EL DÍA DE REYES EN CUBA
El Día de Reyes. La Sinfonía de los Juguetes de Mozart
Damas de Blanco distribuyeron juguetes, dulces, pasteles y refrescos a niños cubanos
Las Damas de Blanco distribuyeron juguetes, dulces, pasteles y refrescos a los niños, en su mayoría donados por la Fundación por los Derechos Humanos en Cuba.
Las Damas, familiares de ex presos políticos, organizaron el sábado a decenas de niños en las ciudades occidentales de La Habana, Pinar del Río, Matanzas y Villa Clara para fiestas que también incluyeron chocolates y piñatas, dijo Berta Soler, líder de las Damas de Blanco.
Agentes de la policía y la Seguridad del Estado vestidos de civil advirtieron a las familias en la oriental ciudad de Bayamo que se mantuvieran alejadas de una celebración opositora del Día de los Reyes Magos en el cercano Holguín, aunque la mayoría asistió, informó la disidente Berta Guerrero, de Holguín.
El intento principal del régimen castrista para interferir con las celebraciones realizadas por los activistas de los derechos humanos se produjo en la ciudad oriental de Palmarito de Cauto, donde las Damas de Blanco y la Unión Patriótica de Cuba organizaron una fiesta el domingo en la casa de José Daniel Ferrer, ex preso de conciencia.
4 de enero de 2013
Los cubanos que ya cruzamos la línea de la quinta década de vida vimos desaparecer de nuestros días de infancia (por voluntad de la castrocracia) las esperadas Navidades en que toda la familia se reunía jubilosa alrededor de una mesa bien servida, en una celebración más tradicional que religiosa. Creyentes o ateos, las fiestas de fin de año eran el pretexto para encontrarse y compartir, para renovar los afectos, para fortalecer la unión familiar. Las fiestas cerraban a inicios de enero con el día más esperado por los niños, el Día de Reyes, cuando despertábamos por nosotros mismos bien temprano en la mañana, para descubrir los juguetes que nos habían traído los bondadosos Melchor, Gaspar y Baltasar. Era, según lo recuerdo, todo un ritual en que mediaban los paseos con nuestros padres para mirar las vidrieras de las tiendas cargadas de relucientes y coloridos juguetes durante los días previos, la sempiterna carta a los Reyes colocada con toda ilusión la noche del 5 de enero dentro de los zapaticos más nuevos que tuviésemos, y quizás algún obsequio nuestro para los camellos y sus jinetes. Por ejemplo, mi hermano mayor y yo solíamos colocar yerbas para que comiesen los camellos y alguna caja de cigarrillos para los Reyes porque asumíamos que si nuestro padre fumaba, con seguridad también los Reyes lo harían.
Si no recuerdo mal, fue en la segunda mitad de la década de los 60’ cuando las Navidades y el Día de Reyes quedaron proscritos en Cuba. Eran, se decía por las autoridades, celebraciones religiosas que nada tenían que ver con el espíritu revolucionario y marxista de nuestro proceso. Muchos padres mantuvieron a duras penas durante un tiempo la tradición de los Reyes Magos –los míos entre ellos, aunque eran ateos– y el gobierno tuvo la astucia de no eliminar de un plumazo la fiesta infantil: con la perversidad que lo caracteriza estableció la “norma” que regiría por mucho tiempo la distribución de juguetes para que todos los niños fuésemos “iguales” y así se superaran las injustas diferencias burguesas donde, aseguraban, los niños ricos tenían juguetes y los pobres no. Desde entonces cada niño tendría derecho a tres juguetes al año, uno “básico” (con un costo superior a los cinco pesos de entonces) y dos “adicionales”, más baratos. Poco después se establecería otra variante y ya no serían dos adicionales, sino uno adicional y otro “dirigido”. Este último sería un juguete de poco valor monetario –aunque en definitiva la verdad es que el valor real de un juguete es el que le otorga cada niño–, algo así como un trompo, un paquete de soldaditos, un juego de “yaquis” o una suiza. Un detalle propio del sistema, experto en límites y parcelaciones: los juguetes “tocaban” a los niños hasta los doce años de edad. A los trece años ya no eras oficialmente niño.
La llamada “Ofensiva Revolucionaria” de 1968, que liquidó de golpe los últimos reductos de propiedad privada que sobrevivían en Cuba, también eliminó la posibilidad de adquirir algunos juguetes artesanales que se vendían en pequeñas quincallas y otros negocios familiares. La Habana, particularmente, tenía incontables quincallitas de aquellas. Todavía mi generación recuerda la variedad de juguetes que, por precios muy módicos, se compraban en aquellos modestos establecimientos y con los cuales muchos padres de las familias más humildes alegraban el 6 de enero de sus hogares. Eso, sin mencionar que las tiendas que vendían los juguetes de producción industrial ofrecían precios para todos los bolsillos.
A principios de los 70’ la imaginación oficial introdujo un método más perverso aún: el sorteo. Este consistía en colocar en un bombo los números de las cartillas de racionamiento de cada núcleo familiar donde hubiera un niño en edad comprendida entre cero y 12 años. Cada número de cartilla que se iba sacando del bombo establecía qué día y en qué orden numérico “le tocaba” comprar a cada quien, dentro de los cinco días establecidos para la venta de juguetes. Aquel a quien le correspondiera la compra el primer día de venta tendría la posibilidad de acceder a los mejores juguetes, el infeliz que compraba el quinto día solo alcanzaba los rastrojos.
Está claro que a esas alturas los Reyes Magos habían desaparecido del proceso; los juguetes llegaban según la suerte que se tuviera en el bombo y sabíamos que los compraban nuestros padres en la tienda que le asignaban a cada uno. Otro delicioso detalle del sistema: se implementó un “Día de los niños”, que se celebraba en julio, en sustitución del tradicional Día de Reyes del 6 de enero.
Pero he aquí que las tradiciones y los sueños pueden más que cualquier dictadura y permanecen sembrados en lo más profundo de la memoria cultural de los pueblos. Desde hace varios años, sin que mediara aprobación oficial alguna, se ha venido restaurando en las familias cubanas esa peculiar monarquía de Los Reyes Magos y ya es raro el hogar en que los niños no celebren la fiesta del 6 de enero. Han regresado Melchor, Gaspar y Baltasar, aunque con ellos también se ha reciclado la perversidad del sistema. Ahora son las tiendas de la castrocracia las que ofrecen los juguetes, siempre en divisas, para aquellos padres que puedan comprarlos a los exhorbitantes precios que ostentan. Por supuesto, ya no hay básicos, adicionales ni dirigidos; no hay bombos ni cupones asignados. Al parecer, ya el gobierno ha olvidado los afanes del igualitarismo, pero las facilidades que existieron antaño, cuando había juguetes para cualquier bolsillo, no han sido restauradas.
En cuanto a mí, celebro el retorno de los Reyes Magos, que en definitiva nunca se fueron del imaginario popular. Lástima que ahora la dictadura cubana, en su sempiterno cinismo, los esté utilizando en beneficio propio.
Niños sin juguetes en Cuba.
Elpidio Valdés debe atacar a la shopping
Los Reyes Magos vuelven
Iván García
4 de enero de 2013
54 años de castrismo y juguetes a precios de escándalo no intimidan a los niños cubanos. Las tradiciones vencen a la ideología.
Belinda, de 10 años, ha rehecho varias veces la lista de los Reyes. Desde fines de noviembre ha incorporado nuevos juguetes a la estrujada hoja que descansa en el árbol de navidad, en la sala de la casa.
Sus padres manipulan sutilmente sus deseos, al ver que estos son prohibitivos para sus bolsillos. Este 6 de enero, Belinda, al igual que otros niños de su barrio, anhela un Nintendo Wii, un Mp4 y la última versión de los Sims.
Muchos de estos artilugios ni siquiera se venden en los establecimientos de moneda dura. Los que no tienen parientes en el exterior, tratan de conseguirlos de segunda mano o a través de Revolico, sitio online de ofertas y demandas muy popular. En Cuba los juguetes son un lujo... y caro. Pero la ilusión de los Reyes Magos propicia que numerosas familias intenten complacer los deseos de sus hijos.
Si recorremos la juguetería del Hotel Comodoro, en Tercera y 84, en el municipio habanero de Playa, los altos precios de las Barbie y de los artefactos electrónicos provocan mareos. Adquirir tres juguetes de moda bien puede superar los 120 cuc (3 mil pesos cubanos). Uno de "costo módico" ronda los 18 pesos convertibles, el salario mensual de un profesional.
A pesar de los precios por las nubes y la crisis económica que asola desde que en 1990 se decretó el "período especial", se ve a personas que recorren las tiendas y hacen colas en busca de los mejores juguetes.
En la juguetería ubicada en la concurrida calle Obispo, en el corazón de la Habana Vieja, o en el centro comercial de Carlos III, una muchedumbre revisa la mercadería e intenta comprar lo que más agrade a sus hijos o nietos. La tarea no es fácil. Encontrar juguetes buenos, bonitos y baratos es una misión casi imposible.
El Estado, único rey mago desde 1959
El Estado no ve con buenos ojos el Día de Reyes. Al contrario. Hace 12 años, en enero de 2001, la prensa oficial y el propio Fidel Castro condenaron en duros términos una Cabalgata de Reyes patrocinada por la embajada española que recorrió el Paseo del Prado tirando caramelos a alborotados chiquillos.
Desde sus inicios, la revolución verde olivo se propuso enterrar las tradiciones. El nuevo régimen las consideraba "rezagos pequeños burgueses".
Cuando el 6 de enero de 1959 Castro voló en una avioneta de combate y en las montañas de la Sierra Maestra lanzó juguetes a niños que jamás habían visto uno, envió un mensaje rotundo a toda la nación: ahora el Rey Mago es el Estado.
El régimen se apropió y administró a su albedrío las antiguas costumbres. Censuró esa fábula de un trío de encantadores hombres venidos desde muy lejos que una noche al año dejaban regalos a quienes se habían portado bien.
La magia de los tres Reyes Magos desapareció de Cuba. A partir de los años 60, el gobierno fue el encargado de vender juguetes. Se cambió el mes de enero por el de julio. Y los burócratas del Ministerio de Comercio Interior confeccionaron listas que se pegaban en las vidrieras de las tiendas autorizadas a ofertarlos.
En una semana, de acuerdo a un sorteo, los padres podían comprar tres juguetes, por la libreta de productos industriales. Uno por cada menor de hasta 12 años: uno "básico" (que solía ser el juguete más codiciado), otro "no básico" y un tercero "dirigido". Ya ni eso.
El regreso de Melchor, Gaspar y Baltasar
Jugar es tan importante para un niño como alimentarse, vestirse y aprender. Pero el Estado ha sido incapaz de producir, importar y vender juguetes didácticos y variados, que cubran las necesidades en las distintas etapas de la niñez y la adolescencia. Al alcance de todas las familias y no solo para una fecha.
La Navidad también fue sentenciada a muerte. Los pequeños negocios fueron cerrados. Y las religiones condenadas. Después que el Muro de Berlín se desmoronó, los cubanos comenzaron a rescatar sus tradiciones.
Con sus arcas vacías, poco ha podido hacer un Estado igualmente incapaz de satisfacer un estándar mínimo de vida a los ciudadanos. Sin alardes, los cubanos han vuelto a los templos. La santería es casi una industria. La masonería y el ñañiguismo una práctica habitual.
Las fiestas navideñas retoman su lugar. Y el Día de Reyes otro tanto. Ahora, infinidad de niños cubanos se acuestan temprano la noche del 5 de enero, a la espera de que Melchor, Gaspar y Baltasar depositen juguetes bajo sus camas.
Créanme, las costumbres han pulverizado los ukases estatales. Si algo ha quedado claro en estos 54 años de dinastía verde olivo, es que la fe, la ilusión y la fantasía no se pueden sepultar con discursos guerreristas ni nacionalismos inútiles. Las tradiciones han demostrado ser más fuertes que la ideología comunista.
Dia de Reyes. Pablo Milanés
Un camión gallego con volquete
Camilo Venegas
21 julio 2012
Un camión gallego con volquete, el juguete al que aspiraba todo niño cubano
Por estos días, unas tres décadas atrás, las tiendas de los pueblos de Cuba se llenaban de juguetes. En su afán por cambiar todas las cosas de lugar, la revolución había removido el Día de Reyes para julio, de manera que coincidiera con la celebración de sus más importantes fechas.
Siguiendo los preceptos del igualitarismo, a cada niño nos correspondían tres juguetes: básico, no básico y dirigido. En el 75 o el 76 (estábamos en 3ro. o 4to. grado), por fin alcancé un camión gallego. Me pasé dos horas mirándolo, sin hacer nada con él.
En el Paradero de Camarones, un camión gallego de volteo -o volquete- era el mejor juguete al que se podía aspirar. El Chiqui tenía uno que llegó a cargar toneladas de fango de la zanja de su casa. Cuando el mío se sumó a las obras, reconstruimos por completo aquella vía fluvial, imprescindible en el desagüe durante los temporales.
En Nuevo en esta plaza, la película de Palomo Linares, sale un camión gallego. Es en la famosa escena de Las Ventas, cuando el guardián advierte que el aprendiz de torero se ha colado en el ruedo y tiene que echarlo. El camión era blanco, como el mío y el de mi amigo.
Por eso, cuando Palomo Linares decía su célebre frase (“Le juro que algún día entraré por esta puerta sin entrada. Y cuando yo pase usted se quitará la gorra”), El Chiqui y yo aún hablábamos de nuestros camiones y lo comparábamos con aquel, destinado a la carga de toros de lidia.
Justo frente al rodeo de Manicaragua, que es lo más cercano a una plaza de toros que tenemos en mi provincia, volví a dar con un camión gallego (que es el nombre cubano del Pegaso Comet). Aunque debía tener más de 30 años, su motor sonaba perfecto. Mantenía intacto el tableteo que nosotros reproducíamos con la boca cuando arrastrábamos los nuestros.
Eso que ven ahí no es un camión, es un objeto de culto. Si hubieran estado conmigo y con El Chiqui, dentro de aquella zanja, con el lodo hasta las rodillas, sabrían lo que les digo.
Día de Reyes.
Josefina Ortega
Una anécdota del Día de Reyes en Cuba en 1863.
El 6 de enero en Cuba y muchos países se celebra el Día de los Reyes, en alusión a los tres reyes magos que fueron a ver al niño Jesús para llevarle presentes de regalo. Pero hubo otra fiesta de Día de Reyes, protagonizada por los negros esclavos…
Las tradiciones relacionadas con el cambio de año tienen casi siempre origen religioso, aunque algunas tengan una impronta tremebunda por la esencia.
Sucedía así con la llamada Fiesta del Día de Reyes en La Habana del siglo XIX, y que tenía a la navidad como fecha de celebración.
La pretendida bondad del gobierno colonial de un imperio esclavista ―aunque fundado y sostenido por reyes católicos― ejercía, como dádiva cristiana, una peculiar fiesta en honor al nacimiento del niño Jesús.
En 1863 un extranjero recién llegado a La Habana vivió en día tal una rara experiencia que luego reflejaría en un libro titulado A Traver l’Amerique, Nouvelles et récits: “…me desperté de un sobresalto. Todas las campanas de la ciudad tocaban a la vez. Dejaron al poco de sonar: pero un rumor sordo, lejano me mantuvo despierto. Era como un ruido inmenso, discordante, de una multitud furiosa. Por la calle corrían raudales de esclavos sonando calderos y dando voces. ¿Se habrían sublevado los esclavos?”, se preguntaba Lucien Biart, algo asustado.
“Una vez restablecido el silencio, un mundo ideas se me agolpaban en la cabeza. La guarnición es numerosa; pero La Habana cuenta con veinticinco mil esclavos…”
Poco a poco vuelve el bullicio y el viajero sale a preguntar a uno de los esclavos que se entretenía en utilizar “los barrotes de mi ventana como cuerdas de guitarra”.
―¿Qué diablo de escándalo es este?
―¡Yo, libre!, fue la repuesta.
Monsieur Biart confesó que aunque enemigo declarado de la esclavitud, sintió “un estremecimiento” al oírlo.
Y cuenta así en su libro un raro diálogo con aquel músico silvestre:
―¿Ha habido muchas desgracias?
Me mira, abriendo los ojos exageradamente, y en lugar de responderme entona una canción cuya letra me resulta incomprensible.
―¿Dónde está el gobernador?, le pregunto.
―Durmiendo.
¡Durmiendo!, es decir muerto, asesinado sin dudas mientras dormía.
Poco después el francés pregunta acerca del alboroto a los dueños de la casa en donde se alojaba
―Los esclavos están libres, ¿no lo sabe usted?
Al preguntar sobre los peligros potenciales se entera de que nada grave, pero está la conveniencia de no salir mucho a la calle, pues aunque esta vez los muertos son solo tres, el pasado año fueron ocho.
―¿Cómo? ¿Hubo ya un conato de rebelión el año pasado?
Todos me miraron con tal sorpresa, y yo los miré, por mi parte, con un aire tan pasmado, que se hizo evidente que existía un mal entendido.
La costumbre era antigua, y la explicación era “sencilla” en la visión que daba otro extranjero en el libro Rachel and the New World: a trip to United States and Cuba (1850).
En él, su autor, León Beauvallet, contaba: “Desde el amanecer todos los esclavos de la ciudad son libres, por la ley, hasta la mañana siguiente. Si algún dueño tratara de obligar a sus esclavos a trabajar, estos van inmediatamente a ver al comisionado, quien hace pagar una multa considerable”.
La descripción que daba Beauvallet de aquel revuelo, parece sacado de un pasaje de Pierrot: “Vi a uno de ellos con el traje de un rey de la Edad Media, un chaquetón de terciopelo rojo con un magnífica corona de papel dorado (...) llevaba pomposamente de la mano a una mora que representaba ser una reina o lago así. Caminaba a su lado con un paso deliberadamente majestuoso… Desde la mañana hasta las cuatro de la tarde, pasaron miles por las calles, chillando todas las canciones del país, con el acompañamiento de maracas, calderos y tambores… Exactamente a las cuatro en punto se les prohíbe permanecer en la ciudad. No tienen derecho a continuar su procesión excepto fuera de las murallas. Allí continúan divirtiéndose toda la anoche, y por la mañana, a la salida del sol, tienen que regresar a sus trabajos”.
Un día, una vez al año, en medio de una vida signada por la esclavitud, era el premio que se otorgaba a seres humanos, para recordar el nacimiento del redentor de los hombres.
Luego, pasada la jornada, los cristianos volvían a las calles “a las costumbres civilizadas”.