CINE CUBANO (CONTINUACIÓN)

Habanastation (Película cubana, 2011)

Sinopsis: El principal escenario donde Mayito descubrirá la otra Cuba en la que vive Carlos -bien alejada de la lujosa casa en Miramar donde él vive con sus padres- es un barrio marginal próximo a la Plaza de la Revolución: La Tinta es el nombre utilizado en la película. Aunque hace muchos años no lo visito     –siempre iba de día, para comprar productos de primera necesidad inexistentes en el comercio estatal- me parece reconocer al barrio La Timba, cercano al cementerio Colón y a la Plaza de la Revolución.

El primer largometraje del director cubano Ian Padrón realizado en 2011, muestra lo mejor posible dadas las circunstancias imperantes en Cuba –no puede olvidarse la autocensura que se tienen que aplicar los cineastas cubanos para que sus obras puedan exhibirse-, la situación existente en la Cuba creada por los hermanos Castro. Narra una historia que revela la realidad cubana –la que no conocen los turistas-, desde la cotidianeidad de un par de niños en La Habana de hoy, donde coexisten barrios de ricos con un centenar de barrios marginales –el que se muestra en la película es de los mejores-, donde la ilegalidad es el pan nuestro de cada día, las personas –incluidos profesores universitarios y médicos- tienen que hacer maravillas para poder realizar tres comidas al día, se toma ron a granel y se trafica con todo, incluyendo sexo, marihuana y cocaína. 

Teorema (Cortometraje, 2011)

Bailando cha cha cha (Película cubana, 2011)

Juan de los Muertos (Película cubana, 2011)

 

‘Juan de los Muertos’: la condición zombi

Néstor Díaz de Villegas

6 de abril de 2012

    

En contraste con la modorra de Fernando Pérez, aparece esta obra provocadora, rebosante de salud y mala leche. La sangre que no vemos, la sangre cubana derramada, surge, por fin, en Juan de los Muertos con una explosión orgiástica: miles de galones de anilina y ketchup rociados en pantalla. El castrismo sangriento y la modorra cubana son los cables de los que pende nuestra primera película de muertos vivos.

 

Es cierto que los zombis habían aparecido en Cuba con anterioridad: eran el zapatero, el bailarín, y la vendedora de maní de Suite Habana. Debido al efecto fernandoperezoso, que drena la vitalidad y lobotomiza los instintos, los zombies de Madagascar, o de La vida es silbar, no fueron fichados inmediatamente. La zombificación ciudadana de aquellas cintas culminaría en la imbecilización patriótica de El ojo del canario.

 

Se hacía necesario romperle la crisma a toda esa gente, había que clavarle una estaca en el corazón para que por fin gritara, gusaneara, se retorciera y vomitara la rabia. Se requerían los servicios de un joven cazafantasmas, uno capaz de desafiar el peligro. Era un trabajo a la medida de Alejandro Brugués.

 

Socialismo + Muerte = zombi

 

Los amantes del cine cubano esperaban que nuestra próxima obra maestra fuera otra Memorias del subdesarrollo; o, por lo menos, una secuela de Lucía, con Raquel Revuelta vagando en el trapiche y un chivato disidente que la traicionara. Pero las claves nacionales han cambiado y el cine nos entrega un nuevo tipo de masterpiece. Primero fue Memorias del desarrollo, la historia de un sonámbulo que termina sus días en una estación espacial de Utah, empatado con una mormona, y ahora, una comedia costumbrista situada en el más allá, heredera no del cine cubano, sino del cubanoamericano: de George C. Romero.

 

Juan de los Muertos tiene también mucho de Cazafantasmas, pero lo que nuestros cazadores rematan son las ilusiones de un proyecto social fallido. He aquí la muerte del pueblo como protagonista, de su Historia, de sus películas. Tendremos que buscarnos otros héroes, otros actores, pues a partir de Juan de los Muertos, la “masa” queda descalificada para asumir el papel de conductora de la sociedad.

 

La misma “masa” —parece querer decirnos Brugués— contagia. Una manera alternativa de concebir la epidemia zombi sería como masificación, es decir: como socialismo. El igualitarismo que nos emparejó en la miseria ahora nos ha igualado en la enfermedad y la decrepitud.

 

Juan de los Muertos no se ocupa de rastrear los orígenes del mal, aunque sugerirá la existencia de un papá Zombi, o Gran-Muerto-Vivo, que, con su sola presencia, con su anómala sobrevivencia, provoca la calamidad nacional. La cacería de difuntos es solo una solución parcial del problema mayor. Mientras no logremos enterrar el asta de la bandera en el corazón del “indifunto”, todo seguirá igual. Se rumora que Brugués concibió una réplica del yate Granma como vehículo de escape en la escena final, pero con eso solo habría conseguido explicar lo obvio.

 

Catauro de fidelismos

 

La película saca a la luz otro aspecto terrible de la Cuba actual: el empocilgamiento lingüístico. Juan de los Muertos es de una procacidad tal, que los traductores de subtítulos se ven en aprietos a la hora de verter frases como: “¡Sacaron el pan con ping_ y se acabó el pan!”, o de negociar el repetido uso del rechinante “¡Maricón!”, que a veces está traducido como “¡Faggot!”, y otras veces como “¡Bastard!”

 

Si es verdad que los demonios se expresan en cochinadas, entonces es natural que el guión de Juan de los Muertos sea una cloaca. El idioma del cubano se ha demonizado: Cuba es una Linda Blair que retuerce el pescuezo y echa pestes por la boca. La película de Brugués viene a confirmar la necesidad urgente de un exorcismo nacional.

 

Con la revolución castrista entraron en nuestro catauro las palabras “escoria”, “gusano” y “mariconzón”, entre otras lindezas, mientras que los términos “libertad” y “disidencia” se convirtieron en gazapos, en malas palabras. El castrismo opera a nivel de lenguaje su transvaloración de valores: Juan de los Muertos insiste en que la sociedad actual está necesitada de una profunda limpieza.

 

La condición zombi

 

Los estereotípicos integrantes del pelotón cazafantasmas son un corte longitudinal de la sociedad raulista: el jinetero, el travesti, el sonador, el negrazo, el bisnero, la puta y el pionero. Sobre sus hombros pesa la colosal tarea de detener las huestes de posesos. Una sociedad desarmada ante un enemigo omnipotente hará del remo un arma, de la desidia una bomba y de la impiedad una coraza. La insolidaridad y la fatiga los une, no un propósito definido. Son, como ha dicho Alejandro Ríos, cuentapropistas del horror.

 

 

Juan de los muertos, Juan sin nada

Alexis Romay

18 de noviembre de 2012

 

Es la película hecha en Cuba que más menciona a la disidencia. Para ridiculizarla hasta el paroxismo.

 

Un hombre en una balsa mira al cielo. El verso anterior es endecasílabo. Pero no me gusta solo por eso. Hubo una época en la historia nacional cubana en la que la oración inicial de este párrafo no tenía otra connotación que la que sugiere la lectura literal: uno podía pensar en las vacaciones, en un buen bronceado, en lo fácil que es dormir con el arrullo de las olas. Pero después de medio siglo de oleadas de fugitivos que han preferido la incertidumbre del mar y la muerte a la certeza del socialismo o muerte, la imagen de un hombre sobre una balsa tiene una innegable carga subversiva en el contexto cubano.

 

Juan de los muertos (Alejandro Brugués, 2010) comienza con esa imagen del hombre en la balsa mirando al infinito intercalada con una toma desde abajo que le hace un guiño a Tiburón sangriento. Claro que en ese instante inicial el protagonista es Juan a secas, un habanero vividor que cuando su compinche regresa del fondo marino sin peces en el jamo, sabe tranquilizarlo diciéndole: “Esto no es de cuánto se coja, sino de pasarla bien”.

 

Nihilista convencido, cuándo su amigo le pregunta si a veces no le dan ganas de irse a Miami, responde que allá tendría que trabajar. (De hecho, en varias ocasiones en la película, Juan deja claro que prefiere La Habana del fin del mundo que la tierra prometida de Miami).

 

No han pasado tres minutos cuando el futuro exterminador de zombies confiesa que él es un sobreviviente: “Sobreviví al Mariel, sobreviví a Angola, sobreviví al Periodo Especial y a la cosa esta que vino después”. Y en esa declaración el espectador confirma una vez más que en la Isla se ha patentado el modo de hablar por omisiones, que somos —o, mejor, son— los campeones panamericanos del circunloquio. Porque el “Mariel” es esa fisura nacional que constituyó el éxodo de 125 mil personas, en medio de pogromos instigados por la dictadura; “Angola” se refiere a la intervención cubana en una guerra que le dejó una larga estela de muertos; el “periodo especial” tuvo de especial lo que Abel Prieto tiene de novelista, y “la cosa que vino después” (es decir, lo que hay ahora) es el caos, la gerontocracia dinástica, la reincidencia de las redadas policiales, el regreso a los actos de repudio y la más descarnada barbarie revolucionaria.

 

De nada de eso se entera el cinéfilo no cubano. Pero, vale, Juan sin nada ha salido ileso de todo el sinsentido y la violencia patria. Y ahí está, embalsamado en su balsa y, como rezaba el refrán, vacilando el comunismo.

 

Por lo demás, la película empieza bien. Con el Malecón de fondo e Irakere deleitando a la audiencia con su “Bacalao con Pan”. Así nos adentramos en lo que queda de La Habana, confiando en que la cinta puede cautivar o encantar. Después de todo, aunque el héroe no sea un caballero andante en el sentido más estricto del término, la trama no solo es episódica, es quijotesca. No es coincidencia que Juan —el Quijote cubano— sea un flaco desgarbado, y que Lázaro, su escudero, aparezca representado por un Sancho dicharachero y regordete. Como tampoco es casual que el protagonista se lance a descuartizar zombies para ganarse el amor de una dulcinea que es, a la postre, su hija.

 

Pero el encanto tendrá que esperar por estas notas. Sospecho que va a costar mucho sacudirse la homofobia del carácter nacional si ésta continúa promoviéndose con tanta ligereza en la lengua vernácula y reproduciéndose con igual facilidad en la gran pantalla. Abundan las ocasiones en el largometraje en que los personajes se refieren a los demás, siempre en tono despectivo, como “maricones”. Incluso antes de presentar a las dos caricaturas de negros, que son además dos caricaturas de homosexuales, ya el protagonista etiqueta a un militar como “sodomita”.

 

El hijo del uniformado pregunta qué es eso y Juan responde que una sustancia química. El niño no se entera, pero seguro que la audiencia le ríe la gracia. Ese adefesio vestido de verde representa al enemigo del pueblo, al represor, al chivato. Equiparar a uno que, como cantara Pedro Luis Ferrer, “tiene delirio de amar varones” con otro que los delata y los reprime es, cuando menos, lamentable. En el peor de los casos, constituye, ay, al decir de la Real Academia Española: una mariconada.

 

Antes de la canonización de Denzel Washington, el cine de Hollywood —del cual jamás renegaré, a pesar de sus taras— había establecido el cliché de que el negro siempre moría previo al arribo de los créditos. Y en las ocasiones en que mataban al blanco, lo mataban por culpa del negro. Esta regla ha cambiado con los años. Pero en Cuba no se enteraron. La película pudo haberse titulado Juan sin los negros. En una isla de la que —al margen de cómo se perciban los mulatos claros— una parte notable de la población es descendiente de afrocubanos, llama la atención que los dos personajes de la raza en cuestión sean sendas caricaturas: el uno, la loca de carroza que describía Reinaldo Arenas; el otro, una mezcla de bugarrón con Mike Tyson (al cual le toma prestado el tatuaje de la cara) que se desmaya a la primera señal de sangre. Al escuchar esos truenos, no me sorprendió tanto que a ambos los mataran como a perros. O, perdón, como a zombies.

 

Ah, sí, porque el largometraje va de muertos-vivos. La primera mención que se hace de la epidemia que recorre el país —a la misma velocidad que antes circulaba la noticia de que había llegado el pollo a la carnicería— se escucha en un televisor de fondo que aburre a los protagonistas: el locutor televisivo anuncia que hay un virus que se está diseminando por campos y ciudades y que dicho flagelo ha sido insertado en suelo patrio por ese enemigo del pueblo revolucionario que es el imperio de los Estados Unidos. De ahí, los protagonistas infieren que todos los contaminados por el virus son “disidentes”. A lo mejor se rieron en La Habana. A mí, que vi el largometraje en el sofá de mi sala de Nueva Jersey, no me causó ninguna gracia.

 

Lo malo que tiene basar una película en una broma pesada es que luego hay que sufrir a lo largo de toda la cinta chistes que son un plomo. Lo lamentable de montar una cadena de pujos sobre una premisa que en lugar de cimientos tiene escombros es que en algún momento se va a derrumbar y entonces quedará el espectador sentado frente a la ruina de una nación.

 

Juan de los muertos tiene el mérito de ser la película hecha en Cuba durante los estertores del castrismo que más menciona a la disidencia. Pero es un mérito cuestionable en cuanto que la ridiculiza hasta el paroxismo. Y lo peor: la deshumaniza. Convierte a los disidentes en no personas, tarea de la que ya se ha encargado el régimen de los Castro, no con poco éxito. El barbudo los hizo gusanos. El cineasta los hace zombies. El protagonista anuncia siempre que contesta el teléfono: “Juan de los muertos; matamos a sus seres queridos”. Y lo cumple. Sale a matar. En más de una ocasión, entre machetazo y golpe de remo, los exterminadores dejan caer un comentario sobre los “disidentes” que van eliminando. La recurrencia del chiste intenta burlarse de la política gubernamental que convierte a todos los enemigos del Gobierno en enemigos del pueblo. Pero al denigrarla en broma le hace un flaco favor a la creciente sociedad civil en la Isla.

 

Juan de los muertos muestra la debacle de una civilización que hace mucho tiempo dejó de serlo. Lo triste es que la hipérbole no es tal. No tiene que llegar el Apocalipsis para ver una Habana en ruinas, plagada de zombies. Pero el filme equivoca la metáfora. Los disidentes no son los zombies. Las turbas que reprimen, que se suman a las golpizas y los actos de repudio, que a instancias del régimen cubano salen a golpear a sus compatriotas: he ahí los verdaderos muertos-vivos. A esa masa idiotizada y vil va este mensaje: morir en vida por la patria no es vivir.

Verde, verde (Película cubana, 2012)

Y, sin embargo (Película cubana, 2012)

Vecinos peligrosos (Película cubana, 2012)

7 días en La Habana (Película cubana, 2012)

Pretende ser un retrato de La Habana actual, contado en un solo largometraje compuesto por 7 capítulos –uno por cada día de la semana- dirigidos por Benicio del Toro, Pablo Trapero, Julio Medem, Elia Suleiman, Gaspar Noé, Juan Carlos Tabío y Laurent Cantet, respectivamente. Actores: Josh Hutcherson, Daniel Brühl, Elia Suleiman, Emir Kusturika, Mirta Ibarra, Natalia Amore y Othello Rensoli.

La película de Ana (Película cubana, 2012)

La actriz, el personaje y la jinetera

Roberto Madrigal

13 de febrero de 2013

 

Ana es una actriz, como dice un personaje de la película, de “segunda barra” que trabaja mayormente en telenovelas de mala muerte filmadas con desgano y monotonía en los estudios maltrechos de la televisión cubana. Tiene aspiraciones artísticas y parece causar problemas constantemente al director de los seriales. Habita en condiciones paupérrimas en una deteriorada casa habanera con Vergara, su pareja, que es un director de documentales de tema agrario y cuyo mayor logro fue la realización de un corto titulado La melancolía del hipocampo. Sueña con hacer cine de verdad pero no sale adelante. En la casa también viven la madre, la hermana y el sobrino de Ana.

 

La hermana de Ana pinta uñas para ganarse la vida y al comenzar la película se encuentra de visita Richard, su marido, que vive en Miami. Inicialmente se le presenta como un tipo pedante, que alardea de sus experiencias americanas ante los pobres ignorantes cubanos. En esta casa todos los equipos electrodomésticos hace rato que han dejado de funcionar y ante las quejas de la familia, Richard se ofrece a poner dólares para comprar un refrigerador. Ana, quien parece haber tenido algún tipo de relación anterior con Richard, salta indignada y para sorpresa del resto de la familia dice que ella se encarga de eso, que le han dado un papel en una película y le van a pagar en dólares, lo cual por supuesto, es mentira.

 

Desesperada por resolver los dólares necesarios sale a buscar a Flavia, una muchacha a quien de pasada le oyó hablar, en casa de su peluquera, sobre un casting que unos extranjeros estaban haciendo para una película por lo cual pagarían 500 dólares. Flavia tiene su historia jineteril de haber ido a vivir a Alemania tras casarse con un alemán, pero este abusaba de ella y se vio obligada a regresar a Cuba. Ana se entera de que el proyecto es de unos alemanes o austriacos que quieren filmar un documental sobre una jinetera de verdad. Con la ayuda de Dania, se prepara a desarrollar su personaje de Ginette y aquí comienza una suerte de comedia de enredos en los cuales la ficción comienza a adentrarse en la realidad, Ana se absorbe, no sin torpezas en el personaje de Ginette y Vergara pasa de ser utilizado a aprovechador y se mezcla en colaborar con esta realidad ficticia que termina creando problemas reales a todos los personajes.

 

El filme está narrado en la forma tradicional de una telenovela y no presenta ninguna novedad formal. No explota bien la relación fantasía-realidad dentro de los personajes, pero resulta una película amena, que ha tenido mucho éxito de público en La Habana. El tema del jineteo es ya un huésped muy frecuente en la cinematografía cubana, lo único novedoso aquí es crear una jinetera de fantasía para el lente del extranjero.

 

Para sorpresa mía, el argumento fluye con ligereza, excepto en un par de momentos, y los personajes no se ven obligados a atragantarse declamando frases que parecen escritas por sordos, lo cual es un fenómeno endémico del cine cubano. El guión está escrito por Eduardo del Llano y Daniel Díaz Torres, quienes han colaborado anteriormente en Alicia en el pueblo Maravillas, Kleines Tropicana, Hacerse el sueco y en Lisanka. A juzgar por los guiones escritos por Díaz Torres con otros colaboradores y por sus artículos de los años setenta en la revista Cine cubano, llenos de un lenguaje rígido de manual de instrucción revolucionaria y en los cuales había más comillas que palabras, me inclino a pensar que el responsable de los logros del libreto es del Llano, quien es un escritor con buen oficio, quien además de guiones tiene en su haber libros de narrativa y que ha escrito y dirigido cortometrajes con buen sentido del humor como Monte Rouge.

 

Díaz Torres (La Habana, 1948), quien comenzó alrededor de 1975 como documentalista y como asesor de Santiago Álvarez en los Noticieros del ICAIC, es un director de gran experiencia y respetable artesanía. Realizó la muy controversial Alicia en el pueblo Maravillas (1991), pero quedó llena de claves y alegorías crípticas solo para entendidos y me parece que quedó muy corta de sus propósitos críticos, sin ser una gran obra artística. A partir de ahí ha realizado películas que no pasan de ser mediocres, incluyendo un documental dedicado a entrevistar al expresidente de la Asamblea Nacional de Cuba, el nefasto Ricardo Alarcón. Esta cinta es uno de sus mayores logros.

 

Pero la mayor sorpresa que reserva La película de Ana, es la extraordinaria actuación de Laura de la Uz, quien se mete de lleno en un papel complejo que conlleva hacer casi tres personajes en uno, con diferentes giros dramáticos y transiciones complicadas, todo lo cual resuelve con una naturalidad inusitada. Está prácticamente en todos los planos de la película y es su actuación la que define al personaje central, le da una organicidad que lo hace interesante y merecidamente se roba la atención del espectador. Sin la actuación de Laura de la Uz, el personaje de Ana-Ginette sería uno más o pudo haber sido un verdadero desastre. Laura salva a todo el mundo. Analizando su carrera en retrospectiva, a pesar de haber empezado como promesa joven en Hello Hemingway (1990) con apenas 20 años, nunca ha recibido la oportunidad de tener un papel estelar, lo cual después de ver esta actuación uno se pregunta las razones por las cuales se le negó.

 

Como complemento secundario, Yuliet Cruz (Pompas de jabón; Habana Blues y Habana Eva), en el rol de Flavia, está también en gran forma artística. Hasta ahora solamente le han permitido tocar una cuerda, pero la toca muy bien y es una actriz que llena la pantalla con su presencia y soltura. Tomás Cao (Habana Blues), como Vergara, hace lo mejor con lo que tiene en sus manos. El resto del elenco cumple su misión sin penas ni glorias.

 

La cinta fue elegida como la mejor película cubana del 2012 por la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica y recibió el Premio Coral por el mejor guión en el más reciente festival de cine de La Habana. Pero a pesar de que muchos hablan de sus elementos críticos, que los tiene, aunque son ajustes de cuentas viejas, hay un par de problemas con la película que apuntan a un maniqueísmo simplificador en la peor tradición ideológica de las autoridades culturales cubanas.

 

Resulta que el hecho que dispara el desarrollo del tema es el que un cubano de Miami, un exiliado traidor, quiera pagar por un refrigerador. Es preferible prostituirse y recibir dinero de un alemán o un austríaco antes de permitir eso. Como si unos dineros fueran mejores que otros o cualquier extranjero fuera mejor que un cubano exiliado. Por otra parte, los personajes locales son una vez más, presentados como víctimas de la historia, seres básicamente buenos tratando de hacer lo mejor para sobrevivir. Pero esas prostitutas angelicales tienen una larga tradición en el cine. Lo otro es la demonización del sexo. Todo se le permite a Ana mientras no tenga relaciones sexuales. Puede vender el alma pero no la vagina. Puede vender una ilusión pero nunca su identidad. Esto no solamente resulta simplista, puritano y barato, sino que le resta lucidez a la película con unas pretensiones de sermón subliminar que nunca debió temer. O es que quizá ese era el arreglo para poder decir lo otro y que se pudiera exhibir. Eso no lo sé, pero lo que queda es el maniqueísmo y la pequeña afrenta ideológica, en lo que hubiera sido simplemente una divertida comedia de enredos. Por todo esto, hay que dar una vez más las gracias a Laura de la Uz y a Yuliet Cruz.

 

La película de Ana(Cuba, 2012). Dirección: Daniel Díaz Torres. Guión: Eduardo del Llano y Daniel Díaz Torres. Fotografía: Raúl Pérez Ureta. Con: Laura de la Uz, Yuliet Cruz, Tobias Wolfgang y Tomás Cao. Disponible en DVD a través de Kímbara Cinemateca Cubana.

Melaza (Película cubana, 2012, trailer)

Los herederos de las ruinas

Roberto Madrigal

15 de febrero de 2013

El primero y el último plano de este filme son idénticos, porque aquí no cambia nada. Es la miseria como metáfora

 

Parece que finalmente emerge una generación de reemplazo en el cine cubano. Una joven generación con un enfoque crítico diferente y con un lenguaje cinematográfico heredado de fuentes más modernas e innovadoras, alejada de lenguaje del cine convencional y sobre todo de los preceptos del cine imperfecto que pregonaba Julio García Espinosa. Son cineastas cubanos nuevos que deben poco a los cineastas cubanos viejos. Pueden verse en muchos de sus cortometrajes, la mayoría son sus proyectos de graduación de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños. Finalmente Melaza parece ser su largometraje de irrupción.

 

Después de realizar varios cortometrajes, Carlos Lechuga (o Carlos Díaz Lechuga como también ha firmado sus cintas), debuta en el largometraje de ficción con minimalismo, pero por todo lo alto con esta película, abundante de una serena crudeza y una sutil pero metódica crueldad.

 

Mónica (Yuliet Cruz) y Aldo (Armando Miguel Gómez) son una pareja que viven en Melaza, un pueblo nombrado por el homónimo central al que rodea, no muy lejos de La Habana. Con el central cerrado desde hace tiempo y sin que se sepa cuándo volverá a abrirse, Melaza es un pueblo fantasma, en ruinas, más bien un batey embrujado cuyos habitantes deambulan sin dirección, matando el tiempo en una rutina que no tiene para cuando acabar.

 

Aldo es profesor en la escuela primaria local, que cuenta con seis alumnos además de su hijastra. Enseña a nadar en una piscina vacía, da clases de otras asignaturas y además es el encargado de la instrucción militar de preparación combativa. No parece tener nadie que lo supervise. Mónica es la única trabajadora del clausurado central, a donde asiste puntual y disciplinadamente cada mañana, vestida de oficinista urbana, para revisar las maquinarias destrozadas y reportar su capacidad técnica por teléfono, a una instancia superior. Su otra misión es recoger los bultos del periódico Trabajadores, que cada semana un avión deja caer cerca de los cañaverales y que nadie lee.

 

Habitan paupérrimamente en una mínima casa con la madre de Yuliet y su hija. Tienen que escapar con un colchón al ingenio cada vez que quieren tener relaciones sexuales, sin embargo, todos tienen que desparecerse por horas para alquilar la casa a otras parejas para que lo hagan, con tal de sacar algún dinero extra. Hacen diferentes tipos de negocios ilegales menores para sobrevivir y su única salida semanal parece ser ir a un lugar cercano, arrastrando la silla de ruedas de la madre de Mónica, para un breve picnic cerca de un estanque.

 

La policía los acosa, reciben multas y todos sus intentos de hacer algún dinero resultan en vano. Por el pueblo a cada rato pasa una guagua (bus) con un altoparlante maltrecho llamando a la población a seguir mostrando su apoyo a la Revolución. La emisora radial del pueblo lanza consignas y noticias falsamente alentadoras para mantener al pueblo motivado.

 

Todo esto es narrado en tono menor, con monotonía sarcástica. El dramatismo está contenido al máximo. Los planos, por lo general, son tomados con una cámara estática, a cierta distancia, y los personajes entran y salen de la acción aunque continúen en ella. Es el punto de observación del espectador ajeno y desinteresado. Lechuga ha declarado que sus mayores influencias son el tailandés Apichatpong Weerasethakul y el turco Neil Bulge Ceylan, y tiene razón, pues quizá por ser su primera película se le ven un poco las costuras. También pudo citar a Tsai Ming-Lian, a quien pienso le debe aún más, aunque es cierto que la forma en que filma el paisaje de los campos, el movimiento de los personajes y la entrada de la policía a las situaciones de los personajes, recuerdan a los dos primeros. Pero Lechuga se las arregla para que no parezca falso.

 

Los diálogos son breves, pero fluyen bien. Yuliet Cruz responde perfectamente a las exigencias del personaje y este es un papel distinto a los que anteriormente se la ha visto hacer muy bien en cine. Tiene la oportunidad de mostrar otra faceta de su talento. Armando Miguel Gómez parece un poco amarrado en su papel, pero no hace nada que lo dañe. El resto del elenco cumple aptamente sus funciones.

 

Aunque al cabo de un tiempo se prevé que los personajes no van a poder salir nunca de su jaula, uno no deja de identificarse e involucrarse en la entrenada desesperanza de los mismos. Todos están golpeados repetidamente por el látigo de la ruina cotidiana. Aceptan pasivamente continuar en su pobreza, no consideran ni alternativas y ya ni sueñan con otra vida. Padecen de un regocijo masoquista. El primero y el último plano del filme son idénticos, porque aquí no cambia nada. Es la miseria como metáfora. Lechuga no ofrece ni un asomo de soluciones, pero dentro de todo mantiene una inteligente ironía narrativa que permite diversos niveles de lectura.

 

No sé si el hecho de que en esta producción hay dinero de Francia, así como del fondo Hubert de Bals que ofrece el festival de cine de Rotterdam para promover nuevos cineastas en países subdesarrollados, haya hecho que el ojo del censor mire un poco hacia otro lado, pero lo cierto es que en Melaza el alarido agónico de toda una generación suena bien claro.

 

Melaza (Cuba-Francia-Panamá, 2012). Guión y dirección: Carlos Lechuga. Con: Yuliet Cruz, Armando Miguel Gómez y Luis Antonio Gotti. La película será presentada en el próximo Festival de Internacional de Cine de Miami que se celebrará del 1 al 10 de marzo. El DVD puede obtenerse a través de Kimbara Cinemateca Cubana.

Se vende (Película cubana, 2013)

Qué nos queda por vender

Yusimí Rodríguez López

24 de junio de 2013

 

‘Se vende’, la última película dirigida por Jorge Perugorría, Premio de la Popularidad en el último festival habanero, es risible, relajante y... olvidable

 

Coloque una protagonista joven, bien parecida y cándida (Nácar, como el jabón, interpretada por Dailenys Fuentes), y una amiga que sea todo lo contrario (en cuanto a candidez) para que el público no se aburra (Yuliet Cruz); agregue el imprescindible personaje del comunista intransigente estancado en sus ideas (Mario Balmaseda), contrastado por la experta en el arte de la supervivencia (Mirta Ibarra); sume tantas escenas de sexo como sea posible en menos de hora y media de película —sin olvidar la escenita de sexo homosexual, que al parecer ya no puede faltar. Al final, tiene usted una película cubana como tantas que hemos visto en los últimos años: risible, relajante y… olvidable.

 

Eso me pareció la película cubana Se vende, del director y actor Jorge Perugorría, último estreno en los cines de la capital. Muchos compatriotas tuvieron la oportunidad de verla, y aplaudirla, durante el último Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. El hecho de que la cinta se alzara con el Premio de la Popularidad en diciembre del 2012 demuestra la fidelidad del público cubano hacia la cinematografía nacional, y su necesidad de ver nuestra realidad reflejada, de alguna forma, en la pantalla. Y sé que habrá opiniones muy distintas a la mía sobre este filme.

 

Varias cosas me entristecen de la cinta. Primero, que sea tan predecible: hasta los momentos en donde uno debe reírse parecen marcados y el público. El poco público que había en el cine Yara cuando entré a verla reaccionaba como animales amaestrados. Segundo: pensar en las cosas de las que hemos llegado a reírnos. Y tercero: que de tan gastadas, no me causaran risa.

 

Todo parece visto antes: el recuento de la historia de Cuba hecho por la protagonista me recordó a la cinta Juan de los muertos. El recuento se inicia a finales de los años 60 y principios de los 70, con el Año del Esfuerzo Decisivo, la zafra de los (no alcanzados) Diez Millones; continúa con los dorados años 80 (no solo dorados porque fue la mejor época de este país, aunque la gente entonces no lo sabía, sino porque fue la década de venderle al Gobierno cualquier cosita de oro que tuviésemos en la casa —por el precio que determinara el Gobierno— para comprar un reproductor de video y cualquier pacotillita que entonces parecía la gran cosa), luego el Período Especial en los 90, hasta llegar a “esto que vino después” que, como dijo Juan de los Muertos, “nadie sabe qué cosa es”.

 

(No sé si los directores de cine se han dado a la tarea de llenar el espacio que falta en los libros escolares de Historia de Cuba, porque en ellos nuestra historia termina con el glorioso triunfo de 1959 y es como si se hubiese detenido allí. Para algunos, en cierta forma, es así.)

 

Mirando la pantalla tenía la impresión de estar ante un collage de lugares comunes, como si hubiera que apostar por ellos para arrancar una carcajada, o al menos una risita, sabiendo que el guión es endeble y los personajes estereotipos. Sucede con la escena del policía “palestino” —como despectivamente llamamos a los orientales—, que por supuesto luchará con uñas y dientes para quedarse en La Habana. Sucede con la voz de la locutora hablando de la moringa —que inspiró una reflexión de nuestro Comandante en Jefe después de un artículo sobre la planta publicado en Granma. ¿O fue el artículo lo que se publicó después de la reflexión? Supongo que el orden de los factores no altera el producto. Lo importante es que está la moringa y que el público se ríe cuando oye la voz de la locutora describiendo los beneficios que ya casi sabemos de memoria.

 

Y está Revolico.com, que todo el mundo en este país conoce, a pesar de que la página está bloqueada —al menos en los centros de trabajo, única posibilidad de conectarse a internet legalmente para cubanos de a pie en el momento que se hizo la película. O sea, hasta hace muy poco tiempo. (Iba a decir que no me creo la rapidez con que la protagonista del filme accede a internet, sobre todo a una página bloqueada como Revolico.com, pero ahora recuerdo que se trata de la oficina del jefe.)

 

Si algo agradezco al filme es el mostrarme, una vez más, cómo se ha ido ensanchando el diapasón de lo que puede mostrarse de nuestra realidad. Habanastation ya había mostrado (aunque ya lo sabíamos) que hay niños ricos y niños pobres en Cuba. Pero la culpa es de la fatalidad de un padre preso. En Se vende, se muestra la precariedad de los sueldos y la miseria de una profesional, pero la culpa no es de nadie.

 

Sé que esa miseria existe, aunque por momentos me pareciera incoherente. Yo, que soy una cubana de a pie, que malvivo de un sueldo, no monto un “almendrón” de diez o veinte pesos si no tengo comida en mi casa, o aunque la tuviera, porque pagar diez pesos por un taxi lo hago tres o cuatro veces al año en caso de extrema necesidad, y me duele por meses. La pobreza, cuando es real, se te cuela hasta los huesos de tal forma que cuando tienes dinero te aterra perderlo, te obliga a contar los quilos. No pude quitarme esa contradicción de la mente, a pesar de que más adelante el personaje interpretado por Jorge Perugorría (Noel) abre el refrigerador de la protagonista y solo encuentra un tomate.

 

Pero los tiempos cambian en este país. Cambian demasiado rápido para esos comunistas, o más bien fidelistas intransigentes que sacrificaron sus juventudes en el altar de la sociedad socialista y el futuro glorioso que prometían nuestros líderes. Había visto antes a ese personaje en filmes como El cuerno de la abundancia y Video de familia —magníficamente interpretado por Enrique Molina—, o sea: patético, desfasado en el tiempo, ridículo. Personaje al que solo le queda la “momificación natural”, como ocurre al padre de la protagonista (Mario Balmaseda) en Se vende. Confieso que esa solución me hizo sonreír. Ahora me pregunto si me habré estado riendo de mi propio padre, que también coreó consignas y las creyó.

 

Sí, ya es posible mostrar todo eso en la pantalla grande sin que se caiga el mundo. Eso es lo que me asusta. Hace veinte años el Gobierno se tomaba el trabajo de llenar un cine con militantes del Partido Comunista de Cuba (perdonen la redundancia donde la palabra “partido” habría sido suficiente) para impedir a los cubanos ver Alicia en el pueblo de Maravillas. No sé qué temía el Gobierno entonces, pero es evidente que ahora no hay nada que temer.

 

Tenemos miseria, sí. Desde hace muchos años los sueldos son simbólicos y sobrevivimos gracias a las ilegalidades. No hace falta ocultárselo a la gente (que de cualquier manera lo vería gracias a los bancos de películas y a las memorias flash), sino que la gente no se pregunte cómo hemos llegado aquí, cómo hemos llegado a esta precariedad y a soportarla, a conformarnos con “sacrificar a los muertos para darle de comer a los vivos”.

 

La pregunta ya no es qué se vende, sinoqué nos queda por vender. Decir que alguien vende “hasta cajas de muerto” es obsoleto. Ahora se vende la caja con el muerto adentro.

 

Y mientras estemos entretenidos en nuestra lucha por sobrevivir, y luego nos sentemos a relajar frente a un filme que muestre nuestra “realidad”, y nos de risa, todo está dentro del orden natural de las cosas. Mientras las cosas se muestren de forma tan grotesca y superficial que lleguen a ser poco creíbles, todo está bien. Porque además, tampoco hay que tomárselo todo en serio. Una película es solo una película. Aunque no dudo que ahora mismo, alguien se haya percatado de que la idea no está mal, y esté pensando en vender la bóveda familiar y meterle mano a los huesos de quien esté dentro.

Penumbras (Película cubana, 2013)

La ópera prima Penumbras, de Charlie Medina resultó multipremiada en el recién concluido International Film Fest & Convention de Puerto Rico, certamen en el que obtuvo siete galardones.

Seleccionado como el Mejor Largometraje en el acápite internacional, el filme alcanzó los primeros lugares además en dirección (Charlie Medina), fotografía (Roberto Otero), edición (Pedro Suárez), actor (Omar Franco), actriz (Ismercy Salomón) y actor de reparto (Omar Alí).

Seleccione idioma

José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.