LA HABANA POR HACER

DOSSIER

Juan Luis Morales Menocal:

(Arquitecto cubano)

Presenciamos hoy una magnífica ciudad bombardeada por unos enemigos que nunca arribaron, durante una guerra que nunca se produjo”.

 

El deterioro sufrido por La Habana en los últimos cincuenta años, la sitúan como el mayor reto que deberán enfrentar las autoridades cuando se emprenda la urgente restauración urbanística del país. El dossier que aquí presentamos aborda con arquitectos y urbanistas las diferentes posibilidades de rehabilitación de la ciudad.

 

 

Introducción

Antonio José Ponte

 

Apenas edificada en el último medio siglo, escasamente restaurada (salvo La Habana Vieja) y en ocasiones sufriendo reformas lamentables, La Habana constituye quizás el problema de mayor envergadura entre todos los problemas cubanos. La necesidad de vivienda ha ocupado el primer puesto de exigencia durante este período, sólo ocasionalmente postergada por urgencias alimentarias. La ciudad ha crecido únicamente hacia adentro, sobreexplotándose, a riesgo de implosión y de derrumbe. Ya no se anuncian nuevos proyectos, y La Habana parece quedar a la espera. Pero, ¿a la espera de qué?

 

En este punto sobrevienen los ejercicios de historia contrafactual. ¿Qué ciudad sería hoy ésta, de no haber ocurrido el triunfo revolucionario de 1959? ¿Qué ciudad sería, de haber sido más benéfica la política urbanística de la administración revolucionaria? La primera de estas interrogaciones suele escarmentarse con algunos rasgos de la metrópoli prometida a fines de los 50: demolición de casi todo el casco histórico, grandes vías dispuestas a tachar el trazado urbano, arriesgadas intervenciones en el Malecón…

 

Ante perspectiva así, se estaría dispuesto a aceptar como beneficiosa la parálisis inmobiliaria que vino a interrumpir aquellos planes.

 

El tratamiento reservado a la capital por el régimen revolucionario cuenta con la disculpa (sostenida por no pocos especialistas) de que el grueso de la atención y los recursos se le debía a ciudades construidas en zonas rurales. Y, ofrecida esta disculpa, pareciera innecesario preguntar por esas nuevas ciudades. ¿Cuán habitables han sido? ¿No se trata, acaso, de ciudades-dormitorio a las que siempre faltaron metropólis que las completen? (Quizás el único proyecto de nueva ciudad con cierto vitalismo haya sido la Villa Panamericana, construida al este de La Habana para hospedar inicialmente a extranjeros. Esto último obligó a planearle establecimientos comerciales, esa planta baja borrada de todas las urbes cubanas por la Ofensiva Revolucionaria de 1968).

 

Faltan por investigar los móviles de una desatención tan esmerada. Pero, antes que suponerle determinada lógica empeñada en destruir la ciudad, cabría sospechar de pura abulia, de incapacidad administrativa. Y, por iguales razones, no es preciso agradecer a la administración revolucionaria el que no reemplazara los viejos edificios con carácter por nuevos y anodinos edificios. La Habana actual, con su catálogo de varias épocas en pie, no es fruto del respeto. Está en pie, a duras penas, como un beneficio colateral, donde las ventajas han sido tan involuntarias como los daños colaterales en un ataque aéreo.

 

No obstante, de cara al futuro suelen celebrarse su permanencia y su parálisis. Varias concatenaciones históricas permitirán, a la larga, heredar una ciudad ajena a las malas rachas constructivas visibles en otras capitales de la región. Entendida de este modo, La Habana resulta una reserva ecológica, y este tiempo de espera constituye el plazo idóneo para pensársela mejor.

 

El anterior razonamiento, detectable en especialistas de variadas inclinaciones políticas, tiene el inconveniente de pasar por alto a todos aquellos que, en muy duras condiciones, han habitado (y habitan) la ciudad. Se trata de una variación más en torno a la feroz Utopía, ciudad que sacrifica los moradores de hoy a los habitantes del futuro.

 

Lejos de las coartadas de una historia contrafactual, sin escarbar en lo ventajoso de que fuese incumplida la ciudad planeada a fines de los 50 o la gemela de tantas capitales modernas latinoamericanas, el siguiente dossier intenta explorar La Habana por hacer. Arquitectos y urbanistas de dentro y de fuera de la Isla descartan y levantan hipótesis, discuten entre sí, responden a las provocaciones de un cuestionario. Se trata, inevitablemente, de una acción limitada, y el primero de sus límites reside en el tema: si La Habana merece este acercamiento es porque en ella se dan, magnificados, los dilemas de cualquier otra de las ciudades del país.

 

Que opinen solamente especialistas es otra limitación de este dossier. Muchos de ellos reconocen que el urbanismo debe someterse a discusión generalizada, y ser tema obligado de una fuerte opinión pública, todavía por crearse. Para empezar, las breves reseñas de libros que aparecen a lo largo de estas páginas son acercamientos, no de peritos, sino de simples lectores a quienes interesa el tema.

 

Por todas estas (y otras) limitaciones, el diálogo no hace más que iniciarse, y Encuentro se propone seguirlo más allá de este número.

La ciudad y sus constituciones

Juan Luis Morales Menocal

 

Fundada en 1519 como un caserío alrededor de la plaza y de una rústica iglesia, La Habana es declarada, en 1556, escala principal de las riquezas del continente en camino hacia España a bordo de las flotas. Capital desde 1607, la ciudad es objeto de múltiples ataques piratas, por lo que, a partir de 1674, se comienza a levantar uno de los sistemas de fortificaciones más importantes de la Corona en sus colonias, que tardaría un siglo en completarse. Hasta esa época, todas las intervenciones urbanas realizadas fuera de sus murallas tuvieron siempre un carácter limitado y de subordinación a la vida intramuros, ya sea de apoyo logístico al comercio o de protección militar.

 

A fines del siglo XVIII, se construyen los edificios representativos del poder colonial alrededor de la Plaza de Armas y, a principios del xix, la población comienza a instalarse fuera de las murallas, en las inmediaciones de la calle Zanja hacia el Oeste, y del camino de Monte, hacia el Sur.

 

El mayor esfuerzo de modernizacion de la ciudad se produce durante la primera mitad del siglo xix, y su punto culminante es el plan de reformas urbanas del capitán general Miguel de Tacón (1834-1838). Se construyen paseos, avenidas y plazas, el teatro, el mercado y la cárcel de la ciudad; se pavimentan calles y se instala el alumbrado público, mientras que en las afueras se desarrolla, con carácter de residencias secundarias, el aristocrático barrio de El Cerro.

 

La guerra de independencia, iniciada en 1868, paraliza la ciudad durante diez años, tras los cuales La Habana recomienza su tímida expansión hacia el Oeste, aparece el barrio de El Vedado y se construye el nuevo Cementerio de Colón. La guerra, recomenzada en 1895, provoca una nueva parálisis de la ciudad, hasta 1898, cuando termina, con la intervención militar norteamericana, cuya presencia se prolonga hasta 1902. Tras cuatro siglos de colonización española, Cuba es una economía de grandes plantaciones, exportadora de materias primas (azúcar, tabaco, café), que no generan desarrollo industrial en la capital. Basada en la situación estratégica de su puerto, La Habana se consolida como un gran centro de servicios terciarios de apoyo al comercio internacional.

 

La República naciente adopta la forma de un Estado laico que respeta la libertad religiosa, con la Constitución como garantía de las instituciones, elecciones democráticas e independencia de poderes. La Habana es el escenario institucional y ejerce una enorme atracción sobre la población rural y sobre una nutrida inmigración, sobre todo de españoles. Las facilidades migratorias y las expectativas económicas y políticas, duplican la población capitalina en pocos años. La ciudad intramuros no puede asimilarlo, y la expansión hacia la periferia no es sólo una necesidad territorial, sino también la voluntad política de crear una capital a la escala de las ambiciones e ideales republicanos.

 

El espectacular crecimiento urbano se hace evidente en una larga lista de barrios que se desarrollan a lo largo del siglo XX. Las modas sucesivas —art nouveau, eclecticismo, art déco, streamline, movimiento moderno— testimonian una hesitación constante entre las diferentes influencias y los modos de vida europeos y norteamericano, en función de la situación geopolítica y de las aspiraciones culturales.

 

HISTORIA CONSTITUCIONAL

Y ARQUITECTURA EN CUBA

Las dos constituciones republicanas, seguidas por la parálisis constitucional provocada por la primera etapa de la Revolución y su posterior Constitución socialista, nos permiten analizar en cuatro tiempos el desarrollo de la capital. Durante la primera mitad del siglo XX, hay dos desplazamientos simultáneos de la ciudad extramuros: en los ejes sur y oeste. Al inicio de la segunda mitad del siglo, el crecimiento se produce hacia el Este, para terminar en una parálisis urbanística.

 

La vieja ciudad y su excelente puerto se comunican hacia el Sur con el interior del país, a través de un importante conjunto de arterias viales. En esta dirección, la ciudad acelera su crecimiento con una vocación eminentemente popular a principios del XX. Este eje comienza en la antigua puerta de La Muralla y se prolonga por las calzadas de Jesús del Monte y de 10 de Octubre, donde nacen los barrios de Luyanó, Santos Suárez, La Víbora y Lawton, entre otros. La comunicación directa con el centro de la ciudad y su puerto aumentan la concentración de almacenes y mercados mayoristas en estas calzadas, incitando a las clases medias trabajadoras y obreras a instalarse en sus alrededores. El otro eje de desarrollo urbano, esta vez con vocación elitista, bordea y ocupa la costa hacia el Oeste de la vieja ciudad.

 

Con la excepción de sus murallas, La Habana no se construye sobre edificaciones existentes, por lo que su evolución y crecimiento es extensivo. Se distingue claramente el desarrollo urbano y arquitectónico de las diferentes épocas a través de sus barrios, construidos desde su centro histórico a lo largo de los ejes mencionados. Este proceso de constante traslación del centro de gravedad de la vida social —iniciado en el siglo xix por la burguesía criolla— se continúa y acelera hasta la primera mitad del siglo XX. Alejarse del centro también constituía un deseo de búsqueda de prestigio y modernidad, lo que trae consigo la mutación de la tradicional tipología urbana del barrio hacia la más moderna tipología del reparto.

 

 

1900-1939: LA PRIMERA CONSTITUCIÓN

Y LA PRIMERA DEFINICIÓN TERRITORIAL EXTRAMUROS

La primera ley fundamental es proclamada en 1901, a los tres años de un gobierno de intervención subordinado al Congreso norteamericano, en el que participan importantes intelectuales y profesionales cubanos, veteranos de las guerras independentistas. La República de Cuba nace en 1902, con la elección de su primer presidente, pero bajo la mala estrella de la Enmienda Platt, impuesta por Estados Unidos, que otorga a ese país el derecho a intervenir militarmente.

 

Entre las primeras construcciones decididas y financiadas por el gobierno de intervención, se encuentran la Escuela de Artes y Oficios (1902) y la Escuela de Ingenieros, Electricistas y Arquitectos de La Habana (1900), que permiten contar, desde los primeros años del siglo XX, con profesionales formados en la Isla capaces de afrontar los nuevos retos constructivos.

 

En estas primeras décadas, se destaca el ingeniero José Ramón Villalón, secretario de Obras Públicas (1913-1921), por su empeño en el desarrollo urbano de la capital. La nueva Habana es imaginada fundamentalmente por Pedro Martínez Inclán, teórico del urbanismo y Arquitecto Municipal, y la ejecución de las importantes obras de infraestructura fueron dirigidas y supervisadas por Luis Morales Pedroso, Ingeniero Municipal.

 

A pesar de una economía de altas y bajas durante este período, las instituciones bancarias llegadas a la Isla e instaladas en el corazón de La Habana Vieja aportan los capitales necesarios para financiar el enorme número de nuevas infraestructuras urbanas —primera preocupación de las autoridades—, que no dejarán de aumentar hasta 1920: la ampliación del Acueducto de Albear (1899-1927) y el sistema de suministro de agua potable para los nuevos barrios (1908-1914); las obras de pavimentación de calles y avenidas; los sistemas de alcantarillado de los principales barrios, con un conducto recolector final que atraviesa la bahía para descargar en su costa Este las aguas negras de toda la ciudad (1904-1916). Se trata de los trabajos más costosos e importantes realizados en la capital en todos los tiempos.

 

Comienza a organizarse un transporte público moderno, con la construcción de la nueva Terminal de Trenes (1912) y las terminales municipales de tranvías eléctricos y autobuses de El Vedado, Marianao, El Cerro, La Víbora y otros barrios periféricos conectados a la vieja ciudad a través de nuevas calzadas y líneas de tranvías eléctricos.

 

La primera gran obra vial del siglo XX (1901-1909) es la construcción del primer tramo del Malecón, desde la salida de la bahía hasta el torreón de San Lázaro.

 

Para la ubicación de las instituciones fundamentales de la nueva República se utilizan los terrenos liberados por la demolición de los últimos fragmentos de las murallas. Se crea allí un monumental conjunto político-administrativo, edificaciones asociadas siempre a grandes espacios verdes: el Palacio Presidencial (1920), la Avenida de las Misiones (1913-1920), el Capitolio Nacional (1929) y el Parque de la Fraternidad (1928).

 

Este movimiento de creación de símbolos de prestigio es también seguido por las nacientes asociaciones, uniones comunitarias, profesionales y sociales de carácter privado. A lo largo de los renovados Paseo del Prado y Parque Central se construyen los monumentales Centro de Dependientes del Comercio (1907), Casino Español (1914), Centro Gallego (1915) y Centro Asturiano (1927), testimonios de la vida de las distintas clases y nacionalidades que integran la nueva sociedad cubana.

 

La construcción de la Lonja del Comercio (1909) junto a la Aduana, y de los tres nuevos espigones (1914) completan la necesaria modernización de las infraestructuras del puerto habanero. La iniciativa privada también se manifiesta con fuerza en este desarrollo urbano, al ser responsables de la creación, promoción, construcción y comercialización de los barrios y repartos residenciales recién creados.

 

El barrio, tal como es conocido en La Habana intramuros, tiene una vida de proximidad. Los edificios, de tres a cinco plantas, conjugan la función residencial en los pisos altos con los comercios y servicios en los bajos, y el uso de muros medianeros entre edificaciones es obligatorio. Estos barrios se reconocen alrededor de un equipamiento común, como la iglesia, la clínica, el mercado, el convento, etc.

 

A este modelo se opondrá progresivamente el reparto, donde ya no existen los muros medianeros, y las ordenanzas municipales obligan a separar las construcciones unas de otras y de la acera peatonal. Los nuevos repartos también evolucionarán, desde una vocación residencial con variedad de servicios repartidos a través de todo su territorio, como en El Vedado; pasando por Miramar, donde aún se prevén algunos servicios de forma puntual, pero donde la actividad residencial individual es mayoritaria; hasta la actividad residencial exclusiva y la total supresión de los servicios, como en el Country Club.

 

Surge en la capital una nueva burguesía —altos funcionarios y profesionales, políticos e intelectuales, empresarios nacionales y extranjeros— en busca de residencias en los nuevos barrios que crecen al Oeste, como El Vedado, o los repartos Miramar y Country Club.

 

La aventura urbana de El Vedado se consolida cuando las familias de las nuevas elites de la primera República cubana se instalan allí desde 1903, seguidas por prósperos empresarios y banqueros. A inicios del siglo XX, el proyecto del arquitecto Benito Lagueruela reúne las antiguas fincas El Carmelo, Medina y Rebollo, las reagrupa bajo el nombre de El Vedado y utiliza su colina como articulación con Centro Habana. Los planes prevén la creación de dos avenidas monumentales perpendiculares a la costa —Paseo y la Avenida de los Presidentes—, que acentúan su geometría cuadricular. El Cementerio de Colón (1871-1886), de una geometría perfecta, situado en diagonal con respecto a la trama urbana, actúa como colofón del plano del barrio. Durante las primeras décadas del siglo XX, El Vedado se convierte en una verdadera ciudad jardín, modelo de modernidad y funcionalidad.

 

Otro ejemplo de realización urbana de carácter privado es Miramar, el mayor y más importante barrio residencial construido en Cuba. Fue concebido en 1911 por el urbanista e ingeniero Luis Morales y Pedroso, sobre los terrenos de la finca La Miranda (21.488 acres), propiedad de su padre, Manuel José Morales. El proyecto incluía la famosa Quinta Avenida, de cinco kilómetros de largo, con separador poblado de estatuas, bancos, árboles y fuentes, que comunicaba, desde 1913, con la calle Calzada, de El Vedado, a través del Puente de Hierro, construido por iniciativa privada sobre el río Almendares. En este reparto se instalan, a partir de 1915, las familias más pudientes de la nueva burguesía cubana.

 

El gran desarrollo de servicios terciarios en la ciudad provoca el rápido crecimiento de una gran masa de familias de clase media, el mayor porcentaje de la población habanera: trabajadores asalariados que habitan los barrios del centro y Sur de la capital. Centro Habana, Santos Suárez y La Víbora, Sevillano y Vista Alegre se desarrollan principalmente a partir de 1902, con la inauguración de la línea del tranvía eléctrico a lo largo de Jesús del Monte hasta la nueva Calzada de 10 de Octubre, zona donde se ubica un gran número de escuelas privadas y públicas: el colegio de los Maristas, los Salesianos, el colegio Aguayo, el Instituto de La Víbora y el Instituto Edison, son algunos de los que ayudan a la formación de una clase media ilustrada.

 

Las clases populares, trabajadores de las fábricas de tabaco, de las instalaciones portuarias y de la construcción, residen en pueblos aledaños —Marianao, Regla, Guanabacoa— pero, con el crecimiento acelerado de la clase obrera, comienza a construirse gran cantidad de edificios especulativos de alta densidad, las ciudadelas, cuarterías o solares, que parasitan los barrios históricos de La Habana Vieja, Centro Habana, El Cerro y Lawton. Al mismo tiempo, se desarrollan nuevos barrios obreros financiados por patrones altruistas, como Pogolotti (1910-15); por el Estado, como Lutgardita (1929); por los sindicatos, como el Reparto Eléctrico, o por promotores privados, como Luyanó, Mantilla y Párraga.

 

Interesado en fomentar el crecimiento hacia el Oeste, el gobierno de la ciudad toma la decisión de realizar varios trabajos de ingeniería urbana, como los rellenos de las canteras de San Lázaro y de El Vedado (1913-1920), para unificar este barrio con el centro de la ciudad a través de la calle San Lázaro. El nuevo puente de hormigón armado sobre el río Almendares, a la altura de la calle 23, levantado entre 1908 y 1911, permite una rápida comunicación en tranvías eléctricos por la avenida 41 hasta Marianao, donde reside gran parte de la mano de obra que necesita la capital.

 

Bajo el mandato de Carlos Miguel de Céspedes, secretario de Obras Públicas (1925-1933), son promovidos importantes proyectos. Destacados profesionales participan en las instituciones de la ciudad: Evelio Govantes, director de Obras Públicas Municipales desde 1913, es nombrado jefe del Departamento de Fomento de La Habana en 1925; Luis Bay Sevilla, Arquitecto del municipio de La Habana (1926-1933), realiza la primera restauración de la Plaza de la Catedral, y Félix Cabarrocas, nombrado jefe del Departamento de Urbanismo del Ayuntamiento de La Habana en 1925, es el autor de los proyectos urbanos de la Universidad y su escalinata.

 

En esta época de intenso debate sobre el futuro urbano de la capital, tiene lugar la colaboración del destacado urbanista francés Jean-Claude Nicolas Forestier con el Ministerio de Obras Públicas. Forestier visita La Habana en varias ocasiones a partir de 1925, para elaborar, con un grupo de profesionales cubanos y franceses, el Plan General del Sistema de Avenidas y Parques de La Habana, que propone articular el núcleo tradicional de la ciudad y su puerto con la nueva ciudad mediante avenidas, rotondas, plazas y espacios verdes. La nueva Plaza Cívica, en la Loma de los Catalanes, sería el centro de un trazado radial que uniese los diferentes barrios, acentuando las dos direcciones de desarrollo de la ciudad, hacia el sur y el oeste de la bahía.

 

Forestier participa también en varios proyectos urbanos: el Paseo del Prado, la Plaza de la Fraternidad, la Avenida del Puerto, el Embarcadero Presidencial, el nuevo Malecón, el parque del monumento a las víctimas del Maine y el Parque Almendares, entre otros, llamados a convertirse en referencia para futuras políticas urbanas.

 

El segundo tramo del Malecón (1924-1930), desde el torreón de San Lázaro hasta la Avenida de los Presidentes, conforma finalmente la más espectacular y emblemática perspectiva urbana de la capital. La Avenida del Puerto, que redibuja y amplía la ciudad en la entrada de la bahía, otorga continuidad espacial entre el Malecón y el centro histórico.

 

Las más importantes promociones privadas de los años 20 son el Country Club Park y la Playa de Marianao, sobre los terrenos situados al final de Miramar, que, con la prolongación de la Quinta Avenida, son dotados de acceso directo desde El Vedado. En 1916, se otorga a la Compañía del Parque y Playa de Marianao el permiso para crear una ciudad jardín en la Playa de Marianao. Así, en su gran bulevar paralelo a la costa, se ubican el Habana Yacht Club (1924), La Concha (1928) y El Náutico (1950).

 

Contiguo a estos clubes playeros, un grupo de empresarios norteamericanos había creado, desde 1911, el selecto Country Club de golf, junto al cual se creará el reparto Country Club Park, comercializado desde 1920 por la Sociedad Inversores Residenciales S.A., dirigida por Alberto G. Mendoza. El Country Club Park sigue un plano paisajístico caracterizado por su trazado sinuoso, y la avenida principal tiene un partidor central con vegetación que se bifurca, dividiendo el reparto en tres áreas principales de residencias. Allí, en las más lujosas residencias del país, se instalan las mayores fortunas.

 

Aunque las casas de los años 20 eran de estilo ecléctico —las de los magnates del azúcar Alberto Fowler y Mark Pollack, por ejemplo—, en los 30 aparecen otros estilos, como el art déco en la residencia de los Keffenburgh. Al final de los 30, el art déco es el estilo de moda que se respira en los nuevos barrios y repartos, todavía aislados unos de otros. Esta independencia geográfica conduce al desarrollo de una vida social ligada al barrio. Se lanzan llamados a la federación del territorio de la ciudad, conseguida paulatinamente mediante vías de comunicación inter-barrios y la urbanización de los terrenos fronterizos.

 

Con la aparición del avión con fines comerciales y turísticos, se inaugura en Rancho Boyeros, en 1930, el primer aeropuerto de La Habana. Comienza a invertirse el sentido de entrada a la ciudad desde el extranjero, hasta entonces asociado al puerto.

 

 

1940-1960: LA SEGUNDA CONSTITUCIÓN

Y LA INTERRELACIÓN TERRITORIAL DE LA GRAN CIUDAD

Luego de varios años de transiciones y crisis políticas, consecuencia de la revolución que provoca la caída de Gerardo Machado en 1933, la sociedad cubana prepara, entre otras muchas leyes cívicas, la Ley Nacional de Urbanismo y el Plan Regulador de la ciudad, así como la nueva Constitución de la República de 1940, una de las más avanzadas en su época.

 

Por entonces, la población de la Isla alcanza los 4,8 millones de habitantes; de ellos, 910.000 en La Habana, cuya población triplica la de 1900. El incremento del consumo de agua conlleva, entre 1947 y 1948, una importante ampliación del sistema de distribución y la búsqueda de nuevas fuentes de abasto. Se moderniza el sistema de distribución de gas a través de tuberías soterradas y se extiende por La Habana Vieja, Centro Habana y El Vedado, fundamentalmente.

 

Dada la complejidad y cantidad de programas constructivos y de infraestructura, las escuelas de Ingeniería y de Arquitectura de La Habana se separan a partir de 1943.

 

Se finaliza el emblemático Malecón desde la Avenida de los Presidentes hasta Paseo entre 1950 y 1955, y desde Paseo hasta el río Almendares, en 1958, completándose así el paseo marítimo hasta la bahía.

 

La Avenida de Rancho Boyeros se concluye y amplía para conectar de manera rápida la nueva terminal del aeropuerto, donde ya había sido construida una nueva torre de control y se había ampliado la pista en 1943.

 

Se convoca a concurso el proyecto de un nuevo centro judicial y administrativo. Las etapas de concurso y proyecto duran casi toda la década del 40 y, finalmente, en los 50, en el lugar antes sugerido por Forestier, se construyen el monumento a José Martí y su obelisco, el Palacio de Justicia (1953-1957), la Alcaldía de La Habana (1957), la Biblioteca Nacional (1956), el Tribunal de Cuentas (1954) y, finalmente, el Teatro Nacional (1959).

 

En 1946, se construye, en terrenos de la antigua quinta de Santovenia, en El Cerro, el Gran Stadium de La Habana. El béisbol es ya, sin duda, el deporte nacional, y parte de nuestra identidad.

 

El desplazamiento hacia el Oeste de las elites habaneras favorece la creación del nuevo centro comercial en La Rampa, prolongado posteriormente a todo lo largo de la calle 23. Es precisamente allí donde se construye, en 1947, el edificio Radiocentro, sede de los primeros estudios de televisión.

 

Conscientes de que sólo con el apoyo del Gobierno se podrían realizar importantes planes urbanísticos, no pocos profesionales deciden formar parte de los organismos estatales. El urbanista Martínez Inclán formula sus proposiciones al director de Urbanismo, el arquitecto Luis Dauval; el arquitecto José Ramón San Martín, ministro de Obras Públicas de 1944 a 1948, ocupa en 1945 la Presidencia de la Comisión Nacional de Fomento. Se lleva a cabo una importante política de viviendas sociales y equipamientos, especialmente el plan nacional de 1.500 escuelas, el Paso Superior en La Habana, el alcantarillado de Bejucal, la primera fase del Barrio Obrero de Luyanó, el Parque Zoológico de La Habana y la modernización del puerto. En 1940, se inicia el proyecto del gran parque-bosque Almendares, por el arquitecto Max Borges del Junco.

 

La interconexión entre los diferentes barrios, y de estos con los accesos principales de la ciudad, es una prioridad materializada en las obras de la Vía Blanca (1945), que entronca hacia el Este con la Carretera Central; la Avenida 20 de Mayo, que comunica la Plaza Cívica con el puerto, y la avenida 31, que conecta Miramar y El Vedado con Marianao y el campamento militar de Columbia. Estas intervenciones urbanas funden definitivamente los barrios en una trama continua que conformaría los límites municipales de la ciudad actual.

 

Si bien en 1948 no existe un plan maestro para la ciudad, durante la celebración del Congreso Cubano de Arquitectura, Martínez Inclán, respondiendo a la necesidad de ordenación territorial y urbana, presenta la Carta de La Habana, guía para futuros planes urbanísticos. En este mismo año, el arquitecto Manuel Febles Valdés, quien ya se había destacado como jefe del Departamento de Urbanismo del Ayuntamiento de la ciudad, es nombrado ministro de Obras Públicas, cargo que ocupa hasta 1951. Febles desarrolla el Plan de Remodelación de La Habana, que incluye el Centro Cívico José Martí, la prolongación de la avenida Paseo en doble vía hacia Rancho Boyeros, la Vía Blanca y la prolongación de la avenida Ayestarán.

 

Reanuda la construcción del Barrio Obrero, finaliza ocho de sus edificios, y concluye el Mercado de Carlos III, el Palacio de Bellas Artes y Museo Nacional, y el monumento a Antonio Maceo en el Cacahual.

 

A partir de los 40, la arquitectura moderna, introducida en Cuba por el arquitecto Eugenio Batista, se desarrolla inicialmente en un monumental moderno, pasando por el streamline hasta imponerse el racionalismo a partir de las residencias proyectadas por Bosch y Romañach para las familias Noval-Cueto y Vidaña.

 

En la segunda parte de los 50, los protagonistas del urbanismo de Estado son el arquitecto Nicolás Arroyo Márquez, ministro de Obras Públicas, y el urbanista español José Luis Sert, quien proyecta al Este de la bahía, la nueva ciudad residencial y terciaria de La Habana del Este; el nuevo Palacio Presidencial, entre las fortalezas de El Morro y La Cabaña, y el nuevo centro financiero en una isla artificial frente al Malecón habanero. De todos ellos, sólo dos son construidos: el túnel y su avenida principal.

 

El alto dominio de las nuevas tecnologías por los profesionales cubanos permitió crear una red de túneles en la ciudad: el túnel de Línea (1950-1955), el de Calzada (1957-1959), y el importante túnel de la Bahía (1958).

 

Una proeza arquitectónica es también la impresionante y ligera estructura de hormigón del Coliseo de la Ciudad Deportiva (1957), proyectado por los arquitectos Arroyo y Menéndez, y conectado con la ciudad a través de la extensión de la avenida 26 hasta Vía Blanca.

 

Aunque es ya habitual la crítica a los gobiernos de la época, entre los 40 y los 50 se construye la mayor cantidad de urbanizaciones de clase media —Altahabana (1955), por ejemplo, del urbanista José San Martín— y barrios populares, como el Barrio Obrero de Luyanó (1948), de Martínez Inclán, Romañach y Quintana, entre otros; el reparto Belisario (1954) y el Reparto Eléctrico.

 

Marianao se integra finalmente a la ciudad gracias a los nuevos barrios populares de Redención, Columbia, La Lisa, Quemados y Coco Solo, que tienen sus homólogos en el eje Sur —Arroyo Apolo, Arroyo Naranjo y Luyanó.

 

La demolición de los barrios insalubres constituye también una constante en los programas políticos de los gobiernos de turno, aunque nunca llegan a erradicarse por completo.

 

En esta época, la especulación inmobiliaria, auspiciada por la nueva Ley de Propiedad Horizontal, provoca en pocos años la construcción, fundamentalmente en El Vedado, de un gran número de edificios en altura para familias de la mediana burguesía.

 

A nivel arquitectónico, después del paso por La Habana de arquitectos del movimiento moderno, como Walter Gropius, José Luis Sert, Richard Neutra y Roberto Burle Marx, el estilo racionalista comienza a buscar sus bases en la arquitectura tradicional cubana. Tendencia evidente en la nueva generación de arquitectos cubanos, como Borges Recio, del Junco, Porro, Martínez, Gutiérrez y Robaina, entre otros, que continúan proyectando residencias en los nuevos repartos de la capital.

 

El desarrollo de la ciudad elitista se desplaza más hacia el Oeste después del éxito del Country Club. Comienzan a construirse los repartos Biltmore, Vento y La Coronela, con carácter cada vez más exclusivo y en parcelas más extensas, pero su vertiginoso crecimiento se interrumpe con el triunfo de la Revolución en 1959.

 

1959-1976: VACÍO CONSTITUCIONAL Y PARÁLISIS

DE LA CIUDAD TRADICIONAL. EL CRECIMIENTO HACIA EL ESTE

Para las nuevas elites del poder revolucionario, la ciudad tradicional es la generadora de todos los vicios y males de la sociedad capitalista. La parálisis del desarrollo urbano y el abandono del núcleo histórico de la capital y sus barrios tradicionales ha sido una consigna seguida por los urbanistas de la Revolución. A esto se añade la fuerte emigración de las clases altas y medias, fundamentalmente intelectuales y profesionales de alto nivel, que habitaban El Vedado, Miramar y Country Club, lo que inicia el declive de estos barrios durante décadas.

 

Se pretende crear hacia el Este de la bahía la imagen urbana de la Revolución naciente, aprovechando las infraestructuras recién construidas por promotores privados, expropiadas por la Ley de Nacionalización y la Ley de Reforma Urbana. Así surge el reparto Camilo Cienfuegos (1959-1965), La Habana del Este: un conjunto de edificios de viviendas multifamiliares rodeados de espacios verdes con equipamientos colectivos, en el más puro estilo de la Carta de Atenas.

 

No lejos, y en paralelo, se desarrolla el reparto «Pastorita», apellido de la guerrillera convertida en promotora urbana, que se concibe con la estructura típica de la ciudad jardín de clase media ya experimentada en Europa y Estados Unidos: casas unifamiliares rodeadas de espacios ajardinados privados. Ambas experiencias son los ejemplos más dignos de calidad urbana y arquitectónica durante el período romántico de la Revolución.

 

La radicalización ideológica de las autoridades constructivas pone fin a ambos tipos de proyecto, y reproduce los modelos importados de los países socialistas. Entonces, surgen hacia el Este los repartos Alamar y Bahía. En el primero, se ensaya la participación de los futuros habitantes en la construcción de sus edificios (microbrigadas), empleando sistemas mixtos de materiales artesanales y prefabricación ligera. El reparto Bahía, por el contrario, es un producto de los tecnócratas del Ministerio de la Construcción, combinando el uso de sistemas de prefabricación importados del Campo Socialista, alta tecnología, gran consumo de energía y mano de obra calificada; el sistema debería resolver a corto plazo la agobiante falta de viviendas. Pero el fracaso de ambos modelos es evidente, y se convierten rápidamente en zonas de alto nivel de degradación arquitectónica y urbana.

 

Muy alejada de estos nuevos barrios revolucionarios, la construcción en los 60 de la Escuela Nacional de Arte, sobre los terrenos del Country Club, al oeste de la capital, es una experiencia excepcional de urbanismo y arquitectura. Concebidas por los arquitectos Ricardo Porro, Vittorio Garatti y Roberto Gottardi, en ellas se combinan elementos constructivos basados en tradiciones artesanales locales y un espectacular diseño arquitectónico orgánico de gran calidad visual, adaptado al terreno. La lucha ideológica, que había invadido ya el campo de la creación arquitectónica, paraliza gradualmente esta experiencia inédita hasta lograr su interrupción total, que sume a las obras en el abandono y la ruina.

 

Mientras, los urbanistas del recién creado Instituto de Planificación Física realizan planes de desarrollo de la capital, y proponen la demolición sistemática y total de la ciudad tradicional para proyectar futuros barrios prefabricados. Afortunadamente, las sucesivas crisis económicas y políticas sólo permiten una aplicación puntual en Centro Habana y en los alrededores del Palacio de la Revolución.

 

El abandono de la «ciudad corrupta» se convierte en obsesión. Así, en 1968, la Ofensiva Revolucionaria cierra cabarets, clubes, centros nocturnos y pequeños comercios que habían sobrevivido. Se emprenden proyectos megalómanos alejados del centro de la ciudad —el Parque Lenin y el nuevo Zoológico Nacional, diversión sana y educativa, paradigmática de la Revolución—, abandonados luego, parcial y gradualmente, ante la falta de un eficiente sistema de transporte urbano.

 

1976-2006: LA TERCERA CONSTITUCIÓN,

LA ESTANDARIZACIÓN Y EL ABANDONO DEL TERRITORIO

Tras repetidos fracasos económicos que culminan con la Zafra de los Diez Millones, Cuba entra en 1973 en el Consejo de Ayuda Mutua Económica (came); se corrobora la necesidad de un ordenamiento territorial y urbano riguroso, y la estandarización y adaptación a los sistemas socialistas es la norma generalizada a todas las escalas de la sociedad en los 70 y 80.

 

La nueva Constitución de la República, que consigna el carácter socialista de la sociedad y la lealtad expresa a la Unión Soviética, es aprobada casi «por unanimidad» en 1976.

 

En veinte años de Revolución, la población de la Isla pasa de siete a diez millones de habitantes y la capital alcanza los dos millones, al tiempo que se degrada aceleradamente su infraestructura económica y se destruye su tejido social.

 

Una nueva aspiración de liderazgo internacional institucionalizado se prepara con la celebración en La Habana de la Cumbre de los Países No Alineados en 1979. Curiosamente, el nuevo centro político es situado en el elitista reparto del Country Club, donde se construye el Palacio de Convenciones y el Salón de Protocolo, a orillas del Laguito, rodeado por las más lujosas mansiones de la época prerrevolucionaria, convertidas ahora en casas de protocolo del Consejo de Estado.

 

La sociedad comienza a organizarse a ritmo de ayudas millonarias llegadas directamente de la Unión Soviética y los países socialistas.

 

La consagración de las más altas esferas del poder a las guerras de Angola y Etiopía hace que las políticas de organización territorial y urbana sean parcialmente proyectadas por una nueva generación de técnicos y profesionales formados dentro de la Revolución, proponiéndose una vuelta paulatina a la recuperación de la ciudad tradicional y la parálisis del crecimiento extensivo de la misma.

 

La declaración de La Habana Vieja y su sistema de fortificaciones como Patrimonio de la Humanidad por la unesco, en 1979, da al traste puntualmente con los planes de destrucción de la ciudad tradicional, y las más altas esferas políticas autorizan el plan de restauración de La Habana Vieja. La intensa labor de restauración desarrollada en los últimos veinte años por Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad, asesorado por el equipo del Plan Maestro dirigido por la arquitecta Patricia Rodríguez, demuestra que una gestión autónoma y de planificación inteligente del barrio tradicional permite autofinanciar la recuperación de importantes zonas del patrimonio arquitectural y urbano.

 

Este proceso permite también la recuperación y restauración de las fortificaciones coloniales de El Morro y de La Cabaña, al otro lado de la bahía. La ciudad gana así un excepcional conjunto histórico-arquitectónico para el disfrute cultural y recreativo.

 

Un último esfuerzo para continuar el crecimiento de La Habana hacia el Este es la construcción de la Villa y Ciudad Deportiva de los Juegos Panamericanos de 1988, vitrina urbana de un deporte de elite.

 

Se hace evidente la incapacidad de los sistemas prefabricados importados del bloque socialista, y en los 80 se decide aplicar el sistema de microbrigadas en los terrenos aún libres de los barrios tradicionales de la capital. Las buenas intenciones de los jóvenes arquitectos que logran construir en esta época quedan rápidamente olvidadas ante la evidente falta de calidad de los materiales constructivos utilizados y la falta de experiencia de la mano de obra.

 

Las escasas intervenciones urbanas en las dos últimas décadas del siglo XX se limitan a completar el sistema de viales de circunvalación de la ciudad.

 

El Grupo de Desarrollo Integral de la Ciudad, formado por Mario González, Mario Coyula y Gina Rey, es un importante centro de reflexión sobre los problemas urbanos de la ciudad, pero, a falta de autoridad institucional, sus recomendaciones quedan en el plano teórico. La Maqueta de La Habana, su más importante realización física, servirá de instrumento de apreciación del estado actual de la ciudad y de los períodos constructivos.

 

La caída del Muro de Berlín y la desaparición de los sistemas socialistas provoca el fin de los financiamientos masivos de la economía cubana. Todos los planes de organización del territorio son paralizados; la casi totalidad de los edificios en construcción queda abandonada e inconclusa. Ante la grave escasez de viviendas, la autoconstrucción masiva toma la iniciativa. Sin control técnico, la subdivisión interior y las construcciones en las azoteas de los viejos edificios aceleran la degradación y el hacinamiento dentro de la ciudad.

 

La nueva Ley de la Vivienda, que sustituye la anterior Ley de Reforma Urbana, trata de legalizar un proceso de ilegalidades que devienen incontrolables.

 

El desarrollo concreto de instalaciones turísticas dentro del tejido de la ciudad tradicional, así como la construcción de proyectos inmobiliarios para la venta y alquiler a extranjeros, fundamentalmente en El Vedado y Miramar, traen una lenta y puntual recuperación de estos barrios; pero los primeros proyectos entre el Estado y promotores privados extranjeros son finalmente abandonados.

 

Significativamente, la experiencia de autogestión y autofinanciamiento de la restauración de La Habana Vieja continúa desarrollándose exitosamente, aun en los momentos más duros de la crisis económica que sufre el país. Sin embargo, esta experiencia es limitada voluntariamente a una pequeña parte de la ciudad, al tiempo que se prohíbe toda autogestión y autofinanciamiento al resto de los barrios y municipios. Esta negativa es una de las causas de la acelerada destrucción pasiva de La Habana.

 

Presenciamos hoy una magnífica ciudad bombardeada por unos enemigos que nunca arribaron, durante una guerra que nunca se produjo.

El urbanismo de La Habana colonial

Ricardo Porro

 

Fue costumbre en España imponer a las ciudades de sus colonias una estructura en forma de cuadrícula. Esto, a veces, llevaba a un verdadero divorcio entre el terreno y el urbanismo, como ocurrió en Santiago de Cuba.

 

La Habana se concibió de modo tridimensional, lo que aportó soluciones muy interesantes. Se logró una ciudad de un encanto muy especial creado por la relación entre lo construido y la cuadrícula de base. La Habana colonial fue una bella ciudad.

 

Allí ya están presentes algunas características que perdurarán como constantes de la tradición cubana. La primera es la tradición aristocrática criolla donde desaparece el sentimiento trágico de la vida español, tan lúcidamente definido por Unamuno. Predomina la sensualidad, se dulcifica la arquitectura. Produce un barroco sin retortijones borrominianos, con pequeños movimientos curvos y sabrosos como el danzón. No es rumba1.

 

También se inicia la tradición de violencia. Sí, de la violencia. Sé que esto hará saltar a más de un cubano que me lea2. Pero no olvidemos que Cuba fue una isla fortaleza y La Habana, una ciudad fortificada. Allí se reunía la flota que llevaba toda la riqueza de las colonias americanas a España.

 

La Habana colonial se organizó en torno a tres plazas principales: la de las autoridades de Gobierno, la de las autoridades religiosas, y la del mercado.

 

Las calles que llegan a las esquinas de las plazas de La Habana Vieja no desembocan directamente en ellas sino en los soportales de dos pisos de alto que la rodean. Es decir que sólo se les ve cuando se llega a ellas. Esto les da una sensación de espacio cerrado, de lugar íntimo. Son como un patio grande que crea un clima familiar entre los que allí se encuentran. El urbanismo de La Habana es un urbanismo de comunicación.

 

La plaza mayor, quizá la más rica en espacio, es la de Gobierno, la Plaza de Armas. Allí esta el Palacio de los Capitanes Generales. Las molduras alrededor de las ventanas crean una sensación de barroco suave. La intimidad de su patio tiene un eco en el espacio mayor de la plaza. Lo mismo ocurre con el Palacio del Segundo Cabo. Cuando lo vemos de frente hay un juego de espacios sorprendente, logrado mediante una sucesión de arcos distintos a lo largo de un eje que lleva de la puerta de entrada a una escalera en el fondo. Da esa sensación barroca de infinito que tanto amó la arquitectura colonial cubana. Los arcos parecen juguetones, rompen el medio círculo para buscar formas un poco locas, cubanísimas.

 

Los dos edificios, como casi todos los otros de la ciudad colonial, estaban repellados y pintados de distintos colores. Hoy, la piedra que aflora le da a esta arquitectura una dureza que no tenía.

 

En una de sus esquinas (al lado de El Templete) esta plaza cuadrada se abre al Castillo de la Fuerza, que entra a formar parte de su espacio. Éste se prolonga, cruzando la bahía, hasta la fortaleza de La Cabaña. Pasamos de una atmósfera de patio a un espacio ilimitado. Allí es donde mejor se expresa esa dualidad sensualidad-violencia, como un ying y un yang que se compenetran para formar un todo. Harmonia est discordia concors, dice la definición y La Habana Vieja es armoniosa.

 

En la Plaza de la Catedral volvemos a encontrar el barroco criollo. En la fachada de la catedral las pilastras forman una perspectiva en fuga hacia el centro. La línea del contorno superior juega con formas que recuerdan las de los arcos del Palacio del Segundo Cabo. Refuerzan el carácter sensual de la plaza los medios puntos (vitrales de color que mucho recuerdan una flor) en los arcos de las casas.

 

El trompe l’oeil es un leitmotiv habanero. En la Casa de la Obra Pía, las molduras en la fachada plana crean una perspectiva que da la impresión de profundidad. Las escaleras que unen los dos patios del convento de San Francisco también utilizan la perspectiva, aquí, para crear la ilusión de un espacio mayor.

 

La Plaza Vieja, la del mercado, es la más sencilla, pero también allí encontramos tanto la estructura de patio interior con los soportales, como las casas con vitrales que la rodean.

 

Y, ¿por qué hablar de ciudad colonial cuando pensamos en el futuro urbanismo de La Habana? Porque la tradición es uno de los elementos fundamentales de la significación de la arquitectura y del espacio urbano. Todo hombre debe ser y manifestar lo que es, con su presente y con el mundo que lo formó. Si no sabe o no entiende de dónde viene, puede tratar de ser otro, y sólo logrará engañarse a sí mismo. Su obra tendrá la mediocridad de la copia y no la dignidad de lo auténtico.

 

Un urbanismo para La Habana de siempre

No es tarea fácil hacer una propuesta realista para el futuro urbano de La Habana, puesto que hace 40 años que vivo en Francia y no creo que nadie deba atreverse a proponer un plan de desarrollo urbano para una ciudad después de una larga ausencia. Además, antes de empezar unestudio serio, hay que tener en cuenta el sistema económico y social que regirá el país.

 

¿Cómo saber lo que será Cuba cuando ya no seamos? ¿Cuál será su economía,cuál su forma de Gobierno?

 

La economía (en esto Marx no se equivocó) es la estructura de una sociedad… y como la historia no se predice (aquí Marx sí se equivocó), el que se lanza en esa aventura casi siempre se equivoca. ¿Cuál será el futuro de Cuba? Hasta el momento, sólo veo tres posibilidades:

 

Seguirá con su forma actual de Gobierno, con otros gobernantes.

 

Se impondrá el capitalismo ideal de Bush, con otros gobernantes, o bien

 

Será una socialdemocracia como Francia o Suecia, con otros gobernantes.

 

Lo primero, sería la continuidad. El urbanismo lo decidirán los políticos y los urbanistas lo ejecutarán… En el segundo caso, La Habana se parecerá cada vez más a Miami o, si crece mucho, a Los Ángeles. En el tercero, en la socialdemocracia, quizás habrá la posibilidad de hacer algo acertado, siempre que existan buenos urbanistas (hoy en Francia, en general, son muy malos).

 

Pero no seamos panglosianos; la última palabra la tendrán los políticos.

 

Siempre habrá que luchar por la calidad. Cuando le preguntaron a Christian Dior cuál era su ideología política, contestó: «El lujo hay que defenderlo palmo a palmo». Estoy convencido de que la calidad es un lujo que siempre habrá que defender palmo a palmo. Agrego: el lujo no tiene por qué ser caro.

 

De lo dicho se desprende que lo que presento aquí no tiene la pretensión de ser una propuesta específica de plan de urbanismo, sino una manera de ver la estructura de una pequeña zona de La Habana.

 

Propugno un urbanismo de comunicación. Para mí es fundamental que el urbanismo no sólo permita, sino que favorezca la comunicación entre los habitantes de la ciudad. Sus espacios deben ser la expresión espacial de su función urbana. La plaza de una iglesia no puede ser la misma que la de una casa comunal; el espacio debe expresar su función, ajustarse a la vida que allí se desarrolla, pero no sólo valorizar el edificio principal, sino darle al conjunto una dimensión poética.

 

De las ciudades que he visitado, la que más se acerca a este ideal es Venecia, que está estructurada en unidades urbanas coherentes. La más pequeña rodea al campiello, una placita de unos veinte metros por diez con un pozo de agua potable en el centro. Allí se encontraban los vecinos que venían a buscar agua; hoy sigue siendo un lugar de reunión. Una plaza algo mayor con una pequeña iglesia sirve de centro a un grupo de estas pequeñas unidades.

 

A su vez, un conjunto de éstas forman la parroquia, un barrio de unos cuatro o cinco mil habitantes. Su centro es una plaza mayor y más rica de formas donde se encuentra la iglesia parroquial; la altura de su campanario refleja su función y su importancia. Allí están la escuela, un mercado y un club de vecinos, la scuola.

 

Las grandes plazas venecianas son centros a escala de toda la ciudad. En la Plaza San Marcos están la gran catedral y el centro administrativo; la del mercado central se encuentra alrededor del puente de Rialto. Cada plaza tiene la dimensión apropiada a su uso y en cada una de ellas la arquitectura, la pintura y la escultura contribuyen a manifestar su función y su significado.

 

Basta citar algunos ejemplos como los de los edificios de la Plaza San Marcos. En el palacio de los Dogos, centro de Gobierno, las esculturas hacen alusión a la justicia: la balanza, el juicio de Salomón. En la biblioteca, obra de Sansovino, están los dioses griegos, referencia a la cultura helénica reivindicada por el humanismo renacentista. Los mosaicos de la catedral de San Marcos incitan al acercamiento a Dios.

 

Cada plaza tiene el tamaño que corresponde a su uso, es decir, está a escala humana. Cuando, en mi juventud, tuve la suerte de que me recibiera Alvar Aalto, le pregunté cómo saber si un espacio estaba a escala humana, me contestó: «cuando desde un extremo se puede seguir con el dedo la bella silueta de una chica hermosa que está en el extremo opuesto».

 

En arquitectura, la escala es una relación de tamaños; en la escala humana se establece la relación con el cuerpo del hombre, pero no sólo se trata de la dimensión física, sino de una correspondencia espiritual.

 

El ejemplo de Venecia nos indica que hay «escalones urbanos», un concepto fundamental en la teoría del maestro urbanista Gaston Bardet.

 

Tomando como base estos principios, quisiera presentar algunas ideas de lo que pudiera hacerse en la zona de La Habana Vieja y Centro Habana hasta la calle Infanta, lo que los habaneros llamaban «La Habana», a secas. Esta zona fue el centro político y administrativo de la ciudad. Allí estaban el Palacio Presidencial, el Capitolio (sede del Parlamento) y la mayor parte de los ministerios. El centro comercial más importante se situaba en las calles de San Rafael, Neptuno y Galiano. El Paseo del Prado, la Avenida del Puerto, el Parque Central y el de la Fraternidad constituían una sucesión admirable de espacios, un centro digno de una capital.

 

La bella ciudad colonial se descuidó durante muchos años y gran parte de ella se convirtió en ruinas. Afortunadamente, en los últimos años, bajo la dirección de Eusebio Leal, se ha rescatado una buena parte de este patrimonio para Cuba y para el mundo.

 

Es un logro extraordinario, puesto que ha impedido que la vieja ciudad corra la suerte de otras capitales de América Latina que han sido desfiguradas por sucesivas olas de arquitectura mal llamada internacional. (Y el fenómeno no se ha limitado a este continente. Shanghai y Pekín se vuelven malas imitaciones de las metrópolis norteamericanas. Me entusiasma Manhattan pero no quiero verla mal-copiada ni en Pekín ni, desde luego, en La Habana). Esta cocacolización universal ya la marcó en los años 50. Basta recordar la mediocridad «internacional» de la zona de El Vedado en torno a La Rampa.

 

En cuanto a la ciudad de principios del siglo XX, que mi generación despreciaba y que, en realidad, tiene mucho encanto, todavía hay cosas que se pueden salvar. Hay que salvarla, pero tambien hay que revitalizarla y aumentar su densidad. (Si la ciudad en su conjunto ha crecido desmesuradamente es porque gran parte de su crecimiento se ha hecho con casas de una o dos plantas).

 

Desgraciadamente, una sucesión de medidas administrativas ha ido desplazando las actividades del antiguo centro. La Habana Vieja es hoy un lugar de hoteles, de museos, un lugar de gran atracción turística (que sin duda aporta muchas divisas al país), pero se le ha vaciado de su contenido vital, de su función de cabecera de la ciudad y del país.

 

Ya durante el Gobierno de Fulgencio Batista se quiso crear un nuevo centro. Se construyeron un horrendo Palacio de Justicia (hoy sede del Partido), un más horrendo monumento a Martí, varios ministerios y la Biblioteca Nacional, en lo que después se llamó la «Plaza de la Revolución». El conjunto es quizás el espacio más feo de la ciudad, un verdadero forúnculo urbano. No sólo nunca fue centro de ciudad sino que jamás se ha integrado a sus alrededores.

 

Hoy veo que existe la tendencia, cada vez más marcada, a desplazar el centro a Miramar. Me parece un error. Fue un barrio de viviendas de ricos con un cierto gusto californiano; no tiene estructura de centro sino de periferia.

 

Estimo que hay que volver a instalar el centro político y comercial en la zona donde estaba y devolverle al antiguo centro su viejo esplendor.

 

En la zona que indico en el mapa crearía una sucesión de grandes plazas con arbolado que continúen el espacio que empieza en el Paseo del Prado, pasa por el Parque Central y llega al Parque de la Fraternidad. Allí pueden construirse edificios de gobierno, oficinas y hoteles que rodeen a La Habana Vieja. Su altura no debe rebasar la de los edificios que están en torno del Parque de la Fraternidad.

 

La zona a densificar sería una franja que va desde la calle Monte hasta Infanta y detrás de Carlos III. Sería una continuidad de unidades vecinales con edificios de no más de seis pisos. La unidad vecinal es para mí el módulo urbano básico. Reúne a un cierto número de habitantes en torno a la escuela primaria y a los comercios a los que se va a diario, como el carnicero, el pescadero, el verdulero, la farmacia, el café, una papelería… (en Francia se calculan unos 3.000 habitantes por unidad vecinal). Entre dos unidades vecinales le daría gran importancia a una casa comunal, un «club» adonde se reúnan los vecinos y donde puedan organizar una fiesta, o una función teatral, con talleres para escultura, cerámica, pintura o lo que ellos decidan hacer. Debe convertirse en un verdadero centro social con un pequeño café.

 

Todo esto favorece los encuentros y crea un sentido de comunidad que tiende a evitar uno de los problemas de las grandes ciudades, la dificultad de comunicar. (No puedo dejar de recordar las extraordinarias películas de Antonioni sobre este tema).

 

Las nuevas plazas y las unidades vecinales deberían estar rodeadas de portales de dos pisos de alto como los que ya existen en las plazas habaneras.

 

Es necesario una limitación de altura en la zona construida a principios del siglo XX que va desde Prado hasta Infanta. En Galiano y Belascoaín pueden hacerse edificios nuevos de seis pisos, pero en las otras calles no deben ser de más de cuatro.

 

En verdad os digo que La Habana es muy compleja y exige un estudio profundo que yo no he hecho, así que les ruego que perdonen mi osadía. Los dibujos que presento no son un proyecto, pues no he estudiado ni las densidades ni las formas específicas. Sólo se trata de esquemas indicativos.

 

Para terminar, agregaré algunos comentarios destinados a los jóvenes arquitectos cubanos.

 

Créanme, el Plan regulador de La Habana de José Luis Sert es un horror, un absurdo. No olviden que el maestro de Sert fue Le Corbusier, un buen arquitecto y un pésimo urbanista. Su influencia en el siglo XX fue nefasta, no lo copien.

 

Mucho aprendí de Ernesto Rogers, un gran profesor milanés. Él me enseñó que el arquitecto puede crear algo totalmente nuevo pero siempre respetando lo que él llamó «la preexistencia ambiental». Todo lo que se construya debe obedecer a su época pero debe integrarse a su entorno urbano. Quiero, además, recordarles que para llegar a lo universal hay que partir de lo propio. Deben expresar lo que son. Cuba tiene una tradición y de ella hay que partir. No se trata de copiar el pasado sino de tenerla bien presente al expresar el momento histórico en que viven. Deben mirar menos las revistas y más su propio ombligo. Su obra debe oler a Cuba.

 

NOTAS

 

1 Hay otra gran tradición cubana, la tradición negra, que es esencial para entender el arte y la cultura cubana. Primero se expresó en la música popular, que desarrolló y enriqueció la que le legó Africa. Influenció toda la música, la poesía y, más adelante, la pintura, en particular la de Wifredo Lam. Pero por razones históricas pocas veces se ha reflejado en la arquitectura.

 

2 Preferimos olvidar que nuestra historia está jalonada por períodos de violencia. Baste recordar las dos cruentas guerras de independencia, la ocupación americana, «la guerrita de los negros», la dictadura de Machado, el primer golpe de Estado de Batista, la lucha entre grupos armados en La Habana, la segunda dictadura de Batista, y, por último, la Revolución (toda revolución implica violencia).

Seleccione idioma

José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.