DESPLAZADOS Y PUEBLOS CAUTIVOS

EN LA CUBA DE FIDEL CASTRO

Entre los inicios de la década del sesenta y mediados de la del ochenta, más de diez mil cubanos de procedencia campesinaincluyendo niños de corta edad- fueron desalojados de sus tierras en el centro de Cuba e internados en campos de prisioneros en el occidente y el oriente de Cuba.

Desplazados y pueblos cautivos (documental)

Entrevista a una de las víctimas infantiles
Un buen día, alrededor de 3.000 hombres de todo el Escambray, entre ellos mi padre, fueron citados en diferentes puntos, Fomento, Manicaragua, etc… para unas reuniones de la Asociación de Agricultores Pequeños (anap). Mi padre me ha contado que al llegar a esos puntos, fuerzas militares los inmovilizaron, los montaron en camiones y los condujeron detenidos a Santa Clara.
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De reconcentraciones hablando

Manuel Vázquez Portal

 

Cuando Valeriano Weyler firmara el bando que lo señalara como un furibundo militar dispuesto a usar los medios más crueles para ganar la guerra de Cuba, no supuso cuán de moda se pondría la reconcentración muchos años después y cuánta lasca política se le sacaría a la suya. Es cierto que la guerra obliga a tomar decisiones que a posteriori pueden ser calificadas de crímenes o torpezas, como es cierto también que todas tienen un culpable. Valeriano Weyler es culpable de la que firmó. Tratemos de descubrir al culpable de las otras que quieren solaparse, asordinarse con lo escandaloso y despiadado de la del militar español del siglo pasado. Mi infancia estuvo marcada por las reconcentraciones.

 

Tenía nueve años yo cuando fui testigo de la primera. Vivía en Morón y el estruendo de los cañones de Bahía de Cochinos no se escuchaba por allá. Lo que sí vi y escuché fue el tráfago de vehículos de todo tipo, cargando gente para el estadium del pueblo, muchos días antes de que sonara el primer tirito en Playa Girón. “¿A quiénes tienen presos en el estadium?”, pregunté. “A todos los gusanos”, me respondieron. No sé cuánto tiempo estuvieron, ni lo que padecieron allá dentro. Lo que sí recuerdo es que los militares de armas largas que rodeaban el lugar no nos dejaron jugar pelota por muchos días, porque podía suceder cualquier cosa y esa gente no iba a salir viva de allí.

 

Poco tiempo después conocí a la niña de Miraflores. Tenía largas trenzas de carbón bruñido y ojos de prado nuevo. Había venido con sus padres desde el Escambray y vivirían para siempre en aquel pueblito recién levantado cerca del Central Cunagua. Eran campesinos de rostros nobles. Cuando pregunté, los mayores, alarmados, me respondieron que eran bandidos y me aconsejaron que ni me acercara. Estaban allí para que no pudieran ayudar a los contrarrevolucionarios. Tragué en seco y acepté.

 

No sabía yo entonces que en Pinar del Río, en otro pueblito llamado Sandino, vivían otras muchas niñas como la de Miraflores, arrancadas de sus trillos y mariposas del Escambray. Ya en la adolescencia me tocó ir a la escuela del campo. Llegamos a un campamento de altas cercas de alambre de púa, barracas con troneras en el techo, literas toscas y letrinas inmundas. Era la zona de Punta Alegre, territorio de otro central azucarero. Cuando indagamos sobre la historia del campamento, nos explicaron que había sido una Unidad Militar de Ayuda a la Producción. Unos meses antes, los jóvenes se aterraban de sólo escuchar la sigla infernal: UMAP, susurraban y se escalofriaban. Por allí pasaron religiosos, homosexuales, bitongos y descarriados políticos. Aquí también nos enteramos de que ese tipo de campamento había proliferado en todos los campos del vasto y cañero Camagüey. De sufrimientos no hablemos, que cuenten los que lo padecieron.

 

Y de reconcentraciones hablando, en 1980 me sorprendió una con carácter voluntario. Miles de cubanos se dieron cita en la Embajada del Perú, en La Habana. Prefirieron el hacinamiento y los peligros de baraúnda tal antes que seguir reconcentrados en el estrecho marco de la isla toda.

 

El puerto del Mariel fue la válvula de escape y ya luego supimos lo que se padeció en esos meses.Por último, en 1994 volvieron los cubanos a ser reconcentrados. Esta vez después de echarse a la mar con cuanto objeto flotante conocido hallaron en su estampida. Fueron rescatados y conducidos a la base naval de Guantánamo y mientras el palo fue y vino y Ricardo Alarcón visitó en varias ocasiones, en seguro y confortable avión, a los Estados Unidos, los balseros permanecieron por largos meses bajo el abrasante sol de la más oriental zona del país.

 

Y aunque las diferencias son ostensibles, y hasta discutibles por supuesto, la de Weyler ocurrió en el bárbaro siglo pasado y las restantes en el civilizado siglo 20. Ninguna deja de ser cruenta, aborrecible, inhumana. Así que a qué tanta bulla con la del pundonoroso y pobre militar español del siglo pasado.

Tony Cortés visita Pueblos Cautivos

Los Pueblos Cautivos

Héctor Maseda

Grupo Decoro

La Habana, Cuba

 

Estas comunidades, verdaderos campos de concentración para sus constructores, fueron creadas por las autoridades cubanas con la finalidad de mantener bajo control y lejos de sus provincias de origen a los miles de campesinos colaboradores del movimiento armado guerrillero que surgió entre los años 1960-65, en el macizo montañoso del Escambray, en la antigua provincia Las Villas. El destierro de estas personas y sus familiares comenzó en 1970 y no se detuvo hasta 1985 con el traslado del último núcleo campesino que vivió en aquella región central del país.

 

Fredesvinda Hernández Méndez (Fredes), natural de Los Quemados, municipio de Manicaragua, fue una de las víctimas de los pueblos cautivos, no sólo por su religión -es Testigo de Jehová- sino por haberse casado con el hijo de un colaborador de los insurgentes en aquellas zona montañosa. Su suegro, Heriberto Hernández Quesada, poseía una finca cafetalera ubicada en las estribaciones de la sierra, en Güinía de Miranda.

 

“A mi suegro -señala Fredes- la policía política del gobierno (el DSE o G-2) lo tenía clasificado como colaborador de la guerrilla que operó en la localidad entre los años 1960-63. Les brindaba alimentos y les permitía dormir en sus tierras. Otro tanto había hecho con las tropas de Castro. En varias ocasiones fue detenido por el DSE, sometido a interrogatorio y acusado de enemigo de la revolución”.

 

Seis años después de haberse liquidado el último foco guerrillero, el 15 de diciembre de 1971, la policía política citó a Heriberto junto a cientos de campesinos que, como él, habían apoyado a los grupos armados opuestos al régimen. La intención del gobierno era limpiar los alrededores del lomerío central del país de elementos que en el futuro pudiesen apoyar otra acción armada contra el régimen de Fidel Castro.

 

“De manera que vecinos de Trinidad, Fomento, Güinía, La Moza, Manicaragua, Cumanayagua, Barajagua, El Nicho y Jibacoa -nos dice Fredes- se vieron envueltos en la operación de limpieza donde ellos eran como la basura que debía eliminarse. Entre los citados se encontraban algunos ex guerrilleros que nunca fueron identificados como tales. Los oficiales se reunieron con ellos en el estadio deportivo de Ciudad Santa Clara. El discurso fue breve y directo: 'Los vamos a trasladar hacia otras provincias por ser ustedes personas desafectas a la revolución. Todos apoyaron la contrarrevolución en el Escambray, ustedes no merecen ni el aire que respiran.

 

Jamás podrán regresar a la provincia. Lo que ustedes van a sufrir a partir de este momento, lo sufrirán sus hijos y nietos, los hijos de sus nietos...' De inmediato, los montaron en un tren cuyos vagones habían sido convertidos en pequeñas prisiones móviles y bajo fuerte custodia militar hacia su nuevo destino: los pueblos cautivos que construirían, en su calidad de desterrados y prisioneros. Obligados estarían a trabajar entre diez y doce horas diarias, sin tener las menores condiciones de vida, pobre alimentación, malos tratos de los guardias, castigos, golpes, falta de atención médica, ningún contacto con la familia”.

 

El viaje -según recuerda Fredes- duró 36 horas, no comieron nada durante el trayecto. Unos llegaron a la localidad de lo que sería el futuro pueblo cautivo Sandino, en el municipio de igual nombre; otros para Briones Montoto, en el municipio Pinar del Río; un tercer grupo pasó para Ramón López Peña, en el municipio San Cristóbal, todos en la más occidental del país. A los demás los enviaron para Miraflores, en la provincia Camagüey. Los viajes se sucedieron unos tras otros hasta que no quedó ni un campesino sin ser desplazado de su lugar de origen.

 

Los familiares se enterarían de estos hechos meses después de ocurridos, aunque comenzaron a padecer sus efectos desde el primer momento. Al respecto, Fredes expresó: “Al cabo de dos o tres meses supimos oficialmente de mi suegro, pero al día siguiente del traslado vinieron funcionarios del gobierno a las demás fincas implicadas y nos expropiaron todos los bienes: tierras, equipos, cosechas, animales, cuentas bancarias. A muchos los expulsaron de sus casas sin importarles qué sería de ellos a partir de ese momento. La mayoría de estas familias fueron recogidas por amigos o familiares. La mía tuvo suerte. La dejaron en la vivienda. El Estado cubano nunca se ocupó de las mujeres, niños y ancianos que desalojaron. No se domina la cifra exacta de las familias que fuimos arrastradas a esta vorágine de intolerancia gubernamental. En realidad, no se publicaron las cifras oficiales pero se calcula entre 2,500 y tres mil los campesinos que fueron desterrados y llevados para estos cuatro pueblos cautivos. De manera que las víctimas totales de este holocausto pudiera ascender a diez mil cubanos, en cifras redondas”.

 

Los desterrados demoraron un promedio de dos años y medio en construir las primeras viviendas. A partir de 1973 comenzaron las mudadas de las primeras familias. Los últimos lo harían en 1985. Los pormenores de estos movimientos serán temas a tratar en la segunda parte de este artículo.

 

A Fredesvinda, conocida por Fredes, le correspondió su traslado en enero de 1977. Ella no pudo concebir en aquel momento las penurias que tendría que soportar y los obstáculos que debería superar, no sólo ella sino también su hija menor que le acompañó en esta nueva aventura impuesta por el régimen de Castro.

 

El destierro organizado por las autoridades cubanas de los campesinos del Escambray, que entre los años 1960-65 apoyaron a los grupos insurgentes anticastristas, también lo sufrieron sus familiares debido a la intolerancia característica de este régimen totalitario.

 

Fredesvinda Hernández Méndez (Fredes) nos refiere sus recuerdos y sufrimientos de aquellos días que tantas veces ha querido olvidar, y no lo logra.

 

El traslado hacia los nuevos pueblos cautivos de los familiares que componían el núcleo de los desterrados, obedeció a una selección hecha por el gobierno de Castro, que llevó a cabo su policía política (DSE o G-2).

 

Al respecto, Fredes señala: “Una mañana se presentaban a la puerta de tu casa varios militares, y sin preámbulo te decían que ya teníamos otra vivienda asignada en tal lugar, que el día de salida era más cuál y que debíamos presentarnos es esa dirección. Agregaban que no teníamos que llevar nada porque los inmuebles estaban amueblados, pero esto era mentira pues los apartamentos se encontraban vacíos y los oficiales lo sabían. Algunas familias le dieron crédito y al llegar a su destino se percataron del error. Mi familia no creyó en ellos y llevamos las pertenencias”.

 

Sin aún haber dejado los parientes sus antiguos domicilios, los inmuebles eran ocupados por personas identificadas con el gobierno, quienes disponían de todo lo que encontraran en su interior en usufructo gratuito.

 

Sobre este aspecto, Fredes recuerda: “Los que fuimos desterrados tuvimos que pagar alquiler por los nuevos apartamentos que durante dos años y más construyeron nuestros jefes de núcleo en condiciones infrahumanas, a pesar de que las propiedades que nos habían sido confiscadas, sin remuneración, poseían un valor varias veces superior al costo de las viviendas asignadas en lugares tan apartados”.

 

A Fredes le tocó mudarse el 21 de enero de 1977 para el pueblo cautivo Ramón López Peña, en el municipio San Cristóbal de la provincia Pinar del Río. “Para mí el traslado fue muy duro”, recuerda. “Tenía 20 años de edad, una niña de dos años y estaba embarazada de la segunda. Mi esposo no me pudo acompañar en el viaje porque su hermana (diabética, sorda y afectada por la poliomielitis desde pequeña) había sufrido una herida en el pie, se le complicó con gangrena y hubo que amputárselo. Estaba hospitalizada en estado grave. Mi marido se quedó apoyando a su mamá. En resumen, el movimiento lo realizamos mi cuñado, la niña y yo”.

 

“La primera etapa -precisa Fredes- fue en camiones desde Güinía de Miranda hasta los llanos de Jibacoa, en el Escambray. Otras familias salieron de los diferentes municipios. Los locales donde nos albergaron no tenían condiciones para albergar personas mayores con niños. Hombres y mujeres juntos, sin privacidad, literas estrechas, de tablas, muchas sin colchonetas. Mi hijita y yo no cabíamos juntas en una de ellas. Yo no pude dormir esa noche por temor a que se cayera la niña. Los guardias le dieron leche a los pequeños y algo de comer a los adultos. Al otro día, de nuevo los camiones hasta Manicaragua. Fuimos a parar a El Ranchón. Las condiciones allí empeoraron. No había dónde acostarse. Nos dejaron sin comer. Tampoco le dieron leche a los menores. Al oscurecer, otra vez los camiones hasta Santa Clara. En esta ciudad pasamos la noche sin dormir, comidos por los mosquitos, con mucho frío y golpeados por lloviznas intermitentes. Nos tiraron en unos solares próximos a la estación del ferrocarril. No hubo ningún tipo de consideración, a pesar de que el grueso éramos mujeres, ancianos y niños. La mayoría de nuestros hombres desde 1971-72 estaban presos en diferentes regiones de la provincia pinareña.

 

Fredes, con la angustia reflejada en su rostro por los recuerdos, continúa la historia: “Al día siguiente nos montaron en el tren. El mismo que años antes había llevado a nuestros padres, esposos y hermanos. Eran las pequeñas cárceles móviles y el mismo rigor. Nos acompañaban ocho guardias armados en cada vagón, con fusiles y bayonetas. Cualquier movimiento debía ser autorizado por ellos. Nuestros hijos lloraban asustados y por el hambre. ¡Al fin les dieron leche y compota! A los adultos naranjas. Ellos (los militares) sabían que llevábamos 48 horas casi sin comer; el viaje en tren duró otras 35 horas. A nadie le dieron alimentos sólidos. ¡Ni siquiera a las mujeres embarazadas ni a los menores!”

 

En ese tren iban personas para los pueblos cautivos López Peña, Briones Montoto y Sandino. “En la medida en que llegábamos al final del trayecto, el convoy dejaba los coches y continuaba su viaje hasta la próxima parada y así, hasta llegar a la última”.

 

La mujer agrega: “El traslado de las pertenencias fue otra odisea. No sabíamos por qué vía venían. Después nos enteramos que los habían mandado por un tren de carga. Teníamos que seleccionar cuáles eran las nuestras en aquella locura de cachibaches. Ningún guardia nos ayudó en la operación. Algunos expresaron que ése no era su problema. Fuimos las mujeres, los ancianos, los niños y los pocos hombres que nos acompañaban, ayudados por los desterrados que acudieron a recibirnos, quienes movimos las cosas en carretas tiradas por bueyes a través de caminos irregulares. Los muebles se desajustaron, los cristales se rompieron, las ropas se llenaron de polvo o se ensuciaron al caer en el fango y en la tierra”.

 

Desplazamientos como éste se contaron por docenas hasta mediados de 1985 en que se realizó el último. Fredes fuerza su memoria y nos dice: “Las personas que fuimos trasladadas de esta manera sumamos docenas de miles. En López Peña sólo, hay una población actual de aproximadamente diez mil personas entre colaboradores de los grupos insurgentes en el macizo de Trinidad, sospechosos de colaborar y familiares de éstos, además de unos cuantos núcleos de familias que constituyen la red de informantes permanentes del gobierno que siguen nuestros pasos. Los otros tres pueblos cautivos deben tener poblaciones y status similares”.

 

“Cuando llegamos al lugar -concluye Fredes- nos dimos cuenta de que sólo existían los edificios de viviendas. No había calles pavimentadas, ni aceras, ni áreas verdes, ni parques, ni círculos infantiles (guarderías), ni escuelas para nuestros hijos, ni centros de recreación. Apenas una tienda de comestibles, otra de ropa, una placita de viandas y hortalizas, la barbería-peluquería y la posta médica. Las autoridades consideraban que era suficiente para atender a diez mil personas. Con el paso de los años habilitaron tres casitas como escuelas primarias. Más tarde, al darle casa a los últimos presos, convirtieron el albergue donde vivían en escuela primaria. Los adolescentes que asistían a la secundaria básica debían dirigirse hasta el pueblo de San Cristóbal, ubicado a ocho o diez kilómetros de distancia, la mayoría de las veces a pie, por no tener transporte en el cual trasladarse”.

 

Cuando Fredesvinda Hernández Méndez llegó a López Peña ya había allí unas 300 familias. Hoy esa cifra se eleva a 2,500 núcleos. Con el tiempo transcurrido pensó que su situación iría mejorando y que los odios de las partes en conflicto quedarían en el pasado, pero la frase que los oficiales castristas le dijeron a su suegro y demás presos políticos desterrados cuando los concentraron en la ciudad de Santa Clara, el 15 de diciembre de 1971, no fue dicha para que se olvidara. En realidad formaba y forma parte del tratamiento sociopolítico y económico que el gobierno de Fidel Castro le tiene reservado a todo aquél que, de alguna manera, se le opone.

Borrados de la Historia Cubana

Idolida Darias

 

En el 2002 hice un trabajo de investigación con personas del Escambray que por caprichos de Castro fueron llevados a prisión en Pinar del Río condenándolos a vivir en los Pueblos Cautivos, hecho que casi nadie de la población conoce a profundidad en Cuba. Esos campesinos, citados por el G-2 para distintos municipios aledaños al Escambray fueron obligados a subir a un tren y sin otro comentario que –los sacamos del Escambray por ayudar a los alzados, y porque ustedes son contrarrevolucionarios-, pasaron a formar parte de una extensa lista que los obligó a permanecer en régimen de cautiverio absoluto 10 años; y a vivir después en los Pueblos Cautivos que ellos mismos construyeron al lado de los barracones donde vivían presos.

 

No les hicieron juicios, no les extendieron sentencia al llevarlos allá, la única cuestión ‘legal’ que hubo fue la palabrería ofensiva del militar capitán Angel Martín quien en Sta. Clara antes de salir les precisó que nunca más volverían al Escambray. No les emitieron cartas de libertad al terminar la condena porque, irónicamente, todos los días los carceleros le recordaban que ellos no estaban presos allí, que sólo eran reconcentrados. Fueron también borrados de la Historia. Ningún archivo cubano recoge los 2100 hombres que un 15 de diciembre de 1971 iniciaron por Decreto Oral la etapa de cautivos, triste y dura, que aparecerá en la historia de Cuba que aún no se ha terminado de escribir.

 

También hoy me viene al recuerdo cada testimonio de hombres y mujeres de Manicaragua que en conversaciones con voz muy baja me contaron cómo en las montañas del Escambray cualquier lugar podía convertirse en escenario de un fusilamiento de tres o cuatro hombres a los que reunían públicamente y varios miembros del Ejército Rebelde les hacían un juicio en medio de un camino o en un escampado del terreno. Allí no mediaban actas de sentencia, ni al menos ‘fingidos’ abogados. Cualquier analfabeto, miliciano o soldado, que ni sabía qué era el Derecho, ni los derechos del hombre dictaba oralmente una sentencia -fusilamiento, paredón a hombres valientes que también fueron borrados de la historia y algunos de los cuales ni sus propias familias saben dónde fueron sepultados.

 

Son fragmentos del archivo cubano que nunca aparecerá escrito ni fotografiado como prueba de todo lo que ha mutilado o falseado Fidel Castro y su Grupito de Comandantes en la isla de Cuba. La naturaleza represiva del régimen totalitario que impera en Cuba perpetró hechos de tan intensa violencia y contra todo principio de derecho, nunca antes contemplados ni concebidos en la sociedad de la República de Cuba. Lo que es conocido como “Los Pueblos Cautivos” es uno de esos hechos, de los cuales casi nadie habla ni es conocido por muchos.

 

La historia de Cuba recoge un hecho similar a los Pueblos Cautivos, que fue conocido como “La Reconcentración”. Durante la guerra por la independencia, una estrategia desarrollada por las autoridades españolas -bajo el mando del General Valeriano Weyler- produjo este hecho salvaje e inhumano. Se hizo prisionera a la población civil que, radicada en zonas de operaciones o colindantes, podía simpatizar o colaborar con los insurgentes cubanos, y fue internada en típicos campos de concentración. Allí, tanto personas individuales como familias, fueron mantenidas dentro de las peores condiciones y bajo un fiero y abusivo régimen carcelario. Nadie pudo concebir que algo tan represivo e injustificable pudiera repetirse en nuestra vida republicana. Las maniobras para intentar desviar el curso original de la insurrección democrática y civilista que arriba al poder en 1959, tropezó con un fuerte movimiento de oposición. La brutal política represiva impuesta por el incipiente régimen totalitario no dejó otra alternativa que la oposición violenta.

 

En la lucha contra las guerrillas, la cúpula castrista aplicó la misma táctica española de la colonia. Principalmente en zonas rurales de Las Villas y Matanzas -donde se desarrollaba un fuerte movimiento guerrillero- miles de familias fueron obligadas a abandonar sus hogares y pertenencias. Montadas atropelladamente en vehículos militares con fuerte escolta militar, fueron “reubicadas de manera forzada” en otras regiones del país. Testimonio de ello son las decenas de pueblos creados con estas familias, que no podían salir de ellos, por lo que se les llamó “Pueblos Cautivos”. En septiembre de 1960, siendo el comandante Félix Torres jefe de operaciones de la zona central del país, donde tenía lugar una intensa actividad guerrillera, se inicia el proceso de desalojo forzado de familias asentadas en territorios del Escambray y de Matanzas, teniendo que dejar atrás viviendas y propiedades.

 

En la finca La Picadura, entre Santa Clara y Cifuentes, se establece el centro de confinamiento. Las familias fueron obligadas a vivir en barracones de sacos y rústicos almacenes de fertilizantes, en condiciones muy precarias y abusivas. Este proceso criminal intensificó su violencia y ya para 1964 eran miles los prisioneros, entre hombres, mujeres y niños. Comenzó su cruel traslado. Primero hasta la ciudad de Santa Clara, en largas y penosas jornadas sobre camiones militares, y después abordo de trenes-cárceles, siempre sometiéndolos a un trato inhumano con todo tipo de vejaciones. A las mujeres y a los niños los llevaron al principio hasta el reparto Miramar, en la ciudad de La Habana, donde se les hacinó en casas en las que se estableció un riguroso régimen carcelario. Mientras, los hombres continuaron su viaje hasta distintos parajes de la más occidental provincia cubana, Pinar del Río.

 

Allí fueron confinados en campos de concentración, siendo forzados a construir unidades de viviendas multifamiliares que fueron constituyendo precarios poblados, con una sola entrada-salida y férrea organización y control militares. Al cabo de tres años, las mujeres y los niños fueron conducidos a esos “Pueblos Cautivos”, donde, para colmo de ensañamiento, se les obligó a las familias a pagar renta. Esta práctica inhumana se siguió repitiendo hasta 1985, a pesar de que las actividades guerrilleras cesaron a finales de 1966. Así fueron creados Pueblos Cautivos en las provincias de Pinar del Río (Sandino 1, Sandino 2, Sandino 3, Briones Montoto, Ramón López Peña, Fajardo…) y Camaguey (Pina, Las Clavellinas, Miraflores…). Según un estudio clandestino realizado en Cuba, existieron -y aún existen algunos-, 21 Pueblos Cautivos, en diferentes épocas y lugares. Si consideramos que en cada uno de ellos fueron confinadas un mínimo de mil personas, podemos hacernos una idea de la magnitud de la tragedia. En ese estudio participó el hoy exiliado Dr. José Luis Piñeiro, quien fue llevado de niño a uno de esos poblados el 13 de septiembre de 1973.

Cuba: Desplazados y pueblos cautivos

Palabras de presentación de Juan Manuel Salvat, de Ediciones Universal, durante la primera presentación del libro Cuba: Desplazados y pueblos cautivos, realizado conjuntamente con Pedro Corzo e Idolidia Darias.

Un libro esencial para conocer la barbarie de un régimen que aplicó una nueva reconcentración, para evitar la resistencia popular contra el totalitarismo comunista.

Palabras de Saturnino Polón, director del Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo, durante la primera presentación del libro Cuba: Desplazados y pueblos cautivos, de Pedro Corzo, Amado Rodríguez e Idolidia Darias.

Palabras de Pedro Corzo, periodista y autor, durante la primera presentación del libro Cuba: Desplazados y pueblos cautivos, realizado conjuntamente con Amado Rodríguez e Idolidia Darias.

Palabras del Rev. Marcos A. Ramos, historiador y periodista, durante la primera presentación del libro Cuba: Desplazados y pueblos cautivos, de Pedro Corzo, Amado Rodríguez e Idolidia Darias.

Palabras de Amado Rodríguez, ex prisionero político y autor, durante la primera presentación del libro Cuba: Desplazados y pueblos cautivos, realizado conjuntamente con Pedro Corzo e Idolidia Darias.

Palabras de Idolidia Darias, periodista y autora, durante la primera presentación del libro Cuba: Desplazados y pueblos cautivos, realizado conjuntamente con Pedro Corzo y Amado Rodríguez.

Sesión de preguntas durante la primera presentación del libro Cuba: Desplazados y pueblos cautivos, de Pedro Corzo, Amado Rodríguez e Idolidia Darias.

Un Secreto Bien Guardado:

los Pueblos Cautivos de Cuba

Aleida Durán

 

Ocurrían los tristemente célebres desalojos de campesinos de la Sierra del Escambray, a principios de los años 60. Evelio Duque, quien comandaba guerrillas alzadas en armas contra el régimen implantado en Cuba en 1959, cuenta que de las miles de casas que había en el Escambray, 8 de cada 10 eran quemadas por las milicias de Fidel Castro. El ejército evitaba así que los campesinos de la zona proporcionaran alimentos o ayuda de cualquier tipo a los guerrilleros.

 

Los llevaban a lejanos lugares desérticos, preferiblemente en la provincia de Pinar del Río, a los cuales llamaban granjas pero que eran en realidad verdaderos campos de concentración. Sandino era una de ellas.

 

Pero la pesadilla no terminó con el exterminio de las guerrillas...

Yunia Siverio es menuda, trigueña y bonita; le encantan los espacios abiertos y tomar fotos de todo y todos. Ríe frecuentemente: está feliz. Por primera vez, es una chica libre.

 

Han pasado 24 años desde que nació en Antonio Briones Montoto, uno de los varios “pueblos cautivos” de Cuba. En apariencia, pueblos que la mayoría de los cubanos no distinguen de los demás porque el gobierno cubano se ha encargado de hacerlos aparecer comunes y corrientes. Pero no lo son.

 

A la hermana de Yunia, Yusel, le gusta hablar y escribir, contar sus experiencias, expresar lo que por tantos años calló. Quizás algún día escribirá un libro y contará la historia. Ahora tiene 27 años. Ella prácticamente nació también en Antonio Briones. Fue llevada allí con sus padres en un transporte custodiado por soldados cuando tenía tres años de edad.

 

La familia Siverio, padre, madre y dos hijas, llegó a los Estados Unidos en 1996, después de pasar más de 20 años en Antonio Briones Montoto. Su padre y muchos otros, prisioneros como él, construyeron esos pueblos con sus propias manos, acusados de nada, sin que jamás se les celebrara juicio. Muchos de ellos ni siquiera habían atentado contra el gobierno. Simplemente habían vivido en el lugar equivocado en un tiempo equivocado.

 

El padre, Arsenio Siverio, es hoy un hombre de 60 años, alto, delgado, con una mano casi inutilizada por una sierra de carpintero, y el rostro y el alma surcados por años de dolor y rabia.

 

Cultivaba un pedazo de tierra en la zona campesina de Fomento, provincia de Las Villas, en la región central de Cuba. En 1960, cuando tenía 20 años, grupos de cubanos descontentos por las injusticias que cometía la revolución entronizada en el poder desde el año anterior, se alzaron en armas en la Sierra del Escambray, cercana a su humilde hogar, con la esperanza de derrotar al régimen.

 

Según Duque, los alzados bajo su mando no eran más de 800, pero el gobierno desató contra ellos una ofensiva descomunal con más de 10 mil hombres.

 

A escondidas, Siverio daba algunos alimentos a los alzados, los ayudaba. A él tampoco le gustaba el nuevo régimen. Siempre había sido pobre pero libre. Ahora seguía siendo pobre pero no se sentía libre.

 

En 1963 fue arrestado y encarcelado por dos años. Su pequeño cultivo y los pocos animales que criaba para el sustento familiar, desaparecieron. Dos años después lo excarcelaron.

 

Campesino tozudo, volvió a cultivar la tierra y a criar pollos y gallinas. El 15 de noviembre de 1971, mucho después de que el foco rebelde hubiera sido aniquilado, lo visitaron milicianos del régimen: tendría que acompañarlos a una reunión en Santa Clara, capital de la provincia.

 

La “reunión” se celebró en el campo de deportes de la Universidad de Santa Clara. Mil 44 hombres rodeados de ametralladoras.

 

“Ustedes son indeseables en la zona donde viven. Serán trasladados a otro lugar. Sus familias serán avisadas para que les envíen alguna muda de ropa”, dijo el militar que dirigía aquella extraña reunión. Siverio supo que su nuevo esfuerzo de los años recientes volvería a evaporarse. Pero no adivinaba lo que le esperaba.

 

El y todos los demás fueron trasladados en trenes de carga a un área desértica de la provincia de Pinar del Río: la llamada “granja tabacalera Sandino”.

 

“Si se portan bien y trabajan duro, recibirán un pase para visitar por unos días a sus familias, cada tres meses”, les dijeron.

 

Allí habían ido a parar también prisioneros, ex prisioneros y campesinos desalojados hacía años de esa y de otras zonas “de conflicto”. Entiéndase en donde vivían sospechosos de ser desafectos al régimen.

 

Un año más tarde, Siverio y muchos de sus compañeros de cautiverio fueron trasladados a otra granja, Antonio Briones Montoto. El régimen había decretado levantar pueblos con y para desafectos al régimen. “Los evacuados del Escambray”, les llamaba el gobierno.

 

Poco a poco fueron construyendo edificios de 4, 8, 12, 24 o 30 apartamentos. Aproximadamente cada tres meses los reclusos, “si se portaban bien”, recibían un pase de cinco días para visitar a sus familias. Salían escalonadamente, por municipios, y siempre custodiados por guardias. Si casualmente llegaba un dignatario extranjero a Cuba en los días que les tocaba el turno, no había salida. Tendrían que esperar otros tres meses.

 

Siverio afirma que en Cuba hay, por lo menos, siete u ocho “pueblos cautivos” diseminados por las provincias de Pinar del Río y Camagüey.

 

A medida que los edificios se terminaban, los “evacuados” eran transportados a sus pueblos de origen a buscar a sus familias. Siverio, su esposa Pilar y la pequeña Yusel, entonces de tres años, reanudaron su vida familiar en aquel pueblo situado a muchos kilómetros de distancia de su lugar de origen. Allí nació Yunia.

 

Poco a poco las que antes habían sido granjas o lugares desiertos, se fueron convirtiendo en pueblos con escuelas, centros de salud, estación de policía, aparentemente en nada diferente a cualquier otro pueblo. Pero en cada uno había un grupo que daba órdenes y una masa popular con movimientos controlados.

 

“En la escuela éramos mal mirados por los maestros y rehuidos por los hijos de los funcionarios: éramos hijos de presos políticos”, dice Yusel. “Tampoco podíamos ir a las mejores escuelas, ni estudiar la carrera que quisiéramos. Cuando terminé la secundaria yo quería estudiar medicina. No me lo permitieron: era hija de un preso político”.

 

Los padres trabajaban solamente en dos campos: la agricultura y la construcción. Se les concedía permiso para viajar, por ejemplo, a la capital de la provincia de Pinar del Río; pero si había algún acto político no podían salir del pueblo.

 

Gradualmente, gracias a las denuncias de los exiliados acerca de las violaciones a los derechos humanos de los cubanos en la isla, el régimen fue aflojando y la vida fue algo más fácil para las poblaciones cautivas, o “evacuadas”.

 

En 1980, tres o cuatro familias de Antonio Briones, a quienes sus parientes en Estados Unidos fueron a buscar por el puerto de Mariel, pudieron abandonar el país, sin sufrir actos de repudio, según Siverio.

 

“El jefe militar advirtió a los que vinieron de otros lugares con esa intención, que el nuestro era un pueblo diferente: estábamos claramente definidos.Y que si había problemas, probablemente los apaleados o muertos, serían ellos”, cuenta Siverio. No hubo ninguna manifestación de repudio “popular”.

 

Tampoco la hubo contra Norberto Esquivel. Según el régimen, él nunca estuvo preso. Era de Fomento, en donde nació y vivió siempre.

 

Cuando llegó al poder el gobierno de Castro, rehusó ser miliciano, o hacer guardias. Suficiente para ser considerado “enemigo de la revolución”.

 

Fue uno de los miles a quienes montaron en un tren militar y trasladaron a Sandino y luego a Briones Montoto. Allí vivió, como los demás, prácticamente en cautiverio.

 

Como no había sido sometido a juicio, no aparecía como preso político. Cuando el acuerdo migratorio entre Estados Unidos y Cuba permitió la salida de la isla de ex presos políticos, y la entrada en este país, él no podía acogerse al plan.

 

“Si no llego a encontrar guardado uno de los pases que me habían dado al principio para ir a ver a mi familia, todavía estaría en Cuba”, dice Esquivel. El y su esposa Consuelo pudieron salir en marzo de 1980, vía España. Ahora los Esquivel tienen ese pase enmarcado en la sala de su hogar.

 

Por otra parte, la situación en los pueblos cautivos ha ido cambiando en los últimos años. La población ha aumentado con la llegada de nuevos pobladores y aunque allí continúa viviendo gran parte de las familias iniciales, hoy están en contra del gobierno muchos de los que antes estaban a favor.

 

“Tanto, que yo recibí más de una propuesta de matrimonio de muchachos que nos repudiaban cuando éramos niños. Tenían la esperanza de poderse ir conmigo de Cuba vía matrimonio”, afirma Yunia con una sonrisa de satisfacción.

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.