lista [de intelectuales que apoyan a regímenes totalitario] en relación con Cuba es interminable, es larga, larguísima, interminable. Si uno se pone a pensar hay muy pocos que no hayan apoyado nunca a Fidel Castro, a la figura de Fidel Castro. Hubo unas excepciones, Jean François Revel que nunca estuvo con él, algunos periodistas, esencialmente franceses y otros americanos, que no hayan visto una ilusión o una esperanza en la revolución cubana. Los demás se dejaron llevar por los mismo errores que cometieron los intelectuales en relación con el estalinismo o con la China maoista, esa lista también es larguísima.

 

“Pero en Cuba vieron algo insolente, como una revolución antiburocrática. Fidel Castro no representaba para ellos la misma cosa que Stalin o que Mao. Era un gigante barbudo, era un romántico, era latino, occidentalizado de alguna manera. Tenía cierta cultura, no provenía de la nada, un abogado, y entonces se volcaron hacia él como otros se vuelcan un amor”.

 

EL SEDUCTOR FIDEL CASTRO

 

“Hay una empresa de seducción extraordinaria, seducción con las mujeres y con los hombres. Fidel Castro supo emplear esa arma absolutamente individual personal que no tenían los otros tiranos y de eso se aprovechó y se sigue aprovechando hasta ahora. Entonces él les daba a los intelectuales ciertas prebendas, ciertos privilegios que no tenían en sus países de origen y al mismo tiempo pues les brindaba unas posibilidades de acercarse al poder y poder tener la ilusión de ser consejero del príncipe. Fidel de alguna manera los escuchaba, aunque hablaba más que eso, los escuchaba siempre en una especie de confesiones nocturnas, muy romántica dando la impresión de que hablaba a solas con ellos y fueron innumerables los que cayeron en esas conversaciones nocturnas, en ese adoctrinamiento que hacía que después cuando regresaban a sus tierras se volvieran meros propagandistas de la revolución cubana”.

 

“Sin lugar a dudas [quienes destacan por su complicidad por el castrismo], sería Gabriel García Márquez por un lado, el Premio Nobel colombiano que le debe en parte su Premio Nobel a Fidel Castro, y también a los esposos Danielle y François Mitterrand, que fuera presidente francés. Y en segundo escalón yo pondría, precisamente a Danielle Mitterrand, la esposa del ex presidente que ha sido una de las mayores propagandistas del régimen y que ha permitido la vuelta al escenario internacional de Fidel Castro en 1995”.

 

RAMONET, EL ÚLTIMO CONFESOR DE CASTRO

 

   Y, hoy día, el que se pretende de alguna manera ser el último confesor de Fidel Castro que es Ignacio Ramonet. No se puede establecer realmente una escala porque todos intentan emular, como se dice en Cuba, a sus predecesores. Entonces los nuevos quieren olvidarse de lo mejor de los anteriores y hacen más y en eso por ejemplo, los cineastas Oliver Stone, Sean Penn, Benicio del Toro y muchos más, caen de nuevo en la trampa. Pero caen con mucho gusto en esa trampa, no tienen ningún reparo, no han aprendido nada del pasado y vuelven al redil con alegría y seguros de sí mismos y esos dejan completamente toda la represión que ha habido y que sigue habiendo contra el pueblo de Cuba.

 

“Muchos jefes de Estado latinoamericanos tienen una gran responsabilidad. En ese sentido, gente que ha permitido el regreso [de los hermanos Castro] a las estancias y a las cumbres iberoamericanas. Gente como Luiz Inácio Lula da Silva, el anterior presidente brasileño, pero también su sucesora Dilma Rousseff. Evidentemente los seguidores de Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega y otros tienen una gran responsabilidad,y de países no populistas y democráticos, como Cristina Kirchner, por ejemplo, y muchos más. Y también, evidentemente hay que situar ahí lo que fue un poco el caballo de Troya en la Unión Europea de la revolución cubana, que fue José Luis Rodríguez Zapatero con su ministro de exteriores Miguel Ángel Moratinos que hicieron de todo para que Cuba fuera reintegrada de alguna manera”.

 

DESMONTANDO EL MITO DEL ‘CHE’ GUEVARA

 

“El libro ‘La cara oculta del Che’, que fue objeto de muchas polémicas, muestra que no se podía tocar la figura, no se podía cuestionar la figura de un santo o que lo han hecho santo. Es muy difícil destronar a los santos, a los dioses y bueno, no es una empresa fácil. Creo que se puede desmantelar esa figura recorriendo esos propios escritos. El Che Guevara tenía una capacidad extraordinaria y hay muchas cosas que todavía se desconocen porque están engabetadas en la sede del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, porque él tenía esa sinceridad enfermiza que tiene también Raúl Castro. En ese sentido son muy parecidos, en esa sinceridad enfermiza que le hacía escribir sobre todo, le hacía desarrollar una escena donde describía como el mismo le había pegado un tiro a un traidor, entre comillas, y describía la trayectoria de la bala. En eso tenía conocimientos anatómicos muy precisos, como buen estudiante de medicina que era, que había sido, médico nunca lo fue, realmente.”

 

Pero a él [le dominaba] esa necesidad de decir la verdad y con tantas cosas absolutamente inadmisibles hoy en día. Era así simplemente. Sus escritos son orgías de sangre. Realmente era constantemente, la sangre, la muerte de los demás, del sacrificio de sus propios guerrilleros, de su propio sacrificio. Tenía la vocación de mártir aunque en el último momento no tenía ganas de ser mártir y, sobre todo, a él no le importaba ejecutar a la gente o dar órdenes o presenciar los fusilamientos masivos en la Fortaleza de La Cabaña cuando él estaba enfrente de de la mayor prisión de La Habana, de Cuba que fue en ese momento que fue en los primeros meses en 1959”.

 

“Yo creo que gozaba de alguna manera con eso porque también tenía la impresión de matar enemigos, de estar liquidando, exterminado enemigos. Y es una figura que muy extrañamente se ha vuelto un símbolo de la justicia, de la lucha por la libertad, eso es una creación de Fidel Castro. Fue Fidel Castro quien supo hacer que con la gente que estaba alrededor suyo, de la cual se podría deshacer, como fue el caso del Che Guevara, como fue el caso de anteriormente de Camilo Cienfuegos, pero de manera diferente. A Camilo Cienfuegos lo hizo desaparecer, sin lugar a dudas. A Che Guevara, digamos que lo abandonó y Raúl Castro también lo abandonó. Pero podía hacer con esa gente lo que no le estaba permitido a él: hacer de ellos figuras jóvenes para la eternidad. Él sabía que iba a envejecer en el poder y que no iba a poder representar esa imagen que representa el Che Guevara. Esa imagen de juventud eterna porque murió joven, a los 39 años, y Fidel Castro vio que él no podía hacer un culto a su propia personalidad, entonces decidió hacerlo con los mártires. Y los mártires siempre se vuelven santos, entonces hay una empresa de desacralización que hay que llevar a cabo”.

La lista de Lamrani

Luis Cino

Septiembre de 2010

 

Para el periodista francés Salim Lamrani (Cuba y el número de “prisioneros políticos"), no es para nada confiable la lista de 141 prisioneros políticos cubanos elaborada por Elizardo Sánchez Santa Cruz y la Comisión de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional. 

 

No es extraño. Lamrani, un incondicional alabardero de la dictadura cubana, prefiere creer a pie juntillas la versión de que en Cuba no hay presos políticos, y mucho menos los 27 prisioneros de conciencia que refiere Amnistía Internacional en su lista de agosto 15 de 2010, sino “personas convictas de crímenes listados en el código penal, particularmente por el hecho de recibir fondos de una potencia extranjera.” 

 

No obstante los asquitos y fruncimientos de ceño, Lamrani se esfuerza por ser “objetivo” y se enfrasca, híbrido de bodeguero tacaño y de alguacil del Ministerio del Interior (MININT), en un bizarro conteo de presos en el que sólo faltan los silbatos y las tonfas de los carceleros.  

 

Lamrani objeta a la lista de Elizardo Sánchez y la CDHRN que incluya a 10 personas con licencia extrapenal por motivos de salud que pueden ser devueltos a la cárcel cuando el gobierno lo estime conveniente, y a 27 reclusos que pudieran ser liberados antes de octubre (y probablemente desterrados).  

 

El periodista francés argumenta que de los 100 individuos restantes, alrededor de la mitad cometieron “crímenes violentos”, y destaca el caso de los dos terroristas salvadoreños que colocaron bombas en hoteles habaneros en los años 90. 

 

También incluye a secuestradores de aviones y embarcaciones que tuvieron la suerte de no ser fusilados como escarmiento,  y a cuatro ex militares convictos de “espionaje o de revelar secretos de Estado” en un país donde sabemos que secreto de Estado puede ser desde la salud del Comandante hasta la cantidad de quintales de plátanos que se perdieron en Alquízar porque no había camiones para recoger la cosecha.  

 

Por tanto, Lamrani concluye que después de liberar a las otras 27 personas incluidas en los acuerdos de junio de 2010, quedaría sólo un prisionero político en Cuba, Rolando Jiménez Posada, un ex –integrante del Ministerio del Interior acusado de desobediencia y también (cómo no) de “revelar secretos de Estado”.

  

Aun si aceptáramos su cálculo, sería bueno que Lamrani tuviera en cuenta los varios centenares de personas para nada violentas que en un país con leyes medianamente normales no estarían en prisión, y que en Cuba están presos (aunque el gobierno y sus alabarderos  en el exterior les nieguen el estatus de prisioneros políticos) por aberraciones jurídicas frecuentemente aplicadas contra los disidentes y todos los que se les parezcan, tales como el desacato, la desobediencia y la peligrosidad social pre-delictiva.  

 

¿Habrá escuchado hablar Salim Lamrani, por ejemplo, del ex-deportista José Ángel Luque Álvarez, condenado por desacato en el año 2007, que ya cumplió su condena, sigue preso y ahora mismo está en huelga de hambre en Cienfuegos en manos de la Seguridad del Estado?  

 

¿Casos como ese serán presos políticos? Dejo la respuesta a Salim Lamrani como tarea para la casa. Si de veras quiere ser objetivo, que responda después cómo va su cuenta acerca de la cantidad de presos políticos en Cuba.

 

Enlace: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=111491 (tomado de Huffington Post, 24 de agosto)

 

luicino2004@yahoo.com

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.