DEL HUMANISMO AL COMUNISMO

José Martí:

Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad”.

La legalización del totalitarismo en Cuba

 

En muy poco tiempo, Fidel Castro Ruz realizó la legalización del totalitarismo en Cuba. La Constitución de 1940, en su Artículo 25, proscribía la aplicación de la pena de muerte por delitos políticos, autorizando al Consejo de Ministros la imposición de dicha pena “para casos de delitos de carácter militar, de traición o espionaje en favor del enemigo en tiempo de guerra con nación extranjera, y otros de pistolerismo y terrorismo de extrema gravedad”.

 

El Artículo 21 del Código de Defensa Social define el delito político como una acción que “ofende un derecho o un interés político del Estado, o un derecho político de los ciudadanos”; el mismo Código contempla en su Libro II, Título I (Delitos contra la Seguridad del Estado), Capítulos I, II, III y IV, Artículos 128 al 160, a todas las acciones delictuosas cuyo carácter político lo afirma el Artículo 161.

 

Aparte de la facultad para imponer la pena de muerte que la Constitución de 1940 concedía al Consejo de Ministros, dicha sanción se aplicaba de acuerdo con el Código Penal, Artículos 168 A y E, 431 B, 432, 468-1 y 472 B, respectivamente, a los delitos de piratería acompañada de homicidio o abandono de persona en peligro; naufragio o varadura de un buque con el propósito de robar o atentar contra las personas que se encuentran a bordo, si como consecuencia del naufragio resultare la muerte de alguna persona de las que tripulare el barco; asesinato; parricidio; homicidio causado por el empleo de explosivos; naufragio, varadura o destrucción de una nave, aunque no mediare dolo específico, si como consecuencia del estrago resultare la muerte de una persona.

 

De acuerdo con el Artículo 30 del Código de Defensa Social, la pena capital es aplicable a los autores mediatos e inmediatos, excluyéndose tácticamente a los cómplices, a quienes se les deba rebajar “de una cuarta parte a la mitad” de la pena que corresponda a los autores.

 

El régimen legal de la pena de muerte descrito, sufrió su primera alteración al promulgar el entonces recién constituido Gobierno Revolucionario de Cuba, la Ley Fundamental del 7 de febrero de 1959, derogatoria de la Constitución de 1940, que Fidel Castro Ruz había prometido restablecer y hacer cumplir. Incluso el 18 de enero de 1959, tres semanas antes de su derogatoria, salió publicada la segunda parte de la Edición de la Libertad de la revista Bohemia, en la que Raúl Castro Ruz declaró:

 

Puedes asegurar que si nosotros logramos hacer cumplir fielmente la Constitución de 1940, habremos realizado una verdadera revolución”.

 

http://www.bohemia.cu/2008/12/17/historia/dejenme-aqui-18-25.html

 

En esa oportunidad, el 7 de febrero de 1959, se modificó esencialmente la aplicación de la pena de muerte, al disponer el Artículo 25 de la Ley Fundamental que no podría imponerse la pena de muerte salvo en “los casos de los miembros de las Fuerzas Armadas, de los cuerpos represivos de la Tiranía, de los grupos auxiliares organizados por ésta, de los grupos armados privadamente organizados para defenderla y de los confidentes, por delitos cometidos en pro de la instauración o defensa de la Tiranía derrocada el 31 de diciembre de 1958”; y el mismo numeral también permitió aplicar la pena de muerte a “las personas culpables de traición o subversión del orden institucional o de espionaje en favor del enemigo en tiempo de guerra con nación extranjera”.

 

La Ley Fundamental, en su Disposición Transitoria Adicional Primera, al mantener la vigencia de las disposiciones legales y reglamentarias penales, civiles y administrativas promulgadas por el Alto Mando del Ejército Rebelde “durante el desarrollo de la lucha armada contra la tiranía” hasta que se instaure el Gobierno por elección popular, incorporó al régimen penal el Reglamento No. 1 del Ejército Rebelde de fecha 21 de febrero de 1958, ratificado en cuanto a su vigencia, con la modificación de sus Artículos 1, 2, 7, 8 y 16, por la Ley No. 33 del 29 de enero de 1959. El modificado Reglamento No. 1 aplica la sanción de muerte a los delitos de asesinato, traición, espionaje, violación, homicidio, asalto a mano armada, robo, saqueo, bandolerismo, deserción y otros relacionados con la disciplina militar (Artículos 12 y 13).

 

El Reglamento No. 1 del Ejército Rebelde, en su Artículo 16 modificado por la Ley No. 33, otorga carácter supletorio en cuanto no lo contradiga a las Leyes Penales de la República de Cuba en Armas durante la Guerra de Independencia y al Código de Defensa Social, es decir que incorpora a la legislación sustantiva vigente la Ley Penal del 28 de julio de 1896, dictada durante el proceso libertario cubano. Esta última considera sancionable con la pena de muerte, entre otros, al delito de traición (Artículo 49), cuya calificación está contenida en los quince incisos del Artículo 48; la fuga en dirección al enemigo del militar en acción de guerra (Artículo 51); sedición (Artículo 67); desobediencia del militar frente al enemigo, a rebeldes o sediciosos (Artículo 73); malversación de fondos públicos (Artículo 89); agresión armada contra cualquier Autoridad o Funcionario Público o maltrato de obra del militar contra su superior con ocasión del servicio (Artículo 99); parricidio, filicidio y conyugicidio (Artículo 112); homicidio calificado (Artículo 113); homicidio simple cuando no concurran circunstancias atenuantes (Artículo 114); violación o rapto de una mujer (Artículos 120 y 121); robo ejecutado con violencia o intimidación aunque el delito quede en el grado de tentativa o sea frustrado (Artículos 130 y 131).

 

Es oportuno advertir la evidente discrepancia entre el Artículo 25 de la Ley Fundamental que proscribe la pena de muerte para castigar los delitos comunes perpetrados por personas ajenas a la derrocada tiranía de Fulgencio Batista y las disposiciones citadas del Reglamento No. 1 del Ejército Rebelde y su supletoria la Ley Penal de 1896 de la República en Armas, que establecen la pena capital para un cuantioso número de delitos comunes.

 

El Artículo 25 de la Ley Fundamental fue modificado por la Ley de Reforma Constitucional del 29 de junio de 1959, que amplió la pena de muerte para incluir a las personas “culpables de delitos contrarrevolucionarios así calificados por la Ley y, de aquellos que lesionen la economía nacional o la hacienda pública”, (agregado el subrayado). La Ley No. 425 del 7 de julio de 1959 considera delitos contrarrevolucionarios los comprendidos en los Capítulos I (Delitos contra la integridad y la estabilidad de la Nación), III Delitos contra los Poderes del Estado), y IV (Disposiciones comunes a los Capítulos Precedentes), Título I del Libro II del Código de Defensa Social, cuyo contenido ha sido materia de un breve análisis. Dicha ley modifica los citados acápites del código penal aumentando los límites de las sanciones e imponiendo alternativamente la pena capital para la mayoría de los casos.

 

La Ley No. 425, además, amplía el número de delitos contrarrevolucionarios; sus Artículos quinto, sexto y octavo configuran nuevas acciones delictivas, como por ejemplo, volar sobre el territorio cubano para observarlo con fines contrarrevolucionarios o alarmar a la población, realizar cualquier agresión contra la economía nacional que signifique riesgo para la vida humana, asesinar con propósito contrarrevolucionario o su comisión imperfecta. Todas las hipótesis contempladas en los artículos citados están sancionadas con 20 años de privación de la libertad a muerte. La mencionada ley también restablece la pena de muerte para los casos previstos en los Artículos 468-1 y 472-B, Título I (Delitos contra la seguridad colectiva) del Libro II del Código de Defensa Social, descritos anteriormente.

 

La Ley No. 732 del 17 de febrero de 1960 extiende la aplicación de la pena de muerte al modificar los Capítulos V (Malversación de Caudales Públicos) y VI (Fraudes y Exacciones Ilegales), Título VIII del libro II del Código de Defensa Social. La citada ley, que califica de contrarrevolucionarios a los delitos comprendidos en los acápites que modifica, sanciona con privación de libertad de 10 a 30 años o muerte a los funcionarios públicos que se apropiaren de caudales públicos a su cargo (Artículo 420-A), a quienes distrajeron de algún modo los caudales públicos puestos a su cargo (Artículo 422-A), y a aquel que concertare con un proveedor o contratista para defraudar al Erario (Artículo 427-A).

 

El Capítulo I (Incendio y otros estragos), Título X (delitos contra la seguridad colectiva) del Libro II del Código de Defensa Social, también ha sido modificado por la Ley 923 del 4 de enero de 1961, incrementándose la sanción a pena de muerte o privación de la libertad de 10 a 30 años, a quien incendiare edificio público o particular, cualquier vehículo, nave o aeronave con propósitos contrarrevolucionarios (Artículo 465-A); a quien sin la autorización correspondiente incendiare campos de caña, bosques, pastos y cosechas, ingenios, o por cualquier otro acto causare daño en los campos de caña, en las instalaciones industriales o en los bateyes de los ingenios o en los vehículos destinados al acarreo y transporte de la caña (Artículo 465-E); a quien atentare contra las personas o causare daño en las cosas, empleando sustancias o aparatos explosivos u otros medios capaces de producir grandes estragos (Artículo 468); a quien sin autorización legal tuviere materias inflamables o explosivas o cualquier sustancia o artefacto adecuado para producir sabotaje y actos de terrorismo, y a quien sin autorización fabrique, facilite, o venda o transporte, dichos instrumentos y sustancias (Artículos 469 A y B). Dicha ley sanciona con igual pena a los autores intelectuales o mediatos, cómplices o encubridores de los delitos comprendidos en los mencionados artículos, a pesar de lo dispuesto por el Código de Defensa Social.

 

Por último la Ley No. 988 de noviembre de 1961, castiga con la pena de muerte la realización de las actividades contrarrevolucionarias consistentes en asesinatos, actos de sabotaje y destrucción de riquezas nacionales “mientras por parte del imperialismo norteamericano persista la amenaza de agresión desde el exterior o la promoción de actividades contrarrevolucionarias en el país”.

Del Humanismo al Comunismo

 

El anticomunismo de Fidel Castro fue reafirmado el 24 de diciembre de 1960, cuando su canciller, Raúl Roa García, expresó en Naciones Unidas: “Ni capitalismo en su acepción histórica, ni comunismo en su realidad actuante. Entre las dos ideologías o posiciones políticas y económicas que se están discutiendo en el mundo -ha precisado Fidel Castro, líder máximo de la Revolución Cubana y Primer Ministro del Gobierno-, nosotros tenemos una posición propia”.

 

http://www.lajiribilla.cu/2007/n310_04/310_11.html

 

Sin embargo, cuatro meses después, el 16 de abril 1961, Fidel Castro se declaró socialista; el 20 de abril de 1961, Fidel Castro ordenó el fusilamiento del comandante Humberto Sorí Marín, Auditor General del Ejército Rebelde y su ministro de Agricultura en el primer gobierno revolucionario; el 17 de septiembre de 1961 Fidel Castro expulsó de Cuba a ciento treinta sacerdotes; el 22 de diciembre de 1961, Fidel Castro se proclamó marxista-leninista; y en 1969 prohibió la celebración de la Navidad durante veintiocho años.

Serie del Humanismo al Comunismo


La Cuba de Castro es una serie en tres partes producida y dirigida por Humberto López Guerra. Fue estrenada en Estados Unidos en 1989. Se le considera como la serie televisiva más completa producida en la década de los ochenta del siglo pasado.

 

Esta es la primera parte: Del Humanismo al Comunismo. Aunque presenta algunos errores, es digna de ver para el que no conozca la historia de Cuba de las últimas seis décadas.

 

Del Humanismo al Comunismo comienza con un recuento histórico desde los inicios de la década del treinta, durante la dictadura de Gerardo Machado, la entrada de Fulgencio Batista en la escena política cubana en la década del cuarenta, los inicios de la revolución, la victoria de Fidel Castro el 1 de enero de 1959 hasta la Crisis de Octubre de 1962, que puso al mundo al borde de una guerra nuclear.

 

Lo que en principio fue según el propio Fidel Castro, una revolución humanista se convirtió rápidamente en un régimen comunista apoyado y sustentado económica y militarmente por la desaparecida Unión Soviética. Mucho se ha especulado sobre cómo la Revolución cubana devino en una tiranía comunista.

 

En el documental intervienen entre otros: Fidel Castro, Fulgencio Batista, Guillermo Cabrera Infante, Huber Matos, Carlos Franqui, José Pardo Llada y Marta Fraide.

 

Si desea más información sobre la serie de televisión: http://www.imdb.com/title/tt0406633/

La Cuba de Fidel Castro:

Del humanismo al comunismo

Parte I

La Cuba de Fidel Castro:

Del humanismo al comunismo

Parte II

La Cuba de Fidel Castro:

Del humanismo al comunismo

Parte III

La Cuba de Fidel Castro:

Del humanismo al comunismo

Parte IV

La Cuba de Fidel Castro:

Del humanismo al comunismo

Parte V

La Cuba de Fidel Castro:

Del humanismo al comunismo

Parte VI

El anticomunismo de Fidel Castro fue reafirmado el 24 de diciembre de 1960, cuando su canciller expresó en Naciones Unidas: “Ni capitalismo en su acepción histórica, ni comunismo en su realidad actuante”. Léase el discurso de Raúl Roa García, canciller de Fidel Castro durante tres décadas.

 

 

La nueva Cuba

Raúl Roa García

Discurso en la ONU, 24 de diciembre de 1960

http://www.lajiribilla.cu/2007/n310_04/310_11.html

 

No es en cumplimiento de mero trámite ritual que comienzo mis palabras expresando a usted, Sr. Presidente, en nombre del gobierno y del pueblo cubanos, la más cálida felicitación por su elección a la presidencia de la Asamblea en este período ordinario de sesiones. Es con el legítimo orgullo y la clara alegría de quien siente como propio tan señalado y merecido honor. Somos americanos de la otra América y nuestros son los triunfos de sus hijos, como son nuestros también los dolores, afanes y esperanzas de sus pueblos. En usted, peruano ilustre que ha bregado sin tregua ni vacilaciones por trasmutar en carne de realidad el espíritu de los más altos principios de la convivencia internacional, la Cuba nueva se siente satisfactoriamente representada en este parlamento universal de naciones.

 

No resulta ocioso puntualizarlo: la Cuba nueva que tengo la honra de representar ha mantenido, mantiene y mantendrá en sus proyecciones internacionales una posición congruente con la naturaleza y los objetivos nacionales de la Revolución que conquistó su plenitud de albedrío político y está transformando su estructura económica y su paisaje social. Cuba es hoy, por primera vez en su historia, efectivamente libre, independiente y soberana y, en consecuencia, su política internacional se ha emancipado de toda clase de ataduras, supeditaciones y servidumbres. Durante el trágico septenio en que ocupó esta tribuna su espolique de la dictadura derrocada, el voto de Cuba se emitió, siempre, a dictado ajeno. Hoy Cuba vota por cuenta propia y a tenor de su política internacional propia. Lo demostró ya al discutirse la cuestión de los Camerunes y acaba de corroborarlo, absteniéndose al votarse el proyecto de resolución sobre el asendereado tema de la representación de China. Digámoslo ya sin ambages: la colonia sobreviviente en la República se extinguió, totalmente, con la fuga vergonzante del ex dictador Fulgencio Batista y el establecimiento del gobierno revolucionario. La alborada de redención que se inició con el advenimiento del año de 1959 alumbra una etapa nueva en la historia de América. No en balde la Revolución Cubana aporta fórmulas autóctonas al nivel de los tiempos para la solución de sus crónicos problemas, y restituye a la dignidad humana valores universales escarnecidos en este hemisferio y en otras latitudes.

 

De la hondura y el alcance de la Revolución Cubana da exacta medida la campaña de falsedades, calumnias y vituperios de que viene siendo objeto por agencias cablegráficas norteamericanas y órganos de prensa de distintos países harto conocidos por su espíritu reaccionario y pragmáticas proclividades. Los mismos intereses que enmudecieron, por razones de pura conveniencia, ante los crímenes horrendos cometidos por Batista son los que ahora, en connivencia con algunos senadores y criminales de guerra cubanos, urden, organizan y financian esta campaña, enderezada, primordialmente, a suscitar un ambiente internacional propicio a las invasiones contrarrevolucionarias, con centro de operaciones en Miami y en la República Dominicana, como la recientemente descubierta y aplastada, y, asimismo, a la intervención extranjera so capa de la mendaz “infiltración comunista en las esferas oficiales”.

 

Pero ni esa aviesa campaña, ni esos descabellados proyectos, ni esa amenaza de intervención extranjera, nos harán ceder un milímetro en la defensa de la autodeterminación del pueblo cubano y del desarrollo ascendente de la Revolución. Lo que supimos ganar como hombres, lo conservaremos como hombres y, estamos seguros, con el apoyo moral de los pueblos subdesarrollados de América, África y Asia, ya que la derrota de la Revolución Cubana entrañaría su propia derrota y, por ende, un ostensible retraso en el proceso inexorable de su liberación. Y estamos seguros de que contaremos en pareja medida con la simpatía de los pueblos desarrollados y, sobre todo, del pueblo norteamericano, que forjó la libertad, el progreso y la prosperidad que hoy disfruta en porfiada lucha contra los obstáculos que se levantaron en su camino. La América de Jefferson, Hamilton y Lincoln, aunque distinta por su origen, lengua y trayectoria, es idéntica en sus aspiraciones humanas a la América de Bolívar, Juárez y Martí.

 

Afronta hoy la humanidad una coyuntura en que se entremezclan y confunden vagidos y estertores, polaridades y distensiones, luces y sombras, ilusiones y agonías. No podía ser de otro modo en una fase transicional en que se disputan el cetro de la historia que es a la par flujo y rebalse, nuevas y viejas concepciones, métodos, valores y rutas. Una de las dualidades más dramáticas de esta hora decisiva es que, en tanto las grandes potencias invierten fabulosas cantidades en medios de destrucción y se aprestan audazmente a la conquista del cosmos, millones de seres desamparados se levantan con el sol y se acuestan con el hambre. La desproporción entre el ritmo del progreso técnico y del ritmo del progreso social es, en verdad, alarmante. Crece la penuria a medida que el hombre desencanta la naturaleza. Sobra la libertad interplanetaria y falta en este planeta. Mengua la dignidad humana mientras aumenta el saber científico. El mundo de las cosas, controlado por minorías privilegiadas, se sobrepone ya, e intenta uncirlo y degradarlo, al mundo del espíritu. Los gobiernos aparecen vertebrados en bloques hostiles y nunca ha sido más íntima la interdependencia, y más apremiante la necesidad de entendimiento y compenetración entre los pueblos, a merced de la chispa que los suma en pavorosa conflagración nuclear. Y, mientras su tranquilo satélite se aproxima cada vez más en condición de tributario, la paz se aleja cada vez más del globo terráqueo.

 

Esas hirientes dualidades, surgidas de la forma en que se ha usado y suele usarse el poder, la riqueza y la cultura, son las que urge superar en una síntesis en que los medios de destrucción se truequen en medios de producción y el hombre advenga raíz y ápice de la organización política, económica, social y cultural de la convivencia nacional e internacional. La gran tarea y el gran deber de las Naciones Unidas es, acorde con sus normas y postulados, contribuir incansablemente a la sustitución del mundo edificado para la muerte en que moramos, por un mundo construido para la vida.

 

La política internacional del gobierno revolucionario de Cuba responde, cabalmente, al sentido humano que configura y rige su política nacional, hechura de las necesidades y aspiraciones del pueblo que la sustenta. Desgraciadamente, es un hecho como puño que el mundo se halla hoy dividido en dos grandes grupos, conducidos, respectivamente, por los Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, ambas armadas hasta los dientes, y un tercer grupo, con mucha más fuerza moral que material, que pretende servir de puente entre aquellos. Cuba figura, por su tradición histórica, su localización geográfica y sus obligaciones internacionales, en el grupo denominado occidental. Pero el gobierno revolucionario de Cuba no admite ni acepta dilemas falsos ni disyuntivas prefabricadas. Esto quiere decir, en términos concretos, que no admitimos ni aceptamos que haya ineluctablemente que elegir entre la solución capitalista y la solución comunista. Hay otros caminos y otras soluciones de limpia textura democrática; y Cuba ya encontró su propio camino y la solución propia de sus problemas, que es el camino y la solución de los pueblos latinoamericanos y que es, en última instancia, con las naturales diferencias de matices, lo que le acerca y vincula a los pueblos subdesarrollados de África y Asia, en la denodada búsqueda de su propia expresión. El papel de Cuba en el mundo es llegar a ser quien es y, en ningún caso, ya lo señaló José Martí, servir de arria de una parte de él contra otra o de otra contra una. En el juego de ajedrez de la política de poder, no se nos encontrará nunca fungiendo de dócil peón. Tiempo es ya de que las grandes potencias dejen de administrar, a su arbitrio, la suerte de las naciones pequeñas. La acción compulsiva en Guatemala, Guayana, Hungría, Argelia y el Tibet no debe repetirse.

 

Dentro de ese complejo cuadro de factores, el gobierno revolucionario de Cuba ha mantenido, mantiene y mantendrá una política propia, dictada por los superiores intereses del pueblo que representa y de los pueblos de su estirpe y afines. Aunque alentamos el hermoso sueño de un mundo libre y democráticamente unido en su diversidad, y entendemos que la perspectiva universal se impone en nuestra época, y es esta, justamente, una institución que se ocupa y preocupa por el mejoramiento de las relaciones humanas en el ámbito internacional, es obvio que nos sintamos entrañablemente ligados, por comunidad de vocación, historia, cultura y destino, a los pueblos latinoamericanos y, codo a codo, libremos con ellos la ingente batalla de nuestra América contra el subdesarrollo económico, que la deforma, enfeuda y empobrece, y que es la verdadera fuente de los trastornos políticos y de las dictaduras y tiranías que hemos padecido y de las que aún padecemos.

 

Ni capitalismo en su acepción histórica, ni comunismo en su realidad actuante.

 

Entre las dos ideologías o posiciones políticas y económicas que se están discutiendo en el mundo ―ha precisado Fidel Castro, líder máximo de la Revolución Cubana y Primer Ministro del Gobierno―, nosotros tenemos una posición propia. La hemos llamado humanista por sus métodos humanos, porque queremos librar al hombre de los miedos, las consignas y los dogmas. Revolucionamos la sociedad sin ataduras, sin terrores. El tremendo problema del mundo es que lo han puesto a escoger entre el capitalismo, que mata de hambre a los pueblos, y el comunismo, que resuelve los problemas económicos pero que suprime las libertades, que son tan caras al hombre. Los cubanos y los latinoamericanos ansían y quieren una revolución que satisfaga sus necesidades materiales sin sacrificar sus libertades. Si logramos esto por métodos democráticos, la Revolución Cubana pasará a ser clásica en la historia del mundo. Y nosotros no entendemos las libertades como las entienden los reaccionarios, que hablan de elecciones, pero no de justicia social. Sin justicia social, no hay democracia posible, ya que los hombres serían esclavos de la miseria. Por eso hemos dicho que estamos a un paso más de la izquierda y de la derecha, y que esta es una revolución humanista porque no deshumaniza al hombre, porque tiene al hombre como su objetivo fundamental. El capitalismo sacrifica al hombre; el estado comunista, con su concepción totalitaria, sacrifica los derechos del hombre. Por eso no estamos con ninguno de ambos sistemas. Cada pueblo tiene que desarrollar su propia organización política, extraída de sus propias necesidades, no impuesta ni copiada; y la nuestra es una revolución autóctona, cubana, tan cubana como nuestra música. ¿Se concibe que todos los pueblos escuchen la misma música? De ahí que yo dijera que esta revolución no es roja, sino verde olivo, porque el verde olivo es precisamente el color nuestro, de la revolución que salió del Ejército Rebelde, de las entrañas de la Sierra Maestra.

 

Esta posición no es tercera, ni cuarta, ni quinta posición: es nuestra posición, la indoblegable posición del gobierno revolucionario y del Movimiento 26 de Julio, que equidista de las estructuras totalitarias y seudodemocráticas del poder, y se traduce en régimen de opinión pública en lo interno y en diplomacia de puertas abiertas en el externo.

 

El humanismo, como idea, remonta su genealogía a la antigua Grecia. Afloró en la espléndida madurez del siglo de Pericles en apotegma ya consagrado por la posteridad: “El hombre es la medida de todas las cosas.” En aquella sociedad fundada en la esclavitud, el único hombre que pudo ser medida de todas las cosas fue el propietario de ilotas. Esta idea se enriquece, siglos después, al postular el Cristianismo, en una sociedad fundada en la servidumbre, la inviolabilidad de la conciencia humana como salvaguarda de la dignidad de la persona. El humanismo renacentista, flor exquisita de la más prodigiosa primavera del espíritu que registra la historia, ensayó en vano, en aquella sociedad emergente y fragmentada en intereses, fuerzas, relaciones y valores contrapuestos, hacer de lo humano el común divisor de todos los grupos, oficios y clases, confiando, ingenuamente, la supresión de los desniveles sociales a un acto de voluntad individual. El humanismo rebrotó, impetuosamente, como idea, con la Ilustración y ya como actitud durante la Revolución Francesa, bajo la célebre divisa “igualdad, libertad y fraternidad”. Pero, si bien es cierto que el derrocamiento del absolutismo, las invenciones mecánicas y las revoluciones emancipadoras de América tendieron a soldar el hiato entre la idea y la realidad, no lo es menos que aquél se ensancha y profundiza por el predominio del régimen de lucro, la patológica desviación de la técnica y la irrupción de la estatolatría, con la consiguiente declinación de los fueros de la persona, la mecanización de la miseria y el empleo del genio humano en la fabricación de armas devastadoras.

 

Nunca antes régimen social alguno deshumanizó al hombre en tal grado y medida. Pero nunca antes, tampoco, aparece el humanismo en su significado ideal y en sus implicaciones reales como la Revolución Cubana. La idea de que el hombre es el capital más preciado y a la efectiva satisfacción de sus necesidades biológicas y espirituales deben subordinarse el poder, la riqueza y la cultura, es la fuerza motriz de la Cuba nueva que se está erigiendo, a contrapelo de prejuicios, privilegios, resistencias y conjuras. Y, para “poner la justicia tan alta como las palmas y al cubano en el pleno goce de sí mismo”, la revolución ha modificado el régimen de tenencia de la tierra, la organización fiscal, el sistema arancelario, los métodos educativos y aún el estilo de vida, sentando así las bases del ulterior desarrollo industrial, sin sacrificar una sola de las libertades individuales y públicas. Se gobierna hoy, por primera vez, en nombre del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. O para decirlo más exactamente: quien gobierna es el pueblo, ya que el poder revolucionario es su poder y, por serlo, goza de la investidura plausible. Pero, precisamente por ser una revolución de hondas raíces y vastas proyecciones democráticas, no persigue ni teme a ninguna idea y ampara la libre expresión de todas las ideologías, por reaccionarias o extremistas que sean. El respeto al criterio ajeno y a la dignidad de la persona es la clave profunda del sentido humanista de la Revolución Cubana.

 

Si incluso el hombre común de las grandes potencias sueña hoy con la paz perpetua a precio de coexistencia, con mayor razón el pueblo cubano, que por su pequeñez e indefensión la necesita para pervivir y la requiere para la construcción de una vida más libre, más justa y más bella. Somos, pues, partidarios fervientes de cuantos esfuerzos se realicen para aliviar las grandes tensiones existentes, garantizar el derecho de los pueblos subdesarrollados a su libre desenvolvimiento y establecer los fundamentos de una paz sólida y duradera. En ese sentido, las conferencias efectuadas recientemente en Europa y las conversaciones en curso del Presidente de los Estados Unidos de América y del Presidente del Consejo de Ministros de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas constituyen síntomas alentadores. Consideremos, empero, muy poco halagüeño que estas conversaciones se hayan concebido y concertado sin tomarse en cuenta la opinión de las naciones pequeñas y, particularmente en nuestro caso, de las que forman la comunidad latinoamericana, que representa la fuerza moral, política, económica y cultural de doscientos millones de personas. Esa comunidad regional tiene derecho, aunque no fuese más que por su cuantioso peso específico en la comunidad internacional, a que se le informe y consulte en cuestiones que le afectan directamente. Dirimirlas a sus espaldas resulta, cuando menos, incorrecto. O somos iguales jurídica y moralmente como estados en esta Asamblea y los problemas que atañen a la guerra y a la paz se discuten en su seno, o esa igualdad jurídica y moral es solo un enunciado retórico.

 

Cuba quiere dejar también constancia de su absoluta disconformidad con la sustracción, de hecho, a la jurisdicción de la Asamblea, de tema tan capital como el desarme. No queda otra alternativa que aceptar el informe que se confeccione por el denominado Comité de los Diez, al cual han investido de facultad decisoria las cuatro potencias.

 

Interesada vitalmente en la terminación de la guerra fría y en la consolidación de la paz, Cuba considera indispensable que se llegue, rápidamente, a un eficaz y perdurable acuerdo sobre el desarme. Nada bueno augura la desenfrenada carrera de armamentos que han emprendido las grandes potencias. Es hora ya de elaborar fórmulas aceptables que le pongan fin, o al menos la frenen o encaucen.

 

Cuba propugna el cese definitivo de las pruebas de armas termonucleares y se opone al proyecto de Francia de realizarlas en el Sahara. Los millones de seres que correrían peligro de muerte por las precipitaciones radiactivas valen más que el prestigio científico o militar de Francia o de cualquier otro país.

 

Pueblo el nuestro laborioso y pacífico aspira a convivir y comerciar con todos los pueblos de la tierra y, preferentemente, con los de este hemisferio. A tal punto ama la paz, que está convirtiendo sus cuarteles en escuelas y sus tanques en tractores. Y, porque ama la paz y quiere vivir en paz, el gobierno que lo representa reitera su decidido propósito de apoyar los acuerdos que se adopten sobre el desarme y la supresión total de las pruebas termonucleares.

 

El único país con el cual Cuba ha roto sus relaciones diplomáticas y comerciales es con la República Dominicana, y a ello se vio obligada, no solo por las repetidas agresiones de que fueron víctimas sus representantes diplomáticos y su contubernio con los criminales de guerra cubanos allí refugiados, sino por la comisión de delitos internacionales incompatibles con los compromisos interamericanos contraídos sobre la materia. Pero abrigamos la esperanza de que esta forzada ruptura, que no alcanza ni puede alcanzar al pueblo dominicano, sea un breve paréntesis, ya que, desaparecidas las causas, desaparecerán los efectos.

 

El ocaso del sistema colonial en Asia y África, secular reservorio de materias primas de las estructuras imperiales de poder, es uno de los hechos más promisorios que brinda el enconado panorama internacional. Millones de hombres, sometidos durante siglos a la coyunda extranjera, han entrado ya en la categoría política de ciudadanos en condiciones de autogobernarse y decidir su propio rumbo en el concierto de los estados. Cuba, nación que durante largas centurias sufrió en su carne y en su espíritu las afrentas, exacciones y menoscabos del yugo colonial, saluda jubilosa este despertar de África y Asia, y la constitución en naciones libres y soberanas de muchas de sus regiones otrora avasalladas y exprimidas. Su incorporación a la Organización de las Naciones Unidas es un aporte valiosísimo a la causa del entendimiento y la cooperación internacional y, por tanto, del equilibrio y de la paz del mundo.

 

La emancipación de los territorios dependientes y de las naciones aún sojuzgadas en África contribuiría, sin duda, a acelerar y fortalecer el régimen de seguridad y convivencia que todos anhelamos. Algunas de esas naciones y territorios, como el Camerún bajo administración francesa, la Somalia bajo administración italiana, el Togo bajo administración francesa y Nigeria, están ya en proceso pacífico de constitución como estados independientes. Otros, como Argelia, se han visto compelidos a afirmar su voluntad de ser libres y soberanos mediante el ejercicio de la violencia, siempre justa para resistir el mal, la injusticia y la opresión. Este valeroso pueblo se ha ganado ya, en épica contienda, el derecho a ingresar en la comunidad internacional y, por eso, Cuba votará a favor de la independencia de Argelia.

 

Pero la independencia política, sin una firme y variada estructura económica nacional, suele ser, por lo común, ilusoria y, a veces, vestidura formal de un protectorado efectivo. De ahí que la estabilidad y el progreso de los pueblos emancipados de África y Asia dependan estrechamente de su desarrollo económico. Ese es, asimismo, el problema que encaran, en circunstancias y planos diversos, los pueblos latinoamericanos.

 

Cuba ha adoptado ya las medidas de orden interno encaminadas a cimentar la estructura de una economía propia y diversificada y con autonomía de movimiento en el mercado mundial. A ese efecto, ha proscrito el latifundio y ha emprendido un amplio plan de reforma agraria, que, aunado a un adecuado sistema fiscal, arancelario y crediticio, constituye el supuesto indispensable de un desarrollo industrial. Es difícil, sin embargo, alcanzar en poco tiempo tan alto objetivo sin una cuantiosa cooperación internacional de capital público. Las inversiones privadas extranjeras, útiles y deseables si contribuyen al desarrollo nacional, y las instituciones internacionales de crédito no están en condiciones de proporcionar ni siquiera el mínimo de recursos económicos que se necesitan. La Operación Panamericana, iniciativa del presidente de Brasil, Juscelino Kubitschek, constituye, indisputablemente, uno de los proyectos de mayor envergadura en ese campo. En la reunión de la Comisión de los 21, efectuada en Buenos Aires a principios de 1959, el Primer Ministro de Cuba, Fidel Castro, demandó de los Estados Unidos de América, como solución efectiva del problema del subdesarrollo en la América Latina, un financiamiento público de 30 000 millones de dólares en un plazo de diez años. Ninguna vía más idónea que esa para extinguir de raíz la inestabilidad política latinoamericana y asegurar el perenne florecimiento de la democracia representativa. Cuba renovará esta demanda en la Conferencia Interamericana de Quito. Ni hay otra vía que esa para consolidar el futuro de los países emancipados de África y Asia. Las Naciones Unidas, comprometidas a velar por ese futuro, están obligadas a proporcionarles la ayuda económica y la asistencia técnica que requieren dichos países para acelerar sus retrasadas economías y levantar sus niveles de ingresos y de empleo.

 

Cuba, parece obvio decirlo, se opone a toda discriminación por motivos de raza, sexo, ideología o religión y, por ello, hace constar su más severa protesta contra la política del apartheid y contra todo tipo de persecución por disidencia ideológica o confesional, aquende y allende las barreras que separan al mundo oriental del mundo occidental.

 

Es oportuno recordar aquí, con honda amargura, la callada por respuesta que dio esta organización a los angustiosos pedimentos de las instituciones cívicas, profesionales, culturales y religiosas de Cuba, para que, en nombre de la conciencia universal ultrajada, se impusiera un alto a los desafueros, torturas y crímenes impunemente perpetrados por la cruel dictadura de Batista.

 

En el ámbito regional, las repúblicas americanas han arrostrado diversos problemas y situaciones conflictivas, localizadas geográficamente en el área del Caribe. La V Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de las Repúblicas Americanas, que tuvo su sede en Santiago de Chile, fue convocada oficialmente para examinar las “tensiones” en dicha área. No cabe duda de que los enemigos internacionales de la Revolución Cubana aspiraban a sentar a Cuba, cuya actitud frente a las dictaduras residuales en el hemisferio es bien sabida, en el banquillo de los acusados, es decir, convertirla de agredida en agresora. Cuba aceptó el envite planteado en la Organización de los Estados Americanos, como tema central de la agenda, las relaciones entre el subdesarrollo económico y la inestabilidad política. A nuestro juicio la reunión de cancilleres solo tendría sentido y eficacia si iba, derechamente, a determinar la causa profunda de las tensiones existentes en el área del Caribe y en toda la América Latina, ya que confinarlas a una región resultaba tan arbitrario como falso. La causa profunda de las tensiones y trastornos políticos y sociales en la América Latina, agudizados sobremanera en el área del Caribe por el entronizamiento de estructuras autoritarias de poder, es el subdesarrollo económico, con sus inevitables corolarios: concentración de la propiedad rural, penuria masiva, analfabetismo, insalubridad, dependencia comercial, capital absentista y despotismo político. El tema, al cabo incluido en la agenda, tras contumaz y absurda renuencia, fue tratado detenidamente en la reunión de cancilleres, adoptándose, en la resolución correspondiente, nuestro punto de vista, generalizado a toda la América Latina. Cuba obtuvo, también, que la reunión se celebrase a puertas abiertas, y, ante la opinión pública continental, lidió, tenazmente, por el principio de no intervención, el respeto a los derechos humanos, la intangibilidad del régimen de exiliados, la incompatibilidad de las dictaduras con el sistema jurídico interamericano y el derecho de todo estado a rechazar cualquier investigación de sus asuntos internos. Cúpole, igualmente, a Cuba, derrotar, en toda línea, el proyecto de resolución creando una policía internacional que violaba el orden constitucional americano y servía, exclusivamente, los intereses de las dictaduras y de los consorcios económicos que las apoyan. La posición internacional de Cuba salió vigorosamente afirmada de la V Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores.

 

La labor realizada por las Naciones Unidas en el campo económico, social y educativo es digna de toda loa. En prueba de reconocimiento a sus óptimos frutos, Cuba ha aumentado considerablemente, este año, su contribución a los servicios de ayuda técnica. Y ha cooperado económicamente, asimismo, al Año Mundial de los Refugiados, aunque considera que la filantropía internacional es insuficiente para resolver tan agudo y patético problema.

 

La nueva Cuba tiene aún fe en la misión confiada por los pueblos a la Organización de las Naciones Unidas. Esta misión se resume en una palabra: paz. Pero para merecer la paz hay que conquistarla, y solo cabe conquistarla mediante un ahincado esfuerzo a favor del entendimiento, la cooperación y la solidaridad internacionales, fundados en el respeto a los fueros de la persona, en el acceso del hombre común a los bienes que engendra con su trabajo y en el señorío del espíritu sobre la técnica. Pan con libertad, pan sin terror, es el sustentáculo más firme de la paz sólida y perdurable que todos ansiamos.

La amnistía que causó

la devastación de Cuba

 

A Rafael Díaz-Balart –cuñado por entonces de Fidel Castro- se le atribuye haber pronunciado un discurso en la Cámara de Representantes de Cuba en 1955, en contra de la amnistía que finalmente se concedió a Fidel Castro y sus seguidores, encarcelados por los sangrientos sucesos del 26 julio de 1953.

 

De ser cierto que pronunció ese discurso, hay que reconocerle que sus palabras resultaron proféticas. Esa amnistía causó la devastación de Cuba.

 

Señor Presidente y señores representantes:

 

He pedido la palabra para explicar mi voto, porque deseo hacer constar ante mis compañeros legisladores, ante el pueblo de Cuba y ante la Historia, mi opinión y mi actitud en relación con la amnistía que esta Cámara acaba de aprobar y contra la cual me he manifestado tan reiterada y enérgicamente. No me han convencido en lo más mínimo los argumentos de la casi totalidad de esta Cámara a favor de esa amnistía. Que quede bien claro que soy partidario decidido de toda medida a favor de la paz y la fraternidad entre todos los cubanos, de cualquier partido político o de ningún partido, partidarios o adversarios del gobierno. Y en ese espíritu sería igualmente partidario de esta amnistía o de cualquier otra amnistía. Pero una amnistía debe ser un instrumento de pacificación y de fraternidad, debe formar parte de un proceso de desarme moral de las pasiones y de los odios, debe ser una pieza en el engranaje de unas reglas de juego bien definidas, aceptadas directa o indirectamente po r los distintos protagonistas del proceso que se está viviendo en una nación.


Y esta amnistía que acabamos de votar desgraciadamente es todo lo contrario. Fidel Castro y su grupo han declarado reiterada y airadamente, desde la cómoda cárcel en que se encuentran, que solamente saldrán de esa cárcel para continuar preparando hechos violentos, para continuar utilizando todos los medios en la búsqueda del poder total al que aspiran. Se han negado a participar en todo proceso de pacificación y amenazan por igual a los miembros del gobierno que a los de la oposición que deseen caminos de paz, que trabajen a favor de soluciones electorales y democráticas, que pongan en manos del pueblo cubano la solución al actual drama que vive nuestra patria.


Ellos no quieren paz. No quieren solución nacional de tipo alguno, no quieren democracia, ni elecciones ni confraternidad. Fidel Castro y su grupo solamente quieren una cosa: el poder, pero el poder total, que les permita destruir definitivamente todo vestigio de Constitución y de ley en Cuba, para instaurar la más cruel, la más bárbara tiranía, una tiranía que enseñaría al pueblo el verdadero significado de lo que es la tiranía, un régimen totalitario, inescrupuloso, ladrón y asesino que sería muy difícil de derrocar por lo menos en 20 años. Porque Fidel Castro no es más que un psicópata fascista, que solamente podría pactar desde el poder con las fuerzas del comunismo internacional, porque ya el fascismo fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial, y solamente el comunismo le daría a Fidel el ropaje pseudo-ideológico para asesinar, robar, violar impunemente todos los derechos y para destruir en forma definitiva todo el acervo espiritual, histórico, moral y jurídico de nuestra República.


Desgraciadamente hay quienes, desde nuestro propio gobierno tampoco desean soluciones democráticas y electorales, porque saben que no pueden ser electos ni concejales en el más pequeño de nuestros municipios. Pero no quiero cansar a mis compañeros representantes. La opinión pública del país ha sido movilizada a favor de esta amnistía. Y los principales jerarcas de nuestro gobierno no han tenido la claridad y la firmeza necesarias para ver y decidir lo más conveniente al Presidente, al Gobierno y, sobre todo, a Cuba. Creo que están haciéndole un flaco favor al Presidente, sus ministros y consejeros que no han sabido mantenerse firmes frente a las presiones de la prensa, la radio y la televisión.


Creo que esta amnistía, tan imprudentemente aprobada, traerá días, muchos días de luto, de dolor, de sangre y de miseria al pueblo cubano, aunque ese propio pueblo no lo vea así en estos momentos.


Pido a Dios que la mayoría de ese pueblo y la mayoría de mis compañeros representantes aquí presentes, sean los que tengan la razón. Pido a Dios que sea yo el que esté equivocado. Por Cuba.

El informe secreto de Jruschov

Tania Díaz Castro

10 de septiembre de 2007

 

Leer el informe secreto contra José Stalin, escrito y leído por Nikita Jruschov el 25 de febrero de 1956 ante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) pone los pelos de punta a cualquiera. Jruschov puso al descubierto ante los marxistas-leninistas del mundo las víctimas que ocasionó Stalin mediante el sistema de terror que implantó en su país.

 

Aún así, los guerrilleros al mando del gobierno cubano, a partir de 1959, hicieron oídos sordos a tan lúgubre y espantosa historia y proclamaron a la Isla fiel seguidora de las ideas y el ejemplo soviéticos.

 

El Informe de Jruschov no fue tan secreto, aunque le diera lectura en sesión cerrada y no formara parte de las resoluciones emitidas por los congresistas en aquella ocasión. Numerosas copias fueron distribuidas a los niveles intermedios del PCUS y otras enviadas a numerosos gobiernos extranjeros, incluyendo Washington. Sin embargo, el texto íntegro del informe fue conocido por los ciudadanos soviéticos en 1988.

 

El informe revela con lujo de detalles las persecuciones en masa, los métodos crueles utilizados contra los llamados “enemigos del pueblo”, cuya única prueba de culpabilidad era la confesión, obtenida por medio de torturas físicas y psicológicas.

 

Señala el informe cómo Stalin descartó el método de lucha ideológica, e implantó el sistema de violencia administrativa, las detenciones y deportaciones de miles de personas, las ejecuciones sin previo juicio y sin una investigación formal, sobre todo contra miembros del Comité Central, ocasionando la muerte de mucha gente inocente. Los estimados difieren, los más conservadores le atribuyen a Stalin alrededor de veinte millones de víctimas y los más altos, alrededor de 60, incluyendo las muertes por hambrunas innecesarias, en campos de concentración, ejecuciones por motivos políticos, etc.

 

Cuando la viuda de León Trotski supo del famoso informe, declaró a la prensa europea en junio de 1956: “Como Jruschov y Bulganin acusan a Stalin de ser un asesino, se están acusando a sí mismos, puesto que fueron sus cómplices”.

 

Y era cierto. Nikita Jruschov fue organizador del Partido Comunista en 1921, miembro del Comité Central en 1934, primer secretario del Comité de Moscú en 1935, miembro pleno destinado al Soviet Supremo en 1939 y primer secretario del Comité Central y jefe de gobierno desde 1953 hasta 1964. Desde todos esos cargos participó en las purgas estalinistas y contempló en silencio sus crímenes.

 

Igual que José Stalin, Jruschov practicó el culto a la personalidad y cometió graves errores económicos y políticos, tales como la desorganización económica de la antigua URSS, razones por las que fue acusado en 1964 y expulsado en 1966 del Partido Comunista. En sus últimos años de mandato mantuvo muy buenas relaciones de amistad con Fidel Castro. Se encontraron por primera vez en el hotel Theresa, en Harlem, New York, en 1960, y más tarde en Moscú, donde el líder guerrillero permaneció más de un mes, compartiendo cenas, cacerías y paseos en compañía del soviético, quien le ofreció jugosos créditos al régimen de la Isla.

 

Junto a José Stalin, Nikita Jruschov fue, sin duda, fuente de inspiración para el régimen castrista.

Homofobia y Lacras Sociales

Juan Goytisolo

14 de diciembre de 2013

 

Cabrera Infante retrató la deriva del castrismo que le obligó a expatriarse

 

Decir que he leído de un tirón, con apasionamiento, Mapa dibujado por un espía, de Guillermo Cabrera Infante, publicado por Galaxia Gutenberg en una cuidada edición a cargo de Antoni Munné, es quedarme corto. La inmersión en sus páginas ha sido para mí retroceder en el tiempo, un salto vertiginoso de medio siglo para vivir entre personajes que fueron mis amigos y otros muchos que frecuenté u oí hablar de ellos durante mis dos viajes de “turista revolucionario” a una Cuba que parecía encarnar la utopía de una sociedad libre, justa e igualitaria. Mi librito Pueblo en marcha, publicado en París en 1962, da buena cuenta de ello.

 

Durante mi segunda estancia en La Habana, en plena crisis de los cohetes, con miras a un guion de cine para Tomás Gutiérrez Alea que nunca se llevó a cabo, Cabrera Infante no estaba en Cuba. Había sido nombrado agregado cultural de la embajada de su país en Bruselas y allí residía cuando en junio de 1965 recibió la noticia de la grave enfermedad de su madre y llegó a La Habana justo para asistir a su entierro. Tras unos días de duelo, cuando se disponía a coger el avión de regreso, una llamada telefónica del ministro de Asuntos Exteriores se lo impidió. Raúl Roa quería hablar con él y no pudo embarcarse con los demás pasajeros.

 

Mapa dibujado por un espía abarca el periodo de cuatro meses entre esta salida frustrada y su costosa autorización para dejar la isla con destino a España en donde su novela Tres tristes tigres había sido galardonada con el premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral: un periodo lleno de tensiones e incidentes que desembocaron en su decisión de expatriarse con la amarga verificación de que Cuba ya no era Cuba y de que aquel país no era su país.

 

Ante el rumbo inquietante de la revolución hacia un sistema totalitario que alarmaba incluso a viejos militantes comunistas como el poeta Nicolás Guillén a quien Fidel Castro había tildado de “haragán” en una charla con los estudiantes (“¡Este tipo es peor que Stalin! Por lo menos Stalin está muerto pero este va a vivir 50 años más y nos va a enterrar a todos”, dijo Guillén a Cabrera Infante), los escritores cubanos llamados al orden desde el famoso encuentro con Fidel en 1961 y el cierre posterior del magacín Lunes de Revolución dirigido por Guillermo, se habían dividido entre quienes se atrevían a criticar abiertamente la deriva autoritaria del régimen como Walterio Carbonell y Martha Frayde, los críticos cautos como Carlos Franqui y Gutiérrez Alea (cuyo filme Fresa y chocolate fue un prudente ejercicio de disidencia) y los que se doblegaron a los imperativos doctrinales del “socialismo real” en el que, como dijo un libertario de Mayo del 68, todo era real excepto el socialismo.

 

Dada la imposibilidad de resumir aquí la pleamar represiva que afectaba a intelectuales, escritores y artistas reflejada en el libro, me detendré en uno de los elementos más significativos de lo que se conoce hoy como la Década Ominosa: la obsesión enfermiza del régimen contra los culpables o sospechosos de homosexualismo, calificados de “delincuentes sexuales”, obsesión que desembocó en el envío de decenas de millares de ellos a los campos de trabajo de las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción) poco después de la salida de Cabrera Infante de la isla.

 

La creación de un departamento del Ministerio del Interior, el de Lacras Sociales, era el vértice de una vasta pirámide de espionaje y control que a partir de los Comités de Defensa de cada barrio elaboraba casa por casa un censo de los sospechosos de desviación. Obviamente, los medios literarios y artísticos se convirtieron en el punto de mira de los celadores del orden y las buenas costumbres impuestos por la Revolución. El Teatro Estudio, el grupo cultural El Puente, los círculos intelectuales marginados por la línea oficial comenzaron a sufrir las consecuencias de esa manía persecutoria. El director de la revista Casa de las Américas, Antón Arrufat, había sido destituido de su cargo por haber publicado un poema de José Triana con alusiones homoeróticas e invitado a Cuba al icono de la Beat Generation Allen Ginsberg. En cuanto a Virgilio Piñera, detenido ya en 1961 en la primera redada organizada por los guardianes de la ortodoxia a ultranza y liberado gracias a la intervención de Carlos Franqui, vivía aterrorizado y con esa valentía suya que brotaba del miedo había discutido con sus amigos la idea de una manifestación ante el palacio presidencial para denunciar el acoso que sufrían por parte de Lacras Sociales y su jauría de malsines. Dicha manifestación que anticipaba la de los actuales activista gais en regímenes autoritarios y que en el contexto cubano de 1965 era inútilmente suicida no se realizó y el ministro del Interior, el comandante Ramiro Valdés y su adjunto Manuel Piñeiro siguieron con las suyas contra las “desviaciones y extravagancias” tanto de la santería africana de los lucumíes y abakuás como de los estigmatizados sodomitas.

 

El episodio más revelador de esa atmósfera paranoica que refleja el libro es tal vez el referido al autor por Tomás Gutiérrez Alea, mi amigo Titón: el del “juicio” al que asistió casualmente con dos colegas en la Federación de Estudiantes Universitarios contra dos alumnos acusados de contrarrevolucionarios, sentados en un estrado con el juez y sus acusadores ante una asamblea vociferante que no les concedía la palabra y exigía su expulsión. Las víctimas de aquella siniestra farsa eran un muchacho motejado de “raro” y una chica, de “egoísta y exquisita”. Los dos jóvenes y un asistente al acto que no alzó el brazo como los demás (“¡ojo, aquí hay uno que no votó!”) fueron excluidos de la universidad y después de aquel linchamiento purificador el raro, un alumno eminente de la escuela de Arquitectura, se arrojó del último piso del edificio en el que vivía. La epidemia de suicidios que diezmó las filas de la intelectualidad y la clase política cubanas durante aquellos años, epidemia analizada por Cabrera Infante en su obra Mea Cuba, se cobró una víctima más.

 

No quiero concluir estas líneas sin mencionar la digna y eficaz intervención de Lezama Lima para quitar hierro a las palabras de Walterio Carbonell ante un grupo de empresarios franceses salvándole así momentáneamente de la máquina represiva que se abatiría sobre él dos años más tarde acusado de fomentar un Poder Negro en la isla y el ostracismo y castigo de algunos fieles de Che Guevara como el embajador de Cuba en Bruselas Alberto Mora a quien su excompañero de lucha antibatistiana Ramiro Valdés visitaría más tarde en su celda de La Cabaña exhortándole a que confesara sus imaginarios crímenes contrarrevolucionarios, y Enrique Oltuski, enviado cuatro meses al penal de Isla de Pinos por haber pronosticado con acierto el fracaso de uno de los grandiosos planes agrícolas de Fidel.

 

La transformación del “desviacionismo” sexual en político y de ambos en una forma inicua de delincuencia constituye una de las páginas más sombrías de una Revolución que Cabrera Infante, como la inmensa mayoría de intelectuales cubanos, acogió con entusiasmo hasta que las sucesivas experiencias recogidas en el libro sobre su última estancia en la isla le convirtieron en este gran escritor de dentro desde fuera de Cuba que todos sus lectores admiramos.

 

 

El mapa de la tristeza

Mario Vargas Llosa

15 de diciembre de 2013

 

PIEDRA DE TOQUE. El libro póstumo de Guillermo Cabrera Infante reconstruye los cuatro meses llenos de desaliento y neurosis que pasó en La Habana antes de emprender el camino que lo llevaría al exilio definitivo

 

El libro póstumo recién publicado de Guillermo Cabrera Infante se titula Mapa dibujado por un espía pero debería llamarse más bien El mapa de la tristeza por el sentimiento de soledad, amargura, indefensión e incertidumbre que lo impregna de principio a fin. Cuenta los cuatro meses y medio que pasó en La Habana, en el año 1965, adonde había viajado desde Bruselas —era allí agregado cultural de Cuba— por la muerte de su madre. Pensaba regresar a Bélgica a los pocos días, pero, cuando estaba a punto de embarcarse para el retorno a su puesto diplomático junto con sus dos pequeñas hijas, Anita y Carola, recibió en el aeropuerto de Rancho Boyeros una llamada oficial, indicándole que debía suspender su viaje pues el ministro de Relaciones Exteriores, Raúl Roa, tenía urgencia de hablar con él. Regresó a La Habana de inmediato, sorprendido e inquieto. ¿Qué había ocurrido? Nunca llegaría a saberlo.

 

El libro narra, a vuela pluma y a veces con frenesí y desorden, los cuatro meses siguientes, en que Cabrera Infante vuelve muchas veces al ministerio, sin que ni el ministro ni alguno de los jefes lo reciba, descubriendo de este modo que ha caído en desgracia, pero sin enterarse nunca cómo ni por qué. Sin embargo, al día siguiente de llegar, Raúl Roa lo había felicitado por su gestión como diplomático y anunciado que probablemente volvería a Bruselas ascendido como ministro consejero de la embajada. ¿Qué o quién había intervenido para que su suerte cambiara de la noche a la mañana? Por lo demás, le seguían pagando su sueldo y hasta le renovaron la tarjeta que permitía hacer compras en las tiendas para diplomáticos, mejor provistas que las bodegas cada vez más misérrimas a las que acudía la gente común. ¿Lo consideraba el gobierno un enemigo de la Revolución?

 

La verdad es que no lo era todavía. Había tenido un conflicto con el régimen en 1961, cuando éste clausuró Lunes de Revolución, revista cultural que Cabrera Infante dirigió durante los dos años y medio de su prestigiosa existencia, pero en los tres años de su alejamiento diplomático en Bélgica había sido, según confesión propia, un funcionario leal y eficiente de la Revolución. Aunque algo desencantado por el rumbo que tomaban las cosas, da la impresión que hasta su regreso a La Habana de 1965 Cabrera Infante todavía pensaba que Cuba enmendaría el rumbo y retomaría el carácter abierto y tolerante del principio. En estos cuatro meses aquella esperanza se desvaneció y fue allí, mientras, confuso y temeroso por su kafkiana situación de incertidumbre total sobre su futuro, deambulaba por sus amadas calles habaneras, veía la ruina que se apoderaba de casas y edificios, las enormes dificultades que el empobrecimiento generalizado imponía a los vecinos, el aislamiento casi absoluto en que se había confinado el poder, su verticalismo y la severidad de la represión contra reales o falsos disidentes, y la inseguridad y el miedo en que vivía el puñado de amigos que todavía lo frecuentaban —escritores, pintores y músicos casi todos ellos— cuando perdió las últimas ilusiones y decidió que, si salía de la isla, se exiliaría para siempre.

 

No lo dijo a nadie, por supuesto. Ni a sus más íntimos amigos, como Carlos Franqui o Walterio Carbonell, revolucionarios que también habían sido alejados del poder y convertidos en ciudadanos fantasmas, por razones que ignoraban y que los tenían, como a él, viviendo en una angustiosa y frustrante inutilidad, sin saber lo que ocurría a su alrededor. Las páginas que describen el vacío cotidiano de ese grupo, que trataba de atenuar con chismografías y fantasías delirantes, entre tragos de ron, son estremecedoras. El libro no contiene análisis políticos ni críticas razonadas al gobierno revolucionario; por el contrario, cada vez que asoma el tema político en las reuniones de amigos, el protagonista enmudece y procura alejarse de la conversación, convencido de que, en el grupo, hay algún espía o de que, de un modo u otro, lo que allí se diga llegará a los oídos del Ministerio del Interior. Hay algo de paranoia, sin duda, en este estado de perpetua desconfianza, pero tal vez ella sea la prueba a la que el poder quiere someterlos para medir su lealtad o su deslealtad a la causa. No es de extrañar que, en estos cuatro meses, comenzara para Cabrera Infante aquel vía crucis psicológico que, con el tiempo, iría desbaratando su vida y su salud pese a los admirables esfuerzos de Miriam Gómez, su esposa, para infundirle ánimos, coraje y ayudarlo a escribir hasta el final.

 

La publicación de este libro es otra manifestación del heroísmo y la grandeza moral de Miriam Gómez. Porque en él Guillermo cuenta, con una sinceridad cruda y a veces brutal, cómo combatió el desaliento y la neurosis de aquellos cuatro meses seduciendo a mujeres, acostándose a diestra y siniestra, y hasta enamorándose de una de esas conquistas, Silvia, que pasó a ser por un tiempo públicamente su pareja. Este y los otros fueron amores tristes, desesperados, como lo es la amistad y la literatura y todo lo que Cabrera Infante hace y dice en estos cuatros meses, porque a lo que de veras vive entregado en su fuero más íntimo es a su voluntad de escapar, de cortar para siempre con un país para el que no ve, en un futuro próximo, esperanza alguna.

 

No fue una decisión fácil. Porque él amaba profundamente Cuba, y, en especial La Habana, todo lo que había en ella, principalmente la noche, los bares y los cabarets y las bailarinas y sus cantantes, y la música, el clima cálido, las avenidas y los parques —¡y sus cines!— por los que pasea incansablemente, recordando los episodios y las gentes asociados a esos lugares, como para que su memoria tomara debida cuenta de ellos en todos sus detalles, sabiendo que no volvería a verlos, y poder recordarlos más tarde con precisión en sus ensayos y ficciones. En efecto, es lo que hizo. Cuando por fin, luego de esos cuatro meses, gracias a Carlos Rafael Rodríguez, líder comunista con el que el padre de Cabrera Infante había trabajado en el partido muchos años, Guillermo consiguió salir de Cuba con sus dos hijas, rumbo a España y al exilio, se llevó con él su país y le fue fiel en todo lo que escribió. Pero nunca se resignó a vivir lejos de Cuba, ni siquiera en los momentos en que obtuvo los mayores reconocimientos literarios y vio cómo la difusión y el prestigio de su obra lo compensaban de la feroz campaña de denigración y calumnias de que fue víctima durante tantos años. Aunque decía que no, yo creo que nunca perdió la esperanza de que las cosas fueran cambiando allá en la isla y de que, algún día, podría volver físicamente a esa tierra de la que nunca había logrado desprenderse. Probablemente sus males se agravaron cuando, en un momento dado, tuvo que reconocer que no, que era definitivo, que nunca volvería y moriría en el exilio.

 

Me ha impresionado mucho este libro, no sólo por el gran afecto que sentí siempre por Cabrera Infante, sino por lo que me ha revelado sobre él, sobre La Habana y sobre esa época de la Revolución Cubana. Conocí a Guillermo cuando era todavía diplomático en Bélgica y se guardaba muy bien de hacer críticas a la Revolución, si es que entonces las tenía. En la época que él describe yo estuve en Cuba y ni vi ni imaginé lo que él y los demás personajes de este libro vivían, aunque estuve con varios de ellos muchas veces, conversando sobre la Revolución, y convencido que todos estaban contentos y entusiasmados con el rumbo que aquella tomaba, sin sospechar siquiera que algunos, o acaso todos, disimulaban, representaban, y, debajo de su entusiasmo, había simplemente miedo. Antoni Munné, que, al igual que los dos libros póstumos anteriores, ha preparado esta edición con desvelo, ha puesto al final una Guía de Nombres, que da cuenta de lo ocurrido luego con los personajes que Cabrera Infante compartió estos cuatro meses; es una información muy instructiva para saber quiénes cayeron efectivamente en desgracia y sufrieron aislamiento y cárcel, o se reintegraron al régimen, o se exiliaron o suicidaron.

 

Ha hecho bien Antoni Munné en dejar el texto tal como fue escrito, sin corregir sus faltas, algo que sin duda Cabrera Infante se propuso hacer alguna vez y no le alcanzó el tiempo, o, simplemente, no tuvo el ánimo suficiente para volver a enfrascarse en semejante pesadilla. Así como está, un borrador escrito con total espontaneidad, sin el menor adorno, en un lenguaje directo, de crónica periodística, conmueve mucho más que si hubiera sido revisado, embellecido, transformado en literatura. No lo es. Es un testimonio descarnado y atroz, sobre lo que significa también una Revolución, cuando la euforia y la alegría del triunfo cesan, y se convierte en poder supremo, ese Saturno que tarde o temprano devora a sus hijos, empezando por los que tiene más cerca, que suelen ser los mejores.

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.