LA PERENNE INQUISICIÓN CASTRISTA

La censura castrista a los artistas e intelectuales

La guerra de los e-mails

Régimen cubano

aprieta las tuercas al cine independiente

Manuel Zayas

8 de abril de 2014

 

Ayer pregunté por la suerte del cine cubano a los cineastas que participaron en Nueva York en el panel “Nuevos horizontes en el cine cubano contemporáneo: un diálogo abierto”, que organizó el Havana Film Festival in New York. Esta es la transcripción de mi pregunta y de las respuestas de Jorge Perugorría, Gerardo Chijona y Enrique Álvarez.

 

Manuel Zayas: Es muy loable lo que significa que haya un cine independiente en Cuba y que no haya un monopolio de una institución que controle la cinematografía. El año pasado sucedieron en Cuba tres hechos bastante sintomáticos: uno, la policía entró a la casa de Alfredo Guevara para confiscar toda su papelería, sus documentos, supuestamente por un tráfico de obras de arte; a los dos días, el Ministerio de Justicia, de Salud Pública, no sé si del Interior y no sé cuál otro más, entraba a la Escuela de Cine y desde entonces yo creo que la Escuela de Cine perdió la autonomía y se implantó un sistema de apartheid salarial contra los trabajadores cubanos, y… ¿qué fue lo otro que pasó? Y bueno, un mes después, el gobierno, el Presidente, porque eso lo nombra el Consejo de Ministros, nombró a un funcionario que tiene un historial de censura como presidente del Instituto de Cine. Las últimas noticias que llegan, desde hace una semana, es que hay una decisión del Ministro del Interior de que los guiones, para recibir autorización de rodaje, se le tienen que someter a ese Ministerio, un ministerio represivo evidentemente, y que los productores, sean independientes, del ICAIC o de la Escuela de Cine, le tienen que enviar además el personal técnico que va a trabajar en la película para que se autorice o no eso. ¿Qué pueden decir ustedes de eso?

 

Jorge Perugorría: Que vamos a seguir dando la batalla. O sea, esas cosas que no aceptamos, no las aceptamos. Y por suerte, son cosas en las que hay un pensamiento común y que ahora mismo ante eso, hubo una carta que firmaron muchísimos cineastas, los que estaban por allá, y se les entregó: que no se está de acuerdo que para que se haga una historia tenga que revisarla una institución que no sea el ICAIC o quién sea, pero que tenga que ver con cultura, ¿no? Todas esas son las batallas que se están dando cada día en Cuba, en un país que está en un momento de cambios, y que todas esas cosas a veces salen pensamientos que responden a políticas más ortodoxas, más del siglo pasado y que no tienen nada que ver con la realidad. Y yo creo que en esa batalla, los cineastas están haciendo realmente un acto de honestidad en cuanto a todo lo que están planteando. Y es bastante democrático. En estas reuniones plantea todo el mundo lo que piensa. Y eso se les hace saber a las propias autoridades de Cuba. Entonces, eso es una batalla constante. Yo creo que la dieron los que comenzaron este cine en los 60 y les toca ahora a las nuevas generaciones seguir dándola, por ganar respeto y espacio de libertad, sobre todo creativa.

 

Gerardo Chijona: Lo que tú acabas de decir, para nosotros es… pues es terrible. Pero también tiene hasta un final de comedia si queremos. Hemos pasado por cosas peores que esas, porque, para refrescarnos la memoria, esas son cosas cíclicas que pasan en Cuba. Yo no sé si ustedes se acuerdan cuando Daniel [Díaz Torres], a quien el Festival le hace un merecido homenaje, hizo Alicia, un día después leímos en la prensa que el ICAIC no existía, por una resolución del Consejo de Ministros. Y todos allá adentro dijimos: “No, no aceptamos esto”. Yo tengo en mi casa el Memo oficial, echando para atrás la resolución. O sea, siempre a un golpe, hay una respuesta. Y esa va a ser siempre la pelea nuestra, porque no nos van a regalar nada. El espíritu de todos los que estamos aquí, es que hay cosas que no las vamos a aceptar, de ninguna manera, venga de donde venga. Eso sí tenlo por seguro.

 

Enrique Álvarez: Un momentico, déjenme aclarar una cosa. Sobre este último tema de las productoras independientes, los cineastas hemos hecho una declaración, que no la hicimos pública, la hicimos a través del ICAIC y el Ministerio de Cultura, porque queríamos, desde los artistas, valorizar en el justo medio que creo deben estar valorizadas estas instituciones frente a esta pretensión del Ministerio del Interior o de alguien del Ministerio del Interior, no es algo que tengamos muy claro, de intentar controlar los permisos de rodajes en Cuba. Hicimos una declaración y dijimos “o esto se detiene, o vamos a parar nuestros proyectos y no vamos a rodar”. En esos términos se hizo la declaración, lo único que es una declaración que no es pública, es una declaración que hemos hecho a través de nuestras instituciones, porque nos interesaba que nuestras instituciones fueran las que defendieran su espacio institucional de ser quienes den o no este tipo de permiso, como ha sido hasta ahora. Y a nosotros nos tocaría ya discutir con ellos y fajarnos con ellos cada vez que den un permiso o no. O sea, en estos términos está esto último.

¿Caso cerrado?

Josefina de Diego

22 de febrero de 2007

 

El debate sobre “el quinquenio gris”, que ha tenido lugar en nuestro país a partir de la “resurrección” de tres ex funcionarios del Consejo Nacional de Cultura; Pavón, Quesada y Serguera; ya va llegando a su fin, se va extinguiendo; pudiéramos decir que está agonizando. Por un momento muchos pensamos que lo que había comenzado como un simple intercambio de cartas por e-mail podría dar pie a un verdadero debate sobre temas fundamentales de nuestra cultura y, también, de la economía y de la sociedad. Pero no ha sido así. En la muy criticada Declaración del Secretariado de la UNEAC, se reconoció que las apariciones de estos ex funcionarios “no respondían a una política del organismo y que en su gestación y realización se habían cometido graves errores”. Se dijo que muchos de los que habían intervenido en la polémica lo hacían porque trabajaban “obviamente al servicio del enemigo” y se refirieron a “aquellos que pretenden ver en el debate entre revolucionarios posiciones ambiguas, fisuras u oportunidades para su agenda anexionista”. En la última oración se ratificó que: “La política cultural martiana, antidogmática, creadora y participativa, de Fidel y Raúl, fundada con 'Palabras a los intelectuales', es irreversible”. Como para sellar el debate, Alfredo Guevara se solidarizó con el texto de la UNEAC y acusó a los funcionarios de la televisión (que son nombrados por “el Partido”) de ser los responsables de la “insurgencia beligerante de la ignorancia y la mediocridad” que impera en los medios de comunicación. Guevara jamás hizo alusión al “pavonado”, ni al “quinquenio gris”, ni a ninguna de las propuestas que se estaban haciendo.

 

Muchas personas dicen que “eso ya pasó”, “que fue un 'catarro malo'“ (según declaraciones de Reinaldo González publicadas por el diario El Clarín, 13 de febrero del 2007), que lo del “quinquenio gris” y la polémica ocurrida en los meses de enero y febrero de este año ya son “un caso cerrado”, para utilizar una terminología que ha puesto de moda la famosa serie CSI: la escena del crimen.

 

Pienso que, efectivamente, muchas cosas han cambiado, para bien; que las persecuciones a homosexuales disminuyeron y, en la actualidad, aunque existen muchos prejuicios, ya no se puede expulsar a nadie por ese motivo de los trabajos y de las universidades. Incluso se transmiten por la propia televisión programas que tocan este tema con gran amplitud y profundidad, como fue la telenovela La cara oculta de la luna, exhibida recientemente. También es cierto que hay una apertura real y se plantean y cuestionan asuntos que, en aquellos años, hubieran sido imposibles de tratar (prueba de ello es esta polémica). Pero sí creo que todavía persisten serias limitaciones al ejercicio verdadero de la libertad de expresión, de asociación, de movimiento (por no mencionar otros problemas, muy serios, en la esfera productiva); se mantiene el derecho que se arrogan funcionarios a decidir qué es correcto ideológicamente o no; sigue vigente el otorgamiento o no de un permiso para salir o entrar del y al país donde uno nació, lo que no es otra cosa que un freno a la libertad de movimiento e, indirectamente, a la libertad de expresión (a muchas personas se les ha negado el derecho a viajar por sus opiniones políticas); los casos de censura a libros, autores (que viven en Cuba o fuera del país), documentales y películas, etc., existen, y han ocurrido en este siglo XXI, no en el “quinquenio gris”.

 

Pero esta realidad no se acepta; tampoco se quieren reconocer los errores e injusticias que se cometieron. Y si no se reconocen, si no se señalan las causas verdaderas, no es posible plantear que es un “caso cerrado” porque, siguiendo con la terminología detectivesca, “las evidencias” de que todavía queda mucho por rectificar así lo demuestran.

 

Como dice el doctor Arnoldo Kraus en su libro ¿Quién hablará por ti?: Un recuento del Holocausto en Polonia:

 

El “silencio humano”, ese silencio cómplice, soterrado y cobarde, es una invención moderna que protege a la comunidad, despersonaliza al individuo y exime a los verdugos. Es un estado que aleja la culpa y evita la reflexión. Cuando muchos no saben, nadie sabe. Cuando no hay culpables, nadie es responsable, y cuando no hay responsables, saber carece de sentido.

 

En resumen, pienso que hay cosas que se repiten en nuestros días, igual que en aquellos años, y pondré algunos ejemplos:

 

1. El debate actual no ha sido reflejado en la prensa (sólo la declaración de la UNEAC, sin ninguna explicación, por lo que las personas que no tienen e-mail y que no están relacionadas con el mundo de la cultura, no entendieron nada). Tampoco se informó sobre la reunión efectuada en la Casa de las Américas, el 30 de enero de este año, en la que participó Abel Prieto, ministro de Cultura y miembro del Buró Político. Esta situación se parece a la del año 1971, cuando el famoso “caso Padilla” (que también se mantuvo “a puertas cerradas” para la población), y su explicación, puede encontrarse en el discurso de clausura del Primer Congreso de Educación y Cultura: “Algunas cuestiones relacionadas con chismografía intelectual no han aparecido en nuestros periódicos. Entonces: '¡Qué problema, qué crisis, qué misterio, que no aparecen en los periódicos!'. Es que, señores liberales burgueses, esas cuestiones son demasiado intrascendentes, demasiado basura para que ocupen la atención de nuestros trabajadores y las páginas de nuestros periódicos”.

 

2. No se ha reconocido, oficialmente, que sí existió una persecución a los homosexuales, que fue política de gobierno y que no terminó en la década de 1970 (recordar el Éxodo del Mariel en 1980: “¡que se vayan los homosexuales!”; las expulsiones de militantes de la Juventud Comunista ocurridas en las universidades en esa década bajo la acusación de ser “amanerados” o “amaneradas”, etc.). Esto queda reflejado en Cien horas con Fidel, páginas 253-255, segunda edición, septiembre del 2006.

 

3. Irreversibilidad de la política trazada en 1961 con Palabras a los intelectuales. Toda política puede mejorarse, cambiarse, no tiene que ser “irreversible”.

 

4. Un alto funcionario del Ministerio de Cultura manifestó en la reunión celebrada en la Casa de las Américas, el 30 de enero pasado, que Padilla había sido “un cobarde, un actor y un cínico”. En la conferencio que leyó ese día, El quinquenio gris: revisitando el término, Ambrosio Fornet escribe sobre lo que le sucedió a Padilla: “A cada rato oíamos decir que estaba muy activo como consultor espontáneo de diplomáticos y periodistas extranjeros de tránsito por La Habana, a los que instruía sobre los temas más disímiles: el destino del socialismo, de la revolución mundial, de la joven literatura cubana…”. Creo que se debería reconocer, francamente, que lo que le sucedió a Padilla fue una injusticia y una violación de sus derechos humanos.

 

Se podría continuar la enumeración de ejemplos, pero ya en estos días se ha escrito mucho sobre lo ocurrido en los últimos años.

 

Pienso que muchas personas querían que el debate se extendiera, que no se quedara en el estrecho marco de la década de 1970. No fue así, aunque es bueno reconocer que, hasta ahora, se han respetado las opiniones expresadas a través del limitado espacio del correo electrónico y que, según se cuenta, los que pudieron participar en la conferencia del día 30 de enero, se expresaron con entera libertad. “Del lobo, un pelo”, podríamos decir, sin mucho entusiasmo y poca convicción…

El establo de caballos finos

Haroldo Dilla Alfonso

12 de febrero de 2007

 

Como es conocido, un grupo de artistas y literatos cubanos se lanzó a un inusual debate semi-público bajo la nada envidiable motivación de la reaparición en la escena (totalmente pública) de un grupo de inquisidores protagonistas de lo que ellos denominan el quinquenio gris. Ello ha tensado la lupa indagadora de los que —emigrados, exiliados o como sea— vivimos fuera de la Isla.

 

He leído de estos últimos tantos argumentos decentes como libelos arrogantes que destilan toda el infortunio prepotente de los exiliados cuando empiezan a considerarse como guerreros virtuosos e inclaudicables.

 

Me detengo sobre ello brevemente sólo para fijar una posición. Con diferentes quilates, las personas que se vieron envueltas en este debate son todas merecedoras del máximo respeto, y en algunos casos también de admiración por sus dotes intelectuales y sus trabajos. El hecho de vivir en Cuba no demerita a nadie, y puede incluso ser un gran mérito sin que para ello la persona tenga que militar en algún grupo oposicionista, de la misma manera que estar en la oposición (aunque indicador inefable de valentía personal) no es en sí mismo un mérito. Los escritores y artistas cubanos pueden ser (y en muchos casos lo son) generadores de ideas innovadoras, de valores y de propuestas éticas. Y lo pueden hacer en condiciones muy desfavorables, siempre caminando sobre el filo que separa lo que el sistema considera la frontera entre la virtud y el pecado.

 

Francamente envidio la posibilidad de incidir de esta manera sobre la sociedad cubana, y admiro como se puede hacer desde una sala de teatro, una exposición de pinturas, una conferencia o un concierto de rap. Como vivo en República Dominicana, ya no puedo hacerlo.

 

Ponerle a estas personas el test case de la oposición es una inmoralidad, por diversas razones.

 

-Una de ellas reside en el hecho de que la mayoría de las personas que he visto opinando con semejante desdén y prepotencia, en verdad nunca desafiaron al sistema en Cuba más allá de algunas conversaciones privadas un poco subidas de tono.

 

-Otra, porque algunos de los comentaristas parece que viven en un lugar diferente al “rudo mundo real”, donde siempre los intelectuales andamos sacando las cuentas de que conviene decir y que no (sea por razones políticas, éticas o económicas) y respecto al mundo en que vivimos. Seamos francos, eso de “cuidarnos” es una enfermedad profesional.

 

Y es que el mundo intelectual es siempre como un establo de caballos finos, aunque voy a reconocer que el establo cubano es muy enrevesado y alberga caballos de una distinguida sensibilidad.

 

Las precariedades de la subordinación negociada. La imagen del establo no implica ningún juicio peyorativo, sino una condición sociopolítica.

 

Hace algunos años visité un establo de caballos finos propiedad de un amigo canadiense. Me llamó la atención la lentitud como se abría la puerta del establo, lo que según mi amigo se debía a que si se abriera súbitamente las ráfagas de aire frío podrían encabritar a los animales. Había que abrirlas poco a poco:

 

-Son animales extraños, me dijo, pues cuando ocurre un peligro real —por ejemplo la entrada de un animal carnívoro al establo— se paralizan del miedo.

 

En Cuba sucedió que abrieron las puertas del establo de un golpe.

 

El establo es un pacto que ha implicado por décadas la subordinación negociada de escritores y artistas.

 

El acuerdo era muy claro. La dirigencia cubana se comprometía a permitirles ciertas libertades y espacios de realización personal, que iban (para ser gráfico) desde presentar Marketing en el teatro Mella o filmar Guantanamera, hasta poder viajar casi libremente y vivir fuera del país. Es decir, desde lo más altruista a lo más prosaico, los escritores y artistas tuvieron un abanico de razones disponibles para quedarse dentro de la revolución (como reclamaba Fidel en Palabras a los Intelectuales) y por supuesto, para inquietarse cuando vieron a Pavón en la aburrida televisión cubana.

 

Por la parte de los artistas y escritores había una Horca Caudina que traspasar.

 

El primer requisito era detener la crítica en los umbrales de al menos tres temas —el liderazgo de Fidel, la legitimidad del partido único y el repudio a las políticas norteamericanas— y ejercerla siempre de una manera elíptica y críptica. Todo lo cual no era demasiado gravoso, si tenemos en cuenta que al fin y al cabo el lenguaje artístico siempre es críptico y que en última instancia el arte no demuestra sino solamente muestra.

 

El segundo requisito era disfrutar las franquicias sin ambiciones de universalizarlas, lo que de hecho dejaba fuera del terreno “intelectual” a un grupo de sectores como los cientistas sociales. Y de paso castraba a la UNEAC, convirtiéndola en un gremio protegido por la sombrilla de un régulo liberal (en el peor sentido del término) y respaldada por una opinión internacional mucho más sensible a lo que pueda pasarle a un poeta que a un historiador.

 

En este sentido es justo destacar que si los escritores y artistas padecieron un quinquenio gris, los científicos sociales no han conocido otra cosa. Y la pandilla de sus inquisidores anodinos y mediocres —Darío Machado, Isabel Monal, Fernández Bulté, Miguel Limia, Talía Fung, Valdés Vivó— capitaneados por el Departamento Ideológico, se “pavonean” en todos los canales de televisión, en todos los eventos e incluso en los congresos de la Latin American Studies Association.

 

El significado de la “revolución” en la que había que estar dentro fue severamente enrarecido por las propias políticas en curso, de manera que si para un escritor la revolución era definida como un programa de cambios sociales, para un sociólogo era remitida a los pedraplenes, el plátano microjet y la batalla de ideas. Si algo sabían los dirigentes cubanos es lo que nos recordaba en una ocasión Carpentier: las obras que motivaron revoluciones no fueron El Quijote o la Mona Lisa, sino el Contrato Social y El Capital.

 

Por parte de la UNEAC, sus dirigentes y el locuaz ministro de Cultura (que a su vez es miembro del buró político) siempre ha existido un silencio total cuando los cientistas sociales ha sido reprimidos, y los escritores y artistas han enmudecido de pavor ante la acción depredadora de los carnívoros.

 

Redefiniendo el sistema. Aunque el debate de los escritores y artistas apenas tuvo impacto en la opinión pública, es muy importante pues ha enviado una señal a la clase política. Aunque una productora de televisión ha afirmado que todo fue una casualidad sin importancia, como decía el joven Baudolino, lo único casual es el amor de los inocentes. Y aquí nadie lo es.

 

La estolidez del hecho no implica su irrelevancia. La clase política cubana sabe que vienen épocas de ajuste y debe afrontar al menos tres retos.

 

-El primero es la desaparición de Fidel Castro o al menos su reducción al espectro estoposo que aparece en televisión, lo que significa la pérdida del centro del sistema.

 

-El segundo es el fin del bloqueo, paulatinamente, por desangramiento, pero su final tras el intento estúpido (para no variar) de George W. Bush de intensificarlo.

 

-En tercer lugar, debe abrir la economía a niveles mayores, un proceso que Chávez demoró con sus subsidios, pero sólo demoró.

 

Y debe hacerlo conservando su unidad en medio del estropicio que ha ido dejando el comandante desde los tiempos en que, como un abuelito consentido, comenzó a enseñar a las amas de casa como hacer los frijoles negros y llenó las gasolineras de trabajadores sociales.

 

La regurgitación de la bilis del quinquenio gris fue un balón de ensayo orquestado por el tristemente célebre departamento ideológico, cuyo jefe —un caso prototípico para Lombroso— sabe muy poco de cultura pero mucho de medidas activas de inteligencia. Y lo hicieron exponiendo a la picota pública a tres ancianos que les sirvieron fielmente durante años.

 

Los animales carniceros no entraron al establo, sólo abrieron las puertas para ver cómo reaccionaban los caballos finos. La declaración de la UNEAC cerró nuevamente las puertas, y fue así, con las puertas cerradas que han comenzado las conferencias sobre el quinquenio gris. Es el límite sistémico de nuestros escritores y artistas.

 

Estos deben aprender algo que una vez nos alertó un comunista brillante: hoy se llevan a otros, y si no protesto, mañana me llevan a mí. Sobre todo, cuando quedó claroque los inquisidores cubanos ruegan a Dios pero mantienen su pólvora seca.

Mensaje de Belkis Cuza Malé

26 de enero de 2007

 

Aunque siempre resultan interesantes los debates en torno a la situación de los intelectuales y artistas en Cuba, en esta ocasión no tenía el menor interés en abrir mi boca porque ni Luis Pavón (alias Leopoldo Avila) ni el gordo Quesada ni Papito Serguera merecen que yo pierda mi tiempo nombrándolos. Por desgracia ellos han sobrevivido mientras que muchas de sus víctimas no.

 

Todo el mundo sabía en el ambiente cultural de los años 70 que Luis Pavón y los otros no respondían más que a la política de Fidel Castro, el único que durante casi cinco décadas ha dictado y reprimido no sólo a la cultura, sino a la sociedad cubana entera. Nada se hacía en Cuba que no tuviera su aprobación o que no fuese una orden suya. Pavón respondía entonces al ejército, dirigido por Raúl Castro, pero todo emanaba del comandante en jefe. Las UMAP y los ataques de Leopoldo Avila en la revista Verde Olivo, y los parámetros bajo los cuales se implementaba la política cultural, eran todos pensados y maquinados por Fidel Castro. Fue él quien llamó ratas a aquellos 75 renombrados intelectuales que osaron protestar por el arresto de Heberto Padilla y luego denunciar la autocrítica del poeta, realizada bajo presiones policiales.

 

Estas protestas de ahora de ciertos escritores de la isla ante el homenaje a Pavón y comparsa tienen una sola finalidad: defender lo que efectivamente les ha costado años de sufrimiento y humillación. Algunos de ellos son víctimas ahora rehabilitadas, pues a raíz del caso Padilla fueron a parar a fábricas o en el mejor de los casos a trabajos subalternos en bibliotecas. Y cabe aclarar que si cayeron en desgracia entonces fue simple y sencillamente porque en algún que otro momento se expresaron en contra de la revolución, con el agravante de que algunos eran homosexuales y la Seguridad del Estado no cesaba de tenderles trampas, creando así nuevos delitos. Claro, disidentes nunca fueron porque, salvo Antón Arrufat --de este grupo de ahora--, que escribió Los siete contra Tebas y fue premiado en 1968 junto a Fuera del juego, de Heberto Padilla, que provocaron la ira de los represesores, los demás se limitaban a comentar en voz baja, o con escritores extranjeros de visita en Cuba, la situación política de entonces.

 

La mayoría de los que ahora escriben agitados mensajes de protesta han escalado posiciones en la cultura oficial cubana, algunos a altos niveles. Son “premios nacionales” de literatura, viajan constantemente al extranjero en misiones oficiales o invitados por universidades e instituciones alrededor del mundo; han publicado sus libros en Cuba y en el extranjero, y hasta obtenido premios internacionales amañados por el gobierno cubano. De pronto, todo eso está en peligro, y el miedo hace su aparición.

 

Pero, ¿oyeron a alguno de ellos levantar la voz cuando hace dos años fueron encarcelados los 75 escritores, periodistas y disidentes que todavía guardan hoy prisión, salvo unos pocos que han sido liberados? ¿Qué han dicho entonces y ahora? ¿Quién defendió entonces a su colega Raúl Rivero? ¿Alguien se ha atrevido a pedir justicia para el doctor Oscar Biscet? ¿Quién denunció el encarcelamiento de Reinaldo Arenas, René Ariza, Heberto Padilla? ¿O el fusilamiento del escritor Nelson Herrera, o años después el atropello y cárcel a María Elena Cruz Varela y Tania Díaz Castro? ¿O quién protestó cuando a finales de los sesenta Virgilio Piñera, y muchos otros escritores, fueron separados de la UNEAC, ese “cascarón de figurones”, como la llamó Heberto Padilla en su momento? No, esos premios nacionales de literatura sólo sirven para que algunos se crean de verdad grandes escritores. Para que Antón Arrufat cante loas al ministro de Cultura que lo devolvió al redil como al hijo pródigo, o Carilda Oliver Labra pierda la memoria.

 

En uno de esos textos escritos desde Cuba, Reina María Rodríguez, “la chica de la azotea”, dice que Heberto Padilla pidió volver a Cuba varias veces y siempre le fue negado el permiso. Si eso hubiera sido verdad se estaría hablando de algo que no critico, pues los cubanos exiliados han estado viajando a Cuba desde 1978, pero no fue así en el caso de Heberto, quien nunca pidió tal permiso. De sobra sabía lo que aquello significaría para él: un juego político que no le interesaba. Al contrario, Reina María Rodríguez fue la emisaria que intentó “seducir” a Heberto con la idea de que debería visitar Cuba. A partir de aquel congreso en Suecia no se cansó de jugar el juego que a todas luces le había asignado la Seguridad del Estado. Fue ella la que hizo gestiones, alentada por la Cantante, un siniestro personaje que merodeaba entonces a Heberto. De sobra sé que todos y cada uno de esos escritores oficiales mantienen estrecho contacto con los agentes de la Seguridad. Y no estoy hablando por boca de ganso. En la propia sede de la UNEAC, mientras trabajaba allí en la redacción de La Gaceta de Cuba, en 1975, yo y todos los demás fuimos conminados a asistir a un homenaje a los oficiales que “atendían” a los escritores y artistas. Y cuál no sería mi sorpresa al descubrir que todos los presentes saludaban con abrazos y guiños a ``su pareja”.

 

Reina María Rodríguez ha ganado dos veces el Premio Casa de las Américas, ha publicado toda su obra en Cuba, ha viajado sin parar, incluso a Estados Unidos, y su azotea es más popular que la conocida casa de Marina en La Habana de los cincuenta. Heberto Padilla está muerto y no puede desmentir a Reina María Rodríguez, pero yo no me voy a quedar callada ahora, cuando veo cómo pretenden seguir ensuciando su memoria. Porque ir a Cuba en las circunstancias que “la chica de la azotea” buscaba era una entrega al régimen que lo humilló y encarceló. No fue la primera vez que Heberto recibió emisarios desde Cuba intentando el chantaje emocional. Que cada uno diga lo que quiera acerca de Luis Pavor y sus compinches. Buen modo de conocer por dónde van los truenos y quién es quién allá, aquí y acullá, en ese “exilio de terciopelo”

Mi punto de vista

Eliseo Alberto Diego

12 de enero de 2007

 

Cuando cierro la puerta, nunca sé si estoy adentro o afuera”. (Judith Vázquez)

 

Abro la puerta. La inesperada e inexplicable (aún inexplicada) reaparición televisiva de Jorge Papito Serguera, El Gordo Quesada y Luis Pavón Tamayo, también apodado (dicen algunos) Leopoldo Ávila, ha despertado una lógica agitación en círculos intelectuales cubanos, y esa turbulencia de correos electrónicos ha trascendido los servidores de la Isla para llegar, en ensamble coral, hasta la orilla del exilio cubano —donde muchos seguimos con atención, sorpresa y casi siempre angustia lo que sucede en Cuba, para bien o para mal—. Los de este lado de la frontera estamos “al tanto”, no “al día”, pero estamos. Pertenecemos. El lunes 8 de enero comenzaron a aparecer, vía internet, las primeras cartas cruzadas (“emilios”) entre Jorge Ángel Pérez, Reynaldo González, Desiderio Navarro, Sigfredo Ariel, Arturo Arango. Mensajes van, mensajes vienen, la lista de destinatarios de tan ardida correspondencia (al principio privada y, después, pública) se fue incrementando hasta abarcar en pocas horas un registro muy amplio de direcciones. La razón trataba de imponerse a la pasión, sin conseguirlo del todo porque las ideas corrían, trotaban, con vibrante impaciencia, sin tiempo para asentar una denuncia contundente: así de intensa era la necesidad de avisarnos unos a otros del peligro. Necesidad y consternación. Desde La Habana, esas “resurrecciones” imprevistas, o las lecturas sombrías de las mismas, no se consideraban (como yo pensé, desde lejos) coincidencias más o menos alarmantes sino claros indicios de que “algunos” pensaban que cualquier tiempo pasado fue mejor y, ante la actual situación del país, inédita y crítica, había que cortar por lo sano. Lo infecto, para “los de la Vieja Guardia”, eran los espacios de relativa libertad intelectual que los escritores y artistas del patio habían conseguido gracias, en primerísimo lugar, al renovado valor de sus obras y también a posturas personales, cada vez más autónomas, independientes. Títulos sobran. También acciones.

 

El grito provocó el eco. En este caso, si la reverberación repercutió de muro a muro fue por culpa de los enormes paredones de censura que la “historia oficial” ha tratado de levantar a lo largo de treinta años de adulterios de la verdad, a beneficio propio. El alarido bota y rebota, le guste a quien le guste y le pese a quien le pese.

 

A veces, la resonancia aturde más que el vocerío. Apenas cinco minutos al aire, en horario estelar de Cubavisión, y dedicados por entero a alabar al hombre (Luis Pavón) que aún carga sobre las espaldas de su conciencia la responsabilidad (no exclusiva) del peor período de la política cultural del gobierno y el Partido Comunista de Cuba, fueron más que suficiente para abrir viejas cicatrices en muchas víctimas de entonces. La memoria también tiene corazón. La memoria también se infarta. Un día después, el martes, el torrente de mensajes desbordaba los ríos del diálogo cibernético, y surgieron desde el bombín del exilio los primeros pañuelos —casi todos de apoyo—. Desde el palomar donde vivo, desde hace diecisiete años, le mandé este correo a Reynaldo González: “Querido Reynaldo: Hasta mi azotea en Ciudad México, llegan desde La Habana las palomas mensajeras con los informes, o partes, de la cólera que ha desatado en la Isla la resurrección televisiva de Pavón. Oigo, emocionado, el coro de los dignos. Cuenta con mi voz, mis cicatrices y mi palabra: suma mi ira al coraje de los amigos. Ojalá las aguas retomen su nivel, y que juicios desbocados no alboroten el avispero —aunque, si nos pican la memoria, al pan le llamemos pan y, al vino, por supuesto vino. Me siento, estoy, en la Isla y junto a ustedes —como siempre. Si puedes, hazle llegar mi abrazo a todos, a Antón, a Desiderio, a Arturo, a Sigfredo. A ti primero. Lichi”.

 

En su respuesta, rápida y breve, Reynaldo me pedía “Energía positiva”.

 

El autor de Siempre la muerte, su paso breve tenía motivos para pedirme “energía positiva”. Entendí que eso necesitaban en La Habana: fervor del bueno.

 

El orfeón fue sumando nuevas voces. La mayoría no se cuestionaba, en profundidad, los móviles posibles de tan descabellada “vuelta de carnero al pasado” sino expresaba su “solidaridad” con los escritores que se habían atrevido a levantar la mano y radiar la alarma, a tiempo y con premura. Al menos para mí, el concepto solidaridad sigue teniendo un significado entrañable: es más que una palabra.

 

Sin embargo, algo debe de haber pasado la noche de ese martes (dicen que una reunión de urgencia en el Ministerio de Cultura) porque el miércoles 10 se acalló la polémica y un mutismo espeso se cuajó desde La Habana. Tal vez porque se aclaró “el malentendido”. Puede ser. Quién quita.

 

Quizás el entuerto no fuera tan grave, como pensamos. Visto el caso y comprobado el hecho, no sería una mala solución. Digo, las hay peores. Al enmudecer La Habana, algunos aprovecharon la pausa para desbocarse.

 

Encuentro en la Red dio espacio a varias críticas demasiado severas, a juicio mío injustas y por muchas razones inapropiadas, de resentida autosuficiencia, que entre verdades innegables intercalaban aguijones de intolerable tirantez. Respeto y admiro a José Prats Sariol y Jorge Luis Arcos. Son mis amigos. A Duanel Díaz no lo conozco personalmente pero no es necesario para apreciar su inteligencia y rigor analítico: basta con leerlo. Como se dice en México, coloquialmente y sin ofender, tengo la sospecha de que los tres perdieron una excelente oportunidad para callarse.

 

No era, no es, el momento de calar a fondo en un pasado que sus testigos recordamos, adoloridos, y buscar culpables mayores, nombrarlos a cuenta y riesgo. Todos perderíamos esa apuesta suicida e improcedente. ¿Quién no sabe “de memoria” las reglas del juego? ¿Se las recuerdo? No hace falta. Desde hace 48 años no han cambiado. O han variado muy poco. Los que han cambiando son los jugadores en el campo y los espectadores en las gradas, no los directivos ni los jueces. Quedan, en el banco, viejos verdugos. Pero estamos dentro de ese juego, no fuera. “No quiere ser un héroe, / ni siquiera el romántico alrededor de quien / pudiera tejerse una leyenda; / pero está condenado a esta vida y, lo que más le aterra, / fatalmente condenado a su época”, dijo Heberto Padilla en su poema El hombre al margen.

 

Unos lo aceptan, otros no. ¿Por qué avergonzarse de ello, si esa es (fue y será) nuestra vida? La que nos tocó a los de adentro y a los que, por algo, decidimos irnos —o nos echaron—. En situaciones complejas, como ésta, ¡cuánta falta nos hacen nuestros muertos! ¡Cómo extrañamos a Tomás Gutiérrez Alea, nuestro irremplazable Titón, tan sonriente como lúcido! ¿Qué habría dicho? ¿Y Jesús Díaz? Me parece oírlo. Resopla. ¿Y Moreno Fraginals? ¿Y Lezama, desde Trocadero 162? Gastón Baquero nos advirtió, con la inocencia de un pez que nos deja su testamento en la arena, que “la cultura es un lugar de encuentro” —y ese lema clarividente se convirtió en la razón de ser de la revista Encuentro—.

 

También de la revista Temas o la revista Criterios, cada una a su manera. Yo le hubiera pedido su opinión a Santiago Álvarez, a Reynaldo Arenas o Guillermo Rosales, a Mirta Aguirre o Juan Marinello, o Carlos Rafael Rodríguez, a Guillermo Cabrera Infante o a Nicolás Guillén, y aunque quizás no hubiera compartido sus juicios o presagios, los habría tenido en cuenta porque el “respeto a la opinión ajena”, como en Martí, en mí también es fanatismo.

 

No pretendo responder en detalle los artículos de Prats, Arcos y Díaz: ellos tuvieron necesidad de escribirlos y exponer sus puntos de vista, bien pensados, con la ventaja que da el ejercicio de la reflexión, y no con la lógica ligereza de quien redacta al vuelo un S. O. S. electrónico. Sólo expongo por la misma vía del internet un par, o un trío, de observaciones, y las envío a la larga lista de remitentes implicados en la querella.

 

Para mi buen amigo Pepe Prats Sariol, “lo que no se transparenta o insinúa, en la retórica aristotélica de las denuncias contra el homenaje mediático a los pavones, es, sencillamente, si ya han perdido la poca fe que les quedaba en la cúpula del Poder. Ahí está, al parecer, lo que se elude”. Quién sabe. Los revolucionarios también pueden “perder la fe” y no por ello dejar de sentirse comprometidos con lo que ha sido, hasta el sol de hoy, la principal razón de sus vidas. La esperanza es una tabla de salvación, para muchos.

 

Al autor de la excelente y poco conocida novela Guanabo gay, mi preferida entre las suyas, le resulta evidente “que los halcones han salido de sus jaulas” y pronostica que en pocas semanas sabremos si habrá, o no, cambios “en los funcionarios que dirigen la política cultural del Gobierno”. Y se pregunta, sin adelantar vísperas: “¿Asistimos al reinicio de la represión desembozada contra artistas y escritores que el Poder sabe disidentes? ¿Se acabó el limbo?”. Sí, sin dudas, por lo pronto (creo) se acabó el purgatorio, ese campo a la intemperie, sin jefes visibles, ángeles o demonios, a mitad de cielo entre el infierno y el paraíso. Ahora bien, ¿de veras son disidentes? No. Los disidentes de la Isla están encerrados en prisión o en sus casas, valientes, asediados por la misma prensa que hoy silencia la polémica desatada por la resurrección de figuras nefastas, acorralados entre cercos de repudio. Pepe Prats lo sabe bien, pues fue de los pocos que defendió y acompañó, desde su casa de madera en el barrio de Santos Suárez, a nuestro fraterno Raúl Rivero.

 

Jorge Luis Arcos no sale de su asombro. Para él resulta “sencillamente increíble” que se trate de negar lo que a él le parece “evidente”: que lo sucedido no “responda a una estrategia del poder, como lo fue en el pasado, y como lo es en el presente”, y llega a suponer “que una parte considerable de los intelectuales cubanos dan por hecho que el régimen actual va a continuar existiendo, y ellos, dentro del mismo, con su variada gama de complicidad, silencio, oportunismo o, incluso, alegre aprobación”.

 

La graduación que Arcos propone no es diversa sino repetitiva. Se le olvida mencionar que, a pesar de los pesares y “de tantos palos que te dio la vida”, como dijo Fayad Jamis, muchos de los intelectuales cubanos son revolucionarios. Y tienen el mismo derecho que nosotros a no serlo. Duanel Díaz enfoca sus baterías contra lo expuesto en sus cartas por Desiderio Navarro, e invierte el catalejos para exagerar sus propias sentencias, las de Duanel, como si la amplificación de una verdad bastara para sustentarla, con lo que olvida que, mal entendida, la realidad vista a través de una lupa a veces sólo sirve para distorsionarla, no para razonarla.

 

Díaz asegura a rajatabla que la Revolución no admite “conciencia crítica”, pues para “criticarla de verdad, hay que situarse fuera del juego. Salir de su propia lengua: pasar de ‘Fidel’ a ‘Castro’. Mientras exista ‘Fidel’, no ya sólo en tanto ser físico sino en tanto concepto proveedor de legitimación, la simetría entre ‘políticos’ e ‘intelectuales’ que sugiere Navarro resulta falsa; de hecho, en Cuba no hay “políticos”, puesto que no hay partidos ni parlamento”.

 

Lo grave no es que no haya “partidos” sino que haya solamente uno —más una Asamblea del Poder Popular integrada casi en su totalidad por sus militantes—. A estas alturas del “partido”, después de tanto llover sobre mojado, lo mismo en La Habana que en Miami, apenas tiene sentido la propuesta de elegir entre un nombre Equis y un apellido Zeta, una alternativa que, sin necesidad de lentes para miopes, hace gala de una evidente ofuscación teórica.

 

Hace muchos años, en una visita a un centro de trabajo en el puerto de La Habana, durante aquellos exorcismos previos al IV Congreso del Partido, Titón y yo escuchamos a un dirigente estatal que dijo, desde la tribuna, este mosquetero disparate: “Todos para uno y uno para todos, o lo que es lo mismo: divide y vencerás”. Lo que demuestra, si falta hace, que los extremos se tocan.

 

La clásica consigna de la unidad era igual a su contraria: al equipararse, ambas estrategias se anulaban. De lo que se trata, ahora, es de sumar: el que resta pierde. Sería gravísimo error equivocarnos de contrincantes pues existe la posibilidad de acabar siendo, uno, nuestro propio enemigo. Conmigo no cuenten los que sólo ven manchas en el sol. Alguien nos advirtió: “Quien busca la verdad, merece el castigo de encontrarla”.

 

Cierro la puerta.

Crítica y memoria

Duanel Díaz

10 de enero de 2007

 

Ha llegado a mi buzón electrónico una carta pública donde Desiderio Navarro critica la reciente aparición de Luis Pavón en un programa de la Televisión Cubana que ha exaltado su contribución a la cultura nacional. Además de sumarme al merecido repudio de ese oscuro censor cuya obra literaria carece de toda importancia, me gustaría ahora compartir un par de reflexiones sobre la propia denuncia de Navarro; señalar, sobre todo, los límites de su posición, que son, básicamente, los de quienes a estas alturas de la partida afirman que la libertad de crítica y el socialismo cubano no son incompatibles.

 

Al colocar casi toda la culpa en el funcionario, por importante que este sea, Navarro libera en gran medida de ella al gobierno revolucionario. “Cierto es que Pavón no fue en todo momento el primer motor, pero tampoco fue un mero ejecutor por obediencia debida. Porque hasta el día de hoy ha quedado sin plantear y despejar una importante incógnita: ¿cuántas decisiones erróneas fueron tomadas “más arriba” sobre la base de las informaciones, interpretaciones y valoraciones de obras, creadores y sucesos suministradas por Pavón y sus allegados de la época, sobre la base de sus diagnósticos y pronósticos de supuestas graves amenazas y peligros provenientes del medio cultural?”, afirma, colocando en el origen --en la “base”-- del entuerto al director de Verde Olivo, y atribuyendo así las erradas decisiones de la cúpula a los “datos” suministrados por él.

 

Pero no fue Pavón quien inventó el estalinismo, ni quien decidió seguirlo en Cuba: esas valoraciones, que son las que fundamentan la doctrina del realismo socialista, ya habían presidido la obra crítica de las cabezas pensantes del Partido Socialista Popular: Carlos Rafael Rodríguez, Mirta Aguirre, Juan Marinello, José Antonio Portuondo, Nicolás Guillén.

 

En un principio enfrentados con los partidarios de otras posiciones estéticas que reivindicaban para sí la originalidad de la Revolución, estos intelectuales estalinistas fueron adquiriendo más importancia en el dictado de la política cultural a medida que el gobierno revolucionario, declarado marxista-leninista desde 1961, fue estrechando sus lazos con el bloque soviético y los límites de la legalidad revolucionaria.

 

Navarro afirma que la impronta de Pavón “condicionó el resentimiento y hasta la emigración de muchos de aquellos creadores no revolucionarios, pero no contrarrevolucionarios, cuya alarma había tratado de disipar Fidel en Palabras a los intelectuales”, como si entre este discurso de Castro y los dictámenes del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura hubiera una simple solución de continuidad.

 

La memoria que propugna en su carta no alcanza, pues, a recordar que fue el propio Castro quien pronunció el discurso de clausura de ese congreso, consagrando elocuentemente todos sus dictámenes; tampoco recuerda que Pavón, en tanto director de la revista Verde Olivo, estaba directamente subordinado a Raúl Castro. Las causas de las cosas que Navarro invoca en su cita de las Geórgicas llevan, entonces, directamente hasta ese Comandante en Jefe de cuya convalecencia todos están pendientes, y hasta aquel otro Castro que lo ha sustituido en sus funciones.

 

Quedarse en las ramas

 

Preconizar la necesidad de ir a las raíces y quedarse en las ramas es, así, la contradicción medular de la crítica que ya en el ensayo In media res publicas ofrecía Desiderio Navarro. Allí apunta: “La suerte del socialismo después de la caída del campo socialista está dada, más nunca que antes, por su capacidad de sustentar en la teoría y en la práctica aquella idea inicial de que la adhesión del intelectual a la Revolución --como, por lo demás, la de cualquier otro ciudadano ordinario-- 'si de veras quiere ser útil, no puede ser sino una adhesión crítica'; por su capacidad de tolerar y responder públicamente la crítica social que se le dirige desde otras posiciones ideológicas --las de aquellos 'no revolucionarios dentro de la Revolución' a quienes se refería la célebre máxima de 1961”.

 

Ante esta reivindicación del derecho a crítica para los revolucionarios y los no revolucionarios de “dentro”, cabe preguntarse dónde está el límite en que comienza la “contrarrevolución”, quién establece el “afuera” sino ese Máximo Líder en cuyo dictum de 1961 estaban ya, in nuce, las determinaciones de 1971.

 

Lo cierto es justo lo contrario de lo que dice Navarro: la existencia misma del socialismo, antes y después de caerse el Muro, depende de reprimir la crítica de fondo, pues esta lo derretiría como un trozo de hielo expuesto al mediodía cubano. La Revolución no admite “conciencia crítica”. Para criticarla de verdad, hay que situarse “fuera del juego”. Salir de su propia lengua: pasar de “Fidel” a “Castro”. Mientras exista “Fidel”, no ya sólo en tanto ser físico sino en tanto concepto proveedor de legitimación, la simetría entre “políticos” e “intelectuales” que sugiere Navarro resulta falsa; de hecho, en Cuba no hay “políticos”, puesto que no hay partidos ni parlamento.

 

Tampoco creo que una mayor resistencia de los intelectuales hubiera cambiado mucho la cosa en los setenta: más hubieran sido reprimidos, pues el sistema era una eficaz máquina de producir represores. Más criticables que los que en aquella coyuntura callaron o colaboraron, me parecen esos que, entonces marginados, se han convertido luego de rehabilitados en grandes adalides del régimen.

 

En una cosa sí estoy de acuerdo con Navarro: hay que tener memoria. Es por ello que echo de menos, en su enérgica crítica al gremio, una autocrítica, pues no olvido que, aunque le hayan censurado escritos propios y prohibido la publicación de algunos ajenos, él no dejó de ser uno de los cómplices de esa misma política con la que ha quedado identificado el nombre del teniente Pavón.

 

Como si se tratara de un colaborador de la revista positivista Cuba Contemporánea súbitamente montado por el espíritu de Zdanov, Desiderio Navarro escribió: “En modo alguno el sistema directivo de la sociedad socialista podría permitir que la cultura llegara a ser ese factor histórico que una vez fue abandonado a la espontaneidad y al libre curso y gracias a su capacidad de acción inversa sobre los demás factores sociales, introduciría en masa lo aleatorio, el desorden, la desproporción y la discordancia en todo el organismo social” (“El papel conductor del Partido marxista-leninista en el terreno de la cultura”, La Gaceta de Cuba).

 

 

Respuesta de Duanel Díaz a Eliseo Alberto Diego

 

En su mensaje electrónico, Eliseo Alberto Diego nos acusa a mí, a Jorge Luis Arcos y a José Pepe Prats de ser injustos, insolidarios y hasta oportunistas en nuestros comentarios publicados en Encuentro en la red. En lo que a mí se refiere, me gustaría replicar a esto, no sin antes señalar que no hay diferencia, en cuanto a grados de reflexión, entre ellos y los de Lichi: los nuestros no tienen, como él afirma, la “ventaja que da el ejercicio de la reflexión” sobre “la lógica ligereza de quien redacta al vuelo un S. O. S. electrónico”; el suyo es un comentario totalmente razonado y elaborado, tan bien pensado como los de nosotros, y a la vez escrito al calor de esta sorpresiva coyuntura, justo como los de nosotros.

 

“Al enmudecer La Habana, algunos aprovecharon la pausa para desbocarse”, dice Lichi. Quizás él no me crea, pero lo cierto es que mi comentario fue escrito inmediatamente después de leer la carta pública de Desiderio Navarro; ese mismo día, ya entrada la madrugada, lo colgué en un blog recién estrenado, y fue al día siguiente, cuando ya había leído algunos de los mensajes provenientes de Cuba, que Pablo Díaz me propuso publicarlo en ERR. Luego salieron las notas de Yoyi y de Pepe, y sinceramente me alegré de que ellos compartieran mi posición.

 

Hoy, horas antes de leer el mensaje de Lichi Diego, he estado hablando largamente con Yoyi sobre el tema. Creo que lo que más le molestó a él es el hecho de que algunos intentaran desde La Habana dejar fuera del debate a los que estamos en el exilio, cuando es un hecho que muchos de los afectados en los 70 están de este lado del charco y que, de cierta manera, todos hemos sido afectados, pues el daño que entonces se hizo a la cultura y a la intelligentsia no se supera por decreto. Por mi parte, lo que más me molestó de la carta pública de Desiderio fue que la dureza con que critica a los intelectuales por no haber resistido en los 70 no fuera acompañada de autocrítica --siendo, de esa manera, inconsecuente con la memoria que reclamaba-- y sí de un claro propósito de exculpar a las máximas autoridades de la Revolución.

 

En efecto, Baquero dijo que la “cultura es un lugar de encuentro” pero esa frase, mientras no adquiera una interpretación concreta, es una consigna vacía y retórica, una especie de comodín que sirve para todo. Encuentro la ha asumido como un lema en el empeño de sumar a todos en un diálogo necesario, un debate que las autoridades cubanas rechazaron. En Encuentro en la red se publicarán todos los escritos sobre el asunto que nos ocupa, aquellos firmados por los de aquí y los de allá, por los “revolucionarios” y los “contrarrevolucionarios”, los de “derecha” y los de “izquierda”. Ni La Jiribilla ni Cuba Literaria lo harán. Cuando Temas ha publicado alguna crítica de fondo ha sido, como en el caso del ensayo de Ponte sobre Martí, para acto seguido intentar descalificarlo de la manera más grosera y, desde luego, contraproducente. Criterios sacó algunos años un número con acercamientos teóricos al “neofascismo norteamericano”, pero sobre el costado fascista del régimen cubano no ha publicado nada, hasta donde sé.

 

 

La tesis de que la “cultura es un lugar de encuentro” ha sido asumida por las autoridades cubanas con otro sentido: para fundar un falso consenso una vez que, luego de la caída del muro de Berlín, el Estado se vio privado de la legitimación marxista-leninista y tuvo que echar mano a los “idealismos” antes rechazados. Esa cultura concebida ahora no ya como otro terreno de la lucha de clases sino como “lugar de encuentro” define un espacio de mayor tolerancia en la justa medida en que su relativa autonomía garantiza que las decisiones políticas quedes en manos de los de siempre. ¿señalar esto es autosuficiencia, es pose teórica, es bizantinismo?

 

Lichi dice: “invierte el catalejo para exagerar sus propias sentencias, las de Duanel, como si la amplificación de una verdad bastara para sustentarla, con lo que olvida que, mal entendida, la realidad vista a través de una lupa a veces sólo sirve para distorsionarla, no para razonarla.” Ahora bien, lo que yo señalo no es “mi” verdad, ni es la de Prats ni la de Yoyi aunque ellos la compartan; es sencillamente la verdad, algo que está más allá de posiciones políticas o éticas. No tengo que amplificarla pues se sustenta en los hechos: fue Fidel Castro el que pronunció el discurso de clausura del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura.

 

Pero Lichi prefiere concentrarse en otro pasaje de mi comentario. Dice: “Díaz asegura a raja tablas que la Revolución no admite 'conciencia crítica', pues para criticarla de verdad, hay que situarse fuera del juego. Salir de su propia lengua: pasar de 'Fidel' a 'Castro'. Mientras exista 'Fidel', no ya sólo en tanto ser físico sino en tanto concepto proveedor de legitimación, la simetría entre 'políticos' e 'intelectuales' que sugiere Navarro resulta falsa; de hecho, en Cuba no hay 'políticos', puesto que no hay partidos ni parlamento”. Lo grave no es que no haya “partidos” sino que haya solamente uno --más una Asamblea del Poder Popular integrada casi en su totalidad por sus militantes. A estas alturas del “partido”, después de tanto llover sobre mojado, lo mismo en La Habana que en Miami, apenas tiene sentido la propuesta de elegir entre un nombre Equis y un apellido Zeta, una alternativa que, sin necesidad de lentes para miopes, hace gala de una evidente ofuscación teórica.”

 

Ahora bien, ¿hay diferencia entre que no haya “partidos” y que haya solamente “uno”? Al contradecirme y afirmar lo mismo que yo, es él quien resulta bizantino, cuando no absurdo. La diferencia entre “Castro” y “Fidel” que señalo no carece de sentido; sacada de su contexto, en el mensaje de Lichi, ciertamente parece artificiosa, pero en mi comentario no es para nada gratuita: insisto en que mientras a Fidel no se le pueda llamar Castro, mientras no esté sujeto, como todos, al escrutinio de la opinión pública que define todo espacio democrático, no podrá haber en Cuba un auténtico debate, aunque sí voces que, como la de Ena Lucía Porcela, salgan fuera de esa falaz retórica.

 

“De lo que se trata, ahora, es de sumar: el que resta pierde. Sería gravísimo error equivocarnos de contrincantes pues existe la posibilidad de acabar siendo, uno, nuestro propio enemigo. Conmigo no cuenten los que sólo ven manchas en el sol”, termina Lichi. Y yo me pregunto si la suma que saldría si nos calláramos quienes hacemos una crítica de fondo ayudará a que venza alguien más que ese régimen que coarta las libertades de todos, los de allá, que no pueden expresarse libremente, y los de aquí, que por hacerlo tenemos prohibida la entrada a nuestro país. ¿Nos equivocamos de contrincante nosotros o se equivoca Lichi Diego? Mi contrincante no es Desiderio Navarro, ni mucho menos los demás colegas en La Habana: mi contrincante --el de Yoyi, el de Pepe-- es el régimen castrista.

Mensaje de Desiderio Navarro

6 de enero de 2007

 

Estimados amigos y compañeros:

 

De repente, al cabo de más de treinta años de su destitución, reaparece en la esfera pública Luis Pavón, ex-Presidente del Consejo Nacional de Cultura durante el eufemísticamente llamado “quinquenio gris”, ni más ni menos que en todo un programa de la Televisión Nacional dedicado a “su impronta cultural en la cultura cubana”.

 

Ahora bien, ¿es lo que ayer vimos y oímos la impronta de Luis Pavón en la cultura cubana?

 

¿O es otra que dañó irreversiblemente las vidas de grandes y menos grandes creadores de la cultura cubana, “parametrados” de uno u otro modo? ¿Que impidió la creación de muchos espectáculos artísticos y la divulgación de muchas obras literarias y plásticas en Cuba y en el extranjero? ¿Que nos privó para siempre de innumerables obras a causa de la casi inevitable autocensura forzada que siguió a los ubérrimos 60? ¿Que llenó todo un período con una pésima producción literaria y artística nacional hoy justamente olvidada hasta por sus propios ensalzadores y premiadores de antaño? ¿Que nos inundó con lo peor de las culturas contemporáneas de los países de la Europa del Este, privándonos del conocimiento de lo más creativo y profundo de éstas? ¿Que a la corta o a la larga condicionó el resentimiento y hasta la emigración de muchos de aquellos creadores no revolucionarios, pero no contrarrevolucionarios, cuya alarma había tratado de disipar Fidel en Palabras a los intelectuales? ¿Que creó e inculcó estilos y mecanismos de dirección y trabajo cultural neozhdanovianos que ha costado décadas erradicar, de tan “normales” que llegaron a hacerse? ¿Acaso somos realmente un país de tan poca memoria que no recordamos ya la penosa situación a la que fueron reducidas nuestras instituciones culturales por obra del Consejo Nacional de Cultura, situación que el humor cubano captó por entonces en aquel trío de refranes parodiados: “El que no oye al Consejo, no llega a viejo”, “En la Unión no está la fuerza” y “En Casa de las Américas, cuchillo de palo”?

 

Cierto es que Pavón no fue en todo momento el primer motor, pero tampoco fue un mero ejecutor por obediencia debida. Porque hasta el día de hoy ha quedado sin plantear y despejar una importante incógnita: ¿cuántas decisiones erróneas fueron tomadas “más arriba” sobre la base de las informaciones, interpretaciones y valoraciones de obras, creadores y sucesos suministradas por Pavón y sus allegados de la época, sobre la base de sus diagnósticos y pronósticos de supuestas graves amenazas y peligros provenientes del medio cultural?

 

Si de improntas culturales valiosas en el periodismo cubano se trata, habría que mostrar aquellas como las de ese hombre de letras que fue Agustín Pí, quien, en ese mismo período, desde su modesto puesto en el periódico Granma, ayudó a cuantos “mal vistos” de valía pudo y logró que las páginas culturales de Granma fueran lo menos cerradas posibles en cada momento y no se convirtieran del todo, como tantas otras publicaciones cubanas de la época, en un erial de mediocridad y oportunismo.

 

En mi artículo In medias res publicas he hablado de la responsabilidad de los políticos en las limitaciones del papel crítico del intelectual --sobre todo en los años en que la cultura fue conducida por Luis Pavón--, pero ésa es sólo la mitad del problema. La otra mitad --merecedora de un simétrico artículo-- es la responsabilidad de los intelectuales: sin el silencio y la pasividad de la casi totalidad de ellos (por no mencionar la complicidad y el oportunismo de no pocos) el “quinquenio gris” o el “pavonato”, como ya entonces lo llamaron muchos, no hubiera sido posible, o, en todo caso, no hubiera sido posible con toda la destructividad que tuvo. Con contadas excepciones, entre los intelectuales, los heterosexuales (incluidos los no-homófobos) se desentendieron del destino de los gays; los blancos (incluidos los no-racistas), de la suerte de los negros reivindicadores; los tradicionalistas, del destino de los vanguardistas; los ateos (incluidos los tolerantes), de las vicisitudes de los católicos y demás creyentes; los prosoviéticos, de la suerte de los antirrealistasocialistas y de los marxistas ajenos a la filosofía de Moscú, y así sucesivamente. Cabe preguntarse si esa falta de responsabilidad moral individual podría repetirse hoy entre la intelectualidad cubana.

 

Se impone, pues, preguntarse responsablemente sin dilación: ¿por qué justamente en este singular momento de la historia de nuestro país en que todo nuestro pueblo está pendiente de la convalecencia del Comandante en Jefe se produce esa repentina gloriosa resurrección mediática de Luis Pavón con un generoso despliegue iconográfico de selectas viejas escenas con los más altos dirigentes políticos, y ello tan sólo días después de la no menos repentina reaparición televisiva de Jorge Serguera, quien desde la presidencia del ICRT hizo un perfecto tándem político-cultural con el CNC durante el “quinquenio gris”?

 

“Feliz el hombre aquel que llega a conocer las causas de las cosas.”

Preocupaciones compartidas

Antón Arrufat

9 de enero de 2007

 

El viernes 7 de enero, y en un horario casi estelar, en el programa Impronta del canal Cubavisión, dedicado, como indica su título, a aquellos creadores que han dejado una “impronta” en la cultura nacional, tanto en las artes como en la ciencia y el deporte, se presentó uno dedicado a la exaltación mediática de Luis Pavón Tamayo. Fotos con altos dirigentes del país, portadas de sus escasos libros, paneo sobre una multitud ostentosa de medallas, y una entrevista acerca de su presente, de la labor que realiza en la actualidad. Con voz casi inaudible y manos vacilantes, el televidente creyó oír que “asesoraba” no supo bien qué institución o qué editorial.

 

Terminada la emisión de este programa, la inmensa ciudad de sus víctimas, cientos de ellas felizmente todavía vivientes, comenzaron a llamarse por teléfono horrorizadas de que la actual Televisión Cubana, más de treinta años después de aquellos oprobiosos acontecimientos, dirigidos por el hoy inmaculado Luis Pavón Tamayo, dedicara parte de su precioso tiempo y espacio a uno de los personajes más execrables, incluidos los tiempos coloniales y neocoloniales, de la historia de la cultura cubana.

 

Allí estaba, sin duda, quien durante cinco largos y estériles años, presidió la institución rectora de nuestra cultura, desde su alta torre del palacio del Segundo Cabo, frente a la Plaza de Armas. Allí estaba hablando como si nada hubiera ocurrido, lavado por arte del ocultamiento, de toda responsabilidad con su conducta de aquellos años. Ni el texto encomiástico que un locutor leía, en el que las víctimas televidentes se enteraron por primera vez de su importancia como poeta, ni las incoherencias musitadas del entrevistado realizaron alguna referencia, ni por un segundo, al pasado ominoso de quien presidió durante esos cinco años el Consejo Nacional de Cultura.

 

Es decir que todos habían tomado el agua del Leteo, que da el olvido, y que esperaban que las víctimas, por el contrario, recordaran a su verdugo. Allí estaba, vestido de blanco, el gran parametrador de importantes artistas, ahora si de verdad, el que los persiguió y expulsó de sus trabajos, el que los llevó ante los tribunales laborales, los despojó de sus salarios y de sus puestos, quien los condenó al ostracismo y al vilipendio social, quien pobló sus sueños con las más atroces pesadillas, el que anuló la danza nacional, mutiló funciones del guiñol, quien llevó al exilio a artistas dispuestos a trabajar en su país y dentro de su cultura, quien persiguió a pintores y escultores despojándolos de sus cátedras y de la posibilidad de exponer sus obras, el gran censor de músicos y trovadores, allí estaba quien enseñó a los artistas cubanos un ejercicio apenas practicado en nuestra historia, el de la autocensura, inventor y propiciador de la mediocridad que llenó todo su período con obras que hoy felizmente a nadie le interesa recordar, sabiduría crítica que los dirigentes de la televisión y sus responsables ideológicos no han sabido imitar.

 

Allí estaba alguien que, con una vocecita en apariencia inofensiva, creó e inculcó en el trabajo cultural, como observa con justicia Desiderio Navarro: “estilos y mecanismos de dirección que ha costado décadas erradicar”.

 

Estos hechos históricos, escamoteados por decisión de alguien, sin embargo debieron ser conocidos por los televidentes –las víctimas los conocen en carne propia--, principalmente las nuevas generaciones que carecen de información sobre tal período. Así la impronta de Luis Pavón Tamayo en la cultura nacional podría ser juzgada con justicia por todos.

 

Por supuesto no es el único cadáver insepulto que la Televisión Cubana trata de poner en circulación, sin que se sepa hasta hoy con justeza el porqué. Hace poco las víctimas de Jorge Serguera, antiguo Presidente del ICRT, lo vieron gesticular entre las velas de una especie de capilla ardiente, sin que se le moviera un músculo de la cara, sobre sus años de dirigente persecutor. Este tampoco pidió excusas, y muy por el contrario exclamó envanecido que no se “arrepentía de nada”. Sus víctimas, en otro sentido, tampoco tienen nada de que arrepentirse. No obstante estos dos insepultos no son los únicos. Hace unos meses en un programa del Canal 2, Diálogo abierto, por igual en horas de alta audiencia, fue entrevistado uno de los ranchadores de la administración de Pavón, Armando Quesada, a quien encargó que se ocupara con esmero de “limpiar” el movimiento teatral cubano. Así lo hizo, claro, por el tiempo en que su mayoral estuvo en el poder.

 

La única “medalla” que se le puede acreditar a la Luis Pavón Tamayo no figura en la vanidosa colección que las cámaras, desplazadas hasta su propia casa, con luminotécnicos y maquillistas acompañantes, tomaron inclinadas sobre una mesa dispuesta como para una puesta teatral. Esta “medalla” es la que se ganó en justa lid cuando el Tribunal Supremo fallara en su contra por “abuso de poder” y por medidas “inconstitucionales” contra los trabajadores de la cultura. Es su mayor mérito, y el más original: es casi el único dirigente de la Revolución que lo ha obtenido. Ahí están las Gacetas Oficiales con los diversos fallos, varios en total, que provocaron, en gran medida, su destitución.

 

Quizá para un filósofo determinista, Pavón no es responsable absoluto de sus acciones al frente del Consejo. Es en cierta y oscura medida una víctima posterior del pavonato, que él mismo instrumentó. En tal observación se encuentra una parte de verdad. Como en la teología católica las estrellas inclinan pero no fuerzan el albedrío, en las modernas doctrinas sociales las circunstancias, el complicado tejido de la sociedad de una época, inclinan también, como nuevas estrellas terrenales, pero no fuerzan el albedrío. De acuerdo con la libertad humana, aún en las condiciones más férreas, puede el hombre negarse, discutir, proponer soluciones diversas, influir, o al menos no excederse en la violencia. Tal vez el hecho de que Pavón se excediera, propicia en sus víctimas explicaciones ya de carácter sicológico. Hay deseos, placeres, fobias, envidias que contaminan cualquier decisión en apariencia imposible de no cumplir.

 

Cuando comenzó la rehabilitación de los artistas y escritores que Luis Pavón Tamayo intentó aniquilar para siempre, y la política cultural entró en el período de las revolucionarias rectificaciones, y las víctimas del pavonato fueron reconocidas en su valor como creadores, el viejo Ex-presidente se acercó a uno de sus amigos para advertirle, con parecidas palabras a éstas, no te comprometas demasiado con esos que ahora son Premios nacionales, pronto a todo esto se le dará marcha atrás. Extraño pensamiento en un marxista declarado: concebir el tiempo histórico como un eterno retorno.

 

Antón Arrufat

 

Otro mensaje de Antón Arrufat

 

Queridos amigos:

 

Envío esta propuesta sólo a ustedes cuatro. Me parece que, dada la enérgica reacción de tantos escritores y artistas cubanos contra la aparición en pantalla de Pavón, Serguera y, ahora me entero, Quesada, estamos en condiciones de solicitar a la UNEAC que exija al ICRT una disculpa pública sobre lo acontecido. Creo que hay razones y fuerzas para intentarlo. No pienso que la disculpa se haga, pero sería una manera de presionar más.

 

Abrazos

 

Antón Arrufat

 

Ps. Hoy estaré todo el día en San Antonio de los Baños. Si no respondo alguna llamada o mensaje, no es abandono o pereza.

Mensaje de Enrique Colina

25 de enero de 2007

He decidido inscribirme en el debate con estas líneas que espero remuevan un poco la memoria de esta inquietud que nos moviliza esta vez refiriéndome a mi experiencia relacionada con el cine. De paso, quiero expresarte mi reconocimiento por la oportuna y valiente denuncia que has hecho y que ha servido para sacudirnos y recordarnos nuestra responsabilidad cívica. Te ruego acuses recibo.

 

Un abrazo,

 

Enrique Colina

 

Dirigí para la TV Cubana el programa de cine “24 por Segundo” durante 32 años. El programa lo concebía en el ICAIC, se producía técnicamente en el ICRT y allí se sometía a su aprobación para ser trasmitido cada semana nacionalmente. Existía pues en la frontera de dos organismos con disímiles enfoques de la cultura, la política y la ideología, es decir, con una interpretación distinta del precepto que presidió y rige hasta hoy la política cultural revolucionaria: “Con la Revolución todo, contra la Revolución nada”. Afirmación que analizada con rigor y no con la idolatría que da valor de artículo de fe a las declaraciones descontextualizadas y les hace perder la relatividad histórica de su significado, evidencia la siniestra perennidad que avala y le da su carácter de dogma al sobreentendido, sólo aparentemente ambiguo, de a quien corresponde decidir lo que es o no revolucionario, lo que es oportuno o no decir o discutir, la información que se puede o no recibir, el derecho o no que se tiene para discrepar de tal o más cual decisión, lo que corresponde o no a una moral revolucionaria y así hasta el infinito.... Mi participación en este debate quisiera dirigirlo a refrescar con mi modesta experiencia la memoria histórica que subyace en las causas de estos lodos...

 

Esquematizando, y sin entrar en los aspectos contradictorios que cualquier política sufre por la naturaleza humana imperfecta de sus hacedores y por las coordenadas históricas en las que tiene que expresarse y operar, ICAIC quiso decir en este país, durante muchos años, una política cultural más abierta, tolerante y antidogmática, que permitió una variada oferta cultural y recreativa en su programación cinematográfica. Significó también una producción de cine nacional que ha intentado testimoniar su tiempo, con mayor o menor rigor en la profundidad conceptual y expresión artística de sus realizadores, aunque siempre dentro del marco de las coordenadas impuestas por una censura que ha marcado sus tabúes no escritos a través de un código silencioso, pero por todos conocido y, hasta ahora y con contadas excepciones, con más resignación sufrido que combatido.

 

ICAIC significó, sobre todo –aunque no siempre- la resistencia y la recuperación contra los “errores” de esa intolerancia y ese dogmatismo, signados por la otra política que, abierta o solapadamente, según la coyuntura y la conveniencia táctica del momento, ha ejercido el control de los medios de comunicación siguiendo las orientaciones directas del aparato ideológico del Partido -que, contra la voluntad mistificadora de ciertos burócratas que se escudan en su invisibilidad, no es un ente abstracto y sí una asociación humana depositaria de virtudes y defectos de hombres con nombres y apellidos que toman decisiones correctas o equivocadas. Tendencia que históricamente se ha manifestado agresivamente contra la cultura y sus creadores y ha representando durante ciertos períodos la expresión de una política oficial concreta y poderosa contra la cual ha tenido que luchar para sobrevivir esta otra concepción tachada de hipercrítica, floja y blandengue, elitista, perestroikista, y, en círculos más cerrados, reconocida como antipatriótica y contrarrevolucionaria. Tendencia que también, y para desdicha de los inquisidores, forma parte de esa corriente de pensamiento ético integrado a un proceso auténticamente revolucionario que ha pretendido no convertir en una paradoja negacionista la voluntad de ofrecer educación y cultura a su pueblo para después negarle participación intelectual activa en el reconocimiento y transformación de su realidad, no sólo obedeciendo o siguiendo orientaciones, sino opinando, coincidiendo o discrepando como conciencia crítica de su propia condición ciudadana.

 

Inmerso en este contexto, simplificado por la necesidad de síntesis de estas líneas y porque todos sabemos de lo que estamos hablando, “24 por Segundo” pasó por la confluencia de todos los períodos albos, grises y negros, todos marcados por la desconfianza sistemática a la espontaneidad de una opinión, al lenguaje directo que llama las cosas por su nombre, a la referencia crítica que se aparta de un diktat oficial y que analiza un fenómeno en su complejidad ideológica. En un afán velado por hacerlo desaparecer, el programa cambió de horario y canal infinidad de veces. Muchas veces tuve que discutir acaloradamente para defender su concepción y no pocas protestar por su suspensión. De lo sublime a lo ridículo y por las más disímiles causas, el programa no salía al aire ya fuera por la aparición de un desnudo o escena de sexo justificados dramáticamente en el fragmento de un filme que servía para ilustrar un tema más significativo; por la imagen de un actor extranjero o la mención a algún director que en algún lugar hubiera firmado una oscura declaración contra la Revolución -sin que esto lo supiera, como es lógico, el público espectador-; por una mala palabra dicha en tiempo y forma, pero que “per se” contradecía el principio de que el medio debía promover la buena educación; por la afirmación, herética en los días de la hermandad con los países socialistas, de que la mayoría de los filmes exhibidos provenientes de estas cinematografías no establecían una comunicación con el gran público; y claro, por otras múltiples consideraciones que ahora no recuerdo. Ahora bien, el área más conflictual del programa eran los comentarios sobre temas referidos al cine nacional que abordaban aspectos controvertidos de la realidad, en contradicción con la imagen aséptica difundida históricamente por los medios de información. Así pues, el contenido del programa fue muchas veces censurado y prohibida su difusión ante mi negativa de cortar aquello que incomodaba a los pequeños y grandes censores que aplicaban la reglamentación de lo que se podía o no decir públicamente, siempre con el pretexto de velar por el carácter educativo e ideológico del medio. Vale decir, subvalorando el tan predicado alto nivel cultural de nuestro pueblo que, según los patrones de estos veladores de la ortodoxia revolucionaria, debía ser “orientado”. Razón que explica la deformación de darle a la población las cosas digeridas, la interpretación confiada al especialista, el análisis realizado por el que sabe y esta avalado para decirle a la gente cómo tiene que pensar, aunque demagógicamente se le invite a que se forme su propia opinión. El especialista, sea crítico de arte, periodista, historiador, sociólogo, científico, artista, político o lo que sea, es necesario como instrumento de revelación y no en su mediación deformada como sordina de las contradicciones, encubridor de la realidad o sustituto del necesario debate y de la participación del que lo escucha.

 

Así también muchas películas cubanas estuvieron y están prohibidas en la TV porque no se ajustan al patrón de encartonamiento ideológico preconizado por una visión unívoca que rechaza, como juez y parte, el principio esencial que mantiene a una Revolución viva y perdurable: la dialéctica, el reconocimiento de las contradicciones y la necesidad del cambio. Un breve recuento hecho sin mucho rigor y sólo a modo de ejemplo arroja más de 20 filmes cubanos producidos en diferentes décadas, sobre todo los producidos a partir de la crisis de los '90, que nunca han sido exhibidos por la TV. Considerando la cantidad de cines cerrados por el deterioro de sus instalaciones y otros que pugnan por mantenerse abiertos a pesar de la mala calidad de sus proyecciones, la falta de aire acondicionado y el pésimo estado de sus butacas y condiciones higiénicas, amén de la dificultad del transporte que también ha afectado la frecuentación a los mismos, cabe preguntarse cuántos espectadores potenciales pierde nuestra cinematografía por esta prohibición no escrita ni reconocida oficialmente que enajena su producción, concebida por y para su público nacional. La lista puede incluir otros y quizás algunos más recientes que olvido involuntariamente. No menciono los filmes por su calidad artística o su rigor conceptual, los hay buenos, malos y regulares y no creo que se deba a consideraciones estéticas la razón por la cual no son exhibidos. Sobran los referentes de filmes extranjeros de pésima calidad exhibidos por la TV.

 

Sin embargo, hay películas prohibidas que merecen una consideración aparte y justifican por qué considero que el debate abierto con esta aparición del fantasma del “pavonato” y de su otro ejecutor, al que se le reconocía entre los “parametrados” como “Torquesada” (y que, según he sabido, ha estado fungiendo como secretario del núcleo del PCC y asesor en el área para la programación televisiva desde hace varios años, ¡sorpresa que una persona vinculada a tan graves errores reconocidos por el Partido como los cometidos durante ese período pudiera ocupar un cargo de tanta responsabilidad en el medio de comunicación más importante de este país y en un área que decide y vela sobre el contenido de su programación!)... Repito, pues, con este paréntesis bien asimilado, por qué considero que este debate debe abrirse a una reflexión más profunda sobre las raíces ideológicas que alimentan esta tendencia latente y manifiesta como una constante en la experiencia histórica de todos los regímenes socialistas del siglo XX, que ha marcado, una y otra vez, con sus deformaciones y desviaciones sectarias y represivas, la expresión sana del profundo humanismo al que aspiran todos los que sustentamos esta convicción.

 

Un verticalismo ideológico autoritario abierto o apañado sólo genera apatía, simulación o rechazo, y creo que como avestruces no sacaremos ningún provecho de esta coyuntura si esto no se discute.

 

Para empezar quisiera particularizar el filme que marcó un sisma en las relaciones entre los cineastas cubanos, el ICAIC y la dirección política de nuestro país. “Alicia en el pueblo de maravillas”, realizada por Daniel Díaz Torres, director que junto con Rolando Díaz y Fernando Pérez trabajó durante años en el Noticiero ICAIC Latinoamericano, bajo la dirección de Santiago Álvarez. Allí, entre los años 1977 y l979, en esos períodos de apertura crítica contra lo mal hecho que de manera regular marca los ciclos de rectificación oficial de políticas también oficiales, se realizaron innumerables noticieros monotemáticos críticos sobre la actualidad nacional, en los que se recogían manifestaciones de desorganización institucional, descuidos, irresponsabilidades, despilfarros económicos, corrupción, etc...hasta que vino de nuevo la orden de parar este tipo de crítica marcada por una ironía cada vez más amarga por la persistencia y dimensión de los problemas, cuyas consecuencias económicas, sociales y políticas explotaron en el 80 con el éxodo del Mariel. Vistos ahora, estos noticieros golpean por su actualidad, la recurrencia de muchos de sus temas aún persiste a pesar de que han pasado ya 30 años de su señalamiento y que fueron y son el producto más de disfuncionalidades sistémicas que de la ineficiencia individual de administradores inconscientes. En las aguas infestadas de este pozo turbio, mantenidas en la década del '80, antes y después de la política de rectificación de errores y tendencias negativas, en el absurdo, en lo irracional de las manifestaciones aberradas que se pretendía cambiar con inculpaciones a funcionarios supuestamente responsables individuales de esos errores, manifestaciones que no erradicadas en su médula causal contribuyeron a acentuar y a preparar el camino de carencias que culminaron con la terrible década del Período Especial, heroica por la resistencia y la nobleza de este pueblo, pero también trágica para la vida muchos. En esta fuente bebieron los realizadores del filme para volver a advertir, amonestar, criticar lo que debía someterse a un debate impostergable.

 

Recordar que ya por la época existía una Asociación de Hmnos. Saíz con una generación de jóvenes cineastas que en su mayoría emigró del país en la década del ‘90 ante la frustración de insertar sus documentales en un debate público que cuestionara lo que achacaban como carencias en el cine oficial y que, una vez que intentaron asimilarse a las estructuras creadas, chocaron con la censura procedente de la misma fuente que los había alentado para enfrentar la supuesta pasividad de los directores más viejos del ICAIC, aparentemente ya domesticados y amaestrados. Otra historia de manipulación de esta tendencia que terminó torcida para su hacedor pero no modificó la pérdida de esa generación...

 

La consecuencia de la aparición de Alicia... , su prohibición y consecuente demonización contrarrevolucionaria y quinta columnista, generó el más explosivo conflicto cultural que hubiera tenido que enfrentar el proceso revolucionario, interior e internacionalmente, en el momento de su más alta vulnerabilidad económica y política, si no hubiera primado por encima de la pasión soberbia la actitud discreta, decidida y consecuente de cineastas cubanos que nos opusimos, sin dirigentes que nos guiaran y sí movidos por nuestras convicciones éticas, a lo que ya era una medida del Consejo de Estado que llevó a la decisión de desmantelar el ICAIC y convertirlo en dependencia del ICRT y, por carácter transitivo, en apéndice del aparato ideológico del Partido, entonces dirigido por el tristemente célebre, Carlos Aldana, hoy anatemizado, pero ayer comisario arrogante y ambicioso que nos trataba como enemigos de la Revolución. Acompañada de una mesura que impidió una manipulación exterior, los cineastas evitamos la consumación de este entuerto a puertas cerradas. Luego se produjo la reivindicación política del filme y de su realizador, se exhibió en un festival de cine y se cerró el capítulo. Antes de la prohibición, el filme sólo se había proyectado públicamente durante 4 días en unos pocos cines de la capital, con la movilización hecha a través de los municipios del PCC de sus militantes para que fueran al cine y reaccionaran ante aquellos espectadores que manifestaran su aprobación al filme.

 

Inspirada en hechos reales, documentados hasta la saciedad en los noticieros semanales ICAIC de los setenta y en su segunda ronda de los ochenta y sin que su hipérbole satírica sobrepasara el absurdo de la cotidianidad social vivida por el cubano de la calle, la experiencia de Alicia... puso en entredicho la infalibilidad de un juicio único que decide lo que es o no revolucionario. . “Con la Revolución todo, contra la Revolución nada” surgió como un compromiso salomónico proclamado en circunstancias históricas diferentes, cuando la Revolución no se había consolidado y era objeto de invasiones y sabotajes que amenazaban con frustrar el intento de crear un estado de justicia social, cuando se hacía necesario mantener la unión y la participación creadora de los intelectuales en un marco de confianza en la vanguardia política que había creado un espacio cultural multiforme, cuando todavía era un sueño el proyecto revolucionario y la trasformación no se había consumado en el plano de la realidad. Bueno, ¿y ahora? Ahora ha pasado casi medio siglo y ahí se pueden apreciar las cicatrices no cerradas de los errores cometidos por los que han interpretado este artículo de fe ejerciendo una intolerancia y una represión contra los que también se escudan en esta divisa protéica para tener el derecho a expresar su interpretación de cómo es su Revolución, la que tienen en el corazón, en el pensamiento y lo que queda de valioso y recuperable en lo construido, que no lo que necesita moverse y cambiar para entrar en esta época de cambios, en este socialismo del siglo XXI tan pregonado y necesario que supone sacudirnos los criterios estrechos, polvorientos y sectarios que pretenden tener la verdad agarrada por los cuernos.

 

Luego vino “Fresa y Chocolate” más guarnecida por la sombrilla del error político que se había cometido con Alicia..., con el aval de la personalidad artística de Titón y con el apoyo inteligente de Alfredo Guevara para maniobrar en un mar agitado por los espasmos del Período Especial. Fresa..., codirigida por el también reconocido cineasta Juan Carlos Tabío, tuvo su trayectoria internacional exitosa, refrendando favorablemente para prestigio político de la Revolución su capacidad para mantener abiertos los canales de cuestionamientos críticos a pesar de las circunstancias difíciles en que vivía el país. En Cuba, la acogida del público nacional que pudo verla demostró que compartía su mensaje de tolerancia y de solidaridad humana ajeno al revanchismo de aquellos que replegados tuvieron que soportarla. Sin embargo, Fresa... sólo se exhibió en los cines y nunca se ha mostrado por la televisión. Cabe extrañarse si no sería porque denuncia directamente la problemática del período de “parametración” homofóbica y algunos de sus ejecutores todavía hoy se mantienen con un poder de decisión en la programación de este medio, que pertenece al pueblo y no a ninguna tendencia reaccionaria que envilece los valores humanistas que han sido y son inspiradores de esta Revolución, al menos, como yo la entiendo.

 

Aquí también podría detenerme en lo acontecido con “Guantanamera”, última obra de Tomás Gutiérrez Alea, codirigida con Juan Carlos Tabío, que fue tildada de contrarrevolucionaria por el rencor y la desconfianza de intrigantes especializados en sembrar discordias con el sector artístico al más alto nivel y sólo reivindicada por la postura de intelectuales que salieron en defensa de la memoria de Titón, el mejor y más alto exponente del cine revolucionario cubano.

 

He hecho este recuento, sin dudas plagado de insuficiencias y quizás de inquietudes mal expresadas y a riesgo de parecer incendiario para unos y contemporizador para otros, porque siento que el objeto último de este debate es volcar el análisis del pasado en la retorta del presente donde se está cocinando el futuro de nuestro país. Habrá una reunión que necesita romper el aislamiento público de este debate. Es inaceptable que el comunicado publicado en Granma por el Secretariado de la UNEAC resulte tan parco y burocrático utilizando la misma jerga politiquera que nos habla de anexionistas que pretenden apropiarse de este debate y excluyen la referencia a las causas del mismo haciendo como siempre el escamoteo de la esencia del problema, lo mismo que alguien mencionó jocosamente como “...y yo me cago en la tuya!”. Creo que estos emilios, firmados son ya una clara señal política de que se impone una apertura que vaya más allá de constatar y ratificar lo que todos sabemos que ha sido un insulto y una agresión a nuestra cultura. El ciudadano necesita saber y hay muchas cosas que impiden a los ciudadanos enterarse de lo que se cocina a sus espaldas y que repercute sin embargo en sus vidas. El “síndrome del misterio” que se cuestionaba en un Congreso de Periodistas hace 20 años, ¿seguirá activado?

 

Sin repercusión pública la rectificación también seria inconsecuente e hipócrita. Es el Partido quien controla la política informativa y la programación de la TV nacional, el que controla su órgano oficial, el periódico Granma y también fiscaliza a través de su aparato ideológico todo el resto de las publicaciones y emisoras de este país, es a través de algunos de sus altos funcionarios que se han cometido dislates históricos y no basta con una sucinta nota que siempre encuentra un chivo expiatorio.

 

Existe la inveterada y malsana costumbre del que bota el sofa en la práctica de muchas rectificaciones que se han producido a lo largo de nuestra historia. No se trata, insisto, en pedirle cuentas humillantes o justificativas a nadie, pero una institución que ejerce un poder político en nombre de lo que para nosotros ha sido un ideal y ha configurado el sentido y la elección política de nuestras cortas vidas, debe asumir con transparencia la permanencia en sus filas de esta tendencia que se permite en un momento como el actual encender una chispa provocadora cuya única virtud ha sido la de avivar una toma de conciencia de que hay que combatirla en la esencia que le da vida. De esa transparencia hacia este y otros temas depende el futuro de la confianza. Del horizonte de apertura de esa información histórica y presente depende el legado asimilable de lo que vamos a incorporar como experiencia enriquecedora al futuro de nuestro pueblo que tiene ese derecho inalienable por encima de cualquier coyunturalidad.

 

Por ello, propongo que ese debate sea trasmitido por la TV y, si no es en vivo, que sea editado bajo la supervisión de tres miembros, sin representación oficial ni cargos públicos, y que sean elegidos por votación en esa reunión.

 

Creo que también deberían publicarse estos emilios y quien quiera cuestionarlos que también responda por escrito. Sería un signo no de debilidad sino de confianza en una verdadera rectificación y que daría un vigor inusitado a una batalla de ideas hacia adentro y sobre los problemas que se omiten en la TV. Mesas redondas o cuadradas o rectangulares verdaderamente polémicas que miraran hacia dentro con el mismo rigor crítico con el que se analizan los problemas del mundo imperfecto y torcido fuera Cuba: con puntos de vista discrepantes y discusiones animadas por la voluntad de llamar las cosas por su nombre, frente a dirigentes que respondan públicamente ante periodistas que les hagan preguntas incómodas sobre esos temas acuciantes cuya solución no sólo depende del bloqueo imperialista ni de la buena fe sino de decisiones acertadas que demuestren su eficiencia no sólo en el plano ideológico sino en la solución práctica de los problemas y en el mejoramiento del nivel, la calidad de vida y en el reconocimiento del derecho ciudadano inalienable de exigir cuentas de sus representantes. No soy inocente y comprendo que si hay voluntad de cambios estos resultaran de un progresivo, delicado y complicado reajuste en la correlación de fuerzas internas, dentro y fuera del Partido, que necesitará obligatoriamente de una contribución honesta y valiente de sus intelectuales. Y no hablo sólo de los artistas, pero el deshielo tiene que empezar por algo y considero esta situación adecuada, aunque algunos puedan considerarla peligrosa y explosiva porque las válvulas están cargadas, como resulta obvio, y bajo una presión acumulada de años.

 

También propongo que se pongan nuestros filmes por la TV Nacional y si quienes los prohíben estiman que no son apropiados políticamente que lo digan públicamente. Si esto se sigue postergando, si se sigue considerando que la luz que irradiamos continuará brillando eternamente sólo por el humanismo de nuestros médicos o por el resplandor de nuestra educación, de lo que me enorgullezco y sé muy bien que no es poco, pero se soslayan contradicciones que socavan el sentido democrático del sistema, su eficiencia económica, que exige a gritos reformas y cambios internos, porque la esperanza en el futuro no es un barril sin fondo y para sostener y preservar todo el andamiaje de justicia social hacen falta recursos y para que la gente produzca y cree riquezas hay que estimularla materialmente y abrirle las puertas a su creatividad e iniciativa, si seguimos asumiendo un estado que controla y se ocupa de todo sin poder ocuparse de todo ni controlarlo todo, si no enfrentamos las deformaciones por todos reconocidas yendo a la médula de los problemas, y ese es el tema esencial que está en el tintero de estas inquietudes, creo sinceramente que el faro y guía, más tarde o más temprano, se apagará y sólo quedaremos como referente histórico de hidalguía, resistencia y dignidad, pero perderemos la plaza.

 

A continuación una lista

de las películas no exhibidas por la TV Nacional

Enrique Colina

 

ALICIA EN EL PUEBLO DE MARAVILLAS

ADORABLES MENTIRAS

FRESA Y CHOCOLATE

EL ELEFANTE Y LA BICICLETA

MADAGASCAR

LA VIDA ES SILBAR

SUITE HABANA

PON TU PENSAMIENTO EN MI

AMOR VERTICAL

LA OLA

NADA

TRES VECES DOS

VIDEO DE FAMILIA

HACERSE EL SUECO

PERFECTO AMOR EQUIVOCADO

GUANTANAMERA

LISTA DE ESPERA

DIARIO DE MAURICIO

AUNQUE ESTES LEJOS

ENTRE CICLONES

MARIA ANTONIA

PAPELES SECUNDARIOS

LEJANIA

TECHO DE VIDRIO

UN DIA DE NOVIEMBRE

HASTA CIERTO PUNTO

LA VIDA EN ROSA

BARRIO CUBA

MIEL PARA OCHUN

LAS NOCHES DE CONSTANTINOPLA

 

Cabría hacer una lista de documentales hechos por jóvenes cineastas que también sufren esta censura no escrita. Sería triste que sus esfuerzos e inquietudes, y hablo de algunos filmes verdaderamente significativos, quedaran relegados al consuelo de presentarlos una sola vez en una Muestra anual – esfuerzo meritorio que debería omitir cualquier tipo de censura-, para luego circular en discos o cassettes de mano a mano o por este espacio virtual compensatorio, pero restringido e insuficiente.

Una pesadilla sin perdón ni olvido

Reynaldo González

7 de febrero de 2007

 

La tarde-noche del 30 de enero, en la Casa de las Américas, no alcancé a leer las páginas que siguen. Sabía que el diálogo se bifurcaría por las innúmeras asignaturas pendientes de la vida cubana, ya presentes en el inicial intercambio de mensajes. Sin restar importancia e imprescindibilidad a reclamos largamente pospuestos, deseaba subrayar informaciones que desconocen quienes llegaron a la vida pública después de la pesadilla eufemísticamente llamada “pavonado”, extendida y afirmada en una variante no menos execrable, el “aldanato”. Sus acciones tuvieron como constante la sobrevaloración de los “cuadros” y una consideración peyorativa de los intelectuales y artistas, con el Do de pecho “teórico” de Carlos Aldana al definirnos “las partes blandas de la sociedad”. Ellos eran las partes “duras” y sólidas, la gente de confianza, los que “cortaban el bacalao”. En artes plásticas preferían los marmóreos arquetipos del realismo socialista estaliniano. En literatura, a poetas también “confiables” y “firmes como el granito”, sin excluir a los cuadros de mando, empeñados en que consideráramos poesía su entusiasmo marcial. En narrativa, la “literatura de la violencia” —definición que me deben, pero no su hipertrofia y su exaltación canónica—, y adulones todo terreno. El conjunto era una andanada de katiuskas lanzadas como hosannas a connotados generales soviéticos, más presentes en la mitología propuesta por los mass media que nuestros próceres independentistas. Al convite acudieron talentos emergentes que aprovechaban su hora y momento, instaladísimos y dispuestos a imponer su medrosos engendros, y un ejército burocrático que imponía lo que llamamos “síndrome del misterio”. Pero ¿cómo se llegó a tales aberraciones? En las páginas que debí leer ese día, escritas en aluvión, dictadas por el afán de justicia, incluí algunos saltos de gigante.

 

Hoy, previendo que entre muchas cosas de gran importancia se difumine el motivo inicial de la protesta, se las envío y quiero que tengan la mayor difusión posible:

 

“Quinquenio gris”, “decenio negro”. Ambas definiciones resultan ineficaces para calificar los comportamientos sectarios y dogmáticos que le generaron un extenso rosario de sufrimientos a la vida cultural cubana. No puede reducirse a una disquisición semántica, que disuelva en farsa lo que vivimos como drama y en algunos casos, como tragedia. Las fechas se desdibujan cuando la resurrección televisiva de algunos de sus culpables golpea la memoria dolida —sin que olvidemos que ésos son mascarones de proa—. Homenajes supuestamente culturales en la televisión alarmaron porque permiten suponer espaldarazos a sus actuaciones pretéritas y una validación de los hechos que les dieron triste notoriedad.

 

La protesta que tales transmisiones despertaron fueron respuestas a una provocación en serie, tras la cual no podíamos menos que apreciar un propósito. En la muy vigilada y politizada televisión cubana sería ingenuo imaginar casualidades, sobre todo cuando se glorificaba a quien ayer se les permitió hechos que la justicia calificó de anticonstitucionales y abusos de poder. La inusual presentación de Luis Pavón Tamayo junto a los dos líderes más altos de la Revolución y el silenciamiento de la etapa en que con saña rigió los destinos de la cultura cubana, semejaron una exculpación. Quienes decidieron, argumentaron y realizaron esos programas, arguyeron que desconocían la figura exaltada. Esa afirmación ya los descalificaría por irresponsables e ineptos, pero no les creímos. La negativa a reconocer públicamente su inoperancia o culpabilidad dio al asunto los más inaceptables tintes de obstinación y de burla. Ya no podíamos verlos sino como culpables e imaginarle al asunto una trama cuyas ramificaciones se nos escapaban. ¿Estábamos ante un intento de resucitar las viejas pesadillas?

 

Desde el inicio de nuestra vida revolucionaria asomaron tendencias y grupos que entraron en la lidia con diferentes presupuestos estéticos y participaron en un forcejeo por el poder. Representaban —o se amparaban en— programas y convicciones. Un grupo llegó afincado en la aberrada y abortiva práctica cultural soviética, sus teorías y su propaganda. Tenían una organización mejor elaborada y “cuadros” para pescar en río revuelto. Otros grupos, intuitivos e inexpertos, respondían a concepciones artísticas actuantes en el país y en las obras de creadores que vivían nuestra cultura eminentemente occidental y vanguardista. Cuando la definición del carácter socialista de la Revolución privilegió el arte comprometido, fue asumido mayoritariamente por nuestros intelectuales y artistas, que palpitaban en el augural consenso despertado por la Revolución, en la comprensión de que eso no implicaba la imposición de una particular escuela o tendencia, mucho menos las torceduras del realismo socialista, ajeno a nuestra idiosincrasia y a nuestra historia. Pero no estábamos tan desinformados sobre las tragedias vividas por la intelectualidad del Este europeo como para aceptar la obstinación de quienes, acusándonos de extranjerizantes, se apropiaban de espacios definitorios y proponían, ellos sí, fórmulas explícitamente extranjeras bajo el pretexto de servir a los ideales revolucionarios y a la conformación de un pensamiento nuevo.

 

Comprendimos —y sus acciones no dejaron dudas— que no se trataba solamente de concepciones estéticas y que acarreaban otros objetivos bajo el disfraz de la coherencia ideológica. Eran una extensión de la mencionada lucha por el poder. Y ganaron espacios. Sus criterios predominarían en el período negro, cuando cometieron crímenes de lesa cultura, arrollaron, despreciaron y destruyeron. Luego el ambiente no les favoreció y debieron replegarse, pero, se hicieron fuertes en terrenos débiles por inadvertencia, o por connivencia, o —como lo veo— por explícita ineptitud. Esa historia tiene altibajos, vueltas y revueltas que han definido el terreno en ocasiones maquillada de concepciones filosóficas, otras como hojas de servicio, siempre de dogma impuesto. En primer plano, o camuflados, en avances y retrocesos, los representantes de la línea dura han persistido en un forcejeo sinuoso.

 

Una vez alistados, esperanzados en una peculiar y muy delicada coyuntura de nuestra vida política, consideraron que era el momento de emerger para contradecir desembozadamente una línea cultural que procura un diálogo de nuevo tipo. Asistimos a una escalada cuyas escaramuzas más evidentes denunciamos. Algunas habrá que pasaron inadvertidas. Se envalentonaron y supusieron que impunemente podían exaltar sus símbolos y refrescar el fantasma del dogmatismo, que no es una comprensión del arte o de las argucias de la comunicación, sino un empecinamiento en fórmulas que ya demostraron su fracaso. Lo que asombra en los acontecimientos recientes es su enseñoramiento y su altanería revanchista.

 

No creo pertinente reconstruir los pasos que llevaron a la implantación del período nefasto que llamamos “pavonado” y los posteriores intentos para distenderlo, reanimarlo y devolvernos a prédicas que soslayan nuestras tradiciones. Sí les recuerdo que esa tragedia no empezó en 1970, sino que fue armándose laboriosamente, aprovechando los resquicios de actuaciones venales, ególatras, el aturdimiento de novatos y los empecinamientos de grupos que primero atendieron a sus propios intereses y luego se vieron bajo la nube negra de la instrumentalización por parte de quienes en la lidia se mostraron más oportunos. En sus alforjas cargan los “razonamientos” que atizaron la creación de la UMAP, las purgas universitarias, las razzias, la instrumentalización de los prejuicios homofóbicos, la intolerancia ideológica como un elemento persistente.

 

Hubo comportamientos de todo tipo y muy pocos constructivos. Algunos, enseñoreados en el terreno que les tocó, adoptaron poses mesiánicas, se creyeron conductores de vidas y obras. Otros justificaron su inacción con la “disciplina” entendida como la más alta virtud del revolucionario, en olvido del levantisco aserto martiano: “La ley injusta no es ley”. Estaban los cumplidores y los conservadores, los insensibles y los indiferentes, los que “cuidaron la silla y miraron por la ventanilla”, como dice nuestro pueblo. Esos procederes están muy frescos en la memoria de quienes tenemos cierta edad. Luego vino el silencio, impuesto o tácito, el “por algo será” para ignorar la desdicha de los defenestrados, la advertencia de “no darle motivos al enemigo” y acallar las protestas, la esforzada formación en la experiencia de vivir una revolución y los errores de quienes pudieron oponerse a esos planes y no lo hicieron. Y estaban los adláteres, los que deben sus prestigios a labores de mensajeros, los que no cuenta pero hacen bulto. Es comprensible que existan quienes salieron a la vida cultural en ese tiempo, y los que a tales horrores deben sus nombradías. Ellos callaron, fueron cómplices y algunos no se arrepienten de nada. Debemos entender que formados en tan largo proceso, estén en lugares donde pueden hacer daño. Se les suman los pusilánimes y los acobardados que no creen en el triunfo de la justicia. Están los que todavía escuchan las deshumanizadoras sirenas del estalinismo. Ellos, y no otros, encarnan la enemistad y la intolerancia. Ellos, y no otros, ofenden y desprecian, se atrincheran y actúan alevosamente. Ellos, y no otros, le dieron armas al adversario: recuerden que las políticas sexistas han resultado un bumerán: la UMAP, la persecución a los homosexuales, la intolerancia programática.

 

El carácter del pavonato lo conocemos todos. Fue la descalificación de quienes pensábamos de manera opuesta, o siquiera matizada, el ordeno y mando, la desactivación de instituciones que eran el orgullo de nuestra cultura y, sobre todo, un criminal desprecio al diferente. Quienes no entrábamos en sus “parámetros” fuimos declarados enemigos merecedores del desprecio público. La UNEAC, institución que debió defendernos, nos dio la espalda. En nombre de esos criterios estigmatizaron, inhabilitaron y apartaron. Un colmo fue que llevaran a fetiches los símbolos que destruían, cuando la homofobia exacerbada los condujo a desarticular el Teatro Nacional de Guiñol y en imitación de los nazis, quemaron los muñecos. Fue la glorificación del machismo, su violencia gratuita, su ensañamiento y bestial pérdida de sentido. Fue la extrema politización. El “tapabocas revolucionario”, el silencio impuesto, el miedo, el miedo. Como en el título de una película, el miedo devora el alma, intimida, engarrota.

 

Deberá comprenderse que una posible reivindicación de esos verdugos se tenga como escarnio de la memoria de quienes padecieron ultrajes desde antes y durante el pavonato, revolucionarios y verdaderos artistas como Roberto Blanco, estigmatizado, sometido a un onerosos juicio en presencia de sus colegas, Servando Cabrera Moreno, los hermanos Pepe y Carucha Camejo y el talentoso Pepe Camejo, Raúl Martínez, el iconógrafo de la revolución, Virgilio Piñera y José Lezama Lima, muertos en el ostracismo, y tantos otros. Sus historias individuales no caben en estas apretadas notas.

 

Los dogmáticos apoderados del poder por el que tanto se esforzaron, confirieron posiciones privilegiadas a unos grupos e individuos sobre otros, se ensañaron con quienes no respondíamos a sus patrones modélicos. Determinaron lo correcto o incorrecto, lo legal o delictivo, lo pecaminoso o lo saludable. Implantaron métodos de terror y de persecución, labores policíacas, la delación. Sus criterios elevaron a hegemónicos, no solamente en las concepciones estéticas, sino sobre la vida íntima, vigilada y constreñida, e implantaron la desconfianza como costumbre. Sabemos que daños de esas dimensiones pueden ocurrir por decreto y desde posiciones de fuerza en la cultura, pero no se curan por similares métodos porque lastran a generaciones, inhiben el pensamiento y la acción. Nada devolverá las vidas estropeadas, las vocaciones impedidas, las ausencias provocadas, el miedo sembrado en la mente.

 

El revanchismo, que de nuevo querrá aureolarse de propósito plausible, no puede esconder su verdadera esencia, que es el odio; su verdadera ambición, que es el poder. Estamos aquí para desenmascararlo. Agradecemos que nuestro trabajo se reconozca, pero no hemos perdido la esperanza del “turno del ofendido” de que nos habló un poeta. Quienes denunciamos los actos recientes no albergamos rencores, no nos anima la venganza, no le escamoteamos el sitio a quienes, pensando diferente, puedan ostentar obras que enriquezcan el patrimonio cultural cubano. En afán de justicia intercambiamos mensajes electrónicos con toda espontaneidad, sin organización previa, por un salto de horror, el mismo que dicta estas páginas. Era la vía de que disponíamos, minoritaria frente a la televisión que en cada casa presentó como benefactor a quien dañó gravemente nuestras vidas. No actuamos embozados, ni confabulados. Y advierto que no somos blandos, ni moldeables, ni nos dejaremos confundir con proposiciones tergiversadoras, de cualquier parte que provengan.


 

¿El que calla otorga?: Lecciones del pospavonato

Dean Luis Reyes

7 de febrero de 2007

 

A raíz de los ataques publicados en La Jiribilla contra Jorge Luis Arcos, miembro del Consejo de Redacción de Encuentro

 

Debería sorprender que, todavía ardientes las cenizas de la tenaz protesta vía electrónica de decenas de artistas cubanos, de las posteriores reflexiones y análisis profundos en torno a los fenómenos que atañen a la negociación de los espacios de diálogo y discusión en torno a la cultura y sociedad cubanas, aparezcan señales de que nada ha sucedido, de que tout va bien, o mejor, todo sigue igual. Pareciera que no se obtuvo nada con reflexionar, con advertir, y fuerzas hasta el momento en mutis comienzan a levantar la voz. Debería sorprender, digo, pero no sorprende.

 

Me explico: la edición de la última semana de enero de La Jiribilla publica un texto firmado por Ernesto Pérez Castillo titulado LA IMPACIENCIA DE LOS NUEVOS INQUISIDORES. Jorge Luis Arcos: el regreso del Capitán Araña, en el cual, para responder al texto de Arcos titulado Peor que olvidar el pasado es tener amnesia del presente, se vinculan sus palabras en tal escrito, y otras en comentarios anteriores o posteriores, a la posibilidad de que el escritor cubano, residente en Madrid desde el pasado año, aspire a ocupar; la vacante que dejara Jesús Díaz al morir el 5 de mayo del 2002 al frente de la revista Encuentro.

 

Dice Castillo que “Jorge Luis Arcos es uno de los impacientes que quiere ganar ventaja pescando en el río revuelto de los dineros que el gobierno de los Estados Unidos despilfarra a través de la Nacional Endowment for Democracy en su intento por destruir a la Revolución cubana”; Para ello ha publicado varios textos en los cuales alaba el pasado neocolonial y las virtudes democráticas de la República burguesa, pero también, como supone Castillo, y en ello parece situarse su denuncia, quiere “aumentar su crédito cortando porciones generosas del pastel que imaginó frente a sí tras la aparición en la televisión de la Isla de varios de los responsables de las arbitrarias políticas culturales del llamado “quinquenio gris”.

 

Castillo hace referencia a las ahora denominadas Palabras de los intelectuales, como ya se denomina al intercambio de mensajes electrónicos que detonaran con la emisión de los programas televisivos de marras. Curioso que una publicación como La Jiribilla se haga eco de uno de estos comentarios, luego que ha silenciado el intercambio mismo.

 

Mas, lo realmente significativo del texto de Castillo no son sus palabras, sino las imágenes que lo acompañan, o mejor, sus pies de foto, los cuales rezan: Jorge Luis Arcos celebra el 1er. Aniversario de La Jiribilla (6 de mayo de 2002) Delante, el periodista Félix López, del diario Granma; Jorge Luis Arcos celebra el 1er. Aniversario de La Jiribilla (6 de mayo de 2002), y conversa animadamente con el poeta Carlos Martí, Presidente de la UNEAC. En la mesa, los escritores Reynaldo González, Premio Nacional de Literatura, Jorge Ángel Pérez, Rogelio Riverón y la editora Ana María Muñoz Bach, Premio Nacional de Edición; Jorge Luis Arcos en la fiesta por el 1er. Aniversario de La Jiribilla (6 de mayo de 2002), junto al poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar, Premio Nacional de Literatura, Presidente de la Casa de las Américas y miembro del Consejo del Estado; En primera fila, en el Palacio del Segundo Cabo, Jorge Luis Arcos junto al Ministro de Cultura Abel Prieto e Iroel Sánchez, presidente del Instituto Cubano del Libro, asisten a la presentación de Experiencia de la crítica, de la ensayista cubana Graziella Pogolotti, Vicepresidenta de la UNEAC (Enero de 2004); Jorge Luis Arcos, como parte de la delegación oficial cubana a la Feria del Libro de Guadalajara, presenta la Antología Poética de Fina García Marruz, publicada por el Fondo de Cultura Económica. (Noviembre de 2002); El poeta Edel Morales, Vicepresidente del Instituto Cubano del Libro, y Jorge Luis Arcos presentan la revista Unión 48 y 49. (Enero de 2004).

 

Entonces, ¿se trata de una toma de posición o de un pase de cuenta? ¿Por qué señalar con tamaño énfasis la connivencia de Arcos con personalidades de la cultura cubana y figuras de jerarquía política? ¿Acaso no basta con saber que el poeta Arcos se ha vendido al enemigo histórico del socialismo cubano? La táctica goebelsiana está desplegada en toda plenitud: la palabra, el discurso, denuncia y expone a Arcos; la imagen calla más de lo que dice. Lo mismo el texto, cuando invita a pinchar en links externos que exponen las paradojas evidentes en las posiciones de Arcos. Nunca se dice que, en tanto poeta, su presencia en tales celebraciones y eventos no se debió a un oportunismo del que acaso haga gala ahora en España, sino a una obra destacada como poeta, editor y ensayista cubano. De esa obra apenas queda en las palabras de Castillo la faceta de funcionario político.

 

¿Para qué semejante despliegue, si con coquetear con el enemigo basta para perder la dignidad y el crédito? ¿Para qué zaherir, subrayar el delito con insinuaciones, destacando sin recato los cargos y pertenencias profesionales de los convidados del festín? ¿Hay mérito en ello? Si, como indica Castillo, este tipo ha traicionado todo lo que es justo, ¿a qué ese empeño en triturarlo?

A este paso, qué viene después. ¿Fotos de intelectuales revendiendo dólares, comprando carne de res en la bolsa negra, saliendo con platicos repletos de las soirees del Laguito adonde no van los albañiles de mi barrio? Sólo un oscuro oportunismo es capaz de tales métodos, un odio sordo y el ansia de destruir. Castillo no advierte que él mismo podría ser víctima de las tácticas que ahora usa, pues la peor calaña de informantes y soplones es aquella que condena por delitos que solo lo son en el futuro de las elecciones de cada cual. El único, el mayor delito de Arcos, es por cierto haber estado en una fiesta donde se hacían fotos que, más que acoger las cálidas armonías de una comunidad intelectual, la confianza entre colegas, servían como documentos de un futuro expediente policial.

 

La Jiribilla, El Caimán Barbudo, han cedido su razón de ser para prestarse a operaciones policiales, cuando se han prestado como tribunas no para las ideas en conflicto, sino para comisarios, represores y torturadores de almas, para oscuras conspiraciones que persiguen enlodar antes que hacer emerger la verdad compleja que surge de la confrontación. Supongamos que la necesidad de deslindar las asunciones políticas de algunos, de decretar su extirpación del campo intelectual nacional (léase, del oficialmente constituido, no del campo de la cultura, que opera por mecanismos diversos y de larga duración), justificase tales represalias públicas. Mas, ¿prestigia eso al campo intelectual que toma venganza? Y cuando se aplica a gente que vive en Cuba, que hace su trabajo dentro de los marcos (acaso no los oficiales, pero sí oficiosos) de la cultura cubana, ¿se gana algo? La propia Jiribilla ha sido escenario de tales abusos de poder en las Rouge; (para el que no hubo respuestas más que deslizar las supuestas disculpas de su autor) o en el reciente trapicheo en torno a Lina de Feria (¡verguenza!: coger para tales cosas a una mujer enferma) y su estancia en Estados Unidos. Ello es moneda corriente en espacios que se precian de acusar al “fascismo corriente”. Que tienen el valor para hacer semejantes purgas pero no son capaces de publicar una línea sobre el tema intelectual del mes. Por cosas todavía menores se ha acusado a intelectuales cuya opinión se permite discrepar o salir en defensa de alguna postura no conveniada con esa microfacción. El propio Castillo pudo acusarme de varias cosas años atrás, en las páginas de la revista villaclareña Umbral, partiendo de dos errores que cometí en el citado de El hombre nuevo, de Ernesto Guevara (lo cual hacía en un texto a propósito de la influencia de aquella propuesta en la gestión del imaginario de mi generación, y del cual la revista publicó un fragmento). También entonces usaba como estrategia los links a palabras mías, en las que él suponía me contradecía, o mostraba la pata de “inquisidor”. Para ello, invitaba a leer en un texto encontrable en la web cubana, titulado Arte es militancia, un sospechoso credo. El referido texto, publicado por Juventud Rebelde, era el resumen informativo de una sesión con Fidel del Consejo Ampliado de la UNEAC; su título, una síntesis del espíritu de las discusiones. Es decir, no se trataba de un artículo de opinión. Pero no le tembló la mano para manipular entonces. Igual recibió su respuesta, respuesta que los colegas de Umbral no publicaron.

 

Creo que vale la pena, porque viene muy al caso, incluir aquí un párrafo de entonces: “Si de algo sirve este anti-diálogo es para analizar las dificultades que aun presenta la edificación de una crítica del socialismo desde la izquierda. No solamente falta un aparato teórico sólido para emprenderla, un trabajo intenso desde la indagación comprometida pero ardua, que haga visible esa metodología imprescindible, sino también alejar los persistentes fantasmas que corroen entre los intelectuales revolucionarios la capacidad de destinar parte de su trabajo intelectual a temas tan álgidos como comprometidos con su contexto inmediato. Pues, para su mal, están siempre los vigilantes celosos, el verbo engrasado para descalificar a quien no cumpla con los requisitos de prestigio (que por ahora van siendo los de sostener la crítica desde las posturas de lo políticamente correcto, o el balance didáctico entre logros y deficiencias, de manera que las segundas queden empequeñecidas con las primeras o, como es el caso, que citar mal descalifica y, sobre todo, hace sospechoso todo el planteo) pues siempre está presente el fantasma aquel de que criticarnos le da armas al enemigo. Varias décadas de enfrentamiento nos enseñan que no hacer la crítica les da más armas todavía. Y hasta razones para descalificarnos”.

 

Se confirma lo que escribiera Francis Sánchez: la crisis de la baja cultura nos concierne. Pero, en este caso, la crisis de una cultura de la ética. Nuestra respuesta debería ser desconocer esa autoridad, denunciar donde haga falta su bajeza intelectual y moral. Al cabo, no vale temer darle armas al enemigo, porque bajezas de tal calaña se las dan de sobra. Más allá de las políticas, alianzas y presuntos presupuestos o principios que no ven en los métodos con tal de obtener sus fines, hay una dimensión que se llama ética.

 

Quiero decir que ya está bueno de aguantar las estupideces de quienes acusan a todo lo que les huele raro de anexionista, francotirador o de coquetear con el enemigo. Su discurso es el mismo de quienes, a nombre de la Revolución, han expulsado del país a los que no comparten su visión del mundo. ¿Qué pasa en sus cabezas que no tienen el valor de convivir con aquellos que no piensan igual? De gente de esa calaña se nutrieron los tiempos en que Virgilio Piñera o Lezama fueron mandados al más oscuro de los olvidos, eso que ahora denominan “errores en la política cultural”. Para su desgracia, no tuvieron correo electrónico. De lo contrario, la historia de la literatura cubana fuera distinta. Tuvieron, eso sí, expertos en silenciar y muchos supuestos amigos incapaces de jugarse el arroz de los hijos por alzar la voz en su defensa. En su caso, quizás el silencio sea siempre más digno que cualquier discurso, cuando te sabes viviendo una plenitud solamente tuya, la de la creación y el brillo propio, asediada por los mediocres de siempre.

 

Si algo hemos aprendido del último mes es a no sostener el silencio ante semejantes bajezas. Si para algo debe valernos cuanto ha sucedido es para mantenernos despiertos ante los arranques inquisitoriales de las facciones que siempre se han sentido impunes para decidir quién es revolucionario y quién no, para las publicaciones con editores inconsecuentes, para auditorios presas de la más terrible de las indolencias, para tolerar lo bajo como norma. Mírese en ellas las huellas tangibles, materiales, de todos los períodos grises que se quiera, para saber que siguen latentes aquellos que desean una sociedad que no desobedezca la autoridad (autoridad que no tiene el valor de someterse a escrutinio pública y abiertamente, razón suficiente para perder cualquier autoridad posible). Son los nuevos pavones, que levantan la voz para atacar pero no se juegan el pellejo defendiendo ninguna causa en la que no halla antes tres o cuatro tipos poderosos apuntados. Si una publicación insignia de la imagen que de su cultura brinda Cuba al mundo requiere de semejantes métodos, la cultura que pretende representar está en serios problemas. En el caso de quienes no los compartimos, callar no es opción válida después de enero de 2007. Ahora mismo, callar no es otorgar, pero sí dejar hacer.

 


La anhelante y laboriosa irreflexión

Alessandra Molina

5 de febrero de 2007

 

Dichosos los que saben que el sufrimiento no es una corona de gloria.

Jorge Luis Borges.

 

Hace ya bastante tiempo, como por casualidad o en la casualidad que un gobierno ejercido largamente ante las cámaras de televisión se regalara a sí mismo, Fidel Castro se puso a hablar sobre la escasez que sobrevendría en Cuba con una crisis en los países del campo socialista. Desde aquellos tempranos avisos, que la gente desatendió o desgajó apática de un eterno estado de alarma, la situación económica del país comenzó a quedar aislada y a hacerse aislable de todos los demás asuntos; por decirlo de algún modo, se anticipó a éstos, primero como una serie de interpretaciones y evaluaciones sobre una aventura nacional amenazada desde afuera, después como la circunstancia de una Revolución socialista abandonada o traicionada, y, finalmente, como un grupo de medidas de emergencia para afrontar el impacto. Impacto que enseguida, con esas mismas medidas, ocupó el lugar de las cosas primeras.

 

Europa del Este podría estar viviendo una crisis ideológica, social, política; en Cuba, sin embargo, relacionada de formas tan precisas y profundas con aquella crisis, prevaleció la catástrofe. Martirizadora circunstancia que llegó a la hambruna, pero también, y esta era la parte provechosa del asunto, una crisis explicada y no pocas veces aceptada como de rebote, que mientras más violenta se volvía, más oblicua, más inédita y fugazmente podía regresar cuestiones como las que habían dado inicio al desplome del campo socialista. Las medidas introducidas en 1993, con su asombrosa indulgencia y sus visos capitalistas, terminaron por hacer de lo económico la más sonora palabra política de aquellos años y, por ello mismo, el más sonoro silencio.

 

De razón de ser histórica del poder revolucionario (categoría marxista bien conocida en Cuba con éste y muchos otros lenguajes), la economía se convirtió en el lugar de la sorpresa, la fatalidad, lo inexplicable; lo que no tiene de fondo ningún pasado más o menos inmediato y concerniente a las prácticas de un determinado poder. El lugar de los actos forzosos para los dirigentes y los individuos de un país. El lugar de las contaminaciones, de los cambios abruptos y temporales. De esa misma naturaleza aislada, de esa misma provisionalidad, saldría —al menor indicio de recuperación nacional y como si no contase ni pudiese contar ninguna experiencia, lección, o empleo de la vida propia—, el impulso de retorno o nacimiento de una segunda Revolución.

 

Sería laborioso pero en absoluto imposible recorrer el camino desde el final de los años ochenta hasta este presente. Allí tendríamos muchas cosas, aisladas sólo en razón de la censura, la desinformación, la manipulación, supremos ejercicios de lógica donde otras lógicas deben quedar completamente deshechas. Tendríamos, por ejemplo, cambios económicos de emergencia, levantamiento popular, enfrentamientos entre los más crudos de la historia revolucionaria, el éxodo por mar de más de treinta mil personas, la implementación (singular en el sector de la cultura) de un Permiso de Viaje, instrumento, en realidad, ya nada sutil ni oculto, de un intenso período migratorio, y ya rapidísimo, la invalidación o el provechoso reajuste de aquellas medidas primeras.

 

Pero no sólo esto. Los noventa son, por ejemplo, el período en que el Ministerio de Cultura asume la conquista del origenismo, la República, la tradición: tiempo en bruto para un país a la deriva, sin el modelo de la sociedad soviética y sin cultivo de la historia propia. O los años en que La Gaceta de Cuba, es otro ejemplo, abre un espacio a la literatura del exilio: Si gente de la cultura abandonaría o ya estaba abandonando el país por medios estatales, ello no sería, por supuesto, para portar la insignia del escritor exiliado, y lo primero debió ser dar cabida al exiliado otro, al más rancio: estudiarlo, publicarlo, historiarlo, volverlo historia. ¿No fue por esos años que comenzó a usarse la expresión rara en los medios, o dispuesta sólo en un sentido peyorativo, de exilio histórico?

 

Y habría que ver lo que ha evolucionado al breve paso de una década el cuerpo de análisis que acompaña esa inclusión. Más que en la inclusión misma (siempre en un juego de circunstancias y enunciados pertinentes), habría que ver la mudanza de términos como 'reflexión colectiva', 'tradición', 'identidad' o 'siglo XIX', en los de 'sincretismo migratorio', 'globalización', 'emigración económica', 'diáspora cubana', 'porvenir' y 'siglo XXI'. Y todo esto desplegado, sin embargo, sobre el hecho de un exilio que entreverado de insólitas facilidades burocráticas, sigue completamente en pie: Permiso de Salida, desplazamiento definitivo de las personas (la reinserción a la sociedad de algún exiliado o, si se quiere, de algún emigrado, es un hecho excepcional, siempre forzado por el individuo y siempre degradante para el individuo), un pasaporte cubano a validar cada dos años, y una visa o Permiso de Entrada. No se trata, entonces, de vivir dentro o fuera de la isla (y aquí sería posible añadir muchas cosas sobre las separaciones y sufrimientos de la familia cubana, historia que tampoco tiene ni una ni dos décadas), se trata de vivir en los dominios de un poder.

 

Podríamos seguir con otros ejemplos que muy probablemente nos conducirían hasta el homenaje televisivo a Luis Pavón. (Y hasta el debate sobre la reaparición de éste y otros ex funcionario del sistema cultural) Pues, como he intentado señalar con los párrafos anteriores, la Revolución cubana es también una historia de degluciones. Deglute historia para poder seguir siendo la historia. Los años sesenta, los setenta, y la década pasada, son lugares comunes de una literatura presumidamente crítica que el sistema ha debido permitir y, además de ello, producir. Cierto que las actuales circunstancias de Cuba pueden haber motivado un particular estado de alarma; lo peor, sin embargo, es que esas reapariciones públicas encajan bien con las revisiones que tienen lugar desde finales de los ochenta (el camino hacia la exaltación de muchas críticas), y con empeños más recientes: el abrazo a la literatura del exilio que ya mencionaba, el repaso a los años de las UMAP, a la época de las Ediciones El Puente (recuérdese la polémica entre Guillermo Rodríguez Rivera y Antonio José Ponte), o a la historia toda, “la recreación en plan didáctico de viejos hechos y figuras (trascendidos, falseados, o pisoteados)”, como advertía en un excelente artículo firmado en La Habana, días antes de que se desatara este debate, José Hugo Fernández. (“Rodamos ponchados”, Encuentro en la Red, diciembre de 2006).

 

Crítica y autocrítica, rectificación de errores, desviaciones, sanciones, disculpas, homenajes, reciclajes, son cosas bien conocidas en Cuba. Íntimamente conocidas. La nota está en que esas prácticas pueden volverse muy difíciles, y provocar reacciones, al parecer, imprevistas. Para un gobierno que ha quebrantado muchos de sus momentos límites, los momentos y recursos límites también se imponen. Ellos persisten, emergen, no importan los deseos que tengamos, ni los esfuerzos que hagamos por controlarlos. Pero en verdad, ¿qué son esos límites? Para mí, debo decirlo, ha resultado asombroso ver aparecer, y sobre todo ver conformarse como un tema de debate en los ámbitos de la UNEAC, un asunto que no puede ser otro que el de la culpa de los individuos en la sociedad cubana. Asunto que por lo general ha aparecido desde los márgenes, desde los movimientos opositores, o después de guerras y gobiernos.

 

Podría decírseme que la protesta, la invitación al debate y los análisis que han surgido constituyen el cuerpo mismo de esos márgenes y de ese después. Lo cierto, sin embargo, es que esa invitación no hace más que bordear un hueco negro capaz de tragarse todas las fuerzas y los deseos. Incluso los del gobierno, tan interesado como el que más en conservar bien nítida cada vergüenza y cada miedo. ¿No estamos hablando de un sistema que en nombre de movimientos o estructuras colectivas como el pueblo, la Revolución, el Partido, el Estado, la sociedad, tiene la increíble capacidad de disculpar a cada individuo de tener que ser? Y, ¿no sabemos bien, y demasiado bien, a dónde conduce esa disculpa? A diferencia de otros temas, éste fue a dar demasiado rápido en la persona, de ahí que también, tan rápido como se pudo, se ha intentado regresar de la persona, y de los riesgos de la integridad moral en una sociedad como la cubana, a las feas memorias del llamado Quinquenio Gris, o a un análisis de la Política Cultural de la Revolución. El silencio, en definitiva y, como sabrá un gobierno tan dado a los silencios, no es tampoco ni mucho menos el lugar donde se apagan las culpas o los sentimientos de culpa.

 

Acaso la ansiedad tan grande que despierta este asunto la descubran esos análisis donde los tiempos que prevalecen son el pasado o el futuro: donde el pasado sirve completamente al futuro. Si al menos por un momento consiguiéramos desplazarnos del oficial en carrera y burocratizadamente criminal, que fue lo que describió Hannah Arendt (a quién, por otra parte, le interesó siempre no convertir a ese oficial en un símbolo, un concepto, y que lidió hasta las páginas finales de su reporte con “aquellos que no descansarán hasta haber descubierto un Adolfo Eichmann en el interior de cada uno de nosotros”), si consiguiéramos desplazarnos, decía, de ese burócrata a una manifestación de su carácter, (descrito, también por H. Arendt), como “la pura y simple irreflexión”; como la circunstancia de un hombre, no precisamente estúpido, sino irreflexivo, alejado de los hechos y la realidad… Pues lo que falta en muchos de esos ambiciosos y hasta temerarios análisis es precisamente, y como ya se ha estado apuntado, la realidad, la actualidad.

 

No deja de ser alucinante, ni de entristecer, ver tanta energía empleada en diseccionar algo que enseguida, casi con el mismo movimiento de la disección, queda restaurado. Después de tanto tiempo debíamos saber o intuir en serio que ningún esquema se justifica y basta por sí mismo, que hay allí un problema, y que si sus trazos son útiles es sólo porque pueden ser sobrescritos, rotos. No es el esquema, sino la crítica al esquema lo que deberíamos estar buscando. Lo que debíamos estar usando.

 

Pero, más sencillo, cuando vemos esa invitación al debate, o esos análisis que, sin embargo, no pueden acabar de caer en el presente, ¿en qué pensamos? Creo que no sólo en un ideal revolucionario y justiciero, una ideología, un dogma, una filosofía de ejército o de partido, un determinismo totalitario, sino, además, en una laboriosa, obstinada, y tan sofisticada como elemental práctica de censura. No sólo en unas doctrinas que gotean censura, sino también, una gran cantidad de actualizadas prácticas de censura hermoseadas por la doctrina, en busca de la irreflexión y la doctrina. ¿Cómo entender sino ese llamado en Cuba a un debate que, tan rápido como pudo, comenzó a distinguir entre escritores de afuera y de adentro, escritores de izquierda o de derecha, o anexionistas? ¿Son esos los términos nuevos de un sistema que sin muchos de sus antiguos elementos de cohesión comienza a probar un lenguaje capaz de remontar toda la historia hasta salirse, incluso, de la historia? ¿Un lenguaje más universal y por ello mismo más libre y puntual en su violencia?

 

Se ha hablado también de lo terrible de ese debate que margina al resto de la población porque sólo sale a la luz como cosa de artistas, de intelectuales. Pero si apenas ha servido para que el medio intelectual repare útilmente en su historia propia. Para que repare no sólo en pantalones, pelos largos, música prohibida, sino, por ejemplo, en los sueños o, por lo menos, los deseos reformistas que animaron sus largas e íntimas conversaciones de finales de los ochenta, de toda la primera mitad de los años noventa, y que desde el 2003 se pudren, con el cuerpo, los sueños y la vida de otro, en las cárceles del país. Y si todavía descubrimos cuánto nos preocupan aquellas personas que no pertenecen al campo de la cultura, habría que comenzar por el hecho de que la gente en Cuba, y a veces gente muy sencilla, gente del pueblo a la que costaría entender muchísimas de nuestras ideas, sea forzada o, más terrible, inducida, a convertirse en la fuerza y el rostro represivo de un gobierno.

 

Sin dudas, se trata de un debate difícil de precisar en su utilidad. Al menos servirá claramente para preguntarse cuánto de esto mismo (un buen revoltijo de maldición eterna, intimidación, y mero chantaje que zarandea la cabeza) no fue el fondo de la transición imposible de los años noventa. Y cuánto más no hemos tenido y acumulado desde entonces. O para que recordemos que la culpa puede ser rápida como el rayo, pero el perdón entre las personas tarda, es complejo, y a menudo, aunque lo necesitemos y sea posible recibirlo, sólo está ahí, como escribió Jorge Luis Borges, para purificar a quien lo otorga.

 

Mejor que jugar a esperar perdones, a imponer perdones, parar el resorte de las culpas.

El quinquenio gris: revisitando el término

Ambrosio Fornet

3 de febrero de 2007

 

1

 

Parecía que la pesadilla era cosa de un remoto pasado, pero lo cierto es que cuando despertamos el dinosaurio todavía estaba allí. No hemos sabido —y tal vez nunca sabremos— si el disparate mediático respondía a una insidiosa operación de rescate, a una caprichosa expresión de amiguismo o a una simple muestra de irresponsabilidad. No importa. Visto desde la perspectiva de hoy —de la reacción en cadena que provocó, uno de cuyos eslabones es este ciclo que estamos iniciando— era un acto suicida.

 

Lanzaba un reto sin tener la menor idea del nivel de coherencia que había alcanzado el adversario, ni de la solidez de una política cultural que se ha afianzado como un fenómeno irreversible a través de una práctica que ya dura tres décadas. Ganada limpiamente esta batalla —no me atrevo a decir la guerra, porque el pavonato no es tanto la expresión de una táctica política como una visión del mundo basada en el recelo y la mediocridad—, podemos abrir camino a la reflexión diciéndonos, simplemente, que lo que pasa conviene. La prueba de que así es la tenemos en la decisión del Ministerio de Cultura de apoyar esta iniciativa de Desiderio, coincidente con la de Abel, en cuanto a ir llenando el vacío de información y de análisis que hasta ahora ha prevalecido sobre el tema de la política cultural —digo, anticultural— de la primera mitad de los años setenta.

 

Por increíble que pueda parecer, la persona que dirigió el programa “Impronta” dedicado a Pavón —cuyo libreto había sido escrito por una compañera—, nos aseguró que no sabía quién era el personaje, o más exactamente, que no sabía cuál era la “impronta” que éste había dejado en la cultura cubana durante su gestión como presidente del Consejo Nacional de Cultura (CNC). Tampoco lo sabría después, porque sobre eso se tendió un cauteloso manto de silencio en el programa. No convenía exagerar mencionando la soga en casa del ahorcado. Pues bien, aún no habíamos salido de nuestro estupor cuando una vocecita empezó a martillar nuestros oídos: “¿Y por qué increíble? ¿Por qué tenía la joven directora que saber? ¿Acaso ustedes, los viejos que vivieron y sufrieron aquella etapa, han escrito algún libro o folleto, han publicado alguna serie de artículos, han dado algún ciclo de charlas sobre el tema?

 

En los últimos años la denuncia de los atropellos individuales, de la perversa exhibición de los prejuicios, del cinismo de las explicaciones ha sido hecha por las víctimas en entrevistas, artículos, discursos de aceptación de premios, pero el análisis del fenómeno fue siendo postergado como lo han sido otras cosas que merecían discutirse, y por el mismo motivo: para no poner en peligro la unidad. Junto con la validez histórica de nuestro proyecto de nación, la unidad es lo único, en efecto, que garantiza nuestra superioridad sobre enemigos y adversarios. Pero así como no debemos olvidar que en una plaza permanentemente sitiada, como lo es nuestro país, insistir sobre discrepancias y desacuerdos equivale a “darle armas al enemigo”… tampoco conviene olvidar que los pactos de silencio suelen ser sumamente riesgosos, porque crean un clima de inmovilidad, un simulacro de unanimidad que nos impide medir la magnitud real de los peligros y la integridad de nuestras filas, en las que a menudo se cuelan locuaces oportunistas.

 

Ya sabemos a dónde condujeron esos simulacros y maniobras en Europa y especialmente en la URSS, y en este último caso, creo yo, porque hasta los propios militantes —entre ellos no pocos héroes del trabajo y descendientes de héroes de la guerra— habían sido definitivamente desmovilizados por el burocratismo y la rutina. Sin ser especialista en la materia, me atrevo a responder la insondable pregunta: “¿Por qué no salieron los obreros, y en especial los militantes comunistas, a defender la Revolución en la URSS?” Muy sencillo: “Porque no recibieron instrucciones de arriba”. Necesitamos mantenernos firmes en nuestras trincheras —las que, por supuesto, no son los mejores lugares para ejercitar la democracia—, pero eso no quiere decir que podamos darnos el lujo de abandonar la práctica de la crítica y la autocrítica, el único ejercicio que puede librarnos del triunfalismo y preservarnos del deterioro ideológico.

 

2

 

No quisiera cansarlos con divagaciones y criterios que muchos de ustedes comparten y que pudieran alejarnos de nuestro tema. Éste —como sugiere el título de mi charla, propuesto por Desiderio— apunta a los motivos y la praxis del Quinquenio Gris. Inventé la etiqueta por razones metodológicas, tratando de aislar y describir ese período por lo que me parecía su rasgo dominante y por el contraste que ofrecía con la etapa anterior, caracterizada por su colorido y su dinámica interna (aunque no exenta, como veremos, de frustraciones y sobresaltos).1 Pero antes de entrar en materia me gustaría dejar aclarados un par de puntos. En primer lugar, desde dónde hablo, es decir, desde qué experiencia vital, desde qué posición ideológica y política se proyectan mis opiniones y valoraciones sobre el tema, y en general sobre los problemas de la cultura, su producción y su alcance, con énfasis especial en la literatura —la narrativa—, que es el único campo que conozco por experiencia propia. Me adelanto a hablar así porque temo decir algo que le resulte incomprensible o extraño a algunos de los jóvenes presentes.

 

Vengo, como es obvio, de un mundo que marcó mi posición con respecto a muchos de esos problemas: el mundo de la Cuba pre-revolucionaria, de la república aquélla. Desde muy joven quise escribir. No me atrevería a decir que quise ser escritor porque éste era un oficio sin perfil laboral que podía atraer sobre uno la sospecha o el escarnio. “Yo no le decía a nadie que quería ser escritor —le confesaba José Soler Puig a un amigo— porque la gente se reía y hasta pensaban que eso era de maricas”. 2 Y Virgilio Piñera, en un mensaje público que le dirigió a Fidel en marzo de 1959: “…Nosotros, los escritores cubanos, somos ‘la última carta de la baraja’, es decir, nada significamos en lo económico, lo social y hasta en el campo mismo de las letras. Queremos cooperar hombro con hombro con la Revolución, mas para ello es preciso que se nos saque del estado miserable en que nos debatimos.” 3

 

Como ven, el nivel de autoestima del gremio estaba por el suelo. Tal vez el anecdotario de los escritores vanidosos o jactanciosos irritara o divirtiera a sus cofrades en los corrillos de Madrid o París, pero aquí eran cuentos de extraterrestres, puesto que el escritor literalmente no existía fuera del círculo de sus amigos más íntimos y de los cuatro gatos que leían Orígenes (gatos afortunados, por cierto). Todavía me parece un milagro que dos años después del mensaje de Virgilio ya estuviera yo editando Las aventuras de Tom Sawyer y testimonios de niños serranos en el Ministerio de Educación, bajo la dirección de Herminio Almendros, y muy pronto también a Proust, Joyce y Kafka en la Editorial Nacional, bajo la dirección de Alejo Carpentier. Desde esta perspectiva se nos hacía evidente que empezaba a consolidarse una alianza entre las vanguardias políticas y artísticas. La Revolución —la posibilidad real de cambiar la vida— se nos aparecía como la expresión política de las aspiraciones artísticas de la vanguardia.

 

De modo que cuando empezó a asomar la oreja peluda de la homofobia y luego, enmascarada, la del realismo socialista, nos sentimos bastante confundidos. ¿Qué tenía que ver un fenómeno tan profundo, que realmente había cambiado la vida de millones de personas, que había alfabetizado a los analfabetos y alimentado a los hambrientos, que no dejaba a un solo niño sin escuela, que prometía barrer con la discriminación racial y el machismo, que ponía en las librerías, al precio de cincuenta centavos o un peso, toda la literatura universal, desde Homero hasta Rulfo, desde Dafnis y Cloe hasta Mi tío el empleado..., qué tenía que ver un hecho de esas dimensiones con mis preferencias sexuales o con la peregrina imagen de un artista virtuoso y viril, siempre dispuesto a cantar las glorias patrias? Nosotros— los jóvenes que nos creíamos herederos y representantes de la vanguardia en el terreno artístico y literario— no podíamos comulgar con esa visión…, serio problema, puesto que en los círculos dogmáticos venía cobrando fuerza la idea de que las discrepancias estéticas ocultaban discrepancias políticas.

 

Por lo demás, uno no podía desconocer que al asumir nuevas responsabilidades descubría también sus propias deficiencias. Si de pronto tenía la posibilidad de dirigirse a millones de lectores potenciales, era imposible dejar de preguntarse: ¿y ahora, cómo escribir o, en el caso del editor, qué publicar? ¿Lo “que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios”, como decía irónicamente el Che? ¿Lo que le “gusta” al pueblo, dejándolo así estancado en su más bajo nivel, o lo que me gusta a mí, para que el pueblo vaya refinando sus gustos y un buen día llegue a ser tan culto como yo? Populismo, paternalismo, elitismo, alta cultura, cultura popular, cultura de masas o para las masas…, dilemas y fantasmas ideológicos, en fin, que empezaban a atravesarse en nuestro camino, casi siempre cogiéndonos desprevenidos…

 

Lo que quiero decir es que han de tener ustedes un poco de paciencia, porque es imposible hablar del Quinquenio Gris sin referirse a los orígenes de ciertos conflictos que se incubaron en la década del sesenta. 4 Sólo me referiré a aquellos que, como los mencionados, nos tocan más de cerca; otros, como el de la microfracción, por ejemplo, desbordan los límites de nuestro asunto (aunque no dejan de estar relacionados con él, porque el sectarismo fue un mal generalizado entre los cuadros intelectuales y políticos más directamente ligados al campo de la ideología). 5

 

3

 

El realismo socialista –la literatura como pedagogía y hagiografía, orientada metodológicamente hacia la creación de “héroes positivos” y la estratégica ausencia de conflictos antagónicos en el “seno del pueblo”— producía en nosotros, mis amigos pequeñoburgueses y yo, la misma reacción de quien se encuentra una mosca en el vaso de leche. Entre los narradores cubanos nadie, que yo recuerde, había aceptado la invitación, pero la recién creada Imprenta Nacional editaba profusamente novelas soviéticas (algunas respetables, por cierto, como las de Sholojov y aquellas de Alexandr Bek —La carretera de Volokolansk y Los hombres de Panfilov, en realidad dos partes de la misma epopeya— que acompañaron a tantos milicianos en las frecuentes movilizaciones de aquellos tiempos). En todo caso yo, como joven intelectual sin más ideología política que la fidelista (solía decir por entonces que me había hecho marxista por televisión, es decir, oyendo a Fidel), ya tenía dos cosas absolutamente claras: ¿volver al pasado?, de ninguna manera; ¿admitir como horizonte cultural un manual de Konstantinov y una estética normativa?, de ninguna manera.

 

Pero no quisiera caer en lo mismo que criticamos, y sé que cuando se trata de defender nuestra verdad, nuestro punto de vista, solemos ser tan categóricos y dogmáticos como el adversario. El realismo socialista no era “intrínsecamente perverso”; lo intrínsecamente perverso fue la imposición de esa fórmula en la URSS, donde lo que pudo haber sido una escuela, una corriente literaria y artística más, se convirtió de pronto en doctrina oficial, de obligatorio cumplimiento. De las distintas funciones que desempeñan o pueden desempeñar la literatura y el arte —la estética, la recreativa, la informativa, la didáctica…—, los comisarios trasladaron esa última al primer plano, en detrimento de las otras; lo que el pueblo y en particular la clase obrera necesitaban no era simplemente leer —abrirse a nuevos horizontes de expectativas—sino educarse, asimilar a través de la lectura las normas y valores de la nueva sociedad. Este admirable propósito —admirable en teoría, y tanto más cuanto que sus bases se remontaban a la Ilustración— no tenía en cuenta que “si el arte educa —y me permito citar a Gramsci por enésima vez— lo hace en cuanto arte y no en cuanto arte educativo, porque si es arte educativo deja de ser arte y un arte que se niegue a sí mismo no puede educar a nadie.” Nosotros ni sospechábamos siquiera que la herencia del marxismo escolástico fuera tan fuerte en nuestro medio, o al menos entre algunos intelectuales procedentes del Partido Socialista Popular, pero una de nuestras más brillantes y respetadas ensayistas, Mirta Aguirre, escribía en octubre de 1963:

 

Hoy, en manos del materialismo dialéctico, el arte puede y debe ser exorcismo: forma de conocimiento que contribuya a barrer de la mente de los hombres las sombras caliginosas de la ignorancia, instrumento precioso para la sustitución de la concepción religiosa del mundo por su concepción científica, y apresurador recurso marxista de la derrota del idealismo filosófico. 6

 

Uno se sentía tentado a preguntar: ¿todo eso puede y debe ser el arte? O bien, con cierto desenfado: ¿eso es todo lo que debe y puede ser el arte? De haberlo hecho, no habría tardado en descubrir que nuestro desconcierto tenía un turbio origen de clase, porque lo que realmente ocurría era que ciertas ideas estaban “en precario y camino a la desaparición”, y ciertos intelectuales y artistas, “en vez de dedicarse a extirpar de sí mismos los vestigios ideológicos de la sociedad derrumbada”, se empecinaban en justificarlos. 7 En realidad, lo que nosotros veíamos era que bajo ese rígido y precario modelo de orientación artística se difuminaba la línea divisoria entre arte, pedagogía, propaganda y publicidad. Lo curioso es que el capitalismo producía toneladas de publicidad y propaganda sin mencionarlas siquiera, enmascaradas hábilmente bajo las etiquetas de la información y el “entretenimiento”; pero el socialismo era joven e inexperto; en la famosa polémica que en diciembre de 1963 sostuvieron Blas Roca y Alfredo Guevara en torno a la exhibición de varias películas (La dulce vida, de Fellini, Accatone, de Passolini, El ángel exterminador, de Buñuel y Alias Gardelito, de Lautaro Murúa), Guevara se refirió a la columna periodística de Blas Roca —hombre muy respetable, por otros conceptos— como

 

una columna que aborda tan superficialmente los problemas de la cultura, y del arte cinematográfico en particular, reduciendo su significación, por no decir su función, a la de ilustradores de la obra revolucionaria, vista por demás en su más inmediata perspectiva. 8

 

Huelga aclarar —porque en política, como decía Martí, lo real es lo que no se ve— que estas disputas estéticas formaban parte de una lucha por el poder cultural, por el control de ciertas zonas de influencia. Esto se hizo evidente en 1961 con la polémica en torno a PM y el posterior cierre de Lunes de Revolución, medida esta última que condujo a la creación de La Gaceta de Cuba, publicación literaria de la UNEAC que dura hasta hoy. La de PM resultó ser una polémica histórica porque dio origen a Palabras a los intelectuales, el discurso de Fidel que por fortuna ha servido desde entonces —salvo durante el dramático interregno del pavonato— como principio rector de nuestra política cultural.

 

PM era un modesto ensayo de free-cinema, un documentalito de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal que había pasado sin pena ni gloria por la televisión en un programa patrocinado por Lunes de Revolución, es decir, por Carlos Franqui y Guillermo Cabrera Infante. Los dos —Franqui y Guillermo— tenían una gran virtud —una visión moderna y dinámica del arte, la literatura y el periodismo, como lo demuestran el periódico Revolución y su suplemento literario, Lunes...—; pero ambos tenían también un gran defecto, dadas las circunstancias: eran anticomunistas viscerales, que odiaban todo lo que oliera a Unión Soviética y PSP. El ICAIC se había negado a exhibir PM en las salas de cine, lo que desató la polémica. 9

 

Uno diría que en algún momento tanto la dirigencia del ICAIC como la intelectualidad del PSP elevaron a la máxima dirección del gobierno estas dramáticas preguntas: ¿Quiénes son los que van a hacer cine en Cuba? ¿Quiénes son los que van a representar institucionalmente a nuestros escritores y artistas? Las respuestas se caían de la mata.

 

Pero algo se nos había ido de las manos, porque en la segunda mitad de la década pasaron cosas que tendrían consecuencias funestas para el normal desarrollo de la cultura revolucionaria: el establecimiento de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), por ejemplo —que duraron tres años y dejaron unas cuantas cicatrices—, y el rechazo institucional de dos libros premiados en el concurso literario de la UNEAC (Los siete contra Tebas, de Antón Arrufat, y Fuera del juego, de Heberto Padilla), para no hablar de anécdotas pasajeras, aunque sintomáticas, como el clima de hostilidad que suscitó, entre algunos funcionarios, la aparición de Paradiso (1966), de Lezama, debido a su supuesta exaltación del homoerotismo (llegó a decirse que el volumen había sido mandado a recoger de algunas librerías). La desafortunada iniciativa de la UMAP,la idea de que tanto los jóvenes homosexuales como los religiosos —sobre todo los Testigos de Jehová, que rechazaban por convicción el uso de las armas— hicieran su servicio militar en unidades de trabajo, no en unidades de combate, se emparentaba a todas luces con la visión machista de aquellos padres burgueses que mandaban a sus hijos más díscolos o timoratos a escuelas militares para que “se hicieran hombres”.

 

Recuerdo haberle dicho al amigo a quien antes aludí, cuando me preguntó sobre la discriminación a los homosexuales en Cuba, que esa actitud no tenía que ver con la Revolución, que nos llegaba de antaño, por la doble vía de la moral judeo-cristiana y la ignorancia, pero que tal vez el clima emocional de la plaza sitiada —que incluía la constante exaltación de las virtudes viriles—, así como la obsesión por enderezar tantas cosas torcidas de la vieja sociedad, nos llevaron a querer enderezar o restaurar también a los homosexuales, quienes no en balde eran descritos desde siempre con eufemismos como invertidos o partidos.10

 

Rechazo totalmente la idea, porque me parece cínica e inexacta, de que ese ingenuo o estúpido voluntarismo tuviera algo que ver con la aspiración a forjar un “hombre nuevo” —uno de los más caros anhelos del hombre, anterior al cristianismo, inclusive—, tal como fue enunciada en nuestro medio por el Che y como repetíamos nosotros aludiendo al homo homini lupus, de Plauto —tan citado por Marx—, cuando hablábamos de una sociedad donde el hombre no fuera lobo del hombre, sino su hermano. Ahora bien, estoy convencido de que el grado enfermizo que alcanzó la homofobia, como política institucional, durante el Quinquenio Gris, es un tema que atañe no tanto a los sociólogos como a los psicoanalistas y los sacerdotes, es decir, a aquellos profesionales capaces de asomarse sin temor a “los oscursos abismos del alma humana”. Tampoco estaría de más reflexionar sobre los métodos represivos o “disciplinarios” inventados por la burguesía y tan bien estudiados por Foucault en algún capítulo de Vigilar y castigar.

 

4

 

Los libros de Padilla y Arrufat premiados en el concurso de la UNEAC se publicaron con un prólogo en el que la institución dejaba constancia de su desacuerdo: eran obras que servían “a nuestros enemigos”, pero que ahora iban a servir para otros fines, uno de los cuales era “plantear abiertamente la lucha ideológica”. Fue entonces —entre noviembre y diciembre de 1968— cuando aparecieron en la revista Verde Olivo cinco artículos cuya autoría se atribuye a Luis Pavón Tamayo, conjetura por lo demás indemostrable porque el autor utilizó un pseudónimo —el tristemente célebre Leopoldo Ávila— que hasta ahora no ha sido reivindicado por nadie. El primer artículo exponía la conducta de Guillermo Cabrera Infante, que hacía apenas unos meses, en la revista Primera Plana de Buenos Aires, se había declarado enemigo acérrimo de la Revolución… después de servirla esforzadamente durante varios años como Agregado Cultural en Bruselas. Los dos artículos que le siguieron estaban agresivamente dedicados a Padilla y a Arrufat; y los dos últimos, a problemas del mundillo intelectual, entre ellos el nivel de “despolitización” que, a juicio de Ávila, padecían nuestros escritores y críticos. 13

 

No habré de extenderme sobre el tenso clima que prevaleció en aquellos meses, porque ya un grupo de colegas —tanto cubanos (Retamar, Desnoes y yo) como latinoamericanos (Roque Dalton, René Depestre y Carlos María Gutiérrez) expusimos nuestras ideas sobre el asunto en una especie de mesa redonda que sostuvimos en mayo de 1969 y que fue publicada, primero, en la revista Casa de las Américas y después en México, por Siglo XXI, bajo el previsible título de El intelectual y la sociedad.12

 

El torneo ideológico anunciado por Ávila se insinuaba en ocasionales escaramuzas, pero había ido adquiriendo gradualmente un carácter cada vez más internacional debido en parte a los ataques a la Revolución que habían hecho en Europa varios intelectuales —Dumont, Karol, Enzersberger…— y en parte a que uno de los jurados que premió a Arrufat y Padilla —el crítico inglés J. M. Cohen— decidió participar a su manera en el debate. A ello se sumaba la aparición en París de la revista Mundo Nuevo, dirigida por el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal; muy pronto su compatriota Ángel Rama —ateniéndose a informaciones procedentes del New York Times— denunció la publicación como una “fachada cultural de la CIA”. 13 En opinión de los especialistas, la finalidad última de Mundo Nuevo era disputarle a Casa de las Américas su poder de convocatoria y socavar la imagen del escritor o artista “comprometido” que la Revolución cubana venía proponiendo como modelo para los intelectuales de nuestra América. 14

 

Fue ese modelo, por cierto, el que nos sirvió de razón o pretexto para la famosa Carta a Neruda que a fines de 1966 hicimos circular por todos los rincones del Continente, y fue también el que prevaleció un año más tarde en el Seminario Preparatorio del Congreso Cultural de La Habana, donde se puso de manifiesto que gran parte de nuestra intelectualidad estaba elaborando, desde posiciones martianas y marxistas, un pensamiento descolonizador, más ligado a nuestra realidad y a los problemas del Tercer Mundo que a las corrientes ideológicas eurocéntricas de ambos lados del Atlántico. La revista Pensamiento Crítico y el excelente catálogo de publicaciones de ciencias sociales que ya exhibía el recién creado Instituto del Libro desempeñaron también un importante papel en este atrevido proceso que solíamos llamar “de concientización” o de “descolonización cultural”, y al que, por cierto, ninguno de los famosos manuales recién importados de la URSS podía aportarle nada.

 

El Congreso Cultural de La Habana se celebró en enero de 1968 con la participación de centenares de intelectuales y artistas de todo el mundo, en un clima de optimismo revolucionario que objetivamente, sin embargo, quedaba reducido a su mínima expresión por el hecho de que apenas dos meses antes el Che había muerto en Bolivia, con lo que se frustraba al nacer el gran proyecto de emancipación continental que comenzó a gestarse en 1959. Entretanto, el prestigio internacional de la cultura cubana había crecido gracias al profesionalismo y la creatividad de artistas y escritores, de un lado, y al trabajo de cohesión y divulgación realizado por la Casa de las Américas y el ICAIC, del otro; ahí estaban, pujantes, el cine, el ballet, el diseño gráfico, el teatro, la música (con la naciente Nueva Trova), el Conjunto Folklórico y la literatura (esta última con dos modalidades emergentes: la novela-testimonio y la Narrativa de la Violencia). Observando semejante panorama cualquiera podía haber dicho, en alusión al diagnóstico de Ávila: “Si todo esto es producto de una intelectualidad despolitizada, que venga Dios y lo vea”.

 

5

 

Quisiera poder dar aquí por concluido el esquema general de la prehistoria —visto desde la perspectiva más o menos justa, más o menos distorsionada de un participante que, como es natural, tiende a arrimar la brasa a su sardina—, pero me temo que el rodeo aún no haya terminado. Todavía hay factores, digámoslo así, objetivos y subjetivos, nacionales e internacionales que deben tenerse en cuenta para poder ir al grano después. Así que les pido, por favor, un poco más de paciencia.

 

Lo que ocurrió con Fuera del juego después de su publicación lo vemos ya como los prolegómenos del “caso Padilla”. Él siguió haciendo una vida más o menos normal y anunció (no sé si llegó a dar) un recital en la UNEAC con los poemas de un libro en preparación que llevaría el sugestivo título de Provocaciones —no sean mal pensados, aludía a una observación de Arnold Hauser en el sentido de que las obras de arte son eso, justamente, desafiantes invitaciones al diálogo. En diciembre del 68 Padilla sostuvo inclusive una escaramuza con Cabrera Infante en la que, al rechazar su apoyo, lo acusaba de ser un “contrarrevolucionario que intenta crearle una situación difícil al que no ha tomado su mismo camino”… 15 Por un problema de carácter, Padilla no podía mantenerse mucho tiempo en un segundo plano; aprovechó una encuesta de El Caimán Barbudo para atacar a los editores porque se interesaban en Pasión de Urbino, la recién publicada novela de Lisandro Otero, mientras “ninguneaban” Tres tristes tigres, de Cabrera Infante. A cada rato oíamos decir que estaba muy activo como consultor espontáneo de diplomáticos y periodistas extranjeros de tránsito por La Habana, a los que instruía sobre los temas más disímiles: el destino del socialismo, de la revolución mundial, de la joven literatura cubana…

 

Y un buen día de abril de 1971 nos llegaron rumores lamentables, que luego se confirmaron como hechos: que había estado preso —por tres semanas, según unos, por cinco, según otros…—; y que iba a hacer unas declaraciones públicas en la UNEAC. Éstas resultaron ser un patético mea culpa y un atropellado inventario de inculpaciones a amigos y conocidos, tanto ausentes como presentes. Conociendo a Padilla como lo conocíamos, sabiendo que su larga experiencia como corresponsal de prensa en Moscú lo había convertido en un escéptico incurable —hasta el punto de que aun bajo el sol tropical se sentía asediado por los fantasmas del estalinismo—, cuesta trabajo creer que su declaración —que tanto recordaba las penosas “confesiones” de los procesos de Moscú— no estuviera concebida como un mensaje cifrado, destinado a sus colegas de todas partes del mundo. Sea como fuere, lo cierto es que el mensaje —la profecía autocumplida— llegó a su destino. Pero ya días antes, al conocerse en Europa la noticia del arresto, se había puesto en marcha el mecanismo que de este lado del Atlántico conduciría al Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura. 16

 

6

 

En efecto, el 9 de abril del 71 había aparecido en un diario de París —Le Monde— una carta abierta que varios intelectuales europeos y latinoamericanos dirigían a Fidel para expresarle su alarma por el arresto, el que veían como un posible rebrote del sectarismo en la Isla. Fue como meterse en la jaula del león sin tomar las debidas precauciones. No me extrañaría que haya sido esa carta —y el hecho insólito de que entre los firmantes apareciera Carlos Franqui, ahora convertido en celoso fiscal de la Revolución— lo que precipitó la decisión de convertir el anunciado Primer Congreso de Educación en Primer Congreso de Educación y Cultura. Este se efectuó en salones del hotel Habana Libre entre el 23 y el 30 de abril.

 

En su discurso de clausura, Fidel acusaría de arrogantes y prepotentes a aquellos “liberales burgueses”, instrumentos del colonialismo cultural, que intervenían en nuestros asuntos internos sin tener la menor idea de lo que eran nuestros verdaderos problemas: la necesidad de defendernos del imperialismo, la obligación de atender y abastecer a millones de niños en las escuelas… “Hay que estar locos de remate, adormecidos hasta el infinito —dijo—, marginados de la realidad del mundo” para creer “que los problemas de este país pueden ser los problemas de dos o tres ovejas descarriadas…”, o que alguien, desde París, Londres o Roma, podía erigirse en juez para dictarnos normativas. Por lo pronto, intelectuales de ese tipo nunca volverían aquí como jurados de nuestros concursos literarios, ni como colaboradores de nuestras revistas…17 Vista desde la óptica actual, la reacción puede parecernos desmesurada, aunque consecuente con toda una política de afirmación de la identidad y la soberanía nacionales; en todo caso, lo cierto es que la situación en su conjunto marcó un punto de ruptura o enfriamiento entre la Revolución y numerosos intelectuales europeos y latinoamericanos que hasta entonces se consideraban amigos y compañeros de viaje. 18

 

Sigue siendo de consulta obligada, como manifiesto revolucionario del momento —que, por cierto, lo trascendió para llegar a convertirse en manifiesto cultural del Tercer Mundo—, el ensayo de Retamar Calibán, escrito a sólo dos meses de clausurado el Congreso.

 

El país atravesaba entonces un período de tensiones acumuladas, entre las que sobresalían la muerte del Che, la intervención soviética en Checoslovaquia —que el gobierno cubano aprobó, aunque con mucha reticencia—, la llamada Ofensiva Revolucionaria de 1968 —un proceso tal vez prematuro, tal vez incluso innecesario de expropiación de los pequeños comercios y negocios privados—, y la frustrada zafra del 70 o Zafra de los Diez Millones, que pese a ser “la más grande de nuestra historia” —como proclamaron los periódicos— dejó al país exhausto. Sometida al bloqueo económico imperialista, necesitada de un mercado estable para sus productos —el azúcar, en especial—, Cuba tuvo que definir radicalmente sus alianzas. Hubo un acercamiento mayor a la Unión Soviética y a los países socialistas europeos. En 1972 el país ingresaría al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), lo que vincularía estructuralmente nuestra economía a la del campo socialista.

 

7

 

Del Congreso de Educación y Cultura emergió, con Luis Pavón Tamayo a la cabeza, un CNC transformado, ninguno de cuyos dirigentes, hasta donde recuerdo, había tenido relaciones orgánicas con la vanguardia. Los nexos de continuidad habían sido cuidadosamente rotos o reducidos al mínimo. A juzgar por sus acciones, el pavonato fue eso, justamente: un intento de disputarles el poder, o mejor dicho, de despojar del poder a aquellos grupos que hasta entonces habían impuesto su predominio en el campo de la cultura y que por lo visto no eran, salvo excepciones, “políticamente confiables”.

 

Únicamente se salvaron —aunque con facultades bastante reducidas—, los que pertenecían a instituciones autónomas encabezadas por figuras prestigiosas, como los casos ya citados de la Casa de las Américas y el ICAIC. Sabemos que en este tipo de conflictos no sólo se dirimen discrepancias estéticas o fobias personales sino también —y tal vez sobre todo— cuestiones de poder, el control de los mecanismos y la hegemonía de los discursos. Basta echar una ojeada a la situación de las editoriales, los teatros, las revistas, las galerías, los espacios, en fin, de promoción y difusión de la cultura artística y literaria en los años sesenta para percatarse de que el dominio de los más importantes lo ejercían, directa o indirectamente, los grupos que considerábamos de vanguardia.

 

Un funcionario obtuso podía opinar lo que quisiera de Farraluque o del teatro del absurdo, pero Paradiso y La soprano calva estaban ahí, al alcance de la mano; podía rechazar el pop o La muerte de un burócrata, pero Raúl Martínez y Titón seguían ahí, enfrascados en nuevos proyectos… En 1970, para celebrar el cumpleaños de Lezama —su sexagésimo aniversario— aparecieron una larga entrevista en Bohemia (se reprodujo en Cuba Internacional), todo un dossier de homenaje en La Gaceta de Cuba y el volumen de sus poesías completas (hasta la fecha) publicado por el Instituto del Libro en su colección Letras Cubanas. 19 Es decir, había tensiones y desencuentros, pero las cosas no eran tan sencillas: lo que las editoriales y revistas publicaban, lo que las galerías exhibían, lo que los teatros estrenaban, lo que filmaba el ICAIC servían para mostrar quiénes eran (éramos) los que movían los hilos de la “industria cultural”, hasta dónde resultaba ser hegemónico nuestro discurso, pese al rechazo y las sospechas que el mismo suscitaba entre aquellos ideólogos profesionales a quienes solíamos llamar piadosamente “guardianes de la doctrina” (encabezados por un alto funcionario del Partido que, según rumores, era el padrino político de Pavón). 20

 

Si tuviera que resumir en dos palabras lo ocurrido, diría que en el 71 se quebró, en detrimento nuestro, el relativo equilibrio que nos había favorecido hasta entonces y, con él, el consenso en que se había basado la política cultural. Era una clara situación de antes y después: a una etapa en la que todo se consultaba y discutía —aunque no siempre se llegara a acuerdos entre las partes—, siguió la de los úkases: una política cultural imponiéndose por decreto y otra complementaria, de exclusiones y marginaciones, convirtiendo el campo intelectual en un páramo (por lo menos para los portadores del virus del diversionismo ideológico y para los jóvenes proclives a la extravagancia, es decir, aficionados a las melenas, los Beatles y los pantalones ajustados, así como a los Evangelios y los escapularios).

 

Todos éramos culpables, en efecto, pero algunos eran más culpables que otros, como pudo verse en el caso de los homosexuales. Sobre ellos no pesaban únicamente sospechas de tipo político, sino también certidumbres científicas, salidas tal vez de algún manual positivista de finales del siglo XIX o de algún precepto de la Revolución Cultural china: la homosexualidad era una enfermedad contagiosa, una especie de lepra incubada en el seno de las sociedades clasistas, cuya propagación había que tratar de impedir evitando el contacto —no sólo físico, sino inclusive espiritual— del apestado con los sectores más vulnerables (los jóvenes, en este caso). Por increíble que hoy pueda parecernos —en efecto, el sueño de la razón engendra monstruos—, no es descabellado pensar que ese fue el fundamento, llamémosle teórico, que sirvió en el 71-72 para establecer los “parámetros” aplicados en los sectores laborales de alto riesgo, como lo eran el magisterio y, sobre todo, el teatro.

 

Se había llegado a la conclusión de que la simple influencia del maestro o del actor sobre el alumno o el espectador adolescente podía resultar riesgosa, lo que explica que en una comisión del Congreso de Educación y Cultura, al abordar el tema de la influencia del medio social sobre la educación, se dictaminara que no era “permisible que por medio de la calidad artística reconocidos homosexuales ganen un prestigio que influye en la formación de nuestra juventud”. Más aún: “Los medios culturales no pueden servir de marco a la proliferación de falsos intelectuales que pretenden convertir el esnobismo, la extravagancia, el homosexualismo y demás aberraciones sociales en expresiones del arte revolucionario…”21

 

En los centros dedicados a la docencia o el teatro, los trabajadores que no respondieran a las exigencias o “parámetros” que los calificaran como individuos confiables –es decir, revolucionarios y heterosexuales— serían reubicados en otros centros de trabajo. El proceso de depuración o “parametración” se haría bajo la estricta vigilancia de un improvisado comisario conocido desde entonces en nuestro medio como Torquesada (quien no hace mucho tiempo, por cierto, apareció en otro programa de televisión, aunque no en calidad de homenajeado). Les complacerá saber que aunque en aquella época aún no existían en nuestro medio Marielas capaces de hablar del fenómeno con rigor y sensatez, sí existían, como es lógico, tribunales dispuestos a hacer cumplir la ley. A través de sus respectivos sindicatos y amparados por la ley de Justicia Laboral, los parametrados llevaron sus apelaciones hasta el Tribunal Supremo y éste dictaminó —caso histórico y sin precedentes— que la “parametración” era una medida inconstitucional y que los reclamantes debían ser indemnizados. 22

 

No tengo que añadir que a los prejuicios sobre la conducta sexual se sumaban los prejuicios sobre la condición intelectual misma, especialmente porque muchos miembros de la “ciudad letrada” sólo concebían su misión social en calidad de jueces, como “conciencias críticas” de la sociedad. Ya sabemos que desde los tiempos más remotos, la escritura y las actividades ligadas a ella responden a condicionamientos propios de las sociedades divididas en clases y castas, y que, por tanto, hay que hacer lo posible —empezando por la alfabetización— para reducir al mínimo las desigualdades resultantes; pero pretender que esas desigualdades puedan suprimirse de un plumazo, y más aún, que las funciones que desempeñan los trabajadores intelectuales y los manuales sean intercambiables, hace pensar en demagogias o disparates.

 

Recuerdo que un periodista que por aquella época visitaba los cañaverales del país exhortó a los trabajadores exclamando, con sincero o fingido entusiasmo: “¡Escriban ustedes, macheteros!”. Yo hubiera dado cualquier cosa por ver la cara de los aludidos e imaginar una posible respuesta: “¡Y tú ven a cortar caña, descarado!”…, porque los trabajadores manuales también tienen prejuicios, que suelen salir a flote en cuanto advierten signos de demagogia o duplicidad moral. De la vieja sociedad heredamos, unos y otros, la noción de que la mayoría de los intelectuales y artistas —por lo menos los que no ejercen actividades realmente lucrativas— son una suerte de “parásitos”.

 

Que un centro rector de cultura contribuyera a reforzar ese prejuicio era una imperdonable muestra de fariseísmo e incapacidad. En todo caso, el CNC tenía muy claro que había que arrinconar a los “viejos” —incluidos los que por entonces apenas teníamos cuarenta años…, pero que por lo mismo ya estábamos contaminados— para entregarles el poder cultural a los jóvenes con el fin de que lo ejercieran por conducto de cuadros experimentados y políticamente confiables. Muy rápidamente se estableció a todo lo largo del país una red de “talleres literarios” encargados de formar a los nuevos escritores y se dio un frenético impulso al Movimiento de Aficionados. Era lo que los guajiros, aludiendo a un proceso de maduración artificial muy utilizada en nuestros campos —por lo menos en mi época— llamaban “madurar con carburo”. Había prisa y el relevo no podía fallar.

 

8

 

Creo que al fin —¡al fin!— estamos en condiciones de abordar el tema sugerido por Desiderio como punto de partida para el debate. La montaña ya puede parir su ratón.

 

En la avalancha de e-mails que fueron llegando en estos días había uno del narrador santiaguero José M. Fernández Pequeño —hoy residente en Santo Domingo— que me ayuda a precisar un dato importante: ¿cuándo comencé a utilizar la denominación Quinquenio Gris para designar ese fenómeno que hoy llamamos también el pavonato? “Creo haber estado presente en un momento definitorio para la cristalización de la etiqueta Quinquenio Gris”, dice Pequeño, evocando el Encuentro de Narrativa que se celebró en Santiago de Cuba en noviembre de 1980 (y con cuyos materiales, por cierto, preparé un folleto titulado Pronóstico de los 80). En opinión de Pequeño, se trataba de conjurar la memoria de aquel “período nefasto”, todavía tan cercano, para poder “seguir adelante y crecer como personas y como escritores. Había que trazar una línea divisoria, y en ese sentido creo que sirvió el nombre”. 23

 

Recuerdo que yo lo iba soltando aquí y allá, al paso, en reuniones y encuentros de la UNEAC y del recién creado Ministerio de Cultura, y recuerdo también que producía reacciones diversas, de aceptación o rechazo, según la procedencia laboral de mis interlocutores. Pero la primera vez que utilicé el término por escrito fue en 1987, en un texto de crítica literaria publicado en la revista Casa de las Américas. Decía allí, en discretas notas al pie: “Las tendencias burocráticas en el campo de la cultura que se manifestaron en el Quinquenio Gris […] —observen que no preciso el sentido del término, como si lo diera por sabido— frenaron, pero no impidieron el desarrollo posterior de las distintas corrientes literarias”. Y más adelante: “El Quinquenio Gris, con su énfasis en lo didáctico, favoreció el desarrollo de la novela policíaca y la literatura para niños y adolescentes”. 24 Eran elementos que objetivamente, a mi juicio, contribuían a darle su grisura a la etapa, porque el “énfasis en lo didáctico¨ situaba la creación literaria en una posición subordinada, ancilar, donde apenas había espacio para la experimentación, el juego, la introspección y las búsquedas formales.

 

Pero aquí debo abrir un paréntesis para no pecar, como el adversario, de dogmático y esquemático. Apoyado por algunas cátedras universitarias, el CNC había deslizado al oído de los jóvenes escritores la maligna sospecha de que el realismo socialista era la estética de la Revolución, una estética que no osaba decir su nombre, entre otras cosas porque nunca fue adoptada oficialmente en ninguna instancia del Partido o el gobierno. 25 Y como no todos eran jóvenes y no todo estaba bajo el control del CNC y sus catecúmenos, el Quinquenio Gris, como espacio temporal, fue también la época de publicación o gestación de algunas obras maestras de nuestra novelística, como Concierto barroco, de Carpentier, y El pan dormido, de Soler Puig. Sería un hijo de este último, por cierto —Rafael, lamentablemente fallecido en un accidente—, el que anunciaría con dos libros de cuentos, a caballo entre una etapa y otra, que algo nuevo estaba ocurriendo en la narrativa cubana.

 

Y ya al final de la década algunos jóvenes —cito un comentario mío de esos años— “actualizaron el discurso” de nuestra narrativa reinsertándolo en la línea de desarrollo de la narrativa latinoamericana, con lo que prepararonn el camino para que las obras de los ochenta nacieran marcadas “por ese afán renovador, tanto a nivel discursivo como temático”. 26 Es decir, ya por entonces habían empezado a evaporarse los deletéreos efectos de aquella estética normativa que con tanta diligencia promovieran talleres y cátedras universitarias. Me atrevo a decir que en 1975 el pavonato, como proyecto de política cultural, estaba agonizante. Pero si es cierto, como creo, que lo más característico de esa etapa es el binomio dogmatismo/mediocridad, la merma de poder no podía significar su total desaparición, porque mediocres y dogmáticos existen dondequiera y suelen convertirse en diligentes aliados de esos cadáveres políticos que aún después de muertos ganan batallas.

 

No tengo reparos en pedirles disculpas a tantos compañeros que, habiendo sufrido en carne propia los abusos del pavonato —el más cruel de los cuales fue sin duda su muerte civil como profesionales, a veces por períodos prolongados— consideran que el término Quinquenio Gris no es sólo eufemístico sino incluso ofensivo, porque minimiza la dimensión de los agravios y por tanto atenúa la responsabilidad de los culpables. La mayoría de esos compañeros —no todos “parametrados”, por cierto, algunos simplemente “castigados” por sus desviaciones ideológicas, las que se corregían trabajando duro en la agricultura o en una fábrica— proponen la alternativa de Decenio Negro. 27 Respeto su opinión, pero yo me refería a otra cosa: a la atmósfera cultural que he venido describiendo, en la que además se programó el entusiasmo revolucionario y lo que había sido búsqueda y pasión se convirtió en metas a cumplir.

 

Si los indicadores cambian, es lógico que las fronteras cronológicas y las pigmentaciones cambien también. Si en lugar de definir el pavonato por su mediocridad lo defino por su malignidad, tendría que verlo como un fenómeno peligroso y grotesco, porque no hay nada más temible que un dogmático metido a redentor y nada más ridículo que un ignorante dictando cátedra. Hay hechos del período —incluso de finales del período— que pueden considerarse crímenes de lesa cultura y hasta de leso patriotismo, como lo fue el veto que en 1974 se le impuso a la publicación en Cuba de Ese sol del mundo moral, de Cintio Vitier, un ensayo martiano y fidelista que explica como pocos por qué la inmensa mayoría de los cubanos se enorgullecen de serlo. Como buenos guardianes de la doctrina, los censores advirtieron de inmediato que no era una visión marxista de la historia de Cuba. Así que apareció primero en México que aquí; de hecho, aquí demoró doce años en publicarse, no sé si por inercias dogmáticas o por simple desidia editorial. 28

 

9

 

Quizás nunca se haya escuchado en nuestro medio un suspiro de alivio tan unánime como el que se produjo ante las pantallas de los televisores la tarde del 30 de noviembre de 1976 cuando, durante la sesión de clausura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, se anunció que iba a crearse un Ministerio de Cultura y que el ministro sería Armando Hart. Creo que Hart ni siquiera esperó a tomar posesión del cargo para empezar a reunirse con la gente. Viejos y jóvenes. Militantes y no militantes. No preguntó si a uno le gustaban los Matamoros o los Beatles, si apreciaba más la pintura realista que la abstracta, si prefería la fresa al chocolate o viceversa; preguntó si uno estaba dispuesto a trabajar.

 

Tuve la impresión de que rápidamente se restablecía la confianza perdida y que el consenso se hacía posible de nuevo. Recuerdo que comentaba con mi amigo Agustín Pí —el legendario Dr. Pí— lo sorprendente que resultaba ese repentino cambio de atmósfera, y cuando supuse que iba a hablarme de la impecable trayectoria revolucionaria de Hart o de sus méritos intelectuales, lo oí decir —con un vocabulario que ya en esa época había caído en desuso—: “Es que Hart es una persona decente”. Creo que fue en ese preciso momento cuando tuve la absoluta certeza de que el dichoso Quinquenio era en efecto un quinquenio y acababa de terminar.

 

No es que desaparecieran definitivamente las tensiones, esos conflictos de opinión o de intereses que nunca dejan de aflorar en una cultura viva —recuerdo que todavía en 1991 nos enfrascamos en uno de ellos—, sino que las relaciones fueron siempre de respeto mutuo y de auténtico interés por el normal desarrollo de nuestra cultura.

 

Les agradezco su atención y su paciencia. Espero que mis divagaciones hayan servido al menos para ofrecer a los más jóvenes una información y una perspectiva de las que seguramente carecían. Reconozco que la información es todavía muy panorámica y el punto de vista muy limitado, pero aquí sólo me propuse —ateniéndome a la sugerencia de Desiderio—proporcionar el marco de un debate posible. Repito que a mi juicio nuestra cultura —hoy tanto o más que nunca— es una cosa viva. Por razones de edad suelo evocar con frecuencia el pasado, pero es un ejercicio que detesto cuando amenaza con hacerse obsesivo. A veces, hablando ante públicos extranjeros sobre nuestro movimiento literario, encuentro personas –hombres por lo general— que insisten en preguntarme únicamente sobre hechos ocurridos hace treinta o cuarenta años, como si después del “caso Padilla” o la salida de Arenas por Mariel no hubiera ocurrido nada en nuestro medio. A ese tipo de curiosos los llamo Filósofos del tiempo detenido o Egiptólogos de la Revolución cubana.

 

Pero al evocar el Quinquenio Gris siento que estamos metidos de cabeza en algo que no sólo atañe al presente sino que nos proyecta con fuerza al futuro, aunque sólo sea por aquello que dijo Santayana de que “quienes no conocen la historia están condenados a repetirla”. Ese peligro es, justamente, lo que estamos tratando de conjurar aquí.

 

La Habana, 30 de enero de 2007.

 

NOTAS:

 

1. Sobre la dinámica intelectual del período, véase el recién publicado Polémicas culturales de los sesenta. Sel y pról. de Graziella Pogolotti. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2006.

 

2. Cf. Miguel Sabater Reyes: “José Soler Puig fue mi amigo”, En Palabra Nueva, no. 157 (La Habana), noviembre de 2006, p. 54.

 

3. Virgilio Piñera: “Al señor Fidel Castro”, En Diario libre, Sección Arte y Literatura (La Habana), 14 de marzo de 1959, p.2. (Se reproduce en Viaje a los frutos. Selección de Ana Cairo. La Habana, Biblioteca Nacional José Martí, 2006, p.58).

 

4. Ver nota 12.

 

5. Refiriéndose a Aníbal Escalante, Secretario de Organización del PSP (y más tarde de las ORI), dijo Fidel: “Al triunfo de la Revolución, poseía gran autoridad, y desde ese cargo actúa prácticamente como jefe de su Partido. Era un hombre capaz, inteligente y buen organizador, pero con el arraigado hábito de filtrar y controlar todo a favor de su Partido.” Cien horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet. 2ª ed. La Habana, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, 2006, p. 249.

 

6. Mirta Aguirre: “Apuntes sobre la literatura y el arte”, en Cuba Socialista, octubre de 1963. (Se reproduce en Revolución, letras, arte. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1980, p.201.

 

7. Ibid., p.219. La autora, por supuesto (ver p. 215), descarta la posibilidad de imponer las nuevas ideas mediante la coacción o la violencia.

 

8. Alfredo Guevara: Revolución es lucidez. La Habana, Ediciones ICAIC, 1998, p.203.

 

9. El punto de vista del ICAIC fue expresado por Alfredo Guevara en “Las revoluciones no son paseos de rivieras”, entrevista de Wilfredo Cancio publicada en La Gaceta de Cuba en diciembre de 1992. (Se reproduce en Revolución es lucidez, ed.cit. supra, pp.88-90.)

 

10. Cf. Emilio Bejel: Escribir en Cuba. Entrevistas con escritores cubanos: 1979-1989. Río Piedras, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1991. pp.155 y ss.

 

11. Fueron recogidos por Lourdes Casal en El caso Padilla: literatura y Revolución en Cuba (ver nota 15).

 

12. “Diez años de Revolución: el intelectual y la sociedad”, en Casa de las Américas, no. 56, sept.-oct., 1969; y Roque Dalton, René Depestre, Edmundo Desnoes, et. al.: El intelectual y la sociedad. México, Siglo XXI editores, 1969.

 

13. Sobre la polémica con Mundo Nuevo, ver Casa de las Américas, no. 39, nov.-dic., 1966. Ver también el exhaustivo estudio de María Eugenia Mudrovcic: “Mundo Nuevo”: Cultura y Guerra Fría en la década del 60. Rosario, Beatriz Viterbo, 1997.

 

14. Cf. Claudia Gilman: Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina. Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores Argentina, 2003.

 

15. Cf. Heberto Padilla: “Respuesta a Guillermo Cabrera Infante”, en revistas Índice (Madrid), dic. 1968, p. 9, y Primera Plana (Buenos Aires), no. 313, diciembre 24 1968, pp.88-89. (Se reproduce en El caso Padilla: Literatura y Revolución en Cuba. Documentos. Sel., pról. y notas de Lourdes Casal. New York, Ediciones Nueva Atlántida/Miami, Ediciones Universal, s.f. En su introducción (pp.5-10) Casal hace un recuento de aquellos hechos y situaciones que, a su juicio, condujeron finalmente al “caso” estudiado.

 

16. La intervención de Padilla en la UNEAC puede verse en Casa de las Américas, no. 65-66, marzo-junio de 1971, pp. 191-203.

 

17. Cf. Fidel Castro: Discurso de clausura del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, en Casa de las Américas, no. 65-66, marzo-junio de 1971.

 

18. La situación se agravó con una “Segunda carta”, de 20 de mayo de 1971. (Se reproduce en Lourdes Casal, El caso Padilla…, ed. cit. en nota 15, pp.123-124.)

 

19. Véanse entrevista de Joaquín G. Santana, artículo de Benito Novás y textos de Lezama y bibliografía en Bohemia, 1º de enero de 1971, pp. 4-15¸ así como homenaje en La Gaceta (no. 88, diciembre de 1970) con textos de Armando Álvarez Bravo, Reinaldo Arenas, Miguel Barnet, Pablo Armando Fernández, Belkis Cuza, Reynaldo González y Rosa I. Boudet.

 

20. Y probablemente superior jerárquico en lo concerniente a la llamada “esfera de la ideología”.

 

21. Cf. “Declaración” del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, en Casa de las Américas, no. 65-66, marzo-junio de 1971.

 

22. Por lo pronto, que debían abonárseles todos los salarios no percibidos desde su destitución hasta aquel momento.

 

23. José M. Fernández Pequeño: “Gris, gris, ¿el quinquenio gris?”. Mensaje electrónico del 18 de enero de 2007. (Agradezco a Aida Bahr –una de las organizadoras del Encuentro—la verificación de la fecha.)

 

24. Cf. A.F.: “Sobre Las iniciales de la tierra”, en Las máscaras del tiempo. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1995, pp. 56 (n.4) y 62 (n.12).

 

25. Por ejemplo, entre las Tesis y Resoluciones aprobadas por el Primer Congreso del PCC en 1975 no aparece una sola mención al realismo socialista, aunque numerosos pasajes reflejan la convicción de que es la ideología la que rige todo el proceso de producción y valoración de la obra de arte. Especialmente significativo es el pasaje en que se habla de “el nexo del arte socialista con la realidad” y “la cualidad del reflejo vivo y dinámico de que hablara Lenin” (en contraste con el realismo como copia fotográfica). No se olvide, por lo demás, que la condena del Che al realismo socialista, en El socialismo y el hombre en Cuba, fue categórica. (Cf. “Sobre la cultura artística y literaria”, en Tesis y Resoluciones del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba. La Habana, Depto. De Orientación Revolucionaria del PCC, 1976, pp. 467-510, y esp. 506.

 

26. Cf. A.F.: “Las máscaras del tiempo en la novela de la Revolución cubana”, en Las máscaras del tiempo, ed. cit., p. 29.

 

27. Si no me equivoco, el primero en hacerlo fue el poeta César López, entrevistado por Orlando Castellanos. Véase “Defender todo lo defendible, que es mucho”, La Gaceta de Cuba, marzo-abril de 1998, p. 29.

 

28. Cintio Vitier: Ese sol del mundo moral. Para una historia de la eticidad cubana. México, Siglo Veintiuno Editores, 1975. (La edición cubana, en Ediciones Unión, 1995.) El libro entró en el plan editorial de Ediciones Unión en 1987, pero diversos factores –entre ellos el inicio del Período Especial—aplazaron durante años la publicación.

Tras la carga de los emails

Armando Añel

16 de febrero de 2007

 

Todo comenzó con la aparición, en la televisión oficialista, de tres funcionarios involucrados en la política represiva del llamado Quinquenio Gris, o Década Negra: Luis Pavón, Armando Quesada y Jorge Sergera. Un trío de pésima reputación entre la intelectualidad cubana más memoriosa, que reaccionó lanzándose a la yugular de la censura en la vertiginosa intimidad de sus correos electrónicos.

 

Pero lo que en principio constituyó un intercambio de emails moderadamente crítico, focalizado en la Isla, pronto desembocó en un debate de proporciones oceánicas, sumergiendo hasta el fondo a un considerable número de intelectuales exiliados.

 

Entretanto, el Secretariado de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) informaba en un comunicado publicado en Granma que el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) había admitido su “error” a propósito de los programas televisivos, aunque recalcaba el presupuesto: “La política cultural de la revolución es irreversible”.

 

Insólita disculpa, pero hasta cierto punto previsible, como ya había pronosticado más de uno en el fragor del intercambio electrónico.

  

El último acto significativo de esta especie de “desmitificación” en ciernes, como la ha llamado el escritor Carlos Alberto Montaner, tuvo lugar hace pocos días en la Feria del Libro de La Habana. En presencia del gobernante en funciones, Raúl Castro, el poeta César López mencionó los nombres de Guillermo Cabrera Infante, Heberto Padilla, Reynaldo Arenas, Severo Sarduy, Gastón Baquero y Jesús Díaz “como parte de la cultura cubana de hoy y de siempre”.

 

Al finalizar su alocución, López fue felicitado por el propio Raúl Castro. También la televisión cubana transmitió el discurso del Premio Nacional de Literatura 1999, incluida su mención de los autores “malditos”. ¿Se trataba del pistoletazo de arrancada de una verdadera apertura cultural en la Isla o, sencillamente, el general intentaba desmarcarse de un “error” perpetrado por sus subalternos, coincidentemente en plena era “raulista”?

 

O más groseramente: ¿Estamos en presencia de un nuevo acto de malabarismo político-cultural, por el estilo de a los que ya nos tiene acostumbrados la oficialidad cubana?

 

La visión constructiva

 

Con el agua de la impredecible realidad cubana al cuello, la reacción de la intelectualidad en Miami, y su periferia, oscila entre lo constructivo y lo escéptico. Aunque la mayoría de los entrevistados para Encuentro en la Red se resiste a considerar falsas expectativas, el episodio iniciado con “la carga de los emails”, como ya lo llaman algunos en la capital del exilio, no deja de resultar esperanzador, o cuando menos sugestivo.

 

Para Carlos Alberto Montaner, la polémica generada por los emails de marras no es despreciable. “No es el inicio de la transición, pero es el punto de partida de la desmitificación. Hace muchos años habríamos utilizado el término deshielo para describir lo que está sucediendo en Cuba en el terreno cultural”, declaró a Encuentro en la Red el autor de Viaje al corazón de Cuba.

 

“Pero para mí no tiene sentido detenernos a identificar inconsistencias. El totalitarismo es una máquina dedicada a provocar inconsistencias: se piensa de una manera y se actúa de otra muy diferente. Es bueno que quien ayer calló hoy se atreva a hablar. No tiene sentido criticar a quien hoy alza la voz para protestar sólo porque ayer formó parte de los represores”, agregó.

 

Por su parte, y a pesar de que, según sus palabras, “muchos intelectuales en la Isla no comprenden la vinculación esencial entre la propiedad privada de los medios de producción y la libertad política”, el periodista y politólogo Adolfo Rivero Caro tomó distancia de quienes en Miami han criticado con alguna dureza el debate en torno al Quinquenio Gris, tildándolo de eufemístico, inconsistente e incluso irreal.

  

“Es natural que muchos talentos, que estaban siendo apoyados y cultivados por el Estado cubano, se marchitaran y desaparecieran al encontrarse ubicados bruscamente en el ambiente más ferozmente competitivo del planeta (…) Los intelectuales y artistas de la Isla comprenden perfectamente esta realidad y la mayoría prefiere luchar como una personalidad dentro de Cuba a exiliarse en Estados Unidos, y desaparecer de la vida pública al poco tiempo”, escribió el periodista en su página de internet.

 

“Es por eso que tenemos que simpatizar y apoyar su lucha, aunque, desde nuestro punto de vista, resulte un poco absurda. Es como si una máquina del tiempo nos permitiera participar en discusiones morales del siglo XIX. No hay nada que discutir. Tenemos que luchar a favor de Oscar Wilde”.

 

En esta cuerda, Carlos Alberto Montaner se muestra convencido de que el futuro cubano debe ser inclusivo, todavía más, si cabe, desde el ámbito cultural. “A Woody Allen le gusta decir que cuida mucho el futuro porque es el sitio en el que tendrá que vivir, y tiene razón”, consideró el escritor.

 

“El pasado ya lo hemos echado a perder: tres generaciones de cubanos han vivido y sufrido la atroz experiencia de una dictadura comunista muy parecida a las que padecieron los centroeuropeos. Ahora tenemos que prepararnos para construir un futuro en el que quepan todos”.

 

“Me pareció que el discurso de César López fue en esa dirección. Mencionar a varios escritores cubanos que murieron en el destierro, ofendidos y humillados, es un buen comienzo. En la república que viene tienen que caber todos”, concluyó el presidente de la Unión Liberal Cubana.

 

Por otro lado, el crítico y poeta Joaquín Badajoz consideró que la política en Cuba, “como casi todos los temas de nuestras vidas de animales insulares, tiene un contenido altamente emocional. Eso, por supuesto, se manifiesta también en la literatura y el arte, y en los juicios y debates intelectuales. La razón creo que está en que hemos vivido dentro de estructuras elásticas, que responden a regulaciones bastantes subjetivas, personalistas y arbitrarias”. “En eso radica la adaptabilidad del cubano, la doble moral, su capacidad para entrar y salir de la ilegalidad, para durar, como diría el maestro Fernando Ortiz, en una parodia cotidiana de otra tragedia mayor: la necesidad de resistir. Por eso, la intelectualidad cubana, por temporadas, se nos revela como una fuerza contestataria, revolucionaria o subversiva”.

 

“Las dictaduras siempre van a tener sus intelectuales incómodos”, enfatizó Badajoz. “En este sentido, la revolución, como un ente supranatural, revela su permanencia, mide su intemporalidad, sobreviviendo a sus enemigos. Hablar de los muertos molestos es declarar de alguna forma su victoria”. “Pero también tengo la esperanza de que el nuevo gobierno cubano pueda ser menos arrogante y personalista, más preocupado por la administración del país que por la reproducción irracional de valores de dudosa utilidad política: uno de ellos es la censura”, terminó el escritor. “Ningún país avanza sin el respeto a la libertad de expresión, a los derechos elementales del ser humano y a los valores de la familia. Y eso Raúl Castro lo sabe bien”.

 

La visión teórica

 

Recientemente, en nota publicada en este periódico, el historiador Haroldo Dilla afirmaba, a propósito de la aparición televisiva de Pavón y sus colegas, que “la regurgitación de la bilis del Quinquenio Gris fue un balón de ensayo orquestado por el tristemente célebre Departamento Ideológico, cuyo jefe —un caso prototípico para Lombroso— sabe muy poco de cultura pero mucho de medidas activas de inteligencia”.

 

¿Un balón de ensayo? Tal vez. ¿Pero con qué objetivo? Dilla sostiene que frente a la evidencia de que se avecina una época de ajustes —con la desaparición del máximo líder, el desmantelamiento parcial o total del embargo exterior y una eventual reforma económica como telones de fondo—, la oficialidad cubana quiere visualizar el futuro con la bola de cristal de la provocación a los intelectuales.

En cualquier caso, ¿estamos viviendo los primeros días de un proceso recelosamente aperturista, que montaría en la buhardilla cultural su laboratorio? ¿O La Habana tantea el terreno de la sucesión con el objetivo de no meter la pata de la supervivencia política?

 

“Intuyo que todo lo que ocurre en Cuba en este momento tiene que ver con varios fundamentos”, declaró el poeta José Kozer a Encuentro en la Red.“El primero, que la dictadura va a entrar en su etapa de dictablanda”.

 

“El segundo, que justo a causa de ese cambio, por un rato, a modo de disimulo, se recrudecerán los puntos de vista ideológicos (esa falsedad). Luego se permitirá aflojar el nudo y se pasará, esperemos que sin mucha pena y sin ninguna gloria, a la dictablanda”.

 

“Y de ahí a la apertura, que se desea democrática de veras”, continuó Kozer. “O sea, con diálogo continuo, pero con diálogo que no canse ni se robe todo el espacio (la vida no es política: con un diez por ciento de espacio que se le dé a la política, basta y sobra)”.

 

“Una vez más, lo que se dirime en el caso concreto de Cuba y su futuro político, al menos el más inmediato, se habrá de dirimir, de primera y pata, por la vía de la cultura, que en verdad es tan fuerte y real en nuestro país, dentro, fuera, y más allá”, consideró el autor de Una huella destartalada.

 

La visión escéptica

 

Por otro lado, el reciente discurso del ministro de Informática y Comunicaciones, Ramiro Valdés, en el que una vez más achacó al embargo estadounidense que los cubanos carezcan de acceso fluido a internet, pareciera dar la razón a los más escépticos. Un pasito pa'lante, un pasito pa'tras: de vuelta al punto de partida.

 

“El hecho de que César López mencionara a aquellos proscritos difuntos nada me dice”, aseguró a Encuentro en la Red el crítico y poeta Pablo de Cuba. “Existe un discurso oficial que justifica (se traga) tales atrocidades contra la libertad de elección: que si la culpa fue de ciertos elementos y no del sistema en sí, e insultos por el estilo para pueblos bailadores”.

 

“¿Por qué no se publican Los años de Orígenes, de Lorenzo García Vega, La mala memoria, de Heberto Padilla (Fuera del juego resulta fácilmente justificable por el discurso de aire oficialista del que hablaba), o la pésimamente hermosa autobiografía de Arenas?”, se preguntó De Cuba.

 

“Una cosa es mencionar públicamente a Cabrera Infante, Reynaldo Arenas o Jesús Díaz, y otra bien distinta que se publique la zona de su obra crítica con el sistema”, consideró, asimismo, el poeta Joaquín Gálvez, coincidiendo con Pablo de Cuba en la necesidad de observar con lupa el episodio.

 

“Creo que todo forma parte de un juego político, hay demasiadas incoherencias”, adicionó Gálvez, quien se apoyó en el discurso de Ramiro Valdés, o en la ofensiva del gobierno cubano contra las antenas “ilegales”, para sostener que una apertura cultural está muy lejos de producirse en la Isla. “Lo importante no son las referencias o alusiones culturales, sino que el pueblo cubano puede adquirir en las librerías Mea Cuba o Antes que anochezca”.

 

Según el escritor y periodista Armando de Armas, lo “interesante” en el discurso de César López es que todos los creadores mencionados, críticos del sistema imperante en Cuba, han fallecido. “Volvemos sobre el vicio necrológico de la política cultural del régimen”, deploró De Armas.

 

“Los muertos ya no son enemigos. Lo mismo sucedió con Lezama, con Piñera. ¿Por qué no se menciona a los vivos? No digo que César López haya actuado de mala fe, no se trata de eso, pero evidentemente él sabe que está dentro del juego”.

 

“Los intelectuales en Cuba, o al menos una buena parte de ellos, están defendiendo sus pequeños privilegios y espacios de libertad. Pero ojo: únicamente los suyos. Está bien, aunque tampoco hay que concederle mucha importancia. Ojalá mañana viéramos a los travestis salir a la calle a defender sus derechos, o a las jineteras”, declaró el escritor a Encuentro en la Red.

 

“Como reza la expresión popular, se juega con la cadena, pero no con el mono”, expresó el crítico y narrador Luis de la Paz a este periódico. “Nada tendrá sentido hasta que desaparezca la UNEAC como ente catalizador de la intelectualidad, y el Instituto del Libro deje de estar en manos del Ministerio de Cultura”.

 

“Los que hoy levantan sus voces en la Isla, estuvieron callados mientras se lo ordenaron, y volverán a callarse si se les ordena de nuevo. Y a los que no sigan las directrices, como Antonio José Ponte, los desactivarán de la UNEAC y los forzarán a tomar el camino del exilio, como ha ocurrido hasta ahora”.

 

“No olvidemos que mientras frente al Foso de los Laureles se habla de libros y escritores, en las calles de La Habana se recrudece la persecución y el acoso contra aquellos que han cometido el terrible delito de tener una antena parabólica”, concluyó De la Paz.

El Trinquenio Amargo y la ciudad distópica:

autopsia de una utopía

Mario Coyula Cowley

19 de marzo de 2007

 

Por qué un nombre. Con el término Quinquenio Gris Ambrosio Fornet condensó no sólo un tiempo más extenso de triste memoria, sino una concepción retorcida del mundo, construida sobre la intolerancia, la exclusión y el rechazo a lo nuevo y diferente. Para el entorno construido cubano ese período empezó antes, y algunas de sus consecuencias han llegado hasta hoy, sumando al menos tres quinquenios. De ahí el término de Trinquenio, tan inexistente como ese lugar que no es, Utopía, al que todos queremos llegar pero no sabemos cómo.

 

Por otra parte, los sabores pueden ser más evocativos que los siempre engañosos colores, como describió un neurasténico genial al mojar en su té una magdalena. De allí viene el Amargo. Son quizás demasiadas invenciones, pero escribir sobre urbanismo y cultura urbana tiene un componente cada vez más grande de imaginación. Quizás por eso haya dado el salto reciente a la ficción, condenado a la frustración de perseguir a la mujer más bella de Cuba, muerta antes de que yo naciera.

 

Al principio eran los principios

 

En las ciudades y la arquitectura cubana contemporáneas también aparecieron, con algunos matices propios, los efectos de la misma política cultural rígida e impositiva que dañó el pensamiento, la literatura, el teatro y otras manifestaciones intelectuales y artísticas en los años 70. Esa persistencia se debe en gran medida a la envergadura, costo, repercusión social, ubicación pública y naturaleza duradera de las obras, y sobre todo a su vinculación con políticas y políticos. Esto último hace que la crítica y el debate sean especialmente difíciles en los asuntos que tienen que ver con el medio construido.

 

Los 70 empezaron antes para la arquitectura cubana, enmascarados por el encanto nostálgico de la Década Prodigiosa, y no han terminado. El dogmatismo, denunciado en 1962 como consustancial a una microfracción sectaria sovietizante cuya «candela» duró poco, resultó no ser exclusivo de una determinada generación o militancia política.

 

Aquella desviación fue desmantelada por una revolución genuina, joven e iconoclasta, que había triunfado por su carácter transgresor y renovador. Fue precisamente eso lo que le permitió movilizar las expectativas de cambio que parecían dormidas en los cubanos. Pero el maniqueísmo dogmático que borra sistemáticamente las diferencias y sofoca la individualidad iba a pervivir enquistado como un virus oportunista y recurrente. Eso estaba asociado a una mediocridad en ascenso que aplastaba como sospechosa cualquier manifestación de creatividad. Al igual que el herpes simplex, el dogmatismo no tiene cura definitiva, pero sí hay maneras de mantenerlo a raya.

 

Hay principios esenciales para la sustentabilidad de los ecosistemas que también son válidos para todas las actividades humanas y sus instituciones, como son: atender a las necesidades actuales sin comprometer la posibilidad de que las futuras generaciones resuelvan las suyas, aun aquellas que ahora se desconocen; mantenerse dentro de la capacidad de carga del sistema para permitir su autorregeneración, y permitir que un elemento pueda desarrollar varias funciones, y que una misma función pueda ser desempeñada por varios elementos distintos. Todo ello demanda preservar la diversidad y la pluralidad, y dar una participación activa y consciente a la población en la identificación y solución de sus propios problemas. Curiosamente, estos sanos principios despertaron recelos en los dogmáticos.

 

La tolerancia, esa variante vergonzante del reconocimiento de/a la diversidad, fue vista como flojera impropia de revolucionarios, y la intransigencia pasó a ser una virtud, en vez de un defecto. Una xenofobia provinciana rechazó lo diferente y venido del exterior, incluyendo modas y gustos, que fueron considerados como extranjerizantes, una forma de «penetración cultural» del decadente mundo capitalista. Irónicamente, los que así pensaban intentaban imponer modelos de otro mundo mucho más lejano y frío, geográfica y culturalmente, que duró lo mismo que la vida de una persona.

 

Esa otra penetración cultural de un socialismo que se autoproclamó «real» ha dejado en Cuba algunos manuales empolvados, una colección de convencionales muñecones deformes que intentan homenajear a héroes anticonvencionales, y muchos inocentes Ivanes y Tatianas, cada vez más acorralados por la posterior hemorragia de Yosvanys y Yumisleidys, donde la proliferación de la letra «Y» acusa un tufo escapista.

 

Muera la diferencia

 

Ya en la segunda mitad de los años 60 el conjunto de las Escuelas de Arte de Cubanacán fue satanizado/demonizado; sus autores, etiquetados como «intelectualoides» elitistas, y su influencia, considerada perniciosa para un joven estudiante de Arquitectura. Esta obra, la más publicitada del período revolucionario, fue crucificada precisamente por cumplir lo que se les había pedido inicialmente a sus arquitectos: hacer las escuelas de arte más hermosas de América Latina.

 

Sus oponentes, afiliados a un pragmatismo tecnocrático, estaban dispuestos a sacrificar la belleza para lograr construcciones técnicamente impecables y en la gran cantidad que requería el país. Esa gente, quizás poco imaginativa pero técnicamente calificada, fue después desplazada por constructores improvisados, que eran felicitados por «dar el paso» al frente sin tener dominio del oficio. Había comenzado el culto a la improvisación. Por supuesto, los que así celebraban la disposición obediente de subordinados ineptos para cumplir sin titubeos metas y directivas, se cuidaban muy bien de buscar los mejores médicos ante el menor problema de salud personal.

 

Los jóvenes que osaron llevar barbas, pelos largos, camisolas y collares de semillas fueron criticados como «extravagantes», sin comprender que esa onda hippie —palabra que todavía utilizan algunos encapsulados en el tiempo— estaba asociada a la droga suave, pero también a un humanismo pacifista que los hacía compañeros de viaje de nuestro proyecto social. De hecho, esa moda había sido impuesta en el mundo por los rebeldes cubanos de la Sierra, y no reconocerlo fue un fallo de marketing que el empresario capitalista más obtuso no hubiera desperdiciado.

 

Esa oposición a las nuevas modas era parte de una creciente mentalidad estática y curiosamente anti-dialéctica en algunos decisores, prejuiciados ante cualquier novedad, sobre todo las que no entendían. Curiosamente, aquel rechazo se producía siempre desde una determinada moda que los implacables censores habían asumido acríticamente en su juventud, como si la forma de vestirse, peinarse o socializar en los 40 o 50 fuese por definición más «sana» que la de los 60 o 70. Esas críticas provenían de personas que generalmente tenían una posición política más avanzada que sus patrones culturales, marcados por una mentalidad pequeño-burguesa provinciana, machista, anti-intelectual, desinformada y con una prevención genéticamente incorporada contra la gran capital que los había humillado con su cosmopolitismo.

 

Rampa arriba, Rampa abajo

 

El espíritu creativo de los 60 se condensó en La Rampa. Como dijo algún contemporáneo —¿fue Paolo Gasparini?—, «Más que un lugar, La Rampa era un estado de ánimo». Esas pocas cuadras en pendiente formaban el marco físico todavía flamante y con una vívida imagen urbana para una rica mezcla de funciones, edificios y personas. Allí se produjeron intervenciones culturales impactantes alrededor de eventos como el VII Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos, la Muestra de la Cultura Cubana, el Salón de Mayo, el Mundial de Ajedrez o la Expo del Tercer Mundo.

 

Algunas de las obras de la arquitectura moderna cubana más importantes fueron construidas en La Rampa de aquella época, como el Pabellón Cuba (1963), con una escala urbana perfecta; o la emblemática/icónica heladería Coppelia (1966). Y muy cerca, en la céntrica esquina de Infanta y San Lázaro, se levantó entre 1965-1967 el primer monumento conmemorativo importante después de 1959, dedicado a los mártires universitarios, que algunos encontraron demasiado radical y hermético.

 

Parte de la animación de La Rampa fue también la remodelación de la antigua Funeraria Caballero en 1967, para convertirla en un centro cultural polivalente. La obra tuvo un éxito inmediato, especialmente entre la juventud, y se convirtió en un centro de reunión de los «enfermitos» de La Rampa. Siguiendo el viejo método de «botar el sofá», el local se clausuró y fue convertido en taller de dibujos animados del ICRT, cerrado al público.

 

Los «indeseables» se limitaron a cruzar la calle y pararse en la acera de enfrente. Unos bloques de chatarra prensada, que formaban la pieza donada por el gran escultor marsellés Cesar al finalizar el Salón de Mayo, terminaron como soporte para las cadenas que cerraban el parqueo. Para mí, ese cierre marcó simbólicamente el comienzo del Trinquenio Amargo en la Arquitectura, ya anticipado con la paralización de las Escuelas de Arte.

 

Al año siguiente se produjo el Mayo estudiantil en Francia, la invasión soviética a Checoslovaquia y la Ofensiva Revolucionaria en Cuba, que liquidó lo que había quedado de pequeños negocios privados. Pero las transiciones nunca son de blanco a negro ni se ajustan a fechas bien definidas, y junto a retrocesos en la cultura también aparecieron buenas obras, además de las ya mencionadas: 1968 fue también el año de Memorias del Subdesarrollo, y de los Puestos de Mando de la Agricultura, donde se destacaron por su buena arquitectura los de Nazareno y Menocal en La Habana, y el del Yarey en Granma, mientras que el año anterior se había inaugurado el antológico Pabellón de Cuba para la EXPO 67 en Montreal.

 

En la segunda mitad de aquella década también se construyó/eron el Centro Nacional de Investigaciones Científicas y se iniciaron los proyectos del Parque Lenin, mientras en Santiago de Cuba se hacía la Escuela de Medicina y el pueblo de Velasco iba a situarse en el mapa con su emblemática/icónica Casa de Cultura, concluida después de la muerte temprana de su autor.

 

El notable énfasis en la investigación y experimentación de materiales y tecnologías constructivas durante los 60 se tradujo en obras de calidad afiliadas a la estética brutalista mundialmente en boga en aquel momento, entre las cuales figura una obra maestra, la Ciudad Universitaria José Antonio Echeverría, CUJAE (1960-64…). Pero eso también incubó un fetichismo tecnocrático que, infundado, descansaba siempre en el último sistema constructivo de moda para resolver problemas tan complejos como la vivienda.

 

Ese enfoque reduccionista obviaba otros componentes urbanísticos, sociales, económicos, organizativos o culturales que intervienen al trazar una estrategia y en el proceso de concepción, producción y consumo de un artefacto, donde el usuario casi nunca era consultado por los que pensaban saber ya lo que mejor le convenía. Dentro del propio aparato estatal, la posterior separación de las empresas en proyectistas y constructoras rompió aún más la continuidad orgánica del proceso con el producto final. Quitarle al arquitecto la supervisión de su proyecto es como arrebatarle a una madre su hijo recién nacido y entregarlo a otra persona; y supervisarlo sólo si se le contrata es ponerle precio a esa maternidad.

 

En la primera mitad de los 60 se había alcanzado una alta calidad arquitectónica de la producción media, que cubrió nuevos programas y se extendió por todo el país. En realidad, ésa fue la época dorada de la Arquitectura Moderna en Cuba, rematando el mítico nivel de la década anterior.

 

Es conveniente destacar que eso pudo lograrse en medio de una coyuntura nacional aún más difícil que la actual, con grandes tomas de conciencia y de partido, y las consiguientes rupturas y desgarramientos personales y colectivos. A ello se unió la estampida de la mayor parte de los arquitectos más renombrados, la escasez material generalizada, y una desestabilización interna que incluyó agresiones armadas con apoyo extranjero. La pregunta natural es: si eso pudo lograrse entonces, ¿qué falló después? Y la otra pregunta, que se desprende de ésa: ¿qué se puede hacer para recuperar aquel nivel?

 

A mediados de los 60 el Ministerio de la Construcción había absorbido otras entidades constructoras competidoras, como el Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda, y el Departamento de Viviendas Campesinas del INRA, ambos con una buena calidad de diseño y ejecución. Ese proceso de centralización fue aumentando con el posterior traspaso del aparato constructor de la JUCEI y de los equipos de mantenimiento y construcción de diferentes ministerios.

 

Parejamente creció la tipificación de los proyectos, y proliferaron normativas que buscaban la estandarización a escala nacional, como única forma de industrializar la construcción, y con ello abaratarla y conseguir producciones masivas. La autoridad del arquitecto se fue trasladando del proyectista a los constructores e inversionistas. Ese traspaso de las decisiones es equivalente a dejar que los impresores determinen cómo se deben escribir los libros.

 

Llegan los 70

 

Independientemente de algunas buenas obras, el diseño en los 70 empezó a perder el nivel anterior, y la calidad constructiva de las obras empeoró, sin que en definitiva se alcanzara la cantidad necesaria. La autoría individual de los proyectos fue silenciada/se silenció, una costumbre que se extiende hasta hoy en los medios masivos cuando mencionan a obreros y administrativos que participan en una obra, pero/y no al arquitecto. De esa manera, no solo se priva al proyectista del crédito por lograr una buena solución, sino también se lo exime de su responsabilidad por una mala.

 

En ocasiones, se alaba públicamente la belleza y buena ejecución de obras francamente malas, lo que desorienta a la población. Eso, unido a la influencia de telenovelas sudamericanas y de la arquitectura kitsch miamense, puede explicar la aparición de modas ridículas que deforman el paisaje urbano y distorsionan la identidad, como sucede con las portadas y altas tapias rematadas con tejas criollas, arcos enanos de mediopunto y grandes portones de buena madera barnizada, que ya se han vuelto símbolo de status.

 

Algo parecido sucede con la arquitectura para el turismo, donde a menudo se ofrece una vaga cubanía que no pasa de ser folclor falsificado, para implantar en el occidente del país un sabor caribeño que nunca tuvo pero que los turistas esperan, y se les ofrece.

 

Los problemas que aparecieron en la producción arquitectónica fueron a la vez causa y resultado de una excesiva centralización que cerraba las alternativas y anulaba la crítica sobre los méritos y defectos de una obra, confundiendo el valor social con la significación cultural. Huyendo de ese cuadro claustrofóbico, muchos buenos arquitectos diseñadores se refugiaron en la planificación física, la restauración y conservación de monumentos históricos, la crítica y la docencia. Esa fuga cambió de signo en los años 90, cuando algunos talentos pasaron al mundo mejor retribuido de la economía en moneda fuerte, mientras otros más jóvenes optaban por irse del país.

 

Pero más importante que la desventura individual de los arquitectos «conflictivos», humillados, puestos a un lado o encargados de tareas banales, fueron las consecuencias sobre la arquitectura cubana contemporánea.

 

Salvo excepciones, no se ha podido estar a la altura del valioso patrimonio construido que se acumula en las ciudades cubanas, incluyendo el de los primeros años tras el triunfo revolucionario. La causa principal no se debe buscar en la calificación profesional de los arquitectos cubanos, sino en las condiciones en que trabajan, y muy especialmente en su pérdida de autoridad sobre los proyectos y la ejecución de las obras.

 

Hubo una etapa dentro del Trinquenio Amargo en que el nombre mismo de «arquitecto» adquirió una connotación peyorativa en la jerga camaraderil del establishment, injertada en la tradicional burla machista que los clasificaba como flojos y poco confiables.

 

Una combinación de igualitarismo anónimo, tecnoburocracia, y dogmatismo sovietizante en personas que se sentían depositarias y jueces de la verdad absoluta, impuso modelos rígidos copiados de otros contextos climáticos y culturales, minó la autoridad e imagen del arquitecto como creador, y mató la experimentación conceptual y formal. Algunas obras especiales, promovidas por dirigentes de muy alto nivel, se elevaron por encima de esa masa amorfa, pero su peso en la imagen urbana fue escaso por su inaccesibilidad, debida en parte a temas y usuarios también especiales. Para esas obras se buscaba a los mejores arquitectos, quienes salían de su trabajo habitual y escogían a sus propios colaboradores, para trabajar con una libertad creadora que no tenían los demás. Los resultados demostraron que ese método funciona cuando verdaderamente interesa la calidad.

 

A principios de los 70, la Escuela de Arquitectura desarrolló un intenso trabajo de proyectos reales para ser construidos en coordinación con el DESA, aunque algunos sufrieron cambios durante el proceso de ejecución, impuestos por el creciente poder del constructor. Desde mediados de esa década la ciudad de La Habana se benefició con el programa de Reanimación Urbanística y supergráficas que mejoraron rápidamente y con pocos recursos la imagen de nodos urbanos importantes que habían venido a menos. Dos alcaldes con luz larga apoyaron esa línea. Lamentablemente, sería abandonada después.

 

También se acumularon éxitos discretos pero continuos en la conservación y restauración de monumentos históricos. Eso preparó el camino para la impresionante obra de la Oficina del Historiador de La Habana, sobre todo a partir de 1993, cuando se le permitió desarrollar sus propios negocios como fuentes independientes de ingreso, conciliando el interés cultural con el económico. De esa manera, lo que antes algunos veían como carga se convirtió en un recurso valioso.

 

Y en tiempos anteriores, cuando el dinero no era importante, un grupo de buenos arquitectos que trabajaron en Construcciones Escolares demostró que se podía hacer buena arquitectura con un sistema constructivo poco flexible, cuando hay talento y un jefe igualmente talentoso que sabe lo que hace. Ellos estaban responsabilizados con todo el proceso, desde el diseño hasta la supervisión de las obras que habían proyectado. La paradoja es que para recibir apoyo, primero hay que ganárselo, o sea, demostrar que no lo necesitas.

 

Ciudad, campo y suburbio

 

El poco peso que han tenido las mejores obras sobre la ciudad existente también fue determinado, naturalmente, por su ubicación casi siempre periférica. Eso puede haber reflejado un rechazo no necesariamente explícito a la ciudad tradicional, vista como un parásito embaucador y rutilante, plagado de vicios y resabios, en oposición al sano mundo rural.

 

Ese gusto por lo alejado comenzó muy temprano para las grandes obras, en parte justificado por la necesidad de terrenos grandes. Así ocurrió con la Unidad Nº 1 de La Habana del Este, la CUJAE y las Escuelas de Arte de Cubanacán, la Escuela Vocacional Lenin, el Parque Lenin, EXPOCUBA, el Polo Científico del Oeste, el CENSA, los Puestos de Mando de la Agricultura; y más recientemente la UCI, Universidad de Ciencias Informáticas.

 

Por otra parte, los programas de casi todas esas instalaciones eran mayores de lo necesario: al no existir un precio del suelo, se despilfarró ese recurso no renovable. De hecho, mientras las ciudades cubanas intermedias doblaban su población, la superficie urbana se multiplicó por tres.

 

Un caso especial ha sido el complejo del Monte Barreto en el oeste de La Habana, con siete hoteles, dieciocho edificios de oficinas y tiendas, y un condominio para extranjeros. Monte Barreto se afilió a un modelo disperso de desarrollo suburbano, dependiente del auto privado, que ha sido muy criticado en los países que primero pasaron por eso. Ese conjunto es para una sola moneda, la dura, y para un solo tipo de gente, la que tiene acceso a ella. No existen viviendas para la población, ni los servicios cotidianos que las complementan. Todo eso convierte al conjunto en un enclave de riqueza desligado del resto de la ciudad, con el peligro de que algún día a alguien se le ocurra cercarlo.

 

Uno de los hoteles de ese conjunto tiene ventanas fijas que obligan al huésped a sacar la cabeza por la única abertura a medias para oler al mar que está enfrente. La fachada en vidrio espejo —una moda que ha prendido como un virus entre el gremio— convierte, además, al edificio en un gran calentador solar. Lo mismo sucedió con la fachada del hermoso banco de Quinta Avenida y 112, cuyos grandes paños originales de vidrio transparente dejaban ver la grácil estructura de columnas que se abren como hongos para conformar el techo. Sin necesidad, esos vidrios fueron sustituidos por otros reflectantes que ahora no dejan ver la estructura interior —todo por el mismo patético concepto de prestigio con que un «maceta» empapela de negro las ventanillas de su resplandeciente auto.

 

Por otra parte, la concentración de inversiones en las zonas históricamente privilegiadas refuerzan la tendencia a una Ciudad Dual, la de los visitantes por un lado y la del resto de la población por el otro.

 

La política temprana de urbanizar el campo se tradujo en más de 600 nuevos poblados rurales, incluyendo esa joya que sigue siendo Las Terrazas, inaugurada en 1968. Sin embargo, eso no bastó para estabilizar la fuerza de trabajo que requería la agricultura. La migración se mantuvo, pero ya no hacia la capital sino a las capitales de provincia y ciudades intermedias, estimulada por la estrategia errónea de construir edificios típicos de cinco plantas en el medio del campo. Con ello, el campesino se encontraba con todos los inconvenientes de vivir en plantas altas, de forma muy diferente a la suya habitual, y sin las ventajas de la ciudad. Como resultado, terminó emigrando a una ciudad de verdad.

 

De hecho, se ha producido un reflujo, y la capital se ha ruralizado con ranchones de guano de un vago estilo neo-taíno, platanales y crías de animales en los jardines frontales, cercas de alambre, sopones cocinándose con leña en los parterres, carretones de tiro animal y tractores corriendo por las calles.

 

Las fuertes inversiones que el Gobierno revolucionario hizo desde muy temprano para crear empleos y mejorar las condiciones de vida en el interior del país, frenaron de manera natural la migración interna hacia la capital, convirtiendo a La Habana en un caso especial dentro de América Latina. Pero esa priorización empeoró indirectamente las ya malas condiciones de vida en las áreas centrales de la capital, que son también las más pobladas y las de mayor valor cultural. El deterioro físico ha aumentado por esa tremenda crisis que siguió al desplome de la Unión Soviética y que recibió el críptico nombre de Período Especial. Ella trajo además un incremento de la inmigración interna hacia la capital, en busca de un poco más de oportunidades. El intento de frenarla con regulaciones en 1997 no ha podido detener ese flujo, sino más bien descremarlo: los mejores acatan la ley, y los otros siguen llegando.

 

En los años recientes el problema se complica con el decrecimiento y envejecimiento de la población capitalina, que pone a La Habana junto a la mayoría de las grandes ciudades del mundo desarrollado, pero sin el desarrollo. El hacinamiento en las zonas centrales se une al deterioro por el tiempo, la agresividad del ambiente y el déficit acumulado de mantenimiento. Ese mal estado comenzó a expresarse en el/al exterior de las viejas edificaciones, uniéndose a subdivisiones, ampliaciones y cercados de todo tipo, reflejo de una creciente indisciplina urbanística que no se quiso enfrentar.

 

La política de actuar sobre las viviendas en peor estado era comprensible sentimentalmente, pero trajo como consecuencia que los escasos recursos se empleaban en casos que ya estaban perdidos, mientras seguían agravándose las viviendas en estado bueno y regular.

 

Dueños de su vivienda

 

La Ley de General de la Vivienda de 1984 convirtió en propietarios de sus viviendas al 85% de la población, un cambio muy radical cuando se sabe que en 1958 tres cuartas partes de los habaneros pagaban alquiler, a veces hasta la mitad de sus ingresos. Esa ley afincó a la gente en el lugar donde vivían, limitando paradójicamente una movilidad siempre necesaria para ajustarse a los cambios en la composición de los núcleos familiares que se producen naturalmente con el tiempo, y a los cambios en posibilidades y expectativas de los residentes.

 

Aquellos que tuvieron la suerte de vivir en barrios y edificaciones de buena calidad resultaron beneficiados, pero los otros quedaron anclados en malas condiciones, dependiendo del malabarismo de una permuta, casi siempre con dinero bajo la mesa. Todos cayeron en la misma situación de tener que enfrentar por cuenta propia el mantenimiento y reparación de sus viviendas sin los recursos necesarios para hacerlo, y sin que las empresas estatales designadas para eso pudieran asimilar la enorme demanda acumulada.

 

La conservación del fondo construido resulta más difícil en las zonas urbanas centrales, donde los edificios son más altos y con mayor complicación constructiva, y también con más valor arquitectónico. De hecho, la situación se agravó por décadas de una política que priorizaba otros programas de obras sociales; y dentro de la vivienda, ponía a la nueva construcción por sobre la conservación de las existentes. Esa política afectó incluso a las viviendas construidas por la Revolución. A pesar de algunas iniciativas para abrir vías paralelas, la vivienda sigue siendo un problema grave no resuelto, con el triste consuelo que lo mismo pasa en casi todo el mundo.

 

La era del qué-sadismo

 

Los problemas en la práctica de la profesión también llegaron a la Escuela de Arquitectura, entonces única del país. Un personaje grotesco, con el sentido del humor aparentemente lobotomizado, se paseó por la CUJAE disfrazado con uniforme verdeolivo y Makarov al cinto, que llevaba sin tener méritos insurreccionales. En pocos años acumuló un impresionante historial de extremismos ridículos, como montar una tienda de campaña en el centro de la CUJAE para quedarse a dormir en solidaridad con los movilizados a la agricultura. Implantó un enfoque tecnicista en la carrera, y eliminó o mutiló las asignaturas de contenido cultural, como Plástica y Fundamentos, sustituyéndolas por un engendro tercermundista que los alumnos llamaron en broma «Subdesarrollo 1 y 2». Igualmente dispersó a los docentes «culturosos» hacia lugares inhóspitos para que «pusieran los pies en la tierra», o sea, en el fango; y dedicó su escaso tiempo libre a «dar atención» a alguna que otra joven apetecible con debilidades ideológicas. Sus abusos llevaron a que fuera rechazado por una mayoría absoluta durante una importante asamblea de trabajadores y docentes, en un acto de rebeldía masiva y pública poco usual.

 

Ese mismo hombre con vocación de cómitre había sido un látigo con los «diferentes», clasificados como «amanerados», «extravagantes», «apáticos», «intelectualoides» y creyentes religiosos, que eran emplazados públicamente en las asambleas de depuración bajo el principio de «la Universidad para los revolucionarios». Allí se combinaban críticas despiadadas con autocríticas que tenían más de hara-kiri morboso que de ejercicio intelectual honesto. La suerte de los enjuiciados, por lo general, ya estaba decidida, y la presencia de público era una manera de comprometer al colectivo en el castigo: la expulsión. Ese clima aberrante fue alimentado con recelos, oportunismos y envidias, desatando la instintiva crueldad del ser humano sobre el miembro débil de la tribu.

 

Algunos se pusieron una máscara conformista, dejaron las medallas religiosas en casa, asistieron a las guardias y al trabajo voluntario, o virilizaron algunos gestos sospechosos, todo para no ser expulsados. Otros «desviados» rescatables recibían el beneficio de ser enviados a trabajar en la agricultura, como si cortarse el pelo, vestir de caqui gris y criar ampollas guataqueando en el campo los pudiera encauzar dentro del redil y cumplir los parámetros que se esperaban de un joven universitario. A los incorregibles, esa especie de material humano gastable que en todas las épocas ha servido como chivo expiatorio, los esperaba la Solución Final de ser privados del derecho a estudiar una carrera. Con el miedo, apareció la doble moral, que se extendió a emplazados y emplazadores.

 

Es posible que algunos de los impulsores de esa política estuvieran convencidos de que los sacrificios de unos cuantos beneficiarían a toda la sociedad y hasta a las propias víctimas. En definitiva, también los heterosexuales ateos y revolucionarios fuimos víctimas colaterales de aquellos pogroms, porque nos hicieron peores personas. Yo estuve allí, y no me levanté para oponerme. Igual que otros compañeros, pesé los pros y los contras frente al gran proyecto social al que estaba dedicando la vida, saqué balance y callé.

 

Como cualquier otra obra humana, una revolución está sujeta a errores, pero cuando se violan principios éticos y morales que no dependen de coyunturas políticas, los errores se convierten en abusos. Profesar creencias religiosas, mantener relaciones con familiares en el extranjero o tener preferencias homosexuales fueron definidos entonces como problemas de principios, igual que haber votado en las elecciones de 1958. Con el tiempo, algunos de los excluidos fueron re-admitidos, aunque otros se perdieron por el camino. Los criterios clasificatorios para excluirlos cambiaron, lo que deja claro que nunca fueron principios, porque los principios no cambian.

 

Confirmando la frase de Lenin sobre los extremistas, el lamentable inquisidor de la CUJAE cambió su uniforme prestado por una bata blanca, y es ahora gurú de una secta propia, donde se dedica a escarbar en pasadas reencarnaciones mientras cura a sus fieles con agua bendita. Quizás haya encontrado finalmente la paz consigo mismo. Pero el recelo con los imprevisibles arquitectos no desapareció cuando este personaje salió del mapa.

 

Más tarde, Arquitectura fue englobada dentro de una Facultad de Construcciones en la CUJAE. Aunque después volvió a ser Facultad aparte, las otras tres Escuelas que actualmente existen en el país siguen todavía con ese régimen, mientras que en otros países Arquitectura tiene incluso rango de Instituto Superior independiente, como el más joven Instituto Superior de Diseño Industrial.

 

Comenzando los 60, el profesor español Joaquín Rallo había revolucionado la enseñanza del diseño en la Escuela de Arquitectura de La Habana, en medio de un clima de experimentación fomentado también por otros docentes destacados. Rallo realizó importantes aportes teóricos y metodológicos, con un radicalismo militante de ultraizquierda que condensó el espíritu de aquella época; y atrajo a otros creadores relevantes de las artes plásticas y la música. También atrajo sobre sí la atención de los mediocres. Entre los defenestrados de aquella contrarrevolución cultural, él sufrió más que nadie. Fue desterrado a Jagüey Grande, donde estuvo alojado en condiciones deplorables que agravaron una enfermedad de la que nunca se quejó, y que lo mató a los 42 años.

 

Pero los linchadores morales no eran sólo ineptos resentidos o jóvenes fundamentalistas buscando desesperadamente su lugar. Hubo también arquitectos de talento, pocos en verdad, que se convirtieron en opresores de sus pares, reclamando de ellos austeridad, obediencia ciega y anonimato para expiar el pecado de haber defendido a la belleza y la expresión personal en algún momento. Curiosamente, uno de los más significativos entre los renegados incumplió más tarde con esos preceptos monásticos y se dio gusto en costosos caprichos que le eran admitidos y hasta celebrados, demostrando que el talento no exime de algunas pequeñeces humanas.

 

La prefabricación toma el mando

 

Pero esos aspectos positivos en los 70 estuvieron acompañados por la persistencia de una línea dominante, donde supuestamente la única manera posible de satisfacer las enormes necesidades acumuladas era a través de una prefabricación pesada de grandes paneles hechos en grandes plantas y montados con grandes grúas. A pesar de fuertes evidencias contrarias, ese modelo se mantuvo, demostrando que la prefabricación mental resulta más rígida y duradera que la tecnológica. Año tras año, el país se fue cubriendo con proyectos típicos repetitivos.

 

La creación de las Microbrigadas en 1971 intentó encontrar una vía paralela a la acción estatal para construir viviendas, apoyando la motivación personal de los interesados. Muchos se sorprendieron cuando en 1984 se supo que dos tercios del fondo total de viviendas construidas desde 1959 habían sido hechos por esfuerzo propio, a pesar de casi no haber tenido respaldo oficial. A fines de los 80, la Microbrigada Social se dedicó a construir como relleno en lotes vacíos dentro de la trama urbana consolidada, pero, aunque la tecnología a emplear era tradicional y, por lo tanto, más flexible, la mayoría de los proyectos arrastraban la inercia malsana del cajón típico, resultado de la rutina. El movimiento fue luego dedicado a construir obras sociales, dejando a medias muchos edificios multifamiliares.

 

¿Arquitectos para qué?

 

En 1967 se había disuelto el Colegio de Arquitectos, sustituido al año siguiente por el Centro Técnico Superior de la Construcción; y en 1983 se creó la Unión de Arquitectos e Ingenieros de la Construcción de Cuba, que agrupaba esas profesiones, y, al hacerlo, disminuía la personalidad de ellas. La presencia de la palabra construcción en estos nombres establecía un vínculo institucional y reflejaba la preponderancia del constructor.

 

Posteriormente se creó la Sociedad de Arquitectos dentro de la propia UNAICC. Esta organización ha promovido los Premios de la Ciudad en distintas categorías, que buscan destacar la buena calidad tanto en el diseño como en la ejecución, cosa no fácil de combinar. También auspicia los Premios Nacionales de Arquitectura por Vida y Obra, con la buena intención de cubrir un espectro ocupacional extremadamente amplio que incluye proyectistas de edificios, urbanistas, investigadores de materiales y técnicas, dirección de obras, docentes, teóricos y críticos, funcionarios y activistas.

 

Inevitablemente, eso choca contra la idea de destacar al arquitecto como creador, y quizás se requiera separar categorías dentro del Premio. Por cierto, resulta interesante comparar la relevancia institucional y divulgativa que reciben estos premios, con los de Literatura y Artes Plásticas.

 

La incorporación de arquitectos dentro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba fue vista inicialmente con recelo, no solo por el carácter selectivo de esa organización, que reavivaba el fantasma del elitismo, sino porque abría un frente paralelo a la UNAICC. La solución que se encontró para guardar la forma fue usar el nombre de Diseño Ambiental para esa Sección dentro de la Asociación de Artistas Plásticos de la UNEAC. Con el tiempo se ha comprobado que hay espacio para todos, porque los perfiles e intereses son diferentes.

 

La centralización burotecnocrática sustituyó al humanismo siempre cuestionador de los arquitectos, e impuso modelos que descansaban en la solución estructural y constructiva, convirtiéndolas en un fin en sí mismas.

 

Se impuso la prefabricación pesada traída de los países eurorientales, donde el frío era una razón para producir elementos en planta. Con ello se perdían de inicio las mejores cualidades del hormigón in-situ, su monolitismo y capacidad de adoptar una variedad de formas. Por otra parte, el edificio alto de viviendas se convirtió en un símbolo de prestigio para cada capital de provincias, sin pensar en su vulnerabilidad intrínseca, alto costo y consumo de energía y recursos para su construcción, explotación y mantenimiento; su inadaptación a formas de vida tradicionales, y la ruptura introducida con el entorno y la identidad cultural local y nacional. Otro «módulo» igualitarista fue la construcción de Plazas de la Revolución por todo el país, mientras la de La Habana espera todavía por una calificación espacial que la diferencie del amorfo potrero heredado del batistato.

 

Ciudades y ciudadanos

 

Después de incursionar por los asuntos propios, sería conveniente cambiar el foco hacia problemas comunes con otras ciudades del mundo, y también sus posibilidades. Curiosamente, no son tan diferentes a los nuestros. Parece haber consenso sobre que las ciudades deben ser capaces de pagarse a sí mismas, poniendo en valor la gigantesca inversión en tiempo, energía, materiales de construcción, habilidades y hasta expectativas acumuladas durante docenas de generaciones. La plusvalía así obtenida deberá revertirse de manera directa y ostensible sobre el territorio y su población.

 

Promover una participación popular más fuerte puede contribuir a un balance más apropiado entre la gente que sufre las necesidades, la que piensa y la que decide. Eso demanda una mayor información a los ciudadanos, para que puedan escoger la alternativa que más les convenga. Teóricamente, cada problema contiene su propia solución, pero encontrarla demanda una actitud sensible, con intervenciones mínimas que preserven la diversidad y respeten a los demás seres y cosas existentes. Sin embargo, esa línea equilibrada también puede llevar a una posición determinista y pasiva que justifique la inacción.

 

La globalización es una realidad que no se escoge: cuando más, se puede intentar conducirla. Por un lado, favorece el contacto entre pueblos alejados; pero impone patrones económicos, tecnológicos y culturales cada vez más similares; lo que borra particularidades decantadas en el tiempo, favorece el desarraigo y refuerza la dependencia de los países de la periferia hacia los del centro. Este proceso va acompañado por el debilitamiento relativo del poder económico de las naciones, mientras aumenta el de agrupaciones regionales de países, y el de las grandes ciudades y su esfera de influencia.

 

El potencial de los espacios públicos para articular el tejido urbano, orientar los desplazamientos, reforzar el sentido del lugar, y apoyar la cultura cívica, no ha sido todavía suficientemente explotado. Tampoco se comprende su papel para facilitar la interacción entre distintos estratos sociales y nivelar desigualdades, algo que en nuestro caso tiene cada vez más importancia. En definitiva, el desarrollo acelerado de las comunicaciones y la informática no elimina la necesidad vital de encontrarse cara a cara con gente de verdad. La larga historia de los asentamientos humanos enseña ejemplos tristes de ciudades florecientes que desaparecieron o vinieron a menos, pero también muchas otras que han sabido adaptarse con ingenio y gracia al cambio, siguiendo a las pocas iluminadas que lo previeron y encabezaron la marcha hacia delante.

 

La Habana ahora

 

En la difícil situación económica actual, cuando se construye poco, era deseable que al menos esos pocos edificios tuviesen el mejor diseño posible; pero, lamentablemente, no es así. En general, hay soluciones obviamente mejorables, y aparece una influencia diluida de la peor arquitectura comercial de Miami o Cancún, patéticamente asumida como de avanzada.

 

No obstante, hay algunos buenos proyectos recientes que fijan un rasero alto de calidad. A nivel urbanístico, la Villa Panamericana en 1991 fue el primer y hasta ahora único ejemplo del Nuevo Urbanismo en Cuba, una alternativa al caos de Alamar, el Reparto Bahía y otros conjuntos parecidos que los españoles han llamado «sopa de bloques». Su clara estructura es un homenaje a la ciudad tradicional, esa que todos reconocen; y soporta gallardamente una arquitectura menos creativa, afectada en su variedad por la velocidad con que se trabajó. En definitiva, las ciudades no se pueden hacer de una vez, aun por genios como Le Corbusier o Niemeyer. Uno de los edificios recientes más interesantes fue la ampliación en el año 2000 del Banco Financiero Internacional en la Quinta Avenida de Miramar. Allí se logró la difícil integración por contraste, al enmarcar y coronar con una estructura contemporánea desconstructivista el antiguo edificio clásico-moderno, logrando como resultado una obra que parece haber sido siempre así. A una escala principalmente de interiores, se logró algo parecido en el restaurante A Prado y Neptuno (1998), continuando la línea pionera de integrar lo viejo con lo nuevo que el mismo arquitecto exploró en 1968 con la después muy maltratada pizzería Maravillas, en El Cerro.

 

Existe una percepción generalizada de que la buena arquitectura es inevitablemente cara, pero por todo el mundo hay buenos ejemplos construidos con materiales humildes; y muchos otros execrables hechos con los más caros. Por otra parte, el concepto de «caro» es relativo: en su momento, la Unidad Nº 1 de La Habana del Este fue criticada por demasiado costosa. Sin embargo, cuando ahora se revisan las cifras, son risibles. Éste sigue siendo el mejor conjunto de vivienda social hecho en Cuba. Casi medio siglo después se mantiene inalterable, no solo por su buena ejecución, sino porque los inquilinos están muy claros de que si no cuidan lo que tienen, no volverán a encontrar algo parecido.

 

Persiste la prevención contra los concursos, un procedimiento que se utiliza en todo el mundo; y cuando se hacen, son de alcance limitado, en muchos casos internos dentro de las empresas y sin premios adecuados al esfuerzo. Esto probablemente se debe a la resistencia para delegar en un jurado el placer de decidir. Existen buenos proyectos de arquitectura y monumentos conmemorativos que han ganado concursos y permanecen engavetados, mientras se construyen otros peores que no han pasado por el filtro de un jurado. Eso mata la confrontación que se requiere para elevar la calidad, y dificulta que se manifiesten los arquitectos más jóvenes y potencialmente más renovadores, o los que no tienen un respaldo institucional.

 

Elevar el rasero

 

Hay obras de vanguardia, una suerte de Arquitectura para Arquitectos, que son imprescindibles para marcar pautas, establecer tendencias y elevar el rasero de la media, que en definitiva es la que hace ciudad. La crisis económica ha reducido las oportunidades para ese tipo de obras excepcionales, y dentro de las pocas oportunidades que aparecen —generalmente financiadas por empresas mixtas— el socio extranjero intenta imponer sus gustos, y a menudo lo consigue.

 

Precisamente por depender de unos pocos inversionistas, resulta más difícil rechazar esas imposiciones y arriesgarse a parecer insensible ante las necesidades del país. Ése es otro de los efectos malsanos de una centralización tan grande que solo permite tratar con unos pocos socios extranjeros. Ello también impide recuperar la red de calzadas de la ciudad central, con sus miles de pequeñas tiendas una al lado de la otra, ahora vacías o convertidas en caricaturas de viviendas. Esa recuperación demanda miles de pequeños y medianos inversionistas, que no pueden ser atendidos centralmente. Exactamente lo contrario a Centro Habana pasa con muchas mansiones de El Vedado y sobre todo Miramar, convertidas en caricaturas de tiendas.

 

Muchos proyectistas cubanos están debilitados por una anemia informativa que incluye la dificultad para obtener buenas revistas actualizadas de arquitectura, y las limitaciones para acceder a Internet. Esto último también toca a otros profesionales, afectados por un aislamiento que se funda en el recelo a un bombardeo ideológico enemigo. Ese desconocimiento de lo que pasa en el mundo hace que en ocasiones descubran lo ya conocido, o caigan rendidos como nativos incautos ante falsos oropeles, muchas veces ya descartados en los centros globales donde comenzó la moda. Así ha sucedido en Cuba con el vidrio espejo —además, tan ajeno a nuestro clima.

 

Parece interesante comparar el alto nivel nacional e internacional alcanzado por los plásticos cubanos, con el de los arquitectos. Obviamente, hay diferencias esenciales en el tipo de producto de cada cual, pero también en la forma de trabajo y sus procesos, marco institucional y reconocimiento social.

 

Dejando heridas individuales aparte, el aplanamiento que caracterizó a la política cultural de los 70 en la literatura, el teatro y las artes plásticas pudo recuperarse en buena medida con una posterior reapertura que incluyó la rehabilitación pública de creadores que habían sido perseguidos o apartados. En la producción del entorno construido el golpe fue más impersonal, pero también más duradero.

 

En la arquitectura el creador no produce aislado y por su cuenta, salvo si es un multimillonario como Philip Johnson. Necesita de alguien que le encargue proyectar una obra, y, en la Cuba post-59, éste ha sido siempre una entidad estatal. Esas obras son grandes, costosas, perduran más allá que sus creadores, deben satisfacer necesidades funcionales, y también las expectativas y hasta cierto punto los gustos de quien las encarga, que no siempre coinciden con los del arquitecto. En realidad, se trata de un proceso de continua mediación hasta llegar, idealmente, a un compromiso mutuamente aceptable. Eso es aún más difícil cuando existen múltiples intérpretes e intermediarios entre el arquitecto y el futuro usuario, que a menudo nunca llegan a encontrarse cara a cara.

 

En definitiva, el papel del profesional es asegurar que el proyecto y la obra salgan bien, pero eso requiere que haya un decisor verdaderamente interesado en obtener un producto de calidad. Ésa es la tragedia de los equipos asesores, que para funcionar necesitan alguien que se interese en ser asesorado. Irónicamente, el que pide asesoría es por lo general quien menos la necesita. Ese alejamiento artificial entre el creador y el usuario se complica al haber separado institucionalmente el proyecto de la construcción.

 

Otro problema muy serio que afecta al entorno urbano es el descontrol sobre las obras, tanto estatales como de la población. Las reglamentaciones vigentes no se aplican, y si se aplican, no logran su objetivo. Es evidente que el monto de las multas a los violadores no basta para disuadir, comparadas con los recursos que se movilizan para cualquier obra. En realidad, la proliferación incontenible de distorsiones que deforman y envilecen a la ciudad es más dañina aún que unas pocas obras nuevas feas o anodinas. Esas deformaciones echan a perder los importantes esfuerzos y logros alcanzados en la recuperación del patrimonio construido.

 

Es sabido que el único freno efectivo es la paralización de la obra y la demolición de lo que se construyó indebidamente, como se hacía décadas atrás. Ello exige una voluntad política firme, convencida de que basta una actuación dura inicial para que el mensaje sea comprendido y cesen las violaciones. Pero el celo que se aplica en perseguir ilegalidades en la vivienda o en la adquisición de materiales no alcanza a las obras improcedentes, que también son ilegales y además se quedan por varias generaciones. Irónicamente, la línea actual parece ser convalidarlas; y para ello se usa a los Arquitectos de la Comunidad, que habían sido concebidos para asesorar a la población en las intervenciones dentro de sus viviendas, y ahora se han transformado en inspectores-funcionarios.

 

Un laissez-faire paternalista, el desempoderamiento de la población y la confusión entre cultura popular y populismo han permitido que aflore hacia la calle ese triste mutante, la cultura del «aguaje». El ciudadano está aplastado por una chatarra amorfa que se le viene encima al caminar por las calles, y es sometido a un bombardeo continuo de colorines y música igualmente escandalosos. Ésta es una ciudad enjaulada donde la gente se mueve con dificultad entre dos puntos amistosos o al menos conocidos, mientras atraviesa un territorio hostil dominado por marginales buscavidas y su reverenciado modelo de éxito a imitar, el «maceta».

 

Las deformaciones de la imagen y los patrones de conducta urbanos no sólo pueden atribuirse al desarraigo de una inmigración rural, que en parte llenó el espacio dejado por el éxodo masivo de la anterior clase dominante, blanca y urbana. Aparece también con mucho peso una marginalidad urbana preexistente, antes reprimida y limitada a enclaves bien definidos, que se expresa en la forma de hablar y vestir, los modales y cierta música más dirigida a enervar que a estimular el sentimiento o el pensamiento, y que también se refleja en los medios masivos de comunicación.

 

La situación se hace más compleja con el aporte kitsch de una persistente cultura de pequeña burguesía provinciana, triangulada en un viaje de ida y vuelta hacia y desde Hialeah. Todo eso se ayunta con lo que Héctor Zumbado llamó el «pequeño proletario».

 

Se observa un deterioro de la cultura ciudadana, de normas de convivencia interiorizadas y pautas de conducta que se traduzcan en un uso respetuoso del espacio público. La urbanidad ha sido relegada junto a otros valores tradicionales que no pueden ser acusados de elitistas, clasistas o racistas. Parece necesario darle valor a los valores —o dicho de otra forma, que los ciudadanos que los incorporen y practiquen, reciban algún beneficio por ello. Como siempre sucede, lo importante es quién manda, y a qué intereses responde.

 

La ciudad es cada vez más distópica, con su topos dañado, incómodo y disfuncional en la medida en que se pierde el sentido del lugar. Nos vemos cada día reflejados en un espejo cruel que devuelve un rostro desgastado, tiempo atrás animado por la u-topía que nos convocó en su no-lugar ideal.

 

Nacer, crecer, madurar, envejecer y morir son etapas inevitables en cualquier forma de vida, ciudades incluidas. Pero, igual que los seres humanos, las ciudades deben saber envejecer con dignidad, sin recrearse en la nostalgia inútil por la juventud perdida, y dirigir la renovación inevitable antes de que se imponga por sí misma siguiendo las leyes perversas de la entropía, para introducir el caos. La arquitectura no basta para resolver esos grandes problemas, pero puede ayudar.

 

¿Para qué sirve el debate?

 

El revuelo alrededor de esta guerrita de los emilios se debe al aplazamiento indefinido de análisis que se debían haber hecho antes, no sólo por justicia sino para preservar la salud del proyecto social en que todos estamos involucrados. La idea de que un problema no existe si no se habla de él, no sólo es anti-materialista sino también suicida. La presión se acumula y estalla, o lo que aún es peor, viene el desencanto, y, cuando llega, arrastra lo bueno con lo malo, y por mucho tiempo.

 

A estas alturas, el debate no ha trascendido siquiera a los medios académicos. Sigue siendo un tema para iniciados, dentro de la convencional concepción de cultura limitada al arte y la literatura, incomprensible para los que no intervinieron en el cruce de correos. Cuando el poder de la información no se comparte y socializa, se produce un atraso fatal de la cultura pero también de la economía. El futuro de este país no está en producir cosas con obreros mal pagados, o entrenar sirvientes para el turismo, sino en producir conocimientos, y así aprovechar el principal recurso que tiene Cuba: su mucha gente calificada y emprendedora.

 

Analizar los problemas de hace cuarenta años no debe quedar como un ejercicio académico, ni una catarsis liberadora, ni tampoco vendetta que remueva heridas y agravios buscando reprimir a los antiguos represores. Lo principal es aprender de esos hechos y evitar que se repitan. Esa enorme figura del siglo XX, Nelson Mandela, enseñó el camino: hacer que los ofensores reconozcan sus errores y abusos, y seguir adelante.

 

Pero otros errores nuevos pueden aparecer, y no deberemos esperar otros cuarenta años. Volviendo a los principios a veces olvidados de la dialéctica, hay que saber avanzar a partir de las contradicciones, no acallándolas. Debemos pensar y actuar con la frescura y la energía de un joven, o darles paso a ellos cuando ya nos repitamos. Lo contrario lleva al estancamiento y la involución, que es la muerte en vida.

 

Espero que este debate desbroce y a la vez remate el camino, y que un día podamos reírnos al pensar que entonces —ahora— vimos esta discusión como algo excepcional.

 

Hacer funcionar a la ciudad y mantener el control sobre ella requiere adelantarse al cambio, pero imaginar el futuro es siempre un ejercicio que puede pasar de lo divertido a lo aterrador. Quizás sea mejor concentrarnos en este momento, y responder a esta pregunta: ¿Estamos haciendo la clase de arquitectura que merece este país? Desde este medio siglo de afanes, ilusiones y riesgos compartidos, quiero ver desde adentro lo que va a pasar, y ayudar con todos ustedes a que salga lo mejor posible.

Mensajes de Desiderio Navarro

Estimados amigos y compañeros:

De repente, al cabo de más de treinta años de su destitución, reaparece en la esfera pública Luis Pavón, ex-Presidente del Consejo Nacional de Cultura durante el eufemísticamente llamado “quinquenio gris”, ni más ni menos que en todo un programa de la Televisión Nacional dedicado a “su impronta cultural en la cultura cubana”.

Ahora bien, ¿es lo que ayer vimos y oímos la impronta de Luis Pavón en la cultura cubana?

¿O es otra que dañó irreversiblemente las vidas de grandes y menos grandes creadores de la cultura cubana, “parametrados” de uno u otro modo? ¿Que impidió la creación de muchos espectáculos artísticos y la divulgación de muchas obras literarias y plásticas en Cuba y en el extranjero? ¿Que nos privó para siempre de innumerables obras a causa de la casi inevitable autocensura forzada que siguió a los ubérrimos 60? ¿Que llenó todo un período con una pésima producción literaria y artística nacional hoy justamente olvidada hasta por sus propios ensalzadores y premiadores de antaño? ¿Que nos inundó con lo peor de las culturas contemporáneas de los países de la Europa del Este, privándonos del conocimiento de lo más creativo y profundo de éstas? ¿Que a la corta o a la larga condicionó el resentimiento y hasta la emigración de muchos de aquellos creadores no revolucionarios, pero no contrarrevolucionarios, cuya alarma había tratado de disipar Fidel en Palabras a los intelectuales? ¿Que creó e inculcó estilos y mecanismos de dirección y trabajo cultural neozhdanovianos que ha costado décadas erradicar, de tan “normales” que llegaron a hacerse? ¿Acaso somos realmente un país de tan poca memoria que no recordamos ya la penosa situación a la que fueron reducidas nuestras instituciones culturales por obra del Consejo Nacional de Cultura, situación que el humor cubano captó por entonces en aquel trío de refranes parodiados: “El que no oye al Consejo, no llega a viejo”, “En la Unión no está la fuerza” y “En Casa de las Américas, cuchillo de palo”?

Cierto es que Pavón no fue en todo momento el primer motor, pero tampoco fue un mero ejecutor por obediencia debida. Porque hasta el día de hoy ha quedado sin plantear y despejar una importante incógnita: ¿cuántas decisiones erróneas fueron tomadas “más arriba” sobre la base de las informaciones, interpretaciones y valoraciones de obras, creadores y sucesos suministradas por Pavón y sus allegados de la época, sobre la base de sus diagnósticos y pronósticos de supuestas graves amenazas y peligros provenientes del medio cultural?

Si de improntas culturales valiosas en el periodismo cubano se trata, habría que mostrar aquellas como las de ese hombre de letras que fue Agustín Pí, quien, en ese mismo período, desde su modesto puesto en el periódico Granma, ayudó a cuantos “mal vistos” de valía pudo y logró que las páginas culturales de Granma fueran lo menos cerradas posibles en cada momento y no se convirtieran del todo, como tantas otras publicaciones cubanas de la época, en un erial de mediocridad y oportunismo.

En mi artículo In medias res publicas he hablado de la responsabilidad de los políticos en las limitaciones del papel crítico del intelectual --sobre todo en los años en que la cultura fue conducida por Luis Pavón--, pero ésa es sólo la mitad del problema. La otra mitad --merecedora de un simétrico artículo-- es la responsabilidad de los intelectuales: sin el silencio y la pasividad de la casi totalidad de ellos (por no mencionar la complicidad y el oportunismo de no pocos) el “quinquenio gris” o el “pavonato”, como ya entonces lo llamaron muchos, no hubiera sido posible, o, en todo caso, no hubiera sido posible con toda la destructividad que tuvo. Con contadas excepciones, entre los intelectuales, los heterosexuales (incluidos los no-homófobos) se desentendieron del destino de los gays; los blancos (incluidos los no-racistas), de la suerte de los negros reivindicadores; los tradicionalistas, del destino de los vanguardistas; los ateos (incluidos los tolerantes), de las vicisitudes de los católicos y demás creyentes; los prosoviéticos, de la suerte de los antirrealistasocialistas y de los marxistas ajenos a la filosofía de Moscú, y así sucesivamente. Cabe preguntarse si esa falta de responsabilidad moral individual podría repetirse hoy entre la intelectualidad cubana.

Se impone, pues, preguntarse responsablemente sin dilación: ¿por qué justamente en este singular momento de la historia de nuestro país en que todo nuestro pueblo está pendiente de la convalecencia del Comandante en Jefe se produce esa repentina gloriosa resurrección mediática de Luis Pavón con un generoso despliegue iconográfico de selectas viejas escenas con los más altos dirigentes políticos, y ello tan sólo días después de la no menos repentina reaparición televisiva de Jorge Serguera, quien desde la presidencia del ICRT hizo un perfecto tándem político-cultural con el CNC durante el “quinquenio gris”?

“Feliz el hombre aquel que llega a conocer las causas de las cosas.”

Desiderio Navarro

6 de enero de 2007

 

Mensaje de Desiderio Navarro a Reynaldo González

Querido Rey:

Puedes contar conmigo para la elaboración colectiva de ese documento, pero me parece que deberíamos esperar otras reacciones como las de nosotros tres en las próximas horas o días, que podrían revelar otros ángulos del problema y enriquecer mucho ese documento (y, de paso, darnos un índice de la sensibilidad y actitudes actuales de la intelectualidad al respecto). Te hablo de “días”, porque tengo en cuenta que muchas personas sólo tienen acceso al correo electrónico desde su centro de trabajo, o sea, a partir del lunes.

¿Estás de acuerdo, o crees que hay razones para apresurarse?

Un abrazo

Desiderio

6 de enero de 2007

 

Otro mensaje de Desiderio Navarro

Y, además de lo de Quesada, de lo que yo también me entero ahora, hubo hace unos dos o tres meses, todo un programa del Canal Educativo dedicado exclusivamente a exaltar la trascendental importancia del Congreso Nacional de Educación y Cultura para la cultura cubana, pero lo vi sólo como una solitaria golondrina, indignante pero aislada. Ahora veo que no. Hablemos de esa propuesta hoy por la noche (yo estoy saliendo ahora en sentido contrario, de Los Naranjos hacia La Habana). Aunque el ICRT no la aceptara, los obligaría a quitarse la careta de la “imparcialidad” como medio masivo de la nación y quedaría muy en claro que abusan de ese instrumento informativo del Estado para propugnar una política cultural contraria a la del Ministerio de Cultura --cabría decir con propiedad, si no con mucha exactitud cuantitativa, la política cultural de un “grupúsculo”.

Un abrazo,

Desiderio

8 de enero de 2007

 

Mensaje de Desiderio Navarro a Loly Estévez

Estimada Loly:

Te adjunto la carta que, en respuesta a una que me envió Zenaida Romeu, hice llegar también a los miembros del Secretariado de la UNEAC y a otros amigos participantes del (de los) debate(s) suscitados por las tres repentinas reapariciones, en un corto período de tiempo, de esos tres nefastos personajes de la política cultural cubana en los tres programas, con la exclusión de toda mención a los años de Pavón como Presidente del CNC en un programa sobre su “ impronta cultural”. Como verás, allí hablo de numerosas objeciones de mi parte (que compartió Arturo Arango) a la redacción del documento. Tuve la posibilidad de exponerlas de inmediato en otra reunión con el Secretariado, y puedo decirte que entre ellas se hallaron algunas de las que figuran también en tu Mensaje Abierto al Secretariado de la UNEAC:

- no se trata de un “grupo” de intelectuales que protestan: su carácter relativamente masivo y su falta de articulación por lazos de amistad, generación, orientación estética, etc. no permite que se hable de ellos como un “grupo”, sino a lo sumo como “un gran número de” intelectuales; yo agregué que no se trataba sólo de algunos de “nuestros más importantes” intelectuales, sino también de muchos otros igualmente o menos importantes que de inmediato fueron sumando sus voces y razones;

- que la falta de toda mención de la verdadera causa concreta de la indignación intelectual, o sea, la repentina reaparición de esos tres nefastos personajes de la política cultural cubana, al cabo de 30 años, en tres programas televisivos tan cercanos en el tiempo, haría que la gente, los millones de la calle se preguntaran qué de tan malo había pasado en esos programas: ¿un intento de otra boda en vivo?, ¿una indecencia sexual?, ¿corrupción, soborno?, ¿un comentario o chiste contrarrevolucionario? y así sucesivamente otras tantas preguntas sobre posibles atentados contra la irreversible política cultural de la Revolución, dejando así en la sombra la figura de esos personajes y el significado político concreto de lo ocurrido y colocando bajo un exclusivo spotlight, sin distinciones, a los equipos de los tres programas que, en conjunto o no, pudieron haber sido cómplices con vínculos externos, o meros cumplidores de indicaciones provenientes de niveles superiores (lo que la gente se inclina a creer en tu caso), o torpes ignorantes con iniciativa e ingenuidad (lo cual casi nadie cree en el caso de “Impronta” y de “La diferencia”).

Lo que sí no pude dejar de decirle personalmente al Presidente del ICRT es que no creo en el descontrol como explicación de los tres incidentes, pues tengo más de una experiencia personal para saberlo: como recordarás, cuando me invitaste amablemente a participar en el programa “Diálogo abierto” en una discusión sobre la cultura masiva --tema sobre el que tanto he escrito y hablado--, se te puso como condición que yo no participara en el programa en vivo, sino que mi intervención fuera grabada tres días antes para que fuera revisada, eventualmente aprobada por instancias de dirección y sólo después yuxtapuesta mecánicamente al diálogo en vivo de los otros tres participantes (Julio García Espinosa, entre ellos), a lo cual, por supuesto, me negué, indignado.

Control es lo que se sobra en el ICRT para todo lo que no sea racismo, homofobia, burla de los defectos físicos de las personas, culto yanquifílico de Oscares, Grammys, MTV, etc. como instancias supremas de valoración artística mundial; nostalgia del Kitsch prerrevolucionario, culto del abolengo y los linajes artísticos, ideología New Age en sus diversas manifestaciones, culto de los millones ganados en contratos, taquillas o subastas, y de la fama mediática, como criterios de éxito artístico; defensa militante de la banalidad desde el relativismo y el consumismo neoliberales, y muchos etcéteras.

Pero, tal como en los 70 estar en el CNC no significaba compartir su política cultural (yo mismo trabajé en él entre cesantía y cesantía), sé que tampoco estar hoy en el ICRT es aprobar toda esa política o, si se prefiere el eufemismo, ese descontrol. Recibe mis saludos cordiales y mis deseos de éxitos en tu estancia gijonense.

Desiderio Navarro

 

Mensaje de Desiderio Navarro a Zenaida Romeu

Estimada Zenaida:

Estoy de acuerdo contigo y te agradezco mucho que me hayas incluido entre los destinatarios de tu carta.

Ahora bien, en el texto de la Declaración se afirma que en las dos reuniones se buscó una respuesta consensuada con algunos de los autores de protestas (de hecho, con los primeros cronológicamente), lo cual es total y absolutamente cierto. Pero ni yo ni Arturo Arango, ni otros autores de protestas, participamos en la posterior formulación escrita de esa respuesta, ni en su revisión y aprobación final, lo cual explica que, como es debido, la firme sólo el Secretariado de la UNEAC, y no ninguno de los autores de protestas, ninguno de los cuales es miembro del Secretariado. Lamentablemente, la redacción da la impresión de que somos cofirmantes del documento, a pesar de que algunos de nosotros --que yo sepa hasta ahora, por lo menos Arturo Arango y yo— tenemos numerosas objeciones que hacerle al texto mismo, cuya formulación no refleja la franqueza, profundidad y firmeza con que, con nombres y apellidos, hechos, fechas y los correspondientes calificativos, se debatieron esos temas en esas dos reuniones, reuniones de las que la UNEAC, nuestra UNEAC, puede estar muy orgullosa y no tendría nada que ocultar.

Como miembro del Consejo Nacional de la UNEAC y como miembro de filas, confío en que se subsanará lo ocurrido.

Con saludos cordiales

Desiderio Navarro

P.D. Acabo de leerle esta carta a Arturo Arango y está totalmente de acuerdo con su contenido.

 

Otro mensaje de Desiderio Navarro sobre el Premio Nacional de Ciencias Sociales a Fernando Martínez Heredia

Amigos y compañeros:

La recomendación que nos hace Arturo Arango de prestar atención también al Premio Nacional de Ciencias Sociales otorgado a Fernando Martínez Heredia, es tan pertinente que la seguí siete días antes de que nos la formulara en su mensaje de hoy, y, por ende, varios días antes del “lavado de biografía” televisivo que nos ocupa. A continuación reproduzco el mensaje que le dirigí a Fernando el pasado día 31, tan pronto supe de la buena nueva. Allí, como se verá, además de celebrar el valor intrínseco de la obra y luchas de Fernando, se leía el Premio como síntoma de fecundas posibilidades.

Lamentablemente, los dos sucesos que yuxtapone Arturo en su mensaje --el Premio de Fernando y la Epifanía de Pavón-- hay que considerarlos signos antagónicos, y no contradictorios, pues tienen orígenes institucionales y político-culturales bien diversos y no un mismo origen que estuviera contradiciéndose voluble e irreflexivamente o tratando ingenuamente de conciliar lo inconciliable.

Y, ahora, a compartir esa botella y los tozudos sueños revolucionarios con Fernando!

Un abrazo.

Desiderio

7 de enero de 2007

 

Querido Fernando:

Acabo de enterarme, por el magnífico texto de Guanche en La Jiribilla, que te han conferido el Premio Nacional de Ciencias Sociales. Sinceramente, es una de las pocas grandes alegrías que he tenido este año. En la cultura, y aún más en la política cultural, la justicia tarda... eppur si muove y finalmente llega. Para decirlo con palabras de aquel Althusser de nuestra juventud, ese premio honra al Aparato Ideológico del Estado y abre nuevas esperanzas en estos tiempos preñados de fecundas posibilidades e insidiosos peligros.

Los que vieron en el parecido semántico-lexical una relación de familia entre los nombres de Criterios y Pensamiento Crítico, no se equivocaron. Los que vieron una relación de catálisis en la irrupción de Criterios tan sólo siete meses después de la desaparición de Pensamiento Crítico, tampoco se equivocaron. En la historia de las luchas culturales de la Revolución Cubana, a ambos empeños editoriales los unirá siempre el afán de practicar y predicar el ethos martiano del injerto del mundo en el tronco de nuestras repúblicas y el ethos marxista de la crítica radical. Como le dije a Abel hará unos tres años, en una reunión con Fowler y Reina María en su despacho, no pierdo la esperanza de que aparezca una revista cubana de pensamiento social que sea hoy, mutatis mutandis, lo que fue Pensamiento Crítico, que incluso lleve su nombre y que sea dirigida por tí. ¡Qué síntoma más alentador sería de salud, fortaleza y renovada juventud ideológica y cultural para una Revolución socialista, qué anuncio sería de ese socialismo crítico y creativo que con lucidez y pasión tu obra ensayística propugna y prefigura! Déjame soñar.

Querido Fernando, es una dicha tener la certeza de que no serás absorbido por ningún Canon y emplearás todo el capital simbólico que te da este premio en tus permanentes esfuerzos por hacer lo que realmente haría Marx ahora.

Un fraterno abrazo y los deseos de un 2007 lleno de nuevos logros para tí y para Esther.

Desiderio

7 de enero de 2007

 

Otro mensaje de Desiderio Navarro

Companeros y amigos, esto es inaudito; el ICRT no solo no se disculpa, sino que premia a la directora del programa con su aparicion en el programa estelar del mediodia, la misma cuya responsabilidad laboral --si no la intencionalidad politica-- habia quedado en evidencia en recientes reuniones.

Esto va a causar una indignacion generalizada de magnitudes y resultados imprevisibles. ?Quien esta detras de toda esta provocacion? ?Que microfraccion, que grupusculo? Si no hay una condena oficial, ya nadie va a creer que no tienen la bendicion de las esferas mas altas del Partido. Es preciso pensar muy bien una merecida pero pronta respuesta a esta falta de respeto a todos los que la pasada semana nos reunimos en dos ocasiones en la UNEAC, empezando por el Ministro de Cultura, y a todos los que dentro y fuera de Cuba hemos esperado por los resultados concretos de esa reunion y a los que le dimos un voto de confianza al Partido y a la UNEAC. Un abrazo en estos momentos cruciales de la cultura y la sociedad cubanas.

Desiderio Navarro

 

Respuesta de Desiderio Navarro a Orlando Hernández

Querido Orlando:

Me parece que hay algunas afirmaciones un tanto infundadas e injustas en el párrafo final de tu carta a Arturo Arango, que aquí reproduzco:

Acabo de recibir la invitación de Desiderio para una conferencia en Criterios “El Quinquenio Gris: Revisitando el término”, de Ambrosio Fornet como parte del Ciclo “La política cultural del período revolucionario: Memoria y reflexión”, donde también tú harás una comparecencia. Me parece muy bien, desde luego, pero también me preocupa que esto vaya convirtiéndose en un debate de tipo académico, “terminológico”, etc. Fuera de este mensaje de Desiderio, apenas he recibido mensajes nuevos, solo el texto de Amir y la discusión entre Rosa Ileana y Desiderio. Y el artículo de El País, por supuesto. En fin, o no hay nada nuevo que decir o todo está dicho? Ojalá que no sea ninguna de las dos.

¿Cómo puedes decir, no que te preocupa que “esto se convierta”, “vaya a convertirse” o “pudiera convertirse” en un debate de tipo académico, “terminológico”, etc., sino, con gerundio durativo y todo, que te preocupa que “esto vaya conviertiéndose” en tal debate? La última reunión en la UNEAC sobre el asunto terminó anteayer a las siete u ocho de la noche, y ya ayer a las 11.10 de la noche yo estaba circulando el mensaje electrónico con la invitación para todo un ciclo de conferencias que había armado en las 27 o 28 horas transcurridas. Creo que raras veces una institución cultural académica cubana ha reaccionado tan rápidamente como ahora Criterios a las urgencias de la vida intelectual cubana. Todavía faltan semanas para esa conferencia, que sería la primera, ¿y ya puedes decir que esto va convirtiéndose en un debate académico, “terminológico”? Me parece que te apresuras al prejuzgar.

Ahora bien, ¿es dañino o innecesario un debate académico sobre ese período de la política cultural cubana y sus secuelas, supervivencias y recidivas? ¿No es acaso la ausencia de investigaciones y eventos académicos, de toda una literatura académica y no meramente ensayística sobre el tema, con sus descripciones, análisis, interpretaciones, explicaciones y valoraciones, uno de los principales factores causales que permite, entre otras cosas, que ese período y los fenómenos de ese período que sobreviven o reviven en los subsiguientes permanezcan tan desconocidos o inexplicados para tantas y tantas generaciones que no lo vivieron como jóvenes o adultos --como hemos visto en muchos mensajes de estos días?

Por otra parte, ¿quién dijo que el debate académico supone el silenciamiento de todo debate extra-académico sobre el mismo tema? En primer lugar, ni aun queriendo, tiene modo alguno de silenciarlo, pues no tiene poder alguno, ni medios tecnológicos, para impedir el intercambio y la circulación de mensajes electrónicos que comenzó hace una semana. Todo lo contrario: si el debate académico es serio, y no mera especulación pseudoacadémica, tiene que prestar atento oído a todo el material empírico que sale a flote en esos otros debates, todo el material de ideas y experiencias, de reflexiones y fuentes testimoniales --que en este caso son más que escasas, sobre todo por haber sido silenciadas o autorreprimidas durante décadas. Y la responsabilidad de continuar la discusión de estos temas por unas u otras vías mientras haya motivos para ello, es responsabilidad de todos y cada uno de nosotros.

La conferencia de Ambrosio se titula, en efecto, “El Quinquenio Gris: Revisitando el término”. ¿Crees realmente que discutir la expresión “Quinquenio Gris” es una mera superflua discusión terminológica? De los participantes en la correspondencia electrónica de los últimos días, yo mismo, en “In medias res publicas” hace siete años, y César López antes que yo --según me ha dicho anteayer el propio Ambrosio--, hemos cuestionado el “Quinquenio Gris” como nombre de período y como delimitación cronológica. Ahora bien, ¿plantean esos cuestionamientos de la expresión --y otros más que ha habido, como el de Rine Leal, y con los que seguramente Ambrosio dialogará o polemizará el día 30-- un inútil debate de aséptica terminología académica o un crucial problema de periodización histórica de política cultural, en el que ha de tomarse una posición ante todo lo análogo ocurrido con tantas obras y vidas creadoras ya años antes de 1971 y todavía años después de 1975? Baste recordar que el último intento de imponer como doctrina oficial el realismo socialista en su versión soviética más dogmática se hizo entre 1980 y 1983, en medio ya de una tensa lucha ideológico-política entre personalidades e instituciones culturales y políticas, dado el cambio de la correlación de fuerzas en el prolongado tránsito del control total a la lucha de posiciones. Nada de eso es mera cuestión de palabras.

Así pues, querido Orlando, creo que la conferencia de Ambrosio, padre de la criatura que tanto ha caminado ya, hará que el ciclo comience in medias res, o --pasando del latín al criollo-- en la concreta, ajeno a bizantinismos y muy atento a la relación entre las palabras y las cosas, sin academicismos, pero también sin vulgarizaciones. Lo demás dependerá del público, o sea, también de tí. Por eso estoy muy contento de que Ambrosio haya accedido a participar en este ciclo de memoria y reflexión, y, más aún, a iniciarlo.

Sobre la respuesta de la UNEAC, una vez más, no te apresures y esperemos el documento que en breve plazo la Presidencia de la UNEAC emitirá sobre lo ocurrido.

Un fuerte abrazo, hermano

Desiderio

14 de enero de 2007

 

Respuesta de Desiderio Navarro a Rosa Ileana Boudet

Para aquellos que no tienen el acceso o el tiempo para realizar esa búsqueda en Internet, reproduzco a continuación el texto que en octubre del 2002 envié por correo electrónico a la publicación electrónica Teatro en Miami, en respuesta a un repentino ataque de Rosa Ileana Boudet en las páginas de ésta.

A nombre de la Rosa

Desiderio Navarro

Ocurre que ahora Rosa Ileana Boudet, en el website miamense www.teatroenmiami.com, escribe lo que aquí, desde 1994 hasta su aún reciente emigración a los EUA, nunca expresó en conferencia pública ni por escrito, aunque tuvo, entre otras, las páginas de la revista teatral Conjunto —dirigida por ella durante años hasta su partida— para opinar lo que quisiera sobre cualquier publicación teatral cubana o extranjera.

En su empeño de realizar oportunamente a todo bombo una loa —que tampoco hizo aquí por escrito, que yo sepa— de las relaciones de la también emigrada cubana Gloria María Martínez (ex-profesora del Instituto Superior de Arte instalada en una universidad de Chile) con la obra de Patrice Pavis, considera necesario crear una contra-figura dramática residente en Cuba que habría obstaculizado el logro de los elevados objetivos culturales por los que su heroína habría luchado prometeicamente aquí hasta su partida. A continuación cito un pasaje de su reciente artículo titulado “Patrice Pavis: la propia mirada”, accesible en el antes mencionado website:

En 1989 [Pavis] participa en el II Encuentro Internacional de Criterios , celebrado en La Habana, invitado por Desiderio Navarro, quien años después compila y traduce El teatro y su recepción, semiología, cruce de culturas y postmodernismo, publicado en la misma colección de la revista de pensamiento y culturología en 1994, y quizás todavía en existencia en la librería Rayuela de la Casa de las Américas. Navarro ha consignado la preocupación del autor por ese “otro” latinoamericano. Desgraciadamente una historia de traducciones impugnadas - y de cierta pedantería - impidió que en el momento de su aparición, el libro nos pusiera al día con Pavis y publicara textos no conocidos en nuestra lengua pertenecientes a Le Théâtre au croisement des cultures (1990) o de Theatre at the Crossroads of Culture, (1992) y Confluences. Le Dialogue des cultures dans les spectacles contemporains (1992).

Por otra parte, el contraste que crea entre las “ediciones artesanales” de Gloria María para los estudiantes del ISA (mencionadas poco antes por Rosa Ileana) y mi antología en forma de libro procura introducir connotativamente la oposición semántica “underground”, “marginado”/”oficial”, como si Criterios, desde alguna posición de poder político supremo (fantasía descabellada y risible para cualquier conocedor de la cultura cubana de las últimas décadas), hubiera querido y podido impedirle a Gloria María Martínez publicar sus traducciones en cualquiera de las editoriales cubanas de entonces (tal como las publicó en las revistas cubanas Conjunto y Tablas); como si la entrecortada y azarosa historia de Criterios no hubiera sido precisamente una historia —lamentablemente, en gran medida unipersonal— de luchas, derrotas, frustraciones y pequeñas victorias contra el dogmatismo oficializado y por la apertura de Cuba a la amplia variedad del pensamiento teórico internacional.

Ahora bien, ocurre que mi antología de la obra teórico-general de Pavis, El teatro y su recepción incluye, entre otros, precisamente cuatro de los cinco textos teórico-generales del libro Le Théatre au croisement des cultures de Pavis, a saber, “Vers une théorie de la culture et de la mise en scene”,

“Du texte a la scene: un enfantement difficile”,

“L’heritage classique du théatre postmoderne” y

“Vers une specificité de la traduction théatrale: La traduction intergestuelle et interculturelle”. [El quinto texto teórico, un análisis de la situación de la teoría teatral escrito en 1985, no fue incluido porque ya por 1993 resultaba obsoleto y el propio Pavis en dos notas al pie o post-scripta de 1990 afirmaba: “Este capítulo me condujo a un grado de subjetividad que no quisiera tener que enfrentar más hoy día”, y, con respecto a sus propias observaciones sobre la teoría en el Este, “Me alegro de constatar en 1990 que todo eso pertenece al pasado”.]

Más aún, mi antología incluye también el artículo-postfacio de Pavis, “Vers une théorie de l’interculturalité au théatre?”, del libro Confluences. Le Dialogue des cultures dans les spectacles contemporains (del que Rosa Ileana parece desconocer que no es un libro teórico de Pavis, sino una antología suya de escritos ajenos). O sea, que en mi antología traduje y publiqué los “textos no conocidos en nuestra lengua” que, según Rosa Ileana, yo impedí que se publicaran.

Por otra parte, mi antología, concluida a principios de 1994, abarcó textos publicados por Pavis no sólo desde 1982 hasta 1990 (en su último libro en aquel momento), sino —gracias a la generosidad y diligencia del propio Pavis— incluso un texto publicado por él en el otoño-invierno de 1993 (“Vers une théorie du jeu de l’acteur”, Degrés, no. 75-76), o sea, hasta sólo un mes antes de la conclusión de mi trabajo como traductor y editor y sólo seis meses antes de la aparición del libro impreso (julio de 1994). Nunca en Cuba la aparición de un libro teórico extranjero había seguido tan de cerca en el tiempo a la publicación inicial de sus trabajos en la lengua original —y ello, además, en el peor momento editorial del así llamado “Período Especial”. Así fue como yo impedí que “el libro nos pusiera al día con Pavis”.

No me sorprende la “probable ingratitud de los hombres” hacia la única persona en Cuba que, sacrificando buena parte de su obra investigativa y de sus ingresos, ha traducido de doce idiomas y publicado durante más de 30 años más de 300 textos teóricos extranjeros —entre cuyos autores Pavis no es sino uno junto a más de cien—, para que sus colegas cubanos pudieran tener acceso a exponentes de lo mejor del pensamiento teórico mundial que de otro modo hubieran permanecido inaccesibles material y/o lingüísticamente para muchos de ellos. A esa, más que probable, comprobable ingratitud de muchos hombres —y mujeres— ya casi me he acostumbrado.

Y tampoco me sorprende la bajeza con que, confiando en la inexistente comercialización y escasa accesibilidad internacionales de las ediciones de Criterios, aquella misma persona que más de una vez me “planchó” un artículo cuando (co)dirigía la revista Revolución y Cultura como un confiable y diligente cuadro de Luis Pavón (presidente del Consejo Nacional de Cultura) en cuestiones de política de la información cultural durante el período que algunos insisten en seguir llamando eufemísticamente “quinquenio gris”, ahora desde Miami recurre a las más burdas mentiras para enfangar mi trabajo y mi ética intelectual, en su apresurada inmersión bautismal en las aguas de Teatro en Miami, Encuentro en la Red y otras publicaciones diaspóricas análogas. Por mí, que siga haciendo su “teatro en Miami” con toda clase de falsas o verdaderas Glorias diaspóricas; ya habrá un buen amigo que le recomiende que escriba para sí un libreto cuyos “villanos” de acá, por muertos o decrépitos, no puedan replicar demostrando fácilmente la falsedad de sus infamias.

¡Ay, Gertrude, una Rosa no siempre es una rosa...!

Los Naranjos, 24 de octubre de 2002

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Apéndice: Como una muestra de la clase de disparates de traducción —inadmisibles sobre todo en un texto teórico— cuya “impugnación” por mí Rosa Ileana, allá y ahora, se atreve a llamar “pedantería” a fin de rescatar a su heroína, reproduzco a continuación la nota al pie de la página II de la introducción a mi antología. ¡Ni el subtitulaje en español de los filmes norteamericanos por la Televisión Cubana alcanza tales cumbres!

  • He aquí un pequeño muestrario, formado al azar, de una traducción de “La herencia clásico del teatro postmoderno”, publicada en Apuntes, Santiago de Chile, 1-101, primavera, 1990, pp. 117.127:
  • Dice: “Vitez desea reinventar la tradición quitándose la marca de ella [en s’en démarquant]” Debe decir: “Vitez desea reinventar la tradición distanciándose de ella” (“se démarquer”: “tomar distancia con respecto a”; aquí y en adelante las definiciones de diccionario proceden del Petit Robert).
  • Dice: “...abriéndose [el texto y la puesta en escena] a una serie de pistas que se contradicen, se recortan [se recoupent]” Debe decir: “...abriéndose a una serie de pistas que se contradicen, que coinciden” (recouper, pronom., “Intersecar. Fig. Coincidir confirmando”).
  • Dice: La obra que niega rigurosamente el sentido es considerada, por esta lógica, con [est tenue par cette logique à] la misma coherencia y con la misma unidad que las que debían, en otro tiempo, evocar el sentido.”
  • Debe decir: “La obra que niega rigurosamente el sentido está obligada, por esta lógica, a la misma coherencia y a la misma unidad que antaño debían evocar el sentido.” (être tenu à: “estar obligado a (una acción)”.
  • Dice: “El postmodernismo, concebido como práctica de destrucción [déconstruction]”
  • Debe decir: “El postmodernismo, concebido como práctica de desconstrucción”
  • Dice: “Esta puesta en memoria se efectúa (...) por la recuperación [des reprises] de frases”
  • Debe decir: “Esta puesta en memoria se efectúa (...) mediante repeticiones de frases” (reprise: “acción de volver a decir, repetir”)
  • Dice: “La música de Stockhausen como el teatro de Wilson no son en efecto ni notables ni respetables [ni notables, ni répétables].”
  • Debe decir: “La música de Stockhausen, así como el teatro de Wilson, no son, en efecto, susceptibles de notación, ni repetibles.”
  • En la misma traducción de la que proceden estas muestras, se puede hallar más de un caso de conversión de la negación en afirmación –”Incluso el teatro del absurdo pertenece al modernismo (y [non] al postmodernismo)”; “El ‘post-’ del ‘postmoderno’ significa [ne signifie pas[ un movimiento de come back, de flashback]”—, de neologismos por desconocimiento del significado original –”jacobismo” [jacobinisme] por jacobinismo; “anamorfis” [anamorphose] por anamorfosis—, grandes saltos
  • –”El hombre no tiene ya nada de un individuo inscrito en la historia o histórico que regula todos los problemas”, donde falta, después de la palabra “o”, y en vez de la palabra “histórico”, el pasaje: “historizado por un tratamiento escénico radical, por una explicación sociohistórica”—, todos ellos atribuibles a erratas si no se multiplicaran en otras traducciones portadoras de la misma firma (p. ej., “Del texto a la escena: un parto difícil” y otras publicadas en Conjunto y Tablas, La Habana).

 

Otro olvido casual de la televisión cubana

Estimados amigos:

En el programa Mediodía en TV de hoy (martes 6 de febrero), destinado a celebrar la Jornada de la Cultura Camagueyana que tiene lugar por estos días, se dedicó un segmento, elaborado por la periodista Aimée A. Margoz, a presentar los principales méritos culturales históricos de Camagüey, el cual comenzó, como es debido, por el Espejo de Paciencia, del que pasó a Gertrudis Gómez de Avellaneda y Carlos J. Finlay, pero, en un salto mortal hasta el presente (¿o acaso tuve un black-out?), omitió, bajo la expresión “y otros”, toda mención ni más ni menos que de un poeta camagüeyano del siglo XX que es nuestro Poeta Nacional, nuestro más grande poeta social comunista, Nicolás Guillén --y para más, presidente-fundador de nuestra Unión de Escritores y Artistas de Cuba hasta su muerte. Los que aún esperamos que Camagüey llegue a desprenderse totalmente de sus prejuicios prerrevolucionarios y pavónicos, en su versión local “Giordano-Atiénzar”, y se enorgullezca al fin de la obra novelística y ensayística del internacionalmente célebre emigrado-mulato-gay Severo Sarduy, vemos alejarse kilómetros ese horizonte con este paso atrás, que deja, aún más inconcebible e imperdonablemente, hasta al gran poeta revolucionario de Cuba y del mundo, Nicolás Guillén, fuera de la memoria cultural histórica de nuestra ciudad, provincia y nación.

Con saludos cordiales

Desiderio Navarro

6 de febrero de 2007

 

Respuesta de Desiderio Navarro al mensaje firmado como “Betty”

Una de las cosas más lamentables para mí en estos días ha sido ver cómo personas que han estado acríticamente calladas toda una vida en la esfera pública --en asamblea, en papel, en email--, luego de esperar cautelosamente una semana o dos para ver “qué me pasaba” luego de mi carta inicial de condena, y después de mi convocatoria al ciclo sobre temas tabú, se suman al debate sólo para cuestionarme por moderado, por no decir o hacer esto o aquello --siempre algo que ellos mismos nunca han dicho o hecho en la esfera pública cubana. Y no estoy hablando sólo de las jineteras políticas que, hoy en el exterior, jamás escribieron en Cuba siquiera una línea polémica como cualquiera de las de “In medias res publicas” (2001) o, décadas atrás, “La crítica literaria: también una cuestión moral” (1981), ni se ganaron una fama de “conflictivos” en cuanto congreso, asamblea o coloquio participaran de los 70 a hoy, pagando el consiguiente precio biográfico e intelectual.

Usted me interpela con las siguientes palabras: “al igual que no aceptaste a Pavón en la tv, tampoco tendrías que ceder ahora a que te escojan el quorum”. No hay que ser un semiótico demasiado sagaz para ver la tendenciosa operación de elipsis que hay en esa frase: ¿quién es el sujeto de esa acción de “escoger”? ¿Quiénes son esos “ellos” que no nombras? Al no explicitarlos, creas lo que se llama un lugar de indeterminación, que puede ser llenado por el lector con sujetos como “los burócratas”, “el Poder”, “la piña”, “la élite”, “el aparato”, etc., en dependencia de las suspicacias o experiencias o expectativas de cada cual. O sea, una variante simétrica, sólo que de signo contrario, del tan criticado “Síndrome del Misterio”. No menos propio de la newspeak orwelliana resulta su uso de la implicitez: el verbo “ceder” tiene dos acepciones principales muy diferentes : una como verbo transitivo --”1. tr. Dar, transferir, traspasar a otro una cosa, acción o derecho”--, y otra como verbo intransitivo --”2. intr. Rendirse, sujetarse.” (D.R.A.E.). El verbo “ceder” en su forma transitiva es una acción que el sujeto puede realizar por su propia iniciativa y voluntad (como ceder el asiento a una embarazada en el ómnibus). Sin embargo, usted utiliza el verbo en su forma intransitiva: “ceder a”, o sea, no ofrecer más resistencia a, someterse a la voluntad de, capitular, no resistir la presión, la fuerza de (como ceder a las amenazas de un agresor), implicando de contrabando que hay presiones de parte de un “ellos” nuevamente no explicitado.

Ahora bien, Betty, aunque no he “cedido a” que me “escojan el quorum”, en todo momento he dejado bien claro que sí he cedido el derecho de “escoger el quorum”. Como he explicado en mensajes ampliamente divulgados por email, luego de haber conseguido la Sala Che Guevara y cuadruplicado así la capacidad para el público, y de haber visto poco después que los interesados en asistir superaban esa capacidad, decidí que había que asegurarles la participación a los escritores, artistas e intelectuales cubanos en general, pero resultó que también el número de éstos que estaban interesados en asistir sobrepasaba enormente esa capacidad, y fue ahí cuando me negué a hacer el papel de zar omnipotente que decidiría unipersonalmente quién podría entrar y quién no, y pasé esa responsabilidad a --y he aquí explícitado, una vez más, el “ellos” del mensaje con que informé de mi decisión-- el conjunto de las numerosas instituciones culturales de las que los escritores, artistas e intelectuales cubanos son miembros o trabajadores. Corresponde, pues, a estos últimos cuestionar o no cualquier decisión de los órganos que ellos mismos han elegido en las instituciones de las que ellos mismos han decidido formar parte voluntariamente, o incluso los criterios mismos para la toma de esas decisiones. Lo que, aun así, no dejé de hacer fue insistir en que no se permitiera que hubiera desvíos de invitaciones por favores de secretario(a)s o funcionario(a)s; en que no quedaran fuera de las listas personalidades culturales importantes, por el solo hecho de no tener cargos electivos en la UNEAC o en otra parte, y en que fueran tenidos en cuenta sobre todo los críticos e investigadores del sector cultural, que es el público natural y habitual de Criterios, centro/editorial teórico-cultural. Estoy seguro de que si yo no hubiera procedido así, ahora me estuvieran lloviendo las indignadas cartas, no por haber hecho supuestas “concesiones”, sino por haber actuado de la misma manera autocrática y antidemocrática que he criticado en tales o cuales instituciones o instancias y a la que Usted también parece querer oponerse.

La insinuación, o más bien la acusación por adelantado de que los no asistentes recibirán “una versión editada (como siempre ha sucedido) de la realidad” es más que ofensiva, tratándose de Criterios, y no perderé el tiempo en responderla, pues a cualquier intelectual honesto, cubano o extranjero, que sepa de la labor de Desiderio Navarro y de Criterios durante 35 años, le resultará repugnante e inadmisible. Por no hablar de lo ofensiva que resultará para los propios conferenciantes. En cualquier caso, también usted --aunque no los ha solicitado como ya más de cuatrocientas personas-- recibirá los textos de las conferencias, aunque sólo sea para que pueda escudriñarlos en busca de alguna descuidada huella de la goma y la tijera editoriales.

Desiderio Navarro

28 de enero de 2007

Castro versus intelectuales

Manuel Zayas

20 de abril de 2007

 

A casi medio siglo de haber sido pronunciado aquel discurso de Fidel Castro conocido como ‘Palabras a los intelectuales’, que clausuró las reuniones de la Biblioteca Nacional en 1961, y que marcara el cierre del magazin literario Lunes de Revolución, la censura del documental PM, y delineara la política cultural de la revolución, la revista Encuentro de la Cultura Cubana, recupera del silencio y del hasta hoy prologando letargo histórico al que fueron condenadas, las verdaderas palabras de los artistas y escritores que plantearon sus miedos e incertidumbres sobre la cultura dirigida estatalmente.

 

Si sabemos a la censura como propia de la naturaleza totalitaria castrista, que hasta celebró oficialmente el cuarenta aniversario de aquella triste frase “dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”, este eco viene a confirmar, también, la voluntad dogmática y de culto a la personalidad tan inherente a algo que muchos se han empeñado en llamar revolución.

 

¿Qué revolución? La que comenzó silenciando las intervenciones de Virgilio Piñera, Herberto Padilla y Mario Parajón (luego los silenciaría totalmente) y hasta las de los más adeptos, Mirtha Aguirre, Tomás Gutiérrez Alea y Manuel Navarro Luna. Cabrera Infante nos había hablado del miedo de Piñera, pero hoy podemos saber más de lo que dijo aquel lejano 16 de junio de 1961:

 

    PIÑERA: Como Carlos Rafael ha pedido que se diga todo, hay un miedo podíamos calificarlo virtual que corre en todos los círculos literarios de La Habana, y artísticos en general, sobre que el Gobierno va a dirigir la cultura. Yo no sé qué cosa es cultura dirigida, pero supongo que ustedes lo sabrán. La cultura es nada más que una, un elemento… pero que esa especie de ola corre por toda La Habana de que el 26 de Julio se va a declarar por unas declaraciones la cultura dirigida, entonces…

 

    FIDEL CASTRO: ¿Dónde se corre esa voz?

 

    PIÑERA: ¿Eh? se dice…

 

    FIDEL CASTRO: ¿Entre quiénes se corre esa voz? ¿Entre la gente que está aquí se corre esa voz? ¿Y por qué no lo han dicho antes?

 

    PIÑERA: Compañero Comandante Fidel yo puedo decir que he oído hablar de esa voz entre las personas que yo conozco.

 

    MODERADORA: Yo propongo a la asamblea que no interrumpa a los compañeros que están haciendo uso de la palabra. (Risas.)

 

    MODERADORA: No, el compañero Fidel lo que hizo fue una pregunta.

 

    PIÑERA: Los compañeros podrán decir lo contrario, pero como yo lo sabía, pues he querido sacarlo a colación, como se ha sacado algo de una película, entonces eso es porque como Carlos Rafael dijo que había luchas planteadas, y yo no digo que haya temor, sino que hay una impresión, entonces yo no creo que nos vayan a anular culturalmente, ni creo que el gobierno tenga esa intención, pero eso se dice. Que lo niegan, está bien, pero se dice. Y yo tengo el valor de decirlo no porque crea que los que nos van a dirigir nos van a meter en un calabozo ni nada, pero eso se dice.

 

    La realidad es que por primera vez después de dos años de revolución por la discusión de un asunto los escritores nos hemos enfrentado a la revolución y ahora es y propongo a este Congreso que tenemos que rendir cuentas, comprende, y entonces este hecho pues nos produce un poco de impresión, digamos, aunque no digamos el temor. Y eso trae consecuentemente una serie de preguntas y de cosas que uno se hace que van corriendo y se van formando y en ese aspecto como Carlos Rafael pidió una franca franqueza, perdonando la redundancia, yo por eso lo digo, sencillamente, y no creo que nadie me pueda acusar de contrarrevolucionario y de cosas por el estilo porque estoy aquí y no estoy en Miami ni cosa por el estilo. Voy a cumplir 41 años y he dedicado toda mi vida a la literatura y todos ustedes me conocen. Así que como dijo el compañero Retamar, aquí no hay ningún compañero contrarrevolucionario. Todos estamos de acuerdo con el Gobierno y todos estamos dispuestos a defender y a morir por la revolución, etc., etc., pero eso es una cosa que está en el aire y yo la digo. Si me equivoco, bueno, afrontaré las consecuencias.

 

    FIDEL CASTRO: ¿Pero equivocarte de qué?

 

    PIÑERA: No equivocarme no, algunos compañeros dicen que eso no flota en el ambiente, pero yo digo que sí, ¿comprende? E incluso lo digo un poco como chiste de que lo van a declarar el 26 de Julio, pero es una impresión que hay sencillamente y es porque los artistas hasta ahora trabajaron en condiciones anárquicas y porque usted sabe perfectamente y sufriendo explotación como el pueblo y por los gobiernos que teníamos. Ahora no los tiene y entonces tiene que preguntarse por qué se especula, y es sencillamente porque se hace 50 mil preguntas. Porque todo lo que se ha dicho aquí, al fin y al cabo si se va a manifestar como se dice, se han manifestado dudas y reservas sobre cómo debe ser la creación artística. Está en el ambiente, lo que pasa es que no lo han dicho, lo han dicho con optimismo. Yo lo digo “ramplán”.

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.