LA  IGLESIA  CATÓLICA

Celebración del día de la

Virgen de la Caridad del Cobre en 1950

UNPACU entrevista al padre José Conrado,

la voz de los que no tienen voz en Cuba

Navidad cubana en el 2012

 

Radio Martí transmitió este 25 de diciembre un programa especial realizado en Cuba, dedicado a la Navidad.

 

Con la moderación del sacerdote católico José Conrado Rodríguez Alegre, el programa contó con la participación de la bloguera Yoani Sánchez, creadora del blog Generación Y; Ofelia Acevedo, viuda de Oswaldo Payá; Berta Soler, líder de las Damas de blanco; el expreso político de los 75, José Daniel Ferrer García, fundador de la Unión Patriótica de Cuba (UNPACU); Reinaldo Escobar, periodista independiente; el laico Dagoberto Valdés, director de la revista digital Convivencia; el sicólogo Guillermo Fariñas, premio Sajarov 2010; y el activista Antonio González Rodiles, promotor del proyecto Estado de Sats.

 

En la presentación del espacio, el padre José Conrado destaca la celebración de la Navidad cubana en el 2012, año en que se cumple el cuarto centenario de la presencia en la isla de la imagen de la virgen de la Caridad del Cobre, y afirma que, a pesar de las dificultades, “los cubanos también celebramos la Navidad”.

Oiga el programa especial Navidad cubana

Santuario de la Caridad del Cobre

Valiente alegato del padre Jorge A. Rodríguez, párroco del Santuario de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba.

Pedro Meurice Estiú

Arzobispo de Santiago de Cuba

El León de Oriente

Mons. Pedro Meurice Estiú
Mons. Pedro Meurice Estiú

Monseñor Pedro Meurice Estiú, fallecido el 21 de julio de 2011 a los 79 años, fue arzobispo de Santiago de Cuba durante 37 años. Allí era muy popular y tenía bien ganada fama de hombre combativo y opuesto abiertamente al régimen militar que tiraniza a Cuba desde hace más de medio siglo, por lo que se ganó el apelativo de El León de Oriente.

 

Monseñor Meurice fue protagonista de la escena más recordada por los cubanos del viaje que Juan Pablo II realizó a Cuba. Después que el papa terminó su homilía la mañana del 24 de enero de 1998 en la plaza Antonio Maceo de Santiago ante cientos de miles de personas, en presencia del entonces ministro de las Fuerzas Armadas y hoy gobernante de Cuba, Raúl Castro, le correspondió a monseñor Meurice dirigirse a su rebaño y a Juan Pablo II. Antes de subir al estrado, monseñor Meurice le dijo al sacerdote José Conrado Rodríguez Alegre: “este león ya está viejo y con la melena despeluzada, pero rugirá”.

 

Pocos de los que estaban en la plaza Antonio Maceo o veíamos la transmisión en directo por televisión esperaban escuchar tan dignas y combativas palabras. Monseñor Meurice se dirigió así a Juan Pablo II: “Deseo presentar en esta eucaristía a todos aquellos cubanos y santiagueros que no encuentran sentido a sus vidas, que no han podido optar y desarrollar un proyecto de vida por causa de un camino de despersonalización que es fruto del paternalismo”.

 

Esto fue solo el aperitivo. A partir de ese momento, el arzobispo de Santiago de Cuba, que entonces tenía 66 años, empezó a decir lo que tanto deseaba oír el pueblo cubano: “Le presento, además, a un número creciente de cubanos que han confundido la patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido las últimas décadas y la cultura con una ideología”.

 

Verdades como puños, pero que nunca antes se le había dicho públicamente al sanguinario Raúl Castro, el cual no salía de su asombro. El ‘león de Oriente’ continuó rugiendo: “Son cubanos que al rechazar todo de una vez, sin discernir, se sienten desarraigados, rechazan lo de aquí y sobrevaloran todo lo extranjero. Algunos consideran esta como una de las causas más profundas del exilio interno y externo”.

 

Las críticas de monseñor Meurice a la tiranía castrista eran habituales en sus homilías, pero aquello, ante los ojos del mundo y con la campana de resonancia del papa, era más de lo que muchos creían posible. Las palabras de monseñor Meurice y su nombre han quedado grabados para siempre en el corazón de los demócratas cubanos.

 

Nacido el 23 de febrero de 1932 en el poblado oriental de San Luis, estudió humanidades y filosofía en el Seminario de San Basilio Magno, en El Cobre. Fue ordenado sacerdote el 26 de junio de 1955 y entre 1956 y 1958 estudió derecho canónico en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Al regresar a Santiago, fue nombrado vicecanciller y secretario del arzobispo Enrique Pérez Serantes, el obispo que había salvado la vida de Fidel Castro después del ataque al Cuartel Moncada, el 26 de julio de  1953. En 1967 fue nombrado obispo auxiliar de Santiago de Cuba por el papa Pablo VI y a la muerte de monseñor Serantes se le designó administrador apostólico de Santiago.

 

Hasta que renunció en 2007, por haber llegado al límite de edad, fue una voz incansable para denunciar los crímenes de la tiranía de los hermanos Castro.

Padre Miguel Ángel Loredo
Padre Miguel Ángel Loredo

Falleció el padre Miguel Ángel Loredo,

símbolo del presidio político cubano

WILFREDO CANCIO ISLA

Septiembre de 2011

 

- El sacerdote franciscano Miguel Angel Loredo, símbolo del presidio político cubano, falleció este sábado en St. Petersburg, Florida, a los 73 años, víctima de cáncer.

 

El padre Loredo murió a las 5:40 p.m. en el Hospital y Centro de Rehabilitación Bon Secours de St. Petersburg, donde permaneció ingresado por varias semanas. Su estado se agravó como consecuencias de complicaciones renales y cardiovasculares. Había pedido, 17 días atrás, que se le suprimiera la diálisis y se preparó conscientemente para recibir la muerte.

 

Con él desaparece un testimonio viviente del enfrentamiento de la Iglesia Católica con el régimen de Fidel Castro, un promotor incansable de las libertades democráticas en la isla y un pilar espiritual de la comunidad cubana en el exilio.

 

“Fue un hombre muy valiente, firme en sus principios y en su fe, que no dejó nunca de levantar su voz para denunciar los horrores que vivió en carne propia en las cárceles de Cuba”, recordó Abel Nieves Morales, quien compartió años con Loredo varias prisiones cubanas. “Todos sus compañeros del presidio político lo vamos a necesitar y extrañar mucho”.

 

Nieves se mantuvo visitando al sacerdote en su lecho de enfermo hasta los últimos días. En una de sus recientes visitas lo escuchó confesar que se apoyaría en su fuerza interior para despedirse, uno a uno, de sus entrañables compañeros de presidio, que fueron “mi vida, mi amor y mi alma”. Ambos se encontraron en el exilio en los años 80, reanudaron esfuerzos y esperanzas por la democratización de Cuba, y viajaron a foros internacionales para denunciar los abusos y las condiciones infrahumanas en el sistema carcelario cubano.

 

Pasión por el arte

 

Nacido en La Habana en 1938, Loredo abrazó desde muy joven dos pasiones que acompañarían para siempre su vida: la fe católica y el amor por la pintura. Siendo un adolescente entabló amistad y recibió influencias de prominentes figuras de la plástica cubana como René Portocarrero, Raúl Milián, José María Mijares y Rolando López Dirube, quien por estos años lo acogió en su estudio y fue su maestro.

 

Cuando triunfó la revolución de 1959, Loredo ya había decidido que sería sacerdote. Su formación teológica se produjo en España, entre 1960 y 1964.

 

Se ordenó el 19 de julio de 1964 y un mes después regresó a Cuba, justamente en momentos de agrias relaciones entre la Iglesia Católica y el gobierno comunista, que ya había enseñado sus verdaderas intenciones con la expulsión de 131 sacerdotes en 1961.

 

A su regreso fue designado para asumir su labor pastoral en la Iglesia de San Francisco, en La Habana, y se desempeñó también como párroco de Guanabacoa. Carismático y joven, cautivó las simpatías de los feligreses y provocó la ira gubernamental por sus desafiantes sermones contra el ateísmo, impuesto como doctrina a los cubanos.

 

No tuvo que esperar mucho para verse en el vórtice de un proceso judicial que lo inculpó por supuesta conspiración contrarrevolucionaria.

 

En 1966 fue arrestado en la Iglesia de San Francisco. Se le acusó de brindar protección a un prófugo de la justicia, esconder armas y conspirar con la CIA. El sacerdote no admitió nunca su culpabilidad y mantuvo siempre que  el caso fue fabricado por la Seguridad del Estado, con la colaboración de un seminarista bajo chantaje.

 

Un preso plantado

 

 Tras un juicio amañado, Loredo fue condenado a 15 años de cárcel. No se sometió al régimen de reeducación y se declaró como un preso “plantado”, por lo que fue sometido a golpizas, sufrió crueles atropellos y cumplió trabajos forzados en las prisiones de Isla de Pinos, La Cabaña, Guanajay y El Príncipe.

 

En el presidio organizó misas clandestinas para los presos políticos y realizó numerosas huelgas de hambre en protesta por la condiciones de su confinamiento. En una carta del 11 de junio de 1968, enviada a Monseñor Cesar Sacchi, por entonces representante de la Nunciatura Apostólica en La Habana, escribió: “Me siento orgulloso de participar en esta lucha con miles de hombres de tanto valor y sentido patrio como hay en este presidio cubano. (…) Y también quiero decirles que siento al ver el olvido en que el Occidente libre nos mantiene, en el silencio de todos, en la indiferencia, mitigada únicamente por las quejas de los seres queridos impotentes”.

 

Por gestiones del Vaticano, Loredo fue liberado el 2 de febrero de 1976.  Se le ordenó que no hablara públicamente ni ofreciera entrevistas de prensa. Pero el gobierno no toleró que se le nombrara como profesor de Teología en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio en La Habana, lo que forzó su salida del país con destino a Roma en 1984.

 

En el exilio no tardó en alzar su voz contra la carencia de libertades en Cuba. En 1987 se radicó en Puerto Rico, donde continuó su labor eclesiástica y comenzó su colaboración con la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, en Ginebra. Ese año su vibrante testimonio figuró en el  documental Nadie escuchaba, de Néstor Almendros y Jorge Ulla.

 

Posteriormente colaboró con la organización Pax Christi, organización católica que monitorea la situación de los derechos humanos alrededor del mundo.

 

Prohibida la entrada a Cuba

 

En 1991, fue trasladado a la Iglesia de San Francisco en Nueva York. A raíz de la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, en 1998, Loredo fue incluido en la lista de clérigos y personalidades religiosas que viajarían desde Estados Unidos. Sin embargo, el gobierno cubano le negó la entrada.

 

Loredo nunca dejó de pintar y escribir poesía, actividades que consideraba en estrecha comunión con su misión espiritual. Sin embargo, no fue hasta el 2002 que decidió exhibir sus pinturas a una audiencia amplia. Una muestra de 30 óleos suyos fue presentada en la Carol LaPlante Gallery de Nueva York, en conmemoración del primer aniversario de la tragedia del 9/11.

 

“Para mí pintar es elegir una manera de arreglar una visión personal de la realidad sobre una superficie plana donde se incorporan diversas áreas del espíritu, así como de la memoria y de la profecía “, consideraba el sacerdote.

 

Desde entonces sus cuadros se exhibieron con regularidad en Miami, donde Loredo participó en el Festival Calle Ocho en varias ocasiones.

 

Su obra creativa incluye el libro de testimonios Después del Silencio, y los poemarios De la Necesidad y del Amor,  Los Súbitos Quebrantos y Uno.

 

Lo sobrevive en Miami su hermana Silvia Loredo.

 

La Orden Franciscana en Estados Unidos tendrá a su cargo la realización de las honras fúnebres. Una misa en su memoria se efectuará próximamente en una parroquia de St. Petersburg antes de trasladar  el cadáver hacia Nueva York, donde será sepultado.

La Iglesia cubana vive, sufre, espera y trabaja

José Conrado Rodríguez Alegre, Presbítero

1 de agosto de 2009

 

Una mirada retrospectiva de los últimos 50 años nos mostraría la presencia, o más bien omnipresencia, de una figura fatal y emblemática en el escenario nacional: vituperado por unos y ensalzado por otros, aceptado y rechazado, amado y temido, dentro y fuera de la isla, Fidel Castro, y el proceso histórico que ha encabezado, han tenido una profunda repercusión en la vida de todos los cubanos, y también en la vida de la Iglesia Católica en Cuba, de sus pastores y de sus fieles.

 

La línea de continuidad entre la Iglesia cubana de 1959 y la Iglesia que hoy vive, sufre, espera y trabaja en Cuba, es indiscutible. Como indiscutible es la diferencia entre lo que fuimos y lo que somos.

 

Además de las dinámicas internas en la vida de la misma Iglesia (citemos a nivel universal, el acontecimiento del Concilio Ecuménico Vaticano II; y al regional, las Conferencias del Episcopado Latinoamericano en Medellín, Puebla y Santo Domingo; y recordemos, a nivel nacional, al menos, el Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC) y la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba), está lo que pudiéramos llamar el “avatar revolucionario” y los profundos cambios que ha generado en nuestra patria.

 

El triunfo revolucionario de 1959 fue recibido con efusivas muestras de apoyo por parte de la jerarquía eclesiástica y de los fieles. La participación de numerosos laicos, incluso religiosos y sacerdotes en la lucha contra la dictadura de Batista, generó en la Iglesia, lo mismo que en las masas populares, un apoyo entusiasta y un profundo sentimiento de pertenencia a la revolución. La carta del Arzobispo de Santiago, Monseñor Enrique Pérez Serantes, Vida Nueva, es un ejemplo de esto. Se esperaba una restauración de la democracia y la instauración de la justicia social, a través de un gobierno justo, finalmente al servicio de la causa de los pobres. Las cartas y documentos publicados por Evelio Díaz, administrador apostólico y luego Arzobispo de La Habana y por Mons. Alberto Martín Villaverde, obispo de Matanzas y por todo el episcopado a lo largo de 1959, incluso el apoyo a la ley de Reforma Agraria, nos muestran esa adhesión de la Iglesia al proceso popular revolucionario.

 

Pero ya el 7 de agosto de 1960, en su Circular Colectiva del Episcopado los obispos señalan de modo explícito, “el creciente avance del comunismo en nuestra patria”. La condenación del comunismo es por su ateísmo, por la persecución contra la Iglesia, y por las graves violaciones contra los derechos humanos, y además, porque impone un régimen dictatorial de terror policial, a través del sometimiento de la economía a la política, con sacrificio de los intereses del pueblo, y convirtiendo a los ciudadanos despojados del derecho a la propiedad, “más que en empleados, en verdaderos esclavos del Estado”. Al hacerse dueño de los medios de comunicación el Estado niega al ciudadano el derecho a la verdad y le impone sus propias opiniones.

 

Después de éste y otros documentos críticos, vino el silencio. Cada declaración de los pastores era seguida por el encarcelamiento y la represión de los laicos, amenazas y campañas de terrorismo antirreligioso, expulsión de agentes pastorales... Y culminó con la expulsión de un obispo y 131 sacerdotes en septiembre de 1961, en el barco Covadonga.

 

“El hombre que parecía que iba a abrir todos los caminos es el que ha cerrado todas las puertas” la frase, referida a Fidel y atribuida a Lezama, expresa un sentimiento y una constatación. En abril de 1961, Fidel mismo declaró el carácter socialista de la Revolución. El gran delito cometido por los obispos fue decirlo con unos meses de anticipación, y lo pagaron caro. En año y medio, el desmantelamiento de la institución no pudo ser mayor: intervención de los colegios católicos, desaparición de la casi totalidad de asilos, clínicas y hospitales regentados por las órdenes religiosas, las publicaciones e imprentas y el acceso a los medios masivos de comunicación.

 

Esta Iglesia, reducida a su mínima expresión comenzaría un largo peregrinar en circunstancias adversas. Los primeros años de confrontación supusieron el abandono de la Iglesia por parte de los que optaron por la revolución, por las razones que fueran: por convicción, por arribismo o por temor. Y el éxodo al exterior, que ha significado una constante sangría para la Iglesia. El “fervor revolucionario”, y el carácter mesiánico del marxismo, unido al carisma personal del “líder máximo” como movilizador y manipulador de masas, más el control casi absoluto de la información y de los medios de comunicación, le dieron al proceso ese carácter cuasi religioso, que se pudo observar sobre todo en los años 60 y que aún perdura en las regiones más aisladas y empobrecidas del país. Cuando se habla del carácter “confesionalmente ateo” del Estado hasta los años 90, de lo que se habla es de esta dimensión de “Iglesia militantemente atea”, y por eso, opuesta a toda otra Iglesia, desde el poder del Estado y con el control absoluto de sus instituciones jurídicas, legales, económicas y políticas.

 

Este carácter “religioso” del sistema, se apoyó además, en la “bondad” y “elevada moralidad” del proceso y de sus líderes, dioses a un tiempo cercanos y lejanos: envueltos en el aura de su fama pública y su vida personal y familiar, privada, celosamente oculta. Los ideales internacionalistas, los logros en los servicios sociales (educación, salud, deportes, atención a los minusválidos) dentro y fuera de las fronteras nacionales, van acompañados por la imposibilidad de cuestionamientos o críticas. Por otra parte, se vive el contraste de un paraíso del que los beneficiarios quieren huir. El resultado final es una población empobrecida y sumida en la desesperanza, a pesar de sus ansias de vida mejor en todos los sentidos.

 

Definir como “persecución religiosa” lo ocurrido en los primeros años y pensar que esto terminó en el 61, significaría no comprender bien la política del Estado cubano con relación a la iglesia y los cristianos. Se dice que Fidel Castro afirmó “que no haría mártires”, como ocurrió en otros países comunistas. Lo que significó que habría grandes restricciones a la actividad de las iglesias, pero sería una represión de baja intensidad. Cuando se crea la UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción), en realidad campos de trabajos forzados, sacerdotes, seminaristas y jóvenes cristianos fueron encerrados en estos campos, con personas consideradas enemigas de la sociedad (homosexuales, desafectos de la revolución, alcohólicos).

 

La revolución se impuso: las nuevas leyes sociales, la promoción de las clases más pobres y humildes, como la escuela obligatoria y el acceso a los estudios superiores para miles de jóvenes, incluidos los hijos de los campesinos, el trabajo para todos (llegó a ser obligatorio y el no trabajar, hasta causa posible de encarcelamiento) formaron parte de este complejo proceso de 50 años de socialismo fidelista en Cuba. Una amplia (y agresiva) política internacional, hizo a Cuba estar militarmente presente en muchos países. Con el final de la Guerra Fría, esa presencia se ha ido reorientando a campos como la medicina y la educación y, por supuesto, el lobby político.

 

La estrategia del miedo

 

En Cuba no se “cerraron las iglesias”, sencillamente, la gente tenía tanto miedo a las represalias sociales que entrañaba identificarse como “religioso”, que dejó de asistir a ellas. Las iglesias se vieron reducidas a su mínima expresión. Pero sobrevivieron. El largo camino de la restauración, se hizo posible por el testimonio de esas pequeñas comunidades, y la labor de los obispos y los pocos sacerdotes, religiosos y religiosas y por supuesto, por el trabajo de los fieles. La organización laical más importante, la Acción Católica, fue finalmente disuelta, a mediados de los años 60. Pero los laicos se hicieron cargo de la labor catequética, litúrgica, y asistencial, en especial de ancianos y enfermos, en el seno de la comunidad cristiana. En el año 67, con su lúcida mirada de profeta, Mons. Enrique Pérez Serantes, volvería a dar en el clavo, cuando dijo a un visitante extranjero: “llegamos a confiar demasiado en nuestros colegios y en nuestras instituciones, al final nos hemos dado cuenta de que sólo Dios basta”.

 

El pronóstico de una posible desaparición de la Iglesia en el término de 20 años, augurada por un alto dirigente del Partido Comunista, y curiosamente, por un alto dignatario vaticano, sería ampliamente desmentida por los hechos. A finales de los años 70, la diezmada iglesia cubana, comenzaría un serio proceso de reflexión y renovación eclesial, (la REC, Reflexión Eclesial Cubana), que culminaría en 1986, con el Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC). La Iglesia, después de un proceso de concienciación que alcanzó a todos los miembros de la misma, hasta en las más pequeñas comunidades, se lanza a definir su misión y los retos que la realidad le plantea. Una reflexión sobre la realidad nacional, sus dificultades y posibilidades, y la toma de conciencia de lo que suponía ser cristianos en Cuba, tuvo como resultado un nuevo esfuerzo evangelizador, que encontró su cauce en la “Misión de la Cruz”.

 

Con motivo de los 500 años del comienzo de la Evangelización del Nuevo Mundo, el Papa había propuesto a los obispos latinoamericanos lanzar una misión por todo el continente, y para ello entregó a cada país, una réplica de la cruz que Colón trajo a América. Esa cruz, entregada a los obispos cubanos, caminó por toda la Isla desde el 85 al 92, y dio lugar a un profundo reencuentro de la iglesia con el pueblo. Las Iglesias católicas se volvieron a colmar de fieles, y las comunidades se multiplicaron. Miles de jóvenes y niños, oyeron hablar por primera vez de Jesucristo. Y muchos de los que abandonaron la iglesia en tiempos más difíciles, retornaron a ella.

 

La carta de los obispos El amor todo lo espera de 1993 significó un aldabonazo, un llamado a la conciencia nacional para arreglar “entre cubanos” la grave situación que atravesaba el país. Un urgido llamado al diálogo y a la reconciliación nacional, que provocó una airada respuesta gubernamental a través de sus voceros oficiosos. El impacto popular fue enorme, pero la valiente y sabia propuesta de los obispos aún sigue siendo desoída por las autoridades gubernamentales. En 1994 el Papa nombraría un nuevo cardenal para Cuba, en la persona del Arzobispo de la Habana, Jaime Ortega y Alamino. Ese año, en la visita al Ad Límina de los obispos cubanos, Mons. Jaime había definido ante el Papa lo ocurrido en Cuba, y en el mundo comunista, como “el triste despertar de un sueño arruinado”. Para luego añadir: “salvar ese sueño sería una quimera, pero sí [se debe] mantener y potenciar los frutos positivos de esta etapa histórica difícil”.

 

En 1995 fueron erigidas tres nuevas diócesis, (Santa Clara, Ciego de Avila, y Bayamo-Manzanillo) que se añadían a la de Holguín (1979). En 1998 le tocó el turno a Guantánamo-Baracoa. Al ser elevada a Arquidiócesis la de Camagüey en 1999, se completaría el actual estado de la Iglesia en Cuba: tres sedes arzobispales y 8 sedes episcopales.

 

En la comunidad católica fue creciendo en todos esos años el deseo de ser visitados por el Papa Juan Pablo II. Después de arduas negociaciones, al fin esa visita se pudo efectuar en enero de 1998. El trabajo realizado por las comunidades superó, incluso, a la misión de la Cruz. La movilización popular, el sentimiento de libertad, fraternidad y paz que se respiró en esos días, y en la previa preparación, han hecho de los “días del Papa” (21 al 25 de enero) el mayor y mejor recuerdo en muchos años para muchos cubanos. Las palabras del Arzobispo Primado, Mons. Pedro Meurice en Santiago, 13 veces ovacionadas por el pueblo reunido en la Plaza Antonio Maceo, descubrió al Papa la realidad difícil de la vida del pueblo, sus sufrimientos y esperanzas. El arzobispo hizo una profunda y valiente radiografía de la realidad eclesial y social, tocando los problemas más acuciantes, sus causas y remedios posibles. Nunca sonó más alta ni más clara, ni más universalmente, la voz de la Iglesia en Cuba.

 

Retos de un futuro complejo

 

La iglesia en Cuba enfrenta retos que comprometen su presente y su futuro. A ese futuro lo llamo complejo y no “incierto” o “difícil”, que fueron las primeras palabras que me saltaron a la mente. La Iglesia tiene cinco de esos retos en:

 

* La situación de descristianización del pueblo, fruto del ateísmo estatalmente inducido desde el poder. Esto incluye la pérdida de valores morales y de motivaciones espirituales, la falta de fe y la presencia de la desesperanza en buena parte de la población, unido a la ignorancia religiosa.

 

* El diálogo y la colaboración con las otras iglesias cristianas, con las que la Iglesia comparte y condivide el servicio espiritual del pueblo cubano, en especial el servicio de la Palabra Evangelizadora.

 

* La atención respetuosa y el trabajo constructivo con esa parte del pueblo que ha accedido a la fe religiosa a través de la “piedad popular”, de carácter sincrético, y cuya referencia institucional pasa por la Iglesia católica.

 

* La apertura e integración en la realidad cubana de la isla de los cubanos del exilio, en parte considerable de origen católico.

 

* La articulación e implementación de canales de participación de todos los cubanos, creyentes o no, en un diálogo verdaderamente nacional, de carácter metapolítico, y que pueda iniciarse desde ahora e incrementarse en el futuro, como un camino de reconciliación religiosa y social, que incluya también a los no creyentes. Esto supondría una relectura creativa de nuestra historia y una propuesta de acción y reflexión que nos permita superar divisiones, exclusiones y demonizaciones, que han hecho de nuestra patriauna tierra triste, como tierra tiranizada y de señorío”.

 

Una Iglesia que se atreviera a transitar por este camino, con humildad y valentía, permitiría revertir el presente difícil e incierto, en un futuro luminoso y posible, basado en el respeto y aceptación de las diferencias, y de los diferentes, neutralizando todo intento de hegemonización opresivo y excluyente. Un diálogo así sería la mejor plataforma para una democracia pluriforme y abierta.

Carta Abierta al General de Ejército Raúl Castro Ruz

El 5 de febrero de 2009, el sacerdote católico José Conrado Rodríguez Alegre -de la parroquia Santa Teresita del Niño Jesús en la Arquidiócesis de Santiago de Cuba-, hizo pública su carta abierta al General de Ejército Raúl Castro Ruz.

Padre José Conrado Rodríguez
Padre José Conrado Rodríguez

Carta abierta al General de Ejército Raúl Castro Ruz, Presidente de la República de Cuba.

Santiago de Cuba, jueves, 5 de febrero de 2009


Estimado Señor Presidente:

 
Hace quince años me atreví a escribirle al entonces jefe del Estado cubano, Doctor Fidel Castro Ruz, por aquel entonces Presidente de nuestro país. La gravedad de aquella hora me lo impuso como un deber para el bien de la Patria. La gravedad de esta hora me impone escribirle a Ud. para hacerle partícipe de mis preocupaciones actuales. ¿Debo acaso describirle la situación de nuestro país? La crisis económica afecta a todos los hogares y hace que las personas vivan angustiosamente preguntándose: ¿qué voy a comer o con qué me voy a vestir? ¿Cómo conseguiré lo más elemental para los míos? Las dificultades de cada día se tornan tan aplastantes que nos mantienen sumidos en la tristeza y la desesperanza. La inseguridad y el sentimiento generalizado de indefensión provocan la amoralidad, la hipocresía y la doble cara. Vale todo porque nada vale, más que la sobrevivencia a todo precio, que luego descubrimos que es “a cualquier precio”. De ahí que el sueño de los cubanos, en especial de los más jóvenes, sea abandonar el país.

Parecería que nuestra patria está ante un callejón sin salida. Como hombre de fe, sin embargo, yo creo que Dios jamás nos pone ante situaciones absolutamente desesperadas. Creo firmemente que nuestro camino como nación y como pueblo, no acaba en un precipicio ineluctable, en una realidad de desgracia irreversible. Siempre hay una solución, pero se necesita  audacia para buscarla y encontrarla. En sus recientes y urgidos llamamientos a trabajar con tesón incansable creo reconocer una peculiar y certera percepción de la gravedad del momento, pero también, que Ud. considera que la solución depende de nosotros.  Pero como decía aquel slogan convertido en chiste… “No basta decir pa’lante, hay que saber pa’ dónde”.


Hemos vivido culpando de nuestra realidad al enemigo, o incluso a los amigos: la caída del bloque de países comunistas en Europa del Este, junto con el embargo comercial de los Estados Unidos se han convertido en el totí que carga con todas nuestras culpas. Y esa es una cómoda pero engañosa salida ante el problema. Como decía Miguel de Unamuno, “solemos entretenernos en contarle los pelos que la esfinge tiene en su cola, porque nos da miedo  mirarla a los ojos”.

No basta, General, con resolver los problemas, ciertamente graves y urgentes, de la comida, o del techo, que en los recientes huracanes, tantos compatriotas acaban de perder “con sus pobres enseres: miedos, penas”. Estamos en un momento tan crítico que debemos plantearnos una profunda revisión de nuestros criterios y de nuestras prácticas, de nuestras aspiraciones y de nuestros objetivos. Y aquí cabría, con todo respeto, recordar aquellas palabras que nuestro Apóstol nacional José Martí le escribió al Generalísimo Gómez en una situación en cierto modo semejante: “No se funda un pueblo, general, como se manda un campamento”.     

El mundo está cambiando. La reciente elección de un ciudadano negro para ocupar la primera magistratura de un país antiguamente reconocido como racista y violador de los derechos civiles de los negros, nos dice que algo está cambiando en este mundo. La encomiable y fraternal preocupación de nuestros hermanos del exilio ante los fenómenos meteorológicos que recientemente han golpeado a nuestro pueblo, y su ayuda generosa, desinteresada e inmediata, son el signo de que algo está cambiando entre nosotros. El gobierno cubano que Ud. hoy encabeza, debe tener la audacia de encarar esos cambios con nuevos criterios y nuevas actitudes.


Nuestro país ha reaccionado con valor cuando un gobierno foráneo ha querido inmiscuirse en nuestros problemas nacionales. Sin embargo, cuando se trata de la violación de los Derechos Humanos, no solo los gobiernos, sino hasta las personas individuales, los simples ciudadanos, de dentro o fuera del país, tienen algo que decir. En su Carta desde la Cárcel de Birminghan, Martin Luther King dijo: “La injusticia particular es una amenaza a la justicia universal. Estamos atrapados en una red ineludible de reciprocidad, unidos en un único tejido del destino. Lo que afecta a uno directamente, afecta a todos indirectamente”. Tenemos que tener la enorme valentía de reconocer que en nuestra patria hay una violación constante y no justificable de los Derechos Humanos, que se expresa en la existencia de decenas de presos de conciencia y en el maltrecho ejercicio de las más elementales libertades: de expresión, información, prensa y opinión, y serias limitaciones a la libertad religiosa y política. El no reconocer estas realidades, para nada favorece nuestra vida nacional, y nos hace perder el respeto por nosotros mismos, a nuestros ojos y a los ojos de los demás, amigos o enemigos.

La causa de la paz, interna y externa, y la prosperidad misma de la nación, se enraízan en el respeto incondicional a esos derechos que expresan la suprema dignidad del ser humano como hijo de Dios. Y guardar silencio sobre esta realidad, pone sobre mi conciencia un peso tal, que no me siento capaz de soportar. Y ésta es para mí, mi manera de servir a la verdad y de ser consecuente con el amor que siento por mi pueblo.

Le confieso, general, el disgusto y la tristeza que me ha causado saber que nuestro gobierno ha rechazado, al parecer por razones ideológicas o de diferencias políticas, la ayuda que querían enviar EEUU y varias naciones europeas, para los damnificados por los ciclones que azotaron nuestra tierra. Cuando uno cae en desgracia, (y eso le puede suceder a cualquiera, también a los poderosos), es la hora de aceptar la ayuda que se brinda, porque esa ayuda revela un fondo de buena voluntad ante el dolor, de solidaridad humana, incluso en aquellos que considerábamos nuestros enemigos. Darle la oportunidad al oponente de ser bueno y de hacer lo justo,  puede sacar a flote lo mejor de nosotros mismos, y del otro, haciéndonos cambiar viejas actitudes y curar resentimientos dañinos. Nada contribuye más a la paz y la reconciliación entre los pueblos que este saber dar y recibir. La frase de San Francisco de Sales, válida en las relaciones interpersonales, también lo es entre países: “más moscas se cazan con una gota de miel, que con un barril de vinagre”. Como dijo su Santidad Juan Pablo II en su visita a nuestro país: “que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”. Pero si seguimos con las puertas cerradas nadie podrá entrar, por más que lo desee. Un signo de esperanza para mí es la participación y mayor espacio que se le ha dado a CARITAS para ayudar a nuestro pueblo. Eso merece un especial reconocimiento y es un cambio positivo y esperanzador.

Créame, Señor Presidente, no le escribo para presentarle una lista de quejas y agravios sobre nuestra realidad nacional, aunque si así lo hiciera esa lista podría ser muy, muy larga. La verdad, he querido hablarle de cubano a cubano, de corazón a corazón. Un gran amigo mío sacerdote, ya fallecido, solía decirme: “un hombre vale lo que vale su corazón”. En el entierro de su esposa, al verlo a Ud. rodeado de sus hijos y nietos, conmovido hasta las lágrimas, yo percibí que es Ud., un hombre sensible. Y yo pienso que mayor sabiduría hay en el corazón de un hombre bueno que en todos los libros y bibliotecas de este mundo, pues como dice la canción: “lo que puede el sentimiento no lo ha podido el saber, ni el más alto proceder, ni el más ancho pensamiento…”. Por eso apelo a su sentido de responsabilidad, a su bondad, para decirle que no tenga miedo, que sea audaz en emprender un nuevo camino diferente en un mundo que está dando tantas señales de cambiar a mejor.  Como le dije a su hermano hace 15 años, todos los cubanos somos responsables del futuro de la patria, pero por el cargo que Ud. ocupa, por el poder que ahora tiene, esa responsabilidad recae de manera especial en Ud.

Si Ud. decide emprender ese camino de esperanza, cuente conmigo, general. Me tendrá en primera fila, para ofrecerle a Cuba, una vez más, lo único que tengo: mi corazón; y a Ud. mi mano franca y mi colaboración desinteresada. Así haremos realidad el sueño martiano de hacer  una patria “con todos y para el bien de todos”.


Quiero terminar con unas palabras que dijo nuestro actual Papa, Benedicto XVI en 1968: “Aún por encima del Papa como expresión de lo vinculante de la autoridad eclesiástica, se ha
lla la propia conciencia, a la que hay que obedecer la primera, si fuera necesario incluso en contra de lo que diga la autoridad eclesiástica”. Si eso vale para la autoridad eclesiástica cuyo origen considero divino, vale para toda otra autoridad humana, por poderosa que ésta pueda ser.


Con mis mejores votos,


José Conrado Rodríguez Alegre,

Pbro. Párroco de Santa Teresita del Niño Jesús.

Pedro Sevcec entrevista al padre José Conrado, 

párroco de la Iglesia Santa Teresita de Jesús, Santiago de Cuba.

4 de marzo de 2011 

El ingeniero Dagoberto Valdés comenta el significado

del Centro Cívico de Pinar del Río y la revista Vitral,

silenciada por presiones del gobierno cubano.

Septiembre de 2007

IX Aniversario revista Vitral.

Dagoberto Valdés y José Prats Sariol 

Homenaje de la Hermandad del Preso

al obispo José Siro

(Parte I)

Homenaje de la Hermandad del Preso

al obispo José Siro

(Parte II)

La Iglesia católica en el Presidio Plantado

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José Martí: El que se conforma con una situación de villanía, es su cómplice”.

Mi Bandera 

Al volver de distante ribera,

con el alma enlutada y sombría,

afanoso busqué mi bandera

¡y otra he visto además de la mía!

 

¿Dónde está mi bandera cubana,

la bandera más bella que existe?

¡Desde el buque la vi esta mañana,

y no he visto una cosa más triste..!

 

Con la fe de las almas ausentes,

hoy sostengo con honda energía,

que no deben flotar dos banderas

donde basta con una: ¡La mía!

 

En los campos que hoy son un osario

vio a los bravos batiéndose juntos,

y ella ha sido el honroso sudario

de los pobres guerreros difuntos.

 

Orgullosa lució en la pelea,

sin pueril y romántico alarde;

¡al cubano que en ella no crea

se le debe azotar por cobarde!

 

En el fondo de obscuras prisiones

no escuchó ni la queja más leve,

y sus huellas en otras regiones

son letreros de luz en la nieve...

 

¿No la veis? Mi bandera es aquella

que no ha sido jamás mercenaria,

y en la cual resplandece una estrella,

con más luz cuando más solitaria.

 

Del destierro en el alma la traje

entre tantos recuerdos dispersos,

y he sabido rendirle homenaje

al hacerla flotar en mis versos.

 

Aunque lánguida y triste tremola,

mi ambición es que el sol, con su lumbre,

la ilumine a ella sola, ¡a ella sola!

en el llano, en el mar y en la cumbre.

 

Si desecha en menudos pedazos

llega a ser mi bandera algún día...

¡nuestros muertos alzando los brazos

la sabrán defender todavía!...

 

Bonifacio Byrne (1861-1936)

Poeta cubano, nacido y fallecido en la ciudad de Matanzas, provincia de igual nombre, autor de Mi Bandera

José Martí Pérez:

Con todos, y para el bien de todos

José Martí en Tampa
José Martí en Tampa

Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.

Escudo de Cuba

Cuando salí de Cuba

Luis Aguilé


Nunca podré morirme,
mi corazón no lo tengo aquí.
Alguien me está esperando,
me está aguardando que vuelva aquí.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Late y sigue latiendo
porque la tierra vida le da,
pero llegará un día
en que mi mano te alcanzará.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

Una triste tormenta
te está azotando sin descansar
pero el sol de tus hijos
pronto la calma te hará alcanzar.

Cuando salí de Cuba,
dejé mi vida dejé mi amor.
Cuando salí de Cuba,
dejé enterrado mi corazón.

La sociedad cerrada que impuso el castrismo se resquebraja ante continuas innovaciones de las comunicaciones digitales, que permiten a activistas cubanos socializar la información a escala local e internacional.


 

Por si acaso no regreso

Celia Cruz


Por si acaso no regreso,

yo me llevo tu bandera;

lamentando que mis ojos,

liberada no te vieran.

 

Porque tuve que marcharme,

todos pueden comprender;

Yo pensé que en cualquer momento

a tu suelo iba a volver.

 

Pero el tiempo va pasando,

y tu sol sigue llorando.

Las cadenas siguen atando,

pero yo sigo esperando,

y al cielo rezando.

 

Y siempre me sentí dichosa,

de haber nacido entre tus brazos.

Y anunque ya no esté,

de mi corazón te dejo un pedazo-

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Pronto llegará el momento

que se borre el sufrimiento;

guardaremos los rencores - Dios mío,

y compartiremos todos,

un mismo sentimiento.

 

Aunque el tiempo haya pasado,

con orgullo y dignidad,

tu nombre lo he llevado;

a todo mundo entero,

le he contado tu verdad.

 

Pero, tierra ya no sufras,

corazón no te quebrantes;

no hay mal que dure cien años,

ni mi cuerpo que aguante.

 

Y nunca quize abandonarte,

te llevaba en cada paso;

y quedará mi amor,

para siempre como flor de un regazo -

por si acaso,

por si acaso no regreso.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Y si no vuelvo a mi tierra,

me muero de dolor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

A esa tierra yo la adoro,

con todo el corazón.

 

Si acaso no regreso,

me matará el dolor;

Tierra mía, tierra linda,

te quiero con amor.

 

Si acaso no regreso

me matará el dolor;

Tanto tiempo sin verla,

me duele el corazón.

 

Si acaso no regreso,

cuando me muera,

que en mi tumba pongan mi bandera.

 

Si acaso no regreso,

y que me entierren con la música,

de mi tierra querida.

 

Si acaso no regreso,

si no regreso recuerden,

que la quise con mi vida.

 

Si acaso no regreso,

ay, me muero de dolor;

me estoy muriendo ya.

 

Me matará el dolor;

me matará el dolor.

Me matará el dolor.

 

Ay, ya me está matando ese dolor,

me matará el dolor.

Siempre te quise y te querré;

me matará el dolor.

Me matará el dolor, me matará el dolor.

me matará el dolor.

 

Si no regreso a esa tierra,

me duele el corazón

De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestro ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darle tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos”.

Como expresó Oswaldo Payá Sardiñas en el Parlamento Europeo el 17 de diciembre de 2002, con motivo de otorgársele el Premio Sájarov a la Libertad de Conciencia 2002, los cubanos “no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad”.