HISTORIA DEL MOVIMIENTO SINDICAL CUBANO

Los trabajadores cubanos después de la Revolución

Samuel Farber*

7 de diciembre de 2011

 

La huelga general que tuvo lugar inmediatamente después de que Batista abandonó el país en las primeras horas del 1o de enero de 1959, no fue una acción clasista, sino una acción nacional convocada por Fidel Castro y el Movimiento 26 de Julio. Prácticamente toda la población apoyó la huelga, incluyendo los burgueses cubanos y la clase media que todavía disfrutaban de su “luna de miel” con el gobierno revolucionario.

 

La huelga de enero de 1959 fue la póliza de seguro de los rebeldes contra cualquier golpe de Estado que hubiera tratado de impedir que ellos lograran la victoria total. La huelga se convirtió en una fiesta nacional cuando, durante toda una semana, decenas de miles de personas se alinearon en las calles para saludar a Fidel Castro y al Ejército Rebelde en su lenta procesión desde el oriente de la isla hacia La Habana.

 

Poco después explotó una gran ola de conflictos laborales y huelgas a través de todo el país que expresaron las frustraciones políticas y económicas de la clase trabajadora que había estado reprimida durante los años de Batista, así como las expectativas que había generado la Revolución.

 

Entre los muchos conflictos laborales hubo paros en 21 centrales azucareros por demandas de salarios. Los trabajadores despedidos de los ferrocarriles y aquellos que habían perdido su trabajo en una fábrica de papel que había cerrado en las cercanías de La Habana realizaron una huelga de hambre. Empleados de la Compañía Cubana de Electricidad, una empresa estadounidense, declararon una huelga de brazos caídos para demandar un aumento de salario de un 20 por ciento, y 600 trabajadores que habían sido despedidos de la compañía en los dos años previos se reunieron en el Palacio Presidencial para demandar ser reincorporados a sus puestos.7

 

Fidel Castro y el gobierno revolucionario intentaron resolver los innumerables problemas laborales que afrontaron durante este período afincados en una posición fuerte y clara a favor de los trabajadores. Medidas tales como la reducción sustancial de los alquileres urbanos, decretada en marzo de 1959, contribuyeron al desarrollo del radicalismo distributivo que caracterizó los primeros años de la revolución.

 

Como cualquier observador inteligente, Fidel Castro debió de haberse percatado que ese radicalismo era la clave del gran apoyo popular que el gobierno revolucionario había obtenido. En varias ocasiones, como expuse en el Capítulo 1, él había expresado su preocupación con respecto al tipo de conciencia que predominaba en la clase trabajadora. Quizás para anticiparse a los tiempos difíciles que se avecinaban, él trató “educar” a las masas para que le entregaran su confianza y dependieran del régimen en lugar de que lo apoyaran en la medida a la que les cumpliera con satisfacer sus necesidades.

 

A pesar de su gran temor de perder el control de la clase trabajadora, y muy aparte del temor que le tenía a la inestabilidad económica, Fidel intentó desalentar las huelgas. Su gobierno convenció al nuevo movimiento sindicalista revolucionario, dirigido por David Salvador, un excomunista que se hizo líder del sector obrero del Movimiento 26 de Julio en la lucha clandestina contra Batista, para que apoyara los esfuerzos de Fidel en esa dirección.

 

Por su lado, los comunistas, que todavía mantenían una relación distante del gobierno, intentaron empujarlo en una dirección más radical. Aunque el PSP voluntariamente evitó llamar o incentivar las huelgas, incluso en los primeros días de la Revolución, adoptó la posición de que cuando las huelgas eran necesarias y justas ayudaban a la Revolución en lugar de dañarla.8

 

La fricción entre Fidel Castro y el PSP aumentó cuando aparecieron reportes que varios comunistas habían apoyado algunas incautaciones “espontáneas” de tierras. Como respuesta, en una entrevista televisada el 19 de febrero de 1959, Castro claramente advirtió que toda persona implicada en la ocupación de tierras antes que se decretara la Reforma Agraria se consideraría como involucrada en una conducta criminal y perdería los beneficios de la ley.9 Tres días después los comunistas se replegaron y acordaron “que era necesario poner un alto a las anárquicas incautaciones de tierra”.10

 

Poco después de que Batista huyera del país, los sindicalistas revolucionarios, muchos de los cuales estaban asociados con el Movimiento 26 de Julio y eran los más numerosos y respetados, tomaron las riendas de los sindicatos. Los nuevos líderes procedieron rápidamente a purgar a todos los partidarios de Eusebio Mujal –los burócratas “mujalistas” que habían colaborado con la dictadura batistiana.

 

Rápidamente lanzaron una vigorosa campaña organizativa, que aumentó significativamente el ya considerable, aunque burocrático y corrupto, movimiento sindical. Y durante la primavera, se celebraron elecciones en cada local sindical del país seguidas por elecciones a nivel provincial y nacional. Esto resultó ser la expresión más importante de la democracia autónoma de base de todo el período revolucionario.

 

Los candidatos asociados con el Movimiento 26 de Julio ganaron abrumadoramente, mientras que los comunistas solamente lograron un 10 por ciento de los puestos sindicales (aunque algunos de los candidatos del Movimiento 26 de Julio que salieron electos eran simpatizantes de los comunistas). Los resultados de las elecciones sindicales de esa primavera resultaron ser muy congruentes con los resultados de una encuesta que el PSP condujo en 1956 sobre su influencia política en los sindicatos.

 

Azuzados por los resultados electorales, los comunistas decidieron dedicar un mayor esfuerzo para aumentar su influencia en la clase trabajadora organizada, lo que, como era de esperar, provocó muchos conflictos con sus oponentes políticos dentro de los sindicatos. Aún así, las elecciones, celebradas a principios de noviembre, de los delegados al X Congreso de la Confederación de Trabajadores de Cuba, que se celebró más tarde ese mismo mes, produjo resultados muy similares a los de las elecciones de primavera.

 

Era claro cuando el Congreso comenzó que la delegación comunista recibiría una paliza y sería excluida de la dirigencia de la confederación laboral. En ese momento Fidel Castro intervino de manera tal que el Congreso acabó aprobando una dirección diferente. Si bien hubieron sindicalistas comunistas reconocidos que se quedaron fuera de la planilla de la directiva, los llamados elementos “unitarios” del Movimiento 26 de Julio cercanos a los comunistas y dirigidos por Jesús Soto recibieron las posiciones predominantes y de control.

 

Una vez que concluyó el Congreso, el Ministerio de Trabajo, bajo el control de Fidel Castro y apoyado por los líderes comunistas sindicales y los elementos “unitarios” cercanos a ellos, comenzó a eliminar un gran número de líderes sindicales que habían resistido la influencia comunista, acusándolos de “mujalistas”.11 Las purgas se realizaron a través de comisiones y de mítines controlados y cuidadosamente organizados de antemano.

 

En lugar de realizar nuevas elecciones, cerca del 50 por ciento de los líderes sindicales, que en su mayoría pertenecían al Movimiento 26 de Julio y que habían sido elegidos libremente en las elecciones nacionales y locales de 1959, fueron destituidos. Muchos fueron perseguidos y también encarcelados.

 

Cuadros veteranos del PSP y sus colaboradores “unitarios” asumieron la dirigencia sindical. Fidel Castro y su gobierno revolucionario disfrutaban de tanto apoyo en 1959 y en 1960 que si se hubieran realizado nuevas elecciones cualquiera de los candidatos apoyados por él y su gobierno hubieran ganado sin lugar a dudas.12

 

Pero desde la perspectiva a largo plazo del líder cubano, la celebración de nuevas elecciones le hubiera permitido a los sindicatos mantener su autonomía. Las purgas le permitieron convertir a los sindicatos en una mera herramienta política en el momento en que él empezaba a acercarse políticamente a la Unión Soviética y a los comunistas cubanos.

 

En agosto de 1961, menos de dos años después del crucial X Congreso de la CTC, el gobierno aprobó una nueva ley que alineó la naturaleza y funciones de los sindicatos cubanos con los del bloque soviético. Conforme a la nueva ley, los objetivos principales de los sindicatos eran ayudar a lograr los planes de desarrollo y la producción nacional, promover la eficiencia y la expansión de los servicios públicos y sociales, mejorar la dirección de todos los sectores de la economía y llevar a cabo la educación política.13

 

Unos años después se elaboró una Declaración de Principios y Estatutos Sindicales de la CTC sobre las funciones y deberes de los sindicatos como agentes del gobierno para imponer disciplina productiva. Los sindicatos debían establecer emulaciones socialistas y trabajos voluntarios, aplicar estrictamente la ley laboral, cuotas de trabajo, escalas salariales, y disciplina laboral; promover el aumento de la producción; mejorar la calidad de esta; reducir los costos y mantener los equipos; desarrollar conciencia política; y expandir las instalaciones culturales, deportivas y recreativas.14

 

Finalmente, los sindicatos fueron consolidados en un número menor de sindicatos nacionales a los que pertenecían todos los trabajadores de una industria dada sin que importara el tipo de trabajo que desempeñaran. Su afiliación al sindicato era supuestamente “voluntaria”, una ficción convenientemente aceptada por algunos observadores foráneos que, de alguna forma, no notaron o reconocieron la gran presión coercitiva para unirse a las “organizaciones de masas” que existe en un Estado monopartidista.15

 

El XI Congreso de la CTC que se realizó en noviembre de 1961, no podía ser más diferente del que se había realizado dos años antes. La unanimidad sustituyó ahora a la controversia. Sin permitir ninguna oportunidad para que los candidatos compitieran por el voto, todos los líderes fueron seleccionados por aclamación. No fue sorprendente que el viejo estalinista Lázaro Peña retomara la posición de secretario general que había desempeñado durante los años cuarenta bajo el gobierno batistiano.

 

Para ahorrar en costos de producción, el XI Congreso también acordó renunciar a los beneficios que muchos sindicatos habían ganado en las luchas anteriores a la Revolución. Así, se aprobó la jornada de ocho horas, añadiendo una hora más de trabajo a los sindicalistas que ya habían obtenido la jornada de siete. Los nueve días de pago por enfermedad, que anteriormente se cobraban automáticamente, sólo se le pagarían a aquellos que pudieran probar que estaban realmente enfermos. El pago extra de un mes que se realizaba como bono de fin de año también se eliminó.

 

Aunque a un nivel abstracto se podría argumentar a favor de algunos de estos cambios en un nuevo orden socialista, aquí se impusieron desde arriba con poca o ninguna discusión. No hubo confrontación alguna entre los cambios propuestos y los puntos de vista opuestos a estos de un gran número de trabajadores que no podían expresarse abiertamente, ni organizarse en apoyo de lo que pensaban.

 

Indudablemente los beneficios que los trabajadores habían obtenido de la Revolución, junto con el fervor revolucionario que prevalecía en el país, facilitaron en gran medida la habilidad del gobierno parar establecer su visión del papel que los trabajadores y los sindicatos debían desempeñar bajo su versión del socialismo.

 

Aún el drástico cambio de liderazgo que se implementó en el Congreso de 1961 no puso fin al proceso de borrar todas las huellas de un sindicalismo independiente. De los diecisiete líderes sindicales nacionales en 1959, solo cinco se mantuvieron en la dirección de los doce miembros “electos” a la conclusión del congreso de 1961. Pero cuando en 1966 concluyó el XII Congreso de la CTC, solo quedaba un miembro del Comité Nacional de 1961. De los 25 dirigentes de las federaciones laborales de 1961, solo uno seguía en su puesto en 1966.

 

Después de 1961, varios líderes importantes de la CTC fueron removidos y otros fueron designados, no por la propia CTC, sino por el Buró Político del Partido,16 sin el menor intento por mantener la formalidad y las apariencias. En todo caso, el cambio radical en el personal directivo en tan corto plazo de tiempo fue una reflexión auténtica del no menos drástico cambio que había ocurrido en el carácter y funcionamiento de los sindicatos cubanos.

 

De hecho los líderes revolucionarios fueron políticamente muy francos sobre los cambios que implementaron en los sindicatos. El vicepremier Raúl Castro declaró que “ayer” los sindicatos habían tenido que luchar continuamente para lograr ciertas ventajas, para obtener un poco más de las ganancias de los magnates, pero que la tarea que actualmente enfrentaba la CTC y los sindicatos era incrementar la producción, reclutar trabajadores voluntarios, incrementar la disciplina laboral, buscar mayor productividad, y mejorar la calidad de la producción.17

 

Como parte de una verdadera campaña “educativa,” implementada durante los primeros años de la década de los sesenta, “nuevos” líderes comunistas como Fidel Castro, junto con miembros de la “vieja guardia” comunista como Blas Roca, se dedicaron a repetir continuamente esas mismas ideas.18

 

Como es de esperar, el carácter de los convenios colectivos de trabajo también cambió. En 1962, el Ministro de Trabajo publicó un modelo de convenios colectivos con instrucciones de cómo implementarlos a través de varios sectores de la economía. Este modelo seguía casi al pie de la letra las regulaciones soviéticas de convenios colectivos de trabajo publicados en 1947.19

 

Con respecto al derecho a huelga, hay que señalar que durante los primeros cinco años después del triunfo de 1959, se aprobaron varias leyes para regular los conflictos laborales. La Ley de Justicia Laboral, aprobada en 1964 y promulgada al comienzo de 1965,20 no decía nada sobre el derecho a huelga, siguiendo la teoría estalinista de que como los trabajadores eran los dueños de los medios de producción, ellos no podían hacer huelga contra ellos mismos.

 

En realidad el derecho a huelga sólo se había mencionado de manera explícita en los reglamentos que se pusieron en práctica hasta 1960. En junio de 1961, Ernesto “Che” Guevara había sugerido la idea de que los trabajadores cubanos deberían acostumbrarse a vivir en un régimen colectivo y, por lo tanto, no podían realizar huelgas.21 Así que no resultó sorprendente que la ley de 1964 no mencionara las huelgas, ni tampoco la Constitución “socialista” de 1976, aunque la Constitución pre-revolucionaria de 1940 había declarado explícitamente en su artículo 71 el derecho constitucional a la huelga.

 

Ciertamente, el principal objetivo general de la ley de 1964 fue fortalecer la disciplina laboral e incrementar la productividad. La ley seleccionó para castigar no solo a los trabajadores que fueran hallados culpables de crímenes económicos como el fraude, sino también a aquellos que mostraran señales de haraganería, vagabundeo, ausentismo, falta de puntualidad y respeto a los superiores, o que dañaran los equipos.

 

La ley estableció una escala de violaciones con tres grados de castigo: penalidades ligeras, moderadas y serias. Las penalidades ligeras iban desde una simple advertencia hasta un pequeño descuento del salario. El castigo moderado incluía una rebaja seria de salario así como la transferencia a un trabajo diferente en el mismo lugar. Las penalidades serias iban desde el traslado a otro lugar de trabajo que podía estar situado lejos de la familia, hasta la pérdida del empleo.22

 

A mediados de 1969, un poco más de diez años después del triunfo de la Revolución, el Ministerio de Trabajo anunció que el gobierno estaba preparando reglamentos para crear un “expediente de trabajo” o tarjeta de identidad laboral que cada trabajador cubano tenía que portar. Los líderes de los sindicatos oficiales no discutieron el borrador original; al final les dieron la oportunidad de contribuir con ideas sobre cómo implementar los reglamentos después de que se convirtieron en leyes en septiembre de 1969.

 

El expediente laboral o la “biografía del trabajador”, como lo llamaba el ministro de Trabajo, incluía los méritos del trabajador, como por ejemplo, el sobrecumplimiento de las metas de trabajo o de horas extras sin paga alguna, así como los deméritos tales como el ausentismo, la negligencia en el manejo de los equipos, y el incumplimiento de las normas. Este expediente también llevaba un record de las sanciones o castigos impuestos por cualquier organismo disciplinario o tribunal.23

 

A pesar de todos los mecanismos de control que introdujo durante los sesenta para lograr que los trabajadores cubanos fueran más productivos, el gobierno consideró que no eran suficientemente efectivos: el ausentismo aumentó a finales de los sesenta y alcanzó hasta un 20 por ciento de la fuerza laboral hacia fines de 1970. El 15 de octubre de 1970, el ministro de Trabajo Jorge Risquet, quien se había formado políticamente como miembro del viejo PSP, propuso la Resolución 425, que de hecho era una ley contra la vagancia y el desempleo que ordenaba colocar a los trabajadores no productivos en campos de trabajo.

 

Desde el punto de vista del gobierno, esto era preferible a la prisión, pues los campos de trabajo lograban el doble propósito de contribuir a la producción y aislar a los “vagos” para evitar que ejercieran alguna influencia sobre los otros trabajadores. Antes de ser aprobada como ley, el gobierno la presentó para ser discutida públicamente, para obtener, supuestamente, la opinión de los trabajadores, pero en realidad el propósito era crear una campaña del gobierno sin interlocutores apoyando los objetivos y procedimientos de la ley propuesta. La campaña logró incorporar unos 100 mil hombres a la producción, lo que a fin de cuentas era uno de los objetivos principales de la legislación propuesta.

 

Finalmente el 15 de marzo de 1971 el gobierno decretó la Ley contra la Vagancia. Según esta ley, todo los hombres entre 17 y 60 años de edad debían trabajar una jornada laboral completa. Todo aquel que sin justificación, faltara o dejara el trabajo durante 15 días o más, o fuera amonestado al menos dos veces por su consejo laboral, sería clasificado “en un estado pre-criminal de holgazaneria”, mientras que aquellos que reincidieran en el ausentismo serían acusados por “el delito de holgazaneria”.

 

Las sanciones iban desde el arresto domiciliario hasta el internamiento en un centro de rehabilitación con trabajo forzado por un período que podía fluctuar entre uno y dos años. La ley también prolongó el período de encarcelamiento e incluso autorizó la pena capital por delitos graves tales como “sabotaje económico”. En cada caso los tribunales considerarían cuestiones como la edad, el expediente de trabajo y labor social que el acusado había realizado anteriormente, así como factores personales y familiares que pudieran haber afectado la conducta del culpable.24 No sabemos hasta qué punto la ley se llevó a la práctica.

 

En ese entonces se hizo saber que la ley contra el ausentismo y los “vagos” había estado en estudio durante un buen tiempo antes de que fuera propuesta a finales de 1970 y aprobada como ley en la primavera de 1971. El preámbulo de ésta había sido escrito tan temprano como en el año 1968, pero no se decretó entonces porque los líderes del gobierno creyeron que se debían cumplir ciertos prerrequisitos antes de que se pudiera implementar con éxito.

 

Según el ministro de Trabajo, estos prerrequisitos incluían (1) la erradicación total del sector privado, con la excepción de las pequeñas fincas, de forma que fuera imposible esconder el estatus laboral de una persona; (2) la creación del registro personal para cada trabajador, que se inauguró en 1969; y (3) un censo de población para tener la información exacta de la mano de obra por región, zona, y cuadra.25

 

Notas:

 

7.     Hugh Thomas, Cuba: The Pursuit of Freedom (New York: Harper and Row, 1971), 1196.

 

8.     Blas Roca, “Huelgas o ‘no huelgas,’” Hoy, 10 febrero de 1959.

 

9.     Fidel Castro, Discursos para la historia (La Habana: Imprenta Emilio Gall, 1959), 1:137.

 

10.   “Declaraciones del PSP: El PSP pide a los campesinos que impidan por si mismos las ocupaciones de tierras; Considera innecesaria y peligrosa la Ley 87,” Hoy, 22 de febrero de 1959.

 

11.   Si tal suposición fuera correcta, esta mostraría a Mujal como teniendo muchísimo más apoyo en la clase obrera que los que apoyan al régimen cubano jamás han admitido. Desafortunadamente, algunos científicos sociales que estudian a Cuba se han hecho eco de lo que el gobierno cubano ha mantenido en ese sentido.Vea, por ejemplo, Linda Fuller, Work and Democracy in Socialist Cuba (Philadelphia: Temple University Press, 1992), 47–56.

 

12. Marifeli Pérez-Stable, The Cuban Revolution: Origins, Course and Legacy, 2nd ed. (New York: Oxford University Press, 1999), 72–73.

 

13. Ley 962, 1 de agosto de 1961, en Gaceta Oficial (edición especial), 3 de agosto de 1961, citado por Roberto E. Hernández and Carmelo Mesa-Lago, “Labor Organization and Wages,” en Revolutionary Change in Cuba, ed. Carmelo Mesa-Lago, (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 1971), 212.

 

14. “Declaración de principios y estatutos de la CTC,” El Mundo, 6 de julio de 1966, citado por Hernández y Mesa-Lago en “Labor Organization and Wages,” 212.

 

15. Un buen ejemplo de la incapacidad de entender la realidad del sindicalismo cubano se puede hallar de nuevo en Fuller, Work and Democracy in Socialist Cuba, 43–44.

 

16. Jorge I. Domínguez, Cuba: Order and Revolution, Cambridge, Ma.: The Belknap Press of Harvard University Press, 1978, 271–72.

 

17.   Raúl Castro, Revolución, 23 de enero de 1963, citado por Hernández and Mesa-Lago, “Labor Organization and Wages,” 212–13.

 

18. Fidel Castro, “Los buenos y los malos dirigentes obreros”, discurso del 15 de junio de 1960, reproducido en el diario Granma, 10 junio de 2010, www.granma.co.cu/2010/06/10/nacional/artic03.html; Blas Roca, “El nuevo papel de los sindicatos bajo el socialismo,” Hoy, 28 febrero 1962, reproducido en Granma, 16 junio de 2010, 3; y Blas Roca, “La disciplina en el trabajo,” publicado como “Aclaraciones de Blas Roca,” Hoy, 1 julio 2010, y reproducido por Granma, 1 julio de 2010, 3.

 

19. Hernández and Mesa-Lago, “Labor Organization and Wages,” 218–19.

 

20. Ley 1166, 23 de septiembre de 1964, publicada en la Gaceta Oficial, 3 de octubre de 1964, citada por Hernández y Mesa-Lago, “Labor Organization and Wages,” 219–20.

 

21. Ernesto “Che” Guevara, Revolución, 27 de junio de 1961, citado por Hernández and Mesa-Lago, “Labor Organization and Wages,” 220.

 

22. Julie Marie Bunck, Fidel Castro and the Quest for a Revolutionary Culture, University Park, Pa: The Pennsylvania State University Press, 1994, 136–37.

 

23. Hernández y Mesa-Lago, “Labor Organization and Wages,” 237–38.

 

24.   Bunck, Fidel Castro and the Quest for a Revolutionary Culture, 158–59; Carmelo Mesa-Lago, Cuba in the 1970s. Pragmatism and Institutionalization, Revised Edition, Albuquerque, New Mexico: University of New Mexico Press, 1978, 95.

 

25. Maxine Valdés and Nelson P. Valdés, “Cuban Workers and the Revolution,” New Politics 8, no. 4 (Fall 1970): 44. Estos autores se basaron en la información que apareció en el Granma del 10 de septiembre de 1970.

 

*El autor nació y se crió en Marianao, La Habana, Cuba. Participó en la lucha contra la tiranía de Batista, a través del movimiento estudiantil de la segunda enseñanza. Durante más de medio siglo ha sido una figura destacada del socialismo internacional.

Un congreso obrero sin sindicatos

Dimas Castellanos

18 de febrero de 2014

 

El jueves 20 de febrero seremos testigos de un acontecimiento, que por repetitivo no deja de ser insólito. Ese día se iniciará en La Habana un congreso obrero sin sindicatos.

 

Surgidos para defender los intereses de los obreros frente a los patronos, con métodos que van desde las huelgas hasta las negociaciones colectivas, los sindicatos constituyen una expresión de la modernidad. Sus primeras manifestaciones en Cuba tuvieron lugar en la segunda mitad del siglo XIX, en los conflictos en la industria tabacalera, la fundación de los primeros periódicos obreros y la creación de las primeras asociaciones.

 

Aunque ya en 1887 se celebró un congreso obrero, fue a partir de la Ley General de Asociaciones de 1888 que se generalizó. En 1892 tuvo lugar el primer congreso con delegaciones de casi todas las provincias y en 1899 se fundó la Liga General de Trabajadores Cubanos (LGTC), la cual desempeñó un destacado papel en la lucha por la disminución de la jornada laboral y el aumento salarial.

 

En la República, con los derechos-libertades refrendados en la Constitución de 1901, los paros laborales se extendieron por toda la Isla. Desde la huelga de los aprendices en 1902, iniciada contra la exclusión de los aprendices cubanos en las tabaquerías, pasando por la huelga de la moneda en 1907, para reclamar el pago en moneda norteamericana, hasta la de los centrales azucareros de la zona de Niquero en 1912. Resultado de esas luchas, en 1903 se declararon los días feriados; en 1909 la jornada de ocho horas para los mecánicos, operarios y jornaleros empleados del Estado; y en 1910 se promulgó la Ley Arteaga, que prohibió el pago de salarios en los vales o fichas que obligaban a comprar en determinados establecimientos.

 

En las siguientes décadas, con el fortalecimiento y la generalización del sindicalismo cubano aumentaron las huelgas y surgieron nuevas formas de lucha. Por ejemplo en 1924, para canalizar los conflictos obrero-patronales por los embarques de azúcar, se dictó la Ley que creó las Comisiones de Inteligencia Obreraen todos lospuertos del país —con poderes legislativos y ejecutivos—, integradas por patronos y obreros y presididas por el Juez de primera instancia del lugar, cuyas decisiones eran de inmediato cumplimiento.

 

Cinco ejemplos ilustran la fortaleza adquirida por el sindicalismo: La creación en 1925 de la Confederación Obrera de Cuba (CNOC), primera institución de ese tipo con carácter nacional; el decisivo papel desempeñado en el derrocamiento del gobierno de Gerardo Machado en 1933; la huelga de los empleados de la Secretaría de Comunicaciones en 1934, que fue respaldada por otros sectores y terminó con el triunfo; la creación de la Secretaría del Trabajo en 1934; y la huelga de marzo de 1935, que comenzó por una protesta de maestros y estudiantes y terminó con características de levantamiento popular.

 

Esos y otros muchos episodios se concretaron en las legislaciones obreras que comenzaron con el Decreto 276 de enero de 1934 y culminaron con el Decreto 798 de abril de 1938, el Código de Trabajo cubano más avanzado hasta hoy. Esos logros se complementaron con la fundación de la Confederación de Trabajadores de Cuba en enero de 1939 y la promulgación de la Constitución de 1940, la cual refrendó en 27 artículos los derechos individuales y colectivos del trabajo obtenidos en las luchas, desde el salario mínimo hasta el derecho de huelga, pasando por el descanso retribuido de un mes por once de trabajo, la jornada máxima de ocho horas y las semanas de 44 horas de trabajo con pago de 48.

 

En 1945, con medio millón de afiliados, la CTC era la segunda central sindical más grande de la región. Muchas de sus demandas se convertían en leyes. Y se adquirieron locales propios como el edificio de Carlos III, construido por el Retiro de Plantas Eléctricas y arrendado a la Compañía de Electricidad; el Habana-Hilton, construido por el Retiro Gastronómico; un reparto para trabajadores emprendido por el sindicato de Artes Gráficas, y el inició de la construcción del Palacio de los Trabajadores, con aportes de los afiliados.

 

Del golpe del 52 a la ‘CTC-Revolucionaria’

 

El Golpe de Estado de 1952 propinó un fuerte golpe al sindicalismo. Su Secretario General, Eusebio Mujal, ordenó una huelga contra el golpe, pero después de una entrevista con el Ministro de Trabajo retiró la orden a cambio de conservar los derechos adquiridos por los trabajadores, respetar en sus cargos a los dirigentes sindicales y mantener el statu quo de la CTC. El miedo a la fuerza de los sindicatos hizo que Fulgencio Batista dictara algunas medidas de beneficio para los trabajadores, como fueron la prohibición de la mecanización del torcido del tabaco y el aumento del salario mínimo en 1958, para disuadir a los trabajadores de participar en la huelga convocada por el Movimiento 26 de Julio, medida con la cual el salario de los trabajadores urbanos de la capital se elevó a 85 pesos, en otras ciudades a 80, y fuera del perímetro de la ciudad a 75, cuando un peso equivalía a un dólar.

 

Aunque en diciembre de 1958, bajo la dirección del Movimiento 26 de Julio, se celebró la Conferencia Nacional de Trabajadores Azucareros, mediante un Decreto emitido por el recién instalado gobierno revolucionario, el 22 de enero de 1959 la CTC fue disuelta y sustituida por la CTC-Revolucionaria, que constituyó el primer paso en el proceso de desnaturalización del sindicalismo.

 

En el X Congreso de la CTC-R (noviembre de 1959) el candidato para Secretario General, David Salvador, expresó que los trabajadores no habían ido al evento a plantear demandas económicas sino a apoyar a la revolución, y en franca violación del  convenio 87 de la OIT[1] se procedió a la elección de la directiva en presencia del jefe del Gobierno, mientras el Ministro del Trabajo fue investido de las facultades para despedir dirigentes sindicales e intervenir sindicatos y federaciones. En el XI Congreso (noviembre de 1961) por vez primera se postuló un solo candidato para cada puesto y se renunció oficialmente a casi todos los logros alcanzados. Para el XII Congreso (agosto de 1966), la propuesta de su celebración fue sometida al Buró Político del Partido Comunista. En este congreso Lázaro Peña fue sustituido, pero por la decadencia del sindicalismo fue devuelto al cargo en el XIII Congreso (1973) y bautizado como Capitán de la clase obrera, como si la CTC fuera una unidad militar. Finalmente la pérdida de autonomía asumió carácter legal en la Constitución de 1976, en la que se declara que todo el poder pertenece al pueblo trabajador, pero ignorando los logros reconocidos en la Carta Magna de 1940.

 

Derechos y libertades

 

Tres hechos son suficientes para demostrar la ausencia de sindicatos en Cuba.

 

1- En  septiembre de 2010 la CTC apoyó los despidos laborales con un documento que decía: "Nuestro Estado no puede ni debe continuar manteniendo empresas, entidades productivas, de servicios y presupuestadas con plantillas infladas, y pérdidas que lastran la economía", sin mencionar nada respecto a los verdaderos problemas de los trabajadores.

 

2- Durante los preparativos del XX Congreso, el miembro del Buró Político y vicepresidente del Consejo de Estado, Salvador Valdés Mesa, ha reiterado: que entre los principales retos del evento estará definir la real participación de los trabajadores en la gestión económica; que la plataforma económica, política y social de "la revolución" quedó definida en los Lineamientos aprobados en el último Congreso del Partido; y que al movimiento sindical le corresponde movilizar a los trabajadores para materializar esos acuerdos.

 

Finalmente, en el Pleno 93 del Consejo Nacional de la CTC de mayo de 2013, presidido por el Segundo Secretario del PCC, se designó a Ulises Guilarte, primer secretario del PCC en la provincia Artemisa, para presidir la Comisión Organizadora y en consecuencia ser el próximo Secretario General de la CTC.

 

La autonomía al sindicalismo es lo que el oxígeno a los seres vivos. Para que un evento obrero en Cuba se pueda denominar como congreso obrero, hay que comenzar por restituir los derechos y libertades para su existir, funcionar y representar a los trabajadores y no los proyectos de ningún gobierno o partido político.


[1] La OIT, Organización Internacional del Trabajo, agencia especializada de la ONU, cuyos principales objetivos son mejorar las condiciones de trabajo, promover empleos productivos y el necesario desarrollo social, y mejorar el nivel de vida de los trabajadores. La OIT fue fundada en 1920 como una sección autónoma de la Sociedad de Naciones y en 1946 se convirtió en el primer organismo especializado de la ONU. Su sede radica en Ginebra.

Nacimiento, desarrollo y muerte

del sindicalismo cubano

Dimas Cecilio Castellanos Martí

2002

 

INTRODUCCIÓN

 

La celebración del centenario de la República constituye un momento ideal para reflexionar acerca del movimiento sindical y la oportunidad brindada por Solidaridad de Trabajadores Cubanos, un excelente marco para analizar las causas que condujeron al sindicalismo de la Isla a la pérdida de su identidad y a su desaparición.

 

Con ese propósito comienzo con una definición de lo que entiendo por sindicalismo, realizo un sucinto recuento histórico -separado en cuatro períodos- en los cuales me limito a señalar los aspectos de interés para la tesis que intento demostrar: la imposibilidad de existencia del sindicalismo despojado de la independencia, y termino con unas conclusiones, sin intentar, con ello, agotar un tema tan complejo y definitorio.

 

Los sindicatos son asociaciones de trabajadores que forman parte de la sociedad civil. Representan y defienden los intereses de sus afiliados ante los empresarios y gobiernos. Su esencia radica en la independencia; cuentan con recursos propios que les permiten interactuar y debatir libremente sus problemas comunes y participar en los procesos políticos, económicos, sociales y culturales de la nación en función de sus intereses. Sus métodos van desde acciones violentas, pasando por las huelgas, hasta las negociaciones.

 

El surgimiento de las asociaciones de trabajadores está relacionado con la introducción del salario como forma de redistribución de la riqueza producida; proceso que se inició en Cuba durante el siglo XIX en las industrias azucarera, tabacalera, ferroviaria y constructiva, en la medida que el trabajo esclavo se tornaba obsoleto.


Nacimiento

 

Los embriones del sindicalismo cubano lo encontramos en las sociedades de artesanos, gremios, corporaciones, sociedades de socorros mutuos y en los cabildos afrocubanos. Sus primeros señales de existencia se producen a partir de 1865 en las huelgas en la industria del tabaco; en la fundación de la “La Aurora” y “El Artesano”, primeros periódicos sindicales de la región; y en la creación de organizaciones como la Asociación de Tabaqueros de La Habana. Al finalizar la Guerra de los Diez Años el movimiento se extendió a los ferrocarriles, la construcción y los puertos y en la década del 80 ya estaba presente en todas las ciudades de importancia, se habían creado las dos primeras asociaciones sindicales amplias y se habían celebrado los congresos obreros en 1887 y 1892; organizaciones que existieron de forma ilegal hasta que, en pleno colonialismo, se dictó la Ley General de Asociaciones en 1888.

 

Durante la ocupación norteamericana en 1899 ese movimiento se reactivó. En ese proceso la Liga General de Trabajadores Cubanos (LGTC) y especialmente los partidos socialista-democráticos fundados por Diego Vicente Tejera desempeñaron un destacado rol en su fundamentación. El Partido Socialista Cubano, primer partido obrero y primer partido socialista fundado en Cuba se definía en su manifiesto inicial como un partido de paz, que sólo empleará la propaganda, la discusión y la fuerza moral, es decir la palabra libre, la pluma libre y el voto en el Parlamento, convencidos de que la violencia no da triunfos tan complejos y duraderos como los de la razón y el amor. Tesis que debería calificarse como el fundamento del sindicalismo cubano.

 

Las huelgas declaradas a partir de enero de 1899 respondían a las necesidades más inmediatas de los trabajadores, por ello tenían como denominador común la lucha por la disminución de la jornada laboral y el aumento salarial. La generalización de la prensa obrera y el crecimiento del número de huelgas constituían una viva expresión de la extensión del movimiento. Ese fortalecimiento en época tan temprana se torna incomprensible si no se tiene en cuenta que desde el surgimiento de la República el naciente sindicalismo contaba con los fundamentos de derechos humanos imprescindibles para su despegue. Nuestra primera constitución republicana, aunque algunos se empeñen en negarlo, reconocía, además de la igualdad de los cubanos ante la Ley, las libertades de expresión, de reunión y de movimiento, el derecho de dirigir peticiones a las autoridades y el derecho de hábeas corpus, acorde con las ideas más avanzadas de la época.


De 1902 a 1930

 

Un hecho no podemos soslayar: el siglo XX cubano nace marcado por una herencia ético-moral, preñada de elementos negativos que van a estar presentes en las relaciones sociales y en la conformación de las conductas ciudadanas. La República montada sobre la simbiosis de hacendados y políticos vinculados a intereses extranjeros, con una sociedad civil emergente sin vínculos con el poder y con problemas raigales irresueltos impidieron la participación ciudadana en los asuntos nacionales y definieron los desencuentros entre política y sociedad y entre Nación e intereses privados.

 

La comprensión de ese cuadro social permite explicar lo que Jorge Mañach denominó “vacío de intencionalidad colectiva” es decir, ausencia de orientación y programa para encauzar al país hacia un destino común. Esas conductas ético-morales se pueden agrupar en tres discursos: una moral instrumentalista, característica de la élite político-económico-militar, preñada de personalismo, caudillismo, corrupción, violencia y desconocimiento del diferente, reducida en lo fundamental a la obtención de utilidades; una moral cívica, discurso de minorías conformadas por los veteranos, la élite intelectual y la juventud sindicalista y universitaria que una vez en el poder se deslizó hacia una totalización del Estado y una moral del sobreviviente o de las mayorías, reflejo de las continuadas frustraciones por el alto precio pagado en busca de la libertad, de oportunidades y de participación que se manifiesta en acciones concretas e inmediatas para la sobrevivencia, mientras sus decepciones se reflejan en la doble moral, el mimetismo y el choteo. Tres discursos que se mezclan y entrecruzan a lo largo del siglo y que están presentes en los de nuestro siglo XX.

 

En noviembre de 1902, a sólo seis meses de inaugurada la República, se declaró la Huelga de los Aprendices. El rechazo patronal desató un violento conflicto que paralizó la vida económica de la capital y se extendió a otros sectores y regiones del país. Aunque las demandas no fueron satisfechas inmediatamente, desde ese momento, gracias a la mediación de un grupo de Veteranos de la Guerra de Independencia, la negociación indicó el camino más viable para el desarrollo de las relaciones obrero-patronales.

 

Las huelgas se extendieron por toda la Isla con paros de importancia como el de los Albañiles y Ayudantes, el de la Moneda, los tabaqueros, varios ingenios azucareros y el paro del Alcantarillado. Su diferencia con las primeras huelgas estaba en la mayor organización, claridad de objetivos y tiempo de duración. Aunque carecieron, una vez desaparecidos los partidos socialdemócratas y la LGTC, de una doctrina moderada.

 

Ese proceso no fue inútil, además de algunas conquistas y de la acumulación de experiencias, el empleo de la huelga como método para lograr mayor justicia redistributiva, influyó en la aprobación de varias legislaciones obreras: la definición de los días festivos y de duelo; la jornada de 8 horas para trabajadores del Estado; la Ley Arteaga que prohibió el pago en fichas y vales y la Ley de 1910 que estableció el cierre de establecimientos comerciales y talleres a las seis de la tarde.

 

Posteriormente las oscilaciones de los precios y las dificultades en la exportación de azúcar causadas por la Primera Guerra Mundial, conjuntamente con los bajos salarios, el alto costo de la vida y las precarias condiciones, generaron un nuevo período de huelgas. A ello se unió la influencia de la Revolución de Octubre. La tesis marxista de la lucha de clases como motor de la historia -sustentada por los partidos marxistas fundados desde 1905-se erigió en la corriente más influyente del momento. Lo económico se subordinó a la idea política de la toma del poder. No por casualidad el Partido Comunista de Cuba y la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC) se fundaron el mismo año.

 

En este período se crearon nuevas instituciones como la Central Obrera de La Habana (COH) y se declararon cientos de huelgas acompañadas de sabotajes y boicots propios del anarquismo y del predominio de la violencia dentro del movimiento obrero. Sin embargo, los permanentes conflictos obrero-patronales que perjudicaban los embarques de azúcar condujeron en 1924 a crear las Comisiones de Inteligencia Obrera de los Puertos. Esas Comisiones, con poderes legislativos y ejecutivos, dejaron una gran experiencia acerca de la validez del diálogo obrero-patronal como método de negociación.

 

La CNOC, primera organización sindical con carácter nacional fundada en 1925 sufrió fuertes represiones ante las cuales los comunistas actuaron diligentemente, denunciaron la política de Machado y apoyaron las huelgas, lo que les permitió el control de la CNOC en 1928 y su incorporación a la III Internacional (comunista) en 1929.


De 1930 a 1940.

 

Este período, marcado por una recesión mundial, fue uno de los más intensos del sindicalismo. El arancel proteccionista establecido en los Estados Unidos y la caída de los precios del tabaco y el azúcar provocaron el cierre de varios ingenios, disminución de la producción, aumento del desempleo, rebaja en los salarios y demora en los pagos; lo que se reflejó directamente en el empeoramiento de las condiciones de vida y por tanto en las huelgas bajo la influencia de la idea marxista de la lucha de clases.

 

En respuesta Gerardo Machado suspendió la CNOC, la Federación Obrera Nacional y otras organizaciones obreras, mientras los sindicatos respondían con la huelga de marzo. Sólo en la zafra 32-33 pararon 25 ingenios y más de 100 colonias de caña. En 1933 la ola de huelgas alcanzó el transporte urbano de La Habana. Ante el Estado de Emergencia decretado por el gobierno los trabajadores lanzaron la huelga general del 5 de agosto que contó con el apoyo de todos los sectores sociales, algo sin precedentes en la historia de Cuba. El intento de Machado y de los comunistas -situando ambos los intereses personales y de partido por encima de los intereses de los trabajadores y de la nación- de negociar el cese del paro fracasó. Paradójicamente, Machado, que había asegurado que ninguna huelga duraría más de 24 horas, salía del poder precisamente por la huelga más fuerte del movimiento obrero cubano.

 

La llamada “Revolución del 33” reactivó aún más la efervescencia sindical, surgieron nuevas federaciones y continuaron huelgas de importancia como la de los empleados de la Secretaría de Comunicaciones en 1934 y la de marzo de 1935 que adquirió características de levantamiento popular. Aunque fueron disueltas la CNOC y otras centrales sindicales, en menos de un mes se ocuparon más de 30 ingenios y en algunos de ellos se crearon Soviet de Obreros y Campesinos y Milicias Rojas a imagen y semejanza de Rusia. La idea de la lucha de clases estaba en pleno apogeo.

 

Como a la tormenta le sigue la calma, los gobiernos de Grau San Martín, Carlos Mendieta y Federico Laredo Bru realizaron un esfuerzo por dotar al país de una legislación laboral que comprendió: la jornada de 8 horas; legitimidad y facultades de los sindicatos; salario mínimo para los trabajadores azucareros; creación de la Secretaría del Trabajo; derecho de huelgas; nacionalización del trabajo. Todo ello unido al Decreto 276 que contenía la estabilidad del empleo, vacaciones retribuidas 15 días a l año, licencia por enfermedad, licencia retribuida por maternidad, creación de las bolsas de trabajo, el derecho de negociación colectiva y otras medidas acorde con la OIT y culminó con el Decreto 798 de abril de 1938, el más importante en legislación laboral republicana. La normalización del país encaminó el sindicalismo por la vía de la negociación. Se fundó la CTC a fines de enero de 1939 y se declaró disuelta la CNOC.


De 1940 a 1959.

 

Este período comienza con la Constitución de 1940, la cual dedicó 27 artículos del Título VI a los derechos individuales y colectivos del trabajo. Fue el reconocimiento legal de los frutos de 38 años de lucha sindical republicana donde se recogió desde el salario mínimo hasta las pensiones por causa de muerte.

 

Fue un período de ascenso económico nacional. El 75% de los ingenios que molían las dos terceras partes del crudo ya estaban en manos cubanas; la producción de azúcar sobrepasó los 7 millones de toneladas; el Producto Nacional Bruto se multiplicó y el ingreso per cápita se convirtió en el cuarto más alto de América Latina. Las estadísticas de Naciones Unidas situaban a Cuba entre los tres primeros países de la región en varios indicadores. Ese progreso económico, unido al fortalecimiento de la CTC auguraba el advenimiento de una mayor justicia social.

 

Es significativo que durante los primeros cuatro congresos, además de los aspectos laborales, la CTC se pronunció por el desarrollo de la economía, la protección de la pequeña industria, la creación del Banco Nacional y otras medidas encaminadas al fortalecimiento del sistema vigente.

 

El predominio de la negociación colectiva en los métodos de lucha convirtió a los sindicatos en un sector fuerte e importante de la sociedad civil y muchas de sus demandas se convertían rápidamente en leyes. Cada Primero de Mayo una manifestación obrera concluía en el Palacio Presidencial y presentaba la lista de demandas obreras al Presidente. El Retiro de Plantas Eléctricas construyó el moderno edificio de Carlos III que arrendó a la Compañía de Electricidad; el Retiro Gastronómico construyó el Habana-Hilton y el de Artes Gráficas procedió a desarrollar el reparto Gráfico. Fue construido el Palacio de los Trabajadores con aportes obreros y donativos gubernamentales.

 

Precisamente en ese momento la vieja pugna entre auténticos y comunistas se agudizó. Durante las elecciones de 1944 el Partido Socialista Popular (PSP) apoyó la candidatura de Batista y la Confederación Obrera Nacional (CON) a Grau. Con la victoria auténtica los comunistas perdieron la base de sustentación gubernamental. El desenlace se produjo durante el llamado V Congreso, que fueron realmente dos: uno auténtico integrado por la CON y la CONI y el otro comunista. Por resolución el Ministerio del Trabajo declaró legítimo al primero y los representantes del PSP fueron desalojados del Palacio de los Trabajadores. En 1949 el VI Congreso eligió a Eusebio Mujal como Secretario General, el cual fue reelegido en el VII Congreso celebrado en 1951.

 

La orden de huelga general dada por Mujal ante el Golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 no tuvo repercusión. Una hora después Mujal aceptó la oferta de Ministro de Trabajo de Batista consistente en retirar la orden de huelga a cambio de conservar los derechos adquiridos por los trabajadores, respetar en sus cargos a los dirigentes sindicales y mantener el status quo de la CTC. Tres días después Mujal se entrevistó con Batista para brindarle su apoyo. Así de simple y absurdo la CTC se cruzó de brazos ante el funesto acontecimiento. Hay que destacar que también fue nula la protesta de los sindicalistas del PSP. Esa actitud que puede explicarse, desde mi punto de vista, por la carencia de una conducta cívica generalizada. Nuestras carencias históricas hicieron acto de presencia: la indiferencia por las continuadas frustraciones, el personalismo, el caudillismo y la subordinación de la nación a los intereses personales, lo que hacía a los trabajadores, interesados por sus demandas inmediatas, ajenos a los destinos de la nación.

 

Batista, conciente de la importancia de los sindicatos, tuvo el cuidado de dictar algunas medidas beneficiosas para los trabajadores y sus relaciones con la CTC se convirtieron en una política de colaboración mutua. Sin embargo, desde 1953 aumentó nuevamente el número de huelgas las cuales fueron aprovechadas por la oposición. La CTC se metió en un callejón sin salida. Si apoyaba las huelgas serían aprovechadas por la oposición; si no las apoyaba se ganaba la antipatía de los trabajadores. Mujal tomó el segundo camino hasta el punto de crear grupos paramilitares contra el propio movimiento obrero. Así la decadencia de la CTC, en su alianza con la dictadura, arrastró al sindicalismo cubano.


Después de 1959.

 

Fidel Castro, al igual que los gobiernos anteriores, requería del movimiento sindical para realizar su proyecto; interés que había manifestado desde la Sierra Maestra. La huelga general del 1 al 5 de enero le permitió hablar del movimiento obrero como factor decisivo del triunfo. Paso a paso fue tejiendo una leyenda sobre un protagonismo obrero inexistente hasta crear una ilusión de participación. Lo demás lo llenaría con las medidas populistas de rebaja en los alquileres, la electricidad, los teléfonos y los aumentos salariales.

 

El 22 de enero de 1959, como algo esperado, la CTC fue disuelta y sustituida por la CTC-R con una directiva provisional encabezada por David Salvador y Conrado Bécquer. Fue el primer paso práctico para subordinar el movimiento sindical. La resistencia de grupos urbanos impulsados por la Federación de Obreros y Empleados del Comercio crearon el Frente Obrero Humanista (FOH) donde se aglutinaron 25 de las 33 federaciones de industrias bajo el lema ¡Ni Washington ni Moscú!.

 

Durante mayo y junio se celebraron las elecciones para reemplazar las directivas provisionales en medio de una gran lucha. El deseo de los comunistas de rescatar la CTC terminó en un rotundo fracaso, hasta que finalmente el conflicto se decidió en el X Congreso celebrado en noviembre de 1960. David Salvador se encargó de poner en evidencia la pérdida de identidad de la CTC cuando expresó que los trabajadores no habían ido al Congreso a plantear demandas económicas sino a apoyar a la revolución y ante la pregunta de Emilio Máspero, observador del Movimiento Social Cristiano, acerca de cuál era el proyecto de los trabajadores, respondió sin titubear: “Lo que diga el Comandante”.

 

El enfrentamiento entre comunistas y anticomunistas pasó de los gritos a los puños y de ahí a la intervención policial. En ese estado Fidel insistió en la unidad, pero 25 de las federaciones dejaron constancia de su disposición a separarse de la CTC-R si se aceptaba la unidad con los comunistas; lo que constituyó la manifestación anticomunista más decidida de un sindicalismo que se debatía entre la vida y la muerte.

 

En la noche del 22 de noviembre, sin otra opción, Fidel volvió a la carga y calificó al congreso de asilo de locos. Expresó sentirse contrariado al ver que la clase obrera se negaba a sí misma la oportunidad de defender y guiar la revolución. Seguidamente propuso un voto de confianza a la candidatura de David Salvador y luego, violando la independencia sindical, se procedió a la elección de la directiva en su presencia. Por consenso se elaboró una candidatura que dejó fuera a los comunistas y anticomunistas más destacados, la que fue aprobada unánimemente. Inmediatamente después el Ministro del Trabajo fue investido de las facultades para realizar pos congreso lo que fue imposible durante sus sesiones. Comenzó la despedida de dirigentes sindicales y la intervención de sindicatos y federaciones; proceso que se inició por la Asociación Cubana de Artistas Teatrales y terminó cuando la mayoría de los dirigentes electos para el X Congreso quedaron excluidos.

 

Esa operación, como en momentos anteriores de nuestra historia, fue presenciada impávidamente por la clase obrera. Era el resultado de la aureola revolucionaria, el carisma del líder, las medidas populistas y la negación del carácter comunista, pero sobre todo, de la pérdida gradual de la independencia del sindicalismo, sin el cual se pierde su esencia.

 

Los últimos reductos del sindicalismo independiente realizaron una manifestación de protesta por las calles de La Habana el 9 de diciembre de 1960 y fueron expulsados del M-26-7 y de la CTC.

 

La intervención de empresas en 1960 finalizó con 11 mil entidades industriales, comerciales, financieras o de servicios en manos del Estado. Sin embargo, a pesar de que este proceso se realizó en nombre de la clase obrera, ninguna de las empresas adquiridas pasó a sus manos para ser autogestionada por los supuestos dueños del poder.

 

Ya en el XI Congreso de la CTC-R no quedaban vestigios del otrora movimiento obrero. Por vez primera se postuló un candidato para cada puesto y la directiva electa fue esencialmente del PSP, encabezada por Lázaro Peña. En este congreso los delegados, representando no a los trabajadores, sino al gobierno, renunciaron a casi todas las conquistas históricas del sindicalismo cubano: los 9 días de licencia por enfermedad, al bono suplementario de navidad, la jornada semanal de 44 horas y al incremento constitucional del 9.09% entre otros. El movimiento obrero quedó bajo control del Estado y la CTC transformada en su brazo auxiliar. Para el XII Congreso -en el cual tuve la oportunidad de participar como delegado por la sección sindical de Viviendas Prefabricadas de Santiago de Cuba- ya los sindicatos, de acuerdo a la esencia que los define, habían desaparecido. El Partido Comunista eligió la fecha y designó la Comisión Organizadora encabezada por un cuadro proveniente de la UJC y Lázaro Peña fue sustituido oficialmente.

 

Los resultados se reflejaron en la Constitución de 1976. El artículo 4 declara teóricamente que todo el poder pertenece al pueblo trabajador y los escasos seis artículos del Capítulo VI dedicados a los derechos de los trabajadores ignoran casi todo lo alcanzado por el movimiento sindical y plasmado en las constituciones de 1901 y 1940.


Una reflexión a modo de conclusión

 

Tres tesis importantes se corroboraron con la historia del sindicalismo cubano: 1- el tránsito del enfrentamiento a la colaboración, 2- el carácter vital de la independencia y 3-la precariedad de las conductas ético-morales.

 

1- Como la contradicción obrero-patrono se produce en la zona de la redistribución, donde cada una de las partes trata de obtener los mejores dividendos, y como sólo se puede distribuir lo que se produce, la negociación colectiva tiene la ventaja de convertirse en factor productivo. En lugar de los fundamentos del diálogo y la moderación propuestos por Diego Vicente Tejera en el momento fundacional del sindicalismo predominó la idea de la lucha de clases preconizada por marxistas y anarquistas hasta que durante el gobierno de Federico Laredo Bru se impuso definitivamente la negociación colectiva. Sin embargo, los alcances económicos no fueron acompañados de la formación de una cultura cívica de participación política desde los intereses de los trabajadores.

 

2- Así como los sistemas totalitarios no admiten la pluralidad, el sindicalismo desaparece en ausencia de la independencia y la libertad. Esa ausencia y la subordinación del sindicato al sistema político totalitario en el caso de Cuba, están relacionadas con la debilidad institucional de la sociedad civil, la menguada conducta cívica de los ciudadanos, los efectos negativos del golpe militar de Batista, la traición del mujalismo y la falta de ética comunista, así como con la subordinación de la CTC-R a Fidel Castro. Sus funciones, al depender del gobierno, dejaron de emanar de sus necesidades e intereses, lo que condujo directamente a la pérdida de la identidad y a su desaparición, aunque eufemísticamente conserve la nominación de sindicatos.

 

3- El predominio de la moral instrumentalista de las élites y de la moral de sobrevivencia de las mayorías permiten comprender cómo el proceso de extensión y consolidación del movimiento obrero culmina en la pérdida de su identidad y en la renuncia de lo logrado con sus luchas, es decir, en la subordinación y su desaparición como tal. Experiencia que nos demuestra la relevancia que tiene la estrecha relación entre economía, política y civismo.
Por eso, antes de intentar estructurar un nuevo movimiento sindical, se impone reflexionar sobre las causas que condujeron al actual estado de cosas, y especialmente acerca de la gran carencia actual de nuestra sociedad: la ausencia de conductas cívicas, sin las cuales todo lo demás estará condenado al fracaso.


Bibliografía

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2- Córdova, Efrén. Política laboral y legislación del trabajo. Encuentro de la Cultura Cuba. No. 24, primavera de 2000, p.212-222.

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7- Tejera, Eduardo. Diego Vicente Tejera, patriota-poeta y pensador cubano. Madrid, 1981.

La CTC: Obra cumbre del sindicalismo cubano

Alberto F. Álvarez García

2002

 -I-


Las luchas sindicales en las primeras tres décadas de la República

 

La Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC), constituye la obra cumbre del sindicalismo de la República en sus luchas por alcanzar las reivindicaciones económicas y sociales inmediatas, y en un plano más amplio, por conquistar una sociedad democrática, justa e independiente. A pesar de las imperfecciones que se le puedan atribuir la CTC fue una prolífica princesa en manos de los trabajadores con la que ellos supieron defender sus intereses y obtener sus demandas fundamentales de manera creciente.

 

La creación de la CTC en enero de 1939 resultó ser la culminación de un largo proceso de evolución del movimiento de los obreros y trabajadores, que en sus rupturas y continuidades, iba perfeccionando sus métodos organizativos, sus objetivos de lucha, sus componentes ideológicos desde el surgimiento en 1866 del sindicalismo en el país dentro del sector tabacalero, gracias a la labor de Saturnino Martínez que también había fundado el año antes, La Aurora, primer periódico sindical de la Isla.

 

Por esa razón, el año de 1866 marca el comienzo de la primera etapa del sindicalismo cubano que termina en 1925 con la creación de la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC). Durante esta etapa fueron realizados el 1er Congreso Obrero de La Habana, 1887, el Congreso Obrero de Cuba, 1892, la creación de la Liga General de Trabajadores Cubanos (LGTC), 1899, y los Congresos Obreros de 1912, 1914 y 1920; así como, la fundación este último año de la Federación Obrera de La Habana (FOH) y de la Hermandad Ferroviaria de Cuba en 1924. A esa etapa inicial del sindicalismo le siguieron otros dos períodos principales en los marcos republicanos: el que comenzó en 1925 con la creación de la CNOC hasta 1939 en que se funda la CTC; y el final, de 1939 con la aparición de la CTC al Primero de Enero de 1959 en que triunfa la Revolución.

 

Al instaurarse la República el 20 de Mayo de 1902 en el sindicalismo cubano coexistían las tendencias reformistas y anarquistas, y esta última, ya se había hecho predominante en el movimiento de los trabajadores para la década de 1890. Con la entrada a la política nacional de las ideas socialistas, en sus variantes revolucionarias y reformistas, se completó el cuadro ideológico del sindicalismo en la Isla anterior a 1925 a través de la trilogía compuesta por las corrientes anarquistas, reformistas y socialistas. En este período pionero de la actividad sindical se destacaron un grupo de dirigentes, entre los que se encontraban, junto a los reformistas Saturnino Martínez y José de Jesús Marques, los anarquistas Enrique Roig San Martín, Enrique Crecci y Enrique Messonier, el escritor Carlos Loveira, y los líderes socialistas Diego Vicente Tejera (moderado-reformista), y Carlos Baliño, fundador más tarde en los años 20 del partido comunista. En la década del 20 sobresalieron dentro del sindicalismo otras figuras como los anarcosindicalistas Alfredo López y Antonio Penichet; los reformistas Enrique Varona, Juan Arévalo y Luis E. Fabregat, al lado de los comunistas Baliño, Julio Antonio Mella y Raúl Martínez Villena.

 

Al comienzo de la República el movimiento obrero encontró un país en pésimo estado económico-social y sometido a la presencia de EEUU a través de la Enmienda Platt, situación que no mejoró hasta muchos años después cuando comenzó a normalizarse la economía y la sociedad republicana. Durante las tres primeras décadas del siglo pasado las condiciones de vida y trabajo continuaron lejos de ser aceptables para la mayor parte de la población, por lo que los conflictos políticos y sociales, en especial, entre patronos y trabajadores eran inmensos y constituían terreno fértil para el uso por las asociaciones sindicales de las huelgas, y de otros métodos más radicales y la violencia para alcanzar sus objetivos.

 

En tal complejo contexto desde la fundación en 1899 de la Liga General de Trabajadores Cubanos (LGTC), las organizaciones sindicales fueron capaces de ir diferenciando los objetivos inmediatos de sus luchas de aquellos a más largo plazo, aunque la falta de organización, de experiencia y de objetivos precisos de acción, con frecuencia, les hizo caer en la confusión en cuanto a las vías más aconsejables para obtener mejores resultados en su gestión, e hizo incurrir a los sindicatos en extremos, unas veces economicistas y de excesiva conciliación con los patrones y las políticas del gobierno, mientras en otras ocasiones, marcharon en la dirección opuesta hacia un sindicalismo de corte radical-revolucionario que priorizaba la toma del poder y se apartaba de esa forma de los métodos de negociación y las políticas reinvidicativas intrínsecas al activismo sindical.

 

Posterior a la Revolución bolchevique de 1917, la creación de la Tercera Internacional en 1919 y del Partido Comunista de Cuba en 1925, los comunistas comenzaron su ascenso en el movimiento obrero y la batalla por desplazar a los anarquistas y reformistas de su dirección. Así aunque al origen de la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC), su hegemonía estaba en manos de los dirigentes anarcosindicalistas encabezados por Alfredo López ya hacia 1928 la CNOC fue controlada por los comunistas. Pero en medio del clima dictatorial impuesto por Gerardo Machado, los grandes conflictos sociales, la radicalización de la clase obrera, de los trabajadores, de los estudiantes, de la intelectualidad, y la presencia de líderes sindicales de diferentes orientaciones ideopolíticas, no fueron inconvenientes para que el sindicalismo fuera tendiendo al tono unitario y al pluralismo entre todas sus vertientes y a reiterar la necesidad de preservar una sola central sindical.

 

A finales de la década de 1920 bajo la influencia de la crisis en los EEUU y mundial, se profundizaron en Cuba a un nivel extremo la crisis económica, los antagonismos de clases y el enfrentamiento del movimiento popular a la dictadura, proceso que culminó con el derrocamiento de Machado el 12 de agosto de 1933, iniciándose conjuntamente a su caída, la bancarrota del sistema oligárquico de dominación de la primera república dirigido por los caudillos mambises, la élite militar y los partidos y agrupaciones políticas tradicionales surgidos después de la independencia. La Revolución de 1930 al 33 contra Machado se vio coronada con el ascenso a la presidencia de la República del Dr. Ramón Grau San Martín que bajo el lema de Cuba para los cubanos con un programa reformista, definido por él mismo de socialista no marxista, nacionalista y antimperialista, decretó un conjunto de medidas que sentaron los fundamentos para la transformación de la vida republicana, del movimiento de los trabajadores y de la legislación laboral y social.

 

Entre las leyes y decretos principales del gobierno de Grau sobresalieron las siguientes: creación de la secretaría (Ministerio) del Trabajo; establecimiento de la jornada laboral de 8 horas; salario y jornal mínimo; ratificación de la Ley Arteaga prohibiendo el pago de salarios y jornales mediante fichas, vales o tickets; la nacionalización del trabajo estipulando que el 50% de los empleos fueran realizados por cubanos; el reconocimiento del derecho y deber de los trabajadores a sindicalizarse; el derecho a la huelga; aprobó la ley contra la usura, e institucionalizó un sistema de seguros y de retiros para los obreros.

 

El gobierno de Grau, incluyó además, la nacionalización de la Compañía Cubana de Electricidad, la depuración de la deuda exterior de la república y el repudio de los compromisos contraidos por Machado; la nacionalización de los centrales azucareros de la Cuban American Sugar Company; la reducción de las tarifas de los servicios públicos; el reparto de tierras; la convocatoria a la celebración de una Asamblea Constituyente y dio inicio al proceso para eliminar la Enmienda Platt. A pesar de la corta duración del Gobierno de Grau donde desempeñó un destacado papel Antonio Guiterras y su organización revolucionaria la Joven Cuba, muchas de las leyes sociales y otros elementos avanzados de su programa nacional-democrático continuaron siendo impulsados por posteriores gobiernos republicanos bajo la presión de las luchas de los trabajadores y de las fuerzas progresistas.

 

En el período de 1925 en que surgió la CNOC a enero de 1939 en que se fundó la CTC, también se manifestaron un grupo de acontecimientos en la actividad de las fuerzas políticas populares y en el sector sindical que dejaron su huella para las etapas posteriores de la política cubana: se percibió la capacidad organizativa de los comunistas para a través del uso de medios conspirativos eficaces apropiarse del control de las organizaciones sindicales; se patentizó las posiciones fructuantes y a veces inexplicables del partido comunista en sus luchas, como cuando éstos al frente de la CNOC pactaron con Machado y abandonaron la huelga general que hubo de derrocarle días después.

 

Se pudo constatar además que si bien los comunistas fueron especialmente hábiles en escalar a la cima de los aparatos sindicales, ello no significaba que contaran con una correspondiente influencia en las masas de trabajadores, las que no necesariamente seguían sus orientaciones, como ocurrió, cuando los trabajadores no acataron el pacto comunista con el dictador en 1933; luego de 1930 las organizaciones sindicales controladas por los comunistas comenzaron a adoptar estructuras semejantes o parecidas a las existentes en los sindicatos soviéticos lo que se observó en la CNOC, en el Sindicato Nacional de Obreros de la Inductria Azucarera (SNOIA) y el Sindicato Nacional de Obreros del Transporte (SNOT).


Desde 1933 se inició una rivalidad perjudicial entre los comunistas y los seguidores de Grau y su Partido Auténtico, cuando los comunistas acusaron a Grau de representante de la burguesía y demagogo y lo combatieron incesantemente fomentando la desunión entre las fuerzas progresistas. El hecho anterior tuvo una clara expresión cuando los comunistas en vez de apoyar al gobierno de Grau-Guiteras se le enfrentaron abiertamente, contribuyendo a su derrota mediante el uso de la política de huelgas, de agitación y las campañas de formación de soviets que complementó la acción opositora y subversiva de las fuerzas reaccionarias encabezadas por Fulgencio Batista.

 

En esos años apareció y se incrementó gradualmente entre los comunistas la tendencia a copar las organizaciones sindicales dando lugar a una suerte de dirigentes que procuraban eternizarse en los cargos y poco proclives a ser removidos de los mismos, incluso por medios democráticos, ejemplo que fue seguido por Auténticos y otros líderes sindicales. Al igual, se evidenció que por entonces tanto los comunistas, auténticos, independientes, etc, que actuaban en el movimiento sindical no contaban con un predominio absoluto individualmente motivando que todas esas fuerzas contrapuestas en términos de ideologías y de tácticas de luchas debieran aceptar la pertinencia de la unidad entre ellas. Ese ambiente unitario fue estimulado después del VII Congreso de la Internacional Comunista celebrado en 1935, que promovió con el auge de la lucha antifascista el cambio de táctica para sus afiliados, pasando del Frente Único al Frente Popular, orientación con la que los comunistas cubanos incrementaron el viraje hacia la unidad con todos los sectores que consideraban democráticos y populares. Tal cambio ayudó al desarrollo de la unidad dentro del sindicalismo nacional, proceso que se consolidó con la adopción por Batista de la vía institucional en la segunda mitad de la década de 1930, acción que sentó las bases para la alianza en 1940 entre los comunistas y Batista.

 

La caída del gobierno progresista de Grau el 15 de enero de 1934 no impidió que los gobiernos posteriores continuaran al calor de las luchas de los trabajadores perfeccionando la legislación laboral y las medidas sociales, como hubo de suceder en los gobiernos de los coroneles Carlos Mendieta (mediante el Decreto no. 276 de 1934) y de Laredo Bru (con el Decreto no. 798 de 1938).


-II-

La CTC republicana

 

1939 y 1940 fueron dos años memorables para la historia nacional y el sindicalismo cubano. En 1939 se realizó la Asamblea Nacional Constituyente y se creó la CTC; por su parte, en 1940 se aprobó la nueva Constitución y se efectuaron elecciones democráticas el 14 de julio. La Constitución de 1940 produjo modificaciones al presidencialismo establecido en la Constitución de 1901, introduciendo un régimen semiparlamentario. La Constitución del 40, en la que participaron legalmente los comunistas y todas las fuerzas progresistas tuvo un carácter muy avanzado para su época y constituyó el núcleo central del pacto entre los actores sociales y políticos fundamentales de la nación empresarios, obreros, trabajadores, militares y el Estado con la democracia representativa y las políticas reformistas.

 

La Constitución de 1940 adoptó las demandas y conquistas fundamentales de los trabajadores de las etapas precedentes e incorporó otras nuevas, creando un conjunto de instituciones novedosas para hacerlas efectivas. Entre los aportes principales de la Constitución en el plano social sobresalen los que siguen: la fijación del salario mínimo para los obreros, incluso para el trabajo a destajo o por ajuste; introdujo el principio de trabajo igual, salario igual; estableció los seguros contra la invalidez, vejez, desempleo y accidentes de trabajo; fijó la jornada máxima de 8 horas y de 6 horas para los mayores de 14 años y menores de 18; introdujo la semana laboral de 44 horas equivalentes a 48 horas de salarios; el derecho al descanso retribuido proporcional; la protección a la maternidad obrera y el descanso para las embarazadas de 6 semanas antes y seis después del parto.

 

La Constitución del 40 contempló el derecho de los trabajadores a la sindicalización y a la huelga; los contratos colectivos de trabajo; la participación preponderante de los cubanos en el trabajo; la igualdad de oportunidades sin discriminación de ningún tipo por razones raciales, de sexo etc; prohibió el despido sin expediente previo; legisló la obligatoriedad del cumplimiento de las leyes sociales por parte de los patrones, y estableció el procedimiento de comisiones para dirimir los conflictos entre patrones y obreros. Como ha escrito Efrén Córdova: “Ninguna Constitución de esa época había llegado tan lejos en darle su máxima consagración a esas normas, la Revolución de 1933 que tantas frustraciones y vicisitudes había causado, pudo florecer de modo admirable en el campo social y del trabajo”.

 

Aunque la historiografía revolucionaria y marxista trata de obviar, y con frecuencia, ignorar totalmente los avances alcanzados en materia social y sindical durante la República, y en particular, por la Constitución de 1940, argumentando que éstos quedaron en el papel en realidad no ocurrió así y una cantidad importante de las conquistas sociales enunciadas en la Constitución fueron cumpliéndose posteriormente si bien no se adoptaron en su totalidad, y sin eludir que hubo exclusiones y restricciones reprochables como ocurrió en la cuestión racial, el sector campesino, entre los desempleados y en sectores no sindicalizados.

 

Con el gobierno de Batista de 1940 a 1944 que inauguró la segunda república (1940-1958), la actividad sindical fue perfilando además un grupo de rasgos algunos de cuales mantuvieron su validez hasta el período revolucionario después de 1959, los que pasamos a describir: el movimiento de los trabajadores y las fuerzas políticas progresistas y los sindicatos en específico tuvieron en la Constitución de 1940 el arma fundamental para la defensa de sus intereses sectoriales y los generales de la nación en el plano de la democracia política y social; en el período de la lucha internacional contra el fascismo y de los cambios democráticos internos en torno a la Constitución se sentaron las bases para reafirmar la tendencia unitaria y pluralista dentro de la CTC, lo que se manifestó en los cuatro primeros Congresos de la organización realizados entre 1939 y 1944, donde se logró la participación amplia de los trabajadores y la elección de directivas unitarias. En ese período el movimiento sindical de una postura radical y contestataria que en sus momentos extremos llevó al sindicalismo a impulsar acciones proclives a la toma del poder y a la revolución, tareas que no le corresponden al movimiento sindical, demostró el grado de madurez alcanzado y dio a su actuación una tónica moderada basada en el respeto a las instituciones, las leyes sociales y de acatamiento a la Constitución.

 

En los cuatro congresos iniciales de la CTC realizados en 1939, 1940, 1942, y 1944 fue electo Secretario General el líder comunista Lázaro Peña González que con independencia de los errores que pudo cometer dedicó toda su vida a las luchas obreras y fue partícipe de muchos de sus logros. Más tarde, los años de 1944 a 1959 fueron testigos de profundas transformaciones en la vida política nacional, el movimiento de trabajadores y la CTC. En el contexto internacional se produjo el fin de la II Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría; mientras en la nación se consumaba el 1ro de junio de 1944 el triunfo de Grau y el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) frente a la Coalición Socialista Democrática, en la que los comunistas se habían aliado a Batista desde 1940, asociación que entre otras cosas permitió el control de los comunistas en la CTC.

 

Con el triunfo del Gobierno Auténtico las cosas cambiaron en el movimiento de los trabajadores y la corriente sindical de ese partido encabezada por Eusebio Mujal apoyada por algunos independientes como Angel Cofiño, pasaron a controlar la CTC a partir de su V Congreso en que Cofiño fue electo Secretario General. En realidad, en 1947 se efectuaron dos V Congreso de la organización; el primero, en mayo controlado por los comunistas, donde fue elegido Lázaro Peña, y en el mes de julio el de los Auténticos ya mencionado. En los Congresos posteriores de la CTC oficial (Auténtica) del VI al IX ocurridos en 1949, 1951, 1953 y 1956 resultó electo Secretario General Eusebio Mujal. Es el período de la más ardua división de la CTC donde convivieron dos organizaciones paralelas la CTC (llamada Unitaria) bajo el dominio comunista y la CTC-oficial-Auténtica.

 

La división de la CTC constituyó un duro golpe para el movimiento de los trabajadores, no obstante, que con el apoyo de los Gobierno Auténticos la CTC-oficial consiguió alcanzar el cumplimiento de muchos aspectos de la legislación laboral establecida y la representación de los trabajadores en numerosos conflictos laborales. Con el Golpe Militar de Batista el 10 de marzo de 1952 en medio de la crisis y el descrédito del Gobierno Auténtico de Carlos Prío Socarrás (1948-1952) y la frustración popular, se produce un nuevo reajuste de las relaciones entre el gobierno y la CTC que concluye con la supeditación de la dirección sindical encabezada por Eusebio Mujal a Batista. La colaboración de Mujal con la dictadura batistiana incrementó la división en el movimiento sindical y más allá del valor que pudieran haber tenido los beneficios económicos y laborales obtenidos para los trabajadores con aquella unión colocó a las directivas sindicales oficiales del lado de la dictadura, lo que condujo a divisiones irreconciliables al interior de la CTC, y estimuló, la formación de organizaciones de trabajadores opuestas a Batista con diferentes orientaciones social-católica, ortodoxas, comunistas, auténticas, del Movimiento 26 de Julio, etc.

 

Se puede asegurar que de los momentos esenciales de la lucha revolucionaria contra Batista iniciada en 1953 bajo la dirección de Fidel Castro, el Movimiento 26 de Julio y otras organizaciones como el Directorio Estudiantil, el Partido Comunista estuvo ausente, tanto en las luchas políticas como sindicales; así fue en el ataque a los cuarteles Moncada y Goicuría, el Alzamiento de Cienfuegos, el ataque al Palacio Presidencial, el Granma y la lucha en la Sierra Maestra. Sólo en septiembre de 1958 el Partido Socialista Popular (PSP), nombre que adoptaron los comunistas en 1944, fue que éstos enviaron a Carlos Rafael Rodríguez a la Sierra Maestra y autorizaron a su militancia a incorporarse a las acciones armadas urbanas y rurales y al Ejército Rebelde, y al unísono, comenzó a incrementarse la participación comunista en las actividades y los Congresos Obreros y Campesinos dirigidos por el 26 de Julio. El colaboracionismo de la CTC con los gobiernos Auténticos y de Batista mostró los elevados costos y perjuicios que trajo a la CTC la pérdida de la autonomía como organización sindical en aras de obtener ventajas económicas inmediatas y el reconocimiento oficial.

 

No obstante estas deficiencias es posible afirmar que aunque antes de 1959 se mantuvieron muchas tendencias perniciosas en la República, la que no pudo eliminar su carácter subdesarrollado ni la dependencia con los Estados Unidos, las reformas implementadas en la nación con el respaldo de las luchas de los trabajadores, los estudiantes, otros sectores sociales y sus organizaciones, y en particular de la CTC, permitieron obtener en Cuba en la etapa de 1933 a 1958 considerables niveles de crecimiento económico y significativas conquistas en el terreno social, la mayoría de las cuales fueron mencionadas antes. Merece la pena agregar a lo dicho, que en los 5 años que antecedieron a la Revolución de 1959 la tasa promedio anual de crecimiento económico fue de 3,5%, cifra no desdeñable en medio de la guerra antibatistiana. En los años 50 a pesar de las grandes desigualdades sociales y estructurales entre lo urbano y lo rural, la capital y el resto del país, la contradicción entre el capital doméstico y el extranjero, la polarización del ingreso, el alto desempleo, etc, las políticas reformistas implementadas desde la década de 1930 mostraron avances de consideración al comparar a Cuba con América Latina: el ingreso per cápita era el tercer lugar en la región; era el segundo país en número de líneas telefónicas y en consumo de calorías; en 1953 el país se situaba en el lugar 22 en el mundo en médicos por habitantes, el tercero en los niveles más bajos en la mortalidad infantil en la región, y a fines de los 50 tenía en ese renglón el mejor índice de Latinoamérica.

 

En 1958, en cuanto al nivel de lectura ocupaba el puesto 33 entre 112 naciones del mundo; en salud pública tenía una cama por cada 190 habitantes, y a pesar de la deficiente calidad del servicio en muchas instituciones médicas y hospitales, esa cifra era más baja que la meta de 200 camas establecida por países desarrollados en ese tiempo. Ese año, Cuba era el octavo lugar mundial en el pago de los salarios a los trabajadores industriales, contando con el mayor presupuesto latinoamericano en educación. En artículos suntuarios poseía un televisor por cada 28 personas, cuarto en el mundo y segundo latinoamericano, un radio por cada 5 habitantes y un automóvil por cada 40.

 

En aquellos años se alcanzaron importantes progresos en la creación de industrias y en la diversificación de la producción, atenuándose la monoproducción sin alcanzar la diversificación de la exportaciones; en medio de ese intento modernizador-reformista se fundaron instituciones claves para la organización de la economía, entre las que se destacaron, la Junta Nacional de Economía, 1943; el Banco Nacional, 1948; el Banco de Fomento Agrícola, 1950, y hubo cambios en la política comercial orientados a la diversificación del comercio a partir, sobre todo, de 1948 con la sustitución del Tratado de Reciprocidad Comercial con Estados Unidos por el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (AGAC); en 1934 ya había sido abolida la Enmienda Platt.

 

Al triunfo de la Revolución en 1959 brilló la esperanza de los cubanos quienes creyeron que había llegado finalmente la oportunidad para conseguir la sociedad democrática, el desarrollo y la soberanía nacional a que aspiraban desde la época de las guerras de independencia. En ese escenario el movimiento de los trabajadores y los dirigentes sindicales, entre los que jugaron un valioso papel los sindicalistas del 26 de Julio encabezados por David Salvador, se dispusieron con entusiasmo a restructurar la CTC para apoyar la revolución y continuar la defensa de los trabajadores. Pero al optar el liderazgo cubano por el Socialismo de Estado de corte stalinista los sindicatos comenzaron a ser absorbidos por la total supeditación al Estado y al Partido Comunista, siguiendo la tradición leninista que considera a los sindicatos y a las organizaciones sociales como “poleas activas de transmisión de las directivas revolucionarias” y “escuela de educación política de las masas”, con lo que se destruyó la autonomía del movimiento sindical y de la totalidad de la sociedad civil.

 

En los momentos actuales cuando Cuba se prepara para la transición democrática y la reconciliación nacional, la CTC como la legítima representante de los trabajadores tendrá que recurrir en el complicado proceso de reconstrucción de la nación a aquellos principios que motivaron su origen y razón de ser que a pesar del paso de los años mantienen plena vigencia: la autonomía sindical del Estado y del oficialismo gubernamental; y su carácter unitario, pluralista y democrático. Esos son los valores positivos que deben recuperar el sindicalismo independiente y los sectores moderados y renovadores dentro de la CTC, de las instituciones gubernamentales y los trabajadores para orientar los nuevos rumbos del sindicalismo nacional. La CTC aquella princesa llena de valores que ha sido quebrantada por los errores de algunos de sus dirigentes y de las élites partidistas y gubernamentales tanto en la etapa republicana como en la revolucionaria, tiene todavía mucho que andar en nuestra patria y enormes virtudes para entregarnos.

El movimiento laboral cubano en la etapa republicana (1902-1958)

Manuel A. Brito López

2002

 

Antecedentes inmediatos del movimiento laboral en la etapa republicana (1899-1902)

 

Al iniciarse le ocupación norteamericana, después de una devastadora guerra que dejó más de 200 mil muertos (de una población que escasamente sobrepasaba el millón de habitantes) y una economía en ruinas, poco era lo que podía hacerse con vistas a organizar el escaso número de trabajadores asalariados1 a lo largo y ancho del país; pues, si bien es cierto que fue la labor tesonera de los trabajadores cubanos en el exilio (fundamentalmente en Tampa y Cayo Hueso), la que constituyó la fuente principal de donde brotaron los fondos para organizar la “guerra necesaria”; también es cierto que la única organización que había pretendido organizar los trabajadores cubanos, a escala nacional: La Sociedad General de Trabajadores desapareció en enero de 1899 como resultado del rechazo de un sector significativo de los trabajadores (especialmente de los inmigrantes regresados a la patria) por su apoyo al régimen autonómico instaurado por ellos en 1998.

 

No obstante, en septiembre de 1899 es fundada la Liga General de los Trabajadores Cubanos (LGTC) que fue el intento más importante de dotar a los trabajadores de una organización representativa de todos los sectores laborales del país. Gran parte de sus miembros, así como de su Directiva, eran tabaqueros y en los momentos de mayor auge, la organización llegó a contar con más de 10 mil afiliados.

 

Su primer presidente fue Enrique Messonier, antiguo dirigente socialista al que la historiografía oficial, en Cuba, acusa de “politiquero al servicio de la burguesía” por haber abandonado el viejo dogma de “lucha de clases”.

 

Lo heterogéneo de su composición (dentro de la liga existían diversas tendencias siendo las más importantes la reformista, la socialista y la anarquista) dificultó, en muchas ocasiones el logro exitoso de su gestión como fuerza dirigente de los trabajadores en aquella etapa como fue el caso de la Huelga de los Aprendices llamada así por su exigencia de que los niños cubanos tuvieran la misma oportunidad que los descendientes de españoles para ingresar en las tabaquerías como aprendices.


PRIMERAS ESCARAMUZAS DEL MOVIMIENTO LABORAL (1902-1913)

 

Después de la derrota sufrida en la Huelga de los Aprendices, el movimiento laboral cubano quedó parcialmente inactivo; y al iniciarse la República, en 1902, era prácticamente inexistente, sin embargo, a partir de 1905 comienza a apreciarse cierta reanimación en el mismo.

 

En 1906, es fundado el combativo gremio de la Unión de Albañiles y Ayudantes que, en noviembre de ese año, inicia una huelga en reclamo de la “jornada de ocho horas”.

 

En 1907, durante la segunda ocupación, siendo gobernador de la Isla Charles Magno, se produjo la exitosa “Huelga de la Moneda”, iniciada por los tabaqueros de la ciudad de la habana que exigían el pago en moneda norteamericana. La solidaridad de los tabaqueros de todo el país se puso de manifiesto de inmediato y aunque algunos pretenden ver en ello una “maniobra” del Gobierno Interventor para “consolidar la dominación imperialista”; hay que reconocer que la posición de Magno, al negarse a actuar contra los huelguistas, contribuyó al éxito de la huelga. Como dato de interés adicional, puede señalarse que durante la huelga (que se extendió por 145 días) Samuel Gompers, destacado líder sindicalista norteamericano, visitó La habana en señal de solidaridad con los huelguistas.

 

Durante el gobierno de José Miguel Gómez (1909-19139 el movimiento laboral cubano alcanzó significativos éxitos. En Agosto de 1908 los obreros del central Jagüeyal (en Ciego de Ávila) iniciaron una vigorosa huelga contra el uso de “vales” como forma de pago en los centrales. Aunque los organizadores de la huelga fueron encarcelados durante cinco meses, su acción repercutió en el congreso de la República donde el Representante a la Cámara por el partido Liberal, Emilio Arteaga, propuso un proyecto de ley que fue aprobado el 24 de junio de 1909, mediante el cual quedaba prohibida dicha práctica. El reconocimiento de la justa exigencia de los trabajadores azucareros (la aprobación de la Ley Arteaga) fue el éxito más rotundo del movimiento laboral cubano en esta etapa.


LA LUCHA POR DESPOLITIZAR EL MOVIMIENTO LABORAL (1914-1924)

 

Como se ha dicho anteriormente, el movimiento laboral cubano había sufrido la influencia de la corriente anarquista llegada a la Isla con los inmigrantes españoles de fines del siglo XIX y principios del XX.

 

La lucha contra esta nociva práctica era una necesidad tanto para los gobernantes como para los gobernados de ahí, que los sectores más conscientes y representativos del movimiento laboral cubano estuvieran interesados en hallar un marco apropiado donde analizar las vías para la erradicación de dicho mal. El arribo a la presidencia de Mario García Menocal, en 1913, creó las condiciones necesarias para la celebración del primer congreso obrero en la historia de la Cuba republicana.

 

Asesorado por prestigiosos representantes del movimiento laboral así como de la intelectualidad, entre los que se encontraban, incluso, miembros del Partido Socialista de cuba, Menocal creó una comisión encargada de estudiar diversos problemas sociales y proponer soluciones a los mismos. Con ese in, fue creada la Asociación Cubana para la Protección legal del Trabajo. La historiografía oficial, en Cuba, valora despectivamente, la aparición de la “Asociación” como un intento de “conciliación de clases”. Una de las recomendaciones de la Asociación fue la convocatoria de un congreso nacional obrero.

 

El Congreso obrero de 1914, se celebró durante los días 28, 29 y 30 de agosto en el Teatro Polyteama y a él asistieron 1400 delegados representantes de todos los gremios, asociaciones campesinas e incluso sectores no organizados de los trabajadores de todo el país.

 

Los detractores del evento arguyen que el mismo fue financiado por el gobierno (su costo ascendió a unos $17 000). Un estudio desapasionado de las intervenciones, recomendaciones y acuerdos tomados durante aquel evento demuestra lo positivo que fue aquel congreso para los trabajadores cubanos. Resulta difícil de creer que de un concilio amañado y controlado por “líderes vendidos” hubiera podido salir un documento que resumiese de forma tan acabada las vicisitudes del movimiento laboral cubano y sus principales demandas.

 

Durante el congreso pudieron hacer uso de la tribuna, libremente, representantes de todas las tendencias. Resulta significativo que en la obra más representativa de la historiografía oficial referente al movimiento laboral se exprese:


“(...) el hecho de que las organizaciones pudieran designar libremente a sus delegados permitió que se reflejara con bastante fuerza en el evento alunas de las principales aspiraciones de las masas (...)”

 

Al año siguiente del congreso, llegó a Cuba, procedente de México, en donde había participado en el movimiento revolucionario, Carlos Loveira.

 

Lobería más conocido en Cuba como escritor que como líder obrero era oriundo de Camagüey en donde había participado en las luchas del sector ferroviario hasta 1910, año en que se traslada a México.

 

Admirador de la organización dada al movimiento laboral norteamericano y amigo personal de Gompers, Lobería trató, infructuosamente, de dotar al movimiento laboral cubano con una estructura similar a la de American Federation of Labor (AFI); pero, aunque no logró su más preciado sueño, a su lado se formaron valiosísimos dirigentes que recogerían sus banderas en la lucha por un movimiento sindical libre e independiente. Entre estos hombres estaban Juan Arévalo y Luis Fabregat.

 

La otra gran figura del movimiento laboral, en estos años fue, sin duda Alfredo López. Su procedencia anarquista lo hizo repudiar el Congreso obrero de 1914; aunque en años posteriores fue acercándose más a las posiciones del anarcosindicalismo.

 

En 1920 se celebra un congreso obrero donde los anarquistas con el apoyo de dirigentes de origen socialista, pero fuertemente influidos por los acontecimientos producidos en Rusia, logran imponer al evento un rumbo distinto al trazado originalmente.

 

El Congreso Obrero de 1920 había sido convocado, inicialmente, para analizar la carestía de la vida y el envío de una delegación a la convención de la Confederación Obrera Panamericana que habría de celebrarse en México en julio de ese año, sin embargo, mediante una maniobra, que habría de convertirse, con el tiempo, en una táctica tradicional de los comunistas insertados dentro del movimiento obrero, los elementos extremistas asistentes al evento, usando un lenguaje demagógico, politizaron el mismo y en lugar de aprobarse el envío de una delegación a México, lograron que el congreso aprobara una declaración en apoyo a la Rusia soviética.

 

Alfredo López nunca llegó a ser comunista, pero su acercamiento a las posiciones defendidas por los defensores del “modelo soviético”, independientemente que fuesen hombres honestos confundidos por la demagogia o “agentes” formados por el Kremlin, hizo que cada vez se distanciara más y más de hombres que, como Arévalo y Fabregat, aspiraban a despolitizar el movimiento laboral y encauzar las luchas obreras, por el camino sano de las reformas sociales. En 1921, Alfredo López funda la Federación Obrera de La Habana que con el tiempo llegaría a ser una de las tantas puertas por donde accederían los comunistas al movimiento sindical cubano.


LA INFLUENCIA COMUNISTA EN EL MOVIMIENTO LABORAL CUBANO (1925-1933)


En 1925, gracias a la activa participación de líderes laborales de distintas tendencias, es fundada la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC). El camino recorrido había sido largo y tortuoso pero, al fin, los trabajadores cubanos tenían una organización nacional para luchar por sus reivindicaciones.

 

A la historiografía oficial le gusta repetir que la CNOC no era una organización comunista, y es cierto que no lo era, al menos en los primeros tiempos. Surgida del Congreso obrero celebrado en Camagüey, en 1925, la mayoría de los gremios que la integraban respondían a las tendencias del reformismo y del anarcosindicalismo que, a pesar de las diferencias existentes entre ellas, tenían en común el rechazo a la participación de las organizaciones obreras en las luchas políticas.

 

Sin embargo, no debe olvidarse que ese mismo año había sido fundado el Partido Comunista de Cuba, miembro desde su nacimiento de la Internacional Comunista, instrumento creado por Moscú para organizar la defensa de los intereses del “primer país proletario” a escala mundial.

 

Los comunistas cubanos, por ignorancia o por temor de ser expulsados de una organización a la que se sentían atados por “intereses de clase” se dieron a la tarea de penetrar la CNOC y hacer de ella un instrumento de lucha de clases a escala nacional.

 

A partir de 1927, con la llegad de Rubén Martínez Villena al aparato de dirección de la CNOC se consuma el control total de la organización obrera por parte del Partido Comunista. A partir de ese momento, las reivindicaciones económicas serían enarboladas sólo para la movilización inicial de los trabajadores y las huelgas o manifestaciones adoptarían, en una segunda fase, el carácter político que los organizadores quisieran darle, atendiendo a las prioridades orientadas por Moscú.

 

Que eran los intereses de Moscú y no los de los trabajadores cubanos lo que contaba, en última instancia, se puso de manifiesto en la huelga de1933 durante los últimos días de la dictadura machadista.

 

Una huelga de los empleados del transporte, en la ciudad de La Habana, y que había sido provocada por la actitud abusiva de un funcionario del distrito central, se convierte en el agente multiplicador de un movimiento huelguístico que trasciende las fronteras de la capital convirtiendo en huelga general lo que había empezado por una simple protesta laboral.

 

La CNOC, el Directorio Estudiantil y otras organizaciones antimachadistas asumen la dirección de la huelga general y el pueblo responde de horma masiva. Sin embargo, ocurre algo que deja estupefactos a los participantes en aquellos acontecimientos. Al ceder el tirano y declarar que estaba dispuesto a satisfacer las demandas económicas. de los huelguistas la dirección de la CNOC llama a parar la huelga, desconociendo el sentimiento popular de mantener la misma hasta que el tirano fuese derrocado. La explicación de esta vergonzoza actitud no puede se otra que el hecho de que la CNOC era, para la fecha, un instrumento al servicio del Partido Comunista y éste consideraba que por “malo” que fuese el régimen de machado, era preferible cualquier otro que pudiese surgir como resultado de un movimiento revolucionario en el que los comunistas no tuviesen un control absoluto.


LA LUCHA POR LA REESTRUCTURACIÓN DEMOCRÁTICA DEL MOVIMIENTO LABORAL CUBANO (1933-1938)


Como es de todos conocido, la dictadura de Machado fue derrocada en agosto de 1933 y desde ese momento hasta enero de 1934, el país atravesó por convulsos momentos y conoció numerosos gobiernos (algunos de los cuales sólo tuvieron horas de existencia) entre los que se destaca el encabezado por Ramón Grau San Martín (set. de 1933, ene. de 1934).

 

La historiografía oficial gusta de resaltar la figura de Guiteras en detrimento de la figura de Grau cuando se trata de valorar el papel jugado por estos dos hombres en una serie de medidas que favorecieron a los trabajadores cubanos durante el llamado “gobierno de los cien días”; sin embargo rehuye abordar el papel ruin y oportunista jugado por el partido Comunista que siguiendo las directivas de la I.C. llevó a una parte significativa del movimiento obrero cubano, a la loca aventura de “sovietizar” los centrales azucareros. El Partido comunista, y los sindicatos controlados por él fueron los mismos responsables de que el proceso revolucionario iniciado en septiembre de 1933 culminase en un fracaso, al dividir el movimiento laboral cubano en los momentos en que el gobierno de Grau-Guiteras más necesitaba de la unidad de todos los sectores.

 

Las resoluciones del IV Congreso de la CNOC (enero de 1934) constituye la mejor prueba de que esta organización se había convertido en un instrumento de la lucha política del Partido Comunista y que había dado la espalda a las reivindicaciones más acuciantes de los trabajadores cubanos aunque en el documento se hiciese referencia a alguna de ellas.

 

A pesar de la lucha enérgica de líderes como Eusebio Mujal y otros, los comunistas lograron imponerle al congreso un marcado carácter pro-soviético y una fraseología tomada de los manuales editados en Moscú para formar “dirigentes sindicales” en otras partes del mundo.

 

El golpe de estado del 15 de enero de 1934, fue la respuesta de los sectores más conservadores de la nación a un peligro real existente: la posibilidad del caos y la bancarrota como resultado de la inestabilidad política y económica.

 

La huelga organizada en febrero de 1935 y que tenía como objetivo inicial una serie de demandas económicas (pago de los atrasos) del sector educacional fue transformándose paulatinamente y en marzo alcanza la categoría de huelga general.

 

Aunque en los textos oficiales puede leerse que la dirección de la CNOC consideraba prematura, la huelga y que se sumó a ella para estar junto a las masas trabajadoras, lo cierto es que esta vez, como en muchas anteriores, los dirigentes comunistas insertados dentro del movimiento laboral trataron de capitalizar el movimiento convirtiendo una huelga por reivindicaciones económicas en “una huelga general revolucionaria”.

 

Los resultados son harto conocidos, el fracaso de la huelga estuvo acompañado por una brutal represión y el desmembramiento de las estructuras sindicales alcanzadas a fuerza de años de lucha y sacrificio.


LA COYUNTURA INTERNACIONAL Y LA NUEVA OFENSIVA COMUNISTA DENTRO DEL MOVIMIENTO LABORAL (1939-1944)

El peligro fascista provocó un “ablandamiento” de la posición “anticomunista” que los gobiernos cubanos habían mantenido a partir de 1925.

 

En enero de 1939, unos 1500 delegados representantes de más de 380 organizaciones sindicales se reúnen en el Teatro nacional (hoy García Lorca) para dejar constituida la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC). Aunque la máxima dirección de la organización recayó en un comunista (Lázaro Peña), en el Comité Ejecutivo de la misma había líderes de todas las tendencias e ideologías como una muestra fehaciente de que los intereses de los trabajadores estaban por encima de intereses partidarios.

Sin embargo los líderes comunistas insertados dentro de la Confederación no estaban dispuestos a renunciar a la vieja táctica de hacer de los sindicatos una trinchera en la lucha por, lo que consideraban su principal deber, la defensa de la Rusia Soviética.

 

Al producirse el vergonzozo pacto germano-soviético (1939) todas las consignas antifascistas enarboladas durante la república española (1936-1939), fueron engavetadas y lo que resultó más indigno aún se negó el hecho de que tropas soviéticas hubieran penetrado en la zona oriental de Polonia mientras las alemanas lo hacían por la occidental calificando la noticia de “propaganda burguesa”.

 

Sin embargo, podrían comprenderse, aunque no justificar, las actitudes anteriores si se parte del principio que los comunistas constituían un partido político. Lo que resulta inadmisible, desde cualquier punto de vista, es la posición que los comunistas, dentro del movimiento laboral, adoptaron durante la guerra. Al iniciarse la conflagración, los líderes comunistas se opusieron a todo intento gubernamental por contribuir a la derrota del fascismo, sin embargo, al producirse la agresión hitleriana a la URSS, su posición cambió diametralmente, lo que antes era “una guerra imperialista” pasó a ser una guerra del mundo progresista contra la “barbarie fascista”, el servicio militar, antes condenado, ahora era bien visto y el propio Lázaro peña quien había presidido el famoso “Comité por Cuba fuera de la Guerra Imperialista” convocó a la creación de un Frente Nacional Antifascista para canalizar la “solidaridad” de los trabajadores cubanos con la URSS.


LA SUSTITUCIÓN DE LOS ELEMENTOS COMUNISTAS EN EL SENO DE LA DIRECCIÓN DEL MOVIMIENTO LABORAL (1944-1952)

No es de extrañar que después de haber conocido de cerca “veleidades” de los elementos comunistas en el seno de la dirección de la CTC, los elementos más representativos de los trabajadores cubanos buscasen un distanciamiento de los mismos.

 

Ya en los inicios de la guerra, Arévalo y otros líderes del movimiento laboral cubano habían expresado la idea de crear una organización paralela a la CTC si esta no rectificaba el rumbo con relación a la guerra.

 

Durante el último año de la conflagración, había ascendido a la presidencia de Cuba, el Dr. Ramón Grau San Martín. A diferencia de Batista que había llegado al poder con el apoyo de los comunistas, Grau, no sólo, no tenía ningún compromiso con ellos, sino que, además conocía de su oportunismo político por haber visto saboteada su gestión gubernamental durante el “gobierno de los cien días” con las huelgas organizadas por ellos.

 

A la par que el gobierno tomaba un sin número de medidas encaminadas al fortalecimiento del movimiento laboral y el mejoramiento del nivel de vida de los trabajadores (aumento de salarios, prohibición de los desalojos campesinos y desahucios s inquilinos, derecho de inmovilidad de los trabajadores, reglamentación del trabajo a domicilio, etc.) la Comisión Obrera nacional (CON) de filiación auténtica inició una labor de esclarecimiento en el seno del movimiento laboral encaminada a denunciar el papel jugado por la alta directiva de la CTC como instrumento al servicio de los intereses del comunismo mundial.

 

Los comunistas, por su parte arreciaron sus intentos por un completo dominio de la Central sindical. Arévalo fue separado del comité Ejecutivo, en 1946, acusado de haber establecido vínculos con la AFL. Otro miembro, Francisco Aguirre tuvo que “retractarse” por idénticas razones. Sin embargo, un año mas tarde, la ofensiva comunista se vio frenada por un nuevo auge del movimiento laboral de tendencia nacionalista encabezado por la CON.

 

En 1947 fue convocado el V Congreso de la CTC. Los elementos comunistas, atrincherados en el comité Ejecutivo, trataron de hacer prevalecer su ascendencia sobre el movimiento laboral, ganada mediante métodos antidemocráticos, en años anteriores, pero los tiempos habían cambiado.

 

Los comunistas, ante el avance de fuerzas nacionales comenzaron a acusar a éstas de “divisionistas”. Los enfrentamientos en los locales sindicales anunciaban las futuras batallas que habrían de librarse durante el Congreso. Aunque se ha pretendido hacer ver que los sindicatos comunistas eran sometidos a constantes ataques por parte de las fuerzas gubernamentales, lo cierto es que los llamados “unionistas” hacían valer sus “derechos” a punta de pistola.

 

En vísperas de la celebración del Congreso, la CON alcanzó significativos éxitos en la dirección de muchos sindicatos nacionales. Los comunistas aplicando la vieja máxima de “calumnia que algo queda” atribuyeron estos éxitos a “sobornos” y al “reparto de prebendas” y se dispusieron a utilizar todos los recursos a su alcance para impedir el acceso de las fuerzas sanas y honestas, encabezadas por Ángel Cofiño, a la dirección de la CTC.

 

Las presiones de los comunistas, en el seno de los sindicatos controlados por ellos, eran tan evidentes que el propio Ministro del Trabajo tuvo que tomar cartas en el asunto. Llegaron a producirse enfrentamientos armados entre las fuerzas del orden y elementos comunistas atrincherados en las oficinas de los sindicatos que dominaban. El clima de inseguridad se hizo tan evidente que el gobierno decidió postergar la celebración del Congreso.

 

El Comité de Credenciales, creado por iniciativa gubernamental y con la aceptación de la CTC, se dio a la tarea de estudiar las más de 180 impugnaciones hechas por Francisco Aguirre, contra los delegados que los comunistas habían logrado imponer mediante métodos antidemocráticos.

 

La dirección comunistas de la CTC temerosa de quedar fuera del juego en caso de celebrarse un congreso verdaderamente democrático llamó a la celebración del mismo, a principios de mayo, sin que el comité de Credenciales hubiese concluido sus labores. Como es lógico suponer, sin la presencia de los delegados de la CON y con el control alcanzado, sobre los sindicatos existentes, el Comité Ejecutivo de la CTC quedó en manos de connotados comunistas. Cofiño, que había decidido asistir al congreso creyendo que podría enfrentar las tácticas antidemocráticas de los comunistas, fue despojado de su condición de miembro titular ante la FSM.

 

El gobierno de Grau no podía permitir que los designios comunistas fuesen impuestos de forma arbitraria a los trabajadores cubanos. Amparado por el hecho de que gran parte de los delegados al congreso habían sido impugnados, declaró ilegal el mismo y convocó para la celebración del evento enjulio del mismo año.

 

Si bien es cierto que al congreso de julio no asistieron numerosas representaciones sindicales por estar bajo el control comunista, no es menos cierto que las sesiones del mismo se celebraron en un espíritu democrático abierto a todas las tendencias, salvo la comunista, existentes en el seno del movimiento laboral. Cofiño resultó electo como Secretario General.

 

En los meses que siguieron al V Congreso, de forma paulatina y sistemática los sindicatos controlados por comunistas fueron pasando a manos de los verdaderos representantes de la clase trabajadora y el movimiento laboral fue desprendiéndose de la nociva costumbre, impuesta por los comunistas, de ligar las reivindicaciones económicas con demandas de orden público.

 

No sería justo, dejar de reconocer que entre los líderes obreros de filiación comunista, existieron hombres de probada honestidad y lealtad a la causa de los trabajadores. tal es el caso de Jesús Menéndez y de un reducido grupo que se mantuvieron si no separados, al menos distantes de las consignas políticas de su organización para dedicar todas sus fuerzas a la lucha por las reivindicaciones económicas y sociales de su clase.


LA ÚLTIMA DÉCADA DEL MOVIMIENTO LABORAL INDEPENDIENTE CUBANO (1948-1958).


Los años transcurridos entre la celebración del V Congreso y el derrocamiento de la dictadura de Batista no fueron años fáciles para el movimiento laboral cubano.

 

El peligro comunista lejos de desaparecer se había multiplicado. El inicio de la “guerra fría” había traído aparejado un mayor interés, por parte de Moscú, en controlar las organizaciones obreras en el ámbito mundial y para ello no escatimaba recursos. En Cuba, contaba con un “aparato” bien organizado y experimentado en los trajines de la “lucha de clases”. Cientos de “cuadros profesionales” actuaban de forma clandestina en las ciudades, poblados, bateyes y campiñas tratando de recuperar lo perdido en el V Congreso: el control del movimiento laboral, para ponerlo al servicio de la causa del comunismo.

 

Por otra parte, el gangsterismo que se venía desarrollando en el país, del cual no se salvaban ni siquiera los predios universitarios, trataba de penetrar el movimiento laboral con fines tortuosos. Muchos líderes sindicales de la época (incluyendo comunistas) fueron víctimas de la extorsión, amenaza e incluso agresiones por parte de pistoleros que, en su gran mayoría habían militado en organizaciones revolucionarias antimachadistas y de filiación comunista o pro-comunista.

 

La división en el seno del partido de gobierno, el PRC (A), trajo aparejada la aparición de una sección obrera del Partido del Pueblo Cubano (A), liderado por Chivas: la Sección Obrera Funcional de los Obreros de la Ortodoxia Histórica que buscaba mantener el movimiento laboral cubano libre de la influencia comunista pero también distante de las tendencias corruptas a que estaba siendo sometido durante la segunda mitad de la década del 40.

 

En 1949 surgen una serie de discrepancias entre líderes de dos de las agrupaciones obreras más importantes existentes en el seno de la CTC; la CON y la CONI dirigidos por Mujal y Cofiño respectivamente. Las divergencias alcanzan su punto más alto al ser destituido Cofiño de su cargo como líder máximo de la CTC, durante una reunión del Consejo General. Francisco Aguirre accede al cargo de Secretario General con carácter provisional hasta la realización del VI Congreso que habría de celebrarse en abril.

 

Cofiño logra entonces crear una central paralela a la CTC: la CGT. No es casual que Cofiño y sus seguidores eligieran este nombre. Ya desde hacía tiempo, el grupo CONI se había sentido atraído por la experiencia argentina de la llamada “tercera posición” surgida en el seno de la CGT argentina durante el gobierno de Perón y que significaba un distanciamiento tanto de la AFL(norteamericana)como de la FSM (controlada por los soviéticos).

 

Durante el VI Congreso, es electo Eusebio Mujal como Secretario General de la CTC, pero el abandono por parte de Cofiño y sus partidarios, de la central sindical vino a sumarse a las dificultades antes señaladas debilitando en grado sumo la organización de los trabajadores.

 

En marzo de 1952, Batista asume el poder mediante un Golpe de Estado que derroca al presidente constitucional. La CTC convoca por boca de su líder, Eusebio Mujal a una huelga general secundada por algunas secciones obreras como la ortodoxa, pero ante la impasibilidad tanto del partido de gobierno como los de la oposición, opta por poner in a la misma y acatar el “gobierno de facto”. En definitiva, la CTC no era la organización llamada a encabezar un movimiento de masas contra el golpe. Por otra parte, los sindicatos controlados por los comunistas y que se agrupaban bajo el rimbombante nombre de “CTC unitaria” no se molestaron en hacer ni una simple declaración de condena.

 

El PSP, por su parte, más por despecho (Batista había olvidado el favor que debía a los comunistas con cuyo apoyo llegó a la presidencia en 1940) que por convicción hizo una débil denuncia en la que más se criticaba al gobierno de Prío que al golpe mismo. Quizás la dirección del partido no descartaba, del todo, un arreglo con el “hombre fuerte” que permitiera a algunos de sus líderes acceder, de nuevo, a un “ministerio sin cartera” o compartir la dirección de la central obrera.

 

En mayo de 1953, se celebró el VIII Congreso de la CTC. A pesar de todo lo que la historia oficial ha hecho por rebajar la figura de Mujal como líder obrero, ha tenido que reconocer que a este congreso asistieron unos “40 delegados unitarios” (léase comunistas) que tuvieron libertad para exponer sus criterios y propuestas, algunas de ellas aprobadas como fue el caso del ingreso en la CTC de todos los sindicatos y federaciones que lo solicitaran.

 

El estado de inconstitucionalidad existente en el país se agravó a raíz de los sucesos del 26 de julio. La represión del gobierno, por una parte y las presiones ejercidas por las fuerzas opositoras contra aquellos líderes obreros que querían mantenerse ajenos a la lucha política y dedicarse por entero a la acción sindical puso entre dos fuegos el movimiento laboral obligando a sus más genuinos representantes a sumarse a una u otra acción política.

 

Una parte de la oposición se nucleó alrededor del Frente Obrero Nacional (FON) donde prevalecían sin duda, los criterios del “M-26-J”. La fragmentación del movimiento sindical se puso de manifiesto con el fracaso de la “Huelga del 9 de abril”. Por su parte, los sindicatos controlados por los comunistas, siguiendo una vieja táctica se limitaban a acciones “reivindicativas” de orden económico en espera de que el panorama político se hiciese menos confuso. ¿No había el Partido en su momento tildado de “puchista” al asalto del Cuartel Moncada?

 

Arrastrados por la vorágine política, los sindicatos abandonaron la lucha por el mejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores para poner en el primer lugar de su agenda el derrocamiento de la dictadura de Batista. No es de extrañar, por tanto, que durante los dos años de la guerra civil no se registrase un solo movimiento huelguístico de importancia encaminado a mejorar la situación de los trabajadores.

 

Cando en enero de 1959, después de la huida del tirano, se convoca a una huelga general revolucionaria, la respuesta popular no estuvo motivada por la influencia que el FONU (Frente Obrero Nacional Unido) u otra organización obrera pudiese haber tenido sobre la masa trabajadora, sino por las ansias de todo el pueblo de poner fin a una sangrienta guerra civil que había arrebatado la vida a cientos de sus mejores hijos.

 

En realidad, a la altura de 1959 el movimiento laboral cubano se hallaba tan atomizado y dividido que no hubiera podido encabezar una acción a escala nacional. Fue esa, quizás, la principal causa por la cual, en el primer congreso obrero celebrado, celebrado después del 1ro. de enero del 59 (el llamado Congreso de los Melones), no pudo dársele respuesta adecuada a la iniciativa gubernamental para convertir la CTC y sus sindicatos nacionales en la “correa transmisora de la política estatal”; pero, esto podría ser tema para otra historia.

 

[1]Aunque los censos de la época no hacían distinción entre obreros asalariados y artesanos, se calcula que en la zafra de 1894 participaron unos 150 mil obreros agrícolas e industriales; pero, en 1899 sólo quedaban 207 ingenios de los 1100 que habían molido en 1894.

[2] Historia del Movimiento obrero Cubano” (1865-1958), tomo 1, pp. 169.170

De tal documento base, tal congreso obrero

Orlando Freire Santana

16 de diciembre de 2013

 

Las discusiones alrededor del XX Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba presagian lo peor

 

Una vez conocido el anteproyecto de Documento Base del XX Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), publicado en el periódico Trabajadores y actualmente discutido en todas las secciones sindicales del país, no es difícil imaginar cómo será esa magna cita oficialista a celebrarse en febrero de 2014.

 

Vamos a presenciar un cónclave que abogará por incrementar la sindicalización de la mayor cantidad de trabajadores posible, y así frenar la creciente tendencia a abandonar los sindicatos que se aprecia a lo largo y ancho del país. Una tendencia que responde, sin dudas, a la deteriorada imagen que los colectivos laborales tienen de los sindicatos.

 

En ese contexto, es casi seguro que los directivos de la CTC reafirmen la determinación de sindicalizar también a los trabajadores por cuenta propia. Claro, si pudiesen mezclarlos con afiliados de entidades estatales, sería lo ideal. De esa forma podrían controlarlos mejor, y sería más fácil convencerlos de que paguen puntualmente sus impuestos.

 

Es evidente que el fantasma del sindicato paralelo Solidaridad, en Polonia, se hace presente cada vez que a las autoridades no les queda más remedio que admitir la creación de secciones sindicales formadas únicamente por cuentapropistas.

 

El XX Congreso, por supuesto, va a demandar de los trabajadores el apoyo incondicional a los cambios que se vienen implementando a propósito de la actualización del modelo económico. Se les pedirá a los trabajadores que respalden la política de modernización de la empresa estatal, aun si ello significa el despido masivo de empleados públicos. Y se recalcará que el momento no es propicio para exigir aumentos de salario. Que todos recuerden lo expresado por Raúl Castro en el sentido de que no se moverán los salarios hasta tanto no se aumenten la producción y la productividad.

 

Claro, es de suponer que Salvador Valdés Mesa, Ulises Guilarte de Nacimiento y el resto de la tropa élite de la CTC tengan bien pensada la respuesta que van a ofrecer si del seno del plenario brotara la siguiente interrogante: ¿Y entonces por qué hay incrementos salariales para los deportistas?

 

La reunión sindical será propicia para insistir en el “peligro” que corre Cuba mientras exista el imperio del Norte. Por eso se llamará a todos los colectivos obreros a intensificar la preparación para rechazar una posible agresión del enemigo. Y por ello se justificarán las maniobras militares al estilo de Bastión-2013, así como el enrolamiento de los trabajadores en las Milicias de Tropas Territoriales (MTT).

 

A propósito, y dado que la CTC considera que no debe abandonarse el hábito de que los trabajadores abonen un día de su salario para la defensa del régimen, ahora se ha instaurado “el aporte al día de la Patria”, un sustituto del pago para financiar las MTT. Es el mismo perro con distinto collar, dirán los abrumados obreros, quienes verán evaporarse aún más sus magros salarios.

 

Del ‘aparato’ a la masa obrera

 

A pesar de la extensa nómina de custodios profesionales que vigilan en los centros laborales, la CTC se pronunciará por fortalecer la guardia obrera, en un intento por detener la ola de robos y desvíos de recursos que asola a fábricas, empresas y demás entidades. Mientras tanto, la contralora general Gladys Bejarano persistirá en el empeño de perfeccionar el control interno; un control que a veces son los propios jefes los primeros en desconocer.

 

Como sucede en todos los eventos progubernamentales que se efectúan en Cuba, no faltará la arenga a favor de la liberación de los espías presos en Estados Unidos. Algunos delegados a este Congreso, con importantes asuntos que plantear, notarán con pesar que el tiempo se les esfuma en medio de estériles disquisiciones. Y tomarán los micrófonos los familiares de “los cinco”, el ya liberado agente René González, y algún que otro invitado extranjero, de esos que la señora Kenia Serrano y sus muchachos del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, reclutan en todas partes para que armen la algarabía. Tal vez hasta Ricardo Alarcón se embulle, deje su pijama casero y se dé una vuelta por el Congreso. Y muy importante: el XX Congreso seguirá exigiendo la libertad de los “cinco héroes”. No importa que ya para esa fecha solo queden tres en prisión ante la cercana liberación de Fernando González Llort.

 

Los delegados al Congreso opinarán que debe desaparecer la formalidad en la selección de los dirigentes sindicales a nivel de base, y que sean los mejores y más capaces los que asuman las responsabilidades. Porque, cómo entender que en un centro de investigación donde abundan los licenciados, másteres y doctores, el secretario general de la sección sindical sea un auxiliar de limpieza. Eso demuestra apatía y desinterés por el trabajo sindical de los cuadros con mayor preparación.

 

Por último, dos certezas deben acompañarnos a la hora de vislumbrar el epílogo de este Congreso. Por una parte, no será difícil dilucidar quién será el nuevo mandamás de la CTC. Asistiremos a la crónica de una elección anunciada: el señor Ulises Guilarte de Nacimiento, miembro del Comité Central del Partido Comunista, y presidente de la Comisión Organizadora de este Congreso, se convertirá en el secretario general de la CTC. Por otro lado, nadie dudará de que este Congreso, en lugar de defender los intereses de los trabajadores, solo habrá servido para que el aparato de poder transmita sus directivas a la masa obrera.

Ni libertad sindical ni derecho a huelga

Joel Brito

5 de diciembre de 2013

 

El ‘novedoso’ Código del Trabajo castrista será ‘aprobado por unanimidad’ en febrero de 2014. Los trabajadores cubanos seguirán sometidos a los designios del PCC.

 

El congreso tendrá lugar en un contexto de perfeccionamiento del modelo económico del país, que ya tiene una plataforma política y económico-social, que son los Lineamientos de Política Social y Económica del sexto congreso del PCC.”

Ulises Guilarte de Nacimiento, presidente de la Comisión Organizadora del XX Congreso, miembro del Comité Central del PCC. (Futuro secretario general de la CTC)

 

Cuando el XX Congreso de la CTC sea clausurado por Raúl Castro en febrero, volveremos a oír que la falta de productividad es un mal que debemos eliminar, que las reformas son imparables “pero a nuestro ritmo”, que el modelo económico lo estamos actualizando y que no renunciaremos al socialismo del siglo 21. Ramón Machado Ventura, con su discurso típico y aburrido, propondrá a los miembros del Comité Nacional de la CTC la aprobación de Ulises Guilarte de Nacimiento como secretario general y de Carmen Rosa López Rodríguez como segunda secretaria, y estos serán aprobados por unanimidad. A esas alturas, los trabajadores del país contarán “casi” con un nuevo Código del Trabajo. La aprobación final la realizará la Asamblea Nacional del Poder Popular, y posteriormente se convertirá en Ley.

 

El próximo paso será enviar el documento a la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para demostrar que el gobierno cubano (eficientemente como siempre) ha cumplido con la solicitud del Comité de Expertos de poner el actual Código de Trabajo a tono con los convenios… 17 años después.

 

La ministra del Trabajo y Seguridad Social, la compañera Margarita Marilene González Fernández, enviará una nota que exprese algo así como:

 

“El Estado cubano mantiene un estricto apego, en su legislación y práctica, a la letra y los objetivos de las Normas Internacionales del Trabajo, y muestra de ello es la reformulación, después de más de 220.000 reuniones y con la participación de más de cinco millones de trabajadores, del Nuevo Código Laboral, orgullo supremo de la clase obrera cubana. Queremos además asegurar que en nuestra patria existen las condiciones necesarias y adecuadas para garantizar y proteger los derechos de los trabajadores y sus dirigentes sindicales [siempre y cuando sean militantes del PCC]”.

 

¿Por dónde anda la saga del Anteproyecto del Código del Trabajo?

 

Más de nueve de los 14 capítulos con que cuenta el actual Código del Trabajo, de 1985, no tienen ya nada que ver con el documento original y las condiciones específicas existentes actualmente en el país. Además, dicho Código ha sido criticado severamente por expertos de la OIT, por entrar en contradicción con los convenios básicos de esa organización.

 

Como es típico en esas reuniones maratónicas e impregnadas de formalismo, donde ha primado la indiferencia sobre algún deseo de aportar verdaderas iniciativas, el nuevo Anteproyecto de Ley de Código de Trabajo se consulta desde el mes de junio hasta el próximo 10 de diciembre.

 

El pasado 12 de noviembre, Guilarte expresó al órgano oficial del PCC que más de 2.733.000 trabajadores asistieron a las consultas del documento (un 91% de la totalidad del país), reflejando, según él, “la madurez política de la clase obrera en función de sus aportes para enriquecer la legislación y en respaldo a su modificación”. Además, informó que se habían expuesto hasta esa fecha 171.650 planteamientos, de ellos el 25% considerados adiciones, el 20% modificaciones, el 27% preocupaciones y el 11% supresiones. Aporta un dato curioso: 157 trabajadores no aprobaron el Anteproyecto, 173 se abstuvieron y seis secciones sindicales del sector no estatal (de un total de 1041), decidieron no discutirlo.

 

Reconocidos periodistas de órganos oficiales de prensa han expresado que el nuevo cuerpo legislativo contiene doce políticas de aplicación general, lo catalogan como un documento esencialmente normativo, con rango de ley, que deroga tres leyes, ocho decretos-leyes, cuatro decretos y 77 resoluciones, y que está dirigido hacia la búsqueda de la eficiencia y la productividad económica. Es decir, un documento mágico que resolverá las deformaciones estructurales de la economía y el empleo en la Isla.

 

Revisando el Anteproyecto —un panfleto del 16 páginas que solo de verlo genera una total apatía—, se puede apreciar la típica terminología de décadas anteriores: la idoneidad demostrada, la capacitación laboral, la prevención de accidentes y enfermedades profesionales, el control interno y –no podía faltar– la disciplina laboral. Lo nuevo es la referencia al sector no estatal, para el cual se considera una flexibilización en las horas de trabajos semanales y contratos de trabajo por un tiempo determinado o indeterminado. También se hace referencia al término de autogestión, pero sin entrar en detalles.

 

No hay nada referido al tema de la libertad sindical, al derecho a la huelga, a la creación de sindicatos o de asociaciones de trabajadores al margen de la CTC y el Partido.

 

La realidad de la CTC y los sindicatos nacionales es que durante los últimos 50 años han funcionado como apéndice de las administraciones y de una estructura del PCC a todos los niveles.

 

En ninguna de sus intervenciones, los dirigentes sindicales oficiales han propuesto elevar salarios, desarrollar una negociación colectiva acorde a los estándares internacionales, eliminar la doble circulación de la moneda que tanto afecta a los trabajadores, reducir la jornada laboral, mejorar las condiciones laborales, generar empleos útiles y que las empresas con capital extranjero contraten directamente a sus trabajadores. Todo lo contrario. La CTC ha sido la encargada de implementar todas las iniciativas generadas desde el PCC, en la mayoría de los casos en contra de sus propios afiliados.

 

Los cubanos necesitan sindicatos como los que integran la Coalición Sindical Independiente de Cuba, independientes del Gobierno y del partido comunista, y cuyo único compromiso es con los trabajadores.

Sindicalismo por cuenta propia

Yoani Sánchez

4 de agosto de 2013

 

La Oficina Nacional de la Administración Tributaria (ONAT) abre sus puertas y hay decenas de personas aguardando desde muy temprano. Una empleada explica a gritos dónde debe ubicarse la cola para cada trámite, aunque pasados breves minutos la confusión volverá a reinar. En un buró, sin un ordenador, otra funcionaria escribe a mano los detalles de cada caso atendido. La pared tras sus espaldas está manchada de humedad, el calor es insoportable y a cada rato alguien la interrumpe para pedirle unas planillas. Una institución que recauda anualmente millones de pesos en impuestos, sigue con los pies de barro de la precariedad material y la mala organización. Locales congestionados, trámites interminables y falta de información, son sólo algunos de los problemas que lastran su gestión.

 

Sin embargo, los tropiezos no terminan ahí. La inexistencia de mercados mayoristas estables y con productos diversificados, frenan también al sector privado. Los inspectores llueven sobre las cafeterías, restaurantes y demás negocios autónomos. La huelga o cualquier demostración pública para que se reduzcan los gravámenes, siguen terminantemente prohibidas. De los cuentapropistas se espera que contribuyamos al presupuesto nacional, pero no que nos comportemos como ciudadanos dispuestos a reclamar. El único sindicato permitido, la Central de trabajadores de Cuba (CTC) intenta absorbernos en sus encorsetadas estructuras. Pagar una mensualidad, participar en esos congresos donde poco se logra y desfilar apoyando al mismo gobierno que despide a miles de empleados; a eso quieren reducir nuestras acciones colectivas. ¿Por qué no se crea y legaliza una organización propia, no manejada de forma gubernamental? Una entidad que no sea polea de transmisión desde el poder hacia los trabajadores, sino a la inversa.

 

Lamentablemente la mayoría de los cuentapropistas no repara en que la independencia salarial y productiva, tiene que venir aparejada con la soberanía sindical. Muchos temen que al menor atisbo de exigencia se les retire la licencia o se tomen otras medidas contra ellos. Por eso callan y aceptan las ineficiencias de la ONAT, la incapacidad de importar materias primas desde el extranjero, los excesos de los inspectores y otros tantos obstáculos. Tampoco las organizaciones de la emergente sociedad civil han logrado capitalizar las necesidades de este sector y ayudarlo a alcanzar representatividad. La necesaria alianza entre grupos sociales que comparten inconformidades y demandas, no acaba de concretarse. Así que nuestras reivindicaciones laborales siguen postergadas, entre el miedo de algunos y el descuido de otros.

Sobre el sindicalismo cubano

Elías Amor

13 de junio de 2013

 

La CTC debería olvidarse de su obediencia al poder político y aprender a disentir, a liderar el cambio social

 

Ante el próximo Congreso de la CTC, que hace su número XX, toca prestar atención a lo que significa el movimiento obrero cubano, y lo que puede aportar en este siglo un sindicato único, correa de transmisión del poder político que emana, a su vez, de un partido que representa a una sola ideología.

 

Un modelo de estas características rompe la esencia de lo que es el sindicalismo moderno, que posee bases plurales, no se identifica con una determinada ideología y trata de representar al mayor número posible de sectores sociales.

 

El sindicalismo emana de los informes y enunciados de organismos internacionales como la OIT, que defienden ese papel activo de los sindicatos en la gobernanza democrática, a través de fórmulas como la participación social y el consenso, que son las que permiten avanzar más y mejor a las sociedades que disfrutan de mayores niveles de vida en el mundo. Reivindicar el papel de las organizaciones sociales representantes de los trabajadores es un ejercicio democrático responsable, que convive con la organización productiva del mercado que se basa en la obtención legítima de beneficios.

 

Desde hace muchos años, los sindicatos modernos, de amplio espectro, han reconocido que el objetivo de las empresas es la rentabilidad y la permanencia de los empleos a medio y largo plazo. Por su parte, los sindicatos tratan por medio de la negociación colectiva de mejorar las condiciones laborales de los trabajadores. El acuerdo lleva a un equilibrio de consenso en el que todo el mundo cede, para alcanzar una posición que, si bien no es la que se traslada al proceso de negociación, sí que representa mejoras para que todos puedan sentirse satisfechos del esfuerzo realizado.

 

Los sindicatos que han adoptado ese modelo han permitido a los ciudadanos alcanzar notables mejoras sociales en ámbitos como la contratación, los salarios, la formación, cualificación y las carreras profesionales. Nadie cuestiona este modelo.

 

En ninguna sociedad moderna, los sindicatos califican su papel como “fundamental” para ser desempeñado “en este momento histórico de nuestra Revolución”, como anuncia el sindicato único CTC ante su XX Congreso.

 

Pero, ¿de qué papel fundamental están hablando? ¿Tal vez de la ausencia de libertad de elección profesional y de carrera que ha existido y sigue existiendo, de la obligación de dejar unos empleos en el sector presupuestado sin compensación de ningún tipo, de enterarse por la prensa o la radio que sus empleos van a ser suprimidos, de pasar por la vergüenza de someterse a condiciones de contratación precarias cuando se trata de empresas extranjeras? Durante muchos años, la organización monolítica del Estado castrista ha jugado con el movimiento sindical cubano, sin ofrecer más que un papel secundario y aceptante de directrices, muchas veces contrarias a los objetivos de la lucha sindical clásica. Ausencia total de derechos.

 

El papel que el régimen ha exigido a los sindicatos es el mismo que al resto de organizaciones sociales e institucionales, como la ANAP e incluso el parlamento: callar, escuchar y asentir. Nada más. Los grandes retos y debates que estas organizaciones podrían plantear para que la sociedad cubana fuera más próspera son eliminados en las primeras asambleas con las técnicas de control que domina la organización castrista, o simplemente eliminando las voces alternativas.

 

Pluralidad sindical

 

Y sin embargo, la organización sindical cubana —que tiene un pasado anterior a la revolución castrista y que jugó un papel clave en el proceso de redacción de la Constitución democrática de 1940, una de las más avanzadas de América y posiblemente del mundo en aquellos años— debería despojarse del pesado lastre del actual régimen y sentar bases de lo que puede y debe ser su papel en el futuro democrático de la Isla.

 

Sindicatos capaces de negociar con el Gobierno, desde el respeto. No obedecer. Sindicatos que representen libremente a los trabajadores. Que se autofinancien con sus cuotas. Que defiendan los intereses laborales, en los distintos ámbitos en que un trabajador puede encontrarse a lo largo de su vida. Que sean capaces de movilizar un diálogo democrático con el resto de organizaciones políticas que apuesten por la libertad. Que tengan sus propios medios de comunicación y puedan llegar a sus públicos con mensajes nítidos, transparentes, sin interferencias.

 

Algún día no muy lejano en el tiempo, los cubanos deberían poder beneficiarse de ese modelo de organización sindical libre y plural.

 

La CTC tiene mucho que hacer. Debe olvidarse de su obediencia al poder político o de pretender ser algo “fundamental para una revolución”, y aprender a disentir, a liderar el cambio social sin necesidad de demostrar nada a la cúpula política. La separación de poderes es necesaria, y ello supone aumentar la legitimidad social y llegar a los ciudadanos con este mensaje. Los sindicatos están para defender los intereses de los trabajadores y no para trasladar consignas políticas o exigir cumplimientos de planes o de misiones. Deben estar para alzar la voz cuando se pisoteen los derechos laborales, para reivindicar la protección y seguridad en el trabajo y la seguridad laboral, exigir normas modernas de contratación, de aprendizaje a lo largo de la vida, de libre elección de estudios y de profesión, de movilidad laboral ascendente, de recompensas salariales vinculadas a la productividad y el esfuerzo de organizaciones dirigidas correctamente, con adecuados niveles de gobernanza.

 

Sí, el programa sindical es muy amplio y variado. La somera enumeración de estos objetivos apunta a un cambio necesario en el régimen castrista: la pluralidad sindical. Ya no tiene sentido un solo sindicato para todos los trabajadores, porque no todos los trabajadores tienen los mismos objetivos. De esa pluralidad social, se construye la política y la económica que necesita Cuba para recuperar la democracia. Ese es el camino.

El muy democrático movimiento sindical cubano

Eugenio Yánez

30 de mayo de 2013

 

Ya sabemos quién será “electo” en 2014

 

Una de las maravillas de la centralización extrema en el totalitarismo es la abolición de las sorpresas. A pesar del secretismo de la información, podemos saber muchas cosas con simplemente observar algunos detalles, si es que somos capaces de leer la prensa oficial, lo que no resulta nada agradable.

 

Los idiotas de siempre hablan del respeto del régimen a la voluntad “del pueblo”, pero eso sólo vale para quienes pretendan hacerle el juego a la dictadura o creerse todo lo que le digan, porque el simple uso de un elemental coeficiente de inteligencia demuestra que si algo no le interesa a la dictadura es “el pueblo”, y que la mayor de las estafas se resume en esa frase de Fidel Castro que decía: “el poder del pueblo, ese sí es poder”.

 

Un perfecto ejemplo de lo señalado en los párrafos anteriores es el movimiento sindical cubano controlado por el partido comunista, que quita y pone “líderes obreros” de acuerdo a la voluntad de la gerontocracia en el poder, y lo que realmente puedan opinar los trabajadores, muchas veces sindicalizados a la cañona, no cuenta para nada.

 

Días atrás supimos por la prensa oficial que el secretario general del Partido Comunista de Cuba en la provincia de Artemisa, a propuesta del Buró Político, había sido liberado de su cargo, reconociéndosele su trabajo. Lo mismo sucedió con el de la provincia de Matanzas. Los “expertos” de la prensa supuestamente especializada en el tema cubano, de inmediato comenzaron a hablar de “destituciones”, y a punto estuvieron de proclamar el inicio de una nueva cacería de brujas: de eso viven los “expertos” sin experiencia, claro está.

 

En pocos días llegaron las noticias que explicaban por qué fue que esos dos secretarios provinciales del partido habían sido sacados de sus funciones: el de Matanzas pasó a formar parte del Secretariado del Partido Comunista, la máxima instancia de dirección del aparato partidista. Quienes digan que la máxima instancia es el Buró Político deben observar que hablo de máxima instancia de dirección partidista, no de máxima instancia de dirección del país.

 

Y el otro supuestamente “destituido” secretario general del Partido Comunista en Artemisa había sido designado “presidente de la comisión organizadora” del XX Congreso de la CTC. Eso significa que ese señor, Ulises Guilarte de Nacimiento, será el próximo Secretario General de la Central de Trabajadores de Cuba, sin que tenga la más mínima importancia o trascendencia lo que puedan considerar los más de cuatro millones de trabajadores sindicalizados en Cuba.

 

¿Cómo se llevó a cabo este tan democrático proceso?

 

Meses atrás, la CTC, Central de Trabajadores de Cuba, “liberó” de sus funciones al gris Salvador Valdés Mesa como Secretario General de la CTC, por haber sido “electo” Vicepresidente del Consejo de Estado. Teniendo en cuenta los resultados de su trabajo en la CTC, su “popularidad” y su “carisma”, es de creer que la designación de Valdés como Vicepresidente del Consejo de Estado se basó esencialmente en que es de la raza negra, y era imprescindible mejorar la imagen de composición racial en los aparatos de dirección del régimen.

 

Era vital “promover” a Valdés Mesa antes de la reunión de chequeo del órgano de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra, donde el gobierno de Cuba debería someterse a examen, y el régimen quería anunciar en ese cónclave que tenía un vicepresidente encargado de velar por los problemas raciales en Cuba, por lo que el paso de Valdés Mesa desde la CTC al Consejo de Estado se realizó a la carrera.

 

Como sustituta de Salvador Valdés quedó de momento Carmen Rosa López Rodríguez, quien hasta entonces ocupaba el cargo de segunda secretaria de la CTC y es miembro del Consejo de Estado. La propuesta fue aprobada por unanimidad en el Consejo Nacional de la CTC. Evidentemente, ese cargo le quedaba demasiado grande a la señora, teniendo en cuenta que su mayor nivel de dirección anterior había sido el municipal, y su experiencia en el Consejo de Estado se limitaba a levantar la mano cuando se pedía que se aprobara algo, pero su designación era temporal, hasta que el Partido tuviera tiempo de tirar los caracoles de la “democracia sindical”.

 

Llegado el momento, el Buró Político convocó un pleno del Partido en la provincia de Artemisa, donde el Mediocre Mayor y segundo secretario del Partido, el anciano José Ramón Machado Ventura, propuso la “liberación” del secretario general provincial en Artemisa, Ulises Guilarte de Nacimiento, quien debería asumir nuevas responsabilidades. Al mismo tiempo, se “propuso” un nuevo secretario general del Partido provincial, que hasta entonces ocupaba un cargo en el aparato nacional de esa organización, y no tenía nada que ver con Artemisa. Ambas propuestas fueron aprobadas por unanimidad.

 

Pocos días después, el Mediocre Mayor presidió un pleno del Consejo Nacional de la CTC, en el que Salvador Valdés Mesa, ahora ya Vicepresidente del Consejo de Estado, “propuso” al Consejo de la CTC que Guilarte de Nacimiento ocupara el cargo de Presidente de la Comisión Organizadora del XX Congreso, y que Carmen Rosa López Rodríguez fuera la Vicepresidenta de esa comisión. Las propuestas fueron aprobadas por unanimidad. La maniobra del partido significa que, menos que ocurra un cataclismo mayor o una invasión de extra-terrestres, Guilarte será “electo” en el congreso del 2014 como secretario general de la CTC, y López como segunda secretaria.

 

Los dirigentes de la comisión organizadora quedaron encargados de imponer a los trabajadores la discusión del Anteproyecto de Ley de Código de Trabajo, cuyo cronograma se desfasó en parte por la ineptitud de Salvador Valdés Mesa, y del documento base del Congreso, que dice lo que desea el partido para el trabajo sindical.

 

Sin embargo, al menos en “popularidad” de los dirigentes se avanzó algo, pues Valdés Mesa tenía menos aprobación que Ulises Guilarte: en las “elecciones” de 2013, donde muchos candidatos recibieron más del 90 % de los votos, el ahora Vicepresidente había logrado un 84,5 %, mientras el flamante presidente de la comisión organizadora alcanzó un 85,5 %.

 

Sin lugar a dudas, en la Cuba de los Castro el carácter absolutamente democrático del movimiento sindical es evidente.

Conferencia Internacional del Trabajo

analizará la situación

de los trabajadores en Cuba

20 de marzo de 2013

 

El monopolio de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC, en manos del Gobierno desde 1959), la falta de libertades como el derecho a huelga, la discriminación por motivos políticos y las presiones sobre los cuentapropistas son algunos de los puntos recogidos en el informe sobre Cuba que la Comisión de Expertos en Aplicación de Convenios y Recomendaciones (CEACR) presentará a la Conferencia Internacional del Trabajo en junio próximo.

 

La CEACR ha tenido en cuenta en su informe los reportes de la Coalición de Sindicatos Independientes de Cuba (CSIC), a la cual el régimen cubano no reconoce, comentarios de la Confederación Sindical Internacional (CSI), la Organización Internacional de Empleadores (OIE), entre otras entidades, y las respuestas del Gobierno cubano.

 

Muchos de los señalamientos está incluidos en informes anteriores sobre Cuba, sin que La Habana haya realizado los cambios en la legislación solicitados por la OIT.

 

En el documento, del cual el Grupo Internacional para la Responsabilidad Social Corporativa en Cuba (GIRSC) ha publicado un extracto, la Comisión de Expertos indica que pidió al Gobierno cubano copias de sentencias contra sindicalistas independientes condenados en la Isla. Asimismo, explicaciones sobre la percusión, amenazas de prisión y confiscación de ayuda humanitaria enviada desde el exterior a miembros de organizaciones sindicales opositoras.

 

El Gobierno respondió —señala la CEACR— negando haber “enjuiciado o sancionado” a sindicalistas “por el ejercicio o la defensa de derechos sindicales”.

 

La Habana dijo que “a todos les fue probada —en un proceso con todas las garantías procesales— su responsabilidad en acciones que se tipifican como delitos directamente dirigidos a lesionar la soberanía de la nación”, entre otros argumentos que suele usar habitualmente el régimen contra los opositores encarcelados.

 

El monopolio de la CTC

 

Otro de los puntos recogidos en el informe de la CEACR es el monopolio sindical de la CTC, entidad que defiende los intereses del Gobierno, principal empleador en Cuba.

 

La Habana rechaza en su respuesta ese señalamiento, afirma que los trabajadores no necesitan “autorización previa de ninguna índole, ni estatal ni empresarial” para constituir organizaciones sindicales; asegura que existen “más de 110 000 organizaciones sindicales de base (…) desde la empresa, sector o rama de actividad hasta las instancias de estructura nacionales”, y dice que “la libertad en el movimiento sindical cubano se expresa en términos de unidad, decidida por los propios trabajadores (…) con absoluta libertad de expresión y de opinión”.

 

No aclara que todas las organizaciones sindicales de Cuba forman parte de la CTC. Por el contrario, afirma que “los trabajadores cubanos tienen el derecho de afiliarse libremente y de constituir organizaciones sindicales, sin necesidad de autorización”.

 

La Comisión de Expertos de la OIT recuerda en este punto “que el pluralismo sindical debe ser posible en todos los casos y que las legislaciones nacionales podrían institucionalizar un monopolio de hecho si se refieren únicamente a una central sindical específica”, como es el caso de la CTC.

 

Los trabajadores deben tener “libertad de constituir, si así lo desean, sindicatos al margen de la estructura establecida y de afiliarse a la organización de su elección”, advierte.

 

Derecho a huelga

 

En otra parte de su informe, la CEACR critica la “falta de reconocimiento del derecho de huelga en la legislación y la prohibición en la práctica de su ejercicio” en Cuba, una crítica constante al régimen de los hermanos Castro.

 

En su respuesta, La Habana afirma que “la legislación vigente no incluye prohibición alguna del derecho de huelga, ni las leyes penales establecen sanción alguna por el ejercicio de tales derechos”.

 

“Si alguna vez los trabajadores cubanos decidieran recurrir a la huelga, nada podría impedirles su ejercicio”, dice el régimen, que se asegura la inexistencia de estos eventos a través de la CTC, las presiones del Partido Comunista y la consideración de “contrarrevolucionarios”, “saboteadores”, etc., a quienes los inician.

 

La Comisión insiste en su informe en que la legislación cubana “debería reconocer expresamente el derecho a huelga”, a efectos de “salvaguardar la seguridad jurídica de los trabajadores que deciden recurrir” a ella.

 

Discriminación y represión por motivos políticos

 

La CEACR reitera también su preocupación por la discriminación de trabajadores “por motivo de opinión política”, y especialmente por el encarcelamiento de periodistas independientes.

 

En su línea habitual, el Gobierno que controla toda la prensa de Cuba e impide la existencia de medios independientes, niega “que existan ciudadanos detenidos y procesados por el ejercicio de sus funciones como periodistas, y señala que las personas a las que se ha estado refiriendo la Comisión de Expertos persiguen destruir el orden constitucional y no tienen vínculo laboral con el sector periodístico (oficial) en el país”.

 

También dice que “no se ha sancionado a nadie como consecuencia del ejercicio de la libertad de expresión y de opinión y que el ejercicio de una profesión no constituye delito por el que se pueda imponer una sanción penal”.

 

Por lo general, el régimen utiliza contra los disidentes y periodistas independientes que quiere enviar a prisión cargos por delitos comunes como “desorden público”, “alteración del orden” o “peligrosidad social predelictiva”.

 

El periodista independiente Calixto Martínez Arias, detenido en septiembre de 2012 y considerado prisionero de conciencia por Amnistía Internacional, está acusado de “desacato”.

 

Martínez, actualmente en huelga de hambre, fue el periodista que destapó, en el verano del año pasado, la existencia de una epidemia de cólera en el oriente de Cuba. En el informe, la Comisión de Expertos de la OIT señala que “proteger a los individuos, en el marco del empleo y la ocupación contra la discriminación fundada en la opinión política, implica reconocer esta protección en relación con las actividades que expresen o manifiesten oposición a los principios políticos establecidos, aun cuando ciertas doctrinas persigan el logro de cambios fundamentales en las instituciones del Estado”.

 

Pide al Gobierno que informe si existen personas detenidas, procesadas o acusadas de otros cargos que hayan alegado ser periodista” y que tome “las medidas necesarias para garantizar que los periodistas independientes y todos aquellos trabajadores que expresan opiniones políticas contrarias al Gobierno gozan de protección en caso de discriminación por este motivo”.

 

La Comisión recoge además quejas de la Coalición de Sindicatos Independientes de Cuba (CSIC) “sobre discriminación por motivos de religión y opinión política” que afecta a trabajadores y estudiantes universitarios “en el marco de un mercado laboral monopolizado por el Estado”.

 

Advierte que esa discriminación “se instrumenta por medio de expedientes laborales detallados y vitalicios que contienen informaciones políticas y religiosas de los trabajadores y sus familiares”.

 

El Gobierno, que suele expulsar a trabajadores y estudiantes universitarios opositores y cuestiona la “confiabilidad” para determinados puestos de quienes critican la línea oficial, afirma al respecto que “nadie es discriminado por motivo de su opinión política” y que disposiciones constitucionales y legales “prohíben la discriminación, y establecen el derecho a la educación”.

 

Niega que el expediente laboral sea “utilizado con fines discriminatorios” y que contenga “informaciones sobre las inclinaciones políticas y religiosas del trabajador y sus familiares”.

 

Presiones sobre los trabajadores por cuenta propia

 

La CEACR dedica una parte del documento a las presiones sobre los trabajadores por cuenta propia, denunciadas por la CSIC.

 

La Coalición advierte que la inspección del trabajo de los cuentapropistas “es más un mecanismo de control social, de intimidación y de presión que un mecanismo de protección de los trabajadores”, y “no es independiente frente a las presiones políticas” del Partido Comunista, del Gobierno y la CTC.

 

Considera que los inspectores del trabajo “se han convertido en enemigos de los trabajadores independientes, implantando un sistema de multas desproporcionadas que con frecuencia dan lugar a abusos que representan una amenaza para la existencia y la extensión del trabajo independiente”.

 

El Gobierno, que no reconoce la validez de la CSIC como organización de defensa de los trabajadores cubanos, rechaza las críticas, afirma que trabajadores independientes “no están sujetos a este mecanismo de inspección y que los encargados de hacer respetar las disposiciones relativas (…) a las normas sanitarias, de gestión, de transporte, etc., son las estructuras de los gobiernos locales”.

 

Los trabajadores por cuenta propia se quejan con frecuencia de abusos de los inspectores del Gobierno, que incluso piden sobornos a cambio de una evaluación favorable.

 

La Conferencia Internacional del Trabajo, que se celebrará entre el 5 y el 20 de junio en Ginebra, es con frecuencia denominada “el parlamento del trabajo”. Dicta las políticas generales de la OIT, establece y adopta normas internacionales del trabajo y es un foro para la discusión de cuestiones sociales y laborales fundamentales.

Las Pancartas Invisibles

Reinaldo Escobar

1 de mayo de 2014

 

No tengo noticias de que en el último medio siglo alguien haya logrado llevar al desfile por el Primero de Mayo carteles con un mensaje “políticamente incorrecto”. No dudo que se haya intentado; incluso creo posible que con una buena dosis de ingenio algún valiente haya enarbolado un letrero con segundas o terceras lecturas. Para esta celebración, que tiene la proclamada intención de ser la más grande del mundo, me gustaría elevar (o ver) un cartón donde se leyeran mensajes como estos:

 

Raúl: la tierra no está temblando, pero nosotros sí

(Disponibles de todos los sectores laborales)

 

 Millonarios de todo el mundo, inviertan su dinero en Cuba. Prometemos no hacer huelgas ni reclamaciones salariales.”

(Obreros de la Zona Especial de Desarrollo del Mariel)

 

Los médicos tuvieron paciencia para esperar mejores salarios, nosotros también

(Trabajadores de la Educación)

 

No necesitamos sindicatos independientes para apoyar la Revolución

(Cuentapropistas cubanos)

 

Ningún cambio en la moneda hará cambiar nuestra actitud ante el trabajo

(Sindicato de Gastronómicos)

 

No nos hacen falta fuentes alternativas de información. Con lo que dice Granma nos basta y nos sobra.

(Unión de Periodistas Cubanos)

 

Y así hasta que nos dure la fantasía. La que no alcanzará será la suerte, para que textos de esta naturaleza logren saltar la barrera de “la vigilancia revolucionaria”.

 

También dudo –que me perdonen los valientes- que se pueda juntar la inmensa dosis de coraje necesaria, aunque sea para atreverse con estas sutilezas.

 

Sin embargo, estos juegos de palabras quedarían como chistes inofensivos, si en la tribuna tuvieran el don de leer lo que llevan en sus mentes los que marchan (sin contar lo que piensan quienes no asistirán). Si las pancartas invisibles de pronto (por un milagro) se materializaran, entonces serían otros los que empezarían a temblar.

 


El eterno desfile de mi vida

Wendy Guerra

1 de mayo de 2014

 

Esta mañana recibí un comentario desde Miami. Era mi amigo el periodista Wilfredo Cancio Isla que me enviaba señales desde la otra orilla: “Que te mejores!!! Mucha suerte y mucha salud, y a coger tranquila el Primero de Mayo. No te vayas a excitar en el desfile”.

 

Una broma. Los cubanos bromeamos con lo que nos duele o nos molesta, ésa es nuestra salvación o nuestra perdición; retozamos con todo ese lenguaje, con la nomenclatura socialista que empleamos desde hace cinco décadas, sobre todo aquellos que trabajamos en medios oficiales como la prensa y la televisión, los llamados ‘medios de difusión masivos’. Esos que elijen los adjetivos para construir un universo alegórico impenetrable que sólo entendemos nosotros-entre nosotros y contra nosotros-.

 

Hoy es Primero de mayo y ese día siempre hay un desfile frente a la Plaza de la Revolución.

 

¿Por qué desde que salí de la secundaria básica nunca volví a los desfiles? Por qué desde que pude -más o menos- decidir mi vida, y a pesar de trabajar por años en la televisión cubana, no accedí a presentarme en aquella plaza, la destinada a la batalla de ideas a “llevar el mensaje” a los niños para los que hacía mi programa diariamente.

 

Mi opinión involucra el respeto por la integridad de los niños, el derecho de esos niños a determinar su vocación y/o intereses políticos sólo en la mayoría de edad. No sólo en Cuba, en muchas partes del mundo los políticos ponen a los niños a leer y a recitar, a llorar o a figurar en tribunas incomprensibles para aquellos que mañana no les perdonarán ese gesto de sus padres. ¿Estarán de acuerdo esos niños en haber sido usados en una u otra causa?

 

Universos de disímiles comunicados, poemas, banderas, desfiles y canciones políticas hemos atravesado los Pioneros en nuestra infancia. Ya sé que algunos cubanos que abandonan la isla niegan haber desfilado o haber figurado en actos de repudio o en simples desfiles, pero la verdad es que en estos años todos hemos atravesado juntos, entre bromas y comentarios, desmayos y sudores, el pelotón de banderas y cabezas que transcurren bajo la brava dictadura del sol, ése que cocina los cuerpos y hasta las ideas.

 

Querido Wilfredo: No puedo desfilar en el Día de los Trabajadores porque el sindicato aquí no responde sólo a los trabajadores, como todos saben. Cada una de las asociaciones ¿independientes? responden al Estado y sus decisiones se determinan a otros niveles. Por mucho que yo desfile, mi gesto no cambiará un ápice las necesidades de los trabajadores.  

 

No puedo desfilar porque recuerdo a mi madre antes del amanecer, justo en la madrugada, encerrada conmigo en el cuarto, la casa totalmente cerrada, la radio apagada, haciendo pensar a los vecinos que ella estaba desfilando con el grupo de la emisora de radio. Porque recuerdo los desfiles en los que saludamos a Erich Honecker o a cualquiera de aquellos supuestos símbolos del llamado Campo Socialista, aquellos que luego supimos fueron lamentables verdugos de sus pueblos.

 

Estoy cansada del largo desfile. No sé a dónde va la fila interminable de preguntas sin respuestas, de reclamos silenciosos, pero a dónde vamos nosotros al final de esa larga acción plástica e intervención pública de un concepto antiguo. El suelo de la plaza es una obra de René Francisco, mixtura de colores, comida y recuerdos de una ciudad que ahora retoza, e intenta, coquetea con parecerse a lo que fuimos.

 

Recuerdo la plaza en blanco y negro, con uniformes y ropa de trabajo. Recuerdo el Noticiero ICAIC Latinoamericano trasmitiendo el sentimiento colectivo, pues al inicio de este tiempo miles de cubanos querían decirle al mundo su vivencia... Y yo recuerdo: “Hoy mi deber era cantarle a la patria, alzar la bandera, sumarme a la plaza. Hoy era un momento más bien optimista, un renacimiento, un sol de conquista. Pero tú me faltas hace tantos días, que quiero y no puedo tener alegrías”.  Recuerdo: “Lo que yo siento quisiera decirlo un día de julio en medio de la plaza, decir tu nombre por los altavoces, sentirlo rebotar de casa en casa”. Luego lo espontáneo se volvió obligatorio y en ese punto aniquilamos la fe para convertirlo en la simulación de un acto de fe.

 

Queda también aquel fragmento de ‘La insoportable levedad del ser’, aquel donde Sabina (personaje de una checa en el exilio) intenta explicarle a Frank (su amante suizo) pormenorizadamente por qué no debe entrar en La Gran Marcha. Un hombre como él  no conoce el poder de la masa cuando puede aplastarte, anularte, asfixiarte... y así murió Franz, anulado por la desconocida masa. Aplastado por la marea anónima, aquella tan lejana al pensamiento de un suizo.

 

No, no seré una cabeza más, un número más en medio de la plaza. Hoy mi deber es desfilar en primera persona, desde mi experiencia, contar la verdad de muchos que siguen en sus casas, desfilando en una plaza personal, una plaza que habla del hombre y no de “ese grupo que avanza silencioso”. Hoy desfilar... ¿hacia dónde?

No hay nada que celebrar

Miriam Celaya

29 de abril de 2014

 

Hasta Karl Marx se sorprendería del único desfile de trabajadores esclavos

 

Desde todos los medios de prensa oficiales arrecia la fanfarria convocando a la “gran movilización del pueblo unido que acontecerá en plazas y avenidas” este 1ro de Mayo. Címbalos y trompetas se congratulan con los clamorosos beneficios alcanzados por la clase trabajadora cubana.

 

Entre las actividades colaterales que se anticipan a “la fiesta” se realizó una deslucida celebración del 144 aniversario del natalicio de Lenin, en la colina que lleva su nombre en el municipio capitalino de Regla, mientras a lo largo de la semana han llovido los actos de entrega de condecoraciones y certificados a dirigentes sindicales. Este año habrá “un desfile superior”, debido a que durante el acto de clausura del XX Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), el General-Presidente convocó a “hacer temblar la tierra”.

 

¡Y en verdad es impresionante la cantidad de peso que aguanta esta tierra! La realidad cubana es cada vez más incoherente. Solo en Cuba es posible celebrar un congreso sindical sin que existan sindicatos o premiar a los dirigentes de una organización cuyos aportes más destacados en los últimos tiempos consisten en haber anunciado y apoyado –como si de un avance se tratara– el plan gubernamental de despidos para sacar de sus puestos al 25% de la fuerza laboral del país; aprobar impávidos y sin sonrojos un Código Laboral propuesto por el máximo explotador de la clase trabajadora el pasado 20 de diciembre, aún no publicado; y convocar a una marcha de trabajadores para apoyar al mismo sistema político que los despoja de derechos tan elementales como la participación libre en las transformaciones económicas que se están fraguando desde las oficinas de la cúpula verde olivo, es decir, a espaldas de esos trabajadores.

 

Pero el señor Luis Manuel Castañedo, secretario general de la CTC, anunció esta semana en la capital que éste será “un desfile combativo, masivo, disciplinado y compacto” para “respaldar el socialismo, la unidad en torno a la dirección histórica de la revolución, la implementación de los Lineamientos y el apoyo a la liberación de los Héroes antiterroristas que permanecen injustamente encarcelados en Estados Unidos”.

 

Así, con todo mezclado como en un ajiaco, recitó de un tirón su puñado de frases manidas y huecas, carentes absolutamente del menor significado para la mayoría de los que marcharán, y probablemente para él mismo.

 

Así, por el breve tiempo en que dure el paso por la Plaza Cívica, los cubanos marchantes pospondrán todas las actividades ilícitas como robo al Estado, contrabando, receptación, corrupción administrativa, etc., para pasar tan obedientes como simuladores ante el monumento de “la raspadura”, justo ante la estatua de ese cubano mayor que nunca estuvo sindicalizado y que, por demás, rechazaba el socialismo por considerarlo “la esclavitud futura”. No es posible concebir mayor dislate e hipocresía.

 

Por las dudas, y habida cuenta que los despidos, las “deserciones” y la emigración constante han diezmado las filas de los siempre heroicos trabajadores cubanos, la CTC se asegurará de que también asistan los CDR, la FMC, la Asociación de Combatientes, los estudiantes y la UJC. Hace falta rellenar en lo posible los evidentes claros que se han estado abriendo últimamente en las filas de los fieles durante las procesiones.

 

Cuando, finalmente, el próximo jueves se consume la pantomima tumultuaria, nadie estará muy seguro de qué estará celebrando en realidad “la clase trabajadora”: el cierre de tantas industrias y plazas laborales, el aumento de los impuestos, la insuficiencia de los salarios, los incumplimientos de la zafra azucarera y de los planes agropecuarios, los aumentos de los precios en los mercados, la negación del derecho de libre contratación, u otro de tantos similares logros que han llegado de la mano de los Lineamientos, fruto cimero del tardo-castrismo. Da igual, de lo que se trata es de una cuestión de pura forma y no de contenido; no necesariamente de ser, sino de aparentar. No señalarse.

 

Si no fuera tan triste sería risible. Lo más probable es que hasta el mismísimo Karl Marx se sorprendería si pudiera ser testigo del único desfile de trabajadores realizado en condiciones de esclavitud. Y conste que sin necesidad de latigazos ni mayorales. Dicen algunos granujas, de esos que siempre andan de guasa, que el General-Presidente tiene una carta escondida para garantizar la asistencia: al que complete el circuito del desfile se le estimulará con un vaso de leche. ¡Acabáramos!


 

Un Primero de Mayo por dentro

Eliécer Ávila

29 de abril de 2014

 

Un desfile por el Primero de Mayo en La Habana

 

En pocos lugares se viven tan intensamente las grandes movilizaciones como en las universidades. La Universidad de Ciencias Informáticas (UCI), por ser un caso “especial” dada su relevancia “estratégica”, se convierte en un hervidero desde muchos días antes de la fecha.

 

El primero de mayo, nada puede quedar mal en el desfile, los “máximos líderes” de la revolución estarán observando y también los invitados extranjeros. Además la prensa internacional aprovechará cada detalle negativo para “desacreditar la imagen de nuestro pueblo”. Por tanto, está prohibido sentarse a descansar una vez que comience el desfile, usar símbolos que puedan asociarse al enemigo, salir del bloque que le corresponde a cada facultad, vestirse de un color ajeno al que nos identifica y un largo etcétera que uno termina aprendiendo de memoria…

 

Como batallones militares, día tras día en las últimas dos semanas, cada brigada de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) ensaya su papel en el desfile. Bajo el sol en los días y bajo luces gigantescas en las noches, miles de estudiantes aprendimos a conformar bloques compactos y uniformes, tomar distancias y hacer cordones de seguridad.

 

Un grupo especialmente selecto se encarga de cubrir los flancos, de velar porque ningún “apátrida” vulnere los anillos y atente contra el desfile en territorio UCI. Otro grupo portará megáfonos para —como directores de orquesta— indicar el momento oportuno de decir las consignas asignadas por el Consejo de Estado en el cierre de la marcha.

 

Algunas consignas reiteradas en los últimos catorce años han sido: “los jóvenes no fallarán”, “seguiremos fieles a nuestra historia”, “por la revolución todo”, y bueno, entre col y col se puede lubricar con tres o cuatro clásicos —”viva Fidel”, “viva Raúl”— que, como los Avemarías, siempre funcionan.

 

Hace unos años, cuando “la UCI era la UCI” —como solemos decir los mayorcitos— siempre daban pulóveres, un gancho perfecto para que nadie se ausentara. Muchos compañeros de estudio, en algún punto de la carrera, solo contaban con estas prendas como ropa en su armario, incluso para salir a una fiesta.

 

Veinticuatro horas antes del momento tan esperado, las calles internas y los parqueos de la universidad comienzan a llenarse de ómnibus de todos tipos y colores. Quien ve tantos juntos no puede imaginarse que existan en La Habana problemas con el transporte, ni con el combustible.

 

La comida, que no es sorpresa para nadie que se acabe, se retrase o esté horrible, esa tarde es un lujo.

 

Esa noche, por lo general, nadie duerme. Las congas, la música, las discusiones de deportes, y “dar cuero” en los balcones, entretienen lo suficiente hasta escuchar la indicación de subir a las guaguas, identificadas con códigos para que cada cual encuentre la suya.

 

El viaje hasta el punto de desembarco se hace usualmente de madrugada. Una interminable caravana atraviesa las calles habaneras, escoltada por motos de policía que intentan despejar el camino con una destreza y velocidad que provoca mirar por el cristal todo el tiempo.

 

De esta forma, 10.000 estudiantes y casi 3.000 trabajadores, armados con su jabita de merienda y agua, llegan al punto de encuentro donde otras decenas de miles siguen llegando toda la noche, militares de todas clases, estudiantes de enseñanza artística, de enfermería… En fin, un rosario interminable de curvas, rostros, miradas, sonrisas pícaras, intercambios de teléfonos, pellizcos de las novias y experiencias inesperadas matizan el torbellino humano que rompe por completo la monotonía del algebra, el C++ y los vericuetos del free software.

 

A pesar del cansancio y de la trasnochada, el desfile es una fiesta. El único momento que importa de verdad dura menos de un minuto. Es cuando se pasa por delante de la tribuna en los altos de la Plaza de la Revolución. Así que, mientras tanto, vale reírse como un demente de cualquier cosa posible, da lo mismo lo feo que es fulanito, lo chivatico que es menganito que no se despega de la decana…

 

Se acerca el momento cero, las voces de los locutores de televisión que arengan sin pausa se hacen más nítida y a lo lejos ya se distingue un puntico verde con sobrero entre varias guayaberas blancas en lo alto de la plaza. “¡Es Raúl, hacia ahí hay que enfocar!” Nuestros propios arengadores, casi sin voz por el esfuerzo, intentan sacar sus últimas energías para hacernos vibrar a una sola voz. Todos hemos cogido el papelito del bolsillo y releemos las consignas fundamentales para no equivocarnos, es importante que el coro quede perfecto.

 

“¡Levanten esas banderas!”, “¡Es la UCI compatriotas!”. “¡Un cierre espectacular!”

 

Entre los gritos y el sol que nos encandila cuando miramos a lo alto, pasan unos segundos y ya estamos fuera del foco. Solo hemos podido ver un grupito distante de galones y estrellas que alza la mano en gesto de saludo, como premio a un esfuerzo increíble que acaba en un pestañazo.

 

Sobrepasada la avenida Boyeros, entre la Biblioteca Nacional y el MINFAR, ya nada importa. Una estampida desordenada intentará subirse en la guagua que pueda y llegar a la cama para recuperar el aliento. Aún pasarán horas para que eso sea posible.

 

La misión está cumplida, nuestro agradecimiento eterno por ir a una universidad de excelencia sin merecerlo, quedó patentado. Los líderes supremos tienen lo que querían, nuestra muchedumbre ha sido captada por miles de cámaras y esas gloriosas imágenes darán la vuelta al mundo legitimando todo, absolutamente todo lo que se necesite legitimar. Todo ha sido acatado, todo ha sido ratificado, todo ha sido aceptado. No importa lo que creamos cada uno de nosotros individualmente sobre cada tema. La masa ha hablado —¡y con qué fuerza!— en nombre del país.

 

Pero solo unos pocos saben el sentido profundo de estos actos. La inmensa mayoría es totalmente ajena a las jugadas de inteligencia. No se imaginan cuánto tiene que ver ese desfile con los precios de la cebolla o los frijoles en el mercado, con la falta de internet, con los salarios, el transporte, la burocracia, la vida en cada rincón de la Isla. Ni siquiera saben cuánto les cuesta a su propio bolsillo este espectáculo millonario.

 

A veces, cuanto más huyes de la política, cuanto más te escondes en la cotidianidad, cuanto más lejos quieres estar de los conflictos y más despreocupado quieres vivir, es precisamente cuando más víctima eres de quienes organizan minuciosamente tu agenda invisible, para hacerte protagonista, activo y constante, de sus propios intereses.

 

Luego del desfile, la realidad cotidiana sigue igual, el pueblo gana un buen cansancio y algo de distracciones, y el Gobierno se queda con cientos de decisiones firmadas, para el presente y para el futuro, por la obediencia y la apatía, típicas del hombre nuevo.

 

Si la gente se imaginara la gran oportunidad que se pierde…

 

 

El Primero de Mayo en Cuba,

un «performance» que no convence a nadie

Marlene Azor Hernández

28 de abril de 2014

 

Los trabajadores son rehenes de “la nomenklatura”

 

¿Cómo entender las grandes movilizaciones masivas que se produjeron durante años en todos los países del ex “socialismo real” y en la Cuba de hoy?

 

Para los gobiernos de estos países, sus funcionarios, algunos de sus intelectuales orgánicos y amigos extranjeros estas movilizaciones en las grandes plazas centrales de sus ciudades incluyendo desfiles militares, eran y son hoy, la muestra de la fortaleza y legitimidad del régimen político. Una mirada desde los trabajadores, explicaría que su presencia es sólo el performance frente al poder de lo que se espera de ellos, so pena de sufrir algún tipo de represalias, o el precio a pagar por tener una vida privada con mayor libertad de acción.

 

En el 40 Aniversario de la RDA, el 7 de octubre de 1989, la parada militar y civil en Berlín ocurrió como siempre, con un apoyo popular masivo. Un mes después, el 9 de noviembre se derrumbó el Muro de Berlín por esos mismos ciudadanos, —armados de mandarrias—, que aplaudían un mes antes al presidente en funciones. Las estrategias de resistencia popular frente a gobiernos totalitarios, parecen ser pensadas desde la sobrevivencia.

 

Seguramente este primero de mayo, algunos irán con pancartas “sospechosas” para la seguridad del Estado para pedir un “socialismo verdadero” y no la farsa gubernamental, pero estos serán solo unos pocos. El grueso de los trabajadores movilizados lo harán para evitar represalias de distintos tipos o sencillamente para no “marcarse” frente a un poder que los encuadra como “súbditos” y no los respeta como ciudadanos.

 

Vicente Bloch descubre un mecanismo de control social muy eficaz que se verifica a nivel masivo en la medida en que las precarias condiciones económicas[1] obligan a la inmensa mayoría de la población cubana a vivir en la ilegalidad, lo cual les genera una vulnerabilidad adicional frente al poder que les incita a la simulación política y a la conformidad pública[2].

 

Frente a la precariedad de vivir en la ilegalidad, la población muestra conformidad política como un escudo para ahorrarse problemas complementarios en una cotidianidad que le roba todo su tiempo en la reproducción simple de sus vidas. Así, se ha socializado una manera de hacer política que incita a la sumisión y a desentenderse de la política como posición menos riesgosa en la vida cotidiana[3].

 

En realidad, no hay nada que festejar este primero de mayo para los trabajadores cubanos. Un nuevo Código de trabajo fantasma con un reglamento no publicado, una canasta básica cada vez más inaccesible, la prohibición de la iniciativa económica para los nacionales, —con la nueva ley de inversión extranjera— la ausencia del derecho de huelga, la prohibición de sindicatos libres, y los nuevos parásitos estatales, —las agencias empleadoras— que se interponen en el derecho de libre contratación de los trabajadores. Un paisaje desolador y sin señales de cambios positivos.

 

Si la élite política cubana necesita cada año, verse en el “espejo” del apoyo simbólico de las mayorías, el resto de la nomenklatura corre para mantener sus puestos.

 

La Central de Trabajadores de Cuba en el corre, ve y dile

 

Hace un mes la dirección nacional de la CTC, decidió por los trabajadores del país la consigna que deben llevar en las pancartas los trabajadores el primero de mayo: “Unión y eficiencia”, una consigna que refleja el mandato del gobierno a los trabajadores: nada de las demandas salariales de los trabajadores que salieron abrumadoramente en el proceso de preparación del “Congreso obrero” ni de sus derechos esquilmados, sino unidad con el gobierno y producir más con precarios salarios. En realidad el gobierno y la CTC, siguen pensando que los trabajadores cubanos son idiotas.

 

Detrás de “la fiesta” de los trabajadores, encontramos todas las maniobras de control social e intimidación para lograr al menos la vista aérea de una masa compacta en los primeros momentos del desfile. La CTC nacional, provincial y municipal, anda “acuartelada” desde hace más de un mes para garantizar la imagen aérea que se publicará en Granma al día siguiente. Para ello necesitan que la dirección sindical de cada centro de trabajo, enliste a sus trabajadores y comiencen el proceso de presión de pasar lista en la Plaza de la Revolución. Un proceso de intimidación que incluye “castigos” con los “incentivos” al final del mes o del trimestre, con las posibilidades de no ser más “idóneo” —ahora que se reconocen las plantillas infladas— o sencillamente con alguna sanción por el partido, si se es miembro del único existente, pertenencia que garantiza movilidad social o al menos no caer más bajo en la escala social. Puro clientelismo político.

 

Pero la CTC nacional y sus sucursales por todo el país tienen que garantizar la presencia multitudinaria al precio que sea, aunque sólo sea para la foto aérea del inicio del desfile. De lo contrario, pierden su puesto de trabajo como funcionarios pagados por el gobierno. De manera tal, que “la fiesta”, perdón, el desfile, exige garantizar transporte público para desplazar a los trabajadores y la gasolina, coordinaciones a todos los niveles, alguna merienda si la transportación es por ejemplo a las cinco de la madrugada, horas de reuniones a todos los niveles para que salga la movilización y quiénes van primero y quiénes después en el desfile, como resultado de la “emulación socialista” —algo que tiene sentido sólo para los funcionarios sindicales— y todos estos recursos y energías para que la élite se regale la imagen simbólica de la adhesión multitudinaria, en un gesto narcisista que exige demasiados gastos para el quebradero de cabeza que es la economía cubana hoy.

 

Tendremos la foto aérea del desfile del primero de mayo en la capital y en las cabeceras de provincia, pero este gesto narcisista que tanto necesita el poder y tanto cuesta al país, será leído en esas claves de los trabajadores: puro performance simbólico vacío de contenido y pleno de sonrisas, para ver si nos dejan más tranquilos el resto del año… a ver cuando podemos derrumbar definitivamente nuestro Muro de Berlín.

 

[1] El salario real en 2013, ha podido recuperar su poder de compra en un 27 % con relación a su capacidad en 1989.

[2] Vicent Bloch “Genèse d´un pouvoir totalitaire: le cas de Cuba” revue Communisme, n385/86, 2006 p. 85-115.

[3] Ver el artículo de Augusto César San Martín, “Cierta mordaza allende los mares” en la edición del 26 de marzo 2013 en http://www.cubanet.org/. El periodista intenta entrevistar a cubanos que viven en EEUU y encuentra la negativa a referirse a temas políticos en una autocensura igual a la que mantenían dentro del país porque quieren regresar “sin problemas” a Cuba e incluso quieren invertir en el país cuando se les permita.

 

 

Primero de Mayo en Cuba para celebrar más explotación

Eugenio Yánez

24 de abril de 2014

 

El régimen, como siempre, contra los trabajadores

 

Una vez más, la dictadura cubana contra la clase obrera, con el silencio cómplice de los sindicatos oficialistas. Ahora con relación al pago a los trabajadores en las empresas que se creen en la Zona de Desarrollo Especial de El Mariel (ZDEM).

 

Se mantiene la contratación de trabajadores a través de una “entidad empleadora” estatal y no mediante relación directa inversionista-empleados. Así es desde hace muchos años, dispositivo para esquilmar trabajadores; el Estado cobra de los inversionistas en moneda fuerte y paga a los cubanos en devaluada moneda nacional y con tarifas salariales locales. Ahora, según anuncios edulcorados, lo haría no para buscar ganancias, sino como función “facilitadora”, que incluye pactar el salario de los trabajadores con los empresarios.

 

Facilitación innecesaria, pues en todas partes los trabajadores negocian con empleadores sin necesidad de una estructura burocrática y parasitaria de por medio, y que en el caso cubano, además de no apoyar a los trabajadores, incrementa costos y establece procesos discriminatorios y excluyentes contra ellos, a través del concepto de “idoneidad”, en la práctica un control político de la fuerza de trabajo “autorizada” a prestar servicios a inversionistas extranjeros. El mismo mecanismo que empleaban los racistas surafricanos en tiempos del apartheid para contratar trabajadores en Namibia.

 

El costo de tal actividad “facilitadora” ascenderá al 20 % del salario de cada trabajador. Así que la quinta parte de lo que gane cada uno en la ZDEM es para mantener burócratas y represores políticos que serán los facilitadores más caros del planeta. Si no existieran harían más sencilla la contratación de empleados por los inversionistas y permitirían al trabajador recibir su salario sin descuentos para sustentar vividores.

 

Los trabajadores recibirán su pago mensual en pesos cubanos (CUP), a una tasa arbitraria de 10 pesos cubanos (CUP) por cada peso convertible (CUC), cuando el cambio oficial es de 25 CUP por cada CUC. Es decir, los cubanos recibirían de la “entidad empleadora”, con esa tasa de cambio, un 40 % de lo que les corresponde.

 

Con pesos cubanos, hay pocas opciones: una parte fundamental de alimentos, vestuario, calzado, artículos de higiene y aseo, materiales de construcción y reparación, y hasta de medicamentos y transporte, debe obtenerlos en pesos convertibles en tiendas del Estado que venden en esa moneda. Entonces, se necesitan 25 pesos cubanos por cada peso convertible del precio del producto en las tiendas estatales, o comprar CUC en las Casas de Cambio estatales (CADECA) a razón de 25 pesos cubanos por CUC.

 

Para explicar esta “lógica” totalitaria, veamos un ejemplo concreto de cómo serían los números con este atraco a mano armada diseñado por el gobierno “revolucionario”:

 

La “entidad empleadora” negocia el salario de los trabajadores con los empresarios. El sindicato oficialista es simple adorno, ni pinta ni da color. Supongamos que se pacta un salario mensual de 600 pesos convertibles (CUC) para un mecánico de mantenimiento. No importa ahora si ese es el salario apropiado o no, simplemente tomemos esa cifra como ejemplo.

 

La “entidad empleadora” estatal se apropia de 120 CUC (20 %) como gasto de operación, quedando para el mecánico 480 CUC. En una CADECA 480 CUC equivalen a 11.520 pesos cubanos al precio de venta de 24 CUP por cada CUC. Pero el Estado “proletario” despluma 6.720 pesos cubanos al obrero con la tasa de cambio de 10 CUP por 1 CUC, y le paga solamente 4.800, gracias a la revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes.

 

Además, el trabajador debe pagar impuestos por el salario que recibe, como sucede en todas partes. Para un salario de 600 CUC, si los impuestos fueran del 10 % -podría ser mucho más- el obrero pagaría 60 CUC, ó 1.500 pesos cubanos (CUP). Entonces, de los 4.800 CUP que cobra, le quedarían 3.300 después de pagar sus impuestos.

 

3.300 pesos cubanos en una CADECA estatal cubana permiten comprar 132 pesos convertibles (CUC). De manera que de un salario inicial de 600 CUC el trabajador cubano recibiría solamente el 22 %, y el 78 % irá para el Estado “socialista” y sus burócratas, represores y vividores, con la complicidad de los sindicatos, parásitos también ellos mismos. ¿Es eso lo que celebrarán los trabajadores cubanos este Primero de Mayo?

 

Digan lo que quieran decir los sicarios verbales del régimen por estos foros, esa es la realidad: más o menos la quinta parte del salario para el trabajador, casi cuatro quintas partes para el Estado “de los trabajadores”. Y quienes laboren en la Zona de Desarrollo Especial de Mariel serán privilegiados comparados con el resto de los cubanos de a pie. Si eso no es explotación, plusvalía o plustrabajo, ¿qué es y cómo se llama?

 

Papá-Estado se siente con derecho a esquilmar y estafar a los cubanos y a la vez decir que los subsidia, pero son los cubanos quienes subsidian a los parásitos en el poder.

 

¿Recuerdan lo que se canta en La Internacional? “Agrupémonos todos/en la lucha final/la Tierra será el paraíso/bello de la humanidad”.

 

¡Solavaya!

Inversión extranjera sin libre sindicalización

Dimas Castellanos

14 de abril de 2014

 

La ausencia de libertades tan elementales como la libre sindicalización y la libre contratación constituye un retroceso respecto a lo que el movimiento obrero logró hasta la primera mitad del siglo XX.

 

El artículo “Ley dentro de mi casa”, publicado el miércoles 2 de abril en el diario Granma, reconoce que el desarrollo de la economía cubana requiere de un crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) que ha sido imposible lograr con las reformas implementadas. De ese fracaso el articulista deduce la necesidad de inyectar capital foráneo. Sin embargo, las múltiples limitaciones contenidas en la recién aprobada Ley de Inversiones Extranjeras, entre ellas la referida a la libre sindicalización, anulan  dicho propósito.

 

El proceso recorrido por la libertad sindical en Cuba comenzó en la colonia con la Ley General de Asociaciones de 1888 y continuó en la República con la promulgación de varias legislaciones obreras. Entre ellas destaca la Ley de las Comisiones de Inteligencia Obrera de 1924 para canalizar los conflictos obrero-patronales relacionados con los embarques de azúcar. Pero su máxima expresión fue el Decreto Ley 798 de abril de 1938 cuyo contenido se recogió en la Carta Magna de 1940: “el derecho de sindicación a los patronos, empleados privados y obreros, el derecho de los trabajadores a la huelga y el de los patronos al paro, el sistema de contratos colectivos de trabajo y estipuló que los problemas derivados de las relaciones entre el capital y el trabajo serían sometidos a comisiones de conciliación integradas por representaciones de patronos y obreros”. Con ella los logros legislativos asumieron rango constitucional.

 

El principio de libertad sindical –unión de los derechos de libertad y de asociación– consiste en el derecho que tienen trabajadores y patronos para fundar sindicatos sin autorización previa. Ese principio se consagró en la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y se reguló en el Convenio 87 de esa institución. Por su relevancia y naturaleza jurídica, la libertad sindical está incorporada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en el Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos, en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, en la Convención Americana sobre Derechos Humanos y en la  Convención Europea de Derechos Humanos. En el caso particular de Cuba, alcanzó rango constitucional desde 1940.

 

Las diferentes legislaciones laborales emitidas en Cuba después de 1959 se resumieron en la Ley 49 de Código de Trabajo de 1984, cuyo artículo 3, inciso e) declara que  “todo trabajador, acorde con la legislación vigente, tiene derecho a asociarse voluntariamente y constituir sindicatos”. Mientras el Artículo 13 reconoce a “todos los trabajadores, tanto manuales como intelectuales, tienen el derecho, sin necesidad de autorización previa, de asociarse voluntariamente y constituir organizaciones sindicales”.

 

Sin embargo, esos preceptos, en correspondencia con los principios de la OIT y con la historia del derecho laboral cubano, son pura declaración. Los mismos nacieron supeditados al artículo 7 de la Constitución vigente, el cual dispone que el Estado socialista cubano reconoce y estimula a las organizaciones de masas y sociales, “surgidas en el proceso histórico de las luchas de nuestro pueblo” y, por tanto, anula el derecho a “asociarse voluntariamente y constituir sindicatos” como estipula el Código de Trabajo de 1984.

 

Con el objetivo de actualizar el Código de 1984, entre el 20 de julio y 15 de octubre del 2013 se sometió a consulta un nuevo Anteproyecto que incluye a los trabajadores por cuenta propia pero no autoriza la libertad sindical; no recoge el derecho a huelga como se reconoce en los instrumentos jurídicos de la OIT y se refrendó en la Constitución de 1940; no reconoce el derecho de los trabajadores para negociar directamente el salario con los empleadores extranjeros, lo que implica una doble explotación por la agencia empleadora y por la empresa extranjera.

 

Respecto al salario mínimo lo aprueba el Consejo de  Ministros, en vez de establecerse entre trabajadores, empleadores y Gobierno. Por ejemplo laConstitución de 1940, en el artículo 61, planteaba que: “La Ley establecerá la manera de regular periódicamente los salarios o sueldos mínimos por medio de comisiones paritarias para cada rama del trabajo; de acuerdo con el nivel de vida y con las peculiaridades de cada región y de cada actividad industrial, comercial o agrícola”.

 

El Anteproyecto mencionado fue discutido en 69.056 asambleas con la participación de 2.802.459 trabajadores. Dos meses después, fue aprobado por los diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular y convertido en Ley. Finalmente se creó una comisión de estilo para la redacción final y su publicación en la Gaceta Oficial. Desde ese momento dicho Código constituye un misterio. Lo más sintomático es que en ningún momento del debate de la nueva Ley de Inversiones Extranjeras se mencionó nada relativo a dicho Código ni la CTC ha realizado ninguna reclamación al respecto. Sencillamente se esfumó.

 

Por tanto el Anteproyecto de Código de Trabajo en materia de derechos sindicales se sitúa de espaldas a lo estipulado por la OIT, de la cual Cuba fue miembro fundador en 1919 y es firmante de 76 de los convenios laborales de esa institución, incluyendo el Convenio 87 sobre la libertad sindical.

 

En ese estado de indefensión se aprobó la nueva Ley de Inversiones, en la que los cubanos no solo están excluidos de participar como inversionistas, sino que como trabajadores carecen del derecho de crear sindicatos independientes y, por tanto, entran a una relación laboral en total desventaja al no poder contratarse libremente. Una violación tan abusiva que, si existieran verdaderos sindicatos, podría llevarse ante el Comité de Libertad Sindical, creado por la OIT en 1951 para examinar los alegatos sobre violaciones a los derechos de organización de trabajadores y empleadores.

 

Por lo anterior, tanto el Código de Trabajo de 1984 como su sustituto, el aprobado y esfumado en 2013, representan un retroceso en materia laboral respecto a lo que el movimiento obrero había logrado en sus luchas desde la Colonia hasta la primera mitad del siglo pasado.

 

En esas condiciones, cuando está demostrado el papel que desempeñan los derechos y libertades en la economía y en el desarrollo social en general, la ausencia de libertades tan elementales como la libre sindicalización y la contratación libre de la fuerza de trabajo son obstáculos suficientes para augurar el fracaso en el propósito de atraer miles de millones de dólares para sacar la economía cubana del estancamiento en que se encuentra.

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.