LA CUBA DE FIDEL CASTRO,

EL ARCHIPIÉLAGO GULAG DE OCCIDENTE

7 años en Cuba: 38 meses

en las prisiones de Fidel Castro. Pierre Golendorf.

 

En septiembre de 1971, un despacho de la agencia France-Presse anunciaba que el fotógrafo francés Pierre Golendorf había sido condenado, por las autoridades cubanas, por actividades de espionaje al servicio de la CIA.

 

Miembro del Partido Comunista de Francia, Pierre Golendorf se había identificado hasta tal punto con la Revolución cubana, que en 1967 decidió instalarse en la Isla para participar en la construcción de un socialismo de rostro humano. Y entonces se inició una aventura que habría podido escribir Kafka: un entusiasta partidario choca contra la implacable burocracia, contra las decisiones tomadas precipitadamente, contra la desorganización erigida en dogma y contra el poder absoluto del “líder máximo”, Fidel Castro, disimulado bajo una fraseología revolucionaria.

 

Y, al fin, lo inaudito: Golendorf es detenido, largamente interrogado y acusado, sin prueba alguna, de pertenecer a la CIA. Durante más de tres años, tras las rejas de la cárcel, luchará contra la soledad y la locura. La locura, el terrible sentimiento de haber sido herido en lo más querido para él: el ideal.

 

Pierre Golendorf ha conservado intacta su fe en el socialismo, aunque es un hombre que ha vivido en primera persona lo que le parecía imposible: El Gulag en Occidente.

 

Gulag era la sección del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos de la extinta Unión Soviética que dirigía el sistema de campos de trabajo forzado. El nombre Gulag se dio a conocer en 1973 cuando se publicó el libro Archipiélago Gulag, escrito por Alexander Solzhenitsyn.

 

Gulag se asocia con los lugares donde encarcelaban a los opositores del estalinismo. El régimen de Stalin es responsable de haber enviado unos dieciocho millones de personas a los campos de concentración que formaban parte del sistema de Gulag soviético. Una de las figuras más siniestras de esa época fue Lavrenti Beria, el todopoderoso jefe del Servicio de Seguridad llamado en esos días el NKVD. Véase su final en este vídeo.

Cuba entre los países

con sistema penitenciario “al límite”

3 de abril de 2013

 

Según el Centro Internacional para Estudios de Penitenciarios, de la Universidad inglesa de Essex, Cuba tiene la sexta tasa de población penal más alta del mundo, con 510 presos por cada 100.000 habitantes, teniendo en cuenta los datos oficiales, que organizaciones de derechos humanos rechazan.

 

Cuba está entre los países con un sistema penitenciario “al límite” debido a la población total de reclusos y el número de presos por cada 100.000 habitantes, informa el sitio en internet Esglobal, antes Foreign Policy en Español.

 

En las cárceles cubanas se han detectado, según organizaciones como el Comité para la tortura de la ONU, varias deficiencias: maltrato a algunos presos, muertes de presos no aclaradas, altas tasas de ocupación carcelaria por metro cuadrado o falta de garantías de algunos detenidos. También se han denunciado las detenciones temporales y los procesos por motivos políticos”, expresa Esglobal.

 

Señala que “en la legislación cubana no se contempla expresamente el crimen de tortura”; en cambio, “sí contempla la pena de muerte, aunque su aplicación se encuentra actualmente suspendida”.

 

El régimen de los hermanos Castro, que desde hace décadas no permite que organizaciones internacionales como la Cruz Roja Internacional y Amnistía Internacional visiten las cárceles cubanas, publicó en mayo de 2012 que el número de reclusos existentes en Cuba era de 57.337. Sin embargo, la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional (CCDHRN) consideran que la real de presos está entre 70.000 y 80.000.

 

Los presos cubanos son utilizados como mano de obra casi gratuita.

 

La mayoría de la población penal cubana está formada por negros y mestizos, según denuncias de activistas contra la discriminación racial.

 

Según el Comité de Naciones Unidas contra la Tortura, en 2010 murieron en prisión 44 reos cubanos y otros 69 fallecieron en hospitales; en 2011 perdieron la vida en la cárcel 29 prisioneros y 60 mientras recibían atención médica.

 

La CCDHRN  señaló en febrero de este año que al menos una veintena de reclusos habían muerto en las prisiones cubanas en los anteriores cinco meses.

 

La situación de las cárceles en un país suele reflejar las virtudes y, demasiado a menudo, los defectos del Estado que las gestiona y de su sistema de justicia”, advierte Esblogal, editado por la Fundación española para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE).

Los presos  políticos en la Cuba de Fidel Castro

Antes de ver los tratos crueles, inhumanos y degradantes que sufren los presos  políticos en la Cuba de Fidel Castro, véanse las buenas condiciones que tuvo Castro cuando estuvo encarcelado veintidós meses en el Presidio Modelo de Isla de Pinos, por la condena a quince años por el asalto al Cuartel Moncada

http://profesorcastro.jimdo.com/cartas-de-fidel-castro/

Nadie Escuchaba (Nobody Listened)

Documental de Jorge Ulloa y Nestor Almendros

 

En el documental Nadie Escuchaba -realizado por el cubano Jorge Ulloa y el izquierdista catalán Néstor Almendros, que vivió unos años en Cuba- se pueden ver las denuncias realizadas por algunas de las víctimas del GULAG castrista, sobre las barbaries sufridas por los presos políticos cubanos, incluyendo a mujeres.

 

Véase la denuncia realizada por el padre Miguel Ángel Loredo -sufrió golpizas, vejaciones y trabajos forzados en las prisiones de Isla de Pinos, La Cabaña, Guanajay y el Castillo del Príncipe.

 

En la década del cincuenta, Jorge Valls fue activista en los movimientos estudiantiles de la Universidad de la Habana, donde estudiaba filosofía, por lo que varias veces fue encarcelado durante la tiranía de Batista. En 1964, el maestro y poeta Jorge Valls fue condenado a veinte años de cárcel por actividades contra la tiranía de Fidel Castro. A pesar de las esperanzas que despertaron las declaraciones realizadas por Castro en 1978, Valls tuvo que cumplir toda su condena. Tenía 31 años cuando entró en prisión en 1964. Sus memorias sobre la vida en las mazmorras castristas arrojan una valiosa luz sobre uno de los puntos más oscuros de la sociedad cubana. Muchas de las prácticas más repudiables del régimen cubano se reflejan en las experiencias que se narran en su libro Veinte años y cuarenta días.

 

En el documental Nadie Escuchabael maestro y poeta Jorge Valls denuncia que cada noche escuchaba el fusilamiento de cinco o seis presos políticos.

 

Un ex preso político que había combatido a la tiranía de Batista, narra cómo en la prisión castrista le amputaron varios dedos con un machete.

 

Otro ex preso político explica en qué consistían las ‘gavetas’: unas celdas de cincuenta centímetros de ancho, un metro ochenta de alto y dos o tres de profundidad en la que embutían a cinco o seis prisioneros durante meses. En las ‘gavetas’ los presos también tenían que hacer sus necesidades fisiológicas.

 

Vean las denuncias realizadas por varios dirigentes comunistas de larga trayectoria, como Arnaldo Escalona y su esposa.

El Gulag castrista

 

En 1958, un año antes de que los hermanos Castro se adueñaran de Cuba, existían unos catorce centros penitenciarios, hoy son unos doscientos.

 

Centenares de miles de cubanos han estado internados en estas prisiones, sufriendo todo tipo de torturas. Sin embargo, Bruno Rodríguez, ministro de Relaciones Exteriores de Fidel Castro, afirmó que el sistema carcelario cubano es “el más humano del planeta”. ¡Qué cinismo! El 12 de junio de 2010 obtuvo la libertad condicional el preso de conciencia Ariel Sigler Amaya, que estaba paralizado de la cintura hacia abajo desde el 23 de septiembre de 2008, cuando estaba en la prisión de Ariza, Cienfuegos. Véase el vídeo para que se compruebe otra crueldad del castrismo.

Documental donde cuatro

ex prisioneros políticos cubanos

denuncian la tortura

y los tratos crueles, inhumanos y degradantes

sufridos en las prisiones cubanas

 

En junio de 2012, la Alianza Democrática Oriental -coalición de organizaciones opositoras en las cinco provincias orientales de Cuba-, dio a conocer este documental donde se denuncia la violación a los derechos humanos -entre ellos, la tortura y los tratos crueles, inhumanos y degradantes en las prisiones cubanas- con el testimonio de cuatro ex prisioneros políticos cubanos: José Daniel Ferrer García, Jorge Luis García Pérez ‘Antúnez’, Isael Poveda Silva y Rodolfo Barthelemy Cobas, que viven y luchan por el cambio democrático en Cuba. El documental fue realizado en Cuba, burlando la represión castrista.


Se ha duplicado el número de presos políticos

 

La Comisión de DDDH cubana denunció en enero de 2013 que el número de presos políticos se había duplicado en diez meses

 

MADRID, 22 Ene. (EUROPA PRESS) -   La Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional (CCDHRN) ha denunciado que el número de presos políticos en las cárceles de Cuba se ha duplicado en los últimos diez meses, al pasar de 45 en marzo de 2012 a los actuales 90.

 

   La Comisión, una organización ilegal aunque tolerada por el régimen de la isla, ha hecho público este martes un balance en el que ha admitido que no cuenta con todos los datos. Su informe, ha explicado en un comunicado, “no incluye el cien por cien de los prisioneros cubanos por motivaciones políticas debido al carácter cerrado del régimen totalitario”.

 

   Sin embargo, la cifra obtenida “resulta elocuente”, según la CCDHRN, que ha confirmado la existencia de al menos 90 presos políticos y de 16 personas beneficiadas de la denominada Licencia Extrapenal, por la cual el Gobierno accedió a la salida de la cárcel de decenas de opositores.

 

   La comisión ha alertado de que, a tenor de estas cifras, “por lo menos se ha duplicado” el número de personas encarceladas por motivos políticos. En marzo de 2012, había 45 presos y 18 condenados que habían regresado a sus casas gracias a la Licencia Extrapenal.

 

   La tendencia “constituye un hecho negativo y reafirma al Gobierno de Cuba en el primer lugar, en el hemisferio occidental y en la mayor parte del mundo, por el número de personas condenadas por razones políticas”, ha añadido en su nota la organización.

 

   Según la Comisión, en Cuba se produjeron en 2012 una media mensual de 550 arrestos de corta duración o procesamientos contra disidentes, por encima de los 343 de 2011 y los 172 de 2010.

 

   La CCDHRN ha subrayado que el Gobierno de Raúl Castro mantiene su “táctica represiva”, pese a haber cambiado las largas condenas contra opositores por una represión “de baja intensidad”, es decir, “miles de detenciones anuales de corta duración”.

 

   La Comisión ha enmarcado dentro de la persecución contra la disidencia la “espada de Damocles” bajo la que viven las personas que han salido de prisión aprovechándose de la Licencia Extrapenal. Sus condenas siguen estando vigentes, ya que no se trata de ningún indulto, y “pueden ser internados en prisión nuevamente por medio de una simple decisión de la Policía”.

 

   Para la CCDHRN, resulta “significativo” el caso de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU), dirigida por el antiguo preso José Daniel Ferrer García y que ha sufrido el “encarcelamiento prolongado” de una treintena de sus miembros en los últimos diez meses.

 

SUBMUNDO ORWELLIANO

 

   La Comisión ha empleado en su informe el término “lista parcial” para referirse al número de presos políticos, ya que “solamente el régimen conoce los nombres de los actuales condenados o procesados”.

 

Cuba cuenta con entre 150 y 200 prisiones o centros de detención que suman entre 60.000 y 65.000 reclusos. En este “hipertrofiado sistema carcelario” imperan las condiciones “crueles, inhumanas, degradantes e insalubres”, ha denunciado la organización opositora.

 

   “Se trata de un submundo orwelliano que es mantenido fuera de toda forma de escrutinio independiente del Gobierno, ya sea nacional o internacional”, ha apostillado la CCDHRN. El régimen castrista incumple los estándares internacionales en materia de presiones y la situación, en opinión de la Comisión, “continúa empeorando cada día”.

Enterrados vivos

En Enterrados vivos el preso de conciencia cubano Héctor Maseda describe las deplorables condiciones de las cárceles castristas, y los malos tratos que sufren tanto los presos políticos como los comunes. “Todo lo que narra el libro es muy crudo y real. Héctor sabe que lo pueden reprimir, pero está dispuesto a ser castigado por contar la verdad de las cárceles cubanas”, comentó Laura Pollán, esposa de Maseda.

La segunda parte de Enterrados vivos se dio a conocer en vísperas del séptimo aniversario de la Primavera Negra de 2003. ''Llevaré un ejemplar a Raúl Castro y a otros representantes del Gobierno'', prometió Pollán, tal y como hizo con Fidel Castro a raíz de la publicación de la primera parte del libro, en 2007. Según la esposa del disidente, representante también de las Damas de Blanco, el segundo texto formaba parte del primer libro, pero las autoridades cubanas confiscaron a Maseda los capítulos finales.

Maseda volvió entonces a escribir el texto, que vio la luz gracias a la ayuda de presos comunes y familiares que lo sacaron de la cárcel.

Las dos partes de Enterrados vivos

pueden descargarse a continuación

Enterrados vivos. Primera parte
En 'Enterrados vivos' el preso de conciencia cubano Héctor Maseda describe las deplorables condiciones de las cárceles castristas, y los malos tratos que sufren tanto los presos políticos como los comunes. “Todo lo que narra el libro es muy crudo y real. Héctor sabe que lo pueden reprimir, pero está dispuesto a ser castigado por contar la verdad de las cárceles cubanas”, comentó Laura Pollán, esposa de Maseda.
Enterrados vivos 1.pdf
Documento Adobe Acrobat 1.2 MB
Enterrados vivos. Final
Según la esposa del disidente Maseda, representante también de las Damas de Blanco, el segundo texto formaba parte del primer libro, pero las autoridades cubanas confiscaron a Maseda los capítulos finales.
Maseda volvió entonces a escribir el texto, que vio la luz gracias a la ayuda de presos comunes y familiares que lo sacaron de la cárcel.
Enterrados vivos 2.pdf
Documento Adobe Acrobat 2.2 MB

Cuba: la escritura carcelaria

Rafael E. Saumell

Mayo de 2007

 

¿Existe una literatura cubana, posterior a 1959, escrita desde la cárcel, por expresidiarios o sobre el tema de la cárcel? Por supuesto que sí. Hay poemarios, cuentos, novelas, narraciones testimoniales, ensayos y por lo menos cuatro filmes bien conocidos: Conducta impropia (1984), de Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal; Nadie escuchaba (1987), de Néstor Almendros y Jorge Ulla, 8A (1992) de Orlando Jiménez Leal, Before Night Falls, (2000), de Julian Schnabel, basado en Antes que anochezca (1992) del narrador Reinaldo Arenas. Claro está, ninguno de esos textos circula libremente en las librerías, bibliotecas y salas de cine en Cuba. Las copias existentes pasan de mano en mano y de forma clandestina entre los lectores y espectadores. El código penal en vigor sanciona con privación de libertad a quienes posean y distribuyan lo que las autoridades califican de “propaganda enemiga”. Las penas para los infractores oscilan entre uno y ocho años y llegan a alcanzar hasta quince si a alguien se le ocurre divulgarlas a través de los medios de difusión masiva. En 1999, la Asamblea Nacional del Poder Popular aprobó la Ley 88 de Protección de la Independencia Nacional y la Economía de Cuba, “ley mordaza”, para penalizar a quienes divulguen información contraria a los intereses del gobierno.

 

En realidad las leyes son bien severas cuando se trata de expresiones, artísticas o no, que cuestionan la línea de pensamiento oficial. La misma Constitución de 1992 se encarga en los artículos treinta y nueve y cincuenta y tres de limitar las opiniones y el contenido de las obras, respaldando exclusivamente aquéllas que alaban el régimen. Se trata de un permiso jurídico para aplaudir pero no para disentir. Desde el punto de vista histórico las primeras muestras literarias que tratan el tema de las prisiones fueron producidas por la generación de presos políticos que empezó a poblar las penitenciarías desde el mismo año cincuenta y nueve. En esa categoría caben diferentes corrientes políticas e ideológicas que muy temprano se opusieron a los rumbos trazados por Fidel Castro. Entre ellos podemos mencionar a antiguos militares y civiles ligados a la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1959), revolucionarios que se enfrentaron a la forzada marcha hacia el socialismo de corte marxista-leninista, campesinos y guerrilleros del Escambray, representantes de grupos armados del exilio, agentes de los servicios de inteligencia de los Estados Unidos y miembros de la Brigada 2506 que desembarcaron en Bahía de Cochinos, Playa Girón, en 1961.

 

Por el hecho mismo de que Castro y su círculo han logrado mantenerse en el poder absoluto por casi medio siglo, sus oponentes han variado con el paso del tiempo y de las circunstancias internas y externas. A mediados de los sesenta, antiguos militantes del primer partido comunista -fundado en 1925- que no se sumaron a las directivas de Castro, fueron encarcelados y enjuiciados en un proceso que se dio a conocer como la micro-fracción. Notables líderes como Aníbal Escalante cayeron en desgracia. En esa misma etapa el Ministerio del Interior y el de las Fuerzas Armadas abrieron los campamentos de trabajos forzados conocidos como Unidades Militares de Ayuda a la Producción, UMAP, adonde remitían a homosexuales, disidentes y personas en general consideradas como desafectas por el gobierno.

 

En los setenta, el presidio político continuó creciendo incansablemente. Fue el turno de los intelectuales. El famoso “caso Padilla” en 1971 fue el más sonado, aunque en ese decenio ingresaron a las cárceles personas acusadas y sancionadas por haber cometido delitos de opinión o por intentar asilarse en sedes diplomáticas. Basta mencionar al narrador Daniel Pérez, al poeta y dramaturgo René Ariza y al también poeta Esteban Cárdenas para dar tres ejemplos concretos. Detrás de los barrotes iban a parar también aquéllos que trataban de abandonar la isla por el mar, ya sea mediante la categoría de “lancheros” -usaban botes privados- o de “piratas” -porque intentaron apoderarse de embarcaciones gubernamentales, naves marítimas o aéreas.

 

Durante los ochenta, y a raíz del éxodo del Mariel, el Ministerio del Interior bajo las órdenes de Castro protagonizó redadas en las cuales cayeron campesinos vinculados al mercado libre, artesanos y artistas que exhibían y vendían sus obras en la Plaza de la Catedral de La Habana, activistas por los derechos humanos, campesinos contrarios al plan de cooperativas, escritores, etc. El decenio cerró con el arresto, enjuiciamiento y fusilamiento de notables oficiales de las Fuerzas Armadas y del Ministerio del Interior (1989). La década siguiente prosiguió por los mismos fueros y culminó en la primavera de 2003 con el arresto de periodistas independientes y miembros de diferentes entidades opositoras.

 

Grosso modo, el balance represivo en más de medio siglo resulta abrumador, aún sin considerar los casos de discriminación, hostilidad y abusos cometidos contra miles de ciudadanos por la mera razón de no sumarse a las consignas ni a las tareas exigidas por el partido único. Me refiero a los campesinos desplazados de una provincia a otra (de Las Villas a Pinar del Río) para anular la base de apoyo a las guerrillas del Escambray (“Plan Sandino”); los obreros y empleados separados de sus puestos de trabajo tan pronto manifestaban intenciones de abandonar el país; los estudiantes purgados de escuelas y universidades porque sus conductas políticas o sexuales no se ajustaban a la moral revolucionaria; los escritores y artistas condenados al ostracismo por no estar suficientemente comprometidos.

 

A estas alturas, habrá llamado la atención el hecho de que no haya mencionado aún el asunto de las ejecuciones. Fuera de Castro y de su entorno más íntimo, nadie sabe a ciencia cierta cuántas personas han sido fusiladas en Cuba durante los pasados cuarenta y ocho años. A los lectores incrédulos, los invito a revisar diferentes códigos penales de Cuba, los de 1979 y 1987, para que comprueben cómo la pena de muerte abunda en los llamados delitos contra la seguridad del estado en comparación con los comunes. Los cálculos más discretos sobre la cantidad de fusilados siempre oscilan entre dos y cinco mil. En algún momento del futuro, cuando sea posible el acceso a los archivos secretos, podrá conocerse la verdadera cifra. Los últimos pasados por las armas, Lorenzo Enrique Copello Castillo, Bárbaro Leodan Sevilla García y Jorge Luis Martínez Isaac (2003), fueron tres jóvenes que trataron de apoderarse de la lancha “Baraguá”, empleada para hacer la travesía desde el Muelle de Luz en la bahía de La Habana hasta el puerto de Regla.

 

Sin embargo, y a diferencia de las dictaduras de derecha, en Cuba no hay “desaparecidos” en el sentido en que ese término se aplicó a las víctimas asesinadas por juntas militares. Las violaciones de los derechos humanos tienen lugar en el marco de la titulada “legalidad socialista”, donde policías, jueces, carceleros y sepultureros tienen un mismo empleador. Tal es la diferencia entre gobiernos autoritarios y totalitarios. En el primer caso, y a pesar de los generales derechistas y sus sicarios, aún perduran jueces y abogados independientes, digamos la “Vicaría de la Solidaridad” o “Las madres de la plaza de Mayo” en Chile y Argentina, respectivamente. En Cuba, sin embargo, no hace falta lanzar un cadáver al mar ni arrojarlo al abismo desde un helicóptero. Existen las fosas comunes para los sancionados a muerte y, si son “contrarrevolucionarios”, ni seña de la tumba donde se hallan los restos. En la apariencia de acatamiento a las “leyes socialistas” vigentes, el policía, el guardia de prisiones y los soldados del pelotón de fusilamiento no tienen necesidad de desaparecer los cuerpos.

 

Ni qué decir de los medios de información (radio, televisión, prensa plana y ahora la red de internet e incluso las computadoras), sometidos a la vigilancia y a la censura. Ese poder vertical y rigurosamente manejado asegura que los reos de la policía política sean siempre presentados a la opinión pública como “lacayos del imperialismo yanqui, soldados de fortuna de los intereses más espurios y fabricantes de grupúsculos integrados por cuatro gatos a los que el pueblo debe aplastar como cucarachas”. En ese contexto, nadie debe asombrarse de que en todos los juicios se les halle culpables y sean sancionados sin piedad. En las prisiones los abusos cometidos por los guardias son estimulados por el poder político. Basta repetir que Castro, en sus intervenciones públicas sobre el tema, siempre se jacta al decir que nunca ha habido una sola violación de los Derechos Humanos.

 

Cuando ocurre un acto espontáneo de disidencia, como el de la Embajada del Perú en abril de 1980, la tendencia del Gobierno, de sus cuerpos represivos y de la prensa bajo su mando, consiste en presentarlos bajo la luz de acciones contrarrevolucionarias emprendidas por una minoría (recuérdese el prefijo “micro” usado contra los comunistas del sesenta), a las cuales se enfrenta el pueblo “indignado” mediante manifestaciones masivas, patrocinadas por el sistema a través de las únicas organizaciones (sindicatos, comités de defensa, etc.) reconocidas por la Constitución. Así se manipuló el suceso inaudito de más de diez mil personas que decidieron hacinarse en el patio de la sede peruana, y de los cientos de miles que optaron por marcharse de Cuba en aquel período.

 

En esta etapa algunos disidentes fundaron las primeras organizaciones informales dedicadas a monitorear el comportamiento de las autoridades en materia de derechos humanos. En la primera mitad de los ochenta todos pararon en la cárcel. No obstante, el impacto local de las políticas de “perestroika” (reestructuración) y “glásnot” (apertura) en la Unión Soviética influyó en la excarcelación de la mayoría de ellos. Desde las calles de La Habana continuaron sus actividades y se reunieron con la prensa extranjera y representantes del cuerpo diplomático para describirles lo que sucedía en las cárceles y demostrarles que los cubanos carecen de libertades civiles mínimas. Asociaciones como Amnistía Internacional, Americas Watch (Human Rights Watch), Of Human Rights, Freedom House, la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y Reporteros sin Fronteras se hacen eco de estos temas y prueban que el gobierno de Castro es un sempiterno transgresor de los conceptos democráticos.

 

A la vez empezaron a circular en La Habana y otras ciudades del país documentos con denuncias, boletines hechos a mano y literatura carcelaria. Nombres de excarcelados y prisioneros (Armando Valladares, Jorge Valls, Ángel Cuadras, Ernesto Díaz y otros.) con sus respectivos testimonios narrativos o poéticos empiezan a ser conocidos. Muchos habían purgado larguísimas sentencias y enfrentado vejaciones ilimitadas a manos de la policía política y de los guardias de las penitenciarías. ¿Cuál es la tipología de estos prisioneros (poetas y narradores)?

 

   - Afán de sobrevivir por medio de la resistencia a la represión y al terror.

 

   - Defensores de la conciencia ética, de la vida en libertad y de los Derechos Humanos.

 

   - Condenan las torturas, los tratos crueles, inhumanos y degradantes; denuncian los arrestos arbitrarios y por tanto ilegales.

 

   - Se defienden de los ataques contra su honra y buena reputación.

 

   - Muestran la existencia de un universo carcelario opuesto a los discursos triunfalistas y falsamente progresistas de las autoridades.

 

   - Insisten en la veracidad de cuanto afirman.

 

American Watch, por ejemplo, auspició la edición del testimonio escrito por Jorge Valls (Twenty Years and Forty Days/Veinte años y cuarenta días), 1986. En el prefacio se lee lo siguiente:

 

Esta autobiografía difiere de todo lo que Americas Watch ha publicado anteriormente. Normalmente nuestro método consiste en publicar reportajes que intentan informar sobre la situación actual de los derechos humanos en los países en que trabajamos. Este método no se puede aplicar en Cuba.

 

Uno de los desafíos que plantean los testimonios de esta naturaleza radica en el lugar desde donde se enuncian. Para muchas personas identificadas con causas progresistas, resulta incómoda cuando no increíble la experiencia de Valls. Para otras, afincadas a un modelo de pensamiento izquierdista aunque no democrático, cualquier acusación que se haga contra Castro y su régimen es inadmisible y por tanto merece repudio. Creen que estos libros fueron preparados por partidarios de las peores juntas derechistas en Latinoamérica, las mismas que asesinaron y masacraron a infinidad de gentes progresistas. Se equivocan de cabo a rabo. El presidio político de Cuba ha sido tan pluralista y avanzado como el que más. Al contrario de la sociedad oficial, el universo de la cárcel se caracteriza por la diversidad de postulados políticos, religiosos, sociales y económicos. Allí, frente a las bayonetas y los perros servidores del partido único, existe un prototipo de sociedad donde coexisten todas las tendencias. Valls declara en Nadie escuchaba que la verdadera libertad de expresión se alcanza en la cárcel porque no hay temor a caer preso. Por idéntico motivo, Valladares se dirige a quienes padecieron terribles infortunios a nombre de la derecha anti-democrática:

 

Vengo de un continente de pesares en el que son frecuentes los atropellos contra los derechos humanos. Yo que he sufrido en mis carnes la represión y la tortura ejercida por las izquierdas, quiero comenzar estas palabras ofreciendo mi solidaridad y mi abrazo consternado a las víctimas de la derecha. Creo que ésa es la única actitud que puede redimir al hombre de sus peores instintos: no hay crímenes históricamente justificados. La sangre, la barbarie, son iguales a diestra y a siniestra.

 

Lamentablemente, y al contrario de los relatos y poemarios hechos por prisioneros y ex-prisioneros de regímenes de derecha, los cubanos apenas son estudiados y promovidos en círculos académicos y en las revistas de crítica literaria. Sencillamente se les niega la sal y el agua por mil razones, ninguna de ellas convincente. Se olvida, a sabiendas, que hay una tradición cubana de ese tipo de escritura: Juan Francisco Manzano y José Martí en el siglo XIX; Carlos Montenegro, Pablo de la Torriente Brau, Castro y sus futuros reos en la centuria posterior. Su propósito no es, primordialmente, literario aunque sí utilizan las normas poético-narrativas empleadas históricamente por cualquier escritor. Es el nombrado género testimonial, que comenzó a ser canonizado a partir de la publicación de Biografía de un cimarrón (1966) de Miguel Barnet. Luego se institucionalizó a través de los concursos de Casa de las Américas. Incluso el Diccionario de la Literatura Cubana (1984, Tomo II, 1013-1015) contiene una entrada dedicada al testimonio. En unos comentarios sobre un libro de Valladares, el periodista francés y ex-prisionero en Cuba Pierre Golendorf escribió al respecto: “Si fuera chileno, argentino, uruguayo, iraní, ugandés, negro de Sudáfrica o de Rhodesia [Zimbabwe], o hasta ruso, checo, khmer o etíope, nadie frunciría el ceño al leer esta serie de poemas que relata con rigor una masacre, las torturas de las que el autor ha sido testigo”. El rasgo más sobresaliente de las obras relacionadas con el presidio en la isla consiste en que representan los diferentes anti-discursos generados por la oposición a Castro. Al analizar los documentales, los testimonios y los poemas comprobamos que no prevalece el esquema binario derecha versus izquierda sino el de resistencia pluralista a un una dictadura que dice pronunciarse desde la izquierda marxista-leninista. Estos documentos tienen un profundo sentido de imputación, una ansiedad por exponer las torturas físicas y psicológicas que lo mismo duelen y ofenden a derecha que a izquierda.

 

Castro queda así presentado como lo que es: un líder totalitario, un varón militarista de la misma familia que sus congéneres latinoamericanos: máximo líder, benefactor, lector y hermeneuta en jefe de todos los saberes, presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Secretario General del único partido reconocido por la Constitución que él mismo mandó a redactar. Los objetivos de esta literatura enfatizan las realidades ya apuntadas agregando otras: denunciar y repudiar a la policía secreta; demostrar la inexistencia de garantías legales y el control por el gobierno de los tribunales; probar que sí se aplican formas variadas e inéditas de suplicios, que hay importantes segmentos de la población contrarios al régimen, que la disidencia es pluralista y sólo tiene acceso a la opinión pública apelando a los medios de información en el extranjero.

 

Debido a esas razones, las víctimas de la represión aparecen en la prensa de la nación oficial únicamente para ser insultadas y demonizadas. La república oficiosa no puede expresarse ante su público natural. Ésa es una de las causas que motivó a muchos, en los noventa, a crear agencias de prensa independientes y a poner en práctica un tipo de periodismo, paradójicamente, tiene que realizarse como tal fuera de las fronteras nacionales. La redada policial contra dichos comunicadores, acontecida en marzo de 2003, tuvo como finalidad aplastar la resistencia letrada. A la cárcel fueron enviados más de setenta y cinco opositores. Más aún. Ante la imposibilidad de que se democratice el régimen, muchas personas optan por marcharse de Cuba. Para comprobar esta aserción resulta suficiente con observar las colas de aspirantes a la emigración frente a las sedes diplomáticas, ante las oficinas gubernamentales donde deben solicitar los permisos de salida y los pasaportes.

 

En verdad, es hora de que en materia de solidaridad terminen los atrincheramientos que olvidan a los cubanos encarcelados y a los grupos de disidentes. Propongo que los interesados, genuinamente, en el presente y el futuro de la isla, adopten la filosofía practicada por Amnistía Internacional ante los presos de conciencia. Apoyar y defender a los perseguidos y enjaulados no porque se simpatice políticamente con ellos, sino por respetar el derecho de cada persona a asumir y expresar cualquier postura ideológica, ante cualquier tipo de gobierno, sin que ésta tenga pagar las terribles consecuencias impuestas por las autoridades de La Habana.

 

A los recién enterados de estas calamidades, a quienes dudan de la veracidad de ellas, a quienes sí las creen, a todos, en fin, les propongo leer los informes sobre Derechos Humanos redactados por las siguientes entidades: Reporteros sin Frontera, Amnistía Internacional, Freedom House, Human of Rights, las Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos y, si esto no fuera suficiente, abramos nuestros oídos y corazones a las víctimas.

El plan de trabajo forzado en Isla de Pinos

Roberto Jiménez

 

Yo sé que lo que voy a tratar de decir puede parecer ficción a los lectores honestos no informados o desinformados.

 

Los presos políticos cubanos, víctimas del régimen totalitario que impera en Cuba, estamos lamentablemente acostumbrados a no tener mucha audiencia ni lectores cuando hablamos de lo que padecimos o seguimos padeciendo. Pero no nos cansaremos NUNCA de decir nuestra verdad.

 

Esto es historia, nos duela a quienes nos duele, le pese a quienes les pese. Se trata de una innegable realidad que gravita sobre todos los cubanos y sobre todos los seres humanos de buena voluntad.

 

Los hechos:

 

El plan de trabajo forzado impuesto a los presos políticos del Reclusorio Nacional de Isla de Pinos que no habían aceptado el llamado “Plan de Rehabilitación”, se desarrolló en los últimos años de ese penal (1964-1967) Puede afirmarse que el cierre del mismo se debió precisamente a la situación de creciente violencia creada por la implantación del propio plan y la generalizada y firme resistencia de los prisioneros al mismo, situación que gradualmente se había ido conociendo en el exterior y que se estaba escapando al control del régimen. Además, el principal objetivo del trabajo forzado, que era obligar a los presos a pasar al “Plan de Rehabilitación”, fracasó por completo, ya que durante ese período disminuyó dramáticamente el número de los que dieron ese paso.

 

Oficialmente nombrado con el eufemismo de “Plan Especial Camilo Cienfuegos”, aquella medida del gobierno castrista fue una genuina expresión del esquema totalitario de coacción y control que se imponía a toda la población de Cuba. En el caso del Presidio Político de Isla de Pinos, su implantación y mantenimiento durante años conformaron una etapa de represión máxima, durante la cual se sometió a los reclusos a un régimen de violencia extrema, masiva y sistemática, en que los golpes, los castigos personales y colectivos, las heridas, las mutilaciones, los desquiciamientos mentales y las muertes se convirtieron en rutina diaria; todo esto en medio de interminables jornadas de agotadores trabajos, en las peores condiciones de equipamiento y alimentación. Se impuso a la población penal una dinámica de tensión abrumadora que regía toda su vida cotidiana, dislocando el sistema de actividades que habían desarrollado los presos por su propia iniciativa para su superación espiritual, cultural y política. Sin embargo, esas actividades formativas pudieron recrearse en medio de aquel infierno, lo que contribuyó grandemente a mantener la integridad moral y el espíritu de resistencia.

 

Antecedente:

 

Pudiéramos decir que todo comenzó cuando un día, a fines de 1963, sin previo aviso ni explicación, varios grupos de prisioneros -campesinos en su mayor parte sobrevivientes de los primeros años de las guerrillas del Escambray y sus colaboradores- fueron sacados de las circulares para ser trasladados con destino desconocido. Por un tiempo no se tuvo noticias de la suerte corrida por ellos. Poco a poco se fueron recibiendo informaciones fragmentadas por los diversos canales, a veces inauditos, con los que suelen contar los prisioneros. Así supimos que los habían llevado a campamentos fuertemente custodiados en la propia Isla de Pinos, para que trabajaran en el campo. Esto sería conocido por todo el presidio como “El Plan Morejón”, por el nombre del entonces jefe de la guarnición del penal, que estuvo al frente de aquel plan piloto de lo que ya estaban preparando para el penal completo. Las informaciones fueron haciéndose más completas hasta que, pasados ocho meses, los presos del “Plan Morejón” fueron traídos de regreso a las circulares.

 

En aquel experimento, inicialmente, la represión no fue intensa y se les proporcionó a los reclusos una serie de condiciones más favorables que las existentes en el penal, tratándose de manipular, además, su condición de campesinos, acostumbrados a rendir al máximo en las labores agrícolas, para obtener de ellos cierto grado de cooperación. Pero ellos respondieron rechazando las relativas “mejoras” que, según entendieron, viniendo de carceleros hasta entonces siempre hostiles, sólo podían estar encubriendo la intención de sobornarlos y distanciarlos de sus compañeros que habían quedado en las circulares. Tampoco aceptaron trabajar voluntariamente, y fue preciso que la guarnición se quitara la careta y los hiciera trabajar a la fuerza.

 

Cuando se extendió por el penal la noticia de todo lo sucedido y se supo que existían planes de implantar a toda la población penal un régimen de trabajo forzado, se manifestó un rechazo generalizado a esa intención del gobierno comunista, debatiéndose diversas posiciones, más y menos radicales, en cuanto a la forma de actuar cuando llegara el momento. Considérese que en toda la historia anterior de la República nunca los presos políticos habían sido obligados a trabajar para los respectivos gobiernos a los que se habían opuesto y no existía la disposición de hacerlo para el comunismo, aunque se sabía, por innumerables experiencias, que la falta total de consideraciones humanas del régimen aseguraba una represión sin límites.

 

Se trató de prever en lo posible las circunstancias en las que habría que resistir para determinar las tácticas y estrategias más adecuadas y viables, pero esto se hacía difícil por la diversidad de criterios y la poca información disponible. Los hechos irían configurando la magnitud del reto.

 

El comienzo:

 

En junio de 1964 da inicio el plan de trabajo forzado para todo el penal. De los cambios de impresiones y debates entre los presos de todas las circulares se había ido perfilando una estrategia general que pudiera ser seguida por todos y que con el paso del tiempo y los acontecimientos se fue perfeccionando. Surgió el concepto de: “resistencia pacífica”, que se definió de manera que pusiera fuera de toda duda el carácter obligatorio del trabajo. Por primera vez en nuestra historia se planteaba y ponía en práctica tal concepto de lucha que, inspirado en los conocidos antecedentes de Mahatma Ghandi y Martin Luther King, era producto de un serio análisis de la realidad, tanto la impuesta por el régimen totalitario y sus claros objetivos de doblegar a toda costa el espíritu de lucha del presidio político, como la que se creó en el presidio por las diferentes posiciones asumidas por los prisioneros, que iban desde las más radicales y prácticamente suicidas, hasta las más moderadas.

 

Debe tenerse en cuenta que por entonces los presos estaban solos frente a toda la fuerza del Estado marxista, que ya había implantado un régimen de terror en Cuba, eliminando a sangre y fuego a casi toda la oposición y que actuaba con absoluta impunidad ante un mundo que, sólo con contadas excepciones, se mantenía indiferente ante los acontecimientos que tenían lugar en nuestra patria. Ante este cuadro complejo y difícil, los presos políticos cubanos de Isla de Pinos redefinieron y llevaron a cabo con responsabilidad, e ineludible sentido de realidad, la estrategia de una resistencia pacífica.

 

Desde el comienzo y durante toda esta etapa trágica del presidio político cubano, se destacó la intervención del Bloque de Organizaciones Revolucionarias (BOR), creado al efecto, que agrupaba a las principales organizaciones creadas en la clandestinidad para combatir al régimen desde posiciones nacidas en la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista, pero nacionalistas y democráticas. El BOR, cuyos militantes constituían una parte mayoritaria y disciplinada de la población penal desempeñó un papel protagónico en el análisis y las definiciones que resultaron en la estrategia adoptada y también en la coordinación con los miembros no organizados y de otras tendencias políticas del presidio para la puesta en práctica y el mantenimiento de la misma.

 

Los primeros grupos de presos sacados a trabajar, estaban en el Edificio 6. Se resistieron, primero, a salir del mismo, haciendo necesario que los militares entraran a obligarlos, y desde ese momento cada paso y cada movimiento en el trabajo tuvo que ser forzado por la represión. Era sólo el principio, todavía se estaba experimentando de ambas partes.

 

Entre la población penal aún coexistían distintos criterios y aquellos primeros actos de violencia de la guarnición hicieron que un grupo de reclusos se negase a trabajar, estando dispuestos a enfrentar cualquier consecuencia. Estos presos fueron conducidos al pabellón de celdas de castigo, separado de las circulares y edificios donde se hacinaba a los prisioneros, que presenciaron, gritando violentamente desde las ventanas enrejadas, como los conducían a golpes y bayonetazos hacia aquella edificación y, después, cuando uno y otro día los sacaban para tratar de hacerlos realizar aunque sólo fueran pequeñas labores, como arrancar hierbas de los alrededores con las manos, pero ante sus reiteradas y firmes negativas, volvían a llover los golpes y bayonetazos, en medio de los gritos de protesta de los presos desde todas las ventanas del penal.

 

El objetivo de hacer trabajar ante todo el presidio a aquellos pocos hombres, fracasó rotundamente; sólo lograron que se enardecieran más los ánimos y se fortaleciera la decisión mayoritaria de resistir. Debemos mencionar en este momento el nombre de Alfredo Izaguirre Rivas -joven director de periódico nacional, cuya pena de muerte había sido conmutada momentos antes de ser ejecutado-, que jamás hizo un solo movimiento para obedecer aquellas órdenes de trabajar bajo los golpes a que fue sometido durante las interminables sesiones de castigo, y que mantuvo esa actitud, junto al también periodista Emilio A. Rivero, durante todo el tiempo que duró el plan de trabajos forzados de Isla de Pinos, por lo que permanecieron confinados en los pabellones de castigo hasta el final, junto a otros reclusos allí encerrados. Estos últimos eran presos que, también desde el inicio o en diferentes momentos a lo largo de la época del trabajo forzado, fueron adoptando la misma actitud de absoluta negativa al trabajo, siendo objeto de salvajes golpizas para terminar también aislados en las celdas de castigo.

 

Pabellones de Castigo:

 

Los pabellones de castigo de Isla de Pinos, aún antes del plan de trabajos forzados, ya eran conocidos entre los reclusos por la brutalidad conque se trataba a los que tenían la desdicha de ser enviados a ellos, pero a partir del “Plan Camilo” el despiadado trato se llevó hasta límites increíbles. En los pabellones de castigo murieron varios reclusos. Recordamos entre ellos a Francisco Novales, “Paco Pico”, al que una bala disparada por el cabo Arcia Rojas le atravesó el corazón. Cuatro meses antes este mismo guardia había asesinado en pleno campo a Julio Tang. También en el pabellón fue dejado morir Roberto López Chávez en medio de una huelga de hambre.

 

A veces el castigo era más sofisticado, como cuando encerraban quince reclusos en una celda de tres metros por dos y no podían tirarse en el suelo a dormir porque no cabían acostados todos a la vez y tenían que turnarse para dormir; mientras un grupo dormía el otro se mantenía de pié, así noche tras noche, semana tras semana. Situaciones similares se presentaron en otras cárceles como la de Morón, Boniato, etc. Pero el récord de esto lo tienen las “gavetas”; estas celdas, aunque variaban en sus dimensiones, mantenían un patrón típico como instrumentos de tortura. Las situadas en la granja Tres Macíos cerca de Bayamo, medían cuarenta y cinco centímetros de ancho por ciento ochenta de largo por ciento sesenta de altura, y ahí obligaban a entrar hasta tres presos. No voy a entrar en detalles, vean el dibujo y dejo lo demás a la imaginación del lector.

 

El trabajo:

 

La misma intensidad de represión se aplicó a los bloques de trabajo que se constituyeron en todo el penal, en el que se hacinaban seis mil reclusos. Cada bloque agrupaba hasta doscientos hombres, divididos en cuatro o cinco brigadas, cada una comandada por un “cabo” armado de pistola soviética, bayoneta de Springfield o machete español de la marca “Gallito” o “Carpintero”, y por supuesto de toda la impunidad de un régimen totalitario que nunca tuvo que rendir cuentas al mundo.

 

Salíamos a trabajar antes de que despuntara el alba, a veces después de la incursión violenta de los guardias en las circulares y edificios para “apurarnos”, apenas terminando de consumir un poco de agua con azúcar caliente y un minúsculo pedazo de pan. En una de esas incursiones murió bayoneteado el primer mártir del trabajo forzado: Ernesto Díaz Madruga, en agosto de 1964, a manos de Porfirio García, el Jefe de Orden Interior.

 

Los reclusos eran conducidos al sitio de trabajo en camiones llenos hasta el tope, que en varias ocasiones se volcaron con el consiguiente saldo de víctimas, en esas circunstancias murió Jerónimo Sandía. Durante el recorrido eran escoltados por otro camión ocupado por los guardias que los custodiaban. Esos militares, armados con fusiles y una o dos ametralladoras calibre cincuenta, apoyadas en tierra, se convertían en el “cordón” que rodeaba a los presos una vez que llegaban al lugar de trabajo. Este cordón nunca no tuvo reparos para disparar a matar cada vez que los presos protestaron indignados por los abusos de que eran objeto.

 

Una vez en el lugar de trabajo ya fueran las canteras o los campos, se distribuían las brigadas, siempre dentro del perímetro controlado por el cordón, y empezaba la pesadilla. Esta situación se extendió por varios años en que la violencia dominaba todo. Se podría hablar también de las requisas, los castigos en “La Mojonera”, que era el lugar donde iban a parar las aguas de albañal de la localidad; el capítulo de un libro que ni Dante fue capaz de imaginar. Pudiéramos seguir relatando muchas otras barbaridades que podrían parecer exageradas a quienes no han tenido que vivirlas y pálidas a quienes las sufrimos en carne propia. Podríamos hablar de todos los que murieron en el presidio o después, por las lesiones sufridas, de los mutilados, de los que enloquecieron, o de los que jamás podrán recuperarse de todo aquello. Pero hasta aquí es suficiente para una mirada.

 

Todos los militares que participaron en la aplicación del plan de trabajo forzado de Isla de Pinos, fueron ascendidos y como era de esperar un buen número de ellos terminaron como delincuentes comunes por delitos que cometieron posteriormente; esto no es de extrañar, pues el que es capaz de cometer las atrocidades que se cometieron en Isla de Pinos, es capaz de cualquier cosa.

 

Quienes hayan tenido la oportunidad de escuchar el audio de las comunicaciones de los pilotos castristas con su base mientras masacraban a las avionetas de Hermanos al Rescate habrán oído las voces de los esbirros que nosotros escuchamos tantas veces en la Seguridad del Estado, en Isla de Pinos y en otras prisiones. Son las mismas voces que hoy siguen escuchando en Cuba los presos políticos.

 

¡Los esbirros son siempre los mismos!

Escritores en prisión

Rafael Rojas

Marzo de 2013

 

La introducción a nuestro número 30 (junio de 2001), que abordó las relaciones entre cárcel y escritura, terminaba con un aserto esperanzador: “no hay cárcel para la imaginación”. En este número, dedicado a repensar las instituciones y los procesos de justicia criminal, elegimos apegarnos a ese dicho, a fin de explorar las distintas maneras en que el encierro ha puesto de manifiesto el poder liberador de la escritura. De Sade a Wilde, de Gramsci a Dostoievski, la literatura que surge del cautiverio no se ha limitado al testimonio de una circunstancia, sino que ha enriquecido distintas tradiciones, lo mismo de la poesía y la novela que del pensamiento político. Esta breve galería de retratos de escritores en reclusión busca evidenciar lo irrefrenable del ingenio y la inteligencia, al tiempo que confirma la derrota de los muros frente a la vitalidad creadora.

 

La primera escena de la literatura carcelaria cubana que viene a la mente es la de Reinaldo Arenas (1943-1990), en el castillo del Morro, aferrado a su ejemplar de La Ilíada de Homero, por miedo a que algún preso se la robe para torcer cigarrillos, y escribiendo cartas de amor a los criminales que lo rodean. Arenas narró su experiencia en la cárcel, en 1974, en un puñado de páginas estremecedoras de su autobiografía Antes que anochezca (1992). Por escalofriante que pueda resultar ese testimonio, no es excepcional en la literatura cubana.

 

Cuba posee una eminente y sombría tradición de literatura carcelaria. El presidio, lo mismo que el exilio y el suicidio, ha sido una constante en la historia insular. La sucesión de regímenes no democráticos en los dos últimos siglos puso tras las rejas a numerosos escritores. Poetas del siglo XIX, como Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido) y Juan Clemente Zenea, o del XX, como Rubén Martínez Villena, Juan Marinello, Heberto Padilla y Raúl Rivero, además de narradores de ambas centurias, como Ramón de Palma, Cirilo Villaverde, Alejo Carpentier o Carlos Montenegro, pisaron en algún momento las cárceles de la isla.

 

El escritor Rafael Saumell, preso en la isla y luego exiliado en Estados Unidos, ha reconstruido la historia de esa literatura cautiva en su libro La cárcel letrada (Betania, 2012). Saumell inicia esta historia con el caso del poeta esclavo del siglo XIX, Juan Francisco Manzano, quien aunque fue siervo doméstico soportó encierros de castigo y torturas terribles, como el cepo, que narró en su Autobiografía. Luego se detiene en dos de las grandes memorias sobre la vida en cárceles cubanas, El presidio político en Cuba (1871) de José Martí y Presidio Modelo (1935) de Pablo de la Torriente Brau.

 

Con frecuencia se identifican estos dos textos en una genealogía inverosímil, dada la diferencia sustancial entre ambos. Martí grita desde el dolor y la invocación de Dios y Dante, su denuncia contra la España autoritaria y colonial. De la Torriente, en cambio, dejó escrito en 1935, antes de su viaje de Nueva York a la España republicana, donde moriría al año siguiente, una de las narraciones más estremecedoras de la literatura cubana. Martí y De la Torriente, como observa Ana Cairo, hablan de sistemas penitenciarios distintos –el colonial y el republicano–, con prosas también distintas: la romántica y la vanguardista.

 

Mezcla de ficción real, reportaje periodístico e investigación histórica, Presidio Modelo es un moderno ejercicio de prosa que trastoca los géneros literarios. Todas las modalidades del infortunio de la vida en la cárcel, sus arquetipos y estrategias, sus terrores y sociabilidades están descritos ahí, con la frialdad de la estadística. De la Torriente produjo el inventario exhaustivo de personajes y técnicas de reclusión en aquella penitenciaría de la Isla de Pinos: los carceleros, los presos, el castigo dentro del castigo. Esta radiografía del mundo carcelario cubano se reeditó tres años después en la gran novela del escritor gallego-cubano, Carlos Montenegro, Hombres sin mujer (1938).

 

El universo carcelario, descrito por De la Torriente y Montenegro, es radicalmente popular: no admite distinción de clases entre presos o entre guardias. Nada tiene que ver ese universo, como observa Saumell, con el presidio de élite que vivieron el joven abogado Fidel Castro y los asaltantes al cuartel Moncada, en el año y medio, entre 1953 y 1955, que fueron recluidos en el Presidio Modelo, bajo la dictadura de Fulgencio Batista. Castro fue el preso político letrado por antonomasia, tratado desde el proceso judicial, en el que se le respetó el derecho a autodefenderse, con todas las distinciones de su rango social y profesional.

 

La pérdida de fronteras entre el preso común y el preso político es distintiva de la literatura carcelaria cubana. Desde El presidio político en Cuba de Martí, los opositores cubanos encarcelados pierden, junto con su libertad, su lugar en la esfera pública. A excepción de Castro y otros presos políticos del periodo republicano, que llegaron a dar conferencias de prensa desde la cárcel, los intelectuales y políticos recluidos se confundieron dentro de la masa carcelaria. Esta es una de las señas de identidad de la copiosa literatura de presidio producida en el último medio siglo, bajo el sistema socialista cubano.

 

Perromundo (1972), la novela autobiográfica de Carlos Alberto Montaner, Donde estoy no hay luz y está enrejado (1970) y Veinte años y cuarenta días (1984) de Jorge Valls, Diary of a survivor: Nineteen years in a Cuban women’s prison (1995) de Ana Lázara Rodríguez o Cómo llegó la noche (2002) de Huber Matos, son solo algunos de las decenas de testimonios de la reclusión de opositores en Cuba. Una escena recurrente, en estos relatos, es la resistencia del preso político a ser tratado como preso común, manifestada en el  gesto de “los plantados”, aquellos reclusos que prefieren vivir desnudos antes que vestir el uniforme que les imponen sus carceleros.

 

En la última de las grandes redadas de opositores cubanos, todos pacíficos, de la primavera de 2003, fueron arrestados y condenados varios escritores y periodistas independientes como Manuel Vázquez Portal, Regis Iglesias, Ricardo González Alfonso y Raúl Rivero. Hoy los cuatro están  libres, en el exilio, pero ahora mismo, en La Habana, está siendo condenado a cinco años de privación de libertad,  por un delito “común”, el narrador Ángel Santiesteban, autor  del blog Los hijos que nadie quiso. El caso de Santiesteban  viene a reeditar, en pleno siglo XXI, la pesadilla cubana de la crítica pública como acto vandálico.

 

La imagen de Reinaldo Arenas acurrucado contra la claraboya del Morro, el castillo donde también estuvo preso su admirado Fray Servando Teresa de Mier, protagonista de la novela El mundo alucinante, resume la maldición de Cuba como país de escritores presos, de poetas en cautiverio. La claraboya es esa hendija de luz por la que ellos han podido, alguna vez, mirar al cielo. Pero es también, y ante todo, la grieta en las paredes del castillo por la que los libres nos asomamos a ese mundo de “bóvedas oscuras”, a ese “cementerio de sombras vivas”, de que hablaba José Martí.

Seleccione idioma

José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.