¡Ño!, hace diez días falleció Guillermo Álvarez Guedes, uno de los dos humoristas cubanos más queridos por el público de América Latina -el otro fue Tres Patines, nadie recuerda que se llamaba Leopoldo Fernández-, y en la prensa plana de Cuba –que es la que puede ver el cubano de a pie- esta noticia brilla por su ausencia.

 

Guillermo Álvarez Guedes falleció el martes 30 de julio de 2013 en su casa de Kendall a las 12:40 p.m. Tenía 86 años. Con su partida, el mundo del espectáculo hispano pierde una de sus estrellas más versátiles que supo traducir el “cubaneo” de sus chistes a un lenguaje universal.

Según su sobrina, la presentadora Hilda Rabilero, hija de la famosa actriz Eloísa Alvarez Guedes, hermana del comediante, tanto el polifacético artista como sus seis hermanos tenían un gran sentido del humor. “Lo que muchas personas desconocen es que mi tío era un hombre muy instruido, con el que se podía conversar sobre cualquier tema”, señaló Rabilero. “Recuerdo que le fascinaba el mundo de la espiritualidad”.

Guillermo Álvarez Guedes y Rolando Laserie

Álvarez Guedes y el exilio:

una historia contada a carcajadas

Albert Sergio Laguna

8 de agosto de 2013

 

Antes de comenzar mi programa de postgrado sobre la cultura popular cubana, creía que los miembros de mi familia eran las personas más cómicas y originales del planeta. Esta opinión duró hasta que escuché a Guillermo Álvarez Guedes, me senté con sus 32 discos y me enfrasqué en la envidiable tarea de abrirme camino a través de su obra. No necesité mucho tiempo para darme cuenta de la innegable realidad: todos en mi familia se habían estado robando los chistes de Álvarez Guedes por años.

 

Mi historia no es única, ni debe serlo. He escuchado sus chistes una y otra vez a través de las redes informales en las cuales estos viajan —de persona a persona y cada vez más por medio de correos electrónicos y sitios como youtube.

 

Fue precisamente por medio de redes informales que Álvarez Guedes tuvo la oportunidad de cruzar fronteras con su sentido del humor. Se cuenta del contrabandeo de sus discos, introducidos clandestinamente en Cuba y disfrutados por cubanos que eluden las restricciones del Gobierno a cambio de una buena carcajada. Su obra también atraviesa fronteras generacionales. Desde la noticia de su muerte, abundan los comentarios de cubanoamericanos que recuerdan sus discos como una especie de banda sonora cómica de su infancia.

 

Una de las formas más comunes de recordar a Álvarez Guedes ha sido contando sus chistes. Mientras muchos de ellos son “eternos”, es decir, mantienen su efecto cómico mucho más allá de su representación original, esta estrategia romántica del recuerdo no encierra completamente la compleja relación entre el espectáculo de Álvarez Guedes y el contexto social en el cual actuaba. ¿Qué nos pueden decir algunos de sus famosos espectáculos sobre la historia del exilio?

 

Miami no ha sido siempre un lugar que ha dado la bienvenida a emigrantes de Latinoamérica. En las décadas del 60 y el 70, muchos en Miami sentían cierto resentimiento hacia los recién llegados de Cuba, colgaban sus letreros de “no se permiten cubanos”. Las tensiones se agravaron aún más en 1980, cuando por causa del éxodo del Mariel se acrecentó ese sentimiento de animadversión a nivel local y nacional. Además de la cobertura negativa por parte de la prensa, este fue el período que dio paso al movimiento english only, con la propuesta de un referendo antibilingüe que resultó aprobado y que en noviembre de 1980, vuelto decreto, cambió la política bicultural y de bilingüismo establecida en el Condado Dade desde principios de los 70.

 

Algunos chistes de Álvarez Guedes, como la Clase de idioma cubano, y su disco más exitoso, How to Defend Yourself from the Cubans (1982), todavía nos hacen reír hoy por como plantea la idea de una clase donde se enseñan malas palabras a una imaginada audiencia de norteamericanos. Es precisamente en estos giros que hablan de las ya mencionadas dificultades que enfrentaba la comunidad exiliada donde Álvarez Guedes actúa como un tipo típico, un portavoz del exilio, resistiéndose al llamado de la integración cultural y a la vez impulsando una identidad cultural propia. Al someter a los cubanos a juicio en el tribunal de la opinión pública, Álvarez Guedes moviliza el choteo para invertir las relaciones de poder existentes en Miami.

 

En muchos de sus chistes sobre el idioma, los norteamericanos observan desde afuera,en el papel de extranjeros. En How to Defend Yourself from the Cubans, Álvares Guedes actúa mayormente con un leve acento en inglés, demostrando el choque de las culturas en dos idiomas y choteando también a los locales. Al representar su maestría del inglés e invocar los códigos familiares del choteo, Álvarez Guedes hace una declaración desafiante en contra de los modelos de integración norteamericana y a la vez enfatiza la vitalidad de la comunidad del exilio.

 

El humor ha sido un modo para narrar y analizar la realidad política que han enfrentado las comunidades cubanas desde la época colonial hasta el presente. El legado de Álvarez Guedes serán siempre los chistes que han disfrutado y disfrutarán tantas generaciones de dentro y fuera de la Isla. Guedes no fue un comentarista político, pero su humor contó frecuentemente una historia popular de cómo sus coterráneos manejaron la realidad vivida en el exilio, una realidad teñida por la carga política que inevitablemente traía la condición de expatriados.

¡Ño!, como decíamos ayer

Alejandro Ríos

8 de agosto de 2013

 

Siento vergüenza ajena por mis compatriotas, sobre todo por aquellos que a duras penas cultivan algún tipo de humor, en un lugar donde ese arte ha sido tan vapuleado, porque les está prohibido pararse en una esquina y decir, “acaba de morir el maestro”. No pueden siquiera ensayar un cauteloso homenaje como el dispensado a Meme Solís, quien declinara su regreso a Cuba con suma elegancia, porque la suspicacia que despierta nuestro humorista mayor, en términos de “gran enemigo de la revolución”, es solo comparable a la animadversión que levanta Guillermo Cabrera Infante entre los Castros y sus acólitos.

 

Un gobierno que obliga a sus representados a desdeñar figuras cenitales de su cultura como Celia Cruz, Olga Guillot y Guillermo Álvarez Guedes, padece de una atrofia terminal. Hoy sabemos que esa vocación malévola no ha sido respetada, aunque hiciera daños irreparables, y la obra de estos grandes se trasiega al margen de tan absurda imposición.

 

Guillermo Álvarez Guedes se ha ido con la dignidad sin mácula que es lo mejor que le puede pasar a un artista de categoría. Se dio cuenta rápido que la decencia, la libertad y su incansable laboriosidad entrarían en conflicto con las intromisiones desfachatadas del totalitarismo.

 

Hombre culto, empresario consumado, supo que la Cuba suya estaría en otra parte y desde que puso un pie fuera de la isla, pocos embajadores como él tuvo la nación diezmada.

 

Nunca hizo alarde de la responsabilidad que estaba asumiendo. Habituado a dispensar su arte por el mundo, intuyó que no regresaría mientras existiera la turbulencia revolucionaria y tan compleja circunstancia lo puso en la disyuntiva de salvar y contar al cubano desde la risa.

 

Desterró el rencor, la nostalgia y la periodización de exilios de su estética, entre otros lastres que interferirían en su estudio minucioso del cubano. Se volvió un original, un canon inimitable y cuando otros debían recurrir a artificios para ataviar el humor, a él le bastaba con una capacidad narrativa envolvente y seductora, de impecable dramaturgia, que no parecía actuada aunque tuviera una estructura de hierro.

 

Cuando mi hijo de 17 años era pequeño, mi esposa compró algunos de los CDs de Álvarez Guedes y los ponía en el auto para contribuir a su cubanidad, en esta barahúnda de naciones que es Miami.

 

Por mi parte, me tocó conocerlo durante un cumpleaños en la casa de mi amigo José Antonio Evora, a quien también agradezco que llevara a mi padre a uno de aquellos memorables shows en el Dade County Auditórium, de donde salió pleno y feliz de ser contemporáneo del genial humorista.

 

Fuimos presentados y me habló como si nos conociéramos de toda la vida. Los allí presentes, cubanos de recientes generaciones, sabían de la importancia de aquella presencia pero él hacía que todo pareciera natural.

 

René Ariza y Guillermo Álvarez Guedes, por poner dos ejemplos distintos del cultivo del humor, corroboran que las dictaduras sienten una antipatía enfermiza por su ejercicio, sea político o de cualquier otra modalidad. Sigue siendo, sin embargo, el género más socorrido para producir felicidad en medio del torbellino de la indigencia material y la coacción ideológica.

 

Nadie recordará los adustos dictadores, que no saben ni ensayar una mueca que simule la risa, en un futuro no muy lejano. Serán, apenas, una cita a pie de página en los libros de historia. El legado de Álvarez Guedes, sin embargo, perdurará. En la explicación de lo cubano no puede faltar un capítulo tan esmerado. A Cuba regresará en compañía de la libertad y dirá parafraseando al famoso poeta granadino “Ño, como decíamos ayer…”.

La tarea pendiente que dejó Álvarez Guedes

Alberto Sánchez

 

Alguien dijo que seguimos vivos hasta que muera el último que nos recuerde. Si esto es cierto, Guillermo Álvarez Guedes se fue con la ventaja que se despidió como uno de los humoristas cubanos más importantes de los últimos 60 años.

 

En Wikipedia lo mencionan en primer lugar como hombre de negocios y empresario, y luego como humorista. Pero definitivamente la manera de contar sus cuentos, compilados en más de 30 discos, películas y libros, es lo que ha quedado en la idiosincrasia y en la historia del humor de los cubanos.

 

Y si alguien lo va a recordar de por vida es su amigo, el presentador y musicalizador Adrián Mesa, con quien trabajó y compartió gran parte de su día a día durante los últimos 15 años.

 

Como muchos cubanos, Mesa descubrió el humor de Guillermo (así lo llamaba) a mediados de los años 1970, a través de sus cuentos grabados en casetes, que pasaban de mano en mano. “Cuando lo conocí y conversamos”, recuerda Mesa, “lo primero que me dije fue: ¡Ñó, pero qué serio es este tipo! ¿Y este es el de los cuentos? Porque en su trabajo era así, un hombre muy serio, muy estricto y exigente. La gente se lo encontraba en la calle, y a veces comentaba lo serio que era. El respondía: ‘¿Pero qué quieren, que me pase la vida haciendo cuentos y riéndome como un comemierda?’ ”

 

Para Mesa aquella seriedad fue muy importante porque con él aprendió muchas cosas del negocio del entretenimiento. “Luego llegamos a compenetramos tanto, que en los programas, con solo mirarnos ya yo sabía lo que él estaba esperando, o la música que necesitaba.”

 

En lo personal establecieron una relación de amistad de mucho cariño. “Fue como el padre que había perdido en Cuba de muy joven”, dice. “Llegó un momento en que empecé a sentir un cariño y admiración especial por él, a verlo como parte de mi familia”.

 

“El me enseñó muchas cosas”, agrega Mesa, “quien recuerda la fecha en que comenzó a trabajar con Álvarez Guedes. “A las 6 a.m. del 18 de febrero de 1998. Después él estuvo fuera entre 1999 y el 2000, y cuando empezamos de nuevo estuvimos trabajando hasta el 2011. “Esta vez, me dijo, vamos tú y yo solos. Y esa fue una nueva etapa de mi aprendizaje. Guillermo era un hombre que había estudiado mucho, era un lector incansable. Muy inteligente, formado en Cuba; desde muy joven, fue cantante, trabajó en programas como Cabaret Regalías, donde inmortalizó aquel personaje de El borracho”, contó Mesa.

 

Con su sello Gema grabó a Bebo Valdés, Roberto Ledesma, Elena Burke y Rolando Laserie. Junto a su hermano Rafael, Álvarez Guedes ayudó al lanzamiento de El Gran Combo de Puerto Rico. “Muy pocos saben que el día que Elena Burke grabó Yo tengo un pecado nuevo, del estudio tuvo que correr para el hospital, y así nació Malena. El primer ramo de rosas que recibió fue el de Guillermo; Malena conservó la postal y se la enseñó cuando llegó a Miami. Recuerdo que ese gesto lo hizo muy feliz”, apuntó Mesa.

 

Dice que sabía lo que le gustaba al público, porque tenía muy buen oído, y no le importaba de dónde viniera o viviera el cantante. “Varios temas y discos que luego fueron famosos, se pusieron por primera vez en Aquí está Álvarez Guedes. Recuerdo el de Bebo Valdés y Diego El Cigala, La vida es un carnaval, de Celia [Cruz], la estrenamos también. A Martirio la dimos a conocer nosotros en Miami”, apuntó.

 

De sus amistades Adrián recuerda que admiraba y le hablaba mucho de Leopoldo Fernández “Tres Patines”. “A Cataneo [Jesús, del Trío Taicuba] se ocupaba de llamarlo regularmente. “A su hermana Eloísa siempre trató de traerla [de Cuba], pero ella no quiso”, contó.

 

Para el locutor, Guillermo Álvarez Guedes es alguien irrepetible. “Se lo dije en vida, que como hubo una Celia Cruz, un Benny Moré o una Olga Guillot, también había un solo Álvarez Guedes”.

 

De su vida personal recuerda que adoraba a su familia, a Elsie, su compañera, y era un abuelo que se moría por complacer a sus nietos. “Le gustaba desayunar frutas en la mañana, y una de sus comidas favoritas eran las masas de puerco fritas con arroz moro. Le encantaban los tostones, y las tostadas con aceite de oliva y perejil. Su bebida favorita era el vino. Unos días antes de fallecer me dijo: ‘Tráeme una botellita de vino cuando puedas pa’ cá’. Pero para ser honesto, no me atreví. Aunque creo que lo que más pena me ha dado es que no pudo cumplir su deseo de llevarle su humor a los cubanos en una Cuba libre, eso fue algo que se le quedó pendiente”.

 

Si existe el cielo, allá debe estar ahora Álvarez Guedes, un cubano que utilizó su carisma y su gracia personal para hacer el bien y poner a reír a mucha gente. Su éxito como empresario le permitió ayudar a muchos colegas y artistas. Así es cómo se gana la entrada allá arriba.

 

Pero él, sin problemas, porque incluso en el paraíso, se las sabrá arreglar para decir sus cuentos sin que las malas palabras suenen a blasfemia. Debe estar rodeado de amigos, como si tal cosa, riéndoles sus chistes. Alrededor, algunos personajes de sus cuentos más famosos: el pobre cura, todavía sin saber qué hacer con el guanajo; el soldado Martínez todavía parado en atención, esperando por la fatal noticia de que su padre ha fallecido; aquel estudiante finalista, aun celebrando que en el examen de historia antigua por fin le salió la boleta con el cuestionario de los fenicios. Y la abuela que murió de un atracón de bombones laxantes sigue tratando de consolar al pobre Atanasio de que lo suyo no fue nada comparado con lo de ella.

 

Uno de ellos habrá “bajado” a Miami esta semana, quizás aquel amigo que sabía tanto de las propiedades medicinales del romerillo. Parodiando un cuento suyo, le habrá susurrado al oído: “Te tengo una noticia buena y una mala: la buena es que en el cielo Dios está loco con tus cuentos. La mala, es que te esperan para la matinée del domingo”.

El humor y los tiranos

Carlos Alberto Montaner

4 de agosto de 2013

(A la memoria de Guillermo Álvarez Guedes y Armando Roblán).

 

No hay nada que los tiranos teman más que al humor. Suele olvidarse que la primera publicación que resultó clausurada en Cuba fue Zig-Zag. Se trataba de un gracioso semanario, ilustrado con excelentes caricaturas, que en 1959, entre risas y bromas, a los pocos meses de inaugurado el manicomio, hacía las críticas más severas a la dictadura que comenzaba a arraigar.

 

Leopoldo Fernández, Tres Patines, debió exiliarse al poco tiempo, porque en una obra de teatro bufo aparecía en escena junto a diversos cuadros de personajes importantes, y entre ellos estaba uno con la foto de Fidel Castro. Leopoldo lo tomó entre las manos y, riendo, exclamó: “déjenmelo, que éste lo cuelgo yo”. Tuvo que escapar a galope.

 

En la España de Franco no se podía caricaturizar al Caudillo, ni hacer la broma más inocente en torno al personaje. La Codorniz, que era un semanario humorístico de derecha, pero inteligente, pícaro y punzante, como corresponde al género, fue multado por publicar un parte del tiempo que decía: “en España reina un fresco general proveniente de Galicia”. Con Franco no se podía jugar.

 

La clave de esa actitud está en la forma en que se ejerce el poder en las tiranías. El jefe se impone por el miedo. Como explica Maquiavelo en El Príncipe, la obediencia no se debe al amor, sino al terror, y éste siempre es solemne. No es una cuestión del corazón, sino de la vejiga.

 

Además, ésta es la forma de ejercer la autoridad que disfruta el simio Alfa instalado en la cúspide. Le gusta intimidar a sus subordinados y siente un enorme placer cuando tiene pruebas de que sus enemigos le temen. Para eso manda. Ahí radica su goce.

 

Para este tipo de psicópata, que dedica la vida a ascender hasta la cima, la recompensa emocional se encuentra en percibir los efluvios de una muchedumbre que se le entrega en medio de una mezcla de sentimientos encontrados en la que prevalece el miedo. Es como el padre o el cónyuge abusador: su placer está en ver el pavor en los ojos del otro.

 

En Cuba, la dictadura fusiló al general Arnaldo Ochoa y al coronel Tony la Guardia por diversas razones, pero la más grave, a juicio de Fidel Castro, fue la grabación que le entregó la inteligencia en la que se escuchaba a estos personajes burlándose y haciendo chistes sobre “el Viejo”. Habían perdido el temor reverencial que Castro exige y esa actitud era imperdonable. Por eso los mató. Ya no lo “respetaban” y, dentro de la lógica del poder dictatorial, esa actitud es la antesala de la conspiración.

 

Hace pocos días murió Guillermo Álvarez Guedes. Fue un excelente comediante que sembró de chistes a Cuba, como quien coloca minas en un campo enemigo. Su humor irreverente era explosivo y el régimen lo temía, pero no podía evitar que los casetes circularan de mano en mano. Incluso, ellos los escuchaban y reían, pero a escondidas, porque un buen revolucionario no podía rendirse ante un adversario gracioso y entregarle algunas carcajadas. Los buenos revolucionarios sólo pueden reírse del imperialismo yanqui. Pobre gente.

 

Termino con una anécdota que nos contó Armando Roblán, otro gran comediante y humorista cubano muerto en enero pasado. Como es casi increíble, doy fe de que me hizo el relato en presencia de la escritora Olga Connor, en su acogedora casa de Coral Gables.

 

Roblán tenía, entre otros talentos, el de la imitación. En 1959 imitaba a Fidel estupendamente. En los teatros y la televisión, se ponía barbas y un uniforme verde oliva, e imitaba al entonces joven Comandante, incluida su voz gangosa de adolescente afónico, cargada con una ligera entonación del oriente de la Isla. Algunos despistados hasta lo aplaudían porque daban por sentado que era el mismísimo Máximo Líder, como ya se le decía adulonamente.

 

Una tarde, Roblán recibió una misteriosa llamada telefónica. Era una dama apasionada que quería tener una cita íntima con él. Roblán era joven y soltero, así que la citó en un sitio público para saber si la mujer se parecía a su voz bella y seductora, o si era una broma, o acaso una señora con bigote y 500 libras de peso.

 

Era una muchacha preciosa. Quería, en efecto, acostarse con él, pero le puso una curiosa condición. Tenía que colocarse la barba postiza y hablarle en la cama como si fuera Fidel.

 

-¿Qué hiciste? –le pregunté.

 

-Cedí en todo. Me pasé la tarde haciéndole el amor mientras ella se excitaba cuando yo gritaba: ¡Fidel, seguro, a los yanquis dales duro!

 

El humor a veces tiene unas inesperadas consecuencias.

Álvarez Guedes: que todo quede entre cubanos

Iván García Quintero

1 de agosto de 2013

 

Le agradecemos su legado de cuentos, hoy conservados en muchos hogares cubanos en cassettes, CDs, DVDs o memorias flash

 

A pesar de ser censurado en la isla, el cómico cubano que el 30 de julio falleció en Miami a los 86 años, nos dejó grabado con tinta indeleble un refrán para toda la vida. Si alguien intentaba hacerse el gracioso, se le decía: ‘Oye, déjate de gracia, que el único capaz de vivir del cuento se llama Álvarez Guedes’.

 

Después que en 1960 Fidel Castro cerrara diarios y acorralara la libertad de expresión, los nacidos posteriormente sabemos bien cómo la policía política perseguía y prohibía a los humoristas, quienes desde la risa criticaban el ajetreo diario dentro del manicomio verde olivo.

 

Se llegaba a los extremos. Una tarde, me contaba un reportero jubilado, se efectuó una reunión urgente en las oficinas del periódico Granma, órgano del Partido Comunista, para ventilar y analizar una errata acaecida en la tirada del día anterior. En una columna de noticias breves, un humorista había dibujado la calavera de un pirata y cuando usted miraba a trasluz, coincidía en el pecho de una foto de Castro.

 

Se armó la de ampanga. Los censores ideológicos nunca tuvieron mucha imaginación. Al pobre rotulista lo interrogaron los sabuesos de la contrainteligencia, buscando una doble lectura que él por su madre juraba no preconcibió.

 

No pocas veces, desde sus oficinas del Palacio de la Revolución, el comandante cruzaba por un pasadizo secreto hasta la redacción de Granma y allí revisaba crónicas, noticias y artículos que en la parrilla de salida esperaban ser publicados.

 

Créanme, no son simples rumores. Pregúntenle a cualquier comediante cubano las dificultades y censuras que han encontrado en su trabajo. Unos cuantos fueron despedidos. Si no hubiese sido tan serio, se pensaría que era una guasa.

 

En sus actuaciones, mientras el público reía, un ceñudo agente de los servicios especiales tomaba nota de las bromas supuestamente lesivas ‘a figuras e instituciones de la revolución’.

 

Por supuesto, el hombre que transformó el chiste en arte, fue prohibido a cal y canto en los medios de Cuba. De contrabando, desde el otro lado del charco, nos llegaban sus cuentos, considerados “contrarrevolucionarios” por el régimen.

 

Guillermo Álvarez Guedes nació el 8 de junio de 1927 en Unión de Reyes, pueblo de juglares y rumberos en la provincia de Matanzas, a poco más de 140 kilometros al este de La Habana. Fue el penúltimo de siete hijos del matrimonio formado por Conrado Simeón Álvarez Hernández y Rosa Guedes Fernández. Eloísa, su hermana mayor, fallecida en 1993, fue una soberbia actriz de radio, teatro, cine y televisión.

 

La primera actuación en público de Guillermo fue a los 6 años, en un cine de barrio. A los 13 se marchó de casa, haciendo lo que fuera en un circo-teatro. A los 19 viajó a Nueva York, donde se ganó la vida lavando platos, cortando yerba en un cementerio y de botones en un hotel. En 1949 lo deportaron a Cuba y comenzó a trabajar en Unión Radio primero y Radio Progreso después, en el programa El abogado de los pobres.

 

Tenía 22 años cuando lo contrató Gaspar Pumarejo. Interpretaba a un guajiro decimista junto a tres grandes del humor criollo: Germán Pinelli, Aníbal de Mar y Leopoldo Fernández. Pero el papel que lo haría famoso es el del borracho, a partir de 1951, en el estelar Casino de la Alegría de CMQ-TV. Fue cuando hizo pareja con Rita Montaner, La única, en Rita y Willy, de poca duración por las divergencias de la Montaner con los productores. Luego, en Viernes a las 8, sería protagonista al lado de Minín Bujones. En 1953 forma parte del elenco del espectáculo musical El solar, compartiendo escenario con Carlos Pous, Luis Carbonell, Benny Moré, Rita Montaner y Olga Guillot. Es el año de su debut en el cine, como actor y productor. Que todo quede entre cubanos fue su último filme (1993).

 

En 1957, Álvarez Guedes y su hermano Rafael se asocian al pianista y compositor Ernesto Duarte y fundan el sello Gema Records, discográfica responsable del lanzamiento internacional de artistas cubanos de la talla de Bebo Valdés, Chico O’Farrill, Rolando Laserie, Elena Burke, Celeste Mendoza y Fernando Álvarez, y de agrupaciones como El Gran Combo de Puerto Rico.

 

Su último programa en Cuba lo hizo con Rosita Fornés. El 23 de octubre de 1960 emigró a Estados Unidos con su esposa y dos hijas. En el mismo vuelo viajaba Celia Cruz.

 

El primer disco de chistes, de los más de 30 que grabó, fue presentado en Madrid en 1973, en un homenaje a la bailaora sevillana Pastora Imperio. Su único disco en inglés, How To Defend Yourself From The Cubans, ha vendido más copias que todos los grabados en español. En 1983, con 56 años, abarrotó el Carnegie Hall de Nueva York.

 

Una anécdota. En los 80, siendo adolescente, en casa de un colega de la escuela, en una destartalada grabadora y con un volumen muy bajo, casi inaudible, por primera vez escuché una colección de chistes de Álvarez Guedes.

 

Parientes de mi amigo residentes en Cayo Hueso, habían logrado pasar por la Aduana el cassette, escondido dentro de un libro de cocina. Las historias de Álvarez Guedes, como las hazañas deportivas de un tal Atanasio Pérez, siempre nos llegaban de contrabando.

 

Con la muerte de Álvarez Guedes se nos va un exponente de lo mejor del teatro bufo cubano, un innovador de la comedia moderna. Pero sobre todo, un ser humano que sabía que sus compatriotas de la isla vivíamos entre vicisitudes y pensamiento único y necesitábamos reírnos.

 

Le agradecemos su legado de cuentos, hoy conservados en muchos hogares cubanos en cassettes, CDs, DVDs o memorias flash.

 

Como nadie, Don Guillermo supo saltarse los muros de la censura. El humor y la risa nunca se dejan atrapar. Álvarez Guedes lo demostró.

 

ivangquintero@yahoo.es

¡Viva Cuba, carajo!

Monólogo creado por Guillermo Álvarez Guedes

Guillermo Álvarez Guedes, el gran descubridor

Enrique del Risco

2 de agosto de 2013

 

Su humor trascendió la política, la geografía, la nacionalidad y las generaciones. A los cubanos nos recordó algo fundamental: no somos más que una irredenta partida de comemierdas

 

Una noche en medio de la década de los setenta en un barrio de La Habana, la madre anuncia que para después de la comida tiene una sorpresa. Algo mejor que un postre. De la cartera extrae un casete con el temor y el júbilo con que un niño se apresta a hacer una travesura, lo introduce en la grabadora del tío marinero y en la oscuridad de la noche —ahora todo suena extrañísimo pero todavía persiste la impresión de que como precaución ante el delito de escuchar a un representante del enemigo de Miami además de cerrar las ventanas la madre apagó las luces— empieza a escucharse en medio de un bullicio de bar una voz que, incluso a los que no la hemos escuchado nunca, nos resulta familiar.

 

“Álvarez Guedes”, dice la abuela como si el misterio de tanta familiaridad se resolviese sin necesidad de nombre: apenas con dos apellidos. Se trata, no está de más decirlo, de una familia fidelista en tiempos en que el raulismo solo podía ser un chiste casi tan bueno como cualquiera de los que cuenta Álvarez Guedes.

 

Herejía supuestamente mayúscula era la que se permitían esa noche sin adicionales cargos de conciencia porque al fin y al cabo todos somos cubanos, como diría algún sabio, pero no más que aquel que con su voz nos convocó esa noche.

 

Desde entonces siempre asocio a Guillermo Álvarez Guedes a una variante muy especial de la complicidad, una complicidad que pasa por encima de la política, de la geografía, incluso de la nacionalidad o de las generaciones. Una voz que me acercó en un viaje al aeropuerto a un taxista dominicano que ya venía oyéndolo ante de que yo montara o a mi hijo, mientras nos preparábamos de un modo desquiciado para recibir al huracán Sandy.

 

Porque Álvarez Guedes era bastante más que un humorista, incluso más que el Cuarto Descubridor de Cuba o nuestro Antropólogo Mayor. Sobre todo fue y seguirá siendo nuestro Gran Reconciliador, ya no de los cubanos del exilio con los de la Isla, sino de cada uno de ellos consigo mismo. No en balde sus mejores momentos no sobrevenían con sus famosas punch lines, sino en la laboriosa disección de nuestros vicios menos imperdonables. (Los cubanos podemos estar en desacuerdo en casi todo pero al menos todos tenemos nuestro cuento favorito de Álvarez Guedes: el mío —por si les interesa saberlo— envuelve un dolor de muelas de seis meses y un accidente todavía más doloroso.)

 

“Ese hacía de borracho en la televisión de antes”, advirtió mi abuela sin todavía creerse que aquél cómico más o menos secundario de la televisión republicana se hubiera convertido en el rey de la risa cubana.

 

Esa fue la primera noche que fui consciente de su existencia, aunque no de la de sus cuentos, entre los que sin saberlo o sabiéndolo, hemos crecido todos los cubanos durante generaciones. Aunque ni siquiera fueran suyos.

 

Antes incluso de ser el famoso storyteller que fue, había pertenecido a la muy prestigiosa estirpe de los músicos matanceros que, no contentos con ser una de las más depuradas versiones de los músicos cubanos, llevaban a cuestas una riquísima tradición de historias divertidas, reales o no. Y poco importa ahora la paternidad de unas historias cuando ya lo son de un pueblo entero. Los cuentos no serían todos de su invención, pero el estilo y el modo filoso con que entraba en nuestro espíritu era estrictamente suyos.

 

Y digo que fue más que un humorista si por tal lo reduzco a la ya más que difícil profesión de hacer reír, si no se entiende que ese concepto define la labor todavía más compleja de desnudador de almas, la de no permitir que nos escudemos en la ignorancia de nosotros mismos. (Ese nosotros —por cierto— rebasaba la aldea cubana para alcanzar al menos todo el Caribe hispano por el que se movía con una comodidad y un cariño casi universal.)

 

Quizás exagero, pero es inevitable que las funciones de figuras como la de Álvarez Guedes se ensanchen en pueblos pequeños. Que adquieran dimensiones apostólicas, aunque sea la de Apóstol de la jodedera local, de la saludable costumbre que es burlarse de uno mismo.

 

Y es que frente a su lucidez no había excusas ni falsas ilusiones porque, por mucho que pretendiéramos engañarnos, sumarle unas cuantas pulgadas a nuestra estatura de pueblo, ahí estaba Guillermo Álvarez Guedes para recordarnos que los cubanos, al fin y al cabo un breve y díscolo fragmento de lo humano, no somos más que una irredenta partida de comemierdas.

Coño, chico, ¿y de qué nos reímos ahora?

Camilo Venegas

31 de julio de 2013

 

En el Paradero de Camarones de mi infancia había dos actividades clandestinas en las que casi todo el pueblo participaba: jugar a la bolita y oír los cuentos de Álvarez Guedes. La bolita era una suerte de lotería que tenía un complejo entramado de banqueros y apuntadores encubiertos. Al ganador de cada día lo anunciaban desde una emisora de Caracas.

 

Nunca supe quién era el propietario de los cassettes de Álvarez Guedes. Pasaban de mano en mano y, aunque la mayoría ya nos sabíamos los chistes de memoria, no paraban de circular. Era fácil descubrir quiénes los estaban escuchando, porque sus casas permanecían herméticamente cerradas para que los cuentos más subversivos no se oyeran afuera.

 

La deuda de Cuba con Guillermo Álvarez Guedes es del mismo tamaño que la contraída con Celia Cruz. Si la Reina de la Guaracha lograba cantar nuestra identidad para que pudiera ser bailada, Álvarez Guedes nos hacía reír hasta de nuestras cosas más dramáticas y serias.

 

Hoy, como era de esperarse, los periódicos oficiales del régimen acallaron la noticia de su fallecimiento. Ningún ideal político vale más para un país que una expresión cultural. Como Celia, Guillermo se murió sin poder regresar a su patria. Pero nada va a impedir que los cubanos se sigan pasando su legado de mano en mano.

 

Aunque es cierto que fue un gran humorista, la obra que le deja a Cuba no es cosa de broma. Además de su labor como promotor cultural, está su inmenso aporte a nuestra antropología. Cada tradición, desde las comidas hasta las malas palabras, está a salvo en su discografía.

 

Nadie puede poner en duda su vigencia ni su trascendencia. Respecto a Guillermo Álvarez Guedes, la única interrogante que nos queda pendiente es respecto al qué vendrá. Porque coño, chico, ya no estarás para decirnos de qué carajo nos vamos a reír ahora.

 

venegas1967@gmail.com

“Te vendo un guanajo”:

observación frágil sobre Álvarez Guedes

Joaquín Ortega

31 de julio de 2013

 

El humorista no admite la existencia de héroes
Luigi Pirandello

 

Nada como un buen conversador para pasar el rato. Sin embargo, si aspiramos descansar la voz, batir la mollera y sobrepasar la locura, resulta mucho mejor parar la oreja, cerrar los ojos ante el dueño de la esquina y darle oídos al bufón de la cultura popular.

 

Esta mezcla de perturbador de salón y barítono del entretenimiento habanero apareció emparentada con el bribón del muelle, con el juglar de la taberna, con el minorista de chistes sefaradí. Guillermo Álvarez Guédez triunfó en Puerto Rico, en República Dominicana, en Venezuela, en Colombia y en ese raro lugar llamado Florida. Tras viajar de adolescente a Nueva York, regresó deportado a su isla natal. Era un bumerán humano, deslenguado y comedido, dependiendo de la circunstancia.

 

Sus chistes, los que guardó en la memoria con acento encaballado a una voz ronca, hablan de unas décadas, de una audiencia y un continente intranquilo pero pujante. Venezuela era centro de atención de compañías de artistas, de rumberas, de orquestas. Fuimos rompeolas para los disidentes de la paz, para los extirpados y los tumultuosos.

 

Sucedía un tono blanco en el espacio actoral de Álvarez Guedes. Era el cómico más sano y familiar. No era tan boca sucia como La Nena Jiménez o Peñaranda, ni tan infantil como Lucho Navarro, El Chavo o Cepillín. No sobrevenían marionetas, ni sombras ni cartas para convocar la atención. Ese star-system recurrente de la TV cobraba aplausos, arrumacos, moneda dura en los grandes salones de los hoteles Sheraton y Hilton.

 

Álvarez Guedes le procuró dignidad a la comedia en español: “Si  voy al carnicero y me dice: ‘échame un chiste’ yo le respondo ‘regálame un bistec, pa’ ver si te gusta’”.

***

Guillermo descubría talentos: Rolando Laserie —”¡de película!”—, Danny Rivera, Celeste Mendoza, Luisa María Güell, El Gran Combo de Puerto Rico, Elena Burke, Fernando Álvarez. Orquestas, músicos, solistas, guaracheros, soneros, boleristas, baladistas. Todos expiando, gota a gota su responsabilidad a la romería, a la noche y al ron.

 

Hijo de una pareja de bregadores, hombre sin ensalmos ni cuidado a maldiciones, entregado a la luz y al monstruo del público sin badulaques mágicos, confiaba en su memoria ejercitada diariamente, a punta de números telefónicos y direcciones con calles y referencias, con recetas del puerco, del pavo y del congrí, reteniendo temperaturas promedio de estados cercanos, números de vuelo, promedios de bateo y tallas de vestidos, trajes y zapatos para su troupe. Encantador del buen aliento, del “tumbao” llamado indistintamente “cubaneo”, “chateo”,  “cubanazo”.

 

***

Disertó sobre el apocalipsis nuclear antes que cualquiera: “Cuando vea el hongo a lo lejos, despójese de la ropa, bésese el culo y diga goodbye”. Le metió sazón a una hipotética carrera política: “que mi mujer tiene el culo grande… ¿Desde cuándo eso es malo en este país?”. Se paseó por la cuerda floja, narrando las aventuras del angelito racista y del negrito de Alabama. Pater familiae del amputado “¡Ñó!” y cabeza visible del action-figure “¡Ñó, qué muñeco!”

 

Puntilloso de la impertinencia en el momento justo, fue el emisario de la palabra “comemierda”. Maestro del estilo directo con el público: “No seas comemierda. No interrumpas, que yo vivo del cuento”. O esta otra:

 

— ¿Qué hace usted? –le preguntó a un borracho inoportuno, en medio de un performance.


— Soy administrador.


— ¿Y a usted le gustaría que yo fuera a su oficina a desordenarle la carpetas?


— La verdad, no…


— Entonces, no sea comemierda y siéntese, que yo ahora estoy trabajando.

 

Precursor del entretenimiento casero, junto a Rita Montaner. Su show en cintas de VHS puso al machismo como un problema en escena. Discos de chistes, películas, programas de televisión, cientos de horas al aire en radio, obras de teatro, monólogos y veinte y pico de libros.

 

De leonés, negro y caribe estamos hechos. Son tres jodedores los que tenemos los venezolanos en la sangre, explicaba Aníbal Nazoa. En el caso cubano —su personaje—, vacilando entre gallego y negrito, con afectaciones colindantes al goajiro y descendiente de rubios canarios, Álvarez Guedes dio de sobra.

 

Al Guillermo niño, de pantalón corto y lengua larga, le rindió la vida y ninguna vez perdió el talento ni se le arrinconó el chiste. En su cabeza llevaba el siglo XVII a rastras, equidistante de las candilejas. Dígale carpa al teatro bufo y vivan en ella números humorísticos, como pasatiempo para el público. Entre los actos musicales, el monólogo, la chanza larga, la oratio perpetua, esa sucesión sintáctica, semánticamente lineal y en clave de discurso. En tales ocasiones, el gran Guillermo construía gramaticalmente, disponía lógicamente de la expresión, usaba con elegancia y discreción las figuras retóricas del insulto como defensa y la rabia como válvula de escape de la cotidianidad desbordada.

 

Y así vivió una joda, al parecer bastante santa.

Álvarez Guedes, el “antropólogo mayor”

Emilio Ichikawa

17 de mayo de 2009

 

El exilio cubano se ha intercambiado el discurso con los compatriotas que viven en el interior de la isla. En Miami suele pensarse que habría que haberse quedado en Cuba, que los que están dentro son los que tienen la razón; o que, aunque no la tengan, son quienes la merecen. Mientras, no hay más que dar un  telefonazo al barrio para comprobar que los de adentro piensan lo mismo, pero al revés: los bárbaros se fueron y a veces regresan. “Tenía que haberlos tenido bien puestos y haberme subido a la balsa también”, “Hagan algo que aquí­ lo único que hay es lluvia”, “Aquí­ lo que hace falta es jama, iria, comida”.

 

La edulcoración de la experiencia exiliar es parte de la ideología del insilio. La idealización del terruño, de la del exilio.

 

Al final, todo el mundo se anda machacando en un morterito de auto culpabilidad: unos por irse, otros por quedarse; unos por tener poco, otros por tener demasiado. ¿Quién la induce? Probablemente nadie: “Llorar es un placer” (entre cubanos). Sería más provechoso intercambiar los discursos y que cada orilla de la cubanidad elabore su propia apología. Que cada cual crea que hizo, si no lo mejor, sí­ lo mejor posible. Lo que se pudo. Y chao.

 

Creo que entre todos los creadores cubanos del exilio, además de los músicos (Celia Cruz, Olga Guillot, Amaury Gutiérrez, Gloria Estefan y otros), es Guillermo Álvarez Guedes quien más nos ha protegido del machaque; no sólo político sino moral, que es más consistente. Resulta que a diferencia del exilio griego, turco, ruso o español, el exilio cubano carece de una filosofía y poesía edificantes; las obras que nos rodean son graves, pesadas, están dedicadas a una epopeya pasada o a una heroica tan cargada de intenciones como de fracasos. En cambio, los músicos nos han ayudado a sentirnos bien como sector exiliado. Nos han justificado. Ellos y Álvarez Guedes también.

 

Con Guillermo nos hemos reído del exilio histórico, de la generación Mariel, de la generación balsera y del post exilio. Nos hemos divertido libres de rencor, como si fuéramos nietos o biznietos de nosotros mismos.

 

Conocí­ a Guillermo Álvarez Guedes a través del amigo y periodista José Antonio Évora. De algún modo estoy escribiendo estas páginas gracias a él. Y ya con Guillermo, conocí­ a su esposa, su casa, sus amigos del restaurante El Crucero, en la Calle Ocho, donde se reunían (o reúnen) cada viernes a almorzar y charlar. Pero hay algo más: gracias a todo eso pude prologar su novelaCadillac 59 (EEUU, 2000), que ha tenido ventas espectaculares y aguarda por una segunda edición.

 

En esa novela el Cadillac 59, que ha cargado en sus asientos desde magnates criollos, rebeldes castristas hasta exiliados, se asombra de lo que escucha por parte de los protagonistas de la historia cubana. Guillermo Álvarez Guedes, que es a la vez ese mismo “carro”, asegura al periodista: “La próxima parada del Cadillac será en Cuba”.

 

Además de algunas valoraciones de oficio, en ese prólogo afrontaba el problema de la definición profesional del quehacer de Guillermo Álvarez Guedes. Para halagar o crucificar a un humorista, que es la identificación más general del gremio, uno tiene varios calificativos a mano: cuentista, chistoso, pujón, caricaturista, comediante, cómico, gracioso o ese mismo, tan amplio, de “humorista”, que incluso sirvió a Roberto Bolaño para referirse (justamente) a Borges. Sin embargo, y como ya tenía el antecedente del ensayo La generación del Ñó, del profesor Gustavo Pérez-Firmat, donde usaba algunos argumentos de Álvarez Guedes para definir toda una época de la cultura cubana, opté por llamarle en el referido prólogo nuestro “antropólogo mayor”.

 

En La Habana tomaron nota del asunto y se hicieron algunas críticas; publicadas, por cierto. Desde entonces he tenido tiempo de pensar al respecto y aún a esta altura creo que la definición es adecuada. No he leído un ensayo, un libro de memorias, una encuesta donde mis contornos y los de mis vecinos queden tan bien trazados. Frente a la historia de Cuba las intuiciones de Guillermo Álvarez Guedes son verdades que se ajustan a cualquier espacio y a todo tiempo. Conozco personas que no se han deshecho de las viejas reproductoras Sanyo porque atesoran en tapes y cintas toda su discografía.

 

No le envidio y se lo reconozco. Guillermo Álvarez Guedes tiene, después de todo este medio siglo truculento y falsario de historia cubana, un premio que casi nadie puede exhibir: la lealtad de la gente.

 

 

ÁLVAREZ GUEDES: Prólogo a su novela “Cadillac 59”

Emilio Ichikawa

 

Según Sixto de Sola, por su gran destreza en varias modalidades deportivas Ramón Fonst fue bautizado por Joseph Renaud en L’Almanach des sports de 1899 como “el Pico de la Mirándola de los deportes”. Enseguida me vino a la mente una avalancha de esos rótulos hiperbólicos con que la agudeza cubana suele nombrar a los creadores que admira: La Única, el Bárbaro del Ritmo, el Señor Pelotero… Entonces me hice la pregunta acerca de cómo se podría llamar, justamente, con “sympathos” pero sin “guataquería”, a ese artista total que es el Sr. Guillermo Álvarez Guedes. Y esta fue mi opción: Guillermo, para sus amigos, Álvarez Guedes, para su público, califica sin dudas como nuestro “antropólogo mayor”.

 

Nadie como él ha penetrado en las claves de la cubanidad, en las entrañas de esa criatura insólitaque es el cubano. Lo ha elogiado, lo ha sancionado; lo ha celebrado y también amonestado. A través de toda su obra artística (radial, cinematográfica, televisiva, teatral, etc.), ha logrado decir a cada uno: ”Mira, este eres tú. Infantil y soberbio; paternalista y desvalido; enraizado y errante; rebelde y aguantón”. Lo ha dicho todo con una sinceridad pasmosa y… nos hemos reído de nosotros mismos, que ya es el colmo de la madurez.

 

Es él solo una institución artístico-diplomática de la convivencia cubana. Ha logrado más diálogo entre las dos orillas que cualquier programa político de reconciliación nacional. En la isla se crece oyendo hablar de “las cosas” de Álvarez Guedes, que “son tremendas”, y en el exilio no deja de medir la temperatura psicofísica de la comunidad. Pocos saben que una gran parte de sus chistes se los envían cubanos de la isla; por demás, su programa “Aquí está Álvarez Guedes” le completa el intercambio afectivo con la Cuba errante.

 

Pero Álvarez Guedes es también uno de los pocos creadores cubanos que es reconocido tanto por académicos e intelectuales, como por la gente sencilla. Tal vez porque elabora verdades profundas con palabras directas.

 

En política, a todo el mundo le consta que es un decidido crítico del régimen cubano; pero tampoco el exilio sale ileso de sus desarmantes observaciones.

 

A todo esto se suma ahora la entrega de la novela Cadillac 59 (Minerva Press, EEUU. 2000. 240 pp.), que se inscribe con mucha naturalidad en el panorama de la narrativa cubana contemporánea. Fiel a su estilo, Álvarez Guedes participa en la revisión artística que los escritores cubanos están haciendo de nuestra cultura e historia. Un bello auto, ”el primer Cadillac 59” que rodó en el mundo, ve advenir la revolución e instalarse en el poder a los barbudos y, por si fuera poco, asiste a la vida del exilio.

 

Los lectores encontrarán en este libro historias de amor y desengaño; retratos de hombres valientes y hombres despreciables; un escándalo con Julio Iglesias; una epopeya; una traición. En fin, casi todo sobre la vida de los cubanos en cualquier parte.

 

Muy poco puede añadirse que no sea un “que lo disfruten” a los lectores que abren estas páginas, y una “buena suerte” a este señor que tanto ha hecho por la alegría cubana en medio de tantos sinsabores.  

 

(Homestead, diciembre de 2000)

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.