SACERDOTES CATÓLICOS
ADMIRADORES DEL PEOR TIRANO
QUE HA SUFRIDO AMÉRICA
El filósofo izquierdista argentino Oscar del Barco reconoció: “Los llamados revolucionarios se convirtieron en asesinos seriales, desde Lenin, Trotzky, Stalin y Mao, hasta Fidel Castro y Ernesto Guevara”.
D'Escoto: “Fidel es lo más parecido a un santo”
Manuel Castro Rodríguez
19 de octubre de 2009
Hace dos meses, el 29 de agosto de 2009, el sacerdote católico nicaragüense Miguel D'Escoto declaró: “más que un héroe, Fidel es lo más parecido a un santo que tenemos en nuestro atribulado mundo”.
Hace cincuenta años, el 1 de enero de 1959, fue derrocado el tirano Batista. El sacerdote católico cubano Guillermo Sardiñas era el capellán del Ejército Rebelde y Fidel Castro su Comandante en Jefe. Fidel exhibía orgulloso su collar con la imagen de la Caridad del Cobre. El pueblo cubano pensaba que al fin vería realizado su sueño de libertad, justicia social y paz. En un abrir y cerrar de ojos, se empezó a generalizar el aniquilamiento de la independencia del ser humano; tuvimos que pensar y actuar como lo decidiese el omnipotente Fidel.
Decenas de miles de jóvenes fueron enviados a campos de concentración, entre ellos tres sacerdotes católicos y algunos seminaristas.
Un tío mío era Testigo de Jehová; aunque era un anciano bonachón, frecuentemente le registraban su domicilio y lo conducían a la Estación de Policía.
El Día de Navidad dejó de ser festivo durante treinta años, hasta que el Papa condicionó su visita a Cuba con la restauración de esa festividad. Durante cuarenta años no se pudieron realizar procesiones.
Los creyentes confesos no podían trabajar como educadores ni estudiar Historia, Periodismo, etc. Al solicitar trabajo o matrícula para estudiar, se nos preguntaba: “¿Tiene creencias religiosas?”.
La persecución religiosa llevó a cambiarle el nombre a algunas ciudades. Por ejemplo: Santa Clara empezó a llamarse Villa Clara y Santa Fe comenzó a denominarse La Fe.
El 22 de enero de 1992, el Vaticano y la Comunidad Económica Europea condenaron el fusilamiento de Eduardo Díaz Betancourt, que intentó infiltrarse en Cuba. En 2003, tres días después de haber sido capturados, fueron fusilados tres jóvenes que se apoderaron de una embarcación para irse de Cuba.
Hace ocho meses, el 5 de febrero de 2009, el sacerdote católico cubano José Conrado Rodríguez escribió: “(…) en nuestra patria hay una violación constante y no justificable de los Derechos Humanos (…) y serias limitaciones a la libertad religiosa y política”.
Cuando Fidel fallezca ¿el sacerdote católico nicaragüense Miguel D'Escoto propondrá que lo beatifiquen?
El cinismo del sacerdote católico nicaragüense
Ernesto Cardenal pareciera no tener límite
Ernesto Cardenal
Escrito a solicitud de la BBC de Londres con motivo de los 80 años de Fidel Castro.
Para quienes hemos conocido a Fidel Castro (y lo queremos y admiramos) es difícil hacer una breve semblanza de él. Porque contrario a lo que pueden pensar los que sólo lo conocen por los periódicos (muchas veces hostiles a él) no es un personaje simple de definir sino sumamente complejo.
Ante todo hay que decir que es una personalidad genial. Pero no es solamente un genio, sino muchos genios.
Se le conoció primero como un genio guerrillero. Después se ha revelado ser también un genio como estadista: uno de los más grandes estadistas de su tiempo, destacándose sobre todos ellos por haber gobernado tantos años con gran habilidad, o si se quiere con mucho éxito, enfrentándose al poder más grande del mundo en condiciones tan desiguales.
Hay que agregar además que es un gran genio de la oratoria, yo diría que no sólo es de los más grandes oradores de su tiempo sino de toda la historia. Es asombroso ver cómo cautiva al auditorio, en Cuba y en cualquier otro país, hablando horas y horas, sin tener los discursos escritos como lo hacía Demóstenes, y a veces sin haberlos preparado siquiera, completamente improvisados. A diferencia de sus rivales los presidentes de Estados Unidos, que al decir de Gore Vidal no pueden escribir sus propios discursos sino tienen alguien que se los escriba, y a veces ni siquiera los pueden leer.
Es un genio también en una gran cantidad de conocimientos. Es profundo en temas de agricultura, en temas de medicina, en economía (tal vez el más grande experto mundial en cuanto a la deuda externa), en electrónica, recursos energéticos, y muchas cosas más.
Gabriel García Márquez me ha contado del acierto y profundidad con que ha analizado por la mañana una novela suya que acababa de leer la noche antes.
Hace unos pocos años decidió estudiar la Teología de la Liberación, de la que no sabía nada, y algunos teólogos de esta teología me han contado cómo había llegado a ser un experto en ella.
Podría agregar también que es genial en cuanto a la memoria: yo mismo soy testigo de cómo un tema inconcluso del que había conversado conmigo hacía diez años lo retomó cuando me volvió a ver diez años después (siendo tantas las personas que él ve).
También es famosa su facilidad para retener los números y para hacer operaciones matemáticas instantáneas.
Como alguien que lo ha tratado personalmente algunas veces, puedo atestiguar que es una personalidad fascinante: afectuoso, de voz muy suave, cortés, y aun tierno. Familiariza con cualquiera desde el primer momento. Es ingenioso, ocurrente, y siempre hace reír…
Todo esto explica que para el pueblo de Cuba haya sido un personaje indispensable, que haya gobernado por tanto tiempo (no por las armas, pues no gobierna por las armas) y que tenga tan inmensa popularidad. Y también que tenga los enemigos que tiene.
Los 80 años de Fidel: confidencias
Leonardo Boff
«Lo que voy publicar aquí va a irritar o a escandalizar a aquellos a quienes no les gusta Cuba o Fidel Castro. Eso no me preocupa. Si no ves el brillo de la estrella en la noche oscura, la culpa no es de la estrella sino tuya. En 1985 el entonces cardenal Joseph Ratzinger me sometió, por causa del libro Iglesia: carisma y poder, a un “silencio obsequioso”». Acogí la sentencia, dejé de enseñar, de escribir y de hablar en público. Meses después fui sorprendido con una invitación del Comandante Fidel Castro, pidiéndome pasar 15 días con él en la Isla, durante sus vacaciones. Acepté inmediatamente pues veía la oportunidad de retomar diálogos críticos que junto con fray Betto habíamos entablado varias veces anteriormente.
Puse rumbo a Cuba. Me presenté al Comandante. Él, delante de mí, telefoneó inmediatamente al Nuncio Apostólico con el que mantenía relaciones cordiales y le dijo: «Eminencia, está aquí fray Boff; va ser mi huésped durante 15 días. Como soy disciplinado, no permitiré que hable con nadie ni dé entrevistas, así observará lo que el Vaticano quiere de él: silencio obsequioso. Velaré para que se respete. Y así fue.
Durante 15 días, ya fuera en carro, en avión o en barco me mostró toda la Isla. Simultáneamente al viaje corría la conversación, con la mayor libertad, sobre mil asuntos de política, de religión, de ciencia, de marxismo, de revolución y también críticas sobre el déficit de democracia.
Las noches se dedicaban a una larga cena, seguida de conversas serias que a solían llegar hasta bien entrada la madrugada. A veces hasta las 6 de la mañana. Entonces se levantaba, se estiraba un poco, y decía: «ahora voy a nadar unos 40 minutos y después voy a trabajar». Yo iba a anotar lo conversado y después, a dormir.
Algunos puntos de aquella convivencia me parecen relevantes. Primero, la persona de Fidel. Es más grande que la Isla. Su marxismo es ético más que político: ¿cómo hacer justicia a los pobres? Después, su buen conocimiento de la teología de la liberación. Había leído una montaña de libros, todos anotados con listas de términos y de dudas que aclaraba conmigo.
Llegué a decirle: «si el Cardenal Ratzinger entendiese la mitad de lo que entiende usted sobre teología de la liberación, bien diferente sería mi destino personal y el futuro de esta teología». Y en ese contexto confesó: «Cada vez me convenzo más de que ninguna revolución latinoamericana será verdadera, popular y triunfante si no incorpora el elemento religioso». Tal vez por causa de esta convicción prácticamente nos obligó, a fray Betto y a mí, a dar cursos sucesivos de religión y de cristianismo a todo el segundo escalón del Gobierno y, en algunos momentos, con todos los ministros presentes. Esos verdaderos cursos fueron decisivos para que el Gobierno llegase a un diálogo y a una cierta «reconciliación» con la Iglesia Católica y demás religiones en Cuba.
Para terminar, una confesión suya: «Estuve interno en los jesuitas varios años; me dieron disciplina pero no me enseñaron a pensar. En la cárcel, leyendo a Marx, aprendí a pensar. Por causa de la presión estadounidense tuve que acercarme a la Unión Soviética, pero si hubiese tenido en aquel tiempo una teología de la liberación, seguramente la habría abrazado y aplicado en Cuba». Y remató: «Si un día vuelvo a la fe de mi infancia, volveré de la mano de fray Betto y de fray Boff». Llegamos a momentos de tanta sintonía que sólo nos faltaba rezar juntos el Padrenuestro.
Yo había escrito 4 gruesos cuadernos sobre nuestros diálogos, pero en Río asaltaron mi carro y se llevaron todo. El libro imaginado jamás podrá ser escrito, pero guardo en mi memoria una experiencia inolvidable de un Jefe de Estado preocupado por la dignidad y el futuro de los pobres.